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LE LE

MONDE MONDE
diplomatique diplomatique

Los nuevos movimientos feministas


por María Francisca Valenzuela

Fortaleza en la diversidad
por Sofía Barahona

Los combates
Feminismo: Auténtica democracia

LOS COMBATES DEL FEMINISMO


por Ana María Devaud

Un feminismo político para un futuro mejor


por Ina Kerner y Philipp Kauppert

Violeta Parra y el feminismo


por Ana María Devaud

¿Legalizar o prohibir la prostitución?


del feminismo
por William Irigoyen

Politizar el cuerpo que envejece


por Juliette Rennes

Editorial
www.editorialauncreemos.cl Aún Creemos
www.lemondediplomatique.cl en los Sueños
179
Este libro ha sido publicado con el apoyo de la
Fundación Friedrich Ebert

© 2017, Editorial Aún creemos en los sueños

La editorial Aún creemos en los sueños


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Copyright 2017 Editorial Aún Creemos En Los Sueños.
ISBN: 978-956-340-125-7
ÍNDICE

Los nuevos movimientos feministas


por María Francisca Valenzuela 5

Fortaleza en la diversidad
por Sofía Barahona M. 9

Feminismo: Auténtica democracia


por Ana María Devaud Oberreuter 13

Un feminismo político para un futuro mejor


por Ina Kerner y Philipp Kauppert 19

Violeta Inconcusa
(O Violeta y el feminismo)
por Ana María Devaud Oberreuter 35

¿Legalizar o prohibir la prostitución?


por William Irigoyen 41

Politizar el cuerpo que envejece


por Juliette Rennes 49
El activismo de enseñar igualdad

Los nuevos movimientos feministas


por María Francisca Valenzuela*

Se dice que estamos viviendo una nueva ola de feminismo.


Cada vez somos más las mujeres que nos consideramos
feministas y que compartimos a través de nuestras redes
sociales y conversaciones diarias contenido que habla sobre
erradicar el machismo de la sociedad. Salimos a la calle,
nos organizamos y como código de sororidad, sabemos que
si tocan a una, nos tocan a todas.

Probablemente somos las que en varios años más seremos


recordadas por haber logrado avances importantes para las
mujeres y que habremos dejado huella por hacer visibles
aspectos que el patriarcado aún hacía pasar por tradición.
Una de las características de nuestro trabajo como
feministas, tiene que ver con nuestra fuerte vinculación
a los temas de violencias y a un discurso que cuestiona
a un incrustado patriarcado neoliberal que permea la
construcción cultural, productiva y educativa transfor-
mándola en reproductor de desigualdad. Las feministas
de hoy sabemos que una ley escrita en un papel no es
garantía absoluta y que es infructuoso pensar que sólo
porque existe un código que dice que los abusos sexuales
contra las mujeres son ilegales, éstos dejarán de ocurrir.
Es evidente que muchas de nosotras no estamos contra

*Feminista, fundadora del Observatorio Contra el Acoso Callejero (OCAC Chile) www.ocac.cl.
Artículo publicado en Le Monde Diplomatique edición chilena, marzo de 2017.
5
la existencia de leyes, pero sabemos que son insuficien-
tes y que los cambios culturales son necesarios. Esto se
ve reflejado en ejemplos como la ley de femicidio, que a
pesar de ser promulgada el 2010, la tasa de femicidios en
Chile permanece intacta en los últimos diez años.
Somos las que hemos podido aprender de la historia de
compañeras que en otras épocas creyeron y construyeron
sus propias formas de pelear la igualdad. Las feministas
reconocemos sus triunfos y sabemos que sin su convic-
ción y lucha el contexto actual sería diferente. Si bien los
logros existen, el patriarcado neoliberal ha encontrado la
forma de mutar ante esos cambios preservando una base
de desigualdad que continúa reproduciéndose en nues-
tra educación, tradición y cultura.
Es una realidad que algunas mujeres hemos podido
ingresar a la política, economía, estudios universitarios y
muchos otros espacios que históricamente fueron consi-
derados exclusivos de los hombres, sin embargo ¿Cómo
es ese acceso en realidad?
Parte importante de los nuevos movimientos femi-
nistas, tiene que ver con cuestionar el entramado social
que hace posible que aún ingresando mujeres a espa-
cios masculinizados, el machismo sobreviva. Roles,
estereotipos y construcción social de esos espacios que
hemos aprendidos desde el momento que nacemos,
hacen posible esta desigual realidad. Ejemplo de ello
es la feminización de carreras universitarias que en el
mercado son mal remuneradas respecto de las carre-
ras masculinizadas. Otro ejemplo es que las mujeres
han aumentado su ingreso al mercado del trabajo, sin
embargo las labores domésticas y de cuidado siguen
siendo realizadas muchas veces por esas mismas muje-
res o por otras que si bien son remuneradas, tienen un
alto nivel de precarización laboral. Esto último no sólo
es funcional a un sistema patriarcal, sino también a la
reproducción de lógicas de mercado que incrementan
aún más las brechas entre hombres y mujeres.
La base socio-cultural y los mecanismos que la forman,
es uno de los principales focos de trabajo de las nuevas
generaciones de feministas. La educación es una dimen-
6
sión relevante para generar cambios y problematizarla
es una de las principales tareas que el feminismo lleva a
cabo actualmente.
De este modo el concepto “violencia” ha adquirido
importancia, ya que sus múltiples expresiones logran
explicar desde lo cultural, la naturalización de la opre-
sión y desigualdad que existe hacia las mujeres. La vio-
lencia contra las mujeres es un problema que nace con
el patriarcado, sin embargo su visibilización y proble-
matización comenzó a masificarse en la década de los
noventa. En Chile y América Latina, el comienzo fue
bastante institucional y ligado al retorno de las demo-
cracias, de allí la consolidación de Sernam en 1991.
Estos procesos iniciales de abordar el tema “violencia”
no fueron acompañados de un movimiento social, por
lo que recién hoy, veintiséis años después, vemos la
apropiación de la lucha y reflexiones desde una vereda
feminista respecto a la violencia contra las mujeres. Sin
embargo no podemos desmerecer el trabajo previo que
compañeras realizaron durante la década de los ochen-
ta, espacios en los que el feminismo chileno luchando
por la democracia, permitió la posterior existencia de
instituciones de derechos para las mujeres.

Una violencia lleva a otra


Actualmente el concepto “violencia” explica múltiples
contextos de desigualdad, ya que hemos abandonado la
idea de comprenderla única y exclusivamente como algo
que ocurre en la pareja, ligada a los golpes o agresiones
sexuales. La violencia hoy la entendemos como un ejerci-
cio de abuso y poder contra las mujeres que puede existir
en diversas instancias y formas. Así, actualmente habla-
mos no sólo de violencia física, psicológica y sexual, sino
también de violencia económica y simbólica (ejemplos
de este tipo los encontramos en la publicidad sexista).
Estas violencias pueden expresarse en cualquier espacio
social, ya sea institucional, educacional, espacios públi-
cos, laborales, políticos, medios de comunicación, eco-
nómicos, entre muchos otros. Es por ese motivo que los
nuevos movimientos feministas utilizan el concepto de
7
forma recurrente, ya que vemos en él, una explicación de
desigualdad cotidiana que a pesar de triunfos feministas
previos, ha logrado sobrevivir.
El feminismo hoy busca llegar a tu casa, tus libros, tus
amigos(as), a los medios de comunicación, a lo que nos
enseñan desde que llegamos al mundo, ya que sabemos ahí
comienza todo. En esos lugares, que finalmente son todos
los lugares, es donde encontramos todas las expresiones
de violencias, sexismos y acciones cotidianas que hacen
posible que a pesar del paso de los años, hombres y muje-
res seamos desiguales en la sociedad. Por lo anterior es que
constantemente vemos denuncias de parte de feministas a
comportamientos que refuerzan roles, estereotipos o argu-
mentos que violentan y defienden prácticas machistas por
considerarlas algo normal o propio de la cultura. Ejemplos
claros de esto son la publicidad sexista y la normalización
de la violencia sexual en los espacios públicos, problema
hoy conocido como acoso sexual callejero.
Se nos acusa constantemente de quejarnos por cosas
que para otros parecen poco graves. Nos dicen que decir
que un piropo está mal, exigir lenguaje inclusivo o denun-
ciar que un político aparezca con una muñeca inflable,
no son cosas relevantes frente a otros problemas como
el femicidio. La historia nos ha enseñado que una cosa
siempre lleva a la otra y que si bien luchamos contra los
crímenes de odio hacia las mujeres, nunca ganaremos si
no peleamos también el camino que se construyó previa-
mente para que eso sucediera. El continuo de violencia
es una ruta que explica todas las acciones que permiten
que el día de mañana muera una de nosotras, si somos
ciegos(as) a ese camino, la historia seguirá repitiéndose.
Siempre se ha tratado de una lucha contra la tradición,
de visibilizar problemas que antes eran considerados
algo normal, de desnaturalizar algo que nos dijeron era
biológico e imposible de cambiar. Las feministas de hoy
queremos cambiar el sentido común, cuestionar lo que
hasta hoy no había sido cuestionado. Las feministas de
hoy sabemos que ser mujer, es un acto político. u

M.F.V.
8
Las razones de por qué las luchas deben ser
feministas

Fortaleza en la diversidad
por Sofía Barahona M.*

Corre 1956 y Ruth Bader, una chica judía de Brooklyn, es


una de las nueve mujeres, de una clase de 500 estudiantes, en
entrar a la Escuela de Derecho de Harvard. Un imponente
profesor se acerca a ella y le pregunta: “¿Cómo justifica usted
el que esté tomando la vacante de un hombre calificado?”
Ruth, nerviosa, le da la respuesta correcta: “Mi marido es un
estudiante de derecho de segundo año, y es importante para
una mujer entender el trabajo de su esposo”. Por supuesto,
ella no creía nada de eso, y su larga carrera como defensora
de los derechos de la mujer -que la llevó a ser jueza de la
Corte Suprema de Estados Unidos- lo avala.

Es 2014 y estoy en la Facultad de Derecho de la Universi-


dad Católica, en la clase de Bienes. El profesor, parado a
la derecha de la sala, mirándonos con sus anteojos redon-
dos nos explica, con una risita, que “las mujeres vienen a
la universidad por interés. Se buscan marido, se casan, se
quedan con la mitad del sueldo, crían niños y se dedican al
arte”. Quiero responderle, pero su clase es difícil y lo único
que me falta es una rencilla personal con él. Me quedo
callada y espero que la clase termine para salir de una vez
por todas. Aún no sé quién es Ruth Bader Ginsburg, ni

*Presidenta FEUC. Artículo publicado en la edición chilena de Le Monde


Diplomatique, marzo de 2017.
9
tampoco conozco mucho sobre el “feminismo”, pero, gra-
cias a ese profesor mis ganas de escapar del tradicional
conservadurismo de nuestras cátedras me llevarían a ver
las cosas de otro modo.
Una de las características que más me atrae de la jueza
Bader Ginsburg es la aplicación de textos legales inter-
nacionales para enriquecer el razonamiento de sus argu-
mentos y fallos. Valerse de acuerdos y tratados de diversos
orígenes para apoyar la causa feminista da cuenta de una
importante fortaleza del propio movimiento: su increí-
ble capacidad para permear en clases sociales, razas y
nacionalidades muy distintas. Pero eso es fruto de una
larga marcha histórica que ha tomado diferentes formas
a lo largo del tiempo y que de ninguna manera ha estado
exenta de tensiones internas. Es más, las diferencias entre
los mismos movimientos feministas han enriquecido su
historia y programa, y son importantes ejemplos para
ilustrar la complejidad del movimiento.
La división convencional en la historia del feminis-
mo fragmenta al movimiento en tres grandes etapas: la
lucha por el sufragio; la lucha por los derechos civiles; y
la lucha por la diversidad. Sin embargo, tras esas gruesas
divisiones hay numerosos capítulos que, gracias al traba-
jo de incontables académicas feministas, han podido ras-
trearse y generar nuevos puentes de tinta entre los tantos
vacíos que aquejan la conciencia histórica de los pueblos.

Al mercado laboral
Importante es el trabajo, por ejemplo, de Estelle Freedman
y Hester Eisenstein, que ha arrojado luz sobre el movi-
miento de trabajadoras estadounidenses de comienzos de
siglo XX. Mientras el sufragismo parecía estar rindiendo
sus frutos -al menos para las mujeres blancas- otro gran
proceso se abría paso en la nación del norte: la entrada al
mercado laboral y con ella un nuevo debate social sobre el
camino a seguir. Para comienzos de siglo, la concepción
hegemónica sobre el rol de la mujer se enmarcaba, claro
está, en su papel de madre, esposa y cuidadora del hogar.
La mujer asalariada, en su gran mayoría soltera, era consi-
derada un sujeto precario que por desgracia no podía con-
10
tar con la protección de un marido. Tres diferentes estrate-
gias para avanzar en los derechos de la mujer se ocuparon
en ese momento: Un igualitarismo estricto que abogaba
por darle a la mujer la misma condición que la ciudadanía
masculina disfrutaba. Otro que buscaba el equilibrio entre
el rol de madre y el rol de trabajadora, como en la Unión
Soviética, donde se exigió cuidados gratuitos a la mater-
nidad. Una tercera posición, el maternalismo, enfatizaba
la “naturaleza maternal” de la mujer y valoraba la familia
como su espacio predilecto, como fue el ideal de Amanda
Labarca, que contrastaba el “exagerado individualismo” de
lo que ella llamaba “feminismo sajón”.
El estallido de la Primera Guerra Mundial acelera la
entrada de la mujer al mercado laboral y el movimien-
to feminista se debate entre el igualitarismo de las cla-
ses medias y el maternalismo de los sectores populares.
Para el primero, toda diferencia de género para acceder a
puestos de trabajo debía ser eliminada. Esta posición era
apoyada por el exclusivo mundo de mujeres con estudios
superiores que deseaban competir de igual a igual con los
hombres. Por otra parte, los sectores populares se veían
beneficiados por la legislación paternalista de principios
de siglo XX, que permitía cierto intervencionismo esta-
tal para compensar la supuesta debilidad de la mujer y
ayudarla en su rol de madre, como fue el fallo Muller v.
Oregon (1908). Mientras el Partido Nacional de las Muje-
res proponía, en 1923, una enmienda de igualdad de
derechos laborales, las maternalistas se opusieron hasta
bloquear el proyecto, que finalmente fue debatido recién
en la década de 1960. Aunque, bajo nuestra mirada, el
debate pareciera resolverse fácilmente a favor de dicha
enmienda, para Eisenstein las cosas no eran tan simples;
insistir, dadas las condiciones sociales de la época, en una
enmienda que estableciera igualdad formal entre trabaja-
dores y trabajadoras, era condenar a los sectores popula-
res a probables abusos y discriminaciones de facto.

Feminismo contemporáneo
El debate laboral de la primera parte del siglo XX ilustra
lo que Freedman sostiene es el origen de toda estrategia
11
argumentativa del feminismo: tanto la Ilustración euro-
pea como las ideas revolucionarias que dieron origen a
la lucha por la emancipación de las mujeres se sostenían
en ciertas tensiones internas. Por una parte, se aboga por
derechos universales que niegan el estatus heredado, al
mismo tiempo que dicho universalismo se basa en un
principio de ley natural que hacía distinciones biológicas
entre los sexos y razas. Así, cuando asiáticas o africanas
reclamaban derechos universales, sus críticos replicaban
que sus diferencias biológicas las convertían en inadmisi-
bles candidatas para la ciudadanía.
De esta manera, el feminismo debió operar a través de
dos vías argumentativas distintas, el lenguaje universa-
lista de los derechos y un particularismo biológico que
enaltecía ciertas características femeninas y hacía a las
mujeres poseedoras de autoridad política, como era la
importancia de la maternidad. Esta tensión se replica en
los debates teóricos del feminismo contemporáneo entre
quienes sostienen un ‘feminismo de la igualdad’ versus
un ‘feminismo de la diferencia’.
La revisión de estos procesos, lejos de desalentar las
luchas o alimentar a los críticos, deben ser importantes
y permanentes ejemplos de que la reivindicación de las
mujeres es siempre más rica y fuerte cuando tenemos
una mirada integral de la desigualdad de género y cuan-
do esta se abre constantemente al diálogo y la solidaridad
con otros movimientos de clase, raciales y ambientalistas.
En un año electoral que comenzó con preocupantes con-
signas xenófobas, es nuestro deber luchar por los dere-
chos de todas las mujeres, sean nacionales o inmigrantes.
Como destacó Angela Davis en su reciente visita a Chile,
son los estudiantes los llamados a empujar las deman-
das sociales y radicales que cuestionan el poder estable-
cido. En este, un año en donde el machismo parece ser
la política oficial de gobierno de Estados Unidos, somos
las mujeres quienes debemos liderar los movimientos en
todos los frentes y mostrarle al mundo, una vez más, por
qué la lucha debe ser feminista. u

S.B.M.
12
La lucha por derechos básicos

Feminismo: auténtica democracia


por Ana María Devaud Oberreuter*

¿Es lógico seguir defendiendo estructuras sociales


totalmente fracasadas que han llevado el mundo actual a
la debacle? ¿Es completa cualquier teoría social que anula
la historia y visión de la mitad de la humanidad?

Hemos sido parte de una larga historia mal contada, donde


los aportes de mujeres y diversidades, el valor de su trabajo
y derechos humanos han sido permanentemente concul-
cados y casi invisibles. Nada nos ha sido regalado, el femi-
nismo ha debido luchar por los derechos básicos que aún
hoy no están plenamente logrados.
¿Podemos llamarnos ciudadanas en un sistema donde
somos objetos y no sujetos de derecho? Evidentemente no,
porque un sistema que decide sobre nuestros cuerpos, que
nos discrimina en todos los ámbitos -sueldos, pensiones,
trabajo- y nos violenta de forma física, psicológica o sim-
bólica desde nuestra más tierna infancia hasta la vejez, es
un régimen que no reconoce nuestra ciudadanía plena.
Y la pregunta surge diáfana y simple: ¿por qué? Las res-
puestas naturalizadas, fruto de un patriarcado (1) (nutrido
de este desequilibrio) son inconscientes y escandalosas.
Algunos hechos, verdaderos hitos de intimidación y tor-

*(Ana Ciudadana) Guionista y escritora- Escribo desde una ciudadanía dudosa, de a pie. Me
declaro feminista, aprendiz y observadora. Experta solo en mi ejercicio de mujer. Artículo
publicado en la edición chilena Le Monde Diplomatique, marzo de 2017.
13
peza, en este último tiempo en Chile dan cuenta de aque-
llo. Aquí algunos ejemplos: en un año, 56 feminicidios, y
el lapso de un par de meses hemos visto: asunto muñeca
inflable (empresario regala a ministro de Economía, una
muñeca inflable como símbolo de “la estimulación de la
Economía”). Caso Nabila (un hombre arranca los ojos a
su mujer). Caso profesores de la Facultad de Historia de la
U. de Chile (alumnas denuncian a profesores por acosos
“naturalizados” durante años).

La fuerza de la denuncia
El feminismo, ante estos últimos acontecimientos, surge
con fuerza para denunciar. Para ello ocupa medios de
comunicación conscientes, redes sociales y marchas multi-
tudinarias donde las nuevas generaciones se han manifes-
tado como una sabia vital, augurio de nacientes estructu-
ras con bases en el feminismo, fuente de inspiración como
alternativa social y política. En este mismo sentido, surgen
grupos a través de todo el país: Red Mujer Norte; Abra-
zadas y Autónomas; Patiperras; Organización Feminista
Libertaria; Pan y Rosas; Red contra la Violencia; Nosotras
las Constituyentes, por nombrar solo algunas; pero espe-
cialmente Ni una Menos, un movimiento que emerge en
la Argentina con motivo de una seguidilla de feminicidios,
particularmente el de la joven Lucía Pérez, violada y empa-
lada por sus agresores. La reacción ante el alevoso crimen
tiene repercusiones a nivel latinoamericano y mundial.
En Chile el movimiento es encauzado por la organiza-
ción Autoconvocadas, quienes llaman a una marcha por
similares razones a las de sus pares argentinas: el brutal
feminicidio de Florencia, una niña chilena de nueve años.
La marcha se transforma en la expresión clara del repudio
ciudadano a tales delitos y abusos. A partir de este objeti-
vo cumplido, Ni una Menos se reformula como una coor-
dinación sui generis. Quizás este orden peculiar para con-
certarse sea el presagio de las nuevas configuraciones que
esperamos; las nuevas maneras de relacionarnos y las nue-
vas miradas del poder.
Ni una Menos reúne libremente a un conjunto de muje-
res, algunas pertenecientes a otros grupos feministas, o
14
autónomas, donde se delibera sobre temas puntuales, pre-
vistos o no, durante la asamblea. Condición primordial es
la participación colectiva sin distinción alguna. La organi-
zación y vocería de las asambleas es rotativa: un pequeño
universo realmente democrático con sus fortalezas y debi-
lidades. Seguramente acostumbrados a las duras estruc-
turas impuestas por siglos, algunos criticarán el carácter
“asistémico”, la falta de “planificación”, etcétera. Sin embar-
go, al observar los resultados acuerdos y acciones pode-
mos pensar que en estos diferentes o antiquísimos modos
de reunión (se lo dejo a la Antropología) estén los nuevos
paradigmas, la mirada de auténtica democracia.
Por otra parte, la llamada “atomización” del movimiento
feminista podría ser interpretada, de igual manera, como
una articulación propia dentro de este proceso, es decir,
grupos autónomos, que a pesar de sus diferencias parti-
culares -temáticas, especialmente- son capaces de llegar a
acuerdos en torno a grandes objetivos comunes.
Confiar en estas propuestas feministas no es difícil (para
las mujeres y diversidades) porque emergen justamente
desde el día a día, desde el fondo de la discriminación his-
tórica; desde la solidaridad ante el abatimiento y la violen-
cia; desde la emoción ante los logros, paso a paso, a pesar
del cíclope patriarcal, aquel ente de un solo y soberbio ojo
que ignora la otra visión del mundo con argumentos ana-
crónicos alimentados por sus mismos convencimientos a
pesar de su evidente y rotundo descalabro. Es extraño que
quienes confían solo en los resultados o en el “producto de
la gestión exitosa” no sean capaces de observar el actual
desastre del sistema y los igualmente fracasados intentos
de otros. Entonces, ¿por qué insistir en modelos aniquila-
dores? ¿Por qué no dejar espacio a otras formas?
Por supuesto, sabemos que los dividendos del poder
patriarcal son de una inmediatez tentadora y también
conocemos la dificultad de modificar visiones fundamen-
tadas en teorías intocables. Cambiar la visión significa
cambiar filosofías, textos y subtextos construidos sobre
bases cuya solidez se derrite ante la abrasadora realidad.
Pero frente a la negación abstracta, basta abrir los ojos a
los rostros humanos serviles y sin esperanza apretados en
15
carros de traslado, aletargados de consumismo, medios de
comunicación hipnóticos y falsas expectativas en seguri-
dades inexistentes.
Pues bien, ante este escenario, que es una derrota en
todos sus flancos es inconcebible (y además, a estas altu-
ras, ridículo) negar la alternativa que ofrece el más impor-
tante sector de la sociedad -considerado todavía por
muchos como una minoría a la que se “conceden graciosa-
mente” ciertos beneficios o cuotas-.
La mirada patriarcal es, en cualquier circunstancia,
incluso dentro del feminismo, una profecía de nuevos
descalabros ante intentos de renovación o avance. Espe-
cialmente al ámbito político. ¿Cómo es posible que inte-
lectuales y políticos, aparentemente de primer nivel se
aferren a creencias y dogmas dictados por un patriarcado
inhumano? ¿Es el pensamiento humano un fósil que ya
contiene todas las respuestas? La tónica contemporánea
debería ser una permanente actitud de sospecha y duda la
filosofía que nos ha regido hasta hoy. No significa desechar
sino reformular, observar minuciosamente y sin prejuicios
lo que tenemos frente a nuestros ojos. Reconocer la ruina
actual, y luego valorar las opciones que nacen como signos
novedosos: el feminismo, su mirada, su visión y experien-
cia, en conjunto con las diversidades organizadas, lo que
oculta una historia de acción en la adversidad, que contie-
ne respuestas vitales para nuestra existencia.

Dudosa democracia
La democracia, resignificada en su auténtica amplitud,
necesita incorporar estos nuevos paradigmas a través de la
paridad y su consecuente relación con aspectos tan olvi-
dados e infravalorados como la emoción, la diversidad, los
derechos reproductivos; solidaridad, cooperativismo, nue-
vas formas de comunidad -llámese familia u otras- y reco-
nocimiento del trabajo gratuito, todos lejanos y desprecia-
dos por un sistema esencialmente fanático cuyos objetivos
comienzan y terminan en una forma de poder ambicioso e
inhumano, donde el patriarcado es el gran contenedor.
Lamentablemente, en el Chile actual son pocas las pro-
puestas políticas, que van más allá de las tradicionales fór-
16
mulas de dudosa democracia, o que no siguen los mismos
caminos de invisibilización y violencia (negación de la pari-
dad y temas de género). Entonces, ¿volveremos a dejar nues-
tras demandas en manos de quienes no tienen real interés
en su concreción, y por siglos se han aferrado a un sistema
fatal? El gravísimo error es utilizar los mismos canales y for-
mas de organización que “supuestamente” combatimos.
Reiteradamente, a las mujeres se nos promete “otor-
gar cupos”, una especie de “cuartito propio” dentro de un
esquema político que no logra, o más bien teme, tomar
conciencia de que el nudo está donde por siglos no se ha
querido mirar. La real búsqueda implica nuevos esque-
mas, nuevos planos pensados en el conjunto de la diversi-
dad humana. Solo de este modo el resultado final respon-
derá y reflejará a la sociedad completa.
Por nuestra parte, como mujeres feministas, no pode-
mos caer en la misma trampa y trabajar “para” o esperar
“dádivas”. Si alguna vez el gran logro fue un cuarto propio,
hoy debemos estar conscientes de que la casa se construye
en conjunto. No es hora de pedir: es hora de exigir nuestro
lugar. Exigir que nuestra visión esté presente, no solo por el
bien nuestro, sino por el bien de todas, todos y todes.
Es decir, si no logramos erradicar los vicios patriarcales,
la historia se volverá a repetir más allá de cualquier magní-
fica propuesta teórica funcionando, exclusivamente en el
solitario e incierto pensamiento del patriarca en medio de
un mundo devastado. Seguramente, este ente cada noche
pregunta a su espejo: ¿Espejito, espejito quién es el más
sabio? Las respuestas del espejo no son las más auspicio-
sas y la reacción no es menor. Como mujeres la sentimos y
también la denunciamos, pero al mismo tiempo exigimos
la visibilización de las injusticias y promovemos el feminis-
mo como una propuesta crítica y auténticamente demo-
crática. Esencialmente humana. u
1. Patriarcado: estructura de pensamiento, relaciones sociales, políticas
y sexuales, impuesta sobre la humanidad, mediante la fuerza (guerras y
violencia en todas sus formas) por una elite masculina. (AMD).

A.M.D.O.

17
Un feminismo político para un
futuro mejor
por Ina Kerner* y Philipp Kauppert**

Es necesario identificar caminos e ideas para repolitizar


el feminismo y los movimientos sociales en torno de
una visión de la justicia que se inserte en una utopía
práctica. La teoría feminista contemporánea puede hacer
contribuciones importantes para reformular los necesarios
debates sobre los fracasos del capitalismo y las promesas
y los malentendidos de la democracia y el desarrollo. Las
herramientas analíticas de la interseccionalidad sirven
para comprender los procesos de transformación en cada
contexto político y cultural.

El tema de las crisis dominó el debate público de los


últimos años, tanto dentro como fuera de Alemania:
desde la crisis financiera de Estados Unidos y la crisis
económica de Europa, hasta los incesantes conflictos de
Oriente Medio y sus múltiples consecuencias, como el
fenómeno a menudo conocido como «crisis de los refu-

*Profesora adjunta de Política de la Diversidad en la Universidad Humboldt de


Berlín; durante el otoño de 2015 dictó clases en el Centro de Excelencia en Estudios
de Género en la Universidad Quaid-i-Azam de Islamabad. Su obra escrita comprende
temas de teoría política, teorías feministas y poscoloniales, interseccionalidad y
cuestiones relativas a la política del desarrollo.
** Se desempeñó como director residente de la Fundación Friedrich Ebert (fes) en
Pakistán de 2012 a 2016 y ahora dirige la oficina de la fes en Bolivia. Ha trabajado y
escrito sobre temas de economía política y desafíos de la transformación desde una
perspectiva que promueve la democracia y la justicia social. Artículo publicado en
http://nuso.org/articulo/un-feminismo-politico-para-un-futuro-mejor/?page=1,
septiembre-octubre de 2017.
19
giados». Este discurso que gira continuamente en torno
de las crisis surte efectos de vasto alcance. En primer lu-
gar, tiende a restringir el margen disponible para las de-
cisiones sobre políticas públicas, cuya elaboración que-
da reducida a la gestión de crisis, que por definición es
una dinámica meramente reactiva. En segundo lugar, y
al filo de la paradoja, el actual discurso de crisis también
parece restringir el espacio disponible para el debate
sobre las causas de los graves problemas con los que se
relaciona, al menos en el ámbito de la política. Por eso
nosotros necesitamos un pensamiento que trascienda
la noción de crisis, en particular si la crisis se percibe
como si fuera una disfunción social momentánea cuya
solución no requiere cambios estructurales de mayor
magnitud. De ahí que iniciemos estas reflexiones con
una exhortación a profundizar el análisis, ya que de lo
contrario será imposible construir un futuro mejor. Con
este objetivo en la mira, vamos a examinar la teoría fe-
minista contemporánea. La idea puede sonar desatina-
da –porque el feminismo es para muchos un programa
político sectorial, ipso facto inadecuado como soporte
de consideraciones políticas generales–, pero aquí pre-
cisamente intentaremos demostrar lo contrario. A fin de
cuentas, lo que nosotros solemos concebir como un es-
tado de crisis es, para la teoría feminista, una condición
permanente que jamás se confundiría con una molestia
pasajera. La teoría feminista ha reaccionado a situacio-
nes de persistente desigualdad desde que nació. Y el he-
cho de que siempre encuentra nuevas maneras de ha-
cerlo quedará en claro a lo largo de estas páginas.
En el primer apartado, explicamos por qué la intersec-
cionalidad nos parece un abordaje apto para compren-
der el panorama de innumerables desafíos y perspecti-
vas que presenta nuestro mundo contemporáneo. En el
segundo, trazamos una relación entre la crítica al neo-
liberalismo y las teorías feministas, que a su vez puede
hacer importantes contribuciones a la reformulación de
los necesarios debates sobre los fracasos del capitalis-
mo, así como a las deliberaciones sobre las promesas y
los malentendidos en torno de la democracia y el desa-
20
rrollo. En el tercer apartado, examinamos diferentes en-
foques del feminismo, así como movimientos sociales y
actores que suscriben a ideas feministas, con hincapié
en los ejemplos y las experiencias del Sur global. En la
conclusión, tratamos de identificar ideas y estrategias
para repolitizar el feminismo y los movimientos sociales
con miras a forjar una concepción de la justicia inser-
ta en una utopía práctica; y dado que nos enfrentamos
a un capitalismo transnacional, solo podremos llegar a
buen puerto si emprendemos la tarea con una mirada
que abarque todo el mundo globalizado.

Interseccionalidad
Una de las cuestiones centrales que exploran las teorías
feministas contemporáneas deriva de una problemática
antes relegada a los márgenes del movimiento: el reclamo
de las feministas menos favorecidas contra la miopía del
feminismo tradicional, cuya agenda se acotaba en gran
medida a los problemas de las mujeres que vivían en si-
tuaciones de relativo privilegio; en otras palabras, las oc-
cidentales, mayoritariamente blancas, heterosexuales y
de clase media. La incorporación de este reclamo a la ela-
boración teórica del feminismo actual se entiende ante
todo bajo la categoría de «interseccionalidad»: el aborda-
je que percibe la diversidad y la estratificación dentro de
todo grupo social (incluidos los de género) y comprende
que los ejes en torno de los cuales se articulan la diferen-
cia, la estratificación social y la discriminación/opresión
–como «raza»/etnia, clase, género o sexualidad– están
entrelazados e interrelacionados (1).
La decisión de tomar en serio este reclamo –que no-
sotros auspiciamos– implica en potencia una apertura
radical de los horizontes del feminismo político, porque
entonces su agenda tiene que integrar las complejas im-
bricaciones del sexismo con el racismo, con el naciona-
lismo y con las desigualdades ligadas a la religión o la
casta; tiene que abordar los efectos de la heteronorma-
tividad, la asociación de la femineidad a la maternidad
y las tareas hogareñas, no solo como un problema de las
mujeres heterosexuales, sino también de las lesbianas,
21
gay y queer; y además necesita incorporar en su enfoque
la clase social, así como, posiblemente, todas las otras
formas de la desigualdad. Tomar en serio la interseccio-
nalidad también implica concebir el feminismo político
como una disciplina cuyo objeto es sumamente hetero-
géneo y que contiene potenciales divisiones internas,
y por ende como una disciplina cuyas prioridades po-
líticas, lejos de establecerse a priori, deben dilucidarse
en el transcurso de un debate político abierto, basado
en el conocimiento de las diferencias internas y los po-
tenciales conflictos. El abordaje interseccional también
entraña la necesidad de revisar algunos de los supuestos
básicos que sustentan la cooperación internacional para
el desarrollo. Por ejemplo, la promoción de la democra-
cia se ha centrado ante todo en la representación polí-
tica femenina y en los aspectos legales de los derechos
humanos para las mujeres de sociedades patriarcales.
En consecuencia, ni el feminismo ni los movimientos
prodemocráticos han prestado suficiente atención al
contexto socioeconómico de sus luchas; peor aún, tanto
los movimientos sociales como las organizaciones de la
sociedad civil –un buen ejemplo son los sindicatos– per-
manecen en general bajo dominio masculino. En mu-
chos países del Sur global, las experiencias de opresión
son multidimensionales e incluyen mecanismos discri-
minatorios basados en la economía, la pertenencia ét-
nica, el género, la clase y la casta. Por eso es importante
aplicar herramientas analíticas interseccionales en cada
contexto cultural y político específico para desentrañar
los procesos transicionales de las sociedades en vías de
democratización. De esta manera es posible trascender
los enfoques de actores y reclamos particulares –cuyo
horizonte suele ser muy estrecho– para obtener un pa-
norama exhaustivo de los desafíos, las perspectivas y los
puntos de incursión en toda su diversidad.

Feminismo y neoliberalismo
Varios teóricos sociales han analizado en tiempos re-
cientes las amplias repercusiones que tuvieron en
nuestro mundo actual los movimientos emancipadores
22
surgidos después de los años sesenta. Hace ya más de
una década que Manuel Castells (2) acuñó la expresión
«sociedad de redes» para definir nuestra sociedad glo-
bal de hoy, que ha sustituido las estructuras verticalistas
del pasado por una configuración flexible con múltiples
vínculos horizontales; entre los diversos factores que
auspiciaron el surgimiento de esta sociedad, Castells
incluye los movimientos sociales de la segunda mitad
del siglo XX, con sus característicos reclamos contra el
autoritarismo y las jerarquías. En una concepción simi-
lar, aunque con una nota más pesimista en el tono y el
análisis, Luc Boltanski y Éve Chiapello (3) ponen de re-
lieve la naturaleza flexible y la capacidad de renovación
del capitalismo actual y sostienen que las sociedades
capitalistas contemporáneas, debido a que se rigen por
ideales de autonomía, creatividad, movilidad y trabajo
en equipo, abrevan precisamente en la crítica (artística)
al autoritarismo, la burocracia y las estructuras rígidas
que heredaron de esos movimientos sociales, pero no
en aras de liberar verdaderamente a las personas, sino
a fin de integrarlas en el nuevo régimen de dominación
que ejerce el capitalismo bajo su forma flexibilizada y su
organización en redes.
La intelectual feminista Nancy Fraser dice algo simi-
lar en relación con el feminismo: «los cambios culturales
fomentados por la segunda ola, saludables en sí mismos,
han servido para legitimar una transformación de la so-
ciedad capitalista que se opone directamente a las es-
peranzas feministas de alcanzar una sociedad justa» (4).
Esta nueva forma de capitalismo –sintetiza Fraser– es
«posfordista, transnacional, neoliberal» (5). Abrevando
en los argumentos de Boltanski y Chiapello que mencio-
namos más arriba, Fraser sostiene que la oposición de la
segunda ola feminista a los cuatro aspectos cardinales del
capitalismo estatal –el economicismo, el androcentrismo,
el estatismo y la organización westfaliana– en parte pre-
paró el terreno para la renovación que condujo a la for-
ma actual del sistema capitalista, en cuyo transcurso los
ideales del feminismo adquirieron nuevos significados,
más cercanos a la legitimación que al cuestionamien-
23
to del sistema. En primer lugar, el creciente énfasis de la
segunda ola en la política de la identidad como impug-
nación del sesgo economicista evolucionó con el tiem-
po en un culturalismo igualmente sesgado, distante del
paradigma inicial que combinaba la redistribución con
el reconocimiento. En segundo lugar, la crítica feminista
al salario familiar terminó por allanar el camino hacia la
precarización universal. En tercer lugar, el antiestatismo
feminista legitimó el desmantelamiento neoliberal del
Estado benefactor mediante la transferencia de respon-
sabilidades a organizaciones no gubernamentales (ONG)
y el fomento de la iniciativa económica individual (fi-
nanciada con microcréditos), un resultado que nada tie-
ne que ver con el sueño feminista original de conquistar
derechos sociales universales para todos los ciudadanos,
independientemente de su situación laboral. Por último,
el cuestionamiento feminista al Estado-nación ha redun-
dado en meras formas profesionalizadas de un transna-
cionalismo más ligado a la actuación en los foros de la
política internacional y el sector del desarrollo (neolibe-
ral) que al intento de consensuar una senda de cambio
hacia la justicia de género a escala mundial. Fraser sugie-
re que el feminismo solo puede salir de esta constelación
problemática si adopta una posición inequívoca en favor
de la justicia de género y en contra del neoliberalismo,
orientada a reconectar la crítica feminista con la crítica a
la dominación capitalista (6). Este nuevo enfoque crítico
debe integrar las dimensiones de la redistribución, el re-
conocimiento y la representación (es decir, las cuestiones
socioeconómicas, culturales y políticas), a la vez que ac-
tualiza sus demandas a contrapelo del orden neoliberal.
A lo largo de las últimas décadas, los feminismos del Sur
global dejaron de ser movimientos políticos amplios en
pos del empoderamiento femenino para convertirse en
grupos dedicados a la realización de proyectos específi-
cos cuyos fondos suelen provenir de donantes internacio-
nales. Este proceso transicional –también conocido como
oenegización (7)– modificó la agenda de muchas agrupa-
ciones feministas, que adaptaron su trabajo con el género
para integrarlo funcionalmente al sector del desarrollo y
24
se enfocaron en la adquisición de capacidades no guber-
namentales con el fin de brindar asistencia social. Este
viraje se debió en parte a la primacía del «ajuste» neolibe-
ral, que restringió las capacidades y los presupuestos gu-
bernamentales destinados a las políticas públicas, en un
tiro de gracia que marcó el final de los «Estados desarro-
llistas» tal como existieron hasta los años 80. También en
los contextos del Sur global, entonces, es interesante eva-
luar la contribución del feminismo al desmantelamiento
del Estado desarrollista (patriarcal), o bien, en palabras
de Fraser, reflexionar acerca «de cómo cierto feminismo
se convirtió en criada del capitalismo» (8).
En Pakistán, un país cuya sociedad se rige por las
normas de la familia patriarcal, la matrícula femenina
de la escuela secundaria y la educación superior se ha
incrementado de manera contundente en los últimos
años (9). Pero esta mejora no se refleja en el mercado de
trabajo, ya que las mujeres están subrepresentadas en
los cargos oficiales y gerenciales, continúan trabajando
en condiciones precarias y padecen diversas formas de
explotación en el sector manufacturero (por ejemplo, el
trabajo a domicilio de la industria textil). La lenta pero
creciente participación femenina en el mercado labo-
ral ha suscitado un interesante debate, ya que aún no
está claro si el resultado ha repercutido positivamente
en el empoderamiento de las mujeres o si, por el con-
trario, ha generado nuevas formas de dominación. En
algunos casos es posible incluso que haya favorecido la
violencia doméstica, como reacción a los conflictos fi-
nancieros en el seno de la familia. La feroz competen-
cia entre diversos países asiáticos que abaratan la mano
de obra y reducen al mínimo la regulación estatal de las
industrias exportadoras para atraer inversiones extran-
jeras también contribuyó a la «feminización del trabajo
asalariado» (10). Hay numerosos estudios de casos es-
pecíficos relacionados con las cadenas de valor (y los
cuidados domiciliarios), como las industrias textiles en
Bangladesh o Vietnam, o las industrias de asistentes do-
miciliarios en Tailandia y Filipinas, por mencionar unos
pocos ejemplos.
25
Desde una perspectiva más auspiciosa, y pese a los de-
rroteros problemáticos que siguió la política de los mo-
vimientos feministas descriptos más arriba, también es
cierto que la teoría feminista ofrece varios puntos de in-
cursión aptos para poner en tela de juicio el neoliberalis-
mo dominante que ha colonizado nuestras percepciones
y nuestros relatos durante los últimos años. Los relatos
contrahegemónicos que necesitamos con tanta urgencia
para presentar batalla contra el gran proyecto capitalista
pueden construirse sobre las percepciones y los ejem-
plos feministas del Sur global, así como del Norte global.
A pesar de los innumerables debates que suscitó la crisis
económica y financiera de los viejos centros capitalistas
(EEUU y Europa), los representantes del progresismo lo-
cal siguen prestando escasa atención a las luchas de lo
que algunos perciben como «las periferias». La reducción
de la esfera pública y la privatización de los servicios es-
tatales –incluidos los de seguridad, educación, salud y
agua– ya han recorrido una historia más larga en el Sur
global que en el mundo euroatlántico. Las experiencias
acumuladas por los movimientos sociales de América
Latina, África, Oriente Medio y Asia pueden ser las pie-
dras angulares para construir una visión alternativa, la
«utopía práctica» que necesitamos para orientarnos en la
confrontación de los múltiples desafíos que nos reserva el
siglo XXI en todo el mundo (11).

Hacia un nuevo feminismo transnacional


¿Cómo imaginamos una crítica feminista al capitalis-
mo posfordista, transnacional y neoliberal? ¿Cómo po-
dríamos traducirla a la práctica política? Ninguna de
las dos preguntas es fácil de responder; en su proyecto
actual, Fraser ha emprendido una relectura crítica de
Karl Marx, Max Weber y Jürgen Habermas en busca de
respuestas adecuadas. Y no es casual que en su alegato
resuenen argumentos de feministas que escriben des-
de una perspectiva poscolonial y/o del Sur global. En-
tre ellas se destaca Chandra Talpade Mohanty, quien en
2003 retornó a su célebre artículo de los años 80, «Bajo
los ojos de Occidente», para exhortar a la construcción
26
de «una teoría, una crítica y una praxis en torno de la
globalización» como nuevo «eje temático cardinal de las
feministas» que aspiren a lidiar con los problemas más
acuciantes de nuestros tiempos, es decir, con los proble-
mas causados por el capitalismo global (12). Mohanty
considera que estos problemas deben abordarse con una
«crítica feminista anticapitalista trasnacional» que tome
como eje y punto de partida las condiciones de vida, las
percepciones, los intereses y las luchas de «las comu-
nidades de mujeres más marginadas» (13). Alegando
que esas mujeres gozan de «privilegio epistémico» –en
otras palabras, «el panorama más abarcador del poder
sistemático»–, Mohanty propone estudiar la estructura
de poder «desde abajo hacia arriba» en lugar de hacerlo
«desde arriba hacia abajo», con miras a captar analítica-
mente «la macropolítica de la reestructuración global»
y comenzando por observar «la micropolítica de [las]
luchas anticapitalistas más urgentes [que son las de las
mujeres marginadas]» (14).
La atribución de privilegio epistémico a un determi-
nado grupo social es debatible, claro está, pero el aporte
interesante que hace Mohanty al planteo de Fraser es la
clara decisión de iniciar el análisis crítico del capitalis-
mo transnacional en el Sur global, presuponiendo que
es allí donde más se padecen y más se combaten algu-
nos de sus peores efectos. El mismo planteo aparece
en otro texto seminal: Desarrollo, crisis y enfoques al-
ternativos. Perspectivas de la mujer en el Tercer Mundo
(1988), de Gita Sen y Caren Grown (15), también cono-
cido como el manifiesto DAWN (Desarrollos Alterna-
tivos para las Mujeres de una Nueva Era, por sus siglas
en inglés). Este texto, muy debatido en los años 80, con-
serva actualidad e interés al menos por dos razones. En
primer lugar, Sen y Grown subrayaron con claridad los
efectos del neoliberalismo en el género, mucho antes de
que los percibieran y priorizaran las teóricas feministas
del mundo euroatlántico. En segundo lugar, las autoras
advierten sobre las interrelaciones entre el desarrollo,
los fenómenos de las crisis socioeconómicas, la subor-
dinación femenina y el género. En materia de objetivos
27
políticos, Sen y Grown reivindican el derecho universal
a satisfacer las necesidades básicas y demandan la pla-
nificación de procesos orientados hacia esa meta. Dado
que el capitalismo global tal como lo conocemos no es
para ellas una solución sino más bien un problema, las
autoras desconfían de las medidas que constituyan me-
ros intentos de integrar a las mujeres en los procesos de
crecimiento económico: la única solución viable para
ellas es un cambio socioeconómico en gran escala. Y es
aquí donde su planteo vuelve a confluir con el análisis
de Fraser.
Desde la perspectiva de la praxis, estos argumentos
indican que es preciso poner entre paréntesis el bagaje
propio de definiciones y herramientas predeterminadas
para abrirse más a las diferentes formas y culturas del
feminismo. En lo que concierne a lidiar con las configu-
raciones neoliberales y globales del capitalismo organi-
zado en redes flexibles, las respuestas también tienen
que ser multidimensionales y transnacionales: hay que
desarrollar una suerte de «feminismo fluido». Las pla-
taformas inclusivas que admitan una amplia variedad
de movimientos y actores sociales pueden favorecer el
desarrollo de alianzas y relatos más potentes. La diver-
sidad de los actores siempre debe ser evaluada como un
punto fuerte y un factor positivo en la creación de estos
grupos posidentitarios, en acatamiento a la noción de
solidaridad por encima de las barreras étnicas, religio-
sas, de casta y de clase (precisamente las que refuerza el
capitalismo).
A modo de ilustración, vale la pena mencionar a los
diferentes movimientos y militantes feministas de los
países asiáticos abocados a generar incursiones comu-
nes en el terreno político (16). Este es un buen ejem-
plo, porque a pesar de las obvias diferencias entre los
respectivos sistemas políticos y normas culturales do-
minantes, es posible identificar un amplio espectro de
semejanzas: desde problemas estructurales y complica-
ciones sociales hasta cuestiones específicamente liga-
das a las luchas feministas. Una característica que com-
parten las sociedades asiáticas es la existencia de cierta
28
imbricación problemática entre la esfera pública y una
esfera privada que se rige por normas familiares patriar-
cales. Los sistemas gubernamentales vigentes oscilan
entre el autoritarismo y la falta de capacidad institucio-
nal, pero tanto unos como los otros carecen de espacios
democráticos para los movimientos de mujeres u otras
formas del activismo feminista. La mayoría de los Esta-
dos benefactores provee insuficiente acceso universal a
los servicios públicos, porque en última instancia todos
se basan en el supuesto de los modelos familiares (con-
servadores) para planificar, financiar y proveer cierto
grado de seguridad social. Otra coincidencia entre las
sociedades asiáticas es la dificultad para mantener una
voz progresista frente a los relatos arraigados y conser-
vadores, a veces incluso misóginos y fascistas, impues-
tos por actores que temen perder influencia porque per-
ciben el empoderamiento femenino como un «juego de
suma cero». Esto también implica que las luchas por la
«repolitización» del feminismo consisten esencialmente
en (re)conquistar las esferas públicas, contrarrestar los
relatos dominantes y proponer una visión que produzca
más ganadores en general.
Las ideas y las pensadoras feministas pueden resul-
tar de gran utilidad para el desarrollo de propuestas y
estrategias transformadoras en el marco de una cultura
política dominada por cálculos tácticos y partidos tra-
dicionales que en su gran mayoría se rigen por una ló-
gica transaccional («cómo movilizar a los votantes para
ganar las próximas elecciones»). Hasta una lucha local
contra la violencia doméstica en un pueblito perdido de
Pakistán puede pensarse en relación con la necesidad
de producir un relato contrahegemónico global para
impugnar la creencia de que «no hay alternativa». Alter-
nativas siempre hay, a pesar de los arduos esfuerzos –e
incluso posibles peligros– que aguardan a quienes em-
prenden la lucha por conquistarlas.

A modo de cierre
En las últimas décadas se ha observado una tendencia
interesante –que muchos denominan «tercera ola del
29
feminismo»– de militantes jóvenes que retoman cier-
tas reivindicaciones básicas de la segunda ola: la lucha
contra el acoso sexual y la violencia de género, las li-
bertades sexuales en general, la distribución y la orga-
nización social de los cuidados familiares o la crítica a
normas persistentes sobre las relaciones de género. Las
activistas de la tercera ola abordan los viejos temas con
nuevas formas de praxis, desde el uso de redes sociales
hasta prácticas más o menos festivas de resignificación,
como la SlutWalk o «Marcha de las Putas» (17). Lo más
interesante de estas nuevas formas de praxis es la de-
terminación de establecer lazos con una amplia red de
actores y grupos de acción que luchan por la justicia so-
cial. En esta renovada praxis feminista, los reclamos clá-
sicos del movimiento (que en sí mismos podrían alejar
a algunas jóvenes por los éxitos del feminismo o por la
mala reputación que lo pinta como un rejunte de mu-
jeres que se victimizan y odian a los hombres) se plan-
tean en el marco de nuevas alianzas, que incluyen movi-
mientos estudiantiles o activistas contra el consumismo
y la precarización. Estas alianzas no implican necesaria-
mente la búsqueda de otros grupos feministas –o siquie-
ra de otros grupos de mujeres– para forjar o promover
un movimiento feminista mundial, sino que responden
a la intención de ponerse en contacto con el conjunto
general de movimientos nacionales, regionales y mun-
diales centrados en diversos reclamos en el marco de
la justicia social. De esta manera, las reivindicaciones
feministas se dispersan (por expresarlo positivamente)
o se descentran (por expresarlo negativamente). Hacer
hincapié en el primer término, que implica aplaudir y
fomentar la dispersión, o subrayar el segundo, proble-
matizando el descentramiento, es una cuestión de pre-
ferencias y prioridades políticas. Lo que sí parece haber
quedado en claro es que si el feminismo quiere atraer a
las nuevas generaciones no debe quedarse atrincherado
en sus prácticas anteriores, sino sumarse a la tercera ola.
Si a la luz de estas consideraciones optamos por to-
mar en serio lo que nos enseñan las teóricas feministas
poscoloniales, interseccionales, socialistas y de la ter-
30
cera ola, hay al menos cuatro cosas que debemos tener
presentes.
En primer lugar, un feminismo político que lucha por
mejorar el futuro del mundo no puede encerrarse en una
estrategia única, sino que debe conceptualizarse como un
movimiento amplio que articule las batallas contra las di-
ferentes facetas que puede adquirir la injusticia de géne-
ro: políticas, culturales y socioeconómicas. Esto requiere
emprender un esfuerzo colectivo para comprender cues-
tiones ligadas a la interseccionalidad, que debería tradu-
cirse en la disposición a aceptar la diversidad de actores,
intereses y objetivos. En segundo lugar, las coaliciones y
los enlaces entre estos feminismos políticos y otros gru-
pos que integran el colectivo de movimientos por la jus-
ticia social deben considerarse un avance. Este principio
incluye esferas y ámbitos que eran ajenos a los clásicos
movimientos de mujeres: por ejemplo, los sindicatos y
algunos partidos progresistas del Sur global que suelen
tener un perfil androcéntrico. Aún queda por ver cuál es
la mejor manera de fomentar los enlaces. Esta cuestión
reviste particular importancia cuando se trata de actores
externos a los movimientos feministas, cuyas agendas
hasta ahora han sido no solo ajenas al feminismo, sino
además impugnables desde una perspectiva feminista.
Un buen ejemplo son los sindicatos que priorizan las lu-
chas en favor del salario familiar, ya que el salario familiar
estabiliza la noción de familia tradicional sostenida por
un proveedor masculino heterosexual. Mejores perspec-
tivas se vislumbran para los enlaces con sindicatos que
ponen de relieve las luchas por los empleos universales
de medio tiempo, en aras de posibilitar una combinación
mucho más eficaz del trabajo asalariado con los cuidados
familiares, la militancia política u otras actividades para
todas las personas.
En tercer lugar, el feminismo político debe trabajar en
la formulación de alternativas al neoliberalismo y mante-
nerse alerta para evitar todo riesgo de entrar en el juego
del razonamiento neoliberal o de servir a sus procesos de
reestructuración. Además, en una era de redes que amol-
dan su cosmovisión a las circunstancias cambiantes, se
31
necesita un «feminismo fluido», es decir, un feminismo
que sea adaptable a los cambios de la sociedad sin renun-
ciar a su propia esencia, e interpretable en diferentes nor-
mas culturales y contextos políticos, si es que no proviene
ya de diversos contextos locales. El feminismo político
también debe ser capaz de atraer un amplio apoyo po-
pular y de cambiar las culturas políticas que subordinan
la democracia a la lógica del capitalismo y los mercados
desregulados, o bien que la ponen en peligro debido a
otros factores de la dominación autocrática.
Por último, dado el espíritu netamente transnacio-
nal del nuevo sistema capitalista, el feminismo siempre
debe buscar conexiones globales al determinar las cau-
sas de las injusticias pasadas y presentes en materia de
género, así como las posibilidades de cuestionar –o bien
combatir– esas causas y sus efectos. Una senda posible
es la (re)politización del movimiento feminista trans-
nacional y la creación de una visión de justicia que esté
inserta en una nueva utopía práctica. Los riesgos no son
menores, sin duda. Pero tampoco existe una alternativa
mejor. u
1. Patricia Hill Collins y Valerie Chepp: «Intersectionality» en Georgina
Waylen, Karen Celis, Johanna Kantola y S. Laurel Weldon (eds.): The Oxford
Handbook of Gender and Politics, Oxford University Press, Oxford, 2013, p.
57 y ss.
2. M. Castells: La era de la información. Economía, sociedad y cultura, 3 vols.,
Siglo xxi, Ciudad de México, 1990-1999.
3. L. Boltanski y É. Chiapello: El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, Madrid,
2002.
4. N. Fraser: Fortunas del feminismo. Del capitalismo gestionado por el
Estado a la crisis neoliberal, Traficantes de Sueños / Instituto de Altos
Estudios Nacionales del Ecuador, Madrid-Quito, 2015, p. 245.
5. Ibíd.
6. Ibíd., p. 260 y ss.
7. Ver Sonia E. Alvarez: «The Latin American Feminist ngo ‘Boom’» en
International Feminist Journal of Politics vol. 1 No 2, 1999; Islah Jad: «The
ngo-isation of Arab Women’s Movements» en ids Bulletin vol. 35 No 4;
Verónica Schild: «Empowering ‘Consumer-Citizens’ or Governing Poor
Female Subjects? The Institutionalization of ‘Self-Development’ in the
Chilean Social Policy Field» en Journal of Consumer Culture vol. 7 No 2,
2007.

32
8. N. Fraser: «How Feminism Became Capitalism’s Handmaiden – And How
to Reclaim It» en The Guardian, 14/10/2013.
9. Jaffar Ahmed y Zaffar Junejo: Social Contract in Pakistan, fes, Islamabad,
2015.
10. Rubina Saigol: Feminism and the Women’s Movement in Pakistan: Actors,
Debates and Strategies, fes, Islamabad, 2016.
11. Boaventura de Sousa Santos (ed.): Democratizing Democracy: Beyond the
Liberal Democratic Canon, Verso, Londres-Nueva York, 2005; Jean Comaroff
y John L. Comaroff: Theory From The South: Or, How Euro-America Is
Evolving Toward Africa, Paradigm, Boulder-Londres, 2012.
12. C.T. Mohanty: Feminism Without Borders: Decolonizing Theory,
Practicing Solidarity, Duke University Press, Durham-Londres, 2003, p. 230.
13. Ibíd., p. 231.
14. Ibíd., p. 231 y ss.
15. G. Sen y C. Grown: Desarrollo, crisis y enfoques alternativos. Perspectivas
de la mujer en el Tercer Mundo, piem, Ciudad de México, 1989.
16. En octubre de 2015, fes Pakistán organizó un taller regional sobre
feminismo político con expertas y activistas de Bangladesh, China, Alemania,
la India, Indonesia, Tailandia y Pakistán. Cuando finalice con los estudios
sobre actores, discursos y estrategias feministas locales, fes planea establecer
un proyecto regional de feminismo político.
17. Rebecca Walker: «Becoming the Third Wave» en Ms., 1-2/1992, p. 39 y
ss.; R. Walker (ed.): To Be Real: Telling the Truth and Changing the Face
of Feminism, Anchor, Nueva York, 1995; Barbara Findlen (ed.): Listen Up:
Voices from the Next Feminist Generation, Seal Press, Seattle, 1995; Leslie
Heywood y Jennifer Drake (eds.): Third Wave Agenda: Being Feminist, Doing
Feminism, University of Minnesota Press, Minneapolis-Londres, 1997; Laurie
Penny: Unspeakable Things: Sex, Lies, and Revolution, Bloomsbury, Londres,
2014.

I.K. y P.K.

33
VIOLETA INCONCUSA

(O Violeta y el feminismo)
por Ana María Devaud Oberreuter*

Inconcusa: firme, sin duda ni contradicción; una


característica marcada en la personalidad de Violeta Parra,
y a la vez una cualidad y herramienta indispensable para
navegar contra corriente en una sociedad donde los decretos
culturales están lejos del resuelto paso de esta mujer hacia el
propósito de su existencia. Nada puede aplastar su personal
visión del arte, la vida, el amor o la muerte: una última
rebeldía frente a la indiferencia.

Violeta no es feminista, pero es el feminismo en la acción


diaria y cotidiana. En casi todo escrito, declaración, poesía,
música o comentario, manifiesta su deseo de insurrección
ante el autoritarismo, las reglas injustas, la educación for-
mal, el arte formal, la maternidad y el amor. Lo privado se
hace público a través de su arte.

La odié con todas mis ganas


Nace el 4 de octubre de 1917, inserta en una familia exten-
sa y pobre, con una madre costurera de quien aprende el
arte de coser, bordar y sobrevivir; y con un padre profesor
que inculca en sus hijos una educación fecunda. Es una
sociedad donde la belleza, el matrimonio y las culpas son

*(Ana Ciudadana) Escritora y guionista. Artículo publicado en la edición chilena de Le


Monde Diplomatique, octubre de 2017.
35
las naturales cargas para una “niña”. Una maleta llena de
“deberes” casi imposibles de eludir. Pero es su propia voz,
a través de sus creaciones, la que nos va mostrando cómo y
en qué momento se duele de los golpes en su esqueleto, y
también su forma de esquivarlos con gracia cuequera.
Cuando Violeta recién entraba a la escuela, con sus seis
años justitos, Belén de Zárraga, la famosa feminista espa-
ñola, había visitado Chile y hacía tres años se había forma-
do la Liga de Mujeres Libre pensadoras de Valparaíso. El
derecho a voto se vislumbraba en el horizonte lejano y los
derechos ciudadanos de Violenta, como le decía Nicanor,
estaban en barbecho.
El entusiasmo de Violeta por la escuela, dura unos pocos
pasos. Tiempo después reconoce que el tranco alegre y
entusiasta del comienzo se haría cada día más lento y
sombrío por el asedio de sus compañeras debido a su piel
marcada por la viruela, y las restricciones impuestas a una
creatividad que ya empezaba a dar signos de un verdadero
estallido.
La escuela será entonces el primer lugar distinto a su
entorno familiar, donde se empieza a confeccionar -con
retazos de dolores y rebeldías- la Violeta inconcusa. Es en
este espacio donde se concentran los símbolos que deberá
enfrentar durante su vida; es la reproducción en miniatura
de una sociedad donde la discriminación, la pobreza y el
autoritarismo se viven profundamente.

Mejor ni hablar de la escuela:


la odié con todas mis ganas,
del libro hasta la campana,
del lápiz al pizarrón,
del banco hast’ el profesor.
Y empiezo ’amar la guitarra
y donde siento una farra
allí aprendo una canción.
(Décimas. 1957-58).

36
A Santiago se ha dicho
En 1932, por motivación de su hermano Nicanor, ingresa a
otra escuela, la Escuela Normal. Nuevamente las ganas de
crear superan ampliamente las posibilidades de una edu-
cación, donde la creatividad es rápidamente “enrielada”
hacia cauces repetidos y tradicionalistas, que impiden avi-
zorar más allá de los límites de un pobre esquema. Cuan-
do el color o la forma se salen del molde, las aplastantes
calificaciones terminan (hasta el día de hoy), por apagar
los entendimientos. Pero en este caso “el Dios de los cielos”
dota a Violeta de un arma eficaz: su seguridad, aquella
posesión que le permite exigir respeto y plantarse frente
a un mundo hostil o tratar de tú a ciertas autoridades con
injustificables cintas en la cabeza.
Dando la batalla, comienza su recorrido por el Santiago
de los años 30. Efectivamente, Violeta se hace parte de un
mundo donde la guitarra y el vino se convierten en el aula
de una juvenil música y poeta. Con sus hermanos van a los
bares de barrio e interpretan boleros, rancheras y corri-
dos mexicanos. Más tarde canta flamenco, recorre el país
como “Violeta de Mayo” y gana un concurso en el Teatro
Baquedano.
Y así va bordando una existencia dedicada a buscar las
respuestas en las observaciones propias. Pronto la seduce
aquel folclore descubierto en los campos; se vuelve su gran
amor y le dedica su vida. La experiencia y sabiduría de las
personas con las que se encuentra pasan a formar parte de
sus saberes, de sus “díceres” (expresión que ocupa en lugar
de “decires”) y se convierten en fuente de inspiración. Para
Violeta no existe la sociedad del mutuo elogio ni la auto-
complacencia; se vincula al ser humano y la naturaleza,
tantas veces más sabios.

El infierno del matrimonio


El camino continúa sobre una tierra que aún no corres-
ponde a su talento. En 1938 se casa con Luis Cereceda y
en 1948 se separa, para casarse, al año siguiente, con Luis
Arce. Dos matrimonios de los que nacen: Isabel, Ángel,
Carmen Luisa y Rosita Clara. Estas experiencias serán
marcadoras y dolorosas, casi tanto o más que la viruela de
37
sus días de infancia. En sus décimas se refiere a este aspec-
to de su vida, casi como un trance tortuoso.

El hombre es una muralla


de piedras omnipotente.
¿Por qué tu cuerpo consiente
los golpes de tal martillo?
Quien lo maneja es un pillo
criado en los callejones,
palabras de maricones
y sangre de vinagrillo. (Op.cit.).

También con sus propias palabras nos muestra el


mecanismo de este proceso, reconocido por el feminis-
mo como “el amor romántico”: una demoledora entele-
quia patriarcal que la hace sucumbir muchas veces con
resultados diversos. Una construcción cultural que ella
explicita y resume en seis líneas magistrales.
Me jura por el rosario
casorio y amor eterno;
me lleva muy dulce y tierno
atá’ con una libreta,
y condenó a la Violeta
por diez años de infierno.

Pero la seguridad y pasión por su objetivo la hacen ger-


minar dolorosamente de estos trances temporales.

“A los diez años cumplí’os


por fin se corta la güincha,
tres vueltas daba la cincha
al pobre esqueleto mío,
y p’ salvar el sentí’o
volví a tomar la guitarra...” (Op.Cit).

La madre y las culpas


Nuevamente la visión propia de este aspecto de su vida
difiere de los cánones tradicionales y así lo han testimonia-
do sus propios hijos e hijas. Con la perspectiva del tiempo,
intentamos observar a Violeta frente a este desafío. Violeta
38
quisiera, pero no está libre de su contexto histórico y sin
duda es parte del sistema que combate. La muerte de su
hija Rosita Clara mientras estaba de gira, la sume en una
fuerte depresión que quizá nunca superó. La artista es
objeto de críticas, no así su marido, quién quedó a cargo
de la niña de pocos meses, mientras ella realizaba una exi-
tosa gira por Europa. Pero a pesar del dolor, no sacrifica su
vocación e incorpora a hijas e hijos a sus actividades, ensa-
ya, canta y viaja con ellas y ellos.

La carpa y la parca
En 1967, en La Reina, las culpas, penurias y el desamor vola-
ban con el soplo invernal de la cordillera. La carpa se llovía
por todas partes, mientras Violeta con los pies en el barro
y uno que otro asistente, cantaba con su guitarra y un vino
navegao para entrar en calor. Llegó el verano, pero no la
luz, ni claridad. Solo sobrevivieron las causas perfectas, y
propias de una sociedad patriarcal, para llevar a una mujer
creadora, pero cansada de “batallar”, a un final sin salida. Es
complejo discernir un motivo único. Es complejo precisar
esa sensación de disgusto que se ancla desde los primeros
momentos, en el mundo de las mujeres, en forma de exigen-
cias y discriminaciones naturalizadas e invisibles. Antes de
pegarse un tiro en la sien, escribió una carta que muy pocos
conocen, y que se encuentra en poder de su hermano Nica-
nor. Dicen que no deja títere con cabeza.
Finalmente, es en el ballet El Gavilán, una de sus obras
máximas, donde Violeta, precisamente, hace una síntesis de
los símbolos y el significado de un sistema aplastante pero
aún vigoroso. Ella dice:
“El tema de fondo es el amor. El amor que destruye casi
siempre, no siempre construye. El gavilán representa el hom-
bre, que es el personaje masculino y principal del ballet. La
gallina representa a la mujer y que es el personaje, también
de primer orden, pero el personaje sufrido, el que resiste todas
las consecuencias de este gavilán con garras y con malos sen-
timientos, que también sería el poder, como dijiste tú, y el
capitalismo, el poderoso” u

A.M.D.O.
39
El debate sobre el trabajo sexual

¿Legalizar o prohibir la prostitución?


por William Irigoyen*

El 1 de enero de 1999, Suecia se convirtió en el primer país


en penalizar la compra de servicios sexuales en nombre de la
lucha contra la violencia ejercida sobre las mujeres, mientras
que otros, como Alemania en el 2001, elegían legalizar los
prostíbulos. Quince años de distancia permiten observar los
efectos de estos dos enfoques opuestos sobre la prostitución.

La luz rasante del atardecer inunda la localidad de


Tyreso, uno de los veintiséis municipios de la provincia
de Estocolmo. Sentada en la terraza de su pabellón, Pye
Jakobsson disfruta un momento más de la clemencia
del cielo: “Ellos ganaron y yo perdí. Voy a dejar este país
a fin de mes para instalarme en alguna parte del sur de
Europa, donde la legislación es diferente”, anuncia con
calma esta mujer de 48 años, vocera de Rose Alliance.
Esta organización, fundada en Suecia en el 2003, tiene
la misión de defender al conjunto de las “trabajadores
sexuales”, expresión que Jakobsson justifica del siguien-
te modo: “Hay trabajo desde el momento en que hay una
actividad remunerada”. Seguir con la prostitución en
Suecia, según ella, conduciría a exponerse aún más a
los peligros de la clandestinidad.

*Periodista. artículo publicado en la edición chilena de Le Monde Diplomatique, marzo


de 2017.
Traducción: Víctor Goldstein
41
En 1998, los diputados decidieron cambiar de enfoque,
en nombre de los principios que florecieron en los años
70 y que siempre fueron la base de la sociedad sueca. En
primer lugar figura la igualdad hombre-mujer, noción
incompatible, estimaron los legisladores, con la prác-
tica de relaciones remuneradas. El dinero impone una
obligación; los consumidores que pagan por un servicio
sexual —generalmente hombres— someten a los vende-
dores —generalmente mujeres—. Tomando nota de este
desequilibrio, el Parlamento decidió dotarse de una ley
que obligara a los clientes a cambiar sus comportamien-
tos duraderamente y que llevara de facto a las prostitutas
hacia otras actividades.
La ley se inserta en un arsenal muy represivo. Por
ejemplo, un propietario privado o un hotelero no puede
alquilar su bien a prostitutas si no quiere verse acusa-
do de proxenetismo. Según la vocera de Rose Alliance,
el dispositivo que entró en vigor en enero de 1999, es de
clara inspiración luterana: “Se sigue pensando que las
trabajadoras sexuales son unas traidoras que alejan a los
maridos de sus esposas”.
Estas palabras, que hacen eco a la crítica del abolicio-
nismo (1), interpelan directamente a los poderes públi-
cos a los que la abogada canadiense de origen sueco
Gunilla Ekberg se asoció en el momento de la elabora-
ción de la ley. Cuando se invoca la religión, ella responde
categóricamente: “No tiene nada que ver con este asunto.
En cambio, sí tenemos principios basados en la ética. Si
queremos vivir en una sociedad en la que los hombres y
las mujeres tengan las mismas oportunidades y los mis-
mos derechos, entonces hay que erradicar la violencia que
los primeros infligen a las segundas”.
Esta especialista de la prostitución y del tráfico de seres
humanos explica que en treinta y cinco años de activi-
dad, nunca conoció a una mujer que se dedicara volun-
tariamente y con placer a las relaciones sexuales remu-
neradas: “Esta actividad no se elige. Hay una historia de
violencia, de drogas, de pobreza detrás del recorrido de
cada prostituta. La industria del sexo genera opresión. En
Suecia, país de tradición socialdemócrata, sabemos lo que
42
esa palabra significa”. En su opinión, este es el motivo por
el cual el país decidió modificar la ley y abordar esta cues-
tión desde un ángulo político: “¿Es coherente tener hoy en
Europa personas de izquierda que defienden los derechos
de los trabajadores mientras adoptan posiciones neolibe-
rales cuando se trata de legislar sobre la prostitución?”.
Según un estudio del 2014, el 72% de los suecos (85%
mujeres y 60% hombres) está a favor de la prohibición de la
compra de servicios sexuales (2). Pero, ¿esto significa que
la ley probó su eficacia? La prostitución sigue siendo un
fenómeno difícil de abordar. Según la Coordinación Nacio-
nal de Lucha contra el Tráfico de seres humanos en Sue-
cia, la prostitución callejera sólo implicaba en 2014 a entre
200 y 250 mujeres, mayoritariamente extranjeras, contra
650 en 1995 (3). Sin embargo, la página de la radio pública
sueca (4) revelaba en el verano del 2016 un aumento de la
prostitución en Malmo, tercera ciudad del país tras Esto-
colmo y Goteborg: se contabilizó a cuarenta y siete muje-
res en las calles, siete más que en el 2014. Y esta tendencia,
siempre según la misma fuente, debería confirmarse este
año. Para Ekberg, el problema no es la ley de 1999 sino su
aplicación: “Seamos honestos: no se puede cambiar todo
en veinte años. Suecia es actualmente el país de Europa con
menos tráfico de seres humanos. Pero esto no quiere decir
que la ley se aplique correctamente en todo el país”.
Al interrogarlas en el marco de la lucha contra la trata,
a las prostitutas suecas se les propone un programa de
salida. Pero sus colegas extranjeras pueden ser expulsa-
das inmediatamente. Si, tras un mes de reflexión, acep-
tan cooperar, pueden obtener un permiso de residencia
de seis meses y recibir una ayuda social. En caso de que
el estudio de su caso lleve más tiempo, se les puede otor-
gar seis meses suplementarios. Durante este período, tie-
nen la posibilidad de estudiar o de buscar otro trabajo:
“Atención: todo esto es temporario. Una vez que se cierra
el caso, le corresponde a la justicia decidir si pueden que-
darse y obtener una autorización de residencia perma-
nente”, precisa Kajsa Wahlberg, comisaria de policía e
informante oficial sobre el tráfico de seres humanos por
cuenta del gobierno.
43
La reinserción de las prostitutas es una de las treinta y
seis medidas de un vasto programa adoptado en julio del
2008 y al cual el gobierno destinó el equivalente a 20 millo-
nes de euros (5). Según la comisaria, este plan muy ofen-
sivo redujo drásticamente la captación de clientes visible.
Pero reconoce también que: “Con Internet, la prostitución
dejó la esfera pública. La oferta de servicios sexuales está en
constante aumento en los salones de masaje, de manicura
y en las peluquerías”. La persecución activa de los clien-
tes, que se hizo posible gracias a una red de informantes,
cambió de terreno en pocos años. En el transcurso de los
últimos ocho años, la cantidad de anuncios en Internet se
multiplicó por veinte. Esta progresión parece seguir la evo-
lución de la red, pero no está relacionada con un aumento
de la cantidad de individuos implicados.
Según Wahlberg, la policía detiene, en promedio, a
quinientos hombres por año, una cifra más o menos
constante. Una vez detenidos, los contraventores se
exponen a una pena que va desde una simple multa
hasta un año de prisión. La multa, que se calcula en fun-
ción de los ingresos, puede llegar a los 350 euros para un
desempleado o, caso extremo, a ciento cincuenta días de
salario para una persona en actividad.
Para que no reincidan, los clientes pueden recibir
acompañamiento terapéutico. La ciudad de Goteborg
puede jactarse de su experiencia en la materia. En 1997,
antes de que el Parlamento votara la ley sobre la pros-
titución, se creó el programa Köpare Av Sexuella Tjäns-
ter (KAST, “los compradores de servicios sexuales”) que
trató a más de mil pacientes. Para intentar terminar
con su dependencia a las relaciones remuneradas, los
pacientes acuden por voluntad propia. Los consumido-
res de servicios sexuales reciben ayuda para llegar al ori-
gen del traumatismo familiar que sería “siempre la causa
de este comportamiento”, según Maïa Strufve, terapeuta
familiar de formación, que trabaja en estrecha colabo-
ración con la municipalidad en calidad de agente de la
protección social. Las sesiones, generalmente semana-
les, duran aproximadamente una hora y se extienden
durante dos años y medio en promedio.
44
Acompañamiento social
“Muchos pacientes dicen que se sienten más libres de
hacer algunas cosas con las prostitutas que con sus pare-
jas. Afirman que escapan a una forma de presión”, explica
esta trabajadora social. Por lo tanto, no aconseja recu-
rrir a la psicoterapia de pareja, que “nunca dio buenos
resultados en la materia y suele conducir a una crisis. No
obstante, los hombres que vienen a vernos primero necesi-
tan ser escuchados y recibir consejos”. Al estar solos en el
consultorio, los clientes se expresan con mayor facilidad.
Suelen estar incómodos al contar su primer encuentro,
que casi nunca califican como una experiencia excitan-
te. Además del acompañamiento social, las prostitutas
pueden recibir ayuda terapéutica. En el espíritu de la
ley de 1999, debe hacerse todo lo posible para llevarlas
a cambiar de actividad profesional y no para mejorar
sus condiciones de trabajo. Apoyándose en un trabajo a
largo plazo, Strufve se jacta de haber podido contribuir a
reducir la prostitución, aunque no puede brindar datos
cuantificables.
En el 2010, la magistrada más importante del país,
Anna Skarhed, emitió un informe muy favorable a la
penalización, que permitiría impedir que los clientes
reincidieran y que el crimen organizado se instalara.
Pero Susanne Dodillet, investigadora en la Universidad
de Goteborg, reclama otro tipo de asesoramiento, porque
el Estado, según ella, sería juez y parte: “No deja que nin-
guna personalidad crítica evalúe la ley de manera inde-
pendiente”, denuncia. Según ella, las prostitutas nunca
fueron escuchadas. Esto fue formalmente desmentido
por Ekberg.
Nacida en Alemania, Susanne Dodillet se instaló en
Suecia a los 21 años. Cuando llegó, comprendió que el
feminismo que ella reivindicaba difería del de las estu-
diantes suecas: “Había un desfasaje cultural. Yo pensaba
que mis amigas eran de izquierda. Pero defendían la ley y
hasta calificaban los actos sexuales remunerados de ‘vio-
lación’”. En nombre de la libertad individual, la universi-
taria denuncia la penalización del cliente, pero también
un arsenal de leyes que prohíben, por ejemplo, que las
45
prostitutas ofrezcan asistencia bajo pena de ser acusadas
de proxenetismo. Finalmente, lamenta que los legislado-
res tengan, desde la sanción de esta ley, el sentimiento
de pertenecer a un país “moralmente ejemplar”.
Contrariamente, la psicóloga alemana Ingeborg Kraus
milita activamente a favor de la importación de las leyes
suecas en su país y de la ratificación de la Convención
Internacional de 1949 para la represión de la trata de
personas y de la explotación de la prostitución ajena.
Iniciadora del manifiesto de los psicotraumatólogos ale-
manes contra la prostitución, le escribió a la canciller
Angela Merkel para denunciar las consecuencias de la
legalización de los prostíbulos en el 2001 (6), que habría
alentado fuertemente la demanda: “El ‘modelo alemán’,
lejos de protegerlas, resultó ser ‘el infierno en la tierra’
para las mujeres […] Puede observarse una industriali-
zación de la prostitución, con un ingreso total estimado
en 14.600 millones de euros y 3.500 burdeles declarados
oficialmente”, escribe en otro artículo (7). Algunos de
estos establecimientos, como el Pascha Club, en Colo-
nia, se convirtieron en grandes lugares de la industria
del sexo. Más de ciento veinte prostitutas trabajan en
esta “institución” que se enorgullece de albergar un
“Eros Center del sexo barato, un prostíbulo tradicio-
nal más confortable y con tarifas más elevadas, un piso
reservado a los transexuales, una discoteca con acompa-
ñantes y un hotel”.
Estas empresas, que siempre buscan la competiti-
vidad, llegan a proponer paquetes: “comida, alcohol,
masaje tailandés, una o varias chicas, todo durante tres
horas, por la módica suma de 50 euros (8)”. Un desastre
humano, según Kraus, que cita un estudio del 2008: “El
sesenta y ocho por ciento de las mujeres en situación de
prostitución presentaba síntomas de estrés post-traumá-
tico de una intensidad similar a la de los ex combatientes
o a la de las personas torturadas. Pueden desarrollarse
otros trastornos: todo tipo de angustias, diversas depen-
dencias, trastornos afectivos como la depresión o la bipo-
laridad, dolores psicosomáticos, trastornos de la persona-
lidad, trastornos disociativos, etc. (9)”.
46
Porque lamenta “la inacción de los responsables polí-
ticos” alemanes, Kraus quiere solicitarle a la Comisión
Europea que emita un dictamen contra Alemania por
incumplimiento de la Carta de los Derechos Fundamen-
tales, que garantiza la “integridad de la persona” y la
“prohibición de tratos degradantes”. Quiere que se reco-
nozca que la prostitución está en total contradicción con
los valores de la Unión Europea. En 2014, el Parlamento
Europeo votó varias preconizaciones, entre las cuales se
encontraba la aplicación de la sanción contra los clien-
tes, pero se trataba de una resolución no obligatoria.
Fuera de la Unión Europea, Noruega e Islandia ya siguie-
ron a Suecia en el 2009. En el seno de la Unión, sólo
Irlanda del Norte (en 2015) y Francia (en 2016) modifi-
caron sus leyes. Pero el ejemplo sueco muestra que no se
puede esperar que la ley haga todo, y que la lucha contra
la prostitución se inscribe en un trabajo a largo plazo,
con un acompañamiento social duradero. u
1. Cf. Lilian Mathieu, « On ne se prostitue pas par plaisir », en « Femmes, la
guerre la plus longue », Manière de voir, n° 150, diciembre de 2016 – enero de
2017, y Prostitution, quel est le problème?, Textuel, Paris, 2016.
2. Y sólo el 48% está a favor de la penalización de la venta de servicios
sexuales. « The extent and development of prostitution in Sweden »,
Estocolmo, octubre de 2015, www.lansstyrelsen.se
3. Ibid.
4. “Street prostitution on the rise in Malmö”, Sverige Radio, 4 de agosto de
2016.
5. “Against prostitution and human trafficking for sexual purposes”, informe
del Ministerio de la Integración y la Igualdad de géneros, Estocolmo, 2009.
6. Los prostíbulos fueron también autorizados en Holanda y en España «
Rapport d’information sur le renforcement de la lutte contre le système
prostitutionnel », Assemblée nationale, 17 de septiembre de 2013.
7. Ingeborg Kraus, « Lettre à ONU Femmes », 15 de octubre de 2016, www.
trauma-and-prostitution.eu
8. « Prostitution, des forfaits “tout compris” à 50 euros », emisión « Avenue de
l’Europe », France 3, 13 de enero de 2016.
9. Ingeborg Kraus, « La prostitution est incompatible avec l’égalité hommes-
femmes », ww.trauma-and-prostitution.eu

W.I.

47
Sexismo y discriminación por edad en las mujeres

Politizar el cuerpo que envejece


por Juliette Rennes*

¿Por qué las mujeres mienten más que los hombres en


relación a su edad? A partir de esta pregunta aparente-
mente anodina, Susan Sontag explora, en 1972, lo que
ella denomina la “doble pauta sobre la progresión de la
edad (1)”. Sontag señala que, en materia de seducción,
coexisten dos modelos masculinos, el “hombre joven”
y el “hombre maduro”, contra uno solo del lado femeni-
no: el de la “mujer joven”. Tanto es así, que en especial
en las clases medias y altas, se admite que una mujer
gaste una energía creciente (y si puede, dinero) en tratar
de conservar su imagen juvenil. Pero la desvalorización
de las mujeres a medida que envejecen no se debe solo
a su distanciamiento de los modelos de belleza basados
en la hipervaloración de la juventud. También se debe al
liso y llano aumento de la edad, que tiende a menguar
sus posibilidades de ser más jóvenes que sus potencia-
les parejas. Esta norma de la diferencia de edad, permite
que algunos hombres tengan una descendencia tardía, o
les garantiza recibir cuidados de una compañera mejor
dispuesta, cuando se vayan poniendo viejos. Dirigiéndo-
se a las mujeres, Sontag señala lo que podrían ganar si
“dijeran la verdad”, si “dejaran ver en su cara la vida que

*Socióloga. artículo publicado en la edición chilena de Le Monde Diplomatique, marzo


de 2017.
Traducción: Patricia Minarrieta
49
vivieron”; si se emanciparan de las normas que hiperva-
loran la juventud.
En el momento en que se publica ese texto, el movi-
miento feminista norteamericano y europeo occiden-
tal está en plena efervescencia. Sin embargo, la visión
feminista de la edad y el envejecimiento no deja de ser
marginal, en la década de los 70. Las reivindicaciones se
centran en el control de la fecundidad, el trabajo, la liber-
tad de movimientos o la de vivir su propia sexualidad.
En Francia, recién en los años 2000, surgen análisis que
establecen un vínculo entre sexismo y discriminación por
edad. Benoîte Groult y Thérèse Clerc, ambas desapareci-
das en 2016, a las edades de 96 y 88 años respectivamen-
te, son dos de esas pensadoras y militantes que intenta-
ron politizar su propio envejecimiento, desde una óptica
feminista.

Casa de las mujeres


Benoîte Groult era hija de empresarios ricos y liberales,
vinculados a los ámbitos parisinos del diseño y la moda.
Thérèse Clerc, por su parte, pertenecía a la pequeña bur-
guesía comerciante, católica y tradicional. Licenciada
en letras, Groult es docente y luego periodista, mientras
Clerc, que hizo una formación de modista, se convierte
en ama de casa. Pero años después, ambas describieron
la primera fase de su vida como un período marcado por
el peso de las actividades domésticas y maternales (la
primera tuvo tres hijos y la segunda, cuatro), cierta sole-
dad en la vida cotidiana, una inquietud por la llegada de
nuevos embarazos, que en el caso de Groult, se suma a la
experiencia reiterada de abortos clandestinos. El segun-
do período, definido como un “renacimiento”, se asocia
en gran parte al descubrimiento del feminismo.
Luego de dejar a su marido, a los 41 años Thérèse
Clerc se convierte en vendedora de una gran tienda, para
ganarse la vida. En el contexto del Movimiento de Libe-
ración de las Mujeres (MLF), descubre el placer amoroso
y sexual fuera de los límites de la vida conyugal hetero-
sexual, y se aleja de la religión (2). En Montreuil, donde se
instala con sus hijos, se convierte en figura del feminismo
50
local. En 1997, funda allí un lugar de intercambio femi-
nista y de acogida de mujeres víctimas de violencia, que
en 2016 recibe el nuevo nombre de Casa de las mujeres
Thérèse Clerc.
Por su parte, Benoîte Groult conoce en los años 50 a
su tercer y último esposo, el periodista Paul Guimard,
partidario del feminismo, que la alienta a escribir. Más
adelante, su lectura de las publicaciones vinculadas al
movimiento de las mujeres la impulsa a desmitificar las
normas que rigieron su existencia pasada. En Ainsi soit-
elle (Grasset)(*), publicado en 1975, combina una crítica
de su educación femenina y burguesa con una síntesis
de sus investigaciones sobre la desigualdad de los sexos
en el mundo. Vendido en más de un millón de ejempla-
res, se dirige al menos por igual a las jóvenes militantes
de la generación MLF como a las cincuentonas que en su
mayoría, quedaron afuera del movimiento (3). A los 55
años, Benoîte Groult se propulsa como “feminista de ser-
vicio”, según su propia expresión, y participa en la promo-
ción institucional de los derechos de las mujeres. De 1984
a 1986, preside la comisión de feminización de los nom-
bres de los oficios, los grados y las funciones, y apoya las
luchas por la paridad en la política, en la década de los 90.
Periodista, ensayista, novelista exitosa, adherente al
Partido Socialista, que según las estaciones, vive en su
apartamento de París o en sus casas de Bretaña o Proven-
za, la Benoîte Groult de los años 2000 sin duda no per-
tenece al mismo medio social que Thérèse Clerc. Esta
última vive modestamente en un pequeño apartamento
de Montreuil, y reivindica un pensamiento libertario y de
autogestión. No obstante, su compromiso con la causa
de las mujeres condujo a ambas a analizar a través de ese
prisma su propia vejez.
Desde 1986, Benoîte Groult milita en la Asociación por
el derecho a morir con dignidad, relacionando la lucha
a favor de la eutanasia con las luchas feministas por la
libre utilización del propio cuerpo. Forja una ética a par-
tir de su propia experiencia, procurando objetivar cómo,
frente al envejecimiento y la viudez, tuvo que reinventar,
para preservarla, su relación hedonista con la existen-
51
cia. Hace referencia a su permanente curiosidad por las
transformaciones sociopolíticas del mundo, a su búsque-
da de placeres sensoriales cotidianos, a su apetencia por
el esfuerzo físico, que con el paso del tiempo tuvo que
recomponer y adaptar a las transformaciones de su cuer-
po, así como a un gusto por la contemplación de los pai-
sajes, rurales o marítimos (4).

La experiencia de envejecer
Pero si esta mujer, dotada de una salud de hierro, pudo
imprimir hasta el final su voluntad a sus actividades coti-
dianas y a la elección de sus sitios de residencia, ¿cómo
envejecer cuando uno está impedido de realizar ciertas
acciones habituales? Con más de 60 años, mientras tra-
bajaba y cuidaba a sus nietos, Thérèse Clerc debió aten-
der durante cinco años a su propia madre, gravemente
enferma. Este tipo de pruebas no es inusual para aque-
llos -y sobre todo, para aquellas- que cumplen el papel de
proveedoras (o proveedores) de cuidados, tanto para sus
descendientes como para sus ascendientes. Evitar con-
vertirse a su vez en una carga para sus hijos, fue una de
las motivaciones de Thérèse Clerc, cuando a fines de los
años 90, fundó la Casa de las Baba Yagás. Este proyecto de
un hogar de ancianos autogestionado, basado en la ayuda
mutua y la solidaridad entre sus integrantes, fue conce-
bido para las mujeres de la generación de Thérèse, que
durante mucho tiempo fueron amas de casa o trabaja-
doras a tiempo parcial y disponen de una jubilación muy
modesta. Creada en 2012, la Casa de las Baba Yagás no
corresponde del todo al sueño de su fundadora (la asig-
nación de nuevas viviendas está en manos del provee-
dor de fondos, y no de las residentes), pero se convierte,
con todo, en un lugar de militancia. En particular, alber-
ga la Unisavi, universidad popular que pone en común
las luchas y los saberes relativos a la vejez. Allí se debate
sobre autogestión, economía social y solidaria, feminis-
mo, envejecimiento de los inmigrantes, e inclusive, sobre
sexualidad de las viejas y los viejos.
En un documental de 2005, Benoîte Groult menciona
una experiencia habitual de la persona de edad avanza-
52
da: ella se vio envejecer, primeramente, a través de las
miradas de los otros. Se sentía “igual a sí misma”, o inclu-
so, más enérgica que en épocas anteriores. Pero veía
cambiar la actitud de los demás hacia ella, veía surgir
una suerte de indiferencia o conmiseración, y hasta de
desprecio, apenas velado. Notaba, a través de palabras y
gestos, que dejaba de tener un verdadero lugar en cier-
tos eventos propios de la vida social, e iba cayendo en la
cuenta de que estos se organizaban con unos límites de
edad implícitos. En su entorno, el del mundo literario,
el espectáculo y la política, donde muchos hombres de
su edad tienen como pareja a mujeres mucho más jóve-
nes, empezó a notar también que su imagen envejecida
era una forma de estigma, y que con la misma edad, su
marido podía seguir sustrayéndose a esa vivencia. En su
impotencia de cambiar las reglas de juego, admite que se
hizo un lifting: “No veo por qué las feministas no debe-
rían tener el mismo derecho a los progresos de la medici-
na. (…) La preocupación por la belleza no es en sí misma
antifeminista”, declaró, justificándose (5). Thérèse Clerc
no se movía en el mismo mundo social, y sus arrugas no
parecieron impedirle seducir a hombres y mujeres hasta
una edad avanzada. Sin duda, habría respetado la aspira-
ción de Benoîte Groult de exhibir un rostro que su entor-
no consideraba más agradable. Pero quizá habría añadi-
do que no todas las mujeres tienen los medios financieros
para salvar su piel a golpes de bisturí.
En la Casa de las Baba Yagás, la “belleza”, de ser una
técnica personal y exclusivamente individual que se apli-
ca tras bambalinas, pasa a ser un motivo de intercambio
colectivo. A Thérèse Clerc le interesaban las obras de arte
que muestran cuerpos envejecidos y tenía el proyecto de
organizar un “festival des cannes” (**) donde se presen-
tarían las mejores películas que muestran la vejez. Junto
a varias “Baba Yagás”, participó en una coreografía pro-
vocadoramente titulada “Viejas pieles”, donde se inven-
taban movimientos danzados, anclados en la situación
subjetiva de las personas de edad muy avanzada (6). Se
preguntaba qué ropa, perfumes o joyas serían capaces de
embellecer un cuerpo de mujer anciana, sin que su único
53
objetivo fuera disimular los signos de la edad. En octu-
bre de 2015, coorganizó, junto a alumnos de artes apli-
cadas del liceo Eugénie Cotton de Montreuil, un desfile
de moda cuyas modelos eran las “Baba Yagás”. Vestidos
brillantes, amplios y coloridos, fabricados por los alum-
nos con retazos de corbatas descartadas por mayoristas
del barrio parisino del Sentier, lucidos por mujeres mayo-
res de 80, entre ellas, Thérèse. Con una mezcla de malicia
y capacidad de reírse de sí mismas, simulaban el andar
convencionalmente altivo de las modelos: demasiado
viejas para jugar el juego, aprovechaban para burlarse de
las normas, bajo la mirada seducida y turbada de espec-
tadoras y espectadores de todas las edades.

Boleto vencido
Tradicionalmente, una mujer que no disimula su vejez
y asume que sigue teniendo (todavía) sus deseos, inco-
moda y hasta causa disgusto a más de un hombre. Para
analizar colectivamente esa ansiedad, se necesitan “vie-
jas deseantes (7)” que salgan del armario adonde se las
conmina a permanecer escondidas. Provocadora por sus
acciones militantes, su rechazo de todo eufemismo al
hablar de las miserias de la vejez, sus alusiones explíci-
tas a la sexualidad de las personas ancianas y su entrega
a la voluntad de cambiar el mundo, Thérèse Clerc asumió
el papel de contestataria del orden de las edades. Entre
aquellas y aquellos que eran un poco más jóvenes, logra-
ba destilar, dentro del íntimo desasosiego, una forma de
curiosidad, cuando no de deseo, en relación a esa singu-
lar etapa venidera: la vejez.
Para ella, no se trataba en absoluto de negar el cuer-
po que se debilita, ni el temor de ver que se acerca
el momento del final. Pero mientras Benoîte Groult,
como escritora, buscó dar cuenta lo más fielmente
posible de su experiencia y darle una forma literaria,
la relación de Thérèse Clerc con la vejez fue ante todo
política: ella vio, en esa condición desacreditada, una
situación de privilegio para cuestionar una serie de
normas sociales que constriñen más directamente a
54
los adultos “en la plenitud de la edad”. Ella considera-
ba a la vejez como un momento propicio para desa-
fiar, a través de acciones concretas, la organización
social discriminadora de la vejez, y para cuestionar
estas díadas: actividad/inactividad, rendimiento/vul-
nerabilidad, autonomía/dependencia.
Divulgar esas experimentaciones es, en sí mismo,
un periplo jalonado de obstáculos. En una época en
la que todo está organizado para que una parte de la
población acepte la idea de haber “superado la edad”
de contribuir a la (re)producción de la sociedad y
quizá incluso a su resistencia, sigue siendo necesario
que en sus márgenes, se desarrollen espacios de crí-
tica social receptivos, para aquellas y aquellos cuyo
“boleto ya está vencido (8)”.
(*) Fue publicado en español bajo el título Así sea ella, por editorial Argos Vergara, en
1978.
(**) Juego de palabras intraducible, entre festival de Cannes y festival “des cannes” (en
francés: de los bastones).

1. Susan Sontag, “The double standard of ageing”, The Saturday Review,


Nueva York, 23-9-1972.
2. Cf. Danielle Michel-Chich, Thérèse Clerc, Antigone aux cheveux blancs,
Éditions des femmes, París, 2007.
3. Benoîte Groult, Mon évasion, Grasset, París, 2008 y Une femme parmi les
siennes. Entretiens avec Josyane Savigneau, Textuel, París, 2010.
4. Cf. Catel, Ainsi soit Benoîte Groult. Récit graphique, Grasset, 2013, y
Benoîte Groult, La Touche Étoile, Grasset & Fasquelle, 2006.
5. “Vieillir ou le désir de voir demain”, en Une chambre à elle. Benoîte Groult
ou Comment la liberté vint aux femmes, documental de Anne Lenfant
(2005).
6. Frédéric Morestin y Pascal Dreyer, “’Vieilles peaux’: exploration en terre
utopique”, Gérontologie et société, n° 140, París, 2012.
7. Rose-Marie Lagrave, “L’impensé de la vieillesse: la sexualité”, Genre,
sexualité & société, París, otoño 2011.
8. Romain Gary, Au-delà de cette limite, votre ticket n’est plus valable,
Gallimard, París, 1975.

J.R.

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Libros publicados por la Editorial Aún Creemos en los Sueños

La revolución rusa
¿Hacia una era post nuclear?
Federica Matta. Manifiesto de autoeducación artística
La resistencia zapatista
Reforma agraria
Siria
Recuperar el agua
Nuevo terrorismo
NO+AFP
Mujeres
Los kurdos
Pueblo mapuche y autodeterminación
Otra política es posible
Comunicación y proceso constituyente
El derecho a la rebelión
Desarrollo sustentable
Las drogas de los detenidos
Armamentismo
Teatro internacional
El viaje de los imaginarios en 31 días por Federica Matta
Las dos Coreas
Conspiraciones
Cambio climático
México
Asamblea Constituyente
Derechos Humanos
Manuales escolares
España Podemos / Grecia Syriza
Democratizar las comunicaciones
Estado Islámico
A cambiar el modelo
Que la audacia cambie de lado Serge Halimi
Videojuegos
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Una historia que debo contar por Luis Sepúlveda
Mujeres trabajando
Las batallas por el agua
Allende, la UP y el Golpe
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Migraciones
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Clases medias
Recuperar los recursos naturales
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¿Un planeta sobrepoblado?
Crónicas de Luis Sepúlveda
Le Monde Diplomatique. Más que un periódico
Luis Sepúlveda. Asalto a mano santa
Palestina-Israel
La Crisis del Siglo por Ignacio Ramonet
La condición animal
¿Un mundo sin petróleo?
El Vaticano
El mundo en la Nueva era imperial por Ignacio Ramonet
Salvar el Planeta
Porto Alegre: la ciudadanía en marcha

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