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Nórax de Tartessos I

SOMBRAS DE LUZ EN LA OSCURIDAD,


LUZ DE LUNA ENTRE LAS SOMBRAS

Manuel Berlanga Fernández


© Manuel Berlanga Fernández
Obra e ilustraciones
manuel.berlanga@gmail.com

Editor: Bubok Publishing S.L.

Depósito Legal: PM 3075-2008


ISBN: 978-84-92662-18-0

II Nórax de Tartessos, I
En recuerdo de aquellos jóvenes
soñadores que en su día disfrutamos de
«BERSERKR, fanzine de y sobre Fantasía
Heroica», y conformamos un extraordina-
rio «Círculo de las Espadas»…
A Eugenio, en especial, que fue su alma.

Nórax de Tartessos, I III


IV Nórax de Tartessos, I
SOMBRAS DE LUZ EN LA OSCURIDAD,
LUZ DE LUNA ENTRE LAS SOMBRAS
Nórax de Tartessos, I V
VI Nórax de Tartessos, I
PRÓLOGO: Mito, Realidad y Fantasía.

Tartessos,
aproximación histórica a un mito desaprovechado.

Hace años editaba una revista de aficionados llamada


«BERSERKR», un fanzine dedicado a la Fantasía Heroica,
que algunos todavía recuerdan. Entre sus páginas, a raíz de
un número dedicado exclusivamente a la FH española escribí:
«Siempre, desde que me acerqué a su realidad, Tartessos ha
ejercido sobre mí una atracción irresistible. Su misterio, su
desconocimiento histórico hasta hace unos años y, a pesar de todo,
el que hoy en día solo haya salido a la luz una ínfima parte de lo que
fue una cultura excepcional, con leyes y poemas milenarios escritos
en verso, una extensión de dominios extraordinaria para aquella
época, y una ciudad (que algunos han querido emparejar con la
Atlántida platónica) que desapareció sin dejar rastro, y constituye la
deuda pendiente de la Arqueología moderna… Un Tartessos
mitológico que da pie a la presencia de Heracles en su décimo
trabajo, los bueyes de Gerión; pero también un Tartessos real, con
una capacidad comercial única que le permite, a través de sus
enormes “naves de Tharsis” bíblicas, recorrer la “vía del estaño”
hasta Britania, o suministrar al mismísimo Salomón materiales para
su templo magnífico…
Y todo ello en Andalucía, mi tierra… ¿Podía alguien encontrar un
entorno mejor para perderse en los caminos de la Fantasía?»

Sombras de Luz en la Oscuridad… -7-


Veinte años después, el texto no sólo mantiene vigencia,
sino que comparto y reitero cada una de sus palabras. Es
más, considero que los autores españoles de fantasía
desaprovechan un enorme filón (uno de los muchos que
tenemos aún pendientes de explorar en este país tan rico en
posibilidades) para desarrollar historias, fantásticas o no,
basadas en mitos, misterios o realidad histórica. Sí, algo se
hace. Demasiado poco, para mi gusto, si lo comparamos con
otros países que saben aprovechar mejor su acervo histórico,
ninguno tan rico como el nuestro.
Nórax, como personaje, nació en 1987, entre esas páginas
de Berserkr, en un relato por partes, inconcluso hasta ahora
porque el fanzine, por diferentes motivos, dejó de publicarse
en su número 9 (la ilustración de de este libro era su portada),
precisamente cuando, en 1989, la Sociedad Europea de
Ciencia Ficción, reunida ese año en San Marino, le concedía
el Premio Europeo de S.F. a la mejor revista española de
aficionados…
Este es, pues, un relato de juventud; recuperado con ilusión
gracias a Bubok.

Pero volvamos a Tartessos, reino misterioso donde los


haya.
Muchos autores lo han identificado con la Tharsis bíblica
que aparece en varios de sus libros, en diferentes etapas.
Curiosamente, tales citas son hechas en fechas que coinciden
casi exactamente con las del reconocimiento de Tartessos por
parte de la Historia: en el Libro de los Reyes (en relación con
Josafat, siglo IX a.C.), Isaías (siglo VIII a.C.), Salmos y
Jeremías (siglo VII a.C.), Ezequiel (siglo VI a.C.), Jonás (siglo
IV a.C.), Isaías III (hacia el año 475), Crónicas (hacia el 400
a.C.); después desaparecen, como las citas históricas de aquel
reino. Sin embargo, como dice Manuel Bendala, las diferentes
-8- Nórax de Tartessos, I
interpretaciones que se entresacan de ellas, hacen casi
imposible extraer datos de verdadero valor histórico.
La mayoría de textos griegos enfocan el tema desde un
aspecto mitológico, relacionado con su monarquía proto-
histórica, aunque ya lo sitúan más allá de las columnas de
Heracles, en el confín extremo del mundo.
Tal vez, la descripción más exacta de Tartessos se
encuentre en los versos de la Ora Marítima de Rufo Festo
Avieno, quien transcribe datos de un autor púnico del S. VI
a.C. que cuenta hechos que bien pudo presenciar
personalmente. Sitúa a Tartessos en una isla del golfo de su
mismo nombre (actual Golfo de Cádiz), en el que desemboca
el río Tartessos (Guadalquivir), que baña sus murallas tras
pasar el lago Ligustino (actual Coto de Doñana), cerca del
Monte de los Tartesios, lleno de bosques, y el Monte
Argentario, en cuyas laderas brilla el estaño; a cuatro días a
caballo de la región del Tajo (Ronda) y cinco de Mainake
(Málaga). También indica sus límites: se extendía desde
Huelva hasta Mastia (Cartagena).
La no presencia de rastro alguno en la región conducía a
pensar en Tartessos como un concepto mitológico, y así lo
trató la Historia. Hasta que en 1924, Adolf Schulten,
historiador y arqueólogo alemán, gran hispanista, publica su
obra Tartessos, donde, en base a sus conocimientos de las
fuentes literarias antiguas, señala la posible ubicación de la
ciudad siguiendo las pautas de Avieno; también en su obra
especuló con la posible identificación de Tartessos con la
Atlántida de Platón. Schulten decidido a encontrar la ciudad,
realizó excavaciones en Huelva y el Parque Nacional de
Doñana. Soñaba con obtener el mismo éxito que Schliemann
con Troya, pero no lo consiguió. Terminó obsesionado y
desistiendo. Sin embargo, es considerado por todos el padre
de la investigación moderna sobre Tartessos.

Sombras de Luz en la Oscuridad… -9-


Hoy en día, la arqueología se ha encargado de demostrar
la existencia de numerosas pruebas que justifican la presencia
de Tartessos, un reino real, no mítico, en lo que hoy abarca
Andalucía. Pero mientras no se descubra la ciudad que fue
sede de su monarquía poco se habrá conseguido.
La posición oficial de la Historia es que Tartessos no
existió, porque su ciudad no aparece (como no existía Troya
antes de Schliemann); su historia no puede ser tal porque no
se conservan textos escritos –griegos, o egipcios– que la
recojan, si no es como fábula o leyenda…
Pero la Historia que conocemos puede no ser la única:
La civilización de Tartessos disponía de un lenguaje escrito
propio. Ya en el siglo I, Estrabón citaba (III 1,6) que los
turdetanos disponían de leyes escritas con una antigüedad de
seis mil años (hoy ocho mil); eran herederos de los tartesios.
Ana Mª. Vázquez Hoys, titular de Historia Antigua de la
UNED, que hace años propuso fijar el inicio de la monarquía
tartesia en Medusa, y señalaba la existencia de un posible
radical autóctono GR, presente tanto en la Gorgona como en
su nieto Gerión, Gárgoris o Argantonio, retoma ahora
aquellos signos escritos aparecidos en Huelva, datados hacia
el 4.000 a.C. para indicar que quizás la escritura no naciese
en oriente, sino en nuestro occidente más cercano.
Dice Maluquer de Motes que una sociedad que descubrió
tan pronto la escritura debía tener, en palacios y casas parti-
culares, inscripciones reales, leyes, anales históricos, listas de
tributos… al igual que otras monarquías contemporáneas
(Knosos, Pilos, Micenas, Tebas…). Él mismo se encarga de
demostrar que no se trataba de una escritura culta o de casta
sacerdotal, sino de uso corriente, por toda la población, dadas
las muestras encontradas en anillos, lápidas, vasijas, monedas
milenarias, o utensilios de uso común…

- 10 - Nórax de Tartessos, I
Pero el alfabeto tartesio (como el íbero, y otros), aún no
dispone de una piedra roseta con que descifrarlo… ¿Qué
Historia se nos ha negado, perdida tras el desconocimiento?
Son numerosas las pruebas arqueológicas que demuestran
la existencia, durante el segundo milenio antes de Cristo, de
un comercio real entre la Península Ibérica y la civilización de
Micenas, al otro lado del Mediterráneo. La Estela de piedra
de Nora, en Córcega, indica que Nórax, nieto de Gerión, fundó
una colonia tartesia en esa isla, sobre el 1200, dando nombre
a su capital… pero la historia “oficial” insiste en que la
navegación fue “inventada” por los fenicios, hacia el año
1000 a.C….
Es muy posible, pues, que exista otra Historia, diferente y
muy distinta de la que nos ha sido legada hasta ahora,
escondida tras el mito.
Algo pasó, sin duda, hacia finales del S. XIII a.C. (¿un
cataclismo, un maremoto tal vez?) coincidente con la caída de
Micenas y la llegada de aquellos desconocidos “pueblos del
mar” que invadieron el Mediterráneo oriental, cuna de
nuestra cultura, historia y civilización actual. Algo, que nos
ha privado, hasta ahora, del conocimiento y saber sobre esa
otra cultura que bien podría haber florecido en el Mediterrá-
neo occidental y nuestra península, y llegó hasta una Grecia y
Egipto que intentaban recomponerse, en forma de leyenda.
Sería curioso, y paradójico, que la búsqueda ahora de esa
leyenda eterna, la Atlántida (¿o es lo mismo?), colaborase al
descubrimiento de Tartessos:
Más allá de las ensoñaciones de Schulten, en 2001, el Dr.
Collina-Girard, geólogo del Centro Nacional de Investigación
Científica francés, expuso su teoría de la existencia de la
Atlántida entre Gibraltar y Tánger, más en concreto en la isla
sumergida de Espartel. La BBC anunció en 2004 la
realización de una expedición científica para corroborar este
Sombras de Luz en la Oscuridad… - 11 -
dato, en la que esperaban encontrar restos de civilizaciones
antiguas… Al tiempo, científicos de la universidad alemana
de Wuppertal retomaban aquella idea de situar su presencia
en Doñana, enterrada a gran profundidad en las marismas de
Hinojo, pues, a partir de fotografías tomadas desde satélite
habrían detectado una isla de las mismas dimensiones que la
que describe Platón para la Atlántida, también con círculos
concéntricos, y una estructura coincidente con el templo de
Posidón. Aunque este planteamiento ya ha sido rechazado por
algunos expertos de la Universidad de Huelva, otros,
historiadores e investigadores del CSIC continúan sus estudios
y orientan sus trabajos en este sentido… en un entorno natural
protegido que impide grandes avances
Al día de hoy ignoramos qué deparará el futuro sobre la
civilización de Tartessos; pero no hay duda de que gran parte
de la comunidad científica se niega a rechazar la posible
realidad del mito.

Y, mientras ese futuro llega, ¿por qué no usar la Fantasía


para recrear mitos perdidos de una realidad posible, puede
que no del todo improbable, … y disfrutar con ellos?.

Manuel Berlanga Fernández


Málaga, verano de 2007,
diciembre de 2008.

- 12 - Nórax de Tartessos, I
SOMBRAS DE LUZ EN LA OSCURIDAD

“Los mitos que asustan a los hombres son


convenientes para el culto de los dioses”.
Eurípides. Tragedias. Electra, 742-744

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 13 -


- 14 - Nórax de Tartessos, I
PRESAGIOS
“Y me ha establecido como sacerdotisa en
este templo, donde la diosa Ártemis se
complace en estos ritos”.
Eurípides. Tragedias. Ifigenia entre los
Tauros, 34-36

L
a comitiva ascendía el sendero bajo las últimas
luces del crepúsculo y la mirada atenta de Silein,
muy cercana al plenilunio. Las antorchas refulgían
sobre unos campos que tornaban lentos del verde
al gris, entre pinceladas cobrizas de atardecer. El
cielo limpio se vestía en púrpura, y un rocío de lágrimas
tintineantes comenzó a brillar en las alturas: las mismas
estrellas que poco más tarde conformarían el séquito nocturno
de la diosa en su vigilia.
El sonido de las flautas y pífanos de tonos alegres actuó
como heraldo ante la Alta Sacerdotisa, Calírroe, para anunciar
que el cortejo no tardarían en alcanzar la cima donde se
encontraba. Ella decidió entonces abandonar el promontorio
que le servía de mirador y regresar al templo, donde los
recibiría, en la gran sala de Silein, la Luna, como correspondía
a la ocasión.
Mientras se encaminaba hacia el interior, sintió a su
alrededor el invisible cambio natural que se produce cuando la
tarde cae y el día cede paso al reinado de la noche. Durante
ese breve periodo de tiempo que ambos comparten la tierra

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 15 -


vibra de un modo especial, las flores grandes se acuestan y
dejan sitio a otras, pequeñas y diminutas, que utilizan su aroma
para hacerse notar; y que obtienen así mejores resultados,
pues nadie pasa a su lado sin apreciarlas.
Calírroe sonrió al percibir sus fragancias.
Pero sus ojos permanecían tristes, pues otro sentimiento
muy diferente a la alegría anidaba ese día en su corazón.

–—–– oOo –––—

La procesión alcanzó las puertas del templo, siempre


abiertas para acoger a quienes acudiesen a ellas, en busca de
amparo en la diosa. La música cesó entonces, y dio paso a un
tranquilo silencio, roto sólo por los pasos acallados de los
peregrinos y el murmullo caprichoso de la naturaleza viva que
les rodeaba. Arimnaar, el sol, se ocultaba tras la faz del monte
Abas, y su sombra se extendía sobre el valle y el pueblo como
un manto protector que pronto cubriría toda la isla, incluida la
Colina de la Luna que acababan de ascender.
Atravesaron el gran arco de entrada, horadado en el muro
de piedra blanca, de altura superior a dos hombres. Tiempo
atrás, en una época muy anterior, había sido esculpido y
tallado a mano sobre la propia roca de la montaña, y conforma-
ba un semicírculo enorme, infranqueable en caso de defensa.
Visto desde el valle, parecía una gigantesca corona de mármol
que ciñera a medias la cima de la colina donde se asentaba.
Mientras atravesaban los jardines exuberantes y frondosos
de su interior, les sorprendió el murmullo cantarino del agua
viva en las albercas, dispuestas en alturas diferentes, para
volcar suavemente, unas a otras, el líquido que les sobraba; a
su arrullo los miembros del séquito, como cualquier otro
visitante, quedaron contagiado de la paz serena que transmitía
un entorno tan apacible. Cruzaron el círculo interno, formado
sobre la cara opuesta de la muralla, rodeado de columnas,
hasta alcanzar la construcción principal, en cuyo interior se
ocultaban numerosas estancias y habitaciones excavadas en
- 16 - Nórax de Tartessos, I
la propia montaña; en su centro, majestuoso, se encontraba el
pórtico principal, que daba acceso a la gran sala de la Luna.
Ante sus puertas abiertas se detuvieron, con respeto,
esperando que la Venerable Madre autorizase su entrada. Un
silencio devoto sobrevolaba la procesión.
La Alta Sacerdotisa se incorporó entonces desde el gran
banco de piedra blanca situado al fondo de la estancia, y con
un gesto de su mano, indicó a los peregrinos que se acercaran.
Ellos inclinaron la cabeza sobre el pecho, a modo de saludo y
sumisión a su autoridad, y penetraron despacio en la gran sala;
se detuvieron frente al altar, con un sigilo que resaltaba el roce
de sus pisadas sobre el mármol.
Desde una altura de tres escalones, la mujer paseó
tranquila la mirada sobre los presentes, unos treinta, en
representación de todos los habitantes y estamentos de la isla.
Se detuvo en quienes los encabezaban. Contempló primero al
hombre que era uno y tres a un tiempo, a quien sonrió; y más
tarde a las dos mujeres que le flanqueaban. Ambas
constituían un reflejo de sí misma a lo largo del tiempo; el más
claro espejo donde comprobar a menudo el transcurrir de la
vida. Calírroe ya no era joven, bien lo sabía. Y ellas, con su
presencia, se lo recordaban a diario; como lo hacía el cargo
1
que ostentaba en la Tríada . Pero tampoco había pretendido
negar la evidencia, ni había sido ese uno de los aspectos de la
vida que le preocupara. Gracias a su linaje aparentaba
muchos años menos de los que realmente tenía; tantos, que
siendo una generación mayor que Nedea, quien no las
conociese tomaría a ambas por hermanas.

1
Anciana, Gran Sabia, Venerable Madre, Decana de la orden de sacerdotisas.

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 17 -


La saludó a ella en primer lugar.
La Madre era una mujer agradable, en toda su plenitud
física, cuyo rostro iluminado irradiaba la alegría de la Luna
llena que representaba. Tendría que haber sido su hija; pero
representaba lo único que la Diosa le había negado siempre,
quizás para recordar a todos –y a Calírroe la primera– que, en
verdad, era Ella la única que controla los destinos…
—Venerable Madre –dijo Nedea escuetamente, con una
sonrisa, mientras acogía sus dos manos en un apretón
cariñoso. Se le acercó, para depositar un tierno beso en su
frente, y avanzó hacia la derecha, cediendo espacio a la
Doncella.
Eriteia, su propia nieta, era ya una mujer. Había crecido
libre, recorriendo la isla de la que tomaba el nombre, y su piel
blanca aparecía dorada bajo los rayos benéficos del dios
luminoso. En contraste a su madre –o con ella misma, su
abuela–, no vestía la túnica larga ceremonial, sino una falda
corta de piel que dejaba sus piernas al descubierto; por
encima, un simple chaleco, sin mangas y desabrochado,
mostraba sin recato su hermoso cuerpo de mujer; ágil, de
formas juveniles y turgentes, y piel tersa. Alta como ella
misma, había heredado también sus ojos claros color de mar,
reflejo del linaje de Océano, y su hermosa cabellera, que
flotaba ondulante al impulso afable del viento; si bien, en la
joven, sus tonos castaños brillaban con tintes rojizos, como la
propia isla de la que deriva su nombre.
— ¡Abuelita...!
El abrazo inesperado de Eriteia la sorprendió una vez más,
por mucho que ya debiera estar acostumbrada a tales
demostraciones inesperadas de afecto por su parte. De no ser
por la fuerza con que la joven la apretó contra su cuerpo, el
ímpetu del gesto la habría desequilibrado y hecho trastabillar,
lo que hubiera originado una situación de lo más embarazosa,
dadas las circunstancias.
— ¡Compórtate, niña! –le regañó entre dientes. Pero la
sonrisa que afloró en los labios de cada uno de los presentes,
incluida la propia sacerdotisa, dejó claro que se trataba de una
- 18 - Nórax de Tartessos, I
actitud conocida y asumida por todos. Eriteia era ya una mujer,
sí; pero continuaba siendo una niña.
La Doncella, con sonrisa pícara y una mal disimulada
vergüenza que no sentía, recobró la compostura, se colocó –
ahora sí– la túnica blanca, y se situó a la izquierda, como era
preceptivo. Intentó dar a su rostro un aire de seriedad; pero lo
único que obtuvo fue una sucesión de mohines extraños,
provocados por esa sonrisa rebelde que se negaba a
desaparecer. Por fin, viendo el triple gesto severo de su padre,
al frente, se contuvo y consiguió dominarla.
Sin tiempo para más, Eriteia notó que la mano izquierda de
Calírroe buscaba la suya y la cogía; supo que su derecha hacía
lo mismo con Nedea. Las manos unidas de las mujeres se
elevaron entonces, lentamente, y todos los presentes se
inclinaron con respeto ante la representación de la Diosa en
sus tres encarnaciones (en este caso, además, miembros de la
misma familia): ella, la Doncella, la Luna virgen en su estado
creciente; la Madre, la Luna llena, en plenitud de facultades y
vida; y la Venerable Anciana, la Luna menguante, cada día
más sabia.
«…la Triple Diosa, a quien todos veneramos como fuente
de vida; quien fertiliza, con su luz en la oscuridad, árboles y
plantas; quien regula el ciclo vital de los hombres y animales,
tanto en la tierra como en los mares».
Su voz acompañó a las otras sacerdotisa en la letanía
oficial, que los presentes contestaban ritualmente cuando
correspondía. Y mientras lo hacía, la joven volvió a sentirse
extraña ante aquella demostración:
A pesar de los años que llevaba en el cargo, no conseguía
acostumbrarse a ciertos hechos; como que su propio padre,
rey y hombre tres veces, y elegido de la Diosa, se inclinara
ante su presencia; o que lo hiciera el resto del pueblo, mujeres
y varones, mayores o pequeños, aquellos mismos a los que
había obedecido, o con quienes había jugado desde la niñez...
En ese momento, Menetes, situado en la última fila de los
asistentes, se atrevió a levantar la vista –fue como si un
sentido especial le avisara de que alguien muy cercano
Sombras de Luz en la Oscuridad… - 19 -
pensaba en él–, y sus miradas se entrecruzaron.
La Doncella, tras comprobar que todos los demás frente a
sí misma mantenían las cabezas agachadas, le guiñó un ojo,
en gesto de complicidad; y el joven, de aproximadamente su
misma edad, se sonrojó, entre sorprendido y enfadado, y bajó
la cabeza rápidamente. Ella sonrió divertida desde su posición
dominante. Y así se mantuvo, observando a todos mientras
duraba el acto. Más tarde corrigió el gesto, al comprobar que
la oración concluía, y su padre elevaba sus tres cabezas a un
tiempo y se disponía a hablar.
—Diosa –dijo éste, utilizando la palabra apropiada del
ceremonial cuando se encuentran juntas las tres
encarnaciones–, si no deseáis nada más, ordenadlo. Nos reti-
raremos entonces, humildes y con vuestra bendición, para que
deis inicio al retiro del plenilunio.
La Alta Sacerdotisa le miró, como una madre mira a su hijo
amado. Pero al responder usó también el título oficial y la
expresión distante correspondientes:
—Sí, Elegido, podéis retiraros. Conduce a tu pueblo en paz
hasta el valle. Volved a recogernos pasados tres días.
Los hombres inclinaron sus cabezas de nuevo, y el séquito
comenzó a retirarse.
—Pero mientras... –la Sacerdotisa se detuvo, y dudó antes
de continuar. Los tres hombres se volvieron al unísono,
extrañados por la interrupción del rito, y descubrieron la
expresión grave y preocupada que ensombrecía el semblante
de la mujer. —Disponed de un vigilante, día y noche. Si una
columna de humo blanco se elevara desde el templo, que
recen las mujeres, porque será señal de que necesitamos
ayuda. Pero si el humo fuera amarillo, haz que todas vengan
aquí, inmediatamente.
»Y…, Gerión –añadió finalmente bajo la atenta mirada del
rey solar–. Manteneos alerta. Puede que se avecinen malos
tiempos.
El triple rey la miró expectante, esperando alguna otra
aclaración. Pero ella se limitó a asentir lentamente con la
- 20 - Nórax de Tartessos, I
cabeza y los ojos, y no dijo nada más.
—Todo se hará como habéis dispuesto –respondió el
hombre con expresión sombría, tras concederse un único
momento de duda.
Los tres rostros se miraron entre si, preocupados, sin
pronunciar palabra. Después, dieron media vuelta y se
alejaron hacia el exterior, seguidos por el resto.
La Madre y la Doncella buscaron con la mirada el rostro de
la Gran Sabia, y en él descubrieron la expresión de infinita
tristeza que reflejaba mientras seguía con la vista la salida de
su hijo. La vieron sentarse en el banco, y ellas hicieron lo
mismo, expectantes; pero mantuvieron un silencio respetuoso.
Nada más les dijo entonces, y decidieron esperar el momento
apropiado.
Pronto lo sabrían todo.

Mientras las mujeres a su servicio preparaban el refrigerio,


Calírroe se concedió un leve instante para el recuerdo: la diosa
no le había querido bendecir con esa hija que deseaba, como
madre y sacerdotisa, a fin de que continuara sus propios pasos
en la Tríada; Equidna no podía ser considerada como tal. Y
sin embargo, a cambio, había obtenido el regalo inesperado de
un hijo que eran tres, como la propia diosa. Un verdadero
elegido.
Pero esa misma alegría que siempre había colmado su
corazón de dicha, se veía ahora enturbiada por un grave
peligro, que presentía de forma inminente, y amenazaba la
propia base de las creencias que encarnaba…
Un presagio oscuro, que se cernía sobre su amado hijo
triforme.

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 21 -


- 22 - Nórax de Tartessos, I
SACRIFICIO
(Dos días más tarde...)

“…un soplo feliz la impelía, mas de pronto


cesó aquella brisa, una calma profunda se
sintió alrededor: algún dios alisaba las
olas.”
Homero. Odisea. Canto XII, 167-169

E
l día se presentaba magnífico para la navegación.
Una brisa agradable se había elevado temprano
desde levante; tal vez no demasiado fuerte, pero sí
lo suficiente como para permitir que el Pitio
navegara, raudo como una flecha, cortando las
aguas azules sin más impulso que el viento. La serpiente
enroscada tallada en madera alrededor de su espolón de proa,
más que la pitón terrestre que daba nombre al barco, le
asemejaba a una gigantesca sierpe marina que surcara los
mares en pos de una imaginaria presa desvalida, a la que sin
duda iba a alcanzar pronto, dada la velocidad con que se
desplazaba.
El viento, sin embargo, desapareció al caer la tarde.
El mar se convirtió entonces en un duro rival al que había
que vencer a fuerza de brazos, y los hombres se encontraban
terriblemente agotados antes de que el día llegara a su fin. Un
fin que se había adelantado en exceso, acortando inexplicable-
mente la duración de la tarde.

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 23 -


Selene ni tan siquiera había aparecido sobre las aguas,
como en días anteriores, despuntando su blanquecino rostro
sobre el azul claro de los cielos despejados; y, sin embargo,
Helio, el resplandeciente, culminaba ya su viaje por el
firmamento. Tras todo un día de transmitir luz y calor al resto
de dioses, y a los hombres, el dios se encaminaba hacia el
descanso en su lejano palacio del jardín de las Hespérides, al
otro lado del confín de Océano; cerca quizás de adonde ellos
mismos se dirigían.
Se hacía necesario, por tanto, dar una tregua a los brazos
sin fuerzas; localizar un lugar adecuado donde reposar, y pasar
la noche, en aquella costa inexplorada.
Se encontraban lejos de cualquier ruta marítima conocida,
tanto para barcos argivos, como cretenses o de los hombres
2
de púrpura . Sólo Perseo, el fundador de Micenas, se había
aventurado a acercarse tanto al extremo occidental y al Mar
3
Tenebroso , muchos años atrás, cuando decapitó a Medusa.
Pero entonces había contando con la ayuda e indicaciones de
la diosa Atenea; ellos sólo disponían de las referencias y
recuerdos de aquella gesta lejana para guiarse.
Deileonte, en otros tiempos sacerdote de Apolo en su
templo oracular de Delfos, y transformado ahora en marino
ocasional, tenía, además, otras preocupaciones.

2
Los fenicios (phoínikes), llamados así por los griegos por su producción de tejidos
teñidos de púrpura, a partir de pigmentos obtenidos de moluscos.

3
El Océano Atlántico, desconocido en aquella época para todos los pueblos del
Mediterráneo. El inicio del fin del mundo. Sus aguas, según las leyendas, estarían
pobladas de monstruos que devoraban a los marinos…

- 24 - Nórax de Tartessos, I
La naturaleza mostraba a su alrededor signos extraños,
presagio evidente de que se avecinaban sucesos
extraordinarios, aún por determinar. El viento había ido
disminuyendo, despacio, antes de esfumarse por completo,
instante en el mar se calmó y quedó detenido, transformado de
repente en algo parecido a un lago de aguas tan quietas que
sólo el chapotear de los remos al paso de la embarcación
permitía recordar su estado líquido. Tampoco se veían peces
a su alrededor. Ni tan siquiera delfines, que suelen acompañar
a los barcos mientras navegan por aguas tranquilas y
amigables. Y los hombres, marinos avezados a todo tipo de
situaciones, comenzaban a alarmarse y dirigir sus miradas
hacia el capitán, o él mismo, en busca de respuestas que, por
desgracia, ellos no les podían ofrecer.
Ahora que se acercaban a tierra firme otros signos
anormales se unían a los anteriores: echaba en falta el
graznido ruidoso de las gaviotas volando, mientras otean y
escudriñan los mares desde las alturas, buscando peces
incautos y aventureros cercanos a la superficie; o el ruido de
otras aves sobre los árboles de la costa al atardecer, cuando
descansan su vuelo y comentan entre sí las peripecias de un
día pasado entre nubes; incluso había desaparecido el más
leve roce de animales esquivos en la espesura, más allá de
aquellas cañas que bordeaban la playa hacia la que se
dirigían…
Nada de eso se mostraba ante ellos. La naturaleza se le
antojaba muerta en su movimiento, teñida de púrpura por un
cielo enrojecido bajo los últimos rayos de sol, y ellos los únicos
seres vivos que quedaran sobre la tierra.
—¿Qué está pasando, Deileonte? –dijo una voz grave a su
espalda, que le sobresaltó, e interrumpió sus reflexiones–.
¿Acaso los dioses se oponen ahora a nuestra misión…, o
hemos perdido el rumbo y alcanzado las puertas del infierno?
En ninguno de mis viajes anteriores he llegado a presenciar
algo parecido a esto.
Heracles, el comandante de la expedición y verdadero
responsable de la presencia del sacerdote a bordo, era un
hombre formidable en tamaño y constitución; superaba en más
Sombras de Luz en la Oscuridad… - 25 -
de una cabeza al más alto de los marinos. Pese a que se
encontraba ya en su cuarta decena de edad, y en su barba y
sienes aparecían canas plateadas, aventajaba en fuerzas a
cuantos hombres se cruzaban en su camino, salvo, quizás, a
gigantes y titanes (si bien este último extremo aún no había
sido comprobado). Sin embargo, observando ahora su gesto
sombrío, cercano al miedo –por más que ocultase sus
sentimientos de cara al resto de los marinos–, nadie
reconocería en su persona al guerrero arrogante de otros
momentos, favorito de los dioses, triunfador indiscutible de
cuantas pruebas había acometido hasta entonces. Aunque
Deileonte, sacerdote oracular y su confidente, conocía también
el tormento y castigo que sus actos descontrolados le habían
deparado.
—No lo sé, Heracles… –le respondió indeciso–, en estos
momentos no soy capaz de discernir nada. No puedo leer
auspicio ninguno en este silencio, sin vuelos de aves ni surcos
de peces que puedan orientarme en algún sentido. Yo también
he imaginado ver a Thanatos, acercándose hasta nosotros
4
para acompañarnos al Tártaro . Pero a decir verdad, no creo
que nos encontremos frente a una de sus puertas; por muchas
de ellas que se abran a lo largo de la tierra. Recuerda que
antes de salir todos los augurios fueron favorables a la
expedición.
»De todas formas –continuó–, presiento que, aunque esto
no sea motivado por nuestra causa, pronto seremos testigos
de un acontecimiento extraordinario… o sobrenatural.

4
La región más profunda del mundo, situada, a gran distancia, por debajo del Hades o
Infierno. Se encerraba en ella a quienes ofendían especialmente a los dioses

- 26 - Nórax de Tartessos, I
Su mirada recorría la costa, en busca de algún movimiento
que no terminaba de producirse.
Aquel mismo día habían dejado atrás una zona en la que el
monte terminaba sobre las aguas, cortado a tajo; ahora, por el
contrario, se encontraban frente a playas de pequeñas caletas
arenosas acariciadas por el mar; bordeadas de numerosas
cañas, preludio de esa vegetación frondosa y verde que se
extendía ante su vista. Más adelante, a poca distancia en el
mar, una pequeña isla surgía de las aguas, separada del litoral
por un trayecto aproximado al de tres veces un tiro de arco.
Tras un instante de silencio, en el que los dos hombres
compartieron la angustia de lo desconocido, el sacerdote de
Apolo añadió:
—No me gusta este sitio… Mejor sería situarse al amparo
de la isla, en lugar de permanecer aquí.
—Ya no es posible –le respondió decidido el comandante–.
También yo lo he pensado, pero Corono considera bueno este
lugar. Allí podríamos encontrar arrecifes y escollos, y los
hombres están exhaustos. De todas formas, opino como tú:
en breve va a suceder algún prodigio… Cuando eso ocurra
prefiero estar preparado para lo que venga, tranquilos y
descansados, y no remando hacia un lugar tan incierto como
éste donde nos encontramos.
5
En ese momento, a una voz del kiberneta , los hombres
situados a estribor dejaron de remar al unísono y hundieron la
pala en el mar, mientras los de babor continuaban una boga

5
Patrón de la embarcación.

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 27 -


larga y pausada, manteniendo el remo el mayor tiempo posible
bajo el agua. Las canciones que les servían de ayuda se
habían acallado tiempo atrás bajo el cansancio, y ahora ni tan
siquiera la flauta de Tésalo les acompañaba.
La nave comenzó a girar lentamente sobre sí misma, hasta
quedar situada de espaldas a la playa. Entonces, todos los
remeros a una vez, marcaron un último impulso, y el barco se
desplazó hacia atrás. Junto al timonel, sobre el puente elevado
de la popa, el hombre que controlaba la profundidad de las
aguas hizo un gesto al patrón, y éste gritó la orden.
Inmediatamente, todos a una de nuevo, los hombres clavaron
los remos sobre el agua y la embarcación fue frenando su
deslizar, hasta quedar detenida. Dos fuertes chapoteos
indicaron que las grandes anclas de piedra redondeada habían
sido arrojadas al mar, y los hombres, agotados, se dejaron
caer sobre los remos. Muchos de ellos giraron la cabeza y
fijaron su mirada en el patrón, que se encaminaba hacia el
sacerdote de Apolo y el capitán.
— ¿Por qué has situado la nave de espaldas a la playa,
Corono? –le preguntó éste al llegar.
El hombre, un marino experto de mediana edad y rostro
curtido por el salitre y los años bajo el sol, se detuvo junto a
ellos. Antes de responder paseó una mano por su calva, en
dirección a la nuca, y de allí hacia el mentón, donde terminó
mesándose la barba. En su cara aparecía un muy expresivo
gesto de preocupación.
—No imagino de dónde vendrá el viento, capitán; si es que
llega. Jamás me había encontrado en una situación como
ésta. Pero sé que el mar no se comporta así por capricho, y
temo que termine rebelándose de alguna forma. Si lo hace,
quiero estar mirando a su cara… Será la única baza que
dispongamos entonces.
Heracles asintió, y posó una mano sobre su hombro. Ese
gesto, y la sonrisa forzada que le dedicó, indicaban una
confianza plena en sus conocimientos. Lo atrajo hacia sí,
cerca de la borda, y miraron juntos hacia la playa.
El disco luminoso que era el carro de un dios había
- 28 - Nórax de Tartessos, I
desaparecido, poco antes, oculto tras aquellos montes, y las
sombras caían ahora sobre el mar. A sus espaldas el
horizonte aún se mantenía claro; y así continuaría algún
tiempo, con trazos rosas y anaranjados, difuminados sobre el
azul pálido de un día que se apagaba con lentitud.
—Que los hombres se mantengan a bordo –le dijo con voz
acallada–. No podemos saber qué nos espera ahí abajo…
En ese instante, los tonos agrisados de la costa se tiñeron
en rojo, bañados de repente por el intenso resplandor que
despuntó a sus espaldas, primero de forma débil, después
dominándolo todo. Los hombres en cubierta volvieron con
rapidez sus cabezas hacia el horizonte, y el murmullo que
iniciaban se transformó pronto en alarma, y más tarde en
pánico; porque lo que veían al frente, detuvo el curso de sus
latidos y heló la sangre en sus venas.
—Santa... Diosa... de la Noche... –balbuceó Deileonte,
cayendo de rodillas con el cuerpo aflojado. Su voz
entrecortada era el reflejo claro de unos músculos agarrotados
por el miedo. Abrió la boca, desmesuradamente, para
hablar… y conseguir aspirar un aire que llegaba difícilmente
hasta sus pulmones.
— ¿Qué... hemos… hecho ahora?
Todos los hombres, incluido Heracles, le imitaron y cayeron
postrados de rodillas ante la diosa; algunos incluso se taparon
los ojos, o lloraron como niños...
Frente a ellos, surgiendo del horizonte más allá del mar,
una luna gigantesca, roja en toda su plenitud, dominaba el
mundo, y teñía las aguas con su estela doliente de luz
ensangrentada.

——— oOo ———

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 29 -


En la sala de la Luna las tres sacerdotisas rezaban tras la
inmolación.
Definitivamente, el peligro presentido por Calírroe se había
consumado. La Diosa se hallaba cercada por la Oscuridad, y
ellas se habían visto obligadas a realizar el ritual; y la Luna,
ahora, se bañaba en sangre.
Incluso así, dudaban de sus resultados…
Cogidas de la mano, rodeaban un pequeño altar circular de
mármol blanco que imitaba la forma de la Diosa en plenilunio.
Hasta ellas llegaba un murmullo estridente y monótono, que se
adueñó de la noche; como si una miríada de cigarras machos
hubiesen tomado posesión del templo y frotaran sus alas, para
recibir cantando la aparición de la diosa.
Las mujeres del pueblo, al ver la columna de humo amarillo
que se elevó desde el monte, se habían dirigido rápidamente
hacia la colina; allí se encontraban ahora, cogidas de la mano y
orando, con el corazón oprimido por el miedo. De sus
gargantas brotaba ese sonido acompasado y monocorde que
tañía como una sola voz elevada hasta las alturas divinas. Las
mismas alturas hacia las que pronto ascendería esa luna
ensangrentada que tintaba en rojo las sombras desde que
surgió del mar.
Los rostros de la Alta Sacerdotisa y la Madre reflejaban la
tensión derivada del esfuerzo y concentración que mantenían.
El de la joven Virgen, más allá del nerviosismo compartido,
denunciaba una incierta combinación de sentimientos
contrapuestos: por momentos, irradiaba alegría, dejando
traslucir la emoción intensa que sentía tras haber consumado
su consagración total a la Diosa; en otros, incapaz de ocultar la
tristeza que le embargaba, su faz reflejaba desolación,
alternada con el júbilo. Una lágrima solitaria recorrió su mejilla
cuando evocó el recuerdo de ese joven al que había amado, a
distancia…, a quien jamás volvería a ver.
Pero escondió el sentimiento en su corazón. Por un tiempo,
al menos, sería suyo; su secreto…
- 30 - Nórax de Tartessos, I
Abrió los ojos.
Durante unos instantes contempló, sobre la superficie clara
del altar de piedra, el rastro ensangrentado de una flor roja: el
fruto reciente de su virginidad inmolada.
La ofrenda que ella misma había entregado a la diosa en
sacrificio, cuando más lo necesitaba.

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 31 -


- 32 - Nórax de Tartessos, I
CASTIGO

“Cloto y Láquesis estaban al frente; la


más pequeña, Átropo, no era en modo
alguno una diosa grande, si bien era más
importante que las otras y más vieja”.
Hesíodo (s.VIII a.C.), Escudo, 259-260

D
urante toda la noche Selene se mantuvo envuelta
en un halo extraño de misterio e incertidumbre.
Aunque despojada de aquel tono ensangrentado
con que hiciera aparición, aún conservaba un
tamaño excesivo, muy superior al habitual.
Su caminar por el firmamento también parecía más lento,
como si su peso acrecentado obligase a los bueyes que
conducen su carro a través de la bóveda nocturna a ir más
despacio que de costumbre. El brillo mortecino y débil que
desprendía frente a un cielo negro y reluciente, limpio de nubes
que ocultaran su oscuridad, sobrecogía el ánimo de los
hombres. Aquella noche, la diosa se mostraba incapaz de
mantener su reinado de luz sobre las tinieblas.
—Está herida... herida de muerte –comentó Deileonte en
cierto momento, mientras la observaba–. Algo terrible ha de
estar sucediendo en el reino de los dioses para que la veamos
así...
Y los hombres, entre susurros temblorosos, habían

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 33 -


expresado opiniones diversas sobre las consecuencias que
una disputa divina tendría para los mortales.
Pasado aquel primer momento de abatimiento, y la
sorpresa que supuso verla aparecer por el horizonte, el
sacerdote había propuesto ofrecer un sacrificio, pues en su
opinión la diosa pedía sangre. Pero no encontraron en el barco
ningún animal vivo que les sirviera de ofrenda; ni tan siquiera
una solitaria rata en la bodega, que había sido limpiada a
conciencia antes de iniciar el viaje. Y nadie entre los hombres
quiso bajar a tierra a buscarlo. Pese al terror que les inspiraba
la situación, preferían morir sobre el barco antes que pisar
aquel lugar misterioso de tintes rojizos que se les antojaba el
infierno, de donde jamás podrían regresar.
Tan sólo Heracles reunió el valor suficiente para hacerlo.
Sin embargo, cuando iniciaba el descenso hacia el agua,
sujeto ya a la cuerda que lo soportaba, Selene mostró su
círculo completo por encima del mar, comenzó a desprenderse
de la túnica sangrienta con que se cubría, y sus rayos tornaron
a claros de nuevo, aunque bajo aquella luz débil y apagada que
después mantendría.
Justo en ese momento, un rumor sordo se elevó desde el
horizonte y rompió el silencio inmóvil que les rodeaba. Una ola
gigantesca avanzó hacia el barco desde la lejanía; y los
hombres, alarmados, buscaron entre los bancos y otras partes
del barco un lugar firme donde aferrarse y sufrir el embate de
las fuerzas desatadas del dios del mar. Rompió sobre ellos sin
dar tiempo a ninguna otra precaución. Las cuerdas que
mantenían sujetas las anclas se tensaron hasta un límite
insostenible y rechinaron sus soportes; y, sobre el rugido del
mar, se oyó el crujir dolorido de la madera al quejarse,
violentada desde el mástil a las cuadernas por aquella terrible
sacudida.
El barco soportó bien ese primer embate, que lo elevó hasta
una considerable altura envuelto en una manta de agua, y que,
de no ser por el anclaje, lo habría transportado en volandas
hasta la orilla… Todos tuvieron la certeza de que no resistiría
muchos más.

- 34 - Nórax de Tartessos, I
Poseidón, sin embargo, se apiadó de ellos.
El maremoto que esperaban quedó limitado a esa única ola
gigante que, tras romper lejos, sobre la playa, levantando una
montaña de espuma a sus espaldas, se replegó de nuevo y
zarandeó con fuerzas la embarcación. Las siguientes fueron
sólo derivadas de aquella primera, y descendieron rápidamente
en intensidad. El mar recobró poco más tarde su
acostumbrado movimiento ondulante, perdido durante la tarde,
y los hombres gritaron de júbilo, al considerar terminado el
peligro. Ninguno de ellos había sufrido más que contusiones o
arañazos, que podían ser sanados sin dificultad. Heracles, en
nombre de todos, felicitó a Corono, el kiberneta, gracias a cuya
pericia colocando el barco frente al oleaje, habían conseguido
salvarse. De no ser por su maniobra, la embarcación se
encontraría destrozada y ellos bajo el mar, o estrellados contra
los árboles de una tierra extraña y desconocida.
Recobrada la calma, Deileonte encendió un pequeño fuego
dentro de un cuenco de barro, y quemó en él granos de
cebada y mijo, mezclados con esencias aromáticas que
siempre le acompañaban. El resto del tiempo lo pasó
ofreciendo plegarias a los dioses, para recabar su protección y
agradecer la clemencia mostrada.

Llegada la medianoche, el sacerdote tuvo un presentimiento


y elevó su mirada a las alturas.
Selene había alcanzado su cenit muy poco antes. Pero aún
se mostraba impotente y sin fuerzas, envuelta en un halo de
misterio sin sustancia, casi transparente, que apenas
conseguía traspasar las sombras.
Entonces se obró el prodigio:
Sobre la oscuridad de una noche despejada y sin nubes,
una sombra, aún más profunda, fue corriendo un velo y
ocultando a su paso la luz de las estrellas; también la de la
diosa. De ésta sólo quedó, como recuerdo, un leve cerco
mortecino que amenazaba con extinguirse definitivamente.
Sombras de Luz en la Oscuridad… - 35 -
Más allá de las teas encendidas sobre el propio barco, o los
carbones incandescentes de su brasero, las sombras se
cerraron, espesas, y cubrieron con su manto todo cuanto les
rodeaba.
El sacerdote cerró los ojos, y supuso que los hombres
hacían lo mismo, en espera de su momento final. Pero
Heracles no se resignaba a terminar así sus días. Dirigió su
voz, profunda y grave, hacia la oscuridad que les envolvía, y
rogó:
—Dioses: no permitáis que muera envuelto en esta
oscuridad, sin redimir mis pecados.
Y después, en un tono más arrogante, gritó amenazando:
—¡Y si finalmente lo hacéis, juro por mis hijos muertos que
volveré a buscaros desde el Infierno, y hasta allí os he de
arrastrar a todos conmigo!
No obtuvo respuesta. Sólo el silencio más oscuro.
Deileonte, mientras buscaba entre las sombras una
reacción al grito de su capitán, creyó distinguir en ellas una
figura: la Moira Átropos, la Inmutable, sosteniendo en una
mano los hilos de todas sus vidas, y en la otra el cuchillo con el
que se disponía a cortarlos definitivamente. Elevó entonces un
último pensamiento al dios a cuyo servicio había consagrado
su vida: Apolo el Resplandeciente, señor de la luz, quien, de
quererlo, podía vencer aquella oscuridad que les rodeaba.
Pero también Apolo el Destructor, dios de la muerte cuando así
lo decide. A cualquiera de sus dos encarnaciones se
encomendó, esperando recibir el amparo de la primera o, en
último extremo, una favorable acogida por la segunda. Y en
ese estado de postración agotó los que creía eran sus últimos
instantes de vida, que se antojaron interminables.
Una exclamación de sorpresa, surgida de muchas
gargantas al mismo tiempo, le hizo abrir los ojos.
Y supo que el padre Apolo había escuchado sus súplicas y
se apiadaba de su siervo, de todo el barco, pues no en vano el
Pitio llevaba ese nombre en su honor, y a él había sido
encomendado antes de partir.
- 36 - Nórax de Tartessos, I
La sombra que lo cubría todo se difuminó lentamente, hasta
extinguirse. Y mientras lo hacía, fue dejando paso a un
firmamento plagado de nuevo de estrellas danzarinas, que
recobraban sus chispeantes destellos intermitentes.
Y sobre todas ellas vio a Selene, el ojo de la noche... y un
nuevo prodigio:
Un extraordinario puente de luz unía ahora la luna con la
isla que tenían al frente; una franja de luz brillantísima, que
había surgido de la tierra y se elevaba con calma hacia la
diosa. Y a su contacto, muy despacio también, el astro fue
perdiendo la palidez mortecina que poseía y ganando
intensidad, como si extrajese de la isla esa energía que antes
había perdido y ahora recuperaba de nuevo. La oscuridad que
había sido dueña del mundo se retiró lentamente, como un
ejército de sombras que huye, vencido y humillado en su
derrota. Y Selene, la diosa de la noche, reinó una vez más en
el firmamento, extendiendo un baño rutilante de luz cegadora
sobre sus dominios eternos.
Cuando se consumó el proceso y el brillo del astro alcanzó
su plenitud, la escala de luz que le unía a la tierra se separó de
la isla, como el cordón umbilical que se corta una vez concluye
su cometido. La columna de luz se elevó muy despacio hacia
las alturas infinitas, para integrarse definitivamente en el disco
reluciente que era el trono de la diosa. Pero antes, un punto
luminoso se desprendió de ella, surcó velozmente los espacios
oscuros en dirección a la isla, e impactó duramente contra su
cima. Después volvió a salir, recorrió un trayecto corto
zigzagueante sobre el mar, hasta desaparecer diluido en la
noche.
La isla, alcanzada por el rayo fulminante de la diosa, quedó
herida de muerte a sus espaldas, y dio comienzo a su agonía.
Un ruido sordo llegó hasta el barco cuando la tierra tembló e
inició sus sacudidas. Un instante más tarde, la montaña
castigada comenzó a desmoronarse cuando le faltó su base, y
cayó hacia adentro, como si el rayo divino hubiera hundido su
interior en las profundidades, y sus bordes se cerraran sobre el
hueco que dejaban.

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 37 -


— ¡Recoged las anclas…! ¡Rápido, todo el mundo a los
remos!
El grito de Corono rompió el estupor de los marinos, que
contemplaban extasiados el castigo divino que había azotado
la isla. Pero, acostumbrados a la efectividad de cuantas
acciones tomaba el patrón, reaccionaron con presteza a su voz
y pronto el barco se alejó de la costa, y se internaba en el mar.
Poco después, el lugar donde habían estado detenidos, y
todos sus alrededores, se vio hostigado por un oleaje continuo
y peligroso.
Lo peor les alcanzó a ellos mar adentro, lejos de los
rompientes, y pudieron superarlo sin dificultad.

——— oOo ———

Mucho más tarde, cuando el mar comenzaba a calmarse y


el rugido del desprendimiento se perdía en el silencio, volvieron
sus ojos hacia la isla.
De su parte exterior, allí donde antes se alzaban unos
riscos escarpados elevándose imponentes hasta su máxima
altura, apenas si quedaban ahora pequeños montículos de
rocas caídas, envueltos en nubes de polvo que se extendían a
su alrededor. Nadie quiso comentar nada. Todos se sabían
testigos de un hecho sobrenatural; un castigo divino, enviado
por la diosa para vengar una afrenta desconocida, o designios
superiores que escapaban largamente a su simple compresión
de mortales.
Alguien gritó entonces, apuntando con su dedo al mar, y
todas las miradas se dirigieron hacia donde señalaba.
Delante de ellos, a estribor, frente a la isla, descubrieron
una sombra que flotaba sobre la estela plateada de un reflejo
de luna; el cuerpo de un hombre, agarrado sin fuerzas a un
tronco perdido y a la deriva.
Corono miró a Heracles, y éste asintió con la cabeza.

- 38 - Nórax de Tartessos, I
El timonel varió un poco el rumbo para acercar el barco al
náufrago. Algo después, su cuerpo desvaído e inerte
descansaba tendido sobre la cubierta.
—Me maravilla el instinto de supervivencia que poseemos
los hombres –dijo Corono–. Aún sin saberlo, nos aferramos a
la vida y agotamos hasta la última posibilidad de continuar.
Este hombre lo ha hecho de forma inconsciente. He visto otros
casos como el suyo...
Se trataba de un joven de unos veinte años, quizás menos;
alto y proporcionado, de cabellos castaños, oscuros, largos
hasta sus hombros. Forzado por los hombres que presionaban
su cuerpo comenzó a toser, y a escupir agua. Abrió los ojos y
se incorporó bruscamente, como si despertara de un mal
sueño, pronunciando palabras en un idioma que los hombres
no comprendían.
—Debe ser un bárbaro de la zona, sin duda –comentó
Heracles–. Tésalo, inténtalo tu, a ver si lo entiendes.
Durante un buen rato el joven se mostró desconcertado, sin
saber dónde o con quien se encontraba. Pero cuando el
marino se dirigió a él usando su propio idioma pareció
reaccionar, y poco después cruzó unas palabras entrecortadas.
Algunos hombres se maravillaron entonces de que alguien
pudiera utilizar sonidos tan complicados para comunicarse,
pero Deileonte comentó haber oído lenguas bárbaras aún más
extrañas.
—Es tartesio, si –comentó Tésalo, dirigiéndose al capitán–.
Su nombre es Nórax, según he creído entender. Dice ser un
pescador, que se encontraba en las inmediaciones de la isla
cuando sucedió todo. Sólo recuerda un ruido enorme y un
destello de luz; luego rocas que se venían encima, y le
arrojaron al mar...
—Bien, dejadle descansar. Mañana lo intentaremos de
nuevo, quizás nos cuente algún otro detalle. Acompáñale tu
mismo a la bodega, y que duerma.
Tésalo le ayudó a incorporarse, pasando uno de sus brazos
por encima del hombro. El bárbaro agradeció al capitán la

Sombras de Luz en la Oscuridad… - 39 -


ayuda recibida con una inclinación de la cabeza, y se dejó
llevar.
Deileonte le observó cuando pasaba a su lado; y continuó
haciéndolo mientras cruzaba el entrepuente. Y vio que antes
de bajar a la bodega, el hombre se detenía y miraba hacia la
luna y su estela sobre el mar, en la lejanía, mucho más allá de
la proa del barco.
Y una nueva duda asaltó al sacerdote:
¿Cómo habían podido descubrir al muchacho gracias al
reflejo luminoso de la diosa, si su estela se encontraba en un
lado, y el náufrago en otro…, en un lugar que desde el barco
nunca lo habrían podido avistar?

- 40 - Nórax de Tartessos, I
LUZ DE LUNA ENTRE LAS SOMBRAS

(Dos noches antes...)

Era aquel un tiempo en el que los dioses


caminaban por la tierra junto a los
mortales...

…Luz de Luna entre las Sombras - 41 -


- 42 - Nórax de Tartessos, I
POSESIÓN

“Las terribles keres, las diosas de cara


perruna, te harán dar vueltas enloquecido
como una rueda”.
Eurípides. Tragedias. Electra,1253-1254

U
n ojo ciclópeo en la oscuridad era el astro; regio
estandarte de luz, investido en negro manto de
estrellas tintineantes. Diosa Luna, sugestiva reina
en la noche.
Su luz, intensa y clara como pocas veces se ve
en otras latitudes, iluminaba el sendero que cruza la montaña,
frondosa de árboles y vegetación; y olores fragantes, efluvio
inconsciente de miles de especies silvestres que pueblan la
tierra en viva competencia de aromas. A mi izquierda, a lo
lejos, el mar sereno y oscuro aparecía plagado de diminutos
puntos intermitentes, como si a su contacto, la luna, en
reluciente estela luminosa, obtuviese un parto múltiple de
infinitos y fugaces hijos de luz… ¡Dulce placer el de las aguas,
acogiendo en su regazo el baño nocturno de una diosa!

Siempre que el tiempo lo permite viajo de noche, bajo el


manto cálido de estrellas, el caballo de las riendas. Su oscura
soledad me permite disfrutar del caminar inmutable de la vida
más allá de la mirada, escuchar el latido palpitante de la tierra
que piso, el lento discurrir de la savia dentro del árbol que
crece o una flor, con su mensaje de aromas; sentir el murmullo

…Luz de Luna entre las Sombras - 43 -


susurrante del agua en la cascada de un riachuelo, la canción
triste de una hoja desprendida de su rama, el rumor sordo del
viento que la transporta.
Todas esas sensaciones de vida se acrecientan por la
noche. Más aún, con luna llena.
Hay también quien comenta que aumentan las ocasiones
de muerte, y sus peligros, los hijos de la oscuridad. Pero yo,
que he vivido en ocasiones largos períodos de tiempo en el
bosque, aislado y perdido en la inmensa maravilla de mi propia
soledad, no los he visto, ni los he sentido nunca.
La vida es aburrida sin emociones, pero no hay emoción sin
peligro; y a veces me he preguntado si, yo mismo, con mi
oscura llegada, no seré una de esas criaturas nocturnas, un
hijo de la oscuridad.
Nací bajo el Sol Negro… Un sol oscuro y muerto que no
alumbraba la tierra; entre vientos fantasmales, que vuelven
6
fríos los corazones .
Desde aquel día quedé marcado, y fui objeto de miedo y
recelo entre el pueblo…
Mi madre murió durante el parto, y fui acogido por una
antigua sacerdotisa de Luna, ya mayor, en su crepúsculo, que
me cuidó algunos años. Los ancianos mantenían discusiones
de días completos acerca de mí, de aquellas extrañas

6
Referencia a un eclipse solar total, durante el cual la Luna se interpone entre la
Tierra y el Sol, y lo cubre y oscurece por completo. Para los pueblos primitivos era un
acontecimiento único y de carácter divino; más cuando suelen producirse vientos
espontáneos, por diferencia de temperatura entre las zonas de unbra, penumbra y sol.

- 44 - Nórax de Tartessos, I
circunstancias que obraron el prodigio de crear la noche
durante el día, y las posibles consecuencias y desgracias que
yo, ese hijo del Sol Negro, iba a traerles al pueblo…
No llegaron a expulsarme. No se atrevieron a tanto, por
temor a posibles represalias de la diosa. Pero jamás me
aceptaron de pleno.
Nunca participé en las ceremonias ante el árbol de la vida;
me mantenían alejado de todas las celebraciones y ofrendas al
dios del mar. Y en solitario, hice ofrendas a Silein, la Luna, un
culto reservado a mujeres y en decadencia; pero sólo mientras
la mujer vivió.
Por eso, cuando aquel primer año en el que pude participar
en la fiesta de la siembra la nueva sacerdotisa prohibió mi
presencia en el rito orgiástico de fertilidad, y declaró que
ninguna mujer debía aceptar mi semilla por miedo a una mala
cosecha, me fui; porque ya nada me unía a ellos, nada me
retenía.
Vagué en solitario por la comarca; cambiando de pueblo
cuando quería, y de amigos cuando me aceptaban; y nunca
permanecí mucho tiempo en un mismo lugar. Conocí a otra
gente, en la sierra o la orilla del mar, donde siempre vuelvo,
pues me es imposible estar mucho tiempo alejado de él. Y
solo, pero en comunión con la naturaleza, y sin más ofrenda
que la de mí mismo, me he llegado a sentir más cerca de los
antiguos dioses y la madre naturaleza de lo que aquellos
ancianos y sacerdotisas hayan podido sentirse jamás.

–—–– oOo –––—

Aquella noche caminaba tranquilo, con calma.


Había decidido alejarme definitivamente de la comarca,
conocer por mí mismo los lugares insólitos de los que oí hablar
a los viajantes, y aquellos marinos de lengua extraña que el
mar arrojó un día hasta nuestras costas; con ellos aprendí

…Luz de Luna entre las Sombras - 45 -


idiomas, y supe de lugares de ensueño:
Eritia, donde, dicen, el rey triple Gerión gobierna
sabiamente a su pueblo mientras aguarda la llamada de la
diosa, que hizo de él su elegido de tres cuerpos. O Tharsis, la
Magnífica, la ciudad de murallas relucientes rodeada por ríos
que transportan metales preciosos entre sus aguas; Tharsis, la
Sabia, con leyes eternas escritas en verso miles de años
7
atrás , a cuyo consejo y veredicto se acogen los reyes de las
diez comarcas, para solventar disputas antes que ir a la guerra,
regir con justicia a su pueblo, o juzgar ellos mismos sus
propios actos... Y más tarde Sidón, Tiro, Tebas o Micenas;
Creta, Knosos, el majestuoso Egipto… pueblos y ciudades de
las hablaban los comerciantes durante su estancia en el
poblado, y a los que quizás debí acompañar ya entonces,
cuando partieron.

Soñaba con viajar a esas ciudades, conocerlas…


Y en aquella noche de sueños despiertos, mis
pensamientos se centraron en la diosa celeste que vigila los
cielos. Y la imaginé mujer deslumbrante, que en ese instante
me miraba y hacía de mí su elegido, y me encargaba algún
incierto designio divino.
Observé su luz limpia contra mi propia sombra, marcada
con fuerza sobre el sendero mientras avanzaba… Sombra

7
Así citado por Estrabón (III, 1,6), geógrafo griego del siglo I a.C., recogiendo textos
de autores más antiguos. Ya por aquel entones le otorgó una antigüedad de seis mil
años.

- 46 - Nórax de Tartessos, I
oscura, compañera inseparable de andares y destinos,
contorsionista callada de suaves movimientos ajustados al
relieve de cuantos obstáculos encuentra a su paso. La vi
figura con vida propia, incapaz sin embargo de separase de mí,
por falta de huesos que sostengan su estructura… o alma en
pena, maldita por culpa de errores pasados y condenada a
quedar sujeta a mi cuerpo, día y noche, antes de unirse
definitivamente a la tierra…
Aún no sabía que ciertos pensamientos terminan por
hacerse realidad…
Bruma se detuvo en seco. Presentía algo extraño… y yo
con él.
Fue como si la luna marcase un latido de mayor intensidad
y brillo y nos sorprendiera. O una estrella fugaz, que recorre la
noche en un instante, sin que la llegues a ver, pero intuyes su
paso de reojo…
Así noté su presencia.
El caballo reculó unos pasos. Mis músculos se tensaron,
listos para entrar en acción. Un escalofrío repentino recorrió
mis vértebras; una sensación de alarma, reflejo animal, que me
advertía...
Atisbé la oscuridad frente mi, sin resultados; pero sabiendo
que alguien, o algo, me observaba oculto tras la maleza.
Acaricié la falcata, corta y de pronunciado filo, mortal en manos
8
expertas .

8
Espada hecha toda de una sola pieza, con la empuñadura arqueada y cerrada a veces,

…Luz de Luna entre las Sombras - 47 -


Un débil destello de luz plateada surgió de entre la espesura
y le traicionó; al menos por un instante, la luna era mi aliada
esa noche… Dirigí la espada hacia los arbustos, enfrentando
la maleza, y ordené salir a quien se escondía en ella.
Nadie respondió. Fueron momentos incierto, en los que
sentí claramente los latidos tensos de mi corazón. Pero el leve
roce de unas hojas cuando no corría viento denunció el
movimiento de la que ya era mi presa. Noté su miedo, su
intento inútil de permanecer inmóvil y oculta, y avancé, sin
bajar la guardia, prevenido por lo que creí el brillo metálico de
un arma...
Pero no estaba preparado para la sorpresa:
Apenas di unos pasos, un murmullo nervioso me suplicó
clemencia, y un cuerpo asustado surgió, temblando, de entre el
follaje. Y en ese instante, todo se llenó de luz.
Bruma, mi caballo, negro como la noche más cerrada,
retrocedió asustado, amagando un relincho. Mis ojos,
acostumbrados a la oscuridad, lloraron un momento, molestos
y confusos, antes de habituarse y distinguir algo en aquel
resplandor.
Y cuando lo hicieron, la confusión fue mayor:
Ante mí se encontraba un ser de ensueño, una joven de
inconcebible belleza, vestida con una túnica de tela blanca. Su
rostro era el más perfecto de cuantos he podido contemplar a

para proteger la mano. Más tarde, el historiador romano Livio describiría la falcata
ibérica con estas palabras: "cortaba los brazos de raíz, desde el hombro; separaba la
cabeza de los cuerpos con un solo golpe de tajo..."

- 48 - Nórax de Tartessos, I
lo largo de mi vida; sus ojos, color de mar, mientras la luna
toma su baño nocturno. Y lo que en un principio llegué a
confundir con un arma por su reflejo de luz, resultó ser la
cabellera más extraordinaria que es posible imaginar, de
hebras níveas, relucientes como la más pura plata de
Tartessos.
Pero lo más inconcebible de todo fue descubrir que ese ser,
aquella diosa que –imaginaba–, con un solo pensamiento
podía convertir en polvo a un simple mortal como yo, temblaba,
indefensa, de miedo ante mí.

Ya no existían montes, ni seres; mar o luna. Sólo ella.


Ella, que era diosa a la vez que niña. Que apareció frente a
mí asustada, pidiendo clemencia, cuando debería ser yo quien
lo hiciera, hechizado por sus ojos y el relucir de su pelo.
Ella, que desconfiaba de mí, y me temía.
Fue tal mi sorpresa al verla, que inhibió mis instintos de
supervivencia y me hizo bajar la guardia, quedar a merced del
más mínimo ataque; de haber actuado como señuelo en una
trampa urdida para asaltar viajeros, dudo que alguno hubiese
podido evitar sucumbir al embrujo de su presencia. Porque
¿qué hombre no habría perdido gustoso su libertad por quedar
encadenado a su belleza…?
Ojos de luz; reflejos de plata en sus cejas.
— ¿Quién eres? –le pregunté, aturdido. Pero el silencio
respondió en su lugar. Su mirada, fija en los pies, y su miedo,
me dieron vergüenza.
—No temas, no voy a hacerte daño –añadí–. Mi nombre es
Nórax. Mírame.
Tuve que insistir, coger su mano antes de que ella, muy
despacio, levantase el rostro y fijara su mirada en la mía.
Sus ojos era perlas marinas. Limpios, resplandecientes a la
luz de la luna; de un color indescriptible, cambiantes,

…Luz de Luna entre las Sombras - 49 -


iridiscentes… poderosos:
Un puente invisible fue tendido entre nosotros. Y, muy
despacio, suave, casi con cariño me atrevería a decir, entró en
mi mente; y una vez en ella, fue desgajando trozos de mi
interior, dejando al desnudo sentimientos y creencias, abriendo
imposibles puertas internas, apartando todo cuanto no era de
su interés, hasta alcanzar un punto impredecible que ella
consideró suficiente… y leyó en él. Después volví en mí. Tan
sólo con la consciencia de su mirada increíble…
Sé de personas que al mirarte a los ojos son capaces de
adueñarse de tu espíritu. Con ella fue diferente... Si es que
realmente lo fue. Incluso ahora todo aquello me parece una
fantasía, meras ilusiones imaginarias creadas por mi mente al
influjo de unos ojos luminosos. Mi reacción, como si nada
anormal hubiese sucedido, me crea esa duda. La suya no fue,
precisamente, la que yo esperaba:
—Vete, por favor –susurró débilmente. Y mi orgullo de
conquistador se vino abajo.
Quedé desconcertado. Durante un instante, estuve a punto
de hacerle caso; pero no fui capaz. Tanto me fascinaba.
—No puedo dejarte aquí, sola, a merced de cualquiera que
pase; persona, alimaña... o los hijos de la oscuridad.
Lo dije más para acrecentar su miedo que como posibilidad
real de peligro; un último intento desesperado antes de
resignarme a dejarla (¡qué cruel se vuelve uno en ocasiones!).
Pero surtió efecto. La sola mención del horror oscuro hizo que
un escalofrío notable recorriera su cuerpo. Y tras dudar un
instante, aún no convencida y temerosa, consintió.
Y así comenzamos a caminar, juntos bajo la noche,
sendero adelante hacia un lugar desconocido. Ninguna otra
palabra salió de sus labios desde entonces; mantuvo el silencio
durante todo trayecto.
Yo lo respeté, en espera de momentos más propicios. Pero
me sentí tenso y nervioso ante una situación y hechos tan
anormales: acompañaba, sin saber a dónde, a una mujer
extraña, de la que no conocía su origen ni el nombre, y sin un
- 50 - Nórax de Tartessos, I
por qué justificado; a no ser por su increíble belleza, y ese
nimbo de misterio que envolvía su ser.
Tan sólo conseguí que accediera a cubrirse la melena
plateada, cuyos reflejos lunares la convertía en reclamo y
presa fácil de posibles depredadores nocturnos. Una camisa
de lana, que siempre llevo conmigo para combatir algunos fríos
amaneceres, sujeta con bejucos, sirvió como improvisado
turbante.
Tosca corona real para una diosa, salvaje y curiosamente
indefensa, que había usurpado a la luna su puesto de reina en
mi noche particular…
El astro, derrocado de su trono ante mis ojos, tendía
envidioso, desde las alturas, un manto de luz a nuestros pies.

–—–– oOo –––—

Bruma soltó un bufido, levantó sus orejas y avivó el paso.


Un rumor cristalino de agua corriendo anunciaba la presencia
cercana de un arroyo y nos invitaba al descanso.
Ayudé a la chica a descender del caballo. Apenas
comenzamos a caminar supe que sus pies descalzos no
estaban habituados a lo abrupto del terreno, y le ofrecí la
montura. Su sonrisa, entonces, inundó la noche; la única vez
que demostró algo de calor en su respuesta. Me pregunté
cómo podía tener pies tan suaves, sin marca alguna, alguien
que, como ella, caminaba descalza por el monte…
Volví a hacerlo en el arroyo, cuando se sentó a mi lado
sobre una piedra y chapoteó distraída, golpeando el agua con
sus pies delicados… Pero continué llenando de líquido el viejo
odre.
Me fascina el agua. Su rebullir juguetón esconde una lucha
incansable por la libertad, una carrera continua por entre la
esclavitud de su cauce, hasta que la alcanza en el mar. Y
cuando deja la lucha, cuando cede y se estanca, se consume y
…Luz de Luna entre las Sombras - 51 -
desaparece… Muchos hombres deberían tomar ejemplo de
los actos naturales, y aplicarlos a su vida.
Volví a colocar el odre sobre el caballo, junto a las alforjas
de las provisiones. Mientras lo hacía, el bosque se iluminó con
un fogonazo de luz deslumbrante, y un grito desesperado, el
sonido estridente y desgarrado del miedo más absoluto,
quebró la relajada quietud de la noche e interrumpió
bruscamente el curso de mis pensamientos.
Flexioné inconsciente todos los músculos del cuerpo, y di
media vuelta, falcata en mano. Busqué a la chica con la
mirada; y maldije al verla, por haber tenido la ocurrencia de
desprenderse del turbante. Su cabellera de luz relucía de
nuevo en la noche como una linterna; un fuerte señuelo en la
oscuridad.
Estaba paralizada sobre el terreno, sin capacidad de
reacción, más allá del grito escalofriante que había lanzado, y
temblando de miedo ante el horror. Un horror primigenio,
manifiesto a través de un cuello sinuoso y escamado, negro
como el tizón, que sobresalía desde el ramaje que cruza el
arroyo y forma encima una bóveda natural; una cabeza
triangular, grande como dos puños unidos, que mostraba sus
labios siniestros, abiertos, dentados, enmarcando una lengua
bífida que siseaba, entrando y saliendo de ellos con avidez.
De un salto, me arrojé sobre la mujer. Y al hacerlo, giré el
cuerpo en el aire, al cogerla, con la intención de caer bajo ella y
amortiguar la caída con los músculos tensos.
Llegué a tiempo. En el instante preciso en que el reptil
iniciaba su ataque, fauces totalmente abiertas y veneno
destilado goteando en sus colmillos. Oí el chasquido de sus
mandíbulas, cerradas sobre el espacio vacío donde antes se
encontraba el cuerpo tembloroso de su presa. El agua, que
dada su poca profundidad no consiguió evitarme un golpe
brusco contra las piedras, chapoteó quejumbrosa cuando
caímos en ella.
Otro cuerpo nos siguió. Y rodó a mi lado.
Sin víctima a la que alcanzar, dominado por el impulso de

- 52 - Nórax de Tartessos, I
su propio ataque, el sinuoso ser negro perdió equilibrio, y su
posición de ventaja en la atalaya del árbol. Me incorporé
rápido, para aprovechar la situación, y arrojé hacia un lado a la
chica, sin contemplaciones, con la doble intención de alejarla
del peligro y evitar que estorbase mis movimientos. Estuve
dispuesto para encarar a la bestia...
No a lo que tenía delante.
Frente mí se encontraba algo absolutamente monstruoso e
innatural, erguido y majestuoso en su negrura. Lo que en
principio tomé por una serpiente no era sino el cuello alargado
de un ser irracional, que parecía compuesto por restos de
animales diferentes. Su cuerpo, del tamaño de una oveja,
viscoso y cubierto de escamas finas, se elevaba sobre dos
cortos brazos humanos en cuyos extremos aparecían dedos
prensiles, terminados en uñas, perfectamente adaptados para
trepar por la madera de un árbol. En su parte inferior, una cola
anillada actuaba de contrapunto a ese cuello de serpiente,
largo como un hombre, que le permitía mantener su cabeza a
la altura de la mía. Un siseo intermitente acompañaba el
vaivén continuado de su lengua partida por entre el arco
goteante de sus colmillos. Un escurridizo rayo de luna saltó
sobre el brillante azabache de sus ojos de ofidio, y nuestras
miradas se cruzaron enfrentadas.
Volví a notarlo. Esa extraña sensación, ese puente invisible
que llegué a intuir más que saber de forma consciente cuando
mis ojos y los de la chica se unieron en la mirada; ese sentir
que hurgan en tu aspecto más interno, tu propia esencia
primaria. Pero si en aquella ocasión el acto había sido suave,
como caricias delicadas, en ésta lo fue brutal y despiadado,
una tosca violación de mi interior; una espada candente que
hendía mi cráneo y rasgaba las cortinas del propio ser,
rompiendo barreras desconocidas de sentimientos y
recuerdos, pisoteando, despreciándolo todo... causando dolor.
Un dolor lacerante, que no era físico, sino sentido a nivel del
espíritu. Un dolor imposible de describir con palabras.
Cesó de repente.

…Luz de Luna entre las Sombras - 53 -


De pronto, ya no dolía; no sentía nada. O quizá debería
decir que sentí la nada. Floté en una nube inconsistente,
perdido, fuera de mí, extraño y cambiado; como si fuese otro
siendo yo mismo a la vez.
Entonces me vi. Y ese hecho me llenó de horror, porque lo
hacía a través de la criatura infernal a la que me enfrentaba:
cerca ya de la locura, me vi frente a mí mismo, el gesto
crispado, las manos sobre las sienes, incluso la que portaba el
arma; y los ojos fijos, mirando sin pestañear a esos otros ojos
por los que me veía sin ser los míos...
Y sentí mi ser ofidio leyendo de mi ser humano. Y lo que
era peor, yo, ofidio, ser infernal, hijo de la oscuridad, me
encontré diciendo a mi yo humano, persona, que éramos, los
dos, criaturas hermanas, sirvientes oscuros del mismo amo
negro que era nuestro padre. Y a la vez, en mi yo hombre, oí
esas mismas palabras: que no éramos enemigos, sino hijos
iguales de la oscuridad.
Sentí mi alma a punto de romperse, perdida en un juego
antinatural nacido de la mente enferma de un dios loco. Y en
un resquicio inmaculado de mi humanidad, me rebelé contra
esa locura infernal y grité en silencio... Grité… ¡Grité..! ¡Grité,
afirmando mi esencia personal contra la posesión infecta de la
misma!
Y a través de mis ojos de ofidio me vi a mí mismo romper la
comunicación unitaria.
Y sentí miedo, cuando mis manos de hombre alzaron la
falcata contra mi cuello. Y morí, cuando éste se cortó, y mi
cabeza ofidia cayó sobre el agua, en la que se mezclaba mi
sangre viscosa en su lento fluir hacia el exterior…
Entonces grité, y jadeé, llevando mis manos al cuello. El
corte que le había dado a la bestia lo sentí en mi propia carne y
huesos; y caí de bruces sobre el arroyo. Y en el fresco
discurrir de la corriente noté, caliente, la sangre del monstruo,
que acariciaba mi cuerpo.

- 54 - Nórax de Tartessos, I
Unas manos me levantaron, y ayudaron a incorporarme. Y
vi su rostro; claro, suave, inmensamente bello, llorando unas
lágrimas de perlas que reflejaban el mío, demacrado y al borde
de la locura.
La cogí por la cintura. Un instante después galopábamos a
lomos de Bruma, huyendo a toda velocidad de aquel maldito
lugar donde había quedado muerto un trozo de mi propia alma.
Y durante un largo tiempo grité, y lloré, lleno de miedo y
dolor en mi espíritu...

…Luz de Luna entre las Sombras - 55 -


- 56 - Nórax de Tartessos, I
SUEÑOS

“De esta manera y por estos motivos


nacieron la noche y el día, el periodo de
movimiento circular único y más
razonable”.
Platón (s.V a.C.), Diálogos. Timeo. 39 c

L o primero que vi fueron sus ojos. Miraban los


míos, fijos, detenidamente. Ojos claros, luz en mi
oscuridad.
Me sentía aturdido, desconcertado. Despacio,
fui recobrando la consciencia.
Y los recuerdos…
Su aparición indecisa, niña asustada; diosa en la noche,
como la luna… Esa otra criatura, demonio, ser oscuro, que fui
yo mismo en algún momento. La lucha por reafirmar mi yo
personal frente a la posesión. Su muerte, que fue la mía.
Después la huida; alocada, llorando, con el espíritu quebrado…
hasta alcanzar un refugio lejano bajo la piedra firme que nos
sirvió de improvisado cobijo.
Sólo entonces me permití huir de mí mismo, liberar mi
consciencia, perderme en la nada, para no perderla
eternamente. Algo que hubiese ocurrido de todas formas, si
ella no me hace regresar.

…Luz de Luna entre las Sombras - 57 -


Ella, frente a mí; de rodillas también. Sus brazos extendidos
y abiertos, acogiendo mis manos. Me miraban sus ojos...
—Has vuelto –dijo, apenas en un susurro.
Su voz era un conjunto de sonidos armoniosos que
serenaron mi espíritu derrumbado. Sentí la necesidad de
aferrarme a algo real, tangible, capaz de sustituir aquella
terrible experiencia vivida; algo que sustentase mi cordura, y
me asentara de nuevo en ese mundo normal que me había
sido arrebatado…
Sus labios no huyeron cuando los míos los buscaron.
Pero algo muy profundo se resistió en mi interior, y me
contuve. Ella no era sino parte de aquellos hechos extraños
que me rodeaban, tan diferente a cuantas otras mujeres había
conocido… Sus cabellos resplandecían, en la penumbra de
aquella cueva, como si capturasen la luz recibida previamente
y la conservasen, y ahora la devolvieran, sin apagarse.
—Ven, te hará bien... –me susurró–. Yo también lo deseo.
Sus manos firmes y tiernas a un tiempo apretaron las mías,
y me dieron confianza. Sus ojos me miraban fijamente, con
dulzura...
La acerqué hacia mí.
Y fueron su beso y su cuerpo un refugio de paz y ternura en
el que me abandoné sin más pensamientos.

–—–– oOo –––—

Desperté sereno, consciente, relajado; envuelto en una paz


interior como pocas veces he sentido.
Ella se encontraba fuera; de pie, junto a la entrada, apoyada
de espaldas sobre la piedra; mirando sin pestañear hacia el sol
del mediodía, como si pudiera absorber para sí la luz brillante
de sus rayos, y no me vio despertar.

- 58 - Nórax de Tartessos, I
Decidí no decir nada, aprovechar la ocasión para observarla
detenidamente, revivir los recuerdos de la noche pasada. Una
noche que ya no podía ser de angustias y miedo, sino de amor
y ternura; dos cuerpos fundidos, compartiendo sensaciones
más allá del plano físico, con una intensidad dolorosamente
placentera y un estallido final que barrió cualquier otro
sentimiento que albergase en mi interior.
Fuente de luz, refugio de paz en mi locura… La visión de
su cuerpo reavivó en el mío deseos inconscientes...
También las dudas.
—¿Quién eres...? –exclamé, conteniendo el impulso de
acariciarla.
Mi voz la sobresaltó, y rompió el trance solar en el que se
encontraba. Al verme despierto su rostro se iluminó con una
sonrisa. Durante un breve instante esperé eternamente su
abrazo y su piel. Después la magia se apagó, y perdió
iniciativa; mudó el semblante, y sus ojos me esquivaron.
—Estás… bien –preguntó, a la vez que afirmaba.
—Sí. Gracias a ti –respondí convencido-. ¿Qué me has
hecho? ¿Eres maga?
Su cara compuso un mohín de extrañeza para explicar que
no me entendía
—Maga, bruja…, hechicera –le aclaré sonriendo, casi
ocultando en la broma algo de lo que estaba plenamente
convencido.
Su rostro reflejó una duda, y apartó la mirada.
Curiosamente, a medida que entraba en la gruta, sus cabellos
volvían a relucir en la penumbra, mientras en el exterior se
habían mantenido opacos... Crecían las dudas, las preguntas
por hacer. Pero las aparté, de momento, y salí fuera.
La luz del día me cegó, y dañó mis ojos. Pero cuando los
rayos de sol cubrieron mi cuerpo desnudo y sentí su abrazo en
la piel, la vida comenzó a fluir de nuevo junto a la sangre que
calentaba. Extendí los brazos, para abarcar al máximo su
…Luz de Luna entre las Sombras - 59 -
baño protector, y enfrenté al dios de la existencia con los ojos
cerrados y una sonrisa descarada. Aspiré despacio, hasta
llenar los pulmones; el aire transportaba fragancias de lavanda
e hinojo, romero y pinos. Después abrí los ojos y, entre
lágrimas, contemplé la vida latir a mi alrededor, en un pequeño
otero rodeado de naturaleza. Escondido junto a su cría entre
los arbustos, un gamo de pelo rojo y manchas blancas brincó
de pronto, al verme, y ambos se alejaron corriendo; las ardillas
que saltaban alegres entre las ramas se ocultaron tras los
árboles, y una bandada de aves inició una huida innecesaria
hacia alturas protectoras.
Ladera abajo, la tierra se interrumpía de golpe en un corte
del terreno. Tras él, un bosque de árboles frondosos dejaba
paso al mar abierto, luminoso y brillante en su reflejo de sol.
Me imaginé elevado a las alturas, volando como un pájaro,
para observar a distancia lo que debía ser un paisaje
impresionante, reservado exclusivamente a dioses superiores.
Entonces, algo húmedo me golpeó el hombro, y empujó
cariñosamente hacia delante. Bruma, mi caballo, rió feliz,
mostrando los dientes, y agitó su cabeza, en un contoneo
alegre y sincero que hizo enorme la sonrisa en mi rostro.
Abstraído como estaba no lo había oído llegar. Lo abracé y
sentí su dicha, porque había intuido que me perdía y celebraba
así mi regreso. Era un amigo. Con mucho, el mayor tesoro
que tuve. Y ambos lo sabíamos.
Más arriba, la chica nos observaba con atención. Esbozó
una sonrisa; y sin embargo, algo en su mirada me dijo que
encontraba extraño aquel acto de camaradería, como si para
ella fuese algo nuevo o poco habitual. Nuestras miradas se
cruzaron un instante, hasta que ella, perdida ya la sonrisa, la
esquivó hacia el mar.
También yo lo hice, posponiendo una vez más la búsqueda
de aclaraciones. Pero sólo de momento, mientras buscaba en
la bolsa algo para comer; de pronto sentía un hambre intensa,
y eso era algo que no estaba dispuesto a dejar pasar.
Encontré un trozo de carne salada y seca, que aunque no me
apetecía demasiado serviría para acallar mi estómago. Más
tarde, calentada al fuego con un poco de tocino, perfumada
- 60 - Nórax de Tartessos, I
con tomillo y romero, y acompañada de alguno de los
abundantes frutos que nos rodeaban, constituyó una apreciable
comida, que en verdad necesitaba. No pude entender cómo
ella se limitó a masticar algunos tallos y raíces, para extraer su
jugo, mientras reflexionaba consigo misma sobre quién sabe
qué desconocidos argumentos.

Lo había dejado pasar varias veces. Y ya era tiempo de


respuestas. Cuando terminamos, me acerqué a su lado,
decidido a no mantener aquella tensa situación.
—Mira –sujeté su mano con firmeza, y la obligué a enfrentar
mi mirada–, lo de anoche fue algo maravilloso. Estoy
convencido de que, de no ser por ti, en estos momentos yo no
estaría bien; aunque no puedo explicar por qué lo digo. Y es
precisamente por eso que no consigo entender nada de lo que
ocurre. No puedes pretender que confíe en ti a ciegas.
Pese a la suavidad de las palabras, mi voz sonó cargada de
dureza, en un tono que le sorprendió. ¿O quizás lo esperaba?
—Han ocurrido demasiadas cosas raras desde que te
encontré –insistí-. No puedes negar que tú misma eres
extraña, tus cabellos luminosos, o tu presencia en este sitio, de
noche, sola, descalza y con pies de reina, no acostumbrados a
andar sino sobre literas; o ese monstruo, que te atacó más
tarde y me hizo sentir cosas... que no deseo recordar. Tengo
la sensación, una corazonada, cada instante más cierta en mi
interior, de que existe alguna relación entre vosotros, que su
ataque no era fruto de la casualidad, sino premeditado. No me
preguntes cómo, ni por qué lo digo; es lo que siento, lo que
sentí mientras me atacaba…
Agachó la cabeza, y refugió la mirada en su regazo, como si
admitiera todo cuanto había dicho, pero sin querer hacerlo
abiertamente. Apreté su mano con la mía, y la obligué a
mirarme de nuevo.
—¿No crees que merezco una explicación...?
Mantuvo la mirada un tiempo, durante el cual la vi dudar,
…Luz de Luna entre las Sombras - 61 -
apretar los labios una y otra vez, como si quisiera dejar salir
unas palabras que al mismo tiempo no deseara decirme.
Después asintió con la cabeza, y la solté; ella se acomodó en
el suelo, recogió las piernas, y rodeó sus rodillas con los
brazos.
Un largo silencio hizo eterna la espera. Me miró, de nuevo
a los ojos, sin hablar. Pero esta vez no sucumbí a su atractivo;
mantuve firme la mirada, y mi resolución de obtener
respuestas. Gané la batalla:
—Soy sacerdotisa de Silein, la Luna –dijo al fin en un
susurro–. Me dirijo al templo erigido en su honor cerca de
aquí. Me llamo Imiel.
Me sorprendió oír tantos detalles juntos, en una sola una
frase.
—El culto a la triple diosa, la Luna en sus tres estados, es
antiguo –respondí–. En muchos lugares se siguen sus ritos.
Yo mismo la adoré, en la niñez… Es verdad que ahora sus
sacerdotisas recorren de nuevo la zona, predicando la llegada
de un elegido que devolverá el esplendor de su culto,
instruyendo y captando adeptos. Pero desconocía que
existiera un templo cerca de aquí.
En sus labios apareció una sonrisa muy tenue antes de
contestar.
—Muchos lo ignoran, y sin embargo está ante sus ojos.
9
Supongo que conoces la Isla de la Luna .

9
Llamada Noctiluca por los griegos, se encontraba frente a la costas de Málaga, según
describe M. Rufo Avieno en su "Ora Marítima" (366-369)(426-433). Actualmente ha

- 62 - Nórax de Tartessos, I
Le dije que sí, que más de una vez había estado en ella,
acompañando a los pescadores, y la conocía bien. Tan bien
como para saber que no había en ella templo alguno, ni
dedicado a Silein ni a ninguna otra deidad.
Pero ella sonrió, y aseguró lo contrario:
«Oculto a ojos de los profanos» fueron sus palabras, que
me sonaron a cita de un ritual. Después entornó los ojos y, sin
abandonar la sonrisa, me miró, enigmática, y prosiguió:
—El templo del mar de Luna es antiguo. Tanto que su
origen se pierde en la memoria de los seres humanos. Como
su culto, actualmente en retroceso, porque los hombres
pretendéis asumir cuotas de poder y decisión que siempre han
correspondido a las mujeres. Tú mismo confiesas haberlo
abandonado, ¿por qué?
—Bueno... no sé. He dejado atrás muchas cosas de mi
niñez. Además… –ahora fui yo quien sonrió, sin poder evitar
un deje de sarcasmo en la voz–, existen demasiados dioses…
Yo prefiero sentir la Naturaleza. Es lo único real.
—La Luna, allá en lo alto –me dijo–, es parte importante del
orden natural, de esa Naturaleza que citas, ¿no crees?
»De todas formas, tienes razón –continuó tras un instante

desaparecido, pero en su día era muy visitada: los comerciantes griegos que querían
llegar al templo de Heracles (Hércules/Melqart), al tener prohibido el comercio más
allá de las columnas de mismo nombre (hoy Estrecho de Gibraltar), debían dejar sus
mercancías en la isla de la Luna y proseguir su viaje, para recogerlas de nuevo al
regreso. Al parecer, había en ella un templo dedicado a la deidad. Pero, como es
natural, nada tendría que ver con el aludido; en teoría, muy anterior al real.

…Luz de Luna entre las Sombras - 63 -


de duda–, existen demasiados dioses. Los hombres los crean
según sus necesidades, al igual que los dioses precisan del
hombre para subsistir… O sentirse humanos de vez en
cuando, para no perderse en su aureola divina.
Al decir estas palabras su semblante se tornó melancólico,
introspectivo; como si hubiese expresado una verdad eterna,
que escapaba no obstante a mi comprensión.
—Hay muchos dioses, si –repitió–. Pero no todos son
iguales.
Y por un instante, perdida entre recuerdos, pareció hablar
más para sí misma que contarme algo. Después regresó, de
nuevo conmigo, y me miró sonriendo, directamente a los ojos...
a mis ojos... Sus ojos.
Y un sueño que tuve durante esa noche y había olvidado
más tarde, al despertar, cobró vida en mis recuerdos. Y el
sueño se correspondía exactamente con las palabras que la
chica iba pronunciando ahora frente a mí. Palabras que yo ya
no oía, sino que sentía y vivía en imágenes antes nunca vistas,
pero conocidas por mí desde siempre. Un sueño misterioso y
extraño, de hechos ocurridos en un tiempo olvidado y perdido.
Un tiempo en el que el mundo era tierra de dioses elementales,
que vivían en él en armonía plena y sin conflictos. Dioses de
luz y dioses oscuros, en paz desde el gran enfrentamiento
inicial que fue el origen de todo; compartiendo, aquí y
entonces, una vívida sucesión armónica de espacios y
tiempos, similar, aunque perfecta, a cómo ahora el día sucede
a la noche y viceversa.
Y por el sueño supe de Orghión, Señor de la Oscuridad;
quien, deseando el poder absoluto, levantó en armas a sus
seguidores oscuros, rompiendo así la paz que reinaba y la
armonía establecida. Y supe de Arimnaar, elemental de la Luz,
que dispuso también sus ejércitos para el combate… Y del
Caos que reinó de nuevo sobre las cosas, cuando ambas
fuerzas se enfrentaron en toda su infinita magnitud.
Y dormido, como si de un involuntario espectador celestial
se tratara, asistí sin comprender a una vorágine infinita de caos
e incertidumbre creada por dos ejércitos, iguales y contrarios a
- 64 - Nórax de Tartessos, I
un tiempo, que chocaban una y otra vez sin resultados
posibles, puesto que la victoria absoluta de uno sobre el otro
les había sido negada desde el origen: la Luz surge de la
Oscuridad, y ésta nace, a su vez, de la Luz. Y puesto que la
una sin la otra no es, si una fuerza conseguía vencer a su
contraria, había, de inmediato, de volver a crearla y seguir
combatiendo, para poder continuar existiendo ella misma.
Perdido en el sueño, y ya sin pretensiones de comprender
nada de aquella locura divina, contemplé, absorto, su
resultado:
Una tierra que era vida, la obra cumbre de la creación, la
perla de la acción conjunta de los dioses en armonía, tras
recibir en su más plena hermosura el embate infinito de unas
fuerzas contrapuestas desatado en toda su magnitud, quedó
rota, sangrante, vomitando entrañas ardientes por sus heridas,
destruida y asolada en toda su vastedad. Tierras que habían
sido fértiles se hundían bajo las aguas y dejaban paso a otras,
abruptas y áridas, que surgieron de sus profundidades. Y la
vida que contenía en su seno, alegre y numerosa en todas sus
manifestaciones, se extinguió, azotada por vientos tempes-
tuosos y lluvias de fuego de origen divino...
Sólo entonces los dioses volvieron la vista hacia atrás, y
descubrieron el resultado de sus acciones. Sólo así pudo
llegar de nuevo la paz… Y al contemplar su obra, los dioses
arrojaron las armas, desolados, y lloraron amargamente su
estupidez.
Una nueva tregua fue firmada, esta vez bajo compromiso
de eternidad de no repetir lo ocurrido. Pero en ella, Arimnaar
exigió condiciones tendentes a garantizar el cumplimiento de
los pactos; la más importante de las cuales fue la presencia
permanente de uno de sus miembros luminosos en los
dominios oscuros, como vigilante, para garantizar que no se
volviera a repetir lo ocurrido; nunca más. Orghión, conmovido
él mismo por aquellos hechos derivados de su locura, aceptó
entonces sin reparos.
Después, los dioses, avergonzados, abandonaron la tierra

…Luz de Luna entre las Sombras - 65 -


ellos mismos, buscando un nuevo paraíso en el que vivir, que
ya nunca sería como el que acababan de perder.
—Y allí quedó Silein, la Luna –decía Imiel en ese momento–
, eterna vigilante en la noche eterna; sacrificando su esencia
luminosa para dar luz a las sombras, y crear sombras de luz en
la oscuridad…

Llegados a este punto, las nociones de espacio y tiempo se


entremezclaban ya en mi consciencia y habían perdido su más
completo significado; y una sensación de mareo se adueñó de
mis entrañas y pensamientos. Porque ¿cómo era posible que
la voz de la chica contestase y penetrara en mi sueño, un
sueño que no era de ese momento sino tenido la noche
anterior, y que a pesar de referirse a un tiempo perdido yo
había sentido vívidamente en esa visión, cuyas imágenes
volvía a ver y sentir también ahora, en este preciso instante...?
Desconcertado, volví a la consciencia, y encontré el rostro
de la sacerdotisa frente a mí, sentada a mi lado, muy cerca,
mirándome fijamente. Cerró los ojos. Cuando se incorporó
descubrí que había vuelto a recoger sus cabellos bajo el
turbante de mi camisa. La noté cansada, como si hubiera
realizado un esfuerzo enorme. Miró entonces a las alturas, y
un escalofrío recorrió su cuerpo, mientras musitaba
quedamente algo que no conseguí entender con claridad.
También yo miré hacia el cielo. Y cuál no sería mi sorpresa
al descubrí que la tarde se encontraba cercana a su fin, y unos
débiles rayos solares marcaban el poco tiempo que al día le
restaba de vida. ¿Cómo era posible...?
Intrigado, busqué respuestas en Imiel. Pero ella, con un
gesto imperativo de su mano nerviosa ahogó en mi garganta
las palabras no pronunciadas y comenzó a hablar de nuevo. Y
cuando lo hizo, unas pequeñas volutas de humo inexistente
pasearon intermitentes por delante de su rostro. La penumbra
se iluminó con sus ojos, y el aire se llenó de su voz:
—Ha pasado mucho tiempo desde entonces –continuó la
narración-. Tanto, que resulta imposible describirlo con

- 66 - Nórax de Tartessos, I
palabras.
»Como nada es eterno, ni siquiera el juramento de los
dioses, el mundo cambió; y donde antes habitó la desolación,
fue, de nuevo, resurgiendo el paraíso. Y de la misma forma
que la luz genera sombras y las sombras no son sino la otra
cara de la luz, lo que antaño era muerte fue, con el tiempo, la
semilla de la vida, que creció en plantas, animales, y más tarde
el hombre, la criatura que estaba llamada a sustituir a los
dioses en su reinado sobre el paraíso.
Hizo un alto en su relato. Yo la observaba en silencio,
extrañado no ya por lo narrado, sino por la naturalidad con que
aceptaba sus palabras, como si fuesen verdades aprendidas
en la niñez, en lugar de algo conocido por vez primera.
—Los antiguos dioses se han marchado —prosiguió—, y
otros nuevos han ido surgiendo de entre los distintos pueblos
del hombre, según sus propias necesidades. Pero en la
noche, Silein continúa su vigilia reluciente entre las sombras.
»Admitida antaño, en la actualidad, olvidados ya aquellos
pactos que fueron firmados, mantiene una lucha eterna y
callada contra la oscuridad; quien, con el tiempo, se resiste,
cada vez más, a seguir admitiendo su presencia. A veces, la
diosa es fuerte; en otras ocasiones le falta poder, consumido
poco a poco en su batalla diaria, hasta que lo recibe de nuevo.
Por eso la vemos brillar con intensidades cambiantes.
Las siguientes palabras hicieron que su voz adquiriese un
tono más profundo y emotivo:
—Pero ahora sus fuerzas son pocas… Creyéndose a
salvo, confiada tras tanto tiempo transcurrido, una locura
infantil (porque a veces también los dioses se comportan no ya
como humanos sino como niños) la ha dejado indefensa ante
las sombras; y la Oscuridad lo sabe. Orghión en persona –tú
mismo puedes sentir su presencia– viene esta noche a
cobrarse su presa… Si no recibe ayuda antes.
«Por eso he de llegar a su templo. Ahora, tan sólo yo
puedo ayudarla… Y sólo con tu ayuda podré conseguirlo.

…Luz de Luna entre las Sombras - 67 -


–—–– oOo –––—

Algo muy profundo se había ido formando en mi interior.


Una angustia reprimida que se rebelaba en lo más hondo de mi
cuerpo y terminó por estallar en mi garganta formando un ¡NO!
que resonó con fuerza a nuestro alrededor.
Me levanté de un salto, impulsado por la inquietud, incapaz
de mantenerme sentado durante más tiempo.
—¿Qué me haces mujer...? –conseguí decir al fin–. ¿Cuál
es tu juego…?
»Me creas sueños, en los que luego te introduces para
contarme historias increíbles de dioses, que no solo pretendes
que crea, sino también que reviva y participe contigo... No sé
que clase de trucos de magia utilizas. Pero estás loca, si
piensas que así vas a obtener mi ayuda…, o que voy a
tragarme esas patrañas.
Necesitaba aire fresco, despejarme. Pero no corría ni la
más mínima brisa en esa tarde, extrañamente calmada.
Me alejé de ella algunos pasos, agobiado, y caminé hasta el
borde del otero, donde miré hacia el mar; y contemplé la
grandiosa maravilla del atardecer cayendo sobre el mundo
real. Aspiré profundamente.
Allí no existían dioses extraños. Sólo reflejos rojizos de sol,
bañando un paisaje silvestre de montes y mares, para
tranquilizar el espíritu… Si no fuera porque sólo unos
momento antes ese mismo sol que ya se apagaba reinaba
majestuoso y brillante en el cielo del mediodía...
Un rumor de pasos a mi espalda me devolvió la presencia
de la chica, y a la realidad de su historia.
—Sabes que todo es cierto, ¿verdad? –me dijo-. Lo niegan
tus palabras, pero lo admite tu corazón.
Su cuerpo se pegó al mío por detrás, despertando en mi
piel reflejos inconscientes mientras sus manos lo recorrían y
- 68 - Nórax de Tartessos, I
ablandaban mi voluntad.
—Sabes también que nunca podría conseguirlo sola.
Orghión está ahí, esperándome con sus criaturas... Tú puedes
combatirlas; eres fuerte. Lo demostraste anoche.
En todo ese tiempo la imagen del horror oscuro al que me
enfrenté se había diluido de mis recuerdos. Su sola mención
me hizo revivir aquellos momentos de angustia, la posesión de
mi cuerpo y mente, el dolor del espíritu quebrado… Todo mi
ser se tensó y, en un acto casi reflejo, separé a la chica de mí
con brusquedad.
—¡No! –grité nervioso–. No sabes lo que me pides... ¡No
puedo!
Ella me miró, suplicando. Una mezcla de sorpresa y
desesperación revestía su cara.
—Es de mi vida de lo que hablamos ¿sabes? –dije, para
justificarme–. ¿Y qué me ofreces a cambio, perderla en la
gloria de una batalla…? ¡No! Aquí no hay hombres, guerreros
que combatir con honor, sino demonios oscuros que entran en
mi cabeza y quiebran mi espíritu…
—Tienes miedo... –me espetó entonces, desafiante,
jugando su última baza; como yo mismo había hecho la noche
anterior, para conseguir su compañía. Noté la rabia crecer en
mi interior. Me sentía acosado, y grité al responderle:
—¡Sí, tengo miedo…! Lo admito. ¿Acaso no habría de
tenerlo? ¿Qué crees que sentí anoche…? La esclavitud. ¡La
muerte en vida…! Y me pides que te siga de nuevo hacia ese
horror… ¡Estás loca! ¡Tú no puedes saber lo que fue aquello!
—¿¡Cómo te atreves a decir que no sé lo que sentiste!? –un
acceso de ira apareció en su rostro, y sus ojos, antes tiernos o
asustados, se iluminaron ahora más allá de lo normal.
—¿Acaso piensas que no participé de tu angustia..., que a
mí no me atacó? ¿Y después?, cuando te di mi fuerza y calor,
cuando compartí contigo mi cuerpo y salvé tu mente de la
locura... ¿No crees que sé bien de qué me hablas?

…Luz de Luna entre las Sombras - 69 -


Un sollozo entrecortado quebró sus últimas palabras,
mientras escondía el rostro entre las manos. Tenía razón, y yo
me maldije mil veces por haberlo olvidado. De alguna manera,
en ese momento, fui realmente consciente de su sufrimiento,
de su entrega. Recordé la noche pasada, nuestros cuerpos
vibrando unidos, y quise sentirla otra vez a mi lado, calmarla
con frases dulces y tiernas.
Pero al hablar, lo hice con palabras que no reconocí como
mías:
—No voy a ayudarte, maldita. No quiero perder mi vida en
una disputa divina que nada me incumbe, ya sea a manos de
demonios oscuros o de brujas luminosas. Además, Orghión
tiene razón, cuando reclama una igualdad que le corresponde
por derecho.
—¡Hombre estúpido! –me interrumpió con rabia–. ¡Es más
que tu vida lo que se encuentra en juego! ¿Piensas acaso que
todo seguirá igual si la Luna se pierde? ¿No comprendes que
tu mundo, la naturaleza entera...?
Se interrumpió de pronto. Su rostro se transformó. Un velo
de miedo cubrió su mirada y retrocedió unos pasos,
temblorosa, balbuceando vocablos incoherentes sobre el
Señor de las Tinieblas y mi corazón.
—¡Es él…! Orghión ha entrado en ti… Te ha dominado.
Pero yo ya no escuchaba. No entendía de qué estaba
hablando, sólo que debía acallarla… Aunque no era yo quien
moví mis brazos agarrotados y apreté las manos sobre su
garganta.
Un rayo de luz invisible golpeó mi frente. Una espada
candente, que atravesó mi consciencia y la rompió en pedazos.
Perdí el sentido, mientras alguien, cerca de mí, repetía «lo
siento… lo siento».

–—–– oOo –––—

- 70 - Nórax de Tartessos, I
Los últimos rayos de un sol adormecido acariciaban mi
rostro. Parpadeé varias veces, desorientado, antes de
reaccionar y poder moverme.
Me encontré tendido, caído sobre las piedras. Algo áspero
y húmedo frotaba mi mejilla; un bulto negro, sin forma, se
transformó en Bruma, caballo fiel, al poco de contemplarlo.
Me incorporé despacio, tembloroso. Me sentía desgarrado.
Un tambor incansable batía de forma rítmica en mis sienes.
Notaba algo extraño en los dientes. Escupí, y arrojé restos
de arena, introducidos en mi boca al golpear el suelo tras la
caída; una saliva reseca y pastosa, que se negaba a salir, y
quedó prendida bajo los labios. Al limpiarla con la mano, una
punzada de dolor estimuló mis nervios, y paladeé el sabor
metálico de la sangre en las comisuras.
Cerca, unos sollozos entrecortados se entremezclaban con
frases y gemidos de abatimiento. La chica se había rendido.
Su cuerpo yacía lacio, inerme sobre el terreno, de rodillas,
encogida sobre sí misma.
—No, así no... No puedo hacerlo –la oí decir–. Ya nada
importa, no queda tiempo… Él viene.
Extraje la falcata de su funda, despacio, y apreté el puño
sobre su mango. Mis dedos parecían gozar de vida propia al
hacerlo: se abrían y cerraban sobre la empuñadura, mientras
avanzaba con pasos lentos hacia la chica. No había tensión en
mi brazo, prolongado hacia el suelo en una hoja brillante que
reflejaba los últimos rayos de un sol en agonía
Ella no supo que me acercaba hasta que mis sandalias
pisaron junto a su lado. Sólo entonces retiró la cara de entre
las manos y miró hacia arriba, rendida. En esos momentos yo
era el dios de la vida y ella la criatura indefensa, sometida a
mis designios.
Vio la hoja. Un asomo de duda cruzó su rostro durante un
instante; después comprendió. Una sonrisa amarga afloró en
sus labios y, ya serena y resignada, me dijo, enfrentando mis
ojos:
…Luz de Luna entre las Sombras - 71 -
—Vas a hacerlo, ¿verdad? –de nuevo afirmó preguntando.
—No necesita a ninguna de sus criaturas para acabar
conmigo; te tiene a ti… Me pregunto hasta qué punto eres
consciente de cómo te utiliza.
No la escuché.
Ella agachó la cabeza, para facilitarme la tarea. Mi camisa,
que aún mantenía recogidos sus cabellos sobre la nuca, perfiló
un cuello fino y esbelto.
Mi mano izquierda se unió a su compañera sobre el pomo
del arma, e iniciaron juntas un lento, pero implacable, recorrido
en ascenso. Aspiré profundamente. Noté el gesto duro en mi
rostro, inescrutable y sereno.
Seguí con la mirada el movimiento tranquilo del metal hacia
las alturas. Y mientras lo hacía, acerté a distinguir mi propia
sombra sobre la tierra, alargada al frente, hasta el infinito, por
el último rayo de sol a mis espaldas. Un latido antes de que la
falcata iniciara su descenso mortal, alcé mis ojos al cielo y vi
apagarse, sobre el bronce de su hoja, el reflejo postrero de un
sol que acababa de morir, tragado por las montañas.
Mis manos se aflojaron entonces, y soltaron el arma. La oí
caer a mis espaldas, hiriendo la tierra al quedar clavada en
ella, mientras el aire huía veloz de mis pulmones, a través de
una boca abierta ante el asombro.
Porque frente a mí, a lo lejos, por encima de los árboles que
dominaba en altura, vi, surgiendo del mar, una luna enorme,
imponente en su grandeza. Pero lo más asombroso de todo, lo
que en realidad sobrecogió mi corazón como un puño
inexorable que apretara sobre él hasta estrangularlo, fue el
reluciente color rojo con que se vestía, como un presagio
sangriento de muerte para todos.
La chica, agradecida y asustada a la vez, llorando de nuevo,
se encogió y apretó junto a mi pierna, y susurró:
—Gracias, madre…
Un misterioso viento frío inexistente salió de mi corazón y
atravesó mi cuerpo.

- 72 - Nórax de Tartessos, I
Y en todos los poros de la piel, y también en mi interior, tuve
la certeza absoluta de que, cabalgando en él, montado sobre
su lomo, se hallaba Orghión…
Era el hálito helado del Señor Oscuro, que me abandonaba.

…Luz de Luna entre las Sombras - 73 -


- 74 - Nórax de Tartessos, I
SOMBRAS

“…y haré prodigios en el cielo, y en la


tierra sangre, fuego, y columnas de humo.
Y el sol se convertirá en tinieblas, y la
luna en sangre…”
Libro de Joel, 2, 30-31

C
uando partimos hacia la isla, Imiel y yo cabalga-
mos juntos a lomos de Bruma. Era un animal
fuerte, y no temí agotarlo en una distancia corta
como aquella. Pero la chica me había contagiado
esa sensación apremiante de falta de tiempo que
le embargaba, y desde entonces todas mis reacciones estuvie-
ron marcadas por las prisas. También por el miedo.
La luna, que desde su brutal aparición dominaba la noche,
fue tornando su color rojo intenso de un principio hacia otro
más pálido y amarillento, casi translúcido, como la propia luz
que generaba; su tono débil, sin resplandor, dotaba al entorno
de un color fantasmal que transformaba en posible peligro, y
amenaza segura, aquellas sombras etéreas que componía.
También las otras, más profundas, que su luz tenue no podía
atravesar.
Su tamaño, no obstante, no había decrecido. Pese a su
ascenso continuado hacia las alturas, mantenía su grosor
inicial, unas cinco veces mayor de lo habitual. Me dio miedo
imaginar que, de continuar así toda la noche, estallaría, como
un pellejo gastado que se ha llenado de vino en exceso…

…Luz de Luna entre las Sombras - 75 -


–—–– oOo –––—

Cubrimos el trayecto sin contratiempos.


Contemplamos el mar desde un alcor elevado, por entre los
pinos estilizados de un bosque sombrío que filtraba en exceso
los rayos de luna; el perfil esbelto de su isla se recortaba
hermoso, entre sombras, a no demasiada distancia. Pero
cuando iniciábamos el descenso a la playa, encontramos de
repente una negritud espesa que apagó la visión del camino
ante nosotros y negaba presencia a cualquier atisbo de luz.
—¡Arimnaar! –exclamé, pronunciando por primera vez una
plegaria inconsciente al señor luminoso; turbado ante la visión
de la nada oscura que lo envolvía todo.
—No Arimnaar, sino Orghión –sentenció la sacerdotisa a mi
espalda–. Esto no puede ser sino obra suya…
Me apeé del caballo sin dejar que ella lo hiciera, y le indiqué
mantenerse dentro del arco de luz que bañaba el sendero.
Unos pasos más adelante el mundo se desvanecía frente a mí,
oculto tras un tapiz de oscuridad. La falcata relució en mi
mano, quizá por última vez.
—Si algo ocurre, huye al galope y confía en Bruma –le dije–
Después, todo dependerá de ti. Pero si hay algo, o alguien,
ahí, yo lo entretendré. ¡Suerte!
Asintió con la cabeza, y un brillo de agradecimiento en sus
ojos. Sobraban las palabras. Al alejarme, su mano resbaló
desde mi hombro por todo el brazo, hasta apretar la mía.
Nuestras miradas se cruzaron, un instante, con sonrisas
preocupadas. Después la solté, y me dirigí hacia la oscuridad,
esa cortina negra invisible que dividía el mundo en dos mitades
inversas.
Primero una mano…
La introduje y saqué inmediatamente, para comprobar que
nada había ocurrido.

- 76 - Nórax de Tartessos, I
Volví a embutirla en la negrura; en esta ocasión, despacio.
Fascinado, contemplé cómo desaparecía lentamente y se
perdía entre sombras, hasta quedar reducida a una simple
silueta vaga y difusa, apenas perceptible en la oscuridad.
Sentí un nudo tomar forma en mi garganta, y mi ánimo decayó.
Pero no me permití pensar en ello…
Cerré los ojos, aspiré profundamente, y me convertí en una
sombra más entre las sombras cuando me adentré en las
tinieblas.

Era imposible distinguir nada a mi alrededor, tan oscuro se


había hecho el mundo.
Sin embargo, conforme mis ojos se acostumbraban a la
oscuridad, comencé a vislumbrar un halo de luz muy tenue,
que me rodeaba y daba forma a mi figura.
—Bienvenido, hijo mío.
La voz sonó profunda, dulzona; me sobresaltó.
Un escalofrío como el que sentí antes, en la colina, recorrió
mi cuerpo y ya no lo abandonó. Todo a mi alrededor se hizo
más negro, si ello era posible.
—¿Quién eres? –pregunté a la nada.
Y la voz respondió:
—Pregunta absurda. Lo sabes bien.
Sí, sabía quien era, de quién se trataba. Y esa certeza me
amedrentaba aún más.
—¿Qué quieres?
— También lo sabes: a ti, de momento.
Esperaba esa respuesta, la suponía. La garra de miedo
que cercaba mi corazón se cerró más a su alrededor.

…Luz de Luna entre las Sombras - 77 -


Pero esta vez yo era fuerte. Hacía todo aquello por
voluntad propia, consciente del riesgo, y no me iba a dejar
vencer sin oponer resistencia. Forcé al máximo los ojos, en un
vano intento de adivinar de dónde provenía la voz; pero era
inútil en aquel pozo sin luz. Tampoco el oído servía, porque
cuando la escuché, su risa me sorprendió llegando de todas y
ninguna parte.
—Me gustas, mortal –la voz se hizo hielo en mi corazón–.
Tienes miedo, pero no cedes. Serás un buen enemigo.
»Aunque, ¿para qué luchar si, queriéndolo tú, puedes ser
mi mejor aliado? ¿Sabes cuánto conseguirías al servirme, el
poder que tendrías a tu disposición si te unes a mí y me
ofreces vasallaje?
—Poco me conoces, Oscuro, ¿o estás probándome? –forcé
una sonrisa, mientras me movía con sigilo. —Deberías saber
que el poder no me tienta; no deseo a nadie por debajo de mí,
como tampoco lo admito por encima…
¿Era mi imaginación, o el fino halo de luz que desprendía
mi cuerpo se había vuelto más fuerte?
—Tendrás que obligarme a hacerlo –continué, envalento-
nado–. Pero ya no sería lo mismo, ¿verdad? Te verías
obligado a controlar mi voluntad continuamente, sin dejarme un
sólo instante, y eso no te conviene.
Silencio. ¿…Acaso dudaba?
Intenté detectar su presencia por el olor, como un animal,
pero fue imposible. Su voz resonó de nuevo, grave y
omnipresente:
—¡No me provoques, mortal… No me provoques! Sabes
bien que si quisiera podría sumirte en los más horribles
tormentos, quebrar tu voluntad hasta que desearas no haberte
inmiscuido jamás en mis planes; hacerte suplicar misericordia.
Y después, ya vacío, desprenderme de tu cuerpo como una
cáscara inútil que se desecha por inservible.
No había resentimiento en su voz, pausada y serena. Todo
cuanto decía era cierto. Lo sabía. Pero también que, al menos

- 78 - Nórax de Tartessos, I
de momento, no corría peligro físico. Él no se encontraba allí.
Era tan sólo una sombra sin cuerpo.
—Para ello deberás tomar forma –le dije–. Tú, o alguno de
tus sirvientes. Y con un arma en la mano dispongo aún de una
baza, como sabes. Será un buen combate, ¿no crees?
Intentaba provocarle, atraer su ira hacia mí, apartarla de mi
acompañante:
—Vamos…, ¿por qué no lo haces? ¿Me tienes miedo,
quizá…? ¿Tú, todo un dios, temes a un hombre?
No dio resultado:
—Algún día, mortal, te lo prometo; algún día… en otro
momento. Ahora no puedo perder más tiempo contigo.
Su voz se hizo más débil, y se fue extinguiendo, al tiempo
que el halo de luz que rodeaba mi cuerpo acrecentaba y el
manto negro se desvanecía. Las tinieblas comenzaron a
desaparecer suavemente, y unos tímidos rayos de luna
penetraron en los dominios oscuros.
Pero cuando –iluso de mí– comenzaba a pensar que había
vencido, un grito de terror y el relincho agudo de Bruma me
devolvieron a la realidad, y supe que, después de todo, sólo
había obtenido una pequeña tregua en la lucha.

Maldije mi estupidez.
Con el cuerpo en tensión, dominando la rabia, comprendí al
fin la añagaza, urdida para separarme de Imiel mientras la
atacaban.
Entre jirones oscuros de niebla que se desvanecían acerté
a divisar una criatura alada enorme, que sujetaba a Imiel entre
las garras y pretendía remontar el vuelo con su presa.
Levantada en vilo, la chica luchaba desesperadamente por
evitarlo, agarrando a Bruma por las crines, mientras el caballo

…Luz de Luna entre las Sombras - 79 -


coceaba encabritado y relinchaba de puro miedo. Sus gritos
se entremezclaron, y los animales de la zona, sobresaltados en
su descanso nocturno, huyeron despavoridos y profiriendo
nuevos alaridos, que junto a los anteriores, conformaron una
cacofonía estridente que rasgó el velo de silencio de la noche.
La visión de aquel sorprendente animal me paralizó, pues
nadie habría imaginado un águila de proporciones tan colo-
sales y plumaje oscuro azabache como la que se mostraba
ante mis ojos. Sus garras de largos dedos, suficientes para
rodear sin problemas el muslo de la chica, clavaron en el
forcejeo sus afiladas uñas en su piel, y obtuvieron un tributo de
sangre joven, que manó indolente de las heridas.
Sólo me detuve un latido, paralizado por la sorpresa. Pero
en su transcurso, las crines de Bruma se escurrieron de entre
los dedos de Imiel; el caballo quedó libre, y se alejó galopando
por el camino. Salté entonces, antes de que el monstruo se
elevara, y conseguí asir su desgarrada túnica con una mano.
La otra se cerró sobre mi camisa, envuelta aún sobre su
cabeza para ocultar los cabellos luminosos.
¡Los cabellos...!
De un tirón arranqué el turbante, y la noche se llenó de luz;
una claridad superior a la de otras veces, mucho más fuerte
que la exigua y tenue que emitía la propia luna. Cerré los ojos,
cegado por el resplandor. La criatura de la noche, sorprendida
también por esa luminaria fulgurante, soltó su presa, y caímos.
Fue un golpe considerable, desde aquella altura. Me dejó
aturdido, y nubló mi vista unos instantes. Sacudí la cabeza
para despejarme. Al abrir los ojos de nuevo, divisé, borrosa,
una figura y oscura y unas garras amenazantes, que se
acercaban veloces hacia mi pecho.
Pero cuando pensé que se clavaban sobre mi cuerpo y lo
desgarraban, otra mancha, negra también, cruzó rauda entre
nosotros, y se interpuso ante ellas.
Un relincho doloroso y desgarrado me partió el corazón. Y
supe que Bruma, mi caballo, mi compañero, se retorcía de
dolor bajo las garras oscuras de aquel maldito demonio alado.

- 80 - Nórax de Tartessos, I
Lo vi sangrar a borbotones, sus entrañas asomando por entre
cortes profundos provocados por un pico y unas uñas afiladas
como cuchillos… Y a pesar de todo, sujetaba la pechera del
otro animal con sus dientes, intentando herir mientras lo
coceaba, sin apenas conseguirlo.
Bruma… compañero…
Dominado por la rabia, y con una cortina de sangre cubrién-
dome la mirada, me abalancé sin pensar hacia su asesino y
asesté, una tras otra, mil cuchilladas mecánicas sobre aquel
cuerpo perverso; hasta que su cuello cedió, y la cabeza, cerce-
nada, rodó sobre la arena…
Bruma continuaba sujetándolo, sin ceder, sin retirar sus
dientes; a pesar de las muchas convulsiones de agonía que
recorrían su cuerpo… Sólo aflojó su presa al notarla inerte.
Sus ojos me buscaron entonces, con orgullo, sabiendo lo
que había hecho y el precio pagado por ello. Los míos se
inundaron de lágrimas, y un sonido ronco brotó en mi garganta.
Apoyó la cabeza sobre el camino, porque las fuerzas se le
iban, fluyendo junto a la espuma rojiza que surgía por su boca.
Me miró de nuevo, para despedirse. Y yo temblé, al pensar en
lo que debía hacer a continuación.
«Hazlo, amigo», creí entender en su mirada.
Busqué su corazón entre lágrimas. Su gran corazón, rebo-
sante de amistad. Un golpe seco y profundo de metal afilado,
que sentí como si a mí me lo dieran, y todo acabó. Las
convulsiones de su cuerpo se prolongaron en el mío durante
algunos instantes...

Unos dedos suaves y cariñosos recorrieron mis hombros


con ternura…
Pero no había ternura en mi corazón. Ya no…

…Luz de Luna entre las Sombras - 81 -


Me levanté, girando lentamente hasta quedar frente a Imiel.
Sus manos buscaron mi cuerpo cubierto de sangre… La
sangre de un amigo muerto.
Grité, temblando de rabia, y la aparté de mí lado; más fuerte
de lo que pensaba, porque rodó varias veces por el suelo.
—¡Te odio, mujer… Te odio! –le dije, escupiendo las
palabras con desprecio–. A ti y a todos tus despiadados
dioses...
La odié.
Sí. La odiaba...
La amé. Le tuve miedo.
—Bruma...
Lloré en silencio.

- 82 - Nórax de Tartessos, I
LUCES

“Lejos de los dioses habita un espléndido


palacio con techo de enormes rocas; por
todas partes se encuentra apoyado sobre
plateadas columnas que llegan hasta el
cielo”.
Hesíodo (s.VIII a.C.), Teogonía, 777-779

U
una vez dentro, el agua me pareció fresca y cálida
a un tiempo. Tonificó mis músculos, y proporcio-
nó serenidad a mi espíritu herido.
Pero no consiguió mitigar el dolor.

Pese a todo, decidí seguir adelante.


No por los motivos que alegaba Imiel (en esos momentos
su opinión ya no me importaba nada), o mis contradictorios
sentimientos respecto a ella, sino movido por un irrefrenable
deseo de venganza hacia quien me había causado la pérdida
de Bruma.
Ver en el camino el cuerpo inerte de mi compañero me
sumió en el desánimo; pasé un buen rato culpando a la chica y
sus dioses por su muerte, mientras lo lloraba en silencio.

…Luz de Luna entre las Sombras - 83 -


Como no podía permitir que sus restos acabaran despeda-
zados por los carroñeros, tiré de él, hasta sacarlo del camino, y
cubrí con piedras su cadáver. Al terminar, contemplé el
montículo que formaba su tumba, y la rabia infinita que recorrió
mi cuerpo me hizo temblar sin control.
Grité… Y en ese momento decidí acabar lo empezado.
La chica me miró alarmada. Durante todo ese tiempo se
mantuvo alejada de mí, ensimismada, sentada sobre la hierba,
derrotada. En un principio había volcado mi ira hacia ella, pero
acabé por admitir que no era suya la culpa, sino de su
enemigo.
Y, con ello, encontré un motivo válido para ayudarla.

–—–– oOo –––—

Nadé sin pensar en que lo hacía, abstraído, con la mente


muy lejos de allí.
Perdido entre la pena y los recuerdos me dejé arrastrar
sobre un mar oscuro, en el que sólo la estela dejada por Imiel
al avanzar me servía de referencia. A partir de ese momento
ella actuaba de guía. Nos dirigíamos a sus dominios.
No tardamos en alcanzamos la isla.
Desde el agua, su perfil oscuro se distinguía nítido frente a
la noche, recortado sobre el cielo negro y una luna enorme,
pálida y de luz mortecina. A su reflejo desvaído descubrí una
pequeña ensenada que se abría frente a nosotros, de fácil
acceso, que consideré nuestro destino; pero la mujer se alejó
de allí, y continuó nadando hacia la izquierda. Seguí tras ella,
extrañado, sin decir nada.
Rodeamos la isla por uno de sus laterales, hacia una zona
poco visible desde la costa, donde la roca surgía firme del mar
y se elevaba, ascendiendo de forma continua, en un largo tajo
vertical de piedra escarpada. Sorteamos diversos escollos,
nadando entre un laberinto de flechas de piedra, que emergían

- 84 - Nórax de Tartessos, I
del agua apuntando a la noche. La mujer recorría una ruta
prefijada, siguiendo puntos estratégicos concretos, guardados
en su memoria, que yo sería incapaz de repetir en solitario.
Cuando alcanzó la base de aquel imponente montículo, se
detuvo y mantuvo a flote con los pies, mientras sus manos
buscaban entre la roca algo que en aquella oscuridad me era
imposible adivinar. Lo encontró poco después, a ras del agua,
algunos metros más allá de donde estábamos.
Me miró, y asintió con la cabeza. Yo me acerqué hasta
donde señalaba y descubrí, también al tacto, una runa grabada
en piedra que no conseguí entender. El relieve se encontraba
muy desgastado, debido al roce continuo y durante años de un
mar, amante incansable, que la cubría a diario con sus
caricias.
Sin decir palabra, la chica llenó de aire sus pulmones y se
sumergió en el agua. Aspiré yo también, y la seguí; y me
introduje en una noche más oscura aún, en la que resultaba
imposible distinguir otra cosa que negrura. Pero el mar se
iluminó de repente con la presencia de una luna submarina,
que me presentó hermosos relieves ondulantes, desconocidos,
y una silueta que se adentraba suavemente en las
profundidades. Comprendí que allí abajo, sin ojos espías que
pudieran descubrirle, la chica había preferido despojarse del
turbante y sus cabellos actuaban como una poderosa antorcha
entre tinieblas. La vi descender con agilidad, impulsada con
las manos sobre las rocas, hasta que la piedra se abrió a su
lado como una boca, y se la tragó.
Fui tras ella, persiguiendo su estela de burbujas iluminadas
a través de un túnel horadado en la roca, que ascendía
inclinado a través de la piedra. Sentí entonces que aquellas
paredes se cerraban sobre nosotros y me impedían alcanzar el
final; pero el agua desapareció pronto sobre mi cabeza, y
aspiré con agonía un aire que ya se había agotado en mis
pulmones y me hacía imaginar cosas extrañas. Me supo a
humedad y moho, pero lo tomé agradecido. Y en cuanto
recobré la serenidad miré a mi alrededor.

…Luz de Luna entre las Sombras - 85 -


Me encontré en el interior de una pequeña caverna, una
especie de pozo circular, cuyas paredes se elevaban eternas
hacia alturas vertiginosas. Pese a que los cabellos de Imiel
iluminaban la estancia en profundidad, me fue imposible
distinguir su final, ignoro si porque estaba cerrado, muy arriba,
o abierto a la noche negra. Junto a la mujer, una escala tallada
en la piedra, peligrosamente resbaladiza por el verdín
acumulado durante años, se adentraba en la roca y se perdía,
más allá de una arcada natural. Introduje de nuevo la cabeza
bajo el agua. Comprobé que los peldaños se prolongaban
hacia abajo y descendían, hasta donde mi vista podía alcanzar.
En ese instante, una luz tenue y fosforescente se encendió y
volvió a apagarse allá en el fondo, como el ojo parpadeante de
un dios submarino que nos observara desde las
profundidades… Una nube juguetona de burbujas de aire
ascendió hacia nosotros. Pero antes de que me alcanzara,
bastante inquieto, me dirigí rápido hacia la escalera.
— ¡Ahí abajo hay algo...! —advertí a mi compañera.
No fue necesario. Imiel ya se encontraba fuera del agua,
intentando no resbalar sobre los peldaños de piedra. También
la había visto, y me apremió a salir al exterior. Su rostro
reflejaba miedo cuando me dijo:
—Vámonos de aquí... ¡De prisa!
—¿Pero... qué es eso? –pregunté alarmado.
Ella fijó entonces sus ojos en mí. Y con una mirada
insondable, que escondía la sabiduría eterna que nunca me
atrevería a alcanzar, respondió, apenas en un susurro:
—No quieras saberlo...
Sin más palabras, dio media vuelta y comenzó a ascender
por la escalera. Seguí sus pasos.
Sin embargo, antes, no pude evitar una última mirada hacia
la sima burbujeante. Y algo se agitó muy inquieto en mi
interior, cuando pretendí imaginar qué clase de criatura infernal
se ocultaba en aquellas profundidades.

- 86 - Nórax de Tartessos, I
–—–– oOo –––—

Ascendimos rápidamente por aquel túnel ancestral, elevado


casi en vertical por el interior de la roca. Sin embargo, cuando
ya habíamos superado una infinidad de escalones agotadores,
excesivamente empinados, y se iniciaba un pasillo horizontal,
descubrimos que éste se cerraba frente a nosotros, enterrado
bajo restos desprendidos de una gran parte del techo. La
noche, abierta sobre nuestras cabezas pero tan profunda-
mente cerrada que apenas unas pocas estrellas la podían
evitar, fue testigo mudo de nuestro desánimo: tras los
escombros era imposible encontrar la continuación del túnel,
que había quedado taponado por el desprendimiento.
Utilicé las rocas caídas para salir al exterior, a través del
agujero en el techo, y desde arriba miré hacia el mar. Quedé
maravillado ante aquel pasaje prodigioso, excavado en la
montaña por seres desconocidos, que discurría por el interior
de su ladera; pues descubrí que, a pesar de la altura conside-
rable a la que me encontraba, aún no habíamos recorrido la
mitad de su trayecto hasta la cima que debíamos alcanzar.
Escalar aquella pared enorme durante la noche se me antojaba
tarea imposible…
Decidí entonces recorrer los alrededores, con la intención
de encontrar un posible camino alternativo, y la certeza de que
no lo iba a conseguir. Sin embargo, algunos metros más
adelante, casi en paralelo a la salida, aprecié una pequeña
abertura que penetraba en la roca y parecía ser la continuación
del pasadizo cortado. Comprobé que permitía el paso de una
persona y continuaba ascendiendo, y corrí a decírselo a Imiel.
Ella, no obstante, no demostró alegría al conocer la noticia.
Aún desde el interior miró a su alrededor con recelo, en busca
de alguna posible amenaza oculta en aquella extensión vacía
entre la noche. Al hablar, su voz reflejó el nerviosismo
provocado por un tiempo que se agotaba:
— ¡Rápido! Continuemos, o será demasiado tarde...

…Luz de Luna entre las Sombras - 87 -


No era momento de precauciones. Atravesamos el espacio
abierto corriendo, sin pensar en las múltiples astillas de roca
desgastada por el tiempo que se clavaban en nuestra carne
como afilados colmillos de piedra. Ella no se detuvo, ni emitió
queja alguna. Continuó hacia adelante, consciente de que sus
cabellos relucientes la convertían en una luciérnaga gigantesca
en la oscuridad de la noche, capaz de denunciar nuestra
presencia a gran distancia.
Cuando por fin alcanzamos la protección al otro lado del
túnel, observé un gesto de dolor en su rostro y me estremecí,
al descubrir la abundante sangre que cubría sus pies descal-
zos. Pero sin darme tiempo a pronunciar palabra alguna, y con
una firmeza en la voz digna de orgullo, me ordenó continuar.
Admiré su entereza cuando la seguí escaleras arriba.

–—–– oOo –––—

Después de mucho avanzar por su interior, el corredor


comenzó a ensancharse, y aquellos agotadores escalones
empinados de un principio fueron reduciendo altura progresiva-
mente, hasta quedar convertidos en una suave pendiente.
Me detuve a descansar. Durante los últimos tramos, y a
pesar de sus protestas, decidí llevar en brazos a Imiel; varias
veces, en el ascenso, llegó a resbalar en su propia sangre y a
punto estuvo de caer rodando escaleras abajo. No permitió,
sin embargo, que vendase sus pies heridos con restos
cortados de su propia túnica; no había tiempo que perder.
Ahora que también la pendiente terminaba y el suelo aparecía
cubierto de una fina arenisca, me obligó a devolverla al suelo,
para que pudiese continuar por su propio pie. Cuando reanudó
el paso me sorprendió descubrir que la hemorragia había
cesado, y no quedaba en ellos marca alguna de sangre, o
cortes en su piel… Pero no pude comentar nada. En ese
instante, algo extraño susurró a nuestras espaldas.
—Escucha... —le indiqué, apoyando mi mano en su brazo.

- 88 - Nórax de Tartessos, I
Se trataba del mismo rumor sordo que en diversas
ocasiones anteriores había creído imaginar. Pero ahora
sonaba cercano y nítido, como si ascendiera pesadamente en
pos nuestro por el pasillo. Mi cuerpo se estremeció cuando
recordé aquel ojo submarino de las profundidades.
—¡Vamos! —dijo, agitada; cogió mi mano y me obligó a
correr tras ella.
Pronto, el techo se elevó considerablemente y penetramos
en lo que parecía la antesala de una gran cámara. Al fondo vi
una pared cubierta de relieves y tallas, y una arcada esculpida
en la roca a modo de puerta, tras la que intuí una estancia
mayor. Imiel me dedicó una sonrisa nerviosa, y tiró de mí,
asustada, apremiándome a entrar rápido a su interior. Me
detuve sólo un instante, impresionado por aquella maravilla
oculta en la profundidad de una montaña. Pero el susurro
amorfo que ascendía pesadamente por detrás me volvió a
estremecer, y la seguí resuelto hacia el arco de piedra.
Cuando traspasé el umbral la sacerdotisa se detuvo junto a
la puerta, giró sobre sí misma para situarse frente a la entrada,
reclinó la cabeza, y entornó los ojos. Respeté su plegaria; y
mientras lo hacía, intenté averiguar dónde nos encontrábamos.
El resplandor plateado de sus cabellos alcanzaba a iluminar
sólo unos pasos a nuestro alrededor; sin embargo, más allá de
la penumbra que generaban, percibí una estancia de
dimensiones enormes. Una gruesa capa de polvo acumulado
tras largos años de soledad acolchaba mis pasos; al apartarla,
encontré un suelo formado por enormes losas de piedra lisa,
finamente trabajada.
Imiel inició entonces un sonido gutural y monótono con su
garganta, y su oración silenciosa se transformó en invocación:
separó ligeramente las piernas, sus puños cerrados se unieron
por las muñecas a la altura de los ojos, y su rostro quedó
tenso, concentrado en un gran esfuerzo, como el resto de su
cuerpo.
En un lateral de la puerta descubrí un esqueleto humano,
de huesos blanquecinos y limpios, que parecía sonreír
…Luz de Luna entre las Sombras - 89 -
contemplando aquella extraña exhortación. Junto a su mano,
suelta tras resbalar de unos dedos descarnados, incapaces de
sujetarla, una espada gastada y cubierta de orín por el tiempo
acompañaba su eterno descanso. Un escalofrío inconsciente
me hizo relacionar su presencia, ya lejana en la historia, con
los susurros del pasadizo, y ese ojo luminoso de los
insondables abismos marinos; y mi imaginación revivió,
alarmada, los posibles pasajes no descritos de una lucha entre
el hombre y el horror...
En ese instante, Imiel dejó escapar un suspiro y volvió a
captar mi interés. Aún en tensión, abrió bruscamente ojos y
manos al mismo tiempo. Al momento, sus dedos se
prolongaron por arte de magia, y quedaron transformados en
rayos de luz, que dirigió hacia los laterales y el techo de la
puerta, donde se posaron. Impresionado, trastabillé unos
pasos hacia atrás.
Muy despacio, sus manos se separaron; y los haces de luz
que nacían de sus dedos se entrecruzaron, acompañados de
un zumbido extraño e imperceptible. Y así, moviéndolos
suavemente, creó formas en el aire, y fue tejiendo ante mis
ojos una malla artesana de luz sólida, en forma de red, con la
que cubrió por completo la entrada del pasadizo. Concluido el
trabajo, sus dedos se apagaron, y ella quedó lacia, relajada,
con la cabeza caída hacia delante, y los músculos aflojados
tras la tensión.
Mis ojos parecían locos, repartiendo miradas alternativas
entre el cuerpo laso de la chica y el prodigio luminoso que
acaba de crear. Su voz, y un suave roce de su mano sobre mi
piel, tan sólo consiguieron sacarme parcialmente de aquel
trance.
—Vamos... –me dijo, recuperada de pronto–. Esto nos
protegerá de cualquier criatura que nos esté siguiendo.
Pensaba que, tras lo visto, mi capacidad para la sorpresa
había alcanzado un límite. Pero la nueva maravilla que se
mostraba ante mis ojos se encargó de contradecirme:
Con cada paso que Imiel avanzaba, los muros de piedra
parecían contagiarse del fulgor de sus cabellos y absorber su
- 90 - Nórax de Tartessos, I
luz, y ya no la perdían cuando ella se alejaba. Como en un
sueño, la oscuridad más absoluta se fue transformando ante
mí en paredes de piedra jaspeada, tenuemente luminosas,
talladas con imágenes magníficas, y objetos cuyo origen y
significado escapaban a mi comprensión. Cuando todo quedó
iluminado, mis ojos contemplaron una sala de dimensiones
enormes, cubierta por una cúpula gigantesca, excavada en el
mismo corazón de aquella montaña hueca.
Y en medio de ella, frente a un altar que refulgía con mayor
intensidad que el resto de su entorno, Imiel, la chica perdida y
necesitada de ayuda, aquella mujer que lloraba asustada y
temblorosa, se mostró entonces sacerdotisa suprema en un
marco de incomparable belleza. Su voz denotó decisión y
poder, cuando pronunció satisfecha:
—El Templo del Mar... ¡Mi templo!
Y yo, cohibido, empequeñecido ante tan magnífica
grandeza, en la que intuía la mano de colosos y titanes, si no la
de los propios dioses, no me atreví a profanar con mi
presencia aquella residencia divina y me detuve junto a su
entrada, sintiéndome demasiado pequeño para penetrar en su
interior…
Entonces, junto al altar jaspeado, la mujer elevó sus brazos.
Y una vez más fui testigo de un hecho extraordinario:
Envuelto en un canto de letra y cadencia extrañas, el centro
de la cúpula, justo encima de donde ella se encontraba, se
abrió. Sin compuertas ni mecanismos; simplemente, se abrió,
diluyéndose en la nada. Primero fue un punto, en su mitad
más exacta. Luego un hueco, que creció y ensanchó hasta
formar un círculo perfecto de mediano tamaño, por el que, en
parte, se adivinaba el resplandor de la Luna. Ésta aún no
había alcanzado su apogeo, pero su débil rayo no tardaría
mucho en posarse sobre el altar.
Y en ese punto, la mujer exclamó, exultante:
—He llegado a tiempo... ¡He vencido, Orghión...! ¡Te he
vencido!

…Luz de Luna entre las Sombras - 91 -


De improviso, una sombra oscura, un velo negro que
parecía una nube de humo espeso e impenetrable, fluyó desde
el exterior, como si hubiese estado esperando fuera ese
preciso instante, se posó sobre la ventana mágica, y la taponó;
después continuó prolongándose hacia abajo, hasta quedar
flotando a la altura de los ojos. La cara de la sacerdotisa
ensombreció y adoptó un rictus desesperado, mezcla de miedo
y abatimiento. Y una voz que ya había oído antes, dulzona e
insensible, se hizo dueña de todo aquel maravilloso conjunto:
— ¿Estás segura, Silein, intrusa vigilante de luz...?

- 92 - Nórax de Tartessos, I
JUEGOS

“Tampoco los dioses a quienes llamamos


sabios son más veraces que los fugaces
sueños. Hay una gran confusión, tanto en
el mundo divino como en el humano”
Eurípides. Tragedias. Ifigenia entre los
Tauros, 570-573

L
a carcajada se prolongó estrepitosa, henchida de
satisfacción, e inundó el entorno. En mí tuvo el
efecto de una gran garra helada que apretase
fuertemente mis entrañas: era el Señor Oscuro, y
venía a reclamar su presa.
Me replegué despacio, tras un saliente tallado en la propia
roca. En el relieve observé varios círculos concéntricos de
distinto tamaño, rodeando una representación de lo que estimé
era el Sol por los rayos que despedía. Pero no me detuve a
pensar en ello. Una palabra dicha se había aferrado a mis
sentidos, como una idea fija que no quisiera abandonarme sin
obtener respuesta: ¿cómo había llamado la sombra a la
sacerdotisa?
Sin embargo, un grito escalofriante de la mujer desgarró el
majestuoso silencio que sobrevino a la carcajada, y detuvo el
curso de mis latidos; también mi primer impulso inconsciente
de ocultarme. Abandoné el refugio, dispuesto a enfrentar algo
que sabía peor que la muerte, pero que no podía eludir.

…Luz de Luna entre las Sombras - 93 -


Y cuando lo hice, todo mi ímpetu se apagó frente la visión
que contemplaba.
El cuerpo de Imiel flotaba en el aire, suspendido en vilo dos
cuartas por encima del altar, sujeto por unos filamentos negros
y volátiles, como viscosos reptiles de humo, que surgían de
aquel éter opaco y la atravesaban de parte a parte. En
aquellas zonas donde la carne había sido horadada aparecían
manchas oscuras que se extendían lentamente, creciendo y
adueñándose de la piel a su alrededor. El grito sostenido e
interminable que brotaba de su garganta me hacía testigo
impasible de la terrible agonía que soportaba, y cómplice de la
misma si no intervenía; y no fui capaz de permitirlo.
Me arrojé de un salto sobre la chica, sin detenerme siquiera
a pensar en lo que hacía; y en un intento desesperado por
arrancar su cuerpo de aquellas garras infernales, corté con la
falcata los haces viscosos que la sustentaban. Sorprenden-
temente, aquello que esperaba sólido y resistente, resultó ser
sólo humo que se volatilizó al paso de mi arma. Humo, que no
actuaba sobre mi carne, pero que en la de ella obraba un
efecto letal. Libre de las ataduras que lo sostenían en el aire
su cuerpo se desplomó sobre el altar, y allí quedó, en su
agonía, frío, tembloroso, y marchito.
Quise acoger a la mujer, arroparla con mi propio cuerpo;
pero la voz omnipresente que tanto temía me impidió
continuar. Una mezcla de ira y asombro recubría sus palabras.
—¡Mortal estúpido, no puedo entenderte! Te juegas la vida
por algo que no comprendes y está más allá de tus posibili-
dades. ¿Cómo te atreves a desatar mi ira tan sólo por un
cuerpo inútil...?
Sus palabras agitaron en mí una furia que me desbordó. Le
respondí con un grito:
—¿Sólo un cuerpo, Oscuro… eso somos para ti? ¿Algo tan
insignificante y simple como para quedar reducido a sólo un
cuerpo inútil?... ¡Ya que tanto nos desprecias, déjanos en
paz… y olvídate de estos cuerpos, como nos llamas, pues en
tu divinidad, fría y distante, eres incapaz de comprender actos
como éste.
- 94 - Nórax de Tartessos, I
Mientras hablaba, arrojé con rabia la falcata hacia el aire
oscuro que le daba forma.
Fue un gesto inútil; lo sabía. El arma atravesó limpiamente
su figura etérea y, tras rebotar en las paredes de piedra y el
altar, cayó finalmente al suelo, por donde fue resbalando muy
despacio hasta quedar de nuevo a mis pies. La risa divertida y
grave que resonó por toda la estancia contribuyó a resaltar aún
más la terrible sensación de impotencia que sentía.
Pero, sin saberlo, había obtenido más de lo que imaginaba:
En ese preciso instante, la luna alcanzó su cenit sobre la
montaña y la luz penetró por la abertura del techo. Sus rayos
cayeron directos sobre el altar donde se encontraba tendida
Imiel, y comenzaron a extenderse a través de su cuerpo. Los
restos oscuros que aún la aprisionaban se disolvían bajo el
baño de luz, y cuando éste la envolvió por completo, la mujer
recobró sus fuerzas.
Se incorporó entonces, y se levantó muy despacio, con la
mirada perdida en el infinito. Durante unos instantes flotó de
nuevo en el aire. Después, inició el cambio y se transformó. Y
lo que antes fue un cuerpo, quedó convertido en una figura de
pura energía luminosa, que conservaba los mismos rasgos
anteriores, pero había perdido toda su esencia humana.
La voz absoluta del Oscuro resonó otra vez en el recinto,
viniendo de todas partes, y alcanzando cada hueco en su
interior. Pero, al contrario de lo que esperaba, una carcajada
terrible precedió a sus palabras:
—!Ja, ja, jaaaa...! ¡Vencido por un mortal...! ¡Un humano!
¡Ah, Silein, esta vez elegiste bien a tus peones!
Luego, dirigiéndose a mí –pues así lo sentí en mi corazón–,
añadió:
—Sí, mortal, me has vencido. Puede que sin saber cómo,
pero lo has hecho... y no muchos pueden decir lo mismo.
Sentí miedo al oír aquellas palabras. Comprendí que, aún
en el caso de resultar ciertas, nunca serían favorables para mi.

…Luz de Luna entre las Sombras - 95 -


No me equivocaba.
—Pero has de saber –continuó diciendo la sombra– que
esta victoria que alcanzas ha de ser también tu derrota. Hoy
has tomado partido contra mí, me has acusado de utilizar un
cuerpo. Y sin embargo tú mismo has sido utilizado, engañado
por aquella que creías débil e indefensa, usado y dejado a un
lado de una forma mucho peor que la que ahora esgrimes en
mi contra.
La duda que hasta el momento albergaba en mi interior se
hizo luz (curiosa comparación). De alguna forma, el velo
imaginario que me cegaba fue descorrido en mi mente, y todas
las preguntas que me había formulado obtuvieron respuestas;
y, en un instante, comprendí que cuanto había sucedido no era
sino un juego entre dioses, y yo el instrumento utilizado para
llevarlo a cabo.
Y mientras la transformación de Imiel, cuerpo humano, en
Silein, diosa, energía de luz, se completaba, el Oscuro se
dirigió a mí de nuevo para contarme algo que ya sabía, sin
albergar duda alguna, en mi interior:
La diosa Luna, en la soledad de su pedestal, en su eterna
vigilia sobre las sombras, a veces, siente envidia de la vida que
observa en el mundo bajo sus pies; de los humanos a quienes
guarda. Y en esos instantes de arrebato, confiada tras mucho
tiempo de rutina incesante, cegada por el deseo, toma cuerpo
mortal, anhelando aquellas caricias y el placer que contempla a
diario... Y Orghión, en momentos tan vulnerables, no deja
pasar su oportunidad. El resto no tenía por qué explicarlo. Lo
conocía personalmente.
En el tiempo que dura un latido desfilaron ante mis ojos
todas aquellas imágenes que no pude comprender y ahora se
me aclaraban: su aparición, su miedo, los cabellos luminosos,
la forma de entrar en mi mente y la del monstruo que nos
atacó; la noche en la cueva y sus mentiras; mis cambios de
actitud, a favor o en contra, en función de cuál de aquellos dos
seres conseguía forzar más mis pensamientos...
Y en medio de mi vergüenza, y esa enorme rabia que sentía
al saberme juguete divino, oí la voz del ser celestial, de aquel
- 96 - Nórax de Tartessos, I
extraño cuerpo etéreo y luminoso, que me decía:
—Lo siento, Nórax, créeme, lo siento. Ahora, sabiendo lo
que he puesto en juego, el daño que he causado, casi me
arrepiento de mis actos contigo.
Pero la voz cínica y melosa de Orghión rugió de nuevo, y la
interrumpió con otra carcajada sonora.
—¡Es… patético! –exclamó al terminar–. Hoy no sólo has
triunfado sobre los actos de un dios, sino que obtienes de otro
palabras de arrepentimiento. Sólo por eso, mortal, mereces
seguir viviendo. Hasta me siento tentado a olvidar tus actos...
Aunque no consigo imaginar cómo podría dejar tus injerencias
sin castigo.
—Él no es culpable, Orghión...! –gritó Silein, suplicando.
Y yo, vacío ya de cualquier sentimiento que pudiese
albergar en mi interior, pensé que me daba igual lo que
quisieran hacer conmigo. Ni tan siquiera sentía rencor por la
forma en que había sido utilizado.
—¿Aún interesada por él, Silein? –dijo pausadamente la
sombra. Tanto que me costó trabajo reconocer su enemistad
eterna, y reafirmó mi creencia de que, para ambos, todo
aquello no había sido sino un juego, con hombres como
instrumentos.
—Sin duda ha de ser alguien muy especial, para despertar
en ti sentimientos... Pero no temas, a mí también me interesa;
algún día será mío. Aunque entonces vendrá a mí libremente,
por su voluntad; como él mismo dijo que debía ser. Sin
embargo, antes, para demostrar que es digno, ha de superar
una última prueba.
Y, dirigiéndose a mí, dictó sentencia:
—Hace muy poco, Nórax, pensabas en tu propia sombra.
La veías como un cuerpo sin huesos sobre los que poder
sostenerse –sí, hijo mío, sé de ti más de lo que te atreverías a
imaginar-. Veamos ahora cómo actúas cuando ese pequeño
problema se soluciona: ¡conoce tu lado oscuro!.

…Luz de Luna entre las Sombras - 97 -


Apenas terminó de hablar, mi propia sombra comenzó a
alargarse, estirada a través del piso del templo, hasta alcanzar
los huesos blanquecinos de aquel portero silencioso que había
sido durante años el esqueleto que vi a su entrada. La oscura
silueta enfundó los restos pálidos del desdichado, quien quiera
que fuese, y dándole nueva forma de músculos ya perdidos en
la historia, profanó su sagrado descanso y le confirió de nuevo
una vida que se había extinguido tiempo atrás.
En ese instante, el cordón umbilical que me unía a ella se
rompió, y perdí mi sombra.

Despacio, aquel engendro mágico, totalmente oscuro como


la sombra que era, comenzó a moverse.
Al principio parecía incómodo, ante una nueva vida y forma
que debió considerar extrañas después de siglos. Sin
embargo, observó sus manos, vio el resto de su cuerpo negro,
y decidió aceptarse. Aferró entonces aquella vieja espada
herrumbrosa que le acompañara durante su largo sueño
inmemorial, se puso en pie, y se dirigió hacia mí.
Un horror intenso recorrió mi cuerpo. Noté mis músculos
agarrotados, el vello erizado en mi nuca. Porque ese otro
cuerpo, negro y obsceno, que me encaraba, era una réplica
perfecta, aunque inversa, del mío; mi propia sombra, dotada de
vida.
En dos largas zancadas –las mismas que yo habría dado–,
se plantó ante mí y descargó contra mi cabeza un fuerte golpe
horizontal, que sólo por lo familiar que me resultaba conseguí
esquivar, dejándome caer de espaldas. Intenté incorporarme
cuanto antes, pues adivinaba el machetazo que vendría a
continuación. Pero me invadió un agotamiento repentino y las
fuerzas me fallaron, como si la mitad de ellas hubieran sido
transvasadas a mi otro yo, ese gemelo oscuro que ahora me
atacaba.
O quizá sólo era miedo...

- 98 - Nórax de Tartessos, I
Rodé sobre mí mismo. En el último instante, su arma se
estrelló a mi lado, justo donde me encontraba. El impacto de
metal sobre el suelo levantó ecos lúgubres desde la piedra,
que recorrieron la estancia como un tañido maldito de
campanas infernales.
Me apoyé entonces, como pude, sobre el altar a mi lado,
pretendiendo recobrar estabilidad suficiente para encarar a mi
atacante. Me sentí débil. A duras penas logré frenar un nuevo
golpe lateral, que en el choque empujó mi propia arma hasta el
costado. La dureza del siguiente casi me hace soltar la falcata
al pararlo. Comencé a dudar, no ya de vencer en la contienda,
sino también del tiempo que podría resistir un embate tan
continuo.
La sombra viviente lanzó un nuevo tajo hacia mi cuello. Lo
esquivé agachándome y quedó desequilibrada tras el
movimiento. Aproveché la ocasión para lanzar una patada a
su costado, en un intento desesperado por hacerla caer; no lo
conseguí, pero la desplacé unos pasos. Fue cuando descubrí
que la sombra había creado una envoltura muscular completa
sobre aquellos huesos descarnados, conformado un verdadero
cuerpo a su alrededor; casi humano, aunque negro en su
plenitud. Ese breve respiro me permitió subir al altar, donde
obtuve una posición privilegiada dominando en altura a mi
contrincante. Pude así contemplar por primera vez su rostro:
negro como el carbón, sin mácula alguna en su oscuridad que
señalara en él la presencia de ojos o boca; una verdadera
sombra a la vez que cuerpo; una fosca pesadilla, que me
atacaba de nuevo.
Pero en esa ocasión, una reflexión se impuso en mis
pensamientos más allá del miedo: si se trataba de un cuerpo,
si tenía forma humana, también podía ser cortado, roto,
vencido… Y con esa idea en la cabeza, recobré la confianza
perdida y nuevas fuerzas. Una energía renacida recorrió mi
interior, y mi sangre, helada antes por el desconcierto y el
miedo, bulló entre las venas con nuevos bríos.
El engendro avanzó hacia mí. Pretendía un corte en las
piernas. El nuevo entusiasmo me dio alas y lo esquivé
…Luz de Luna entre las Sombras - 99 -
fácilmente, elevándome de un salto. Como respuesta, la
sombra se revolvió veloz en sentido contrario, y dibujó en el
aire un arco completo con la espada y su brazo. Pero ahora
sentía los músculos relajados y sueltos. Me permití una pirueta
sobre su cabeza, lanzándome al vacío tras su espalda, al
tiempo que mi brazo impulsaba la falcata en un tajo largo sobre
su cuerpo; no le atiné, apenas por una uña de distancia.
Aterricé sobre mis manos, sin soltar el arma, inclinando la
cabeza sobre el pecho; y al tocar el suelo rodé sobre mí mismo
para amortiguar la caída. Mi cuerpo, flexible ahora, libre de
miedos, no se resintió del golpe. Al instante siguiente estaba
dispuesto para continuar la lucha.
Se sucedieron entonces estocadas y fintas, un entrechocar
de metales que se buscan y esquivan, como un peligroso juego
de amantes enfebrecidos. Y aunque era yo en lucha contra mí
mismo, dos y uno ejecutando los pasos de un baile de muerte
conocido por ambos y previsto en todos sus movimientos,
encontré una ocasión propicia en la que, quizás por suerte, tal
vez porque le superaba en libertad de pensamientos, me fue
posible engañar a la sombra y desequilibrar la balanza:
Simulé un resbalón. Ella me devolvió una estocada, que
debió creer certera, pero que yo esperaba y esquivé en última
estancia, aunque logró cortar un mechón de mi melena. En
ese instante, abierta la guardia, impulsé la falcata en un vuelo
fatídico hacia su torso negro al descubierto. Allí se alojó,
limpiamente, hasta la empuñadura. Oí el sonido de costillas
rotas bajo el metal, mensajero de la muerte. Mi yo oscuro se
tambaleó. Retrocedió unos pasos, hasta que el arma quedó
fuera de nuevo. Abrió los brazos. Y en una burda imitación del
ser humano que pretendía suplantar, hinchó el pecho, tal vez
en busca del último aliento de un aire que no respiraba. No
había sangre, ni líquido alguno en el hueco enorme que la
falcata dejó al retirarse…
Pero cuando esperaba verlo caer desplomado sobre aquel
suelo artesano, mi gemelo oscuro se recuperó y, superando un
traspié de sorpresa, me enfrentó de nuevo.
Y en ese instante creí oír la risa sarcástica y silenciosa del
Señor de las Tinieblas, que me decía:
- 100 - Nórax de Tartessos, I
—¿De veras, mortal..., de verdad esperabas destruir tu
propia sombra, dar muerte a un cuerpo ya muerto? No te será
tan fácil, te lo aseguro… Aunque, dime, ¿qué ocurrirá cuando
suceda al contrario?
Una carcajada escalofriante recorrió los muros de piedra y
cargó el aire de maldad; y una sensación de asfixia y agobio
penetró en mí al respirarlo. Mi corazón volvió a conocer el
abatimiento, la desesperación de una causa que se sabe
perdida.
«¡Estúpido! –me grité en silencio– ¿Cómo pudiste imaginar
que te fuera a permitir una nueva victoria sin conservar él la
ventaja?».
Y perdida ya toda iniciativa, ante la certeza de una victoria
imposible, me concentré en detener la nueva lluvia de golpes
que asestaba mi antagonista. Al tiempo, nació en mí la
resolución de no rendirme ante el destino, de resistir mientras
las fuerzas lo hicieran, para no dar a un dios que jugaba
conmigo esa otra victoria de la sumisión. Al menos me
quedaba el orgullo, la satisfacción de morir combatiendo.
«Dioses –fui a gritar–, acogedme entre vosotros...» Pero
ya no me quedaban dioses en quien confiar, o esperar algo de
ellos; sólo la paz de la madre tierra, cuando acogiese mis
restos entre su seno…
Por mi mente cruzó entonces una idea fugaz, que reclamó
mi atención con urgencia. Pero, esquiva ella, entre el combate
y la preocupación, me rehuyó y evadía... Desapareció,
finalmente, cuando me concentré en detener otro golpe,
dirigido ahora contra mi pecho. ¿Qué era...? ¡¿Qué era...?!
Algo que la diosa había dicho cuando era mujer, sobre las
luces y las sombras...
Y de pronto, como el arco de colores que surge sin avisar
tras la borrasca, tuve la salvación a mi alcance. O eso
esperaba.
Era tan sólo una idea, una intuición, que lo mismo podía dar
resultado, como costarme la vida. También la única esperanza

…Luz de Luna entre las Sombras - 101 -


que se me ofrecía en aquellos momentos… Actué llevado por
el instinto, sin pensarlo dos veces, y arrojé la falcata al suelo,
hacia un lado.
Mi oponente, sorprendido, se detuvo unos instantes. Apro-
veché la ocasión para sujetar sus muñecas. Forcejeamos,
mientras le impedía atacarme de nuevo. Mi mente, en tanto,
no dejaba de dar vueltas y repetir una idea, recordando retazos
perdidos de frases oídas durante un sueño:
«Luz y Oscuridad, dos partes de un mismo todo. Iguales y
contrarias a un tiempo. Luchando una y otra vez sin resultados
posibles… Yo Luz. Yo Oscuridad. Uno sólo, en dos mitades
inversas... Sombras de Luz en la Oscuridad, destellos de
Sombra entre las Luces…».
Caímos al suelo por el impulso. Yo sobre mi otro yo inverso,
mientras gritaba altivo a los dioses:
—¡¡Basta...!! Basta ya... No lucharé más para vosotros.
¡Ya no soy vuestro instrumento!
Cuando me incorporé, la calavera que quedaba debajo
parecía reír con amargura. La palidez de sus huesos se me
antojó de un blanco resplandeciente. Sus cuencas vacías
fueron testigos ciegos de una sombra recuperada.
...Había vencido.

———oOo———

—Te saludo, mortal –dijo Orghión sin palabras–. No me


has defraudado; aunque confieso que no lo esperaba. Posible-
mente, hoy, el hombre haya dado un ejemplo más a los
dioses… Al menos, algo sobre lo que meditar.
(Pero no es posible vencer a un dios:)
—Sin embargo –continuó–, te advertí que tu victoria iba a
ser también tu derrota… mi triunfo. Hoy no has negado a tu
sombra. La has aceptado. Recuerda eso…

- 102 - Nórax de Tartessos, I


Y tal como vino, el éter oscuro que era la sombra de un dios
arrogante comenzó a difuminarse, encogido sobre sí mismo; y
se elevó suavemente, hasta desaparecer por la ventana en el
techo que daba paso a la noche.
A través de ella, hasta el altar, quedó una columna de luz
resplandeciente que unía la tierra a la luna, reina otra vez en
un firmamento estrellado. Y en ella, los rasgos difusos de un
rostro de extrema belleza era cuanto subsistía del cuerpo de
aquella diosa que durante un tiempo efímero llegó a alcanzar la
humanidad.
Cuando se dirigió a mí, una voz átona y sin sentimientos
contrastó poderosamente con la de su recuerdo anterior:
—Te estoy agradecida, Nórax. Puede que ahora no
entiendas los motivos de mis actos, pero no me juzgues, por
favor. Tú no puedes comprender lo que es la soledad de una
diosa… No me odies por lo que he hecho.
Le respondí tras una pausa, en la que busqué palabras
ocultas entre la rabia.
—No te odio. No hay odio en mi corazón. Tal vez, hastío.
Por todo lo que he visto. Por la forma en que los dioses nos
usáis a vuestro antojo… Puede que después de esto dejéis de
considerarnos instrumentos, de jugar a ser humanos… Y al
hombre libre, ante su propio destino.
El rostro de luz esbozó lo que pudo ser una leve sonrisa
maternal, y me dijo:
—Eso, Nórax, no es algo que te pueda prometer... De
todos modos, piensa que eres uno de los pocos mortales
amados por una diosa. Ese recuerdo te hará desear eterna-
mente mi compañía. Nunca me podrás olvidar…
»Y ahora, vete… Debes salir de aquí, ¡rápido!
Mientras hablaba, sus rasgos se habían ido difuminando,
hasta desaparecer por completo con el silencio. La columna
de luz perdió base y se elevó veloz hacia las alturas, hasta su
cielo infinito.

…Luz de Luna entre las Sombras - 103 -


Un instante después, un inmenso crujido fue anticipo de la
lluvia mortal de rocas pesadas que, más cada vez, comenza-
ban a desprenderse de paredes y techos, entre la espesa nube
de polvo que cubrió el interior del templo. Era como si la
montaña hueca, a falta de la esencia divina que la sustentara,
diera por terminada su misión ancestral y buscase, al fin, un
merecido descanso.
Corrí hacia la puerta, esquivando como pude los cascotes
de piedra esculpida que caían a mi alrededor. La malla de luz
entretejida con magia que la cerraba había desaparecido junto
a su creadora, pero antes de llegar a ella, parte de la montaña
se vino abajo, decidida a sepultarme. No sé qué clase de
reflejos inconscientes me hicieron saltar hacia un lado, y
esquivar la mole inmensa que caía sobre mí.
De cualquier forma, sólo conseguí retrasar lo inevitable.
A consecuencia de ese último desprendimiento, la salida
quedó ciega y yo condenado, sin remedio, a esa prisión que
iba a convertirse en mi tumba. Durante un instante creí oír una
voz lejana de mujer que gritaba «¡Vuelve, no le dejes ahí...!»;
pero el sonido se perdió entre el estruendo.
Y de pronto, cuando estaba a punto de entonar una
bienvenida a esa tierra que me cubriría para siempre, un brazo
de luz recorrió los cielos, y atravesó el techo resquebrajado y
abierto del templo. Al llegar hasta mí, creó un halo
resplandeciente a su alrededor, y me envolvió en él. Después
se elevó hacia los cielos llevándome dentro, protegido frente a
los muros que caían. Se hundieron definitivamente justo cuan-
do los atravesamos. Un instante más tarde me encontraba
suspendido en el aire, muchos metros por encima del mar.
Reprimiendo un acceso de vómito provocado por aquel
fulgurante desplazamiento, elevé un pensamiento agradecido
al último acto –quizá de piedad, tal vez albergando cualquier
otro sentimiento–, de un ser al que, en otras circunstancias,
soñé con entregarle mi amor.
Después caí..., caí..., y caí..., sobre un mar oscuro y negro,
que me acogió en su regazo húmedo.

- 104 - Nórax de Tartessos, I


EPÍLOGO

“¡Oh, dioses! Más ¿a qué llamo a


los dioses si antes no me escucharon
cuando los invoqué? ”.
Eurípides. Tragedias.Las Troyanas, 1281
ss.

…Luz de Luna entre las Sombras - 105 -


- 106 - Nórax de Tartessos, I
Sensaciones extrañas... recuerdos inconexos...
Un niño solitario. Un resplandor negro.
Luces. Sombras. Ojos de Luna que se baña en el mar…

Una mano sujetó mis cabellos. Otras se unieron a ella


sobre el resto de mi cuerpo. Sentí cómo me izaban y me
dejaban caer sobre algo duro… Un mar de rostros y cuerpos
neblinosos y entremezclados aparecían difusos tras la cortina
ensangrentada frente mis ojos. Un sin fin de voces me
hablaban mudas en un lenguaje desconocido…
Después volvieron las sensaciones. Un dolor intenso, y un
fuerte escozor por todo el cuerpo, consiguieron reanimarme.
Alguien me hablaba de nuevo en esa lengua extraña que no
conseguía entender. Lentamente, los rostros a mi alrededor
comenzaron a tomar forma, y los músculos recuperaron su
fortaleza.
Sobrecogido, me incorporé bruscamente.
—¿Dónde estoy?
—Tranquilo, chico –me dijo una voz suave, al fin en mi
propio idioma, aunque con marcado acento extranjero–. Eres
tartesio, ¿verdad?
Asentí con la cabeza, a un rostro joven pero curtido por el
sol y la brisa marina. Supe entonces, por el traqueteo pausado
y lo poco que distinguía más allá de aquellas caras que me
observaban intrigadas, que estaba a bordo de un barco.
Ignoraba cómo, pero me encontraba a salvo.
—¿Qué ha ocurrido?

…Luz de Luna entre las Sombras - 107 -


—Eso quisiéramos saber, amigo –me respondió jocoso el
mismo rostro de antes:
»Navegábamos frente a la costa, en una noche cerrada y
oscura como nunca antes se ha visto, cuando fuimos testigos
de un prodigio asombroso: sobre la isla, desde la montaña, un
puente de luz unía la tierra y la luna... Alguien comentó que se
trataba de la escala que usa la Cazadora cuando busca
amantes entre los hombres; y puede que tenga razón. El caso
es que, más tarde, el puente comenzó a elevarse rápidamente.
Pero a mitad de su recorrido, un globo de luz se desprendió de
él, regresó a la montaña, y volvió a salir, para disolverse
después en la noche…
»Yo pienso que fue un castigo divino, pues con el rayo, la
cima del monte estalló y se derrumbó en mil pedazos. Cuando
llegamos todo había concluido. Pero allí estabas tú, agarrado
con fuerzas a un madero, en medio del reflejo de la luna llena,
brillante de nuevo. ¿Qué pasó, chico? ¿Naufragaste? Tal vez
puedas aclararnos algo más de este enigma que hemos
presenciado.
—Euh... No…, no sé que pudo ocurrir –respondí
precavido–. Estaba pescando… entre las rocas, junto a la isla,
y un fuerte resplandor me sobresaltó. Después, una lluvia de
piedras enormes cayó sobre mi barca y me arrojó al mar… No
recuerdo nada más. Supongo que perdí el sentido.
Preferí guardar silencio. Al menos de momento.
El hombre se dirigió entonces, en su idioma, a quien
parecía ser el jefe; un tipo enorme, un gigante, fuerte y
poderoso como un toro. Su cabeza sobresalía por encima de
las demás. Iba cubierto con la piel de un león, que mantenía a
modo de capa sobre su espalda. De rasgos nobles y
expresión severa, lucía una barba mediana perfectamente
recortada. Cuando le respondió, creí reconocer por fin la
lengua que utilizaban. Pregunté si eran argivos.
—Somos aqueos –me contestó el de antes, de nuevo en mi
idioma–, de ciudades distintas, Argos, Micenas... Nuestro líder
es de Tirinto, y yo, al igual que algún otro, de Tebas.
¿Conoces nuestra lengua?
- 108 - Nórax de Tartessos, I
—Muy poco en realidad. Hace algún tiempo, aún siendo un
niño, mi pueblo socorrió del mar a unos extranjeros que habían
naufragado; una tempestad les había alejado de la ruta de la
isla con la que comerciaban, y tras varios días perdidos, las
corrientes les trajeron hasta nosotros. Cuando vieron las
riquezas y la plata de Tharsis embarcaron de nuevo,
interesados en negociar por aquella zona. Pero uno de ellos
que estaba herido quedó en el poblado, recuperándose hasta
su regreso. Como siempre quise viajar, le ayudé mientras se
mantuvo en el pueblo; él, a cambio, me contaba historias, y me
enseñó idiomas. ¿También vosotros os dirigís a Tharsis?
—No. Buscamos el rumbo de una isla, Eritia. Nuestro
comandante, el gran Heracles…, digamos que tiene cierto
interés en tratar asuntos de ganado con su rey Gerión, el de los
tres cuerpos. Me dice que te dejemos descansar hasta
mañana. Ven, te acompaño abajo.
Me ayudó a incorporarme, pasando mi brazo sobre su
hombro. Di las gracias a todos, en especial a su jefe, y le
seguí. Pero antes de bajar al entrepuente elevé una última
mirada a la luna.
Allí estaba ella, reluciendo de nuevo, luminosa; dotada de
ese resplandor especial que la convierte en reina de un cielo
adornado de estrellas; radiante, como una mujer satisfecha
después de hacer el amor.
El mar, sereno y tranquilo, acogía en su seno su estela
luminosa y devolvía mil reflejos plateados, que a mí se me
antojaron guiños múltiples de complicidad ante un secreto
mutuamente compartido.

¡Oh, mar, cómo te envidio desde entonces!…


Yo también sé lo que es sentir sobre tu cuerpo el abrazo
amoroso de una diosa.

…Luz de Luna entre las Sombras - 109 -


FIN

del Libro 1
de Nórax de Tartessos

- 110 - Nórax de Tartessos, I


La historia continúa en:

LAS COLUMNAS DE HERACLES


Libro II – Canción para Tres Lunas
Libro III – Gloria de una Diosa

ERITIA, LA ISLA ROJA


Libro IV – Eriteia
Libro V – Los Bueyes de Gerión

y el volumen separado

SUEÑOS Y REMINISCENCIAS
Una ciudad lejana, perdida en la niebla
La Dama de la Montaña

…Luz de Luna entre las Sombras - 111 -


- 112 - Nórax de Tartessos, I
DICCIONARIO
10
DE PERSONAJES, TÉRMINOS Y LUGARES

10
Los nombres propios que aparecen en el relato han sido transcritos al castellano en
muy diferentes formas y acepciones. Para disponer de un criterio único, se ha optado
por seguir las referencias utilizadas en uno de los diccionarios publicados en nuestro
país el Diccionario de la Mitología Clásica, de Constantino Falcon Martínez y otros
(Alianza Editorial. Madrid).

Para permitir un mejor seguimiento de los personajes y lugares aquí indicados, se ha


marcado en cursiva aquellos términos que tienen referencia propia en este mismo
apartado; los personajes aparecen, además de en cursiva, subrayados.

Para diferenciar personajes y lugares imaginados de aquellos que tienen una base
histórica o mitológica previa se indica [fic.](de ficción) junto a su nombre.

Nórax de Tartessos. I - 113 -


Abas: Monte principal de la Isla Eritia, situado al noroeste de la
misma.
Apolo: El más importante de los dioses Olímpicos después de Zeus,
su padre. Dios de la luz, defensor del orden, la ley y la justicia;
también provoca la muerte, la peste y la ruina. Supuestamente, mató
a la serpiente Pitón.
Aqueos. Uno de los pueblos, de origen indoeuropeo, que se
asentaron en Grecia. Eran aguerridos, y se decían descendientes de
Aqueo.
Argivos. Naturales de Argos, por extensión de toda la Argólide.
Arimnaar [fic.]. Señor de la Luz. Uno de los dioses elementales en la
mitología (supuestamente tartesia) utilizada en esta novela.
Atenea: Una de las seis diosas principales del panteón griego
clásico. Hija de Zeus y Metis, aunque con origen micénico inicial.
Diosa guerrera, protectora de los héroes, siempre va armada con
casco, lanza y escudo; pero también diosa de las artes. Celosa de
su virginidad, en la reorganización asumió el papel de la Doncella, en
la tríada original.
Átropo: Una de las tres hijas de la noche conocidas como Moiras.
En la hora de la muerte, es la encargada de cortar el hilo de la vida
humana que hilan sus hermanas.
Biblos: Una de las más importante ciudades fenicias en la
antigüedad. Hoy en el Líbano, donde recibe el nombre de Jubayl.
Calírroe (Callirhöe). Hija de los titanes Océano y Tetis de la
mitología pre–olímpica. Esposa de Crísaor, y madre de Geriones y
Equidna. Alta Sacerdotisa de la diosa en Eritia. Su nombre
significaría Fuente Hermosa (o corriente hermosa).
Corono [fic.]. Kiberneta (patrón) del Pitio.
Crísaor: Mítico rey protohistórico de Tartessos. Hijo de Medusa y del
linaje de Poseidón. Compañero de Calírroe y padre de Geriones y
Equidna. Su nombre significa Falcata Dorada. Se le asocia con
Pegaso, a quien también se hace hijo de Medusa.
Deileonte [fic.]. Sacerdote de Apolo a bordo del Pitio. Confidente de
Heracles.
Delfos: Ciudad griega de la región Beocia, famosa por su templo y
oráculo de las pitonisas.

- 114 - Nórax de Tartessos, I


Equidna: Ser deforme con cuerpo de hermosa mujer y cola de
serpiente. Su nombre, en griego, significa víbora.
Erebo: Entre los griegos, personificación de las tinieblas infernales.
Eriteia (Erytheia/Eriteya): Hija de Gerión, nieta de Calírroe y Crísaor.
La Sacerdotisa que representa a la Doncella en la tríada de la Luna
en Eritia.
Eritia. La Isla Roja. Se cree que estaría situada cerca de las costas
de Cádiz. Se le ha identificado con la isla de León u algún otro islote
cercano, como Salmedina, aunque lo más seguro es que en la
actualidad se encontrase sepultada bajo las aguas. || Nombre,
también, de una de las ninfas Hespérides.
Gerión (Geriones / Geryon). Rey de Eritia; el más conocido de los
reyes mitológicos de Tartessos. Ser de tres cuerpos, que en
versiones es descrito con tres cabezas, en otras con tres torsos
sobre una sola mitad inferior… y en otras como tres personas
diferentes. Hijo(s) de Crísaor y Calírroe, y padre de Eriteia.
Helio. Uno de los dioses "naturales" de la Teogonía. El Sol.
Heracles (Heraklés / Hércules para los romano). Tal vez el más
famosos personaje de la mitología griega. Posiblemente, basado en
un señor de Tirinto, que fue elevado a la divinidad debido a su fuerza
y el éxito de sus empresas.
Hespérides (Las hijas de Héspero). Hesperetusa, Egle y Eritia,
ninfas de voz melodiosa que, según la leyenda, custodiaban un jardín
maravilloso en el confín extremo de occidente (coincidente con
Tartessos).
Héspero. Personificación de la estrella de la tarde. En algunas
versiones, hijo de Atlante.
Keres (en singular, Ker). Espíritus femeninos de la muerte. En
algunos textos, Ker es la diosa de la muerte violenta. Según Hesíodo,
las Keres eran hijas de la Noche.
2
Knosos. El principal palacio de Creta, con 17.000 m construidos y
1.500 habitaciones. Se cree que en él estaba la sede del rey Minos,
y el famoso laberinto del Minotauro.
Medusa. Una de las tres Gorgonas. Madre de Crísaor.
Representada por los griegos como un ser monstruoso de cabellos
de serpientes, que convertía en piedra a todo aquel a quien miraba.

Nórax de Tartessos. I - 115 -


Sacerdotisa principal de la tríada de la diosa, y posible precursora de
una dinastía pre-mitológica de Tartessos. Fue decapitada por Perseo.
Menetes. Joven pastor de la isla Eritia, enamorado de Eriteia.
Encargado de llevar los rebaños a los pastos del infierno.
Micenas. Ciudad magnífica de la Argólide, fundada por Perseo, y
famosa por sus murallas ciclópeas.
Moiras (las Parcas latinas): Hijas de la Noche, espíritus del
nacimiento y el destino, que asignan al hombre la vida y su duración.
Se las representa por tres hermanas: Cloto (la hilandera, hila en su
huso el hilo de la vida), Láquesis (la medidora, mide con su vara la
duración que éste tiene) y Átropo (la inflexible, que corta el hilo a la
hora de la muerte).
Nedea [fic.]. Mujer de Geriones y madre de Eriteia. La Madre en la
tríada de sacerdotisas de la diosa en Eritia.
Nórax. Uno de los reyes protohistóricos de Tartessos, hijo de Eriteia
y (según los griegos) de Hermes, el heraldo de los dioses. Fue un
rey emprendedor que colonizó Cerdeña, donde fundó la ciudad de
Nora, su capital.
Nórax [fic.]. Joven tartesio, recogido por los integrantes del Pitio, y
que es testigo, más que protagonista, de este relato.
Orghión [fic.]. Señor de la Oscuridad. Uno de los dioses primigenios
en la mitología (supuestamente tartesia) utilizada en esta novela.
Perseo. Hijo de Dánae y Zeus (aunque otros dicen que de Preto). El
primero de los grandes héroes griegos (y perseguidor del culto a la
diosa) al dar muerte a Medusa. Fundador de Micenas.
Pitio. Relativo a Pitón (Ofión), la serpiente hija de Gea (la Madre
Tierra). Por extensión, relativo a Apolo, heredero del culto a la
serpiente en Delfos. || Nombre del barco que traslada a Heracles y
sus hombres a Tartessos.
Posidón. Uno de los dioses de la reorganización olímpica, hermano
de Zeus, e hijo de Crono y Rea. Dios del agua, sobre todo del mar,
aunque en su origen fuese un dios local terreno, relacionado con los
caballos.
Selene. Hija de Hiperión y Tía. Personificación griega de la Luna,
identificada también con Febe, Ártemis, o Silein.
Sidón. Famosa ciudad y puerto fenicio. Hoy Saida, en el Líbano.

- 116 - Nórax de Tartessos, I


Silein [fic.]. En la novela, nombre dado a la diosa Luna en la zona de
influencia tartesia. Juega un papel importante en las relaciones entre
dioses, y en los hechos relatados.
Tartesio. Natural de Tartessos.
Tartessos. Antiguo reino del sur de España, cuya superficie
coincidiría en gran parte con la actual Andalucía. Es uno de los
grandes misterios de la arqueología actual, como en su día lo fue
Troya, debido a que aún no ha sido localizada la ubicación de su
ciudad principal. Algunos lo identifican con la mítica Atlántida de
Platón.
Tebas. Célebre capital de la Beocia, en Grecia, fundada por Cadmo.
Era famosa por sus siete puertas, y por ser partícipe de numerosos
mitos.
Tésalo [fic.]. Marinero del Pitio, natural de Tebas, aunque con
ascendencia tesalia, cuyo dominio de numerosas lenguas le hace ser
solicitado en diferentes empresas como traductor.
Tharsis. Otro de los nombres con el que era conocido el reino de
Tartessos. En esta historia se le ha hecho su capital, la misma
ciudad que buscó Schulten a lo largo de su vida, infructuosamente, y
que hoy en día continua sin ser encontrada (¿tal vez desaparecida
tras un cataclismo?).
Tirinto. Ciudad griega, de la que era natural Heracles (aunque en
realidad, nació en Tebas, durante el exilio de sus padres).
Tirios. Naturales de Tiro.
Tiro. Antigua ciudad fuerte fenicia, hoy Sur, en el Líbano, al sur de
Beirut.
Zeus. El dios principal de los Olímpicos, a quienes dirige con el título
de "padre de todos los dioses". El dios de los cielos luminosos y sus
fenómenos atmosféricos; su símbolo es el rayo. Fue "padre" de
numerosos héroes míticos.

Nórax de Tartessos. I - 117 -


BIBLIOGRAFÍA

Bendala, Manuel.
• Tartessos. La Huella de Grecia. Cuadernos Historia16,
nº40. Historia16. Madrid, 1985.
Blázquez, José María.
• Tartessos. Las fuentes. Revista de Arqueología, Extra
nº1. Barcelona, 1989.
• Tartessos. El Dorado de Occidente. Cuadernos
Historia16, nº40. Historia16. Madrid, 1985.
Elvira, Miguel Ángel.
• Tartessos y la Atlántida. Cuadernos Historia16, nº40.
Historia16. Madrid, 1985.
Falcón Martínez, Constantino, y otros.
• Diccionario de la Mitología Clásica. Alianza Editorial.
Madrid, 1995.
Maluquer de Motes, Juan.
• Tartessos, la ciudad sin historia. Editorial Destino.
Barcelona, 1984.
• La Civilización de Tartessos. Editoriales Andaluzas
Unidas. Sevilla, 1985.
Presedo Velo, Francisco.
• La Realeza tartésica. Revista de Arqueología, Extra nº1.
Barcelona, 1989.
Schulten, Adolf.
• Tartessos. Editorial Almuzara, S.L. Córdoba, 2006.
Vázquez Hoys, Ana Mª.
• La Posible reina mítica de Tartessos: La Gorgona
Medusa. III Congreso español del antiguo oriente
próximo. Huelva, 2003.
• Las Golondrinas de Tartessos. Ed. Almuzara, S.L.
Córdoba, 2008.

- 118 - Nórax de Tartessos, I


ÍNDICE

PRÓLOGO: MITO, REALIDAD Y FANTASÍA. ...............................- 7 -

SOMBRAS DE LUZ EN LA OSCURIDAD ..............................- 13 -


P R E S A G I O S...........................................................- 15 -
S A C R I F I C I O.........................................................- 23 -
C A S T I G O.................................................................- 33 -
LUZ DE LUNA ENTRE LAS SOMBRAS.................................- 41 -
P O S E S I Ó N ..............................................................- 43 -
S U E Ñ O S ....................................................................- 57 -
S O M B R A S ...............................................................- 75 -
L U C E S .......................................................................- 83 -
J U E G O S ....................................................................- 93 -
E P Í L O G O.............................................................................- 105 -

DICCIONARIO ........................................................................- 113 -


BIBLIOGRAFÍA ......................................................................- 118 -

Nórax de Tartessos. I - 119 -


Próximamente en Bubok:
Nórax de Tartessos – II

LAS COLUMNAS DE

HERACLES
Volumen 1:

CANCIÓN PARA TRES LUNAS

Más sobre el personaje y su mundo en:

www.norax.es

- 120 - Nórax de Tartessos, I

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