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INDIA CONTEMPORÁNEA
Entre la modernidad y la tradición

Amartya Sen

Traducción de Horacio Pons

©Editorial Gedisa. Edición no venal


INDIA CONTEMPORÁNEA (2l) 16/3/07 09:38 Página 6

Título del original inglés:


The Argumentative Indian.Writings on Indian Culture, History and Identity
© Amartya Sen, 2005

Ilustraciones del interior: Tagore y Ghandi en Santiniketan © Akg-Images; Xuanzang


(Hiuan-tsang) retorna a China con manuscritos sánscritos de la India (h. 645 a. de J. C.)
© Fujita Museum of Art, Osaka;Arjuna da en el blanco © British Library, Londres

Las primeras versiones de algunos de los capítulos que forman parte de este libro fueron
publicados en: New York Review of Books, capítulos 5, 8 y 13; Our Culture,Their Culture (Cal-
cuta: Nandan, 1996), capítulo 6 (primera versión abreviada); New Republic, capítulo 6 (pri-
mera versión abreviada, 12); Daedalus, capítulo 7; Financial Times, capítulo 9; Kauskik Basu
and Sanjay Subrahmanyam (eds.), Unravelling the Nation: Sectarian Conflict and India’s Secular
Indentity (Delhi: Penguin, 1996), capítulo 14; Little Magazine, capítulo 15

Diseño de cubierta: Sylvia Sans

Traducción: Horacio Pons

Primera edición: abril del 2007, Barcelona


Reimpresión, 2016

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.


Av. Tibidabo,12, 3º
08022 Barcelona, España
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©Editorial Gedisa. Edición no venal

ISBN: 978-84-7432-832-5
Depósito legal: B.23106-2016

Impreso por Service Point

Impreso en España
Printed in Spain

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión,


en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o en cualquier otro idioma.
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Índice

Prefacio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11

Notación diacrítica de las palabras en sánscrito . . . . . . . . . . . . . . 21

PRIMERA PARTE
Voz y heterodoxia

11. Un indio y sus argumentos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25


12. Desigualdad, inestabilidad y voz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 59
13. La India: grande y pequeña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
14. La diáspora y el mundo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103
©Editorial Gedisa. Edición no venal

SEGUNDA PARTE
Cultura y comunicación

15. Tagore y su India . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121


16. Nuestra cultura, la cultura de ellos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
17. Las tradiciones indias y la imaginación occidental . . . . . . . . 177
18. China y la India . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 201
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TERCERA PARTE
Política y protesta

19. Cita con el destino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 235


10. La clase en la India . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 247
11. Mujeres y hombres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 267
12. La India y la bomba . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 303

CUARTA PARTE
Razón e identidad

13. El alcance de la razón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 327


14. El secularismo y sus descontentos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 351
15. La India a través de sus calendarios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 377
16. La identidad india . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 395

Notas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 421

Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 457

Índice analítico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 467


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A mi hermana, Supurna Datta

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Prefacio

Escribí estos artículos sobre la India en la última década, y alrededor de


la mitad de ellos en los últimos dos años. Los cuatro primeros, que com-
ponen la parte inicial de la recopilación, introducen y explican los prin-
cipales temas tratados en este libro, relacionados con la prolongada tra-
dición argumentativa de la India.
La India es un país de una inmensa diversidad con muchas activi-
dades diferentes, una vasta disparidad de convicciones, costumbres am-
pliamente divergentes y un verdadero festín de puntos de vista. Cual-
quier intento de hablar de la cultura del país, de su historia pasada o de
su política contemporánea, debe implicar de manera ineludible una
considerable selección. No hace falta, por lo tanto, insistir en que la fo-
calización de esta obra en la tradición argumentativa también es el re-
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sultado de una elección.Y ésta no refleja una presunta creencia en que


ése es el único modo razonable de pensar la historia, la cultura o la po-
lítica de la India. Soy muy consciente de que hay otras maneras de pro-
ceder.
La elección de ese punto de vista se debe principalmente a tres ra-
zones diferentes: la prolongada historia de la tradición argumentativa in-
dia, su relevancia contemporánea y su relativo abandono en los debates
culturales actuales. Puede afirmarse, por añadidura, que el florecimiento
simultáneo de muchas convicciones y perspectivas distintas en la India
se ha servido de manera sustancial de la aceptación –explícita o por im-
plicación– de la heterodoxia y el diálogo. El alcance de la heterodoxia
india es notablemente extenso y ubicuo.
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Considérese el problema políticamente caldeado del papel de la


llamada «antigua India» en la comprensión de este país en nuestros
días. En la política contemporánea, con frecuencia el entusiasmo por
la India antigua ha provenido del movimiento Hindutva –promotor
de una limitada visión hindú de la civilización india–, que ha tratado de
singularizar el período previo a la conquista musulmana del país (del
tercer milenio a. de J. C. a los comienzos del segundo milenio). En
contraste, quienes adoptan un enfoque integracionista de la India con-
temporánea han tendido a ver con el mayor de los recelos esa vuelta a
la antigua India. Por ejemplo, a los activistas de Hindutva les gusta in-
vocar los sagrados Vedas, compuestos en el segundo milenio a. de J. C.,
para definir la «verdadera herencia» del país.También se complacen en
traer a colación el Rāmāyan. a, ese gran poema épico, con muchos pro-
pósitos diferentes, desde delinear las creencias y convicciones hindúes
hasta encontrar una presunta justificación para la demolición forzosa
de una mezquita –la Babri Masjid– ubicada, se dice, en el lugar mismo de
nacimiento del «divino» Rama. Los integracionistas, en cambio, suelen
ver los Vedas y el Rāmāyan. a como intromisiones inoportunas de algu-
nas creencias hindúes específicas en la vida contemporánea de la India
secular.
Esos integracionistas no se equivocan al cuestionar la naturaleza fic-
ticia de la elección del «clasicismo hindú» en desmedro de otros pro-
ductos de la larga y diversa historia de la India.También aciertan al se-
ñalar el papel contraproducente que esa selección partidista puede
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cumplir en la vida secular y multirreligiosa de la India actual.Aun cuan-


do más del 80% de los indios sean hindúes, el país tiene una población
musulmana muy grande (la tercera en el mundo: más numerosa que la
suma de las poblaciones británica y francesa) y muchos seguidores de
otros credos: cristianos, sijs, jainitas, parsis y otros.
Sin embargo, aun después de señalar la necesidad de integración
y de una perspectiva multicultural, debe aceptarse que esos viejos libros y
relatos han tenido una enorme influencia sobre la literatura y el pensa-
miento indios. Ejercieron un profundo ascendiente sobre los escritos
literarios y filosóficos, por un lado, y sobre las tradiciones populares de
la narración y la dialéctica crítica, por otro. La dificultad no radica en la
importancia de los Vedas o el Rāmāyan. a, sino en la comprensión de su
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papel en la cultura india. Cuando los gobernantes pathanes musulmanes


de Bengala dispusieron en el siglo XIV que se hicieran buenas traduc-
ciones bengalíes del Mahābhārata y el Rāmāyan. a sánscrito (al respecto
véase el capítulo 3), su entusiasmo por la épica india antigua reflejaba su
amor por la cultura, y no una conversión al hinduismo.* Sería tan difí-
cil ignorar su importancia general en la cultura india (sobre la base de
algún presunto argumento «secular») como insistir en verlos a través del
estrecho prisma de una versión particularmente tosca de la religiosidad
hindú.
Los Vedas pueden estar repletos de himnos e invocaciones religiosas,
pero también cuentan historias, especulan sobre el mundo y –fieles a la
inclinación argumentativa ya a la vista– plantean preguntas difíciles. Una
duda básica concierne a la creación misma del mundo: ¿lo hizo alguien,
fue una aparición espontánea, hay un Dios que conozca lo que ocurrió
realmente? Como se analiza en el capítulo 1, el Rigveda expresa dudas
radicales sobre estos asuntos: «¿Quién sabe verdaderamente? ¿Quién lo
proclamará aquí? ¿De dónde salió? ¿De dónde proviene esta creación?
[…] tal vez se formó por sí mismo o tal vez no: quien lo mira desde arri-
ba, desde el más elevado de los cielos, sólo él lo sabe, o quizá no». Estas
dudas, expresadas en el segundo milenio a. de J. C. reaparecerían una y
otra vez en la prolongada historia argumentativa de la India, junto con
muchos otros interrogantes sobre epistemología y ética (como se exa-
mina en el capítulo 1), y han sobrevivido a la vez que intensas creencias
religiosas y una fe y devoción profundamente respetuosas.
De manera análoga, los partidarios de la política hindú –sobre todo
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quienes son propensos a cometer desmanes en los lugares de culto de


otras religiones– acaso consideren divino a Rama, pero en gran parte del
Rāmāyan. a se le trata principalmente como a un héroe –un gran «héroe
épico»– con muchas buenas cualidades y algunos puntos débiles, incluida

* Como también se examina en el capítulo 3, la primera traducción de los Upa-


nis.hads –la parte más filosófica de la literatura hindú védica– que llamó la atención de
los intelectuales europeos fue la versión persa realizada en el siglo XVII por el príncipe
mongol Dara Shikoh, hijo mayor (y legítimo heredero) del emperador Shah Jahan y
de Mumtaz Mahal (la bella reina sobre cuya tumba se erigiría el Taj Mahal). Dara fue
asesinado por su hermano Aurangzeb, de tendencia más sectaria, que así se apoderó del
trono.
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la tendencia a abrigar sospechas acerca de la fidelidad de su esposa Sı̄tā.


Un sabio llamado Jāvāli, a quien se da considerable cabida en el Rāmāyan. a,
no sólo no trata a Rama como un dios, sino que califica sus actos de «ne-
cios» («en particular», dice, «para un hombre inteligente y prudente»).An-
tes de que se le convenza para retractarse de sus afirmaciones, en el
Rāmāyan. a Jāvāli tiene tiempo suficiente para explicar con detalle que «no
hay otro mundo ni práctica religiosa alguna para alcanzarlo» y que «los
imperativos sobre el culto de los dioses, el sacrificio, los obsequios y la pe-
nitencia fueron incorporados a las śāstras [escrituras] por gente inteligen-
te, con el mero fin de dominar a [otra] gente».* El inconveniente de
invocar el Rāmāyan. a para difundir una versión reduccionista de la reli-
giosidad hindú estriba en la manera de presentar el poema épico con ese
objeto: como un documento de veracidad sobrenatural, y no como una
«maravillosa parábola» (según la describe Rabindranath Tagore) y un as-
pecto enormemente deleitoso del patrimonio cultural de la India.
Las raíces del escepticismo indio se remontan a tiempos muy leja-
nos; de desecharlo, sería difícil entender la historia de la cultura de la In-
dia. En rigor, la tenaz expansión de la tradición de la dialéctica puede
comprobarse a lo largo de la historia del país, aun cuando conflictos y
guerras hayan sido el desencadenante de mucha violencia. Dada la pre-
sencia simultánea de encuentros dialógicos y sangrientas batallas en el
pasado de la India, la tendencia a concentrarse sólo en las últimas signi-
ficaría pasar por alto un elemento de verdadera significación.
Es muy importante entender la extensa tradición heterodoxa acepta-
da en la India.Al resistir los intentos de los activistas del movimiento Hin-
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dutva de adueñarse de la antigua India como si fuera su propia casa (y ver-


la como la única cuna de la civilización india), no basta con señalar que la
cultura de la India también tiene muchas otras fuentes. Es necesario, asi-
mismo, reparar en la prolífica heterodoxia que caracterizó sus pensamien-
tos y creencias desde los primeros días. Los budistas, jainitas, agnósticos y
ateos no sólo rivalizaron entre sí y con los afectos a lo que hoy llamamos
hinduismo (un término muy posterior) en la India del primer milenio
a. de J. C., sino que durante casi mil años la religión dominante fue el bu-

* En los capítulos 1 y 2 se encontrarán análisis más completos de éstos y otros


ejemplos del escepticismo y los combates dialógicos antiguos.
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dismo. En el primer milenio después de J. C. los chinos se referían de or-


dinario a la India como «el reino budista» (los efectos de largo alcance de
las conexiones budistas entre los dos países más grandes del mundo se es-
tudian en el capítulo 8). La India antigua no puede caber en el estrecho
marco donde los activistas de Hindutva quieren encerrarla.
Efectivamente, fue un emperador budista de la India,Ashoka, quien,
en el siglo III a. de J. C., no sólo esbozó la necesidad de la tolerancia y la
riqueza de la heterodoxia, sino que también formuló las reglas tal vez
más antiguas para la realización de debates y discusiones, en los que los
participantes eran «debidamente honrados de todas las formas posibles y
en todas las oportunidades». Ese principio político tiene mucha presen-
cia en ulteriores debates, pero la defensa más vigorosa de la tolerancia y
la necesidad de equidistancia del Estado con respecto a las diferentes re-
ligiones fue obra de un emperador indio musulmán, Akbar. Esto, desde
luego, sucedió mucho más adelante, pero no obstante esos principios de
tolerancia religiosa enunciados en la década de 1590 eran bastante ade-
lantados para su tiempo, en una época en la que la Inquisición todavía
tenía plena vigencia en Europa.
Es difícil exagerar la relevancia contemporánea de la tradición dia-
lógica y la aceptación de la heterodoxia. Los debates y argumentaciones
son de capital importancia para la democracia y el razonamiento públi-
co, y tienen un lugar central en la práctica del secularismo y el trato im-
parcial acordado a los afectos a diferentes credos religiosos (incluidos
quienes no creen en la religión). Más allá de estas prioridades estructu-
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rales básicas, la tradición argumentativa, si se utiliza con deliberación y


compromiso, también puede ser muy importante para oponerse a las
desigualdades sociales y eliminar la pobreza y la privación. La voz es un
componente crucial en la búsqueda de la justicia social.
A veces se afirma que el uso de la dialéctica es, en gran medida, pa-
trimonio de los más adinerados e instruidos y que por ello carece de va-
lor para el común de la gente. El elitismo rampante en una idea de esa na-
turaleza no sólo es extraordinario, sino que resulta más exasperante por
el cinismo y la indiferencia política que tiende a alentar. La voz crítica
es la aliada tradicional de los afligidos, y la participación en argumenta-
ciones es una oportunidad general y no una destreza particularmente
especializada (como escribir sonetos o hacer piruetas en el trapecio).
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Justo antes de las elecciones generales indias de la primavera de


2004, al visitar una aldea bengalí no muy lejana de mi hogar, un aldea-
no apenas alfabetizado y sin duda muy pobre me dijo: «No es muy di-
fícil hacernos callar, pero no porque no podamos hablar». En auténtico
rigor, aunque el registro y la preservación de las argumentaciones sue-
len orientarse hacia los pronunciamientos de los poderosos y bien edu-
cados, muchas de las exposiciones más interesantes de argumentos del
pasado implican a miembros de grupos desaventajados (como se exami-
na en los capítulos 1 y 2).
A veces, en la India, la naturaleza y la fuerza de la tradición dialógica
son ignoradas debido a la muy promocionada creencia de que la nues-
tra es la tierra de las religiones, el país de los credos acríticos y de las
prácticas no cuestionadas. Algunos teóricos culturales, al parecer «muy
comprensivos», tienen una particular afición a mostrar el vigor de la cul-
tura del no raciocinio, y basada en la fe de la India y Oriente, en con-
traste con el «racionalismo superficial» y las prioridades científicas de
Occidente. Aunque tal vez se inspire en la solidaridad o la compasión,
esta línea argumentativa puede terminar por borrar grandes aspectos del
patrimonio cultural indio. En este contraste prefabricado entre «Orien-
te y Occidente» se organizan reuniones, por así decirlo, entre Aristóte-
les y Euclides, por un lado, y prudentes y satisfechos campesinos indios,
por otro. El ejercicio no carece de interés, por supuesto, pero no desta-
ca por ser una manera de entender el contraste cultural «Oriente-Occi-
dente» más apropiada que la celebración de encuentros entre, digamos,
Āryabhat. a (el matemático) y Kaut. ilya (el economista político), por una
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parte, y visigodos felizmente resueltos, por otra. Si su motivación inme-


diata es la comprensión social y política en la India, este libro también
tiene, me parece, alguna relevancia en lo que se refiere a una clasifica-
ción de las culturas del mundo que se ha consolidado en una forma
poco y nada atenta a gran parte de nuestro pasado y nuestro presente.*
Los cuatro capítulos de la primera parte bosquejan la naturaleza, el
alcance y la significación de la tradición argumentativa en la India. Esto

* Al llegar a Harvard a finales de la década de 1980, me impresionó comprobar


que todos los libros sobre la India existentes en la librería del famoso «Harvard Coop»
se alineaban en la sección titulada «Religiones».
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incluye, como se analiza particularmente en los dos primeros capítulos,


el papel desempeñado por el pluralismo y la tradición dialógica en res-
paldo de la democracia, el secularismo y la actividad en ciencia y mate-
mática, así como el uso que se le puede dar a la dialéctica en la búsque-
da de la justicia social contra las barreras de clase, casta, comunidad y
género. El capítulo 3 estudia la relevancia de una comprensión amplia
de una India vasta y heterodoxa, opuesta a la visión drásticamente redu-
cida del país que atrae a algunos activistas religiosos, quienes la com-
binan con una idea del hinduismo llevada a las dimensiones de una
miniatura.* Como se examina en el capítulo 4, estos debates tienen per-
tinencia para la manera de entender la identidad india, y las cuestiones
diagnósticas son relevantes no sólo para los indios de la India, sino tam-
bién para la gran diáspora de compatriotas (al menos veinte millones)
diseminados por el mundo.
Los capítulos de la segunda parte se ocupan del papel de la comuni-
cación en el desarrollo y la comprensión de las culturas. Los análisis de
los capítulos 5 y 6 procuran seguir y desarrollar las ideas sobre el tema
que surgen de las obras del poeta y escritor visionario Rabindranath Ta-
gore y el gran director cinematográfico Satyajit Ray. La aparición de
diferentes versiones de la «India imaginada» en las percepciones occiden-
tales se investiga en el capítulo 7, junto con el impacto que estas con-
cepciones erróneas tuvieron, a su vez, en la imagen de sí mismos de los
indios en el período colonial o poscolonial. El capítulo 8 se dedica a
examinar las íntimas y extensas relaciones intelectuales (que abarcan la
ciencia, la matemática, la ingeniería, la literatura, la música y la atención
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y administración de la salud pública) que –junto con la religión y el co-


mercio– China y la India entablaron durante mil años, a partir de prin-
cipios del primer milenio, así como las lecciones que se desprenden de
todo ello para ambos países en la actualidad.
La tercera parte se interesa por la política de la privación (pobreza,
divisiones de clase y de casta, desigualdad de género) y la precariedad de
la seguridad humana en el subcontinente como resultado del desarrollo

* En el prefacio a la reedición del libro de mi abuelo Kshiti Mohan Sen sobre el


hinduismo, Hinduism, Londres, Penguin Books, 2005 [Hinduismo, Madrid, Guadarra-
ma, 1976], debato las diferentes maneras de ver esa religión de vasta cabida.
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de armas nucleares en la India y Pakistán. Los capítulos 9 a 12 investi-


gan lo que sucedió y lo que está ocurriendo en estos mismos momen-
tos, además de los problemas que puede ser apropiado poner bajo una
lupa crítica.
El papel del razonamiento en la identidad de los indios es el tema de
la última parte del libro, que comienza con un capítulo sobre su alcan-
ce e incluye un rechazo de la idea muchas veces ventilada de que el
razonamiento y la crítica analítica son tradiciones esencialmente «occi-
dentales» o «europeas». Se examina asimismo la aportación que la eva-
luación razonada puede hacer al turbulento mundo en que vivimos. El
capítulo 14 somete los debates sobre el secularismo a un escrutinio
crítico que tiene implicaciones para los indios y su manera de verse en
un país multirreligioso y multicultural. La historia multicultural de la
India se refleja de maravilla en la profusión de calendarios existentes,
bien diseñados y elaborados, cada uno de ellos con una larga historia.
Éste es el tema del capítulo 15, que también analiza el papel de esas va-
riaciones calendarias al permitir la fijación consensuada de un «meri-
diano principal» para la India –fijado en Ujjain– desde el siglo V después
de J. C. en adelante, que aún sirve de base a la «hora oficial india», ade-
lantada unas curiosas cinco horas y media al Tiempo Medio de Green-
wich (Greenwich Mean Time, GMT), aunque se estableció bastante an-
tes del nacimiento del GMT. El capítulo final se basa en las Conferencias
Dorab Tata que pronuncié en 2001 sobre la identidad india, y vuelve
brevemente a las cuestiones muy generales abordadas al comienzo del
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libro.
Me he beneficiado de los comentarios y sugerencias de muchos
amigos y colegas, y sus contribuciones se señalan con nombre propio en
algunos de los capítulos. En lo que concierne al libro en su conjunto,
también me fueron de gran provecho muchas sugerencias útiles de Su-
gata Bose,Antara Dev Sen, Jean Drèze,Ayesha Jalal, Martha Nussbaum,
V. K. Ramachandran, Kumar Rana y Emma Rothschild. Además, me
gustaría agradecer los consejos y comentarios de Montek Singh Ahlu-
walia, Sudhir Anand, Pranab Bardhan, Kaushik Basu, Homi Bhabha,
Akeel Bilgrami, Gayatri Chakravarti Spivak, Nimai Chatterji, Deepen-
dranath Datta, Supurna Datta, Meghnad Desai, Nabaneeta Dev Sen,
Krishna Dutta, Nathan Glazer, Sulochana Glazer, Craig Jamieson, Ar-
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mando Massarenti, Patricia Mirrlees, Pranati Mukhopadhyaya, Siddiq


Osmani, Mozaffar Qizilbash, Anisur Rahman, Andrew Robinson, In-
drani Sen, Arjun Sengupta, Jagdish Sharma, Robert Silvers, Rehman
Sobhan, Leon Wieseltier y Nur Yalman.También debo dejar constancia
de mi gratitud por la inspiración que significaron los análisis de partes
del corpus literario en sánscrito realizados por Sukumari Bhattacharji y
el difunto Bimal Matilal.
Quiero también expresar mi agradecimiento por la orientación ge-
neral que me han aportado las conversaciones sobre la estructura y el
contenido del libro con mi editor, Stuart Proffitt, de Penguin. Stuart
también hizo una cantidad importante de sugerencias sobre diversos ar-
tículos. Además, quiero mostrar mi reconocimiento a la revisión extre-
madamente útil del manuscrito hecha por Elizabeth Stratford. Por su
excelente asistencia en la investigación tengo una gran deuda con Ro-
sie Vaughan, del Centre for History and Economics de Cambridge. Por
último, agradezco el apoyo conjunto de la Ford Foundation, la Rocke-
feller Foundation y la Mellon Foundation, que cubrieron algunos de los
costos materiales de mi investigación sobre este tema y los asuntos ads-
critos a ella.
Tres observaciones para terminar. En primer lugar, como ésta es
una recopilación de artículos (ocho nuevos y ocho publicados con an-
terioridad), hay algunas superposiciones entre ellos, sobre todo en lo
relacionado con los ejemplos empíricos (aunque a menudo éstos acla-
ran distintos aspectos). He suprimido algunas de esas reiteraciones, pero
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otras no podían eliminarse sin que el artículo cayera en la incohe-


rencia o la oscuridad. He tratado de dar referencias cruzadas cuando
me parecieron de utilidad. Las referencias de relevancia inmediata se
presentan en las notas al pie; otras citas figuran en las notas al final del
libro.
En segundo lugar, si bien utilicé señales diacríticas para la ortografía
inglesa de las palabras en sánscrito, las empleé con extrema moderación
(véanse las explicaciones en el apartado «Notación diacrítica de las pa-
labras en sánscrito»); y las dejé de lado en algunas palabras y nombres en
sánscrito que hoy son de uso habitual en inglés, como Raja, Rani,
Rama, Krishna,Ashoka, brahmán,Vedas, védico o tántrico, por no men-
cionar la misma palabra «sánscrito».
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La observación final se refiere al estilo de escritura. El libro aspira a


ser, en un nivel, un estudio académico hecho por un observador impar-
cial, pero en otro nivel estoy atrapado en el marco de mi tema. En mi
carácter de ciudadano indio comprometido, muy interesado en la cul-
tura, la historia y la política de la India –y también en la vida general del
país–, me cuesta referirme a los indios como «ellos» y no como «noso-
tros». Elegí, pues, el «nosotros» y no el distante «ellos».Además, dado mi
sentido de identidad subcontinental, particularmente con Bangladesh
(de donde proviene mi familia), a veces el dominio de afiliación perso-
nal ha sido más amplio que el de la sola India. No hace falta que me dis-
culpe por ello, pero el lector tiene derecho a una explicación sobre mi
alejamiento de la impersonalidad académica.
Amartya Sen
15 de agosto de 2004

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