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Gergen (1996)
Gergen (1996)
El CARÁCTER DE LA AUTONARRACIÓN
cord, 1972) y los constructivistas (véase, por ejemplo, el tratamiento que Man-
cuso y Sarbin [1983] dan de la «gramática narrativa») tienden a hacer hinca
pié en la contingencia cultural de diversos estados psicológicos. Por consi
guiente, se retiene la presuposición cognitivista de una base narrativa de la
acción personal, pero mostrando una gran sensibilidad hacia la base socio-
cultural de este tipo de narrativas. El trabajo de Bruner (1986, 1990) sobre
las narrativas cae en algún lugar entre estas dos orientaciones, sosteniendo
un enfoque de la función cognitiva universal mientras que simultáneamen
te destaca el papel de los sistemas de significación cultural. Fenomenólogos
(véase Polkinghorne, 1988; Carr, 1984; Josselson y Lieblich, 1993), existen-
cialistas (véase el análisis que Charme [1984] hace de Sartre) y personólogos
(McAdams, 1993), todos están preocupados por el proceso interno individual
(a menudo clasificado como «experiencia»), aunque característicamente re
nuncian a la búsqueda cognitivista de predicación y control de la conducta
individual, y sustituyen el énfasis puesto en la determinación cultural por
un investidura más humanista en el yo como autor o agente.
Contrariamente a todos estos enfoques, que hacen el mayor hincapié en
el individuo, quiero examinar las autonarraciones como formas sociales de
dar cuenta o como discurso público. En este sentido, las narraciones son re
cursos conversacionales, construcciones abiertas a la modificación continua
da a medida que la interacción progresa. Las personas en este caso no con
sultan un guión interno, una estructura cognitiva o una masa aperceptiva
en busca de información o guia; no interpretan o «leen el mundo» a través
de lentes narrativas; no son los autores de sus propias vidas. Más bien, la
autonarración es una suerte de instrumento lingüístico incrustado en las
secuencias convencionales de acción y empleado en las relaciones de tal modo
que sostenga, intensifique o impida diversas formas de acción. Como dispo
sitivos lingüísticos, las narraciones pueden usarse para indicar acciones ve
nideras, pero no son en sí mismas la causa o la base determinante para tal
tipo de acciones; en este sentido, las autonarraciones funcionan más como
historias orales o cuentos morales en el seno de una sociedad. Son recursos
culturales que cumplen con ese tipo de propósitos sociales como son la auto-
identificación, la autojustificación, la autocrítica y la solidificación social.2
Este enfoque se une a los que hacen hincapié en lo orígenes socioculturales
de la construcción narrativa, aunque con ello no se pretende aprobar un de-
terminismo cultural: adquirimos habilidades narrativas a través del interac
tuar con otros, no a través de ser meramente actuados. También está de acuer
do con aquellos que se preocupan por el compromiso personal en la
narración, pero sustituye el acento puesto en el yo autodeterminante mediante
el intercambio social.
2. Véanse también el análisis de Labov (1982) de las narraciones como vehículos de ruegos
y respuestas a esos ruegos, el análisis de Mischler (1986) de las narraciones que funcionan en
estructuras relaciónales de poder, y la obra de Tappan (1991) y Day (1991) sobre la función de
la narración en la toma de decisiones morales.
LA AUTON ARRACIÓN E N LA VIDA SOCIAL 235
tivas contemporáneas. ¿Cuáles son los requisitos para contar un relato inte
ligible dentro de la cultura actual de Occidente? La pregunta es especial
mente significativa dado que una elucidación de estas convenciones para la
estructuración de relatos nos sensibiliza de los límites de la autoidentidad.
Comprender cómo tienen que estructurarse las narraciones dentro de la cul
tura es ir más allá de los bordes del envoltorio de la identidad: descubrir
los límites a la identificación de sí mismo como agente humano en buen es
tado; es también determinar qué formas tienen que mantenerse a fin de ad
quirir la credibilidad como un narrador de la verdad. La estructura propia
mente dicha de la narración antecede a los acontecimientos sobre los que
«se dice la verdad»; ir más allá de las convenciones es comprometerse en
un cuento insensato. Si la narración no consigue aproximarse a las formas
convencionales, el contar mismo se convierte en absurdo. Por consiguiente,
en lugar de ser dirigido por los hechos, el contar la verdad es ampliamente
gobernado por una preestructura de convenciones narrativas.
Se han dado muchos intentos de identificar las características de la na
rración bien formada. Se han producido en el seno del ámbito de la teoría
literaria (Frye, 1957; Scholes y Kellogg, 1966; Martin, 1987), de la semiótica
(Propp, 1968; Rimmon-Kenan, 1983), de la historiografía (Mink, 1969; Gallie,
1964) y en determinados sectores de las ciencias sociales (Labov,1982; Sutton-
Smith, 1979; Mandler, 1984). Mi propuesta se basa en estos diversos análi
sis. Sintetiza una variedad de acuerdos comunes, excluye determinadas dis
tinciones esenciales a las demás tareas analíticas (tales como el punto de
vista, la función de los personajes y las acciones, los tropos poéticos) y aña
de los ingredientes necesarios para comprender por qué razón los relatos
poseen un sentido de la dirección y del drama. Mi enfoque difiere de una
serie de estas exposiciones en su esfuerzo por evitar las suposiciones de corte
universalista. Los teóricos frecuentemente hacen afirmaciones de un con
junto fundacional o fundamental de reglas o características de lo que es una
narración bien formada. Este análisis, sin embargo, considera las construc
ciones narrativas como contingentes, histórica y culturalmente. Los crite
rios que explicitamos a continuación parecen ser primordiales en la cons
trucción de una narración inteligible para segmentos importantes de la
cultura contemporánea:
EVALUACIÓN
Narración de la estabilidad
EVALUACIÓN
Narración Narración
progresiva regresiva
3. Aquí resulla interesante comparar el análisis presente con intentos similares realizados
por otros autores. En 1863 Gustav Freytag propuso que no había más que una única trama «nor
mal», que podía representarse mediante una linea creciente y decreciente dividida por puntos
denominados A. B, C y D. Aquí, el tramo ascendente AB representa la exposición de una situa
ción, B es la presentación del conflicto. BC la «acción creciente» o la complicación creciente,
el punto álgido en C era el climax o el giro de la acción, y la bajada decreciente CD era el desenla
ce o resolución del conflicto. Tal como indica el análisis, al delinear con mayor plenitud los crite
rios de la narración y al alterar la forma de la configuración, se revela un conjunto más rico
de entramados. Aunque Freytag reconocía sólo una narración predominante, creia que estaba
de acuerdo con una convención social y no con una necesidad lógica o biológica. En fecha más
reciente, Elsbree (1982) ha intentado delinear una serie de formas narrativas fundamentales. Se
ñala cinco «tramas genéricas», que incluyen: establecer o consagrar un hogar, comprometerse
en una contienda o batalla, v hacer un viaje. Con todo, el análisis de Elsbree no penetra en la suposi-
244 D E L YO A LA R E L A C I Ó N
naciones en estas formas simples. Sin embargo, tal como sugerí, en diver
sas condiciones históricas la cultura puede limitarse a un repertorio trun
cado de posibilidades. Examinemos algunas formas narrativas destacadas
en la cultura contemporánea. En primer lugar está la narración trágica, que
en el presente marco adoptaría la estructura representada en la figura 8.2.
La tragedia, en este sentido, contaría el relato de la rápida caída de alguien
que había alcanzado una elevada posición: una narración progresiva viene
seguida por una narración rápidamente regresiva. En cambio, en la comedia-
novela, una narración regresiva viene seguida por una narración progresi
va. Los acontecimientos de la vida se hacen cada vez más problemáticos hasta
el desenlace, cuando se restaura la felicidad para los principales protago
nistas. Esta narración es calificada de comedia-novela porque combina las
formas aristotélicas. Si una narración progresiva viene seguida por una na
rración de la estabilidad (véase figura 8.3), tenemos lo que comúnmente se
conoce como mito del «¡Y vivieron felices!»,algo que se ejemplifica amplia
mente en los noviazgos tradicionales. Y reconocemos también la epopeya he
roica como una serie de fases progresivo-regresivas. En este caso, el indivi
duo puede que caracterice su pasado como una gama continua de batallas
libradas contra los poderes de la oscuridad. Otras formas narrativas, inclu
yendo los mitos de unificación, las narraciones de comunión y la teoría dia
*
léctica, se consideran en otra parte.4
EVALUACIÓN
ción de !a convención cultural; para él, las tramas genéricas son fundamentales para la existen-
cia humana.
4. Véase Gergen y Gergen (1983); Gergen y Gergen (1987).
LA A U T O N A R R A C I Ó N F.N L A V I D A S O C I A L 245
EVALUACIÓN
TIEMPO --------► TIEMPO
Figura 8.3. Narración del tipo «¡Y vivieron felices!» y epopeya heroica
5 10 15 20 10 20 30 40 50 60 70 80
Edad (años) Edad (años)
La PRAGMÁTICA D E LA AUTONARRACIÓN
te invistiendo a la relación con más valor aún y con la promesa del futuro.
En efecto, la narración progresiva desempeña una variedad de funciones úti
les en la vida social.
Tal como debiera ser evidente, uno tiene que estar preparado en la mayo
ría de las relaciones para dar cuenta de si mismo, tanto en el sentido de mos
trarse inherentemente estable como el de soportar el cambio. Uno tiene que
ser capaz de mostrar que siempre ha sido el mismo y seguirá siéndolo, aun
que siga mejorando. Lograr este tipo de fines diversos es primeramente un
asunto de negociación del significado de los acontecimientos entre si. Por
consiguiente, con un trabajo de conversación suficiente, el mismo aconteci
miento puede figurar tanto en una narración de estabilidad como en otra
progresiva. El licenciarse en la facultad de medicina, por ejemplo, puede mos
trar que uno siempre ha sido inteligente y, al mismo tiempo, demostrar que
uno sigue su camino hacia una posición profesional elevada.
¿Se puede argumentar en favor del valor social de las narraciones regre
sivas? Hay razones para creerlo así. Examinemos los efectos de las histo
rias de desgracias que solicitan atención, simpatía e intimidad. Relatar la
propia historia de una depresión no es describir de entrada el estado men
tal, sino comprometerse en una clase particular de relación. La narración
simultáneamente puede implorar lástima e interés, que se le excuse a uno
por el fracaso, y se le libre de los castigos. En la cultura occidental las na
rraciones negativas pueden cumplir una función compensatoria. Cuando las
personas aprenden de condiciones que empeoran constantemente, a menu
do la descripción opera, por convención, como un reto para compensar o
buscar la mejora. El declive ha de ser compensado o invertido mediante un
vigor renovado; la intensificación del esfuerzo es convertir una potencial tra
gedia en una comedia-novela. Por consiguiente, las narraciones regresivas
sirven de medios importantes para motivar a las personas (incluyendo a uno
mismo) para la consecución de fines positivos. La función compensatoria
opera a nivel nacional cuando un gobierno demuestra que la continua caída
de la balanza de pagos puede contrarrestarse mediante un compromiso de
base popular con productos localmente fabricados, y al nivel individual, cuan
do uno alienta el entusiasmo propio por un proyecto dado: «No me está sa
liendo bien, he de esforzarme mucho más».
El ENGARZADO D E IDENTIDADES