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LA «CULTURA» HUMANA: UN SALTO CUALITATIVO EN LA EVOLUCIÓN

JACQUES RUFFIÉ: De la biología a la cultura. Muchnik Editores, Barcelona, 1982

En el presente texto se analiza la diferencia entre la evolución biológica y la evolución cultural.


Los humanos, igual que el resto de las especies animales actuales, fuimos el resultado de un largo
proceso de evolución. Se podría decir que el último capítulo de esta evolución biológica, al menos
con respecto a nuestra especie, fue el proceso de hominización, aquel conjunto de transformaciones
biológicas y psicosociales que llevaron a los antiguos primates a evolucionar hasta llegar al homo
sapiens sapiens, es decir, los humanos actuales. Pero, llegados a este punto, y afirmándolo sin
demasiada rotundidad por el relativamente corto tiempo que ha transcurrido hasta ahora, se podría
decir que la “evolución biológica” se detuvo en los humanos y fue sustituida por la “evolución
cultural”.

Jacques Ruffié compara la evolución biológica y la evolución cultural. Según él, la primera
transcurre de una manera lenta y se rige por el azar, sin plan ni finalidad premeditada alguna. La
segunda es rápida y efectiva, dirigida por la intencionalidad humana hacia objetivos conscientes y
claramente definidos. Al contrario, el beneficio que comporta la lentitud azarosa de la evolución
biológica está en el carácter fijo e irreversible de sus adelantos; mientras que una extrema fragilidad
es el precio que debe pagar la evolución cultural por su eficacia y rapidez. Dado el caso de la
desaparición de todas las abejas, una sola pareja de supervivientes bastaría para regenerar toda la
especie manteniendo todas las habilidades necesarias para continuar construyendo panales
perfectos y fabricando riquísima miel. Si una catástrofe nuclear eliminara la especie humana, y
pudiera sobrevivir un pequeño grupo de niños todavía no escolarizados, todo el camino cultural y
civilizatorio recorrido hasta ahora habría vuelto atrás. Haría falta empezar de nuevo, de tal forma que,
siendo optimistas, esta vez no llegaríamos a tan triste final.

Todo lo que sabemos sobre el origen del hombre muestra que tanto su aparición en la tierra
como el lugar que ha ocupado en el mundo viviente son hechos ante los que no podemos
maravillarnos. Es un "mono desnudo", fruto inicial de un accidente cromosómico, que a través de
una serie de eslabones dio lugar al hombre. Hay que reconocer que ninguna de las adquisiciones
orgánicas de los homínidos fue revolucionaria ni demasiado original. Todas existían, al menos
esbozadas, en los grupos precedentes. Los homínidos no son más que una nueva línea entre
muchas otras, y peor pertrechada que la mayoría de ellas. Si el hombre sólo hubiera podido contar
con sus cualidades biológicas, habría ocupado, de haber sobrevivido, un lugar muy modesto en la
fauna de finales del terciario y del cuaternario. No hubiera llegado a cambiar la faz de la tierra.   

1. La especificidad de la especie humana reside en su dimensión psicosocial

La originalidad del hombre no debe buscarse en lo «zoológico» en el sentido tradicional sino


en lo «psicosocial». Gracias al desarrollo del cerebro y a la liberación de la mano, la especie humana
adquirió el alto nivel de conciencia reflexiva que hizo posible la aparición de un medio de
comunicación lógica el lenguaje conceptual y que permitió la organización de sociedades cada vez
más complejas y más logradas.

2. La «cultura», una herramienta al servicio del desarrollo de la humanidad

La “sociedad” representa el instrumento más eficaz para la adquisición, la conservación, el


desarrollo, la difusión y la utilización del conocimiento. El saber se ha colectivizado. Todas las
experiencias individuales se funden, a través de las generaciones, en una masa común, en una
«cultura» que apenas esbozada en los otros grupos, forma en el hombre los cimientos de la
sociedad. El hombre “culturizado” no solamente incrementa sus posibilidades de acción sobre el
medio en proporciones casi ilimitadas sino que rompe la selección natural. Ésta ya no ejerce ninguna
influencia en él puesto que la cultura puede responder de forma eficaz y rápida a las dificultades
ecológicas. Ante una exigencia, su inteligencia habrá respondido eficazmente mucho antes que la
selección natural tenga tiempo de hacer su labor.

Pero la cultura supera su función adaptativa. El espíritu humano no se conforma con


encontrar soluciones a los problemas inmediatos e imagina problemas futuros. Lo racionaliza y lo
intelectualiza todo. Cuando el origen de un fenómeno no está claro, inventa una explicación. Así
nacen mitos y religiones. El hombre modifica su entorno físico y crea su entorno cultural: tras
escapar a las reglas de la selección natural inventa sus propias reglas y crea una moral que podrá
alterar pero de la cual ya no podrá salir. Las reglas socioculturales se observan en todas las
sociedades, incluso en las más primitivas: son indispensables para su equilibrio, para su integración,
y para la armonía del grupo. Mito, moral y religión son rasgos específicamente humanos. Las
sociedades de animales más perfeccionadas no son más que un pálido esbozo de la sociedad
humana, aunque la anuncien y la prefiguren.

3. La transición de lo biológico a lo cultural

Para entender cómo se ha podido operar la transición de lo biológico a lo cultural, hay que
tener en cuenta el papel de lo innato y de lo adquirido en el comportamiento animal. La conducta de
cualquier ser vivo está constituida por dos series de elementos estrechamente unidos. Unos son
innatos, y están inscritos en el patrimonio hereditario -y varían con la especie, la raza, la
descendencia, e incluso con el individuo-; los otros son adquiridos, como por ejemplo el aprendizaje,
la educación, y dependen de la sociedad en la que vive el individuo. Si consideramos la evolución
filogénica, lo innato predomina en las especies inferiores, las más antiguas y lo adquirido domina en
las especies superiores, las más recientes. Esta tendencia se observa en todos los niveles
taxonómicos, pero sobre todo en los vertebrados, y en particular en los primates: culmina en el
hombre. Desde luego, si la evolución ha favorecido progresivamente en todos los grupos lo
adquirido en lugar de lo innato, es porque esta transferencia ofrecía una ventaja selectiva. Va a la par
con el desarrollo del sistema nervioso que es el soporte de las funciones psíquicas, y será rica en
consecuencias.

En la historia de los homínidos la evolución biológica disminuye a medida que se desarrolla el


patrimonio cultural. La transferencia de lo biológico a lo cultural es progresiva, pero se acelera a
medida que se desarrolla la masa de conocimientos. A partir de un cierto estadio, la historia nos
enseña mucho más sobre la evolución de las sociedades que la paleontología. El mobiliario
encontrado en una tumba nos informa mejor sobre la naturaleza, el origen, el modo de vida y la
estructura social del grupo humano que los huesos por sí mismos. En el estadio sapiens, un simple
instrumento lítico es portador de múltiples informaciones; un cráneo o un diente son mucho menos
significativos. Los instrumentos elaborados por el hombre permiten definir con mayor precisión a un
grupo o a una época que los restos orgánicos. La prehistoria divide el tiempo e identifica los pueblos
en términos de industrias y no de especies o de razas.

Una vez llegado al estadio sapiens, el hombre ya no evolucionará, o mejor dicho su evolución
no se situará a nivel orgánico sino a nivel psicosocial. La adaptación ya no es genética sino cultural;
la especie humana ya no se subdivide en subespecies o en razas sino en etnias, es decir en grupos
culturales que son, en el terreno psícosocial, lo que razas o especies son en el campo biológico. A
partir de este momento la historia de la humanidad estará marcada por una extraordinaria
diversificación de culturas que dividirá a la especie humana en múltiples grupos.

4. De la diversificación cultural originaria a la uniformización cultural actual

Por otro lado, la diversificación cultural que constituía la originalidad de la humanidad y


remplazaba, a nivel psicosocial, la diversificación biológica, tiende a desaparecer hoy en día. Dos o
tres siglos atrás una cierta coyuntura histórica empezó a imponer la cultura occidental europea como
cultura dominante, a un sector cada vez mayor de la especie humana. El avance tecnológico de
occidente y las condiciones que reinaron durante todo el período industrial (que fue también el
período colonial) dieron una mayor amplitud a este movimiento y después de las transformaciones
económicas y políticas que tuvieron lugar tras la Segunda Guerra mundial, muchas culturas
tradicionales iniciaron un rápido proceso de desaparición. Para el grupo humano, este
empobrecimiento cultural es tan peligroso como lo es el empobrecimiento genético para un grupo
animal: tanto si se sitúa a nivel biológico como a nivel cultural, el monomorfismo comporta los
mismos peligros.

Desde hace algunos años se intenta proteger a las especies en vías de desaparición. Haría
falta proteger las culturas amenazadas con la misma preocupación, ya que su multiplicidad
constituye la riqueza de la humanidad y su garantía de supervivencia.

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2ª PARTE
SIN CULTURA SERÍAMOS UNOS SERES NIMIOS, INSIGNIFICANTES  EN
MEDIO DE LA NATURALEZA

La sustitución de los procesos de adaptación orgánica por procesos de adaptación cultural ha


convertido a nuestra especie en la especie más adaptable a todos los medios. La evolución cultural
es capaz de realizaciones muy superiores a la evolución biológica.

Las adquisiciones biológicas tienen muchas probabilidades de persistir. El bagaje que nos
permite progresar como especie ya no está contenido en los cromosomas sino en la cultura. Es la
sabiduría atesorada de generación en generación. Esta no se transmite ya por un proceso genético
sino a través de educación. El hombre es un animal prodigiosamente educable; al venir al mundo
posee pocos comportamientos innatos. Tiene que aprenderlo casi todo, y el mismo trabajo educativo
tiene que volver a empezar a cada generación. Si un inmenso cataclismo atómico destruyera la
totalidad de los países desarrollados y sólo permitiera sobrevivir a algunas tribus de Nueva Guinea el
mundo retrocedería siete u ocho mil años. Se tendría que empezar todo de nuevo; la humanidad
tendría que recorrer de nuevo el mismo camino.
La cultura, adquirida por cada uno de nosotros gracias a la educación determina
esencialmente nuestra personalidad. Somos más el resultado de la educación que de la herencia
biológica. A partir de un sustrato filogenético común a la especie somos sobretodo el resultado de
nuestro viaje con quienes nos han educado, nuestros padres, familia, escuela, barrio, amistades…
Los procesos educativos son la herramienta más adecuada para la transmisión a las jóvenes
generaciones de la rica experiencia y sabiduría acumuladas por las generaciones que nos han
precedido y en el seno de la sociedad humana constituyen la gran baza para el progreso individual y
colectivo. Nuestro genoma nos aporta como máximo algunas predisposiciones que nuestra
educación explotará o inhibirá. La personalidad del hombre no es nada sin la cultura. Es la que define
nuestra identidad.

1. Las consecuencias de la sustitución de la evolución biológica por la evolución cultural

Las consecuencias de la sustitución de la evolución biológica por la evolución cultural son


considerables. La evolución biológica y la evolución cultural difieren profundamente en su
naturaleza.

La primera, basada en la mutación, es el fruto del azar, guiado por la necesidad. Se realiza al
precio de un gasto inmenso, y sus éxitos son ínfimos en relación con la gran cantidad de tentativas
destinadas al fracaso. Además a menudo sólo aporta soluciones aproximativas: hemos visto que la
adaptación biológica es "aceptable" pero siempre imperfecta. En cambio la adaptación cultural, fruto
de una voluntad consciente y deliberada consigue soluciones más ajustadas. No tiene nada de
aleatorio: el carpintero que monta una puerta sabe con antelación la forma y la función del objeto
que desea. No actúa a tientas. El objeto fabricado será inmediatamente funcional, apto para cumplir
su papel: como máximo exigirá algunos retoques.

Al contrario, la evolución biológica, que avanza sin ninguna finalidad consciente, es como un
cerrajero ciego que tuviera que dar forma a una llave para una cerradura desconocida, y que
dispusiera de toda la eternidad para ello. Tres millones de tentativas al azar, es probable que una o
algunas de las llaves fabricadas acabaran por abrir la cerradura. La operación no compensa porque
supone una inmensa pérdida de tiempo y un gasto increíble, incompatibles con las exigencias de
rapidez y de precisión que implican las sociedades humanas.

La sustitución de los procesos de adaptación orgánica por procesos de adaptación cultural


ha convertido al hombre en la especie más adaptable a todos los medios y le ha evitado los errores y
azares de la evolución biológica. Por otro lado, le ha dotado de un instrumento de progreso rápido.
La mutación, que caracteriza la evolución biológica es un fenómeno poco frecuente (actualmente se
sabe que la tasa de mutación de cada organismo es muy baja), cuya difusión exige muchas
generaciones. Incluso, si por casualidad se transmite a todos los descendientes del mutante, aunque
esté dotado de un gran valor selectivo, su difusión a todo el grupo sólo será posible de forma lenta,
y favorecida por cruzamientos ulteriores. En cambio, la evolución cultural, basada en la inventiva,
puede al menos en teoría, ser comunicada a una cantidad ilimitada de sujetos. Su difusión es casi
inmediata y de cualquier manera infinitamente más rápida que la de la mutación. Finalmente, así
como la velocidad de la evolución biológica es más o menos constante (y esto no puede
sorprendernos puesto que se basa en la mutación, cuya probabilidad de aparición no varía), la
evolución cultural, en cambio, se acelera constantemente, gracias al proceso acumulativo en "bola
de nieve". El volumen de conocimientos, reforzado por cada nuevo intento, no deja de aumentar con
el tiempo (por integración de las experiencias de cada generación en el patrimonio cultural legado
por las generaciones precedentes) y en el espacio (por la puesta en común, gracias al progreso de
las comunicaciones, de los conocimientos pertenecientes a círculos de poblaciones cada vez más
amplios). Actualmente una gran parte del saber humano está internacionalizado.

2. La evolución biológica superada por la evolución cultural

Por todas estas razones, la evolución cultural es capaz de realizaciones muy superiores a la
evolución biológica. Ninguna mutación, por muy compleja que sea, hubiera permitido al hombre
abandonar el campo de atracción terrestre para alcanzar la Luna. Este logro sólo podía ser fruto de
un avance tecnológico. Y es necesario subrayar que el intervalo que separa el momento en que se
fijó el objetivo a conseguir y el éxito de la operación, es muy pequeño: como máximo una decena de
años. La conquista del espacio es una de las realizaciones tecnológicas más espectaculares: no es
la más sorprendente, ni la que ha cambiado más profundamente las condiciones de vida de nuestra
sociedad. Los progresos de la física corpuscular y de la utilización de la energía atómica para fines
pacíficos, los de la biología molecular en todas sus aplicaciones en lo que respecta a la salud del
hombre, su equilibrio, y su longevidad, seguramente tendrán consecuencias más importantes.

De todas formas, este esplendor tiene una contrapartida. La evolución cultural, basada en lo
psicosocial, resulta infinitamente frágil. Las adquisiciones biológicas registradas en el genoma, son
perennes, gracias a la invariancia del ADN que transmite su información por autocopia de
generación en generación. Al ser aceptables respecto a las condiciones del entorno, las
adquisiciones biológicas tienen muchas probabilidades de persistir. A menos que suceda un
cataclismo o una variación ecológica profunda, una especie genéticamente bien adaptada a su
medio no está amenazada. La invariancia del ADN la protege de cualquier sorpresa, de cualquier
paso en falso. Evidentemente esta estabilidad es también una prisión: la sociedad de las abejas, en
ciertos aspectos es más "perfecta" que la sociedad humana: no puede cometer ningún "error". Pero
no ha progresado desde hace millones de años y sin duda no variará jamás.

En resumen, la seguridad de lo biológico va en detrimento de la libertad. Pero la libertad de


movimiento del progreso cultural va en detrimento de la seguridad. El conocimiento ya no está
contenido en los cromosomas sino en la cultura. Esta no se transmite por un proceso genético
invariante sino por la educación. El hombre es un animal prodigiosamente educable; al venir al
mundo posee pocos comportamientos innatos. Tiene que aprenderlo casi todo, y el mismo trabajo
educativo tiene que volver a empezar a cada generación. La cultura, adquirida por cada uno de
nosotros gracias a la educación determina esencialmente nuestra personalidad. Somos más el
resultado de la educación que de la herencia biológica. Tal como escribe Th. Dobzhansky: “Ya que la
cultura se adquiere por aprendizaje, la gente no nace americana, china u hotentote, campesino,
soldado o aristócrata, sabio, músico o artista, santo, granuja o medianamente virtuoso: aprenden a
serlo". Así como no nacemos judío o cristiano, budista o musulmán, nos convertimos en ello por
adopción de una cultura y una religión. Pero ninguna cultura, ninguna religión, ninguna civilización
está a salvo de la destrucción, ninguna tiene la garantía de ser transmitida por el ADN.

Si un inmenso cataclismo atómico destruyera la totalidad de los países desarrollados y sólo


permitiera sobrevivir a algunas tribus de Nueva Guinea el mundo retrocedería siete u ocho mil años.
Se tendría que empezar todo de nuevo; la humanidad tendría que recorrer de nuevo el mismo
camino. Incluso, si bebés americanos rusos o chinos, hijos de los sabios más eminentes del siglo se
salvaran del desastre y se educaran en tribus primitivas tendrían que volver a aprender todo y
reinventar todo. Los cromosomas legados por padres ilustres les servirían de muy poco: canalizan
actitudes y no conocimientos. La ingeniosa novela de ciencia-ficción que escribió Robert Escarpit
representa bastante bien lo que podría producirse en el caso de una pérdida de cultura brutal y
masiva de la humanidad. Pero supongamos que el mismo cataclismo destruyera a todas las abejas
excepto a una hembra fecundada. En algunas semanas se habría reconstituido una colmena según
las mismas normas anteriores. En algunos meses daría lugar a colmenas hijas construidas según el
mismo plan, que albergarían enjambres con el mismo comportamiento. En algunos años, las abejas
habrían repoblado el mundo.

3.- La personalidad del hombre no es nada sin la cultura

Es la que define nuestra identidad. Nuestro genoma nos aporta como máximo algunas
predisposiciones que nuestra educación explotará o inhibirá. Volvamos a la ciencia-ficción para
ilustrar esta verdad. Actualmente sabemos cómo conservar células vivas durante largo tiempo
congelándolas bruscamente a temperatura muy baja. Si estas células, una vez descongeladas, se
cultivan, dan excelentes cariotipos que parecen conservar intacto su lote de información. No es
inimaginable que algún día se pueda obtener el desarrollo de una de estas células a partir de su
inserción en un útero. Este experimento se ha llevado a cabo en grupos inferiores. De este modo
podríamos ver "renacer", muchos años después de su muerte a un ser querido. Este "doble" seria
morfológicamente tan idéntico como un gemelo verdadero; tendría los mismos ojos, la misma cara,
las mismas expresiones, la misma voz, la misma sonrisa. Y sin embargo, aunque tuviera el mismo
stock genético (por lo tanto biológicamente similar) educado en otra época y en otro medio, se
trataría de una persona distinta. El ser que habíamos querido nos podría resultar detestable.

El hombre brilla por su cultura y lo que aporta al patrimonio común se perpetúa después de la
muerte. A pesar de su fragilidad la grandeza de la evolución cultural depende del nivel de conciencia
y de libertad que implica. La evolución biológica es inconsciente y pasiva. El animal no busca ni una
mutación, ni un genoma, no los prepara: los sufre. En cambio, la evolución cultural es consciente y
activa. El hombre sabe qué objetivo persigue. Su actividad no tiene nada o casi nada de fatal o
ineluctable: en todo momento puede cambiar de dirección, decidir hacer o no hacer, proseguir o
abandonar. En resumen, el hombre es responsable de sus actos: es él el que orienta su futuro y
asegura su destino.

Actualmente esta responsabilidad del hombre, que equivale a su poderío, resulta aplastante.
Nuestros contemporáneos han adquirido los medios de destruir a nuestra especie y puede que
incluso toda la vida del globo. La historia presente no nos asegura el que no lo hagan. Se trata de un
fenómeno nuevo, específicamente humano. Desde que la vida apareció en la tierra, millones de
especies han visto la luz del día para extinguirse después. Pero ninguna ha desaparecido por
iniciativa propia. Gran cantidad de comportamientos innatos contribuyen al instinto de conservación.
La especie humana es la única capaz de autodestruirse. La eventualidad del suicidio colectivo es el
último avatar de la evolución cultural.

JACQUES RUFFIÉ: De la biología a la cultura. Muchnik Editores, Barcelona, 1982.

desaparición. Haría falta proteger las culturas amenazadas con la misma preocupación, ya
que su multiplicidad constituye la riqueza de la humanidad y su garantía de supervivencia.

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