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Contents

Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Epílogo
DOCTORA HEREDIA
MÓNICA BENÍTEZ
Copyright © 2024 Mónica Benítez
Todos los derechos reservados
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ser reproducida en ninguna forma ni por ningún medio sin la
autorización expresa de su autora. Esto incluye, pero no se limita a
reimpresiones, extractos, fotocopias, grabación, o cualquier otro medio
de reproducción, incluidos medios electrónicos.
Todos los personajes, situaciones entre ellos y sucesos aparecidos en el
libro son totalmente ficticios. Cualquier parecido con personas, vivas o
muertas o sucesos es pura coincidencia.

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Capítulo 1

Estel Márquez
Lunes, 9 de enero de 2023

Llego a la cola del supermercado nerviosa. Seis cajas activas y en


todas hay al menos tres personas esperando con los carros repletos de
comida. Yo miro la cesta en la que solo tengo artículos de aseo como el
champú que me gusta porque el del hotel, aunque huele muy bien, me
deja el pelo muy seco. He añadido un paquete de compresas, una caja
de pañuelos de papel y por último, un paquete de galletas de chocolate
para cuando me da hambre por la noche.
Miro con cara de súplica a las personas que tengo delante por si
quieren empezar el año con una buena obra y dejarme pasar, pero me
ignoran totalmente y eso me recuerda a cuando estaba con Arlet, a ella
con su sonrisa encantadora y sincera, la hubieran dejado pasar sin
dudarlo. Quince minutos después por fin puedo pagar y voy directa
hacia la puerta del ascensor para bajar al aparcamiento. Miro el reloj,
con un poco de suerte no llegaré tarde, pero entonces las puertas se
abren y me quedo inmóvil cuando veo salir a Maribel Heredia, o la
gitana, como la llama Teloy.
Las dos nos quedamos mirando unos segundos como si fuese un
hecho extraño que la otra haga algo que no sea atender pacientes.
—También hay que comer —digo para romper el hielo.
—Eso dicen —responde Maribel saliendo del ascensor.
Las dos nos hacemos a un lado como si fuera un acto obligado que
por habernos encontrado fuera del hospital, tengamos que pararnos a
hablar. Lo cierto es que todo está un poco raro entre nosotras. Después
de acostarnos aquella noche y acompañar al día siguiente a Arlet al
aeropuerto, no hemos vuelto a tener una sola cita. Una semana
después, Heredia cogió las vacaciones de Navidad y se marchó al
pueblo con sus padres. Su vuelta coincidió con el inicio de unos
cuántos días que me cogí yo, y después solo nos hemos visto por el
hospital alguna de las veces que paso por urgencias. Es como si
ninguna de las dos quisiera ser la primera en hacer un acercamiento
hacia la otra, al menos es así como yo lo percibo.
—A ver, pelona, ¿vas a decir algo o te vas a quedar mirando como
un pasmarote? —suelta Heredia con impaciencia.
—Pelona —repito sonriendo—. Es curioso que me llames así
cuando tu melena es mucho más abultada que la mía.
—La mía es una melena gitana, con estilo —dice con orgullo
apartándose el pelo de los hombros.
Lo cierto es que le brilla de una forma que ya me gustaría, y estoy
segura de que ni por asomo se le enreda tanto como a mí.
—No lo dudo —digo y miro el reloj.
—¿Tienes prisa? Es una pena, iba a invitarte a un café ahora
mismo.
Me la quedo mirando con gesto sorprendido, no sé si habla en
serio o solo me vacila.
—¿Te pasas los días ignorándome en el hospital y ahora me
quieres invitar a un café? —me pego a la pared cuando el de seguridad
pasa por nuestro lado por segunda vez.
—¿Qué yo te ignoro? —se indigna—, desde que volviste pasas
por urgencias como si fueras una diva y yo tuviera que ir a hacerte
reverencias.
Me entra la risa, tal vez tenga un poco de razón y el primer día que
nos vimos me vine un poco arriba. Me hice la despistada, haciendo ver
que no la había visto porque pensé que vendría a saludarme, pero pasó
de largo, supongo que para devolvérmela, y eso nos ha llevado a estar
así. Tampoco es que me importe, ya lo hablamos en su día y
acordamos que nos iríamos conociendo, a mí no me interesa tener nada
serio con nadie y a ella tampoco. Además, aunque Arlet y Vania hayan
arreglado lo suyo, sé que todas van a necesitar tiempo para confiar en
mí del todo, y no quiero tener a Maribel culpándome de cada discusión
que tengan.
—Tú tampoco te esfuerzas mucho por hablar conmigo —respondo
altiva.
—Te acabo de invitar a un café y todavía no me has contestado.
—Venga ya —me río—, yo voy con la compra y tú vienes a
comprar. Me invitas solo porque me ves con prisa por marcharme,
¿crees que soy tonta?
Maribel se ríe al sentirse descubierta, pero su rostro se ensombrece
cuando el vigilante pasa por tercera vez por nuestro lado.
—Capullo —masculla mosqueada.
—¿Qué pasa?
Miro a un lado y a otro sin entender nada.
—Que soy gitana, eso pasa. Ese cree que vengo a robar algo.
—Venga ya —digo incrédula, Heredia se ríe y me mira como si
fuera tonta.
—No seas ingenua, pelona. En sitios como este los robos se dan
prácticamente a diario, y muchos los cometen mujeres de mi raza —
dice y se encoge de hombros—, así que cuando una gitana pone un pie
aquí dentro, llevamos la mirada de estos tipos clavada en la nuca todo
el rato. ¿Sabes lo que es eso?
Por primera vez me quedo sin palabras, boquiabierta mientras sigo
con la mirada al vigilante de seguridad, que ahora está parado a unos
metros de nosotras, aunque no deja de echar miradas poco disimuladas
hasta nuestra posición.
—Vaya —digo desconcertada.
—No pongas esa cara de susto, que no tengo un trauma —Maribel
me da un toque en el hombro y comienza a reírse—. Ya estoy
acostumbrada, tranquila, lo he dicho solo para ver la cara que ponías.
La miro con ganas de matarla, pero no digo nada y vuelvo a
comprobar la hora. Voy a llegar tarde.
—¿A dónde vas con tanta prisa? ¿Tienes una cita? —su tono de
retintín no me gusta y, por un momento, estoy tentada de mentirle. No
quiero dar explicaciones cuando no tengo porqué hacerlo.
—Sí, tengo una cita, aunque la mujer no es mi tipo, demasiado alta
y delgada, a mí me gustan más de mi estatura y con sitios a los que
agarrarme.
Repaso su cuerpo con la mirada y Heredia se ruboriza mirándose a
sí misma. Maribel no está gorda ni delgada, está en ese punto
intermedio, y me encanta.
—¿Y para qué quedas con ella si no es tu tipo? —pregunta todavía
sofocada.
—Porque me va a enseñar un par de pisos.
Sus ojos se abren de manera escandalosa.
—¿Todavía estás viviendo en el hotel?
—Sí —reconozco con una sonrisa de dientes apretados—, buscar
apartamento en plenas vacaciones de Navidad era un poco complicado.
Espero que ahora la cosa no se estire mucho, en el hotel se está de
maravilla, pero mi cuenta comienza a resentirse demasiado.
—Pues que tengas suerte —Maribel balancea su cuerpo y deja
caer un brazo señalando la puerta del ascensor.
—Gracias, nos vemos por el hospital —digo a modo de despedida
—, intentaré no ignorarte mucho.
Ella entorna los ojos y asiente sonriente.
—No te preocupes, yo no tengo ningún interés en pasar tiempo
contigo —dice altanera.
Sonrío para mí.
—Mientes —digo antes de que las puertas del ascensor se cierren.
Capítulo 2

Maribel Heredia
Jueves, 12 de enero de 2023

—Mierda —me quejo cuando me equivoco de nuevo.


Elimino lo que he escrito y vuelvo a comenzar a teclear en uno de
los ordenadores de la isla central de urgencias. Tampoco es tan difícil,
solo tengo que completar el informe que ya he ido rellenando a lo
largo de la mañana, pero parece que ahora mis dedos van por libre, las
letras se me mezclan y escribo palabras que no tocan.
Me vuelvo a equivocar y suelto un resoplido que levanta las hojas
que hay a mi lado.
—¿Qué te pasa, gitana?
Me giro y veo a Vania, sentándose a mi lado para utilizar otro
ordenador.
—¿Cuánto llevas aquí? —respondo mirándola de soslayo un
instante para enseguida clavar la vista en la puerta del box tres.
—Acabo de sentarme, ¿no lo ves? —pregunta con su particular
tono borde—. ¿Por qué? ¿Me estoy perdiendo algo?
—No, nada.
Vania mira hacia la puerta del box, donde el doctor Asensio
atiende a un paciente que ha llegado hace diez minutos con un fuerte
traumatismo en la cabeza después de haberse caído de un andamio. De
repente salen del box y Asensio anuncia que van directos al escáner.
Yo vuelvo a clavar la mirada en mi ordenador y trato de concentrarme
en rellenar el informe de una vez.
—Pronto es el cumpleaños de Arlet y no sé qué comprarle —dice
Vania.
Vuelvo a dejar lo que hago para mirarla, tengo el cerebro tan
bloqueado que Vania se ríe cuando me ve la cara.
—Vale, está claro que no me vas a ayudar.
—Sí, espera un momento —suplico sacudiendo la cabeza—, tengo
que completar el informe para darle el alta al chaval del box uno, pero
llevo aquí quince minutos y no hago más que equivocarme, parezco
tonta.
Teloy me mira de un modo que no me gusta ni un pelo, sobre todo
cuando se le dibuja esa media sonrisa de cabrona que pone muchas
veces.
—¿Qué? —espeto tensa.
—Nada —Vania ya no disimula, ahora suelta una risita nasal que
le borraría de un guantazo—. A ver, ¿qué te pasa?
—¿A mí? —me señalo indignada, la verdad es que estoy
disimulando fatal—. A mí nada, es este teclado, creo que está roto. Sí,
casi seguro que tiene que ser eso.
Vania arquea las cejas y yo miro hacia el box tres un momento, es
algo fugaz, casi imperceptible, pero ella vuelve a reírse y no dice nada.
—Vale, déjame a mí. Tú dime lo que quieres poner y yo lo
escribo.
—¿Crees que no sé hacerlo? —ahora me ofendo, estoy
insoportable.
Teloy encoge los hombros.
—Yo no creo nada, lo hago por ayudar al chaval y que no se
muera de asco en la camilla por tu incompetencia.
Pienso en los cerdos de mi padre, últimamente incluso mi mejor
amiga es candidata para ser su comida.
—Venga, sal de ahí.
Vania empuja mi silla y no hago nada para detenerla. Las ruedas
me desplazan hacia un lado y ella se coloca frente a mi ordenador.
Mira el informe y frunce el ceño.
—Pero si solo te falta poner la medicación.
—Ya, pero hay teclas que no escriben.
—Sí, claro.
Teloy suelta una risotada y me mira.
—Venga, ¿qué pongo?
Me acerco hasta apoyar la barbilla sobre su hombro para poder ver
la pantalla y le dicto. Sus dedos vuelan sobre las teclas y escribe cada
palabra a la perfección hasta que por fin acaba y le da a imprimir.
—Qué pasada, se ha arreglado solo —ironiza mirándome de reojo.
Me levanto sin decir nada, indignada conmigo misma. Recojo el
informe y entro en el box uno para dar el alta a mi paciente. Salgo diez
minutos después. Vania sigue en la isla y me siento a su lado justo
cuando Asensio vuelve con el paciente, que está consciente y parece
bastante lúcido. Se meten en el box de nuevo y yo miro al pasillo,
hacia la zona de acceso desde planta.
—No va a venir, así que deja de estirar el cuello como una jirafa
—suelta Vania y a mí me entra un escalofrío.
—No sé de qué me hablas.
Coge el reposabrazos de mi silla y tira hasta acercarme a la suya,
dejándome frente a ella, sin escapatoria.
—Sí que lo sabes. Estás tan despistada porque crees que Asensio
hará bajar a Estel para que visite a su paciente del porrazo en la
cabeza.
—No pienso eso —digo con la boca pequeña.
—¿No? —Vania sonríe, qué rabia me da que me conozca tan bien.
—Bueno, es que sería lo normal, ella es la neuróloga.
—Sí, y Asensio ha hecho el escáner y sabe interpretarlo. Si todo
está bien y su paciente reacciona, no tiene porqué avisarla si no hay
nada que le parezca llamativo o preocupante, es más, seguro que le ha
pedido por teléfono que revise las pruebas para estar más tranquilo.
—Ya —admito y suspiro, Vania vuelve a sonreír.
—Si tantas ganas tienes de verla, ¿por qué no subes y te cuelas
entre paciente y paciente? O mejor, quedas con ella.
—Yo no tengo ganas de verla, además —digo ofendida y un poco
rabiosa—, fue ella la que dijo que quería conocerme mejor, ¿no? Pues
si quiere algo, ya sabe dónde estoy, si se piensa la diosa que voy a ir
detrás de ella, va lista.
Teloy alza las manos en señal de rendición.
—Pensaba que te gustaba.
—Y me gusta, la pelona está muy buena, eso es evidente, pero no
puedo con su prepotencia y su aire de superioridad. Desde que volvió
de vacaciones camina por aquí como si esperase que fuese tras ella
como un perrito. ¿No te has dado cuenta?
Vania me mira con las cejas arqueadas y hace una mueca de
indiferencia que me mosquea.
—No sé, gitana, yo creo que estáis las dos en el mismo plan.
—¿Yo? —me señalo indignada, clavándome el dedo en el pecho
con tanta fuerza que me hago daño.
—Sí. Cada vez que pasa por aquí se te van los ojos y miras de
llamar su atención de alguna forma, pero después la ignoras
completamente, igual que hace ella contigo. Sois como dos
adolescentes.
—Vale, paso de seguir hablando de esto. ¿Qué te pasa con el
regalo de Arlet?
—Pues eso, que no sé qué comprarle —dice apoyando la cabeza
en la silla.
—Tú la conoces mejor que nadie, piensa en algo que le guste.
—Todavía no la conozco tanto.
Tras su frase se hace un silencio extraño. Ella desvía la mirada y
yo la miro a ella. Aunque lo han arreglado y están bien, está claro que
Vania todavía teme que Arlet guarde algún secreto como el que
descubrió cuando apareció la pelona, donde no solo se enteró de que
estuvieron juntas, sino que, se habían planteado ser madres.
—Sí que la conoces, olvida lo que pasó hace tres meses, eso está
hablado y arreglado. Arlet te lo ha contado todo y ahora no se trata de
conocerla a través de su pasado, sino de tu presente con ella. Vivís
juntas, Vania.
—Desde hace un mes —dice con una mueca divertida.
—Ya —arrugo la nariz, tiene razón—. ¿Y si le preguntas a la
pelona?
Su mirada cambia y yo me daría cabezazos contra la pared por mi
torpeza.
—Perdona, se me ha ido la cabeza —me disculpo maldiciendo a
Estel por hacerme pensar tanto en ella.
—No pasa nada, tal vez no sea mala idea —dice pensativa.
La miro sopesando lo que dice por sí solo lo hace para que yo me
sienta mejor, aunque lo cierto es que, a pesar de lo que ha pasado,
después de que Vania y Arlet resolvieran lo suyo y Teloy recuperase
esa confianza en sí misma que había perdido, tiene una relación muy
cordial con Estel, tanto, que alguna vez la he visto tomarse un café con
ella, al igual que Arlet, que ha encontrado en su exnovia a una amiga.
—Oye, ¿sabes si ha encontrado ya un apartamento? —le pregunto
sin poder ocultar mi curiosidad.
Vania se levanta al mismo tiempo que suelta una risita nasal de
esas que anticipan una respuesta que no me va a gustar.
—Si quieres saberlo, se lo preguntas tú misma, gitana —dice
dándome una palmadita en el hombro antes de marcharse.
Eso es que lo sabe la muy perra.
Capítulo 3

Estel Márquez
Lunes, 16 de enero de 2023

Muy de vez en cuando tengo un día de esos en los que por mucho café
que tomo, parece que no logro despertarme. Son casi las once de la
mañana, he hecho la ronda por planta, visitado cuatro pacientes en
consulta y tomado tres cafés desde que he llegado y, aun así, no paro
de bostezar y me pican los ojos como si no hubiera dormido en toda la
noche.
Bajo a la cafetería decidida para pedir un café doble, si eso no me
despierta, me rindo y soportaré lo que me queda de turno como pueda.
Cuando entro está llena de gente, demasiada para ser lunes. No me
molesto en buscar caras conocidas en las mesas, simplemente me sitúo
en la cola mientras consulto las noticias en el móvil cuando escucho su
voz a mi espalda y no estoy segura de si realmente está aquí o tengo
tanto sueño que estoy alucinando.
—Con esa mata de pelo no me dejas ver los bocadillos.
Me giro y ahí está Maribel Heredia. La luz amarillenta de las
bombillas le da de lleno y resalta el particular tono tostado que le
proporciona la raza gitana y que cuanto más miro, más me fascina.
—Si te molesta mi pelo me lo apartas, pero sé delicada, ya sabes
que me gustan los roces suaves en el cuello —espeto sin ser consciente
de lo que digo hasta que termino de hablar.
Maribel contiene el aire en los pulmones y me desboca el corazón
despertándome de golpe.
—¿Te acabas de dar cuenta de que no puedes vivir sin mis besitos
en el cuello? —contesta altiva.
Me entra una corriente por el cuerpo que me recorre hasta acabar
con un latigazo entre las piernas. ¿Cómo he podido ponérselo tan
fácil?
—¿Crees que eres la única que sabe dar besos en el cuello?
No sé por qué digo eso, pero por la cara que ha puesto Heredia,
está claro que no le ha gustado el comentario. Quizá hoy debería
haberme quedado en casa.
—No son horas para un bocadillo —trato de cambiar de tema
mientras avanzo en la cola.
—Está siendo una mañana muy movida en urgencias y no he
tenido tiempo de desayunar, no como tú, claro, que parece que lo
tienes para pasearte por el hospital. Podrías disimular la cara de
aburrimiento.
Se me ocurren muchas cosas para contestarle, pero como parece
que tengo un día de esos en los que cuando abro la boca es para meter
la pata, decido que mejor le dejo pasar la puya.
—Necesito café —digo y meneo la cabeza en un círculo perfecto
para destensar el cuello.
—Pues pide y no entorpezcas —Maribel me da un leve empujón y,
cuando estoy a punto de quejarme, me doy cuenta de que ya me toca.
—Un café doble y lo que ella quiera —digo y la señalo.
Heredia arquea las cejas y sonríe, después pasea la mirada por los
bocadillos y amplía la sonrisa con gesto malicioso.
—Uno de jamón ibérico, el más grande —matiza y encoge los
hombros cuando la miro con la boca abierta.
—Qué morro tienes.
—La próxima vez no harás las cosas solo para quedar bien —
suelta y pide también una botella de agua.
—No lo he hecho para quedar bien —digo mientras pago.
—¿De verdad? ¿Tenías pensado invitarme? —me reta pegándose a
mi lado.
Me guardo la cartera y cojo el café, Maribel coge su bocadillo y
como si estuviera pactado, vamos juntas a una mesa.
—No pensaba invitarte —reconozco una vez sentada frente a ella
—, pero tampoco me importa hacerlo.
—Ya… —dice y da un mordisco que saborea con deleite.
—¿Está bueno? —no puedo evitar reírme, come como si llevara
días en ayuno.
—Mucho. Seguro que es de un cerdo de mi padre.
Me recuesto en el respaldo sin aguantarme la risa y doy un sorbo a
mi café.
—¿Crees que tu padre y sus marranos me dan miedo?
Arqueo una ceja y Heredia me clava una mirada tan profunda que
no sé si la he ofendido.
—Mi papa es un cacho de pan, pero sus cerdos son unos cabrones,
así que ellos deberían.
Heredia sigue comiendo mientras mira de reojo una notificación
en su móvil. La ignora como si no tuviera importancia y da un sorbo
de agua.
—¿Has hablado con Vania? —pregunta de manera distraída.
La miro fijamente porque no sé si la he entendido bien.
—¿Con Vania? ¿Yo?
—¿Ves a alguien más aquí, pelona?
—Deja de llamarme pelona o te juro que te cojo de ese pelo y te
empotro contra la pared.
De nuevo mi lengua se ha soltado como un látigo cuyo azote coge
a Heredia con la guardia baja. Se atraganta y carraspea, las mejillas se
le ponen rojas al principio y pálidas después de que me clave una
mirada oscura y salvaje que logra que me tiemble medio cuerpo.
—Veo que tienes ganas de que esta gitana te dé un poco de meneo.
Si es eso, solo tienes que pedirlo.
—¿Qué? —pregunto con el corazón desbocado.
Heredia se inclina por encima de la mesa, provocativa y seductora.
—Si quieres que vuelva a acompañarte a tu hotel, solo tienes que
decirlo. No hace falta que tengamos una cita, yo no te intereso y tú a
mí tampoco, pero para pasarlo bien…
Me guiña un ojo y mi corazón se sacude como un mantel. En el
fondo siento rabia cuando insinúa con tanta facilidad que entre
nosotras nunca habrá nada serio. Eso me preocupa teniendo en cuenta
que fui yo la que desde el principio le dije que no quería complicarme.
¿Acaso comienzo a querer?
—¿No te intereso ni un poco? —pregunto entrando en su juego.
Heredia niega lentamente con la cabeza, tan despacio que me
parece insultantemente sexy.
—Pues yo creo que un poco sí —aseguro y le rozo la mano que
tiene sobre la mesa. Ella la aparta como si se hubiera electrocutado.
Sonrío y Heredia se levanta, rodea la mesa y se inclina para
susurrarme.
—Cuando reconozcas que te gusto, tal vez comiences a resultarme
interesante, por ahora solo me pareces atractiva y bastante gilipollas.
Gracias por el bocadillo.
Se marcha y no soy capaz de decir una palabra. Ahora ya no tengo
sueño, solo estoy cachonda como una perra, que es mucho peor.
Capítulo 4

Maribel Heredia
Martes, 17 de enero de 2023

Por fin acabo el turno y puedo marcharme. No es que haya tenido un


día pesado, lo cierto es que se me ha pasado muy rápido, pero he
tenido una paciente muy impertinente, una niña consentida por su
padre que me ha hecho morderme la lengua en más de una ocasión.
—¿Vania ha salido ya?
Me encuentro a Arlet de sopetón cuando voy hacia los ascensores,
parece que ha podido cuadrar su horario para marcharse con Teloy, lo
que no sabe es que le queda un buen rato.
—Está en el uno con Asensio, ha llegado un trauma hace apenas
diez minutos.
Arlet hace una mueca y asiente con resignación.
—Lo siento —digo arqueando las cejas—, si quieres te acompaño
a la cafetería.
—Tranquila —me sonríe y me aprieta el brazo con afecto mientras
consulta la hora en su reloj—, voy a aprovechar para llamar a mi
hermana, que llevamos días sin hablar y debe estar enferma de
preocupación.
La risita traviesa de Arlet me hace mucha gracia, su hermana me
recuerda a mi madre, siempre indignada cuando no le devuelvo una
llamada.
—Salúdala de mi parte —digo y me dirijo hacia los ascensores.
Las puertas se abren prácticamente cuando pulso el botón, eso me
alegra porque siempre tengo que esperar bastante, pero me alegro
mucho más cuando veo que dentro está la doctora Márquez, aunque
me esfuerzo por disimularlo.
—Vaya, tú otra vez —digo colocándome a su lado.
—¿Me persigues? —Estel me mira de soslayo, pero su mirada me
traspasa, siento que casi me devora y el corazón se me acelera de un
modo descontrolado.
—Ya te gustaría —contesto devolviéndole la mirada.
—No tanto como a ti —suelta la pelona para provocarme.
Me muerdo la lengua para no entrar en su juego, ya he caído otras
veces y siempre pierdo, y esta vez no quiero darle el gustazo. Las
puertas se abren y las dos intentamos salir al mismo tiempo, como si
alguien hubiera tirado una bomba fétida dentro y abandonar el
habitáculo fuera una cuestión de vida o muerte.
Nuestros hombros se rozan justo cuando atravesamos la puerta y
siento una corriente recorrerme todo el cuerpo, pero de nuevo disimulo
las ganas que tengo de colgarme de su cuello y devorarle la boca.
Estel abre la puerta por la que el personal sale a la calle y me cede
el paso, siento un escalofrío cuando paso por su lado y me tenso
porque por un momento pienso que me va a coger del brazo y va a
retenerme, pero no hace nada y siento una decepción que me cabrea.
—Hasta mañana —digo sin mirarla, con la mirada clavada en mi
coche.
—Qué maleducada eres, podrías ofrecerte a acercarme a mi hotel,
aunque fuera por cortesía, yo te diría que no, y tú quedarías bien —
dice a mi espalda.
Me detengo en seco y me giro, no entiendo que siendo tan
insoportable me llegue a gustar tanto. Su melena ondea levemente con
el aire y me parece odiosamente guapa, me jode reconocerlo, pero me
gusta mucho su manera de mirarme.
—Está bien, ¿quieres que te acerque a tu hotel? —pregunto con
tono sarcástico.
—Serías muy amable, gracias —contesta dejándome de piedra.
—Has dicho que dirías que no —le reprocho indignada como una
niña que se siente estafada por sus padres.
—He cambiado de opinión —contesta con chulería.
—Pues yo también, te vas andando —digo y me doy la vuelta de
nuevo.
—¿Qué le pasa a Teloy? —pregunta haciendo que me dé la vuelta.
Estoy muy descolocada, no sé si habla de algo concreto o ha dicho
lo primero que se le ha pasado por la cabeza para retenerme y seguir
hablando conmigo.
—¿De qué hablas? A Teloy no le pasa nada, ahora si me disculpas,
quiero irme a mi casa.
—Ayer me preguntaste si había hablado con Vania —dice y me
deja pensativa—. ¿Por qué tengo que hablar con ella? ¿Pasa algo con
Arlet? ¿Están bien?
—Ah, eso —digo cuando por fin caigo en el asunto del regalo para
Arlet—. Es una tontería, se acerca el cumpleaños de Arlet y Vania no
tiene claro qué regalarle, le dije que quizá tú podrías ayudarla, pero
creo que es una mala idea, fue un consejo de mierda.
—Ya veo —Estel sonríe sin enseñar los dientes, sus ojos se
entornan y brillan de un modo enloquecedor—. Bueno, si quiere hablar
conmigo, ya sabe dónde encontrarme.
—Sí, eso es fácil, estás en todas partes —suelto con sarcasmo y
ella se acerca con tanta rapidez que no me da tiempo a reaccionar.
—¿Por qué no dejas de hacerte la dura y me llevas a mi hotel?
Obviamente, espero que subas conmigo a la habitación, tengo unas
ganas locas de estar contigo, gitana —susurra dejándome loca.
—¿En serio eres tan descarada?
Me tiembla todo el cuerpo. Negar que a mí también me apetece
una barbaridad es hipocresía y un acto casi adolescente, pero no he
podido evitar hacerme la dura.
—Venga, no me hagas insistir —dice sin darme tiempo a contestar
—, tú misma has dicho esta mañana que si quería que me acompañaras
al hotel solo tenía que decírtelo, ¿no? Además, he tenido un día terrible
y encima me han cancelado las dos visitas que tenía esta tarde para ver
pisos porque ya los han alquilado. Necesito desconectar, Heredia, y
solo me apetece estar contigo.
—Vale, vamos —logro decir.
Tengo la mente embotada, le tengo tantas ganas ahora mismo que
me cuesta concentrarme. Saco las llaves del coche y nos subimos,
aunque me tomo unos segundos para calmarme y estar segura de que
estoy capacitada para conducir.
—¿Qué pasa con el piso que fuiste a ver el otro día? —pregunto
cuando por fin nos ponemos en marcha.
Necesito que hablemos de algo, hay demasiada tensión sexual
entre nosotras y el silencio solo la aumenta.
—En general estaba bien, pero olía muy mal.
La miro de reojo, perpleja.
—¿Y ya está? ¿No te lo quedaste porque olía mal? —pregunto
pensando que me toma el pelo.
—Tú no estabas allí, Heredia. Era un olor fétido, de esos que dan
náuseas.
—Pero se puede limpiar —alego alucinada.
—Ese olor estaba hasta en las paredes, ni hablar, no quiero un piso
así. No sé quién habría vivido ahí antes ni lo que hacían, pero si
alquilo un piso es para sentirme cómoda en él, no para sentir náuseas
—zanja haciéndome sonreír.
Llegamos a su hotel y aparco cerca. Los nervios vuelven y me
provocan un cosquilleo raro en la boca del estómago. Somos adultas y
sabemos a lo que vamos, aun así, todo fluye con una naturalidad que
me asusta.
Entro en su habitación sintiéndome muy cómoda a pesar de los
nervios y, cuando se gira y mete las manos entre mi melena para
besarme y tocarme como si conociera mi cuerpo a la perfección, me
derrito y me entrego con más ganas que nunca.
—¿Quieres quedarte a dormir? —pregunta después de comerse
una uva.
Hemos pasado toda la tarde en la cama, alternando descansos con
momentos de sexo y otros de charla. Las horas han pasado volando y
Estel ha pedido que nos traigan la cena a la habitación. Sé que debería
marcharme, pero estoy agotada y lo cierto es que no me apetece.
—Solo esta noche —aclaro como si le hiciera un favor.
Márquez se ríe con suficiencia y asiente, le abofeteaba la cara
ahora mismo.
—Por supuesto —dice satisfecha.
Decido no contestar y le quito la uva que acaba de coger para
llevármela a la boca y sujetarla con los dientes para que la coja de mis
labios, hasta que de nuevo nos enredamos entre las sábanas.

Mi móvil comienza a sonar en mitad de la noche. Estaba


profundamente dormida y me cuesta mucho entender que no es un
sueño. La luz se enciende y aturdida, abro los ojos y veo a la pelona
con cara adormilada y el pelo alborotado.
—Es el tuyo —dice y señala la mesilla que hay en mi lado de la
cama.
Ya sé que es el mío, pero me está costando mucho moverme y
reaccionar, estoy muy dormida.
—¿Qué hora es? —le pregunto al mismo tiempo que estiro el
brazo para cogerlo.
—Las tres y media —contesta Estel.
Su respuesta me despierta de sopetón. Una llamada a esas horas no
puede ser para nada bueno. Arrastro el botón para descolgar al mismo
tiempo que leo en la pantalla de forma todavía algo borrosa que se
trata de mi padre, eso me sube el corazón a la garganta.
—¿Qué pasa, papa? —pregunto con voz ronca.
Estel me mira con gesto preocupado mientras escucho lo que me
dice mi padre. Habla muy deprisa y me cuesta entenderlo, está muy
nervioso, pero lo que sí me deja claro una y otra vez, es que debo ser
discreta, lo que me inquieta mucho.
—Te paso a buscar por tu casa —dice muy deprisa.
—No estoy en casa —me giro y miro a Estel, que me observa
desconcertada.
Nunca le he escondido mi condición a mi padre, pero tampoco
pienso darle explicaciones ni quiero hacer preguntas delante de la
doctora Márquez.
—Voy yo, te llamo cuando esté en el coche —digo y cuelgo.
Me levanto casi tirándome de la cama para buscar mi ropa y Estel
se sienta.
—¿Va todo bien?
La miro mientras me subo los pantalones.
—Sí, pero tengo que marcharme, un asunto familiar.
—¿A estas horas? ¿De verdad que todo está bien? —insiste y me
pongo más nerviosa de lo que ya estoy—. ¿Puedo ayudarte en algo?
—No, en serio, en mi familia somos así, cosas de gitanos —digo y
ella parpadea confusa—. Quédate tranquila, ya nos vemos por el
hospital, ¿vale?
La doctora Márquez no puede contestarme porque cojo mi bolso y
salgo por la puerta para correr escaleras abajo.
Capítulo 5

Maribel Heredia
Miércoles, 18 de enero de 2023

Salgo a la calle con el corazón latiendo a mil por hora, estoy tan
nerviosa, que por un momento tengo que pararme y mirar a un lado y a
otro hasta que me sitúo y consigo recordar el lugar donde tengo
aparcado el coche. Me subo casi tirándome dentro y en cuanto cierro la
puerta, conecto el manos libres y llamo a mi padre.
—Ya estoy en el coche, ¿a dónde voy? —pregunto en cuanto
descuelga.
—Al huerto, en la chabola.
—¿Al huerto? —pregunto a la vez que me pongo en marcha—.
¿Qué ha pasado, papa? ¿Qué haces allí a estas horas? ¿Va todo bien?
—No hagas más preguntas y ven aquí, hablamos cuando llegues, y
ten mucho cuidado.
Esta vez es él quien cuelga la llamada sin dar más explicaciones y
yo sigo conduciendo con la cabeza a punto de explotarme. Mi padre
tiene un huerto en las afueras de Gerona desde que tengo memoria, lo
cultivan entre él y mi tío como pasatiempos. Allí construyeron una
caseta a la que ellos llaman chabola, pero que, en realidad, está muy
bien acondicionada. Tiene una pequeña cocina, un baño y un salón con
mesas y sillas para toda la familia. No recuerdo la cantidad de
barbacoas que hemos hecho en ese huerto.
Aunque son unos veinte minutos, el camino se me hace muy largo.
Sé que, si mi padre está allí a estas horas, no puede haber pasado nada
bueno, y también me inquieta haberme marchado así de la habitación
de Estel. No solo no ha sido la mejor despedida, sino que, sé que en
cuanto me vea, me hará preguntas que probablemente no podré
responder.
Llego al desvío que me introduce en la pista de tierra que lleva a la
zona de huertos. La oscuridad es absoluta y me incomoda mucho
circular por aquí yo sola a pesar de que me conozco el camino de
memoria. Sorteo algunos baches, tomo unas cuantas curvas y aminoro
mucho la velocidad para no saltarme el desvío que va directo hacia
nuestro huerto. En cuanto lo tomo, las luces de mi coche iluminan la
caseta y enseguida veo la figura de mi padre haciéndome unas señas
extrañas con las manos.
—¿Qué coño? —siseo bajando la ventanilla.
—Apaga las luces —lo escucho decir con la voz contenida.
Lo hago de inmediato y aparco frente a él.
—¿Qué pasa, papa? —pregunto en cuanto me bajo del coche.
—No hay que llamar la atención, coge tus cosas de médica y ven
dentro —dice iluminando mi maletero con una linterna.
Lo que me pide me pone muy nerviosa, si ya sospechaba que
pasaba algo malo, esto me lo confirma. Le hago caso y no pregunto,
solo abro el maletero, cojo el maletín que siempre llevo y lo sigo hasta
la caseta.
Desde fuera ya escucho varias voces masculinas y el lamento de
alguien. Al otro lado veo dos coches aparcados que quedan ocultos de
la vista por la edificación. Uno no me suena de nada, pero el otro es de
mi tío Rufino. Mi padre abre la puerta y me cede el paso para entrar
detrás de mí y cerrar cuanto antes.
Todas las miradas se posan en mí y me siento abrumada. Por un
momento me paralizo y mi mente analiza con detalle lo que veo para
procesarlo. Las dos ventanas están tapadas con maderas para que no se
vea la luz desde el exterior, hay tres velas encendidas y dos lámparas
de aceite al lado del sofá en el que mi primo Manuel está tumbado con
cara de angustia. A su lado está mi tío con el gesto todavía más
desencajado y en el sofá del fondo están sentados mi hermano Israel y
dos de sus amigos.
—Venga, hermana, atiende al primo, que se va a desangrar —me
increpa mi hermano de repente.
Mis ojos se vuelven a clavar en mi primo Manuel, y es entonces
cuando reparo en que está sin camiseta y mi tío sostiene una toalla
sobre su hombro que está manchada de sangre. Reacciono como si
hubiera sufrido una descarga y corro hacia ellos, dejando el maletín en
el suelo y apartando a mi tío para que me deje trabajar.
—¿Qué ha pasado? —pregunto apartando la toalla, un borbotón de
sangre emana de la herida en cuanto lo hago, es una herida de bala.
—Nada que debas saber, limítate a curarlo —dice mi padre a mi
espalda.
—¿Cómo que nada? Le han disparado —expongo muy nerviosa.
—Esos desgraciados se van…
—¡Cállate! —le grita mi padre a Yeray, uno de los amigos de mi
hermano—. He dicho que aquí no se habla.
Yeray enmudece de inmediato ante la orden de mi padre, a quien
todos respetan mucho. Yo también soy consciente de que no debo
hacer preguntas, así que me limito a examinar la herida con mi tío
como ayudante. Enseguida me doy cuenta de que la bala no está en un
lugar peligroso, la complicación es que no hay orificio de salida y se la
voy a tener que extraer aquí porque está claro que haya pasado lo que
haya pasado, la policía no puede enterarse.
—Me vais a meter en un lío, papa —digo cabreada mientras busco
entre mis cosas lo que necesito.
—Si no sabes nada, nada puede pasarte —dice sereno—, tú no le
cuentes a nadie lo que has visto. Cuando acabes te marchas y te
olvidas de esto.
—Ya, claro, como si fuera tan fácil —protesto.
—¡Maribel! —vocifera mi padre con tono autoritario.
—Qué sí, papa, que yo no digo nada.
Le pido a mi tío que enfoque sobre la herida con una linterna y a
mi hermano y a mi padre que sujeten a mi primo. Aquí no tengo el
material necesario y tampoco anestesia para dormirle la zona, así que
va a dolerle mucho.

Media hora más tarde me estoy lavando las manos mientras mi


primo descansa tras el estrés que ha sufrido.
—Tenéis que controlarle la fiebre y darle esto cada ocho horas —
digo y le entrego unas pastillas a mi tío.
—Claro, mi gitanilla —dice agradecido.
—Vendré después de trabajar a revisar la herida.
—No —contesta mi padre tajante—, tú aquí no vuelves. Nosotros
nos encargamos y si vemos algo raro, te llamo.
—Pero, papa, eso no es un corte de nada, le han disparado y yo he
hurgado dentro de su hombro. Podría infectarse. Hay que controlarlo
bien —protesto preocupada.
—Obedece a tu padre —suelta mi tío—, nosotros lo vigilamos y si
pasa algo te avisamos.
—Está bien, tito.
—Ahora vete y no le digas a nadie lo que has visto, y si alguien te
pregunta por tu primo o el tonto de tu hermano, tú no sabes nada, no
los has visto desde el domingo cuando viniste a comer a la finca,
¿estamos? —ordena mi padre.
Asiento al mismo tiempo que dejo salir el aire de los pulmones. Le
doy un beso a mi tío y mi padre me acompaña hasta el coche.
—Todo va bien, tú no te preocupes que no pienso permitir que
estos desgraciados te metan a ti en un lío con lo que tú vales —asegura
antes de cerrar la puerta de mi coche e indicarme con el brazo que me
marche.
Capítulo 6

Vania Teloy
Miércoles, 18 de enero de 2023

Estoy a punto de salir del vestuario lista para comenzar mi turno


cuando Heredia entra con prisas y la mirada tan fija en su taquilla, que
casi nos arroya a mí y a otra doctora. La miro sorprendida, al no verla
en el vestuario, había dado por hecho que ya se había cambiado y
andaba por urgencias, porque rara es la vez que ella llega tarde.
—¿Se te han pegado las sábanas, gitana? —pregunto mirando el
reloj.
Maribel me mira como si no me hubiera visto al entrar, incluso
tengo la impresión de que tarda unos segundos en reconocerme, como
si sus pensamientos estuvieran muy lejos de aquí ahora mismo, y ella
también. Entonces me fijo en su expresión, las ojeras marcadas y la
mandíbula apretada. Las manos le tiemblan cuando abre la taquilla y
apenas es capaz de concentrarse para saber lo que tiene que hacer.
—Sí, he querido quedarme cinco minutos más y al final me he
dormido —contesta como un robot, pero ya no me la creo.
—Tú nunca necesitas cinco minutos más. ¿Va todo bien? —
pregunto intentando que me mire.
La gitana asiente y se mantiene clavada frente a la taquilla como
un bloque, al final, coge su pijama y lo deja sobre el banco para
comenzar a cambiarse.
—Hoy sí —contesta con sequedad.
Me la quedo mirando fijamente hasta que se da cuenta y deja de
cambiarse para devolverme la mirada acompañada de un suspiro de
cansancio.
—Siento ser tan borde, es que he dormido muy poco —dice
finalmente.
—¿Por qué has dormido poco? ¿Te preocupa algo?
Ni siquiera necesito que me conteste para saber que sí. Conozco
cada una de sus expresiones y sus estados de ánimo, y sé que ahora
mismo hay algo en su cabeza que la está martirizando.
—No, no me preocupa nada, es solo que no podía dormir —dice y
se encoge de hombros, disimula tan mal que me entran ganas de darle
una colleja.
La gitana se pone la parte de arriba del pijama y se sienta en el
banco para quitarse las deportivas y poder cambiarse el pantalón, es
entonces cuando una mancha rojiza en el borde de la suela de una de
ellas me llama la atención.
—¿Eso es sangre? —pregunto sentándome a su lado.
Heredia se pone rígida.
—¿Sangre? ¿Dónde? —pregunta nerviosa.
—Ahí —respondo señalando la goma de sus deportivas.
Maribel mueve el pie hasta ver la mancha y rápidamente, le da con
la suela de la otra deportiva en un intento desesperado de limpiarla.
—Esto no es nada, a saber lo que he pisado —dice quitándoselas y
guardándolas dentro de la taquilla.
—¿Por qué las guardas dentro si siempre las dejas encima?
Mi pregunta la deja paralizada. La gitana se gira y abre las manos
mientras niega con la cabeza, no tiene una explicación para darme, y
tampoco parece que vaya a buscarla.
—A lo mejor es sangre de los cerdos, yo qué sé.
—Está bien —acepto poco convencida—, solo quiero que tengas
claro que estoy aquí.
Me aparto de ella y me dispongo a salir del vestuario cuando me
habla de nuevo.
—He pasado la noche con Estel, por eso no he dormido —dice
como si confesase un delito.
Me giro hacia ella y la miro sin saber muy bien qué decir.
Independientemente de que eso sea verdad o una mentira para salir del
paso, sé que le pasa algo.
—Vaya, pues me alegro de que al fin os hayáis decidido a dejaros
de gilipolleces.
—Tampoco te pases, ha sido solo una noche y eso no cambia nada,
sigue siendo igual de prepotente —zanja cerrando la taquilla de un
portazo.
Su respuesta ya me gusta más, parece que de repente la gitana ha
vuelto, y eso me deja un poco más tranquila, aunque sigo pensando
que me está ocultando algo.

Aunque lo he intentado, no he podido dejar de darle vueltas a la


actitud de Heredia en el vestuario y, en cuanto he tenido un hueco, he
subido a ver a Arlet para comentárselo.
—Yo no le daría mayor importancia —dice desde el otro lado de
su mesa, con su particular tono convincente y expresión calmada que
siempre me relaja—, si no ha dormido, es normal que no tenga el
humor de siempre. Tú te levantas insoportable cuando pasas mala
noche —añade y yo arqueo las cejas, aunque al final termino por
rascarme la cicatriz en un gesto distraído porque sé que tiene razón.
—Vale, ¿y la sangre de sus deportivas?
—Venga ya, cariño, ni que fueras de la policía científica. Eso
podía ser cualquier cosa —dice y me guiña un ojo.
—Sí, supongo que tienes razón.
Arlet se levanta y me acompaña hasta la puerta.
—Olvídate del tema, Maribel y tú sois muy amigas, si le pasase
algo, te lo contaría. Ahora vete de aquí, que tengo mucho trabajo y me
distraes —dice dándome un beso en los labios.
Salgo de su despacho sonriente, convencida de que he hecho una
montaña de un grano de arena, hasta que, entrando por la puerta de
urgencias, me cruzo con la doctora Márquez.
—Anda, hola, Teloy —dice como si me estuviera buscando—.
¿Sabes dónde puedo encontrar a Heredia?
—Pues no —respondo oteando la sala sin verla—, imagino que
estará dentro de algún box.
—Claro, sí, gracias.
Estel me da un apretón en el brazo y me esquiva para seguir su
camino, pero se detiene en el último momento.
—Oye, ¿te ha comentado algo? —pregunta bajando la voz un par
de tonos.
La verdad es que no sé qué debo contestar a eso.
—Define algo —digo un poco incómoda.
La doctora Márquez me mira y parpadea un par de veces hasta que
se pone un poco roja, lo cual me hace gracia teniendo en cuenta que
parece una mujer que no conoce la vergüenza.
—A ver —digo sin esconder media sonrisa—, sé que has pasado
la noche con ella, pero sinceramente, no quiero detalles.
Ahora la que sonríe con desfachatez es ella.
—Tranquila, no tengo intención de dártelos.
Por su expresión, tengo la sensación de que no es lo que me estaba
preguntando y, que el hecho de saber que la gitana me ha contado su
encuentro con ella, le ha gustado mucho.
—Muy bien, pues si eso es todo… —digo dispuesta a marcharme.
A Estel se le borra la sonrisa y me coge por el brazo.
—Espera, ¿te ha mencionado algo sobre una llamada?
—¿Una llamada? ¿Qué llamada? —pregunto frunciendo el ceño.
—Nada, no me hagas caso —dice negando.
—Y una mierda, ahora me lo cuentas —esta vez soy yo la que le
coge el brazo a ella.
Estel me mira con cara de matona, pero a mí no me da miedo y le
devuelvo una mirada igual de chulesca.
—Se ha marchado en mitad de la noche después de recibir una
llamada de su padre —termina confesando—, es todo lo que sé, no me
ha querido contar nada —dice encogiendo los hombros.
La suelto con cierta turbación y me toco la cicatriz. Ahora tengo
ganas de ir en busca de la gitana para interrogarla, pero si no me lo ha
querido contar será por algo, y debo respetarla. Yo soy la primera a la
que le cuesta soltar las cosas.
Capítulo 7

Maribel Heredia
Miércoles, 18 de enero de 2023

Me he pasado todo el turno preocupada por mi primo. He llamado a mi


padre dos veces para preguntarle cómo estaba, pero en ambas
ocasiones me ha colgado y he comprendido que no quería que
hablásemos por teléfono. Más tarde, he recibido una llamada desde el
teléfono fijo de la casa de mis padres, era mi madre y su conversación
parecía más bien un mensaje cifrado, diciéndome que todo está bien y
que me llamará si necesita que le lleve la cena de esta noche. He
comprendido de inmediato que no solo está al corriente de lo que pasa,
también que con la cena se refiere a mi primo, si empeora, me
llamarán.
Por mucho que he intentado no pensar, no he podido dejar de darle
vueltas al asunto, preguntándome qué es lo que habrá pasado y
aterrada por si él y mi hermano se han metido en algún lío peligroso.
He estado tan centrada en mis preocupaciones, que la mañana se me ha
pasado volando y cuando me he querido dar cuenta, ya estoy de
camino al vestuario.
Cuando entro agradezco mucho que Vania no esté aquí todavía, la
conozco muy bien y sé que, aunque no ha insistido, no se ha quedado
convencida con la explicación que le he dado esta mañana, pero
tampoco puedo decirle otra cosa y prefiero evitar encontrármela para
que no me pregunte.
Me cambio todo lo rápido que puedo y salgo del vestuario como si
hubiera brasas en el suelo. Cojo mucho aire cuando llego a la calle,
como si dentro del hospital no hubiese podido respirar con normalidad
en toda la mañana. Lo expulso lentamente y miro hacia el
aparcamiento para localizar mi coche, he logrado esquivar a Teloy y,
cuando pienso que puedo marcharme para tumbarme en mi sofá e
intentar descansar un poco, escucho una voz detrás de mí y el corazón
me da dos saltos. No sé si es por el susto, porque la prepotente de la
pelona me empieza a gustar mucho o por las dos cosas, pero casi me
da un infarto.
—Hola, gitana —dice casi susurrando, tan cerca de mi oído que,
además de esa alteración en mi cuerpo, también me provoca un
escalofrío.
—Joder —digo y me giro acelerada.
Mi intención era poner cara de matona, pero cuando me encuentro
con su media sonrisa, se me pasa todo el frío y me quedo paralizada.
—Vaya manera de saludar —dice y se toma la libertad de colocar
una mano en mi cintura para invitarme a moverme y dejar de bloquear
el paso delante de la puerta—. ¿Tan mal lo hice anoche?
En serio, a veces no la soporto, pero aguanto mucho menos que
cuando se pone así de imbécil, a mí me guste más que nunca y me
entren ganas de comerle la boca para hacer que se calle.
—¿Cuándo vas a dejar de ser tan prepotente? —pregunto
apartándome el pelo de la cara.
Hace aire, un aire muy frío, de los que te congelan los huesos si te
quedas mucho rato quieta, pero no me apetece moverme.
—Cuando dejes de ser la gitana más guapa de todo el hospital —
contesta y me guiña un ojo.
Esta vez es mi estómago el que se gira de un modo muy raro que
me hace contener la respiración. He tenido una mañana de mierda,
pero con ese piropo tonto que sé que ha dicho solo porque es una
caradura que no se corta ni un pelo, me acaba de subir la moral.
—Eso va a ser difícil, creo que soy la única gitana que trabaja aquí
—digo metiéndome las manos en los bolsillos.
—En ese caso tendrás que aguantarme todos los días.
—Genial, pues me parece que ya he tenido suficiente dosis de
pelona por hoy. Ya nos veremos —contesto y muevo el cuerpo de un
modo coqueto que no es propio de mí.
¿Qué mierda me pasa?
—Me voy, nos vemos por aquí —digo nerviosa.
—Espera, Maribel —Estel me bloquea el paso, diría que es la
primera vez que me llama por mi nombre, o la primera que me suena
también.
—¿Qué quieres?
No sé por qué me comporto de un modo tan grosero, pero me pone
nerviosa, más de lo que ya estoy.
—Saber si estás bien.
Ahora su tono es serio, ya no hay rastro de ese desenfado con el
que siempre me habla, y eso me desarma.
—Sí, claro que estoy bien, ¿por qué no iba a estarlo?
Me arrepiento de inmediato de lo último que acabo de pronunciar,
yo sola me acabo de meter en la boca del lobo, pero es que su actitud
preocupada —rasgo que no había visto en ella hasta ahora— me está
poniendo tan nerviosa que no sé ni lo que hago.
—Bueno, reconoce que el modo en el que te marchaste anoche
preocuparía a cualquiera. No quiero entrometerme en tu vida, Heredia,
tienes tus cosas y entiendo que no quieras contármelas, apenas me
conoces y sé que en ocasiones tienes ganas de tirarme del pelo, pero,
aunque aparente ser una pasota, no lo soy en absoluto…
—Ah, ¿no? —la corto con una sonrisa sarcástica, intentando que
no siga por ahí, pero mi plan no funciona.
—No me interrumpas —dice seria, mirándome a los ojos como si
me conociera mejor que yo misma—. Aunque parezca extraño, me
importas, gitana, y quiero que sepas que si necesitas algo, estoy aquí.
¿De acuerdo?
—Sí —respondo entre aturdida y emocionada, sin saber muy bien
cómo me siento después de lo que me acaba de decir—. No te
preocupes, todo está bien.
—¿Segura? Porque tu cara no dice lo mismo. Pareces preocupada
por algo.
—Qué va, es solo que estoy cansada, apenas he dormido.
Al decir eso último, se me escapa una risilla recordando esas horas
que pasé con ella.
—Está bien, pues ve a descansar entonces.
Asiento levemente con la cabeza. Debería aliviarme poder
librarme de ella por fin, pero siento una especie de vacío raro, algo
dentro de mí que me crea una repentina necesidad de tenerla cerca.
—¿Te parece si quedamos por la tarde? —mi lengua ha sido
mucho más rápida que mi cerebro.
Con el problemón que tengo encima, no debería moverme de mi
casa ni mucho menos quedar con ella. Debo estar atenta al teléfono por
si me necesitan por muchas ganas que tenga de estar con la pelona,
pero ahora ya lo he dicho y no puedo retractarme.
—Mmmm, sí, vale —dice tras pensar durante un segundo y acabar
sonriendo—. Tengo concertada una visita esta tarde para ver un piso a
las siete, me podrías acompañar y después te invito a cenar.
—De acuerdo, pues te recojo en tu hotel a las siete menos diez —
acepto entre feliz y desconcertada por mi actitud.
—Genial, descansa, Heredia —dice y se marcha caminando en
dirección opuesta a mi coche.
Me quedo bloqueada, pensando en que debería decirle que la
puedo acercar a su hotel, pero en lugar de hacerlo, babeo mientras la
observo alejarse.
Capítulo 8

Estel Márquez
Miércoles, 18 de enero de 2023

A las seis y media de la tarde recibo un mensaje de Heredia


diciéndome que ya sale de su casa, y quince minutos después, otro
para avisarme de que ya está en la puerta del hotel. Cojo el bolso y el
paraguas porque hace un rato que ha comenzado a lloviznar y salgo a
la calle. Encuentro a Maribel bajo el porche de la entrada, con el
hombro derecho apoyado en la pared mientras comprueba su móvil
antes de guardarlo en el bolsillo de su chaquetón.
—Qué guapa estás, gitana —le susurro colocándome a su lado.
Ella sonríe y aspira el aire lentamente mientras me mira.
—Me gusta cómo hueles —dice provocando que yo también
sonría.
—Gracias —le guiño un ojo y abro el paraguas.
—Si está muy lejos podemos ir en mi coche —dice señalando
hacia el final de la calle, donde deduzco que debe haber aparcado.
—No te preocupes, según el GPS, andando estamos a diez
minutos.
Enredo mi brazo con el suyo como si fuéramos una pareja formal
hasta que las dos quedamos cobijadas bajo mi paraguas.
Cuando llegamos al portal donde me he citado con la señora de la
inmobiliaria, ella ya me está esperando en la puerta, así que subimos
directamente.
—El piso lleva un par de semanas cerrado y necesita una buena
limpieza —nos advierte mientras abre la puerta—, de ahí su precio
más asequible.
Al entrar, un olor entre fétido y ácido nos golpea dejándonos
tiesas. Maribel disimula como puede, pero yo soy incapaz de contener
la mano y llevármela a la cara para taparme la nariz y la boca.
—Joder —mascullo intentando que el estómago no se me gire.
—Huele fatal —reconoce la mujer—, ya le he dicho a la dueña
que debería gastarse el dinero y pagar a alguien para que lo limpie,
pero se niega. Si me concedéis un minuto, abro las ventanas para que
se ventile.
Miro a la gitana, que a duras penas está aguantándose la risa.
—Lo mejor será que nos marchemos ya —digo asqueada—,
parece que los pisos apestados me persiguen.
—Pero si no lo has visto —objeta Maribel asomándose a una
habitación y encendiendo la luz—. Que no te ciegue la peste, pelona,
el piso está sucio, pero parece bastante nuevo, aquí metes una buena
limpieza y queda todo impecable —concluye abriendo la ventana.
La mujer de la inmobiliaria vuelve y comienza con la visita
mostrándonos cada estancia. Dice exactamente lo mismo que me acaba
de decir Heredia, que el problema del piso es la suciedad, pero que está
reformado desde hace dos años, la zona es buena y tiene mucho sol
durante el día.
—A este precio te aseguro que no vas a encontrar nada más —me
dice mostrándome el baño.
Miro la taza del váter y me entran arcadas, no sé qué clase de
cerdos tuvieron alquilado el piso con anterioridad, pero la dueña me
parece igual de guarra que ellos, a mí jamás se me ocurriría intentar
alquilar un piso en estas condiciones.
—Y esto es lo mejor del piso —dice la señora abriendo un
ventanal en el salón—, es muy pequeño, aunque teniendo en cuenta la
zona y que estos edificios no suelen tener terraza, un balcón se
agradece.
En efecto es muy pequeño, apenas cabría una mesa individual y un
par de sillas.
—Y esto es todo, si os parece, voy cerrando ventanas y os dejo
solas por si queréis comentar algo.
Parece que la mujer da por hecho que somos las dos juntas las que
queremos alquilar, no la corrijo, tampoco voy a darle explicaciones
porque no pienso quedármelo. En cuanto nos deja a solas y a pesar de
que sigue lloviznando, salimos al balcón para poder respirar.
—No está mal —dice la gitana.
—¿No está mal? Es asqueroso —digo con los ojos muy abiertos.
Ella se ríe mientras me mira, pero la sonrisa se le borra rápido
cuando nota la vibración de su móvil. El semblante le cambia por
completo, es algo que incluso me asusta a mí, porque su cara es de
auténtico terror, como si temiera lo que pueda significar esa
notificación. Aunque sé que es muy indiscreto, no puedo dejar de
mirarla mientras lo saca del bolsillo y lo desbloquea, entonces lee lo
que sea que le han escrito y de manera involuntaria, suelta un profundo
suspiro de alivio y lo vuelve a guardar.
—¿Todo bien? —pregunto preocupada.
—Sí, sí, no es nada. En fin, yo creo que debes obviar la suciedad
del piso e imaginártelo limpio —dice zanjando el tema—, en mi
opinión está muy bien. Si quieres te ayudo a limpiarlo.
—¿Limpiar esto? —me entra un escalofrío solo de pensarlo—. Te
agradezco la oferta, Heredia, y te aseguro que me encanta limpiar, en
mi casa me pasaba el día con el aspirador en la mano, pero en caso de
quedármelo, que no es el caso, contrataría una empresa de limpieza
para que se ocupase de hacerlo. Aquí hay que echar mucha lejía para
desinfectar y no quiero que muramos intoxicadas.
—Está bien —Maribel sonríe—. ¿Puedo saber por qué no te lo
quedas si no es por la suciedad?
—La cocina es de vitrocerámica y yo la quiero de gas.
Maribel me mira de arriba abajo, incrédula.
—¿Lo dices en serio, pelona? —pregunta sorprendida.
—Por supuesto, odio la vitro, no le acabo de coger el punto y a mí
me gusta mucho cocinar.
—Madre mía —Maribel cabecea y esta vez se ríe con ganas—.
Ahora comprendo por qué te está costando tanto encontrar un piso de
alquiler, eres una quisquillosa que le saca defectos a todo.
—Esto no es un defecto, Maribel, está en la lista de cosas que no
puedo aceptar en un piso, como la humedad, la falta de sol o que el
baño no tenga ventana directa a la calle.
—Pues espero que en ese hotel te hagan un buen descuento, chica,
porque vas a pasar mucho tiempo allí. Anda, volvamos dentro que,
aunque llueve poco, el agua moja —dice divertida y entra corriendo
como si se estuviera empapando.
La sigo y me arrepiento en cuanto el olor fétido me vuelve a
invadir.
—Joder, aquí debe haber una rata muerta, el olor no es normal.
La cojo de la mano mientras ella sigue riendo y camino hasta la
escalera para salir de allí cuanto antes. Abajo en el portal, es donde le
digo a la agente inmobiliaria que no me interesa y que me siga
buscando otra cosa, ella pone cara de circunstancias y me dice que
debo tener paciencia, que hay mucha demanda y poca oferta. Algo que
ya tengo muy claro.
En cuanto se marcha, me pego a Maribel y le acerco el cuello.
—¿Sigo oliendo bien o se me ha pegado ese olor putrefacto? —
pregunto susurrándole al oído.
La gitana pega su nariz a mi cuello y aspira, después me da un
suave beso que no me espero y que me provoca una descarga.
—Sigues oliendo de maravilla.
No consigo aguantarme, me entran tantas ganas de besarla, que
acuno su cara con la mano que tengo libre y le doy un beso suave y
prolongado en los labios.
—¿Y esto? —pregunta ella entre sorprendida y divertida.
Me encojo de hombros.
—Me apetecía.
—¿Siempre haces lo que te apetece, pelona?
—Lo intento, la vida es muy corta, gitana, es mejor no quedarse
con las ganas de nada, ¿no te parece?
Ella me mira y asiente a mis palabras.
—¿Sabes de qué no quiero quedarme con las ganas ahora mismo?
—pregunta colgándose de mi brazo y empezando a caminar.
Me pongo muy nerviosa y siento un cosquilleo en el vientre. La
miro seria, excitada y alterada.
—¿De qué?
—De que me pagues esa cena que me has prometido antes —
suelta con una sonrisa gamberra.
Mi decepción debe ser evidente, porque suelta una risotada
importante antes de acercarse a mi oído.
—Tampoco quiero quedarme con las ganas de volver a tu hotel,
pero eso después, que me ruge el estómago —susurra y sigue
caminando.
Sonrío y me muerdo ambos labios mientras la miro de reojo, la
gitana me gusta, me gusta mucho.
Es ella la que ha elegido el restaurante, un lugar sencillo y
tranquilo en pleno casco antiguo de Gerona. La cena transcurre con
normalidad, entre conversaciones y miradas que lo dicen todo y no
dicen nada, hasta que le vibra el móvil y su expresión vuelve a
transformarse en algo parecido a un momento de pánico.
—Maribel —esta vez le cojo la mano libre por encima de la mesa
mientras ella consulta el aparato.
No me aparta, de hecho, gira la palma hacia arriba y se aferra a
mis dedos con fuerza, como si necesitase sentir que no está sola. Me
quedo inmóvil, observándola de nuevo mientras contesta a quién sea
que le haya escrito.
—Ya está, perdona —dice dejando el móvil encima de la mesa,
aunque todavía no ha recuperado su color normal y nuestras manos
siguen unidas.
—¿Por qué no me lo cuentas, Heredia? Está claro que te afecta, te
prometo que no se lo diré a nadie —digo en voz muy baja.
Ella me mira y noto que por un instante duda y se siente muy
tentada, pero termina negando y soltando mi mano al mismo tiempo.
—No puedo —dice y baja la mirada, agobiada.
—Está bien, no pasa nada, pero dime una cosa. Lo que sea que te
pasa, ¿se lo has contado a Teloy?
Alza la mirada y me la clava con confusión. Me doy cuenta de que
me gustan mucho sus ojos de rasgos afilados, también la línea fina que
se dibuja sobre su nariz cuando está seria como ahora o el modo de
tocarse los dedos con suavidad cuando está nerviosa. Me empiezan a
gustar muchas cosas de Heredia y no sé si debo preocuparme.
—No, no se lo he contado, ¿por qué lo preguntas?
—Porque guardarse las cosas no es bueno, Maribel. Lo que te pasa
te preocupa mucho, eso es evidente, y Teloy es tu mejor amiga, si no
quieres hablar conmigo, habla con ella, pero habla con alguien.
—Hay cosas que no se pueden contar, Estel, los asuntos familiares
deben quedarse en la familia.
No sé qué contestarle. Tengo claro que los gitanos son muy
recelosos y prefieren resolver sus problemas entre ellos, pero me
empieza a preocupar mucho ese pánico que Maribel siente cada vez
que le suena el teléfono.
—La familia no es solo la gente con la que compartimos sangre, es
la que nos quiere y se preocupa por nosotros, no te olvides de eso,
gitana.
Maribel me mira y por un momento tengo la sensación de que me
va a mandar a la mierda, pero después asiente y me sonríe.
—Lo tendré en cuenta, ahora paga esto y vamos a tu hotel,
necesito que dejes de hablar y hagas otras cosas que se te dan mucho
mejor.
Le guiño un ojo y llamo al camarero.
Capítulo 9

Maribel Heredia
Jueves, 19 de enero de 2023

Me siento en la cama y estiro todos los músculos mientras bostezo. La


pelona está en la ducha, su alarma ha sonado hace diez minutos y nos
ha despertado. Eso me ha sorprendido, porque, aunque tenía mucho
sueño por la mala noche que pasé por culpa de la llamada de mi padre,
me costó mucho conciliar el sueño temiendo una nueva llamada, así
que he estado en una especie de duermevela y siento que el cansancio
se acumula en cada músculo de mi cuerpo.
—¿Tienes algo de ropa interior para prestarme? Me gustaría
ducharme —pregunto en cuanto Estel sale del baño.
—Sí, claro —dice abriendo un cajón—. ¿Has dormido bien? —se
interesa mientras me entrega la ropa.
—Sí, he extrañado mi cama, pero esta no está nada mal —miento
para que no haga preguntas—. ¿Y tú?
—De maravilla, el sexo me deja muy relajada, y si es bueno, más
todavía —suelta sonriente.
Como se nota que ya se ha duchado y se siente despejada. Yo
todavía tengo la mente muy espesa, aun así, su comentario me sube la
autoestima y me encierro en el baño sonriendo.
La ducha consigue destensarme los músculos y despejarme de un
modo sorprendente. Desnuda, me miro en el espejo y arqueo las cejas
sorprendida cuando veo que tengo un pequeño chupetón sobre el
pecho izquierdo.
—Joder con la pelona —digo divertida mientras me paso un dedo
por encima.
Abro la puerta y salgo dispuesta a mostrárselo, pero me la
encuentro justo delante con mi móvil en la mano.
—Te están llamando —dice y hace una mueca con los labios, está
claro que ha mirado la pantalla y como yo, ha visto que es mi padre.
Con el corazón desbocado, se lo quito de la mano y descuelgo.
—Dime, papa —contesto nerviosa.
—El cochino sigue teniendo fiebre, no se le baja con la pastilla
que me dijiste anoche, cada vez está peor —dice de carrerilla.
No me ha dado tiempo de apartarme de Estel, y mi padre, que
empieza a estar un poco sordo, habla muy alto y temo que lo haya
escuchado. Me meto hacia el interior del baño y es ella misma la que
me cierra la puerta para darme intimidad.
—La herida se habrá infectado, papa, tiene que ir a un hospital, un
hospital veterinario —rectifico de inmediato para seguirle la corriente
con el cerdo—, necesita antibiótico —susurro en voz tan baja, que no
me escucha y tengo que repetirlo.
—Eso que dices es imposible, María Isabel —zanja autoritario.
Aunque ese es mi nombre verdadero, no lo soporto y todos los que
me conocen lo saben, mi padre es el único que lo utiliza cuando lo
pongo nervioso.
—El antibiótico no lo venden en la farmacia sin más, papa, hace
falta receta.
—Para eso eres médica, cojones —bufa cada vez más enfadado.
A pesar de que acabo de ducharme, noto que me sudan las axilas.
Dijo que no quería meterme en líos, pero, aunque sea sin querer, lo
está haciendo.
—Está bien, te llamo cuando lo tenga.
—Vale, date prisa —dice y cuelga.
—Mierda.
Salgo del baño sin disimular mi nerviosismo. Estel ya está vestida
y cuando intento hacer lo mismo, estoy tan nerviosa que no consigo
coordinar las manos para abrocharme el sujetador.
—¡Joder! —grito y expando los brazos para dejar salir la
frustración que me invade en ese momento.
—Espera, ven aquí —la pelona se me acerca, se coloca a mi
espalda y me lo abrocha mientras yo permanezco inmóvil,
completamente bloqueada por la situación—. Ya está —susurra y me
da un beso en el hombro.
Ahora me rodea y se coloca frente a mí mientras sus manos me
sujetan por la cintura. Su presencia, en lugar de ponerme más nerviosa,
logra calmarme. Agradezco mucho su comprensión y su ternura en un
momento como este, y también que no me agobie ni me insista para
que hable.
—Dime qué necesitas —ahora su mano me acaricia la mejilla.
Yo la miro a los ojos, tengo muchas ganas de llorar y de gritar, de
contarle lo que pasa y decirle que tengo mucho miedo, no solo por lo
que le pueda pasar a mi primo, sino porque desconozco en qué lío se
han metido y me aterroriza que me estén involucrando en algo
peligroso.
—Ir al hospital —digo en un susurro que me cuesta escuchar
incluso a mí.
No puedo hacer una receta, ni pedirle a Vania o a la propia Estel
que me la hagan porque también las estaría involucrando en lo que sea
que está pasando y eso sí que no pienso hacerlo. Mi solución más
rápida ahora mismo, es coger unas cuantas pastillas de la farmacia del
hospital para salir del paso, si lo hago bien, nadie las va a echar en
falta.
—Vale, pues termina de vestirte y nos vamos, eso sí, conduzco yo
—dice y me mira elevando las cejas.
—Sí, vale, conduces tú —acepto sin objetar.
Estoy demasiado nerviosa y si conduzco yo, no solo me alteraré
más, es que también podríamos tener un accidente porque las manos
me tiemblan mucho y me cuesta concentrarme.
Capítulo 10

Vania Teloy
Jueves, 19 de enero de 2023

—Aparcado —dice Arlet y de inmediato se le escapa un bostezo que


me hace sentir culpable.
Está lloviendo, y como mi coche está en el taller, ha decidido
entrar antes de su hora para que venga con ella y no me traiga la moto.
—Deberías haberte quedado en casa, no es la primera vez que cojo
la moto lloviendo —digo de camino hacia la entrada.
—A ver si te piensas que es la primera vez que madrugo —Arlet
se detiene en la puerta y me estampa un beso en los labios de esos que
te dejan flotando en una nube—. Entra —dice y se ríe de mi cara de
tonta.
Arlet abre la puerta y me cede el paso.
—¿Desayunas conmigo? —le pregunto agarrándola de la mano
antes de que se vaya en dirección opuesta a la mía.
—¿No desayunas con Heredia? —Arlet no pierde la sonrisa, le
gusta ponerme así de tonta.
—Hoy quiero desayunar contigo —digo y la miro como si el
desayuno fuera ella.
—Entonces ya sabes dónde encontrarme cuando tengas hambre —
dice y me da otro beso.
Le guiño un ojo y me encamino hacia urgencias sabiendo que me
está mirando.
Cuando accedo al pasillo que lleva a los vestuarios, veo salir a la
gitana a toda prisa con el teléfono en la mano. Miro la hora por si me
he despistado y llego tarde, pero compruebo que, en efecto, llego con
la antelación de siempre y que lo que no encaja, es que ella haya
llegado antes que yo, eso no suele pasar nunca. La veo meterse en los
baños y movida por una mezcla de preocupación e intriga, acelero el
paso hasta que llego y entro con sigilo.
Dentro no encuentro a nadie, algo habitual teniendo en cuenta que
el cambio de turno todavía no se ha producido, pero sí se escucha su
voz susurrada en uno de los aseos. No me gusta espiar a nadie, pero es
mi mejor amiga y su comportamiento desde ayer no es normal, así que
me acerco a la puerta y pego el oído.
—Qué sí, papa, que ahora voy, dame cinco minutos —escucho
que dice con tono agobiado.
Sorprendida por lo que acabo de escuchar, me aparto de la puerta y
salgo del baño con urgencia. Cruzo el pasillo y voy a la puerta que hay
justo enfrente, un cuarto de limpieza donde entro sin encender la luz y
espero a que ella salga para ver a dónde demonios se supone que va en
cinco minutos si su turno empieza ahora.
La gitana sale de inmediato y camina a paso rápido por el pasillo.
La dejo que se aleje un poco y después la sigo con la esperanza de que
no le dé por girarse. Accede a urgencias y yo detrás de ella cuando veo
que entra en la farmacia donde tenemos los medicamentos que
suministramos a los pacientes de aquí.
No necesito asomarme por la puerta, hay una ventana que da al
pasillo y desde ahí la veo coger una caja de uno de los armarios, se la
mete en el bolsillo y se gira para salir. El pulso se me dispara y me
pego a la pared pensando que va a verme, pero tengo la suerte de que,
cuando sale, lo hace dirigiéndose al lado opuesto en el que estoy y tan
cegada por su cometido, que ni siquiera mira. De nuevo la sigo a cierta
distancia, la gitana saluda a algunos compañeros con los que se cruza
como si nada y abandona urgencias dirigiéndose hacia la salida.
Ahora llueve más que cuando he llegado, pero eso no parece
frenarla y sale corriendo en dirección a la entrada por la que acceden
las ambulancias. Tengo que fijar mucho la vista, pero no tardo en
verlo, aparcado sobre el andén, está el coche de su padre y él la espera
fuera. Maribel se acerca y le entrega lo que me imagino que es la caja,
apenas intercambian alguna palabra y él se sube al coche y ella se
vuelve hacia el hospital.
—Joder, gitana —mascullo con ganas de matarla.
En esta ocasión ya no me escondo, me quedo junto a la puerta y,
en cuanto la cruza, la cojo de una mano y me la llevo hasta una zona
donde no pasa nadie.
—¿Qué haces? Suéltame, Vania —se queja cuando me detengo.
—¿Qué haces tú, gitana? Te acabo de ver coger pastillas de la
farmacia y dárselas a tu padre, ¿me dices de una vez qué coño pasa?
Ese tono de piel tostado característico de su raza que tanto me
gusta, palidece hasta volverse casi transparente.
—No es asunto tuyo —dice tras encajar que la he descubierto.
—Acabas de robar pastillas, joder —susurro entre dientes—. ¿Es
que quieres que te despidan?
—No me despedirán si tú no dices nada.
Las cejas se me arquean con asombro, me cuesta mucho
comprender su comportamiento.
—¿Qué era? —exijo saber.
—Mierda, Vania, no me agobies, por favor —me pide con un tono
suplicante que me hace sentir muy mal—, solo ha sido esta vez. Es una
emergencia familiar, te prometo que conseguiré la receta y lo repondré,
pero no digas nada.
La veo tan angustiada que lo único que soy capaz de hacer es
abrazarla.
—Está bien —le susurro al oído—, no pasa nada. Dime qué es y
yo te hago la receta.
—No, tú no, no quiero meterte en líos.
—No me jodas, gitana, no será la primera vez que te receto algo
para el dolor de rodilla.
—Ya, pero no son antiinflamatorios lo que necesito, es antibiótico
—confiesa con una mueca tensa—, y no me hagas preguntas, no te
puedo contar nada.
Pienso en esa jodida llamada de la que me habló Estel. Me
imagino que todo está relacionado, pero decido no mencionar nada
porque no quiero que sepa que la pelona ha hablado conmigo sobre el
tema. Quizá con ella sí que acabe abriéndose, después de un polvo nos
quedamos muy sensibles y tal vez termine desahogándose con
Márquez.
—De acuerdo, sin preguntas. Te hago la receta y tú me prometes
que no vuelves a sacar material del hospital, gitana. Te juegas el
puesto, joder.
—Lo sé, te lo juro —dice y se besa los dedos.
Ese gesto suyo siempre me da risa, pero en esta ocasión no me río,
sé que no me miente.
—Vale, vamos —digo y le hago un gesto con la cabeza, pero
Maribel se me echa encima y me abraza al mismo tiempo que me da
las gracias.
—No sé qué haría sin ti —dice cuando me suelta.
Yo arqueo las cejas y la miro de arriba abajo, la gitana sonríe.
—Por cierto, que esto quede entre tú y yo. Si Arlet se entera de lo
que has hecho y de que yo te he ayudado, nos despide a las dos.
—¿Tú crees? —la gitana hace una mueca divertida—. De algo
servirá que estés liada con la jefa, digo yo.
—No la pongamos a prueba por si acaso.
Capítulo 11

Arlet Vila
Jueves, 19 de enero de 2023

Alguien llama a la puerta de mi despacho, pero de lo único que tengo


tiempo, es de levantar la vista y dirigirla hacia la entrada, ni siquiera
puedo abrir la boca para dar paso porque la puerta se abre de manera
abrupta y por ella entra Inés, una chica de prácticas que ha perdido
todo el color de la cara.
—Doctora Vila —susurra y entorna la puerta mientras camina
hacia mi mesa—, perdone que entre así —dice y sigue caminando.
La miro un poco descolocada y también comienzo a preocuparme,
porque su expresión es de susto y empiezo a temerme que haya pasado
algo grave en el hospital.
—Tranquila, ¿qué ocurre? —pregunto poniéndome en pie.
Una repentina sensación de miedo se me instala en el pecho al
pensar en Vania, ¿será ella la causante de esta visita?
—No lo sé —Inés sigue susurrando como si temiera que las
paredes la escuchasen—. Hay dos agentes de la policía ahí fuera.
—¿De la policía? —pregunto mirándola con ternura, es evidente
que tiene que acostumbrarse, no es la primera vez que la policía viene
por el hospital, ni será la última.
—Sí, no han querido decirme de qué se trata, solo que quieren
hablar con algún responsable —Inés no puede ocultar su cara de susto.
—Está bien, diles que pasen, y relájate, que no pasa nada.
—Bueno, yo no estoy segura, estas no van uniformadas, jefa,
vienen vestidas de calle, yo creo que son inspectoras o algo de eso —
dice bajando un poco más la voz.
Eso sí que me sorprende, pero lo disimulo.
—Está bien, tú diles que entren.
Inés asiente y sale del despacho con sigilo y, al momento, dos
mujeres entran y cierran la puerta tras ellas.
—Soy Arlet Vila, jefa médica del hospital. ¿En qué puedo
ayudarlas? —pregunto extendiendo la mano hacia la primera de ellas,
que me mira muy seria mientras que la otra, situada un paso por detrás,
masca chicle como si le fuera la vida en ello.
—Soy la inspectora Blanco y ella la subinspectora Jerez —dice
dándome un fuerte apretón.
—A mí puede llamarme Saray —dice la tal Jerez con aire
desenfadado, sin dejar de mascar chicle.
—De acuerdo, ¿qué las trae por mi hospital?
—Buscamos a la doctora Maribel Heredia, nos consta que hoy está
trabajando, ¿es así? —pregunta la inspectora.
El corazón me da tal acelerón que por poco me tengo que dejar
caer en la silla.
—Sí, así es —contesto nerviosa—. ¿Por qué? ¿Su familia está
bien? —pregunto preocupada.
—Me temo que no puedo compartir el motivo de nuestra visita
con usted —dice la inspectora—. ¿Sería posible hablar con ella?
Entiendo que los pacientes son lo primero, pero nos ahorraría mucho
tiempo si nos permite diez minutos de su tiempo.
Tengo un mal presentimiento, no sé por qué me inquieta tanto la
visita de las dos mujeres, pero ahora me estoy preocupando más de lo
que lo estaba Inés.
—Sí, claro, iré a buscarla. Pueden esperar aquí en el despacho.
—Muy amable —dice la inspectora Blanco.
Voy directa a urgencias, tan nerviosa y cegada por mi cometido,
que me tropiezo con el doctor Asensio en cuanto cruzo la puerta.
—Dios, perdona, Abel —me disculpo cuando él me coge de un
brazo pensando que voy a caerme.
—Tranquila, doctora. ¿Buscas a Teloy?
—En realidad, a la que busco es a Heredia —digo y dejo salir el
aire de los pulmones un poco más tranquila.
—Bueno, es lo mismo, se acaban de marchar juntas a la cafetería.
Miro mi reloj y me doy cuenta de que es la hora a la que ambas
suelen ir a desayunar si el trabajo se lo permite.
—Pues voy para allá, muchas gracias por la información —le
dedico una sonrisa rápida y me marcho.
Cuando llego, veo que las dos están dejando las bandejas en una
mesa para tomar asiento. Por un instante, pienso en esperar y dejar que
desayune, pero si es algo urgente lo que esas dos mujeres tienen que
decirle, no quiero ser yo la que lo retrase.
—Vaya, hola —dice Vania sorprendida cuando me ve.
Me inclino y le doy un beso rápido en los labios.
—¿Qué haces aquí? —pregunta antes de que pueda decir nada.
—Vengo a buscarte a ti —digo sin andarme con rodeos,
dirigiéndome a Maribel.
—¿A mí? —su rostro se tensa de un modo que no entiendo, y
entiendo mucho menos la mirada de terror que le dedica a Vania.
Observo a mi mujer, que mira a Maribel y le hace un gesto
negando con la cabeza. No entiendo nada, pero ahora tampoco hay
tiempo para pedir explicaciones.
—Sí, a ti.
—¿Para qué?
—Han venido dos inspectoras de la policía. Quieren hablar
contigo.
A Maribel se le escapa la cuchara con la que estaba removiendo su
café.
—Joder —dice y se pone blanca.
—¿Qué pasa? —pregunto mirando a Vania, pero ella tiene el
mismo gesto de desconcierto que tengo yo ahora mismo.
—¿Dónde están? —pregunta Maribel.
—En mi despacho.
—¿Te han dicho qué quieren?
—No, es algo confidencial que solo hablarán contigo —contesto
intentando mostrarme calmada para que ella no se ponga más nerviosa
—. Vamos, te acompaño.
—No, tú quédate, ya voy yo.
Maribel se levanta tan rápido que ni yo ni Vania tenemos tiempo
de decirle nada. Heredia atraviesa la cafetería a pasos rápidos y
desaparece de nuestra vista.
—¿Hay algo que yo deba saber? —le pregunto a Vania
sentándome frente a ella.
Teloy suspira y encoge los hombros.
—Yo qué sé, algo le pasa y lleva un par de días comportándose
muy raro, pero no quiere decirme nada. La pelona dice que recibió una
llamada muy extraña la otra noche.
Vania me pone al día con lo poco que sabe, y tras unos segundos
en los que permanece pensativa, también me cuenta lo que ha pasado a
primera hora con la caja de antibióticos.
—Júrame que no harás nada. Le he prometido que no te lo iba a
contar, pero viendo que la policía está aquí, la cosa tiene que ser seria
y es mejor que estés al corriente de todo —dice agobiada.
Necesito varios segundos para asimilar toda la información.
—No haré nada, pero tú júrame a mí que no volverás a ocultarme
cosas de ese tipo. Y no deberías haber hecho esa receta, cuanto menos
te involucres en lo que sea que pasa, mejor.
Vania asiente justo en el momento en que una sombra aparece a
nuestro lado haciendo que levantemos la vista y nos encontremos con
la mirada preocupada de Estel.
—¿Es verdad que la policía está hablando con la gitana?
—¿Cómo sabes eso? —pregunto atónita.
—Lo van diciendo por los pasillos. ¿Es verdad o no?
—Joder, con la gente. Yo alucino —se enfada Vania.
Pienso en Inés y en que debería haberle dicho que cerrase la boca.
—¿Por qué están hablando con ella? —pregunta sin ocultar su
inquietud.
—No lo sé —dice Vania y se levanta—, pero te aseguro que la
gitana nos lo va a contar aunque le tenga que arrancar la lengua.
Vania empieza a caminar con paso militar hacia el pasillo,
dispuesta a ir a mi despacho y esperar a que Heredia termine de hablar
con la policía para ser ella la que la someta a un tercer grado después.
Estel y yo la seguimos, si Maribel se ha metido en un lío, no
podremos ayudarla si no nos cuenta de qué se trata.
Capítulo 12

Maribel Heredia
Jueves, 19 de enero de 2023

Entro en el despacho de Arlet con el corazón latiéndome tan fuerte en


los oídos, que tengo la sensación de que me he quedado sorda.
—Buenos días, me han dicho que me buscan —digo tal y como
entro.
Las dos policías, que hablaban entre ellas mientras esperan
sentadas en las dos sillas que Arlet tiene al otro lado de su mesa, se
giran hacia mí y se levantan.
—¿Maribel Heredia? —pregunta la más alta.
—Sí.
—Soy la inspectora Ruth Blanco y ella es mi compañera, la
subinspectora Jerez.
Me quedo quieta, de pie junto a la puerta, mientras asiento como
una completa imbécil.
—¿Le importa sentarse? —pregunta señalando la silla de Arlet.
No contesto y camino rodeando la mesa. Cuando me siento, se me
hace todo muy raro, he estado varias veces en este despacho, pero
siempre al otro lado de la mesa.
—¿A qué han venido? Estoy trabajando —digo más tensa que la
cuerda de la guitarra de mi padre.
Tengo tanto calor que me quitaría la bata, pero no quiero dar
muestras de debilidad, ni que me noten nerviosa.
—Lo comprendo, y le pido disculpas por molestarla en su horario
laboral, pero es urgente —dice la inspectora.
—Está bien —acepto haciendo bailar la mirada entre una y otra.
La inspectora me impone mucho, pero la tal Jerez, con unos aros
en las orejas que casi le llegan a los hombros y ese modo desenfadado
de mascar chicle, me transmite cierta calma, aunque no quiero fiarme
por si están jugando ese famoso papel de poli bueno y poli malo.
—¿Sabe dónde está su hermano? —la pregunta sale disparada de
la boca de la subinspectora Jerez, que ahora me mira fijamente y ya no
masca el chicle. ¿Se lo habrá tragado?
—¿Mi hermano? —me arden hasta las orejas y lanzo una mirada
involuntaria a mi bolsillo, donde está mi teléfono.
¿Me habrá llamado mi padre?
—Sí, su hermano, Israel Heredia —confirma la inspectora.
—Pues no, la verdad es que no —la voz me tiembla, seguro que ya
saben que les miento, pero debo mantenerme firme.
—¿Está segura? —insiste la inspectora.
—Mi hermano es grandecito, estará en su casa o en la de mis
padres, no lo sé. ¿Por qué quieren saberlo?
Ahora mi tono ha sido más firme y me siento un poco más segura.
—Vamos a hablar claro, Maribel —la inspectora se inclina hacia
delante y apoya los brazos en la mesa.
El corazón se me va a salir de la boca.
—Estamos buscando a tu hermano, a tu primo Manuel, a un amigo
suyo de nombre Yeray y a un cuarto sujeto al que todavía no tenemos
identificado, pero que sin duda estaba con ellos hace un par de noches.
—¿Estaba dónde? —no es que me haga la tonta, es que realmente,
no tengo ni idea de lo que sucedió esa noche, ni de por qué mi primo
Manuel tenía una herida de bala.
—En Barcelona capital, cometiendo un robo con alunizaje en cuya
huida atropellaron a un agente de la Guardia Urbana.
—Eso es imposible —contesto convencida—, mi hermano jamás
se metería en un lío como ese.
Tengo ganas de llorar, las manos han comenzado a temblarme y
quiero irme a mi casa para llamar a mi padre y que me jure que es
mentira.
—Le aseguro que es muy posible, varias cámaras de seguridad los
grabaron, con lo que podemos acusarlos del robo y también del
atropello, tan solo es cuestión de tiempo que demos con ellos, Maribel,
y si usted sabe algo, le aseguro que le conviene contármelo.
—¿Y por qué iba yo a saber nada?
—Porque durante la huida los agentes les dispararon e hirieron a
uno de ellos —contesta la subinspectora Jerez—. En concreto a tu
primo Manuel, y después de buscar en hospitales y centros médicos sin
éxito, hemos descubierto que resulta que tú eres doctora, así que lo
lógico es que hayan acudido a ti en lugar de a un hospital donde saben
que acabarían detenidos.
—Muy bonita tu teoría, pero yo no sé nada de mi hermano ni de
mi primo desde hace días, y mucho menos de sus amigos.
Tengo la adrenalina tan disparada que siento flojera en las
extremidades y me siento algo mareada. No me puedo creer que mi
hermano haya hecho algo así, ¿en qué coño pensaba?
—Entiendo que sois familia, Maribel, pero protegiéndolos no les
haces ningún bien, aunque tardemos más, los vamos a acabar
atrapando a todos y te aseguro que la pena será mayor que si se
entregan por voluntad propia —la inspectora me trata con mucha
cercanía, supongo que es una treta para ganarse mi confianza, pero lo
lleva claro si se piensa que voy a traicionar a los míos.
—Le he dicho que yo no sé nada —insisto cada vez más agobiada
—, además, yo soy pediatra, estoy especializada en niños y no en
adultos.
Sé lo absurdo que es lo que digo, pero estoy tan desesperada que
no puedo pensar.
—Que yo sepa —interviene la subinspectora Jerez sin dejar de
mascar chicle—, a los niños se les cose igual que a los adultos —dice
y me guiña un ojo para dejarme claro que mi intento no ha colado.
—Han herido a un policía, Maribel —explica la inspectora—, te
aseguro que nadie va a parar de buscarlos. Cuando pasa algo así, se
convierte en algo personal porque se trata de la vida de un compañero,
les conviene entregarse, créeme.
—¿Me está amenazando?
—No, solo ye estoy advirtiendo de lo peligrosa que es la situación
de su hermano y su primo en este momento. Venimos de hablar con tu
padre —dice y se me corta la respiración—, él también asegura que no
sabe nada y como familiares directos que sois, no se os puede obligar a
declarar contra Israel, pero Yeray y su otro amigo son igual de
prófugos y ellos no son familia vuestra, si sabéis algo y no lo estáis
contando, lo averiguaré y os acusaré de encubrimiento.
Siempre tengo respuesta para todo, pero ahora mismo, solo tengo
ganas de llorar.
—Pareces buena persona, Maribel, no permitas que tu carrera se
vea perjudicada por algo de lo que no eres responsable —la inspectora
se levanta y desliza una tarjeta sobre la mesa hasta dejarla delante de
mí—. Piénsatelo bien, si cambias de opinión o de repente recuerdas
algo, llámame a la hora que sea.
Las dos se despiden y se dirigen hacia la puerta para marcharse,
pero yo no puedo decir ni una palabra porque estoy al borde del
colapso.
Capítulo 13

Maribel Heredia
Jueves, 19 de enero de 2023

Cuando por fin salen del despacho y me dejan a solas, me quedo unos
segundos con la mirada clavada en la puerta, temiendo que la
inspectora Blanco se haya olvidado de mencionar algo y vuelva a abrir,
perturbándome más de lo que ya estoy. Saco el móvil del bolsillo con
la mano temblando, no veo ninguna llamada de mi padre, tampoco del
fijo de su casa, por lo que entiendo que, o no ha querido asustarme, o
piensa que podrían tener nuestros teléfonos pinchados y no se atreve a
volver a utilizarlo para avisarme.
—Madre mía —sollozo atemorizada ante la idea de que eso sea
verdad.
La puerta del despacho se abre y por un momento el aire se me
congela en los pulmones, pero las mujeres que cruzan la puerta no son
las policías, son Arlet, Vania y la pelona, y por su expresión, no sé qué
es peor.
—¿Va todo bien? —pregunta Estel cuando ve mi expresión
descompuesta.
Asiento conteniendo las ganas que tengo de levantarme y echarme
a sus brazos para que me envuelva y me dé refugio. Me sorprende
sentir que en un momento tan angustioso como el que estoy viviendo
ahora, sea ella la persona con la que quiero estar.
—¿Tu familia está bien? —pregunta Arlet desde el otro lado de la
que es su mesa.
—Sí, todos bien, gracias. Perdona, te he quitado el sitio —hago el
gesto de levantarme, pero Arlet alza una mano y me detiene.
—No pasa nada, quédate ahí, Heredia. ¿Quieres un poco de agua?
—me ofrece al mismo tiempo que se dirige hacia un armario donde
suele tener botellas.
No quiero ni imaginarme el aspecto que debo tener.
—Gracias —acepto cuando me la entrega.
Arlet me mira la mano, no le ha pasado desapercibido que me
tiembla.
—Si tu familia está bien, ¿nos explicas de una vez qué cojones
pasa, gitana? —exige Vania—, y no me digas que todo está bien,
porque la policía no viene aquí a hablar contigo por pura rutina ni para
darte los buenos días.
Estel y Arlet se sientan en las sillas que hace un momento
ocupaban la inspectora Blanco y la subinspectora Jerez, Teloy sube
parte de la pierna a la mesa y se apoya en ella.
—¿Quieres que salga del despacho? —pregunta Estel haciendo
que el corazón me dé un vuelco inesperado.
—¿Salir? —pregunto sin comprender a qué viene su propuesta.
—Sí, entiendo que conmigo no tienes confianza y quizá te estoy
incomodando. No te sientas mal por decírmelo, Maribel —dice ante la
mirada atónita de todas—, no me voy a ofender, pero suelta de una vez
eso que te está angustiando o va a acabar contigo, y sinceramente, no
me gustaría nada que eso sucediese.
Estel se pone en pie dispuesta a abandonar el despacho.
—Quédate, pelona —la señalo con el dedo como si le estuviese
dando una orden.
—¿Estás segura? —pregunta con las cejas levantadas.
—Sí, muy segura.
—Genial entonces —interviene Vania con impaciencia—, ahora,
habla de una vez.
—Es que no tengo mucho que decir.
Miro a Vania a los ojos y, ante su expresión seria y concentrada, de
repente me derrumbo y me pongo a llorar como una niña. Teloy salta
de la mesa y viene hacia mi lado, agachándose frente a mi silla para
cogerme la mano y darme ánimos. Me permiten desahogarme con ese
llanto histérico que te ahoga, pero que te hace sentir mucho alivio
cuando se te pasa.
—¿Mejor? —pregunta la pelona ofreciéndome un pañuelo.
Me seco las lágrimas y asiento, después, les explico lo que vi
cuando llegué al huerto.
—Joder —dice Estel con los ojos muy abiertos.
La miro atemorizada. Ahora me doy cuenta de cuánto me
preocupa que se aleje de mí tras darse cuenta de que estando a mi lado,
los conflictos como este podrían darse muy a menudo.
—Yo no soy como ellos —le aclaro mirándola a los ojos.
A Vania se le escapa una risilla que le borraría de un tortazo. Estel
simplemente me mira, al principio descolocada, pero después también
sonríe y se apoya en la mesa justo al lado de mi silla.
—¿Quién ha dicho que lo seas? —pregunta encogiendo los
hombros.
Yo también los encojo sin saber qué decir.
—Te va a hacer falta mucho más que un hermano descerebrado
para alejarme, gitana —asegura y se me escapa una sonrisa.
—Bueno, vamos a situarnos para que yo me aclare —dice Arlet—.
¿Qué es lo que quieren esas policías de ti exactamente?
—Que les diga dónde se esconden, en cuanto averiguaron que yo
soy médica, llegaron a la conclusión de que yo era la persona a la que
ellos habrían acudido cuando dispararon a mi primo.
—Una conclusión lógica —dice la pelona.
—¿Y tú qué les has dicho? —pregunta Vania.
—Nada, les he dicho que no sé nada.
Las tres se quedan en completo silencio, pensativas, y eso me
atemoriza más que la mirada de la inspectora Blanco.
—¿Qué? —pregunto inquieta.
—Que mentir a la policía no es bueno, gitana —dice Vania—, si
averiguan la verdad, te puedes meter en un lío.
—¿Y qué podía hacer? No iba a delatar a mi hermano.
—Yo no sé muy bien cómo funciona esto, pero hasta donde sé, me
parece que no te pueden obligar a declarar en contra de un familiar
directo —dice Estel.
—Sí, eso me ha dicho la inspectora, pero también ha dejado claro
que los que iban con mi hermano y mi primo no son familia mía y que
si se demuestra que sé dónde están y no se lo digo, me acusará de
encubrimiento.
—Joder, gitana —bufa Vania—, tienes que decirlo, te vas a comer
un marrón por algo en lo que no tienes nada que ver. Que se lo
hubieran pensado antes de cometer ese robo.
—Y de atropellar a un policía —añade Arlet con una mueca—.
Los van a perseguir hasta en el infierno, Maribel, y más si ya los tienen
identificados, es cuestión de tiempo que den con ellos. Vania tiene
razón, tienes que decir lo que sabes.
—Estoy de acuerdo —secunda la pelona.
Me quedo en silencio unos segundos, valorando la opinión de las
tres porque me importa, pero la decisión final es mía.
—No voy a decir nada —digo y me levanto de la silla—, lo que
tengo que hacer es avisarlos para que se vayan de allí cuanto antes.
Capítulo 14

Estel Márquez
Jueves, 19 de enero de 2023

—¿Te has vuelto loca o qué? —me levanto de mi silla y le corto el


paso a la gitana bloqueándola con mi cuerpo.
Ha sido un movimiento que no he pensado, solo he actuado y mi
mano se ha unido a la suya para asegurarme de que no sale del
despacho. Siento un cosquilleo repentino que comienza en la palma de
mi mano y se extiende por mi cuerpo hasta estallarme en el centro del
pecho. Eso me deja descolocada por un momento, pero enseguida me
centro porque ahora lo que siento no es lo importante, lo importante es
que Heredia no haga ninguna locura.
—Apártate, pelona —dice amenazante, clavándome una mirada
chulesca que me atraviesa como una llamarada.
—¿O qué? ¿Me vas a apartar tú? —no me muevo ni un
centímetro, la gitana no me intimida, solo me pone mucho.
Me coloca ambas manos en la cintura dispuesta a apartarme, pero
cuando la miro y hago un movimiento negativo con la cabeza, se lo
piensa y se detiene.
—No es buena idea y lo sabes —le digo y coloco mis manos sobre
las suyas—. Vamos a sentarnos otra vez y hablamos de esto con calma.
—No hay nada que hablar, he de hacerlo —contesta, aunque lo
hace poco convencida.
—Siéntate, joder —le dice Vania autoritaria, señalando el sofá.
Le vuelvo a hacer un gesto de cabeza señalándolo y despacio, tiro
de ella hasta que al fin cede y las dos nos sentamos.
—Vamos a ver —dice Arlet girando su silla hacia nosotras.
Junta las palmas de las manos y se las coloca frente a la boca,
pensando muy bien lo que va a decir mientras las tres la miramos muy
atentas. Arlet siempre ha sido una mujer muy cabal, así que tengo la
esperanza de que sepa encontrar la manera de convencer a la gitana de
lo pésima que es la idea de presentarse en ese huerto.
—Si la policía ya ha llegado hasta ti, es porque lo están
investigando todo y no se están dejando nada, Maribel —dice Arlet—.
Salvo a uno, los tienen identificados a todos, así que lo lógico es que
hayan pedido autorización al juez para poner vigilancia a los familiares
más cercanos. Esas cosas tardan un poco, pero a estas alturas, es
posible que ya esté aprobado, y si la inspectora sospecha que fuiste tú
quien curó a tu primo, lo más probable es que tú seas una persona de
interés para ellos y a partir de ahora vigilen cada uno de tus
movimientos.
—Joder, ¿cómo sabes todo eso? —pregunta la gitana con cara de
susto.
—No lo sabe, pero lee mucho —dice Vania—, deberías hacerle
caso.
—¿Y si me han pinchado también el teléfono? Mi padre no me ha
llamado y eso es muy raro, seguro que él piensa que sí —dice Heredia
cada vez más nerviosa.
—Sería lógico también, si piensan que de alguna manera los estáis
ayudando, lo normal es que pongan todos los medios para descubrirlo.
Todo esto no son más que hipótesis nuestras, Maribel —sigue
hablando Arlet—, pero si tengo razón y vas al huerto para avisar a tu
hermano, no solo estarás indicándole el camino a la policía, es que
también les confirmarás que les has mentido y entonces ya puedes
buscarte un buen abogado.
—¿Y qué hago? —Heredia se lleva las manos a la cara en un
intento absurdo de ocultar su preocupación—, no quiero que detengan
a mi hermano. Tú lo conoces, Vania, a él jamás se le ocurriría meterse
en un lío como este, es un buenazo que se ha dejado arrastrar por mi
primo o alguno de sus amigos.
—Sí, es un buenazo —confirma Vania mirándola con ternura—,
pero eso no lo exime de lo que ha hecho, gitana, pudo elegir, y decidió
atracar esa joyería.
—A lo mejor lo amenazaron —trata de defender a su hermano,
Vania no contesta—. No puedo quedarme de brazos cruzados, ¿qué
clase de hermana sería si no le digo que la policía ya sabe quién es y es
cuestión de tiempo que den también con ese huerto?
—Está bien —digo cuando veo que no hay manera de convencerla
—, lo haré yo.
Las tres me miran como si no me hubieran entendido, así que se lo
aclaro.
—Tú estás empeñada en avisarlo y no te vas a quedar tranquila
hasta que lo hagas, ¿no? —le pregunto a Heredia, que me mira y
asiente—, pero si vas es un riesgo muy grande, tanto para tu hermano
como para ti. Sinceramente, a mí él no me importa y creo que se
merece que lo detengan por lo que ha hecho, él y todos, pero tú sí me
importas y no voy a consentir que te metas en un lío. Iré yo, la policía
no me conoce de nada y no van a seguirme a ningún sitio.
—¿Tú? Ni hablar —contesta la gitana meneando su largo dedo
índice de manera negativa—. No puedes ir allí tú sola, te perderías,
además, no pienso permitirlo.
—No irá sola, irá conmigo —interviene Vania ante la mirada
desencajada de Arlet—, yo sí sé dónde está ese huerto porque he ido
contigo un par de veces.
—He dicho que no —insiste Maribel y me giro hacia ella
atravesándola con la mirada.
—No te estamos pidiendo permiso, gitana —digo y a Teloy se le
escapa una risilla—. Nosotras iremos a avisar a tu hermano y después
de eso, se acaba el tema, ya habrás cumplido. Una vez lo hagamos,
llamas a esa inspectora, le dices que quieres hablar con ella y le
cuentas lo que sabes. Para cuando vayan al huerto, tu hermano no
estará allí y eso no será problema tuyo, si es verdad que te están
vigilando, sabrán que no has salido del hospital.
—Joder con la pelona —suelta Teloy aplaudiendo mis palabras
mientras que Heredia me mira con la boca abierta, incapaz de
encontrarle un fallo a mi plan.
—Estel tiene razón —secunda Arlet—, de esa manera no podrán
decir que no has colaborado y tampoco estarás entregando a tu
hermano. Es la mejor solución dadas las circunstancias.
—No puedo pediros que hagáis eso por mí —dice Heredia
levantándose del sofá.
—No nos estás pidiendo nada —contesta Teloy—, lo hacemos
porque queremos, ahora recuérdame cómo se llega al huerto —dice y
yo la miro con cara de espanto.
—¿No has dicho que sabías ir?
—Más o menos, pero hace tiempo que no voy y no recuerdo bien
la salida.
Al final, Heredia cede y nos da varias indicaciones para que no
nos equivoquemos.
—Id ahora, yo me ocupo de que alguien os cubra —dice Arlet
que, aunque está de acuerdo, no puede disimular su preocupación—, y
tened mucho cuidado.
—Mi hermano conoce a Vania, jamás le haría nada —aclara
Heredia de inmediato.
—No lo digo por tu hermano, Maribel.
Se hace un silencio tan incómodo, que Teloy y yo decidimos que
es momento de marcharnos.
Durante el trayecto, hablamos muy poco. Vamos en el coche de
Arlet y está lloviendo, así que Teloy va concentrada en la carretera.
—Me parece que es por ahí —digo tras media hora interminable.
Teloy entorna los ojos para enfocar mejor y asiente. Tomamos el
desvío y se me hace un nudo en la boca del estómago que no sé cómo
romper, me estoy poniendo muy nerviosa.
—Gracias por ayudar a la gitana —suelta Teloy sin apartar la
mirada de la pista de tierra.
La miro entre sorprendida y agradecida por sus palabras.
—A mí también me importa —contesto mientras me recojo la
melena en una cola baja.
—Ya me he dado cuenta.
—¿Tan evidente es? —pregunto ceñuda.
—Bastante, en el despacho parecías más nerviosa que ella. Y
ofrecerte para hacer algo como esto —dice señalando el camino que
lleva al huerto de los Heredia—, significa que te importa mucho más
de lo que admites. No todo el mundo se atrevería a venir a un sitio
como este para advertir a unos delincuentes.
—No lo hago por ellos.
—Exacto —Teloy se ríe—, ni yo tampoco, las dos lo hacemos por
la gitana, solo que yo lo hago por amistad, tú por amor.
—¿Por amor? —repito escandalizada—. Tampoco te pases, Teloy.
—Lo que tú digas —sigue sonriendo pese a lo difícil que es que lo
haga conmigo—. Es allí.
Su dedo señala a unos doscientos metros de distancia, donde veo
una caseta en la que no parece haber nadie.
—No hay ningún coche —digo al mismo tiempo que me giro
hacia atrás para asegurarme de que a nosotras tampoco nos está
siguiendo nadie.
Teloy llega hasta la entrada y aparca. Las dos nos bajamos con
miedo, sobre todo yo, que estoy a punto de escupir el corazón por la
boca.
—¡Israel! ¡Soy Vania, la amiga de tu hermana! —vocifera Teloy
antes de acercarse a la puerta.
—¿Qué haces? —pregunto nerviosa.
—Evitar que nos disparen. Te recuerdo que se están escondiendo y
que estarán pendientes de cualquiera que se acerque.
—Ah, genial —digo más temerosa que antes.
Teloy vuelve a identificarse, pero nadie contesta, tampoco cuando
golpea la puerta con los nudillos.
—Creo que aquí no hay nadie —dice en voz baja.
Le da por intentar abrir la puerta y nos llevamos la sorpresa de que
esta cede. Nos asomamos al interior, pero ahí solo encontramos mantas
y restos de comida. Se han marchado.
—Joder, qué alivio —digo sin poder contenerme—. ¿Ahora qué
hacemos?
Teloy limpia el pomo de la puerta con su jersey porque es lo único
que ha tocado.
—Vámonos de aquí antes de que alguien nos vea. Esto es bueno
para la gitana, si no sabe dónde están, no pueden presionarla para que
hable y ella no se sentirá mal por encubrirlos.
—Cierto —digo de camino al coche—. Vamos a contárselo.
Capítulo 15

Estel Márquez
Jueves, 19 de enero de 2023

Al llegar al hospital, Heredia estaba ocupada atendiendo un accidente


de tráfico en el que había dos menores y ya no hemos podido hablar
con ella como era debido, así que hemos acordado irnos todas juntas a
su casa al terminar el turno y abordar el tema desde allí.
—Hecho —dice Maribel tras colgar el teléfono.
Estamos en el comedor de su casa y, tras explicarle que en el
huerto no había nadie, acaba de llamar a la inspectora Blanco para
decirle que quiere hablar con ella.
—¿Qué te ha dicho? —pregunta Arlet.
—Que viene ahora, y debe estar cerca, porque ha dicho que tarda
diez minutos, seguro que me está vigilando —dice cabreada.
—Por eso no puedes hacer gilipolleces, has de tener mucho
cuidado, gitana —le advierte Teloy sentándose a su lado.
Yo estoy en un sillón que tiene junto a la ventana, observando en
silencio cada gesto de la pediatra mientras intento comprender qué es
lo que ha cambiado en estos días para que me sienta tan unida a ella y
que la idea de verla metida en algún lío me atormente tanto.
—Me pregunto dónde se habrán metido —dice Maribel angustiada
—, espero que mi padre no los haya ayudado, solo falta que él también
se busque problemas.
—Donde estén ahora no es asunto tuyo —dice Vania—, cuanto
menos sepas, mejor para ti. Sé que es difícil, pero has de mantenerte al
margen todo lo que puedas y evitar hablar incluso con tus padres.
—Lo sé. Joder, me va a explotar la cabeza. ¿Podemos hablar de
otra cosa hasta que venga la inspectora?
Todas nos miramos sin saber qué decir, hasta que Arlet rompe el
silencio dirigiéndose a mí.
—¿Cómo llevas la búsqueda de piso?
Tardo en reaccionar, porque después de estar sumergida en un
tema tan serio como el que atañe a Heredia, me cuesta cambiar de chip
para centrarme en algo que, aunque me preocupa bastante
últimamente, ahora se me antoja absurdo comparado con lo suyo.
—Bueno, me está costando más de lo que esperaba, la verdad —
contesto suspirando.
—No me extraña —interviene Heredia, a la que el semblante le
cambia cuando logra distraer sus pensamientos—, aquí doña pelona le
encuentra pegas a todo. Así es normal que no haya encontrado nada.
—¿Qué pegas? —se interesa Arlet sin ocultar su curiosidad.
—No son pegas, son algunos requisitos mínimos que creo que
exigiría cualquiera —trato de defenderme.
—Que una cocina tenga los fuegos de gas no es algo que la gente
exija, al contrario —rebate la gitana—, quieren placas planas de vitro,
que son más fáciles de limpiar.
—Y una porquería para cocinar.
Teloy y Arlet comienzan a reírse mientras Heredia y yo discutimos
todos los detalles que a mí me parecen básicos. Sé que lo hace para
joderme, porque me he fijado en su piso y si no fuera porque está
lloviendo, en este salón estaría entrando el sol de lleno, así que para
ella también es importante la iluminación natural.
—Bueno, no discutáis —pone paz Arlet.
—Yo no discuto —dice Heredia—, solo aporto mi sabia opinión
para que se deje de chorradas y no se arruine en ese hotel, que barato
no es precisamente.
—Gracias por preocuparte por mi economía —me burlo y ella me
enseña el dedo corazón.
Me muerdo la lengua para no decirle lo que puede hacer con ese
dedo, pero mi mirada y el gesto que le hago señalando mi sexo son
algo que la gitana interpreta muy bien, lo sé porque me sonríe y arquea
una ceja mientras asiente, dejando claro que no le importaría.
—Mi casa tiene cocina de gas —suelta Arlet mirando a Vania.
Yo la miro con cara de circunstancias y después dirijo la mirada
hacia Heredia, que también la observa con expectación.
—¿Y qué quieres decir con eso? —pregunta Maribel.
—Bueno, yo vivo en casa de Vania y en un principio decidimos
dejar mi casa vacía por si las cosas no iban bien entre nosotras, ya
sabéis cómo puede ser la convivencia, pero estamos genial y el otro día
estuvimos hablando de ponerla en alquiler.
—Buah, esa sí que es una casa chula —dice la gitana señalándome
con el dedo.
Estoy a punto de decirle que en el pasado, cuando estaba con
Arlet, ya había estado en esa casa alguna vez, incluso hace muy poco
fui allí para tener una conversación con Arlet —aunque en esa ocasión
no pasé del salón— pero explicarle eso a la gitana no me parece un
comentario oportuno estando Vania presente, porque la respeto mucho.
—¿Y me la alquilarías a mí? —le pregunto a Arlet.
—Si llegamos a un acuerdo justo para las dos, no veo por qué no,
eso sí, recuerda que no está en la capital, tendrías que comprarte un
coche o venir en autobús.
Que no esté en la misma ciudad de Gerona es algo que no termina
de gustarme, pero cuando comienzan a describirme algunos cambios
que Arlet hizo cuando se mudó allí sola, no puedo negarme a como
mínimo ir a visitarla de nuevo.
—De acuerdo, si no te importa, me gustaría verla otra vez —les
digo a las dos, esta vez no he podido evitar dejar claro que ya he
estado ahí. Por suerte, ni a Teloy ni a Heredia parece molestarles, y el
momento de incomodidad que estaba sintiendo, acaba cuando suena el
timbre del apartamento.
Es justo ahí cuando todas volvemos a la realidad, sobre todo
Heredia, a quien se le descompone la cara.
—Joder, ya está aquí la inspectora —dice cuando se levanta para
abrirle.
Pulsa el botón y se abraza el cuerpo mientras espera, nerviosa y
tan vulnerable, que me levanto y me sitúo frente a ella.
—Relájate, todo irá bien, ya verás —digo al mismo tiempo que le
froto los brazos.
Heredia da un paso hacia mí y se acerca hasta que sus labios casi
me rozan el oído.
—Tengo muchas ganas de que me abraces ahora mismo —
confiesa estremeciéndome.
—Pues no veo qué nos impide hacerlo.
La envuelvo en un abrazo protector hasta que escuchamos abrirse
la puerta del ascensor, entonces yo vuelvo a mi butaca y Maribel se
dirige hacia la puerta para dejar entrar a la inspectora y a su
compañera.
—Buenas tardes —saludan ambas a la vez, observando
sorprendidas a todas las presentes.
—Si no le importa, ellas se quedan —dice Heredia señalándonos a
todas.
—Por mi parte no hay ningún inconveniente.
Heredia invita a las policías a sentarse a la mesa junto a ella, en
cuanto lo hacen, me mira como si buscase ayuda, pero lo único que
puedo hacer por ella es guiñarle un ojo, y parece que es suficiente,
porque me dedica una leve sonrisa y después se centra en ellas.
—Muy bien, tú dirás —dice la inspectora.
Maribel, sorprendentemente serena, comienza a explicarle todo lo
que sucedió aquella noche desde que recibió la llamada de su padre.
—¿Dónde está ese huerto? —pregunta la subinspectora.
Heredia se lo indica, pero les deja claro que ella no piensa
acompañarlas para ver cómo detienen a su hermano y a su primo. La
jugada me gusta, hace más creíble su historia para cuando lleguen y se
encuentren con que no hay nadie.
—¿Cómo sé que no me estás mintiendo, Maribel?
La pregunta de la inspectora nos coge a todas por sorpresa, sobre
todo a la gitana.
—No miento —dice ofendida.
—Esta mañana te he preguntado si sabías dónde estaban y me has
asegurado que no. Si antes has mentido, ¿cómo sé yo que no me
mientes ahora? O que no estabas con ellos la noche del robo esperando
en alguna parte.
—¿Insinúa que yo he formado parte de ese robo? —Heredia se
pone en pie sin ocultar su indignación.
—No lo sé, dímelo tú, Maribel —la reta la inspectora—. ¿Tienes
manera de demostrar que no estabas ya en esa chabola esperando
porque habíais acordado veros allí si algo salía mal? Un golpe bien
organizado suele tener previstos ciertos aspectos por si la cosa se
tuerce, como un lugar en el que esconderse o alguien a quien acudir en
caso de que haya heridos. ¿Sabías que irían allí y los estabas
esperando?
Teloy, Arlet y yo intercambiamos miradas de desconcierto, estoy
segura de que la inspectora solo hace su trabajo, pero me está
mosqueando que la apriete tanto. Heredia la mira fijamente y supongo
que su mente debe ser un hervidero de cosas que desea decirle, pero
que contiene para no complicar más la cosa.
—La inspectora te ha hecho una pregunta —dice su compañera
ante la falta de respuesta de Heredia.
—Maribel no estaba esperando a nadie —digo haciendo que las
dos se giren hacia mí—, esa noche estaba conmigo en mi hotel hasta
que recibió una llamada sobre las tres y media que nos despertó a
ambas. Imagino que el hotel tiene cámaras de seguridad, así que en
lugar de acusarla e inventarse cosas absurdas, vayan a comprobarlo y
déjenla en paz de una puta vez.
Cuando termino de hablar, los ojos se me abren como platos
cuando soy consciente de todo lo que he soltado. Con cara de susto,
miro a Arlet y a Teloy, descubriendo que la segunda se está
aguantando la risa a la vez que me hace un gesto de aprobación.
—No dude de que lo vamos a hacer —responde la inspectora
poniéndose en pie—. ¿Y usted es?
—Me llamo Estel Márquez —digo sin amedrentarme ni un poco,
mientras que la gitana me mira sin saber qué decir.
Le doy mis datos a la subinspectora y toman nota del hotel donde
me alojo.
—Bien, pues esto es todo por ahora —concluye la inspectora—.
Buenas tardes —dice y las dos se marchan.
—Joder, pelona. ¿Por qué has dicho eso? —pregunta Heredia en
cuanto cierran la puerta.
—Porque es verdad, estabas conmigo y no pienso permitir que
intenten involucrarte en el robo.
—Solo me estaban apretando, le he mentido y no se fía de mí —
Maribel se acerca—. Ahora te van a investigar a ti también —dice
preocupada.
—Que investiguen lo que quieran, yo no he hecho nada —digo
con una tranquilidad que las hace reír a todas.
Capítulo 16

Maribel Heredia
Viernes, 20 de enero de 2023

Apenas he podido pegar ojo, con el miedo constante de que en


cualquier momento me sonaría el teléfono y mi padre volvería a pedir
mi ayuda. Me inquieta mucho no saber dónde se han metido mi
hermano y mi primo, pero haciendo caso a mis amigas, he reprimido la
tentación de llamar a mis padres para preguntarles, porque ellas tienen
razón, ahora mismo, con esas policías soplándome en la nuca, me
conviene saber lo menos posible.
Imagino que deben estar ejerciendo la misma presión sobre mi
padre, pero sé que él está acostumbrado a lidiar con este tipo de
problemas a pesar de que hace muchos años —desde que montó la
granja de cerdos— que dejó atrás ese tipo de vida. Le costó mucho y
se ha sacrificado para que mi hermano y yo tengamos una oportunidad,
por lo que me cabrea mucho que Israel la haya desperdiciado de este
modo, y no solo eso, nos ha puesto en riesgo a todos por su mala
cabeza.
Los únicos momentos en los que he logrado no pensar en ello, ha
sido cuando he pensado en la pelona, que últimamente me tiene el
corazón desbocado y comienzo a preguntarme si lo que siento por ella
no se me está yendo de las manos. Que me gusta es algo que jamás me
he escondido a mí misma, pero antes no se me aceleraba el pulso como
se me acelera ahora cuando la veo, ni pensaba en ella tan a menudo o
me encontraba en situaciones como la de ayer, donde hubiera pagado
lo que fuese porque Vania y Arlet no estuvieran en mi casa para poder
estar con ella a solas.
—Joder con la pelona —mascullo cuando salgo de un box.
Me dirijo hacia la isla central para hacer una orden de ingreso y,
justo cuando la termino, veo una sombra situarse frente a mí en el
mostrador. Ni siquiera tengo que mirar hacia arriba para saber que se
trata de la inspectora Blanco y su compañera, he memorizado el
perfume de la primera.
—¿Qué hacen aquí? —espeto de malas formas.
—Queremos hablar contigo.
—Estoy trabajando, joder. ¿No puede esperar?
—Yo también estoy trabajando, Maribel —contesta mientras la
subinspectora me mira sin dejar de mascar chicle—, y no, no puede
esperar.
—Vaya mierda —suelto mientras me levanto sin ocultar mi
indignación, comienzo a estar muy cansada de todo esto.
Sin decirles nada, empiezo a caminar en busca de algún lugar
donde podamos hablar sin que nadie nos escuche. Las dos me siguen
en un silencio muy incómodo que solo hace que me entren ganas de
salir corriendo. Varios compañeros me miran y cuchichean entre ellos,
no quiero ni imaginarme la de teorías y rumores que deben circular ya
por el hospital.
A otra de las personas que me encuentro es a Teloy, que viene de
las escaleras justo cuando yo voy a acceder a ellas.
—¿Qué pasa ahora? —me pregunta cuando nos encontramos de
frente.
—Yo qué sé, pero estoy muy harta —respondo sin detenerme.
Bajo por las escaleras y las dirijo por un pasillo hasta la entrada de
la capilla, en la que no hay nadie y podemos hablar tranquilas.
—¿Qué queréis ahora? —pregunto girándome hacia ellas.
—Fuimos a ese huerto y no había nadie —dice la inspectora—,
pero tú eso ya lo sabías, ¿verdad?
—¿Y por qué iba yo a saberlo?
—Porque no me has preguntado si he detenido a tu hermano, cosa
que me parece un poco rara.
Me quedo sin palabras y por un instante, el miedo me domina y
me maldigo por no haber caído en algo tan básico.
—Yo no sé nada, he deducido que no lo habéis encontrado porque
nadie me ha llamado para decirme que estaba detenido. Se habrán ido
a otro sitio, yo no tengo la culpa —contesto notando como el sudor
frío me moja las axilas.
—Ya —dice la subinspectora.
—¿Qué? —le contesto con hartazgo.
—Que me estoy cansando de que me mientas, Maribel, y de que
juegues conmigo y me hagas perder el tiempo —dice la inspectora.
—He colaborado, te dije dónde estaban, si se han ido, es problema
vuestro. ¿Sabes cuál es mi problema? —me vengo arriba, harta de sus
acusaciones—, mi problema sois vosotras y vuestras jodidas visitas al
hospital. Esto me lo podríais haber dicho por teléfono o esperar a que
terminase mi turno. Estáis haciendo que mis compañeros hablen, a
algunos, todavía les basta con ver a una gitana junto a la policía para
dar por hecho que está metida en algún lío.
La inspectora por un momento baja la mirada y después mira a su
compañera, pero tras suspirar, da un paso al frente y me mira con una
frialdad que me da miedo.
—Escúchame bien, Maribel, te aseguro que no me gusta hacer
esto, y estoy segura de que eres buena persona, pero yo tengo que
hacer mi trabajo.
—Pues hazlo fuera de aquí.
—Lo haré donde considere que debo hacerlo. Tus mentiras solo
me llevan a pensar que sabes más de lo que dices, así que pienso venir
aquí y a casa de tus padres las veces que haga falta hasta que tú o ellos
me digáis lo que quiero saber, ¿te queda claro? Me voy a pegar a tu
espalda, Heredia, te respiraré en la nuca cada día hasta que detenga al
grupito de tu hermano. Que tengas un buen día.
La inspectora se da la vuelta y la subinspectora la imita, yo me
quedo paralizada observando como se alejan. En cuanto desaparecen,
corro hacia urgencias con la intención de seguir con mi trabajo y no
dejar que esto me afecte, pero me resulta imposible y, cuando estoy en
medio del pasillo, no consigo contener más las ganas de llorar y acabo
entrando en el vestuario.
Ahogada en llanto, me doy cuenta de que no aguanto esta presión,
necesito que esto acabe o me voy a volver loca y, por primera vez,
deseo que detengan a mi hermano y eso me hace sentir muy miserable.
La puerta se abre y sorprendida veo entrar a la pelona.
—¿Qué haces aquí? —pregunto entre hipidos.
—Teloy te ha visto entrar y me ha llamado.
—¿Vania te ha llamado? —pregunto sin entender nada.
Estel asiente y cierra la puerta, a mí se me pone el estómago del
revés cuando me mira y comienza a acercarse. La deseo tanto en este
instante, que sin pensarlo mucho, me levanto del banco en el que estoy
sentada y me lanzo directamente a besarla. Mis labios impactan contra
los suyos al mismo tiempo que mi cuerpo, pero la pelona parece estar
preparada o desear el beso tanto como yo, porque me recibe con ganas
y me gira con brusquedad hasta que me tiene acorralada contra la
pared.
—No llores, esto acabará pronto, te lo prometo —me susurra entre
besos mientras yo intento coger aire.
Quiero que sus palabras sean verdad, pero ahora mismo no hay
nada que me consuele, solo ella.
—No puedo más, pelona —sollozo y nuestro momento de
calentón se rompe cuando me abrazo a ella para llorar con una
desesperación impropia de mí.
Ella me abraza y me estruja con fuerza mientras me susurra
palabras de calma y me dice que ella está conmigo. Asiento sin parar
entre sus brazos mientras pienso en que debo darle las gracias a Teloy
por hacerla venir, es justo a quien necesitaba.
—Este fin de semana estoy de guardia, pero puedes venirte al
hotel conmigo y quedarte allí si quieres —dice sin soltarme.
—Te lo agradezco, pero prefiero irme a casa, necesito pensar y
decidir qué hago —digo tras meditarlo unos segundos—, aunque no
rechazaría pasar la tarde de hoy contigo.
Escucho sonreír a la pelona sobre mi hombro.
—Me parece un buen plan. ¿Te espero cuando acabe el turno
entonces?
—Sí, pero ahora no te marches todavía.
No me gusta mostrarme tan dependiente con ella, pero ahora
mismo la necesito y si me suelta, tengo la sensación de que caeré por
un precipicio.
—Tranquila, a mi paciente le están haciendo una resonancia,
todavía tengo tiempo —dice y me da un beso en el cuello que me hace
suspirar de ganas de estar a solas con ella en el hotel.
Capítulo 17

Estel Márquez
Lunes, 23 de enero de 2023

—Por fin, joder —digo cuando el paciente al que acabo de visitar sale
por la puerta.
Desde que he llegado no he tenido tiempo ni para respirar, y llevo
toda la mañana queriendo bajar a urgencias para ver a Heredia, no sé
nada de ella desde que el sábado a primera hora de la mañana se
marchó de mi hotel, y eso me tiene preocupada.
Cojo unas monedas con la esperanza de que pueda cogerse unos
minutos para tomarse un café conmigo y voy a urgencias, pero por
mucho que miro, no la veo por ningún sitio.
—Perdona, ¿sabes dónde está la doctora Heredia? —le pregunto al
primer auxiliar con el que me cruzo, que duda un instante antes de
responder.
—Eh, no me suena haberla visto, diría que no ha venido.
—¿No ha venido?
Lo primero que hago es mirar el reloj, pero son algo más de las
diez de la mañana, si hubiese tenido que hacer algún recado, ya estaría
de vuelta. No es que yo conozca sus horarios ni los días que libra, pero
lo lógico es que si no tenía turno hoy, el viernes me lo hubiera
comentado.
—Vale, está bien. Y a la doctora Teloy, ¿la has visto?
El chico gira la cabeza y me hace una seña para que me gire,
cuando lo hago, veo salir a Teloy de uno de los boxes.
—Muchas gracias —le digo al auxiliar y voy directa hasta Vania.
—Hola —dice cuando me ve.
—Buenos días. ¿Heredia no ha venido? —pregunto apartándome
el pelo de la cara.
—No, y no me coge el teléfono, ¿tú sabes algo? —pregunta
rascándose la cicatriz en un gesto inconsciente.
—Ni idea, ayer la llamé un par de veces y no me contestó, y los
mensajes me los ha dejado en visto.
—¿Qué le has hecho? —pregunta con una sonrisa macarra.
—Muy graciosa. Estoy preocupada, Teloy.
—Y yo también, estaba esperando a tener unos minutos para subir
a ver a Arlet, ella podrá decirnos si ha llamado para cogerse el día.
—¿Puedes ahora? —pregunto impaciente, en diez minutos tengo
al siguiente paciente y me gustaría saber antes qué le pasa a Heredia.
—Si vamos rápido, sí, entre Asensio y yo la estamos cubriendo y
vamos hasta arriba.
—Pues vamos.
Cuando llegamos al despacho de Arlet, tenemos que esperar cinco
minutos que se hacen muy largos a que termine de hablar con otro
médico.
—¿A qué debo esta visita? —pregunta sorprendida de que
entremos las dos juntas.
—¿Sabes algo de la gitana? —Vania va directa al grano y lo
agradezco, no quiero hacer esperar a mi paciente.
—¿De Maribel? —Arlet frunce el ceño—. ¿Qué tengo que saber?
—No ha venido a trabajar y le tocaba, ¿no te avisan cuando
alguien no viene? —pregunta Teloy.
—Eh, sí, en principio, sí —contesta Arlet desbloqueando la
pantalla de su ordenador—, pero llevo toda la mañana recibiendo
visitas de unos y otros y apenas he tenido tiempo de abrir los correos.
Se concentra en la pantalla mientras busca, yo vuelvo a mirar la
hora y Teloy también, hasta que Arlet hace un movimiento negativo
con la cabeza que me pone muy nerviosa y hace que saque el móvil del
bolsillo y vuelva a llamar a Heredia.
—No me consta que haya llamado para decir que no viene.
—¿Ni se ha pedido el día? —pregunta Teloy mientras yo me
mantengo con el teléfono pegado a la oreja.
—No, eso debería haberlo hecho el viernes como mínimo, y no
aparecería en plantilla si se lo hubieran dado.
—Es verdad —bufa Vania.
—Sigue sin cogerlo —digo colgando la llamada.
—¿Desde cuándo no habláis con ella? —pregunta Arlet.
—Yo la llamé el sábado y no me lo cogió, ya lo sabes —dice
Teloy—, no insistí porque supuse que estaría contigo —dice
mirándome.
—¿Conmigo? Yo he tenido guardia todo el fin de semana.
Estuvimos juntas la noche del viernes, pero se marchó el sábado por la
mañana cuando yo vine a trabajar, y desde entonces no ha habido
manera de hablar con ella —explico y cuando acabo, suelto un suspiro
de preocupación.
—¿Os enfadasteis? —me pregunta Arlet.
—No, qué va. Estuvimos bien, aunque ella estaba muy angustiada
por todo lo del hermano y las visitas de la inspectora.
—Hemos de ir a su casa, a lo mejor le ha pasado algo —dice
Teloy.
—A mí me huele más a otra llamada de su hermano, tal vez el
primo esté peor y le hayan pedido que vaya a verlo a dondequiera que
esté —opina Arlet.
—No me jodas, Arlet —digo llevándome las manos a la cabeza—,
si la policía aparece y la pillan con ellos, estará metida en un buen lío.
—Iremos a su casa en cuanto acabemos el turno —decide Teloy
—, y si no está allí, vamos a la de sus padres y no nos marchamos
hasta que alguien nos diga dónde está.
—De acuerdo. ¿Nos vemos en el aparcamiento? —pregunto
mirando la hora, va a ser una mañana muy larga.
—Sí, quedamos en la entrada —contesta Arlet.

Cuando por fin salimos me dejo caer en el asiento trasero de su


coche con un agotamiento extremo, hoy debería haber librado después
de trabajar todo el fin de semana, pero pedí trabajarlo para compensar
un poco los gastos excesivos que estoy teniendo en el hotel.
—Oye, Arlet —digo mientras vamos de camino al apartamento de
Heredia—. ¿Lo que dijiste de alquilarme tu casa iba en serio?
Las dos me miran a través del retrovisor central y sonríen.
—Sí, claro que iba en serio. Si te gusta, prefiero alquilársela a
alguien de confianza.
—Está bien, pues si os va bien, me la enseñáis después si la cosa
no se complica, porque dormir en un hotel donde te lo hacen todo está
bien para unas semanas, pero me estoy agobiando, necesito tener mi
casa.
—Claro, después vamos.
Llegamos a la calle de Heredia y tenemos la suerte de encontrar
sitio para aparcar.
—Su coche está allí —señala Teloy al otro lado de la acera—,
tiene que estar en casa.
Eso me alivia mucho, si está aquí, con un poco de suerte no se
habrá metido en líos.
Al llamar a su timbre del portal, no contesta, pero tras un par de
minutos, aprovechamos que sale un vecino para entrar nosotras.
Subimos hasta su planta y Arlet es la que llama al timbre, pero la
operación se repite, Heredia no abre y, de repente, Teloy aporrea la
puerta.
—¡Abre de una vez, gitana, sabemos que estás aquí!
—Vaya —digo divertida—, si llamas así a mi casa, no sé si te abro
o llamo a la policía.
Arlet se ríe.
—Cállate, pelona —dice Vania y vuelve a aporrear la puerta—.
¡No vamos a marcharnos, gitana, tenemos toda la tarde libre, así que tú
misma!
Otra vez la aporrea y después se masajea la mano.
—Le podéis dar vosotras también, que esto pica —dice señalando
la puerta.
—Yo no voy a golpearla como una mamporrera —dice Arlet
espantada.
—Yo sí —digo situándome delante, y justo cuando voy a
golpearla, la puerta se abre y me encuentro con Heredia, que cuando
nos ve, deja la puerta abierta y se vuelve hacia el interior.
Me quedo un poco impactada con la imagen tan triste que
proyecta, vestida con el pijama, descalza y despeinada como si no se
hubiera levantado del sofá en todo el fin de semana.
—Joder —masculla Vania.
—Entremos —ordena Arlet.
Cuando llegamos al salón, mis presentimientos se cumplen.
Maribel se ha sentado en el sofá y se ha tapado con una manta. La
mesa está llena de porquerías y latas de refrescos.
—¿Por qué no coges el teléfono? —pregunta Teloy mientras Arlet,
de manera mecánica, comienza a recogerlo todo.
—Le he quitado el sonido, está por allí —contesta Heredia y
señala un sillón.
—¿Y por qué has hecho eso? —pregunto sentándome a sus pies.
—Porque esa inspectora me volvió a llamar el sábado, primero por
la mañana y después al mediodía, y ya estoy harta, no pienso moverme
de aquí hasta que todo esto acabe —zanja sin mirarnos.
—Así no se hacen las cosas, gitana —salta Vania—, no puedes
quedarte aquí y hacer ver que no pasa nada. Tienes un trabajo, ni
siquiera has llamado para decir que no ibas.
Heredia nos mira un instante y noto cierta vergüenza en su
expresión, pero también una tristeza extrema y un agobio que ya no
sabe gestionar.
—Vania está en lo cierto, esta no es la solución. Esa inspectora
solo hace su trabajo y si te hundes así, solo harás que piense que tiene
razón y escondes algo —le digo colocando una mano en su tobillo.
—Me da igual lo que piense, si quiere hablar conmigo, que venga
y me lleve detenida, de lo contrario, no pienso darle la posibilidad de
verme.
—Puedo hablar con los abogados del hospital, Maribel —dice
Arlet sentándose a su lado—, estoy segura de que alguna traba podrán
ponerle a la inspectora para que no se presente en el trabajo si no está
justificado. Allí estarás a salvo, y podemos venir a buscarte y traerte
para que no estés sola en ningún momento.
—Yo puedo quedarme aquí contigo, gitana —le digo y ella me
sonríe mientras niega.
—Os lo agradezco, pero quiero estar sola. Siento no haber avisado
—le dice a Arlet—, cogeré una baja o me lo quitas de las vacaciones,
pero por favor, no insistáis y dejadme sola, necesito estar tranquila
unos días —dice frotándose las sienes.
Las tres nos miramos entre nosotras, preocupadas, hasta que
Vania, que es la que mejor la conoce, asiente.
—Está bien —dice Arlet—, haré que te firmen una baja por
ansiedad y te daremos un poco de espacio, pero no creas que no vamos
a venir para ver cómo estás.
Me levanto muy turbada, me apetece besarla y abrazarla, pero está
tan tensa y a la defensiva, que no me atrevo a acercarme y al final,
termino por marcharme junto a Arlet y Vania.
—Espero que pillen al tonto de su hermano de una puta vez —
masculla Teloy mientras bajamos por las escaleras—, como me entere
yo de dónde está, os juro que llamo a esa inspectora de inmediato.
Yo no puedo estar más de acuerdo con ella, esto no acabará hasta
que toda esa banda esté detenida.
—Bueno, vamos a calmarnos un poco. Maribel es fuerte, solo
necesita un poco de espacio para digerir esto, ya veréis como en unos
días se le pasa, ahora vamos a ver la casa y así nos despejamos —trata
de animarnos Arlet.
Intento que sus palabras me reconforten, pero la realidad es que
estoy muy enfadada con Heredia, me jode que no haya querido hablar
conmigo o que después de la noche que pasamos juntas, ni siquiera me
haya contestado al teléfono y me haya matado de preocupación
durante todo el fin de semana y el día de hoy.

—Bueno, ¿qué te parece? —pregunta Arlet cuando termina de


enseñarme su casa—. Solo he cambiado algunas cosas, pero en
general, está igual que siempre.
—Y si te gusta la playa, puedes ir a pie —añade Teloy.
—No hace falta que me la vendáis, me la quedo —zanjo sin dejar
de mirarlo todo, me encanta, Arlet siempre tuvo muy buen gusto para
la decoración.
Capítulo 18

Vania Teloy
Martes, 24 de enero de 2023

—Hola, Teloy, ¿me has llamado? —pregunta la doctora Márquez


cuando me encuentra en urgencias.
—Sí, ven conmigo —digo cogiéndola por el brazo y arrastrándola
a paso rápido hacia una de las salas de descanso.
—¿Qué haces? ¿No me has llamado para una consulta? —
pregunta acompasando su paso con el mío.
—No, es para otra cosa.
Abro la puerta de la sala y accedemos, dentro ya nos está
esperando Arlet.
—¿Qué coño pasa aquí? —pregunta Estel cuando cierro la puerta
—. ¿Heredia está bien?
—Suponemos que no se ha movido de su casa —contesta Arlet—.
Siéntate un momento —le pide señalando el sofá.
—Me estáis asustando —se queja la pelona.
—No has de asustarte, te hemos llamado porque tenemos un
dilema y como tú estás tan implicada con Maribel —explica Arlet—,
hemos pensado que también debes estar aquí y opinar.
—Vale, ¿sobre qué debo opinar?
—Una ambulancia acaba de traer al padre de la gitana con lo que
parece un amago de infarto, lo está atendiendo Asensio —le explico y
a la pelona se le congela la expresión.
—Joder, qué putada, ¿y está bien? —pregunta tras unos segundos.
—Sí, está estable.
—¿Heredia lo sabe?
—Ese es el dilema —dice Arlet—, que no sabemos si debemos
decírselo o no. Viene acompañado por su tío, quiero decir, el tío de
Heredia, hermano del padre, que también estaba en el huerto cuando
llamaron a Maribel. No estamos seguras de que sea bueno para ella
estar aquí. Si se entera la inspectora, podría machacarla más pensando
que le han contado algo.
—Pero es su padre, tiene derecho a saber que está aquí —dice
Estel resoplando.
—Ya —contesta Arlet—, pero su propia familia no la ha avisado,
de haberlo hecho, ya estaría aquí, por eso dudamos tanto.
—¿Por qué creéis que no lo han hecho?
—Supongo que para protegerla —contesto apoyada en una mesa
—, la gitana siempre ha sido el ojito derecho de su padre.
—Pues para ser el ojito derecho no ha dudado en meterla en este
lío —protesta la pelona.
—Israel también es su hijo, y era su sobrino el que estaba herido.
Son su sangre, también tiene que protegerlos a ellos.
—Sí, tienes razón. En cualquier caso, yo sigo pensando que hay
que decírselo.
—Pues si todas estamos de acuerdo —digo sacando el móvil.
Arlet me mira y asiente, así que marco el número de la gitana y
como ya me temía, no me responde ni la primera ni la segunda vez que
lo intento.
—Me parece increíble su comportamiento —se exaspera Estel y
yo tengo que aguantarme la risa—. ¿Qué adulto medianamente
responsable se comporta así?
—Está agobiada, pelona, déjala que respire un poco —digo en su
defensa.
Estoy de acuerdo con Estel, no me parece la mejor de las
reacciones la que está teniendo la gitana, pero es mi amiga y la respeto.
—Pues si queremos avisarla habrá que ir a su casa, porque algo así
no se lo podemos decir por un mensaje —opina Arlet.
—Voy yo —se ofrece Estel, y por su tono, no parece algo que se
pueda negociar—. Hoy no tengo consultas y ya he hecho las rondas
por planta, me puedo escapar.
Arlet mira la hora y asiente.
—Haré ver que no te he visto —dice con los ojos en blanco.
—Sí, eso —aplaude Estel.
—Perfecto, tú ve a buscar a la gitana, yo voy a tener una pequeña
charla con su padre antes de que ella llegue —digo incorporándome.
—¿Qué charla? —Estel entorna los ojos—, ten cuidado, Teloy,
que tienes una lengua muy mordaz cuando estás de mal humor.
—No te preocupes, yo acompaño a la fiera para controlarla —
Arlet también se levanta y la pelona sonríe a la vez que abre la puerta.
—Heredia tiene suerte de tener unas amigas como vosotras —dice
imaginando nuestras intenciones.
—Haríamos lo mismo por ti, Estel —dice Arlet—. ¿Verdad,
Vania? —me da una torta en el hombro invitándome a contestar.
Estel no era santo de mi devoción cuando llegó, pero lo cierto es
que siempre me ha caído bien por muy prepotente que sea en
ocasiones.
—Siempre que no te pases con la gitana, porque como le hagas
algo…
Estel se ríe y Arlet me da un empujón.
—Guárdate la mala leche para el padre y el tío de Maribel —me
advierte señalándome con el dedo.
—Eso —la secunda Estel con una sonrisa chulesca antes de
marcharse.
Yo miro a Arlet y me rasco la cicatriz, después la cojo de la mano
y vamos juntas hacia los boxes, donde nos encontramos con Asensio.
—¿Cómo está? —le pregunta Arlet.
—Estable, la causa del amago probablemente haya sido la presión
a la que está sometido últimamente, al menos eso me ha contado su
hermano, dice que tiene mucho estrés.
—Ya —contesta Arlet.
Asensio no tiene ni idea de lo que sucede, pero estoy segura de
que si se entera, también querría decirle cuatro cosas para proteger a la
gitana.
—¿Podemos entrar a verlo? —le pregunto como si realmente solo
me interesase ver cómo se encuentra el padre de una amiga.
—Sí, claro, pero no estéis mucho rato, tiene que descansar.
—Tranquilo, serán cinco minutos —dice Arlet y él asiente,
después se mete las manos en los bolsillos y se marcha, dejándonos
solas delante de la puerta del box.
—¿Lista? —le pregunto a Arlet.
Como toda respuesta, ella abre la puerta.
—Hola, José. ¿Qué tal se encuentra? —pregunto volviendo a
cerrar.
—Vania —dice y sonríe—. Como si hubiera estado a punto de
darme un infarto —bromea, aunque ya no se ríe.
—Me alegro de que no haya sido así. Le presento a Arlet, una
compañera que también es amiga de su hija.
Decido omitir nuestra relación, no es algo que a él le interese ni el
motivo por el que estamos aquí.
—Hola, Arlet —saluda José—. Él es mi hermano Rufino, no sé si
le habías visto alguna vez —dice dirigiéndose a mí mientras señala al
tío de la gitana.
No lo había visto nunca, así que niego.
—Escuche, José, estamos al corriente de lo que pasa con su hijo y
su sobrino —digo haciendo que los dos se pongan muy serios.
—No podéis decir nada —amenaza su tío apoyando las manos en
la camilla de su hermano.
Noto como Arlet se tensa, pero le pongo una mano en la espalda y
la miro un momento para que se calme.
—Relájate, Rufino —pide el padre de la gitana—. Vania es de
confianza para Maribel, así que también lo es para nosotros.
—No deberían haberla metido en esto —digo alternando la mirada
entre ambos—, la policía no deja de presionarla y piensan que sabe
más de lo que dice.
—Maribel ha de ser fuerte, como todos —dice su padre, aunque
después baja la mirada, sé que le duele—. A mi mujer y a mí no dejan
de agobiarnos, ni a mi hermano —añade mirando a Rufino—, pero
hemos de aguantar el chaparrón hasta que esto pase.
—La policía no va a parar hasta que hayan detenido a sus hijos —
interviene Arlet por primera vez—, si saben dónde están, les conviene
decirles que se entreguen, les aseguro que eso será mucho mejor para
ellos que el hecho de que sea la policía la que los encuentre, y también
menos peligroso.
—A la familia no se la delata, se la protege —contesta Rufino.
—Maribel también es su familia, y no solo la están hundiendo, le
van a arruinar la carrera y ya saben lo mucho que le cuesta a alguien de
los suyos llegar a un puesto así. Deberían estar orgullosos de ella y no
meterla de cabeza en un pozo involucrándola en algo que no ha tenido
nada que ver —suelto aguantando las ganas de gritarles.
—Mi hija es fuerte —balbucea José, afectado.
—Me consta que usted también, y mire lo que le ha pasado.
¿Quiere que la gitana acabe así? O peor; sin trabajo. Entiendo que son
sus hijos y han de protegerlos, yo también haría todo lo posible por los
míos, pero no se olviden de Maribel, también es su hija —señalo a
José—, y le va a joder la vida.
Los dos hermanos se miran y aprietan la mandíbula, pero ninguno
dice nada.
—Espero que se recupere, José —digo con sinceridad antes de
salir del box.
Capítulo 19

Estel Márquez
Martes, 24 de enero de 2023

Aunque parezca algo absurdo, mi gran preocupación mientras


conduzco el coche de Arlet hasta el edificio de Heredia, es pensar en
cómo voy a conseguir que me abra la puerta del bloque si la muy
cabrona ignora el timbre y el teléfono, pero esta vez no tengo ni
siquiera que esperar a que algún vecino salga para colarme, ya que
tengo la suerte de encontrarme la puerta abierta porque están
limpiando la escalera.
Me disculpo con el chico que pasa la fregona por el portal por
pisarle lo fregado y subo hasta la planta de Heredia. Si Teloy fue poco
delicada llamando a su puerta, me descubro siendo más impertinente y
escandalosa cuando comienzo a golpearla con la mano abierta.
—¡Maribel, soy Estel, abre! —exijo sin parar de dar golpes.
Me doy cuenta de que estoy muy enfadada con ella por su actitud
y que estoy descargando mi frustración contra la pobre madera. Dejo
de golpear para masajearme la mano y aprovecho para pegar el oído a
la puerta para ver si escucho movimiento en el interior, pero al no
hacerlo, me enciendo todavía más y vuelvo a golpear con más fuerza.
—¡Ábreme, gitana! —grito indignada.
Ella no me abre, pero de inmediato se abre la puerta de enfrente y
sale un señor de mediana edad en pantalón de pijama y camiseta.
—Señora, ¿ocurre algo? —pregunta mirándome de arriba abajo.
—No, nada, mi amiga, que está un poco sorda —respondo y le
doy la espalda.
—Debería hacer menos ruido, hay vecinos que todavía duermen
—aconseja con un tono menos amable.
Miro la hora, son más de las once de la mañana.
—A esta hora puedo hacer todo el ruido que quiera, si no le gusta,
llame a la policía, de lo contrario, vuelva dentro y déjeme en paz.
El hombre me mira con la cara desencajada tras mi respuesta
cortante y borde. Se mete en su casa y cierra la puerta mientras yo
pienso en que debo moderar un poco mi carácter, aunque es culpa de la
gitana, que me saca de quicio. Vuelvo a dar un manotazo fuerte,
dispuesta a gritarle que me abra, y me hago tanto daño en la palma de
la mano, que no puedo vocalizar y me la tengo que coger con la otra
mano para calmar el escozor.
—Mierda —mascullo rabiosa justo cuando la puerta se abre.
—Eres una escandalosa —dice Maribel, vestida solo con una
camiseta larga.
Ni siquiera sé si lleva ropa interior, solo que acaba de salir de la
ducha porque tiene su larga melena mojada. Me excita tanto verla, que
por un momento me olvido de todo, del escozor de mi mano y de lo
más importante, el motivo por el que estoy aquí. Quiero gritarle que
me tiene harta con su comportamiento, pero en lugar de eso, solo
puedo devorarla con la mirada.
—¿Quieres algo? —pregunta con descaro, consciente de que tiene
la sartén por el mango y puede hacer conmigo lo que quiera.
—Te quiero a ti —me escucho decir sin poder controlar mi lengua.
La gitana, a pesar de esas ojeras que últimamente marcan su
expresión, sonríe levemente antes de cogerme del abrigo, arrastrarme
dentro y cerrar la puerta de un portazo después de aprisionarme con su
cuerpo y comenzar a besarme como si hiciera meses que no nos
vemos.
El fuego me arde por dentro y me cuesta mucho pensar cuando sus
manos comienzan a colarse por debajo de mi ropa, provocando
intensas descargas que estallan en mi sexo y derivan en jadeos contra
su boca. Hundo las manos en su pelo y le sostengo la cabeza mientras
la beso con un hambre inaudita.
Heredia va guiando mi cuerpo con el suyo hacia el interior de su
piso y, cuando me quiero dar cuenta, ya hemos llegado hasta el sofá, se
ha deshecho de mi abrigo y me está quitando el jersey.
—Eres insoportable —susurro entre jadeos y ella sonríe antes de
quitarse la camiseta y confirmar mi sospecha de que solo iba con
bragas—. Dios mío, eres un puto pecado —digo mirando su cuerpo
como si fuera algún tipo de manjar prohibido.
Heredia se muerde ambos labios y me empuja contra el sofá,
donde me dejo caer hasta sentarme para permitir que ella se suba sobre
mí a horcajadas.
—Estaba deseando verte —confiesa mientras me da besos en el
cuello.
La corriente me recorre en todas direcciones hasta que el
pensamiento de que ayer estuve aquí, me atraviesa la mente y me
devuelve la lucidez que ella, con su embrujo, me ha quitado en cuanto
me ha abierto la puerta.
—Estuve aquí ayer y me ignoraste —no es lo que quería decirle,
lo importante es lo de su padre, pero estoy tan cabreada con ella, que
no he podido aguantarme.
—Ayer era un mal día, y no estábamos solas —argumenta y se
separa un poco, mirándome con sus ojos rasgados que, de ser de otra,
me intimidarían.
—¿Y hoy es un día mejor?
—Solo si no lo estropeas —dice tratando de silenciarme poniendo
su dedo en mi boca.
Siento una enorme tentación de abrir los labios y chuparlo, pero
debo imponer mi autocontrol, así que le cojo la mano y se la aparto.
—Estoy cabreadísima contigo, gitana —digo y ella esboza una
sonrisilla macarra que me enfada porque es mortalmente seductora—,
pero ya hablaremos de eso en otro momento, ahora he venido por otra
cosa más importante.
Me aparto el pelo de la cara y me lo recojo en una cola baja. Ella
me mira y no dice nada, como si calibrase mi expresión.
—¿Qué pasa? ¿Ha ido a verte la inspectora?
—No, no ha venido, es por tu padre.
—¿Mi padre?
—Sí —le pongo una mano en la cintura—, no te preocupes porque
está perfectamente, pero está en urgencias.
Sus cejas se elevan y durante unos segundos, se queda en silencio,
hasta que reacciona y se agarra a mi mano sin disimular el susto que
comienza a subirle por el cuerpo.
—¿Qué le pasa?
—Un amago de infarto, pero ya está controlado y está estable.
—¿Y por qué nadie me ha dicho nada? —pregunta irritada
mientras se levanta.
Yo también me pongo en pie, con ganas de darle un par de
bofetones para que espabile.
—Porque no coges el maldito teléfono, Maribel. ¿Por qué te
piensas que he tenido que venir hasta aquí? Teloy te ha llamado, pero
como llevas haciendo desde el sábado, no has contestado.
Heredia mira su teléfono, colocado bocabajo sobre la mesa donde
come, y baja la mirada con gesto derrotado.
—Vístete —digo carraspeando para aclararme la voz, llevo tal
calentón, que me parece imposible bajarlo—, te llevo al hospital.
Maribel no me contesta y coge su teléfono, lo desbloquea y
deduzco que comprueba que de verdad Teloy la ha llamado, lo que me
ofende un poco y me hace estar todavía más irritada con ella. Vuelve a
dejar el teléfono, después coge la camiseta y se la pone.
—¿Qué haces? —pregunto confusa—. ¿No te vistes?
—No voy a ir.
—¿No vas a ir? —repito descolocada.
—Nadie de mi familia me ha llamado para decírmelo, así que
deduzco que no me quieren por allí. A lo mejor vieron a la policía por
el huerto y ya han llegado a la conclusión de que solo he podido ser yo
la chivata que los ha vendido.
—Tú no has vendido a nadie, Maribel, mandaste allí a la policía
porque sabías que ya no estaban —le recuerdo tratando de aliviarla.
—Pero eso mi familia no lo sabe. Seguro que algún amigo de mi
padre vio a la policía y se lo ha dicho.
—Venga ya, gitana —digo frustrada.
—Mi padre no me ha vuelto a llamar desde que le entregué la caja
de pastillas para mi primo.
—¿Qué caja de pastillas? —pregunto sin entender nada.
—Eso da igual, la cuestión es que ya no se fían de mí, por eso no
me llamaron ni siquiera cuando la policía fue a verlos.
Tiene el rostro desencajado de nuevo, ha pasado de ser la mujer
fuerte que conozco y que me he encontrado cuando he llegado, a ser
esa mujer asustada, vulnerable y triste que vimos ayer refugiada en su
sofá.
—A lo mejor lo hicieron para protegerte, Heredia, para no
implicarte más.
—Te agradezco que hayas venido para avisarme, pelona, pero
quiero estar sola.
No me gusta la situación y quiero negarme, decirle que me quedo
aunque no le guste, pero no puedo olvidarme de que todavía estoy en
horario laboral y debo volver, además, quiero respetarla.
—Está bien —acepto resignada.
Me recoloco la ropa, me pongo el jersey y el abrigo y me acerco a
ella.
—Si necesitas algo llámame, por favor —le suplico susurrando,
antes de darle un beso en los labios.
—Solo necesito que me avises si la situación de mi padre empeora
—contesta compungida—, prometo que leeré los mensajes.
—De acuerdo —le doy otro beso y me marcho con un nudo en la
boca del estómago.
Capítulo 20

Vania Teloy
Miércoles, 25 de enero de 2023

Estoy en urgencias, es media mañana y Asensio y yo estamos


comentando un caso cuando un auxiliar al que no conozco de nada, se
me acerca y llama mi atención.
—Perdonen que les interrumpa. ¿Es usted la doctora Teloy?
—Sí, ¿quieres algo? —pregunto intrigada.
—Vengo de la planta de cardiología, me envía un paciente para
avisarla —dice algo avergonzado.
—Eres celador, no recadero —le dice Asensio y el chico enrojece
y baja la mirada.
—Lo sé, pero ha insistido.
—¿José Heredia? —pregunto adivinando la respuesta.
Es el único paciente de cardiología al que conozco, y también el
único capaz de intimidar a alguien del personal para conseguir lo que
quiere.
—Sí —contesta abriendo mucho los ojos—, me ha pedido que le
diga que vaya a verle, que es urgente.
—¿Se está muriendo? —pregunto seria.
Abel se aguanta la risa mientras que el chico se pone blanco como
las sábanas de las camillas.
—No, creo que no —balbucea agobiado.
—Bien, en ese caso, dile que iré cuando pueda.
—De acuerdo —dice y se da la vuelta.
—Menuda cara tiene el padre de Heredia —se ríe Asensio.
Yo sonrío de manera forzada, porque él no conoce la situación y
no se la voy a contar, pero no me apetece reírme.
—La verdad es que sí —digo con una mueca de circunstancias—,
en fin, voy a ver qué quiere antes de que haga que el chaval se cague
en los pantalones.
—Sí, ve —dice Abel riendo.
Entro en la habitación sin llamar, y me lo encuentro a él y a su
hermano Rufino, que no se ha separado de José desde que Asensio le
dijo que lo iba a ingresar al menos veinticuatro horas para seguir su
evolución.
—Buenos días, ¿qué tal se encuentra hoy?
—De maravilla, ya se lo he dicho a una doctora muy maja que ha
venido a verme a primera hora, pero dice que es mejor que pase aquí
otro día más —contesta poco conforme.
—Si la doctora lo dice, tiene que hacerle caso.
—Qué remedio, mi Maribel me diría de todo si se entera de que
me porto mal en su hospital —dice y se ríe con cierto gesto travieso.
—No lo dude. ¿Quería verme, José?
—Sí, Vania, necesito que me hagas un favor.
Me pongo tensa como un junco, me inquieta mucho lo que me
pueda pedir.
—Lo intentaré. ¿De qué se trata?
—Hemos llamado a la inspectora para hablar con ella —explica
mirando a su hermano, que asiente como si llegar a esa decisión, les
hubiera costado mucho—. Ha dicho que vendrá en media hora, eso ha
sido hace diez minutos más o menos.
—De acuerdo… —digo sin comprender nada.
—Quiero que la otra chica y tú estéis delante cuando hablemos
con ella, como testigos.
—¿Qué chica? ¿Arlet? —pregunto tratando de situarme.
—Sí, la que vino contigo ayer, cuantas más testigos, mejor —
concluye asintiendo.
—José, yo por la gitana hago lo que sea, incluyendo ayudar a su
padre, pero no me irá usted a meter en ningún lío o comprometerme
con nada, ¿verdad? —pregunto con un tono algo amenazante que lo
hace sonreír.
—No te preocupes, bonita, tienes mi palabra —dice y se besa los
dedos—, de que no os vamos a meter en problemas. Solo necesito
testigos que presencien la conversación que vamos a tener con esa
policía.
—Está bien, voy a confiar en usted —acepto tras pensarlo unos
instantes—, voy a buscar a Arlet y vuelvo enseguida.
Antes de ir a buscarla, aviso a Asensio para que me cubra media
hora, no sé qué es lo que pretende el padre de la gitana, pero me
interesa estar ahí para averiguarlo.
—¿Por qué quiere que seamos testigos? —pregunta Arlet en
cuanto le explico lo que me ha pedido.
—No tengo ni idea, solo espero que no acabemos siendo
sospechosas nosotras también —digo y ella me mira con cara de susto
—. Es broma, no puede implicarnos.
—A mí no, pero tú estuviste en el huerto con Estel. ¿Y si alguien
os vio allí y se lo ha dicho?
Detengo el paso en seco, ahora la que tiene cara de susto soy yo.
—Me ha jurado que no nos meterá en un lío, además, si quisiera
hacer eso, ¿por qué iba a pedirnos que estuviéramos presentes?
—Ya, joder, es que esta situación es un asco, tengo ganas de que
termine.
Cuando salimos del ascensor, se abren las puertas de acceso de las
escaleras y por ella aparece la inspectora con su compañera.
—Buenos días —saluda con una sonrisa algo chulesca—, las
encuentro en todas partes.
—Ya, pues va a tener que aguantarnos un rato más, porque el
señor Heredia quiere que estemos presentes mientras habla con usted
—contesto con una sonrisa satisfecha.
Arlet me clava el codo en las costillas.
—¿Y eso por qué? —pregunta sin detener el paso.
—Ni idea, eso se lo va a tener que preguntar a él —responde Arlet
—. Es aquí.
Entramos en la habitación y la subinspectora cierra la puerta para
evitar que alguien de fuera pueda escuchar nada. Lo primero que hace
la inspectora es interesarse por el estado de salud de José, lo que me
deja claro que no es una gilipollas, sino alguien que solo hace su
trabajo.
—Bueno, señor Heredia. Me ha llamado usted y aquí me tiene,
¿me explica por qué quiere la presencia de las doctoras durante la
conversación?
—Quiero que haya testigos, porque quiero hacer un trato con usted
y no se ofenda, pero no me fío de la policía.
—Ya —la inspectora Blanco sonríe y mira a la subinspectora.
—¿Hay algún problema para que se queden? —pregunta Rufino
señalándonos.
—Por mi parte, ninguno, siempre que no intervengan en la
conversación salvo que se les pregunte —la inspectora nos mira a
nosotras y las dos asentimos—. Excelente, si todos lo tenemos claro,
empiece, señor Heredia, ¿cuál es ese trato? Porque desde ya le
advierto, que no tengo autoridad para concederle nada, eso lo ha de
hacer un juez.
—Esto que voy a pedirle, sí que puede hacerlo —dice José muy
convencido.
—¿Y qué es? —pregunta la inspectora.
—Nosotros le contamos lo que sabemos de Israel y Manuel y a
cambio usted deja fuera de todo esto a mi hija Maribel, y cuando digo
fuera, es fuera —dice señalándola con el dedo—, no vuelve usted a
hablar con ella nunca.
—No puedo prometerle eso, si la investigación me lleva a pensar
que Maribel ha tenido algo que ver, no la voy a dejar fuera.
—Eso no va a pasar, porque ella no tuvo nada que ver.
El señor Heredia y su hermano comienzan a narrarle a la
inspectora que aquella noche estaban durmiendo y sobre las dos de la
mañana, Israel llamó a su padre para pedirle ayuda. Le contó que se
habían metido en un lío muy serio, que fuesen discretos y acudiesen al
huerto. José llamó a su hermano Rufino y ambos acudieron para ver
qué sucedía. Fue allí cuando descubrieron que Manuel estaba herido y
el momento en el que decidieron llamar a la gitana para que lo curase.
—No íbamos a delatar a nuestros hijos y usted ha de entenderlo —
dice Rufino—, pero mi sobrina solo fue allí porque nosotros se lo
pedimos, ni siquiera le contamos lo que había pasado, solo le exigimos
que curase a mi hijo y después le pedimos que se marchase y no
hablase con nadie de lo que había visto.
—Está bien, vamos a suponer que les creo, aunque deben saber
que seguiré haciendo algunas comprobaciones. Yo les prometo no
molestar más a Maribel, pero a cambio quiero que me entreguen a la
banda, es lo que hemos pactado.
—No sabemos dónde están —dice José—, y usted no puede faltar
a su palabra porque ha hecho un trato con nosotros delante de estas
doctoras.
—Un trato que acaba de romperse —se enfada la inspectora y no
me extraña—, ustedes han dicho que me dirían lo que saben.
—Y somos hombres de palabra —dice Rufino—. Estuvieron en el
huerto un par de días para que Manuel descansara, pero cuando vimos
que la policía comenzaba a hacer preguntas, les dimos un coche y
dinero para que se fueran.
—Joder —cabecea la inspectora mientras la subinspectora toma
notas—. ¿Qué coche? Quiero el modelo y la matrícula. O me dan algo
tangible, o el trato se va a la mierda.
—Un Seat Toledo de color gris —contesta el padre de la gitana—,
era de un chaval del barrio, se lo compré por quinientos euros.
—La matrícula —exige la subinspectora.
—¿Cree que nos la sabemos de memoria? —contesta Rufino—, la
tendrán que buscar ustedes.
La inspectora suelta un bufido y asiente, yo miro a Arlet, que
permanece inmóvil, observando la escena con cara de espanto.
—¿Cómo se llama el dueño del coche? —interviene de nuevo la
subinspectora—, porque imagino que no han hecho el cambio de
titularidad.
—Imagina bien —contesta Rufino—. Se llama Asier Montoya
Reyes, es un buen chavalillo, un poco corto, pero muy currante.
—Ya, no crean que no sé que a estas alturas ya habrán cruzado la
frontera y abandonado el vehículo, pero les aseguro que los vamos a
localizar, tenemos muy buena relación con las autoridades francesas —
dice la inspectora sin ocultar su disgusto.
—No lo pongo en duda, señora policía —dice el padre de Heredia
—, y con sinceridad le digo, que espero que lo haga, yo no me he
matado a trabajar para darle una vida mejor a mis hijos y que Israel la
desperdicie por seguir a los descerebrados de sus amiguitos. Un buen
susto lo hará entrar en razón, pero comprenderá que es mi hijo, y yo no
se lo voy a entregar.
—Atropellaron de gravedad a un policía, no solo se les va a acusar
de robo con allanamiento si los cogemos, señor Heredia.
—Me hago cargo —dice José.
—Bien, espero que se recupere.
La inspectora y su compañera salen de la habitación, y Arlet y yo,
después de cruzar una mirada, no dudamos en seguirlas.
—Espere, inspectora —le pide Arlet en el pasillo.
La inspectora Blanco detiene el paso y se gira hacia nosotras.
—¿Va a cumplir su palabra? ¿Dejará tranquila a la gitana? —le
pregunto mirándola a los ojos.
—A Maribel Heredia la tengo descartada desde que comprobamos
su coartada y sus movimientos previos al momento del atraco —
contesta haciendo que me hierva la sangre.
—¿Y entonces por qué coño la ha estado presionando tanto? —
exijo saber sin ocultar mi cabreo.
—Vania, cálmate —me pide Arlet.
La miro queriendo contestarle que no quiero, pero me contengo
porque ella no tiene la culpa.
—Maribel era la única baza que teníamos para presionar a su
padre. Sabemos que esa noche Israel lo había llamado, pero no había
manera de que nos dijera dónde estaba, así que cuando supimos que su
otra hija era doctora y también el orgullo de su padre, comenzamos a
rondarla con la esperanza de que el miedo por ella lo hiciera hablar.
—Casi le provoca un infarto a ese hombre —digo señalando la
puerta de la habitación.
—No se equivoque, doctora Teloy, yo no le he provocado nada, se
lo ha provocado él solo.
—Maribel ha cogido la baja por su culpa —salta Arlet.
—No estoy orgullosa de lo que he hecho, pero a veces en mi
trabajo, hay que hacer ciertas cosas para conseguir resultados. Ahora si
me disculpan, tengo que marcharme, que pasen un buen día.
Mientras las observo alejarse, siento alivio. Ni siquiera puedo
odiarlas porque sé que hacen su trabajo, además, acaba de confirmar
que van a dejar tranquila a la gitana, y eso es lo único que me importa.
—Vamos a buscar a Estel para decírselo —dice Arlet sacándome
del trance en el que me he quedado.
—¿Te importa decírselo tú? Le he dicho a Asensio que necesitaba
media hora y ya pasan casi tres cuartos.
—Claro, ve —dice y me da un beso.
Capítulo 21

Vania Teloy
Miércoles, 25 de enero de 2023

No hace ni un cuarto de hora que he vuelto a urgencias cuando


Asensio me avisa de que llega una ambulancia con una mujer que ha
sufrido lesiones tras un accidente de tráfico.
—¿Graves? —pregunto poniéndome los guantes.
—Aparentemente, no, pero encárgate tú. Está llegando.
—Está bien.
Voy directa hacia el pasillo por el que entran las camillas y, al
momento, las puertas se abren y el enfermero de la ambulancia me
pone al corriente de la situación. Lo escucho atenta, aunque sin dejar
de mirar con asombro a la paciente, la inspectora Blanco, que me mira
desde la camilla como si todavía estuviera procesando lo que ha
pasado. A su lado, va la subinspectora Jeréz sujetándose una gasa en la
barbilla.
—Hola otra vez —le digo a la inspectora ayudando a empujar su
camilla—, que alguien se ocupe de ella —añado señalando a la
subinspectora.
—No —se niega tajante—, esto no es nada, yo voy con ella.
No tengo ganas de discutir, y como parece muy lúcida y por lo que
me han contado el golpe no ha sido fuerte, decido ceder y dejo que
entre con nosotras en el box. La inspectora, además de un chichón en
la frente, lo único que tiene según me han contado, es una muñeca
dislocada.
—¿Me cuenta qué ha pasado? —le pregunto mientras la examino
para asegurarme de que su mente funciona como debe y no tiene más
lesiones.
—Un gilipollas se ha saltado una señal de stop —salta la
subinspectora sin ocultar su mal humor.
—Algo me han contado, pero le estoy preguntando a ella —le
digo acompañando mis palabras con una mirada reprobatoria.
—A mí no me mande a callar —suelta mientras se toca los
enormes aros que lleva en las orejas.
—Lo que te voy a mandar es fuera como no cierres la boca —
suelto dejándole claro quién manda—. Te dejo estar aquí por pura
cortesía, pero si no te comportas, te saco al pasillo.
A la subinspectora se le inflan los mofletes cuando trata de
contener la rabia.
—Saray —dice la inspectora—, calladita, y no me hagas enfadar.
La subinspectora chasquea la lengua como una niña después de
una reprimenda y yo tengo que aguantarme las ganas de reír. Aunque
no me guste lo que le ha hecho a la gitana, debo reconocer que con la
inspectora me pasa igual que cuando conocí a la pelona, me cae bien a
pesar de que debería odiarla.
Los siguientes minutos los paso examinándola y haciéndole
preguntas, la inspectora contesta sin ocultar la frustración que siente
por estar ahí mientras que la subinspectora hace algunas llamadas y
dicta las órdenes que su jefa le va dando.
—Necesito que me dé el alta, doctora, no puedo estar aquí
perdiendo el tiempo —dice agobiada mientras le quito la cédula que le
han puesto en el brazo lesionado.
—Le daré el alta cuando considere que debo hacerlo, si la quiere
antes, tendrá que solicitar el alta voluntaria —contesto cortante,
arqueando las cejas cuando veo la inflamación que tiene en la muñeca.
—Se lo está pasando bien, ¿verdad? —pregunta la inspectora
mirándome con ojos afilados.
—No se crea, no disfruto con el dolor ajeno, pero reconozco que
me gusta que sepa lo que se siente cuando no se está al mando, así
sabrá lo vulnerable que se ha sentido la gitana.
—¿Por qué dejas que te hable así? —salta la subinspectora con la
gasa aplastada sobre la cara.
—Saray, ya vale —dice la inspectora con voz cansina.
—No me lo diga, subinspectora, conducía usted y está frustrada
por no haber visto venir a ese tipo —suelto con toda la intención de
provocarla.
La tal Saray se yergue como un pavo, pero de nuevo, la inspectora
la detiene haciendo un simple gesto con la mano buena.
—Veo que sabe cómo calmar a la fiera —digo al mismo tiempo
que subo las barandas de la camilla.
—Doctora —dice la inspectora conteniendo una sonrisilla—,
bastante tengo con mantenerla a raya a ella como para tener que
hacerlo también con usted, se lo pido por favor —añade elevando una
ceja.
—Está bien —concedo—, creo que solo está dislocada, pero tengo
que hacerle una radiografía para confirmarlo.
Llamo a una enfermera y pido que la lleven a rayos y, cuando lo
hacen, me quedo a solas con la subinspectora.
—Quítese la gasa de la cara, quiero ver lo que tiene ahí —le pido
justo cuando la puerta del box se abre y entran dos chicas con la cara
desencajada.
La primera de ellas se lanza sobre la subinspectora y la besa
mientras le pregunta varias veces cómo se encuentra, la otra, sin
embargo, está muy quieta y me mira con cara de susto.
—¿Dónde está Ruth? —me pregunta con la voz temblona.
—¿Te refieres a la inspectora?
—Sí.
—Se la han llevado a hacer una radiografía, Alba —contesta la
subinspectora—, no te preocupes, que está bien.
—¿Y tú? —le pregunta la otra con los brazos en jarras,
demostrando que tiene la misma cantidad de carácter que ella—. ¿A ti
por qué no te han curado eso que tienes en la cara?
—Yo qué sé, Lola, no dejo de pedírselo a la doctora, pero no me
hace caso —suelta y me mira con gesto retador.
La tal Lola se vuelve hacia mí.
—¿Y eso por qué? —exige sin perder esa postura airada.
—¿Es tu pareja? —le pregunto señalando a la subinspectora
mientras me acerco.
—Sí, lo es —contesta ella un poco descolocada.
—Pues si lo es, me imagino que debes conocerla bastante y sabrás
que es un poco imbécil —suelto y las tres me miran con los ojos muy
abiertos—. Estoy intentando curarla y no se deja, y sinceramente, a mí
me da igual que le quede una cicatriz enorme en esa cara de chula, yo
también tengo una y estoy muy orgullosa —digo y me señalo—, pero
si no la quieres tener, quítate la gasa y déjame trabajar de una puta vez.
—Ala —dice la tal Alba sonriendo—, a esta no le das miedo.
—Discúlpela, doctora —dice Lola—, mi novia a veces es un poco
gilipollas, pero ahora mismo se quita la gasa para que la cure, ¿a que
sí, Saray?
Saray suelta un bufido y, rendida, aparta la gasa para dejar a la
vista un corte bastante profundo.
—Vas a necesitar puntos —digo mientras lo limpio.
—Pues espero que sepa coser, doctora, porque no voy a dejar que
nadie más lo haga —dice la subinspectora cuando la puerta se abre y
traen de vuelta a la inspectora.
—¿Ahora te fías de mí?
—Yo no he dicho que no me fíe, solo que eres un poco chula —
contesta mirando a su jefa.
—Ya —sonrío—, pues vas a tener que esperar unos segundos,
primero voy a ocuparme de ella.
Me acerco a la inspectora después de confirmar con la radiografía
que se trata de una dislocación. Aprovecho que está distraída
explicándole a su novia lo que ha pasado para hacer lo que mejor se
me da y recolocarlo en su sitio.
—Joder —exclama con un aullido de dolor.
La tal Alba me mira blanca como un papel y yo alzo las manos
como si fuera inocente.
—Es mejor hacerlo así que avisando previamente —le aseguro
antes de pedirle a una enfermera que se lo vende.
—¿Ha disfrutado, doctora? —pregunta la inspectora sonriendo.
—Un poco —reconozco haciendo un gesto con los dedos.
—He cambiado de opinión, quiero que me cosa otra doctora —
pide Saray provocando la risa de todas.
Capítulo 22

Estel Márquez
Martes, 24 de enero de 2023

Al terminar mi turno lo primero que hago es comprobar el móvil, pero


Heredia sigue sin devolverme la llamada. Cuando Arlet me ha
explicado lo que ha hecho su padre y que la inspectora les ha dejado
claro que la gitana está fuera de toda sospecha, lo primero que he
hecho ha sido llamarla para decirle que ya podía dejar de esconderse,
pero como ya me temía, no me lo ha cogido, en su lugar, me ha
enviado un mensaje preguntando si su padre estaba bien, yo le he
contestado que sí y me ha devuelto otro pidiendo que en ese caso, la
dejase tranquila.
—Tengo muchas ganas de matarla, Arlet, en serio, así, con mis
propias manos —le he dicho haciendo un gesto que le ha provocado un
ataque repentino de risa.
—La verdad es que hacéis muy buena pareja, las dos sois igual de
raritas —ha dicho entre risas y para mi disgusto.
—¿De verdad me estás comparando con ella? Yo enfrento los
problemas, Arlet, no me escondo.
Cuando ha arqueado una ceja y se ha cruzado de brazos, me he
dado cuenta de la metedura de pata, porque con ella hice justo lo
contrario.
—Aquello fue diferente —he dicho en mi defensa.
—¿Me explicas en qué? Tenías un problema y saliste huyendo,
Heredia tiene otro y se esconde en su casa, yo no veo cuál es la
diferencia.
—Vale, tienes razón, la cagué contigo, pero he cambiado.
—Me parece bien, pero ahora debes darle la oportunidad a ella, no
puedes cabrearte porque haga algo que tú también has hecho.
—Joder, tengo que buscarme otra persona a la que llorarle —he
dicho en broma, después de dejar caer la cabeza sobre el respaldo de la
silla—. En fin, tendré que ir a su casa otra vez.
—Sí, pero esta vez lo harás cuando acabes el turno, y tendrás que
ir en transporte público, porque el coche lo necesito yo —ha dejado
claro con una sonrisa maliciosa.
—Vale, necesito comprar un coche y mudarme de una vez.
—En lo segundo te puedo ayudar, con lo primero te espabilas.
—Pues ve preparando el contrato, en cuanto lo tengas, pido un taxi
y me mudo.
—De acuerdo, tú ocúpate de Maribel y yo te aviso cuando tenga el
contrato listo.
Salgo del hospital y voy directa hacia el taxi que he pedido, estoy
agotada, llevo muchos días seguidos trabajando y lo que menos me
apetece es esperar el autobús.
En esta ocasión no tengo tanta suerte como esta mañana y cuando
llego el portal está cerrado. Me harto de llamar al número de Heredia,
pero la cabrona se ha tomado al pie de la letra lo de que la dejemos en
paz y no me abre.
—¿Quién es? —contesta de repente la voz de otra mujer.
Me quedo un poco parada, pensativa, ¿será su madre?
—¿Hay alguien ahí? —vuelve a preguntar.
—Sí, hola —contesto cerrándome bien el abrigo porque estoy
empezando a congelarme—. Estoy buscando a Maribel. ¿Quién es
usted?
—Soy su vecina, no paro de escuchar su timbre y he decidido
contestar yo. Maribel no está.
—¿No está? —pregunto parpadeando varias veces, cada vez más
confusa.
—No, se ha ido esta mañana, poco después de que se marchase de
su casa una chica con una larga melena rizada.
Miro hacia un lado y hacia otro, me parece todo una puta broma.
La chica a la que se refiere soy yo, ¿la gitana se ha marchado cuando
yo me he ido?
—Oiga, no me estará tomando el pelo, ¿verdad? ¿Le ha pedido
ella que me diga esto para que me marche? Gitana, ¿me estás
escuchando? —grito al altavoz—. Porque no tiene ninguna gracia.
—Señora, no sé qué dice, pero Maribel se ha ido. Lo sé porque la
he visto, no porque me lo haya dicho. Además, llevaba una mochila
bien grande. Ahora si me disculpa, tengo la comida en el fuego, deje
de llamar al timbre o lo va a quemar.
La mujer cuelga y yo me quedo ahí como una imbécil, asumiendo
que sus palabras son ciertas. Entonces recuerdo donde estaba aparcado
su coche cuando vine con Teloy y Arlet y, cuando me giro para
localizarlo, veo que no está.
—Joder, qué zorra —mascullo cada vez más cabreada.
Saco el teléfono y de inmediato llamo a Arlet, que va en el coche
con Teloy y pone el manos libres.
—¿Ya has hablado con Maribel? —pregunta al descolgar.
—Ya me gustaría, se ha marchado.
—¿A dónde? —pregunta Teloy.
—Eso quisiera saber yo, su vecina dice que se ha marchado esta
mañana después de que yo me fuese de su piso. ¿Sabéis dónde puede
estar?
—No sé, quizá ha ido a casa de sus padres —dice Teloy.
—¿Con el cabreo que tenía? No, ya te digo yo que ahí no ha ido,
ha de estar en otra parte, además, su vecina dice que llevaba una
mochila —digo mientras camino sin rumbo, frustrada y tan agotada,
que pagaría lo que tengo por aparecer en la habitación del hotel ahora
mismo.
—¿Una mochila? —repite Vania—. ¿A dónde coño iba con una
mochila?
—Esperaba que me lo dijeras tú, que eres su amiga.
—Y tú eres su novia.
—Yo no soy su novia —protesto irritada.
—Vale ya —pone paz Arlet—. Discutiendo entre nosotras no
vamos a solucionar nada.
—Yo no discuto, es ella —suelta Teloy, que parece que hoy está
peleona.
—A callar —ordena Arlet—. Vete a casa, Estel, o al hotel —añade
después—. Vania le dejará uno de sus mensajes asesinos y ya verás
como al final contesta. Descansa y después te vienes a mi casa, he
hablado con mi gestor y esta tarde me enviará el contrato para que
puedas firmarlo.
—Está bien —digo suspirando—, nos vemos luego.
Capítulo 23

Estel Márquez
Miércoles, 25 de enero de 2023

Es mucho más tarde de lo que pretendía cuando el taxi me deja en la


puerta de la casa de Teloy en Besalú. Me he tumbado con la intención
de dormir una hora de siesta, y he dormido tres, pero lo necesitaba.
Después de comprobar que Heredia no me había devuelto las llamadas,
lo he intentado otra vez, pero el resultado ha sido el mismo.
—Siento presentarme tan tarde —le digo a Arlet cuando me abre
la puerta.
—No te preocupes, no tenemos que ir a ningún sitio, pasa.
En el interior, me encuentro a Teloy despatarrada en el sofá frente
a la chimenea, parece que no soy la única que esta tarde no tiene ganas
de hacer nada.
—Siéntate —dice colocándose bien.
—¿Sabéis algo de Heredia?
—Le he enviado un mensajito muy interesante, pero todavía no lo
ha leído —contesta Teloy con esa expresión traviesa que suele
caracterizarla, muy segura de que, en cuanto lo lea, la gitana le
contestará.
—Aquí está el contrato —Arlet me lo muestra en la pantalla de su
portátil—, se firma todo por internet, léelo y si estás de acuerdo, lo
dejamos listo.
Lo leo en diagonal durante un par de minutos, es pura burocracia y
yo me fío de Arlet, así que, cuando acabo, le hago una transferencia
con lo pactado, lo firmo y suspiro sintiendo que me quito un enorme
peso de encima.
—Toma, aquí tienes las llaves, enhorabuena —se ríe Arlet de mi
expresión.
—Sé que es precipitado, pero ¿te importa si me cojo el día por
traslado mañana mismo? No quiero seguir un día más en el hotel si no
es necesario.
—Claro, paso el aviso ahora para que te cubran —dice cogiendo el
móvil.
—Muchas gracias.
—Deberías pasar el día buscando un coche para comprar —
aconseja Teloy—, ir en bus hasta el trabajo es un coñazo.
—Lo sé, pero tampoco quería comprar nada hasta estar un poco
estabilizada.
En ese momento, suena una notificación en su móvil y su cara se
transforma en un claro gesto de incredulidad conforme va leyendo.
—¿Qué pasa, amor? —pregunta Arlet.
—No me lo puedo creer —dice Teloy antes de que se le escape la
risa—, qué cabrona.
—¿Es Heredia? —pregunto nerviosa.
—Sí, es la gitana, y no te vas a creer dónde está —contesta Vania
sin perder la sonrisa, como si la respuesta de Heredia la estuviera
divirtiendo mucho.
—¿Dónde está, Vania? —se me adelanta Arlet.
—En mi casa.
—¿En tu casa? —repito perdida.
—Bueno, en mi casa no, en casa de mis padres —dice y me mira
divertida.
—Joder, ¿en serio? —Arlet también se ríe, yo me estoy cabreando.
—Muy en serio.
—Espera, ¿tus padres no viven en Galicia? —pregunto sin ocultar
mi impaciencia.
—Sí, en Noia —confirma sin dejar de sonreír.
—¿Qué? —pregunto parpadeando sin parar—. ¿Me estás gastando
una broma?
—No, no es una broma —responde Arlet leyendo el mensaje—.
Noia es un pueblo muy bonito, te encantará.
—¿Cómo que me encantará?
El pulso se me está acelerando, tengo ganas de matarlas a las dos.
—¿Quieres que la gitana vuelva? Pues ya sabes dónde tienes que
ir a buscarla —dice Teloy disfrutando mucho de mi cara de póker.
—Yo no pienso ir a ningún sitio, ¿por qué se ha ido allí?
—Porque quería estar tranquila y bien lejos de aquí, y hace poco,
cuando mis padres vinieron a vernos, la conocieron y mi madre le dijo
que allí podía ir de visita cuando quisiera.
—¿Y se tiene que ir a la otra punta de España para sentirse en paz?
—protesto tan irritada que noto el pulso latirme en las sienes.
—Bueno, te aseguro que es un buen lugar para sentirse así —dice
Arlet asintiendo.
—Pues que vuelva —protesto como una niña, cruzándome de
brazos.
—Mi madre la ha alojado en mi habitación —explica Vania con
una sonrisilla que le borraría de un tortazo—, cuando sepa lo que es
dormir sin ruido y pruebe las comidas de mis padres, te aseguro que no
va a querer volver.
—Vosotras lo que queréis es que vaya —digo alternando la mirada
entre ambas.
—Está jodida, Estel, ha pasado un trago duro y estar allí unos días
alejada de todo esto no le vendrá mal —opina Arlet—, pero estoy
segura de que contigo allí estará mucho mejor. Le gustas, y tú lo sabes.
No sé a qué jugáis, pero no tenéis quince años.
—Eso, ve a buscarla, mi madre estará encantada de recibirte
también —Teloy no pierde la sonrisa y yo no soy imbécil.
Arlet me habló del carácter de la madre de Teloy, y no sé si tengo
ganas de lidiar con esa mujer.
—Venga, llevas demasiados días seguidos trabajando y sabes que
tampoco voy a permitirte que sigas así mucho más. Cógete hasta el
domingo, ve a buscarla y cuando regreses, te mudas.
En el fondo me apetece mucho, no conozco Galicia y la idea de
pasar tiempo con la gitana es muy tentadora.
—Está bien, iré a buscar a la fugitiva —cedo finalmente—, pero
como me diga que no vuelve, os juro que no le hablo durante el resto
de mi vida.
—Ya —dice Teloy con retintín.
—Lo que tú digas —añade Arlet—. Ahora vamos a pedir una
pizza, que tengo hambre.
—Elegid vosotras —contesto disimulando mi alegría—, yo tengo
que buscar un billete de avión.
—Más vale que la traigas de vuelta, pelona —suelta Teloy
atravesándome con la mirada cuando Arlet se marcha a la cocina a
buscar el panfleto de la pizzería—, porque el domingo es su
cumpleaños y os quiero a las dos aquí —dice señalando a Arlet con la
cabeza.
—¿Por eso tanto empeño en que vaya a buscarla?
—Tengo que asegurarme de que vuelve, que últimamente no hace
más que gilipolleces.
—Soy tu recadera, entendido —asiento bromeando mientras sigo
buscando billete.
—Eso es.
Capítulo 24

Estel Márquez
Jueves, 26 de enero de 2023

Más vale que Heredia no me lo ponga difícil para volver conmigo


hacia Gerona. Apenas he dormido por los nervios y durante todo el
vuelo he tenido que soportar el llanto de un crío dos asientos más
adelante. No nos ha dado ni un minuto de tregua, cuando no sollozaba,
gritaba con histeria hasta el punto de hacerme pensar cosas muy malas
que me hacen preguntarme qué tipo de persona puedo llegar a ser.
En el aeropuerto he cogido un taxi que me ha costado una buena
pasta y acaba de dejarme en la puerta del mesón de los padres de
Vania. Está lloviendo, es una lluvia muy fina acompañada de un poco
de aire que me ha hecho sentir frío de inmediato. Son las once de la
mañana y estoy más cansada que si hubiera estado doblando el turno
todo el día. Solo quiero ver a Heredia, registrarme en el hotel que he
reservado y echarme a dormir entre sus brazos.
La puerta del mesón se abre cuando salen unos trabajadores y el
aire cálido del interior me devuelve a la realidad.
—Ya estoy aquí —la informo a través de un mensaje de audio.
Confieso que estoy tan nerviosa como cabreada. Anoche le envié
varios mensajes a Heredia para avisarla de mis intenciones de venir y
tardó más de dos horas en contestarme, y todo para decirme que sí, que
le parecía bien, que viniese directa hacia el mesón, que nos veríamos
aquí. No es que esperase que la gitana diera aplausos de alegría, pero
un poco más de entusiasmo después de todo lo que estoy haciendo por
ella, no hubiera estado mal.
Cuando entro, me invade una sensación de incertidumbre muy
extraña. Soy una mujer muy segura de mí misma, es algo que me ha
caracterizado siempre, pero aquí me siento demasiado vulnerable.
Hago un barrido visual por todo el local con la esperanza de que la
gitana haya tenido el detalle de venir antes y esperarme aquí, pero no
la veo por ningún sitio y eso me irrita.
—¿Buscas a alguien?
La voz proviene de la mujer situada detrás de la barra, no tengo
que ser adivina para concluir que es Consuelo, la madre de Vania,
porque tiene la misma mirada taladrante y chulesca que su hija.
—Hola —saludo risueña mientras me acerco—. Me llamo Estel
Márquez, soy amiga de Vania y Arlet.
Le tiendo la mano por encima de la barra, pero Consuelo
permanece inmóvil mientras noto que su mirada me atraviesa como
una espada.
—Estel —repite despacio—. La Estel de Arlet, ¿verdad?
Dios mío, el calor me sube por el cuerpo y me invade una
repentina sensación de pánico cuando me doy cuenta de lo que pasa.
¿Cómo he podido ser tan estúpida y no haber caído antes? Arlet y
Vania me han enviado a la boca del lobo, a las fauces de Consuelo, a
quien acudió su hija hace unos meses cuando mi vuelta hizo
tambalearse su relación con Arlet.
—Consuelo, verá, aquello ya está solucionado…
—¿Te he dicho yo que hables? —me interrumpe y por primera
vez, siento miedo de una mujer.
—No, disculpe.
—Estupendo, porque aquí la única que va a hablar soy yo.
¿Comprendes? —dice y me señala con un dedo amenazante.
Ya sabemos de quién ha sacado ese carácter Vania Teloy.
—Arlet me gusta mucho para mi hija, así que como se te ocurra
causarles cualquier tipo de problema, te hago filetes y no queda de ti
más que toda esa melena con la que me haré una peluca. ¿Te queda
claro?
El corazón me late hasta en las orejas cuando asiento.
—Me queda muy claro, Consuelo —digo y me desabrocho el
abrigo para aliviar un poco este calor tan repentino y sofocante—, pero
le aseguro que no tiene que preocuparse por nada.
—Ah, ¿no? —Consuelo me mira vacilante y hasta esboza una
ligera sonrisa, sé que me cree, pero es como su hija, quiere disfrutar un
poco más de la situación.
—No, básicamente porque yo no siento nada por Arlet.
—¿Y cómo sé yo que no me mientes? —me tantea con una mirada
extraña.
—Porque estoy enamorada de Maribel, ¿qué se piensa que hago
aquí? —confieso y sus labios se estiran por completo.
—No lo sé, ¿qué haces aquí, Estel? —pregunta relajada.
—Vengo a buscarla, he quedado con ella en el mesón, así que si no
le importa, voy a sentarme en una de esas mesas, ¿de acuerdo?
—Así que estás enamorada de Maribel —dice con gesto
complacido mientras asiente.
—Sí, eso he dicho —respondo sin entender su interés.
—Eso es magnífico, querida, no hace falta que te sientes, Maribel
está ahí —dice y señala por encima de mi hombro.
Me quedo petrificada y el corazón se me desboca como si tuviera
un subidón de adrenalina. Consuelo se aguanta la risa y yo me giro
lentamente rezando para que no sea verdad, pero cuando lo hago, la
gitana está justo delante de mí, más guapa que nunca.
—Hola, pelona.
—Joder, gitana —mascullo entre dientes—. ¿Cuánto rato llevas
ahí?
—El suficiente —dice y se acerca.
Se queda a un palmo de distancia poniéndome nerviosa, hasta que
sonríe y me estampa un beso en los labios que me deja medio tonta.
—Venga, vamos a sentarnos —me invita señalando una mesa.
Tengo ganas de arrearle un sopapo, sobre todo cuando me doy
cuenta de que me tiene en el bote.
—¿Qué te trae por aquí, pelona? —pregunta sonriente una vez nos
sentamos.
—¿Me tomas el pelo? —me enfado y me levanto—, porque no he
cruzado todo el país para que la madre de Teloy me amenace y tú te
rías de mí en mi cara. ¿Qué pasa? ¿Esto es una venganza? ¿Todavía me
guardáis rencor por haber vuelto?
—Madre mía, no —Heredia se levanta y me retiene, señalando la
silla para que vuelva a sentarme, aunque no pierde la sonrisa—. Joder,
¿te ha amenazado? Te juro que yo no he tenido nada que ver con eso
—dice mirando hacia la barra.
—Da igual, he venido para decirte que esa policía ya no va a
molestarte, que puedes volver y dejar de hacer el imbécil de una puta
vez. Ya vale de esconderte y de ignorar los problemas, gitana, y sobre
todo, de ignorarme a mí, estoy comenzando a hartarme.
Cruza las manos sobre la mesa y se pone seria, después asiente.
—Tienes razón, lo siento, mi comportamiento no es que haya sido
ejemplar.
—No, no lo ha sido —secundo con una mueca.
—Mi padre me ha llamado esta mañana y me ha contado su trato
con la inspectora.
—Si me hubieras cogido el teléfono ayer, te lo hubiera contado yo
y nos habríamos ahorrado el viajecito.
—Te arrepentirías —Consuelo aparece de repente con dos
bocadillos y una botella de agua grande—. Este pueblo es precioso,
aprovechad que estáis aquí para conocerlo, no lo lamentaréis. Buen
provecho —dice y se marcha por dónde ha venido mientras yo la
observo con cara de pasmo.
—De verdad que lo siento, pelona, pero cuando te fuiste de mi
piso la inspectora volvió a llamarme y me agobié, necesitaba salir de
allí, sentirme lejos de todo aquello, y entonces me acordé de los padres
de Teloy y bueno…
—Sí, bueno, te diste un paseíto —respondo sarcástica y ella se ríe.
Yo doy un mordisco al bocadillo para no dárselo a ella y por poco
lloro de lo bueno que está.
—Dios mío, espero que no lo haya envenenado —digo sin parar
de morder.
—Tranquila, tienes suerte, resulta que soy doctora —bromea
Heredia y también da un buen mordisco en el suyo.
Los comemos en silencio, con calma, hasta que terminamos y nos
sirve los cafés.
—Así que estás enamorada de mí —suelta la gitana clavándome
esa mirada de rasgos afilados que me detiene el corazón.
—Que te den.
—Venga, hablo en serio —dice y se cambia de sitio, colocándose a
mi lado—. ¿Lo has dicho de verdad o solo para librarte de Consuelo?
—No necesito mentir para librarme de ella, Heredia, reconozco
que da miedo, pero no tanto como para inventarme algo así.
—Entonces es verdad —suspira y enrosca un mechón de mi pelo
entre sus dedos.
—Sí, supongo que sí —admito sin dejar de mirarla.
—Eso es genial, ¿sabes? —pregunta juguetona.
—¿De verdad? ¿Y eso por qué?
—Porque yo también me he pillado por ti, y que no fuese
recíproco sería una putada.
—¿Y ahora qué hacemos? —pregunto muy nerviosa, cogiendo su
mano por encima de la mesa.
—No sé —coquetea acercándose—. ¿Se te ocurre algo?
—A mí sí —salta Consuelo pasando por el lado—, marchaos a un
hotel.
Capítulo 25

Maribel Heredia
Jueves, 26 de enero de 2023

Entro al baño de la habitación de hotel que la pelona ha reservado con


una sonrisa tonta que no puedo quitarme de la cara. Voy descalza y el
suelo está helado, así que pongo una toalla para que me haga de
alfombra y abro el grifo de la ducha. Mientras espero a que el agua
salga caliente, me miro en el espejo y me río cuando veo que tengo
restos de su pintalabios por la cara y el cuello.
—Vaya —susurro y me paso un dedo.
Después extiendo el brazo para comprobar el agua con la palma de
la mano, ya está justo como me gusta, así que me meto bajo el chorro
con cuidado de no mojarme el pelo y cuando me giro veo como la
mampara se abre y entra la pelona.
—Umm, ¿no has tenido suficiente? —pregunto recorriendo su
cuerpo con la mirada.
—Nunca me cansaré de ti, gitana —dice mientras se recoge el pelo
en una cola.
Se acerca a mí y me besa con pasión, yo me agarro a su cuerpo
impulsada por ese burbujeo repentino que me explota en el vientre
cuando me toca y dejo escapar un gemido ronco cuando noto como sus
dedos se deslizan por mi sexo hasta acabar de nuevo en mi interior.
—Madre mía —jadeo cerrando los ojos con fuerza.
La noto hasta lo más profundo y siento tanto placer, que no soy
capaz de controlarme y doy un paso atrás, arrastrándola conmigo
debajo del chorro hasta provocar que esas melenas que ninguna de las
dos queríamos mojar, acaben empapadas.
Estel no se queja y sigue manteniendo un ritmo inmejorable hasta
que vuelvo a sentir otro estallido de placer que me deja tambaleante.
—Ahora he terminado —susurra satisfecha abrazándome con
fuerza.
Yo sonrío contra su hombro, apenas sin aliento, mientras busco las
palabras que describan lo mucho que le agradezco todo lo que ha
hecho por mí estos días, pero ante todo, que me haya demostrado que
está ahí y que para ella no solo era un reto o un trofeo como en
ocasiones me había hecho creer.
—Ya tengo las llaves de la casa de Arlet, cuando volvamos,
comenzaré la mudanza y tú vas a ayudarme —dice cuando una hora
después, las dos nos hemos secado el pelo y estamos listas para salir a
comer.
—¿Yo te voy a ayudar? —me río y me cuelgo de su brazo cuando
salimos del hotel.
—Sí, me lo debes.
—Me parece justo, ¿qué tienes en ese hotel? —la miro de reojo y
ella se ríe.
—En el hotel poca cosa, pero hice llevar todo lo que tenía a un
trastero, y te aseguro que hay muchas cajas para abrir. Por cierto,
¿dónde vamos a comer?
—Eso no se pregunta, vamos al mesón de Vania.
La pelona se detiene en seco en medio de la calle, a pesar de que
hace un frío que pela y no apetece nada estar paseando.
—¿Quieres que volvamos allí? Su madre podría acuchillarme.
—Su madre no te va a hacer nada —me río—, además, tienes que
probar la comida de Cebrián, está para chuparse los dedos.
Estel me mira y asiente cuando le pongo morritos, así que
reanudamos el paso.
—Oye, ¿cuándo tienes pensado volver? —pregunta mirándome de
reojo.
Me encojo de hombros, ni siquiera había planeado venir, así que
tampoco tengo pensado cuando volver.
—No lo sé, ¿por qué?
—El domingo es el cumpleaños de Arlet, y Vania quiere que
estemos allí —Estel vuelve a mirarme de reojo y me doy cuenta de que
me tantea.
—¿Ese es el único motivo por el que debería volver? —pregunto
justo cuando llegamos a la puerta del mesón.
Ella se detiene, sonríe y abre la puerta para cederme el paso.
—Debes volver por eso y porque yo quiero que vuelvas —susurra
cuando paso por su lado.
Me entra un hormigueo incontrolable por el pecho que me corta la
respiración. Estel no detiene su paso y sigue hasta la barra donde
espera a que Consuelo se acerque para que nos asigne una mesa. Yo la
observo con cara de tonta, aturdida mientras camino hasta ella y me
coloco a su lado, buscando el roce de su cuerpo porque me he dado
cuenta de que ya no quiero estar lejos de ella.
—¿Me has hecho algún tipo de embrujo? —le pregunto
colocándome entre sus piernas después de que se agencie uno de los
taburetes libres.
—Yo no te he hecho nada —Estel me huele el pelo y sonríe—,
pero dime que vuelves conmigo, por favor.
—Vale, pero nos vamos el sábado. Ya que estamos aquí, me
gustaría aprovechar y ver un poco esto.
—Me parece bien, mañana hacemos turismo por el pueblo y
pasado nos marchamos, eso sí, te quedas conmigo en el hotel —exige
paseando sus manos por mi cintura.
—Me encanta ver este derroche de amor, pero cortaos un poco —
aparece de repente Consuelo—, que sois peores que mi hija y mi
nuera.
Coloca dos vasos vacíos ante nosotras y los llena de vino.
—Probadlo, si os gusta, os regalo una botella y os doy otra para
que se la llevéis a mi hija, que a Arlet le encanta.
Estel y yo sonreímos antes de beber, después de probarlo, nos
miramos y asentimos.
—Joder, qué bueno —dice Estel realmente sorprendida,
complaciendo a Consuelo.
—Le diré a mi marido que os prepare una botella. Supongo que no
habéis comido, sentaos donde queráis, ahora mismo os llevo la carta,
invita la casa.
—Eso sí que no —dice Estel, pero no puede continuar la frase
porque Consuelo levanta una mano para que se calle.
—No es una pregunta, ahora quitaos de mi vista que me estáis
entreteniendo y tengo mucho trabajo —suelta y hace un aspaviento
con la mano para echarnos de la barra.
—Menudo carácter —dice la pelona cuando nos sentamos a la
mesa.
—No sé de qué te quejas, cuando tú tengas su edad, estoy segura
de que serás mucho peor —aseguro divertida y a ella se le elevan las
cejas, pero después sonríe.
—¿Y crees que podrás soportarme?
—No sé, ya veremos, de momento me centraré en soportarte
ahora, que es todo un logro.
Capítulo 26

Maribel Heredia
Domingo, 29 de enero de 2023

—Joder, me hago mayor —farfullo con las manos en la espalda


después de coger una caja y dejarla sobre la mesa para que la pelona la
abra.
Llegamos ayer por la mañana de Galicia y, en lugar de descansar,
dedicamos toda la tarde a traer las cosas de Estel a la que es su nueva
casa. Pedimos comida a domicilio para cenar y nos quedamos a dormir
aquí; ella como su primera noche y yo con la intención de ayudarla a
colocar cosas, pero lo cierto es que estamos muertas de cansancio.
—No traigas más —dice resoplando y ni siquiera abre la caja—.
Lo gordo ya está hecho, las cajas ya las iré abriendo cuando tenga
ratos, vamos a sentarnos un poco antes de ir a casa de Arlet y Vania.
Me da un beso en la mejilla, uno fuerte y tierno al mismo tiempo,
y después me coge de la mano y me arrastra hasta el sofá, donde nos
dejamos caer como si fueran las diez de la noche y no hubiéramos
parado en todo el día.
—Gracias por venir a ayudarme —dice y me sonríe.
—Soy yo la que te tiene que dar las gracias a ti por haberme
soportado estos días —hago una mueca con los labios y Estel me
pellizca un moflete.
—Bueno, estaba a punto de tirar la toalla —dice con una sonrisa
burlona—, si llegas a ignorarme cuando fui a Galicia, no lo hubiera
intentado más.
—¿De verdad? —entorno los ojos con gesto provocador y ella se
pone muy seria.
—De verdad, gitana. Una cosa es que me gustes mucho y otra que
me ignores y me hagas perseguirte por media España, una tiene unos
límites, ¿sabes?
—Pues me alegro de no haber agotado los tuyos.
La beso y la empujo con toda la intención de tumbarme sobre ella
para desnudarla lentamente, pero entonces me interrumpe mi teléfono
cuando comienza a sonar.
—Claro, ahora sí que lo coges —reniega haciéndome reír.
Me siento y al coger el teléfono y ver que la llamada procede de
mi casa, me pongo seria y me levanto. Estel me mira mientras hablo,
aunque lo correcto es decir mientras escucho, porque el que habla es
mi padre mientras yo voy asimilando que ha pasado lo que más me
temía.
—¿Todo bien? —pregunta Estel en cuanto cuelgo.
Me quedo callada unos instantes con el teléfono en la mano,
sorprendida porque pensaba que cuando llegase esta noticia, me
pondría más histérica, y estoy muy calmada, incluso diría que aliviada.
—La policía francesa ha detenido a mi hermano y a mi primo —
digo y dejo el teléfono sobre la mesa para sentarme a su lado de nuevo.
La pelona me mira, muy seria, y me coge la mano por encima de
la rodilla.
—No sé qué decir, Maribel. Sé que es tu hermano, pero creo que
es lo mejor que le puede pasar —dice con prudencia.
—Lo sé.
—Ah, ¿sí? —se sorprende.
Asiento y le sonrío con tristeza.
—Al menos ahora sé que está bien, era mucho peor pensar que
estaba huyendo y que en cualquier momento podían cogerlo y que
acabase herido, ahora ha pasado todo.
—Cierto —Estel me besa la mano con cariño.
—Mi padre buscará un buen abogado. Es su primer delito, así que
espero que no le caiga mucho y esto le sirva de escarmiento.
—Seguro que sí, ya lo verás —asegura convencida.
Me recuesto en el sofá sintiendo un cansancio extremo, aun así,
sonrío cuando Estel me mira preocupada.
—¿Quieres que llame a Teloy y le diga que no vamos? Seguro que
lo entiende —propone enroscando mi pelo entre sus dedos.
—¿Harías eso por mí? —sonrío divertida.
—Es una operación de riesgo, pero sí, lo haría. He sobrevivido a la
furia de su madre y puedo sobrevivir a la suya, aunque preferiría no
tener que hacerlo —dice antes de darme un beso.
—Anda, coge el regalo para Arlet y vámonos antes de que me líes
con tus encantos.
Me levanto del sofá y ella me imita riendo.

Una hora después, estamos en casa de nuestras amigas a punto de


atacar las bandejas de canelones y croquetas que han comprado.
—¿Qué tal la mudanza? —pregunta Arlet después de haberlas
puesto al día con el tema de mi familia.
—Espantosa, y eso que no tenía gran cosa. Parece que las cajas no
se van a terminar nunca —dice la pelona tras un bufido de cansancio
—, suerte que Maribel me está ayudando.
Me mira y me hace un guiño.
—Yo no hago nada gratis, después me lo cobro —bromeo para
dejarles claro que estoy bien, que lo de mi hermano me afecta, pero ya
sé cómo llevarlo.
—¿Entonces ya estáis liadas oficialmente? —pregunta Teloy con
su característica mirada chulesca—, solo para tenerlo claro.
Estel y yo nos miramos y nos reímos, ni siquiera hemos hablado
de ello, pero está claro que ha surgido algo fuerte entre nosotras y que
ahora ambas estamos dispuestas a dejarnos llevar.
—Digamos que estamos en el mismo punto —dice la pelona y me
sonríe.
—Pues menos mal —suelta Arlet—, porque erais un coñazo.
—¿Perdona? —Estel es la que pregunta, pero somos las dos las
que miramos a Arlet para exigirle que se explique.
Ella se encoge de hombros, se acaba de meter media croqueta en
la boca y no parece tener prisa por contestarnos.
—Pues eso, un coñazo —corrobora Vania haciendo que la
miremos a ella—. Venga a preguntar la una por la otra como si fuerais
dos crías. En serio, una pesadilla. ¿Sabéis que en urgencias había una
porra?
—¿Cómo dices? —pregunto con los ojos como platos.
—Sí, se hizo una porra para ver cuánto tardabais en liaros.
La pelona y yo nos miramos, atónitas.
—¿Y quién ha ganado? —se atreve a preguntar Estel.
—Asensio, él dijo que no llegabais a febrero sin estar juntas.
—¿Y tú? —le pregunto atravesándola con la mirada.
—A mí no me dejaron participar por ser amiga tuya —dice con los
ojos en blanco.
Las cuatro nos reímos y pasamos el resto de la tarde en su casa,
primero adormiladas en el sofá frente a la chimenea, después hablando
y riendo sin parar.
Epílogo

Estel Márquez
Miércoles, 1 de marzo de 2023

—Joder, ¿cuándo vais a dejar de buscaros como crías? —suelta Teloy


cuando casi me tropiezo con ella.
Acaba de salir de un box justo cuando yo pasaba por delante.
—¿Qué te hace pensar que no vengo por una consulta? —pregunto
con los brazos en jarras.
—No llevas la bata, pelona, ni siquiera tu querida Tablet —dice y
sonrío cuando compruebo que tiene razón.
—Cierto, pero te equivocas.
—¿En serio? ¿Me tengo que creer que no has venido a urgencias
buscando a la gitana?
—Pues, aunque te resulte increíble, sí, no he venido por ella —
aseguro y ella arquea una ceja sin creerme.
—Y una mierda.
—De verdad, pero ya que estoy, no me importaría verla —admito
y las dos nos reímos.
Justo en ese instante, Heredia aparece por el pasillo junto a un
enfermero y, en cuanto me ve, se despide y camina hacia nosotras.
—Veo que no puedes resistirte a mis encantos —dice y me da un
beso en cuanto llega hasta nosotras.
—No te pases de lista, no estoy aquí por ti —suelto y ella arquea
las cejas.
—Sois vomitivas —dice Teloy mientras responde algo en el
móvil.
—Bueno, y si no es para verme a mí, ¿qué haces aquí? Porque no
llevas la bata, con lo cual, no vienes por una consulta —concluye con
gesto pensativo.
—Arlet me ha dicho que venga.
—¿Arlet? —pregunta Vania clavándome la mirada.
Estoy a punto de decirle que no tengo más respuestas, pero en ese
momento aparece por la entrada principal acompañada por una mujer y
por Abel Asensio, que se adelanta y pide al personal que se acerque,
incluidas nosotras.
—Os presento a la doctora Ingrid Ribas —dice Arlet señalando a
la mujer—, viene a hacer la sustitución del doctor Marín, que estará de
baja unas semanas por un tema personal. He querido reunir a todos los
que trabajáis habitual o esporádicamente en urgencias para que la
conozcáis, comenzará mañana.
Le damos la bienvenida y tras la presentación, Arlet, ella y
Asensio siguen su camino para que le enseñen toda la planta.
—Se parece a ti —le digo a Teloy y la gitana comienza a reírse.
—Es verdad —secunda mientras Vania nos atraviesa con la
mirada.
—¿En qué se parece?
—En la expresión corporal —responde Heredia—, tensa, seria y
expectante, seguro que es otra gruñona como tú.
—Qué graciosas, ¿no tenéis que buscar algún rincón donde
comeros la boca?
—¿Lo ves? —digo divertida, Vania cabecea y se marcha después
de poner los ojos en blanco.
—Es una gruñona que tiene razón —dice Heredia cogiéndome la
mano.
—¿Razón en qué? —pregunto mientras tira de mí.
—En que hemos de buscar algún rincón, ahora que estás aquí, me
muero de ganas de besarte.

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