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El ideal de la perfección, al igual que el de inmortalidad, ha fascinado a los hombres de

todos los tiempos, pero especialmente está resultando apasionante para el homo
contemporáneo, que sueña -a través de la revolución quimérica del transhumanismo- con
superar todas las vulnerabilidades y debilidades de su condición natural para mejorar
exponencialmente sus capacidades físicas y psíquicas hasta límites inimaginables. En este
primer cuarto del siglo XXI estamos asistiendo a importantes desafíos geopolíticos y
biotecnológicos, movidos por ideologías filantrópicas estratégicamente planificadas, que nos
invitan a deliberar sobre la cuestión dilemática entre seguir siendo lo que somos, seres
humanos imperfectos y mortales, o, por el contrario, transformarnos, mediante la ciencia, la
bionanotecnología, la robótica y la inteligencia artificial, en seres transhumanos más
perfectos y duraderos. Esto nos conduce a una visión antagónica entre los partidarios del
conservadurismo tecnofóbico y los defensores del progresismo tecnofílico.

El debate entre transhumanistas y bioconservaduristas está, hoy por hoy, en plena


ebullición, sobre todo, porque por él transitan múltiples interrogantes acerca de las
limitaciones éticas y legales que pueden derivarse de la construcción artificiosa de una
especie de 'superhombres' que altere el orden evolutivo natural y provoque, entre otras
consecuencias, la dominación de estos sobre los miembros de la especie a la que
pertenecemos los que todavía somos genuinamente humanos: limitados, imperfectos y
caducos. De igual modo, esta ilusión supremacista nos invita a pensar sobre los riesgos y
peligros que podría conllevar la creación de un nuevo linaje super humano, máxime cuando
se abriría una brecha entre el icónico y todopoderoso hombre-máquina (homo artificialis') y
el tradicio nal y lábil hombre de carne y hueso ('homo naturalis').

Es indudable que la humanidad está cambiando gracias a los avances


científico-tecnológicos y que dichos cambios posibilita rán, sin ningún atisbo de duda, que la
ideología transhumanista termine imponiéndose, sobre todo, porque esta será planteada y
presentada por muchos globalistas como el medio utópico para acabar con los principales
males que acechan al presente y futuro de la humanidad (la prevención y tratamiento de
algunas enfermedades, la detención del envejecimiento celular, la ralentización del deterioro
cerebral, la postergación de la mortalidad, etc.). Así visto, el transhumanismo será
promovido como el motor de la sostenibilidad.

El transhumanismo, tal y como lo están diseñando algunos líderes globalistas del


WEF-World Economic Forum (popularmente conocido como Foro de Davos), con el profesor
emérito de Economía de la Universidad de Ginebra Dr. Klaus Schwab a la ca- beza, creador
de la teoría del Gran Reset o Gran Reinicio, se presenta como una pseudorreligiosidad para
muchos científicos y humanistas que creen posible que, al igual que se dio el salto del
homínido al 'homo sapiens', en unas pocas décadas será posible pasar de este último al
'homo mechanicus', 'transhumanus' o 'ciberneticus'.

Esta realidad podría derivar en la creación de una casta de 'superhombres', más


evolucionada y avanzada, encargada de controlar y gestionar todos los bienes y recursos
del planeta, frente a otra de 'infrahombres', que se limitarían solamente a subsistir. Tipología
social propugnada por Aldoux Huxley en su célebre novela 'Un mundo feliz', cuando
revelaba la prelación jerárquica de los ciudadanos Alfa, frente a los ciudadanos Beta,
Gamma, Delta o Epsilón.
Por otro lado, la cultura 'trans' lo impregna todo (transgénero, transexual, transgénico, trans-
cultural...), aunque en lo referente a nuestra dimensión antropológica, el prefijo 'trans'
apunta a una superación de la fragilidad y vulnerabilidad humanas, así como a una mejora
de las condiciones biopsicosociales que permita erradicar o sortear a los seres humanos,
metafóricamente hablando, los cuatro jinetes de su apocalipsis vital: sufrimiento,
enfermedad, envejecimiento y muerte. De esta manera, los transhumanistas pretenden
mejorar la vida humana entremezclando lo biológico con lo tecnológico, lo orgánico con lo
inorgánico, lo natural con lo artificial, etc., con el fin de fabricar ciborg o incluso androides
biomecánicos que hagan factible vivir en un mundo más funcional, confortable y mejor.

Ojalá que el horizonte utópico marcado por el transhumanismo, auspiciado por la


Asociación Mundial Transhumanista (AMT) y grandes ideólogos eugenistas, no acabe
destruyendo nuestra singularidad biológica, no fomente la asimetría social entre humanos y
transhumanos y, sobre todo, no nos conduzca a una sociedad inhumana o completamente
deshumanizada.

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