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Desarrollo humano

Se remonta hasta los antiguos filósofos griegos como Platón y Aristóteles que se


cuestionaban sobre el bien del hombre. A lo largo de los siglos, los filósofos han dado diferentes
respuestas a esta pregunta.

Pese a que en la economía clásica, austriaca, neoclásica e institucionalista no se hacía


mención del ‘desarrollo humano’, ciertamente existía la noción de ‘bienestar’. Muy ligado a la
producción y comercialización de bienes y servicios.

El desarrollo humano es el proceso en el cual una nación o región geográfica invierte un


porcentaje de sus recursos económicos en el mejoramiento de las condiciones de vida de
los ciudadanos. Generalmente se produce a través de la creación de las condiciones para que
las necesidades fundamentales de la población sean satisfechas y sus derechos humanos básicos
respetados.

Los problemas del desarrollo humano

Los problemas que se presentan para poder dar impulso a un desarrollo humano que sea
acorde, justo y efectivo, están en el orden social, político y económico. Tenemos aspectos como:
la persistencia de la pobreza y de la vulnerabilidad a la pobreza; las desigualdades estructurales,
injustas e ineficientes, y la cultura del privilegio; las brechas en el desarrollo de capacidades
humanas —educación, salud y nutrición— y de acceso a los servicios básicos;  los déficits de
trabajo decente y las incertidumbres asociadas a los cambios tecnológicos en el mundo del
trabajo; un acceso aún parcial y desigual a la protección social; una institucionalidad social en
construcción; un nivel de inversión social insuficiente. Además, son problemas más actuales,
para el desarrollo humano, diversas formas de violencia; creciente exposición a desastres y a los
efectos del cambio climático; transiciones demográficas, epidemiológicas y nutricionales;
migraciones; y cambios tecnológicos y nuevas capacidades requeridas.

El momento histórico y su importancia

Llamamos un momento histórico a aquél en que se juega el porvenir de la humanidad o de


gran parte de ella. Uno de esos momentos ocurrió hace alrededor de dos mil quinientos años,
cuando un puñado de hombres libres hizo frente al más poderoso imperio de entonces, el persa, y
lo derrotó en Maratón y Salamina, contra toda previsión posible, como ya se hizo notar. Se salvó
así –lo repetimos– la maravillosa cultura griega y, a la larga, la cultura occidental, heredera de sus
prodigios.

Hoy se trata de salvar mucho más que los valores de una cultura: la supervivencia de la
Humanidad. Hemos asistido durante décadas, a una confrontación entre dos colosos, cada uno
con su sistema político, que según temíamos, no tenía ninguna posibilidad de disminuir y mucho
menos de desaparecer.

En buena cuenta, el mundo estaba dividido entre el Capitalismo y el Socialismo, aunque la


mayor parte de los pueblos situados en una zona u otra no participaran en esta competencia y
estuviesen, más bien, a merced de los dos gigantes: Estados Unidos y Rusia. Cada uno de ellos se
proclamaba dueño de la verdad y, por tanto, reputaba a su sistema como el único posible. Lo peor
de todo era no sólo la lluvia de diatribas, acusaciones y amenazas, sino la acumulación incesante
de armas cada vez más potentes, capaces de poner fin a la vida del hombre sobre la Tierra. «La
guerra fría», «La carrera armamentista», «el holocausto nuclear», eran expresiones tan frecuentes
como los síntomas de un enfermo condenado a muerte.

Las voces de alarma de sabios y científicos, los acuerdos de asambleas y congresos, las
razones opuestas a la ceguera de los responsables, no producían efecto. Naturalmente, la
totalidad de los pueblos, salvo los dos grandes, eran impotentes para detener esta carrera hacia el
suicidio y se limitaban a esperar con temor que decidieran los protagonistas de la lucha, de
acuerdo con sus particulares intereses.

Si un enfermo estuviese al borde de la muerte, todo lo que tuvo significación para él


desaparecería ante la necesidad imperiosa de salvarle la vida. No importarían, por tanto, sus
relaciones sociales, sus preocupaciones del momento, sus ideas políticas y aun sus convicciones
religiosas ante este imperativo supremo.

Cuando no se trata de un individuo ni de una familia ni de un país, ni siquiera de un


Continente, sino de la Humanidad, todo lo que hasta entonces la dividía, pero principalmente
aquello que la afectaba con peligro de muerte debía ser superado y aun abandonado: ideologías,
doctrinas, idearios y, por supuesto, armamentismo, guerra fría, confrontación de sistemas,
rivalidad, amenazas y dicterios.

Quien, al frente de uno de los colosos tomara conciencia de este peligro mortal y asumiera
con coraje el papel de conductor, ya no sólo de su pueblo sino de todos los pueblos del mundo,
para cambiar la conducta internacional de odio y de amenaza bélica por otra de conciliación y de
paz, tendría que erigirse como el protagonista –y con él, su nación– de lo que hemos llamado un
momento histórico.

Todo esto que mencionamos también se conoce como Proceso histórico que es un


conjunto de momentos históricos relacionados entre sí cada uno es causa y consecuencia de otros
y que mantiene una dinámica en la historia, pues evoluciona diacrónicamente a través del tiempo
además de sincrónicamente en relación con otros hechos y procesos simultáneos.

La Crisis Epocal

Es la convergencia de unas contradicciones económicas y ecológicas tales que han minado


las condiciones materiales de la sociedad en su totalidad, lo que plantea la cuestión de una
transición histórica a un nuevo modo de producción. Se puede distinguir de las crisis de desarrollo
corrientes que jalonan la historia del capitalismo. Las dimensiones ecológicas de la crisis epocal se
entienden mejor desde el punto de vista del análisis de Marx del metabolismo de la naturaleza y la
sociedad (ampliado para tener en cuenta las relaciones del capitalismo monopolista). Según la
concepción de Marx, la producción existía como un proceso social dentro del “metabolismo
universal de la naturaleza”. Los valores de uso materiales eran apropiados del “mundo natural” y
transformados por la producción en valores de uso sociales para cubrir “necesidades humanas”.
Esto constituía “la condición universal para la interacción metabólica entre naturaleza y hombre, y
como tal es una condición natural de la vida humana”. Esta concepción de las condiciones
naturales elementales a las que la sociedad debe adaptarse, le llevó a desarrollar su crítica de la
“brecha insalvable en el proceso interdependiente del metabolismo social” asociada a la
transgresión por parte del capitalismo de las “leyes naturales de la vida”. Tan universal era esta
brecha en el metabolismo entre la naturaleza y la sociedad bajo el capitalismo industrial —
reflejada en el robo al suelo de sus nutrientes enviados a la ciudad bajo la forma de alimentos y
fibras, dando como resultado la contaminación de los centros urbanos— que se extendió al
comercio internacional, de modo que, a todos los efectos, algunos países roban a otros su suelo en
el marco de un proceso general de imperialismo ecológico

El desarrollo Dominante

Se trata de la construcción de una ideología, que no afecta exclusivamente al pensamiento


económico, sino a la representación total de una realidad que afirma que el mercado es el que
gobierna y el Gobierno quien gestiona Modelos dominantes de desarrollo Según Tegegn (2000), el
mundo se ha rendido al modelo universal, al paradigma y al discurso sobre el desarrollo
dominante. Un paradigma basado en la ciencia y la tecnología; un modelo que, usando otra
terminología se denomina Neoliberalismo. El modelo neoliberal, que también se le ha venido a
nombrar como pensamiento único, consiste panorámicamente en la liberalización de la economía,
una economía de mercado.

La crisis constitutiva del ser

Para entender esta crisis, debemos conocer las dimensiones constitutivas del ser humano.
El ser humano cuanto pluridimensional es puro acto que se realiza sólo en las interrelaciones con
las realidades social, cósmica y Trascendente. A continuación, esas dimensiones, a partir de las
cuales el ser humano se deviene humano desde la historicidad concreta: corporeidad-sexuada,
mundaneidad-historizada, racio-intelectividad, psico-afectividad, intersubjetividad/socialidad,
libertad, ético-politicidad y trascendencialidad.

La corporeidad-sexuada es la potencia que lleva al acto del ser y estar del ser humano en
el mundo. Mediado por la corporeidad el ser humano puede revelarse como una identidad
físicamente diferente de otras presencias físicas.

La mundaneidad-historizada es la potencialidad que el ser humano tiene para estar


referido al mundo, para ser un sujeto mundano. La mundaneidad del sujeto tiene como supuesto
radical y fundante la historicidad del mismo y; decir que un individuo es históricamente mundano,
significa que el individuo asume el mundo como su patria y a sus semejante y otros seres vivos
como sus conciudadanos de esa patria; la mundaneidad del sujeto supone también que el
individuo está comprometido con la cultura, la política, la económica, la ecológica, la ciencia y la
tecnología cuanto mediaciones a partir de las cuales puede construir una sociedad justa y una
historia que apunte como fin a la felicidad a la que está naturalmente orientado.

La racio-intelectividad es la potencia en la que se conjugan la razón y la inteligencia como


facultades humanas radicalmente imbricadas en las operaciones concretas del sujeto pensante. La
razón es la capacidad lógica de la mente para efectuar relaciones reales y abstractas entre
conceptos, realidades y teorías, para formular juicios y llegar a inferencias.

La psico-afectividad es la carga de potencialidades vitales como los sensaciones,


afectividades y emociones, que se desarrollan a lo largo de su vida del sujeto a partir de los
procesos sociales, culturales, cognitivos, afectivos y sexuales.

La intersubjetividad es la potencialidad que el ser humano tiene para el encuentro con los
de su especie: “El hombre es un ‘ser para el encuentro’” La existencia misma exige la coexistencia,
por eso el ser humano es alguien sólo cuando está frente a otra persona.

La libertad es la potencialidad que el ser humano tiene para la acción de optar y decidir
sobre oportunidades y posibilidades que el mundo histórico real le ofrece; en esa acción de elegir
le va al hombre el desafío permanente de garantizarse a sí mismo el que sus elecciones le
permitan humanizarse humanizando todo con lo cual cuanto sujeto libre entra en relación.

La ético-politicidad es la potencia en la que se conjugan lo ético y lo político del ser


humano. Lo ético se refiere a la capacidad que tiene el ser humano para la reflexión sobre los
valores y principios que orientan y dinamizan los estilos de vida como vivencia de una vida buena
y; lo político, se refiere a la praxis constituyente de mediaciones materiales e institucionales que
permiten conseguir que esos estilos de vida como vivencia de una vida buena, ya individuales
como comunitarios, sean justos.

Trascendencia/trascendencialidad es la potencialidad que el ser humano tiene, para


saberse, más allá de la pura materialidad, pero no sin la materialidad; responde a la potencia del
sujeto para reconocerse y actuar como un ser-plus, un ser radicalmente diferente a los demás
seres vivos, capaz de pensar en su dignidad y defenderla por todos los medios justos.

Cualquiera de estas dimensiones que son parte de su constitución como ser, pueden ser
víctima de crisis, y esta crisis, vendrá a ser un punto crucial a lo largo del desarrollo evolutivo
humano, como ser vivo, emocional, racional y social; y que obliga a la persona a una readaptación
intrapsíquica y psicosocial como consecuencia de las alteraciones producidas y de los factores
introducidos por la misma crisis.

La crisis siempre señala dos direcciones: hacia el futuro o hacia el pasado. Se sitúa como una
puerta abierta hacia el cambio, entre la estabilidad de lo conocido y la situación nueva, y plantea
básicamente dos movimientos: estabilidad e inestabilidad, seguridad e inseguridad.

Las crisis son inevitables. Las propias características del proceso de desarrollo y maduración
humanos nos impelen forzosamente a momentos o períodos críticos.

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