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44(2004)13-21.
Entre los grupos judíos de Jerusalén, encontramos a los seguidores de Jesús. Ellos
formaron, según el evangelista Lucas, una secta conocida como los Nazoreos (Hch 24,5).
Su historia nos transporta a la Jerusalén del s.I, un tiempo de enormes tensiones y
dificultades, tanto internas como externas, que este grupo tuvo que afrontar. Todos
estos conflictos, hoy, nos permiten ser testigos de unos orígenes cristianos plurales y
ricos, con unas hondas raíces judías.
Judeocristianos de Jerusalén.
La historia de los judíos que reconocían a Jesús como Mesías en Jerusalén tiene un
punto de comienzo (una experiencia colectiva del Espíritu del Señor: Pentecostés) y un
punto final (la expulsión de los judíos de Jerusalén en el año 135 d.C. tras la victoria
romana en la segunda guerra judía). Ambos momentos dejan un rango de tiempo de,
aproximadamente, un siglo. ¿Cuál es la historia de estos seguidores de Jesús en
Jerusalén en este periodo?
Junto a esta pregunta, surgen otros interrogantes difíciles de resolver. ¿Quiénes eran
estos seguidores de Jesús? ¿Qué relación tenían con el resto del judaísmo? ¿Cómo vivían,
cómo se organizaban? ¿Cuáles eran sus creencias? ¿Qué les caracterizaba? ¿Era un
grupo homogéneo?
En el número 35 de esta misma revista (correspondiente a otoño de 2002), Elisa
Estévez escribía un artículo sobre la comunidad de Jerusalén en el contexto de las
“Iglesias Apostólicas”. En él se responden a algunas de estas cuestiones, por lo que será
muy útil al lector tenerlo en cuenta en este momento. Nosotros vamos a intentar
completarlo con algunos temas que allí no se abordan y con otros nuevos que se
plantean en este número de la revista: los grupos judíos de Jerusalén.
1) Grupos de judíos.
como judíos de segunda clase, contaminados por la convivencia con los paganos
politeístas.
Por esta razón, los judíos de la Diáspora que llegaban a Jerusalén tenían sus propias
sinagogas en las que leían la Sagrada Escritura en griego y se expresaban en esta lengua.
Por ello eran llamados Helenistas por los demás judíos. La posibilidad de establecerse
en Jerusalén era algo así como cumplir un sueño: volver a la Patria que habían debido
abandonar, quizá, generaciones atrás. Muchos, tras haber hecho algo de dinero, volvían
a Jerusalén a pasar sus últimos años. Los conflictos con el resto del judaísmo tenían
varias causas: por una parte, el recelo y el miedo por la amenaza de contaminación
cultural y religiosa; por otra, la envidia por la mejor posición económica de muchos de
los Helenistas; y, también, el deseo de las elites jerosolimitanas de conservar su estatus
superior frente a los demás. Las relaciones entre judíos helenistas y otros judíos era
conflictiva.
del Deutero-Isaías (Is 42;49;50;52-53). Esta explicación les llevó a relativizar el valor de
la Torah y les llevará a no exigir ni la circuncisión ni el cumplimiento de ningún tipo de
precepto alimenticio a los nuevos miembros (cf. Gal 5,2; 1 Cor 8,1-6; etc.).
Durante los primeros años en Jerusalén seguramente sólo se distinguían por su
peculiar valoración del Templo que les expondrá a la hostilidad y persecución por parte
de las autoridades judías de Jerusalén; esta situación se cobrará una víctima mortal:
Esteban, uno de los dirigentes (Hch 7,54-60). Con su muerte, a mediados de los años
30 d.C., comienza una dispersión de este grupo hacia el norte (Samaría, Siria -Damasco
y Antioquia-, costa de Tiro y Sidón, etc.). Este acontecimiento trágico supondrá la ruptura
del judeocristianismo helenista con el judaísmo de Jerusalén. En las ciudades donde
recalan se van a dirigir, lógicamente, a los judíos de lengua griega de la Diáspora; pero
además van a comenzar también a anunciar el Evangelio a los no judíos (Hch 11,19-20).
En este contexto aparecerá el nombre de “cristianos”, como un grupo definido frente al
judaísmo de la Diáspora (Hch 11,26).
Con los años, esta postura también generará diversos grupos: por una parte, Pablo
y sus comunidades llevará hasta sus últimas consecuencias estos principios teológicos
universalistas, mientras que la comunidad de Antioquía, pionera en esta tarea, adquirirá
una postura más moderada, liderada por Pedro (cf. Gal 2,11-14).
seguidores por otros judíos de Jerusalén y pudo, efectivamente, ser el que los
identificaba ante los demás judíos.
En algunos textos del Nuevo Testamento encontramos otro nombre similar que quizá
se pudo intercambiar con el de Nazoreos para referirse al grupo de seguidores de Jesús
en Jerusalén: el de “galileos”. Así se refleja, por ejemplo, en Mc 14,70; Lc 22,59; Hch
1,11; 2,7. La identificación, en este caso, vendría dada por dos factores: primero, el
lugar de procedencia (fácilmente reconocible por el acento y las formas rudas de la gente
de Galilea que contrastan con las de la ciudad de Jerusalén) y, segundo, la directa
relación con Jesús “el Galileo” (Mt 26,69).
A finales del siglo primero el nombre de Nazoreos definía con claridad a un grupo de
seguidores de Jesús que era visto con ciertos recelos por los rabinos y por otros
cristianos; la duda es: ¿fue utilizado este nombre también antes, como indica Lucas,
para referirse a los seguidores de Jesús en Jerusalén a mediados del s.I? Algunos autores
prefieren el nombre de “Proto-nazoreos”, para dejar constancia de su carácter poco
definido y dinámico, un fenómeno en evolución. En cualquier caso, con las debidas
cautelas, utilizamos aquí el término que les da el evangelista Lucas (“Nazoreos”: Hch
24,5) para referirnos a este grupo plural de seguidores de Jesús en Jerusalén que
tuvieron su propia evolución y que en algún momento del siglo I fueron identificados por
otros judíos como “la secta de los Nazoreos”.
Este nombre nos ofrece varios datos interesantes, porque nos indica cómo
comprendieron los demás judíos la identidad de este grupo. En primer lugar, vincula a
estos Nazoreos con una persona histórica, Jesús el Nazoreo; en segundo lugar, relaciona
el origen de este grupo con Galilea (especialmente con la ciudad de Nazaret), una región
al norte de Judea con una historia compleja de amor/odio hacia Jerusalén; y en tercer
lugar, se refiere a un grupo totalmente judío pero con una identidad definida, es decir,
“una secta” (cf. Hch 24,5).
Este término, “secta”, es útil para identificar sociológicamente a este grupo, porque
tanto Lucas como el historiador Flavio Josefo, judío del s.I, utilizan el mismo término
para referirse a otros grupos judíos muy definidos: fariseos, saduceos, Esenios y Zelotas
(ver: Hch 5,17; 15,5; 26,5; también: Flavio Josefo, Antiquitates Judaicae XIII 171,1).
Esto quiere decir que podemos hablar con toda legitimidad de este grupo como si de
uno más se tratara en el conjunto plural y multiforme de los grupos judíos de Jerusalén
en el s.I.
b) Formación y organización.
Tras la muerte de Jesús, en torno al año 30 d.C., el consiguiente derrumbamiento
de los discípulos de Jesús y su vuelta a Galilea a las tareas cotidianas (Mc 16,7; Lc
24,13.21; Jn 21,1-3; etc.) tienen lugar una serie de experiencias que no sólo corrigen la
frustración y el fracaso, sino que les lanzan a la Ciudad Santa con la esperanza de una
restauración del Reino escatológico asociado a la llegada del mismo Jesús como Mesías.
Aquí cobra especial sentido el grupo de doce discípulos (como signo de las doce tribus
de Israel) que simbolizarán esta restauración a partir del grupo formado por el mismo
Jesús durante su vida. Este grupo se organizará en Jerusalén de acuerdo a los
fundamentos teológicos que lo han formado como un grupo judío de fuerte carácter
escatológico.
Este elemento diferenciador va a tener mucha importancia porque en torno al año
40 aumentó la tensión política en Jerusalén a causa de la presión que ejerció el
emperador Calígula cuando quiso erigir su estatua en el Templo. Su asesinato y el intento
de su sucesor, Claudio, de apaciguar los ánimos calmaron temporalmente la situación.
Estos acontecimientos fueron comprendidos por los seguidores de Jesús como el
C.J. Gil Arbiol Los “Nazarenos” 5
c) Fundamentos teológicos.
Además del fuerte carácter escatológico, que va a ser una de las claves de identidad
más importantes de todos los judeocristianos, los Nazoreos desarrollan una serie de
elementos teológicos propios que van a marcar algunas distancias con el grupo de los
Helenistas, fundamentalmente, y que luego darán lugar a escisiones internas.
El nombre de Nazoreos, como hemos dicho, vincula este grupo judío a la persona
de Jesús el Nazoreo. Además del uso del título “Hijo de David”, que pudo reflejar para
algunos de este grupo el carácter mesiánico de Jesús relacionándolo con el antiguo reino
de David (Mt 1,1.20; 21,9.15), este grupo relacionaba su propio nombre con el texto de
Is 11,1: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño (netzer) de sus raíces
brotará”. Jesús, en Mt 2,23, es presentado como “Nazoreo” aludiendo probablemente a
este texto de Isaías; de este modo asumían los Nazoreos las esperanzas mesiánicas
vinculadas a Jesé, padre de David y antecesor del Mesías (1 Sam 16,1; Mt 1,5-6). Este
punto, lógicamente, será un punto de roce y enfrentamiento con otros grupos judíos de
Jerusalén.
Por otra parte, el mismo nombre remitía a otro sentido: “resto” (natzur) según Is
42,6 y 49,8. Esta identificación como el “resto de Yahvé” se pondrá en evidencia a
propósito de un conflicto con la comunidad de Antioquía por la admisión de no judíos
dentro del grupo de Helenistas sin pedirles la circuncisión. Para justificar su postura, los
Nazoreos argumentaban que sólo es elegido el pueblo judío, por lo que un pagano sólo
puede esperar la salvación si se hace judío circuncidándose. Por lo tanto, tampoco para
un judeocristiano hay salvación al margen de la Torah. De este modo los nazoreos se
comprenden como el verdadero Israel dentro de Israel, y no tienen sentido al margen
del pueblo santo porque sería destruir la Torah por la fe (Rom 3,31) y considerar a Cristo
como el “ministro del pecado” (Gal 2,17). Para ellos Cristo no eliminó la distinción entre
el Pueblo Elegido y los pueblos paganos, sino que fue la última oferta de Dios a su
pueblo. Cristo y la Torah están íntimamente relacionados y, consecuentemente, el
bautismo no puede sustituir a la circuncisión sino que la presupone.
C.J. Gil Arbiol Los “Nazarenos” 6
d) Diferencias internas.
Tenemos noticias de un grupo calificado como “los de la circuncisión” (Hch 11,2),
que seguramente son los mismos seguidores de Jesús calificados como “de la secta de
los fariseos” (Hch 15,5). De ellos parece hablarnos también Pablo cuando menciona a
“los intrusos, los falsos hermanos que solapadamente se infiltraron para espiar la libertad
que tenemos en Cristo Jesús...” (Gal 2,4; ver también Flp 3,2-3). Su postura parece muy
vinculada al cumplimiento de la Torah, exigiendo la circuncisión y demás preceptos
legales a todos los nuevos seguidores de Jesús. Estos no aparecen en el Libro de los
Hechos bajo el liderazgo de ningún personaje conocido, sino vinculados a los
posicionamientos conservadores respecto al cumplimiento de la Torah. En el último viaje
de Pablo a Jerusalén Lucas menciona un problema con algunos de estos, que le echan
en cara enseñar a los judíos de otros lugares el abandono de la circuncisión y de la Torah
(Hch 21,20-21). Esto refleja que esta postura permaneció mucho tiempo después de la
Asamblea de Jerusalén.
Pablo, parte interesada en este conflicto, cuenta que la reunión de la asamblea no
dio buenos resultados para la posición antioquena, y que tuvo que llegar a un acuerdo
en privado con Pedro, Santiago y Juan para no exigir la circuncisión a los nuevos
miembros de Antioquía (Gal 2,9). Esto nos revela la fuerza que tenían “los de la
circuncisión”, que no aceptaban que se reconociera como igual a un pagano sin
circuncidar. Estos tres dirigentes aceptaron una igualdad de hecho, pero sin
reconocimiento público.
Otra postura aparece más adelante, cuando el número de paganos de la comunidad
de Antioquía seguía creciendo y provocó recelos entre algunos judeocristianos de origen
judío. Un grupo de Jerusalén acepta que no se circunciden pero les exige el cumplimiento
de un mínimo número de preceptos relacionados con los alimentos (Hch 15,23-29). Estas
exigencias están en la línea de los “mandamientos noáquicos” o de Noe, que eran unas
normas de comportamiento para los extranjeros residentes en la tierra de Israel. Este
hecho suscita una cuestión: ¿entendía este grupo de Jerusalén que los paganos que se
hacían seguidores de Jesús en Antioquía sin circuncidarse eran como extranjeros, como
de segunda clase? ¿O los consideraban igual que los demás judeocristianos pero querían
garantizar la convivencia? Son preguntas de muy difícil respuesta, pero que nos revelan
la complejidad de las cuestiones que se debatieron en este momento, y las diferentes
posturas ante ellas.
Los posicionamientos de Pedro y Santiago no eran los mismos en este punto, como
ya hemos dicho, según Gal 2,11-12; la presentación de Lucas en Hch 15, probablemente,
es una lectura conciliadora de los hechos. Teniendo en cuenta los datos que tenemos, a
saber: que Santiago permaneció en Jerusalén hasta su muerte, que “los de la
circuncisión” estaban todavía en Jerusalén en los años 60 (Hch 21,20-21), que Pedro
marchó a Antioquía poco después del nombramiento de Santiago (Hch 12,17), que esta
comunidad aceptó los planteamientos de Hch 15, entonces podemos suponer que detrás
del primer grupo estaba Santiago y la familia de Jesús y detrás del segundo Pedro. De
ser así, la postura que prevaleció en Jerusalén fue la de “los de la circuncisión”; en
Antioquía la intermedia que exigía ciertos comportamientos relacionados con los
C.J. Gil Arbiol Los “Nazarenos” 7
alimentos a los paganos y en otras ciudades del Imperio la de Pablo, que no exigió
ningún tipo de normas rituales.
Así, en la segunda revuelta judía en los años 130 d.C., la exigua comunidad de
nazoreos rechazará participar en la guerra contra los romanos, y sufrirá a manos de los
seguidores de Bar Kochba, líder de la revuelta. La prohibición a todo judío de vivir en
Jerusalén una vez que los romanos ganaron la última batalla dará paso a una profunda
transformación sociológica de la comunidad judeocristiana de Jerusalén, formada a partir
de ahora por cristianos venidos de las comunidades de origen helenista.
Esta historia es la de la lucha de unos hombres y mujeres por la fidelidad y la lealtad
a las propias raíces. Cada grupo, independientemente de sus propios intereses en cada
momento, buscaba responder a su propia interpretación de las tradiciones comunes que
debían seguir vivas. Los Nazoreos, vinculados a la Ciudad Santa, se extinguieron con las
ruinas de sus casas... pero no su fidelidad al Mesías Jesús, que continuó en la vida de
otros cristianos venidos de muchos lugares, pero con la misma fe y pasión por ser fieles
a la persona de Jesús de Nazaret.