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LA TRAICION

DE
SARMIENTO
LA TRAICIÓN DE SARMIENTO

Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888)

En el año 1842 Domingo Faustino Sarmiento se halla exiliado


(1) en Chile. Tiene a su cargo la dirección de los periódicos
del gobierno conservador y dictatorial de ese país. Ese año,
un norteamericano, que en ninguna forma es un simple
marinero como se ha intentado presentarlo, se entrevista con
Sarmiento. El yanqui le sugiere a Sarmiento que abra una
campaña en los periódicos para que Chile ocupe el Estrecho
de Magallanes y las tierras adyacentes.

Sin duda llama la atención, aún del más inocente, que a un


marinero, y yanqui además, se le ocurra de buenas a
primeras ir a proponer a Sarmiento, a quien no conoce, un
asunto de esa gravedad y de esa índole. El tal marinero –dijo
llamarse Jorge Mebón, pero sólo Dios y quien lo mandara
sabrían cuál era su verdadero nombre y su cualidad de
agente- convence enseguida al sanjuanino. Y caso curioso,
inmediatamente el gobierno de Chile funda un periódico, “El
Progreso”, confiándole a Sarmiento la dirección. Y desde el
primer número el periódico, por la pluma de Sarmiento,
comienza una campaña tenaz para que Chile ocupe el
Estrecho de Magallanes, lo que hoy es Punta Arenas (antes
Puerto Hambre) y las tierras adyacentes.

En “El Progreso” Sarmiento explica de la siguiente forma el


encuentro con el yanqui: “En 1842 se me presentó un pobre
norteamericano casi desnudo, Jorge Mebón, marino, que
había hecho la pesca de lobos marinos en el Estrecho de
Magallanes, y con el ojo avezado del yanqui, había visto que
podía navegarse el Estrecho por medio de vapores si una
colonia de cristianos se establecía allí. Este hombre me
pedía el concurso de mi posición como escritor para incitar al
gobierno de Chile a dar ese paso”.
Declara Sarmiento que a raíz de esa entrevista estudió el
problema y viendo “la tentativa físicamente posible, inicié la
redacción de “El Progreso” con una serie de estudios que
hoy, después de ocho años, no son del todo estériles”. (2)

Es por demás curioso que a un simple marino, que por su


trabajo y estado es más bien un simple marinero, pobre y casi
desnudo, se le ocurra entrevistar al director del diario
oficialista con la proposición de marras. Lo más probable es
que el tal yanqui haya sido un agente de una más alta
calificación, lo que Sarmiento oculta. Como oculta que “El
Progreso” se fundó, por parte del gobierno de Chile,
exclusivamente para que Sarmiento llevara a cabo la
campaña de usurpación del territorio del Estrecho, que era
argentino. Y es así que el primer número del periódico se
inicia con el primer artículo de Sarmiento sobre el asunto en
cuestión, y con el último de los artículos deja de aparecer el
periódico.. Esta tentativa de usurpación no era una iniciativa
del yanqui, sino del propio gobierno de Chile, el que, sin
saber qué sesgo tomaría el asunto, lo ocultaba tras la
insinuación de Mebón, contando siempre con la colaboración
y complicidad de Sarmiento.

El 11 de noviembre de 1842 se inicia la publicación de “El


Progreso” con el primer artículo de Sarmiento sobre el
Estrecho. Y desde entonces, y casi a diario, el sanjuanino
insiste con el mayor entusiasmo sosteniendo que ese paso y
sus tierras adyacentes sn chilenos, y que Chile debe
ocuparlos y poblarlos.

Y con ese propósito, el 28 de noviembre de ese año de 1842,


Sarmiento publica el más contundente artículo en pro de su
campaña, titulado “Navegación y Colonización del Estrecho
de Magallanes”.

Al incitar una vez más al gobierno de Chile para que ocupe el


Estrecho, Sarmiento hasta da la forma de hacerlo: “Pues que
nada sería dar el primer paso, que es mandar al Estrecho
algunas compañías de soldados y los víveres necesarios para
su mantenimiento….”

“Para Chile basta en el asunto de que tratamos decir quiero, y


el Estrecho de Magallanes se convierte en un foco de
comercio, de civilización…” “¿Quedan dudas después de
todo lo que hemos dicho sobre la posibilidad de hacer segura
la navegación del Estrecho y de establecer allí poblaciones
chilenas?”.

“Creemos haber tomado cuanto estaba a nuestro alcance


para ilustrar un asunto que de tanto interés nos parece para
la prosperidad del país y su futuro engrandecimiento”. (3) “Si
no hemos logrado excitar el interés del público y de las
autoridades, acháquese este defecto a nuestra inhabilidad y
falta de luces. Nuestras intenciones servirán de disculpa…”.

Destaquemos el carácter de la campaña de Sarmiento en


esta cuestión. En manera alguna es el de simple
comentarista de un propósito del gobierno de Chile. por el
contrario, es el del periodista que incita, excita e insta al
gobierno de Chile para que ocupe un territorio que pertenece
a su patria. Y lo hace no con un razonamiento frío, sino
vehemente, apasionadamente, a pesar, o precisamente por
eso, por tratarse de arrebatar un territorio a su propia patria.
Así debe haberle parecido, al ilustre recopilador de sus Obras
Completas, cuando de éstas excluyó los artículos de “El
Progreso”.

La ocupación del estrecho

Cumplida la primera parte de la campaña con los artículos de


“El Progreso” escritos por Sarmiento, y vista ninguna reacción
del gobierno de Buenos Aires, demasiado ocupado con el
alzamiento de los unitarios y los conflictos con Inglaterra y
Francia, el gobierno de Chile, creyó oportuno materializar los
propósitos de la campaña. Y a tal efecto envió una pequeña
expedición armada al Estrecho, formando parte de la misma
el yanqui Mebón. Con fecha 21 de setiembre de 1843 esta
expedición tomó posesión del Estrecho de Magallanes y
tierras adyacentes, en nombre del gobierno de Chile. la
campaña iniciada por Sarmiento en contra de su patria tenía
completo éxito.

A fin de darle mayor formalidad a la toma de posesión,


operación propia y detalles formales cuando una nación se
posesiona de un territorio que no le es propio, con lo cual
Chile proclamaba la usurpación que llevaba a cabo, se labró
la siguiente acta: “En cumplimiento de las órdenes del
Gobierno Supremo, el día 21 de setiembre de 1843, el
ciudadano capitán de fragata, graduado, de la marina
nacional, don Jorge Mebón, el naturalista prusiano voluntario,
Don B. Philipi, y el sargento distinguido de artillería, don E.
Pizarro, que actúa de secretario, con todas las formalidades
de costumbre, tomamos posesión de los Estrechos de
Magallanes y su territorio, en nombre de la República de
Chile, a quien pertenece, conforme está declarado en el
artículo 1º de su Constitución pública, y en el acto se afirmó la
bandera nacional de la República con salva de 21 tiros de
cañón.

“Y en nombre de la República de Chile protesto del modo


más solemne, cuantas veces haya lugar, contra cualquier
poder que hoy, o en adelante, tratase de ocupar alguna parte
de su territorio.

“Firmaron conmigo la presente acta el 21 de setiembre de


1843, 3º de la Presidencia del Excelentísimo señor general
don M. Bulnes, Juan Guillermos, Manuel González Hidalgo,
Bernardo Philipi, etc.”

Destaquemos una vez más el hecho de labrarse un acta de


toma de posesión, a pesar de que en ella se diga que ese
territorio pertenece a Chile. ¿Hubiese labrado el gobierno de
Chile un acta semejante si fundaba una colonia en las
cercanías de Santiago, Valparaíso o Rancagua, por ejemplo,
territorios indudablemente de su pertenencia? En toda la
historia de Chile no existe un acta semejante de la que
comentamos. Ello evidencia la seguridad que tenía Chile de
que el Estrecho y sus tierras adyacentes no le pertenecían,
ya que una acta semejante solamente se labra cuando se
trata de la toma de posesión de un territorio ajeno, o de una
tierra considerada “res nullius”, de nadie. (4) Y en este caso,
el acta en mención específica que esos territorios pertenecen
a Chile. Si pertenecían a Chile, repitamos hasta el cansancio,
no había por qué labrar el acta de toma de posesión.

La responsabilidad de Sarmiento

Lo grave de este asunto, del punto de vista del patriotismo,


estriba en que quien incita e instiga al gobierno de Chile para
que usurpe esos territorios no es un chileno, sino un
argentino. Que tal hecho lo hubiese promovido un chileno, o
un ciudadano de cualquier país del mundo, menos de la
Argentina, carecería para nosotros, argentinos, de la
gravedad que tiene por haber sido consumado, y aún alabado
de haberlo hecho, por un hijo de nuestro país.

El gobierno de Chile comprendió perfectamente este aspecto


de la cuestión, y por ello hizo actuar como actores principales
a dos extranjeros: el yanqui Mebón y el argentino Sarmiento.
Si la cuestión se presentaba, como se presentó muy luego,
de alegar en el conflicto, Chile usaría como argumento
efectista y de cierto peso que un argentino, y argentino de
cierta calificación, como Sarmiento, era quien lo incitaba a la
ocupación y quien argumentaba que esos territorios
pertenecían a Chile. La persistencia de Sarmiento a través
de los años en su falaz argumentación daba aparentemente a
Chile fuerza probatoria de su actitud.
Reacción de Rosas

Ante la reacción de Juan Manuel de Rosas, que protesta por


la usurpación del Estrecho y sus tierras circunvecinas,
Sarmiento se empecina en la posición contraria a la
Argentina.

Pero no es sólo la cuestión del Estrecho lo que molesta a


Rosas, sino toda la campaña que la Comisión Argentina
desarrolla en Chile en contra del gobierno de la
Confederación, si bien Sarmiento es quien más se destaca en
esa campaña antiargentina. Con el fin de contrarrestarla,
Rosas funda en Mendoza una revista muy bien presentada
“La Ilustración Argentina”, a cargo de Juan Llerena y
Bernardo de Irigoyen. Y es el joven Irigoyen quien, al tratar la
acción de Sarmiento en Chile y su participación en la
usurpación del estrecho, lo llama traidor.

El calificativo es incisivo para Sarmiento. Siente su aguijón.


La palabra traidor lo mortifica y la ha de recordar toda su vida.
Tal vez tiene conciencia de la verdad que encierra. Pero por
el momento no piensa amainar en su actitud. Y con la mayor
arrogancia, escribe: “Pero para Chile, para los argentinos y
para mi, bástenos la seguridad de que ni sombra de pretexto
de controversia le queda (por el asunto del Estrecho) con los
documentos y razones que dejo colacionados”. Ya veremos
cómo el tiempo lo convencerá del error de esas palabras.

La retracción de Sarmiento

Con la caída de Rosas, Sarmiento vuelve al país. Al parecer


ya no se siente chileno. Y como argentino emprende su gran
campaña para ascender políticamente. Se radica en Buenos
Aires, donde gobiernan sus correligionarios políticos y sus
cofrades masones. Y con el tiempo, políticamente llegará a
Presidente de la República. Y como masón, al grado
máximo: gran maestre.
Pero la política tiene sus encontronazos representados por
contrarios, aún dentro del mismo partido, rivales, y toda una
gama de antagonismos. Y uno de estos rivales, o contrarios,
es nada menos que el general Bartolomé Mitre. Y don
Bartola, con el prestigio que le da su militancia en el
liberalismo triunfante, escribe en su diario “La Nación
Argentina”, ocho días antes de que Sarmiento cruce su pecho
con la banda presidencial: “Ud. ha sostenido en Chile contra
su patria los pretendidos derechos de un país extranjero para
despojarla de su territorio… No creo que haya ningún
hombre, cualquiera sea su nacionalidad, que intente justificar
al señor Sarmiento, pues, hasta hoy todos los pueblos del
mundo han condenado del modo más terrible al que atenta
contra la integridad del territorio de su país en beneficio de un
gobierno extranjero”.

Y dos días después, “La Nación Argentina” vuelve al ataque:


“Sarmiento ha sido el abogado de un gobierno extranjero
contra su propio país. El ha sugerido, ha propagado y ha
hecho triunfar la idea de hacer despojar a la República
Argentina de su territorio. El inició en la prensa la tarea de
probar que no pertenecían a la República Argentina, sino a
Chile, los territorios de la Patagonia”.

Era el 6 de octubre de 1868. Seis días después, Sarmiento


sería el Presidente de la República. Natural que tuviese
periodistas amigos y además partidarios. Y sino, allí está su
casi suegro (5), el doctor Dalmacio Vélez Sarsfield, con “El
Nacional”. Y en este diario se intenta una defensa que es
toda una confesión de culpa, ya que tal defensa sostiene que
al aconsejar tal medida (6) Sarmiento lo hizo para atacar a
Rosas. Certeramente, como una estocada a fondo, Mitre,
desde “La Nación Argentina”, responde: “El aconsejar a los
gobiernos extranjeros que le arrebaten a la patria sus
territorios, ¿es atacar a Rosas o la República Argentina?
¿Son acaso de Rosas las tierras magallánicas o de la
República Argentina?

Como se ve, en la defensa de Sarmiento no se trata de


reafirmar la tesis de Sarmiento, sino de justificarla diciendo
que era para atacar a Rosas. Si en esos momentos, octubre
de 1868, y ya Sarmiento en Buenos Aires y próximo a asumir
la primera magistratura del país, no se anima nadie, ni el
mismo Sarmiento, a sostener los mismos principios
sostenidos en 1843 y 1849, ello significa paladinamente el
reconocimiento de que aquellos principios, aquella tesis, eran
falsas, porque de ninguna manera se puede aceptar como
justificación de la instigación para que Chile se apoderase de
parte del territorio argentino, que con ello se perjudicaba a
Rosas. Mitre, en su respuesta, está en lo exacto: “El
Estrecho y sus tierras adyacentes no eran de Rosas, sino de
la República Argentina”.

Si en esta ocasión, año 1868, se hubiese creído que eran


justos los argumentos de Sarmiento, esgrimidos el año 1843
y el año 1849, se habría sustentado francamente. En cambio,
convencidos Sarmiento y sus partidarios de lo falso de
aquellos argumentos, optan por la excusa de que sólo se
buscaba perjudicar a Rosas, confesión, repetimos, la más
paladina, del mal paso dado por Sarmiento y que provocará la
calificación de traidor por parte de Bernardo de Irigoyen, y
que ahora, en cierta forma repite Mitre desde las columnas de
“La Nación Argentina”.

Pero el asunto de la recriminación a Sarmiento por su ingrata


intervención en la usurpación del Estrecho de Magallanes no
para allí. Luego de una pausa, se reanuda en 1873. Y se
explica. Los chilenos al ver en la presidencia de la República
Argentina al hombre que sostuvo ardientemente en la prensa
chilena que el Estrecho de Magallanes, sus tierras
adyacentes, y la Patagonia eran chilenas, se apresuraron a
reavivar el asunto. Y reclamaron la Patagonia.
Volvió Sarmiento a no tener argumentos para defenderse de
la acusación que ahora se le hacía. Muchas son las voces
que lo acusan y acosan. En Chile, el pueblo se enardece con
la cuestión, y hay manifestaciones tumultuosas contra la
Argentina y contra Sarmiento. Y tan grave llega a ser la
situación, que Sarmiento habla de renunciar a su cargo.

En Chile es embajador argentino don Félix Frías, antiguo


unitario. Inicia con Sarmiento una correspondencia, a veces
oficial y a veces privada. Frías, con gran entereza, le informa
a Sarmiento cuanto ocurre en Chile. Allá se recuerdan y se
releen los artículos de Sarmiento en “El Progreso” y en “La
Crónica”. No hay excusa ni desmentido posible. Esos
mismos artículos se releen también en Buenos Aires por
parte de sus contrarios, que son todos altos personajes:
Mitre, Rawson, Oroño, Torrens, José Hernández, Navarro
Viola… La calidad de estos opositores que lo critican
públicamente, lo anonada por momentos. Pero sin
argumento, sin justificación a su instigación ante el gobierno
de Chile, busca una excusa, una coartada, que no es más
que una declaración de culpabilidad. Así es que escribe a
Frías el 20 de mayo de 1873: “Los escritos anónimos de un
diario chileno que se proponían ser útiles (a Chile) y cuya
redacción se atribuye a un joven (7) emigrado argentino, hoy
presidente de esta república (no pueden utilizarse) para
comprometer (en su cargo, ni se debe) suponer que al Jefe
de un Estado lo ligan ideas que pertenecieron a otro país…
Es verdad que un diario (de Chile) sostuvo estas ideas, pero
ellas no llevan nombre de autor. Yo, López (Vicente Fidel) y
Vial redactábamos el diario. Eran anónimos los artículos y no
pueden citarse como doctrina de autor aquellas que no llevan
su nombre. Todo argumento sacado de allí contra mí es
simplemente contra un diario chileno”.

Jamás una retracción tuvo argumento semejante. Sarmiento,


siempre había reconocido como suyos aquellos artículos.
Más aún, se había envanecido por ellos. Acorralado, sin
poder justificarse, acordándose del calificativo de traidor que
le aplicó Bernardo de Irigoyen desde “La Ilustración
Argentina”, opta por un argumento, el más pueril y ridículo:
los artículos eran anónimos; se atribuyeron a un “joven
argentino” que ahora es presidente de la Nación Argentina,
pero aunque aquel joven es la misma persona que el hoy
presidente de la Argentina, no se le pueden imputar como
propios, porque serían dos cosas distintas, sin continuidad.
Además, dice, “El Progreso” o “La Crónica” no eran
redactados exclusivamente por él, sino por dos argentinos
más. Y trata de descargar su culpa, su traición, en los
demás. O por lo menos, de repartirlas con ellos.

La culpa, pues, la traición a la patria, está probada. Y


probada por él mismo, por Sarmiento. Y tanta es su
desesperación que le pide al embajador Frías que lo defienda
de sus enemigos y que no muestre sus cartas privadas a
nadie. El hombre reconoce que no tiene defensa.

Sin explicación lógica y razonable, la actitud de Sarmiento en


esta desgraciada cuestión tiene una sola explicación: su falta
de sentimiento patrio. Por eso después de Arroyo Grande,
renuncia a su nacionalidad argentina y adopta la chilena, y
por eso cuando los ingleses se apoderan de las Malvinas,
escribe en “El Progreso” el 28 de noviembre de 1842: “La
Inglaterra se estaciona en las Malvinas para ventilar después
el derecho que para ello tenga… Seamos francos; su invasión
es útil a la civilización y al progreso”. Fue el único argentino
que aprobó la usurpación de las Malvinas.

El reconocimiento del error

Promediando el año 1878, la cuestión se revivió de nuevo. Y


con tal motivo salieron a relucir documentos sobre la
cuestión, muchos de ellos que habían estado en poder del
ministro de Rosas, F. Arana, y que luego pasaron a manos
del Dr. Dalmacio Vélez Sarsfield, en su calidad de principal
asesor jurídico del Ilustre Restaurados y ferviente rosista.

Caído el gobierno de Rosas, esos documentos quedaron en


poder de Vélez Sarsfield y al fallecimiento de éste en 1875,
volvieron al Archivo Nacional, cuyo director, Carlos Guido y
Spano, los dio a conocer públicamente. Esos documentos,
como lo sabían Rosas y Arana, probaban fehacientemente,
como prueban, que el Estrecho de Magallanes y sus tierras
adyacentes eran y debieran ser argentinos, como
pertenecientes al Virreinato del Río de la Plata.

Ante su conocimiento público, Sarmiento, ya más acorralado


que nunca, tuvo que hacer público su error, su culpa, o su
traición a la patria, como lo calificaba Bernardo de Irigoyen. Y
así, el 19 de julio de 1878 publica en “El Nacional”: “En este
estado de cosas la cuestión de Magallanes recibe una
solución inesperada. Hemos hecho notar antes que la
Cédula de erección del Virreinato sólo habla de resistir a
portugueses que invadan la Banda Oriental del Río de la
Plata, y de pocos documentos se deduce la vigilancia al
Estrecho de Magallanes confiada a esa repartición.

“El doctor Wappaus de Gottinga, examinando los documentos


presentados por ambos países, encontraba que hacían falta
piezas directas para establecer la adjudicación del Estrecho y
tierra adentro como jurisdicción argentina. Pero registrado el
archivo del Virreinato que está en poder del Gobierno de la
Provincia y no de la Nación como debiera, creemos que su
bibliotecario, el señor Guido, se encontró con bastos
portafolios de documentos de la administración colonial del
Estrecho y costas patagónicas, y entre millares de piezas, las
notas del Capitán General de Chile y otras en que declaran
como cosa corriente y sabida que el Estrecho pertenece al
Virreinato de Buenos Aires”.
“Sucedió, pues, que después de erigida esta nueva
administración, por requerirla la importancia comercial que
tomaban estos dominios del extremo sur de la América, que
los ingleses aparecieron por las islas que llamaron Falckland,
las Malvinas, y desde entonces el gobierno de España confió
necesariamente la guarda y jurisdicción de las costas
patagónicas y vigilancia del Estrecho de Magallanes al
Gobierno que estuviese más a mano para prevenir un
desembarco que no estaría el Virrey del Perú.

“Concíbese así, porque hay tan voluminosa masa de


documentos sobre expediciones a Magallanes de los buques
del Virreinato que tenía su estadía en Montevideo, plaza
fortificada y puerto de mar.

“En presencia de tales documentos no hay cuestión posible,


porque ha desaparecido toda duda sobre la jurisdicción a que
correspondía el Estrecho hasta 1810, puesto que Chile
responde por boca del capitán general O`Higgins (viejo) que
pertenecía al Virreinato (de Buenos Aires) y como tal daba
avisos de movimientos y rumores de ingleses que llegaban
por allá a su noticia y comunicaba al gobierno respectivo.

“Convendráse también por esta exposición que también la


República Argentina ha obtenido el año pasado (8)
documentos claros, fehacientes de su derecho, razón que
debe hacernos menos severos para juzgar la política chilena,
que al principio creía de buena fe en su derecho al Estrecho,
que la ambigüedad de los términos del traspaso de Cuyo al
Virreinato autorizaba por lo menos una honrada gestión; y
que sólo ha declinado de estas buenas cualidades, cuando la
malhadada constitución de palabras, Patagonia y Magallanes,
vino a perturbar los ánimos y a cambiar la faz de la cuestión”.

Esta vez, ya no en carta confidencial u oficial a Félix Frías,


sino públicamente reconoce Sarmiento “su error”, que
Bernardo de Irigoyen calificó de traición a la patria. El mismo
dice que en presencia de los documentos dados a conocer
por el bibliotecario Guido Spano, “no hay cuestión posible”,
para agregar que a todas luces el Estrecho y sus tierras
adyacentes fueron pertenencia del Virreinato del Río de la
Plata. Con todo, quiere achacar la usurpación del Estrecho al
gobierno de Chile exclusivamente, callando la participación
culpable que él tuvo, cuando dice: “razón que debe hacernos
menos severos para juzgar la política chilena”. No, si la
acusación que han hecho Bernardo de Irigoyen, Bartolomé
Mitre y numerosas personalidades políticas argentinas, no es
a la política chilena, sino a él, al argentino don Domingo
Faustino Sarmiento, por su empeño tenaz en que el Estrecho
fuera ocupado por Chile. Y más aún, todavía quiere defender
la actitud de Chile al decir: “que al principio (Chile) creía de
buena fe en su derecho al Estrecho”. No, otra vez; quien
creía, y no de buena fe, de que el Estrecho era de Chile, era
él, Sarmiento. No hubo tampoco equívoco en las palabras
Patagonia y Magallanes. La intención de usurpar fue
clarísima, con buen distingo de lo que era Magallanes y lo
que era Patagonia.

Referencias

(1) Ricardo Rojas en su Historia de la literatura argentina


llama a Sarmiento y demás exiliados “los proscriptos”. El
calificativo, con propósitos enaltecedores, es injustificado.
Los tales eran simplemente exiliados, alejados del país
voluntariamente. Proscripto se es cuando a uno se lo echa
del país. Sarmiento y sus compañeros no fueron echados: se
fueron voluntariamente.
(2) Como muy bien lo destaca Ricardo Font Ezcurra en su
libro La Unidad Nacional (Ediciones Teoría, 1963), estos
artículos de “El Progreso” no figuran en las Obras Completas
de Sarmiento. El recopilador, hallándolos tan antiargentinos,
sin duda por ello lo omitió, alegando que no pudo hallar la
colección de dicho diario.
(3) Engrandecimiento y prosperidad de Chile, desde luego.
(4) Existe una teoría jurídica internacional aceptada que
exime a la tierra de la calificación de “res nullius”; no
obstante, los gobiernos, cuando les conviene, hacen caso
omiso de la misma.
(5) Sarmiento frecuentaba una hija casada de Dalmacio Vélez
Sarsfield, llamada Aurelia.
(6) La usurpación del Estrecho de Magallanes.
(7) Lo de joven es muy relativo. Sarmiento tenía en 1849,
año de sus artículos en “La Crónica”, 38 años. Hombre
maduro.
(8) Como observa muy bien Font Ezcurra, esos documentos
ya eran conocidos con anterioridad.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
De Paoli, Pedro – Sarmiento y la usurpación del Estrecho de
Magallanes – Ed. Teoría – Buenos Aires (1968)
Portal www.revisionistas.com.ar

REFUTACIÓN AL PERIODISTA EMIGRADO

Domingo Faustino Sarmiento (1811-1888)

La importancia que Juan Manuel de Rosas daba a la prédica


de Sarmiento resulta del hecho de que mandó a editar en
Mendoza una revista La Ilustración Argentina casi
exclusivamente dedicada a combatirlo. Esta campaña
empezó aproximadamente a mediados de 1849. El 1º de junio
de ese año, el nuevo periódico argentino dedica un artículo a
la cuestión de Magallanes. Señala el avieso propósito del
periodista emigrado, de envenenar un debate que los
gobiernos chileno y argentino se empeñaban en llevar con
amistosa calma. Luego censura su absurda tesis acerca de
que la propiedad de un territorio correspondería a aquel de
entre los dos litigantes, al que resultara más ventajosa su
ocupación En el debate sobre el fondo del asunto, La
Ilustración aporta pruebas sobre la ininterrumpida ocupación
argentina en Magallanes, desde 1519 hasta los días en que el
artículo se escribió. Rechaza el cargo de ambición que
Sarmiento dirige contra su patria, haciendo una historia de la
nobleza argentina en toda su acción continental, y acaba
citando la carta de Rosas a Oribe, del 12 de enero de 1842
(1).

Dos meses más tarde el redactor de La Ilustración (que


según unánime consenso de los historiógrafos era Bernardo
de Irigoyen) desmenuza a Sarmiento. Recuerda su renuncia a
la ciudadanía argentina; el odio que cometió en Chile por su
impiedad y su traición a la causa de América. Sobre los
imprudentes paralelos con personalidades americanas o
europeas, el redactor intenta otro de su cosecha, entre
Sarmiento y algunas de aquéllas. Así describe:

“Hoy incurre nuevamente en la pretensión de equipararse con


los Ss. Montt, Tocornal y demás (chilenos). Estos Americanos
no han conspirado en efecto contra el orden legal de su
patria; ellos pueden haber hecho distintas exposiciones de
principios; pueden haber sostenido, pacíficamente, en la
órbita que permite la ley, la conveniencia de una idea
administrativa, de un pensamiento político; pero nunca han
atentado contra las instituciones y la libertad de Chile, como
Sarmiento y los salvajes unitarios en la Confederación; nunca
han votado como éstos, el exterminio y la desolación de su
país. Con ellos no debe compararse Sarmiento, porque son
grandes las diferencias que los dividen.

Tampoco puede igualarse Sarmiento a Mr. Lamartine:


inmensa es la desigualdad de figuras, de principios y se
sentimientos. Mientras el desacordado Sarmiento, siendo
argentino, ha combatido la causa de la República, el Sr.
Lamartine, francés, la ha defendido con una rectitud digna de
su elevación, rechazando las reiteradas instancias del intruso
Gobierno de Montevideo para que apoyara en la Cámara las
pretensiones de su autoridad anómala. Mientras Sarmiento
ha querido justificar en sus torpes publicaciones, la guerra
que los salvajes unitarios asociados a la Francia hicieron a la
Confederación en 1840, el Sr. Lamartine la ha rechazado en
la tribuna francesa, llamándola guerra de exterminio, y
reprobando que el pabellón tricolor hubiera descendido a
cobijarla. Mientras Sarmiento cree justo el asociarse a los
extranjeros para hostilizar la independencia de su patria, el
Sr. Lamartine rechaza esas infames alianzas, y considera que
“Dumouriez falleció en el destierro temeroso de que hasta la
tierra le diese en rostro con su traición”. Con hombre de tan
nobles sentimientos no puede compararse el turbulento
emigrado. Es igualmente absurda la pretensión de igualarse a
Guizot: prescindiendo de la altura del uno y la nimiedad del
otro, hay por supuesto disidencia de ideas. Mr. Guizot
recuerda con entusiasmo las guerras nacionales del siglo XV
y la época en que luchaba la Francia por la independencia del
territorio y del nombre francés, contra una dominación
extranjera; y Sarmiento mira con horror y como prueba de
nuestra barbarie, el que luchemos por la independencia del
territorio y del nombre argentino. Mr. Guizot considera, que la
unión que ligó a los franceses para vencer al extranjero,
concurrió poderosamente a formar la nación francesa; pero
Sarmiento reputa nuestra unión para resistir al extranjero
como un signo de infame servidumbre; y mira en esa unidad y
acción que prevalece entre nosotros, y que formó a la nación
francesa, el disolvente de la Confederación. Muy diferentes
son pues las ideas de Guizot y Sarmiento”.

Luego rebate las afirmaciones del emigrado sobre el


problema del indio. Aquel había dicho que Río IV quedaba
suprimida del mapa. “Difícilmente”, dice el redactor de La
Ilustración, “puede darse una intervención más insolente”.
Respetables residentes chilenos pudieron apreciar este año
las “sencillas comodidades” que se pueden disfrutar para un
descanso en Río IV:

“Cuando el general Rosas subió al gobierno –agrega- las


fronteras de Buenos Aires estaban en el Río Salado, y hoy se
hallan en la altura de Bahía Blanca, es decir como 180 leguas
más avanzadas al sur. Cuando el general Rosas entró a
presidir la República, las fronteras de la provincia de San Luis
estaban en la misma capital, y bajo el gobierno de los
ilustrados unitarios fue que emigró su población en masa.
Entretanto hoy se hallan las fronteras en el Río V. En aquella
época la frontera de Mendoza estaba en San Carlos y hoy se
halla en San Rafael, 40 leguas adelante. Esta sencilla
manifestación demuestra que las fronteras, lejos de haber
retrocedido, como afirma el periodista emigrado, han
avanzado, ganando campos inmensos a la civilización”.

A renglón seguido enumera las “fortalezas militares”


establecidas “con progreso del país bajo el sistema federal y
en la administración del general Rosas”. Si los bárbaros
lograron dar algunas sorpresas, pese al poder militar de la
nación, se debe a la insignificancia misma de los indios, que
reducidos a ínfimo número y acuciados por el hambre “se
lanzan en cortas partidas sobre los caminos” contra pasajeros
indefensos. Inconveniente que la nación debe a los unitarios,
aliados de Baigorria, jefe de los depredadores, perteneciente
al “bando civilizador de Sarmiento”, cuyas fechorías de 1840
y 1841 reseña en apretada síntesis. El gobierno espera dar
solución al problema de la intervención para “contraerse a
dictar las órdenes para someterlos” a los depredadores.
“La protección que el general Rosas ha prestado a la
población –sigue diciendo el redactor de La Ilustración- a la
industria, a la agricultura nacional, es un hecho evidente. El
ha fundado poblaciones remotas, asegurando tierras feraces
y dilatadas en que anteriormente dominaban los bárbaros, y
que hoy son una fuente de riqueza permanente y de
prosperidad. Las empresas agrícolas y los establecimientos
rurales que en el año 30 no pasaban del Río Salado, hoy
llegan hasta Bahía Blanca. Importantísimas estancias cubren
esas inmensas y fértiles campañas, que bajo el gobierno de
los salvajes unitarios, se hallaban esterilizadas y entregadas
únicamente al pillaje de los indios. El general Rosas ha
dirigido siempre sus esfuerzos a extender las poblaciones, y
dar expansión a la agricultura. En la administración de
Rodríguez (1822) evitó las fatales consecuencias de una
desacertada expedición, que intentó el gobierno sobre los
indios. En la administración de Las Heras pacificó numerosas
tribus de Pampas y en la de Rivadavia contuvo a los indios
con su habilidad y poder. En el gobierno del ilustre coronel
Dorrego, adelantó una línea de fronteras. En su primera
administración de 1830, los indios fueron siempre
escarmentados y perseguidos; y al terminar aquel período
administrativo, descendió republicanamente del gobierno,
para emprender bajo la administración de Balcarce esa
gloriosa expedición al desierto que tan inmensos bienes ha
dado a la nación. En ella fueron rechazados los indios hasta
lo más austral de la Patagonia, destruidas numerosas tribus,
asegurados los desiertos y costas del Sud, hasta una latitud
de 41 grados, y allanados nuevos senderos a la civilización.
Sobre las márgenes del Colorado se fundaron fortalezas;
como 3.000 cautivos chilenos y argentinos fueron rescatados
por el general Rosas; y la provincia de Buenos Aires adquirió
más de 6.000 leguas de campos que tenían perdidos, y que
hoy son un emporio de riqueza y población”.

Luego enumera lo hecho por Rosas a favor de las provincias


del interior, los auxilios que le presta, la organización que dio
al país con la liga litoral, base de la actual Confederación
Argentina, y la protección dispensada “a las producciones e
industria de los pueblos del interior” de que no gozaron en las
anteriores administraciones, por el decreto del 18 de
diciembre de 1835, o sea la ley de aduana para 1836.

“Sarmiento ataca –prosigue La Ilustración- como nuevos


impuestos los derechos de tránsito que cobran algunas de las
provincias interiores de la República, y atribuye esa
imposición al sistema de gobierno en que se halla constituida
la nación. Este es un nuevo rasgo de abominable deslealtad.
Las tarifas de tránsito no han nacido con el gobierno federal:
eran muy anteriores a su aclamación…. Sarmiento comete,
pues, una porque él sabe perfectamente que la existencia de
tales impuestos es muy anterior a la data del orden actual.

En seguida refuta el aserto del emigrado, al decir que San


Luis rebajó los derechos de tránsito por reclamo de los
gobiernos de San Juan y Mendoza. No hubo tal cosa. Luego
cita un pasaje del mensaje de 1848, que encara el problema y
declara el propósito de resolverlo “cuando el gobierno se
encuentre desembarazado de sus atenciones vitales, y le sea
posible” proponer a los gobiernos provinciales interesados “un
plan para afianzar la seguridad en el tránsito, por el camino
enunciado de la frontera”. Y otro de la respuesta de la
legislatura bonaerense a dicho mensaje, en que se lee lo
siguiente:

“Convienen con V. E. los Representantes en que los


derechos que se cobran por los gobiernos del tránsito desde
Buenos Aires a Mendoza sobre los ganados y cargas, no
están en proporción con la inseguridad del camino. Piensan
como V. E. que si esos derechos se disminuyesen
producirían al erario de aquellas provincias una entrada
mayor que la que hoy le proporcionan, porque la disminución
de los impuestos atraería la afluencia de los ganados y
cargas. Es notorio que en la actualidad se retraen los
traficantes, no sólo por el recelo en el camino, sino muy
principalmente en razón de que el pago de aquellos derechos
en el todo hasta Mendoza y San Juan, y hasta Salta y Jujuy, y
gastos de camino, exceden de un modo considerable el valor
del ganado en la provincia de Buenos Aires. Este punto es
nacional, y desde que V. E. se ha fijado en él, ya puede
abrigarse la esperanza de que el mal será remediado con
provecho, y complacencia de los gobiernos a quienes
inmediatamente interesa el arreglo, y con beneficio y aplauso
del comercio interior”.

A la afirmación de Sarmiento, en el sentido de que la Gaceta


no tendrá más artículos del Progreso para citar, porque este
periódico cambió de redacción, le contesta que la mayoría de
la opinión chilena, según lo manifiestan sus diarios, apoya la
resistencia argentina a la intromisión europea; y cita una carta
del general Pinto a Baldomero García, donde así lo expresa.
Por último refuta el absurdo sarmientino, acusando a Rosas
de haber provocado las guerras permanentes en que se vio
envuelto durante tantos años. La breve reseña de la cuestión
del Plata, hecha en dos páginas, es lo menos bueno de este
artículo de La Ilustración Argentina de Mendoza.

Decía Lafontaine: “El hombre es de hielo para la verdad, de


fuego para las mentiras”. Las palabras de libertad
embriagaban a la burguesía culta del siglo XIX,
comprendiéndolas exclusivamente en lo que se refería al
orden interno. La independencia nacional le parecía de poca
monta en comparación, y descuidaba la relación entre una y
otra, para después que se hubiera logrado alcanzar la
primera con ayuda ajena.

El siglo posterior a Caseros les había de mostrar a los


argentinos que la independencia nacional es base
indispensable de la libertad individual en todo su alcance. Y
que si ésta no resulta de una evolución interna, ninguna
ayuda extranjera nos la dará sino a un precio infinitamente
superior al que cuesta soportar el despotismo hasta el logro
de la soberanía plena; problema mucho más difícil de
resolver, en el espacio y en el tiempo, que el de la libertad
individual.

El caso argentino está lejos de ser único en la historia


mundial. En estos mismos días, Francia se extraviaba como
la Argentina, hacia la senda equivocada, para ir al encuentro
de los peores desastres de su historia. Con menos tradición
¿qué tiene de extraño que erráramos?

Referencia

(1) La Ilustración Argentina del 1º de junio de 1849;


reproducido en Archivo Americano, 2º serie, Nº 16, ps. 137-
145.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Irazusta, Julio – Vida política de Juan Manuel de Rosas a
través de su correspondencia – Jorge E. Llopis Editor,
Buenos Aires (1975).
Portal www.revisionistas.com.ar

POLÍTICA ECONÓMICA DE SARMIENTO

Caricatura de Sarmiento publicada en la revista El Mosquito


Hacia 1870 el proceso de colonización agrícola que
transformaría nuestras pampas litorales en una fábrica de
trigo, continuaba sin cesar. La inmigración, cuyo teórico más
batallador era al fin gobierno, ascendía en progresión
geométrica. Al mismo tiempo, la red ferroviaria se ampliaba,
cumpliendo su función de organizar la gran factoría
pampeana y ahogar todo intento de una economía nacional al
servicio de los argentinos. El Ferrocarril Oeste, propiedad de
la provincia, necesitaba expandir sus líneas hacia los Andes,
para restablecer con su trazado la ruta histórica de nuestro
comercio con Chile. El Gobierno Nacional le niega los fondos
necesarios, mientras entrega concesiones leoninas a
empresas de aventureros ingleses que levantan otro
ferrocarril, el Pacífico, en competencia con el Oeste. Como lo
ha demostrado Scalabrini Ortiz, “el Ferrocarril Pacífico nació
para sofocar una empresa argentina” (1). El ministro del
Interior que firmaba la ley de concesión es Uladislao Frías.
Poco después cambiará su despacho ministerial por un
empleo de director del Ferrocarril Pacífico. El sistema
británico de corrupción se volverá luego un elemento
indisociable de la política argentina. Ese mismo inmutable
caballero pasará a la Corte Suprema en 1879 y negará la
libertad de Ricardo López Jordán, prisionero del gobierno.

La destrucción de los últimos focos nacionalistas que


resistían en el Interior, realizada por Mitre y Sarmiento, había
abierto el camino a la colonización impuesta por las grandes
fuerzas mundiales. Lejos de incorporar a los argentinos
nativos a las nuevas formas económicas y transformarlos en
chacareros capitalistas, el sistema los aniquiló, como a los
indios y a las alimañas. En una carta a José Victorino
Lastarria, Sarmiento decía: “Pudimos en tres años introducir
100 mil pobladores y ahogar en los pliegues de la industria a
la chusma criolla, inepta, incivil y ruda que nos sale al paso a
cada instante”. (2)

El bravo educador esgrimía un puntero sangriento.


Cumple lo que promete: el decreto de julio de 1872 –año en
que aparece “Martín Fierro”- establece la aplicación de la
pena de muerte a los desertores, decreto absolutamente
ilegal que origina las protestas del Congreso; “su ministro de
Guerra imparte la tremenda orden de diezmar a la gente
sublevada de Locagüé, sitio vecino a Nueve de Julio”, dice el
apologista Alberto Palcos (3); pone precio a la vida del
gobernador legal de Entre Ríos, general Ricardo López
Jordán. La cabeza del caudillo es aforada por Sarmiento en
100.000 pesos fuertes. El Congreso no aprueba el insensato
proyecto.

Sus opiniones sobre todo lo humano y lo divino, ingeniosas a


veces, brutales otras, siempre pintorescas, regocijan o
indignan al público. El campeón de la inmigración juzga a los
árabes como “una canalla que los franceses corrieron a
bayonetazos hasta el Sahara”; de los italianos que trabajan
en la Argentina y luego se repatrían, dice que se educan
entre nosotros y al volver a Italia “han de educar a los
ministros mismos”: los llama “gringos bachichas”; de los
españoles, no quiere ni oír hablar; de los judíos dice:

“¡Fuera la raza semítica! ¿O no tenemos derecho como un


alemán, ni cualquiera, un polaco para hacer salir a esos
gitanos bohemios que han hecho del mundo su patria?”.

Por razones difíciles de evaluar, sin embargo, la furia de


Sarmiento se detenía en particular contra el imaginario peligro
de la inmigración irlandesa, a la que consideraba manejada
por los curas católicos:

“En 10 años quedaría reducida la Argentina a la condición de


Irlanda, pueblo por siglos ignorante, fanatizado”. (4)

Ni por asomo se le ocurría a Sarmiento que el atraso irlandés


se fundaba en la esclavitud colonial que le imponía Inglaterra.
Así, tomaba el efecto por la causa y pretendía poblar la
pampa con ingleses, que habían logrado la civilización
gracias, precisamente, a la expoliación de los “pampeanos”
del mundo. Hacía dos años se había hundido el II Imperio,
con su brillante corte, sus mariscales y sus aventureros. Lucio
Victor Mansilla enviado por Sarmiento a la frontera de Río
Cuarto, donde escribiera su magna “Excursión a los indios
ranqueles”, contaba a Sarmiento en la intimidad que su
padre, el cuñado de Rosas, el bárbaro argentino, le había
presentado al pobre Emperador destronado, Napoleón III, a
su esposa la insinuante española Eugenia de Montijo. “Mira
chica, si andás con tiento el franchute este caerá en el
garlito”, le decía a la futura emperatriz de los franceses el
desenfadado Mansilla (5). Derrotado ante el sable de
Bismarck, el Imperio del último Bonaparte desaparece, París
se levanta en la gloriosa Comuna y los trabajadores enfrentan
a los versalleses que, incapaces de vencer a los alemanes,
sabrían masacrar a los obreros de París. Louis Adolphe
Thiers, el miserable intervencionista en el Plata de treinta
años antes, será el verdugo de la jornada.

Tras la inconcebible represión, muchos obreros franceses


emigran a América. En Buenos Aires se radican algunos y en
1872, en medio de la guerra de montoneras, del degüello y de
la ejecución a lanza seca, con la indiada a las puertas de la
altiva ciudad, se funda la Sección Francesa de la Asociación
Internacional de Trabajadores. Cinco años antes, Marx
publicaba el primer tomo de “El Capital”.

Vocablos raros y signos misteriosos hacen su aparición en la


capital aldeana; “socialismo”, “revolución social”, “marxistas”,
“bakuninistas”. Posteriormente, se funda la Sección Italiana y
Española. ¡En la Córdoba de 1874 establecen una filial! ¿Qué
habría hecho el coronel Simón Luengo con el latón al cinto y
rodeado de lanzas, de haber escuchado estas voces del
nuevo credo? (6)

Pero Sarmiento no tenía tiempo para estos ritos. Le bastaban


los suyos: las logias masónicas de Buenos Aires lo contaban
como hermano y se esforzaban en arreglar sus diferencias
con Mitre y Urquiza.

En esos días trabajaba afanosamente en una habitación del


Hotel Argentino un soldado errabundo en nuestras luchas
civiles, periodista a ratos, amigo de cantores y matarifes,
hombre de luces, adversario de Mitre y Sarmiento. José
Hernández escribe su “Martín Fierro”; lo publicará él mismo
en un cuaderno de tapas verdes impreso en papel de
almacén. Será la respuesta de una caballería agonizante a la
sordidez portuaria y a la locura homicida de Sarmiento. El
genio de Hernández elevará su obra a las más altas cumbres
del arte universal. Esa “raza de hombres aún próximos a la
Naturaleza” (7) vencida en la historia resurgirá en el canto de
nuestro poeta épico. El poema alcanzó en poco tiempo tal
difusión en nuestras campañas, que Avellaneda, amigo del
autor, recordó más tarde el hecho singular de que los
pulperos pedían a sus proveedores de la ciudad:

“12 gruesas de fósforos, una barrica de cerveza, 12 vueltas


de “Martín Fierro”, 100 cajas de sardinas”.

Fundido desde su arranque glorioso al alma de su pueblo,


Martín Fierro no podrá ser jamás desentrañado de nuestra
formación nacional; y el núcleo resistente de la población
criolla, dominando a la masa inmigratoria, transferirá al hijo
del europeo, afincado para siempre a nuestro destino, el
temblor primordial del verso rústico. El vástago del inmigrante
aprenderá de memoria la payada heroica y la sentirá como
propia. Hecho memorable, véase en ese encantamiento el
mejor testimonio de su triunfo póstumo.

Carlos Alberto Leumann, en su obra “El poeta creador”


compara a “Martín Fierro” con los Nibelungos y observa que
las maravillas del poema “sólo hayan equivalencia si se
remontan los siglos hasta tiempos que corresponden a la
creación de nuevas nacionalidades y nuevos idiomas”. (8)
Lejos de poseer un carácter “inconsciente”, según la
desdichada afirmación de Lugones (9), la obra de Hernández
es una síntesis deliberada. Se emparenta con las grandes
literaturas por su condición indisimulada de relato histórico,
rasgo característico de toda epopeya nacional. Una lectura
didáctica de “Martín Fierro” en las escuelas iluminaría
agudamente la historia de los argentinos. Es una “Summa” de
proverbios; la sabiduría colectiva de un pueblo está encerrada
en el deleite de su música. Los eruditos han resecado el
origen de ese grito épico. Los intelectuales alejandrinos, en
su hipnosis europea, prefieren héroes más prestigiosos. Para
Aristóteles según recuerda Lafargue, la importancia de los
proverbios era inmensa:

“Aristóteles considera los proverbios como restos de la


filosofía de tiempos remotos devorada por las revoluciones
sufridas por los hombres: su picante concisión lo salvó del
naufragio. A los proverbios y a las ideas en ellos expresadas,
les atribuye la misma autoridad que a la filosofía antigua, de
la cual proceden y de la que guardan su noble sello”. (10)

De ahí se deriva el carácter monumental de “Martín Fierro”


pieza clave de nuestro drama histórico y documento sin igual
del ingreso argentino al arte del mundo. Su canto testimonial
dice más de nuestro pasado que todas las academias
heladas por el miedo.

El desencuentro entre Sarmiento y Hernández ha sido


silenciado por la oligarquía; pues la diatriba del “Facundo” se
dirigía contra los “Martín Fierro” y el poema de Hernández no
fue sino la vindicación de “Facundo”. Hernández dirá a su
hija:

“Le he puesto el nombre de Martín Fierro en homenaje a


Güemes y porque de fierro es el temple del alma del hijo de la
pampa”.
Cierto es que hubo en la presidencia de Sarmiento telégrafos,
ferrocarriles, puentes, caminos, escuelas, profesores
importados, progresos en distintos órdenes. Porque ese
hombre era un ser de asombrosa y desordenada actividad y,
a pesar de todo, constituía una tentativa de llevar cosas
nuevas al interior atrasado, de elevarlo a la escala de lo
moderno, desde las condiciones heredadas de la historia. Si
la presidencia de Mitre es un desastre bajo todos los puntos
de vista, Sarmiento echa las bases de instituciones
nacionales y, en un sentido contradictorio y limitado usa de
los recursos gubernativos para promover el desarrollo del
interior. Esto último chocará con la resistencia de la mezquina
oligarquía porteña, para la cual cada peso gastado fuera de
Buenos Aires constituía la prueba de un despojo.

El Congreso frena sus mejores iniciativas: no puede hacer el


puerto según su deseo, prescindiendo de las autoridades
bonaerenses que, dice Gálvez, son “dueños de la ciudad”.
Indigna a los porteños que Sarmiento funde en La Rioja una
escuela superior y once primarias, entregando para esos fijes
25.000 pesos. A otras provincias las subvenciona con
100.000 pesos; promueve la educación popular aunque sobre
esto la oligarquía haya exagerado enormemente ocultando el
papel de Avellaneda, auténtico propulsor de la educación
pública en nuestro país, antes de Roca. La idealización de
Sarmiento que organizará luego la oligarquía antinacional
propenderá a disimular los crímenes y extravíos en que
incurrió el sanjuanino cuando estaba al servicio de Buenos
Aires. (11)

El presidente Sarmiento, acompañado por su comitiva visita


Federación, en Entre Ríos:

“Federación es algo así como la capital de los dominios del


coronel Guarumba, un indio puro. El coronel al frente de sus
soldados a caballo sale a recibir al presidente. Chapeados de
plata lujosos, chiripaes y tacuaras. Guarumba se apea y
presenta sus respetos al Primer Magistrado. Sarmiento había
tenido la ocurrencia de enviar a Guarumba, antes de su viaje,
algunos de sus libros. Le pregunta si los recibió y si los había
leído y el charrúa le contesta que los recibió, y que como eran
de distintos tamaños los hizo cortar para que cupiesen en la
alacena que los esperaba, a lo que Sarmiento que no admite
bromas, hace un escándalo y dice a Guarumba: civilización
hasta aquí, y barbarie de tu lado”.

He aquí en toda su magnificencia el método de Sarmiento.


Acusa de “bárbaro” al soldado analfabeto pero le envía libros
antes de enseñarle a leer. El “civilizado” era Guarumba en
relación a sus conocimientos pues respetó el extraño
obsequio y lo cortó a cuchillo evidenciando un afán de orden.
Y el “bárbaro” era un presidente tan fatuo como pueril capaz
de enviar libros a un iletrado.

Durante el período presidencial de Sarmiento, ingresan al


país cerca de 300.000 inmigrantes. De ellos regresan a sus
patrias de origen alrededor de 120.000. El país, a pesar de
las disensiones civiles, comienza a crecer. Las tierras se
valorizan mientras la oligarquía terrateniente las acapara: el
régimen de propiedad agraria ya estaba constituido desde los
tiempos de Rivadavia y de Rosas. Sarmiento hace aprobar un
empréstito inglés para construir el ferrocarril de Río Cuarto a
Tucumán, el puerto, los muelles y almacenes de aduana. El
empréstito se verifica, pero las obras públicas quedarán sobre
el papel. La guerra del Paraguay insume 30 millones de
pesos y la represión contra Ricardo López Jordán, 16
millones. (12)

La relación de dependencia con el Imperio británico se


consolida. Según Dorfman, las rivalidades de Gran Bretaña
con Estados Unidos y Alemania obligaban a aquélla a una
política financiera específica en los países semicoloniales,
pues “la única forma de asegurar abundantes exportaciones
era la inmensa colocación de empréstitos que implicaban una
supeditación económica creciente del país deudor y una
inyección de vida en las industrias inglesas. La relación entre
los empréstitos ingleses y las importaciones del mismo origen
es muy estrecha. Si en 1868-1873 hay un empréstito por
valor de 11.703.000 libras esterlinas, la importación es por
valor de 90.000.000 de pesos fuertes, en 1891-1900 los
empréstitos ascienden a 34.300.000 de libras esterlinas y las
importaciones a 370 millones de pesos fuertes. Gran Bretaña
cubre en ese período el 40% de las importaciones recibidas
por la economía argentina”.

Sarmiento no tenía la menor idea del significado de estos


hechos. Desde los lejanos tiempos de su “Facundo”, había
predicado en cientos de páginas y discursos el carácter
mágico del librecambio. Guardaba de su conversación con
Ricardo Cobden, al que conoció en Barcelona, un recuerdo
imborrable. El librecambista británico lo dejó en la puerta de
su hotel, “abismado de dicha, abrumado de tanta grandeza y
tanta simplicidad contemplando medio tan noble y resultados
tan gigantescos… La protección de las industrias nacionales,
un medio inocente de robar dinero al vuelo arruinando al
consumidor y dejando en la calle al fabricante protegido”. (13)

Como presidente no podía amparar la política que había


sostenido como publicista.

Sin duda alguna, Sarmiento fue en su presidencia un


prisionero de la oligarquía porteña: vivía en su ciudad,
gastaba su dinero, usaba su puerto. Cuando se dispuso un
día a presenciar un desfile militar, dada la incomodidad del
Fuerte para observar la parada, ordenó que el desfile se
realizara frente al edificio de la Municipalidad porteña,
comunicando al Concejo municipal que el Gobierno nacional
ocuparía los salones comunales. El vicepresidente del
Consejo contestó al Presidente de la República que la
Municipalidad porteña recibía como huésped al Presidente,
pero no podía entregar su casa. Así, el último concejal,
representante de los rentistas y bolicheros de la ciudad, tenía
más fuerza que el Presidente de los argentinos. Para la
insolencia portuaria el primer mandatario sólo era un
huésped. Tejedor hará famosa la palabra en 1880 y eso
costará 3.000 muertos. La hora del interior se aproxima.
Avellaneda será un hombre de transición, el prólogo a Roca.

Resulta de interés señalar que, pese a todo, con la


Presidencia de Sarmiento renacen a la vida política nacional
figuras del viejo federalismo intelectual, como Bernardo de
Irigoyen, excluido hasta ese momento de la vida pública por
el odio mitrista. Otro provinciano, Avellaneda, será ministro de
Instrucción Pública y realizará con brillo y eficacia toda la obra
educacional que la propaganda póstuma atribuirá a
Sarmiento. Representantes de la burguesía ilustrada de las
provincias, federales bonaerenses que asoman tímidamente
la cabeza después de veinte años de persecución facciosa,
muchos hombres del nacionalismo antiporteño encuentran en
el gobierno de Sarmiento la posibilidad de manifestarse.
Sarmiento masacrará la rebelión jordanista, pero tal como
estaban las cosas, las masas populares ya no podían
expresarse a través de los viejos caudillos; en la etapa
inmediata pesarán en la política argentina, por medio de la
burguesía intelectual o militar provinciana: Avellaneda y Roca.
Sarmiento fue el resultado de una inestable transacción entre
el interior y Buenos Aires. De antiguo embrujado por una
Europa mal comprendida, encarnó al mismo tiempo la
aspiración de la burguesía provinciana por elevarse a la
civilización. Sus extravagancias personales se explican por
esa base contradictoria de su política. Ni genio, ni loco, ni
padre de la patria, ni sinvergüenza. Liberales y clericales lo
han simplificado con la apología o el denuesto. Las tensiones
interiores de su personalidad eran tan divergentes como la
tierra y la época que las produjeron.

Referencias

(1) Raúl Scalabrini Ortiz – Historia de los Ferrocarriles


Argentinos. Página 264, Buenos Aires (1957).
(2) Ricardo Font Ezcurra – La unidad nacional. Buenos Aires
(1941).
(3) Alberto Palcos – Presidencia de Sarmiento. Página 110,
Historia Argentina Contemporánea, Acad. Nac. De la Historia,
Tomo I, Ed. El Ateneo, Buenos Aires (1963).
(4) Roberto Tarmagno – Sarmiento, los liberales y el
imperialismo inglés. Página 138, Ed. Peña Lillo, Buenos Aires
(1963).
(5) Lucio V. Mansilla – Entre Nos. Página 332, Ed. Hachette,
Buenos Aires (1963).
(6) Sebastián Marotta – El movimiento sindical argentino.
Página 25, Tomo I, Ed. Lacio, Buenos Aires (1960).
(7) José Hernández – Martín Fierro, prólogo a la vuelta
“Cuatro palabras de conversación con los lectores”, p. 270,
Ed. Estrada, Buenos Aires.
(8) Carlos Alberto Leumann – El poeta creador, p. 9, Ed.
Sudamericana, Buenos Aires (1945).
(9) V. Leopoldo Lugones – El payador, Edic. Centurión, p.
231, Buenos Aires (1944).
(10) Cit. Paul Lapargue – La méthode historique de Kart
Marx, p. 26, Ed. M. Girad, París (1928)
(11) Manuel Gálvez – Vida de Sarmiento.
(12) Palcos, ob. cit., p. 133
(13) Tamagno, ob. cit., p. 65

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Ramos, Jorge Abelardo – Revolución y Contrarrevolución en
la Argentina. Del Patriciado a la Oligarquía (1862-1904),
Buenos Aires (2006).

SARMIENTO Y SUS DOCTRINAS PEDAGÓGICAS

Domingo F. Sarmiento (1811-1888)

Con su singular habilidad para eludir juicios absolutos acerca


de los escritores consagrados por el consenso liberal, don
Ricardo Rojas se expidió sobre el libro de Sarmiento, “La
Educación Popular”, en estos términos: “Más de sesenta años
han corrido sobre este libro y huelga anticipar que muchas de
las cuestiones estrictamente pedagógicas que plantea se ha
convertido ya en lugares comunes de la enseñanza normal o
han sido desechadas por la experiencia. Si tenemos
presente que hacia la mitad del siglo XIX, cuando fue escrita
esa obra, las aspiraciones de la ciencia a favor de la
educación democrática distaban mucho de ser una realidad o
siquiera un ideal universalmente aceptado, comprendemos
mejor el significado de su doctrina y el quilate de audacia
precursora o de filantropía revolucionaria que ella significaba
en el ambiente de América”. Como se ve, para el señor
Rojas, Sarmiento excedía como apóstol de la educación
popular hasta los límites continentales…

Logrado el retruécano para el remate gerundiano del período,


el apologista anunció la antítesis: “Baste para el lector novel
la prevención de que los libros deben utilizarse principalmente
como excitantes de la propia meditación y no como revelación
absoluta de la verdad”. Y agregaba: “si algunas verdades le
parecen viejas es porque Sarmiento se apresuró a difundirlas
antes de que él (el lector) naciese, y que si algunas
afirmaciones le parecen equivocadas en cambio queda dentro
de ellas, vibrante y eterno, su ideal filantrópico y su fe en la
vida”. A continuación redondeó el párrafo con el floripondio
de rigor.

He abundado en transcripciones para que se advierta cómo


por interés o encogimiento pervivió el mito sarmientito. Ah,
pero don Ricardo Rojas no podía con su arrogancia: “El
carácter de esta noticia preliminar no me permite discutir aquí
las diversas ideas que este libro plantea”. Lo que no hizo
nunca.
La verdad radica en que Sarmiento no formuló en ese libro
ningún enunciado estrictamente pedagógico; los ítems del
presupuesto para educación, inspección de escuelas, salas
de asilo y disquisiciones sobre ortografía no son cuestiones
didácticas sino de simple menester burocrático. Los
restantes capítulos enumeran simplemente lo que observó o
transcribió a su paso por Europa. El meollo “pedagógico”
está contenido en el capítulo inicial. Pero tampoco allí
campean conceptos fundamentales; y menos en lo que
respecta a la escuela argentina de ese entonces, que le era
desconocida. Sólo expresa ideas generales, en su mayoría
inexactas, como su afirmación de que “la instrucción pública
es una institución puramente moderna nacida de las
disensiones del cristianismo”.

La instrucción pública, en su sentido estricto, acaso sea la


más antigua de las instituciones humanas. A partir del
hombre paleolítico estuvo a cargo de los ancianos. De haber
sido el privilegio de clases aristocráticas, ni los sumerios, ni
los babilonios, ni los egipcios, ni los fenicios, hubieran
alcanzado el grado de cultura y civilización que hoy nos
asombra. Ellos conocían la numeración decimal y la
sexagesimal, las operaciones fundamentales de la aritmética,
inclusive la raíz cuadrada u cúbica, además de superficies y
volúmenes de los cuerpos. Los sumerios y los egipcios
transmitieron a través de las edades millares de ideogramas,
pictogramas y signos hieráticos. Los babilonios conocieron
los meses lunares, la hora, los signos zodiacales y las
constelaciones; los egipcios inventaron el calendario hace
3.000 años. Sobre ese portentoso legado científico los
griegos y los romanos elaboraron su civilización
posteriormente.

Si en Grecia la educación de los niños estaba a cargo de


esclavos (pedagogos) ello prueba que hasta los esclavos
tenían instrucción. El imperio romano hizo suyo el principio
aristotélico de que “la educación es un asunto de Estado”
pero impuso la sujeción total del hombre a las exigencias del
Estado. Con la Edad Media triunfó el concepto cristiano de la
liberación del espíritu humano, pero cayó en el exceso de
convertir la educación en artículo de fe. Se ha reconocido
empero que la escuela medieval significó un período de
transición entre el mundo antiguo y el moderno. La cultura
griega y la romana habían exaltado la facultad razonadora del
hombre; la Edad Media subordinó el raciocinio a los deberes
morales logrando con ello la igualdad espiritual.

El descubrimiento de América generó la más profunda


revolución filosófica, social y religiosa registrada en la historia
de la humanidad. Coetáneamente Copérnico actualizó las
antiguas teorías heliocéntricas de Hiparco, Archilao y
Pitágoras; Magallanes comprobó la esfericidad de la Tierra;
con Galileo nacía la astronomía moderna; Newton formuló las
leyes reguladoras de la rotación astral; Harrison fabricaba el
primer cronómetro y Hadley inventaba el sextante. Esa
trascendental evolución de la idea nutrió la obra de los
enciclopedistas e invadió el ámbito político y educacional
quedando como proyección imperecedera de la Edad Media
la creación de las universidades modernas organizadas como
grandes estados. Fue el resultado directo de la filosofía de la
Educación.

Con el Renacimiento se afianzó la educación popular pero


con tendencias excesivamente librescas que la tornaron
esencialmente aristocrática; de humanista decayó en
individualista. Por ello fracasó en su finalidad fundamental.

Con el propósito de liberar la enseñanza de su rémora


libresca e intelectualista Comenio esbozó su teoría del
aprendizaje por medio de la intuición, teoría complementada y
continuada por Rousseau y posteriormente por Pestalozzi, el
creador de la pedagogía moderna.
Oponiéndose a la tradición platónica que propugnaba la
aprehensión dogmática de la verdad, Juan Locke proclamó la
investigación personal, la tolerancia y la libertad insistiendo
en la relatividad de la certidumbre. A la intuición opuso la
experimentación y al anterior sistema del magíster dixit la
necesidad del esfuerzo en la búsqueda del conocimiento. A
través de la educación, la civilización contemporánea le debe
a Locke el estamento del derecho individual y del derecho
civil como concesión de la conformidad previa acordada por
hombres libres.

En lo que respecta a la ecuación puede decirse que el siglo


XVIII afirmó definitivamente la escuela pública, ya fuese como
institución del Estado, realización municipal o entidad privada.
Así nos la transfirió España. Véase la grosera impostura de
Sarmiento al atribuirse la paternidad de la escuela popular en
América y en el mundo, según don Ricardo Rojas.

Continuaba el escritor sanjuanino: “Los derechos políticos,


esto es, la acción individual aplicada al gobierno de la
sociedad se han anticipado a la preparación intelectual que el
uso de tales derechos suponen”. ¿Pero en qué nación de la
Europa monárquica de esa época intervenía el pueblo en la
elección de los gobiernos? En nuestro país los ciudadanos
pudieron votar recién en 1912, como resultado de una ley
proyectada por un descendiente de “sicarios del tirano”. ¡El
concepto trascripto coloca al “apóstol de la democracia” entre
los partidarios del voto calificado!

Y agregaba: “Las masas están menos dispuestas al respeto


de las vidas y de las propiedades a medida que su razón y
sus sentimientos morales están menos cultivados”. El plan
de operaciones que el señor Sarmiento les propuso a los
unitarios para combatir contra Rosas, instituyendo el terror;
las confiscaciones y fusilamientos que dispuso siendo
gobernador de San Juan; su carta a Mitre aconsejándole el
exterminio del gaucho y pidiendo la horca para Urquiza
prueban lo contrario de lo aseverado por el sociólogo de “La
Educación Popular”.

Según él (página 24) “Los estados sudamericanos


pertenecen a una raza que figura en última línea entre los
pueblos civilizados debido a que carecen de industrias y
medios mecánicos”. La afirmación es mendaz. En primer
lugar véase como confunde progreso con civilización. Ya
desde las postrimerías del coloniaje todas las provincias
argentinas tenían sus pequeñas o grandes industrias que
subsistieron a pesar del contrabando antes de 1810 y a la
libertad de comercio impuesta por Inglaterra desde entonces.
Es la repetición del tenaz denuesto del liberalismo genuflexo
y apátrida que ni siquiera captó el sentido, en cierto modo
justificado, de la crítica formulada contra España y tan
gallarda y justamente refutada por Unamuno: “el error de
asimilarlo legando al futuro una progenie bastarda rebelde a
la cultura”. Las proporciones del problema racial que asume
en la actualidad el negro de América del Norte, el Brasil y
otros países del continente dejan mal parada la visión “genial”
del estadista cuyano y compárece este fermento de
resentimientos raciales con esta raza criolla constituida por
todas las sangres del mundo transvasadas a la vigorosa cepa
indígena. No creo zaherir a Sarmiento si afirmo que ni un
estadista de la jungla africana hubiera propugnado como él la
estratificación de razas. Por eso fue acertada la definición
formulada por el escritor chileno Vicente Pérez Rosales:
“Sarmiento tiene más talento que instrucción y menos
prudencia que talento. Como periodista da a la estampa en
un español bastardeado cuanto disparate se le viene al pico”.

En realidad “La Educación Popular” no es un libro atinente a


la educación sino de meras divagaciones sociológicas cuyo
contenido encaja en la irónica afirmación de Philip Guedalla:
“La Psicología es la ciencia de los datos carentes de
conclusiones y la Sociología la ciencia de las conclusiones
carentes de datos”. Su crítica al sostenimiento de las fuerzas
armadas consuena con la influencia de los vestidos como
causa de “la inmovilidad del espíritu” y “limitación de
aspiraciones”. Canta loas al Norte América porque allí el
leñador y el banquero “usan por igual el paletó, la levita y el
frac…”

La única idea aprovechable de “La Educación Popular” es la


necesidad de orientar la enseñanza hacia las actividades
industriales y manuales, o sea una enseñanza de tipo
profesional; pero se trata de un complemento de la escuela
primaria, no de la escuela primaria misma. Su realización
dentro de esos límites entrañaría un cierto despropósito. La
enseñanza primaria en los Estados Unidos tan alabada por
Sarmiento, no pasaba por ese entonces de “las tres erres”
(leer, escribir y contar). A juzgar por el libro comentado y
ciertos artículos alusivos Sarmiento desconocía los más
elementales adelantos pedagógicos predominantes en su
tiempo y la realidad educacional de su país. Así como en
“Facundo” describió un estado social sin más aporte
documental que su imaginación y su resentimiento, en “La
Educación Popular” enunció una ringlera de conceptos
arbitrarios e híbridos. Por eso la pedagogía argentina nada le
debe y de ahí la curación en salud de don Ricardo Rojas al
insinuar esa realidad. Con respecto al contenido integral de
la educación griega y observación de las aptitudes
específicas en los alumnos como índices vocacionales,
Sarmiento registró un atraso de 2.500 años; y cinco siglos
con respecto al artículo 5º de la respectiva ley incaica que
establecía la obligación de determinar las inclinaciones
naturales de cada niño para orientar sus ocupaciones futuras.

El análisis de “La Educación Popular” lleva por contraste a las


ideas y realizaciones educacionales del auténtico promotor de
la enseñanza: Manuel Belgrano. Abandonó España en el
auge del despotismo ilustrado y su tendencia a la
aristocratización de la cultura. Nadie como él, empero,
comprendió la realidad social argentina y encentró en ella su
acción civilizadora: la necesidad de intensificar la agricultura y
mejorar los métodos de cultivo a cuyo fin proyectó la creación
de una escuela de agronomía; en vista de la incapacidad de
los artesanos criollos fundó una escuela de dibujo para
mejorar sus aptitudes; en el deseo de elevar la significación
de la mujer proyectó la creación de escuelas gratuitas para
niñas, destinadas a la alfabetización, moralización y
aprendizaje de las más comunes labores domésticas;
fomentó la enseñanza del hilado mecánico como recurso para
proporcionar a la juventud de ambos sexos ocupaciones
útiles y honestas; como medio de capacitación de los
jóvenes, a la vez de estimular las actividades mercantiles
creó una escuela de comercio y, finalmente, previendo el
desarrollo del tráfico fluvial y marítimo fundó la escuela de
náutica, iniciativa que con el correr de los años habría de
atribuírsele a Sarmiento.

La escuela pública gratuita fue la pasión belgraniana; escuela


pública alfabetizadota y moralizadora para ambos sexos. El
24 de marzo de 1810 propugnaba desde las páginas del
“Correo de Comercio” la fundación de escuelas primarias en
las ciudades, villas y parroquias de la campaña, utilizando
para ello fondos públicos, a la vez que los jueces de paz
establecerían y harían cumplir la obligatoriedad escolar. Ese
pensamiento, que en su hora no pasó de tal debido a los
tremendos problemas dimanados de la Revolución de Mayo,
fue el derrotero tras el cual más tarde marcharon los
sucesivos gobiernos que fomentaron la instrucción pública:
Rodríguez, Las Heras, Dorrego y Rosas.

En cuanto a la organización de las escuelas y condiciones de


los maestros, el creador de la bandera enunció directivas que
aún no han caducado. “Basta con que los maestros –decía-
sean virtuosos y puedan con su ejemplo dar lecciones
prácticas a la niñez y juventud, y dirigirlos por el camino de la
santa religión y del honor”. La misma vida pública de
Belgrano constituyó un paradigma de tales normas.
Después del triunfo de la Batalla de Salta la Asamblea
General Constituyente le obsequió por decreto del 8 de marzo
de 1813 un sable de oro y 40.000 pesos que el ilustre patricio
destinó a la fundación de cuatro escuelas en sendas
provincias del norte, en las cuales se enseñaría “a leer y
escribir, la aritmética y la doctrina cristiana y los primeros
rudimentos de los derechos y obligaciones del hombre en
sociedad, hacia ésta y al gobierno que la rige”. Compárense
estas normas sabias y sencillas con el absurdo atiborramiento
científico que Sarmiento, por desconocer los rudimentos de la
pedagogía, se jactaba de imponer en la famosa escuela de
Catedral al Norte y resalta la enorme desproporción que los
separa. Pero hubo que sacrificar las concepciones docentes
de Belgrano y años después las realizaciones de Avellaneda
para la creación del mito. Belgrano hasta reglamentó la
dación de los cargos docentes por concurso.

Pero no solamente como educador el ilustre soldado dejó


señales imperecederas de su genio. Como jefe de la
expedición al Paraguay y posteriormente como estadista,
logró un acuerdo comercial y político con el triunvirato
guaraní, evitando el desgarramiento territorial como procuró
hacerlo con el Alto Perú, escisión aplaudida por Sarmiento.
Jamás denostó al indio ni al gaucho. Y fue tan realista en sus
decisiones que, considerando los peligros a que se veía
expuesta la Revolución debido a la escasez de recursos para
proveer de armamento a las tropas, desde la Villa de Luján
envió un oficio al gobierno el 18 de junio de 1814 cediendo
para gastos militares la suma que él había destinado a la
fundación de escuelas. El ocultamiento de este hecho por
parte de los historiadores liberales respondía a la necesidad
de tener las manos libres para atacar a Rosas por suspender
las partidas del presupuesto destinadas al sostenimiento de la
educación cuando el bloqueo y la guerra contra Francia e
Inglaterra dejaron exhausto el tesoro público. Estadista y
educador, Belgrano se vio obligado por imperio de las
circunstancias a mandar ejércitos y lo hizo con ejemplares
muestras de patriotismo y abnegación; en cambio Sarmiento
intentó hacer valer el discutible grado militar el 22 de
diciembre de 1885 para conseguir que el gobierno le acordara
una cesión de 16.000 hectáreas de las tierras quitadas a los
indios. El presidente Roca desestimó la solicitud porque
según el dictamen del ministro de guerra no constaban los
antecedentes militares del peticionante…

Veamos ahora las realizaciones escolares del “Maestro de


América” en su provincia natal. Cuando asumió el cargo de
gobernador de San Juan el 9 de febrero de 1862, esa
provincia se contaba entre las más castigadas por el
analfabetismo. En el interior sólo funcionaban dos escuelas
primarias, una en Concepción y la otra en Pocitos. Sarmiento
creó por decreto una escuela en la capital, cuyo nombre sería
“Escuela Sarmiento”. Cuando abandonó ese cargo sólo
existía de la referida fundación los cimientos y el nombre. Le
dio término su sucesor, Santiago Lloveras, el 9 de julio de
1864.

El progreso educacional de San Juan nada le debe a


Sarmiento. El 24 de diciembre de 1865 el gobernador Camilo
Rojo, uno de los más progresistas gobernadores de la
provincia cuyana, creó el Departamento General de Escuelas,
en plena guerra del Paraguay e hizo sancionar la primera ley
escolar; y en 1868 siendo gobernador José Manuel Zavalla
fueron fundadas las primeras escuelas nocturnas para ambos
sexos, se estableció la gratuidad de la enseñanza y fueron
fundadas varias escuelas superiores. En 1869 el gobernador
Ruperto Godoy creó el museo mineralógico, inauguró la
cátedra de esa ciencia y se radicó un establecimiento
metalúrgico. Al término de su mandato la provincia de San
Juan contaba con 93 escuelas, de las cuales 51 eran mixtas,
34 de varones y 8 de niñas.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Rivas, Marcos P. – Sarmiento, mito y realidad – Ed. A. Peña
Lillo – Buenos Aires

LA CIVILIZACIÓN CONTRA LA BARBARIE

Sarmiento y Mitre

Con el fin de soslayar un juicio desapasionado sobre


Sarmiento, don Ricardo Rojas compendiza la totalidad de la
obra escrita del recio sanjuanino en una lucha tenaz de la
civilización contra la barbarie, Los liberales, desde siempre,
cultivaron el vivero de las expresiones absolutas, de los
slogans resonantes; pero en el presente caso, a poco que se
ahonde el análisis, los apriorísticos conceptos se
desmoronan.

Para Sarmiento la civilización estaba representada por las


ciudades y los unitarios; la barbarie por la pampa y los
caudillos. ¿Cuál era la causa de esa barbarie? La extensión
territorial y la ascendencia española signos de atraso
económico y social agravados por la incapacidad criolla para
el trabajo y el desarrollo industrial. Constituíamos, pues, los
argentinos, una masa humana reacia a la civilización. Tales
las premisas generadoras de la obsesión delirante que anima
las páginas de las obras escritas de Sarmiento. Una de las
causas más acuciantes de su odio a Rosas tuvo su origen en
los esfuerzos del Restaurador para recuperar las provincias
desmembradas del antiguo virreinato; y su campaña
periodística instando a los chilenos a apoderarse de la
Patagonia respondía a ese atascamiento antinacional.

Si alguna vez en la historia una gran potencia otorgó a sus


colonias de ultramar la jerarquía de reinos y les dio lo mejor
de su espíritu, de sus capitanes y sus misioneros, esa nación
fue España. A la inversa de las fundaciones periféricas
realizadas por Inglaterra, Francia y Portugal en sus
dependencias coloniales, los conquistadores españoles
levantaron ciudades y puertos como hitos civilizadores a lo
largo de los ríos y las cardinales del territorio indiano;
establecieron un admirable servicio de caminos, mensajerías
y correos comunicando las más distantes ciudades del vasto
virreinato; promovieron cultivos e industrias en las distintas
regiones y sus franciscanos y sus jesuitas esparcieron con
abnegación misional universidades, reducciones, colegios y
colonias agrícolas. Y en trascendental explanación hacia el
futuro nos inició en la vida democrática a través de sus
cabildos. Si posteriormente el peculado, la injusticia, el
contrabando y el despotismo desmedraron la admiración
colonial, la culpa no fue de España sino de sus virreyes,
cabildantes y oidores codiciosos y prepotentes; pero esos
actos de corrupción lo son de siempre; desgraciadamente
constituyen flaquezas propias de la naturaleza humana.

A finales del siglo XVIII el servicio de mensajerías y correos


había logrado una regularidad que hasta hoy produce
asombro. Fue la fuente principal de las rentas públicas y por
eso la designación de los maestros de posta era facultad de
los virreyes, recayendo siempre en estancieros de absoluta
responsabilidad económica y moral. Las afirmaciones de
Sarmiento acerca de la barbarie de las campañas han sido
unánimemente desmentidas por los viajeros ingleses que
consignaron en sus Memorias la seguridad con que se
viajaba a los más apartados lugares de la República. Los
hermanos Robertson, Haigh, Graham, Gillespie, Caldeleugh,
Mac Canny Gree han alabado la hospitalidad y el trato cordial
que se les prodigaba en las postas o poblaciones del
trayecto.

Los hermanos Robertson encomian la exquisitez de modales


y la espiritualidad de las “señoritas de Olmos”; hijas el
maestro de posta del arroyo del Medio. En los más humildes
villorrios funcionaba una escuela de primeras letras, hasta en
ínfimos rancheríos como en San Lorenzo. La educación, más
que “popular” –pretendida prioridad de Sarmiento que tanto
empalaga a sus apologistas- era comunal. Si en esa época
se hubieran realizado censos nos asombraría la cantidad de
habitantes de la campaña que sabían leer y escribir. La necia
invectiva sarmientina se fundaba en la indumentaria gaucha y
la resistencia al uso de la silla inglesa. ¡Y los extranjeros que
se disponían a viajar por el interior del país comenzaban por
adoptar el recado! Ni Alberdi escapó a esa necedad de
nuevos ricos. En las “Cartas Quillotanas”, página 23 ensalza
a Urquiza “por haber llevado el frac a las soledades de
nuestros desiertos” (sic).

Por tratarse de un testimonio objetivo consigno esta


referencia de orden personal. Mi bisabuelo, don Mariano
Rivas, fundó en 1843, en pleno desierto, una de las primeras
estancias del sur santafecino. Sus numerosos hijos y nietos
vivieron allí o en campos aledaños; todos sabían leer y
escribir y poseían discreta cultura. Mi abuelo redactó las
Memorias de sus andanzas militares. El justamente llamado
“Patriarca de la Federación”, general Estanislao López, el
“gaucho López” para Sarmiento, fue de origen humilde y se
educó en el Colegio de los franciscanos, en la ciudad de
Santa Fe. En todas las estancias o postas hubo siempre una
habitación en la cual maestros modestos, apóstoles de veras,
después de recorrer a diario largas distancias a caballo
difundían abecedario y penetrantes lecciones de moral.

En lo que respecta a Buenos Aires véase como las


autoridades revolucionarias, prosiguiendo la obra virreinal se
interesaban por la educación popular. En su libro “La
Independencia Argentina” (página 129) el enviado del
gobierno norteamericano, E. M. Bracknridge, expresa lo
siguiente: “El Cabildo de Buenos Aires gasta anualmente
alrededor de 10.000 duros en el sostenimiento de escuelas; y
en diferentes monasterios hay no menos de 300 escolares
enseñados a leer por los monjes, que así han resultado útiles.
Una parte de los diezmos ha sido destinada al
establecimiento de escuelas primarias en el país. Ningún
pueblo fue nunca más sensible a las deficiencias en punto de
educación de lo que éste parece serlo, o más ansioso de
remediarla. Los exámenes públicos tienen lugar en presencia
del Director Supremo y otros funcionarios públicos; y se da
cuenta en los periódicos de aquellos que han sobresalido en
los distintos ramos del saber”. Y agregaba varios elogios a la
educación cívica de la juventud, la preocupación por los
asuntos políticos y veía en ella una verdadera esperanza para
la patria naciente.

Según Sarmiento los caudillos tipificaban el atraso y la


barbarie. Acaso algunos de ellos superaron en cultural autor
de los denuestos. Los generales Echagüe y Heredia eran,
además de su grado militar, abogados. Por las venas de
Artigas corría sangre de emperadores incaicos y por las de
Ramírez sangre de virreyes. El general Benavídez a quien
tanto injurió Sarmiento, fue uno de los más ecuánimes y
bondadosos gobernantes de su tiempo. Era, además,
proverbial la cultura y sociabilidad de las ciudades de Jujuy,
Salta, Tucumán, Mendoza, San Luis y otras. En el interior del
país, Córdoba conservó hasta principios del siglo XX su
arrogancia de ciudad limeña, universitaria y aristocrática.
Se ha dado la absurda paradoja de una generación que hizo
suyas las invectivas vertidas contra su patria por un escritor
que no la conocía. La sociedad argentina constituyó desde la
época colonial un paradigma de civilización y de cultura
superior al de muchas naciones europeas y americanas. La
esclavitud alcanzó durante el virreinato y posteriormente
hasta 1839 en que el general Rosas -¡oh liberales!- mediante
un tratado celebrado con Gran Bretaña la abolió por completo
veinte años antes que Abraham Lincoln, alcanzó, decía,
proporciones análogas a las de Norteamérica y el Brasil.

A pesar de ello, los sentimientos cristianos del hogar


argentino hicieron posible la asimilación del negro que hasta
llevó el patronímico del amo y fue incorporado a su familia de
tal manera que hoy se ha tornado difícil determinar la
legitimidad genealógica de ciertos abolengos. De ahí también
por qué nuestro país (caso único en América) es ajeno a todo
problema de orden racial.

Ocupémonos ahora de los representantes de la civilización.


Cuando el general Paz invadió las provincias del interior, el
general Quiroga se puso al frente de las mismas en defensa
de las autonomías conculcadas; pero antes del choque
armado le propuso al jefe enemigo una conciliación sobre la
base de “respetar el voto de los pueblos y enterrar las armas
para siempre”. En la comunicación el caudillo riojano se
engreía de mandar “no hombres que tenían la profesión de
matar” sino una masa de vecinos armados en defensa de sus
bienes. El general Paz desoyó la proposición.

Después de la batalla de La Tablada, el general Deheza, jefe


del estado mayor del ejército unitario mandó fusilar a varios
oficiales prisioneros; en cambio Quiroga, después de la
ocupación de la ciudad de San Luis hizo oficiar un funeral por
el alma de los caídos de ambos ejércitos. Fueron
representantes de la “civilización” como Mitre, Paunero,
Flores, Arredondo y Sandes los que bajo la dirección de
Sarmiento cometieron en las provincias inenarrables escenas
de barbarie destinadas a sojuzgar a los pueblos después de
Pavón. Cuando luego de la acción de “Las Higueritas” se
firmó un armisticio entre los jefes liberales y el general
Peñaloza, se convino el canje de prisioneros, aquéllos no
pudieron devolver a ninguno ¡los habían fusilado a todos!. En
cambio los que estaban en poder de aquél se reincorporaron
a los suyos en medio de frenéticos vivas al general Peñaloza.
Y fue a ese hombre a quien Sarmiento mandó matar
encontrándose y clavar su cabeza en una pica para que “las
turbas se convencieran de la muerte de ese inveterado
pícaro”. Con esa misma “pasión civilizadora” Sarmiento le
urgía a Mitre “no economizar sangre de gauchos”; al día
siguiente de Pavón le pedía una horca para Urquiza y nueve
años antes le enrostró el no haber disuelto la Convención
Constituyente “a machetazos”. El 17 de mayo de 1873
estuvo a punto de mandar al Congreso un proyecto de ley
poniendo precio a la cabeza del general López Jordán y
algunos de sus jefes.

En verdad la barbarie no residía en las campañas sino en el


desierto poblado por aborígenes cuyas invasiones acrecieron
en salvajismo cuando los dirigían jefes unitarios refugiados en
las tolderías después de las sucesivas derrotas de su ejército.
El general Rosas estuvo a punto de terminar con las tribus
pampeanas en su expedición al desierto, a no mediar el
incumplimiento del tratado por parte del general chileno
Bulnes quien debía completar desde la cordillera la etapa final
del gigantesco movimiento envolvente que se había
convenido. Recién en 1869 fueron conocidos los motivos de
la tortuosa actitud del gobierno chileno enderezada a lograr,
utilizando como vanguardia a las tribus araucanas, una
efectiva penetración en territorio argentino, con miras a la
ocupación aconsejada desde la prensa por Sarmiento.
Advertido del peligro el general Roca proyectó la segunda
expedición al desierto con el éxito conocido.
¿Y qué hizo el civilizador Sarmiento desde la Presidencia de
la República para poner término a la devastación de las
campañas? El Congreso Nacional aprobó un tratado de paz
con los indios ranqueles. El jefe de fronteras, coronel
Mansilla, queriendo acelerar las gestiones previas realizó su
famosa expedición a las tolderías de Mariano Rosas; pero de
regreso a la comandancia recibió la noticia de su destitución.
Al Presidente no le interesaba la paz sino el exterminio de los
indios. A esos fines había adquirido en Norteamérica “armas
de precisión que espantarán con sus estragos al salvaje del
desierto”.

La antinomia “civilización y barbarie” se encuentra invertida


en las páginas de “Facundo”. Cuando Lamadrid ocupó la
ciudad de La Rioja encarceló cargada de cadenas a la
anciana madre de Facundo Quiroga por negarse a revelar
dónde yacían ocultos los famosos “tapados” de su hijo.
Descubiertos, se apropió de 43.000 pesos fuertes, de los
93.000 que contenían, entregando tan sólo la diferencia.
Después de la derrota de La Ciudadela, en 1831, Lamadrid
tuvo que implorarle a Quiroga la seguridad de su familia que
la prontitud de la huída había dejado en Tucumán. “El tigre
de los llanos” le hizo saber que su esposa e hijos ya estaban
en marcha debidamente escoltados hacia su campo.

El 10 de mayo de 1831, una partida del ejército federal tomó


prisionero al general Paz. Desde su campamento del Tío el
“gaucho López” lo remitió a Santa Fe con una nota al
gobernador delegado en la cual le recomendaba: “Conviene
acomodarlo en la Aduana, en una habitación cómoda y
decente, donde esté solo, cuidando que las personas
encargadas de su custodia sean vigilantes, inaccesibles a la
seducción pero que no lo insulten”. (Archivo de la provincia
de Santa Fe. Notas oficiales. Año 1831).
Después de la captura de Paz el teniente Manuel Baigorria
huyó a las tolderías de los indios ranqueles donde alcanzó
jerarquía de cacique. Iniciada la campaña de 1841, el
general Lamadrid requirió su incorporación y la de los indios,
a cuyos fines les remitió desde Córdoba, como anticipado
regalo, dos carretas cargadas de familias y una tropa de
ganado. ¡El pago de la alianza se hacía efectivo en carne
humana y carne animal! Ese hecho monstruoso ha sido
revelado por el coronel Manuel Baigorria en sus Memorias
(página 532).

Además del apostolado de la civilización y la educación se le


adosó a Sarmiento el apostolado de la democracia. ¿No fue
suyo el slogan “Educar al Soberano”? Fue otra afirmación
atascada de cinismo. ¡Educar al soberano! Sarmiento jamás
fue demócrata ni se ocupó de practicar la democracia. Su
desdén hacia el pueblo fue temperamental. Confesó
repetidas veces que el gobierno del general Rosas tenía firme
sustentación popular pero lo atacó tenazmente en nombre de
la democracia y huyendo de lo que consideraba un
despotismo se acogió en Chile a un gobierno despótico
encubierto por una frágil ficción constitucional, al solo fin de
que no se le creyera “un perturbador sedicioso y anárquico,
ya que dada la imperfección de los gobiernos americanos
había que aceptarlo como hecho”. (D. F. Sarmiento, “Mi vida”,
página 84, Tomo I). El Congreso Constituyente de 1853
rechazó su diploma como representante de San Juan porque
sólo había obtenido dos votos en la elección. Fue designado
gobernador de San Juan en forma canónica, a raíz de una
intervención federal provocada por él subrepticiamente.
Tomó posesión el 9 de febrero de 1862 y de inmediato
procedió a aplicar confiscaciones, fusilamientos y destierro a
sus adversarios. Con anterioridad había obtenido de Mitre los
despachos de teniente coronel; al recibirlos, le escribió a su
benefactor: “Recibí los despachos y ruego a Ud. y a sus
sucesores que me dejen en un rincón olvidado de la lista
militar”, es decir, que a la inversa de Martín Fierro “quería
figurar en las listas pero no en los barullos”. El 10 de marzo
de 1855 le escribía a Mitre: “Si sabe usted que estoy preso u
otro percance de los que son geniales a nuestro país obre
Ud. en su carácter de ministro reclamando un jefe del jefe del
ejército”. (Correspondencia entre Mitre y Sarmiento, Tomo I)

No habíase cumplido un año desde su iniciación en el


gobierno cuando la tierra parecía temblar bajo sus pies. Al
repudio popular se agregó el levantamiento del general
Peñaloza cuyo solo nombre le causaba terror y a quien
mandaría asesinar estando rendido. El 3 de setiembre de
1863 le escribía angustiosamente a Mitre: “Todas estas
consideraciones me urgen a pedirle me ponga en franquía
para hacer mi escapada de esta situación que se ha hecho
desabrida”.

Mientras tanto véase aplicada la democracia. El 3 de abril de


1863 le escribía de nuevo a Mitre: “Vi en el acto a Oro y ha
declinado aceptar una senaduría. Régulo será diputado. Me
ha dicho que Ud. le dijo que tendrá dos competidores menos
en Mí y en Rawson porque Ud. lo ocuparía; pero habiendo
esto tenido lugar no me parece propio dejar de nombrarlo
senador. Queda otro puesto y algunos, yo entre ellos, se fijan
en Gómez”.

Pero la oposición se tornaba cada vez más enérgica.


Reiteradamente le suplicaba a Mitre lo sacara de allí; este
intentó designarlo embajador en Chile; pero Sarmiento rehusó
por temor a una represalia. En el año anterior había
ordenado el fusilamiento de un ciudadano chileno. No le
quedó a Mitre otro recurso que mandarlo a Norteamérica. Al
agradecerle la designación aquél le manifestaba que la
misma era para él “un refugio”.

Parece ser empero, que el deseo de Sarmiento era


permanecer en Buenos Aires para preparar su candidatura a
la vice-presidencia de la República. El 22 de mayo de 1862
le había escrito a Mitre: “Recibo muchas cartas de Buenos
Aires y en casi todas ellas noto recrudescencia de la
necesidad de mi permanencia allí. Elizalde cree encontrar el
medio. El medio sólo lo conoce Ud.”. El 20 de junio insistía:
“Escríbame directa o indirectamente; mis amigos me ofrecen
la candidatura de vicepresidente, si la admito. Me dicen que
Ud., está por Paz”.

En la gestación de su candidatura presidencial estuvo


ausente la voluntad popular. Dos hombres igualmente
prestigiosos se disputaban la sucesión de Mitre: Urquiza y
Alsina, mientras las simpatías del presidente favorecían a
Elizalde. Urquiza tenía de su parte todas las provincias,
mientras Alsina tenía asegurada la provincia de Buenos Aires.
De esa manera enfrentábanse de nuevo los viejos enconos
de provincianos y porteños que podían retrotraer la situación
al intento de segregación de Buenos Aires después de
Caseros. A Mitre, porteño, tenía que sustituirle un hombre de
las provincias; pero ese otro fingido demócrata vetó la
candidatura de Urquiza. Acaso con el patriótico intento de
evitar una nueva guerra civil, un sector del ejército
encabezado por el general Arredondo y el coronel Mansilla
dio en proponer la candidatura de Sarmiento. Este era tan
desconocido en Buenos Aires que se aplicó así mismo el
mote de “Don Nadie” (diario La Nación del 12 de marzo de
1871). El deseo de restañar viejas heridas hizo aceptar con
algo de sorna la imprevista candidatura que el ejército tuvo
que imponer con amenazas y bayonetas a las provincias del
interior. De esa manera por la presión de los
acontecimientos, el fraude y la coacción llegó a la presidencia
de la República don Domingo Faustino Sarmiento. Años
después siendo senador de la Nación su colega Torrent le
enrostró las transgresiones de todo orden cometidas en esa
elección, a lo que Sarmiento asintió con enfático descaro -
¡Hubo fraude! ¡Hubo fraude!…
Al término de su período presidencial ese apóstol de la
democracia acreditó el epíteto imponiendo mediante el fraude
la elección del Dr. Nicolás Avellaneda. La falacia fue de tales
proporciones que provocó la revolución de 1874, encabezada
por el general Mitre y que terminó con la capitulación de
Junín.

Fuente
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Portal www.revisionistas.com.ar
Rivas, Marcos P. – Sarmiento, mito y realidad – Ed. A. Peña
Lillo – Buenos Aires (1960)

El verdadero Domingo Faustino Sarmiento: siniestro,


antinacionalista, tirano y asesino

La historia, como siempre sucede, la escriben los


“vencedores”, es por ello que aún hoy se habla del
“maestro” por excelencia, pero detrás del personaje culto
y sofisticado, existió alguien que para muchos le hizo
daño, y mucho, a la patria.
La historia indica que Domingo Faustino Sarmiento (su
nombre real era Faustino Valentín Quiroga Sarmiento)
nació en San Juan, cuando el país era aún las “Provincias
Unidas del Río de la Plata”, un 15 de febrero de 1811.
Entre sus atributos, este sanjuanino fue político,
periodista, docente, escritor, pero también militar y
estadista. Políticamente hablando, alcanzó la gobernación
de San Juan en 1862 y en 1864, pero principalmente, fue
presidente de la Nación, en épocas donde “casi nadie”
votaba, y donde el fraude era moneda corriente, asumiendo
en 1868 y hasta cumplir su mandato en 1874.

Es cierto que Sarmiento aportó de "cierta manera" a la


educación nacional, con una serie de medidas adoptadas
durante su presidencia, pero existen además decenas de
cuestiones que lo transforman en un personaje realmente
oscuro de la historia argentina.

Por estas cosas que tiene nuestro país, Sarmiento es


sobrevalorado, al igual que muchos otros, incluso foráneos.
Está demostrado en los enormes honores recibidos, como en
el caso particular de este docente sanjuanino, cuya fecha de
fallecimiento (11/09) es utilizada para conmemorar a todos los
maestros de nuestro suelo. Pero, la apuesta va más allá:
importantes avenidas, calles, plazas, colegios, monumentos,
y la mención siempre presente en discursos y textos. Sin
duda, hay que hacer una revisión histórica, y sincerarse,
para entender que Sarmiento, por lo menos es "muy
cuestionable".

En primer lugar, fue una persona que debido a sus


acciones debería ser considerado antinacionalista. Los
medios de la época lo reflejan.

Sobre la Patria: “Los argentinos residentes en Chile


pierden desde hoy su nacionalidad. Chile es nuestra
Patria querida. Para Chile debemos vivir. En esta nueva
afección deben ahogarse todas las antiguas afecciones
nacionales”, decía Sarmiento al diario El Progreso un 11
de octubre de 1843.

Y justamente, sobre cuestiones de soberanía, Sarmiento le


“costó” a la Argentina, gran parte de la Patagonia. Fuerte
Bulnes (hoy Punta Arenas) es obra del "gran docente"
argentino al servicio en ese entonces del Gobierno de
Chile.

"He contribuido con mis escritos aconsejando con tesón


al gobierno chileno a dar aquel paso... El gobierno
argentino, engañado por una falsa gloria, provoca una
cuestión ociosa que no merece cambiar dos notas,
Para Buenos Aires tal posesión es inútil. Magallanes
pertenece a Chile y quizá toda la Patagonia... No se me
ocurre después de mis demostraciones, como se atreve
el gobierno de Buenos Aires a sostener ni mentar
siquiera sus derechos. Ni sombra ni pretexto de
controversia les queda". (Diario El Progreso 28 de
noviembre de 1842 y Diario La Crónica 4 de agosto de 1849).

Afortunadamente, y por extraña razón, Chile no tomó


medidas apresuradas, ya que de ser así, hoy por hoy, el
territorio (enorme) de la Patagonia no sería argentino, y
todo gracias al “soberano” de Sarmiento.

Además, este “periodista y docente”, quién alzó sus armas


contra “hermanos” de su propia tierra (valiéndose de una
lucha encabezada por Justo José de Urquiza contra Juan
Manuel de Rosas), no valoraba para nada la Marina
Nacional: "El día que Buenos Aires vendió su Escuadra
hizo un acto de inteligencia que le honra. Las costas del
Sur no valdrán nunca la pena de crear para ellas una
Marina. Líbrenos Dios de ello y guardémonos nosotros de
intentarlo”, (Diario El Nacional, 12 de diciembre de 1857).

Por lo visto, el “prócer” no tenía intenciones de favorecer


en mucho al país, que en ese entonces estaba en ciernes.
Para Sarmiento las Malvinas no “importaban”: "La
Inglaterra se estaciona en las Malvinas. Seamos francos:
esta invasión es útil a la civilización y al progreso" (Diario
El Progreso, 28 de noviembre de 1842).

Y de la mano de sus aspiraciones “pro anglosajonas”, el


prominente político cuyano, soñaba… y esgrimía: “propicio
una colonia yanqui en San Juan y otra en el Chaco hasta
convertirse en colonias norteamericanas de habla inglesa
(años 1866 y 1868) porque EE.UU. es el único país culto
que existe sobre la tierra. España, en cambio, es inculta y
barbara. En trescientos años no ha habido en ella un
hombre que piense... Europa ha concluido su misión en
la historia de la humanidad".

Como no podía ser de otra manera, Sarmiento detestaba


todo lo que sea “mestizaje”, “nativos” y al propio gaucho
argentino, de ellos opinaba como seres inferiores: "Se nos
habla de gauchos...La lucha ha dado cuenta de ellos, de
toda esa chusma de haraganes. No trate de economizar
sangre de gauchos. Este es un abono que es preciso
hacer útil al país. La sangre de esta chusma criolla incivil,
bárbara y ruda, es lo único que tienen de seres humanos"
(Carta enviada a Mitre de 20 de Septiembre de 1861).

Sarmiento detestaba todo lo que no fuera de “su clase”, era


elitista: "Cuando decimos pueblo, entendemos los
notables, activos, inteligentes: clase gobernante. Somos
gentes decentes. Patricios a cuya clase pertenecemos
nosotros, pues, no ha de verse en nuestra Cámara
(Diputados y Senadores) ni gauchos, ni negros, ni pobres
(interesante apreciación de Sarmiento descendiente de
negros, por parte materna y nacido pobre, N. del A.).
Somos la gente decente, es decir, patriota" (Discurso dado
en 1866).

No fue la única vez, fueron varias, en las que Sarmiento


demostraba en palabras su odio hacia las clases bajas,
los gauchos y los nativos. Pero además, más allá del
discurso, sus políticas eran en contra de las masas
populares: "Tengo odio a la barbarie popular... La chusma
y el pueblo gaucho nos es hostil... Mientras haya un
chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la
única fuente de poder y legitimidad?. El poncho, el
chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una
división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que
los cristianos se degraden... Usted tendrá la gloria de
establecer en toda la República el poder de la clase culta
aniquilando el levantamiento de las masas". (Carta
a Mitre del 24 de Septiembre 1861).

Para el “ilustre” sanjuanino, el “indio” era despreciable,


eran seres inferiores y los aborrecía sin piedad: "Esa canalla
no son más que unos indios asquerosos a quienes
mandaría colgar ahora si reapareciesen. Lautaro y
Caupolicán son unos indios piojosos, porque así son
todos. Incapaces de progreso, su exterminio es
providencial y útil, sublime y grande. Se los debe
exterminar sin ni siquiera perdonar al pequeño, que tiene
ya el odio instintivo al hombre civilizado”, (Diario El
Progreso, 27 de septiembre de 1844). Seguramente, el lector
que desconocía estos hechos y palabras, se sorprenderá
llegado a este punto, pero las palabras de Sarmiento, pintan
en la totalidad lo que era este personaje nefasto.

Quién además es tomado como ejemplo de “docente”, no


fue para nada buen estudiante: "La plana (libreta escolar)
era abominablemente mala, tenia notas de policía
(conducta deficiente), había llegado tarde, me escabullía
sin licencia (se rateaba) y otra diabluras con que me
desquitaba del aburrimiento”, decía Sarmiento en el año
1843, a modo de “humorada” ante sus pares, y jactándose de
sus logros posteriores a pesar de ser un pésimo alumno de
escuela.

Sarmiento no era un “gran educador”, sus políticas


fueron “infladas” a lo largo de la historia, de hecho,
pensaba que las universidades contribuían al conflicto
social, y deseaba que no existieran: "Si algo habría de
hacer por el interés público seria tratar de contener el
desarrollo de las universidades... En las ciudades
argentinas se han acumulado jóvenes que salen de las
universidades y se han visto en todas las perturbaciones
electorales... Son jóvenes que necesitan coligarse en
algo porque se han inutilizado para el comercio y la
industria. La apelación de Doctor contribuye a
pervertirles el juicio... El proyecto de anexar colegios
nacionales a la universidad es ruinoso y malo, pues
contribuirá a perturbar las cabezas de los estudiantes
secundarios e inutilizarlas para la vida real que no es la
de las universidades ni de los doctores. La educación
universitaria no interesa a la nacion ni interesa a la
comunidad del país... Generalmente en todo el mundo las
universidades son realmente libres. Nada tiene que ver ni
el estado ni nadie con las universidades" (Discurso en el
Senado Nacional, 27/7/1878).
Como no podía ser de otra manera, era terriblemente
autoritario y déspota, una persona que no aceptaba la
diferencia de pensamientos: "Los sublevados serán todos
ahorcados, oficiales y soldados, en cualquier numero que
sean" (año 1868). "Es preciso emplear el terror para
triunfar. Debe darse muerte a todos los prisioneros y a
todos los enemigos. Todos los medios de obrar son
buenos y deben emplearse sin vacilación alguna,
imitando a los jacobinos de la época de Robespierre"
(año 1840). "A los que no reconozcan a Paz debiera
mandarlos ahorcar y no fusilar o degollar. Este es el
medio de imponer en los ánimos mayor idea de la
autoridad" (año 1845).

No hay forma casi de defender lo indefendible, Sarmiento


era “esto”, un déspota, inflado por la historia escrita por los
ganadores, y sostenido aún por aquellos que no se han
sumergido en los textos, pero sobre todo, por aquellos que
defienden muchos de sus ideales.

Este cuyano era anti nacional, y opinaba así sobre el


interior profundo: “Son pobres satélites que esperan saber
quien ha triunfado para aplaudir. La Rioja, Santiago del
Estero y San Luis son piltrafas políticas, provincias que
no tienen ni ciudad, ni hombres, ni cosa que valga. Son
las entidades mas pobres que existen en la tierra" (Diario
El Nacional, 9 de octubre de 1857).

No tenía tapujos a la hora de hablar de fraude electoral y


de métodos de escarmiento para favorecer a su “clase”
política que se mantuvo en el poder por más de 50 años
(hasta la Ley Saenz Peña): "Los gauchos que se
resistieron a votar por nuestros candidatos fueron
puestos en el cepo o enviados a las fronteras con los
indios y quemados sus ranchos. Bandas de soldados
armados recorrían las calles acuchillando y persiguiendo
a los opositores. Tal fue el terror que sembramos entre
toda esa gente, que el día 29 triunfamos sin oposición. El
miedo es una enfermedad endémica de este pueblo. Esta
es la palanca con que siempre se gobernara a los
porteños, que son unos necios, fatuos y tontos". (Carta a
D. Oro 17/6/1857).

Para colmo, tuvo la valía de blasfemar de alguien que dio


muestras de servir realmente a la patria, José de San Martín:
"el ariete desmontado ya que sirvió a la destrucción de
los españoles; hombre de una pieza; anciano batido y
ajado por las revoluciones americanas, ve en Rosas el
defensor de la independencia amenazada y su ánimo
noble se exalta y ofusca... Fastidiado estoy de los
grandes hombres que he visto... Hace tiempo que me
tienen cansado los héroes sudamericanos, personajes
fabulosos todos... La expatriación de San Martín fue una
expiación. Sus violencias se han vuelto contra él y lo han
anonadado... Pesan sobre él ejecuciones clandestinas...
Dejemos de ser panegiristas de cuanta maldad se ha
cometido. San Martín, castigado por la opinión,
expulsado para siempre de la América, olvidado por
veinte años, es una digna y útil lección". (Año 1845. La
Crónica, 26/12/1853; carta a Alberdi 19/7/1852; y año 1885).

Ojalá algún día se enseñe en las escuelas quién fue


realmente Domingo Faustino Sarmiento, por la justicia de
quienes lo padecieron, y para ser justos con la patria misma.

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