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Una identidad para un estado-nación

Ignacio Telesca

¿Cómo pensar la identidad de un país que aún no existía? ¿Cómo pensar la identidad de una
comunidad que aún no era tal? Éste es el desafío central de este texto que quiere reflexionar y
preguntarse por lo que hoy es el Paraguay.

La identidad de los orígenes

Tradicionalmente se remontan los orígenes del Paraguay a tiempos de la conquista europea de


estas tierras. No hace mucho, en ocasión del quinto centenario del nacimiento de Irala, la Academia
Paraguaya de la Historia organizó un concurso de ensayos bajo el título «Domingo Martínez de
Irala, fundador de la nacionalidad paraguaya». Todo un ‘grito de guerra’, se podría decir, de una
manera de concebir la historia que no quiere dejar su posición dominante, aunque no hegemónica,
en el mundo historiográfico.
Irala continúa siendo para una gran mayoría de la población el padre de la nación. Y no sólo en un
sentido simbólico, ¡sino también biológico! Se le atribuye a él -además de haber contribuido a- dar
rienda suelta al deseo desenfrenado de sus varones. No sólo dio el visto bueno a que los europeos
se juntasen con mujeres indígenas, sino también hizo la vista gorda si dicho relacionamiento era
no sólo con una mujer, o dos, o tres,…, o las que fueran.
Más allá de esta mirada machista de la historia, en donde la mujer sólo tenía la función de saciar
un apetito sexual del varón y donde la ética se dejaba a un lado con tal de poblar una comarca, ya
se sabe que tras el uso y abuso de la mujer se ocultaba una necesidad económica. Las mujeres eran
fundamentalmente, aunque no solamente, explotadas económicamente. Ellas eran las que les
trabajan las chacras a los nuevos pobladores.
Cierto es que dentro de la cultura guaraní ese era el rol que le cabía a la mujer, pero no hace falta
insistir, y las mujeres lo tenían muy claro (al punto que muchas prefería suicidarse), que no se
encontraban dentro de su cultura guaraní, sino en una muy diferente, dentro de una cultura de
expoliación.
Pero más allá de esta situación, historiográficamente ya aceptada (aunque como se vio no faltan
quienes se aferran a viejas posturas), lo importante también es reflexionar sobre si se puede hablar
del Paraguay como una unidad ante esta realidad. Es claro que los conquistadores venían no a
fundar un nuevo reino sino a extender el que los vio nacer; que ni siquiera era una cuestión
nacionalista (casi impensable en esa época) sino ese afán de progreso económico, del querer más,
lo que motivó a una pléyade de personas abalanzarse ‘plus ultra’.
No sólo que no tenían esa intención de fundar un nuevo reino, sino que aunque hubiese habido
algo de eso, no era justamente en el hoy Paraguay que ellos estaban pensando sino en el famoso
Dorado, lo que resultó ser la Sierra del Potosí. Y llegaron allí, pero para enterarse que no fueron
los primeros, que llegaron tarde. Es ahí que la decisión de irse o quedarse comienza a plantearse.
Muchos se fueron, pocos se quedaron, ningún otro llegaría.
Por un lado se dieron cuenta que la sola explotación de la mano de obra femenina ya no alcanzaba
sino para sobrevivir y se organiza el sistema de encomienda para someter, domesticar y explotar
la mano de obra masculina, y en cierta medida la familiar. Las órdenes religiosas también, a su
modo, contribuirán a dicho proceso. Hacia fines del siglo XVI se crean los pueblos de indios,
justamente para ordenar y mejor controlar a las comunidades indígenas.
Y acá se tendría que abrir un paréntesis para reflexionar sobre los pueblos indígenas guaraníes. Al
fin de cuentas, ¿ellos forman parte del Paraguay? A lo mejor puede resultar una pregunta necia, ya
que si se insiste en que no se puede hablar del Paraguay, ¿cómo querer aplicar dicho término a los
pueblos indígenas? Ciertamente es correcto dicho pensamiento, pero a donde apunta la pregunta
es al cómo considerar a los explotados, a los sometidos, a los excluidos.
Éste será un tema que volverá a flote constantemente porque la actitud tradicional es asumirlos
como ‘paraguayos’, pero tanto y en cuanto dejen de ser indígenas. El ser paraguayo implicará
(implica) el que la otra persona deje de reconocerse como indígena, o como afrodescendiente. Pero
no en cuanto a color de piel -y siempre se quiere caer en la tentación de lo fenotípico, si hay negros,
si no hay, etc.- sino en esa cuestión de identidad, del ser y auto reconocerse como indígena, como
afrodescendiente.
Cerrando el paréntesis y volviendo a lo que pasó tras los primeros años, en especial tras darse
cuenta que el camino al Dorado, ya no era un camino posible. Se tiene por un lado que los que
optaron por quedarse organizaron a las comunidades indígenas en los famosos ‘pueblos de indios’.
Pero esta mano de obra explotable no alcanzaba para todos, además que en las primeras
reparticiones sacaron ventaja los que estaban con el poder. Los no -o poco- beneficiados salieron
a buscar nuevos aires y ahí se tiene esa explosión de fundaciones de nuevos centros, que Bermejo,
que Santa Fe, que nuevamente Buenos Aires, que Jerez, que Ciudad Real, que la Villa Rica del
Espíritu Santo, y la lista sigue.
“Asunción, madre de ciudades”, es el lema que se suele escuchar y repetir. En cierta medida no se
puede negar que haya sido así, quizá lo que se puede poner en duda es ese deseo de ser la que
expande la ‘civilización’, sino más bien la que expulsa a los que ya no tienen cabida. Y entre estos
últimos ese encuentra un grupo nuevo, el de los mancebos de la tierra. ¿Quiénes eran ellos?
En el Paraguay de hoy, el mestizaje es un tema central en la cuestión identitaria: Paraguay es una
nación mestiza. De más está decir, que no es esto lo que pensaban ni cómo se asumían los
mancebos de la tierra del siglo XVI (ni los del XVII, ni los del XVIII, ni siquiera los del XIX).
Para un nuevo vástago de una madre indígena y un padre europeo, no había opción alguna bajo
cual bandera militar. Ante la visión de una madre violada y dominada, con la familia de la madre,
si existía, encerrada en un pueblo de indios y sometida al régimen de encomienda, o ante un padre
europeo, dominante y poderoso, la elección caía de maduro.
Quizá la pregunta no es tanto por qué ellos optaban por seguir al padre y no a la madre, sino más
bien, porque los padres los asumían como de su propio estatus. La respuesta más sencilla es porque
no tenían otra alternativa. No tenían la posibilidad de optar por los hijos mestizos o los hijos tenidos
con europeas. La gran mayoría de los y las nacidas habían sido concebidas en los vientres
indígenas.
Esta asunción de una identidad europea a costa de la otra indígena, no fue gratuita ni dejó de tener
consecuencias para las nuevas generaciones, aunque resulta difícil poder rastrearlas. Estas nuevas
generaciones serán las que lleven adelante la vida y la existencia de la provincia que dependerá
del virreinato del Perú, con capital en Lima.
Esta lejanía del poder virreinal, sumado a lo pobreza reinante en las tierras del Paraguay, harán de
este lugar un destino poco atractivo para los nuevos deseosos de ‘hacerse la América’. No llegarán
más contingentes europeos a tierras paraguayas más allá de 1575. Y éste no es un dato para dejar
pasar sin reflexión. Paraguay se fue conformando con lo que había quedado. A partir de 1617
incluso Asunción deja de ser el centro de una gran provincia, la cual queda restringida al territorio
norte de los ríos Paraná y Bermejo; ni la villa de Corrientes le será propia. Cierto que le quedaba
aún la región del Guairá, rica en yerbales, la gran ‘mina’ del Paraguay. Pero ni un siglo podrán
usufructuar dichas tierras, ya que la expansión portuguesa hacia su oeste pronto obligó a estas
villas a comenzar su continuo traslado, o a desparecer. Es importante tener en cuenta esta realidad
geográfica. Mirando siempre desde Asunción, queda la impresión que la provincia fue cercenada,
como que alguien le quitó una parte que le correspondía. Si bien Asunción era la sede de gobierno
provincial, Hernandarias ya se pasaba la mayor parte del tiempo en las villas del sur, y sus días los
terminó no en la villa que lo vio nacer sino en donde sus intereses económicos se desarrollaron. Al
margen de los recorridos personales, lo que se quiere llamar la atención es que es muy difícil pensar
en una identidad común de todos los habitantes de las villas de esa basta provincia que se extendía
desde el hoy Mato Groso hasta Buenos Aires, y desde Santa Cruz de la Sierra hasta el hoy estado
brasileño de Paraná.

El Paraguay indígena

Para 1682, la provincia del Paraguay contaba sólo con dos villas, Asunción y Villa Rica del
Espíritu Santo ubicada ya en donde hoy la conocemos, y con dieciséis pueblos de indios. La
población no llegaba ni a las cuarenta mil personas. Cabría entonces preguntarse: ¿tenía esta
población algo en común que les pudiese dar una identidad definida?
A primera visto se podría responder que sí, tenían algo en común, el ser indígenas. El 80% de la
población de la provincia del Paraguay era indígena, y se debería aclarar, aunque parezca una
perogrullada, eran indígenas sometidos, explotados. Entre el restante 20% se encuentra un grupo
de afrodescendientes y el resto conformado por los descendientes de esos frutos concebido en el
siglo anterior, a los que hoy se quiere denominar como mestizos, pero que en esa época se
autoproclamaban españoles. La categoría de ‘mestizo’ nunca existió en el Paraguay colonial ni fue
utilizada por los censistas. Si bien ser indígena significaba ser explotado, ser español no significaba
de hecho ser económicamente poderoso, aunque sí jurídica y simbólicamente.
Pero hablar que el Paraguay era eminentemente indígena también es peligroso, porque no existía
sólo un pueblo indígena. La literatura suele referirse a los guaraníes como si fueran una unidad, lo
cual no es cierto (como no lo es cierto hoy). Dentro de esos dieciséis pueblos de indios que existían
para 1682 encontramos diversos pueblos indígenas, con culturas propias, que si bien eran
subsumidos por el sistema de encomienda y de ‘pueblos de indios’, no dejaban por cierto de
mantener sus particularidades.
Otro ítem que no puede dejarse de lado es la realidad de los pueblos bajo el control jesuítico (que
en 1682 eran siete y agrupaban más del 50% de la población total de la provincia). Si bien los
habitantes del pueblo de San Ignacio Guazú fueron encomendados a encomenderos particulares,
no pasó lo mismo con los subsiguientes pueblos fundados por la orden, sino que consiguieron que
los pueblos fuesen encomendados a la corona, es decir, se le pagaba a la corona directamente los
tributos, no a un encomendero. Sin lugar a dudas, esto hizo que la coerción económica y extra
económica de los indígenas fuera menor que la de los otros pueblos de indios, sin embargo, que
no se los haya explotado tanto, no significa que viviesen en un paraíso. Ocurre lo mismo con el
tema de la esclavitud. Ciertos autores, de la época y de la actualidad, se vanaglorian que la
esclavitud no haya sido en Paraguay tan tremenda como en las regiones del Caribe. Sin embargo,
se deja de lado pronto que nadie optaba ni por ser esclavo ni por ser encomendado y vivir en un
pueblo de indios; que no era una situación normal, y que haya sido más suave que, o más benigna
que, no implica que no haya sido una situación de dominación.
Volviendo al tema de la posible identidad que pudieran tener en común los habitantes de la
provincia del Paraguay a fines del siglo XVII, se suele indicar al idioma guaraní como lo
aglutinante, como el karaku del ser paraguayo. Sin lugar a dudas la población del Paraguay era
mayoritariamente monolingüe guaraní. Suele llamar la atención cómo la lengua del dominado
pudo imponerse a la del dominador. Quizá, se puede también adoptar una mirada menos romántica
y aceptar que la dominación incluyó hasta la misma lengua, que ni siquiera a los indígenas les
quedó ese refugio, sino que hasta algo tan central como la lengua también fue asumido por el
conquistador. No sólo se dominaron los cuerpos y las almas, sino también la lengua.
Lo que ocurre con la idea de ‘indígenas’ también se da con la lengua. No todos los pueblos
hablaban el mismo guaraní, ni el guaraní hablado en los pueblos era igual al de siglo y medio atrás.
La lengua fue cambiando, transformándose, fue reducida y fue dominada.
Avanzando con el siglo, se suele tomar la revuelta de los comuneros (1721-1735) como un
momento en que la identidad del Paraguay se solidifica, o la segunda cuna de la nacionalidad. Es
importante hacer notar, que al igual que la idea de nación mestiza, este recuperar la figura de los
comuneros no será sino una tarea bien tardía. De hecho, no se menciona a este acontecimiento en
ninguna de las actas de la independencia, a partir de 1811, ni en las fundamentaciones de Carlos
Antonio López en El Paraguayo Independiente, primer periódico en circular en el Paraguay,
creado fundamentalmente para defender la independencia nacional ante los embates anexionistas
de Juan Manuel de Rosas.
Las revueltas comuneras suelen ser parangonadas con sus antecedentes peninsulares de siglos
previos. Sin embargo, a más de que los contextos eran diversos, la realidad lo fue también. Las
revueltas en el Paraguay del siglo XVIII no comienzan sino como una tradicional lucha interna
entre la misma elite asuncena. No fue la primera vez, ni será la última, pero sí fue la que cobró
mayores dimensiones.
En el primer cuarto del siglo XVIII podemos identificar grosso modo dos grupos en la elite local,
el de los Ávalos y el de los Reyes Balmaceda. Al primero le cupo estar interinando en el gobierno
a principios de siglo, y adoptó una serie de medidas que afectaron económicamente a Reyes
Balmaceda. Este último entonces, asumió como estrategia primero la de formar parte del Cabildo
asunceno, ya que era el órgano del poder local, y segundo comprar el título de gobernador.
Ciertamente no lo podría haber hecho directamente, pero lo hizo en forma indirecta,
comprándoselo al que había sido designado para ser gobernador, un tal Antonio Victoria. Reyes
Balmaceda, al estar casado con una asuncena, no podría haber sido nombrado gobernador, pero
éste consiguió la autorización de parte del virrey de Lima. Al menos es lo que siempre dijo.
Una vez en el gobierno, Reyes comenzó a vengarse de sus enemigos al punto de poner preso a
Ávalos embargándoles sus bienes. Hubo protestas y éstas llegaron a la Audiencia de Charcas,
quienes enviaron a un oidor de dicha audiencia para averiguar si las denuncias eran ciertas. El
oidor fue Antequera y Castro. Éste traía a su vez una carta a ser abierta en el caso que encontrase
culpable a Reyes, en la cual estaba su designación como reemplazante en el gobierno.
Como podemos vislumbrar, todo es un enredo de poder y de poderosos locales, en donde la
Compañía de Jesús, no tenía aún ni parte. Reyes Balmaceda fue encontrado culpable y la cuestión
hubiese quedado como un hecho anecdótico si no fuera porque el virrey sostuvo en su puesto a
Reyes Balmaceda y les solicitó a los jesuitas que pusieran un ejército de indígenas misioneros para
acompañar a Reyes si éste lo necesitase. Vemos complicarse el caso al presentarse también un
conflicto de autoridad entre el virrey y la audiencia.
Lo que se inició como un conflicto intra-elite asuncena, se convirtió en un problema intra-elite
provincial. La Compañía de Jesús siempre fue el enemigo de los encomenderos, ambos grupos
luchaba por el dominio de la mano de obra indígena y ésta era la oportunidad que tenía la elite
local para deshacerse de su archienemigo al tiempo de justificar su acción de echar al gobernador.
De hecho uno de los pedidos del cabildo durante el conflicto será la expulsión de los religiosos y
que se repartan los indígenas en encomiendas.
Se sabe cómo terminó esta primera parte de las revueltas (1721-1725), la cual tres un período de
cinco años, en 1730, volvió a iniciarse. Esta segunda etapa es menos simple que la anterior de
comprender ya que estuvieron involucradas más personas del pueblo bajo, ‘cabos y soldados’.
Hubo un gobernador asesinado, un obispo de Buenos Aires gobernando por un par de meses, y
uno de los encomenderos más ricos, Cristóbal Domínguez de Ovelar, asumiendo el gobierno en el
último año. Si en esto se asemeja a la primera revuelta, los pedidos son más radicales que
previamente. Quien gobierna es la Junta General de los Naturales y se pide que los puestos no se
sigan vendiendo sino que estén destinados para los hijos de la provincia. Su mayor reclamo se
puede ver cuando solicitan también que los jesuitas sean expulsados de la provincia, pero ahora
que se lleven ellos sus indios, quedando la tierra para este colectivo.
Si nos detuvimos en estas revueltas antes de adentrarnos en nuestro tema, es porque esta última
etapa quizá señala un despertar de intereses comunes de un sector más amplio de la provincia, y
no sólo la elite encomendera. Sin embargo, hay ciertos tópicos que no se deben pasar por alto.
En primer lugar, que no es una revuelta paraguaya sin asuncena. Hasta después de la
independencia, no es la idea de nación como hoy la podemos llegar a entender la que predomina,
sino la de patria, y ésta última restringida a la villa de pertenencia. La patria será Asunción, la
patria será Villa Rica. De hecho, cuando se vota el acta del congreso de junio de 1811 en el que se
designa al Dr. Francia como diputado con voto de la provincia ante el Congreso General de Buenos
Aires (punto cuarto), los diputados de Villarrica, Curuguaty y Pilar (las otras villas existentes)
votaron a favor de lo propuesto por Mariano Molas «añadiendo solamente que siempre que la
excelentísima Junta de Buenos Aires juzgase necesario que la villa de su representación enviase
igualmente un diputado particular de su parte al Congreso General de las Provincias estaría su
República pronto a verificarlo» (¡y prestar atención al uso de la palabra república para referirse a
su propia villa!).
Regresando a las revueltas comuneras se tiene que entre uno de los requerimientos de la nueva
Junta General estaba el que los habitantes de Villa Rica se regresen a su ubicación antigua, o al
menos del otro lado del Manduvirá. Se incluyen también las razones: la de estar siempre con los
enemigos de los asuncenos. Lo que está en juego acá es el conflicto por el uso de los yerbales. Con
la nueva locación de Villa Rica a partir de 1682, los asuncenos se vieron restringidos en la
utilización de los minerales de yerba, que era a fin de cuentas la única salida económica con la
cual contaba la provincia.
Por otro lado, para comprender el impacto de las revueltas en la conformación identitaria, y esto
es importante no perderlo de vista, la composición demográfica no había variado mucho desde el
censo de 1682; es decir, la provincia del Paraguay estaba compuesta mayoritariamente por la
población indígena, y la población tenida como española, ya sea de encomenderos, ya sea de cabos
y soldados, era bien reducida. Por esta razón es que cabría preguntarse, cuando se toma al
levantamiento comunero como referencia nacionalista, ¿en qué Paraguay se está pensando? ¿Sobre
qué idea se quiere construir/imaginar/inventar el Paraguay?
Estas revueltas no generaron mayor cambio en la realidad socioeconómica de la provincia. La
pobreza seguía siendo su marca constitutiva. Los cambios que tendrán importancia futura vendrán
de la mano de la Compañía de Jesús. En la década de los ’40, del sigo XVIII, fundan San Joaquín
y San Estanislao y en 1760 Belén. Las primeras con población de origen guaraní, la última con
comunidades del pueblo mbayá.
Estas nuevas misiones han de durar poco tiempo en manos jesuíticas, pero son importantes porque
expanden la frontera de la provincia. Hasta las revueltas comuneras, el territorio controlado desde
Asunción no sobrepasaba el río Manduvirá al norte; al sur el Paraná fungía de límite, aunque las
misiones jesuíticas de ambos lados de dicho río caían bajo la jurisdicción del obispado asunceno;
al oeste el río Paraguay y hacia el este Villa Rica y Curuguaty (fundada en 1715 como enclave
yerbatero de los villarriqueños).
Con San Joaquín y San Estanislao se completa entonces esa línea imaginaria que va desde
Asunción hasta Curuguaty, asegurando las tierras al interior de esta marca, en especial los yerbales.
Con Belén, además de trabajar con un pueblo tradicionalmente hostil al control colonial, se ponía
un pie en el río Ypané, extendiendo (o al menos proyectando) hacia el norte el límite del
Manduvirá.

La provincia cambiada

Ahora bien, en 1767 el rey de España decide expulsar de sus territorios a la Compañía de Jesús.
Esta medida en la provincia del Paraguay tendrá consecuencias muy importantes. No se puede
dudar del peso que los jesuitas tenían en el Paraguay. No sólo controlaban los 13 pueblos al sur
del río Tebicuary hasta ambas márgenes del Paraná (el resto pertenecían al obispado de Buenos
Aires), además de los tres pueblos recientemente fundados que acabamos de mencionar, sino que
poseían grandes estancias y eran los poseedores más importantes de esclavos en la provincia (mil
dos al momento de la expulsión). ¿Qué ocurrió con todos sus bienes?
Mucho se fue subastando, desde el ganado de las estancias hasta los esclavos. Las tierras de las
estancias fueron divididas y dadas en alquiler a miembros de la elite local. Lo mismo ocurrió con
los terrenos que pertenecían a los pueblos de indios. Si bien se reservó una parte para cada pueblo,
el resto se repartió no entre el campesinado sin tierra (los ‘cabos y soldados’) sino entre los mismos
miembros de la elite. Las raíces del Paraguay latifundiario no se encuentran tras la guerra contra
la triple alianza, sino justamente tras la expulsión de los jesuitas. Concepción se funda en 1773 a
escasos kilómetros del pueblo de Belén, y Pilar en 1779 en terrenos que eran controlados por los
jesuitas.
Pero el cambio más importante se da a nivel demográfico. Por suerte se cuenta con dos censos que
se realizaron en la provincia del Paraguay, uno en 1761 y el otro en 1782, que permiten justamente
vislumbrar los cambios en este ítem. Si bien la población creció a un ritmo normal en estos 20
años (un 13,4%, de 85.138 pasó a 96.526) donde hubo un cambio radical fue en lo referente a los
ex pueblos jesuíticos: de 46.563 personas que vivían allí en 1761 (antes de la expulsión) sólo
quedaban en dichos pueblos 20.383 veinte años después. Mientras que en 1761 representaban el
54,7% del total de la población provincial, en 1782 sólo el 21,2%.
Ante la expulsión de los jesuitas, los indígenas no se rebelan contras las autoridades, como era el
temor de estas últimas, sino que aprovechan la oportunidad para escaparse de los pueblos. Su
estrategia no será el enfrentamiento, sino la huida. Pero, ¿a dónde se van? No a las selvas, por
cierto, no a las villas del sur, sino que se quedan en la misma provincia del Paraguay, pero ya no
como indígenas, sino como campesinos a quienes el censo de 1782 los asume como españoles.
Este es un punto central en la conformación del nuevo Paraguay que se debe comprender bien.
Antes que nada es importante señalar que las fugas-huidas-abandono de los pueblos de indios por
parte de los indígenas era una práctica común, el mecanismo de sobrevivencia más utilizado. De
más está decir que nunca en los niveles que se experimentó tras la expulsión de los jesuitas, pero
sí existieron.
A primera vista suele llamar la atención sobre cómo pudo darse esta situación, cómo un indígena
puede dejar su pueblo y ser tenido en el siguiente censo como español. Sin embargo, se debe tener
en cuenta que el ser ‘español’ era una categoría jurídica, no racial; y que en el caso de la provincia
del Paraguay, como se vio, no se relaciona con el fenotipo blanco del Mediterráneo europeo, sino
con esa mezcla que se vino dando desde el mismo siglo XVI y que nunca dejó de darse, entre
europeos al principio y luego mestizos, indígenas y afrodescendientes, con las múltiples
combinaciones posibles.
Al mismo tiempo, la actividad económica a la que la mayoría de la población de la provincia se
dedicaba era a la chacra. Fundamentalmente, una economía de subsistencia y en tierra ajena; al
igual que los indígenas de los pueblos de indios. Además, y sobre todo, la población se comunicaba
en guaraní.
En una famosa carta que le escribe el gobernador del Paraguay Joaquín Alós al rey en 1793 se
puede ver, además de la huida como estrategia, otros mecanismos que utilizaba la población
indígena para eludir le exclusión y la explotación, sino para ellos para su descendencia. Alós le
comenta al rey que por causa de los muchos indígenas varones que dejan/huyen del pueblo existe
una población abundante de mujeres solteras. Este desequilibro genera un sinfín de problemas ya
que estas mujeres «se entregan al comercio con los indios casados, o con los españoles
circunvecinos después de lo cual, cuando llegan a tener prole, tratan de acreditar con información
ser habida de español para que se declare por libre del tributo, y como no faltan testigos para todo
regularmente, éste es el recurso ordinario con que incomodan al gobierno».
Da lo mismo que estos hijos se críen con su madre en el pueblo de indios, ellos serán considerados
como españoles, ya que el padre era español (o se decía que lo era). Como ya se ha visto, la
categoría de mestizo no existía como tal en el Paraguay: la población se dividía en ‘españoles’,
‘indios’ y ‘negros u mulatos’.
Respecto a los indígenas que vivían en los ex pueblos jesuíticos había una razón más para que haya
sido tan sencillo el abandono de los pueblos. Al no estar encomendados a un encomendero en
particular, no había quien los reclame. Si un encomendero tenía destinado en encomienda diez
varones y uno le faltaba, presentaba su reclamo al administrador del pueblo o al gobernador y se
buscaba al indígena en cuestión. Esto no se daba en el caso de los pueblos jesuíticos.
Además, como la elite provincial se había hecho de grandes cantidades de tierra necesitaba mano
de obra para cultivar las nuevas parcelas. Si el dueño de la tierra reconocía que tenía un arrendatario
indígena, entonces tenía que devolverlo al pueblo de indios de origen, si lo reconocía como
español, podía mantenerlo trabajando en su tierra. A ambas partes le convenía el trato.
Ahora se debe hacer un alto. La historiografía tradicional se refiere a este período como el del
segundo mestizaje, el de la integración de los indígenas al Paraguay. Sin embargo, si se adopta un
punto de vista indígena –y recordemos que eran la mayoría en el Paraguay previo a 1767- la
situación es diferente. El sistema de exclusión, de explotación a través de la encomienda, y
marginación obligó a esta población a tener que negarse a sí misma, negar su identidad indígena,
para dejar de ser explotados.
Lo mismo se puede decir de la población afrodescendiente. Un afrodescendiente libre tenía que
pagar un tributo, un impuesto, por el hecho de ser afrodescendiente. Como no podía pagarlo,
porque era pobre, entonces tenía que ampararse con una persona que le pagase el tributo. A cambio
le daba su mano de obra, la suya y la de su familia. Una esclavitud encubierta. Si quería eludir esta
situación, tenía que buscar los mecanismos para no ser tenido como mulato o negro, sino como
español.
Se está ya en los años previos a la independencia. La expulsión de los jesuitas fue cuarenta años
antes, la carta de Alós narrando situaciones similares, de veinte años antes. Cabría preguntarse
entonces, si es posible referirse a una identidad colectiva en la población de la provincia del
Paraguay.
Si un cuarto de la población cambia de status, deja de ser tenida en los censos (y de considerarse
a sí misma) como indígena para ser tenida como española, y este mismo 25% proviene de los
pueblos jesuíticos, pueblos considerados ajenos a la sociedad paraguaya (de hecho, padres y
abuelos de los que dejaron los pueblos habían luchado en las revueltas comuneras, treinta años
antes), es muy difícil pensar en una identidad común de toda la población. Quizá, además de
compartir la lengua y experimentar la pobreza, lo que tenían en común la mayoría de la población
era la utilización de ese mismo mecanismo de auto-negación para dejar de ser explotados.
Además, no es baladí preguntarse sobre el por qué tenía que existir una identidad particular,
diferente a la del resto de la colonia; máxime teniendo en cuenta que en este período de fines del
siglo XVIII se dan un número importante de cambios: creación del Virreinato del Río de la Plata
con capital en Buenos Aires (1776), creación del Estanco del tabaco (1779), libertad de comercio
(1780), etc. Es decir, se verifican una serie de medidas que más allá de encerrar a la población en
sí misma la abre a un universo más allá de las viejas fronteras. Los precios de la yerba en
Concepción aparecían publicados en el Telégrafo Mercantil de Buenos Aires a principios del siglo
XIX.
Se suele argüir que con estos cambios llegaron a la Provincia muchos comerciantes que asumieron
el control de la vida asuncena desplazando a la antigua elite, y contra este grupo es que se comenzó
a gestar una identidad paraguaya (provincial) propia. Si bien esto es cierto, habría que aclarar que
nunca fueron muchos, que en seguida se relacionaron con la elite tradicional (un ejemplo claro lo
brinda el Dr. Francia, hijo de un padre extranjero que se casa con una mujer de la elite tradicional
paraguaya), pero fundamentalmente que estaríamos una vez más haciendo la historia desde arriba,
desde las elites, como si ellas fueran las que marcasen el devenir del resto de la sociedad.
Las manifestaciones identitarias no son sencillas de seguir a través de los documentos del archivo.
Sólo nos llegan por medio de los viajeros y especialmente por los casos judiciales, si es que se
había producido algún disturbio. Sí sabemos que en los pueblos de indios existía una larga tradición
de fiestas comunitarias, fundamentalmente en torno a lo religioso. Por otro lado se puede ver a
través de los autos (decretos) de los gobernadores, que las famosas fiestas de las Rúas se
prohibieron por los desmanes que se generaban y que los afrodescendientes contaban con sus
propias cofradías, como la de San Baltasar que funcionaba en la iglesia de San Blas.
Como se puede ver, más allá de buscar una identidad común en la provincia del Paraguay previa
a la independencia tendríamos que reconocer la existencia de un conjunto de identidades. No eran
por cierto excluyentes, pero tampoco existía una homogeneidad identitaria. La existencia de
elementos comunes como el hablar la misma lengua, el guaraní, o el vivir en una sociedad de
frontera, no implicaba que vivieran e interactuaran con la realidad de la misma manera.

Independencia e identidad

Para 1811 se calcula que la población de la provincia era de alrededor de 120.000 personas con
Asunción (y sus alrededores) como el centro más poblado, menos de 10.000 habitantes. Interesante
es notar que Asunción contaba con un alto porcentaje de población afrodescendiente: para 1782
representaban el 55% y para 1799 el 43%. En otras palabras, en la Asunción de la independencia,
se puede decir que de cada dos personas, una era afrodescendiente (y recordemos que en el censo
figuraban los que eran reconocidos como tales, seguramente el porcentaje habrá sido mucho
mayor).
En 1811 se produce un cambio institucional y político en el Paraguay; deja de ser colonia española
para convertirse en república independiente. No fue de un día para el otro, fue un proceso de varios
años que se inició sí ese 14 de mayo. Mucho se puede reflexionar sobre los antecedentes de este
proceso, sobre si estaban dadas las condiciones, o si existía una población preparada e interesada
en este cambio de orden.
Sin lugar a dudas, la elite provincial estaba al tanto de lo que ocurría más allá de las fronteras.
Sabían de la independencia de los Estados Unidos, de la revolución francesa, del levantamiento de
Tupac Amaru y de la independencia de Haití. Muchos miembros de dicha elite habían ido a
estudiar afuera, y viajaban constantemente a Buenos Aires para atender sus negocios. La provincia
no era una isla, y la intercomunicación era más fluida de lo que se suele normalmente asumir. No
es pensable que un Cabañas se enterara por Belgrano de los motivos porteños por penetrar en el
Paraguay y de los espíritus de independencia. En el discurso inaugural del Congreso General del
17 de junio de 1811 puede leerse claramente: «nuevas luces se han adquirido y propagado… se
han desenvuelto y aclarado los principios fundamentales de las sociedades políticas», refiriéndose
a los acontecimientos antes señalados.
La mayoría de la población, ajena a los centros de la elite, permanecía también alejada de estos
debates. Existían casos, sí, como el acontecido en el pueblo de indios de Guarambaré en donde el
cura de dicho pueblo manifestó a sus feligreses, en 1809, que había sido coronado como rey «para
estas Américas, un hijo de ese tal Tupac Amaru». El caso fue denunciado mismo por algunos
caciques del pueblo y por algunos españoles del lugar. Según la documentación, no parece haber
sido más que una ocurrencia del cura y todo volvió a la normalidad en el pueblo con su remoción.
En el mes transcurrido tras el 14 de mayo, los hechos se sucedieron bastante rápido hasta llegar al
congreso del 17 de junio de 1811. Los ítems más importantes a resolver eran el «de establecer el
régimen y gobierno que deba observarse en adelante y comentar la forma de unión y relaciones
que esta provincia haya de tener con la de Buenos Aires» según se lee en la convocatoria al
Congreso General.
Sin entrar en los debates en sí, es importante preguntarse por cuál identidad su auto-asignaban los
congresistas. En este primer congreso, los participantes fueron invitados con nombre y apellido,
«no solo los diputados de las villas y poblaciones, mas también muchos vecinos principales
moradores en campaña a la larga distancia».
Ni en el discurso inaugural del congreso general ni en el acta de votación con el voto de Mariano
Antonio Molas como modelo, se menciona el tema de la identidad ni se intenta responder a una
posible pregunta sobre el ‘quién es el paraguayo’. Ciertamente, si no hacía falta este
cuestionamiento es porque se daba por sentado la existencia de un ‘nosotros’ claro.
En los primeros documentos del llamado Triunvirato (aunque Velasco seguía firmando como
«Gobernador Militar y Político e Intendente de la Provincia del Paraguay y treinta pueblos de
Misiones» y donde tanto el Dr. Francia como el capitán Zevallos eran asociados en el despacho)
se distinguía entre «todos los vecinos y habitantes de cualquier estado, patria o condición que
sean», siguiendo la usanza del Antiguo Régimen. De hecho, sólo los primeros fueron los invitados
al Congreso General de junio.
Esta idea de vecino se irá acotando. En el voto que se somete al Congreso, el vecino habilitado
para asumir cargos es el ‘patricio’, en ese doble significado de fundador de la república y de
miembro de una patria. Más adelante se aclara que han de ser «naturales o nacidos en esta
provincia», aunque los americanos también están aptos para obtener cargos.
La terminología que se utiliza en los documentos de estos primeros años no siempre es uniforme,
ni tampoco se puede buscar en el uso de los conceptos la quintaesencia de la identidad. Sin
embargo, en estos primeros meses de vida autónoma el tema de los pueblos indígenas y de los
afrodescendientes estará ausente. Sólo se menciona el nombramiento de Blas José Rojas como
Subdelegado del departamento de Santiago con agregación de los pueblos de Itapúa, Trinidad y
Jesús. Se señala también que se ha de nombrar un subdelegado para el departamento de Candelaria.
La intención detrás de estos nombramientos, y que aparezcan en las actas del Congreso y demás
circulares es sentar bandera hasta donde llegaba la autoridad de Asunción, de cara a la provincia
de Buenos Aires. Por otro lado, queda claro también que los ‘pueblos de indios’ quedarán sin
variaciones.
Esto es importante si se tiene en cuenta que el año anterior, cuando Manuel Belgrano entraba al
Paraguay, éste declaró que «todos los naturales de Misiones son libres y gozarán de sus
propiedades y podrán disponer de ellas como mejor les acomode»; también los libertó del tributo
y de todo impuesto «a todos los treinta pueblos y sus jurisdicciones». En su artículo cuarto de la
proclama afirma que «respecto a haberse declarado en todo iguales a los españoles que hemos
tenido la gloria de nacer en el suelo de América, les habilito para todos los empleos civiles,
militares y eclesiásticos».
En estas materias la Junta gobernativa no asumirá ninguna resolución en los primeros meses.
Recién se hará a través del Bando del 6 de enero de 1812 en donde su objetivo será promover la
‘felicidad pública'. Por tal razón, y con el fin de aliviar ‘a los miserables’ se declara «exentos de
tributos a los Indios». Al mismo tiempo se ratifica la abolición de la encomienda, la cual ya había
sido resuelta por medio de una Real Cédula del 17 de mayo de 1803, pero que aún no se había
terminado de cumplir.
Un caso tomado de la documentación de la época puede brindarnos un panorama esclarecedor. Es
el de Pedro Pablo «pobre miserable» hijo de Santiago Martínez, español (no de nacimiento, sino
jurídicamente hablando), «habido en María Juana, mulata libre», manera elegante para decir que
no era hijo legítimo. Su madre sí lo era, hija de Lorenza Gara quien se había casado con un indígena
de la encomienda originaria de doña Rosa Tellería. Esta última había fallecido y la encomienda
pasó a don José Marecos, quien también falleció y la asumió su hijo don José Francisco. Pedro
Pablo le pide el 15 de diciembre de 1809 a Velasco su libertad para «poder trabajar y tomar arrimo
a fin de vestirme». El gobernador pasa el expediente al Protector de Naturales para que emita su
opinión. Éste reconoce que siendo hijo de español y mulata estaría exento de la encomienda, pero
habría que iniciar todo un trámite para comprobar sus dichos. Sin embargo, en lo que insiste el
Protector es en que se lo declare libre de encomienda ya «que se halla dispuesto por Su Majestad
cesen todas las encomiendas». Aprovecha entonces el Protector y le solicita a Velasco que
disponga «de esta encomienda y de todas las demás de la provincia en cumplimiento y con arreglo
de la Real orden».
El gobernador manda pedir dicha Real Cédula, la cual una vez leída manda poner en cumplimiento.
Para tal fin ordena que «todos los que por cualquier título poseen encomiendas de cualquier calidad
presentarán en este gobierno en el término de dos meses, contados desde la publicación de este
decreto, una razón circunstanciada de las individuos sujetos a ella con distinción de sexos, estado
y edades bajo la pena de cien pesos de multa a quien pasado dicho término no lo haga o dé diminuta
la manifestación». Al mismo tiempo les solicita a los administradores de los pueblos de indios una
razón de los mitayos existentes y una lista de los encomenderos a quienes sirven. Esto ocurría el
29 de enero de 1810.
El bando recién se pasó en junio de dicho año, y en algunos lugares, como en Quarepotí, se hizo
público el 27 de agosto de 1810. Sin embargo, lo acontecido en Buenos Aires en mayo y tras el
congreso de julio de 1810 y las amenazas de invasión, Velasco les envía una circular a los pueblos
de indios, el 9 de agosto, para que «todos los Naturales estén prontos al servicio del Rey
dedicándose cada uno al arte, u oficio que sea más útil en las actuales circunstancias» y añade
párrafo más abajo, «sin embarazarse con las exenciones de comunidad, concedidas a algunos
Naturales, pues todos debemos sacrificar nuestros intereses particulares por el bien común».
Es por esta razón que nos encontramos aún en 1812 con personas como el comandante de
escuadrón don Ramón Penayos que posee sesenta y un indígenas encomendados, viviendo con él
en sus tierras allende el Tebicuary.
Se había señalado anteriormente que hablar de los pueblos indígenas como un todo homogéneo
era peligroso porque escondía más de lo que expresaba. Se da al interior de los ‘pueblos de indios’
y, en especial, con los nuevos grupos con los que entraron en relación desde el gobierno en
Asunción, los que la historiografía señala como los ‘temidos chaqueños’. Desde que los jesuitas
instalaran su pueblo de Belén con los indígenas mbayás, las relaciones con este grupo y con los
guanás e incluso los guaraníes conocidos como kaingua o monteses, se fueron incrementando.
La política colonial y de los primeros gobiernos independientes con estos pueblos fue la de
sometimiento o exterminio. Así ocurrió el 15 de mayo de 1796, cuando un grupo de estancieros
liderados por José Miguel Ibañez asesinó a 75 indígenas mbayás, que se encontraban desarmados,
encadenados y sujetos por los extremos con caballos cincheros. Este mismo Ibáñez fue luego
Comandante en Jefe en Concepción durante los primeros años republicanos.
Si los pueblos indígenas apenas fueron tenidos en cuenta en los primeros años tras la
independencia, los afrodescendientes mucho menos. Las referencias se reducen a aclarar, por
ejemplo, que el dicho Bando del 6 de enero 1812 fue publicado «por voz del mulato Miguel Maíz
que hizo de pregonero».
Nada varió para estas poblaciones con el devenir de los años. Los pueblos de indios siguieron
vigentes al igual que las leyes coloniales de exclusión. La esclavitud no sólo no fue abolida, sino
que cuando el Dr. Francia suprimió las órdenes religiosas, sus bienes fueron confiscados y sus
esclavos pasaron a formar la esclavatura del estado. Lo mismo ocurrió con los esclavos de aquellos
cuyos bienes fueron confiscados.
Se suele mencionar al Acuerdo del 1 de marzo de 1814, firmado por los cónsules Fulgencio Yegros
y José Gaspar de Francia, sobre la no autorización de «matrimonio alguno de varón europeo con
mujer americana, conocida y reputada por española» como una muestra de la intención
homogeneizadora de la población de los primeros gobiernos patrios. De hecho, esta idea se basa
en que sólo se les permitía casarse «con Indias de los Pueblos, mulatas conocidas y reputadas
públicamente por tales y las negras». Sin embargo, en el preámbulo de dicho acuerdo queda de
manifiesto la razón del mismo: «cortar y precaver la perniciosa influencia que tienen [los europeos]
contra la causa común de la libertad».
La política continuada por el Dr. Francia no varió de la vivida en los últimos años de la colonia.
No hubo un corte en el orden social y aunque sí en el político, Paraguay era ahora una república,
no en la manera de manejar el poder.
A este último nivel, los acontecimientos más importantes fueron los congresos de 1813 y 1814 en
donde fueron convocados alrededor de mil diputados, procedentes de todas las poblaciones del
Paraguay. Aunque tenemos documentos sobre la convocatoria, quiénes podía ser elegidos por
quiénes y en qué forma, desgraciadamente no se cuenta con documentos que muestren la forma en
que se llevaron a cabo estas elecciones, ni tampoco la lista con los participantes en ambos
congresos.
Si bien se puede pensar que este tipo de encuentros generaron una identidad particular, al menos
en los participantes, llama la atención que no se hayan realizado más durante el gobierno del Dr.
Francia, y que el de 1816 se redujera una vez más a 250 diputados bajo la razón de que resultaba
caro para el estado mantener a tantos diputados. No parece tampoco que la población haya
solicitado otro tipo de encuentro multitudinario en los años siguientes. ¿Tendrían razón para
hacerlo? ¿Indicaría esto que tal conciencia ‘nacional’ estaba aún en ciernes, o qué tal conciencia
se expresaría en otros espacios más allá del político?
Es complicado plantear la construcción de una identidad nueva cuando para la mayoría de la
población los cambios eran poco perceptibles. Como se vio, los pueblos de indios siguieron
existiendo al igual que la esclavitud, la cual representaba alrededor del cinco por ciento. Para los
afrodescendientes libres se creó en 1813 el pueblo de Tevegó, en las cercanías de Concepción. Su
función era la de ser antemural ante las entradas de los portugueses y de las poblaciones indígenas
no sometidas aún. Una vez más, al igual que ocurrió con la creación de Emboscada en 1741, la
población descendiente de los africanos esclavizados que llegaron a la provincia del Paraguay
desde el mismo momento de la conquista, fueron utilizados para ir a donde nadie quería ir, tampoco
ellos, claro está.
No es sólo que esta continuidad social entre colonia y primeros años republicanos afectara a un
sector determinado de la población, sino que se debe comprender que así era visto por el resto de
la sociedad.
Es claro que ciertos sectores de la elite, opuestos a la forma de gobierno instaurada a partir de 1814
y en especial después de 1816, se vieron afectados directamente y sintieron los embates del nuevo
sistema. Tampoco esto era nuevo, como no lo era la dedicación casi exclusiva a la agricultura de
subsistencia por la mayoría de la población, aunque si antes se lo hacía en tierras privadas ahora
en las estatales. Los terratenientes fieles al sistema no vieron perder sus posesiones, como el caso
de la familia Carrillo lo deja de manifiesta o el de los grandes propietarios que fueron electos para
los congresos durante los gobiernos post Francia.
El guaraní continuó sirviendo como lengua general, hablada por toda la población, desde la elite
hasta el campesinado. Todo se hacía en guaraní, menos la escritura de los documentos oficiales.
Sin lugar a dudas, los medios que un estado tiene para imponer una identidad hegemónica son los
canales oficiales como el ejército o la escuela, además de otros privados pero sometidos a su poder
como puede ser la iglesia. Se sabe que durante el gobierno del Dr. Francia esta última fue dejada
de lado, al punto de cerrarse el seminario y extinguir a las órdenes religiosas. Tras el cierre del
seminario la educación secundaria fue nula y la primaria continuó los parámetros coloniales. El
servicio a la defensa de las fronteras en los fortines era la quintaesencia del campesino varón. De
hecho, una de las causas que se atribuían a la pobreza secular de la provincia era que los varones
pasaban más tiempo en los fortines, a su costa, que labrando sus chacras. Lo mismo acontecía en
el siglo XIX aunque era el estado quien se encargaba de su mantenimiento.
Es importante no perder de vista que el que las estructuras sociales no variaran desde la colonia no
significa que el Paraguay no se haya ido constituyendo como nación autónoma e independiente.
Máxime teniendo en cuenta la férrea oposición de las repúblicas vecinas.
Carlos Antonio López refiriéndose al gobierno del Dr. Francia no dudó en manifestar en El
Paraguayo Independiente que «cualesquiera sean las censuras que se le dirijan, él [Francia] fundó
la independencia del Paraguay».
No se trata, por lo tanto, en absoluto de poner en duda dicha independencia, sino más bien
reflexionar si dicha situación tiene que ir acompañado de una única identidad nacional, una sólo
idea de lo que significaba ser paraguayo.
El cambio de sistema de gobierno ocurrido tras la muerte del Dr. Francia significó un nuevo rumbo
para el Paraguay. Esos ítems que previamente se vieron en continuidad con la época colonial,
educación, ejército e iglesia, ahora se convierten en instrumentos privilegiados en manos del estado
para ir creando hegemonía, también identitaria.
Se da un impulso a la educación primaria (para 1857 existen 408 escuelas públicas con 16.755
alumnos), se crean centros de educación secundaria y se envían jóvenes a formarse en Europa. En
1845 se crean las Guardias Nacionales «para defender la independencia e integridad de la
República y mantener sus instituciones, la seguridad y tranquilidad pública». Para estas guardias
«todos los ciudadanos son obligados al servicio de las armas para defensa de la Patria». En un
comentario a este reglamento El Paraguayo Independiente expresará que «la institución de
Guardia Nacional es de inmensa utilidad. Por cualquier aspecto que se atienda, sea política o
militarmente... Ella identificó al Ciudadano con la Patria, y lo hizo partícipe inmediato de todos
sus destinos». Estas Guardias Nacionales están destinadas a los varones entre 16 y 55 años con un
rédito anual de 60 pesos, por cualquier título o industria lícita. Los que no tuvieran dicha renta
formarán entonces las Guardias Auxiliares
A nivel eclesial se reanudan las relaciones con la Santa Sede y se nombran obispos. La iglesia se
convertirá en el medio más utilizado para llegar a la población y los curas sus portavoces.
La prensa escrita será otro de los medios usados por el gobierno, pero como es de esperar su ámbito
de llegada era mucho más reducido, aunque no por eso menos importante a la hora de ir gestando
una elite intelectual que tendrá una participación importante más adelante en los periódicos de
trincheras.
El presidente será elegido por el congreso nacional, compuesto de doscientos diputados, «elegidos
en la forma hasta aquí acostumbrada, debiendo ser ciudadanos propietarios de las mejores
capacidades y patriotismo». Más adelante no sólo los elegidos sino también los electores tendrían
que ser propietarios. El gobierno a partir de la década del ’40 se apoyará fundamentalmente en la
oligarquía terrateniente y los congresos reunidos cada cinco años serán los momentos en donde
esa solidaridad se afiance.
Sin lugar a dudas hasta 1852 el tema central que concentró toda la energía del gobierno de Carlos
Antonio López fue el reconocimiento de la independencia por parte de la Confederación
Argentina. En este ámbito, en los textos escritos por el presidente publicados en El Paraguayo
Independiente se expresarán las ideas más claras respecto a la nacionalidad e independencia: «El
Paraguay conoce lo que puede y vale: él juró independencia, renueva anualmente su juramento,
sus hijos aman su tierra, que para ellos es sagrada».
Si bien ciudadanía y patria se identifican en el discurso, también queda claro que la ciudadanía
tenía diferentes raseros. Sólo los propietarios podía elegir y ser elegidos, sólo ellos, o lo que
tuvieran cierto caudal, podrían acceder a la Guardia Nacional. Y en esta clave es que hay que leer
el decreto del 7 de octubre 1848 por el cual se «declara ciudadanos de la República a los indios
naturales de los veintiún pueblos del territorio de la República», y en el que al mismo tiempo «se
declaran propiedades del Estado los bienes, derechos y acciones de los mencionados veintiún
pueblos de naturales de la República».
Una vez más, es importante no perder de vista que mientras esto ocurría en los veintiún pueblos,
con las demás comunidades indígenas se continuaba aplicando la represión y los traslados forzosos
(como el caso de Pirapytay en 1843). Máxime teniendo en cuenta que con el nuevo desarrollo
económico que cobra auge tras 1852, los yerbales y bosques cobran una importancia económica
mayor.
La esclavitud siguió aún vigente, representando ese cinco por ciento tradicional. La esclavatura
del estado brindó mano de obra para las diversas construcciones que se realizaron en Asunción. El
estado era el poseedor de esclavos más importante del Paraguay, y documentos del Archivo
Nacional atestiguan como miembros de la familia López compraban esclavos al estado para luego
revenderlos.
En 1842 se decretó la «libertad de vientres» que entraría en vigencia el 1 de enero del año siguiente.
Según este decreto, los nacidos a partir de esta fecha serían considerados «libertos» y luego de
cumplir los veintitrés años, las mujeres, y veinticuatro los varones, ganarían la libertad. Pero la
guerra contra la Triple Alianza llegó más rápido.
Es claro que una nueva conformación estatal, no sólo a nivel político, sino también económico y
social, implicaba una reorganización de la identidad. Sin embargos, estos cambios desde arriba no
fueron acompañados por el resto de la población, o al menos así lo experimentaba el gobierno.
En un artículo en que El Paraguayo Independiente (24/9/1849) reflexiona sobre el presente y la
sociedad se puede leer ese desencanto con la población, caracterizada por «los hábitos de inercia»,
por «esa falta de espontaneidad, que ha arraigado tan profundamente en el espíritu de nuestros
conciudadanos la Dictadura tan larga y tirante que ha tenido el país». Según el periódico, sólo se
movilizan cuando «oyen hablar de invasión y dominación extranjera». Sin embargo, «a todo otro
acto o providencia de la autoridad suprema… conservan su frialdad helada y al verlos se creería
que todo les es indiferente… es porque se les ha acostumbrado al papel de esa fría indiferencia que
acabamos de notar, y porque se han confundido en su espíritu las ideas de conveniencia nacional
y de interés particular».
Para el redactor de El Paraguayo Independiente es imposible pensar que dicha indiferencia
provenga de la gente misma y lo atribuye a un poder desde arriba. El Dr. Francia será el acusado
en este caso, más adelante se añadirá a los jesuitas entre los domesticadores de conciencia. Sin
embargo, se ha visto que desde los primeros tiempos coloniales, desde el mismo optar por seguir
al padre español que a la madre indígena, los habitantes de estas tierras se vieron obligados por
una estructura de exclusión, marginación y explotación a buscar esos mecanismos que les
permitieran vivir sin ese yugo constante.
Lo que el primer periódico nacional pone de manifiesto justamente es que la tierra, no como una
idea relacionada a la nación sino a su recurso de existencia primaria, y sólo ella es la que concita
el interés y su defensa a muerte por parte de la población. Es justamente esta defensa de la patria
lo que los unirá férreamente en la tragedia nacional que significó la guerra contra la triple alianza.
La guerra, toda guerra, y fundamentalmente el ‘morir por la patria’, a la par que ver a otros com-
patriotas morir a su lado, brinda una idea de pertenencia que es imposible soslayar; y hasta resulta
casi irrespetuoso detenerse en otro aspecto de esta guerra. Sin embargo, para nuestro propósito, es
importante atender un instante a la producción de los periódicos de trincheras como forjadores de
una identidad nacional. No decimos que se haya logrado, sino señalar esa intención en las
autoridades.
Se ha escrito ya sobre la zoomorfización, femenización, racialización y mofa del enemigo, en
especial del brasileño que se vislumbra en los cuatro periódicos de trincheras aparecidos entre
1867 y 1869. No sólo a través de los textos y poesías, sino también por medio de las imágenes y
grabados. Ante unos enemigos esclavistas y bárbaros, el Paraguay se presente como una república
y civilizada. Frente a un ejército de macacos y mujeres, el Paraguay se alza como un león y
valientes varones. Ante un ejército de negros, el Paraguay está conformado por blancos.
Estos medios, ciertamente no estaban pensados como lugares para la reflexión sociológica sino
para levantar la moral de los soldados, y al decir por algunos grabados que los muestran riéndose
al escuchar los relatos pareciera que el objetivo se había cumplido. Pero cuando estos mismos
periódicos, todos dirigidos desde el estado por medio de esos miembros de la elite –civiles y curas-
formados en las décadas previas, muestran a la nación paraguaya hacen hincapié en la nación
blanca y civilizada.
El uso del guaraní suele ser tomado como una manera de querer asumir una identidad indígena.
Sin embargo, ya se ha notado que el guaraní desde el mismo siglo XVI había dejado ya de ser un
idioma exclusivo de los pueblos indígenas para ser utilizado, asumido, conquistado, por la
sociedad considerada como española. El guaraní fue utilizado como vehículo para llegar a la
mayoría de los miembros del ejército en armas, al igual que era utilizado el cura para que en sus
sermones, en guaraní, comentase a la población los decretos del presidente y el andar de la
república.

Tras la guerra, la nación mestiza

La guerra dejó un país deshecho, ruina aumentada por lo saña de los vencedores tras la misma.
Los sobrevivientes, los regresados, los inmigrantes, pero en especial las nuevas generaciones se
vieron ante la necesidad y la obligación de pensarse a sí mismo una vez más y responderse ante la
pregunta del ‘ser paraguayo’. Pregunta que no puede, ni debe, verse desconectada de las otras de
talante más pragmático, sobre el tipo de estado, de economía, de sociedad a edificar.
Una conformación socio-económica y estatal necesita también una identidad determinada donde
asentarse. De esta manera veremos surgir modelos de estado y de identidad nacional durante las
primeras décadas de entre guerras.
Señalemos una vez más, que éstas serán construcciones elaboradas ‘desde arriba’ basadas en
interpretaciones particulares de la historia y de la sociedad. No son elaboraciones ex nihilo, sino
que poseen lazos con el sentir comunitario del resto de la población; justamente esa ideología
hegemónica procurará presentarse como la verdadera intérprete de ese sentir nacional, único, claro
está.
Un primer modelo será el de la raza superior, muy en boga en los círculos científicos del momento,
tanto en Europa como en América. El interlocutor de este pensamiento en Paraguay será Manuel
Domínguez quien sostendrá a principios de siglo XX que el Paraguay es una nación mestiza,
aunque blanca, ‘blanca sui generis’. En sí, el disparador fue el comprender porque el soldado
paraguayo había luchado con tanto valor y por tantos años. El 29 de enero de 1903 Domínguez,
siendo vicepresidente de la república, dicta una conferencia en el Instituto Paraguayo titulada
justamente “Causas del heroísmo paraguayo”.
En ella su intención no era otra sino probar que «el paraguayo era superior al enemigo». La
justificación central será que el Paraguay fue colonizado por la más alta nobleza de España quien
junto con el valiente guaraní dio origen al mestizo «que no era el de otras partes. Aquel mestizo
en la cruza se fue haciendo blanco, a su manera,… blanco sui-generis en quien hay mucho de
español, bastante de indígena y algo que no se encuentra o no se ve ni en el uno ni el otro».
Este indígena se remonta al del siglo XVI. Una vez que se dio esa primera mezcla, desaparecen de
la conformación población. En una posterior carta-respuesta al general argentino José Ignacio
Garmendia lo expresa claramente: «este pueblo es blanco, casi netamente blanco… ¡más blancos,
más altos, más inteligentes, más hospitalarios y menos sanguinarios que los otros! [los vecinos]».
Esta visión no es propia sólo del Paraguay. En Chile, y en los mismos años, Nicolás Palacios
publicaba en dos tomos su Raza Chilena, con un discurso similar en donde no había guaraníes sino
araucanos, y en donde el español era «el conquistador godo, de filiación germana y piscología
varonil». Chile venía victorioso de la guerra del Pacífico.
Cuando Arsenio López Decoud, coordinador del Álbum Gráfico aparecido en ocasión del
centenario de la independencia, define a la población paraguaya lo hace señalando que es
«homogénea, predominando en absoluto la raza blanca. En 30.000 puede calcularse el número de
indios que en estado salvaje habitan el centro del Chaco. En la Región Oriental son hoy objeto de
curiosidad, así como los negros».
Se sabe que ni en el Chaco ni en la región oriental los indígenas eran ‘objeto de curiosidad’, menos
para empresas como la Carlos Casado o la Industrial Paraguaya, entre otras, quienes explotaban la
mano de obra indígena.
En las décadas siguientes, al igual que ocurría en otras latitudes, fue creciendo un
desencantamiento con la democracia liberal a la par de una búsqueda de un pasado común, no
signado por la derrota. Se comienza a estructurar una mítica edad de oro en los años previos a la
guerra y a recuperar una antigua civilización guaraní, aunque extinguida ya. El discurso de la
nación mestiza de Domínguez más la rehabilitación de Francisco Solano López por O’Leary se
fue haciendo carne en la sociedad, en especial a través del servicio militar.
La figura del sabio suizo Moisés Bertoni y sus conferencias en el Colegio Nacional en 1913
marcarán un hito muy importante en este recorrido, al igual que la literatura en guaraní. En este
último ámbito, Ñande ypy cuera (1922) de Narciso R. Colmán como su Ocara poty (1917) forjarán
una tradición acrecentada por poetas de índole más popular como Emiliano R. Fernández y Manuel
Ortiz Guerrero. En este despertar guaranítico el joven José Asunción Flores crea el género musical
‘Guarania’. Una vez más, la relación de la poesía guaraní y el

“Y es así como le corresponde el señalado honor de ser el poeta de la raza, el primer poeta
guaraní!
“Tanto como el heroísmo de nuestros soldados, nos defendió del guaraní en la Epopeya del ´65. Y
si nuestros héroes desaparecieron por la metralla brasileña, quedó en pie, irreductible, el muro
infranqueable del idioma, detrás del cual se conservó la patria agonizante. Los vencedores
pudieron rectificar nuestros límites y usurpar nuestro territorio, pero fueron absolutamente
impotentes para anular esa frontera trazada por la lengua, que ponía un abismo entre ellos y
nosotros”

La década del ‘20 fue rica en movimientos políticos e intelectuales, marcada por la guerra civil de
1922 y los preparativos para la futura guerra del Chaco. En este contexto, la figura de Natalicio
González será la que condense una ideología de estado contraria a la democracia liberal.
Para nuestro tema, lo importante del pensamiento de Natalicio González es que en su obra,
especialmente en El Paraguay eterno, se ve claramente como una determinada concepción de
estado requiere una determinada idea de identidad nacional. Insistirá, al igual que Manuel
Domínguez, en la raza paraguaya como poseedora de tradiciones uniformes, ideales, penurias y
esperanzas sentidas en común. Ahondará en la unidad étnica y en el hábitat, el cual se fue
transformando «en el sentido que más favorecía a la índole rural y guerrera de la raza».
Para González, el estado fuerte que surgirá tras la independencia se debe justamente a que el
Paraguay ya era una entidad orgánica, diferenciada y con personalidad propia. Esta entidad es la
que ha de reclamar el estado puesto en práctica por el Dr. Francia y los López, y no al revés. Al
igual que Domínguez, González ve la confirmación de su teoría en la obra de gobierno de Carlos
Antonio López. Afirma que durante este tiempo «hay una armonía profunda entre el régimen de
los López y los ideales de su pueblo. El estado realiza maravillosamente la síntesis del pasado
paraguayo, funde en una nueva entidad la herencia política del conquistador laico con la obra
espiritual de los catequistas para desenvolver sobre bases firmes y naturales la cultura autóctona».
La idea de la raza mestiza paraguaya, para González, no tiene el objetivo de justificar el heroísmo
de sus guerreros sino sentar las bases étnicas para un estado fuerte, para un socialismo de estado.
Al presentar las bases sobre el cual se producirá el renacimiento del Paraguay, Natalicio González
concluye afirmando que «estos principios nacen de la naturaleza misma de la sociedad paraguaya,
no son adquisiciones libresca. La ley se deduce, no se crea».
A la concepción de Manuel Domínguez, de la nación mestiza negadora del presente indígena y
afrodescendiente («el pigmento negro no ensombrece nuestra piel» aclarará la introducción del
Álbum gráfico), Natalicio González le añadirá las características que la hacen necesitar un estado
fuerte.
La revolución de febrero de 1936, la constitución de 1940, las dictaduras de Morínigo y Stroessner
hicieron de esta teoría casi una ley científica. La identidad no se puso en duda, mucho menos
referirse a identidades diversas en un mismo estado.

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