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PAPI ME ORDEÑA DORMIDO

HAYDEN ASH
ÍNDICE

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5

Acerca del Autor


La siguiente es una obra de ficción dirigida exclusivamente a lectores adultos. Todos los personajes
son mayores de 18 años y ninguno tiene relación de sangre. Todos los nombres, personajes, lugares y
eventos mencionados en esta obra son producto de la imaginación de la escritora o se utilizan de
manera ficticia. Cualquier coincidencia con eventos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es
pura coincidencia.

Derechos de autor © 2022 por Hayden Ash

Todos los derechos reservados.

Ninguna parte de este libro se puede reproducir de ninguna manera, ni por medio electrónico, ni
mecánico, incluidos sistemas de almacenamiento o recuperación de información, son el
consentimiento por escrito de la escritora, excepto para ser utilizada en breves citas para la reseña de
un libro.
CAPÍTULO UNO

L a luz me ilumina los pechos mientras lleno los vasos de todos con té
helado.
Hoy es el cumpleaños de Emily, la exesposa de mi padrastro. Han
pasado muchos años desde que se divorciaron, pero, por curioso que
parezca, tanto ella como sus parientes lo han seguido viendo como parte de
su familia. A mí me parece muy extraño, pero así es.
Los tíos depravados de Emily tienen los ojos pegados a mis pechos.
Supongo que están bastante expuestos, pero, en mi opinión, es muy
irrespetuoso hacia mi papi. Ojalá papi los moliera a golpes. Pero Emily los
quiere tanto que papi dice que mientras no me toquen, no se pondrá
violento con ellos.
A papi le importan estas personas y quiere que piensen lo mejor de él.
Dice que luzco bien, pero lo dudo. En especial hoy, que sé que mi elección
de vestuario enfadó a toda la familia.
Lo cierto es que no estoy vestida para una barbacoa familiar como esta.
Pero cuando se trata de la moda, no puedo seguir el decoro. No creo que
haya nada de malo en vestirse de modo conservador, pero a mí me gusta
usar cosas bonitas. Y, a menudo, lo que a mí me parece bonito, a ellos les
parece promiscuo.
A pesar de eso, admito que últimamente se me pasó la mano a la hora
de elegir prendas. A veces, cuando llego a casa y me miro en el espejo, juro
que me parece ver a una chica de sororidad en éxtasis que acaba de regresar
de una violación colectiva con todo el equipo de béisbol.
Lo más irónico es que la realidad no podría ser más errada. Soy la típica
niña de papi conservadora y, a los diecinueve años, aún le temo a los chicos.
Quizás el motivo por el que cambié mi manera de vestir tiene que ver
con el hecho de que hace poco le conté a papi que sigo siendo virgen. Al
principio, me dijo que no me creía, y lo abofeteé. Luego le dije que, si no
me creía, me podía revisar el himen para comprobar que seguía intacto.
Como única respuesta, se rio. Pero creo que en verdad quería verlo por sí
mismo.
—Tesoro, ¿puedes ir a buscar el helado? —me pide papi.
—Jack, no la llames «tesoro» como si fuera tu esposa. Es extraño —lo
regaña la madre de Emily.
—Tienes razón, Daisy —responde—. Genevieve, ¿puedes ir a buscar el
helado de vainilla que guardaste en el congelador? Creo que irá bien con la
tarta de manzanas que horneó Emily.
«¿El congelador?»
«¡Ay, mierda! No guardé el helado en el congelador. Estoy segura de
que lo metí en la nevera. Siempre lo pongo allí cuando estoy por comerlo,
pero no esperaba que el almuerzo se prolongara tanto... ¡Oh, por Dios!
¡Papi me va a matar!».
—¡Eh, sí, claro, papi! —respondo.
A pesar de que la mayoría de los presentes está en buena forma, los
familiares de Emily son muy intensos con la comida. Un año, en la
celebración de Acción de Gracias, hubo una gran escasez de pavos, y papi
compró una pata de jamón cocida con miel. Cuando se enteraron, lo
obligaron a recorrer medio estado en busca de pavo.
Recuerdo que le dije a papi que eso era una ridiculez. Y que él era más
ridículo por complacer ese deseo absurdo. Pero papi me dijo que ellos
siempre habían sido la única familia que tuvo y que lo iba a hacer, sin
importar cuán tonto sonara.
¡Diablos! Si arruiné el helado, se va a enfadar muchísimo conmigo. ¡No
tengo ni idea de qué me hará!
Por eso, cruzo la puerta del patio apresurada y entro en la cocina.
Mientras corro al refrigerador, recuerdo lo que me distrajo en primer
lugar. Como había tenido todo listo para la fiesta antes de lo pensado, decidí
ir arriba y tomar una siesta corta para tener energía para lidiar con la familia
de Emily cuando llegaran. Sin embargo, de camino a la cama, vi a papi
tocándose en el sauna que se encuentra entre nuestras habitaciones.
Sin importar si estoy dentro con él o no, papi siempre lleva puesto su
traje de baño en el sauna. Pero ¿esta vez? Bueno, esta vez no se lo había
puesto. De hecho, no se había puesto nada de nada. Y ver la verga de papi
por primera vez me conmocionó por completo... de la mejor manera
posible.
Me quedé en el pasillo. Pasé varios minutos concentrada en la virilidad
de papi como un halcón. Con el transcurso de los segundos, comencé a
sentir varios estremecimientos de placer en el coñito.
Cuando más lo miraba, menos podía creer que se trataba de papi a quien
había encontrado masturbándose. Mi padrastro, el empresario sensiblero.
Sin embargo, en ese instante no lo vi de ese modo. Lo vi como a un...
hombre. Un hombre enorme y tonificado con una verga tremendamente
larga y dura. Las venas gruesas que la recorrían acentuaban su poder
pulsante.
Y papi la tocaba a la perfección, con movimientos tranquilos y
deliberados. Tenía la respiración lenta y profunda. Era como si estuviera
meditando. No pude evitar imaginarme que era mi mano la que le
acariciaba el miembro aterciopelado. Hasta llegué a preguntarle: «Papi, ¿te
la estoy tocando bien?».
Nada me podría haber preparado para ese momento. He estado loca por
los chicos desde que comencé la secundaria. Pero, de pronto, esos chicos
parecían niños en comparación con este semental entallado de cien kilos de
puro músculo duro y sólido. Como papi estaba envuelto en el calor seco del
sauna, se me ocurrió compartir mi humedad con él.
Cuando me imagino la ira apenas contenida de papá si se entera lo del
helado antes de que lo solucione, me distraigo del recuerdo hermoso y
excitante y regreso a la realidad. Me concentro en el hecho de que estoy en
la cocina para cumplir una tarea importante. Más tarde podré lidiar con la
lujuria que me genera el cuerpo de papi.
Abro la puerta de la nevera, tomo el bote de helado de vainilla y lo
coloco sobre la mesada de la cocina. Antes de abrirlo, miro alrededor para
asegurarme de que nadie pueda ver el helado por si está tan mal como me
temo.
Cuando toco los laterales del bote, lo único que siento es un líquido
puro y cálido. Inspiro hondo. Quizás parece peor de lo que es. Quizás la
mayor parte sigue estando sólida y solo la parte exterior se ha derretido.
Levanto la tapa. No. Todo se redujo a líquido.
Intento pensar en algo. Si vuelvo a meter el helado en el congelador, en
el mejor de los casos se congelará de forma extraña y será demasiado obvio
que metí la pata.
Podría intentar escabullirme en el coche, conducir unas cuadras hacia la
tienda y comprar más helado. Pero la madre de Emily, Daisy, la vieja
hambrienta, jamás tendrá paciencia como para esperar que vaya a la tienda
y regrese...
—Pequeña, ¿qué haces? —me pregunta papi con firmeza.
Asustada, me sobresalto y me apoyo contra la mesada. Luego deslizo el
bote de helado de vainilla a mis espaldas. Pero papi no es ningún tonto.
Sabe que le estoy ocultando algo. Y sabe que es el helado que la familia de
Emily quiere comer en este preciso momento.
—Ve arriba... —gruñe papi—. ¡Ahora!
—¡No! ¡No, papi! —le suplico—. ¡Lo siento!
—Ya es demasiado tarde —masculla—. Ve a mi habitación. Enseguida
subo.
—Papi, por favor... —le ruego.
—¡Te he dicho que subas! —ruge.
—De acuerdo —susurro.
Una ola de ansiedad me embarga como de costumbre cuando papi deja
entrever que me va a dar unas nalgadas.
Sin embargo, por primera vez, no estoy aterrorizada. También me
estremezco de anticipación ante el castigo inminente.
CAPÍTULO DOS

L os idiotas se sientan afuera en el sol calcinante sin preocupación


alguna. Mientras tanto, estoy arriba en la habitación de papi, sola y
muerta de ansiedad. Estoy cien por ciento segura de que papi me va a dejar
las nalgas rojas por el modo en que lo avergoncé.
A través de la ventana, veo a papi caminar afuera y encender los
rociadores. Una de las niñas, una prima segunda de Emily, toma la
manguera y lo empapa.
Papi no se enfada con ella. Solo se pone furioso conmigo. Ahora se ríe y
le quita la manguera a la niña. Luego la gira para mojarla. El agua la hace
caer de espaldas, y se retuerce en el piso riendo a carcajadas.
Al cabo de diez minutos, papi regresa a la casa. Se quita la camiseta
empapada y la deja en el césped antes de entrar.
El sol le ilumina el cuerpo tallado a la perfección. Las mariposas que
tengo en el estómago se mueven aún más rápido cuando noto las gotas de
agua que le chorrean por los músculos de la contextura de Adonis.
Papi toma la boca de la manguera y la enrolla contra la pared de ladrillo
antes de cruzar la puerta del patio. La imagen fálica de algo tan largo entre
las piernas de papi me hace humedecer más. Estoy tan desesperadamente
aterrada de él como obsesionada con su cuerpo. Detesto lo mucho que lo
deseo en este momento.
Aprieto la frente contra la ventana, que está muy caliente por el sol y
temo que me deje una marca de quemadura en la piel.
La ventana tiene la forma de una rosa gigante con ocho pétalos. Papi la
instaló cuando cumplí ocho años y quería dormir con él en su cama. Solía
tener pesadillas todas las noches y no me podía dormir hasta que estaba a su
lado.
Ahora, a unas semanas de haber cumplido los dieciocho, el modo en
que me siento al mirar por la ventana es completamente distinto.
—Genevieve —me llama papi.
—¡Lo siento! —chillo—. Lo siento mucho. ¡Por favor, no me hagas
daño!
—No es que hayas echado a perder el postre —señala papi—. Es que
intentaste ocultarlo.
—¡Sí, porque eres muy malo conmigo cuando viene la familia de
Emily! —exclamo.
—Quiero que te vean de la mejor forma posible —me explica—. Quiero
que te conozcan como te conozco yo.
—¿De verdad? —le pregunto feliz de descubrir que al menos está
mostrando afecto.
—Sí, Genevieve —responde papi—. Pero vas a arreglar el error. Y si lo
haces bien, puede que recibas un premio.
—¿Arreglar el error? ¿Cómo?
—Ya te vas a enterar —me dice papi—. Coloca los codos contra el
alfeizar.
Le hago caso. La temperatura caliente del alfeizar me quema la piel de
los antebrazos, pero no los muevo. Quizás me distraiga del golpe seco de la
mano callosa de papi contra el trasero suave. O quizás no.
—¿Te duelen los brazos de colocarlos contra el alfeizar caliente? —me
pregunta.
—¡No! —exclamo desafiante—. ¿Por qué...?
—Porque tienes lágrimas en los ojos, pequeña —señala papi—.
Relájate, cariño. Esto no es un castigo.
—Está bien —susurro—. Hagámoslo de una vez.
Vuelvo a apretar el rostro contra la ventana. No sé si la familia de Emily
me puede ver con la misma claridad con la que los veo yo, pero si ese fuera
el caso, no se molestarán en alzar la vista del juego de mesa cursi que están
jugando. Y, aunque lo hagan y me vean por equivocación, no les importará
que papi me esté dando un correctivo en el trasero con el cinturón. Ya lo
han visto hacerlo en varias ocasiones antes. Y, una vez, hasta vi al hermano
de Emily sonreír mientras papi me azotaba en el trasero.
Escucho que papi saca algo del armario. No miro hacia atrás porque sé
que eso solo hará que el castigo sea más largo y más doloroso.
En cuestión de minutos, se me acerca. Siento el aliento cálido en el
cuello. Luego, bajo la vista y veo sus manos gigantes apoyadas contra el
alfeizar. El contacto piel a piel me hace sonrojar.
Papi me desata los nudos de las tiras de la blusa. Me llevo las manos a
las prendas para mantener los pezones cubiertos. Pero papi me arranca la
prenda y la arroja contra la pared.
—No —ruge autoritario.
—Pero, papi, no me deberías ver así... No puedo mostrarte los pezones.
Eres mi...
—Relájate, Genevieve —me interrumpe—. No asumas nada. Solo
aguarda con paciencia y pronto lo entenderás.
—Está bien, papi —asiento débil—. Me quedaré callada.
—Muy bien —dice, y puedo oír la sonrisa en su voz. Es una buena
señal—. Voy a tener que tocarte los pechos para esto. Pero entiende que
solo es para conectar la máquina.
—¿La qué? —pregunto conmocionada. Un escalofrío amargo me
recorre la columna vertebral.
Cuando bajo la vista, veo que papi sostiene una botella de vidrio vacía.
Me toma la cabeza y me obliga a mirar al frente.
—Pequeña, ya sabes la regla: siempre debes mantener los ojos al frente
cuando recibes tu castigo —me recuerda.
—Sí, papi, lo siento. ¡Por favor no me des nalgadas! —le ruego.
—No te preocupes, no lo haré —me dice—. Necesito que relajes el
cuerpo para que esto funcione.
«¿Para que funcione qué?», me pregunto. Se lo quiero preguntar a él,
pero sé que comenzaré a irritarlo con tanta preguntadera. Sea lo que sea, no
hay nada que pueda hacer para detenerlo. Bajo la contextura descomunal de
papi, me encuentro indefensa.
Algo cálido me derrite el centro de mi ser cuando papi me toma las
manos y las coloca sobre mis pezones endurecidos. La presión de sus dedos
sobre los míos mientras los dos apretamos los capullos me produce
escalofríos.
—Pellízcalos —me indica papi—. Mientras te coloco esto en ellos, uno
por uno.
—Papi, no sé cómo —le lloriqueo.
Como no me responde, comienzo a apretarlos. Pero no sucede nada y
me duele. ¿Será esto lo que quiere? ¿Y para qué diantres es la botella?
—No lo estás haciendo bien, pequeña —me dice—. Tienes que
acercarte más. Pellizca la areola allí. Bien. Ahora más fuerte...
De repente, algo blanco brota de mi seno: un chorro marfil de leche de
teta que se abre en tres chorritos de crema dulce y empapa la ventana.
—Oh, por Dios, papi —gimo—. Eso se siente... Se sienten mucho mejor
ahora.
—Estás haciendo un gran trabajo, Genevieve —me elogia papi—. Toma
la botella y llénala. Quiero que puedas hacer esto para mí cuando no estoy
cerca.
—Sí, papi —le digo obediente.
Comienzo a reírme, por fin me vuelvo a sentir como la niña buena de
papá.
—Ya sabes cómo hacer helado, ¿no, pequeña? —me pregunta.
—Sí, con leche, azúcar, sal, crema y extracto de vainilla, obvio —le
digo.
—Muy bien. Cuando te hayamos sacado suficiente leche para el helado,
quiero que vayas abajo con la botella, a la cocina. La usarás para hacer
helado para la familia de Emily. Y, de más está decir, que esto debe quedar
entre nosotros —recalca papi.
—Puedes contar conmigo, papi —le aseguro contenta—. No te
defraudaré. ¡Lo prometo!
—Qué buena chica. —Me sonríe.
Y luego me besa. Por primera vez, me besa en los labios. Y no se
detiene allí, sino que sus labios se aprietan contra los míos durante varios
segundos. Probablemente no signifique nada para él, pero a mí me hace
sentir un cosquilleo salvaje en la entrepierna.
Estoy tentada de deslizarle la lengua en la boca, pero me contengo.
¿Quién sabe qué me haría papi si lo hiciera? Es probable que me envíe a
terapia por el resto de mi vida.
Vuelvo la cabeza para mirar por la ventana y entrecierro los ojos. Entre
los primeros rayos de un atardecer rosado, veo que la familia de Emily ha
terminado de jugar al juego de mesa y han comenzado una partida de cartas.
Luego, siento los dedos duros de papi clavarse en mis caderas mientras
continúo llenado la botella con mis juguitos blancos.
Cierro los ojos y me imagino que papi me desliza la falda corta con
diseño floral hasta el suelo. Acto seguido, toma los bordes de mis braguitas
y me las baja hasta los tobillos. Mi fantasía continúa: se arrodilla detrás de
mí y...
«Aguarda. ¡Oh, por Dios! ¡No es ninguna fantasía! ¡Papi está haciendo
todo eso y más!». No puedo creer que esté pasando esto. No me atrevo a
abrir los ojos. Pero estoy segura de que las manos grandes de papi me
acarician las nalgas como si fueran dos bolas de baloncesto blancas, y me
las aprieta hasta que suelto un aullido contra la ventana.
Papi me separa las nalgas. Y, en menos de un segundo, comienza a
lamerme la zona alrededor del ano mientras me introduce tres dedos en el
coñito humedecido. Con movimientos sincronizados que van aumentando
con el paso de los segundos, papi me da un orgasmo explosivo.
Grito en busca de ayuda como si me estuviera lastimando. Pero no
duele, ni quiero que se detenga. Le pregunto por qué me hace esto, pero ya
sé que la respuesta que porque es de él.
La lengua de papi me limpia los agujeros y me pone tan cachonda que
beso la ventana que tengo enfrente. En breve, comienzo a babear sobre ella
porque papi hace que mi cuerpo se retuerza de placer.
Pongo los ojos en blanco y comienzo a estremecerme y a producir jugos
en todas las partes de mi cuerpo.
Papi me está convirtiendo en una granja productora de lácteos. Me está
utilizando como su vaca humana. Los fluidos que salen de mi cuerpo sin
cesar cubren el suelo, la ventana y hasta a papi.
—¡Oh, por Dios, papi! —exclamo—. Eso fue increíble.
Papi se pone de pie y toma la botella llena de la leche de mis senos. La
apoya sobre el alfeizar. Luego, me jala el cabello y me besa la oreja.
—Te prometí un premio si arreglabas nuestro problema, ¿no? —me
pregunta—. Ahora, ve a hacer el helado. Papi tiene que ocuparse de algunas
cosas en privado a solas en su habitación.
—Está bien, papi —le digo.
Ojalá pudiera ser parte de esas «cosas en privado» de las que tiene que
ocuparse. Sé que, si papi me dejara ocuparme de sus necesidades
masculinas, me amaría de otra manera. Me amaría como yo comienzo a
amarlo.
Pero si me quisiera aquí, me lo diría. Y, como no lo ha hecho, supongo
que mi principal responsabilidad como su hija es servirles el postre a esa
gente odiosa y consentida que aguarda en nuestro patio. ¡Cielos, mejor lo
hago rápido así puedo regresar al lado de papi!
CAPÍTULO TRES

E l calor es como una pared de ladrillo. Me abro paso y cruzo la puerta


de la cocina que da al patio.
Los ojos de águila de la madre de Emily caen sobre el cuenco de helado
que llevo en la mano. Vuelvo la cabeza justo a tiempo para no tener que ser
testigo de cómo se relame los labios viejos y arrugados. Pero, en
consecuencia, casi termino colocándole el cuenco sobre la cabeza.
—¡Ten cuidado, mocosa! —chilla Emily con malicia.
—Lo siento —digo cuando por fin coloco el cuenco sobre la mesa—.
¡El postre está servido!
—¡Ya era hora! —gruñe Emily—. Tengo la boca seca de tanta tarta.
¿Qué diablos te demoró tanto?
—Hubo algunas… dificultades técnicas que afectaron la producción —
le respondo—. Pero no te preocupes. Todo está perfecto. ¡A comer!
La sonrisa en mi rostro es genuina. Aunque debería estar horrorizada de
que la familia de Emily esté por comer algo producido con la leche de mis
senos, mi mente está enfocada en comenzar una segunda ronda de «juegos
de adultos» con papi en su habitación.
Paso los siguientes minutos observando cómo devoran mi producción.
Aunque acaban de comer una gran porción de cerdo, pollo, Doritos, maíz
enmantecado y té dulce, que mayormente es azúcar puro, los parientes de
Emily vacían el cuenco gigante del helado que preparé con la leche de mis
senos en tiempo récord. Qué bueno. Ahora puedo regresar con papi…
—¿Hay más? —me pregunta el hermano de Emily con tono
demandante.
—Eh… Déjame ver —le digo mientras retiro el cuenco—. Enseguida
regreso.
Camino a paso acelerado hacia la casa con cuidado de no echar a correr.
Si la familia de Emily se llega a percatar de lo mucho que los detesto…
Bueno, lo cierto es que no me importaría. Pero a papi sí. Y, por él, seguiré
siendo más que amable de momento. De todos modos, tengo cosas más
importantes en las que pensar.
Cuando llego a la cocina, dejo el cuenco en el fregadero. Abro el grifo y
veo cómo el agua quita los restos del helado del cuenco hasta que parece
como si nunca hubiera estado allí.
—¿Qué haces aquí? —me pregunta papi a mis espaldas.
—¡Oh, por Dios, papi! ¡Me has dado un fuerte susto! —exclamo—. Ya
se han acabado el helado.
—¿Quieren más?
—Sí —le respondo—, pero no puedo…
—Ya lo sé —asiente—. No te preocupes por ellos, pequeña. Son adictos
a los lácteos.
—Tú también, ¿no, papi? —le pregunto y le guiño un ojo con
perspicacia.
—¿De qué hablas? —Me pregunta y se lo ve confundido por completo.
—¡Oh, vamos, papi! —le digo—. ¿Cómo te puedes haber olvidado? No
todos los días le lames el coñito y el culo a tu hija…
—¿Qué has dicho, Genevieve? —me pregunta con el rostro deformado
de ira—. Ve a tu habitación. Ya mismo.
—Pero ¿qué dices, papi? ¡Es muy temprano! —me quejo—. ¿Qué hice?
—¡Acabas de decir algo de lo más atroz! —me ladra—. Nunca quiero
oírte repetir eso. ¿Entiendes? Ve a tu habitación. Iré a verte en quince
minutos y será mejor que estés dormida.
—Está bien! —le grito.
Lo empujo al pasar y comienzo a subir las escaleras. En lugar de entrar
en mi habitación, me dirijo a la de papi. Luego, cierro la puerta de un golpe
para que lo oiga.
Me hundo en su cama y entierro la cabeza en las sábanas gruesas. La
cama de papi es el sitio en el que solía dormir cuando me sentía enfadada o
aterrada cuando era pequeña. Así es como me siento ahora.
«¿Me habría imaginado todo eso? ¿O papi es un patán que no sabe lidiar
con lo que sentimos?». Cielos, el solo hecho de pensar en todas las
posibilidades hace que la cabeza me de vueltas y el estómago se me
retuerza. Con algo de suerte, cuando me despierte por la mañana esto solo
habrá sido un mal sueño…
CAPÍTULO CUATRO

—P or una vez me has hecho caso —oigo que dice papi.

cabeza hacia él.


Su voz me despierta en medio de la noche. Vuelvo la

Tiene los ojos abiertos, pero… no parece estar despierto. Mira hacia
donde estoy, pero es como si no me viera.
Papi se levanta de la cama, se dirige hacia la puerta y la cierra con llave.
Camina normal, pero no parece real. Es como si estuviera en modo
automático o algo.
—Nunca se pueden tomar demasiadas precauciones —señala con un
tono dominante y hasta cruel… no es el tono normal de papi.
Mientras regresa a la cama, noto el pene grueso y erecto que le palpita
entre las enormes piernas que parecen troncos. El coñito me pica del deseo
de que papi me lo llene.
Papi se vuelve a meter en la cama conmigo y me abre las piernas. Su
verga parece arder de deseo de perforarme.
Lo vuelvo a mirar a los ojos, pero… es un error. Solo logro confirmar,
sin lugar a dudas, que papi está dormido. Este no es él. O al menos no es
una parte de él que haya visto antes. Sin embargo, explicaría lo que sucedió
antes en esta misma recámara. Lo cierto es que no le presté demasiada
atención a sus ojos antes, pero explicaría muchas cosas.
Papi me coloca la verga contra el sexo. Cierro los ojos y comienzo a
sollozarle en el hombro mientras me penetra con fuerza. Su tamaño me
estira la cavidad diminuta, pero está demasiado inconsciente como para
percatarse. La enorme verga me hace someter a su deseo inconsciente, a
permitirle embestir la conchita virgen de su pequeña.
Unas lágrimas me caen por el rostro mientras papi me embiste sin
contenerse. Todo esto me aterra. Y, sin embargo, tengo un fuego volcánico
en el coñito. Lo deseo. Lo he deseado tanto últimamente… desde que lo vi
desnudo en el sauna. De seguro también estaba dormido allí. Sea cual fuere
el problema que tiene papi que lo convierte en esta bestia sexual cuando
está dormido, no puedo decir que lo deteste. Mi fantasía más oscura se ha
vuelto realidad gracias a eso. ¡Diría que es un milagro pervertido!
La verga dura de papi me llena. Y la presión intensa me duele como mil
infiernos. Pero también se siente delicioso y no quiero que se detenga
jamás. Cada centímetro se siente más doloroso que el anterior. Me quedo
acostada indefensa bajo su cuerpo mientras me embiste sin cesar hacia el
suelo. Intento aferrarme a los hombros de papi, pero me coloca los brazos
sobre la cama con una agresión feroz. No estoy segura de que sepa quién
soy en este momento. Papi nunca ha sido agresivo conmigo, ni siquiera
cuando me da nalgadas porque me he portado mal.
Papi me embiste la vagina humedecida con una fuerza abusiva. Entierra
la cabeza entre mis senos y comienza a succionar mis enormes globos
llenos de leche. Con los dientes, captura el pezón izquierdo y comienza a
succionarlo. Antes de que pueda soltar un gemido, papi comienza a
succionarlo más fuerte. No está reaccionando al deseo de mi cuerpo. Su
dominio sobre mí es completamente egoísta. Su cuerpo lo obliga a poseer el
mío.
La piel sensible de mi pezón me cosquillea. La satisfacción que siento
mientras papi me penetra y me vacía los senos al mismo tiempo es
inmaculada.
Papi junta mis senos y se turna entre pezón y pezón para beber de mi
dulce néctar. Los sorbos interminables de leche prohibida hacen que el
miembro descomunal de papi crezca aún más en mi interior y que alcancen
nuevas profundidades en mí.
—Estos blanditos cartones de leche grandes son para tu papi, ¿no
Genevieve? —me pregunta.
Al oírlo decir mi nombre, se me estremecen las paredes vaginales
alrededor de su enorme verga. El clítoris me pulsa eufórico, y el rostro se
me sonroja de placer.
—Sabes que soy yo, papi —gimoteo apasionada—. ¡Sabes que soy yo!
Siento como si estuviera volando en este momento. Papi no deja de
embestirme el coñito con su gigantesco mástil. El fervor delirante por la
rajita de su pequeña parece no tener fin.
Por fin, mi cuerpo no puede aguantar más estimulaciones, y libero un
jugo del coñito como una catarata sobre la verga de papi, que queda
cubierta por algo sedoso y mantecoso.
Papi gime tan alto que todo el suelo tiembla. Luego, siento el semen
cálido que me llena. Sin retirar el miembro, yacemos juntos en la cama.
Me besa la mejilla debajo del ojo izquierdo. Y, por un momento, me
olvido de la familia demente de Emily y del estado de negación en el que se
encuentra papi cuando se trata de nuestro amor. Por un segundo, todo está
bien. Y eso es todo lo que necesito para caer en el mejor sueño de mi vida.
CAPÍTULO CINCO
ACERCA DEL AUTOR

Tienda de Hayden Ash

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Hayden Ash en Audible

Soy una autora de erótica que disfruta escribir historias inapropiadas y hacer que la gente se sienta
incómoda con lo pervertida que soy.

Cada uno de mis relatos eróticos es como un automóvil deportivo acelerado que aguarda a que abras
la primera página. En cuanto lo haces, la luz del semáforo se pone en verde ; )

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