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10/4/24, 12:32 El valor de las emociones | Cuentito

El valor de las emociones

Había una vez un niño llamado Mateo que siempre estaba sonriendo y aparentaba estar feliz todo
el tiempo.

Cuando sus amigos le preguntaban si alguna vez se sentía triste o tenía miedo, él respondía
rápidamente: "¡Para nada! Yo soy muy valiente y nunca me pasa eso". Un día, en la escuela, la
maestra propuso a los niños hacer una actividad en la que tenían que dibujar lo que sentían
cuando estaban tristes o asustados.

Todos empezaron a garabatear en sus hojas con expresiones serias, menos Mateo, quien no
sabía qué hacer. Intentó dibujar una sonrisa grande para disimular, pero por dentro se sentía
confundido.

Al llegar a su casa, Mateo se encerró en su habitación y comenzó a recordar todas las veces que
había sentido tristeza o miedo.

Recordó el día en que perdió a su mascota y lloró sin parar, o aquella noche de tormenta en la que
se escondió bajo las sábanas temblando de miedo. Entonces, se dio cuenta de algo importante:
negar esas emociones no lo hacía más valiente; al contrario, lo estaba haciendo sentir mal
consigo mismo.

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Decidió hablar con su mamá sobre lo que estaba sintiendo y ella lo escuchó atentamente. "¿Sabes
qué, Mateo? Es normal sentirse triste o tener miedo a veces. Todos pasamos por esas emociones
y está bien expresarlas", le dijo su mamá con ternura.

Mateo reflexionó sobre las palabras de su mamá y decidió enfrentarse a sus miedos. Al día
siguiente, en la escuela, tomó un lápiz y comenzó a dibujar lo que realmente sentía en su corazón:
una mezcla de colores que representaban sus emociones.

Sus amigos se acercaron curiosos y él les explicó cómo se había sentido al perder a su mascota y
durante la tormenta. Para sorpresa de Mateo, sus amigos también compartieron sus propias
experiencias de tristeza y miedo.

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"¡Vaya! Nunca imaginé que todos pudiéramos sentirnos así", exclamó uno de sus compañeros.
Desde ese día, Mateo aprendió a aceptar todas sus emociones sin juzgarse a sí mismo. Descubrió
que expresar lo que sentía no era signo de debilidad, sino de valentía y autenticidad.

Y así, con una sonrisa sincera en el rostro, siguió adelante siendo un niño valiente capaz de
enfrentarse a cualquier emoción que la vida le presentara.

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