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Los problemas que se presentan para poder dar impulso a un desarrollo humano que sea
acorde, justo y efectivo, están en el orden social, político y económico. Tenemos aspectos como:
la persistencia de la pobreza y de la vulnerabilidad a la pobreza; las desigualdades estructurales,
injustas e ineficientes, y la cultura del privilegio; las brechas en el desarrollo de capacidades
humanas —educación, salud y nutrición— y de acceso a los servicios básicos; los déficits de
trabajo decente y las incertidumbres asociadas a los cambios tecnológicos en el mundo del
trabajo; un acceso aún parcial y desigual a la protección social; una institucionalidad social en
construcción; un nivel de inversión social insuficiente. Además, son problemas más actuales,
para el desarrollo humano, diversas formas de violencia; creciente exposición a desastres y a los
efectos del cambio climático; transiciones demográficas, epidemiológicas y nutricionales;
migraciones; y cambios tecnológicos y nuevas capacidades requeridas.
Hoy se trata de salvar mucho más que los valores de una cultura: la supervivencia de la
Humanidad. Hemos asistido durante décadas, a una confrontación entre dos colosos, cada uno
con su sistema político, que según temíamos, no tenía ninguna posibilidad de disminuir y mucho
menos de desaparecer.
Las voces de alarma de sabios y científicos, los acuerdos de asambleas y congresos, las
razones opuestas a la ceguera de los responsables, no producían efecto. Naturalmente, la
totalidad de los pueblos, salvo los dos grandes, eran impotentes para detener esta carrera hacia el
suicidio y se limitaban a esperar con temor que decidieran los protagonistas de la lucha, de
acuerdo con sus particulares intereses.
Quien, al frente de uno de los colosos tomara conciencia de este peligro mortal y asumiera
con coraje el papel de conductor, ya no sólo de su pueblo sino de todos los pueblos del mundo,
para cambiar la conducta internacional de odio y de amenaza bélica por otra de conciliación y de
paz, tendría que erigirse como el protagonista –y con él, su nación– de lo que hemos llamado un
momento histórico.
La Crisis Epocal
El desarrollo Dominante
Para entender esta crisis, debemos conocer las dimensiones constitutivas del ser humano.
El ser humano cuanto pluridimensional es puro acto que se realiza sólo en las interrelaciones con
las realidades social, cósmica y Trascendente. A continuación, esas dimensiones, a partir de las
cuales el ser humano se deviene humano desde la historicidad concreta: corporeidad-sexuada,
mundaneidad-historizada, racio-intelectividad, psico-afectividad, intersubjetividad/socialidad,
libertad, ético-politicidad y trascendencialidad.
La corporeidad-sexuada es la potencia que lleva al acto del ser y estar del ser humano en
el mundo. Mediado por la corporeidad el ser humano puede revelarse como una identidad
físicamente diferente de otras presencias físicas.
La intersubjetividad es la potencialidad que el ser humano tiene para el encuentro con los
de su especie: “El hombre es un ‘ser para el encuentro’” La existencia misma exige la coexistencia,
por eso el ser humano es alguien sólo cuando está frente a otra persona.
La libertad es la potencialidad que el ser humano tiene para la acción de optar y decidir
sobre oportunidades y posibilidades que el mundo histórico real le ofrece; en esa acción de elegir
le va al hombre el desafío permanente de garantizarse a sí mismo el que sus elecciones le
permitan humanizarse humanizando todo con lo cual cuanto sujeto libre entra en relación.
Cualquiera de estas dimensiones que son parte de su constitución como ser, pueden ser
víctima de crisis, y esta crisis, vendrá a ser un punto crucial a lo largo del desarrollo evolutivo
humano, como ser vivo, emocional, racional y social; y que obliga a la persona a una readaptación
intrapsíquica y psicosocial como consecuencia de las alteraciones producidas y de los factores
introducidos por la misma crisis.
La crisis siempre señala dos direcciones: hacia el futuro o hacia el pasado. Se sitúa como una
puerta abierta hacia el cambio, entre la estabilidad de lo conocido y la situación nueva, y plantea
básicamente dos movimientos: estabilidad e inestabilidad, seguridad e inseguridad.
Las crisis son inevitables. Las propias características del proceso de desarrollo y maduración
humanos nos impelen forzosamente a momentos o períodos críticos.