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Una mirada astronómica al cementerio de Moisés Ville

Publicado por Sinay el 06/04/2015

Por Armando Mudrik (Astronomía Cultural, Universidad Nacional de Córdoba)

La orientación de las tumbas del cementerio de Moisés Ville y la afirmación de que miran “hacia el este, a Jerusalén”
es algo tan natural en la zona, como interesante de analizar desde el punto de vista de la astronomía cultural, campo
científico que nos permite elucidar las relaciones de los diversos grupos humanos con el cosmos, y las maneras en
que ellas se manifiestan en la arquitectura, los mitos y las prácticas cotidianas.

Desde esa perspectiva surgen varias preguntas, algunas de las cuales podemos responder con métodos astronómicos y
otras con herramientas propias de las ciencias sociales.

¿Es común esta práctica dentro del judaísmo? Al consultar a rabinos ortodoxos y conservadores sobre esta
disposición en las tumbas del cementerio de Moisés Ville (también observada en las de los camposantos de las
subcolonias que integraban la gran colonia Moisés Ville), a algunos les llama la atención y les parece una novedad
pero sobre todo los desconcierta el origen de esta práctica. Por un lado podemos encontrar el origen de orar en
dirección a Jerusalén en el Tanaj y también en el Talmud, disposición que ha derivado en las comunidades de la
diáspora localizadas al oeste de Jerusalén, en la costumbre de orar hacia “el este”. Pero no hay ninguna referencia
sobre la orientación de los cuerpos en prácticas funerarias.

Pero el rabino letón Shaul Aizek Andrutchak, miembro de Jabad Lubavitch en Jerusalén, arroja un poco de luz sobre
el tema. Según él, es muy difícil encontrar el origen de esta costumbre funeraria citada en el tratado Gesher Hachaim,
sobre leyes de duelo, aunque reconoce que es “muy antigua” y “refleja la creencia judía en el hecho de que después
de la llegada del Mesías los muertos volverán a la vida e irán directamente a la Tierra Santa, Jerusalén, el Templo”.
Para él, “es una costumbre importante pero no fundamental”.
¿Qué dicen los colonos judíos de Moises Ville y sus descendientes sobre la orientación de los enterramientos?

Del trabajo de campo entre los miembros de la comunidad, sabemos que la mayoría sostiene que “todos los muertos
son sepultados con los pies mirando hacia el este”, “con los pies para Jerusalén”, “lo mismo que las sinagogas”. Para
algunos, con esta disposición de los cuerpos, se busca imitar a una persona “con las piernas como si fuera que está
parado, como se reza”, y así “no darle la espalda al todo poderoso”. Para otros, los cuerpos son “enterrados” de esta
manera para “que vayan caminando a Jerusalén”, cuando “venga el Mesías”, que será el “momento de la resurrección
de los muertos”, según “la profecía de Isaías” (Isaías II: 4).

Podemos encontrar también esta idea en las memorias de primeros colonos de Moisés Ville, haciendo referencia a
que era el rabino Aaron Halevi Goldman, integrante del grupo fundador de esa colonia, quien “cuidaba” de la
observación de esta práctica, colocando además “una varita” en la mano derecha de los difuntos (ver Génesis de
Moisés Ville, de Noe Cociovitch, edición 2005, p. 287). Es interesante cómo algunos inmigrantes aun presentes en
Moisés Ville, no perciben diferencia en la orientación de las tumbas que ellos conocieron en Europa y las de esta
región de América, como si en alguna medida todavía persistiera la concepción de las comunidades en Europa de
poseer la dirección a Jerusalén “hacia el este”.

Por otro lado, pudimos recoger apreciaciones por parte de algunos informantes que llaman poderosamente la
atención, como el hecho de que si bien afirmen que las tumbas “miran al este, a Jerusalén”, en otro momento
aseguren que en realidad Jerusalén se encuentra en otra dirección.

Pero (y aquí intervienen los métodos astronómicos) ¿todas las tumbas miran “al este, a Jerusalén”? ¿Hacia qué punto
del horizonte este miran las tumbas?

Para comprender cuales son las direcciones conceptualizadas como “al este”, “a Jerusalén”, emprendimos la
medición de la orientación de los ejes principales de tumbas en el cementerio, y a la vez la de la traza urbana en las
que se encuentran inmersas. Entendemos como eje principal de una tumba, al eje establecido por la parte más extensa
de la misma, la cual imita el largo del cuerpo del difunto. Hemos estimado razonable medir aproximadamente el 30%
del total de las tumbas considerando todos los sectores, y pudimos notar de los resultados que existe una gran
dispersión en la orientación, si bien todas se encuentran “mirando” hacia “el este” dentro de un rango de 40º del
horizonte, la mayoría está alineada con la traza en la que se encuentra inserto el cementerio, la cual no coincide con la
dirección a Jerusalén.

Si bien no contamos con las evidencias que ayuden a aclarar cómo en el caso de las primeras tumbas se determinaba
la orientación de la fosa o la tumba al momento de su construcción, observamos que actualmente a la hora de cavar la
fosa se lo hace de forma tal que resulte paralela a las tumbas próximas y por consiguiente con similar orientación.

Hemos visto que tumbas conceptualizadas como orientadas “al este”, “a Jerusalén”, se encuentran alineadas de
acuerdo con un proyecto de traza de colonia dispuesto con anterioridad, lo que pudo haberse visto como adecuado a
los propósitos del culto. Además, observando la dispersión en los resultados obtenidos, encontramos que la dirección
“al este”, “a Jerusalén” es algo no preciso y más bien un concepto abstracto y flexible. Esta flexibilidad o plasticidad
en los conceptos no solamente existe y es aprovechada en las orientaciones, también la hemos encontrado por
ejemplo en el criterio para definir el comienzo del día judío, en particular el momento de inicio de las ceremonias
para recibir el shabat (Kabalat Shabat). Si bien teóricamente en la tradición judía, la iniciación se da “cuando sale la
primera estrella”, los oficios religiosos en Moisés Ville, comienzan a una hora acordada y fijada por los miembros de
la “kehilá”. Este horario rige durante varios meses pero “va variando a lo largo del año” ya que se tiene en cuenta
“mas o menos cuando se pone el sol”.

Por último, vimos que coexisten lógicas que parecerían ser contradictorias para el investigador, pero que conviven sin
entrar en conflicto en las comunidades, como el hecho de que, a veces, para los informantes las tumbas estén
“orientadas a Jerusalén”, pero en otras ocasiones digan que Jerusalén se encuentra en otra dirección. La compulsión
lógica que obligaría a ver una contradicción en estas situaciones sólo existe suponiendo que la lógica es algo externo
a los sistemas sociales, algo abstracto y universal pero, según afirma el filósofo y psicólogo David Bloor, en realidad
tras la fuerza de la lógica se encuentran instituciones sociales que se consideran fuente de autoridad tan
incuestionables y obvias que ningún razonamiento podría ponerlas en contradicción. En nuestro caso se pueden
identificar los factores sancionados socialmente, incontrastables: por un lado la autoridad de la tradición en temas
religiosos y por otro lado la autoridad de la ciencia y técnica en temas profanos. Los informantes asumen que lo
incorporado en la tradición, lo que se supone afirma la Biblia o el Talmud, entre otras autoridades religiosas, es una
obviedad real y a su vez que si están fuera del ámbito religioso y quieren saber la dirección a Jerusalén, consultan un
mapa o una brújula. Estas dos fuentes de saber sancionadas socialmente se dan por supuestas y no hay una
contradicción, potencial o supuesta contradicción lógica.

Etiquetas: Armando Mudrik,

Las últimas versiones sobre los crímenes de los gauchos


judíos
El periodista narra un costado desconocido y brutal de la inmigración judía entre 1889 y 1906.
ARCHIVO CLARIN. En el camino. Una antigua sinagoga en la ruta que conduce a Moises Ville, Santa Fe.
/ARCHIVO CLARIN.

Alguien vio, alguien escuchó. Alguien contó su versión o la que le legaron. Toda historia tiene su lado oscuro, como
la Luna. Y esta historia comenzó el 14 de agosto de 1889, con la llegada al puerto de Buenos Aires del vapor
Wesser. A bordo venía el primer núcleo organizado de judíos que escapaba del antisemitismo de la Rusia zarista,
especialmente de las comunidades de Podolia y Besaravia. Huían del confinamiento, de las “zonas de residencia”
que tenían el espíritu oscuro de un gueto. Del frío y del hambre. La promesa para esas primeras 138 familias era
formar parte de la colonización de la Argentina: campos dorados y mucho cielo azul. La negociación se había
hecho en París, y la habían llevado adelante dirigentes de la comunidad, que se ocupaban de defender a los judíos
de la persecución. Así llegaron a contactarse con Rafael Hernández, un terrateniente argentino, hermano de José,
el autor del Martín Fierro, que estaba interesado en vender tierras a inmigrantes europeos.

Apenas el Wesser llegó al puerto comenzaron los problemas; el más serio, que las tierras a las que los habían
destinado no estaban disponibles. En ese momento apareció Pedro Palacios, que era asesor letrado de la
Congregación Israelita y dueño de un número asombroso de hectáreas en la provincia de Santa Fe. Palacios se ofreció
a colonizar a los judíos rusos y finalmente se firmó el contrato. Cuando Palacios les preguntó cómo se iba a llamar la
colonia, el rabino Aharon Halevi Goldman iriath Moshé, equiparando la salida de los judíos de Egipto de la mano de
Moisés con el contingente que había dejado la tiranía de Rusia para llegar a la Argentina. Alguien tradujo ese nombre
como Moises Ville.

Javier Sinay (Buenos Aires, 1980) es periodista. Un día de 2009 recibió un mail de su padre, quien le contaba que
había encontrado en Internet un link que reproducía una nota de su bisabuelo, “Las primeras víctimas judías en
Moises Ville”, sobre una serie de crímenes ocurridos entre 1889 y 1906: 22 asesinatos en 17 años. Mijl Hacohen
Sinay también había sido periodista, y fue el fundador de “Der Viderkol”, el primer periódico judío de Buenos Aires
e íntegramente escrito en idish. “Esta es una investigación sobre los crímenes olvidados de una lengua ida”, anotó
Sinay en algún momento de la investigación sobre esos crímenes y sobre su bisabuelo. Pero después tachó esa frase y
escribió un libro, Los crímenes de Moises Ville. Una historia de gauchos y judíos (Tusquets).

En idish, la lengua de los podolier , como se comenzó a llamar a los primeros colonos por la región de la que
provenían, se dice “ A mul is guebein...”, es decir, “había una vez”, una frase que da pie a un relato, que muchos
abuelos judíos usaban para contarles cuentos a sus nietos.

A mul is guebein un grupo de familias rusas que fueron depositadas en vagones de carga, a la espera de que los
trasladaran a sus campos, sembrados de espigas doradas que, seguramente, se agitaban con el viento.
Esa mudanza no llegó nunca, como tampoco las herramientas de trabajo o los animales para trabajar el campo. No
llegó nadie que se ocupara de ellos, salvo algunos obreros ferroviarios que de vez en cuando repartían comida entre
los padres y niños que mendigaban. Sí hubo una epidemia, desatada por la falta de alimentos, higiene y control
médico, que arrasó con la vida de unos sesenta chicos. La colonización judía, hacia 1891, tenía más de tragedia que
de épica.

Pero el sueño de espigas y cielo azul estaba más cerca. Ese mismo año se consiguió firmar un contrato con Palacios
para comprarle las 10.163 hectáreas que cultivaban los pioneros de Moisés Ville. Luego, a lo largo del siglo XX, la
Jewish Colonization Association (JCA), una asociación filantrópica creada por el barón Moritz von Hirsch para
facilitar la emigración masiva, fundó en la Argentina una quincena de colonias: de ellas surgió la leyenda de los
gauchos judíos y la mística de las cooperativas agrícolas.

Moisés Ville siempre fue la plaza principal, con 118.262 hectáreas, y la más poblada. Dicen que llegó a tener 6.000
habitantes, aunque, cuenta Sinay en su libro, el censo de 1914, el más abultado, habla de 3.837 personas. En 1999 se
declaró a Moises Ville Poblado Histórico Nacional por su singularidad: un asentamiento grupal y comunitario, que
siguió la traza de las aldeas europeas (shtetl) de Europa del Este, y no el damero típico de los pueblos argentinos.

Sinay viajó más de una vez a Moisés Ville. Entrevistó a cerca de cincuenta personas, muchas de ellas descendientes
de aquellos colonos asesinados. Probó el menú en el tren para ir a ese pueblo de Santa Fe: jamón y ensalada rusa,
matambre a la pizza y puré de papas y budín de pan. Contrató a Ricardo Zavadivker, un detective de libros para que
lo ayudara a encontrar algún ejemplar de Der Viderkol.

Aprendió a leer en idish, porque, como el texto de Mijl Hacohen Sinay, buena parte de las fuentes bibliográficas que
necesitaba están escritas en esa lengua. Un esfuerzo que más que intelectual, parecía físico: parecido a una mudanza.
“Por momentos parecería que todo está en idish: los textos, los documentos, los diarios, las revistas, las obras de
teatro, los ensayos, los anuarios, las lápidas, las cartas, las canciones, los poemas, los epígrafes, los manuscritos jamás
publicados, los borradores y las biografías. Todo”, escribe en su libro. Mucho de lo que pudo descubrir sobre los
crímenes de Moises Ville se había publicado en alguno de los libros del instituto IWO. Su biblioteca, a pesar de haber
volado en el atentado a la AMIA, pudo reconstruirse en parte.

El escritor leyó más de una vez los textos cortos escritos en las lápidas del primer cementerio judío del país. Allí
conoció la “tumba larga”, donde están enterrados los Waisman, un matrimonio y sus dos hijos, una adolescente y un
niño. “Pasando la tumba larga”, cuenta Sinay que se dice en el pueblo, casi una referencia turística. Las tumbas más
ornamentadas pertenecen a las décadas del 1920 y 30, una época de bonanza en Moises Ville.

El sector número 5 es el de los asesinados. El primer muerto fue David Lander, que había llegado en el Wesser sin
familia, un caso que tiene algo de fundacional: un grupo de colonos se tiró encima del jinete que había perseguido a
Lander. “Un mito que cuenta con una violencia descarnada el difícil encuentro de dos culturas; un encontronazo, más
bien, que acaba con la muerte de ambos”, escribe Sinay en Los crímenes de...

Para 1920, la humilde casa almacén donde había ocurrido esa masacre comenzaba a convertirse en una ruina que a
veces señalaban los descendientes de los asesinados. Entonces todo había cambiado: los gauchos y los colonos judíos
mantenían esa relación amistosa y complementaria de la que surgió el gaucho judío. El expediente (“lo mismo que los
de cada uno y todos los casos sobre los que aquí escribo”) parece haberse diluido en el aire. En el tiempo.

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