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Rhonheimer, - La Perspectiva de La Moral
Rhonheimer, - La Perspectiva de La Moral
DE LA MORAL
LA PERSPECTIVA
DE LA MORAL
Fundamentos de la Ética Filosófica
EDICIONES RIALP, S. A.
MADRID
Título original: Die Perspektive der Moral. Grundlagen
der philosophischen Ethik.
© Martin Rhonheimer 1994, 1999.
© 2000 de la versión castellana, realizada por
José Carlos Mardomingo by Ediciones Rialp, S.A., Alcalá, 290,
28027 Madrid
Fotocomposición: M. T., S. L.
Fotomecánica: Margen, S. L.
ISBN: 84-321-3282-9
Depósito legal: M-8381-2000
PRÓLOGO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 431
Martin Rhonheimer
INTRODUCCIÓN: LA ÉTICA FILOSÓFICA
COMO ÉTICA DE VIRTUDES
1
A este respecto abrió nuevos caminos W. KLUXEN, Philosophische Ethik bei
Thomas von Aquin, Mainz, 1964, que aquí citaremos por la segunda edición, Ham-
burg, 1980.— Mis propias contribuciones en este campo se encuentran sobre todo
en: Natur als Grundlage der Moral, Innsbruck-Wien, 1987; Praktische Vernunft
und Vernünftigkeit der Praxis. Handlungstheorie bei Thomas von Aquin in ihrer
Entstehung aus dem Problemkontext der aristotelischen Ethik, Berlin, 1994.
2
Esta es la tesis fundamental de mi libro ya citado Praktische Vernunft und
Vernünftigkeit der Praxis.
LA ÉTICA FILOSÓFICA, ÉTICA DE VIRTUDES 17
3
Por ello, una concepción de este tipo no comparte sencillamente la tendencia
más bien restauradora de A. MACINTYRE, After Virtue. A Study in Moral Theory, 2.ª
ed., Notre Dame (Indiana), 1984 (traducción al español: Tras la virtud, trad. de
Amelia Valcárcel, Crítica, Barcelona, 1987).
18 INTRODUCCIÓN
mas de la ética, sino problemas que tienen los filósofos con la ética.
Con esto no estamos afirmando que preguntas como la que versa so-
bre el significado de la palabra «bueno» carezcan de sentido; lo
único que queremos decir es que no son preguntas sobre la ética,
sino que debemos responderlas en el curso de la reflexión ética
misma, con lo que, ciertamente, será inevitable que el nivel de refle-
xión «descienda».
Sin duda, basta conocer un poco los planteamientos actuales de
la ética y las correspondientes discusiones —tanto en relación con la
«fundamentación última» como acerca de cuestiones de normativi-
dad ética concreta— para que sea lícito ver en la posición tomasiana,
y en general en la posición clásica, no sólo la posibilidad de encon-
trar complementos de gran importancia, sino, frecuentemente, tam-
bién la perspectiva decisiva —la «perspectiva de la moral»— que
permite captar adecuadamente el fenómeno de la moral y del actuar
moral. A este respecto, y prescindiendo ahora de la ética del discurso,
un seguidor de la ética clásica encuentra sobre todo dos grandes com-
petidores: la filosofía moral de Kant4 y la del utilitarismo (o conse-
cuencialismo). No podemos ofrecer aquí una discusión exhaustiva de
la ética de Kant; en el centro de nuestras reflexiones estará el desarro-
llo de nuestra propia posición, de manera que tendremos que limitar-
nos a observaciones ocasionales sobre diferencias con Kant que, con
todo, afectarán a puntos esenciales, y que por lo mismo resultarán
iluminadoras. La discusión del utilitarismo consecuencialista necesi-
tará más espacio, pues esta corriente se sitúa justamente en las antí-
podas de lo que aquí entendemos como «perspectiva de la moral».
La «perspectiva de la moral»
4
Me limito a Kant mismo, sin considerar los diferenes planteamientos actua-
les de la filosofía moral kantiana o de la filosofía práctica —también política— de
corte trascendental.
LA ÉTICA FILOSÓFICA, ÉTICA DE VIRTUDES 19
5
Exactamente en este mismo sentido critica J. RAZ, The Morality of Freedom,
Oxford, 1986, pp. 313 y ss. la contraposición usual en la ética de nuestros días entre
morality, dirigida al interés de los demás, y prudence, que persigue el propio interés.
H. KRÄMER, Integrative Ethik, Frankfurt am Main, 1992, ofrece por el contrario,
desde un planteamiento que se interpreta a sí mismo como postmoderno, toda una
apoteosis de esta contraposición típicamente moderna (cf. notas posteriores).
20 INTRODUCCIÓN
6
Cf. II, 1, a.
7
Cf. también: F. RICKEN, «Kann die Moralphilosophie auf die Frage nach dem
“Ethischen” verzichten?» in Theologie und Philosophie 59 (1984), pp. 161-177.
LA ÉTICA FILOSÓFICA, ÉTICA DE VIRTUDES 21
8
M. HEIDEGGER, Einführung in die Metaphysik, 3.ª ed., Tübingen, 1966, p. 6
(traducción al español: Introducción a la metafísica, trad. de A. Ackermann, Ge-
disa, Barcelona, 1995, 2.ª ed.).
LA ÉTICA FILOSÓFICA, ÉTICA DE VIRTUDES 23
9
Tomo esta feliz metáfora de J. PIEPER, Verteidigungsrede für die Philosophie,
München, 1966, pp. 134 y ss. (traducción al español: Defensa de la filosofía, trad.
de A. E. Lator, Herder, Barcelona, 1982).
24 INTRODUCCIÓN
10
R. SPAEMANN, Die kontroverse Natur der Philosophie en Philosophische
Essays, Stuttgart, 1983, pp. 104-129, aquí p. 117.
LA ÉTICA FILOSÓFICA, ÉTICA DE VIRTUDES 25
11
PLATÓN, Laques, 187c-188a (traducción al español en Diálogos, trad. de
E. Lledó y otros, Gredos, Madrid, 1997, v. 1).
12
Volveremos a este tema en los apartados I, 4 y V,2.
26 INTRODUCCIÓN
13
Con esta fórmula, u otra parecida, terminan siempre las demostraciones de
la existencia de Dios en la Summa Theologiae de santo Tomás: Summa Theologiae,
ed. de P. Caramello, Torino, 1952 (traducción al español: Suma de teología, ed. diri-
gida por los regentes de estudios de las provincias dominicanas de España. BAC,
Madrid, 1997, 4 vv.), cfr. I, q. 2, a. 3. Esta obra se cita abreviadamente y en lo que
sigue mencionando únicamente la parte de la misma de que se trate y los números
de cuestión y de artículo.
14
Esta es la tendencia de numerosos trabajos de los recogidos en el Handbuch
der christlichen Ethik (editado por A. HERTZ, W. KORFF, T. RENDTORFF, H. RINGE-
LING), Freiburg im Breisgau, 1978; cfr. por ejemplo vol. I, pp. 75 y 146.
LA ÉTICA FILOSÓFICA, ÉTICA DE VIRTUDES 27
1. El deber y el bien
1
Immanuel KANT, Logik, ed. de G. B. Jäsche, A 25 (III, p. 448) (ésta y todas
las obras de Kant se citan por la ed. de W. Weischedel: Immanuel Kant Studienaus-
gabe, Wiesbaden, 1956, 6 vv., indicando el n.º de página de la edición original de
32 ÉTICA Y DISCIPLINAS FILOSÓFICAS
2. Lo bueno y lo correcto
4
Cfr. más abajo el apartado III.3.c, así como mi exposición más detallada en
M. RHONHEIMER, Gut und Böse oder richtig und falsch — was unterscheidet das
Sittliche? en H. THOMAS (ed.), Ethik der Leistung, Herford, 1988, pp. 47-75; ver-
sión ligeramente ampliada: Ethik-Handeln-Sittlichkeit. Zur sittlichen Dimension
menschlichen Tuns en J. BONELLI (ed.), Der Mensch als Mitte und Maßstab der
Medizin, Wien-New York, 1992, pp. 137-174.
34 ÉTICA Y DISCIPLINAS FILOSÓFICAS
5
J.-P. SARTRE, L’existentialisme est un humanisme, 1946 (traducción al espa-
ñol: El existencialismo es un humanismo, trad. de V. Praci, Edhasa, Barcelona,
1992).
6
Cfr. a este respecto el reciente debate entre Richard SWINBURNE (The Cohe-
rence of Theism, 1977; The Existence of God, 1979; Faith and Reason, 1981) y J.
L. MACKIE (The Miracle of Theism, 1982); cfr. F. RICKEN, «Die Rationalität der
Religion in der analytischen Philosophie: Swinburne, Mackie, Wittgenstein» en
Philosophisches Jahrbuch 99 (1992), pp. 287-306.
37
7
Esto se hace especialmente patente en la «Metodología trascendental» (KrV,
B 858 y s., II, p. 694), donde Kant habla de que «la fe en un Dios y en otro mundo»
está «tan entretejida con la actitud moral» que la una no puede subsistir sin la otra.
¿Y qué sucede con quien no tenga «actitud moral»? Kant responde que «también en
este caso queda lo suficiente para hacer que tema una existencia divina y un fu-
turo». Con ello Kant tiene que reconocer que, con arreglo a su teoría, no sería posi-
ble adquirir una actitud moral sin temer a un Dios postulado como existente.
8
I. KANT, KrV, B 841 (II, p. 682).
9
Ibidem, B 846 (II, p. 686).
38 ÉTICA Y DISCIPLINAS FILOSÓFICAS
10
Ibidem, B 836 y s. (II, p. 679).
ÉTICA FILOSÓFICA Y DIOS 39
las costumbres, A 109, IV, pp. 579 y s.). Pero esto es problematizado una vez
más por Kant en la Crítica del juicio: las leyes morales serían vistas como
obligatorias también por aquel que afirmase que «no hay Dios» (Crítica del
juicio, B 426, V, p. 578). Con todo, Kant precisa: dado que para el ateo al fi-
nal todos los hombres vuelven a ser arrojados al «abismo del caos de la ma-
teria sin finalidad alguna» y «una gran tumba los engulle a todos ellos (hon-
rados o no, para el caso es lo mismo)», la paz y la benevolencia del que actúa
moralmente no pueden motivarnos como fin último de nuestro obrar. «Así,
tiene que suponer con un propósito práctico —esto es, para hacerse un con-
cepto al menos de la posibilidad del fin último que se le prescribe moral-
mente— la existencia de un autor moral del mundo, es decir, de Dios, y bien
puede hacerlo, puesto que cuando menos no es contradictorio». Y esto quiere
decir: incluso el ateo tiene que postular a Dios como «realidad subjetivo-
práctica» (op. cit., B 428 y s., IV pp. 579 y ss.) para obrar moralmente de
modo efectivo (y no sólo conocer la ley moral). Con ello, parece, Kant más
bien ha velado que solucionado el problema fundamental de su filosofía prác-
tica, a saber, en virtud de qué puede ser práctica la razón11.
11
Cfr. el análisis de N. ROTENSTREICH, Practice and Realization. Studies in
Kant’s Moral Philosophy, The Hague/Boston/London, 1979, que señala con clari-
dad este problema.
40 ÉTICA Y DISCIPLINAS FILOSÓFICAS
12
Cfr. Carta a los Filipenses, 4, 7 (trad. de E. Nácar y A. Colunga, Sagrada
Biblia, BAC, Madrid, 1969, que seguiremos también para todas las demás citas bí-
blicas).
II. EL ACTUAR HUMANO Y LA PREGUNTA
POR LA FELICIDAD
1
Ver también O. HÖFFE, Kategorie Streben en Ethik und Politik. Grundmodelle
und -probleme der praktischen Philosophie, Frankfurt am Main, 1979, pp. 311-333.
42 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
Sin embargo, sólo en tanto que la tendencia se dirige de modo práctico a esos
objetos (queriendo adquirirlos, queriendo robarlos) se convierten el coche y
el ordenador en un bien práctico. Ese modo de ser buenos no se basa en el
ser cosa de esos objetos, sino en su relación con un querer. El bien práctico
ya no es aquí el coche o el ordenador como tal, sino más bien poseerlos. Por
tanto, un «coche» no es un bien práctico, sino que lo es «poseer un coche». Y
las acciones correspondientes que se pueden formar en la perspectiva de esos
bienes prácticos son, por ejemplo, «comprar un coche» o «robar un coche».
2
Al distinguir la ética de la «primera persona» de la ética de la «tercera per-
sona» estoy siguiendo un estímulo de G. ABBÀ, Felicitá, vita buona e virtú. Saggio
di filosofia morale, Roma 1989, pp. 97 y ss. (traducción al español: Felicidad, vida
buena y virtud: ensayo de filosofía moral, trad. de J. J. García Norro, EIUNSA, Bar-
celona, 1992) y de J. FINNIS, Fundamentals of Ethics, Oxford, 1983. En este sentido
también A. RODRÍGUEZ LUÑO, Etica, Firenze, 1992 (en español: Ética general,
EUNSA, Pamplona, 1993). Esta diferencia guarda mucha correspondencia con la
existente entre la perspectiva del observador (neutral) y la del sujeto que actúa; cfr.
M. RIEDEL, Handlungstheorie als ethische Grunddisziplin en H. LENK (ed.),
Handlungstheorien interdisziplinär, vol. 2, I, München, 1978, pp. 142 y s. Recien-
temente también H. KRÄMER, op. cit., p. 84 ha recordado que la ética de tendencias
clásica es una ética de la primera persona.
3
I. KANT, Grundlegung zur Metaphysik der Sitten, A 38 (IV, p. 42) (traduc-
ción al español: Fundamentación de la metafísica de las costumbres, ed. bilingüe y
trad. de J. Mardomingo, Ariel, Barcelona, 1996). Abreviadamente y en lo que sigue:
GMS.
TEORÍA DE LA ACCIÓN: INTENCIONALIDAD Y LIBERTAD 43
4
Cfr. el libro con ese mismo título de Th. NAGEL, The View from Nowhere,
Oxford, 1986, y su crítica de la «overobjectification» (pp. 162 y s.).
5
Para H. KRÄMER, op. cit., pp. 119 y ss., la perspectiva clásica de la vida
buena (ética de la felicidad) de la ética de tendencias no se puede fundir con la pers-
pectiva moderna de la filosofía moral (ética de deberes) en una «ética unitaria»,
sino que se trata de dos perspectivas complementarias. La primera se preocupa de
que «mi vida» sea una vida lograda (aquí no hay «deber», sino solamente un «que-
rer» más o menos coherente); en la segunda lo central es lo que debemos a otros
(aquí vivenciamos el «deber» como limitación de nuestro querer, normas, obliga-
ciones, etc.). La razón última de la imposibilidad de una perspectiva de la felicidad
y del deber, de una «ética unitaria» (también de una ética de tipo «tomista») que
piense a la vez la ética de las tendencias y la filosofía moral, parece residir para
Krämer en que esa unidad de tendencia a la felicidad y deber moral —que, cierta-
mente, al cabo hace necesaria la introducción de un concepto de tendencia «correcta»
en tanto que «verdaderamente buena»— contradice radicalmente a la «autodetermi-
nación y soberanía preferencial del hombre de la modernidad post-teleológica».
Esta ubicación historicista del sujeto moral de la modernidad y de su —según pa-
rece— inevitable autocomprensión, que remite categóricamente todos los intentos
de trazar una ética unitaria a un «ningún sitio utópico», se convierte en Krämer en
una premisa para él incuestionable, pero no por ello menos dudosa. Un serio cues-
tionamiento de la perspectiva fundamental de Krämer es el libro ya citado de J. RAZ,
The Morality of Freedom, pp. 313 y ss., especialmente p. 315; Raz caracteriza la
yuxtaposición de propio interés (aspecto de la «ética de las tendencias») y morali-
44 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
dad o corrección moral (aspecto de la «filosofía moral») como una «popular and
philosophically fashionable picture of human beings» que da lugar a numerosos
equívocos y por ello se debe superar.
6
EN, II, 2, 1105a 6-7.
7
Cfr. F. RICKEN, Der Lustbegriff in der Nikomachischen Ethik des Aristoteles,
Göttingen, 1976.
8
EN III, 6, 1113a 30-31.
TEORÍA DE LA ACCIÓN: INTENCIONALIDAD Y LIBERTAD 45
9
H. KRÄMER, op. cit., pp. 52 y s. niega en general que la de «verdad» sea una
categoría apropiada para el ámbito práctico; en su opinión, en este campo solamente
son adecuadas las categorías de «validez» y «corrección». Krämer afirma además
que también en la ética de tendencias clásica el bien es esencialmente idéntico a lo
querido y a lo que es objeto de las tendencias (cfr. op. cit., p. 79). Es cierto que,
efectivamente, la perspectiva de la ética clásica contempla el bien esencialmente
como algo intendido y querido, pero esto es meramente su punto de partida. El
asunto de la ética consiste sobre todo en responder a la pregunta de qué es entonces
lo en verdad bueno, de en qué se puede distinguir de algo sólo aparentemente
bueno, y por tanto de a qué se debe tender y a qué no.
10
Cfr. I-II, q. 1, a. 1.
46 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
11
En esta perspectiva, la problemática del significado no-naturalista de la pa-
labra «bueno» tratada por G. E. MOORE (Principia Ethica, Cambridge, 1903, tra-
ducción al español: Principa Ethica, trad. de A. García Díaz, UNAM, México,
1959) se disuelve por sí misma. Por supuesto que «bueno», al igual que «amarillo»,
no se puede remitir a otra propiedad natural. «Bueno», en el sentido de «bueno en
sentido práctico» no es en modo alguno una «propiedad natural» de algo, sino ese
«algo» mismo, en la medida en que es correlato de una tendencia. Cfr. también,
desde el punto de vista de la filosofía analítica, B. WILLIAMS, Morality. An Intro-
duction to Ethics. London, 1976.
TEORÍA DE LA ACCIÓN: INTENCIONALIDAD Y LIBERTAD 47
12
Ver a este respecto sobre todo SANTO TOMÁS DE AQUINO, Quaestiones dis-
putatae de Veritate in Quaestiones disputatae, ed. de R. Spiazzi, Torino, 1964, 10.ª
ed., v. 1, q. 22 a. 4 (traducciones parciales al español: «De Veritate»; cuestiones 16
y 17: la sindéresis y la conciencia, trad. de A. M. González, Universidad de Nava-
rra, Pamplona, 1998; La verdad (selección), trad. de J. García López, Universidad
de Navarra, Pamplona, 1995). Abreviadamente y en lo que sigue: De veritate.
13
I-II, q. 17, a. 1, ad 2.
14
De Veritate, q. 22 a. 4.
48 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
15
Cfr. también R. SPAEMANN, Glück und Wohlwollen. Versuch über Ethik,
Stuttgart, 1989, pp. 186 y ss. (traducción al español: Felicidad y benevolencia, trad.
de J. L. del Barco, Rialp, Madrid, 1991).
16
Con ello guarda estrecha relación el «excusarse», sea como confesión de la
propia culpa acompañada de la petición de perdón, sea como mera excusa y auto-
justificación. En ambos casos, la posibilidad de presentar una disculpa para el obrar
propio o ajeno es muestra de la libertad y responsabilidad de ese obrar. John L.
AUSTIN ha introducido este aspecto en la discusión desde el punto de vista del
análisis del lenguaje: «A Plea for Excuses» in Proceedings of the Aristotelian So-
ciety 57 (1956-57), pp. 1-30.
50 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
17
El ejemplo está tomado de G. E. M. ANSCOMBE, Intention, Oxford, 1963,
2.ª ed., § 22, p. 35 (traducción al español: Intención, trad. de A. I. Stellino, Paidós,
Barcelona, 1991). En el texto original aparece la palabra inglesa «Why?». La pre-
gunta «¿por qué?» es ciertamente más amplia, pero en la medida en que con ella
nos queremos referir a la intencionalidad la pregunta más apropiada es «¿para
qué?».
TEORÍA DE LA ACCIÓN: INTENCIONALIDAD Y LIBERTAD 51
18
Cfr. G. E. M. ANSCOMBE, Intention, § 35, p. 66. Para más detalles sobre el
concepto de acción intencional básica, cfr. más abajo el apartado III, 2, a.
52 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
19
La enconada controversia existente en la filosofía analítica entre «intencio-
nalistas» y «causalistas» se mueve en este contexto. Los primeros entienden las ra-
zones (intenciones) como factores que explican qué se hace, por tanto como parte
de la acción misma y no como causas (mentales) de una acción. Los últimos afir-
man que las «razones» son sucesos mentales que producen el obrar (= determinados
movimientos corporales) en un sentido estrictamente causal; con ello la acción
queda reducida a «movimiento corporal». En qué medida esta discusión surge de un
problema aparente, y sobre todo de un concepto reduccionista de causalidad, es
algo que no se puede discutir aquí detenidamente. Parece, con todo, que los filóso-
fos analíticos no poseen una teoría de los actos de la voluntad mediante la cual se
pudiesen superar esas dicotomías. A ese respecto también ha ejercido una influencia
decisiva la crítica de G. Ryle al dualismo voluntad-movimiento corporal (mente-
cuerpo). En lo que sigue desarrollaré una posición en la que las intenciones pueden
entenderse como parte y también como causa de las acciones. Cfr. A. BECKER-
MANN (ed.), Analytische Handlungstheorie, vol. 2, Frankfurt am Main, 1985 (so-
bre todo los trabajos de A. I. Melden, A. MacIntyre, W. D. Gean). G. H. VON
WRIGHT, Das menschliche Handeln im Lichte seiner Ursachen und Gründe in
LENK, H., op. cit., vol. 2, II, pp. 417-430, defiende a este respecto una posición di-
ferenciada. Como intento de mediación ver también W. VOSSENKUHL, Freiheit zu
handeln en H.-M. BAUMGARTNER (ed.), Prinzip Freiheit, Freiburg-München, 1979,
pp. 97-137.
20
I-II, q. 6, a. 1. Cfr. EN III, 1.
TEORÍA DE LA ACCIÓN: INTENCIONALIDAD Y LIBERTAD 53
mente el propio actuar, ejecutarlo por así decir por cuenta propia (o
no ejecutarlo), esto es, reflexionar sobre qué hay que hacer en virtud
de ciertos fines y elegir eso que haya que hacer en atención al fin
perseguido, o bien orientar lo que ya se hace de todas formas a fines
adecuados para ese obrar21. Precisamente este es el cometido de la
razón práctica.
Un ejemplo trivial: el hombre posee no sólo el instinto de alimentarse que
le lleva a actos de toma de alimentos, sino que también puede captar la «ali-
mentación» como el fin de los actos de alimentarse. La captación de la «ín-
dole de fin» de la «alimentación» (autoconservación, salud, bienestar) en re-
lación con actos concretos de toma de alimentos abre la posibilidad de elegir,
estructurar y modificar esos actos, o bien de abstenerse de ellos (precisa-
mente en aras de la salud o de la autoconservación, o por otros fines).
21
I-II, q. 6., a. 2. Cfr. también A. KENNY, Thomas von Aquin über den Willen
en W. KLUXEN (ed.), Thomas von Aquin im philosophischen Gespräch, Freiburg-
München, 1975, p. 101-131, especialmente 119 y ss.
54 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
22
SANTO TOMÁS DE AQUINO, In Decem libros Ethicorum Aristotelis ad Ni-
chomachum expositio, ed. de R. M. Spiazzi, Torino 1964, 3.ª ed, lect. 1. Abreviada-
mente y en lo que sigue: In Ethic.
TEORÍA DE LA ACCIÓN: INTENCIONALIDAD Y LIBERTAD 55
23
Cfr. a este respecto A. W. MÜLLER, Praktisches Folgern und Selbstgestal-
tung nach Aristoteles, Freiburg-München, 1982, pp. 209-230; también íd., Praktis-
che und technische Teleologie. Ein aristotelischer Beitrag zur Handlungstheorie in
H. POSER (ed.), Philosophische Probleme der Handlungstheorie, Freiburg-Mün-
chen, 1982, pp. 37-70.
56 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
24
I. KANT, GMS, A 3 (IV, p. 19).
25
I. KANT, Die Religion innerhalb der Grenzen der bloßen Vernunft, B 36
(IV, p. 686).
TEORÍA DE LA ACCIÓN: INTENCIONALIDAD Y LIBERTAD 57
26
En I, 11, 1100b 22.
58 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
27
Cfr. sobre este punto J. M. FINNIS, «Practical Reasoning, Human Goods and
the End of Man» en New Blackfriars 66 (1985), pp. 438-451, especialmente
439 y s.
TEORÍA DE LA ACCIÓN: INTENCIONALIDAD Y LIBERTAD 59
28
EN, I, 1094a 22.
29
I-II, q. 1, a. 7.
60 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
cosas tienden a su propia perfección». Pero con esto parece que he-
mos llegado a una pura tautología: una tendencia que se prolongase en
el infinito sería vana y vacía, porque una tendencia que siempre tra-
tase de llegar a un bien con vistas a otro bien distinto se prolongaría en
el infinito, es decir, nunca llegaría a algo último: a la perfección.
Pero en realidad esto no es una tautología, sino la descripción de
un estado de cosas antropológico (o de psicología de la acción) bá-
sico, que estriba en que siempre tendemos a algo último en general.
Estamos aquí ante un hecho de psicología de la acción. Ahora bien,
hay personas para las que el fin que domina sus vidas consiste en la
salud, mientras que para otras reside en el bienestar económico, en
el reconocimiento de quienes le rodean, en el placer de los sentidos
o en vivir aventuras. Lo que en este momento nos interesa no es por
qué una persona persigue por ejemplo el bienestar económico como
fin de su vida, sino a qué tiende realmente cuando tiende a las pose-
siones como fin de su vida. Diríamos: cree encontrar en ellas su feli-
cidad. Y con ello estaríamos queriendo decir que en las posesiones
cree encontrar aquello a lo que no se tiende por otra cosa distinta,
sino por sí mismo. Dado que, por tanto, todos queremos realmente
algo último, puesto que de lo contrario todo querer sería vacío y
vano (este es el hecho), queremos aquello que en cada caso quere-
mos como lo último (por ejemplo la posesión de bienes materiales)
desde el punto de vista de la satisfacción de nuestras tendencias. Y
tendencias satisfechas, querer saciado, es exactamente aquello a lo
que todos denominan felicidad.
Se trata aquí de aquel bien que, en palabras de Aristóteles, «se
basta a sí mismo». «Estimamos que se basta a sí mismo lo que por sí
solo hace deseable la vida y no necesita nada; y pensamos que tal es
la felicidad»30. Todo hombre, podemos añadir, desea con necesidad
natural algo que por sí mismo haga a la vida deseable. Quiere que su
vida le salga bien como un todo. Y precisamente esto es lo que deno-
minamos felicidad31.
¿Qué hemos ganado con ello? Mucho, y al mismo tiempo poco.
De entrada, todo depende de qué entendamos realmente por felici-
dad. Si entendemos aquello a lo que Kant se refería cuando hablaba
del «propósito de felicidad» como de una «necesidad natural»32, no
EN I, 5 1097b 14-16.
30
hemos ganado gran cosa. Ciertamente, para Kant «ser feliz es nece-
sariamente el deseo de todo ser racional pero finito, y por tanto un
fundamento de determinación inevitable de su facultad de desear»33.
Sin embargo, entiende por felicidad el bienestar, un estado que «no
es un ideal de la razón, sino de la imaginación, y que descansa mera-
mente en fundamentos empíricos»34. Este impulso natural a la con-
secución de un estado de satisfacción nos impide ver, según Kant,
aquello que con arreglo a las leyes de la razón se debe hacer. Por
tanto, que todo hombre tiende al cabo a ser feliz en realidad no nos
diría nada. Sería una fórmula vacía, y además peligrosa, porque en-
turbiaría y confundiría la mirada hacia lo debido.
Si así fuese, Ernst Tugendhat tendría razón cuando objeta que en
la doctrina clásica de la felicidad «no hay reglas de conducta objeti-
vas y universalmente válidas para la consecución de la felicidad»,
puesto que «sobre la verdadera felicidad sólo puede decidir la felici-
dad misma» y «no es posible fundamentar un concepto de felicidad
bien determinado y dotado de contenido»35.
Pero esa crítica descansa en una concepción de «ser feliz» que
no es la clásica. Esa concepción, no la clásica, entiende la felicidad
como una especie de estado psicológico de vivencias de estar satis-
fecho. En Kant esto se hace además explícito: la felicidad no es un
«ideal de la razón», sino el ideal de un estado de bienestar, o de evi-
tación de displacer, una especie de amor propio36 orientado por el
placer y que se mueve en el horizonte del «bien y el mal» físico in-
terpretado de modo hedonista: «El bien o el mal físico nunca signifi-
can otra cosa que una relación con nuestro estado de agrado o desa-
grado, de placer o dolor, y, cuando en virtud de ello apetecemos o
rechazamos un objeto, eso sólo sucede en la medida en que lo referi-
mos a nuestra sensibilidad y al sentimiento de placer y displacer que
ese objeto produce»37. En cambio, «el bien o el mal moral» se deter-
minan por la ley de la razón de ser feliz precisamente en contra de la
inclinación (o al menos con independencia de ella).
33
I. KANT, Kritik der praktischen Vernunft, A 45 (IV, p. 133) (traducción al
español: Crítica de la razón práctica, trad. de E. Miñana y M. García Morente,
Círculo de Lectores, Barcelona, 1995). Abreviadamente y en lo que sigue: KpV.
34
Ibidem, A 47 (IV, p. 48).
35
E. TUGENDHAT, Antike und moderne Ethik in Probleme der Ethik, Stuttgart,
1984, p. 46 (traducción al español: Problemas de la ética, trad. de J. Vigil, Crítica,
Barcelona, 1988).
36
Cfr. I. KANT, KpV, A 46 y s. (IV, pp 133 y s.).
37
Ibidem, A 106 (IV, p. 177).
62 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
38
I-II, q. 5, a. 8.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 63
que puede hacernos feliz, cuál sea el bien cuya consecución «basta
para hacer deseable la vida, de manera que no se necesita ninguna
otra cosa», no es una cuestión empírica o que dependa de vivencias
de felicidad subjetivas, sino que se ha de someter a reflexión racio-
nal, la cual se lleva a cabo en la ética como análisis de tipo antropo-
lógico y de metafísica de la acción39.
Santo Tomás somete esta cuestión a un tratamiento de diferentes
niveles40. En primer lugar, porque la perspectiva filosófica está en-
cuadrada en una síntesis teológica. En segundo lugar, porque el
Aquinate aborda la cuestión desde dos puntos de vista distintos,
mientras que el tratamiento del tema por Aristóteles considera casi
exclusivamente uno de los dos.
En un primer momento podría pensarse que en una ética que
parte del Dios conocido ya está decidido todo: el fin último del hom-
bre no es otro que Dios. ¿Cómo podría ser de otro modo? De hecho,
esta es una conclusión apresurada que se extrae frecuentemente. Pero
en realidad la cosa no es tan sencilla. De la existencia de Dios, in-
cluso de la existencia de un Dios creador, no se sigue directamente,
en modo alguno, que Dios sea el fin último del actuar humano.
Con arreglo a una división que toma de Aristóteles, Santo To-
más distingue dos aspectos bajo los cuales podemos hablar de «fin»:
«finis cuius» y «finis quo»41. Los podemos traducir como «fin de
39
Además de la reflexión racional, Aristóteles conoce el tratamiento dialéc-
tico de la cuestión «con base en las opiniones dominantes sobre el particular», con-
cretamente con base en las opiniones de los «mejores» (de aquellos a los que la opi-
nión dominante considera los mejores). El propio Aristóteles dice que el método
dialéctico sólo es un complemento del análisis sistemático-conceptual, cfr. EN I, 8,
1098b 9-12.
40
Cfr. a este respecto W. KLUXEN, Philosophische Ethik bei Thomas von
Aquin, pp. 108-165. La exposición que sigue debe elementos decisivos a ese tra-
bajo. Para más detalles nos remitimos directamente al mismo. Cfr. también: W.
KLUXEN, Glück und Glücksteilhabe. Zur Rezeption der aristotelischen Glückslehre
bei Thomas von Aquin en G. BIEN (Ed.), Die Frage nach dem Glück, Stuttgart-Bad
Canstatt, 1978, pp. 77-91; E. SCHOCKENHOFF, Bonum hominis. Die anthropologis-
chen und theologischen Grundlagen der Tugendethik des Thomas von Aquin,
Mainz, 1987, pp. 85-128; H. KLEBER, Glück als Lebensziel. Untersuchungen zur
Philosophie des Glücks bei Thomas von Aquin (Beiträge zur Geschichte der Philo-
sophie und Theologie des Mittelalters, Neue Folge, v. 13), Münster, 1988; G. ABBÀ,
Felicitá, vita buona e virtú, pp. 32-75. Ver también, no sólo para santo Tomás,
M. FORSCHNER, Über das Glück des Menschen. Aristoteles, Epikur, Stoa, Thomas
von Aquin, Kant, Darmstadt, 1993.
41
Cfr. por ejemplo I-II, q. 1, a. 8. En realidad, el segundo no debería denomi-
narse «finis quo», sino «finis cui», con arreglo a los términos griegos «hou heneka
64 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
algo» y «fin para algo». Así, el «fin de» un tacaño («finis cuius») es el
dinero; en cambio, «fin para» un tacaño («finis quo») es la posesión
de dinero. El primer fin es la «cosa» que es el fin; el segundo el acto o
la actividad que se extiende a la cosa: es decir, la tendencia a ello y su
consecución. Se trata de dos aspectos de una y la misma realidad.
Para santo Tomás (y también para Aristóteles, aunque de forma
algo distinta) es claro que absolutamente todas las cosas que existen
se orientan a Dios como lo último. Esto se decide en la metafísica
(para Aristóteles ya en la física). En este sentido, ya no hay nada más
que decir. Pero la perspectiva del «finis cuius» no es, en modo al-
guno, la perspectiva de la filosofía práctica. Por más que sepamos
que todas las criaturas, por haber sido creadas, están referidas a Dios
como bien último de todo el universo («dar gloria a Dios») —y Aris-
tóteles dice que los animales y las plantas tienden por su propia na-
turaleza a «participar de lo eterno y divino»42— seguimos sin saber
cuál es el bien último para el hombre como sujeto práctico, es decir,
qué bien es el único al que en su actuar puede tender por sí mismo
obrando racionalmente, el cual será por tanto el bien en el que resi-
dirá su felicidad, pues esta es aquí la cuestión decisiva. «No se trata
por tanto de la determinación teleológica metafísica (prefijada) del
hombre como ser creado, sino de los fines que él mismo se pone y
que resultan determinantes en su conducta práctica...»43. Lo que nos
interesa no es el fin y bien último al que el hombre está remitido en
virtud de su ser creatural o finito —al igual que los animales, las
plantas y las cosas— en calidad de «bonum commune» del universo
creado, sino el fin último de su actuar. Metafísicamente sabemos
que el hombre da gloria a Dios, es decir, se orienta a Él como bo-
num commune de la creación, precisamente en la misma medida en
que alcance esa cosa última peculiar del hombre (a la que denomi-
namos felicidad). Queda por tanto abierta la pregunta de en qué
consiste esa cosa última a través de cuya consecución el hombre
«da gloria» a Dios.
Es cuando menos pensable que la ordenación en el ser (metafí-
sica) del hombre a Dios no se exprese en que Dios sea de algún
modo objeto de una actividad humana (por ejemplo el conocimiento
o el amor), sino que aquella en virtud de la cual el hombre dé gloria
a Dios sea otra actividad distinta. Los animales dan gloria a Dios
cuando se reproducen de conformidad con las reglas de la naturaleza
y realizan los actos específicos de su naturaleza propia, pero todo
esto, por así decir, no tiene nada que ver con Dios. Si Dios fuese
también «finis quo» del hombre, es decir, fin para el hombre, lo es-
pecífico del hombre tendría que consistir precisamente en que Dios
fuese objeto de su actividad. Debe haber entonces una actividad hu-
mana que se refiera a Dios. Y debería ser posible mostrar que esa ac-
tividad es la única a la que es racional tender por ella misma. Pero
esto es algo que está por demostrar, y también la actividad de la que
aquí se trata necesita demostración.
Pues bien: santo Tomás nos proporciona efectivamente esa de-
mostración, y para aportarla procede en dos pasos. En un primer mo-
mento, plantea la pregunta de en qué tipo de bienes cabe encontrar el
fin último del hombre (su felicidad). En un segundo paso, determina
que la felicidad es una actividad, y en qué actividad consiste.
Aristóteles da el primer paso con su análisis de las «formas de
vida». Distingue las siguientes: la vida de los placeres, la vida polí-
tica, que apunta sobre todo a los honores, y la vida de la contempla-
ción filosófica. Además también la vida dirigida a ganar dinero. Con
todo, el principal acento recae en el segundo aspecto. Por ello no es
fácil aunar los planteamientos del Aquinate y de Aristóteles, también
por razones a las que nos referiremos más adelante.
Con todo, en ambos casos de lo que se trata es de analizar lo
único a lo que es racional tender como algo último, por sí mismo. O
dicho de otro modo: no se trata de «la pregunta acerca de lo que de-
bemos, sino acerca de lo que realmente y en el fondo queremos»44.
Esta formulación sólo resulta extraña cuando se pasa por alto que
«querer» es un tender guiado por la razón. Lo que queremos real-
mente y en el fondo es precisamente aquello que es lo único a lo que
podemos tender racionalmente, pues «querer» quiere decir tanto
44
R. SPAEMANN, Moralische Grundbegriffe, München, 1982, p. 25 (traduc-
ción al español: Ética: cuestiones fundamentales, trad. de J. M. Yanguas, EUNSA,
Pamplona, 1998, 5.ª ed.). Ver también E. TUGENDHAT, op. cit., p. 44: «La pregunta
que planteaba la ética antigua era: qué es lo que verdaderamente quiero para mí».
H. KRÄMER, op. cit., p. 79, deja fuera de la ética de las tendencias este aspecto veri-
tativo: el «bien como fin de la acción» es para el actor absolutamente «sinónimo del
bien que se quiere o al que se tiende». J. RAZ, op. cit., pp. 315 y ss. piensa juntas la
moralidad y la felicidad (well being), una moral susceptible de verdad y el interés
del sujeto, de modo que no reconoce una sinonimia absoluta entre «querido» y
«bueno en realidad para mí».
66 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
como «tender bajo la dirección de la razón». Por eso mismo hay que
decir que quien no busca la felicidad allí donde se la puede encon-
trar con arreglo a los criterios de la razón no es alguien que sencilla-
mente tiene un estilo de vida diferente, otras concepciones o un
gusto distinto, sino que más bien es alguien que sencillamente se
equivoca y es irracional. Esa persona tampoco tendrá un criterio rec-
tor adecuado para su vida y su actuar. Y esto no porque el saber
acerca de aquello en lo que consiste la felicidad del hombre nos di-
jese ya qué tenemos que hacer en cada caso concreto. Sino porque
ese saber nos informa acerca de qué criterio nos permite determinar
qué es bueno hacer también en los casos concretos.
45
EN I, 6.
46
EN X, 6 1176b 7.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 67
47
Cfr. ARISTÓTELES, Ética a Eudemo, VIII, 3 (traducción al español: Ética ni-
comaquea. Ética eudemia, trad. de J. Pallí, Gredos, Madrid, 1985). Con todo, desde
su exagerada interpretación por W. Jaeger, la fórmula empleada en 1249 b 21, «ton
theon therapeuein kai theo–rein» está sujeta a controversia.
48
EN X, 7, 1177b 33-34.
49
Ibidem, X, 8. J. L. ACKRILL, Aristotle on Eudaimonia en A. O. RORTY (Ed.),
Essays on Aristotle’s Ethics, Berkeley-Los Angeles-London, 1980, pp. 15-34, dis-
cute diferentes soluciones interpretativas propuestas recientemente.
68 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
50
EN X, 5, 1176a 26-29.
51
EN X, 4, 1174b 23.
52
EN X, 3, 1174a 15.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 69
53
EN X, 2, 1174a 1-4. Acerca de esta argumentación, cfr. también J. M. FIN-
NIS, Fundamentals of Ethics, pp. 17-19.
54
Está demostrado también desde el punto de vista psicoterapéutico. Cfr. V.
FRANKL, Theorie und Therapie der Neurosen, 4.ª ed., München-Basel, 1975 (tra-
ducción al español: Teoría y terapia de las neurosis, trad. de C. Ruiz-Garrido, Her-
der, Barcelona, 1992).
55
EN X, 3, 1174a 4-8.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 71
56
J. S. MILL, Utilitarianism, II en ID., Utilitarianism, On Liberty, and Consi-
derations on Representative Government, ed. de H. B. Acton, London 1972,
pp. 1-61 (traducción al español: El utilitarismo, trad. de E. Guisán, Altaya, Barce-
lona, 1995).
57
EN II, 2, 1105a 5-7.
72 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
58
EN X, 7, 1178a 5-8.
59
R. SPAEMANN, Glück und Wohlwollen, p. 76.
60
EN X, 7, 1177b 34-1178a 2.
61
R. SPAEMANN, Glück und Wohlwollen, p. 76.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 73
62
En expresión de W. KLUXEN, Philosophische Ethik bei Thomas von Aquin.
63
I-II, q. 2, a. 4.
64
Ibidem, a. 5.
65
La autoconservación se puede convertir en lo más importante desde el punto
de vista práctico si la doctrina del summum bonum se sustituye por una doctrina del
summum malum, del mal más temible. Eso es lo que sucede en Thomas Hobbes,
quien sólo reconoce como fundamentalmente normativo el sumo mal de una muerte
violenta. Cfr. también M. RHONHEIMER, La filosofia politica di Thomas Hobbes.
Coerenza e contraddizioni di un paradigma, Roma, 1996.
66
Ibidem, a. 6.
74 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
67
Ibidem, a. 7.
68
Ibidem, a. 8.
69
ARISTÓTELES, De Anima III, 8, 431b 21.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 75
70
SAN AGUSTÍN, Confessiones / Bekenntnisse, latín y alemán, introd., tr. y no-
tas de J. Bernhart, München, 1980, 4.ª ed., I, 1 (traducción al español: Confesiones,
trad. de L. Riber, Aguilar, Madrid, 1957).
71
I-II, q. 3.
72
Ibidem, a. 1.
73
J. PIEPER, Glück und Kontemplation, 3.ª ed., München, 1962, p. 52.
74
I-II, q. 3, a. 2.
76 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
75
Ibidem.
76
Ibidem, a. 3.
77
Ibidem, a. 4.
78
Cfr. E. SCHOCKENHOFF, Bonum hominis, pp. 104 y ss.
79
Ibidem.
80
Confesiones, X, 23.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 77
81
I-II, q. 3, a. 5.
82
Ibidem, a. 6.
83
Ibidem, a. 8. Podemos pasar por alto el a. 7; estudia la cuestión de si la feli-
cidad consiste en el conocimiento de las «sustancias separadas» (de los ángeles).
84
Cfr. ARISTÓTELES, De Anima, III, 5, 430a 5.
78 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
85
En SANTO TOMÁS DE AQUINO, Summa contra Gentiles, ed. de C. Pera,
P. Marc y P. Caramello, Torino, 1961, III, cap. 63 (traducción al español: La «Suma
contra los gentiles» de Tomás de Aquino, trad. de Fr. J. M. Pla, Alianza, Madrid,
1998) «contemplar a Dios» implica que quedan saciadas las siguientes tendencias
humanas: al conocimiento de la verdad, a una vida virtuosa, al honor, a la fama, a la
riqueza, al placer (también sensible) y a la autoconservación.
86
BOECIO, Consolatio Philosophiae, III, prosa II (traducción al español: La
consolación de la filosofía, ed. de L. Pérez Gómez, Akal, Madrid, 1997).
87
Cfr. p. ej. I-II, q. 5, a. 1. Esta fórmula es de origen patrístico.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 79
Dios por la vía del conocimiento. Que sea «capaz» de ello quiere de-
cir aquí que le es posible sin que la naturaleza de la inteligencia, y la
naturaleza humana en conjunto, resulte violada o siquiera modifi-
cada. Aunque Dios como objeto de conocimiento se relaciona con el
hombre como lo infinito con lo finito, el hombre que ve a Dios sigue
siendo un hombre. En tanto que hombre, el hombre es capaz, a pesar
de su finitud, de estar en posesión de lo infinito, de descansar en ello
(de modo que la voluntad se sacie) y de alegrarse de ello, y concreta-
mente no en la forma de un pasivo ser arrollado por algo absoluta-
mente superior, sino de modo que ese algo superior, la vida de Dios
mismo, se convierte en su propia vida. Se trata por tanto del último y
más intenso incremento de la subjetividad humana.
Si se la considera atentamente, esta afirmación es de una gran-
deza verdaderamente arrolladora. La expresión de Aristóteles de que
la inteligencia es algo divino en nosotros recibe aquí coloración y
actualidad totalmente nuevas en la dimensión de lo que la tradición
cristiana denominaba la imagen y semejanza de Dios en el hombre.
Pero esta capacidad de ver a Dios significa ahora, como santo To-
más dice, algo muy concreto, a saber, «que a nuestra alma le es posi-
ble ver intelectualmente la esencia de Dios»88. Esta posibilidad
quiere decir: cuando el alma humana participa de la visión de Dios,
ello tiene lugar como actualización de una disposición que ya existe
en la naturaleza del alma humana, la inteligencia, que de esa forma
llega en tanto que inteligencia a aquel punto último al que está orien-
tada su naturaleza; a esta disposición natural es a lo que se alude
cuando se habla de naturale desiderium (deseo natural).
A la anterior se añade inmediatamente una segunda considera-
ción, con la que el tratamiento tomasiano de la felicidad llega pro-
piamente a su término: «Ver a Dios en su esencia excede no sólo a la
capacidad de la naturaleza humana, sino la de toda criatura»89. Por
más que el hombre sea capax Dei y por tanto posea en sí mismo la
capacidad de ver intelectualmente a Dios, no puede alcanzar esa
meta con sus fuerzas naturales. En primer lugar, todo conocimiento
humano-intelectual comienza por los sentidos, mientras que la esen-
cia de Dios no se puede abstraer de objetos sensibles90. En segundo
lugar, Dios es infinito, pero la capacidad de la inteligencia humana
es finita. En efecto, ver a Dios querría decir ver simultáneamente
88
Summa contra Gentiles, III, cap. 51.
89
I-II, q. 5, a. 5.
90
Cfr. I, q. 12, aa. 4, 11, 12.
80 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
91
Ibidem, a. 4.
92
Ibidem, a. 1.
93
I-II, q. 3, a. 2, ad 4.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 81
ser felices «en tanto que hombres», esto es, de modo imperfecto94.
Únicamente por revelación, nos dice santo Tomás, sabemos que la
beatitudo perfecta se puede alcanzar realmente, y que por tanto es el
bien y el fin práctico más alto, al cual, sin embargo, solamente po-
dremos llegar con ayuda de la gracia. Es el bien final práctico por
promesa y en el horizonte de la fe, del amor y de la esperanza.
De esta forma queda ya de manifiesto que una ética filosófica
desarrollada en el contexto de la revelación cristiana no puede ver-
sar, en modo alguno, sobre la felicidad perfecta y el «fin último».
Ahora es posible delimitar con más exactitud el objeto de una ética
filosófica de este tipo. Veremos que materialmente no se distingue
en nada del objeto determinado por Aristóteles. Lo que la distingue
es, sin embargo, algo totalmente esencial: sabe que la ética filosó-
fica no es la última palabra, sino una teoría de la praxis que sólo
puede proporcionarnos un fragmento, un sector de un todo. Cierta-
mente, también la ética aristotélica es fragmentaria. Lo es, sin em-
bargo, porque en toda ética y antropología «no creyente» el hom-
bre mismo no pasa de ser un fragmento. En cambio, una ética
filosófica bajo reserva de la fe es fragmentaria porque sabe que
esta visión fragmentaria del hombre no es la última palabra sobre
la verdad del hombre. Sabe que lo fragmentario sólo es un sector, y
no el todo.
94
EN I, 11.
82 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
95
I-II, q. 3, a. 5.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 83
96
Cfr. la carta de Sigmund Freud a Richard Dyer-Bennet, 1928, en: S. FREUD,
Briefe 1873-1939 (ed. de E. y L. Freud), Frankfurt am Main, 1960, 2.ª ed., p. 398.
Acerca de la teoría de Freud del hombre como un «hedonista impedido», véase tam-
bién R. SPAEMANN, Moralische Grundbegriffe, pp. 29 y ss.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 85
97
Tal es el caso en K. RAHNER, Über das Verhältnis von Natur und Gnade en
Schriften zur Theologie, I, Einsiedeln, 1956, p. 340.
88 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
98
EN X, 7, 1177b 35-1178a 1.
99
EN X, 7, 1178b 25-27.
100
EN X, 9, 1179a 23-29.
DETERMINACIÓN DE LA FELICIDAD HUMANA 89
101
Esta es también la argumentación que emplea W. KLUXEN, Philosophische
Ethik bei Thomas von Aquin, p. 140.
102
Cfr. ibidem, p. 141.
90 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
a) La irrelativizabilidad de lo humano
103
Ibidem, p. 149. Kluxen se dirige aquí, acertadamente, contra la concepción
de J. Maritain de una moral natural meramente hipotética, que sin integrarse en la
teología no podría orientar la praxis.
ÉTICA FILOSÓFICA Y VIRTUD HUMANA 91
104
Cfr. un tratamiento más detallado de esta cuestión en M. RHONHEIMER,
Natur als Grundlage der Moral, pp. 259-263.
105
Cfr. EN I, 6.
92 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
106
Cfr. J. FINNIS, Fundamentals of Ethics, pp. 122 y ss.
107
Para la discusión con Finnis cfr. el tratamiento más detallado de esta cues-
tión que hace M. RHONHEIMER, Praktische Vernunft und Vernünftigkeit der Praxis,
pp. 53 y ss. Ver también las observaciones de U. STEINVORTH, Klassische und mo-
derne Ethik. Grundlinien einer materialen Moraltheorie, Reinbek bei Hamburg,
1990, pp. 123 y ss., así como B. M. ASHLEY, What is the End of the Human Per-
son? The Vision of God and Integral Human Fulfilment en L. GORMALLY (ed.), Mo-
ral Truth and Moral Tradition. Essays in Honour of Peter and Elizabeth Geach,
Dublin, 1994, pp. 68-96 («Elizabeth Geach» es la misma persona que G. E. M.
Anscombe, esposa del lógico Peter Geach).
108
Cfr. A. KENNY, «Happiness» in Proceedings of the Aristotelian Society 66
(1965/66), pp. 93-102; críticamente al respecto: J. L. ACKRILL, op. cit. Últimamente
ha empleado esa diferencia con mucho fruto G. ABBÀ, Felicità, vita buona e virtú,
pp. 61 y ss.
ÉTICA FILOSÓFICA Y VIRTUD HUMANA 93
109
Cfr. I-II, q. 3, a. 6, ad 2.
110
Ibidem, q. 3, a. 2.
94 ACTUAR HUMANO Y PREGUNTA POR LA FELICIDAD
111
Cfr. W. KLUXEN, Glück und Glücksteilhabe, pp. 83 y s.
112
Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Quaestiones disputatae de Virtutibus car-
dinalibus en Quaestiones disputatae, ed. de P. Baazzi, M. Calcaterra, T. S. Centi, E.
Odett y P. M. Pession, Torino, 1965, 10.ª ed., v. 2, q. única, a. 2.
ÉTICA FILOSÓFICA Y VIRTUD HUMANA 95
113
EN VIII, 9, 1159a 5.
114
Cfr. II-I, q. 23, a.1: «Caritas amicitia quaedam est hominis ad Deum»; «la
caridad [infusa, regalada por la gracia] es una cierta amistad del hombre hacia
Dios».
III. ACCIONES MORALES
Y RAZÓN PRÁCTICA
1
Cfr. también R. SPAEMANN, Glück und Wohlwollen, pp. 37 y ss.
2
Para Aristóteles lo muestra T. ENGBERG-PEDERSEN, Aristotle’s Theory
of Moral Insight, Oxford, 1983, sobre todo capítulo 1 «Eudaimonia and Praxis»,
pp. 3-36.
DESEO DE FELICIDAD Y MORAL 101
Así pues, lo que nos lleva como motivo de la acción a hacer esto
o aquello, o a querer hacerlo, no es la tendencia a la felicidad, sino
los juicios de la razón acerca de qué es bueno hacer. En cambio, la
«tendencia» a la felicidad, para citar otra vez a santo Tomás, no es
otra cosa que «tender a que la voluntad quede saciada»3. La tenden-
cia a la felicidad, por tanto, es una especie de hambre o de sed del
querer; a lo que queremos le damos el nombre de bien. Y es sólo el
bien lo que motiva a actuar.
El deseo de felicidad no puede motivar más que de modo colate-
ral o secundario, como móvil decisivo («motivación») para hacer
algo, al igual que se hace algo «solamente por envidia» o «por pura
simpatía» (ver más arriba). Concretamente, nos motiva cuando por
ejemplo sabemos ya que algo es bueno, pero por otras razones nos
resulta muy difícil o no nos atrevemos a hacerlo. Pero esta concate-
nación de virtud y felicidad nunca nos ayuda a determinar qué es
bueno hacer. Si «querer ser feliz» fuese nuestro motivo para actuar,
nunca podríamos serlo, dado que no sabríamos dónde está el bien
que puede hacernos felices.
3
I-II, q. 5, a. 8.
4
J. G. FICHTE, Appellation an das Publikum gegen die Anklage des Atheismus
(1799) en Werke, ed. de I. H. Fichte, reimpresión Berlin 1971, v. V, p. 218.
DESEO DE FELICIDAD Y MORAL 103
5
Ibidem, p. 219.
6
SAN AGUSTÍN, Tercera exposición del evangelio de san Juan (traducción al
español: El Evangelio de San Juan, trad. de J. Leal y B. Bejarano, Apostolado Ma-
riano, Sevilla, 1991).
104 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
7
PLATÓN, Gorgias, 472c (traducción al español: Protágoras, Gorgias, trad. de
C. García Gual y J. Calonge, Planeta-Agostini, Barcelona, 1995).
8
Ibidem.
9
Cfr. también W. KLUXEN, «Thomas von Aquin: Zum Gutsein des Handelns»
en Philosophisches Jahrbuch 87 (1980), pp. 217-339.
ESTRUCTURA DE LAS ACCIONES INTENCIONALES 105
10
Este es el punto en el que se centra el interés de los denominados «intencio-
nalistas», como G. E. M. Anscombe. Cfr. también A. I. MELDEN, Free Action, Lon-
don, 1961.
11
L. WITTGENSTEIN, Philosophische Untersuchungen, 621, Frankfurt am
Main, 1967, p. 196. En la frase anterior se dice: «Pero no olvidemos una cosa:
cuando “levanto mi brazo”, mi brazo se levanta». Esta frase contiene una peculiar
mezcla de perspectiva de la acción y de perspectiva del observador. El hecho de que
«mi brazo se levanta» es una observación desde fuera; en cambio, «levanto mi
brazo» es la ejecución de una acción. Que «levanto mi brazo» (= acción) no se
puede observar ; lo único que se puede observar es que «mi brazo se levanta» ( =
hecho). Por esa razón, la formulación de Wittgenstein «el hecho de que levanto mi
brazo» es incorrecta: «levanto mi brazo» no es un hecho, o bien es un hecho que
siempre es más que un mero hecho.
106 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
Ahora bien, siempre que «levantar el brazo» sea una acción hu-
mana, un querer de ese tipo se estará refiriendo a la ejecución del le-
vantamiento del brazo en la dimensión de un «para qué». Y de esta
forma, vista intencionalmente, la acción de levantar el brazo siem-
12
Cfr. a este respecto la exposición más matizada y, en mi opinión, concilia-
dora, de A. MACINTYRE, The Antecedents of Action en B. WILLIAMS / A. MONTE-
FIORI (ed.), British Analytical Philosophy, London, 1966, pp. 205-225.
ESTRUCTURA DE LAS ACCIONES INTENCIONALES 107
Eso mismo se puede hacer a su vez con vistas a otro «para qué»:
por ejemplo «descansar, para terminar una tarea». En este sentido,
es posible que la persona que está en la cama responda a la pre-
gunta «¿qué haces?» diciendo «no me molestes, estoy terminando
mi tesis doctoral». Puede que en un primer momento el que pre-
gunta no comprenda esa respuesta, pero es correcta. Pues indica la
razón, el «para qué» del «estar en la cama». Así, mientras que
«descansar» ya define el «qué» de una acción humana dotada de
sentido en sí misma, el contenido de ese «qué» resulta enriquecido
adicionalmente, por así decir, con el dato «para terminar mi tesis
doctoral».
De esta manera, encontramos el «para qué» que define un «qué»
al menos en dos niveles. El primero es el nivel en el que una acción
concreta se define como acción humana y por tanto como una ac-
ción tal que se puede elegir «hacerla», esto es, como acción inten-
cional básica: a este contenido intencional básico de la acción en
cuestión le damos el nombre de objeto de la acción en sentido pro-
pio y estricto. El segundo es el nivel en el que se encuentra el propó-
13
Por ello, una «acción intencional básica» se debe distinguir de lo que Arthur
C. Danto denomina «acción básica»: los elementos físicos últimos de las acciones,
que no se componen a su vez de otros elementos de la acción, p. ej. «mover un
brazo». Estos elementos mismos ya no son acciones. En el caso de que esto sea así
—de modo que las acciones no se puedan describir en modo alguno sin contenido
intencional— el concepto de acción básica de Danto es erróneo. Cfr. A. C. DANTO,
Basic Actions, en American Philosophical Quarterly 2 (1965), pp. 141-148. R.
BUBNER, Handlung, Sprache und Vernunft. Grundbegriffe praktischer Philosophie,
reedición con un apéndice, Frankfurt am Main, 1982, pp. 91-100 ofrece una crítica
con la que estoy de acuerdo en buena medida.
108 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
sito añadido con vistas al que se elige esa acción concreta: a ese
«propósito» le denominamos intención en sentido propio y estricto14.
Esta clarificación terminológica puede ayudarnos a evitar mu-
chos malentendidos. Desde el punto de vista de la teoría de la ac-
ción, todos los objetos de las acciones son también intenciones, es
decir, se basan en un «para qué» voluntario. Ahora bien, «estar en la
cama» no es un objeto de la acción. Pero «descansar» sí lo es, pues
contiene el «para qué» de «estar en la cama». Y «estar en la cama»
sólo se puede elegir «bajo la descripción del para qué», en esta ló-
gica de un «para qué».
Pero desde otro punto de vista tenemos que decir: es de gran im-
portancia distinguir las acciones intencionales básicas de otras in-
tencionalidades añadidas. Llegamos así a distinguir entre los objetos
de las acciones y aquello que acabamos de denominar intenciones
en sentido estricto: aquella otra cosa ulterior a la que ordenamos ade-
más una acción concreta elegida por nosotros. Es decir, no el «para
qué elegimos lo que hacemos» (al modo en que elegimos «estar en
la cama para descansar»), donde el «para qué» indica sencillamente
«qué» es lo que hacemos con sentido y por tanto constituye la ac-
ción intencional básica, sino el «para qué (o el «con vistas a qué»)
elegimos a su vez eso que hemos elegido hacer» (así, elegimos «des-
cansar» con vistas a la «terminación de la tarea», o elegimos «estar
en la cama para descansar», y esto a su vez «para terminar la tarea»).
De esa otra cosa ulterior con vistas a la que elegimos acciones hu-
manas se dice por lo general que es la intención con la que se eje-
cuta una acción (en sí misma ya descriptible intencionalmente).
Ahora bien, hay que decir de todas maneras que también esta in-
tención misma posee a su vez el carácter de objeto de la acción, y en
tanto que tal también ella decide desde un punto de vista ulterior
«qué» es lo que realmente hacemos. Puede suceder que de alguien
que está en la cama descansando pensemos que es un perezoso, pero
tan pronto sepamos que lo hace para poder terminar mejor una tarea
muy fatigosa tendremos sobre él la opinión exactamente contraria.
Así, leemos en Aristóteles: «Si un hombre comete adulterio para ganar di-
nero y recibe dinero por ello, y otro lo hace pagando dinero encima y su-
14
Los autores consecuencialistas tienden a eliminar esta diferencia; ver a este
respecto M. RHONHEIMER, ««Intrinsically Evil Acts» and the Moral Viewpoint:
Clarifying a Central Teaching of «Veritatis splendor»» in The Thomist 58/1 (1994),
pp. 1-39; ID., «Intentional Actions and The Meaning of Object: a Reply to Richard
McCormick» in The Thomist 59/2 (1995), pp. 279-311.
ESTRUCTURA DE LAS ACCIONES INTENCIONALES 109
b) Medios y fin
15
EN V, 2 1130a 24-27.
16
Cfr. a este respecto los trabajos ya mencionados de A. W. MÜLLER, Prak-
tische und technische Teleologie, pp. 43 y ss.; Praktisches Folgern und Selbstge-
staltung nach Aristoteles, p. 224.
17
Cfr. la minuciosa investigación de M. GANTER, Mittel und Ziel in der prak-
tischen Philosophie des Aristoteles, Freiburg-München, 1974 (Alber Symposion
45).
110 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
18
En Aristóteles falta un término específico para el concepto de intención.
Este es probablemente uno de los principales déficits de su teoría de la acción. Cfr.
G. E. M. ANSCOMBE, Thought and Action in Aristotle en J. BARNES, M. SCHOFIELD,
R. SORABJI (ed.), Articles on Aristotle, New York, 1997, v. 2, pp. 61-71 y A. KENNY,
Will, Freedom and Power, Oxford, 1975 (cfr. también el artículo de Kenny citado
más arriba, p. 53, nota 21). Ciertamente, también Aristóteles conoce una especie de
«posición del fin» distinta del acto de la prohairesis. Pero le falta un concepto de teo-
ría de la acción específico para referirse a ella. Cfr. un tratamiento minucioso de
esta cuestión en M. RHONHEIMER, Praktische Vernunft und Vernünftigkeit der Pra-
xis, pp. 229 y ss.
19
Cfr. EN III, 5, 1112b 32-33. Acerca de la electio, ver I-II, q. 13 y De Veri-
tate, q. 22, a. 15.
20
EN, III, 3, 1113a 11.
21
Ibidem, 1113a 6.
114 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
22
Cfr. acerca de la «intención» I-II, q. 12 y De Veritate, q. 22, aa. 13 y 14.
ESTRUCTURA DE LAS ACCIONES INTENCIONALES 115
¿Quiere esto decir que quien roba un banco para ayudar a los ne-
cesitados en virtud de esa intención se convierte realmente en un be-
nefactor, porque lo que realmente quiere es prestar ayuda a los nece-
sitados? Eso solamente sucedería si el querer humano consistiese en
una especie de cambalache en el que los objetos de los actos concre-
tos de elección de la acción se pudiesen compensar con los objetos
de las intenciones, al modo de un balance en el que, en virtud de la
buena intención con la que se comete una fechoría, al final quedase
un superávit de bien intendido, y por tanto toda la operación arrojase
un «saldo» positivo.
Empecemos con una aclaración terminológica: cuando habla-
mos de «intención» podemos entender este término en dos sentidos:
(1) como objeto (o contenido) de un acto de la voluntad (el fin inten-
dido); (2) como el acto mismo de la voluntad, que se dirige al objeto
en cuestión (el acto de intender a un fin)25. Los objetos de las inten-
23
I-II, q. 12, a.4; De Veritate, q. 22, a. 14.
24
PLATÓN, Gorgias, 467d.
25
De manera análoga, con el término «fe» nos referimos tanto al acto de creer
como a su objeto o contenido. En el primer sentido decimos por ejemplo: «tiene
mucha fe» o «con su fe puede mover montañas»; en el segundo sentido, se habla de
la fe cristiana, judía o islámica, o de la fe en los ángeles, en una vida después de la
muerte, etc.
116 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
26
Sobre este tema véase D. M. GALLAGHER, «Thomas Aquinas on Self-Love
as the Basis for Love of Others» en Acta Philosophica, 8 (1999), pp. 23-44.
27
EN IX, 8, 1168b 5-6 y 25-30.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 119
28
Ibidem, 1169a 8-14
120 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
29
Para un estudio más minucioso de la «estructura interna» inteligencia-ra-
zón, cfr. M. RHONHEIMER, Natur als Grundlage der Moral, pp. 216-224.
30
Cfr. I, q. 79, a. 11; para toda esta temática, cfr. M. RHONHEIMER, Natur als
Grundlage der Moral, pp. 44 y ss.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 121
no se puede deducir
sino solamente
(2a) Los alimentos sirven (me sirven a mí) para mantenerse con
vida
122 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
La conclusión sería:
o bien
31
Cfr. sobre todo De Motu Animalium, 7 en Aristotle’s De Motu Animalium,
ed., trad. y comentario de M. C. Nussbaum, Princeton, 1978. En EN el silogismo
práctico aparece en distintos contextos, sobre todo en los libros VI y VII. Sin em-
bargo, el término «silogismo práctico» («syllogismoi ton prakton») de EN VI, 13,
1144a 32 está sometido a controversia. Se debe sobre todo a G. E. M. Anscombe
que esta doctrina aristotélica haya vuelto a ser fructífera para la teoría de la acción.
Cfr. Intention, § 33 y ss., pp. 57 y ss.
32
ARISTÓTELES, De Motu Animalium, 7, 701a 24.
33
Ibidem 701a 22.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 123
o bien:
o bien
(3b) Lo que tengo que hacer ahora es comer este trozo de pan.
34
G. E. M. ANSCOMBE, Intention, § 35, p. 65. Una exposición distinta, y a mi
entender insuficiente, es la de A. MACINTYRE, Whose Justice? Which Rationality?,
Notre Dame, Indiana, 1988 (traducción al español: Justicia y racionalidad: concep-
tos y contextos, trad. de A. J. G. Sison, EIUNSA, Barcelona, 1994), donde en la p.
130 se dice: «But the premise itself says nothing about desire». MacIntyre reduce el
fenómeno «silogismo práctico» a una mera estructura del juicio y la deliberación,
sin tener en cuenta que un silogismo práctico no es solamente un silogismo, sino el
juicio y la deliberación envueltos en el proceso tendencial. Por ello podemos adhe-
rirnos a la tesis de M. C. NUSSBAUM, Practical Syllogisms and Practical Science en
M. C. NUSSBAUM, Aristotle’s De Motu Animalium, text with translation, commen-
tary and interpretative essays, Princeton, 1978, Essay 4, pp. 165-220) según la cual
el silogismo práctico es un «model for explanation». Con todo, Nussbaum ve ahí
una contraposición entre la teoría aristotélica de la acción y lo que ella entiende por
ética de principios deductiva, una ética en la que existen reglas morales fijas bajo
las que se puede subsumir «silogísticamente» el actuar concreto. Acerca de que esta
contraposición no es necesaria, ver más abajo el apartado V, 1, f.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 125
35
Cfr. ARISTÓTELES, De Anima, III, 10 y la precisa paráfrasis con que santo
Tomás lo comenta: aquello a lo que cabe tender es el principio de la inteligencia
práctica, el primum consideratum ab intellectu practico (SANTO TOMÁS DE
AQUINO, In Aristotelis librum de Anima commentarium, ed. de A. M. Pirotta, To-
rino, 1959, 5.ª ed., III, lect. 15).
36
ARISTÓTELES, De Anima, III, 10, 433a 17.
37
Ibidem, 433a 15.
126 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
38
ARISTÓTELES, De Motu Animalium, 7, 701b 1.
39
Cfr. ARISTÓTELES, De Motu Animalium, 701a 13-14: aquí se describe la pri-
mera premisa de esta manera: «alguien piensa que todo hombre debería dar un pa-
seo» (badisteon); segunda premisa: «y (piensa que) él es un hombre»; conclusión:
«da inmediatamente un paseo». Esta es una descripción «desde fuera», una recons-
trucción. Cfr. EN VII, 5, 1147a 32-33: «Si todo lo dulce debe (dei) gustarse, y esto
es dulce como una de las cosas concretas, necesariamente el que pueda y no en-
cuentre obstáculo para ello, lo gustará al punto».
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 127
Por más que «deber» no tenga en sí mismo nada que ver con la
moral, existe sin embargo un deber específicamente moral. Lo tene-
mos a la vista tan pronto nos percatamos de que por ejemplo «querer
conservar la vida» es precisamente una de las tendencias fundamen-
tales que constituyen lo que denominamos «moral». Pues se trata de
un bien práctico del hombre como tal. Aquí está ya en juego, de la
40
Cfr. D. HUME, A Treatise on Human Nature, III, I, sect. I en D. D. RAPHAEL
(ed.), British Moralists, 1650-1800, Oxford, 1969, vol. II, p. 19 (traducción al espa-
ñol: Tratado de la naturaleza humana, trad. de F. Duque, Orbis, Barcelona, 1985,
2.ª ed., 3 vv.).
41
Ibidem, pp. 9 y s.
42
Ibidem, p. 10.
43
Cfr. J. FINNIS, Fundamentals of Ethics, pp. 26 y ss.
128 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
44
Cfr. también acerca de lo siguiente: M. RHONHEIMER, Gut und böse oder
richtig und falsch — was unterscheidet das Sittliche?, pp. 47-75.
45
Cfr. De veritate, q. 21, a. 5.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 129
46
Cfr. W. KLUXEN, Thomas von Aquin: Zum Gutsein des Handelns, p. 333.
132 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
47
Esta formulación está tomada de B. SCHÜLLER, Die Begründung sittlicher
Urteile, Düsseldorf, 1980, 2.ª ed.
48
Esta enumeración nos la refiere DIÓGENES LAERCIO, Leben und Meinungen
berühmter Philosophen, VII, 102, trad. de O. Apelt, Hamburg, 1967, 2.ª ed., vol. 2,
p. 55 (traducción al español: Vidas de filósofos ilustres, trad. de J. Ortiz, Iberia, Bar-
celona, 1986, 2 vv.).
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 133
49
Ibidem, 92, p. 52.
50
I. KANT, KpV, A 106 (IV, pp. 177 y ss.).
51
DIÓGENES LAERCIO, op. cit., 104, p. 55.
134 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
52
I. KANT, KpV, A 106-107 (IV, p. 178).
136 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
53
Para la discusión de esta posición consecuencialista, ver más abajo el apartado
V, 4, f, así como M. RHONHEIMER, «Intentional Actions and the Meaning of Object: A
Reply to Richard McCormick», pp. 279-311 (ese trabajo gira en torno al artículo de J.
FUCHS, Der Absolutheitscharakter sittlicher Handlungsnormen en H. WOLTER (ed.),
Testimonium Veritati, Frankfurt am Main, 1971, pp. 211-240, especialmente pp. 230-
233, que es un magnífico ejemplo de la concepción que aquí criticamos).
54
A este mismo resultado llega también correctamente A. DONAGAN, The
Theory of Morality, Chicago & London, 1977, p. 127.
55
Fue introducida por W. D. ROSS, The Right and the Good, Oxford, 1930
(traducción al español: Lo correcto y lo bueno, trad. de L. Rodríguez, Sígueme, Sa-
lamanca, 1994), y desde entonces ha adquirido entre los filósofos anglosajones una
validez poco menos que canónica.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 137
* Un valor moral de ese tipo, tal que la persona que intiende a él se hace
buena, es también tratar de que el actuar o la conducta concretos (plano inferior)
sean correctos, con independencia de que se acierte de hecho con lo correcto. Lo
que decide la bondad de nuestra voluntad no es que actuemos correctamente, sino
que aspiremos a actuar correctamente.
56
W. K. FRANKENA, Analytische Ethik, München, 1972, p. 27 (Original:
Ethics, Englewood Cliffs, N. J., 1963).
138 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
57
Más adelante estudiaremos esta concepción del actuar, en la que se basa la
ética «teleológica» o consecuencialismo; ver más abajo los apartados V, 3, c y 4, f.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 139
58
Exactamente así es como argumenta contra W. D. Ross, P. GEACH, «Good
and Evil» en Analysis 17 (1956), pp. 33-42. Reimpreso en Ph. FOOT (ed.), Theories
of Ethics, Oxford, 1967, pp. 64-73, especialmente p. 72.
140 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
59
Tradicionalmente se da a este tipo de ignorancia el nombre de ignorantia
facti, esto es, acerca de un mero hecho (si bien relevante para la acción), y ello para
distinguirla de la denominada ignorantia iuris, es decir, acerca de la justificación
moral para realizar una acción (desconocimiento de la norma moral). La cuestión
de si en virtud de este doble tipo de ignorancia —y siempre y cuando se siga la pro-
pia conciencia— es posible actuar de modo moralmente incorrecto, y sin embargo
«moralmente bien», se tratará brevemente más adelante, cuando se hable de la con-
ciencia (apartado V, 2). Lo que está en juego en esta cuestión es, por ejemplo, si al-
guien que, en la sincera convicción de que es correcto actuar de modo racista, darse
a la promiscuidad sexual, desarrollar actividades terroristas por razones políticas o,
como decíamos, fomentar el tráfico de drogas, obra de esa manera, actúa incorrec-
tamente (a causa de un error acerca de la norma moral), pero por estar siguiendo
con pleno convencimiento los dictados de su conciencia realiza sin embargo accio-
nes «moralmente buenas» y es por ello una buena persona.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 141
60
Las contradicciones que se derivan de distinguir entre «bueno» y «correcto»
en el nivel de los principios de la teoría moral han llevado en buena lógica a teólo-
gos morales como J. F. Keenan a la afirmación de que tampoco la corrección de la
tendencia en el plano de la virtud moral resulta decisiva para la bondad de la per-
sona. De esa manera, las únicas categorías aplicables al terreno de la ética humana
son las de «correcto» e «incorrecto». El teólogo Keenan infiere de ello que sólo me-
diante la caritas infundida por la gracia puede el hombre llegar a ser «moralmente
bueno» (con independencia, por tanto, de que en el plano moral sea «correcto»).
Cfr. J. F. KEENAN, Die erworbenen Tugenden als richtige (nicht gute) Lebensfüh-
rung: Ein genauerer Ausdruck ethischer Beschreibung en F. FURGER (ed.), Ethi-
sche Theorie praktisch, Münster, 1991, pp. 19-35, así como ID., Goodness and
Rightness in Thomas Aquina’s Summa Theologiae, Washington D.C., 1992.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 143
61
M. RIEDEL, Handlungstheorie als ethische Grunddisziplin, p. 146.
144 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
62
Ciertamente, aquí estamos ante un error implícito e involuntario acerca del
carácter intencional de las acciones. También aquellos autores que reciben críticas
en mi artículo «Intentional Actions and the Meaning of Object: a Reply to Richard
McCormick», antes mencionado, intentan por supuesto describir las acciones inten-
cionalmente. Pero reducen el elemento intencional de las acciones al nivel de las
actitudes con las que se realizan, por lo que no describen como un acto intencional
la realización concreta de las primeras. De esa manera, en realidad no llegan al con-
cepto de «acción intencional», sino a una mera conjunción de elementos físicos (ac-
tos concretos) e intenciones (propósitos con los que se «realizan» esos actos).
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 145
d) La diferencia moral
La praxis humana tiene que ver con otras personas y con cosas,
pero también con tendencias, inclinaciones e instintos naturales que
radican en el sujeto mismo de la acción (hasta ahora no hemos tra-
tado apenas este punto). En la medida en que todo esto cae dentro
del ámbito de la praxis humana, es decir, en la medida en que pasa a
formar parte del campo de las tendencias, del querer, del intender y
del elegir (del «comportarse voluntariamente en relación con») y
que con esa base se pueden formar acciones, todo ello se manifiesta
a ojos del sujeto que actúa como un bien, por lo que, citando de
146 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
63
EN, I, 1094a 2.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 147
sea imposible salvar a B aunque quiera hacerlo (por ejemplo porque no sabe
nadar y tampoco puede pedir ayuda), la omisión no tiene lugar a consecuen-
cia de una elección referida a «dejar que B se ahogue», sino a consecuencia
de una elección referida a «salvar a B». Ahora bien, esto no se elige aquí, y
concretamente lo que nos lleva a no elegirlo es un juicio del tipo «p no es
bueno», donde «p» quiere decir: «salvar a B» (por ejemplo «saltar al agua
para salvar a B»). Con este tipo de omisión no se está haciendo algo, sino
que sencillamente no se hace nada, esto es, no se realiza ninguna acción.
1974, pp. 17 y s.
RAZÓN PRÁCTICA Y CONSTITUCIÓN DEL BIEN Y DEL MAL 149
65
Ibidem, p. 17.
66
Para referirse a la «diferencia moral» Kluxen utiliza las palabras «bueno» y
«malvado» (cfr. ibidem). El término «malvado» presenta la ventaja de que quizá
connote con más claridad el significado moral de «malo». Pero en sentido estricto
una acción «malvada» es una «acción mala», realizada con mala intención. Actuar
«malvadamente» es por tanto una intensificación de actuar «mal». También se
puede actuar moralmente mal sin actuar malvadamente. Pero al fin y al cabo esta es
una disputa sobre palabras.
67
Ibidem, p. 18.
150 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
68
I-II, q.19, a. 1, ad 3.
EL SENTIDO OBJETIVO DE LAS ACCIONES HUMANAS 151
69
I-II, q. 18, a. 8.
152 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
como una acción indiferente. Esas acciones poseen sin duda un contenido de
sentido a efectos prácticos, pues no en vano son acciones intencionales, pero
ese contenido no puede ser considerado por sí solo como algo bueno o algo
malo. Sin embargo, la calificación de «indiferente» se refiere exclusivamente
al contenido intencional básico de esas acciones (al objeto que constituye la
especie). Como acciones humanas realizadas y concretas caen después, en
virtud de contenidos intencionales añadidos, de uno o de otro lado de la dife-
rencia moral. No se puede, por tanto, realizar ninguna acción indiferente70.
70
Ibidem, a. 9. Esto no se aplica a acciones que no surjan en modo alguno de
la voluntad libre (por ejemplo actos reflejos); no son en absoluto acciones humanas
y se las denomina indiferentes porque caen fuera del género de las acciones morales
(ibidem).
71
Cfr. EN, I, 4.
EL SENTIDO OBJETIVO DE LAS ACCIONES HUMANAS 153
72
Cfr. por ejemplo I-II, q. 18. a. 5 y q. 71, a. 2.
EL SENTIDO OBJETIVO DE LAS ACCIONES HUMANAS 155
73
Tampoco la «ley natural» (lex naturalis), ya que surge precisamente de la
razón. Pero esto lo estudiaremos más adelante.
156 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
74
Para algunas tesis interesantes sobre la diferencia entre los aspectos forma-
les y los aspectos materiales de los objetos de la acción desde el punto de vista del
análisis del lenguaje, cfr. A. KENNY, Action, Emotion and Will, London, 1963,
pp. 187 y ss.
EL SENTIDO OBJETIVO DE LAS ACCIONES HUMANAS 157
75
I-II., q. 8., a. 10.
76
SANTO TOMÁS DE AQUINO, In quattuor libros sententiarum Petri Lombardi
ed. de R. Busa en S. Thomae Aquinatis Opera omnia, Stuttgart, 1980, v. 1, d. 39,
q. 2, a. 1. Abreviadamente y en lo que sigue: In Sent.
158 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
Sin embargo, tan pronto el acto del instinto sexual sea un objeto
de la razón, ese acto será ya algo más que un mero acto del instinto
sexual: será un bien práctico captado por la razón. Ahora bien, del
campo de objetos de la razón no forma parte solamente el acto natu-
ral del instinto, o el «objeto» que dispara la dinámica instintiva (por
ejemplo el cuerpo de otra persona), sino todo un complejo de ele-
mentos que vienen a ser las circunstancias del instinto natural. El
«para qué» de la acción intencional humana «acto sexual» es algo
más que el mero «para qué» del instinto: es un «para qué» de la ra-
zón, por más que el impulso que desencadene originariamente la ac-
ción descanse en una inclinación sensible.
De esta manera —para continuar con el mismo ejemplo— se
forman objetivamente diversos tipos de la acción humana «relacio-
nes sexuales»: por ejemplo «relaciones conyugales» y «adulterio».
Santo Tomás lo explica de la siguiente manera: «En tanto que las re-
laciones sexuales conyugales y el adulterio se consideran como ob-
jetos de la razón, se distinguen por su especie y tienen también efec-
tos específicamente distintos: pues las primeras merecen alabanza y
son meritorias, mientras que el segundo merece reproche y es culpa-
ble. Sin embargo, en tanto que se consideran como objetos de la po-
tencia generativa, no se distinguen por su especie y tienen efectos
específicamente iguales»77.
Este es un ejemplo de la diferencia existente entre el denomi-
nado genus naturae de un acto (su «género natural» o «identidad
natural») y su genus moris (su «género moral» o «identidad mo-
ral»). Podemos considerar y describir todo acto realizado por un
hombre en el nivel de su estructuración natural (óntica, física, como
un acontecimiento, etc.), y entonces no hay diferencia alguna entre
los actos de cópula sexual, sean cuales sean el lugar y el tiempo de
su realización y las personas que los realicen, de modo que por
ejemplo las «relaciones sexuales conyugales» y el «adulterio» son
—considerados en este nivel de la materia de la acción— actos ab-
solutamente idénticos. En este nivel natural, óntico, no existe tam-
poco diferencia alguna entre diversos actos de «llevarse un caballo
en un camión» o de «estar acostado en la cama» intencionalmente
—y por tanto también formalmente— distintos (por lo que en cada
uno de esos casos tenemos que formular la pregunta de qué es lo
que en ellos sucede o se hace realmente). Sin embargo, tan pronto
77
I-II, q. 18. a. 5, ad 3.
160 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
80
La distinción entre el objeto de la acción propiamente dicho y las intencio-
nes ulteriores con vistas a las que se quiere la acción queda en ese caso anulada. La
identidad de la acción se determina entonces únicamente en virtud de lo que R. A.
McCormick denomina expanded notion of object («noción ampliada de objeto»),
con arreglo a la cual todos los elementos premorales relevantes forman parte del
objeto. Esto significa, en último término, que también todos los propósitos pertene-
cen a la definición de la acción concreta. Por ejemplo, para definir en una situación
concreta en la que se mata a un hombre qué acción se está realizando realmente ha-
bría que tener en cuenta los propósitos que llevan a realizar el acto (físico) de matar
(de manera que por ejemplo la acción de matar a X con el fin de salvar la vida de
otras personas se podría describir como «acción de salvar vidas»). Para una crítica
del concepto de «expanded object», cfr. una vez más M. RHONHEIMER, «Intentional
Actions and the Meaning of Object: A Reply to Richard McCormick».
EL SENTIDO OBJETIVO DE LAS ACCIONES HUMANAS 165
81
G .E. M. Anscombe llamó la atención sobre este punto en su provocativo
ensayo Modern Moral Philosophy en Philosophy, 33 (1958), reimpresión en The
Collected Philosophical Papers of G. E. M. Anscombe, Volume Three, Oxford 1981,
pp. 26-42.
EL SENTIDO OBJETIVO DE LAS ACCIONES HUMANAS 167
Así pues, sólo la razón puede ser la medida del bien y el mal en
las acciones humanas. Esta función de la razón, que es una función
normativa en toda la extensión de la palabra, coincide con la deter-
minación del actuar humano como actuar libre y, en este preciso sen-
tido, autónomo82. «Libertad», en efecto, no quiere decir otra cosa
que poseer «dominio sobre las propias tendencias», es decir, tener la
capacidad de dirigirse al bien actuando por propio impulso. Y este
bien es siempre un bonum rationis, un «bien de la razón», es decir,
un bien tal y como lo determina la razón. La razón —ya lo vimos
antes— es la raíz de la libertad por ser su causa83. Y puede serlo por-
que puede haber «diferentes maneras de concebir el bien»84: no está
82
Acerca del concepto de autonomía, cfr. el detenido estudio que le dedico en
Natur als Grundlage der Moral, pp. 149 y ss.
83
I-II, q. 17, a. 1, ad 2.
84
Ibidem.
168 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
determinada a una sola cosa. Como Kant vio correctamente, del mero
concepto de autonomía se sigue ya el concepto de «dignidad del
hombre»85. Ahora bien, aquí nos referimos a una autonomía del ac-
tuar, basada en la dependencia de la voluntad respecto de la razón,
esto es, en la autonomía cognitiva. Kant habla de la autonomía de la
voluntad como autolegislación, y de su libertad como independencia
de toda determinación material-objetiva. No podemos estudiar aquí
dónde reside la profunda diferencia entre ambas posiciones (cfr. al-
gunas indicaciones al respecto en los apartados III, 5, c y V, 1, a y 2).
Por ello dice santo Tomás: «Libre es aquel que dispone de sí mismo (qui est
causa sui); el esclavo está sometido al poder de disposición de su amo: quien
actúa por sí mismo, actúa libremente; quien por el contrario actúa movido
por otro, no actúa libremente. Por tanto, quien evita el mal no porque sea
malo, sino porque Dios lo manda, no es libre; pero quien evita el mal porque
es malo, es libre»86. Como es natural, lo mismo cabe decir del bien. Sólo el
conocimiento del bien y un actuar derivado de ese conocimiento son real-
mente actuar libre. Pero, naturalmente, también un actuar en virtud del cono-
cimiento racional de que es bueno seguir las indicaciones de otra persona es
un actuar libre: también esta es una forma de conocimiento de la bondad de
la acción, incluso aunque no se sepa por qué ese modo de actuar como tal es
bueno. En cambio, ese actuar no sería libre cuando se realizase solamente
porque esa otra persona lo manda (por mera sumisión).
85
I. KANT, GMS, B 79 (IV, p. 69).
86
Super secundam Epistolam ad Corinthios Lecturam, cap. III, lect. 3.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 169
sólo ella puede arrojar luz acerca de qué quiere decir que la razón
sea la medida del bien y el mal en las acciones humanas. Esta antro-
pología de la acción humana está en la base del fenómeno «virtud
moral».
87
I-II, q. 18, a. 5 y q. 71, a. 2; In II Ethic., lect. 2. Acerca de posibles interpre-
taciones erróneas de estos pasajes, cfr. M. RHONHEIMER, Natur als Grundlage der
Moral, pp. 60 y ss.
88
Cfr. por ejemplo EN, I, 13.
170 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
89
I-II, q. 59. a. 4.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 171
90
Recordemos que con el término «razón» nos referimos aquí a la capacidad
intelectual del hombre como un todo. Cfr. la observación que hacíamos anterior-
mente (apartado III, 3, a) en la letra pequeña. Para una exposición más detallada
de lo que sigue, ver M. RHONHEIMER, Praktische Vernunft und Vernünftigkeit der
Praxis, pp. 117-172.
172 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
91
A este respecto, cfr. de nuevo De Veritate, q. 22, a. 4.
92
ARISTÓTELES, De Anima, III, 10, 433a 27-28.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 173
leza propia»: así sucede, por ejemplo, con los actos de intemperan-
cia, «por causa de los cuales la razón se ve impedida en su acto», y
en general con los de «sometimiento a las pasiones que no respetan
la libertad del juicio de la razón: todo esto es malo por naturaleza»93.
Esta exigencia de «libertad de la razón» descansa en el siguiente
principio: la razón es la garante de que se acertará con el bien para el
hombre en tanto que hombre. Una razón «echada a perder» no es
una razón «incorrectamente utilizada». En sentido estricto, de la ra-
zón misma no se puede usar mal, pero sí puede verse arrastrada por
tendencias no racionales, entre las que, como veremos, también se
puede contar la voluntad. La razón «equivocada» o «echada a per-
der» ya no es razón: «ratio corrupta non est ratio»94.
Mejor que diciendo que es un «órgano» utilizable para esto o
aquello, el acto de la razón y de la inteligencia se puede describir en
su conjunto con la metáfora de la luz. La luz no se puede emplear
para oscurecer. En tanto que es luz, luce, ilumina, hace visible, per-
mite que comparezca lo escondido. La luz puede ser más débil o más
intensa, sus rayos pueden chocar con obstáculos, ser oscurecidos,
filtrados o desviados. La facultad intelectual se puede comparar con
una fuente de luz, y su acto con un rayo de luz. Todo lo que falsee su
acto no procede de ella, sino que es un obstáculo para su propio acto.
La intelectualidad es la apertura propia y específica del hombre a la
realidad, a lo que es en toda su plenitud de sentido relevante para él.
«Vida conforme a la razón» o «vida racional» quiere decir: vivir en
la verdad, en y conforme a lo que vale para el hombre y le corres-
ponde en el sentido más propio y profundo, a saber, racionalmente.
Y no cabe preguntarse cómo podemos saber qué es racional. Primero
tenemos que retener que «bueno» para el hombre es lo que es objeto
de la razón como «bueno», y en ese sentido es «racional». Sólo en-
tonces podemos preguntar: ¿bajo qué condiciones somos racionales
y vivimos de hecho de conformidad con la razón? ¿Bajo qué condi-
ciones tendemos racionalmente al bien considerándolo lo único a lo
que es racional tender como cosa última? Este es el tema de la tradi-
ción ética inaugurada por Sócrates, Platón y Aristóteles, profunda-
mente modificada por Kant, o quizá incluso ya antes que él, y que en
su filosofía llega en cierto sentido a su fin, puesto que en ella la pre-
gunta por las condiciones de la racionalidad deja de ocupar el centro
93
C.G., cap. 129
94
In II Sent., d. 24, q. 3, a. 3 ad 3.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 175
¿Qué lugar y qué valor hay que dar a las pasiones en el contexto
del actuar humano, es decir, en la perspectiva de la moral? ¿Son in-
fluencias que se deban neutralizar todo lo que se pueda? ¿Sucede
acaso que el hombre sólo es capaz de un actuar realmente humano
cuando las pasiones ya no desempeñan ningún cometido decisivo?
Una ética estoica de la ausencia de emociones respondería a estas
últimas preguntas de modo básicamente afirmativo. Pero esa res-
puesta sería errónea: no en vano, las pasiones son fenómenos huma-
nos. El estrato del ser humano del que proceden pertenece a la reali-
dad de la persona humana y de su «yo» (cfr. más abajo el apartado 5,
e). Las pasiones tienen un papel positivo en el actuar humano y se
deben integrar en él como principios de acción. Es cierto que el ac-
tuar humano debe ser racional: determinado y ordenado por la ra-
zón. Pero el hombre no es algo así como «razón en la naturaleza», y
no sólo porque en cierto sentido —como veremos más adelante—
también la razón es «naturaleza». La razón práctica es el principio
ordenador de las tendencias humanas. Antes de cualquier racionali-
dad, el hombre es un ser que desea y tiende. Sin esta dinámica apeti-
tiva del hombre, cuyo ser finito se caracteriza precisamente por «ir
en pos de algo», querer obtener algo, no habría en absoluto razón
práctica, y por tanto no se tendería racionalmente a nada.
Las tendencias sensibles (apetito y brío) forman parte del fenó-
meno «hombre». Son impulsos sensibles que ordenan al hombre de
una manera específica al bien humano, por más que ese bien no
pueda proporcionar orientación práctica ni impulsar a la realización
de actos humanos hasta que sea integrado en el orden de la razón.
«La pasión revela cualidades de valor, pero no su jerarquía [...] A
ello se añade otra cosa: la pasión viene y va, pero las cualidades de
valor reveladas por el sentimiento de valor, que frecuentemente es
pasional, son permanentes. Quien sólo puede obrar por pasión, no
178 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
95
R. SPAEMANN, Moralische Grundbegriffe, pp. 44 y s.
96
I-II, q. 24, a. 3.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 179
97
Esta tesis es más compleja, por supuesto, y a este respecto la doctrina de
Platón siguió un desarrollo muy sutil. La solución aristotélica es en realidad el úl-
timo estadio de ese desarrollo. Cfr. sobre este punto J. J. WALSH, Aristotle’s Con-
ception of Moral Weakness, New York-London, 1963.
98
Aristóteles dedica al análisis de la akrasia prácticamente todo el libro sép-
timo de la Ética a Nicómaco. Para un estudio más detenido de esta cuestión, ver M.
RHONHEIMER, Praktische Vernunft und Vernünftigkeit der Praxis, pp. 441 y ss. Ver
también T. SPITZLEY, Handeln wider besseres Wissen. Eine Diskussion klassischer
Positionen, Berlin-New York, 1992.
99
Cfr. In VII Ethic., lect. 3.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 181
100
I-II, q. 156, a. 2. No sería conforme al orden de la razón si los cónyuges su-
piesen que tenían una razón de peso para evitar la concepción. Si la mujer supiese
que en ese preciso momento era fértil, lo racional sería un acto de continencia.
101
Cfr. In IV Sent., d. 26, q. 1, a.3 ( = Supplementum, q. 41, a. 3, ad 2) y ad 6.
Ver también In IV Sent., d. 31, q. 2, a. 1 ad 3 ( = Supplementum, q. 49, a. 4, ad 3).
102
Cfr. I, q. 98, a,. 2, ad 3.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 183
c) La voluntad y su libertad
103
I, q. 98., a. 2, ad 3.
184 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
por los juicios de esta última sobre el bien, mientras que la razón
misma posee una apertura hacia muchas cosas: puede tener diferen-
tes concepciones del bien. Y toda vez que la voluntad es una facul-
tad tendencial guiada por la razón, posee exactamente la misma
apertura que es propia de la razón104.
Pero en el acto de la voluntad sigue habiendo un resto de espon-
taneidad o indeterminación. Como ya dijimos, la voluntad puede
comportarse voluntariamente hacia su acto mismo. Todos queremos
necesariamente ser felices, puesto que la felicidad es aquel bien que
la razón presenta a la voluntad como bueno en todos los aspectos. No
podemos querer racionalmente algo distinto de lo que la razón juzga
bueno. Pero es posible que por otras causas no queramos lo que la ra-
zón juzga bueno. Es decir: por otras causas, la voluntad puede no
querer aquello que es lo único que sería racional que quisiese.
Así, puedo por ejemplo saber que para curarme (que es lo que
quiero) tengo que someterme a una determinada operación. Y cierta-
mente «quiero» esa operación. Sin embargo, de repente me entero
de que esa operación llevará aparejadas otras consecuencias que me
atemorizan. Esto me lleva a dejar de querer la operación, por más
que racionalmente no pueda querer otra cosa en lugar de la opera-
ción. De esta manera, aunque siga queriendo curarme, ahora —en el
plano de los medios— ya no quiero curarme (pues no hay otro ca-
mino para ello que esa operación). Y esto quiere decir que simultá-
neamente quiero tanto curarme como no curarme. En las circunstan-
cias dadas, por tanto, no quiero «querer curarme». Si la voluntad
estuviese totalmente determinada por juicios, esto se reflejaría en un
constante ser arrastrado de acá para allá por dos actos de la voluntad
que competirían el uno con el otro. Pero, como es patente, no es esto
lo que sucede. La volición de la salud (que sigue a la razón) resulta
dominada por el acto de la voluntad «no querer las consecuencias
colaterales de la operación» (que asimismo puede seguir a la razón)
y es ineficaz sobre el obrar. La voluntad, así pues, puede no querer
(en el plano de los medios) su propio acto con el que se dirige a un
bien de conformidad con el juicio de la razón: está, por así decir, en
sus propias manos. La voluntad posee también dominio sobre sí
misma, o, más exactamente: el hombre posee en su voluntad domi-
104
Cfr. de nuevo el texto ya citado varias veces de I-II, q. 17, a. 1, ad 2, según
el cual la razón es la «causa de la libertad»: «La voluntad puede dirigirse libremente
hacia diferentes cosas porque la razón puede tener diferentes concepciones del
bien».
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 185
105
Cfr. a este respecto SANTO TOMÁS DE AQUINO, Quaestiones disputatae de
Malo en Quaestiones disputatae, ed. de P. Baazzi, M. Calcaterra, T. S. Centi, E.
Odett y P. M. Pession, Torino, 1965, 10.ª ed., v. 2, q. 6. a. unicus (traducción al es-
pañol: Cuestiones disputadas sobre el mal, trad. de E. Téllez, EUNSA, Pamplona,
1997). Abreviadamente y en lo que sigue: De Malo.
106
De Veritate, q. 24, a. 2.
186 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
107
J.-P. SARTRE, L’existentialisme est un humanisme, p. 69.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 187
108
Cfr. también De Malo, q. 6. a. unicus.
109
Así lo señala con todo acierto A. MACINTYRE, Whose Justice? Which Ra-
tionality?, cap. IX, pp. 146-163. A la opinión de Höffe de que la rehabilitación de la
ética aristotélica sólo sería posible al precio de abandonar el concepto de voluntad
(cfr. Ottfried HÖFFE, Kategorische Rechtsprinzipien. Ein Kontrapunkt der Mo-
derne, Frankfurt am Main, 1990, p. 120) hay que objetarle que el concepto kantiano
de voluntad no es el único posible.
188 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
110
Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Quaestiones disputatae de Potentia en
Quaestiones disputatae, ed. de P. Baazzi, M. Calcaterra, T. S. Centi, E. Odett y P.
M. Pession, Torino, 1965, 10.ª ed., v. 2, q. 10. a.2: «unde voluntas libere appetit fe-
licitatem, licet necessario appetit illam».
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 189
111
De Malo, q. 6, a. unicus.
190 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
112
Cfr. I-II, q. 17, a. 1.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 191
113
A. MACINTYRE, en su libro After Virtue, ha insistido en este último punto.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 193
bre esa es una forma racional. Por ello, concluye el Aquinate, el bien
para el hombre se determina con arreglo a la razón. Así pues, en lo
que al hombre respecta, actuar de conformidad con la naturaleza, u
orientar el obrar con arreglo al ser, no quiere decir otra cosa que ac-
tuar de conformidad con la razón. Y el hombre estará actuando «con-
tra la naturaleza» tan pronto actúe en contra del orden de la razón114.
Sin embargo, la esencia de las cosas no nos es conocida en sí
misma; la conocemos en virtud de las facultades que surgen de esa
esencia y de los actos de dichas facultades, pues sólo en ellos se revela
como esencia la naturaleza subyacente115. El camino que lleva al cono-
cimiento de la naturaleza pasa, así pues, por el análisis de los actos pe-
culiares del ser en cuestión. Esto significa identificar —en todos los ca-
sos, menos en el del hombre— en los procesos naturales lo «normal»,
lo que sucede la mayor parte de las veces y periódicamente. Precisa-
mente lo que sucede de uno u otro modo la mayor parte de las veces y
por regla general es lo que revela lo peculiar, lo conforme a la natura-
leza y a los fines116. Esto es posible porque los procesos naturales están
determinados en general al bien peculiar de un ser determinado.
Ahora bien, el hombre actúa en virtud de la razón, y la razón está
abierta «a muchas cosas», puede «tener diferentes concepciones so-
bre el bien»117. Precisamente por eso, el «caso normal» o lo que se
da regularmente no es un criterio decisivo para determinar lo pecu-
liar, lo bueno y natural. Sino al revés: sólo el conocimiento del bien
mismo nos puede revelar qué es lo peculiar del hombre, lo normal y
por tanto también natural para él, y en qué consiste, por tanto, la per-
fección correspondiente a la naturaleza humana.
Precisamente por eso es por lo que existe la ética. La ética no es
una filosofía natural ni una ciencia natural, por más que en ocasiones
se haya hecho ética desde una posición naturalista118. En el caso de los
114
I-II, q. 71, a.2.
115
Cfr. De Veritate, q. 10, a. 1.
116
ARISTÓTELES, Física, II, 8 (traducción al español: Física, trad. de G. R. de
Echandía, Planeta-Agostini, Barcelona, 1996). Cfr. también R. SPAEMANN / R.
LÖW, Die Frage Wozu? Geschichte und Wiederentdeckung des teleologischen Den-
kens, München, 1981, así como, también de R. SPAEMANN, el artículo «Teleologie»
en Handlexikon zur Wissenschaftstheorie (ed. de H. Seiffert y G. Radnitzky), Mün-
chen, 1989.
117
I-II, q. 17, a. 1, ad 2.
118
Cfr. por ejemplo la ética conductista de J. DEWEY, Human Nature and Con-
duct, New York, 1922 (traducción al español: Naturaleza humana y conducta, trad.
de R. Castillo, FCE, México, 1966, 2.ª ed.).
194 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
119
Cfr. In I Ethic., lect. 1.
120
Cfr. también M. RHONHEIMER, Natur als Grundlage der Moral, pp. 36 y
ss.
121
I. KANT, GMS, B 92 (IV, pp. 77 y s.).
122
In IV Sent., dist. 26, q. 1, a. 1 (= Supplementum, q. 41, a. 1).
196 ACCIONES MORALES Y RAZÓN PRÁCTICA
ético123. Es decir, recurrir a ella sirve para recordar que lo bueno para
el hombre tiene que ver con lo que el hombre es, con la verdad de su
ser —agere sequitur esse— y que por tanto hay criterios morales
que no son meramente discrecionales y que además valen con entera
independencia de cualquier norma establecida por el hombre o de la
revelación divina. Para saber qué es lo que este «criterio» contiene
ya no se puede recurrir a la «naturaleza humana», sino que para ello
necesitamos una hermenéutica de la naturaleza a la luz de las estruc-
turas de la racionalidad.
Esto no quiere decir, con todo, que en la naturaleza humana en
tanto que ordenada por la razón no haya nada «natural» en el sentido
de estructuras y un marco previo naturales que estén ordenados del
modo característico de los procesos naturales a algo «bueno por natu-
raleza» peculiar de ellos. Eso es parte del bien para el hombre, como
impulso natural o inclinación, pero todavía no es lo bueno para el
hombre y, en este sentido, natural (cfr. más abajo el apartado V, 1, d).
Forma parte del bien para el hombre porque este último no es
sencillamente un espíritu en un cuerpo. No es ni «espíritu en el
mundo» (K. Rahner) ni «razón en la naturaleza» (W. Korff). El hom-
bre no tiene cuerpo, instintos, sensibilidad, sino que es todas esas
cosas. No pertenece al género de los espíritus, sino al género de los
animalia: es un ser vivo (un mamífero) dotado de razón, animal ra-
tionale y por tanto cuerpo animado por un espíritu. El «yo» humano
no se puede identificar ni con el alma ni con el espíritu: anima mea
non est ego, «mi alma no es idéntica a mi yo»124. El hombre es una
unidad sustancial y esencial de cuerpo y espíritu. A esa unidad esen-
cial le damos el nombre de persona humana: en ella recibe la «natu-
raleza» una dimensión espiritual y el «espíritu» una dimensión natu-
ral, a completa diferencia de la manera dualista en que la
modernidad solía comprender siempre la «naturaleza» y el «espí-
ritu» como antípodas entre sí125.
No cabe duda de que lo específicamente personal es lo espiri-
tual. Por ello, filosóficamente son pensables personas puramente es-
123
En otro lugar doy a este recurso el nombre de «recurso externo» a la natu-
raleza humana, a diferencia del correspondiente «recurso interno». Ver a este res-
pecto M. RHONHEIMER, Sulla fondazione di norme morali a partire dalla natura en
Rivista di Filosofia Neo-Scolastica, LXXXIX (1997) pp. 515-535.
124
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Comentario a la Primera Carta a los Corin-
tios, 15, lect. 2.
125
Esta idea está formulada por R. SPAEMANN, Glück und Wohlwollen, p. 209.
ANTROPOLOGÍA DE LA ACCIÓN MORAL 197
126
Cfr. I, q. 29, a. 1, ad 5. Sobre este punto, W. KLUXEN, Anima separata und
Personsein bei Thomas von Aquin en W. P. ECKERT (ed.), Thomas von Aquin. Inter-
pretation und Rezeption, Mainz, 1974, pp. 96-116.
IV. LAS VIRTUDES MORALES
a) Preconcepto de virtud
que debe ser considerada como feliz: no porque una vida así tenga
que ser siempre la más exitosa, sino porque pensamos que es una
vida lograda. Por ello, aclara Aristóteles de modo aparentemente pa-
radójico, en realidad no podemos decir con seguridad que un hom-
bre es feliz hasta que haya terminado su vida.
1
Acerca de la noción de connaturalidad, cfr. R. T. CALDERA, Le jugement par
inclination chez Saint Thomas d’Aquin, Paris, 1980; M. D’AVENIA, La conoscenza
per connaturalità in S. Tommaso D’Aquino, Bologna, 1992.
204 LAS VIRTUDES MORALES
2
ARISTÓTELES, Política, I, 5, 1254b 6 (traducción al español: Política, trad.
de C. García Gual y A. Pérez Jiménez, Alianza, Madrid, 1998).
EL CONCEPTO DE VIRTUD MORAL 205
3
Cfr. I-II, q. 58, a. 2.
4
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Quaestiones disputatae de Virtutibus in com-
muni en Quaestiones disputatae, ed. de P. Bazzi, M. Calcaterra, T. S. Centi, E. Odett
y P. M. Pession, Torino, 1965, 10.ª ed., v. 2, a. 9. Abreviadamente y en lo que sigue:
De Virtutibus in communi.
5
I-II, q. 59, a. 4.
6
Cfr. también F. RICKEN, Kann die Moralphilosophie auf die Frage nach dem
«Ethischen» verzichten?, pp. 172 y ss.
206 LAS VIRTUDES MORALES
7
EN, I, 9, 1099a 10-11; 17-20.
EL CONCEPTO DE VIRTUD MORAL 207
concreto elegimos sin embargo cosas malas, eso se debe a que la ra-
zón ha sido oscurecida y desviada por la afectividad. Se trata de la
ignorantia electionis o del error electionis que hemos analizado más
arriba. En cambio, el virtuoso siempre elige el bien, porque lo que le
parece bueno es siempre verdaderamente bueno. De esa manera
llega a ser él mismo regla y medida de lo verdaderamente bueno 8.
Pues sus afectos, que son determinantes para ese parecer, se dirigen
al bien conforme a la razón.
También quien no es virtuoso, o sólo lo es imperfectamente,
puede elegir el bien, pero no desde la connaturalidad afectiva con él,
sino con base en el saber, en la mera «consciencia del deber», y la
mayor parte de las veces teniendo que reprimir afectos desordena-
dos. Para Kant esta situación es el destino inexorable del hombre y
es idéntica a la «virtud», a la que él denomina «actitud moral en la
lucha»9. La concepción aristotélica no implica, sin embargo, que el
virtuoso no tenga consciencia del deber o consciencia de la obliga-
ción moral. Al contrario. Pero el deber es para él idéntico a lo que le
parece bueno, a aquello a lo que se inclina su afectividad y a aquello
de lo que se alegra10 (cfr. apartado V, 2, c). El virtuoso posee tam-
bién un interés subjetivo en lo verdaderamente bueno. Lo bueno de
verdad, lo «conforme al deber», no es para él sencillamente «deber»
o incluso una carga, sino lo que le interesa. Así, la virtud moral es la
más alta potenciación de la libertad y de la razón práctica, que preci-
samente de ese modo se convierte en prudencia11.
Esta posibilidad de que el «deber moral» y el interés subjetivo lleguen a
formar una unidad constitutiva para la ética clásica, ha sido considerada re-
cientemente ilusoria, ya desde sus fundamentos, por Hans Krämer. Para Krä-
mer existen por ello dos tipos de ética que se complementan pero que no pue-
den llegar a unirse: la ética de tendencias (trata de lo bueno para mí por ser
querido) y la filosofía moral (trata de lo que es bueno para los demás y por
ello está debido)12. Ahora bien, inadvertidamente, aquí está implícita una
imagen del hombre con arreglo a la cual en la esfera de lo bueno para mí no
puede haber «deber» alguno (y por tanto, en último término, tampoco un que-
rer incorrecto y corregible desde criterios morales), mientras que en la esfera
de lo debido a los demás no hay un querer real, sino sólo la restricción de mi
querer, que en todos los casos se dirige a lo bueno para mí. El hombre apa-
rece aquí como un radical egoísta, y el deber moral como la restricción de
8
Cfr. EN III, 6, 1113a 24-b 1.
9
I. KANT, KpV, A 152 (IV, p. 207).
10
EN IX, 8, 1169a 16-18.
11
Cfr. G. ABBÀ, Felicitá, vita buona e virtù, p. 251.
12
Cfr. H. KRÄMER, Integrative Ethik, pp. 79 y 132.
208 LAS VIRTUDES MORALES
ese egoísmo en bien de los demás, o, lo que es lo mismo, para hacer posible
la convivencia humana.
13
H.-G. GADAMER, Wahrheit und Methode. Grundzüge einer philosophischen
Hermeneutik, 3.ª ed. ampliada, Tübingen, 1972, p. 305 (traducción al español: Ver-
dad y método. Fundamentos de una hermenéutica filosófica, trad. de A. Agud y R.
Agapito, Sígueme, Salamanca, 1995, 6.ª ed.).
LA VIRTUD MORAL, HÁBITO DE LA BUENA ELECCIÓN 209
14
F. RICKEN, Kann die Moralphilosophie auf die Frage nach dem «Ethi-
schen» verzichten?, p. 174.
15
La definición agustiniana, que el Aquinate también menciona, pero sin hacer
más uso de ella, reza así: «Virtus est bona qualitas mentis, qua recte vivitur et nullus
male utitur, quam Deus in nobis sine nobis operatur». En esta definición faltan real-
mente casi todos los elementos relevantes para la ética y para la teoría de la acción.
Aunque en sí misma es correcta, es demasiado amplia: incluye también la virtud in-
fusa, por lo que es una definición que sólo se puede utilizar teológicamente. Es de la-
mentar que E. SCHOCKENHOFF haya pasado por alto este apartamiento de san Agus-
tín en su investigación ya citada Bonum hominis - Die anthropologischen und
theologischen Grundlagen der Tugendethik von Thomas von Aquin, por lo demás
muy sólida, en la que ni siquiera menciona la definición tomada de EN II,6, 1106b
36-1107a 2, que es decisiva para santo Tomás. En M. RHONHEIMER, Praktische Ver-
nunft und Vernünftigkeit der Praxis, pp. 62 y ss. encontrará el lector una exposición
más detallada de este punto (y del contenido de todo el apartado siguiente).
16
EN II, 6, 1106b 36-1107a 2.
210 LAS VIRTUDES MORALES
17
Cfr. In II Ethic., lect. 7.
LA VIRTUD MORAL, HÁBITO DE LA BUENA ELECCIÓN 211
18
EN II, 6, 1107a 8.
19
Cfr. EN II, 5 1106b 1-7.
20
EN II, 2, 1103b 33.
21
I-II, q. 64, aa. 1 y 2.
212 LAS VIRTUDES MORALES
22
EN, II, 5, 1106b 18-24.
23
Cfr. también A. MACINTYRE, After Virtue, pp. 150 y ss.
LA VIRTUD MORAL, HÁBITO DE LA BUENA ELECCIÓN 213
Es patente que aquí Aristóteles no quiere decir tan sólo que ma-
tar injustamente (cometer un asesinato) es siempre malo, o que el
hecho de que una acción sea «adulterio» dependerá de las circuns-
tancias concretas de cada caso, del número («una vez al año no hace
daño») o de la intención. Por el momento no vamos a estudiar la
cuestión de las acciones malas «en sí mismas» o «siempre y en toda
circunstancia». Adelantaremos, sin embargo, que sólo tiene sentido
decir que existen acciones de ese tipo en el marco de una ética de
virtudes, y no en una ética que se ocupa básicamente de la funda-
mentación y justificación de «normas» en el sentido de reglas.
Esas normas se pueden reformular según plazca, de manera que —según la
formulación que se les dé— valdrán sin excepción alguna, o bien solamente
en pocos, en muchos o en la mayor parte de los casos. Únicamente puede ha-
ber esas denominadas «normas absolutas» cuando su formulación se res-
tringe de manera que la norma ya no concierne a la mayoría de los casos po-
sibles. Así, se puede decir por ejemplo que la norma «siempre es malo matar
a una persona» está formulada de modo incompleto, y por lo tanto incorrecto.
Se dirá entonces (tomando un ejemplo de B. Schüller) que únicamente una
norma como la siguiente vale sin excepción alguna: «Matar a una persona A
solamente porque de ese modo se ahorra a otra una pequeña molestia, nunca
está justificado moralmente»25. Partiendo de un concepto de norma como
formulación de reglas de acción no se puede justificar que «sea siempre in-
correcto» un modo de actuar descriptible como «matar a una persona», con
el cual, como decía Aristóteles «no es posible nunca acertar, sino que siem-
pre se yerra» (ver más abajo el apartado V, 3).
24
EN II, 6, 1107a 9-18.
25
B. SCHÜLLER, Die Begründung sittlicher Urteile, p. 298.
214 LAS VIRTUDES MORALES
26
Cfr. EN V, 6.
27
EN V, 9, 1133b 31.
28
A. RODRÍGUEZ LUÑO, La scelta etica. Il rapporto fra libertà & virtù, Mi-
lano, 1988, ofrece un análisis detallado de la virtud moral cómo hábito de la elec-
ción de la acción.
LA VIRTUD MORAL, HÁBITO DE LA BUENA ELECCIÓN 215
29
EN II, 4, 1106a 4.
30
Cfr. G. ABBÀ, Felicità, vita buona e virtù, pp. 216 y ss.
LA VIRTUD MORAL, HÁBITO DE LA BUENA ELECCIÓN 217
32
Cfr. I-II, q. 56, a. 4 ad 4.
LA VIRTUD MORAL, HÁBITO DE LA BUENA ELECCIÓN 219
con tacto y benevolencia, porque el justo tiende al bien del otro. Y sin
duda actuará correctamente. Seguro que no dirá nada en desdoro del
otro, para herirle o hacerle daño. Pero el intento de buscar aquí una
«norma», de realizar una ponderación de bienes (en la que por princi-
pio habría que incluir también la posibilidad de decir una falsedad) a
fin de determinar inequívocamente qué modo de actuar produciría las
consecuencias óptimas para todos los afectados, o de tratar de formu-
lar un «imperativo categórico» que permita actuar de manera que la
máxima de la acción también pudiese ser querida o pensada como ley
universal, parece que olvida precisamente lo más importante: la be-
nevolencia respecto del otro como persona concreta.
La virtud moral como hábito de la recta elección implica una
cosa más: la elección de la acción es, como hemos subrayado una y
otra vez, un acto de la voluntad. Es aquel acto tendencial mediante
el cual el sujeto de la acción se mueve a sí mismo a obrar desde el
centro de su persona. No es suficiente actuar correctamente. Aquí
utilizamos la expresión «correctamente» con una intención bien con-
creta: queremos decir que no basta hacer algo bueno «en sí mismo».
Hay que hacerlo también porque se quiere el bien: por una tendencia
guiada por la razón. «Las acciones de acuerdo con las virtudes no
están hechas justa o morigeradamente si ellas mismas son de cierta
manera, sino si también el que las hace reúne ciertas condiciones al
hacerlas: en primer lugar si las hace con conocimiento; después, eli-
giéndolas, y eligiéndolas por ellas mismas; y en tercer lugar, si las
hace en una actitud firme e inconmovible»33.
En el actuar humano no se trata sencillamente de hacer «buenas
obras», sino de ser bueno uno mismo. Nos hacemos «buenos» o
«malos» a través de nuestros actos de voluntad, y esto quiere decir
en último término: a través de lo que elegimos y hacemos volunta-
riamente. Esta es la diferencia entre el actuar moral y la producción,
entre la virtud moral y la técnica o el arte: en el actuar productivo,
técnico o artístico —en sí mismos considerados— lo que está en
juego es exclusivamente hacer bien una obra externa al agente. En
ese campo se «perfeccionan» bloques de mármol o tablas de madera;
se devuelve su capacidad funcional a los organismos y se levantan
casas, etc. En la vida de una persona —para que sea una vida lo-
grada— lo que cuenta en último término no son esas cosas. De lo
que se trata es de que la persona misma sea buena. Y la persona es
33
EN II, 3, 1105a 28-b 1.
220 LAS VIRTUDES MORALES
la acción. Sin embargo, este bien cada vez es uno distinto; es contin-
gente y relativo a la situación. Aquí hay matices con los que es im-
posible acertar por costumbre. Lo que sucede por mero acostumbra-
miento posee más bien el carácter de lo siempre igual, de lo
uniforme y estereotipado. Todo ello es diametralmente opuesto a la
virtud moral, que no aspira a subsumir lo concreto bajo un rígido pa-
trón universal, sino más bien a captar la universalidad de lo moral-
mente verdadero y «bello» precisamente en su concreción. Para esta
tarea de nada serviría una virtud que fuese mera costumbre. Aquí ad-
vertimos de nuevo que la virtud sólo se puede entender como poten-
ciación de la razón que juzga de modo correcto precisamente en el
virtuoso. La adquisición de la virtud significa siempre, por tanto,
ejercicio en la reflexión y en el juicio. A ello se añade un segundo
elemento, por así decir estético: el bien, también en su última con-
creción como «medio para un fin», posee a ojos del virtuoso aquella
cualidad de lo «bello» que le proporciona la evidencia de lo que
«gusta». Ante lo bello no nos preguntamos «para qué» gusta o «para
qué» es bello. Al virtuoso le «gusta» el bien. En este sentido, como
Gadamer dice con razón, no sólo la ética aristotélica, sino la de los
griegos en su conjunto, es de hecho una «ética del buen gusto»34.
Ciertamente, esto es sólo una analogía. Pero nos permite expresar
algo que aquí es esencial: al igual que el «buen gusto» estético, tam-
poco la virtud moral es una mera costumbre, sino más bien un juicio
correctamente formado que puede captar lo universal en su concre-
ción, gustar de él y darle su aprobación.
Ya dijimos anteriormente que la virtud se adquiere mediante la
constancia en la orientación afectiva a lo que la razón manda. Pero
¿qué manda la razón? ¿Con arreglo a qué se determina eso que he-
mos denominado una y otra vez «lo conforme a la razón»? Como es
bien comprensible, esta pregunta, la pregunta auténticamente nor-
mativa, exige imperiosamente una respuesta. Ahora bien, este no es
todavía el momento de estudiarla. Sólo la doctrina aristotélica de la
virtud moral nos permitirá asignar a esa pregunta su lugar correcto y
plantearla de manera adecuada. Lo que tenemos que hacer por ahora
es aclarar el modo de la perfección del actuar humano, tal y como se
sigue de la antropología de la acción humana. La pregunta que versa
sobre las normas morales es la pregunta secundaria acerca de las
condiciones cognitivas de esa perfección, una pregunta a la que, di-
34
H.-G. GADAMER, Wahrheit und Methode, p. 37.
LA VIRTUD MORAL, HÁBITO DE LA BUENA ELECCIÓN 223
35
Creo haber aportado la demostración detallada de esta tesis en mi investiga-
ción, ya citada repetidas veces, Praktische Vernunft und Vernünftigkeit der Praxis.
36
El paso de una a otra se realiza explícitamente en EN X, 10, el último capí-
tulo de EN.
224 LAS VIRTUDES MORALES
37
EN X, 10, 1180a 18.
38
Ibidem 22.
39
Cfr. los diferentes estudios sobre Aristóteles, en su género muy convincen-
tes, de J. RITTER, Metaphysik und Politik, Frankfurt am Main, 1969, sobre todo el
trabajo de 1967 «Politik» und «Ethik» in der praktischen Philosophie des Aristote-
les (pp. 106-132).
LA VIRTUD MORAL, HÁBITO DE LA BUENA ELECCIÓN 225
40
G. BIEN, Die menschlichen Meinungen und das Gute in M. RIEDEL (ed.),
Rehabilitierung der praktischen Philosophie, I, Freiburg im Breisgau, 1972, p. 363.
41
EN VI, 13, 1144b 27-28.
42
Cfr. PLATÓN, Fedón, 63e-69e (traducción al español: El banquete, Fedón,
Fedro, trad. de L. Gil, Barcelona, Labor, 1983).
226 LAS VIRTUDES MORALES
43
Cfr. A. MACINTYRE, Whose Justice? Which Rationality?, pp. 103-145.
44
EN VIII, 12, 1162a 17-19.
45
Ibidem, 4-8.
46
Cfr. A. MACINTYRE, Whose Justice? Which Rationality?, p. 113.
LA VIRTUD MORAL, HÁBITO DE LA BUENA ELECCIÓN 227
47
EN VIII, 13, 1161a 10 y ss.
48
A. MACINTYRE, Whose Justice? Which Rationality?, p. 114.
228 LAS VIRTUDES MORALES
49
Cfr. a este respecto mi exposición en Sozialphilosophie und Familie. Ge-
danken zur humanen Grundfunktion der Familie en B. SCHNYDER (ed.), Familie
— Herausforderung der Zukunft (Familiensymposium der Universität
Freiburg/Schweiz, Nov, 1981), Freiburg 1982, pp. 113-140, así como: Familie und
Selbstverwirklichung. Alternativen zur Emanzipation, Köln, 1979.
50
R. SORABJI, «Aristotle on the Rôle of Intellect in Virtue» en Proceedings of
the Aristotelian Society, New Series LXXIV (1973/74), pp. 107-129, especialmente
pp. 124 y ss., ha señalado este punto.
51
A este respecto hay que tener en cuenta que aquí está implícito realmente un
proceso de «aprendizaje» que posee una estructura «inventiva». El «maestro» no
«implanta» en el «educando» convicciones, sino que este último actualiza su propia
capacidad de conocimiento, de manera que «aprender» quiere decir siempre llegar
uno mismo al conocimiento y al saber bajo la dirección de otro. Cfr. sobre este punto
santo Tomás, De Veritate, q. 11, a. 1, o la edición de G. JÜSSEN, G. KRIEGER y H.-J.
SCHNEIDER, Thomas von Aquin. Über den Lehrer (De magistro), Hamburg, 1988.
Sobre el concepto de «inventio» ver también M. RHONHEIMER, Natur als Grund-
lage der Moral, pp. 221 y ss.
LA VIRTUD MORAL, HÁBITO DE LA BUENA ELECCIÓN 229
52
Esta «estructura narrativa» de la virtud moral, frente a una ética abstracta de
normas, ha sido desarrollada de forma muy viva, si bien sin resultados plenamente
satisfactorios, por A. MACINTYRE en After Virtue (ver capítulo 15, pp. 204 y ss.). La
deficiencia del libro de MacIntyre consiste en que prescinde completamente de la
antropología de la virtud y en que le falta una teoría de la razón práctica, que no se
encuentra hasta su libro de 1988 Whose Justice? Which Rationality? Cfr. también el
desarrollo de estos aspectos en el trabajo de la discípula de MacIntyre P. M. HALL,
Narrative and the Natural Law. An Interpretation of Thomistic Ethics, Notre Dame-
London, 1994.
230 LAS VIRTUDES MORALES
virtudes está la prudencia, que guía como razón práctica todas las
acciones humanas: el juicio de la razón práctica que determina la ac-
ción resulta corrompido por la injusticia, por la falta de templanza y
de fortaleza.
Por otra parte, la doctrina de la concatenación interna de las vir-
tudes morales reflexiona sobre el hecho de que las virtudes no son
sencillamente saber, ni tampoco meras perfecciones de la voluntad.
Todas las potencias tendenciales implicadas en el actuar son perfec-
cionadas por las virtudes, es decir, se perfecciona por ellas la per-
sona humana como un todo, como unidad esencial corporal-espiri-
tual. Esto se debe tener en cuenta en todo momento en el rápido
estudio de las distintas virtudes morales que vamos a emprender a
continuación.
53
Cfr. DIÓGENES LAERCIO, op. cit., p. 54 (sobre Zenón).
EL ORGANISMO DE LAS VIRTUDES MORALES 231
dinales como tales, sino que estas son conceptos genéricos, cada uno
de los cuales hace referencia a las perfecciones propias de una facul-
tad: «así, a toda virtud que tiene por efecto el bien del conocimiento
racional se la denomina prudencia; a toda virtud que realiza el bien
de lo adecuado y recto en las acciones, justicia; a toda virtud que
templa y modera las pasiones, templanza; a toda virtud que fortalece
el ánimo frente a cualquier pasión, fortaleza»54. En este sentido, por
tanto, toda virtud moral pertenece a una de las cuatro virtudes cardi-
nales, y estas abarcan así el campo entero de la virtud moral.
Pero, por otra parte, las virtudes cardinales también se pueden
considerar como virtudes específicas, es decir, como especies del
género virtud o virtudes particulares. En este caso, se le da el nom-
bre de cada virtud a aquel hábito que perfecciona el acto más impor-
tante o principal para ella. Así, la prudencia es la virtud del acto im-
perativo de la razón que determina la acción; la justicia es la virtud
que regula las acciones realizadas entre iguales; la templanza es la
virtud que modera el apetito de placer del sentido del tacto, etc.; la
fortaleza se refiere al ánimo fuerte ante un peligro mortal.
Cuando hablamos de «partes» de la virtud cardinal, es decir, de
virtudes particulares a ella pertenecientes, nos estamos refiriendo
por tanto al primer significado de «virtud cardinal», pero les añadi-
mos la virtud cardinal en el segundo sentido como la virtud particu-
lar más importante y en último término decisiva en cada caso. Ahora
bien, algo puede ser parte en un triple sentido:
(1) Como ámbito parcial (pars subiectiva). Al igual que la espe-
cie «hombre» (junto a «león», «buitre», etc.) es una parte del género
«ser vivo dotado de sensibilidad», también hay «especies» de los gé-
neros «justicia», «fortaleza», etc.
Así, existe una prudencia en el campo del actuar individual, otra en el campo
de determinados contextos sociales (por ejemplo de la familia) y otra en el
campo de la sociedad, del Estado o del gobierno (prudencia política). La jus-
ticia se refiere al campo de las relaciones entre las personas (la justicia en las
relaciones de intercambio, por ejemplo en los contratos, denominada justicia
conmutativa), o bien al campo de las relaciones que guardan las instituciones
sociales (Estado, patrón) con los individuos que les están subordinados en lo
que respecta a la distribución de bienes: esta es la justicia distributiva. En
tercer lugar también hay justicia en las relaciones del individuo con las com-
petencias, legislación, etc. de las instancias superiores a él, sobre todo del
Estado: se trata de la justicia legal. La virtud de la templanza se refiere sobre
todo a la comida, a la bebida y al instinto sexual: para el primer tipo de tem-
54
I-II, q. 61, a.3.
232 LAS VIRTUDES MORALES
planza no hay una palabra específica (el término latino abstinentia es equí-
voco), el segundo se puede designar como «sobriedad» (sobrietas) y el ter-
cero es la castidad (que no se debe equiparar con la «continencia»).
55
EN III, 7, 1115b 18-24
56
A. W. MÜLLER, op. cit., p. 62.
57
Cfr. p. ej. EN III, 11.
236 LAS VIRTUDES MORALES
58
Cfr. a este respecto I-II, q. 60.
59
Cfr. ibidem, a. 3.
EL ORGANISMO DE LAS VIRTUDES MORALES 237
Las virtudes morales que tienen que ver con las pasiones se dis-
tinguen o especifican con base en una medición no «referida a los
demás», sino referida al agente mismo, según el concepto aristoté-
lico de «término medio relativo a nosotros». Pero no se especifican
como pasiones con base en su objeto (este último determina única-
mente la identidad natural del acto), sino atendiendo a la relación de
ese objeto con la razón (que es quien constituye la identidad moral
del objeto), puesto que «en la moral le corresponde a la razón la fun-
ción de mandar y mover»60. La razón constituye también el objeto
de la virtudes que son perfecciones de las potencias apetitivas sensi-
bles.
Así, ciertas pasiones se comportan como directamente contra-
rias entre sí en tanto que pasiones: por ejemplo la tristeza y la ale-
gría, el miedo y el arrojo. Esto no quiere decir que les correspondan
dos virtudes diferentes. En relación con la razón —es decir, en tanto
que son su objeto o constituyen un bonum rationis— forman una
unidad objetiva. La virtud moral consistirá en el término medio de
esos afectos conforme a la razón: ni «demasiado» ni «insuficiente»
miedo y arrojo, tristeza y alegría, sino los que sean adecuados. Cuál
sea en cada caso el término medio es algo que se derivará no de la
naturaleza de las correspondientes pasiones, sino de la valoración de
la razón de conformidad con las circunstancias en que se encuentre
el sujeto de la acción.
60
Ibidem, a. 1.
238 LAS VIRTUDES MORALES
Alguien que se alegre siempre y de todo y que sea incapaz de sentir tristeza
no posee la virtud de la alegría. Pues también hay que ser capaz de entriste-
cerse de forma moderada por la presencia de males reales, a fin de huir de
ellos con mayor facilidad61 o de poder consolar a otros con verdadera «com-
pasión», y no sólo con buenas palabras. Pero de lo que es bueno el virtuoso no
puede entristecerse (sería el vicio de la «acedia», o el de la envidia), puesto
que el bien es «connatural» para el virtuoso. Virtus delectat in propriis: «la
virtud disfruta con lo que le es propio»62, y lo que le es propio es el bien.
61
Cfr. I-II, q. 59, a.3.
62
Ibidem.
63
Cfr. introducción a II-II.
EL ORGANISMO DE LAS VIRTUDES MORALES 239
c) Prudencia
64
II-II, q. 47, a. 13.
240 LAS VIRTUDES MORALES
65
Cfr. ibidem, a.2, ad 1.
EL ORGANISMO DE LAS VIRTUDES MORALES 241
recta tendencia al fin66. Este tipo de verdad es por su naturaleza propia múlti-
ple y, de conformidad con la contingencia de la materia de la acción y de los
afectos, es «distinta en cada caso». Lo decisivo para que la elección de una
acción o una acción voluntaria sean «verdaderas prácticamente» es (1) la rec-
titud o la bondad de la tendencia al fin y (2) la concordancia de la acción con
esa rectitud de la tendencia al fin. Por ello, una acción (medio) objetivamente
mala no puede ser «justificada» por un buen fin, ya que entre una mala vo-
luntad (acto de elección) y una buena voluntad (intención) no es posible
«concordancia» alguna.
66
Cfr. EN VI, 2, 1139a 30.
67
II-II, q. 47, a. 8.
68
EN VI, 11, 1143a 8.
69
Cfr. a este respecto A. RODRÍGUEZ LUÑO, La scelta etica. Il rapporto fra li-
bertà & virtù, Milano, 1988, pp. 83 y ss.
242 LAS VIRTUDES MORALES
70
EN VI, 5, 1140b 5-7.
EL ORGANISMO DE LAS VIRTUDES MORALES 243
71
Este punto fue subrayado en el trabajo de D. J. ALLAN, Aristotle’s Account
of the Origin of Moral Principles (1953) en: J. BARNES, M. SCHOFIELD, R. SORABJI
(eds.), Articles on Aristotle, New York, 1997, v. 2, pp. 72-78, que abrió nuevos ca-
minos para la moderna interpretación de Aristóteles. Cfr. también D. J. ALLAN, The
Philosophy of Aristotle, Oxford, 1952 (reedición de 1970).
244 LAS VIRTUDES MORALES
72
Así es cómo se desarrolla la doctrina de la prudencia en P. GEACH, The Vir-
tues, 2.ª ed., Cambridge, 1979, pp. 88-109.
EL ORGANISMO DE LAS VIRTUDES MORALES 245
d) Justicia (I)
73
Que esta doctrina no forma parte de la denominada «ética normativa», sino
que presupone que ya están previamente determinadas las nociones de (objetiva-
mente) «bueno» y «malo», ha sido mostrado, en mi opinión con todo acierto, por B.
SCHÜLLER, «Die Quellen der Moralität. Zur systematischen Ortung eines alten
Lehrstückes der Moraltheologie» en Theologie und Philosophie 59 (1984), pp. 535-
559. Cfr. también: G. STANKE, Die Lehre von den «Quellen der Moralität». Darste-
llung und Diskussion der neuscholastischen Aussagen und neuerer Ansätze, Re-
gensburg, 1984; G. HÖVER, Sittlich handeln im Medium der Zeit. Ansätze zur
handlungstheoretischen Neuorientierung der Moraltheologie, Würzburg, 1988.
74
Para una exposición crítica, cfr. S. PINCKAERS, Les sources de la morale
chrétienne. Sa méthode, son contenu, son histoire, Freiburg/Ue.-Paris, 1985,
pp. 258-282 (traducción al español: Las fuentes de la moral cristiana: su método,
su contenido, su historia, trad. de J. J. García Norro, EUNSA, Pamplona, 1988).
EL ORGANISMO DE LAS VIRTUDES MORALES 247
75
Cfr. I-II, q. 56, a. 6.
76
Cfr. EN VIII, 1, 1155a 21-22.
248 LAS VIRTUDES MORALES
77
Summa contra gentiles, III, cap.16.
78
EN IX, 4, 1166a 32; I-II, q. 28, a.1.
79
Cfr. II-II, q. 57, a.2.
EL ORGANISMO DE LAS VIRTUDES MORALES 249
80
EN V, 7, 1134b 19-24.
81
A. MACINTYRE, After Virtue, p. 67.
82
Ibidem, p. 70. Ver también M. RHONHEIMER, Natur als Grundlage der Mo-
ral, pp. 400 y ss. y E. SCHOCKENHOFF, Naturrecht und Menschenwürde. Universale
Ethik in einer geschichtlichen Welt, Mainz, 1996.
250 LAS VIRTUDES MORALES
83
Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Proemium al comentario a la «Política» de
Aristóteles, donde se dice que entre todas las ciencias prácticas la «política» es la
primera y más perfecta. Cfr. también sobre la Edad Media en general: G. DE LA-
GARDE, La Naissance de l’Esprit Laïque au déclin du Moyen Age (5 volúmenes),
I y II, Louvain-Paris, 1956 y 1958.
EL ORGANISMO DE LAS VIRTUDES MORALES 251
84
C. J. FRIEDRICH, Der Verfassungsstaat der Neuzeit, Berlin-Göttingen-Hei-
delberg, 1953, p. 182. Cfr. también la que sigue siendo una obra de obligada refe-
rencia: G. DE RUGGIERO, Storia del Liberalismo Europeo (1925), reimpresión
Roma-Bari, 1984, especialmente pp. 25-34.
85
Una buena introducción es la ofrecida por M. KRIELE, Einführung in die Sta-
atslehre. Die geschichtlichen Legitimitätsgrundlagen des demokratischen Verfassungs-
staates, Opladen, 1990, 4.ª ed. Cfr. también N. BOBBIO, L’età dei diritti, Turin, 1990.
86
Cfr. también el clarificador trabajo de E.-W. BÖCKENFÖRDE, Religions-
freiheit. Die Kirche in der modernen Welt (Schriften zu Staat-Gesellschaft-Kirche,
volumen III), Freiburg im Breisgau, 1990.
252 LAS VIRTUDES MORALES
87
Cfr. a este respecto las observaciones contenidas en el capítulo introducto-
rio de mi libro ya citado La filosofia politica di Thomas Hobbes. Las contradiccio-
nes en que cae la crítica de MacIntyre a la filosofía política moderna quedan expues-
EL ORGANISMO DE LAS VIRTUDES MORALES 253
90
Cfr. también el siguiente apartado sobre la virtud de la fortaleza.
91
I. KANT, KpV A 233 (IV, p. 261).
92
J. G. FICHTE, Über den Grund unseres Glaubens an eine göttliche Weltre-
gierung (Werke, ed. de I. H. Fichte, V. V), reimpresión, Berlin, 1971, p. 186.
256 LAS VIRTUDES MORALES
g) Fortaleza (valentía)
93
J. PIEPER, Vom Sinn der Tapferkeit, München, 1959, 7.ª ed., p. 51 (traduc-
ción al español en: Las virtudes fundamentales, trad. de C. Melches, Rialp, Madrid,
1997, 5.ª ed.).
94
SAN AGUSTÍN, Confesiones, X, 29.
258 LAS VIRTUDES MORALES
h) Templanza
95
SAN AGUSTÍN, Confesiones, X, 23.
96
EN VI, 5, 1140b 10-22.
97
Cfr. EN VII, 9.
98
Cfr. T. HOBBES, Leviathan, capítulo 11 (traducción al español: Leviatán,
trad. de C. Mellizo, Círculo de Lectores, Barcelona, 1995).
260 LAS VIRTUDES MORALES
a) El primado de la persona
99
Cfr. EN VIII, 1, 1155a 27.
262 LAS VIRTUDES MORALES
100
Cfr. ibidem, 28.
101
SANTO TOMÁS DE AQUINO, De Virtutibus, q. única, a. 5, ad 5.
102
EN IX, 4, 1166a 32.
103
I-II, q. 28, a.1.
CARÁCTER SOCIAL DE LAS VIRTUDES 263
104
«Por naturaleza» hay amistad en sentido aristotélico no sólo entre «un
hombre y otro hombre», sino de forma especial también entre padres e hijos, varón
y mujer, gobernantes y gobernados. Pero a fin de que esta disposición natural tam-
bién pueda determinar realmente el actuar y las relaciones interhumanas se necesita
como condición el hábito de la virtud moral.
105
Cfr. Du contract social, I, VII.
106
I. KANT, Zum ewigen Frieden, A 60 y ss. (VI, p. 224).
107
G. W. F. HEGEL, Grundlinien der Philosophie des Rechts, § 150 (traduc-
ción al español: Fundamentos de la filosofía del derecho, trad. de C. Díaz, Liber-
tarias/Prodhufi, Madrid, 1993).
264 LAS VIRTUDES MORALES
108
Cfr. T. HOBBES, De cive (Sobre el ciudadano), dedicatoria al conde de De-
vonshire. Cfr. a este respecto F. TRICAUD, «Homo homini Deus», «Homo homini lu-
pus»: recherche des sources des deux formules de Hobbes en R. KOSELLEK
/ R. SCHNUR (ed.), Hobbes-Forschungen, Berlin, 1969, pp. 61-70; M. RHON-
HEIMER, La filosofia politica di Thomas Hobbes, p. 52.
109
Con todo, también para Mandeville, esto último sólo sucede «gracias al há-
bil proceder de un político capaz», es decir, bajo la dirección del Estado. Mandevi-
lle no era un liberal partidario del laissez faire, sino un mercantilista. Cfr. B. MAN-
DEVILLE, The Fable of the Bees: or, Private Vices, Public Benefits (ed. F. B. Kaye),
2 vol., 2ª ed. Oxford, 1957 (traducción al español: Mandeville, Bernard, La fábula
de las abejas o Los vicios privados hacen la prosperidad pública, trad. de J. Ferra-
ter, FCE, Madrid, 1997).
110
Política, III, 15, 1286a 19.
111
Ibidem, 25-26.
CARÁCTER SOCIAL DE LAS VIRTUDES 265
112
Cfr. también M. RHONHEIMER, Politisierung und Legitimitätsentzug, Frei-
burg / München, 1979, parte C (pp. 313 y ss.), así como mis trabajos Perché una fi-
losofia politica? y Lo Stato costituzionale democratico e il bene comune en E. MO-
RANDI / R. PANATTONI (ed.) Ripensare lo spazio politico: Quale aristocrazia?
Con-tratto VI (1997), Padova 1998, pp. 57-123. Interesantes, aunque no resulten
convincentes en todos los puntos, son los planteamientos que ofrece D. L. NORTON,
Democracy and Moral Development. A Politics of Virtue, University of California
Press, Berkeley-Los Angeles-Oxford, 1991. Por más que aquí no podamos entrar a
estudiarlo, también es de gran interés a este respecto el debate entre liberalismo y
«comunitarismo» que tiene lugar en los EE.UU. (entre la bibliografía que ha gene-
rado, enormemente abundante, cabe citar: A. HONNETH, «Grenzen des Liberalismus.
Zur politisch-ethischen Diskussion um den Kommunitarismus» in Philosophische
Rundschau 38 (1991); ID. (ed.), Kommunitarismus. Eine Debatte über die moralis-
chen Grundlagen moderner Gesellschaften (Theorie und Gesellschaft, 26), Frank-
furt am Main, 1992; S. MULHALL / A. SWIFT, Liberals and Communitarians, Black-
well, Oxford / Cambridge Mass., 1992 (traducción al español: El individuo frente a
la comunidad: el debate entre liberalistas y comunitaristas, trad. de E. López Caste-
llón, Temas de Hoy, Madrid, 1996; es una excelente introducción).
266 LAS VIRTUDES MORALES
113
EN IX, 4, 1166b 17.
114
Esta imagen aparece en la Gran Ética (Magna Moralia), debida muy proba-
blemente a Aristóteles, I, 34, 1198b 13. La misma doctrina se encuentra también en la
Ética a Eudemo, VIII, 3. Cfr. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Quaestiones disputatae de
Virtutibus cardinalibus en Quaestiones disputatae, ed. de P. Baazzi, M. Calcaterra,
T. S. Centi, E. Odett y P. M. Pession, Torino, 1965, 10.ª ed., v. 2, a. 1, ad 4.
115
Cfr. a este respecto las observaciones contenidas en el epílogo.
V. ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
razón que versa sobre los «caminos que conducen al fin» (sobre los
medios). El fin mismo le viene al hombre «determinado por natura-
leza»1. Con ello se está afirmando lo siguiente: la estructura teleo-
lógica fundamental del actuar humano no está puesta por un acto de
la libertad de elección, sino que siempre y «por naturaleza» sub-
yace a toda libre elección, y a la correspondiente deliberación ra-
cional, en calidad de punto de partida de las mismas. ¿Qué quiere
decir esto?
Santo Tomás nos remite al Libro Tercero de la Ética a Nicó-
maco. Y, efectivamente, allí se dice que en lo que respecta a la elec-
ción de la acción los fines son algo subyacente de antemano y por
tanto prefijado. Y ello o bien «por naturaleza», o bien como una dis-
posición adquirida. Pues el fin del virtuoso es «correcto» y el fin del
vicioso «perverso», y ello, respectivamente, por mérito propio o por
culpa propia. Lo que nos parece bueno y correcto como fin —es de-
cir, aquello a lo que tendemos en calidad de elemento último con
vistas al cual la vida como un todo nos parece deseable— depende a
su vez de qué tipo de persona seamos, o de en qué tipo de persona
nos hayamos convertido a nosotros mismos. Cuando el fin, o su esti-
mación, no se deriva de nuestras disposiciones adquiridas, es algo
dado por naturaleza2. Esto se aplica ya a la «felicidad»: todos tende-
mos a ella «por naturaleza».
Ciertamente, con ello sigue sin estar claro qué es lo que hace
«correcto» a un fin. Pero se ha solucionado el círculo: sobre aquellos
fines que comunican a nuestro actuar su orientación fundamental no
deliberamos ni los elegimos, pues de lo contrario nunca actuaría-
mos. Deliberamos y elegimos siempre con vistas a un fin. Y en úl-
timo término exactamente con vistas a aquellos fines a los que ten-
demos «por naturaleza» o en función de nuestras disposiciones
adquiridas. Así pues, qué sea lo que alguien considera bueno de-
pende en último término de qué tipo de persona sea, y ello depende
a su vez de lo que elija y por consiguiente haga. Los «fines» de los
que aquí estamos hablando son, en suma, puntos de partida detrás de
los cuales es esencialmente imposible ir, esto es, son principios.
Una elección del fin originaria, que no tenga lugar con vistas a un fin previo
(y en este sentido «superior»), esto es, una posición absolutamente libre y pri-
mera de lo que queremos, es algo impensable. Una «elección pura de los fines»
que se realizase originariamente y sin un «con vistas a» previo, sería una pura
1
In VI Ethic., lect. 2.
2
Cfr. EN III, 7, 1114a 32-b 25.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 269
3
EN II, 1.
4
Cfr. EN VI, 13, 1144b 2-17.
270 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
5
R. SPAEMANN, Glück und Wohlwollen, p. 11.
6
Cfr. KpV, A 55 y ss. (IV, pp. 141 y ss.).
7
Ibidem, A 56 (p. 142).
8
Por este motivo me parece que la tesis de A. ANZENBACHER, Einführung in
die Ethik, Düsseldorf, 1992, pp. 97 y ss., de que entre santo Tomás y Kant no hay
diferencia alguna en el «centro de los planteamientos fundamentales de la ética» es
una armonización incorrecta y una trivialización de una diferencia realmente pro-
funda. También se muestra crítico respecto de la armonización de Kant y santo To-
más intentada por Anzenbacher Ch. SCHRÖER, Praktische Vernunft bei Thomas von
Aquin, Stuttgart-Berlin-Köln, 1995, p. 205 (nota 14).
272 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
nación, que está en la base de dicha recepción, del «sentimiento moral» como
un sentimiento de placer en el uso de la propia libertad9. Así, en los años
1764-65 Kant escribe: «La voluntad es perfecta en la medida en que con-
forme a las leyes de la libertad es el mayor fundamento del bien. El senti-
miento moral es el sentimiento de la perfección de la voluntad»10. Y más
abajo: «Tenemos placer en algunas de nuestras perfecciones, pero mucho
más cuando nosotros mismos somos su causa, y máximamente cuando noso-
tros somos una causa que actúa libremente. Subordinar todo al libre arbitrio
es la mayor perfección. Y la perfección del libre arbitrio como causa de la
posibilidad del bien es mucho mayor que todas las demás causas del mismo,
incluso aunque estas últimas lo realizasen inmediatamente [...] El senti-
miento de placer y displacer versa, ya sobre aquello hacia lo que nos com-
portamos pasivamente, ya sobre nosotros mismos como principio activo por
libertad ante el bien y el mal. Este último es el sentimiento moral»11.
Para determinar lo «racional por naturaleza» Aristóteles no nos
ha proporcionado teoría alguna, pero sí santo Tomás. Es su doctrina
sobre la lex naturalis, la ley natural. A fin de evitar posibles malen-
tendidos, puede que sea oportuno adelantar algunas observaciones
acerca de este término12.
9
Cfr. J. B. SALA, «Das Gesetz oder das Gute? Zum Ursprung und Sinn des
Formalismus in der Ethik Kants» en Gregorianum 71 (1990), pp. 67-95; 315-352;
aquí: p. 87. El artículo de Sala me ha llevado a prestar atención a los pasajes citados
a continuación.
10
I. KANT, Bemerkungen zu den Beobachtungen über das Gefühl des Schönen
und Erhabenen, Akademie Ausgabe, v. XX, pp. 136 y s.
11
Ibidem, pp. 144 y s. Acerca de la relación de esta posición con la ulterior evo-
lución de Kant, ver J. B. SALA, «Das Gesetz oder das Gute?», pp. 88-95 y 315 y ss.
12
Para una exposición detallada de la doctrina tomasiana de la lex naturalis,
cfr. mi libro ya citado Natur als Grundlage der Moral. En mi estudio, también ci-
tado anteriormente, Praktische Vernunft und Vernünftigkeit der Praxis se ofrece un
análisis de la relación existente entre la doctrina de la lex naturalis (como doctrina
de los principios) y la doctrina aristotélica de la virtud. Para más detalles, véanse
esos dos trabajos.
13
W. MAY, «The Meaning and Nature of the Natural Law in Thomas Aqui-
nas» en American Journal of Jurisprudence 22 (1977), pp. 168-189 muestra qué
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 273
poco determinado está en realidad el concepto de lex naturalis de santo Tomás por
el ius naturale de Ulpiano, o, lo que es lo mismo, qué profunda fue la alteración a
que santo Tomás sometió la doctrina de Ulpiano.
14
Sobre la evolución de la noción tomasiana de lex naturalis desde la influen-
cia determinante de la lex aeterna agustiniana hacia la doctrina aristotélica de la
virtud, cfr. G. ABBÀ, Lex et virtus. Studi sull’evoluzione della dottrina morale di
san Tommasso d’Aquino, Roma, 1983.
274 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
esto es, por estar inserta en las tendencias15. La noción de ley reúne por tanto
todas las propiedades esenciales de una ordenación establecida por la razón
práctica, y se define a la postre como ordinatio rationis.
15
Todas estas caracterizaciones de la ley en general se encuentran en I-II, q.
90, a. 1, c, ad 2 y ad 3.
16
I-II, q. 90. a.1, ad 1.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 275
17
J. TONNEAU, Absolu et obligation morale, Montréal-Paris, 1965, pp. 89 y s.,
ha señalado este punto con gran acierto.
18
Cfr. su Comentario a la Carta a los Romanos, II, lect. 3.
276 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
denador de la razón. Cuando por ello santo Tomás habla de una «lex natura-
lis» a la que se subordina la ley humano-positiva, está comparando aquella
con los primeros principios de la razón práctica bajo cuya dirección la ley
humana «añade» concreciones particulares19.
19
Cfr. I-II, q. 91, a. 3.
20
Cfr. I-II, q. 10, a. 1.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 277
21
Recuérdese lo dicho más arriba (apartado III, 3, a) acerca de «lo práctico de
la razón práctica». La doctrina práctica de los principios de Aristóteles guarda una
estrecha relación con la doctrina del movimiento contenida en De Anima III y en
De Motu Animalium.
280 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
22
Cfr. sobre lo que sigue: I-II, q. 94, a. 2. Ver también G. GRISEZ, «The First
Principle of Practical Reason: A Commentary on the Summa Theologiae, 1-2, Ques-
tion 94, Article 2» en Natural Law Forum 10 (1965), pp. 168-201. Versión ligera-
mente abreviada en: A. KENNY (ed.), Aquinas: A Collection of Critical Essays, Gar-
den City N.Y., 1969, pp. 340-382.
23
Cfr. EN I, 1, 1094a 3.
24
I-II, q. 94, a. 2.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 281
25
Precisamente por ello, nos parece una simplificación decir que el primer
principio expresa únicamente la «estructura de la racionalidad práctica en general»,
la cual «retiene la falta de contradicción formal de lo conocido como bueno» (L.
HONNEFELDER, Wahrheit und Sittlichkeit. Zur Bedeutung der Wahrheit in der Ethik
en E. CORETH (ed.), Wahrheit und Vielheit, Düsseldorf, 1987, pp. 147-169, pp. 156
y 157). En consonancia con ello, Honnefelder parece inclinado a entender la ver-
dad práctica como mera coherencia del pensar sobre la praxis (ibidem, p. 167); la
idea aristotélica de la verdad práctica como conformidad con el apetito recto
282 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
Que el primer principio de la razón práctica, al igual que todos los princi-
pios siguientes, sea un principio de la praxis y no de la ética significa, visto
más de cerca, que es un principio de acción de sujetos de acción concretos, y
no un principio del discurso sobre la praxis, por ejemplo de un discurso so-
bre normas que tenga lugar entre cultivadores de la ética. Es aquel principio
que subyace de antemano a todo actuar humano racional y que constituye su
impulso inteligible interno. Los principios prácticos no son principios del
pensamiento o de la reflexión, sino principios de movimiento, esto es, princi-
pios de la acción. La razón práctica y sus principios no son, ya de entrada,
«ética» o discurso sobre normas, sino conocimiento racional del sujeto moral
mismo que impulsa a actuar. Esto se puede extender a los principios prácti-
cos en general o a la lex naturalis: tampoco en esos casos estamos ante enun-
ciados sobre la praxis en el modo de la reflexión, sino ante juicios prácticos
de tipo universal que mueven inmediatamente a actuar y que constituyen al
hombre como sujeto moral, esto es, como un sujeto cuyo actuar supone siem-
pre la diferencia entre bien y mal. Los principios prácticos, por ello, no son
propiamente «normas» por las que tuviese que regirse el conocimiento prác-
tico, sino actividades cognoscitivas genuinamente prácticas del sujeto mismo
que actúa, y sólo posteriormente constituyen la base y el criterio para las
«normas morales» (ver apartado V, 3).
jeto hacia el bien y por así decir expresa la naturaleza del bien como
algo a lo que se tiende. La pregunta que hemos de hacernos ahora es
cómo se abre en abanico hacia campos de acción específicos, pues
solamente entonces será legítimo que reciba el nombre de principio
de la praxis, toda vez que las acciones siempre tienen como conte-
nido un bien específico, y nunca «el bien en general» o la totalidad
del bien. Ciertamente, al hablar de «apertura en abanico» no nos es-
tamos refiriendo a «derivaciones». Del primer principio no se puede
«derivar» contenido alguno. Más bien se «muestra», por así decir,
en los diferentes principios específicos y desarrolla en ellos su efica-
cia práctica fundante, si bien no sólo como mero principio de pensa-
miento, sino precisamente como principio de movimiento27.
La referencia de la razón práctica al «bien» y al «mal» es, como
ya vimos, una referencia dada por naturaleza. Pertenece al ámbito de
la razón como naturaleza. Si todavía hay algo más que la razón capta
por naturaleza como bueno, también eso poseerá el carácter de un
principio. Por ello, continúa santo Tomás, en este primer principio
se basan todos los demás mandatos de la ley natural (esto es, todos
los demás principios de la razón práctica) «de manera que cuanto la
razón práctica capta de modo natural como un bien humano cae
dentro de los mandatos de la ley natural [= de los principios de la ra-
zón práctica dados por naturaleza] como algo “que hacer” o “que
evitar”»28.
¿Qué puede captar la razón práctica de modo natural como
«bueno para mí en tanto que hombre»? Todo aquello a lo que el
hombre posee una «inclinación natural» (naturalis inclinatio): «La
razón capta de modo natural como bueno, y en consecuencia como
algo que se debe perseguir mediante el actuar, todo aquello a lo que
el hombre posee una inclinación natural, y lo que se opone a ello lo
capta como malo y como algo que se debe evitar. Por eso es por lo
que el orden de los mandatos de la ley natural [= de los principios de
27
Ciertamente, ese movimiento lleva implícito pensamiento, por tanto tam-
bién la posibilidad de la autorreflexividad —esto es, de tomar posición respecto de
las propias tendencias en cualquier fase de las mismas y hacerlas objeto de enjuicia-
miento y volición (o de no volición)— y por ello la posibilidad, en todo acto de ten-
dencia, no sólo de adherirse a «algo» como un bien, «sino, al adherirse al bien, ad-
herirse en primer lugar a sí mismo como ser que por la razón se determina en
libertad, y precisamente de esa forma ser ese ser» (L. HONNEFELDER, Absolute
Forderungen in der Ethik, p. 30). Cfr. a este respecto lo dicho anteriormente (apar-
tado III, 3, a) sobre el «silogismo práctico».
28
Ibidem.
284 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
29
Ibidem.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 285
30
O. HÖFFE, Philosophische Handlungstheorie als Ethik en H. POSER (ed.),
Philosophische Probleme der Handlungstheorie, Freiburg / München, 1982, p. 233.
Por ello se estará de acuerdo también con la siguiente afirmación (ibidem, p. 234):
«Dado que explicita condiciones fundamentales de todo actuar humano, la teoría filo-
sófica de la acción asume frente a la ética durante una parte del camino una función
fundamentadora». Cfr. también ID., Sittlichkeit als Horizont menschlichen Handelns
en O. HÖFFE, Sittlich-politische Diskurse, Frankfurt am Main, 1981, pp. 23-51.
31
Ibidem, ad 2.
32
I-II, q. 94, a. 4, ad 3.
286 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
clinación natural que domina todo es aquella que sigue a la razón, e inclina al
hombre a «actuar de conformidad con la razón. Y esto no significa otra cosa
que actuar de conformidad con la virtud. Por ello es por lo que todos los ac-
tos de las virtudes pertenecen a la ley natural [= a los principios prácticos]:
pues la razón de cada hombre le ordena actuar virtuosamente»33.
33
I-II, q. 94, a. 3.
34
R. SPAEMANN, Glück und Wohlwollen, p. 214.
35
W. KORFF , «Der Rückgriff auf die Natur. Eine Rekonstruktion der thoma-
nischen Lehre vom natürlichen Gesetz» en Philosophisches Jahrbuch 94 (1987),
pp. 285-296, especialmente p. 289. Ver también ID, Norm und Sittlichkeit. Untersu-
chungen zur Logik der normativen Vernunft (1973), 2.ª ed., Freiburg / München,
1985. También A. ANZENBACHER, Einführung in die Ethik, pp. 132 y ss. sigue en
este punto la exposición de Korff; cfr. también en las pp. 87 y ss. una exposición de
la doctrina de la lex naturalis que coincide en buena parte con la aquí ofrecida, si
bien la cuestión decisiva de las relaciones entre inclinación natural y razón no re-
sulta realmente clarificada.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 287
36
Acerca de las competencias de la prudencia para «formular los fines con
más exactitud» (la praestitutio finis) que Korff menciona, ver mis apreciaciones en
Praktische Vernunft und Vernünftigkeit der Praxis, pp. 362 y ss. y 583 y ss.
37
Cfr. Ch. SCHRÖER, Praktische Vernunft bei Thomas von Aquin, p. 120 (nota
179).
38
E. SCHOCKENHOFF, Naturrecht und Menschenwürde, pp. 151 y s., pasa por
alto las incoherencias de la exposición de Korff. Siguiendo a L. Honnefelder, ha cri-
ticado mi interpretación sobre todo G. WIELAND, Secundum naturam vivere. Über
das Verhältnis von Natur und Sittlichkeit en B. FRALING, Natur im ethischen Argu-
ment, Freiburg i. Ü - Freiburg im Breisgau, 1990, pp. 13-31, especialmente pp. 21-
26. Mi respuesta detallada a esa crítica se encuentra en el «Postscript» a la edición
en inglés de mi libro Natur als Grundlage der Moral: Natural Law and Practical
Reason: A Thomist View of Moral Autonomy.
288 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
39
Cfr. p. ej. I-II, q. 91, a. 2.
40
Por ello no parece que sea muy útil la alternativa según la cual la razón es o
bien «razón lectora» o bien «razón configuradora»; cfr. L. HONNEFELDER, Natur
als Handlungsprinzip. Die Relevanz der Natur für die Ethik en L. HONNEFELDER
(ed.), Natur als Gegenstand der Wissenschaften, Freiburg / München, 1992,
pp. 151-190, especialmente p. 178. La alternativa es engañosa, toda vez que en el
hombre ninguna «inclinación natural» puede llegar a ser una tendencia práctica-
mente relevante sin la razón. La mencionada alternativa presupondría la posibilidad
de una razón situada sencillamente «frente» a la inclinación natural como pura na-
turaleza y que pasase después a «configurarla». A eso hay que objetar que mediante
su razón —en el modo de la reflexión— el hombre se pone en relación consigo
mismo como sujeto de tendencias, y después se refiere a sus inclinaciones naturales
sin que estas últimas sean pura naturaleza, todavía no configurada por la razón,
sino ya como tendencias configuradas por la razón, o como bienes humanos inteli-
gibles que son objeto de esas tendencias. Honnefelder (al igual que WIELAND, Se-
cundum naturam vivere, p. 25) parte de una —a mi entender, imposible— autorre-
ferencia originaria de la razón práctica a las propias tendencias naturales en tanto
que «pura naturaleza», de modo que sólo así «puede (esa naturaleza «pura») adqui-
rir relevancia para el contexto de la acción» (ibidem); ver a este respecto mi crítica
contenida en el «Postscript» a la edición en inglés de Natur als Grundlage der Mo-
ral. Una razón que pretenda ser principio de una praxis guiada por la razón como
pura forma, todavía no referida a la objetualidad de alguna inclinación, no es razón
alguna, pues la razón, también la práctica, es una facultad de conocimiento, y sin ob-
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 289
42
Cfr. I-II, q. 94, a. 2.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 291
43
Acerca del proceso de inventio de la razón natural, cfr. Natur als Grundlage
der Moral, pp. 216 y ss.; ver también más abajo el apartado f.
292 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
44
Cfr. sobre todo G. GRISEZ, J. BOYLE, J. FINNIS, «Practical Principles, Moral
Truth, and Ultimate Ends» en The American Journal of Jurisprudence 32 (1987),
99-151. Como posición contraria (con objeciones en parte justificadas) cfr. R. HITTIN-
GER, A Critique of the New Natural Law Theory, Notre Dame Indiana, 1987, y ya
antes: R. McINERNY, Ethica Thomistica. The Moral Philosophy of Thomas Aqui-
nas, Washington D.C., 1982 (sobre todo pp. 48 y ss.).
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 293
45
En el famoso capítulo sobre el amo y el esclavo. Cfr. G. W. F. HEGEL, Phä-
nomenologie des Geistes (ed. de J. Hoffmeister), Hamburg, 1952, pp. 141-150 (tra-
ducción al español: Fenomenología del espíritu, trad. de W. Roces, FCE, Madrid,
1988).
294 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
46
PLATÓN, Critón, 48b (traducción al español: Critón, M. Rico, Centro de Es-
tudios Constitucionales, Madrid, 1986).
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 295
47
Cfr. a este respecto las correctas apreciaciones de O. HÖFFE, Die Frage
nach dem Moralprinzip en O. HÖFFE, Sittlich-politische Diskurse, p. 66 (este ar-
tículo es un intento, tan interesante como cuestionable, de aunar utilitarismo y for-
malismo trascendental).
296 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
48
Ibidem.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 297
lleve a ayudar a los demás con frecuencia, por ejemplo para cose-
char su reconocimiento, o por complacencia en su superioridad, etc.,
pero precisamente no por justicia, esto es, porque esté persuadido de
que debe a los demás esa ayuda).
Así pues, el principio justicia constituye en distintos campos de
acción (vida, propiedad, comunicación, etc.) distintos tipos (espe-
cies) de acciones, descendiendo hasta llegar al umbral de los tipos
de acciones intencionales básicas específicamente distinguibles. De
la misma manera, en este principio y en su formación específica de
la acción están dados cognitivamente los fines de las virtudes mora-
les. Exponer todo esto con detalle no nos parece que sea necesario
aquí, puesto que ya anteriormente hemos dicho lo esencial a este res-
pecto (apartados III, 4 y IV, 3, b).
Por ello, la tradición denominaba a los principios de la ley natural, o a las
inclinaciones naturales mismas, semina virtutum, «virtudes en germen». En
estos principios ya están presentes embrionariamente todas las virtudes mo-
rales en su estructura cognitiva de fines y, como inclinaciones, en su inten-
cionalidad afectiva, por lo que ordenan el actuar humano de manera que por
obra de este último surgen las disposiciones afectivas a las que después, en la
medida en que guían los actos de elección de la acción, denominamos «virtu-
des morales».
Así también se comprende mejor la división tradicional en preceptos
«primeros» o «comunes» de la ley natural y praecepta secundaria o «de se-
gundo rango»49. Los primeros (communia o communissima) son preceptos
que, como sucede con la regla de oro, abarcan diversos campos particulares
de acción. Los preceptos «de segundo rango» son los principios de acción es-
pecíficos. Entre los primeros se cuenta, por ejemplo, «Se debe dar a cada uno
lo que le corresponde»; entre los segundos: «Se deben devolver los présta-
mos», «Se deben cumplir los contratos», etc. Los primeros constituyen el fin
amplio de las virtudes (en el nivel de las virtudes cardinales); los segundos,
el fin específico de virtudes particulares, también denominado por santo To-
más finis proximus de una acción, el cual es a su vez idéntico al objeto de una
acción. Pues toda acción intencional básica es objetivamente el acto de una
virtud específica.
49
Cfr. a este respecto también R. A. ARMSTRONG, Primary and Secondary
Precepts in Thomistic Natural Law Teaching, Den Haag, 1966.
298 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
50
Cfr. también M. RHONHEIMER, Sozialphilosophie und Familie. Gedanken
zur humanen Grundfunktion der Familie en B. SCHNYDER (ed.), Familie — He-
rausforderung der Zukunft, Freiburg/Ue., 1982, pp. 113-140; ID, Familie und
Selbstverwirklichung, Köln, 1979; ID, Sexualität und Verantwortung. Empfängnis-
verhütung als ethisches Problem (IMABE-Studie, Nr. 3), Wien, 1995. Una traduc-
ción al italiano se encuentra en: ID, Etica della procreazione, Milano, 2000.
51
Ver también mis apreciaciones en: Sexualität und Verantwortung; versión
abreviada: «Contracepcion, Sexual Behavior, and Natural Law. Philosophical Foun-
dation of the Norm of «Humanae Vitae»» en The Linacre Quarterly 56/2 (1989),
pp. 20-57. También en «Humanae Vitae»: 20 anni dopo (Atti del II Congresso In-
ternazionale di Teologia Morale), Roma, 1989, pp. 73-113.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 301
52
Tal es la tesis de M. C. NUSSBAUM, Aristotle’s De Motu Animalium (Essay
4: Practical Syllogisms and the Practical Science, pp. 165-220), ID. The Discerne-
ment of Perception: An Aristotelian Conception of Private and Public Rationality
en M. C. NUSSBAUM, Love’s Knowledge. Essays on Philosophy and Literature,
New York-Oxford, 1990, pp. 54-105; D. M. NELSON, The Priority of Prudence:
Virtue and Natural Law in Thomas Aquinas and the Implications for Modern Ethics,
University Park, Pennsylvania, 1992. En cambio, la estrecha relación existente en-
tre lex naturalis y prudencia ha sido expuesta acertadamente —en crítica a Nuss-
baum y Nelson— por P. M. HALL, Narrative and the Natural Law.
302 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
53
Como muestra P. M. HALL, op. cit., pp. 109 y s., la afirmación de Nussbaum
de que la ética de principios es incompatible con la ética de la prudencia se basa en
la suposición de que los asuntos del mundo y del hombre están sometidos a una
fundamental fractura y confusión, lo que no permite en modo alguno que existan
universales éticos. Como es natural, sobre esta base es imposible poner en relación
acciones concretas con principios o fines universales del «hombre como tal» o con
un bien para el hombre. Pamela Hall hace notar correctamente que la fractura y
confusión de la que parte santo Tomás no afecta tanto al mundo cuanto al hombre
mismo. El sentido de la moral y la condición de que la vida se pueda considerar lo-
grada ya no residen entonces en la autoafirmación del hombre en un mundo roto y
confuso, sino más bien en la superación de la confusión del hombre mismo, en su
orientación al bien, de manera que las tendencias humanas puedan desarrollarse de
conformidad con el orden del bien ínsito originariamente en el hombre y en su
mundo, como creación de Dios. Que para santo Tomás este objetivo no se puede
conseguir en último término más que mediante una compleción específicamente
cristiano-teológica de la ética, es algo que está fuera de toda duda, pero que no me-
noscaba la validez de los contenidos puramente filosóficos de su teoría moral (cfr.
el epílogo de este libro).
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 303
Por lo que hace al primer punto: en tanto que lex naturalis, los
principios prácticos ordenan nuestro actuar a aquellos fines y bienes
que la razón capta como específicamente «buenos para el hombre»
en virtud de las inclinaciones naturales. Esa captación es un proceso
que tiene lugar en el tiempo y en contextos sociales concretos (fami-
lia, vecindario, escuela, sociedad, marco cultural, ethos dominante,
etc.). Dichos contextos pueden fomentar el mencionado proceso de
aprendizaje, pero también obstaculizarlo y, al menos en parte, impri-
mirle un rumbo erróneo. Los principios de justicia se forman en la
primera infancia en interacción con el entorno. La consciencia de es-
tos principios de acción se va afinando, y cada vez se captan con ma-
yor profundidad gracias a su aplicación en situaciones concretas, y
en no pequeña medida también gracias a la experiencia de la propia
debilidad, del fracaso y de la culpa. Para que el contenido propia-
mente dicho de los principios específicos pueda formarse —recor-
demos de nuevo la reconstrucción del principio justicia— es necesa-
ria, además de la consciencia de la estructura de las propias
necesidades, de la propia afectividad, etc., la experiencia de la inte-
racción con otras personas en situaciones de convivencia concretas.
Así, situándose en un punto equidistante del mundo de la experien-
cia, por un lado, y de los principios máximamente universales, como
la regla de oro o el principio «Dar a cada uno lo suyo», por otro, la
razón humana puede captar mediante el ya mencionado proceso de
inventio cosas más específicas. Estas últimas poseen, con pleno de-
recho, la índole de una «conclusión», de algo «obtenido» a partir de
lo universal. Pero esto no significa que se hayan extraído por mera
deducción desde un universal «superior»: del principio «Dar a cada
uno lo suyo» no se puede derivar absolutamente nada. Se trata más
bien de una captación del principio en lo concreto y particular, y gra-
cias a ello de una captación más profunda y más rica del principio
mismo con base en la experiencia de lo particular. Para ello se nece-
sita precisamente la prudencia, que de esa manera —como santo To-
más enseña expresamente— participa de algún modo en la forma-
ción de los fines de las distintas virtudes concretas y también, por
ello, en la formación de los principios prácticos54.
Los principios prácticos —o la lex naturalis— se descubren en
lo particular mediante la experiencia. Es necesario que así suceda,
54
Acerca de la doctrina de la praestitutio finis a través de la prudencia en
santo Tomás, cfr. M. RHONHEIMER, Praktische Vernunft und Vernünftigkeit der Pra-
xis, pp. 362 y ss. y 583 y ss.
304 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
55
Cfr. M. RHONHEIMER, Natur als Grundlage der Moral, pp. 254 y 257.
56
Cfr. a este respecto P. M. HALL, op. cit., pp. 38-43, así como más abajo los
apartados 3, d y e.
306 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
57
Siempre que no se trate de principios negativos o normas prohibitivas; cfr.
posteriormente el apartado 3, d.
58
Ch. SCHRÖER, op. cit., p. 202. Por ello, como Schröer hace notar acertada-
mente, la ética de santo Tomás de Aquino es a la vez ética de principios, de virtu-
des, de deberes y de leyes.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 307
59
EN VI, 5, 1140b 13-21.
60
Ibidem, VII, 8, 1151a 19.
61
Ibidem, VI, 5, 1140b 21.
62
Ibidem, VII, 8, 1151a 26.
63
Ibidem, VII, 8, 1150b 31.
308 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
64
Ibidem, 10, 1152a 20-24.
65
Ibidem, I, 2, 1095b 4-11.
66
Cfr. ibidem, I, 7, 1098b 3.
67
Esta es la tesis central que trato de justificar en mi libro Praktische Vernunft
und Vernünftigkeit der Praxis.
LOS PRINCIPIOS DE LA RAZÓN PRÁCTICA 309
Por ello, según subraya santo Tomás, hay principios cuyo conoci-
miento es «imborrable», incluso por obra de las disposiciones afecti-
vas, si bien estas últimas pueden hacerlos inoperantes de modo puntual
en el actuar concreto68. Tal es el caso, por ejemplo, de la regla de oro, y
por supuesto también del primer principio de la razón práctica. Pues si
este principio no fuese eficaz, ni siquiera el vicioso haría nada, ya que
también él actúa únicamente persiguiendo lo que le parece bueno y evi-
tando lo que considera malo. En este sentido, ese primer principio está
por así decir más allá del bien y del mal, puesto que es él quien da ori-
gen a esa diferencia y coloca así al actuar humano bajo la diferencia
moral. Santo Tomás reconoce también la posibilidad de que los princi-
pios se «borren», sin que por ello se sea una «mala» persona, debido a
las costumbres imperantes en una sociedad (piénsese por ejemplo en
las sociedades poligámicas): esas costumbres forman el contexto de un
ethos que en determinadas circunstancias no se cuestiona porque en
esa sociedad no hay ocasión alguna para hacerlo. Santo Tomás habla
de los germanos, quienes creían que matar a un ladrón cogido in fla-
granti era una acción justa69. La costumbre puede enraizarse en un et-
hos de modo tal que llegue a oscurecer por completo el principio, sin
que por ello haya que acusar a quienes viven dentro ese ethos de caer
en el vicio de la injusticia, por más que hagan cosas injustas.
La estabilidad cognitiva y lo indeleble de los primerísimos prin-
cipios, así como la posibilidad de una reconstrucción y una justifica-
ción argumentativa de los principios de acción específicos basados
en ellos, abren sin embargo la posibilidad de un discurso ético que
—a diferencia de lo que sucede en Aristóteles— no tiene por qué ex-
cluir desde el comienzo a todos aquellos cuyas disposiciones no es-
tén en consonancia con los principios, y que siempre ofrece la posi-
bilidad de preguntarse por la racionalidad de un ethos. Con todo, la
ética sigue siendo filosofía práctica: quienes hacen ética son sujetos
que ya están involucrados en la praxis, y ella misma remite a la pra-
xis. Y dado que habla sobre la praxis, en ella el conocimiento y el in-
terés están mutuamente imbricados de modo más estrecho que en
ninguna otra disciplina. Nunca se puede hacer ética desde la posi-
ción neutral de la «tercera persona», del mero espectador. La objeti-
vidad científica implica aquí, siempre, la exigencia de reflexionar
sobre la propia vida, de examinarla y de tratar de mejorarla.
68
Cfr. I-II, q. 94, a.6. También estas afirmaciones se refieren siempre, por su-
puesto, a la lex naturalis.
69
I-II, q. 94, a. 4.
310 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
70
Cfr. De Veritate, q. 17, a. 1.
CIENCIA MORAL Y CONCIENCIA 311
71
Cfr. I-II, q. 17, a.. 6.
312 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
72
Cfr. M. B. CROWE, The Changing Profile of the Natural Law, Den Haag,
1977, pp. 136 y ss. y O. LOTTIN, Syndérèse et conscience aux XIIe et XIIIe siècles
en O. LOTTIN, Psychologie et Morale aux XII et XIIIe siècles, v. II, Louvain/Gem-
bloux, 1948, 103-350.
73
I-II, q. 94, a. 1, ad 2.
74
I, q. 79, a. 12. Acerca de la «sindéresis» cfr. también De Veritate, q. 16.
75
De Veritate, q. 16, a. 2, ad 5.
CIENCIA MORAL Y CONCIENCIA 313
dad del ser». Pero este conocimiento contiene como su objeto preci-
samente la dinámica de las tendencias ordenada por la razón prác-
tica a lo «bueno para el hombre» —un orden moral natural—, y por
eso es posible derivar de ese conocimiento otras cosas poseedoras
de validez práctico-normativa. El problema de pasar por inferencia
del ser al deber, tarea imposible como derivación originaria, ya no se
plantea aquí. Una antropología y una metafísica surgidas de ese co-
nocimiento son siempre relevantes también normativamente.
b) La conciencia
76
Cfr. I, q. 79, a. 13; De Veritate, q. 17.
77
E. SCHOCKENHOFF, Das umstrittene Gewissen, Mainz, 1990, identifica la
razón práctica que determina concretamente la acción con la conciencia (sin distin-
guir a esta última de la prudencia), y al proceder así pasa por alto la diferencia,
aquí central, entre juicio de conciencia y juicio de acción (iudicium electionis), el
último de los cuales se ocupa de concretar el actuar a la pluriforme particularidad
de lo que hay que hacer aquí y ahora, y cuya virtud es la prudencia. El hecho de
que pasa por alto esa diferencia es probablemente lo que le lleva (ibidem, pp. 80 y 107,
CIENCIA MORAL Y CONCIENCIA 315
e ID., Naturrecht und Menschenwürde, pp. 152 y ss.) a pensar que en mi opinión la
tarea de la razón práctica se agota en la captación de principios universales y en su
aplicación inmediata al actuar concreto, sin que quede espacio alguno para una ra-
zón de la acción referida al individuo y a la situación, que para él es precisamente la
conciencia. Véase una respuesta detallada en el «Postscript» a la edición en inglés
de mi libro Natur als Grundlage der Moral.
78
L. HONNEFELDER, Praktische Vernunft und Gewissen, p. 26.
79
Ibidem, p. 28.
80
Ibidem.
81
Ibidem; también Honnefelder remite aquí a De Veritate, q. 24, a.2: sólo la ra-
zón que reflexiona sobre su propio acto [...] puede juzgar sobre su propio juicio: por
ello toda la libertad radica en la razón («unde totius libertatis radix est in ratione
constituta»).
316 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
82
De Veritate, q. 17, a. 1, ad 4.
83
Ibidem.
CIENCIA MORAL Y CONCIENCIA 317
84
Cfr. T. STYCZEN, «Das Gewissen — Quelle der Freiheit oder der Knech-
tung?» en Archiv für Religionspsychologie 17 (1986), 130-147.
318 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
De Veritate, q. 17, a. 2, ad 7.
85
87
Ibidem.
88
Cfr. también MS, Doctrina trascendental de los elementos, § 13, A 98 y ss.
(IV, p. 572 y ss.).
89
Ibidem, A 38 (IV, p. 532).
90
Sospecho, con todo, que precisamente por eso la noción kantiana de con-
ciencia contiene una circularidad: por así decir, se define por sí misma en el sentido
de que «actuar en conciencia» sólo se puede describir tautológicamente como
320 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
«seguir la propia conciencia»; exactamente igual que para Kant el «deber [...] de
cultivar la propia conciencia» sólo puede significar «avivar la atención a la voz del
juez interior y emplear todos los medios [...] para prestarle oído» (MS, A 39, IV, p.
532), pero no esforzarse por que la conciencia se dirija a lo verdaderamente bueno,
esto es, no se vea afectada por algún error.
91
G. W. F. HEGEL, Grundlinien der Philosophie des Rechts, § 140.
92
Cfr. también el apartado III, 3, c.
CIENCIA MORAL Y CONCIENCIA 321
93
Cfr. también lo que decíamos en el apartado V, 1, g sobre «el conocimiento
de los principios y las disposiciones afectivas».
94
Cfr. I-II, q. 19, aa. 5-6; De Veritate, q. 17, aa. 4-5.
95
Cfr. E. SCHOCKENHOFF, Das umstrittene Gewissen, pp. 88 y ss. Scho-
ckenhoff cita aquí el pasaje de Quodlibetum, 3, q. 12, a. 2, según el cual la acción
humana se denomina virtuosa o viciosa según cuál sea el bien captado como tal con
el que la voluntad se relacione en cada caso, y no según cuál sea el objeto material
de la acción. Con todo, a Schockenhoff se le escapa que santo Tomás dice esto ex-
presamente sólo a propósito de una posible ignorantia facti (alguien que estando de
caza confunde a su padre con un ciervo, y llevado de ese convencimiento le mata de
322 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
que quien posea una conciencia culpablemente errónea tiene que estar con-
vencido aquí y ahora, en virtud de esa conciencia, de la corrección de lo
falso96. Sin embargo, santo Tomás sostiene asimismo que esa persona tiene
por principio la posibilidad de reconocer su error como tal y de salir de él, y
que por ello no se encuentra en una situación de completa perplejidad97. Es
patente que para santo Tomás —a no ser en casos de mera ignorantia facti—
no se plantea sencillamente una alternativa sin escapatoria posible entre «sa-
ber» y «no saber», «convencimiento» y «no convencimiento». La alternativa
es para él más bien «virtud» o «vicio»: la conciencia errónea de la que aquí
se habla siempre es corregible, precisamente a través de la razón y de sus
principios (solamente Aristóteles impugna la posibilidad de la «conversión»
desde el estado en que se está cegado por el vicio). La conciencia errónea no
se encuentra en el error completamente y sin residuos, y sigue pudiendo
cuestionarse a sí misma. Para utilizar una metáfora: también el conductor
que va por la autopista en sentido contrario puede llegar a darse cuenta, a pe-
sar de su firme convencimiento de que todos menos él conducen en la direc-
ción equivocada, de que quizá es él, y no todos los demás, quien está en un
error. Esto es posible porque las propias convicciones pueden ser experimen-
tadas, por ejemplo gracias a su relación con el entorno, como necesitadas de
corrección. Y, así, en el campo de la «norma moral» para santo Tomás no hay
nunca (salvo en personas enfermas) una conciencia que yerre sin culpa al-
guna, por más que la propia culpa puede que sea pequeña y que haya una
culpa ajena mucho mayor (en el caso de los criminales nazis antes citados su-
pondríamos por el contrario que la culpa propia es muy grande). En cualquier
caso, el camino que conduce a que el agente sea bueno no pasa aquí por un
simple «seguir la propia conciencia», sino por la salida del error, en la orienta-
ción a lo bueno para el hombre, y para ello se necesita ciertamente la humil-
dad de autocuestionarse, de oír a otros y de formar la propia conciencia98.
99
Cfr. De Virtutibus in communi, q. un., a. 6, ad 3.
324 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
100
EN IX, 8, 1169a 16-18.
CIENCIA MORAL Y CONCIENCIA 325
101
I. KANT, GMS, B 112 y s. (IV, pp. 90 y s.)
102
Cfr. M. SCHELER, Der Formalismus in der Ethik und die materiale Wertethik
(1916), 5.ª ed., Bern und München, 1966, sobre todo la «Segunda Parte», V, pp. 246 y
ss. (traducción al español: Ética, trad. de H. Rodríguez Sanz, Madrid, 1942).
326 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
103
Así sucede por ejemplo en la «constitución de un Estado para un pueblo de
demonios» (cfr. IV, 4, b) arriba mencionada, o en el ensayo Sobre un pretendido de-
recho a mentir por filantropía (IV, pp. 637-643). El criterio de universalización del
imperativo categórico posee en general una gran afinidad con ciertas formas del
cálculo del utilitarismo de reglas. Cfr. por ejemplo O. HÖFFE, Sittlich-politische
Diskurse, pp. 52 y ss.
104
Cfr. I-II, q. 90, a. 1.
CIENCIA MORAL Y CONCIENCIA 327
dice santo Tomás, una auténtica vis coactiva, una fuerza constric-
tiva105. Esto es fácilmente explicable, puesto que la razón práctica es
razón inserta en las tendencias: las tendencias se dirigen con necesi-
dad a lo que la razón presenta como bueno. La obligación no es otra
cosa que la volición de lo conocido por la razón como bueno. El de-
ber es inclinación conforme a la razón, expresable en la forma «p es
bueno», «se debe hacer p» (que a su vez puede estar caracterizada,
junto a otros factores, por un juicio de conciencia). Por ello, la forma
más alta de consciencia del deber es la del virtuoso, quien, sin em-
bargo, por lo que menos actúa es por deber, sino que lo hace por ale-
gría en el bien106. Así, santo Tomás puede escribir las siguientes pa-
labras: «pues la razón, principio de lo moral, guarda en el hombre
con aquello que se refiere al hombre la misma relación que el prín-
cipe y el juez con el Estado»107.
Con todo, para hacer comprensible en último término la obliga-
ción moral, Kant necesita el postulado de la existencia de Dios: a
quien con su actuar moral se haya mostrado digno de la felicidad,
Dios le concederá efectivamente algún día esa felicidad. La idea de
Dios es «hecha por nosotros mismos» para «servir como resorte en
nuestro comportamiento»: «tener religión es un deber del hombre
hacia sí mismo»108. Pero ¿qué sucede con Dios en una ética de virtu-
des? ¿Resulta superfluo en ella?
De hecho, es mucho menos necesario que en la moral kan-
tiana109. La ética de virtudes no necesita reasegurar la obligación mo-
ral mediante el recurso a Dios. En la marcha metodológica de una
ética de virtudes Dios aparece una vez que ya se ha realizado la fun-
damentación de la obligación moral. Sí, es precisamente la expe-
riencia de la obligación moral derivada de la comprensión racional
del bien lo que nos lleva a preguntarnos por el fundamento de ese fe-
nómeno. La pregunta acerca del origen de la obligación moral apa-
rece aquí exactamente del mismo modo que la cuestión de Dios en
general: como pregunta acerca del origen de lo que es. Pues los fe-
nómenos «moral» y «obligación moral» son. Y podemos preguntar
ahora: ¿por qué «son»?
105
De Veritate, q. 17, a. 3, ad 2.
106
Para una penetrante reconstrucción de la «simbiosis» clásica de deber y
virtud, ver G. ABBÀ, Felicità, vita buona e virtù.
107
I-II, q. 104, a. 1, ad 3.
108
I. KANT, MS, A 109 (IV, pp. 579 y s.).
109
Cfr. también lo dicho anteriormente en el apartado I, 4.
328 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
111
Cfr. K. MARX, Pariser Manuskripte von 1844 in Karl MARX, Die Frühsch-
riften, ed. de S. Landshut, Stuttgart, 1968, pp. 246-248 (traducción al español: Ma-
nuscritos: economía y filosofía, trad. de F. Rubio, Alianza, Madrid, 1989).
112
J.-P. SARTRE, L’existentialisme est un humanisme, p. 77.
113
Cfr. I-II, q. 91, a.2.
114
Cfr. también De Veritate, q. 5.
115
C.G. III, c. 112.
330 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
116
I. KANT, KpV, A 233 (IV, p. 261).
117
I-II, q. 91, a. 2.
118
I-II, q. 90, a. 4, ad 1.
119
De Veritate, q. 11, a. 1, ad 13.
CIENCIA MORAL Y CONCIENCIA 331
120
I-II, q. 90. a.2. Con ello debería quedar solucionado el problema que plan-
tea A. MacIntyre en la apostilla a su libro Der Verlust der Tugend, p. 369. La refe-
rencia que hace ahí a H. JAFFA, Thomism and Aristotelianism, Chicago, 1952, no es
feliz, dado que la mala, pero influyente interpretación a que somete Jaffa la funda-
mentación tomasiana de la moral surge de un desconocimiento y de una superficia-
lidad que MacIntyre mismo ha superado, como se advierte en su obra posterior
(Whose Justice? Which Rationality?).
121
Summa contra gentiles, II, cap. 122.
332 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
122
Así: F. BÖCKLE, Fundamentalmoral, München, 1977; K.-W. MERKS, Theo-
logische Grundlegung der sittlichen Autonomie. Strukturmomente eines «autono-
men» Normbegründungsverständnisses im lex-Traktat der Summa Theologiae des
Thomas von Aquin, Düsseldorf, 1978. Para una crítica del concepto de «autonomía
teónoma» cfr. también M. RHONHEIMER, Natur als Grundlage der Moral, pp. 159-
204. Allí propongo como más adecuada la categoría de «autonomía participada»,
que, como mediación de teonomía, es simultáneamente «teonomía participada».
LAS NORMAS MORALES 333
Las «normas» son criterios conforme a los que algo se debe ha-
cer u omitir, y reivindican para sí obligatoriedad (vigencia). Toda
norma se refiere a una clase de acciones, a un tipo de acción: es, por
123
Cfr. H. LÜBBE, Philosophie als Aufklärung en H. LÜBBE, Praxis der Philo-
sophie, Praktische Philosophie, Geschichtstheorie, Stuttgart, 1978, pp. 5-34.
124
EN VI, 7, 1141a 21 y ss.
334 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
125
Me parece desafortunado entender por normas también las peticiones, man-
datos, permisos, actos de concesión de poderes o facultades, etc., es decir, todas las
formulaciones lingüísticas en las que aparezcan expresiones como «tener que», «de-
ber», «ser lícito», «correcto», «incorrecto», «bueno» y «malo»; cfr. N. HOERSTER,
artículo Norm en H. SEIFFERT, G. RADNITZKY (ed.), Handlexikon zur Wissens-
chaftstheorie, München, 1989, p. 231.
126
Cfr. el artículo Norm en Historisches Wörterbuch der Philosophie (v. 6.,
Basel, 1984), columnas 906 y ss.
LAS NORMAS MORALES 335
127
Cfr. también sobre esta temática W. KLUXEN, Ethik des Ethos.
128
Cfr. el interesante capítulo sobre «Cultural Relativism» en H. ARKES, First
Things. An Inquiry into the First Principles of Morals and Justice, Princeton, 1986,
pp. 134-158, especialmente pp. 148 y ss.
336 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
129
Esta es la opinión de M. WALZER, Spheres of Justice. A Defence of Plura-
lism and Equality, Oxford, 1983, pp. 313-315.
130
Así, la praxis de la poligamia posee en las sociedades musulmanas la fun-
ción originaria de ejercitar la solidaridad frente a las mujeres que han quedado so-
las, la mayoría de las veces por haber enviudado a causa de acciones bélicas. La fa-
milia polígama es por ello una institución de ayuda social de enorme relevancia.
Pero, ciertamente, lo es a costa de otros principios morales de la comunidad matri-
monial, de los cuales el de igualdad entre varón y mujer no es el menos importante
(piénsese en la dependencia de las mujeres respecto de los varones que de esa forma
se institucionaliza).
LAS NORMAS MORALES 337
131
Cfr. I-II, q. 120, a. 1.
132
Cfr. como ejemplo típico R. BRANDT, «Some Merits of One Form of Rule-
Utilitarianism» en University of Colorado Studies in Philosophy 3 (1967), pp. 39-
65, así como J. RAWLS, «Two Concepts of Rules» en The Philosophical Review 64
(1955), pp. 3-32. (Ambos autores han modificado esencialmente sus posiciones
más tarde, si bien ello no es aquí de importancia).
338 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
133
Cfr. B. SCHÜLLER, Die Begründung sittlicher Urteile, pp. 290 y ss. Para
una crítica al respecto: M. RHONHEIMER, Natur als Grundlage der Moral, pp. 308 y
ss. y Menschliches Handeln und seine Moralität. Zur Begründung sittlicher Nor-
men en M. RHONHEIMER, A. LAUN, T. GORITSCHEWA, W. MIXA, Ethos und Mens-
chenbild. Zur Überwindung der Krise der Moral, St. Ottilien, 1989, pp. 76 y ss.
También existen utilitaristas de actos, como J. J. C. SMART, que están plenamente
dispuestos a justificar un asesinato judicial; cfr. de este último autor: An outline of a
system of utilitarian ethics en J. J. C. SMART & B. WILLIAMS, Utilitarianism for &
against, Cambridge, 1973, pp. 3-74, sobre todo pp. 69 y ss.
134
Cfr. T. HOBBES, Leviathan, cap. 15.
135
La expresión está tomada de W. KORFF, Norm und Sittlichkeit, p. 9.
LAS NORMAS MORALES 339
136
Así en F. FURGER, Einführung in die Moraltheologie, Darsmtadt, 1988, pp.
97 y ss.
137
Por ejmplo W. KORFF, Wie kann der Mensch glücken? Perspektiven der
Ethik, München, 1985, pp. 13 y ss.
340 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
138
A favor de lo contrario aboga G. VIRT, Epikie— verantwortlicher Umgang
mit Normen. Eine historisch-systematische Untersuchung zu Aristoteles, Thomas
von Aquin und Franz Suarez, Mainz, 1983. Ciertamente, la posición de Virt se
apoya en una consecuente ética de normas.
LAS NORMAS MORALES 341
139
Una crítica justificada y estimulante, por más que las soluciones que pro-
pone sean poco satisfactorias, es la ofrecida por E. L. PINCOFFS, Quandaries and
Virtues. Against Reductivism in Ethics, Lawrence, Kansas, 1986 (sobre todo el capí-
tulo 2: «Quandary Ethics»).
140
Cfr. el artículo Pflichtenkollision de M. FORSCHNER en O. HÖFFE (ed.), Le-
xikon der Ethik, München, 1986, 3.ª ed., pp. 192-193 (traducción al español: Dic-
cionario de ética, trad. de J. Vigil, Crítica, Barcelona, 1994). Los conflictos de de-
beres se presentan ahí como «conflictos de normas», lo que lleva necesariamente a
entender la ética de virtudes clásica como un sistema u «orden de bienes y deberes
jerárquicamente estructurado» (p. 193).
342 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
141
D. M. PRÜMMER, Manuale Theologiae Moralis secundum principia S. Tho-
mae Aquinatis (1915), Freiburg im Breisgau, 1961, 15.ª ed., I, nº 99: «De natura et
divisione moralitatis», pp. 67 y ss.
344 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
nido en esa expresión lingüística». Ahora bien, «Te prometo que ma-
ñana te mataré» es sin duda una declaración que produce en el inter-
locutor una expectativa cierta, pero no se trata de una promesa, sino
de una amenaza o de la comunicación de un propósito. «Llegaré ma-
ñana en el tren de las nueve» también pone al interlocutor en condi-
ciones de estar seguro... etc., pero solamente se trata de una comuni-
cación. «Poner a alguien en condiciones de estar seguro...» no es por
tanto, en modo alguno, la descripción de una promesa, sino sólo la
descripción de la causación de un estado de cosas (psíquico) me-
diante un acto de habla. En todos esos casos también se podría decir:
«Puedes tener la certeza de que yo...». La causación de ese estado de
cosas puede caer bajo descripciones intencionales enteramente dife-
rentes, es decir, es posible querer decir con ello cosas completa-
mente distintas. «Puedes tener la certeza de que llegaré mañana en el
tren de las nueve» podría ser una promesa. Lo decisivo es exacta-
mente esto: ¿qué significa «te prometo llegar mañana en el tren de
las nueve»? Quiere decir precisamente «poner a alguien en condi-
ciones de estar seguro de que...» de una forma muy concreta, a sa-
ber, de forma que se le concede un derecho a ello. La «seguridad» se
basa por tanto en la expectativa de que el hablante obrará conforme
a la justicia en el marco de lo que quepa exigir. Sólo esta es la iden-
tidad intencional de la acción «prometer algo», y a ella se refiere la
norma «Se deben cumplir las promesas».
Cuando una persona A promete a una persona B hacer x, el «para
qué» intencional de esa acción consiste en establecer una relación
de justicia entre A y B referida a que A haga x. El cumplimiento de
la promesa (hacer x) es por tanto un acto de justicia. Por eso mismo,
ninguna persona A puede conceder a una persona B un derecho a
que ella, A, cometa una injusticia. Y por ello ninguna persona B
puede reivindicar un derecho a que A haga cosas injustas.
En consecuencia, la promesa de realizar una acción injusta a sa-
biendas es ya una acción injusta, y por tanto opuesta a la virtud de la
justicia. El incumplimiento de semejante promesa —por ejemplo
cuando se advierte el error— es por tanto la omisión de una acción
injusta, es decir, un acto de la virtud de la justicia. Por ello, no puede
ser injusto no cumplir la promesa.
En el caso de que alguien prometa algo injusto por error y se dé
cuenta a tiempo, se dará cuenta de que no iba a hacer lo que real-
mente quería: establecer una relación de justicia con otra persona.
Cumplir de todas formas la promesa sería naturalmente un acto de
injusticia al que esa otra persona no tiene derecho alguno; en deter-
346 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
142
Cfr. H. J. McCLOSKEY, «A Note on Utilitarian Punishment» en Mind 72
(1963), p. 599.
143
Cfr. I-II, q. 66, a. 7.
144
En el hecho de que también aquí es preciso utilizar la palabra «ladrón» (si
bien, de intento, la escribamos entre comillas) se muestra la limitación de nuestro
lenguaje, o su frecuente inadecuación para expresar con exactitud los fenómenos
morales. Esto lleva a que en el discurso sobre acciones morales se hable en esos ca-
sos de «excepciones». Considerando las cosas más de cerca, el carácter excepcional
está solamente en el plano del lenguaje. Así, pensamos que semejante «robo» en
realidad «en este caso concreto» y «excepcionalmente» no es tal. Por desgracia, se
abusa no poco de esta insuficiencia del lenguaje: un defecto en el que también los
teólogos morales incurren con frecuencia.
348 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
Ahora bien, para hablar de esos modos de actuar que siempre se de-
ben omitir (malos «en sí mismos» o per se) existen dos posibilidades:
(1) «Siempre se debe omitir» la elección y la realización de una
acción que sea objetivamente mala, por ejemplo injusta. Elegir una ac-
ción objetivamente mala implica una referencia intencional a ella, lo
que se opone al fin de una determinada virtud: por ejemplo el despre-
cio de un derecho de otra persona o no darle algo que se le debe. Por
ello se debe devolver siempre lo prestado en la medida en que la «de-
volución» sea aquí objetivamente un acto de justicia. Lo es en la mayor
parte de los casos, pero a causa de la contingencia, esto es, de la muta-
bilidad de la materia de la acción, no lo es siempre. Así pues, las nor-
mas de ese tipo son enunciados normativos adecuados sobre un acto
solamente ut in pluribus (en la mayoría de las ocasiones). Es decir: el
obrar físico «devolución de lo prestado» no posee la identidad inten-
cional de un acto de justicia (devolver a alguien lo suyo, lo que le co-
rresponde, lo que se le debe, aquello a lo que tiene derecho) siempre,
en todos los casos o en todas las circunstancias, y por ello no siempre
cae bajo la descripción (intencional) del modo de actuar con base en el
cual se formuló la norma «Se deben devolver los préstamos». Algo
análogo se aplica al robo y al cumplimiento de promesas y contratos.
Este «fracaso» de las normas en el caso concreto se deriva, como ya diji-
mos en el apartado anterior, de la imperfección de la formulación negativa,
LAS NORMAS MORALES 351
145
La posición de J. Fuchs, R.A. McCormick y otros criticada en mi trabajo
ya citado «Intentional Actions and the Meaning of Object: A reply to Richard Mc-
Cormick», olvida que «matar», en tanto que acto realizado por una persona —y no
352 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
en tanto que mero suceso— no puede ser descrito en modo alguno sin esa intencio-
nalidad (básica). De lo contrario, sólo se entendería «actuar» como la «causación
voluntaria de sucesos» (aquí: del suceso homicida), de modo que en ese caso sólo
se podría calificar moralmente el fin con vistas al cual se causa el suceso, mientras
que el acto mismo de «matar» quedaría por debajo de ese umbral.
LAS NORMAS MORALES 353
146
Acerca de lo que sigue, ver también las apreciaciones de J. M. FINNIS, Fun-
damentals of Ethics, pp. 127 y ss. Cfr. también Agnes HELLER, Beyond Justice, Ox-
ford, 1997, pp. 156 y ss. (traducción al español: Más allá de la justicia, trad. de J.
Vigil, Planeta-Agostini, Barcelona, 1994).
147
II-II, q. 108, a.4.
354 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
148
Cfr. R. A. McCORMICK, Notes on Moral Theology 1965 through 1980,
Lanham/London, 1981, p. 453. Ver en contra J. FINNIS, Fundamentals of Ethics,
pp. 127 y ss.
356 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
rás»149. Por ello, las normas referidas a estos dos tipos de acción son
diferentes150.
A decir verdad, con ello hemos solucionado el problema con-
creto que aquí se planteaba. La pregunta de si la imposición de la
pena de muerte guarda realmente correspondencia con la justicia se
debe distinguir de la pregunta acerca de si la posibilidad de que la
pena de muerte esté justificada sólo se puede pensar como excep-
ción a la norma «No matarás», de modo que, en ese caso, esta última
no sería una prohibición absoluta. La segunda pregunta —que es la
única que nos interesa aquí— se puede responder negativamente.
En efecto: en el caso de la pena de muerte estamos tan lejos de
una excepción a la prohibición de matar como en el caso de la impo-
sición de multas o de penas de cárcel lo estamos de una excepción a
la obligación de no tocar la propiedad o la libertad de otros. Quien
por tanto afirme que la pena de muerte no se puede fundamentar
igual que cualquier otro tipo de pena, a saber, como acto de justicia,
está diciendo implícitamente que «castigar» significa hacer una es-
pecie de excepción a normas morales generalmente válidas. Pero en
ese caso se está ya en preocupante cercanía de una teoría penal en la
que las penas no se ven en general como actos de justicia retributiva,
sino como «medidas útiles» enteramente independientes de la culpa
del castigado151.
Para que una pena de un tipo concreto pueda estar justificada,
tiene que ser proporcionada. Esto se aplica tanto a las multas y a la
privación de libertad como a la pena de muerte, es decir, a todas las
penas por igual. La proporcionalidad de la pena de muerte se mide
por la necesidad de la muerte del culpable para restablecer la justicia
y conservarla (convivencia de los hombres de conformidad con los
criterios de la justicia). Esto depende a su vez, en buena medida, de
149
Esta formulación tomada del Decálogo está entendida inequívocamente,
según indica su contexto, como un mandato dirigido a personas privadas. Pues el
Decálogo forma parte de la ley mosaica, en la que está prevista también la pena de
muerte.
150
A este respecto, cfr. de nuevo la cita de I-II, q. 1, a. 3, ad 3 ya aducida en el
apartado III, 4, c.
151
Cfr. J.-C. WOLF, Verhütung oder Vergeltung? Einführung in ethische Straf-
theorien, Freiburg-München, 1992, p. 39, donde la teoría penal utilitarista se pre-
senta como la superior. Wolf se niega a situar las teorías retributivas en el contexto
de la «justicia», toda vez que considera como una «barrera definitoria» ilegítima la
afirmación de que existe una conexión conceptual entre «pena» y «retribución»
(restablecimiento de la justicia) (ibidem, p. 52).
358 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
152
Cfr. H. HATTENHAUER, Europäische Rechtsgeschichte, Heidelberg, 1992,
p. 319 (acerca de la denominada «pena corporal aflictiva» en la Alta y Baja Edad
Media): «Aún no había penas seculares de cárcel. Por ello se necesitaban solucio-
nes sencillas. La más importante era matar al delincuente. Otras consistían en iden-
tificarle de una manera visible por todos o en expulsarle del país temporal o perma-
nentemente». La idea de que en determinados casos matar es de suyo una exigencia
de la justicia retributiva puede que sea más bien de origen moderno-racionalista:
quizá se trate de una legitimación a posteriori de una praxis punitiva que ya llevaba
largo tiempo sin poderse justificar, a diferencia de lo que sucedía en épocas anterio-
res, como la «solución sencilla».
153
A diferencia de lo que hace de modo ejemplar Agnes HELLER, op. cit. Tam-
bién, y por la misma razón, hay que estar de acuerdo con la rehabilitación que lleva
a cabo Ottfried HÖFFE, Kategorische Rechtsprinzipien. Ein Kontrapunkt der Mo-
derne, Frankfurt am Main, 1990, pp. 228 y ss., de la noción retributiva de pena man-
tenida por Kant, viendo en ella una legitimación de la pena sólo parcial, pero funda-
mental. En cambio, la exposición de J.-C. WOLF, op. cit., no hace justicia a los
mencionados dos niveles de las teorías retributivas.
LAS NORMAS MORALES 359
154
De la misma opinión, en lo que respecta al Derecho penal en general, es
Michael WALZER, Spheres of Justice, pp. 268-271.
155
Cfr. sobre estas cuestiones G. E. M. ANSCOMBE, War and Murder en The
Collected Philosophical Papers of G. E. M. Anscombe, v. III, Oxford, 1981, pp. 51-
61; T. NAGEL, War and Massacre en T. NAGEL, Mortal Questions, Cambridge, 1979,
pp. 53-74; J. FINNIS, J. BOYLE, G. GRISEZ, Nuclear Deterrence, Morality and Rea-
lism, Oxford, 1987.
156
Cfr. II-II, q. 64, a. 7.
360 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
157
Por regla general se añade la precisión de que es inmoral matar directa-
mente a un inocente. Cfr. ahora la encíclica Evangelium Vitae, de Juan Pablo II, de
25 de marzo de 1995, nº 57. Con todo, también en ella se encuentran formulaciones
que sustituyen la expresión «directamente» por la intencionalidad a que ella se re-
fiere, por ejemplo: «La decisión voluntaria de quitarle la vida a una persona ino-
cente es vergonzosa desde el punto de vista moral y nunca es lícita como fin ni
como medio para un buen fin» (ibidem).
LAS NORMAS MORALES 361
inocente quedaría totalmente privada de contenido. Por esa razón, aquí hemos
intentado desde el principio definir la prohibición del homicidio con indepen-
dencia de la categoría de «inocente» y basándola meramente en el análisis de
la acción intencional «matar». Esta es también la causa de que no tratemos
hasta más tarde el caso de la legítima defensa, que intencionalmente está es-
tructurado de manera totalmente distinta. Ciertamente, estas observaciones no
modifican en nada la validez de la formulación según la cual nunca puede es-
tar moralmente justificado matar a un inocente, pero podrían ayudar a hacerla
más nítida. Tan pronto se prescinda del caso de la legítima defensa y de la le-
gítima defensa colectiva («guerra justa») y se tengan en cuenta las menciona-
das dificultades, esa formulación de la norma es realmente la más útil.
Por esa razón es posible indicar contextos en los que una decla-
ración falsa voluntaria puede no ser una injusticia. Por ejemplo, en
un juego en el que precisamente se trate de engañar al contrincante y
en el que mentir forme parte de las reglas, nadie espera que el otro
diga la verdad, sino solamente que cumpla las reglas del juego, y las
declaraciones falsas forman parte de las mismas. La situación lúdica
ha modificado el contexto comunicativo. Por ello, las declaraciones
falsas efectuadas de conformidad con las reglas del juego no son una
injusticia. No se dirigen intencionalmente en modo alguno contra la
base comunicativa de la convivencia humana.
Otro caso similar es el de la información falsa o la comunica-
ción de datos engañosos en una situación de guerra (por ejemplo en
controles o en interrogatorios, para confundir al contrario sobre los
propios planes operativos o el emplazamiento de las tropas, o, más
aún, la falsificación de documentos). No se puede considerar a esas
acciones como vulneraciones de la comunidad comunicativa, dado
que en esos casos dicha comunidad no existe en modo alguno. Si es
lícito engañar mediante añagazas, maniobras de distracción, etc., no
se ve por qué no se puede hacerlo también mediante actos de habla.
Con todo, hay que precisar lo siguiente: sólo en tanto que entre enemigos
de guerra no existe una comunidad de convivencia humana, deja de haber
entre ellos la posibilidad de atentar contra la base comunicativa de esa convi-
vencia. Pero las personas que están en guerra entre sí siguen siendo «congé-
neres» en un sentido fundamental. La guerra es una situación excepcional, y
sólo está justificada hasta que se pueda restablecer la situación normal de
«paz». Esos hombres son por tanto miembros potenciales de una convivencia
social e interlocutores potenciales. Por ello, también en la guerra hay actos
que sirven al restablecimiento de la comunidad de comunicación, por ejem-
plo ofertas de negociación, indicadas acaso mediante una bandera blanca.
Emplear esa bandera para engañar sería por ello un atentado especialmente
grave contra la justicia comunicativa, y equivaldría a una mentira. Lo mismo
sucede con el abuso de todas las demás acciones comunicativas que posean
el mismo sentido. En este terreno los límites pueden ser muy cambiantes, y
puede haber zonas intermedias en las que no sepamos fácilmente a qué ate-
nernos.
LAS NORMAS MORALES 363
158
J. G. FICHTE, Über den Grund unseres Glaubens an eine göttliche Weltre-
gierung, pp. 185 y ss.
159
Cfr. el ensayo ya mencionado Sobre un pretendido derecho a mentir por fi-
lantropía.
160
G. W. F. HEGEL, Philosophie des Rechtes (con las lecciones de 1819/1820
como apéndice), ed. de D. Henrich, Frankfurt am Main, 1983, pp. 118-119.
364 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
cho» a una declaración verdadera. Kant lo niega, y nosotros con él. Pero tam-
bién se puede entender dicha máxima en el sentido de que la existencia de
ese derecho depende de la existencia de un contexto comunicativo. En ese
caso la objeción de Kant es inane. Por su parte, él se ve obligado a funda-
mentar la prohibición de la mentira al modo del utilitarismo de reglas, lo que
le lleva a decir consecuentemente que «con ciertas mentiras realmente no se
hace una injusticia a nadie», pero que se daña al principio de todo derecho y
por tanto a la humanidad, «lo que es mucho peor que cometer una injusticia
contra una persona concreta»161. Con ello, y paradójicamente, Kant está justi-
ficando precisamente la lógica consecuencialista del utilitarismo de reglas.
161
Cfr. I. KANT, Über ein vermeintes Recht aus Menschenliebe zu lügen, A
303 y 313 (IV, pp. 637 y s. y 642) (traducción al español: Sobre un pretendido dere-
cho a mentir por filantropía, trad. de J. M. Palacios, en KANT, I., Ideas para una
historia universal en clave cosmopolita y otros escritos sobre filosofía de la histo-
ria, Tecnos, Madrid, 1987).
LAS NORMAS MORALES 367
162
II-II, q. 110, a. 2.
368 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
163
Esto último sucede en mi opinión en el caso de la anticoncepción, para la
cual se puede formular por tanto una norma de acción prohibitiva absoluta. Sobre la
descripción del objeto de esta acción, ver más arriba el apartado III, 4, c; acerca de
la fundamentación de la norma, cfr. M. RHONHEIMER, Sexualität und Verantwor-
tung. En mi artículo «Empfängnisverhütung, Sexualverhalten und Menschenbild»
en Imago Hominis II, 1 (1995), pp. 145-152, se expone la misma argumentación de
forma más breve.
LAS NORMAS MORALES 369
164
Cfr. de nuevo Ch. SCHRÖER, Praktische Vernunft bei Thomas von Aquin,
p. 202 (ver la cita del apartado V, 1, f).
165
In II Sent., d. 38, q. 1, a. 4, ad 3.
372 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
166
Cfr. (también para lo que sigue) De virtutibus in communi, q. un., aa. 6 y 7.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 373
que regular lo que «cada vez es distinto». Con todo, no deja de ser
una regla, ya que de hecho pone de acuerdo eso que es «cada vez
distinto» con el apetito recto. Para ello no bastan los principios mis-
mos, lo «dado por naturaleza»; para cumplir realmente el principio
en la multiplicidad de lo práctico se necesita la concreción. Y esta es
la tarea de la razón que llamamos prudencia.
Podemos entender las éticas utilitaristas (del tipo que sean)
como teorías acerca de cómo se llega en determinadas situaciones a
decisiones «correctas» con entera independencia de que la voluntad
del agente sea buena o mala; la ética kantiana se puede entender, a
la inversa, como una teoría acerca de en qué condiciones es buena o
mala nuestra voluntad con entera independencia de cuál sea en una
determinada situación la decisión correcta a la hora de actuar. La
ética kantiana es una teoría (trascendental) de las condiciones de po-
sibilidad de una buena voluntad; el utilitarismo es una teoría del ac-
tuar correcto. De esta manera, una y otro se mueven en dos planos
diferentes, y nada tiene de sorprendente que se complementen per-
fectamente: un utilitarista puede ser simultáneamente kantiano, y un
kantiano utilitarista. Como ya vimos, Kant mismo, en su tratamiento
de la prohibición de la mentira, comienza procediendo al modo del
utilitarismo de reglas, para después elevar el seguimiento incondi-
cionado de la norma así obtenida a la categoría de condición última
de la moralidad de la voluntad (un plano del que las fundamentacio-
nes utilitaristas sencillamente prescinden).
Así pues, en esos dos casos se ha separado la teoría sobre la bon-
dad de la voluntad de la teoría sobre la corrección del actuar. La
modernidad siempre necesita para la ética al menos dos teorías dis-
pares, que después hay que combinar para poder entender el con-
junto. En cambio, la ética clásica de virtudes se caracteriza por reu-
nir en una sola operación la bondad de la voluntad y la corrección
del actuar. Al precio, ciertamente, de no poder ofrecer soluciones
inequívocas para problemas de decisión concretos167. Es una ciencia
de esbozos. No en vano pertenece a la noción de virtud moral refe-
rirse a aquello que «es distinto en cada caso».
Pero al mismo tiempo la virtud moral ata eso que es «siempre
167
En esta dirección apuntan las excelentes exposiciones de E. D. PELLE-
GRINO, Der tugendhafte Arzt und die Ethik der Medizin, en: H.-M. SASS (ed.), Me-
dizin und Ethik, Stuttgart, 1989, pp. 40-68. Algo parecido se puede decir de los tra-
bajos de Hans JONAS (cfr. por ejemplo en el mismo volumen: Humanexperimente,
pp. 232-253).
374 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
168
H. LÜBBE, Moral und Philosophie der Moral en Der Mensch und die Wis-
senschaften vom Menschen (ponencias presentadas en el XII Congreso Alemán de
Filosofía, celebrado en Innsbruck entre el 29 de septiembre y el 3 de octubre de
1981), Innsbruck, 1983, pp. 545-555, especialmente p. 545.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 375
169
La noción de «validez prima facie» de los deberes procede de W. D. ROSS,
The Right and the Good.
376 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
170
Cfr. B. SCHÜLLER, Die Quellen der Moralität.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 377
171
Cfr. a este respecto la siguiente formulación de la encíclica Veritatis splen-
dor de 6 de agosto de 1993, nº 79: «Así pues, hay que rechazar la tesis, caracterís-
tica de las teorías teleológicas y proporcionalistas, según la cual sería imposible
cualificar como moralmente mala según su especie —su «objeto»— la elección de-
liberada de algunos comportamientos o actos determinados prescindiendo de la in-
tención por la que la elección es hecha o de la totalidad de las consecuencias pre-
visibles de aquel acto para todas las personas interesadas». Cfr. sobre este punto
M. RHONHEIMER, ««Intrinsically Evil Acts» and the Moral Viewpoint: Clarifying a
Central Teaching of Veritatis splendor».
172
La categoría de «relación moral» y de las responsabilidades basadas en
esas relaciones morales ha sido desarrollada muy bien por R. SPAEMANN, «Wer hat
wofür Verantwortung? Zum Streit um deontologische oder teleologische Ethik» en
Herder Korrespondez 36(1982), pp. 345-350 y 403-408. Las subsiguientes críticas
de A. ELSÄSSER, F. FURGER y P. MÜLLER-GOLDKUHLE (ibidem, pp. 509 y ss., 603 y
ss., 606 y ss.) no entraron a discutir la idea central de Spaemann, como él mismo
tuvo que hacer notar en su réplica (ibidem 37 (1983), pp. 79-84).Cfr. también E.
SCHOCKENHOFF, Naturrecht und Menschenwürde, pp. 209 y ss., apoyado en A. GE-
WIRTH, Are there any Absolute Rights? en ID., Human Rights. Essays on Justifica-
tion and Aplication, Chicago, 1982, pp. 218-233, también in J. WALDRON (ed.),
Theories of Rights, Oxford, 1984, pp. 91-109.
378 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
173
Cfr. este ejemplo en I-II, q. 19, a. 10.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 379
quedan saciadas del modo que andamos buscando en tanto que que-
remos ser felices. La pregunta de la moral nunca es sencillamente:
¿qué debo hacer? ¿qué modo de actuar es aquí y ahora el correcto?
Estas preguntas son sin duda preguntas de la ética y de la moral, pero
son posteriores y están subordinadas a la pregunta primera y deci-
siva: ¿qué tipo de persona soy o en qué tipo de persona me convierto
cuando hago esto o aquello, es decir, cuando lo elijo voluntaria-
mente? ¿A qué me dirijo, a qué apunta mi vida como un todo cuando
hago u omito esta o aquella acción?
La bondad moral es algo más que la mera bondad debida al he-
cho de ser un hombre existente: desde el punto de vista metafísico es
un ser accidental (que se añade), pero en la perspectiva del bien es la
auténtica bondad en virtud de la cual decimos de una persona que es
una buena persona. En tanto que sujetos (agentes) morales nos hace-
mos, o somos, aquello a lo que tendemos y aquello que hacemos en
virtud de nuestras tendencias. De nada le serviría al hombre hacer
mejor el mundo entero si él mismo no fuese o se hiciese una buena
persona. En realidad, no haría mejor el mundo en modo alguno. Pues
un mundo sin personas de buena voluntad —sin «buenas perso-
nas»— no es un buen mundo.
Esto suena muy rebuscado, ya que se podría pensar —y los au-
tores utilitaristas así lo piensan realmente— que al cabo se es una
buena persona precisamente en tanto en cuanto se intenta hacer que
el mundo sea mejor. Sin embargo, esa objeción pasaría por alto el
punto central: sólo podemos tender al bien para el mundo, para la
sociedad, y, en suma, para nuestros semejantes, persiguiéndolo y co-
laborando en su consecución, en la medida en que nosotros mismos
vayamos ya en pos de lo «bueno para el hombre». Y vamos en su
pos solamente cuando empezamos planteándonos la pregunta: ¿qué
es lo en verdad bueno para mí? Es imposible querer bien a los demás
cuando no sabemos en qué consiste nuestro bien. Pues originaria-
mente —también cognitivamente— no nos referimos a los demás
como a otros en sentido absoluto, sino como «nuestros iguales», y
por tanto como «otros yo» (quizá también Emmanuel Levinas lo
haya pasado por alto). El mandato «Ama a tu prójimo como a ti
mismo», o la regla de oro, no son trivialidades; más bien constituyen
—prescindiendo ahora de su función parenética— la ley cognitiva
estructural de la razón práctica.
La formación de la virtud moral mediante la razón práctica que
determina la acción en esta perspectiva de la moral nos lleva a for-
mular algunas estructuras fundamentales de la «ética del juicio de
380 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
b) Prudencia y competencia
174
A. MACINTYRE, After Virtue, pp. 154 y s.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 381
175
Sobre el tema «consecuencias de la acción» cfr. también R. SPAEMANN,
Glück und Wohlwollen, pp. 186 y ss.
176
Cfr. (también para lo que sigue) M. RHONHEIMER, Gut und böse oder rich-
tig und falsch— was unterscheidet das Sittliche?, o la versión ampliada: Ethik-Han-
deln-Sittlichkeit. Zur sittlichen Dimension menschlichen Tuns.
177
G. W. F. HEGEL, Grundlinien der Philosophie des Rechts, § 140.
382 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
178
Ibidem.
179
Ibidem.
180
La traducción es conforme al sentido, pero se aparta un poco del texto ori-
ginal italiano; cfr. N. MACHIAVELLI, Il Principe e altre opere politiche, Milano,
1987, p. 61: «... onde è necessario a uno principe, volendosi mantenere, imparare a
potere essere non buono, et usarlo e non usare secondo la necessità...»
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 383
181
Cfr. por ejemplo B. SCHÜLLER, Der gute Zweck und die schlechten Mittel
en B. SCHÜLLER, Der menschliche Mensch. Aufsätze zur Metaethik und zur Spra-
che der Moral, Düsseldorf, 1982, pp. 148-155.
182
A diferencia del escrito de encargo Il principe, los Discorsi, la auténtica
obra central de Maquiavelo, ofrecen una visión de las cosas más matizada; cfr.
Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio (ed. G. Sasso y G. Inglese), Milano,
1984, por ejemplo el capítulo 26 (p. 121), así como el capítulo 9 (pp. 85 y ss.).
Cfr. también H. MÜNKLER, Machiavelli. Die Begründung des politischen Den-
kens der Neuzeit aus der Krise der Republik Florenz, Frankfurt am Main, 1982 y
1984.
384 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
183
Cfr. a este respecto R. SPAEMANN, Über den Begriff der Menschenwürde
en Das Natürliche und das Vernünftige. Aufsätze zur Anthropologie, München,
1987, pp. 77-106 (traducción al español: Lo natural y lo racional, trad. de D. Inne-
rarity y J. Olmo, Rialp, Madrid, 1989).
184
Cfr. por ejemplo S. ERNST, «Hat die autonome und telelologische Ethik die
Objektivität sittlichen Handelns vergessen? Marginalien zu M. Rhonheimers Buch
«Natur als Grundlage der Moral»» en Theologie und Glaube 78 (1988), pp. 80-89,
y mi réplica: ««Natur als Grundlage der Moral»: Nichts als Spiegelfechterei?», ibi-
dem, 79 (1989), pp. 69-83. Lo que sigue puede valer como respuesta a la contrarré-
plica de Ernst (ibidem, pp. 84-87).
386 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
185
I-II, q. 18, a. 10.
186
Ibidem.
187
Ibidem, q. 18, a. 5, ad 4.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 387
188
T. NISTERS, Akzidentien der Praxis. Thomas von Aquins Lehre von den
Umständen menschlichen Handelns, Freiburg-München, 1992, hace referencia a la
problemática análoga de la definición de la acción y de la imputación de culpa en el
terreno de la ciencia jurídica. Este estudio da gran importancia a la plasticidad de
las definiciones de la acción, lo que es una peculiaridad de las éticas de virtudes
(cfr. p. 189).
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 389
189
B. SCHÜLLER, Die Begründung sittlicher Urteile, p. 290.
190
Ciertamente, en una argumentación consecuencialista se podría «ampliar»
el objeto todavía más y hacer valer por ejemplo que la colaboración con la ocupa-
ción implícita en la «acción de salvar vidas» de Touvier contribuyó a apoyar el régi-
men nazi en Francia y a debilitar a la Resistencia, lo que a largo plazo le costó la
vida a todavía más judíos, de manera por esa razón hubiese sido más correcto abste-
nerse de matar a los siete inocentes, etc. En el siguiente apartado veremos cómo
esta estructura argumentativa es cuestionable ya en el nivel de los principios en que
se asienta, y cómo redefine los modos de actuar de manera más bien arbitraria.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 391
191
Para una discusión detallada de estos ejemplos, ver M. RHONHEIMER, Na-
tur als Grundlage der Moral, pp. 355 y ss.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 393
192
Sin embargo, los fetos humanos se deben considerar no sólo como perso-
nas potenciales, sino como personas; cfr. R. SPAEMANN, Sind alle Menschen Per-
sonen? Über neue philosophische Rechtfertigungen der Lebensvernichtung en
J.-P. STÜSSEL (ed.), Tüchtig oder tot. Die Entsorgung des Leidens, Freiburg im
Breisgau, 1991, pp. 133-147 (ligeramente modificado bajo el título: Person ist der
394 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
Mensch selbst, nicht ein bestimmter Zustand des Menschen en H. THOMAS (ed.),
Menschlichkeit der Medizin, Herford, 1993, pp. 261-276); G. P ÖLTNER, Achtung
der Würde und Schutz von Interessen en J. BONELLI (ed.), Der Mensch als Mitte
und Maßstab der Medizin, pp. 3-32; L. HONNEFELDER, «Der Streit um die Person in
der Ethik» en Philosophisches Jahrbuch 100 (1993), pp. 246-265; M. RHONHEI-
MER, Absolute Herrschaft der Geborenen? Anatomie und Kritik der Argumentation
von Norbert Hoersters «Abtreibung im sekulären Staat», IMABE-Studie Nr. 4,
Wien 1995 (trad. ital. en Etica della procreazione); S. SCHWARZ, Die verratene
Menschenwürde. Abtreibung als philosophisches Problem, Köln, 1992.
193
Un embarazo ectópico (por ejemplo un embarazo en las trompas de Falo-
pio), o la aparición de hemorragias en el útero en el estadio extremo, pueden llegar
a ser en determinadas circunstancias otros «casos límite». Con todo, también enton-
ces existen alternativas para salvar la vida del hijo, e incluso la de la madre y la del
hijo.
194
Sobre los problemas que implica argumentar con casos límite, cfr. RHON-
HEIMER, M., Natur als Grundlage der Moral, pp. 362 y ss. Ver también B. WI-
LLIAMS, A Critique of Utilitarianism en J. J. C. SMART & B. WILLIAMS, Utilitaria-
nism, For & Against, Cambridge, 1973, pp. 75-150.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 395
195
II-II, q. 64, a. 7.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 397
neral del hecho de que el acto de defensa propia suele ser un acto reflejo ca-
racterizado, más que por la razón y el cálculo, por el miedo, esto es, por la
huida instintiva de un mal. La desproporción del empleo de violencia no es
más que un criterio de valoración externo. Lo decisivo es qué sucede en el
corazón del hombre.
196
La distinción entre características «teleológicas» y características «no te-
leológicas» de una argumentación ética procede de C. D. BROAD, «Some of the
Main Problems of Ethics» en Philosophy XXI (1946). Reeditado últimamente en C.
D. BROAD, Broad’s Critical Essays in Moral Philosophy, ed. de D. R. Cheney, Lon-
don-New York, 1971, pp. 223-246. A Broad le parece sencillamente evidente que
una ética que funda la «obligación» en el «bien» es consecuencialista; cfr. también
su libro anterior Five Types of Ethical Theory, London, 1930, p. 278. El término
«consecuencialismo» procede de G. E. M. ANSCOMBE, Modern Moral Philosophy.
El término «proporcionalismo» caracteriza un tipo de éticas consecuencialistas
cuya estructura argumentativa consiste esencialmente en afirmar que al actuar es lí-
cito producir directamente «males físicos» (por ejemplo la amputación de una
pierna o la muerte de una persona) siempre y cuando su producción no sea como tal
el fin de la acción y en el conjunto de la acción, o de sus consecuencias previsibles,
parezca estar justificada por un motivo proporcionado («proportionate reason»); el
método es, como sucede generalmente en el consecuencialismo, una ponderación
de bienes. En el caso de la amputación de una pierna, este modo de argumentar es
evidente sin más; en el caso del homicidio ya se hace más problemático.
197
Acerca de la diferencia entre los términos «utilitarismo», «consecuencia-
lismo», «proporcionalismo» y «ética teleológica», cfr. también J.M. FINNIS, Funda-
mentals of Ethics, pp. 81-86.
198
La noción de «eventismo» está tomada de A. W. MÜLLER, «Unrecht-Tun,
Unrecht-Leiden und Utilitarismus» en Ratio 19 (1977), pp. 105-120; especialmente
pp. 107 y ss. La tesis de que «eventismo» es solamente un «nuevo nombre para la
posición a la que comúnmente se denomina «ética de los resultados»» no me parece
acertada (W. WOLBERT, Vom Nutzen der Gerechtigkeit, Freiburg/CH und Freiburg
im Breisgau, 1992, p. 81), puesto que la perspectiva de la «ética de los resultados»
no es la de los juicios de acción, sino la de juicios sobre acciones (a posteriori).
400 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
199
B. WILLIAMS, A Critique of Utilitarianism, pp. 93 y s.
200
Ibidem, p. 94.
201
El análisis de Williams de la Negative Responsibility como característica
del consecuencialismo sigue siendo controvertido en el área anglosajona, y como es
natural fue rechazado especialmente por los autores consecuencialistas, que una y
otra vez, precisamente en la discusión bioética sobre la diferencia (para los conse-
cuencialistas: sobre la no diferencia) entre «matar» y «dejar morir», tratan de de-
mostrar la identidad por principio entre hacer y omitir. De modo representativo de
muchas otras aportaciones a este debate, cfr. por ejemplo J. HARRIS, «Williams on
Negative Responsibility and Integrity» en The Philosophical Quarterly 24 (1974),
pp. 265-273; J. GLOVER y M. SCOTT-TAGGART, «It Makes No Difference Whether
or not I Do It» en Proceedings of the Aristotelian Society, suppl. vol. XLIX (1975),
pp. 171-209; N. DAVIS, «Utilitarismus und Verantwortlichkeit» en Ratio 22 (1980),
pp. 18-37. Una útil bibliografía acerca de este debate se ofrece en S. SCHEFFLER
(ed.), Consequentialism and its Critics, Oxford, 1988. Cfr. también B. STEINBOCK
(ed.), Killing and Letting Die, Englewood Cliffs, N.J., 1980 (el trabajo de J. RA-
CHELS, Active and Passive Euthanasia, pp. 63-68, es especialmente ilustrativo; en
él se aprecia, lo mismo que en el de J.-C. WOLF, «Aktive und passive Euthanasie»
en Archiv für Rechts- und Sozialphilosophie 79 (1993), pp. 393-415, cómo los re-
presentantes del consecuencialismo no operan con una noción de acción intencio-
nal, sino eventista).— Los críticos de la tesis de Williams suelen trivializar la posi-
ción que atacan presentándola como si no reconociese que puede haber omisiones
cuyas consecuencias tienen que ser consideradas igual que las de una acción propia.
Pero no es esa la tesis de Williams, la cual puede perfectamente reconocer omisio-
nes que en realidad son acciones (por ejemplo cuando se omite impedir a un niño
que juegue con un aparato eléctrico peligroso: de las consecuencias de este obrar
ajeno se es responsable). Según Williams, la concepción utilitarista tiende a elimi-
nar en general la diferencia entre obrar y omitir, entre el obrar propio y el ajeno, y
analiza la acción precisamente sobre esa base.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 401
202
La mencionada debilidad se encuentra en mi opinión en la crítica de la ética
teleológica que lleva a cabo E. SCHOCKENHOFF, Naturrecht und Menschenwürde, es-
pecialmente pp. 223-227 (una crítica que por lo demás es sumamente clarificadora y
útil). Este autor argumenta en buena medida basándose en la tesis, precisamente im-
pugnada por el consecuencialismo, de que en cada caso solamente somos responsa-
bles de nuestras propias acciones, y no también de aquellas que otros (por ejemplo
en un caso de chantaje) realizan a consecuencia de nuestras omisiones.
402 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
204
Cfr. la demostración de este aserto en M. RHONHEIMER, Menschliches
Handeln und seine Moralität, p. 83, así como R. SPAEMANN, Über den Begriff der
Menschenwürde.
205
C. D. BROAD, Some of the Main Problems of Ethics, p. 223.
406 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
206
Cfr. J. J. C. SMART, An outline of a system of utilitarian ethics, p. 68.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 407
Con todo, es importante subrayar que la pregunta «¿para qué sirve la mo-
ral?» se refiere solamente a la pregunta de para qué sirve que las personas se
comporten moralmente; apunta por tanto a la justificación de aquel conjunto
de propiedades, criterios o reglas de la conducta humana del que decimos
que es una «moral». Una vez que se ha respondido a esta pregunta diciendo
que su utilidad consiste en optimizar el estado del mundo, se puede seguir
preguntando para qué queremos eso. Se pueden dar diferentes respuestas:
por ejemplo la social-eudemonista (la mayor felicidad del mayor número),
que a su vez puede ser hedonista o no hedonista. También se puede dar una
respuesta teológica (es lo que hacen los teólogos morales adheridos al utilita-
rismo): se puede entender por ejemplo la optimización del estado del mundo
como la misión cristiana básica (lo que no es enteramente falso). Pero todo
esto en nada altera el hecho de que la «moral» misma, es decir, el conjunto
de criterios acerca de qué es lo que hace a nuestro actuar y a nuestra con-
ducta loable o reprensible, tiene que ser «útil» para optimizar el estado del
mundo. También el teólogo tiene aquí que plantearse la pregunta de si lo que
él entiende por moral es realmente una concepción adecuada de moral; la re-
ferencia a la dimensión teológica de la teleología última de todo actuar (amor
a Dios y al prójimo, seguimiento de Cristo, etc.) sirve aquí de bien poco.
207
En su réplica a la crítica de R. Spaemann al consecuencialismo, me parece
que B. Schüller pasa por alto que la crítica de Spaemann al concepto de «optimiza-
ción del estado global del mundo» está entendida como crítica a los criterios de ra-
cionalidad propuestos por el consecuencialismo para determinar la «corrección» de
las acciones, y no como crítica de la injustificada pretensión y esperanza de los «te-
leólogos universales» de optimizar realmente mediante su actuar el estado global
del mundo. Así, Schüller escribe: «¿Quién puede considerarse capaz de optimizar
con su actuar el “estado global del mundo”? Ciertamente, esta podría ser una razón
de por qué difícilmente se encontrará un autor que haya podido decidirse a hacerse
abogado de una causa tan desesperada». Cfr. B. SCHÜLLER, Das Muster einer
schlagenden Widerlegung des Utilitarismus en B. SCHÜLLER, Pluralismus in der
Ethik, Münster, 1988, p. 55.
208
P. KNAUER, «Fundamentalethik: Teleologische als deontologische Nor-
menbegründung» en Theologie und Philosophie 55 (1980), p. 333.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 411
209
Cfr. Ph. FOOT, Morality, Action and Outcome en T. HONDERICH (ed.), Mo-
rality and Objectivity. A Tribute to J.L. Mackie, London, 1985, p. 32.
210
Cfr. PLATÓN, Apología, 32c-e (traducción al español: Defensa de Sócrates,
trad. de M. Fernández Galiano, Gredos, Madrid, 1983).
412 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
211
Cfr. como un ejemplo contrario el caso mencionado en el apartado anterior
del colaboracionista Paul Touvier, quien, supuestamente para evitar el fusilamiento
de 93 judíos, mató preventivamente a siete y presentó esta acción en su defensa
como salvación de 93 vidas.
212
DEMÓCRITO, Fragmento B 45 en DIELS / KRANZ, Die Fragmente der Vor-
sokratiker, II, p. 156.
213
Cfr. con más detalle mis apreciaciones en Gut und Böse oder richtig und
falsch..., p. 70. Allí digo que en el marco del consecuencialismo la máxima de De-
mócrito es «infudamentable y en último término carente de sentido», pero esto pre-
cisamente en tanto que en ese marco no se puede justificar. No me parece que esto
contradiga mi opinión de que también la máxima de Demócrito se basa en una evi-
dencia últimamente infudamentable que en una ética consecuencialista ya no es efi-
caz en el plano del juicio de acción concreto (es decir, no tiene sitio en ella): la evi-
dencia de que «No hacer injusticias es mejor que hacer injusticias». Este principio
es evidente, pero en modo alguno trivial. Creo que sin embargo todo consecuencia-
lista diría que es tautológico, y que por ello no puede desempeñar cometido alguno
en el plano de los juicios de acción. Baste esto como respuesta al reproche de Wer-
ner Wolbert de que en mi crítica al consecuencialismo no soy «enteramente conse-
cuente» (cfr. W. WOLBERT, Vom Nutzen der Gerechtigkeit, p. 72, nota 13; cfr. tam-
bién p. 84).
214
Este es también el sentido que tiene el principio en la famosa conversación
de Sócrates con el joven Polo en el Gorgias de Platón.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 413
215
A. MÜLLER, Unrecht-Tun, Unrecht-Leiden und Utilitarismus, pp. 117 y ss.
216
Cfr. G. E. M. ANSCOMBE, Modern Moral Philosophy, p. 35.
414 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
217
Así, por ejemplo, B. SCHÜLLER, Die Begründung sittlicher Urteile, p. 285.
Sobre el fracaso de este intento, cfr. Natur als Grundlage der Moral, pp. 304 y ss.
218
Cfr. también L. HONNEFELDER, Natur als Handlungsprinzip, pp. 173 y s.
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 415
219
La posición de Keenan a este respecto, ya citada anteriormente, es real-
mente extrema. Cfr. J. F. KEENAN, Die erworbenen Tugenden als richtige (nicht
gute) Lebensführung, donde el bien moral (a diferencia de lo meramente «co-
rrecto») se presenta como situado solamente en el plano del amor (sobrenatural).
220
N. HOERSTER, Utilitaristische Ethik und Verallgemeinerung, 2.ª ed., Frei-
burg-München, 1977, p. 15.
416 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
222
Cfr. R. M. HARE, Ethical theory and utilitarianism en A. SEN, B. WILLIAMS
(ed.), Utilitarianism and beyond, Cambridge, 1982, pp. 23-38, así como: R. M.
HARE, Moral Thinking. Its Levels, Methods and Point, Oxford, 1981, especialmente
pp. 44 y ss.
223
Cfr. H. SIDGWICK, The Methods of Ethics (1874), reimpresión de la 7.ª
ed. de 1907 con un prólogo de John Rawls, Indianapolis/Cambridge, 1982,
pp. 489 y ss.
418 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
guien que nos da las gracias por un favor lo hace porque quiere ani-
marnos a que sigamos siendo amables con él en el futuro, o porque
piensa que de esta manera sigue una regla que garantiza que las per-
sonas estén dispuestas, en general, a hacer el bien a sus semejantes.
Lo mismo sucedería si supiésemos que quienes nos rodean cumplen
sus promesas porque se sienten obligados a ello en virtud de una
práctica generalmente reconocida, dado que piensan que el manteni-
miento de esta práctica tiene mejores consecuencias que su no exis-
tencia. La relación de persona a persona se pierde por completo, y
todo se funcionaliza en una intentio obliqua. Además, como siempre
podrá haber conflictos entre esas reglas, no sabremos a qué regla se
van a atener los demás en un momento dado. Y por esa misma razón
tampoco podremos saber nunca qué están haciendo realmente.
Cuando alguien nos agradece algo, podría ser que en realidad no nos
estuviese animando a seguir haciéndole favores en el futuro, sino
que estuviese siguiendo la regla de que uno se debe conducir hacia
sus semejantes de manera que no tengan la impresión de que se tiene
un mal concepto de ellos.
Ahora bien, el agradecimiento es en realidad un acto de recono-
cimiento de la benevolencia de los demás hacia nosotros y una res-
puesta a ella: un acto de justicia retributiva. Por ello, la benevolencia
y el agradecimiento llevan a la amistad entre las personas. Con base
en el utilitarismo esta última no sería posible: la inclusión en el
cálculo utilitarista de la benevolencia y el agradecimiento como con-
secuencias en realidad acabaría con ellos. El «agradecimiento» no
sería algo debido, y por tanto un acto de justicia, sino un medio para
adquirir amistad. Tan pronto yo sepa que el otro me da las gracias
para adquirir mi amistad, ya no puedo ser su amigo. Pues la amistad
es consecuencia del reconocimiento de mi benevolencia hacia los
demás. El agradecimiento como medio para adquirir amistad no es
un reconocimiento de mi benevolencia. Ya no es agradecimiento,
sino «labia» para conseguir algo. Y al revés: la ingratitud no es mala
porque impida la aparición de amistad —aunque de hecho tenga esta
consecuencia— sino porque es injusta.
Con ello no estamos queriendo decir que los consecuencialistas
afirmen que deberíamos comportarnos con arreglo al modelo ante-
rior. Lo único que queremos decir es lo siguiente: en el caso de que
la teoría consecuencialista reflejase adecuadamente la estructura del
actuar moral, tendríamos que comportarnos así ineludiblemente,
quisiésemos o no. Pero, naturalmente, sabemos que nuestras accio-
nes no se estructuran de esa manera. Y por ello lo que muestran las
ÉTICA DEL JUICIO DE ACCIÓN 419
g) Prudencia y conciencia
224
G. W. F. HEGEL, Grundlinien der Philosophie des Rechts, § 118.
225
Ibidem.
420 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
228
Acerca de la conciencia errónea, cfr. más arriba V, 2, b.
424 ESTRUCTURAS DE LA RACIONALIDAD
«El mejor estado posible del mundo»: con una mirada a él diri-
gida terminaba nuestro análisis de la «perspectiva de la moral». Y hay
que añadir en seguida: de ese mejor estado posible del mundo forma
parte por supuesto —o así lo esperamos al menos— nuestra propia fe-
licidad, el hecho de que se pueda decir que la vida de cada uno de los
que tenemos puestos los ojos en ese estado sea una vida «lograda».
Ahora bien, esa «vida lograda», esa felicidad ¿se consigue real-
mente, es realmente la felicidad a la que todos tendemos? La felici-
dad de esta vida, ¿no es siempre, según se dice, equívoca, frágil, du-
dosa, imperfecta... y corta?
De hecho, ya lo constatamos anteriormente: lo que la ética filo-
sófica es capaz de decir sobre las posibilidades de la vida humana y
de que esta llegue a ser una vida lograda —sobre la felicidad— es
siempre fragmentario: el deseo humano de felicidad empuja al hom-
bre a ir más allá de lo que le permiten sus posibilidades naturales.
Autocontención y sabia resignación parecen ser la última palabra a
este respecto, y lo que hay que evitar a cualquier precio es hacerse
falsas esperanzas.
La ética aristotélica, como también subrayamos, es plenamente
consciente de este carácter fragmentario de la existencia humana. Es
más: el hombre comparece ante ella como un ser enteramente inaca-
bado, si no incluso contradictorio, y todavía más cuestionable es lo
426 EPÍLOGO
propio del estoico; Aristóteles diría que no). Y sin embargo sigue en
pie, al menos pensando aristotélicamente, el hecho de que para ser
realmente feliz hay que tener suerte, y esto le es dado a pocos. Ade-
más, cuán frecuentemente sucede que quienes tienen suerte no son
en realidad felices, dado que no hacen el bien. Pues para ser feliz no
basta sencillamente con tener suerte.
Estamos así ante la siguiente paradoja: cuanto más perfecta es la
felicidad, más rara es, y ello —por incomprensible que parezca— ni
siquiera por propia culpa. Lo que se puede alcanzar siendo realistas
no es la felicidad y una vida lograda, sino únicamente un pálido re-
flejo de ella, marcado siempre por la esterilidad de nuestros esfuer-
zos, la casualidad, la inexorabilidad y —sobre todo— la fugacidad.
Quien se rebele contra esa contingencia de la existencia humana —y
Aristóteles no lo hace, lo que no es la más pequeña de las causas de
su grandeza— se convertirá en un ideólogo de vanas promesas, o se
resignará ante el hombre y lo reducirá todo a la libido, al estar arro-
jado, a ser un «ser para la muerte», a «el denominado mal», a la pro-
gramación genética, a las ventajas para la selección natural, a la ma-
ximización del placer o a otras cosas parecidas.
Ya lo dijimos antes: contra las falsas promesas y la resignación
existe el correctivo de la fe. Toda religión tiene esa función correc-
tora, y en este sentido es una praxis para dominar la contingencia.
Sin embargo, esta determinación funcional es un tanto miope, y tan
pronto planteemos la pregunta por la verdad se revela como falsa.
La pregunta por la verdad no es aquí meramente teórica, sino que
posee enorme relevancia práctica. Verdadera sólo puede serlo la fe
que de hecho lleve a la razón práctica a su plenitud, pero no una fe
útil o «funcional». De lo contrario, la religión no será más que un
placebo. Podrá ser útil, pero si es cierto que solamente la verdadera
fe puede llevar a la razón a su plenitud —y esto parece evidente:
pues la razón se dirige a la verdad— solamente la verdadera fe po-
drá proporcionar la verdadera felicidad. Quien por tanto declare
irrelevante la pregunta por la verdad de la fe religiosa y se conforme
con un placebo, estará declarando, cuando menos, que también la
función de verdad de la razón humana es obsoleta.
¿Qué sucede con la fe cristiana, y más concretamente con la mo-
ral cristiana? Algunas pinceladas incompletas pueden bastar aquí, en
este epílogo, para señalar por qué la moral cristiana no es en modo
alguno una amenaza para la moral que hemos mostrado desde una
razón puramente filosófica, y menos su anulación, sino más bien la
plenitud, incluso la salvación de la misma.
428 EPÍLOGO
a) Platón
b) Aristóteles
d) Kant
e) Otras obras
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Aristóteles, 16, 19, 21, 32, 41 y s.,
Böckle, F., 332
44, 52, 58 y ss., 63 y ss., 66-72,
Boecio, S., 78
74, 76, 79, 82, 88, 90, 94 y s.,
108, 109, 112 y s., 118, 122, 125 Bonelli, J., 33, 394
y s., 146, 152, 169, 172, 174, Boyle, J., 292, 359
180, 193, 199 y s., 204, 206, Bradley, F. H., 406
208, 209 y ss., 216 y s., 221 y ss., Brandt, R., 337
226 y ss., 230, 235, 240 y ss., Broad, C.D., 399, 401, 405, 407
245, 248 y s., 261 y s., 265, 266, Bubner, R., 107
267 y ss., 279, 307 y ss., 324,
325, 333, 426 y s. Caldera, R., 203
Arkes, H., 335 Cicerón, 230, 334
Armstrong, R. A., 297 Crowe, M. B., 312
450 ÍNDICE DE NOMBRES