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I.

INTRODUCCIÓN
II. DESARROLLO

III. HISTORIA DE LAS CATACUMBAS


Las catacumbas —término que deriva de un topónimo romano del siglo VI para
referirse a las hondonadas y depresiones que caracterizaban el terreno situado
entre las piedras miliares II y III de la vía Apia (Gabucci, 2008: 240; Ramos
Frendo, 2016: 145)—, fueron las primitivas necrópolis cristiana, galerías
subterráneas en las que se practicaban enterramientos y que, además, servían
como lugar de culto y de expresión artística. No hay que olvidar que en sus
paredes encontramos los primeros testimonios simbólicos y representaciones
alegóricas del cristianismo, que, en ese momento inicial, compartía la temática e
iconografía pagana (Mateo, 2014: 32).
Pero antes de las catacumbas, los cristianos enterraban a sus muertos a cielo
abierto (a diferencia de la costumbre pagana, que practicaba el rito de la
incineración), a las afueras de la ciudad. El cambio posiblemente pudo deberse no
tanto a las persecuciones, sino a las donaciones de terrenos que hicieron algunos
particulares para que los menos pudientes pudieran inhumar allí a sus familiares
(Gabucci, 2008: 239). Hemos de recordar que el precio del terreno para los
enterramientos era elevado, cuestión esta que se unía al escaso espacio con que
contaba Roma para acoger estas inhumaciones cristianas.
Las catacumbas solían localizarse en las vías principales que salían de ciudades
como Roma. Estas últimas son posiblemente las más conocidas. Comunicaban la
capital del Imperio con distintas ciudades italianas. Así, a la archiconocida vía
Apia, que conectaba Roma con Bríndisi, se suman la vía Ardeatina, que conducía
a Ardea; la vía Nomentana, que unía Roma con Nomentum; la vía Labicana, que
comunicaba con Labicum (Labici), o la vía Flaminia, que llegaba hasta Ariminum,
por citar solo algunas.

En varias de ellas fueron enterrados los grandes mártires del cristianismo


primitivo, como san Sebastián o santa Inés. Esto hizo que estas necrópolis
recibieran el nombre de aquellos que murieron en defensa del cristianismo y que
se convirtieran en lugar de culto y peregrinación durante los siglos siguientes,
pero también de saqueo y de abandono durante el medievo. Pero otras tantas se
conocen por conservar el nombre de la ciudad en la que se encontraban.
III.1. ¿Cuándo empezaron a utilizarse?
Cronológicamente, su uso comenzó hacia mediados del siglo II, pero no fue hasta
comienzos del siglo III cuando dicho uso se generalizó entre los grupos cristiano.
Durante el siglo IV adquieren mayor protagonismo gracias al Concilio de Nicea en
el 325 y, sobre todo, a la declaración como religión del Estado por Teodosio en el
380. A pesar de ello, su utilización parece prolongarse unos años más, hasta el
siglo V, momento en el que se abandonan las catacumbas como lugar de
enterramiento. Mary Lafon, en su obra Rome ancienne et moderne (Paris, 1857),
nos hablaba de unas 60 catacumbas distribuidas en unos 1 200 km, cada una de
ellas capaz de albergar unos 100 000 cuerpos (en Ramos Frendo, 2016: 144).
Hoy se sabe que el número podría superar los 750 000 enterramientos.
En estos pasillos subterráneos excavados en la toba italiana se encontraban los
loculi y los arcosolios, que no eran más que huecos abiertos en las paredes de las
galerías donde se depositaban los fallecidos en posición horizontal. Los primeros,
de forma rectangular; los arcosolios, con forma de arco. Posteriormente, los
cuerpos se solían cubrir con lápidas sobre las que se inscribía el nombre del allí
enterrado.
III.2. Lugares de culto
En el interior de las catacumbas también se habilitaron lugares de culto, que
recibían el nombre de cubiculum, así como lucernarios y respiraderos para los que
allí se congregaban para despedir al difunto. Lejos de lo que se piensa, las
catacumbas no eran lugar de refugio ni escondite de los primeros cristianos.
Son, por tanto, estas dos funciones, enterramiento y culto funerario, las que
definieron los usos de estas galerías subterráneas. Como necrópolis, las
catacumbas estaban compuesta por pasillos que les confería un aspecto
laberíntico. En dichos pasillos se abrían los nichos que acogían las inhumaciones.
Pero también fueron lugar de culto y peregrinación, espacios donde los primeros
cristianos se reunían para rendir homenaje y respeto a Cristo y a los allí
enterrados.
Actualmente varias de ellas se pueden visitar. De este modo, es recomendable
ver las catacumbas de San Calixto, las de San Sebastián y las de Santa Domitila,
donde podremos admirar no solo los enterramientos que aún siguen en pie sino
las representaciones pictóricas que las primeras comunidades cristianas dejaron
en sus paredes.

IV. ¿COMO MURIERON LOS MÁRTIRES DE LA IGLESIA?

La trágica historia de los mártires cristianos, perseguidos, torturados y


masacrados por su fe.

El cristianismo en todas sus vertientes fue la religión más perseguida en el Siglo


XX. Miles de hombres y mujeres dieron su vida por defender sus ideales y su fe.
Desde el origen de las persecuciones hasta nuestros días y cómo frente al horror
dieron testimonio de sus creencias.
IV.1. MÁRTIRES.
La palabra mártir proviene del griego y significa “testigo”. Es decir que dará
testimonio de su fe, de su pensamiento político, de su filosofía, aún hasta la
muerte para defender su postura. Recordemos a Sócrates, a Martin Luther King, a
Gandhi..
Cuando el cristianismo se extiende por todo el Imperio Romano su mensaje llego
primero a los estamentos más bajos de la sociedad y desde allí comenzó a
extenderse. Esta nueva práctica religiosa poseía no solo implicancias teológicas
nuevas sino conceptos sociales no convencionales. Promovían una nueva visión
política y social. El establecimiento de novedades socio-políticas era inaceptable
para la máquina burocrática del imperio. Por tanto, los mártires (testigos) de este
movimiento serán ejecutados por temas concernientes al emperador, a su culto
público y político, pero no tanto a sus conceptos sobre Dios.

La persecución en el Imperio Romano fue durante


un período de más de dos siglos entre el año 64
(Nerón) y el Edicto de Milán en el 313, en el cual
los emperadores romanos Constantino el Grande y
Licinio dieron libertad de culto a los cristianos.
Fueron diez persecuciones, cada una adoptará el
nombre del emperador que la organizó: Nerón,
Domiciano, Trajano, Marco Aurelio, Septimio
Severo, Maximiano, Decio, Valeriano, Aureliano y Diocleciano; aunque las
mayores persecuciones estuvieron a cargo de Decio, Valeriano y Diocleciano.
El primer mártir cristiano será Esteban y no morirá en Roma, sí dentro del imperio.
Es mencionado por primera vez en el libro
hechos de los apóstoles como uno de los
siete diáconos elegidos por los discípulos
de Jesús. Su ejecución fue en Jerusalén,
lapidado vivo, y quien estuvo a cargo de
ejecutar la sentencia por orden -en este
caso del sanedrín- fue Saulo de Tarso,
quien más tarde se convertiría a esta
nueva fe y sería apóstol con el nombre de
Pablo
La primera persecución de los cristianos fue por parte de Nerón, luego del gran
incendio de Roma. Ante semejante hecho en el cual más de media ciudad quedó
destruida, era necesario un chivo expiatorio y estos fueron los cristianos.
Episodios horrendos como el de las antorchas humanas, rociadas con brea y
dejadas ardiendo en los jardines de la casa del emperador o de mujeres y niños
vestidos con pieles de animales y dejados a merced de las bestias feroces en el
circo, fueron unos de los tantos tormentos descriptos por el historiador romano
Tácito en sus Anales. Este es el único documento que habla de estas
persecuciones, aparte de una breve referencia de Suetonio. También están las
“actas de los mártires”, pero los historiadores contemporáneos sostienen que, en
su gran mayoría, son textos apologéticos y hagiógrafos, antes que datos certeros
de hechos consumados.
4.1. EL MARTIR DE LAS CATACUMBAS
Un claro ejemplo, podemos describir una pequeña porción del libro, que refiere lo
siguiente: “…El león se lanzó sobre su víctima, habiendo sido herido; pero, al
lanzarse por segunda vez al ataque, agarró a su adversario, y literalmente lo
despedazó. Entonces nuevamente fue sacado Macer, para quien fue tarea fácil
acabar con el cachorro. Y esta vez, mientras Macer permanecía de pie recibiendo
los interminables aplausos, apareció un hombre por el lado opuesto. Era el
africano. Su brazo ni siquiera se le había vendado, sino que colgaba a su costado,
completamente cubierto de sangre. Se encaminó titubeando hacia Macer, con
penosos pasos de agonía. Los romanos sabían que éste había sido enviado
sencillamente para que fuese muerto. Y el desventurado también lo sabía, porque
conforme se acercó a su adversario, arrojó su espada y exclamó en una actitud
más bien de desesperación:
- ¡Mátame pronto! Líbrame del dolor.
Todos los espectadores a uno quedaron mudos de asombro al ver a Macer
retroceder y arrojar al suelo su espada. Todos seguían contemplando
maravillados hasta lo sumo y silenciosos. Y su asombro fue tanto mayor cuando
Macer volvió hacia el lugar donde se hallaba el Emperador, y levantando las
manos muy alto clamó con voz clara que a todos alcanzó:
-¡Augusto Emperador, yo soy cristiano! Yo pelearé con fieras silvestres, pero
jamás
levantaré mi mano contra mis semejantes, los hombres, sean del color que fueren.
Yo moriré gustoso; pero ¡yo no mataré!
Ante semejantes palabras y actitud se levantó un creciente murmullo.
-¿Qué quiere decir éste? ¡cristiano! ¿Cuándo su cedió su conversión? -preguntó
Marcelo.
Lúculo contestó, -Supe que lo habían visitado en el calabozo los malditos
cristianos, y que él se habría unido a esa despreciable secta, en la cual se halla
reunida toda la hez de la humanidad. Es muy probable que se haya vuelto
cristiano. -
¿Y preferirá él morir antes que pelear?
-Así suelen proceder aquellos fanáticos.
La sorpresa de aquel populacho fue reemplazada por una ira salvaje. Les
indignaba que un mero gladiador se atreviera a decepcionarles. Los lacayos se
apresuraron a intervenir para que la lucha continuara. Si en verdad Macer insistía
en negarse a luchar debería sufrir todo el peso de las consecuencias.
Pero la firmeza del cristiano era inconmovible. Absolutamente desarmado avanzó
hacia el africano, a quien él podría haber dejado muerto solamente con un golpe
de su puño. El rostro del africano se había tornado en estos breves instantes cual
el de un feroz endemoniado. En sus siniestros ojos relumbraba una mezcla de
sorpresa y regocijo loco. Recogiendo su espada yaciéndola firmemente se
dispuso al ataque con toda libertad, hundiéndola de un golpe en el corazón de
Macer. –
- ¡SEÑOR JESÚS, RECIBE MI ESPIRITU! -Salieron esas palabras entre el
torrente de sangre en medio del cual este humilde pero osado testigo de Cristo
dejó la tierra, uniéndose al nobilísimo ejército de mártires.
- ¿Suele haber muchas escenas como ésta? -preguntó Marcelo.
-Así suele ser. Cada vez que se presentan cristianos. Ellos hacen frente a
cualquier número de fieras. Las muchachas caminan de frente firmemente
desafiando a los leones y a los tigres, pero ninguno de estos locos quiere levantar
su mano contra otros hombres. Este Macer ha desilusionado amargamente a
nuestro populacho. Era el más excelente de todos los gladiadores que se han
conocido; empero, al convertirse en cristiano, cometió la peor de las necedades.
Marcelo contestó meditativo, - ¡Fascinante religión debe ser aquella que lleva a un
simple gladiador a proceder de la manera que hemos visto!
-Ya tendrás la oportunidad de contemplar mucho más de esto que te admira.
- ¿Cómo así?
- ¿No lo has sabido? Estás comisionado para desenterrar a algunos de estos
cristianos. Sean introducido en las catacumbas y hay que perseguirlos.
-Cualquiera pensaría que ya tienen suficiente. Solamente esta mañana quemaron
cincuenta de ellos.
-Y la semana pasada degollaron cien. Pero eso no es nada. La ciudad íntegra se
ha convertido en todo un enjambre de ellos. Pero el Emperador Decio ha resuelto
restaurar en toda su plenitud la antigua religión de los romanos. Desde que estos
cristianos han aparecido el imperio va en vertiginosa declinación. En vista de eso
él se ha propuesto a aniquilarlos por completo. Son la mayor maldición, y como a
tal se les tiene que tratar. Pronto llegarás a comprenderlo.
Marcelo contestó con modestia: -Yo no he residido en Roma lo suficiente, y es así
que no comprendo qué es lo que los cristianos creen en verdad. Lo que ha
llegado a mis oídos es que casi cada crimen que sucede se les imputa a ellos. Sin
embargo, en el caso de ser como tú dices, he de tener la oportunidad de llegar a
saberlo.
En ese momento una nueva escena les llamó la atención. Esta vez entró al
escenario un anciano, de figura inclinada y cabello blanco plateado. Era de edad
muy avanzada. Su aparición fue recibida con gritos de burla e irrisión, aunque su
rostro venerable y su actitud digna hasta lo sumo hacían presumir que se le
presentaba para despertar admiración. Mientras las risotadas y los alaridos de
irrisión herían sus oídos, él elevó su cabeza al mismo tiempo que pronunció unas
pocas palabras. -
¿Quién es él? -preguntó Marcelo. -Ese es Alejandro, un maestro de la abominable
secta de los cristianos, Están obstinado que se niega a retractarse...
-Silencio. Escucha lo que está hablando.
-Romanos, -dijo el anciano-, yo soy cristiano. Mi Dios murió por mí, y yo gozoso
ofrezco mi vida por El. (Esta persecución por el Emperador Decio fue desde el año
249 al 251 A. C., ósea que duró como dos años y medio. Decio murió en batalla
con los Godos más o menos a fines de 251 A. C.)
Un bronco estallido de gritos e imprecaciones salvajes ahogaron su voz. Y antes
que aquello hubiera concluido, tres panteras aparecieron saltando hacia él. El
anciano cruzó los brazos, y elevando sus miradas al cielo, se le veía mover los
labios como musitando sus oraciones. Las salvajes fieras cayeron sobre él
mientras oraba de pie, y en cuestión de segundos lo habían destrozado.
Seguidamente dejaron entrar otras fieras salvajes. Empezaron a saltar alrededor
del ruedo intentando saltar contra las barreras. En su furor se trenzaron en
horrenda pelea unas contra otras. Era una escena espantosa.
En medio de la misma fue arrojada una banda de indefensos prisioneros,
empujados con rudeza. Se trataba principalmente de muchachas, que de este
modo eran ofrecidas a la apasionada turba romana sedienta de sangre. Escenas
como ésta habría conmovido el corazón de cualquiera en quien las últimas trazas
de sentimientos humanos no hubiesen sido anuladas. Pero la compasión no tenía
lugar en Roma. Encogidas temerosas las infelices criaturas, mostraban la humana
debilidad natural al enfrentarse con muerte tan terrible; pero de un momento a
otro, algo como una chispa misteriosa de fe las poseía y las hacía superar todo
temor. Al darse cuenta las fieras de la presencia d sus presas, empezaron a
acercarse. Estas muchachas juntando las manos, pusieron los ojos en los cielos, y
elevaron un canto solemne e imponente, que se elevó con claridad y bellísima
dulzura hacia las mansiones celestiales:
Al que nos amó,
Al que nos ha lavado de nuestros pecados
En su propia sangre;
Al que nos ha hecho reyes y sacerdotes,
Para nuestro Dios y Padre;
A Él sea gloria y dominio
Por los siglos de los siglos.
¡Aleluya! ¡Amén!
Una por una fue silenciadas las voces, ahogadas con su propia sangre, agonía y
muerte; uno por uno los clamores y contorsiones de angustia se confundían con
exclamaciones de alabanza; y estos bellos espíritus juveniles, tan heroicos ante el
sufrimiento y fieles hasta la muerte, llevaron su canto hasta unirlo con los salmos
de los redimidos en las alturas” (MARTIRES DE LAS CATACUMBAS pág. 9)”

V. LA VIDA DEL MONACATO


El monacato cristiano surge en Egipto en las dos últimas décadas del siglo III y lo
hace a raíz de que algunos cristianos se desligan de su vida cotidiana,
renunciando a su familia y sus pertenencias, retirándose a la soledad para llevar
una vida de austeridad voluntaria en todas las facetas de su vida (económica, ...
típicamente cristiano que nace a raíz de las persecuciones de los emperadores
romanos durante la segunda mitad del siglo III. Para evitarlas, muchos cristianos
optaron por refugiarse en el desierto y vivir en lugares apartados.
Aunque existen precedentes en otras religiones, el monacato es un fenómeno
Introducción
l monacato aparece como una clase dentro del cristianismo solo a fines del siglo
III. Antes era solo un grupo de hombres dedicados a la vida solitaria, elección
hecha por voluntad propia. El monje (palabra del griego monos, que quiere decir
solo o solitario) era el hombre que vivía apartado de los demás.
El surgimiento del Monacato Cristiano es sin duda alguna una cuestión disputada,
ya que el motivo que originó su aparición no está claramente establecido. Ante
esto es preferible dar a conocer todas las hipótesis para así tener una visión de
conjunto sobre el posible móvil que dio origen al surgimiento del monacato
cristiano:
Fundamentación Bíblica: Mateo 19:29 " Y todo aquel que haya dejado casas,
hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el
ciento por uno y heredara vida eterna".
El movimiento monástico surge como una incompatibilidad entre el cristianismo y
el mundo, como protesta ante el relajamiento de la vida cristiana.
Se atribuye el inicio del movimiento monástico a los cristianos que se refugiaron
en los montes y desiertos durante las persecuciones.
La vida monástica surge como sucedáneo del martirio. Se cambia el martirio físico
por un martirio general contenido en la forma de vida monástica, practicando la
abstinencia y el ayuno.
Otras razones más bien alejadas de lo cristiano serian: liberarse de la
servidumbre, de las deudas etc.
Ante esto lo más razonable es no dar una sola causa todo el peso que implica el
origen del monacato cristiano ya que lo más probable es que sea producto de
muchas razones. Sin embargo si hubiese que atribuir el origen del monacato a
una razón más específica e imperecedera, esta razón seria el ansia de seguir a
Cristo.
V.1. Orígenes del monacato cristiano
El monacato surge principalmente en las dos últimas décadas del siglo III y lo
hace a raíz de que algunos cristianos se desligan de su vida cotidiana, es decir de
su familia, de sus pertenencias, etc. Y se retiran a la soledad para llevar una vida
de austeridad voluntaria. Austeridad que se refiere a lo económico, alimentario,
vestimenta, castidad, etc. En fin, normas impuestas por ellos mismos con el
objetivo de seguir el ejemplo de Cristo.
Por lo tanto el monacato cristiano representa un paso en la evolución de la vida
perfecta.
La vida monástica (en su forma inicial) aparece en varias de las mas importantes
religiones del mundo civilizado, lo que nos demuestra que es una reacción
humana y normal ante las aspiraciones morales y espirituales, ya que fue la
enseñanza de Jesús la que dio forma a esas aspiraciones, engendrando así la
existencia del monacato.

VI. CUANDO SE INICIO EL PAPADO


El despliegue del Papado constituye algo asombroso: nunca había sucedido algo
comparable, que una autoridad religiosa, sin medios económicos o militares, se
haya convertido en elemento clave (legal y cultural, espiritual y político) de la
historia de Europa (y de occidente). Sus orígenes fueron humildes y oscuros:
nadie puede señalar el momento en que surgió ni el día en que (bien entrado el
siglo II) empezó a regir en Roma un obispo "monárquico", que se sintió
responsable de la iglesia (o conjunto de iglesias) de la capital y extendió su influjo
en el imperio. Tampoco sabemos el momento en que (entre el siglo III y IV) se
presentó como heredero de Pedro y consiguió una autoridad casi jerárquico-
imperial sobre gran parte de la cristiandad. Pero el papado surgió y rigió los
destinos de Europa occidental desde el siglo VI al XV, conservando hasta ahora
gran influjo, como vimos en los funerales de Juan Pablo II y como vemos en la
preparación del Cónclave. Por eso es bueno recordar su origen, partiendo de los
Doce apóstoles con Pedro y desde la antigua iglesia de Roma.

VI.1. LOS DOCE APÓSTOLES Y PEDRO.


Jesús instituyó Doce mensajeros para preparar la llegada del «Reino de Dios» en
las doce tribus de Israel. Tras la muerte de Jesús, ellos permanecieron en
Jerusalén, esperando la conversión de los judíos y la llegada del Reino; pero no
llegó como esperaban, ni los judíos en conjunto se convirtieron, de manera que
perdieron su función. Pero mientras los Doce fracasaban, algunos cristianos
nuevos, llamados helenistas, empezaron a extender el evangelio a los gentiles de
cultura siria o griega; partiendo de ellos se extendió Iglesia a todo el mundo.
Pues bien, Pablo, uno de esos helenistas universales, afirma que el «fracaso» de
los Doce fue providencial (cf. Rom 9-11), pues permitió que la Iglesia rompiera el
modelo cerrado del judaísmo nacional. Más aún, Pedro, que había sido
compañero de Jesús, el primero de los Doce, aceptó y ratificó ese cambio, de
manera que la tradición ha podido presentarle como roca o fundamento de la
iglesia universal (cf. Mt 16, 17-19). En esa línea, los cristianos posteriores
reinterpretaron (invirtieron) la función de los Doce (ya desaparecidos), haciéndoles
apóstoles universales. Surgió así la hermosísima "leyenda” donde se añade que
los Doce, con Pedro a la cabeza, consagraron para sucederles a los obispos. Ni
los Doce fueron apóstoles universales, ni los obispos sus sucesores estrictos;
pero la historia no es como fue, sino como se cuenta.
Pues bien, el «cambio» de Pedro no es leyenda, sino historia esencial. Tras
mantenerse un tiempo en Jerusalén con los Doce, él se «convirtió» y asumió la
misión universal, al lado de Pablo (cf. Gal 2, 8). Dejó Jerusalén y fue primero a
Siria (Antioquia: cf. Hech 12, 17 y Gal 2, 11) y después llegó a Roma donde vino
también Pablo. Los dos esperaban el Reino de Dios para todos los pueblos, pero
fueron acusados de causar disturbios y ejecutados. Roma era entonces signo de
universalidad y tanto Pedro como Pablo eran universalistas. Entretanto, en
Jerusalén había quedado Santiago, hermano de Jesús, defensor de un
cristianismo judío, pero también él fue asesinado por un Sumo Sacerdote celoso,
en torno al 62 d. C.

VI.2. ROMA, UNA IGLESIA SIN OBISPO-PAPA.


Los fundadores de su iglesia no fueron Pedro o Pablo, sino algunos judeo-
cristianos helenistas que llegaron en época temprana, ocasionando tumultos en
tiemposde Claudio (el 49 d. C. Cf. Suetonio, Claudius 25; Dion Casio, Historia 60,
6, 6). Más tarde, hacia el 60, llegaran Pablo y Pedro, que misionaron y fueron
condenados a muerte (hacia el 64), dejando el recuerdo de su vida y obra. Por
entonces la comunidad o comunidades tenían una administración presbiteral,
conforme al modelo de las sinagogas, donde un consejo de “notables” (ancianos)
dirigía la asamblea.
Otras comunidades habían ido introduciendo el modelo monárquico, con un
Obispo o supervisor, como presidente, sobre los presbíteros. Pero Roma prefirió
seguir la tradición. Por eso, contra lo que suele decirse, ni Pedro fue el obispo de
Roma, ni dejó unos sucesores obispos. Durante más de un siglo, la iglesia siguió
dirigida por un grupo de ancianos, entre los que han podido sobresalir Lino,
Clemente o Evaristo (a quienes después llamarán papas). Sólo en la segunda
mitad siglo II, de manera genral general, las iglesias asumieron una estructura
monárquica, que dura hasta hoy. Con ese cambio, ellas marcaron su distancia
respecto al judaísmo rabínico, que mantuvo un gobierno colegiado. Pero los
judíos rabínicos se aislaron, formando un grupo nacional, mientras los cristianos
episcopales pudieron abrir su evangelio a todos los estratos de la sociedad. Dado
ese paso, los obispos de Roma pudieron presentarse como interlocutores ante la
sociedad civil y apelar a Pedro como a fundador y primer obispo.

VI.3. ROMA, UNA IGLESIA CON OBISPO.


Junto a otros factores (recuerdo del sumo sacerdocio israelita, filosofía jerárquica
helenista, genio político romano) en el surgimiento y despliegue de los obispos
influyó la exigencia de mantener la visibilidad y el carácter social de la iglesia,
frente al riesgo gnóstico, de disolución intimista. Por lógica interior, el cristianismo
debería haberse convertido en un conjunto de agrupaciones espiritualistas, como
tantas otras, que desaparecieron pronto. Pues bien, en contra de eso, las iglesias
se unificaron y fortalecieron en torno a sus obispos, trazando, para justificar ese
cambio, unas genealogías o listas de "obispos" que se habrían mantenido fieles
desde los apóstoles, especialmente en Roma, que empezó a ser para muchos el
punto de referencia de la identidad cristiana.
Entre los partidarios del cambio está Hegesipo, un oriental que vino a Roma para
buscar su lista seguida de obispos (Cf. Eusebio de Cesarea: Historia Eclesiástica,
II, 23, 4-8 etc). Hacia el año 180, Ireneo de Lyon ofrece también una lista de
"obispos de Roma" como garantes de la tradición cristiana, pues «en ella se ha
conservado siempre, para todos los hombres, la tradición de los apóstoles»
(Adversus haereses, III, 3, 2). De esa forma proyectaron hacia el principio la
estructura y las instituciones posteriores de la iglesia, defendiendo su carácter
social y jerárquico.
Esta "invención" de los obispos fue providencial para la iglesia posterior. Pero
entre el comienzo de las comunidades (hacia el año 40-60) hasta el
establecimiento del episcopado estable (hacia el 160/180) quedan más de cien
años de iglesia esencial, a los que tienen que volver los cristianos, para conocer
su identidad. La iglesia episcopal y jerárquica pudo pactar después con el imperio
romano, de manera que el obispo de Roma será, en clave cristiana, lo más
parecido al emperador como sabe el Cronógrafo romano (siglo IV) y ratifica más
tarde la donación apócrifa pero canónicamente esencial de Constantino. Ese
proceso de "concentración" administrativa resulta lógico y se ha dado en muchos
movimientos políticos y sociales,que pasan de un régimen colegiado y carismático
a la concentración de poder que posibilita la pervivencia del grupo.

VI.4. EL PAPA, OBISPO DE ROMA.


En el proceso anterior ha tenido una importancia esencial el obispo de Roma
(llamado Papa, padrecito), porque dirige la iglesia de capital del imperio y porque
apela al recuerdo de Pedro (interpretando jerárquicamente las palabras de Mt
16,17-19). A lo largo de todo el primer milenio (como manda Hipólito, Tradición
Apostólica), la iglesia de Roma elegía a su Papa-obispo con la «participación de
todo el pueblo», lo mismo que las otras.
Roma empezó siendo una iglesia hermana, pero después creció su poder, por
prestigio y por político. No se puede olvidar el prestigio: entre el siglo II y el siglo
IV, la iglesia romana vivió una experiencia fascinante de identificación interior y
organización social que le permitió superar "herejías" (de Marción o Valentín) y
mantenerse firme ante el imperio. Su obispo fue tomando cada vez más autoridad,
de manera que los cristianos de diversas partes (especialmente los de lengua
latina) acudían a Roma, pidiendo consejo y buscando solución para sus
problemas. Más tarde, entre el siglo VI y el IX, la iglesia romana dirigió el proceso
de cristianización de occidente, viniendo a presentarse como gran poder moral de
Europa.
Ha sido un poder positivo y discutido (ruptura con los ortodoxos, lucha por las
investiduras y cruzadas, Reforma protestante y guerras de religión...), pero ha
configurado nuestra historia. Somos lo que somos porque el papado ha existido y
ha trasmitido junto al cristianismo los valores de la cultura helenista y romana.
Pero nos parece que su tiempo «tradicional» ha terminado. Ahora, pasados 1600
años, tras una historia gloriosa y tensa, debe replantear su origen y sentido
cristiano, desde los principios del Evangelio. En este contexto se sitúa el entierro
de Juan Pablo II (con él parece despedirse y acabar un tipo de papado) y el
próximo cónclave. Es muy posible que la iglesia católica quiera mantener y
mantenga la figura del Papa, pero tendrá que introducir en ella unos cambios
radicales, por fidelidad a sí misma y al mensaje de Jesús. Este será uno de los
últimos cónclaves al estilo del segundo milenio. Es muy posible que dentro de
poco los papas vuelvan a ser ante todo, como en el primer milenio, obispos de
Roma, elegidos por sus comunidades, realizando una función de comunión, no de
dirección centralizada, sobre el resto de las iglesias. Tendrán que volver a ganar
su autoridad, si quieren seguir existiendo. Pero con eso empezará una historia
distinta.
a) PRIMER PAPA,
LINUS Linus Tuscia, Italia, Imperio romano
Ordenó a los primeros quince obispos de la Iglesia e
instituyó el uso obligatorio del velo para las mujeres que
entraran a los templos. Vivió la persecución romana y la
comunidad subterránea. Es mencionado en la Biblia (2
Timoteo 4, 21).9
Su festividad es el 23 de septiembre. También venerado en las Iglesias
orientales, con fiesta el 7 de junio.
ANACLETUS Anacletus Emilanii Desconocido
(probablemente Roma o Grecia)
Ordenó a veinticinco obispos que dieron como origen
los veinticinco títulos de las iglesias de Roma. Construyó la tumba de Pedro.
Murió martirizado y su fiesta es el 26 de abril. Por confusión se consideró que
hubo dos papas diferentes: Cleto y Anacleto.10
b) FUNCIÓN DEL PAPA
El Papa tiene una verdadera potestad, no una simple autoridad moral. “El Romano
Pontífice posee, como supremo pastor y doctor de la Iglesia, la potestad de
jurisdicción suprema, plena y universal, ordinaria e inmediata, sobre todos y cada
uno de los pastores y fieles”.
La potestad del Papa también se define como suprema
CONCLUSIÓN
En conclusión podemos aprecia que hubo muchos cristianos que murieron siendo
torturados por los romanos y perseguidos por distintos emperadores pero aun así
nadie se arrepintieron de haber seguido a cristo y que solo el ESPRIRITU SANTO
es quien te da la valentía y las fuerzas para poder aguantar todo ese sufrimiento,
al pasar los años las enseñanzas que JESUS nos dejo fue cambiando con el pasr
de los años y la gente empezó a creer mas en sus propias enseñanzas y con la
unión con el gobierno la iglesia de ese tiempo se corrompió completamente asi
llegaron a aparecer los papas.
BIBLIOGRAFIA
https://www.rome-museum.com/es/catacumbas-roma.php#:~:text=Los
%20cristianos%20no%20compart%C3%ADan%20la,estos%20enormes
%20cementerios%20bajo%20tierra.
https://www.academia.edu/37040415/El_M%C3%A1rtir_de_las_CATACUMBAS
Libro los mártires de las catacumbas. ……pág.9

ARCOS, José Luis: «Las catacumbas creadoras», en Moreno Sanz, JESÚS


(coord.): María Zambrano, 1904-1991: de la razón cívica a la razón poética.
Madrid, 2007. Pp. 443-449.

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Ius Canonicum - Derecho Canónico - Organización de la Iglesia Universal


Potestad y funciones del Papa en el derecho canónico.

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