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SENSACIONES

Cuentos cortos de Francisco Blanco

1
CALOR

Miras el baño.

Él, espumante hasta la saciedad, te desafía. Sientes que te mira y

te reta.

¿Tendrás la osadía? ¡Claro que sí! ¡Para eso viniste!

Encoges la pierna y mueves tu pie hacia la espuma; cosquillándote

suavemente. La albura efímera rodea tu pie como animada por vida

propia. Lo rodea y lo engloba con su blancor inmaculado… por ahora.

El dedo gordo toca el agua y un escalofrío parte del extremo hasta

el cerebro en una carrera desenfrenada.

Tus pelos se erizan, traicionando el progreso del espasmo largo.

Crece a la velocidad de la Luz ¡hasta el cabello que se te pone de

punta!

El calor te invade, lentamente.

La progresión se lee en tus ojos, brillantes como diamantes oscuros

refletando el eco del suspiro que todavía no llega hasta tus labios.

Tu pie se hunde lentamente, cercado por todas partes por ese calor

malicioso que asalta tu carne hasta lo más profundo, hasta lo más

íntimo, hasta lo que escondes a ti misma, hasta lo más verdadero en

ti, hasta que te rindes.

2
Tu cuerpo entero sufre el tierno ataque repentino del agua más

caliente que tu intenso calor propio.

Una sensación de bienestar total difunde sus olas por tus

pantorrillas, escalando tus muslos hasta que, por fin, te sumerges en

un abandono total, entregándote toda, entera, liberada, con una

indolencia que confina al masoquismo.

La espuma trepa hasta por encima de tu cabello y respiras

entrecortadamente, jadeando frente al asalto del incendio de agua

¡Jamás habías tomado baño tan caliente! Jamás habías sentido lo

que sientes ahora, jamás te rescatarás, jamás nunca más. Jamás lo

superarás, jamás, jamás…

Eso no te basta. Una idea loca atraviesa tu mente turbada por el

aliento del baño: “Voy a hundir mi cabeza dentro del agua”

¡Insensata!

Y lo haces… Entonces empieza la ronda de las oleadas: Calor –

Escalofrío. ¡Más calor! – ¡Más escalofrío!

Calor rabioso – Escalofrío faraónico que salpica la alfombrita,

sorprendida por las gotas de tu audacia.

Ahora cruzaste un límite. Ahora te encuentras en otra dimensión.

Ahora estás más allá del dolor desnudo, del placer a palo seco, del

deleite, del erotismo mismo, ahora viajas sin billete de retorno.

Ahora sólo una palabra puede describir lo que sientes abarcando

todas sus dimensiones: gozo.

3
ABRAZO

Estaban el uno contra la otra y la otra contra el uno, abrazados en

un saludo amistoso.

Saludándose como nunca lo habían hecho antes, ya que en los

encuentros anteriores no estaban solos como en ese momento

privilegiado.

Saludándose de esa manera, que puede parecer un poco

exuberante para desconocidos, pero ya se conocían y las miradas

intercambiadas anteriormente delataban un aprecio mutuo.

Intercambiaron las palabras usuales cuando dos personas se

encuentran de nuevo y que han pasado un largo tiempo sin verse.

¿Cómo estás? ¿Y la familia? ¿Los negocios? Yo bien, ¿y tú?

Todo eso sin despegarse.

Seguían atrapados con las manos de la una en la espalda del otro y

los brazos del otro rodeando a la una, acomodándose, sin darse

cuenta, para que los huecos naturales del uno se rellenen con los

bultos naturales de la otra, volúmenes complementarios y viceversa.

Esos roces involuntarios, nacidos de una búsqueda inconsciente

de comodidad, hicieron que el cuerpo del uno reaccione lentamente

pero irreparablemente. Ninguno de los dos se dio cuenta en el

momento.

4
Su cara, acariciada por el cabello largo, negrísimo y brillante, hizo

una mueca de cosquilleo mientras suspiraba.

Le susurró al oído:

-- Hueles rico.

Ella se estremeció y le murmuró con la boca justo en el

entreabierto de la camisa, deslizando por su pecho.

-- ¿Estás seguro? Verifica por favor…

Él hundió la nariz en el sedoso valle del cuello como un explorador

en tierra incógnita.

Inspiró hondo por las ventanas nasales, abriéndolas amplias para

cosechar los efluvios personales que, de repente, invadieron su

cerebro en una ronda endiablada tiritándolo, estremeciéndolo,

sacudiéndolo.

Un vértigo lo bamboleó en un paso de baile desconocido.

Tenía los ojos cerrados y no supo si se lo dijo o sólo lo pensó fuerte:

“¡Ay! ¡Nunca respiré perfume tan fascinante! Aroma tan sugestivo,

fragancia tan atractiva, incienso tan encantador, colonia tan seductora,

esencia tan placentera, bálsamo tan hechicero, emanación tan

apasionante, frescura tan descaradamente… excitante.”

La mano del uno, insensiblemente, llegó a su lugar natural, su

meta infinita, en el hueco donde la espalda de la otra pierde su

nombre para rebotar en otro seudónimo más sugestivo.

5
El aliento femenino contra el torso masculino puso un punto de

calor jadeante dejando libre el paso a reconocidas sensaciones de

deseo intenso.

Los labios reemplazaron la nariz –llena de preguntas para diez

años– y se pusieron a pasear en terreno desconocido, valientes, en

primera línea, abriendo paso, dejando detrás de ellos un surco de piel

de gallina donde encontraban satín.

La mejilla del uno dejó un rasponazo de barba creciente en el

cuello de la otra en un intento resbaladizo de carrera lenta y

desenfrenada hacia su meta desconocida, girando a la derecha.

Su cara se despegó del pecho firme lentamente, como a desgana, y

se llevó hacia la de él, como en una oración muda.

Cuando los cuatro labios se olieron, una descarga de

“noséquéserá” los sacudió los dos a la vez, acercándolos más aún:

cuero contra piel, osadía contra ardor, ansia contra deseo, soplo

contra aliento, boca seca contra labios húmedos en un beso lleno de

promesas sin tabúes de ninguna clase.

6
PUNTO Y COMA

Hablan delante de ti como si no existieses.

Como si fueses un mueble, un sofá o peor: ¡Una cama! Si siendo

una persona se permiten hacer tales cosas, imagínate ¡si fueses una

cama!

Lo malo no es tanto que hablen delante de ti ignorándote por

completo, no. Lo inhumano es que hablan justamente de ti, ¡ante tus

narices! Planeando cosas aterradoras.

Y para coronarlo todo, es tu familia.

Tu propia familia te trata como si fueras nada, como si fueras

menos que un perro callejero, como si fueras una piedra, como si

fueras insensible. Pero no eres ningún pedrusco, no eres ninguna

lápida, eres de carne y hueso con un espíritu que siente y sufre.

Sientes abandono, desamparo, repudio, ruptura, soledad, tus

tripas se retuercen como culebras multiplicando los nudos.

El rechazo, la exclusión, la negación completa de tus derechos

fundamentales te repulsa iniciando unas olas de hielo que te invaden

naciendo en el bajo vientre y avanzando en ondas concéntricas hasta

tus pies y tu cráneo rebotando para juntarse en tu centro de

gravedad.

Lo vives como un desprecio total.

7
Tu mamá está prostrada, arrojada en una butaca en la posición

que tenía cuando se derrumbó en ella. El dolor que sientes por ella te

destroza el Alma.

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