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pre-ejercicios
pre-ejercicios
FASE PREPARATORIA
Objetivo:
Los Ejercicios completos, darán su fruto si te preparas bien. Varios meses y aún un año, no son algo
excesivo. Sugerencias:
1. Operación "deseo”.
Escribe San Agustín: "Nuestra vida es una gimnasia del deseo" (Comentario a la primera Carta de Juan,
tratado 4, PL, 35, 2009). Existen tantos deseos que llenan nuestra vida, desde el comienzo hasta su fin.
Algunos son realizados y realizables, otros menos o imposibles, Sucede con frecuencia que un deseo
realizado deje lugar a otro, en una carrera sin fin. Es necesario urgentemente saberse desenredar en la
maraña de los deseos, distinguiendo los que merecen ser seguidos y los que en cambio deben dejarse de
lado.
Una preliminar distinción separa los deseos buenos de los malos: es obvio que estos últimos deben
apagarse cuando nacen. En el ámbito del bien, existe a la vez una graduación o una prioridad.
Debemos verificar nuestros deseos y rectificarlos u orientarlos si fuera necesario. Dios suscita nuestro
deseo con su intervención, estimula nuestra voluntad cuando nos hace gustar su reino, asimismo,
cuando nos hace tomar conciencia de la presencia de Cristo...: de esto viene una serie de
comportamientos que, si por una parte alegran por la presencia, por otra orientan hacia una plenitud que
alimenta continuamente el deseo. Comenta aún San Agustín: “Haciéndose esperar, (Dios) intensifica
nuestro deseo, y al hacerse desear, ensancha el corazón y, dilatándolo, lo hace más capaz de recibirle".
El deseo cristiano no se configura, por lo tanto, como un sueño que podría revelarse aun falaz, como
una utopía que no encontrará jamás concreción, sino como el crecer progresivo de una realidad que
incipiente en el bautismo, se desarrolla en la vida de todos los días, hasta la plenitud de la visión
beatífica.
Se debe dar el paso de la necesidad al deseo. La satisfacción de la necesidad se termina con la
consumición del objeto. Desear al otro es quererle por eso que él es y que yo no soy. Hay que renunciar
a hacer de él el objeto de mi necesidad, a reducirle, a consumirle. Somos fruto, en gran parte, de una
sociedad de consumo y nos vamos convirtiendo en consumidores de personas y de Dios. Buscamos un
"agua que apague nuestra sed...”, no al Otro. Nos servirnos de Dios en vez de servir a Dios. Dios es
entonces como un objeto utilitario. Como en aquellos objetos en que se tiene esta inscripción: rómpase
en caso de necesidad y úselo. Obrar así indica inmadurez y es peligroso.
Dios es otro, no es la misma necesidad. De ahí surgen nuestras frustraciones. Incluso llegamos a
construirnos templos, para tenerle a mano.
Lo mismo que el bebé, a medida que crece, va distinguiendo que la leche y la madre son dos realidades
distintas, debemos descubrir lo que necesitamos para vivir y la persona de Dios.
Renunciar a Dios como necesidad y pasar al deseo. En Dios se descubre la fuente de la contemplación
y de la vida. El deseo no es una necesidad primaria como el hambre (necesidad). El deseo se satisface,
pero permanece.
Es un proceso de maduración importante.
El deseo nos arrastra fuera de la estrechez de nuestros límites, hace de nuestro “yo” una estructura
abierta y opera el milagro de convertirnos en criaturas referidas a Otro. Hay que dejar que el proyecto,
los deseos, la vida de Otro... inunden nuestro proyecto, nuestros deseos, nuestra vida; y esto nos integra.
La presencia de Dios que es mayor que nosotros mismos nos va llevando, de deseo en deseo.
Casi no nos atrevemos a desear, sólo a calmar necesidades; y para ellas los objetos bastan. Pero Dios es
Alguien.
Debemos pedir la gracia de despertar el deseo que pone en marcha nuestra búsqueda. Nos hace capaces,
como a Abraham y Sara, de abandonar la propia tierra y salir en busca de otra que sólo se nos concede
como promesa. Nos invita a abandonar la cautiva saciedad de Egipto o la resignada instalación en
Babilonia y a emprender un éxodo más allá de lo conocido.
La oración tiene que desplazarse progresivamente de la necesidad al deseo. Hay que dejar a Dios ser
Dios en su alteridad, en su trascendencia, sin objetivarlo en función de nuestras carencias y necesidades.
En la oración expresamos nuestras indigencias y hacemos patentas nuestros deseo: pedimos lo que
necesitamos. Pero no nos encontraremos con Dios, en función de la satisfacción de esas necesidades,
sin no aceptamos la no-respuesta a esos deseos y asumimos nuestra soledad y el silencio de Dios ante la
indigencia, de la que tomamos conciencia y que expresamos ante él.
En la oración, la necesidad se convierte en deseo cuando acepta la renuncia y se convierte en gratuita y
no interesada. Buscamos a Dios, pero no porque pueda satisfacer nuestra petición, como el niño
respecto de su padre, sino porque es Dios, porque lo amamos tras revelarnos Él su amor, porque es Él y
lo dejamos ser en su alteridad.
El más genuino y definitivo programa de vida es abrirse a Dios, acoger su empuje, dejarse trabajar por
la fuerza salvadora de su gracia. No ´conquistarlo`, sino dejarse conquistar por él; no ´convencerlo`,
sino dejarse convencer; no ´rogarle`, sino dejarnos rogar. ¿No va por ahí la misteriosa y fascinante
sugerencia de aquella frase de Ap 3, 20.
En el deseo nos acercamos a Dios, pregustamos su posesión y dejamos atrás todo cuanto no sea Él. El
deseo es más que nuestras realizaciones, pequeñas y mezquinas muchas veces; es la luz que ilumina la
gris y lo oscuro de la cotidianeidad e incluso del pecado. Y este deseo está presente en todo.
Es verdad que tenemos que hacer cosas por Dios, y desearlo y buscarlo, pero reconociendo, sobre todo,
que lo nuestro es mucho más responder a su deseo, permanecer a la espera, salir de nuestros
escondrijos, dejarnos encontrar.
→ Es el deseo de Dios el que sale a nuestro encuentro; es Él quien nos busca y nos espera. Caer un
poco más en la cuenta de que el deseo de Dios nos precede y nos desafía siempre a ensanchar nuevos
espacios internos para acogerlo; nos pro-voca y nos con-voca más allá de esa frontera que no nos
atrevíamos a atravesar. Eso es “lo suyo”. Lo nuestro es desear ardientemente que se abra la puerta,
sabiendo que lo que nos espera tras ella va a desbordarnos siempre con su misterio.
Trata de responder con total sinceridad a la pregunta “¿Qué buscas?”. Pregúntate: “¿Qué es lo que
deseo; qué ando persiguiendo; por qué cosas me afano; de qué tengo hambre...?”
Pon tus búsquedas, que revelan tus deseos, delante del Señor, sin juicios ni censuras.
Lee despacio el salmo 63 (62) o el salmo 42-42 (41-42), repitiendo una y otra vez algunas de sus
palabras.
Haz un ejercicio de memoria recordando “la historia de tus búsquedas”.
Siéntete unido a tanta gente que, a tientas y en medio de la noche, camina con hambre y sed de una
vida más humana y de un sentido para esa vida...
Trata de entrar ahora en otro nivel que suele resultar más difícil: aquel en el que nos encontramos con
el deseo de Dios mismo. Parafraseando algunas expresiones de San Juan: 1 Jn 4, 10; Jn 15, 16 podemos
decir: “En esto consiste el deseo: no en que nosotros deseemos a Dios, sino en que él nos desea
primero...”
Dedica un tiempo a abrirte a esta certeza, que puede parecerte demasiado sobrecogedora como para
ser cierta: es Dios quien te busca y te desea; “Dios es una extraña fuente que sale al encuentro del
sediento...”
Acércate a iconos de tres mujeres en búsqueda:
- Lc 15, 8-10: La mujer que buscaba la moneda en la parábola es Dios mismo, que nos busca
afanosamente: somos valiosos para Él, y Él no está dispuesto a perdernos.
- Jn 4, 1-41: La samaritana no contaba con que la esperaba alguien en el brocal del pozo para entrar en
diálogo con ella, sediento más de su relación que del agua, deseoso de ofrecerle otra agua diferente
para calmar su sed...
- Jn 20, 1. 11-18: La iniciativa con María Magdalena es de Jesús, que se acerca, le hace una pregunta, la
llama por su nombre...
Ábrete al asombro de ser objeto del deseo de Dios. Recuerda junto a él “la historia de su búsqueda”
de ti, de tantas maneras misteriosas y escondidas que sólo tú conocer. Puedes terminar repitiendo con el
Salmo 139 (138) 7-10.
María es para Lucas una buscadora de Jesús: en el relato del niño perdido en el templo ( Lc 2, 41-50),
el evangelista utiliza tres veces el verbo buscar, con María como sujeto.
Habla con ella de tu búsqueda de Jesús y de tu deseo de él. Pídele que te ayude a encontrarle como lo
encontró ella...
Sirven también de buen apoyo para la pedagogía del deseo leer y orar con:
Ex 23, en especial vv. 18.23; 1 Re 18, 36-38; 19, en especial 9-14; Dn 9, en especial v. 17; Is. 55;
Mt. 7; Rom 8; St. 1.
A la luz de estos textos vivir la oración diaria, determinando el sitio y la hora. El tiempo de oración, si
es una hora mejor, incluye un rato de examen para ver cómo me ha ido- si bien, dando gracias al Señor,
si mal, proponiendo enmienda para el día siguiente. Esto no significa juzgar si mi oración ha sido
buena o mala. Sólo Dios lo sabe. Sino examinar si puse los medios que debía poner. Uno estos medios
es prepararla en la vida (alimentando la vida teologal con los sacramentos, la lectura de la Palabra de
Dios y ejercitándola en las ocupaciones. Además, por medio de una ascesis inteligente y generosa:
serenando, ordenando, unificando las pasiones, los deseos que hacen muchos “ruido”) Conviene
también fijar la materia o tema de la oración.
2. Operación "conocimiento"
Haz una toma de conciencia de ti mismo; es decir, de tu historia humana y de Salvación. Puedes
reconstruirla por escrito.
Este trabajo te ayudará a revisar tu historia personal, con el fin de poder tomar posesión de lo que eres
internamente: conocerte, situarte, identificarte..., para disponer de ti mismo. Es una relectura de tu vida,
buscando la interpretación de tu historia a varios niveles que son inseparables: psicológico, sociológico-
cultural y religioso.
En el aspecto psicológico, ver cómo has vivido y vives toda la realidad de sentimientos, relaciones
interpersonales, bloqueos, integraciones, rechazo o aceptación del pasado y del presente.
En el aspecto socio-cultural, ver cuál ha sido tu historia, las personas que te han influido, las
circunstancias y hechos que te han ido marcando y ayudando a ser lo que hoy eres. Una reconstrucción
del mundo de los valores y relaciones para conocer las líneas de fuerza a explotar y las lagunas que hay
que llenar.
En el aspecto espiritual te ayudará el redescubrir tu historia existencial entre tu persona y Dios: tu
proceso religioso. Es importante leer lo que Dios ha intentado hacer en tu historia, lo conseguido y lo
que todavía constituyen limitaciones concretas. Consiste no tanto en mirar "contar unos hechos", sino
en encontrar las líneas de un dinamismo, la "historia de la salvación" en ti, que te ayuden a caminar
hacia el futuro. La experiencia espiritual de los Ejercicios se dará en auténtica continuidad con tu
historia personal. Hay que llegar a reconocer la continuidad de la acción de Dios en tu vida pasada y
presente y ver a dónde te conduce esto. "El que no conoce su pasado está condenado a repetirlo".
Cuando una persona se conoce, ahí mismo descubre una invitación al cambio.
Al terminar de hacerla, repasa o relee la síntesis de tu vida -la autobiografía-¿Qué lugar ocupan en ella
Dios y los otros?
¿Qué lugar ocupa la oración en tu vida y qué tipo de compromiso vives?
3. Otros textos
Sigue el orden que quieras,
Mt 11, 25-30: "Vengan a mí". Es una invitación al retiro.
Mc 10, 46-52: ¡Qué pueda ver lo que quieres de mí!
Lc 14,15-24: Llamados a un banquete de muchos días. ¡Es un privilegio!
Lc 19, 1-10: Episodio de Zaqueo. Si Dios viene, le doy todo.
Jn 10, 1-16: El buen Pastor.
4. Leer una biografía de San Ignacio
Te recomiendo:
Ignacio Tellechea Idígoras, Ignacio de Loyola solo y a pié, Ed. Sígueme, Salamanca, 1994.
José María Rodríguez Olaizola, Ignacio de Loyola, nunca solo, San Pablo, Madrid, 2009.
5. La gran tentación
Tal vez, una vez que decidiste hacer los Ejercicios Espirituales, titubeas sobre la oportunidad, por estar
cargado de preocupaciones familiares, profesionales... Lee: Rm 8,35-39.
6. Ayunar
Te sugiero que al menos un mes antes "ayunes" imágenes de TV lo más posible, para purgar lo
imaginativo.
7. Reposo
Llega física y psicológicamente lo suficiente reposado para hacer los Ejercicios.
Sírvete libremente de estas indicaciones. Utiliza lo que más te ayuda como preparación.
Le pido al Señor Jesús que, se sirva de mi pobreza para ayudarte, y sobre todo para no estorbe lo que su
mismo Espíritu directamente quiere hacerte sentir e invitarte a realizar. Ya estamos encomendando los
frutos de tu mes de Ejercicios.
Trae, eso sí, como dice S. Ignacio “gran ánimo y liberalidad” y te irá estupendamente bien. Que hagas
una experiencia fundante, con un apasionamiento por Jesucristo al estilo de los apóstoles a las orillas
del lago o como Pablo camino de Damasco. Esta seducción por El dio a sus vidas un giro de 180
grados.
En Cristo Rey y en el corazón inmaculado de María quedamos los que daremos el mes a tu disposición,