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VII RAM - UFRGS, Porto Alegre, Brasil - GT 08: Violência Estatal, Indigenismo e Povos Indígenas

Coordenação: Cristhian Teófilo da Silva (UnB, Brasil) e Luís Eugênio Campos Muñoz (UAHC, Chile)

La violencia al denominar.
Un estudio sobre la construcción/desconstrucción del sujeto
indígena urbano por el Estado de Chile.

Luis Campos Muñoz


UAHC, Chile.

En esta ponencia abordo la situación de construcción y desconstrucción del


sujeto indígena urbano por parte del Estado Chileno a partir de un proceso de
reconocimiento / desconocimiento que intenta, dentro de los marcos de las políticas
neoliberales del actual gobierno chileno, acomodar las expectativas de reconocimiento
con intereses partidarios, propaganda proselitista y con las demandas del movimiento
indígena en las ciudades. Todo esto en un contexto de un abierto cuestionamiento a la
existencia de indígenas en las ciudades, ya sea desde el mismo Estado, desde las
comunidades indígenas rurales, desde el mundo académico, político, empresarial y hasta
desde los mismos indígenas organizados en las ciudades.

Me interesa por lo tanto reflexionar sobre los mecanismos de inclusión y de


exclusión que están operando a la hora de definir la identidad, sobre todo cuando se lo
hace desde un punto de vista diferente a la autoadscripción y resaltar la violencia que
está contenida en las condicionantes que se establecen para medir o manifestar la
pertenencia étnica, sobre todo desde el accionar del Estado, si bien también presente
este discursos en varios centros de investigación que ponen todos sus esfuerzos por
llegar a demostrar que los mapuche no existen, que ya desaparecieron o están
plenamente integrados a la sociedad nacional de la cual prácticamente no se distinguen
en nada. (Mascareño, 2007).

Por último, considero necesario abordar el contexto general sobre el cual se


puede entender la presencia indígena en las ciudades y que debería guiar las reflexiones
sobre políticas públicas indígenas en el mundo urbano.
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Caracterización general de la población indígena que hemos


conocido en Santiago.

Según el censo de 2002 la población mapuche que habita en la Región


Metropolitana de Santiago corresponde a 182.963 personas, las cuales se distribuyen
por todas las comunas de la capital, principalmente Peñalolén (10.725), La Pintana
(11.850), El Bosque (6.259), Lo Prado (5.129), La Florida (11.695), Puente Alto
(15.336), Cerro Navia (9.850), Maipú (12.480) y Pudahuel (8.745). Las comunas con
mayor población indígena son, Puente Alto, Maipú y La Pintana, si bien las que
aparecen como históricamente siendo habitadas por mapuche son La Pintana, Peñalolén
y Cerro Navia. (Ine-Mideplan, 2005)

Población Indígena y No Indígena en la R.M. Santiago

No Indígena 5.853.830
Indígena 191.362

La mayor parte de estas comunas corresponden a espacios que fueron en los


años 60 y 70 ocupados por medio de tomas de terreno en las cuales participaron
activamente indígenas, si bien sin una evidente demanda étnicamente diferenciada. En
aquellos tiempos se sumaron a los movimientos de pobladores, en algunos casos
liderándolos, aportando en la creación de los nuevos conglomerados urbanos. No
obstante, su visibilidad indígena fue obscurecida por los procesos altamente racistas y
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discriminatorios vividos en la ciudad siendo el blanqueamiento o el ocultamiento


identitario las mejores formas de enfrentar las marcaciones provenientes de su entorno
cotidiano. Esta población que había seguido las líneas migratorias campo ciudad a lo
largo de todo el siglo XX, se fue estableciendo en la ciudad y sin romper los vínculos
con sus unidades de origen, comenzaron una nueva experiencia de vida marcada por su
disolución como sujetos étnicamente diferenciados en la urbe. (Valenzuela, 2007).

Pueblos Indígenas en R.M. Santiago

Mapuche 182.963
Aymara 2.743
Quechua 1.599
Likan Antai 1.379
Rapa Nui 1.169
Kaweskar 669
Yámana 548
Colla 292

Algunas organizaciones gremiales, vinculadas a trabajos que entonces se


consideraban de indígenas, como empleadas de casas particulares y maestros panaderos,
fueron algunos de los lugares en donde se mantuvo una conciencia étnica que más tarde
se vería reforzada por una activación en la década del 80 de una discurso políticamente
más fuerte que levantaba demandas y reivindicaciones, sobre todo vinculadas a los
procesos de descomunalización de las tierras indígenas decretadas en el gobierno militar
(1979). Esto va a incidir en que se desarrollen amplias respuestas organizativas cuyos
impactos se pueden ver hasta la fecha.
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Población Mapuche Comunas R.M. Santiago

Puente Alto
Maipú
La Pintana
La Florida
Peñalolén
Cerro Navia
Pudahuel
El Bosque
Lo Prado
La Granja
Estación Central

Siendo en los años 80 muy pocas organizaciones, la lógica estatal que promovía
el reconocimiento, la promulgación de la Ley Indígena 19.253 y la incorporación de una
pregunta étnicamente pertinente en los Censo de 1992 y en el 2002, en conjunto con
políticas de transferencia de recursos vía proyectos a las organizaciones existentes en la
ciudad, todas estas medidas van tener el efecto de multiplicar el número de
organizaciones, sobre todo mapuches, sin que necesariamente ello haya significado un
aumento considerable de la cantidad de personas que se movilizaban. Es más, el amplio
universo que en ese entonces podía identificarse como indígena y que mantenía vínculos
permanentes con sus lugares de origen, en su mayoría seguía y sigue sin participar
activamente en las demandas etnopolíticas de su pueblo, no obstante en los censos
respondan afirmativamente con relación a su sentido de pertenencia.

Con demandas sociales y económicas este amplio grupo de población interactúa


con escuelas, servicios públicos, y con la ciudad en general, encontrando muy pocos
elementos que le permitan llevar su conciencia identitaria a un plano político, que les
posibiliten sumarse al trabajo de las organizaciones que hasta el momento llegan a más
de 100. Este amplio número se ha debido principalmente a la lógica de proyectos
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derivada de los esfuerzos estatales por transferir recursos siguiendo la línea de “un
proyecto” por organización, lo que ha obligado a la fragmentación permanente y
continua, no estimulándose en ningún caso el apoyo a la creación de conglomerados
mayores. Más bien la lucha por escasos recursos ha llevado a la división que incluso en
los organizados ha impedido la manifestación de una cara visible y homogénea dentro
de la ciudad, que pueda aunar ciertos objetivos que permitan modificar la situación no
sólo de los organizados, sino también de aquellos que siendo mayoría, no participan de
las organizaciones.

En este contexto la población mapuche que vive en la R.M. de Santiago se


caracteriza por condiciones socioeconómicas más deterioradas con respecto a la
población no indígena, obteniendo
ingresos que en promedio son un
47,7% más bajos que los no
indígenas, lo que estaría planteando
claramente que la pobreza en los
sectores indígenas tiene razones que
se diferencian del resto de la
población nacional y que tiene en su
base la discriminación, el prejuicio y
la estigmatización de la sociedad
envolvente. (Comisión Indígena
Urbana, 2007). En las zonas urbanas
(promedio país) los indígenas en
situación de pobreza ascienden al
27%, siendo que un 21% es pobre no
indigente y un 6% indigentes,
porcentajes bastante más altos que
los de la población no indígena
(18,1% pobre, 13,7% pobre no indigente y 4,4% indigente). (Comisión Indígena
Urbana, 2007). Con respecto a la situación laboral y provisional, también se aprecian
marcadas diferencias con la población no indígena, estableciendo brechas que refuerzan
la idea de una desigualdad estructural fundada en la exclusión étnica y cultural, anclada
en históricas relación de dominación heredadas del sistema colonial y fundada en un
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continuo de raza, color y clase social. (Stavenhagen, 2002). En este sentido los
indígenas tienen tasas de participación en la fuerza de trabajo menores a las observadas
entre los no indígenas y mayores porcentajes de desocupación, no obstante su
participación en la fuerza de trabajo sea mayor. En términos del oficio y de la categoría
ocupacional, los trabajadores no calificados representan el 23,3% de los ocupados.
Oficiales, operarios y artesanos el 20,1% y vendedores de comercio el 13,2%. A lo
anterior se le suma que los ingresos promedio de los trabajadores indígenas son
inferiores a los no indígenas en alrededor de un 30%. La situación previsional indica
que un poco más de la mitad de la población indígena urbana está afiliada a un sistema
previsional. Un tercio está en una AFP, y uno de cada cinco, a pesar de estar afiliado, no
cotiza. (Comisión Indígena Urbana, 2007).

En definitiva, los indicadores presentados configuran una situación ocupacional


precaria para las personas pertenecientes a Pueblos Indígenas, con tasas de participación
altas, pero que evidencian una desocupación mayor, bajos salarios, predominancia de
categorías ocupacionales y oficios que determinan inserciones más débiles en el
mercado laboral y con una baja adscripción y cotización en algún sistema previsional
que garantice una pensión digna en el futuro. (Comisión Indígena Urbana, 2007).

Con respecto a la situación educacional, el analfabetismo en los indígenas


urbanos (4,3%) es casi el doble con respecto a los no indígenas, situación similar con
respecto a los años de escolaridad promedio. Y con respecto a la utilización de lenguas
originarias y participación, en la zona urbana, una de cada tres personas indígenas habla
o entiende una lengua originaria. Asimismo, los hablantes activos ascienden al 11,5%
de esta población. Estos porcentajes no presentan diferencias entre hombres y mujeres.
Con respecto a la participación en la zona urbana uno de cada tres personas participa en
algún tipo de organización (más que los no indígenas), participando específicamente en
grupos de iglesia (15,7%), y en clubes deportivos y recreativos (7,5%). (Comisión
Indígena Urbana, 2007).

Todos estos datos, la mayoría extractados del último informe de la Comisión de


Indígenas Urbanos, apunta a relevar de sobre manera la presencia indígena en las
ciudades, fundamentalmente en la Región Metropolitana de Santiago. No obstante, esta
actitud gubernamental ha levantado las suspicacias de diversas organizaciones que a
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pesar del peso de los datos y por razones más bien políticas, tienden a desmerecer la
situación y a cuestionar el trasfondo posiblemente etnocida de las políticas que se
desarrollarían teniendo estos antecedentes como telón de fondo. Los dardos apuntan a
que la mayor presencia de población urbana, reconocida como sujeto de derecho,
implicaba que hasta el momento se había errado en la aplicación de las políticas
públicas, orientadas fundamentalmente hacia los sectores rurales, en lo concreto, en lo
que respecta al fondo de tierras, la protección legal de la propiedad indígena y el apoyo
en todo término a la población rural. Las suspicacias apuntaban al hecho de que los
mayores conflictos étnicos de los últimos tiempos en Chile precisamente se han dado en
la zona sur del país en donde varias comunidades mapuches se han enfrentado a grandes
terratenientes y a empresas madereras nacionales y transnacionales. En este sentido se
argumenta desde la derecha política vinculada a los capitales propietarios de tierras que
antiguamente eran de los mapuche, que se puede ser indígena en cualquier lugar, que se
debe apoyar las reivindicaciones urbanas, sobre todo pensando que más del 70% de la
población indígena del país vive actualmente en ciudades. Al parecer el esfuerzo de
definir actualmente a los urbanos tendría un trasfondo peligroso que implicaría dejar de
lado las reivindicaciones por las tierras ancestrales y que llevaría a que definitivamente
se descaracterizara aún más la cuestión mapuche.

Algunos elementos para la discusión.

La presencia de indígenas en la ciudad es una situación indesmentible. Aún


cuando se consideren los datos del censo 2002 que redujeron más de la mitad a las
personas que se adscribieron como indígenas, todavía la cifra de casi 200 mil personas
hace que se esté tratando con un volumen suficientemente amplio de población. No
obstante desde varios ámbitos permanecen las visiones orientadas a desconocer su
presencia y a no reconocer su calidad de indígenas.

Es la falta de inclusión de los indígenas en el diseño de las políticas lo que en la


actualidad lleva a la conformación de comisiones y políticas que no responden a la
expectativa generalizada y que se ven como imposiciones de algunos iluminados que
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aún teniendo conciencia de esta situación, continúan con la labor de construcción de


sujetos y políticas a espaldas de los indígenas.

Lo indígena
ha estado vinculado a
la ruralidad que es
vista además como
cuna de aquello más
tradicional y
distintivo de cada
pueblo. Sin dejar de
reconocer ese
vínculo, creo es
necesario ampliar la
forma en que se
entiende a los descendientes de los pueblos indígenas de manera tal de poder ampliar el
número de personas que son objeto de derechos individuales y colectivos por ser
descendientes de los pueblos originarios. Y esto último sigue siendo quizás uno de los
principales escollos para que desde la política pública se amplíe en justicia este
reconocimiento, ya que de ser así, el número de beneficiarios reales del cumplimiento
de los derechos que se deben garantizar a la población indígena crecería de sobre
manera.

Este sujeto se fortalece, además, por políticas públicas como el Programa


Orígenes, que entrega recursos exclusivamente a indígenas que viven en el mundo rural.
A mi juicio este es uno de los factores determinantes en la conformación de un sujeto
urbano que aspira a recibir también los beneficios que le son coartados por una decisión
estatal que por oposición, definiendo indígenas rurales, inventa el sujeto indígenas
urbanos.

La distinción entre mapuches rurales y urbanos no ha sido remarcada sólo por el


Estado, sino también por los mismos actores indígenas quienes desde un discurso
purista veían como carentes del verdadero espíritu indígena a aquellos que se habían
asentado en las ciudades, no obstante en la mayoría de los casos siguieran manteniendo
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relaciones con ellos. Este discurso estaba claramente presente en líderes indígenas y
llevó a remarcar las diferencias que posteriormente iban a crear un sujeto distinto: el
indígena urbano.

El conjunto de organizaciones
y sus dirigentes imbuidos en estados
debates, sobre todo quieren mantener y
aumentar los recursos de apoyo
conseguidos en la actualidad, dejando
de lado una reflexión que permita
hacer crecer su movimiento y
masificarlo con el aporte de los
indígenas que viven en la ciudad y que
no están organizados. Es más, si en un
primero momento los rurales veían
con desconfianza y sin derechos a los
urbanos, lo mismo se vuelve a repetir
en torno a los urbanos organizados y aquellos que no lo están.

Por otro lado se ha demostrado que los vínculos entre las personas que viven en
la ciudad de Santiago y sus tierras originarias han sido y siguen siendo permanentes y
constantes. Lo anterior cimentado en lazos familiares, congregaciones rituales, apoyo
productivo y de mantención de las comunidades con el envío permanente de insumos,
situación presente también en otros pueblos indígenas en varios países.

Hay mucha gente que teniendo un alto sentido de pertenencia con lo indígena ha
hecho de la ciudad su hábitat de vida permanente, producto de las necesidades y de la
imposición de las condiciones actuales de vida, en donde la población rural, sobre todo
la indígena, se ha visto afectada por la inexistencia de tierras para poder asentar a la
población que se va insertando en el ámbito laboral.

La visión estatal adolece fundamentalmente de una visión de la diferencia, a no


ser la proyección del clásico imaginario que se tiene sobre el indígena, folclorizado y
supeditado a la nación chilena. En este sentido hay una conciencia identitaria de
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pertenencia que a pesar de los abusos y las negaciones, e incluso de las misma auto-
negación, permanece e incluso se reproduce en las ciudades. Esto no es nada nuevo y
sorpresivo, sin embargo está contrariando una de las bases de los discursos esencialistas
sobre lo indígena, muy imbuido del evolucionismo clásico y de una definición
culturalista de la identidad: en la medida que el indígena se va modernizando y haciendo
el paso de lo rural a lo urbano va perdiendo su calidad y por lo tanto sus derechos.

Desde el estado y desde aquellos sectores conservadores que prefieren obviar la


discusión por los territorios y la autonomía, también se remarcó la existencia de este
nuevo sujeto, sobre todo por que posibilitaba que como lo dijo una intelectual de
derecha, que se pudiera ser indígena en cualquier parte donde se llevara la mochila de la
cultura, no siendo más la tierra (el territorio) aquello que debería orientar las demandas
indígenas. De esta manera queda libre el camino para las empresas que en este período
virulento pretenden ocupar aquellos espacios no ocupados en invasiones anteriores.

Esto se torna esquizofrénico y doble vinculante cuando esta situación está


marcada por una obligatoriedad y es visto como algo que necesariamente va a ocurrir.
En este sentido la población urbana ha intentado visibilizarse, y me refiero
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específicamente a Santiago donde hemos trabajado en los últimos años. Esto quiere
decir que dentro del ámbito de la ciudad existe una cantidad considerable, sobre todo de
mapuche, que ha salido de la vivencia de su etnicidad en el marco de su vida privada e
íntima para pasar a vivirla abiertamente.

Esta experiencia de visibilización y de reconocimiento ha acarreado la demanda


por tener espacios en la ciudad, donde realizar fundamentalmente su actividad
ceremonial y organizativa, lo que ha calzado con la propuesta del Estado de
promocionar sobre todo cuestiones que llama “culturales”, de un marcado carácter
folklorizante y que dejan de lado cualquier reivindicación política y cualquier discurso
de carácter nacional con respecto a las demandas y conflicto por los que pasan los
indígenas en la actualidad.

Eso pasa además por una política de reconocimiento que desde algunas
perspectivas ha cambiado la visión que se tiene sobre los indígenas. Lo anterior
amparado en la Ley 19.253 y en el accionar de CONADI y de otras dependencias
estatales que se han hecho, sin mucha coordinación entre sí, cargo de lidiar con las
cuestiones indígenas.

Lo anterior ha llevado a desarrollar incipientes programas de educación


intercultural en la ciudad y, sobre todo, a desarrollar programas de salud intercultural y
apoyo a las ceremonias y actividades tradicionales, lo que ha tenido, a pesar de todo,
influencia en la visibilización de los indígenas en las ciudades y un cambio en las
históricas relaciones con los vecinos de las organizaciones indígenas en las ciudades.

Si bien esta relación con los mestizos chilenos en sus barrios no ha dejado de ser
conflictiva, sobre todo por la disputa de recursos comunes, no ha dejado de incidir en
una valoración más positiva de lo indígena, sustentada además en discursos relativos a
lo políticamente correcto que por lo menos a nivel de superficie reconocen su valor y su
presencia.

Sin duda que las organizaciones como sujetos han contribuido a diseñar las
bases de un futuro movimiento social reivindicativo indígena, no obstante la falta de
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apoyo y masividad en sus acciones les resta posibilidad de ser un entre claro de presión
que obligue al estado a ceder en sus puntos de vista.

La negación de la existencia de sujetos colectivos de derecho es la gran


problemática que enmarca estas discusiones lo que no se resolverá con el esquivo
reconocimiento que no ha entregado la elite política chilena.

Se deben orientar a la recuperación del sentido de pertenencia y de los lazos


comunitarios y organizacionales de la gran mayoría de la población que identificándose
como perteneciente a los pueblos originarios, no está organizada, no vive visiblemente
su cultura y que prácticamente no accede a ningún beneficio por tal condición. Esto por
medio de difusión de las políticas actuales y un incentivo a la participación en
organizaciones étnicamente diferenciadas.

Se debe apoyar el fortalecimiento de programas educativos, de salud, etc, que


permitan generar una población originaria con mayor autoestima y sentido de
pertenencia, como así mismo una población no indígena menos discriminatoria y que
respete los valores del pluralismo cultural.

La cuestión por la tierra debe seguir siendo tema principal del accionar estatal, lo
mismo que el reconocimiento de sujetos colectivos de derechos, más allá de si viven o
no en el mundo rural.

Conlusiones.

La discusión que se ha iniciado en torno a la existencia o no de los indígenas


urbanos refleja importantes elementos para la reflexión teórica y social. Claramente se
aprecian varios campos a partir de los cuales se están definiendo aquellas cuestiones que
tienen que ver con las poblaciones indígenas, en donde la mayor parte de los
contertulios no es precisamente indígena. Intereses políticos y partidistas, sumados a la
necesidad que tiene el Gobierno de descomprimir la agenda de luchas por la tierra en el
sur, sumado a la necesidad de eliminar escollo a la hora de implementar proyectos
modernizantes y abrir las tierras en manos indígena a la producción agroindustrial, han
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llevado apoyar también las política urbanas, que a su vez han generado simpatía en los
sectores de derecha y antipatía en lo grupos y organizaciones más radicales de
mapuches. Desde otros sectores, como el Centro de estudios Públicos, vinculados a la
derecha liberal, se ha argumentado incluso sobre la inutilidad de seguir haciendo
políticas que apuntan a un sujeto inexistente en términos culturales, argumento incluso
levantado por intelectuales de izquierda que todavía manejan el viejo eslogan de que
todo tiene que ver con un problema de clase social y nada más que eso. De todos estos
debates los indígenas han quedado casi siempre fuera o vistos sus argumentos como
chovinismos protonacionalistas que tienden, en conjunto con activistas y antropólogos,
a generar una idea de lo étnico que en realidad ya habría desaparecido hace mucho
tiempo. Lo que he intentado demostrar es que estas elucubraciones arrastran una
violencia sobre los sujetos colectivos en donde cada uno se intenta posicionar de
acuerdo a sus intereses, dejando de lado el principal aspecto de la discusión: al fin y al
cabo, más de 180 mil personas se autoadscriben hoy como pertenecientes al pueblo
mapuche y eso por más muchos lo quieran, no es al parecer en definitiva violentable.

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