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Los trayectos intelectuales que el historiador sigue a lo largo de los años no son meros
antojos académicos ni lotería de temáticas a escoger entre un abanico de ellas; muy por el
contrario, representan trayectorias de vida y obedecen, queramos o no, a las percepciones,
ideales y por qué no, proyecciones del individuo. Sin embargo, no somos individuos en tanto
individualidades encerradas en sí mismas, lo somos en tanto individualidades insertas en
sociedad y relaciones interpersonales: yo soy lo que soy en tanto desarrollo mi ser junto a
otras personas viviendo ese mismo proceso, y mi producción intelectual dice algo sobre esa
posición, a veces armónica, a veces en tensión. De esta manera, aquellas trayectorias de vida
coinciden con las de otros individuos y la sociedad misma; hablamos de ideales y
proyecciones individual-colectivas que hemos de mediar con la rigurosidad científica que
amerita la acción historiográfica de develar –fracciones de– verdades que sustenten nuestras
convicciones. La dimensión social de nuestra labor, sin embargo, plantea ciertas dificultades
¿qué hacer cuando nos vemos enfrentados a individualidades ajenas dentro de nuestro mismo
campo? Es decir, aquellas instancias –que vale decir, no son pocas– en donde nuestro oficio
implica congeniar ideas, contraponerlas o bien complementarlas en pos de la generación de
conocimiento. El presente escrito pretende desglosar esa pregunta y las tensiones que puedan
suscitar a partir de ella, esto a través de un análisis documental, que suscribe la combinación
de nuestras propias tendencias historiográficas a raíz de nuestra experiencia como
historiadores en formación.
Así pues, una de las claves para ello la encontramos en Le Goff y sus planteamientos
en torno a la memoria. En este sentido, las concepciones que nos hace el autor referente a la
memoria, específicamente a la memoria étnica y a la memoria técnica, nos parecen clave para
poder ahondar en la relación continua entre la memoria de un pasado más lejano con una
memoria mayormente contemporánea. Esta suscripción a las nociones de memoria que nos
entregará Le goff, será una base estructural a lo que nosotros, a su vez, entenderemos como
una memoria étnica, presentando esta relación en tanto entendamos aquella como una
memoria de subalternidad sujeta a la correlación de poder. De este modo, la semejanza que
encontraremos con lo planteado por el autor, radica en la continuidad cultural que tienen
estos sujetos subordinados, en donde las producción de costumbres durante la colonia y la
enseñanza de esta como producto de plantar una memoria colectiva, se transcribe en una
reconstrucción generativa constituida en base a lo que Le Goff establece como una
“organización entorno a tres polos: identidad colectiva; prestigio de la familia dominante y el
saber técnico” (Le goff, 1991, pp. 138). Ello coincide con la continuidad de esta memoria
colectiva en la contemporaneidad, así lo podemos visualizar en nuestro presente con
comunidades étnicas que aún en la actualidad, intentan que su identidad sobreviva en un
mundo capitalista y, así mismo, nos lo presenta el filme Yawar Mallku.
Pero, ¿qué es lo que nos hace creer que son un mismo pueblo? o, mejor dicho, la
continuidad de lo que creemos ver en la tradición, producto de una herencia cultural? En
primer lugar y, en conjunto con lo planteado por Le Goff, si bien se percibe el conflicto en la
construcción de una memoria, pues los mecanismos o herramientas para la constitución de
una memoria colectiva está ligada al desarrollo y actualización de prácticas para la formación
de está, desarrollando un camino y diferencia entre las memorias de las sociedades,
enmarcando distintas prácticas como la memoria oral; escrita, y sus derivantes. De estas
mismas producciones nos da cuenta Le Goff en sus postulaciones en cuanto nos presenta la
denominada “memoria en expansión”. (Le Goff, 1991, pp. 135). Siguiendo esta línea y,
adoptando las palabras del autor, nos sumergimos entre las prácticas que ayudan y facilitan la
producción cultural entre comunidades étnicas como la memoria oral y la memoria técnica,
cuyas estrategias del desplazamiento subjetiva de una memoria han permitido la prevalencia
de determinadas tradiciones tanto simbólicas como también la movilidad de una memoria
objetiva como las habilidades y técnicas benéficas para la producción de ciertas actividades
económicas como la agricultura. La jerarquía prioritaria, regula en gran medida el
enriquecimiento de la memoria y, así mismo, funciona como una recolectora de necesidades
tanto objetivas como subjetivas, de lo que un individuo o, en este caso, una comunidad cree
necesaria para la prevalencia cultural, esta relevancia se vuelve más vigorosa si se entiende el
desplazamiento y expansión de la memoria y la actualización de técnicas productivas, pues
no es lo mismo ejemplificar sociedades sin escrituras y arraigadas a una memoria de carácter
oral, a una sociedad en donde prevalece la escritura y con ellos documentos que pueden ser
complementados con una memoria oral. En este sentido, podemos observar que lo que hoy
nos presentan las comunidades étnicas es una herencia cultural, una continuidad de una
memoria social y colectiva. Sin embargo, esta continuidad también se traduce en un legado
de supresión cultural por agentes foráneos a esta comunidad. Si bien, durante la temporalidad
colonial se visualizaba la represión por parte de conquistadores europeos, hoy en día, aquella
represión se representa con la misma noción de progreso pero desde una perspectiva
capitalista, traduciendo el concepto de minoría identitaria a un problema de inserción en una
sociedad cuyo fin es el progreso y la introducción total de un sistema capitalista.
Conclusiones
Bibliografía
Con ello, la práctica historiográfica estaría compuesta por dos actores: el del presente
(el o la historiadora) y el del pasado (la fuente), y cada uno hablará en la medida que su
tiempo histórico le entregue las herramientas para hacerlo. Sin embargo, esta relación es
asimétrica: el historiador está en todas sus facultades de hablar por sí mismo, sin embargo la
fuente sólo lo hará en la medida que sea encontrada y trabajada por el primero. El historiador
se posicionaría como el protagonista de la operación y la fuente como aquella otredad a ser
investigada. No obstante, es en esta asimetría que el investigador deberá guardar especial
cuidado en la medida que su relación con el documento, aunque desigual, no es jerárquica: la
fuente no dice lo que el historiador quiere que diga. ¿Cómo logramos, entonces, 'hacer hablar'
la fuente sin 'hablar por ella'?
Esta problemática nos devela una cuestión aún más profunda: ¿cuál es la voz de la
fuente? En el presente escrito, buscaremos dilucidar esta cuestión mediante el ejercicio de
identificar la voz de la fuente para desmenuzar las implicancias teóricas y metodológicas de
‘hablar por la fuente’, para finalmente tratar de comprender la acción intelectual de ‘hacer
hablar’ la fuente.
Con ello en mente, cuando nos referimos a ‘hablar por’ la fuente queremos decir que,
por mucho tiempo, en la disciplina historiográfica ha habido una tendencia a concebir la
fuente como un depositario del hecho histórico que se devela a sí mismo en el documento, sin
embargo en el último siglo aquella concepción ha sido problematizada en la medida que la
categoría de ‘hecho’ descansa sobre un suelo cada vez más débil; el tratar de hablar de
‘hechos’ históricos a partir de la fuente no respondería más que a la arbitrariedad y arrogancia
de una disciplina ortodoxa que pretende domesticar el pasado, mas no comprenderlo a
cabalidad. Desde la filosofía del lenguaje positivista se ha instalado la costumbre de limitar la
significación de los enunciados a la mera acción de verificar sus afirmaciones, no obstante
ello ignora las realidades contextuales en que los enunciados fueron producidos (Skinner,
2017). De la misma manera que, como bien señalamos en nuestro anterior escrito, lo que diga
el historiador está necesariamente condicionado por un contexto que lo sobreyace, lo que diga
una fuente de igual manera lo estará. No podemos, entonces, pretender derivar significados
meramente a partir de lo que el documento dice, pues corremos el riesgo de que nuestra
realidad contemporánea que condiciona nuestro foco analítico se imponga sobre la realidad
del pasado; en cambio, debemos comprender que lo historizable en ‘lo que dice’ la fuente
más allá de su contenido, es el acto mismo de ‘decir’.
Es por ello que el ejercicio de identificar la voz de la fuente es importante, pues sólo
así podemos comprender las circunstancias sobre las que ella, en efecto, habla. La disposición
con la que nosotros, como historiadores, hemos de acercarnos a un documento como Yawar
Mallku es comprendiendo el contexto en el que fue producido; de no hacerlo, podemos caer
en el peligro del anacronismo. En estos dos escritos hemos asumido el desafío de establecer
continuidades entre un pasado colonial y una contemporaneidad republicana marcada por la
continua opresión de los sujetos subalternos, no obstante hemos considerado también los
peligros que ello conlleva. Sería un gran error de nuestra parte atribuir al filme características
que, más allá de las escuelas intelectuales afines a las que hemos sido expuestos, no
corresponden realmente al tiempo en que fue producido; por ejemplo, no podríamos hablar de
la película como una expresión de cine decolonial cuando ese término responde a una
corriente intelectual posterior; otro error sería tratar de concebir la película como una
conceptualización cinematográfica de la colonialidad del poder cuando esta teoría nace al
alero de la modernización neoliberal entre la década de 1980 y 1990. Con ello no queremos
decir que no podemos analizar la documentación desde esas propuestas, sino que no podemos
darle esas atribuciones al filme en sí en la medida que este no habla ese lenguaje.
Cuando hablamos de develar ‘la voz’ de la fuente nos referimos, entonces, a entender
y exponer aquel lenguaje en que habla la película, no sólo en lo que dice sino en cómo lo
dice; en palabras de Palti, “situar su contenido proposicional en la trama de relaciones
lingüísticas en la que éste se inserta a fin de descubrir, tras tales actos de habla, la
intencionalidad del agente” (2012, p. 29). Con ello podremos definir los marcos de
posibilidad lingüística de la fuente, delimitando qué es lo que podríamos decir sobre ella y
qué no (Palti, 2012), respetando su contexto de producción y cuidando de no imponer nuestro
lugar de enunciación.
La fuente
Pero, ¿cómo es posible dar cuenta de aquello? La lectura y análisis que podemos
realizar sobre una fuente en particular conlleva a una relación de similitud entre el emisor y el
receptor. El lenguaje que se quiere exhibir, en el caso del film, conlleva a una dirección
focalizada, pues su heurística exhibe una teoría y una crítica en torno a una problemática de
interés. “Lo que genera una estrategia textual específica. Es decir, prevé un lector capaz de
actualizar e interpretar lo que él produjo textualmente”. (Mudrovcic, 2005, pp. 92) Asimismo,
esta focalización conlleva a una dualidad compleja en tanto el emisor pueda proliferar su
reproducción con una narrativa adecuada que permita la inteligibilidad de su obra como
también, la del emisor de poder decodificar el mensaje a través de la similitud de su
conocimiento en relación con el autor. Así, la elección del autor, director o historiador de su
base lingüística estará en algún grado condicionada a su público de enfoque, haciendo que
este tenga que transformar la morfología de su mensaje a través del descubrimiento y
elección de su narrativa. Si bien, los recursos documentales o cinematográficos pueden ser
ligados a una apertura mayor que los documentos escritos, desde la panorámica receptora,
aquello no manifiesta la dirección de un público totalmente abierto.
Como bien señalamos en el primer escrito, Yawar Mallku llamó nuestra atención en la
medida que allí encontramos una posibilidad de converger nuestros intereses historiográficos
personales que, en la acción de construir un relato coherente entre un campo y otro, logramos
también establecer y fundamentar continuidades históricas a partir de la documentación
seleccionada. Así, los estudios de la memoria y los derechos humanos junto al interés por
comprender las dinámicas de poder que ello implica, pudo articularse con los estudios
coloniales en la medida que, como vemos en la película, los sujetos subalternos
históricamente construidos desde la experiencia colonial son, en efecto, los sujetos
subalternos de hoy en día. Es en este vínculo entre el interés personal de cada uno de nosotros
con el del otro que levantamos la posibilidad de construir un relato histórico en que, más allá
de las continuidades establecidas en él, será también la convergencia de nuestras
individualidades: yo, Felipe García, como historiador en formación proveniente del norte
grande chileno y con raíces familiares pampinas, que he vivido a flor de piel las expresiones
culturales andinas en el medio urbano y, por otra parte, yo, Katherinne Roco que mi lugar de
enunciación me traslada hacia lo que fue mi aventura educacional secundaria, en donde mi
atención focal sobre los estudios de DDHH recae en las vivencias narradas por mi Profesor
de Historia y, también, familiares que rodearon mi entorno dilucidando sus ideologías y cómo
vivieron la dictadura cívica-militar. Contando vivencias desde su papel como actores y
actoras subversivos al golpe y a la dictadura.
Conclusión
Volviendo a nuestra fuente, Yawar Mallku, que nos reivindica la posición de lucha
indigena desde su “pasado reciente” con la introducción de agentes foráneos estadounidenses,
haciendo de este filme un narrativa intelectual agitada, llena de complejidades en torno a una
identidad cultural, haciendo de este recurso un carácter simbólico para el conocimiento del
pasado y la relación con el presente de estas comunidades. Esta exhibición histórica
inmiscuye directamente en la memoria colectiva y el pasado común. Tomando elementos
culturales como la identidad de un colectivo y/o comunidad, el olvido y el error histórico,
puntos esenciales que intervienen en la formación y continuidad de las naciones. (Mudrovcic,
2005, pp.93) Es a partir de aquello que, como lectores “contemporáneos”, debemos hacer una
lectura analítica entendiendo las dinámicas problematizadas que hicieron posible la
construcción de esta representación cinematográfica y, no menos importante, observar desde
nuestro lugar propio de enunciación para lograr una reinterpretación de lo que se quiere
exhibir. Si bien, las complejidades que han rodeado el entendimiento historiográfico de
ciertas narraciones históricas han de encaminarse en la relación de cercanía o lejanía que
tiene el historiador a la hora de manipular su fuente de estudio, no podemos negar la
existencia de una influencia originaria. Ya desde un inicio hacemos una manipulación
selectiva y, con el desarrollo investigativo, esa acción se sigue desplegando a la hora de leer,
analizar y reinterpretar el mensaje primario. Este posicionamiento recae en un enfrentamiento
poético entre quienes somos y la construcción hermenéutica que logramos, todo ello a través
de la importancia de compartir una similitud lingüística o, en otros casos, encontrar una
trayectoria disímil a la nuestra que, si bien podría complejizar nuestra lectura y
entendimiento, no podemos descuidar el hecho que dicho encuentro también sumaría una
experiencia enriquecedora en la perceptibilidad de lo que nos rodea. En este sentido y, ya
para concluir, los lugares de enunciación que logramos identificar en nuestra trayectoria
estudiantil y, exhibida en ambas etapas de nuestra exploración ensayística, no sólo nos ha de
acceder a nuevos horizontes investigativos sino que también dificulta nuestra lectura, desde
un encuentro en común, pero a la vez enriquece nuestra inteligibilidad y nos ayuda a expandir
nuestra panorámica como historiadores.
Bibliografía