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CAPÍTULO 1
1800
C
uando el sacerdote británico Robert Walsh llegó a la capital bra-
sileña de Río de Janeiro en 1828, le impactó el tamaño de la
población negra de la ciudad y su asombrosa diversidad de con-
diciones. Paseando por el área de los muelles, se percató primeramente
de los mozos de carga y estibadores esclavos, medio desnudos y exhaus-
tos, «yaciendo en el mismo suelo entre suciedad y vísceras de animales,
enrollados sobre sí mismos como perros… mostrando un estado y una
situación tan inhumana que no sólo lo parecían, sino que realmente
estaban muy por debajo de los animales inferiores de su alrededor»1.
Sus sentimientos iniciales de horror y disgusto pronto fueron desplaza-
dos por admiración por una unidad de varios cientos de hombres de la
milicia desfilando: «Eran sólo un regimiento de la milicia, aunque esta-
ban tan bien formados y disciplinados como uno de nuestros regimien-
tos de línea… Limpios y ordenados en su persona, bien dispuestos en su
disciplina, expertos en sus ejercicios»; estos soldados negros eran en
todos los aspectos iguales a los regulares británicos, concluía Walsh.
Continuando su marcha por la ciudad, a continuación se encontró
con
1. Ésta y las siguientes citas son de Conrad, Children of God’s Fire, 216-220.
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decoro y un sentido del respeto que los envolvía que era superior al de los
blancos de la misma clase y oficio. Todos sus artículos eran buenos dentro
de su clase y pulcramente ordenados, y los vendían con sencillez y con-
fianza, ni buscando aprovecharse de otros ni sospechando que alguien se
lo llevaría indebidamente. Compré algo de confitería a una de las hembras
y me sorprendió la modestia y el decoro de sus modales; era una madre
joven, y tenía con ella un niño pulcramente vestido, del cual parecía muy
orgullosa.
Por último, esa tarde, Walsh fue testigo de cómo un sacerdote cató-
lico negro, «un hombre grande e imponente, cuya tez negro azabache
producía un intenso y chocante contraste con sus blancas vestiduras»,
oficiaba un servicio de funeral en una de las iglesias de la ciudad.
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LA E C O N O M Í A P O L Í T I C A D E L A E S C L AV I T U D
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9. Sobre los esclavos en la economía urbana, ver Algranti, Feitor ausente, 65-95;
Andrade, Mão de obra; Andrews, Afro-Argentines, 29-41; Bowser, African Slave, 100-
108, 125-146; Duharte Jiménez, Negro en la sociedad colonial, 11-30; Hünefeldt,
Paying the Price, 97-128; Karasch, Slave Life, 185-213; Reis, Slave Rebellion, 160-174;
Silva, Negro na rua.
10. Acerca de los sirvientes domésticos esclavos, además de las fuentes de la nota
anterior, ver Lauderdale Graham, House and Street.
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13. Perez, Cuba, 60; Curtin, Atlantic Slave Trade, 35, 46.
14. Palmer, Slaves of the White God, 26-28; Curtin, Atlantic Slave Trade, 27.
15. Sobre la esclavitud en estas áreas, ver Andrews, Afro-Argentines, 23-58;
Carroll, Blacks in Colonial Veracruz; Romero, «Papel de los descendientes»; Tardieu,
Negro en el Cusco; Crespo, Esclavos negros; Isola, Esclavitud en el Uruguay; Jaramillo
Uribe, Ensayos, 5-87; Colmenares, Popayán.
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obra indígena para satisfacer la demanda local. Éste era el caso de Bra-
sil desde finales del siglo XVI hasta el fin del período colonial. También
se aplica a Venezuela, que a principios del XVII empezó a exportar
cacao a México y Europa. Y en la segunda mitad del XVIII estas condi-
ciones se dieron en Cuba y Puerto Rico, las cuales, hacia 1800, pasa-
ron de ser zonas de limitada baja actividad económica a ser exporta-
dores importantes de azúcar. Estos centros altamente desarrollados de
producción exportadora basada en la plantación se convirtieron en los
mayores importadores de esclavos africanos, y devinieron así el cora-
zón de Afro-Latinoamérica.
Plantadores y propietarios importaron esclavos en altas cifras, tan-
to por la ausencia de fuentes alternativas de mano de obra como por la
permanente incapacidad por parte de la población esclava para repro-
ducirse. Para que pueda mantenerse a un nivel estable, el número de
nacimientos anuales de una población debe ser igual al número de
muertes por año. Para crecer, los nacimientos de dicha población
deben exceder a las defunciones. Pero año tras año, en plantaciones,
campamentos mineros, pueblos y ciudades de la América portuguesa
y española, el número de muertes de esclavos excedió al número de
nacimientos, a veces por estrechos márgenes, en otras ocasiones por
márgenes amplios. Éste era especialmente el caso de las zonas de plan-
tación, donde las duras y a menudo brutales condiciones de vida gol-
pearon con particular dureza a los recién nacidos y a los niños peque-
ños, llevando a muchos propietarios a concluir que invertir recursos
en criar un niño esclavo hasta que alcanzara su adolescencia era sim-
plemente malgastar el dinero. El senador brasileño Cristiano Ottoni
afirmaba en 1871 que sólo el 25-30% de los niños esclavos criados en
zonas rurales sobrevivían a la edad de ocho años, y que las condicio-
nes habían sido incluso peores en la primera mitad del siglo. Esto sue-
na a exageración, pero hemos de tomar en cuenta que la mortalidad
infantil durante el siglo XIX para todos los niños varones en Brasil,
incluyendo a hijos de esclavos, de libertos y de blancos, fue de un ter-
cio durante el primer año de vida, y de casi el 50% en los primeros cin-
co años de vida. Los infantes libres murieron en unas tasas menores
que esas cifras; los niños esclavos en porcentajes mayores16.
16. Conrad, Children of God’s Fire, 100; Klein, African Slavery, 160; Kiple,
«Nutritional Link».
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17. Klein, African Slavery, 147; Eltis, Economic Growth, 255-259. De 180.000 africa-
nos que llegaron a La Habana entre 1790 y 1820, 130.000 eran hombres. Klein, Middle
Passage, 223. De 3.270 africanos capturados en navíos negreros durante la década de 1830
y llevados a Río de Janeiro, 2.384 eran hombres. Y de 52.000 esclavos nacidos en el
extranjero que vivían en la ciudad en 1849, 34.000 eran hombres. Karasch, Slave Life, 34.
18. Andrews, Afro-Argentines, 50; Bergad, Cuban Rural Society, 69; Schwartz,
Sugar Plantations, 346-349; Karasch, Slave Life, 65-66.
19. Klein, Atlantic Slave Trade, 166-168.
20. Ver por ejemplo el caso de Minas Gerais, en donde el fin de la fiebre del oro a
finales del XVIII, y la simultánea recuperación del cultivo de azúcar en la costa, reduje-
ron mucho la importación de esclavos africanos. Hacia 1800, la población esclava de
Minas era mayoritariamente criolla (nacida en América) y tenía tasas positivas de creci-
miento natural. Bergad, Slavery and the Demographic, 123-144.
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21. La producción de algodón cayó de unas 3.000 toneladas en 1791 a menos de 200
en 1818; el café, de 34.000 toneladas en 1791 a 10,000 en 1818. Leyburn, Haitian Peo-
ple, 320.
22. Schwartz, Sugar Plantations, 422-23; Alden, «Colonial Brazil», 312-314; Perez,
Cuba, 78-79; Moreno Fraginals, Ingenio, 39-102.
23. Klein, Atlantic Slave Trade, 211.
24. Perez, Cuba, 60; Eltis, Economic Growth, 247; Klein, Middle Passage, 209-27.
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25. Curtin, Atlantic Slave Trade, 27-28, 33-34; Studer, Trata de negros, tabla 15.
26. Viáfara era un apellido común entre los esclavos en el valle del Cauca, en
Colombia, en la época de la abolición (1852). Hoy todavía se encuentra entre los cam-
pesinos negros de la región. Mina, Esclavitud y libertad, 52-54; Friedemann y Arocha,
De sol a sol, 221.
27. Curtin, Atlantic Slave Trade, 220-230; Manning, Slavery and African Life, 60-
86; Miller, Way of Death, 140-153, 207-244; Klein, Atlantic Slave Trade, 208-209.
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ACCIONES Y R E A C C I O N E S E S C L AVA S
34. Reis, Slave Rebellion, 147, y 139-159. Ver también el caso de la rebelión (infruc-
tuosa) de 1795 en Coro, Venezuela, que se originó entre los negros loango (congo) de
la ciudad. Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 225-30; Veracoechea, Documen-
tos, 312.
35. Franco, Minas de Santiago; Díaz, The Virgin, the King.
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vos por plantación en 1820 era de 69; 14 años más tarde, en toda Cuba
occidental y central la mayoría de los esclavos de las plantaciones vivía
en propiedades que empleaban 100 o más esclavos. Incluso en centros
secundarios de cultivo de azúcar, que producían principalmente para
el consumo local, la fuerza de trabajo esclava no era pequeña. En la
periferia rural de Lima, la media de esclavos por propiedad en 1813 era
de 5637.
Las condiciones de vida y de trabajo en las plantaciones variaron
según los diferentes lugares y épocas. Tendían a ser algo menos duras
en las zonas secundarias de plantación o durante períodos de contrac-
ción económica, cuando los propietarios tenían menos incentivos para
exprimir a sus esclavos hasta obtener la máxima productividad. Sin
embargo, en ningún lugar las condiciones eran buenas, y en las zonas
principales de producción de azúcar —la costa brasileña, o Cuba des-
pués de 1800— y durante períodos de expansión económica, las con-
diciones fueron infernales. La subalimentación, la malnutrición y la
sobreexplotación provocaron altos niveles de enfermedades y acci-
dentes laborales. Éstos se dieron especialmente durante el período de
la cosecha, cuando las jornadas de 16, 18 y hasta 20 horas no eran
infrecuentes. «El trabajo es grande, y muchos mueren», apreciaba
lacónicamente un observador de la industria azucarera bahiana a prin-
cipios del siglo XVII. Unos 100 años después, el sacerdote jesuita João
Antônio Andreoni describió las zonas de plantación de Bahía como
un «infierno para negros»; y a finales del XVIII, aun otro observador de
la industria expresaba su disgusto por «el cruel, bárbaro y grotesco
modo en que la mayoría de los amos trata a sus desgraciados escla-
vos»38.
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Figura 1.3. Esclavos secando los granos del café, São Paulo, 1882.
Crédito: Photographs and Prints Division, Schomburg Center for
Research in Black Culture, The New York Public Library, Astor,
Lenox and Tilden Foundations.
39. Russell-Wood, «Gold Cycle», 224; Sharp, Slavery on the Spanish Frontier, 132-
136. Aun hoy, los descendientes de los esclavos del Chocó están «permanentemente
asediados por fuerzas mortales debilitantes, que les causan úlceras supurantes, expec-
toraciones infectadas, heces de aspecto maligno y dolores. Un ciclo de vida restringido
y una madurez tardía son una parte constituyente de la condición humana» (Whitten,
Black Frontiersmen, 28).
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40. Sharp, Slavery on the Spanish Frontier, 122, 174-177; Zuluaga Ramírez, «Cua-
drillas mineras», 61-64.
41. Russell-Wood, Black Man, 104-127. Sobre el uso industrial del trabajo esclavo
en las minas británicas del siglo XIX en Minas Gerais, ver Libby, Trabalho escravo.
42. Romero, «Papel de los descendientes», 69; Andrews, Afro-Argentines, 37-38.
43. Karasch, Slave Life, 189-190; Conrad, Children of God’s Fire, 122; Reis, Slave
Rebellion, 164-165. El reverendo Walsh, citado al principio de este capítulo, menciona-
ba las evidencias de este sistema de cuadrillas en Río de Janeiro, pero no comprendió su
importancia. Los mozos de carga de las calles «desfilaban en línea, cargando pesados
bultos sobre sus cabezas, musitando una cadencia sombría e inarticulada a medida que
avanzaban» (Conrad, Children of God’s Fire, 237).
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44. Ver por ejemplo Turner, From Chattel Slaves; Reis y Silva, Negociação e confli-
to, esp. 7-21; Díaz, The Virgin, the King, 15-16, 228.
45. Schwartz, Sugar Plantations, 152-159; ver también Hünefeldt, Paying the Price,
167-179; Gomes, Histórias de quilombolas, 358-370.
46. Córdova, Clase trabajadora, 29; Reis, «Revolution of the Ganhadores»; Luce-
na Salmoral, Sangre sobre piel, 76.
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47. Hünefeldt, Paying the Price, 60-61; Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 187-189;
para otros casos, ver Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 183-187; Andrade González,
«Aprecio económico», 214-216; García Rodríguez, Esclavitud desde la esclavitud, 125-
130; Díaz, The Virgin, the King, 285-313, 317; Helg, «Fragmented Majority», 169.
48. Schwartz, «Resistance and Accommodation»; Tovar Pinzón, De una chispa, 22.
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Los productos cultivados por los esclavos para uso propio eran un
caballo de batalla frecuente entre amos y esclavos, y un ejemplo para-
digmático de las ambigüedades de sus relaciones. Muchos amos pro-
veyeron conucos para sus esclavos, en los que ellos cultivaban frutas y
verduras para el consumo propio y para la venta, bien al propietario,
bien a mercados cercanos. Los esclavos se beneficiaban así de dietas
más nutritivas y variadas, además de la oportunidad de ganar dinero;
los propietarios se beneficiaban al reducir los costos de alimentación
(que eran en este caso parcialmente cubiertos por los esclavos) y tam-
bién a través de lo que muchos percibían como un el efecto pacificador
del conuco sobre el esclavo. «Los esclavos que tienen [parcelas para el
auto-cultivo] ni huyen ni causan problemas», comentaban numerosos
plantadores de la provincia de Río de Janeiro. Sus parcelas de auto-
consumo «les distraen un poco de la esclavitud, y les hacen creer ilu-
samente que tienen un limitado derecho de propiedad»49. Este «dere-
cho» puede haber sido ilusorio, pero los esclavos reclamaron los
conucos como suyos y discutieron constantemente con los amos acer-
ca de la cantidad de tiempo que se les permitía trabajar en ellos. Estas
disputas sobre los conucos anticiparon las disputas de tierras que se
desencadenarían en las zonas de plantación de Afro-Latinoamérica
después de la Independencia50.
Después de su demanda inicial de tiempo libre, los esclavos de
Santana pasaron a hablar de las horas y condiciones de trabajo. Pro-
ponían fijar cuotas máximas de trabajo para la siembra y la cosecha,
cantidades mínimas de trabajadores para algunas tareas concretas («la
madera que es serrada con una sierra de mano debe hacerse con tres
hombres, y uno encima»; «en las mazas [rodillos de molienda] tiene
que haber cuatro mujeres para alimentarlas de caña»), y mencionaban
trabajos que no harían más («no nos obligarán más a pescar en las dár-
senas de marea, ni a pescar marisco»; «iremos a trabajar al cañaveral
de Jabirú esta vez y después ha de quedar para pasto, pues no pode-
mos cortar caña en un manglar»). También pedían el despido de los
49. Conrad, Children of God’s Fire, 78; Reis, «Escravos e coiteiros», 364; ver tam-
bién Gomes, Histórias de quilombolas, 382.
50. Sobre las parcelas de autoconsumo, ver Cardoso, Escravo ou camponês?;
Barickman, «A Bit of Land»; Schwartz, Slaves, Peasants, and Rebels, 45-55; Tovar Pin-
zón, De una chispa, 40-47.
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51. Schwartz, Sugar Plantations, 137; Conrad, Children of God’s Fire, 92-93.
52. Manzano, Autobiography, 59, 61, 101.
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53. Picó, Al filo del poder, 25; ver también 99, 100.
54. Gutiérrez Azopardo, Historia del negro, 32-34, 48; Zuluaga Ramírez, Guerrilla
y sociedad, 35-36, 41-42; Reis, «Quilombos e revoltas», 19; Veracoechea, Documentos,
80;. Metcalf, «Millenarian Slaves?», 1547.
55. Thornton, Africa and Africans, 235-271.
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56. Bastide, African Religions, 240-284. Sobre los orishas yoruba, ver Thompson,
Flash of the Spirit, 1-97; Siqueira, Orixás.
57. La posesión espiritual «es una relación de intercambio, de mutualidad, de res-
ponsabilidad compartida, y sobre todo, de acompañamiento… La posesión es particu-
larmente significativa, porque la ocupación del cuerpo negro por un ser divino es un
rechazo contundente de la subalternidad» (Harding, Refuge in Thunder, 154, 156).
58. Harding, Refuge in Thunder, 132-135, 53.
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59. Citas de Pereda Valdés, Negro en el Uruguay, 98; Karasch, Slave Life, 242;
Andrews, Afro-Argentines, 158. Sobre los esfuerzos de los esclavos para celebrar bailes
públicos, ver también Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 15, 35; Montaño, Umkhonto,
211-224.
60. Harding, Refuge in Thunder, 132-135; Thompson, Flash of the Spirit, xiii; Rose,
Black Noise, 64-80.
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era más de un 50% superior entre los esclavos del campo que entre
los de la ciudad63.
El número de matrimonios era aún más alto entre los esclavos de
las haciendas de las afueras de Lima, donde el 60% de los esclavos
adultos estaban casados en 179064. Es difícil obtener cifras totales para
Brasil, pero las investigaciones hechas en plantaciones individuales
sugieren que cuanto mayor era la fuerza de trabajo, más aumentaba la
incidencia del matrimonio esclavo. En 1801, en el distrito de Lorena,
provincia de São Paulo, el 18% de los esclavos de pequeña plantación
(granjas en las que había de 1 a 4 esclavos) estaban casados, cifra que
ascendía al 40% en las granjas con 10 o más esclavos. De los 186 escla-
vos que había en la plantación de Santana, Bahía, en 1752, al menos el
80% vivía en unidades familiares formadas por una pareja de hombre
y mujer, y otro 13% vivía en unidades familiares monoparentales.
Estudiando los registros de familias esclavas en las plantaciones de Río
de Janeiro, «sorprende el nivel de autonomía y estabilidad familiar que
[los esclavos] alcanzaron, extremadamente próximo al de los hombres
libres con los que convivían»65.
Como ocurrió en las grandes plantaciones, los campamentos mine-
ros reunieron a hombres y mujeres, muchos de los cuales formaron
familias. Como hemos visto, los mineros de cobre de Santiago del Pra-
do se describían a sí mismos «todos... casados y [con] familias que
siempre hemos sustentado». De los esclavos que trabajaban en las
minas de oro de la región del Chocó, en Colombia, un tercio estaban
casados en 1782, y muchos de los que no lo estaban eran niños que
vivían con sus padres. Como pasaba en las plantaciones, a mayor fuer-
za de trabajo, mayor índice de matrimonios. De los 550 esclavos que
pertenecían a un propietario minero, dos tercios de los adultos estaban
casados, y casi todos los esclavos (el 93%) vivían en unidades familia-
63. El 42% de los esclavos rurales estaban casados, en comparación al 21% de los
esclavos urbanos, el 42% de negros y mulatos libres del campo y el 46% de blancos que
vivían en el ámbito rural. Lombardi, People and Places, 135-137.
64. Hünefeldt, Paying the Price, 45-46.
65. Costa et al., «Familia escrava», 254; Schwartz, Sugar Plantations, 396; Castro,
Das cores do silêncio, 75.Ver también otros artículos en Estudos Econômicos 17, 2
(1987); Slenes, Na senzala uma flor; Graham, «Slave Families»; Florentino y Góes, Paz
das senzalas; Lauderdale Graham, Caetana Says No.
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66. Sharp, Slavery on the Spanish Frontier, 124-125; Zuluaga, «Cuadrillas mineras»,
67-80.
67. Manzano, Autobiography, 5-6.
68. Manzano, Autobiography, 69-71, 79.
69. Para una serie de casos judiciales cubanos en los que los esclavos siguieron esta
estrategia, ver García Rodríguez, Esclavitud desde la esclavitud, 107-124.
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73. Malagón Barceló, Código Negro carolino; Lucena Salmoral, Sangre sobre piel,
23-47.
74. Para una muestra representativa de la opinión de los plantadores, en forma de
petición al rey de los cultivadores de caña cubanos, ver García Rodríguez, Esclavitud
desde la esclavitud, 69-89.
75. Hall, Africans in Colonial Louisiana, 305. Para Hall, el sistema judicial español,
que estuvo vigente en Luisiana desde 1766 hasta 1803, «era, en muchos sentidos, supe-
rior al anterior [tribunales franceses] y posterior [tribunales estadounidenses]. Hubo
una expansión significativa de los derechos de los esclavos, excepto en el área vital de la
protección de la familia esclava», en la que la ley francesa era superior (p. 304). Sobre
pleitos esclavos en la Florida española, ver Landers, Black Society, 138-144; sobre
Cuba, ver De la Fuente, «La esclavitud, la ley».
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dos y de guardar los castigos excesivos, los engaños perpetrados por los
propietarios, la usurpación de los derechos de coartación y compra de
libertad garantizados por ley. Fueron los primeros en exponer y denun-
ciar la explotación de la mujer esclava. Además, levantaron otros expe-
dientes sobre la falta de atención médica, la destrucción de la propiedad
del esclavo, la agresión verbal, la separación ‘familiar,’ las deudas no satis-
fechas por el propietario, y cuántas más razones76.
Una de las principales vías que los esclavos emplearon para escapar
del tratamiento abusivo fue aprovecharse de su derecho a cambiar de
propietario. Bajo jurisdicción hispánica, si los esclavos hallaban un
propietario potencial a quien preferían pertenecer y éste estaba dis-
puesto a pagar su precio en el mercado, se les daba el derecho de ser
adquiridos por ese comprador potencial. Los propietarios de esclavos
generalmente se opusieron a esta ley, ya que creaba un mecanismo por
el que los esclavos podían «escapar» de las manos de los amos más
duros para ir con otros menos abusivos. También lucharon para pre-
venir o retrasar estas transferencias de propiedad, habitualmente dis-
putando el valor monetario declarado del esclavo. Pero los esclavos
perseveraron en estos casos, viendo en ellos un medio para mejorar su
calidad de vida y sus condiciones de trabajo, y para evitar la ruptura de
matrimonios y familias77.
Pleitos de este tipo —y en general recursos legales de cualquier
tipo— eran mucho más comunes en las áreas urbanas que en el ámbi-
to rural. Los esclavos urbanos tenían mayor acceso a la información
acerca de sus derechos legales y a los funcionarios responsables de
hacerlos cumplir. Además, la mayoría de los propietarios de esclavos
urbanos eran individuos de recursos modestos, que poseían cantida-
des relativamente pequeñas de esclavos y que no tenían la influencia
sobre los funcionarios reales de la que gozaban los plantadores o los
dueños de minas. Así, en las disputas legales, los esclavos urbanos a
menudo se enfrentaban a sus amos desde una posición menos des-
aventajada que los rurales.
76. Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 22-23. Para ejemplos detallados de estas que-
jas, ver Chaves, María Chiquinquirá Díaz; Demasi, «Familia y esclavitud».
77. Acerca de tales demandas, ver Hünefeldt, Paying the Price, 167-179; Lanuza,
Morenada, 75-81, 105; Cope, Limits of Racial Domination, 46.
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78. Ver por ejemplo un caso de 1798 en Barbacoas (Colombia), en el que un grupo
de mineros esclavos que alegaban maltrato por parte de su propietario recurrió al
teniente de la zona, «porque ha atendido otras causas de esclavos». González, «Apre-
cio económico», 216.
79. Ver por ejemplo la declaración de 1807 de un defensor de esclavos de Colom-
bia, en donde afirmaba que la esclavitud va «contra razón de natura... una condición
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82. Díaz, The Virgin, the King, 317-119; Nistal-Moret, Esclavos prófugos, 74-75,
201-203.Ver también las referencias de Juan Francisco Manzano a «el derecho natural
que todo esclavo tiene a su rescate», esto es, a comprar su propia libertad. Manzano,
Autobiography, 20. Para una discusión en profundidad de los derechos de los esclavos
bajo la ley española, ver Petit Muñoz et al., Condición jurídica, 181-269.
83. Rodrigues, «Liberdade, humanidade», 160.
84. Algranti, Feitor ausente, 112; Reis, «Quilombos e revoltas», 35.
85. De 380 peticiones halladas por Keila Grinberg en los archivos nacionales de
Brasil, casi todas datan del período posterior a 1831, y la gran mayoría de la segunda
mitad del siglo. Grinberg, Liberata, 22, 109.También sobre peticiones de esclavos, ver
Grinberg, «Freedom Suits»; Lauderdale Graham, Caetana Says No; Chalhoub, Visões
da liberdade.
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(ésta era una de las razones para las concesiones de la Corona a los
cobreros en 1800). Los esclavos rebeldes de la ciudad de Coro, Vene-
zuela, pidieron públicamente en 1795 la «Ley de los Franceses» y la
abolición de la esclavitud; conjuras similares entre los esclavos de Lui-
siana (1795) y el puerto colombiano de Cartagena (1799) fueron descu-
biertas y desbaratadas por las autoridades poco antes de que pudieran
fructificar89. Conspiraciones revolucionarias en las que participaron
blancos y negros libres fueron frustradas en Buenos Aires (1795), Cara-
cas (1797) y Bahía (1798). No hubo participación esclava significativa en
estos últimos tres incidentes, pero teniendo en cuenta que los objetivos
de los conspiradores incluían la abolición de la esclavitud, si las conspi-
raciones se hubieran materializado sin duda habrían prendido también
la mecha de las sublevaciones esclavas en esas ciudades.
Probablemente, la causa más importante del incremento de suble-
vaciones esclavas estaba en el número creciente de hombres jóvenes
africanos que llegaban a la región. Muchos de estos jóvenes eran vete-
ranos de guerras africanas desencadenadas por el comercio de escla-
vos, y llegaron al Nuevo Mundo con una volátil mezcla de experien-
cia militar e inmensa ira y descontento por su situación. El resultado
fue un incremento agudo en la propensión a la rebelión y en la huida a
comunidades de esclavos fugitivos (quilombos o mocambos en Brasil,
palenques o cumbes en la América española)90. Estos asentamientos
habían aparecido por primera vez en la América hispana en los albo-
res del período colonial. Guerras de guerrillas prolongadas se sucedie-
ron entre fuerzas españolas y cimarrones (la palabra empleada para
designar al ganado que había escapado de sus propietarios y vagaba
«salvaje» se aplicaba también a los esclavos) en Santo Domingo duran-
te los decenios de 1530 y 1540, en Venezuela, Panamá y Ecuador
durante la década de 1550, y en Colombia y México a principios de
1600. Aunque la mayoría de los asentamientos de fugitivos fueron
89. Franco, Conspiración de Aponte, 11-12; Arcaya U., Insurrección de los negros;
Veracoechea, Documentos, 305-318, 323-328; Hall, Africans in Colonial Louisiana,
343-374; Geggus, «Slave Resistance».
90. Sobre comunidades de esclavos huidos ver Price, Maroon Societies; Gomes,
Histórias de quilombolas; Reis y Gomes, Liberdade por um fio; Acosta Saignes, Vida de
los esclavos, 178-210; Lazo García y Tord Nicolini, Del negro señorial; Friedemann, Ma
ngombe; Borrego Plá, Palenques de negros; La Rosa Corzo, Cimarrones de Cuba y
Palenques del oriente.
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91. Guillot, Negros rebeldes; Rout, African Experience, 104-117; Zuluaga Ramírez,
Guerrilla y sociedad; Rueda Novoa, Zambaje y autonomía; Carroll, «Mandinga». Véa-
se también el caso de Curiepe, un asentamiento de negros libres en el valle de Tuy en
Venezuela que en el transcurso del siglo XVIII se convirtió en un centro de actividad
cimarrona. Ferry, Colonial Elite, 108-120.
92 Cita de Bastide, African Religions, 90. Sobre Palmares, ver Carneiro, Quilombo
dos Palmares; Freitas, Palmares; Reis y Gomes, Liberdade por um fio, 26-109; Ander-
son, «Quilombo of Palmares».
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93. Guimarães, Negação da ordem; Reis and Gomes, Liberdade por um fio, 139-
192.
94. Schwartz, Slaves, Peasants, 112-118; Lazo García y Tord Nicolini, Del negro
señorial, 23-24.
95. Gomes, Histórias de quilombolas, 43.
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96. Jaramillo Uribe, Ensayos, 64-70; para una perspectiva alternativa, ver McFarla-
ne, «Cimarrones and Palenques».
97. Brito Figueroa, Problema tierra y esclavos, 215-219, 238-242; Acosta Saignes,
Vida de los esclavos, 190-195; Blanco Sojo, Miguel Guacamaya, 36-42; Guerra, Escla-
vos negros.
98. Castellanos y Castellanos, Negro en Cuba, 200-211.
99. Reis, «Escravos e coiteiros», 333.
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L I B E RTA D
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Afrolatinoamericanos
Nota: Los totales para Brasil están incompletos; dos capitanías (Mato Grosso y
Pará) no recogieron información racial. Los datos para Ecuador muestran blan-
cos y mestizos juntos. Los de Colombia en cursiva indican estimaciones del
autor. Las celdas vacías indican que no hay información.Fuentes: Ver Apéndice.
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102. Johnson, «Manumission»; Hünefeldt, Paying the Price, 211; Schwartz, Sugar
Plantations, 332.
103. Sobre la manumisión, ver Bowser, African Slave, 272-301; Hanger, Bounded
Lives, 17-51; Hünefeldt, Paying the Price, 167-179; Johnson, «Manumission»; Karasch,
Slave Life, 335-369; Bergad et al., Cuban Slave Market, 122-142; Kiernan, «Manumis-
sion of Slaves»; Mattoso, Ser escravo, 176-198; Schwartz, «Manumission of Slaves»;
Nishida, «Manumission and Ethnicity»; Higgins, «Licentious Liberty», 145-174.
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104. Aguirre, Agentes, 191; Tovar Pinzón, De una chispa, 22; Veracoechea, Docu-
mentos, 276-277, 314-316.
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portugués— para cultivar los lazos con sus propietarios y efectuar las
negociaciones necesarias para obtener la libertad.
Así, mientras los esclavos eran durante este período más a menudo
africanos que afro-latinoamericanos, más negros que mezclados
racialmente y más a menudo hombres que mujeres, la población libre
afrodescendiente era su opuesto: más americana que africana, más
racialmente mezclada que negra y con igual cantidad de hombres que
de mujeres. Mientras la población esclava sufría un descenso demo-
gráfico constante, las poblaciones de negros y mulatos libres se incre-
mentaban rápidamente. Esto se daba en parte por el mayor número de
mujeres entre la población libre, siendo escasas entre los esclavos,
aunque también se daba —y puede que en mayor medida— gracias a
la libertad, que daba a las madres y a las familias mayores oportunida-
des de sustentar a su descendencia. Era menos probable que las
madres negras libres afrontaran demandas de trabajo excesivas, y más
fácil para ellas usar redes familiares de apoyo o acceder a rentas en
dinero de lo que lo era para las madres esclavas. Por ello, los niños
negros libres tenían mejores probabilidades de sobrevivir al crucial
primer año de vida y llegar a la vida adulta que los niños esclavos.
Hacia 1800, por tanto, los negros y mulatos libres superaban en
número a los esclavos en toda Latinoamérica, excepto en Brasil y
Cuba. Las afirmaciones de relaciones raciales harmoniosas e igualita-
rias en Latinoamérica durante el siglo XX a menudo hallan los orígenes
de este igualitarismo en la preeminencia de negros y mulatos libres en
la sociedad colonial, así como en su mayor éxito (comparado con el de
sus contrapartes en las colonias francesas o británicas) en hallar vías de
ascenso social en esa época. Pero esto estaba lejos de las intenciones
originales de los arquitectos del Imperio Español y del Imperio Por-
tugués. Al contrario, los estados coloniales intentaron establecer por
ley una sociedad estratificada racialmente, que reservara para los blan-
cos todas las oportunidades de avance económico y social y que rele-
gara a los que no fueran blancos a un estatus social y legal inferior. De
hecho, existían precedentes de sistemas similares en las leyes españo-
las y portuguesas, leyes para gentes de «sangre impura» —árabes,
judíos, gitanos y africanos— en el Viejo Mundo. Durante el siglo XVII
este corpus de leyes raciales, el primero de su tipo en el Occidente
moderno, se extendió al Nuevo Mundo y fue sistematizado en el
Régimen de Castas, a cuyos dictados estuvieron sometidos negros y
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109. Sobre el Régimen de Castas, ver Rout, African Experience, 126-161; Russell-
Wood, Black Man, 50-82; Jaramillo Uribe, Ensayos, 163-233; Petit Muñoz et al., Con-
dición jurídica, 334-364.
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110. Kinsbruner, Not of Pure Blood, 19; Mota, Nordeste 1817, 105; para caracteri-
zaciones negativas similares de los racialmente mezclados pardos, ver Pellicer, Vivencia
del honor, 40-48.
111. Cita de Bowser, «Colonial Spanish America», 52. Sobre artesanos negros y
mulatos, ver Bowser, African Slave, 125-146; Deschamps Chapeaux, Negro en la eco-
nomía; Hanger, Bounded Places, 55-87; Harth-Terré y Márquez Abanto, «Artesano
negro»; Kinsbruner, Not of Pure Blood, 70-78, 131-136; Rosal, «Artesanos de color».
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libres del ámbito urbano tenían empleos con bajos ingresos en el ser-
vicio doméstico o como lavanderas, muchas trabajaron como vende-
doras en las calles o pusieron puestos en los mercados urbanos, ven-
diendo alimentos elaborados, encajes, cintas, peines, cepillos y una
infinita serie de productos variados. Casi todas estas empresas se man-
tuvieron pequeñas, aunque ocasionalmente mujeres y hombres negros
con un inusual espíritu emprendedor y acceso a fuentes de capital
experimentaron los mismos niveles de éxito material que los maestros
artesanos, y expandieron sus negocios hasta llegar a formar tiendas,
restaurantes, tabernas y posadas. Este empresariado negro y mulato
no era muy numeroso, pero sumado al grupo más amplio de artesa-
nos, constituía una pequeña aunque visible elite dentro de la pobla-
ción negra y mulata112.
Excluidos por las leyes de castas de las instituciones sociales y cultu-
rales blancas, este grupo de no-blancos construyó sus propias institu-
ciones paralelas, empezando por las hermandades religiosas católicas o
cofradías. Quizá la forma más importante de organización comunitaria
en España y Portugal, las hermandades jugaron un papel igualmente
importante en la sociedad colonial. De acuerdo con los dictados del
Régimen de Castas, éstas eran organizaciones racialmente segregadas
(aunque se hicieron excepciones ocasionales con algunos miembros
blancos en hermandades negras). Su función primaria era generar recur-
sos para la construcción y el mantenimiento de iglesias, así como para la
organización de misas, festivales y otras actividades religiosas. La posi-
ción social y económica de los miembros de las cofradías se reflejaba en
el esplendor de estas festividades y en los edificios donde se celebraban,
por eso dichos miembros buscaban alcanzar el mayor grado posible de
ostentación. Al mismo tiempo, las cofradías patrocinaron actividades
filantrópicas variadas, como las cajas de socorro para muerte o invalidez
de los miembros y sus familias, y fondos de manumisión para comprar
la libertad de algunos esclavos113.
112. Sobre el empresariado negro libre, ver Cope, Limits of Racial Domination,
106-124; Deschamps Chapeaux, Negro en la economía; Hanger, Bounded Lives, 55-87;
Bowser, African Slave, 317-320; Russell-Wood, Black Man, 53-56; Kinsbruner, Petty
Capitalism, 123.
113. Mulvey, «Black Lay Brotherhoods»; Russell-Wood, Black Man, 128-160; Sca-
rano, Devoção e escravidão; Kiddy, Blacks of the Rosary; Andrews, Afro-Argentines,
138-142.
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les una revolución». Unos veinte años después, su predicción resultó ser cierta. Stoan,
Pablo Morillo, 18. Sobre milicias afro-latinoamericanas, ver Voelz, Slave and Soldier,
118-122; Deschamps Chapeaux, Batallones de pardos; Andrews, Afro-Argentines, 113-
138; Kuethe, «Status of the Free Pardo»; Hanger, Bounded Lives, 109-135; Vinson,
Bearing Arms; Kraay, Race, State, and Armed Forces.
116. Sobre estrategias de alianzas matrimoniales entre familias prósperas de color,
ver Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 91-99; Deschamps Chapeaux, Bata-
llones de pardos, 56-59; Hanger, Bounded Lives, 89-108.
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117. Sobre estas reformas y sus efectos, ver Brading, «Bourbon Spain»; Lynch, Spa-
nish American Revolutions, 1-24; Andrews, «Spanish American Independence».
118. Bowser, African Slave, 141-142; Bowser, «Colonial Spanish America», 39;
Cope, Limits of Racial Domination, 21-22; Castillero Calvo, Régimen de castas, 26;
Kinsbruner, Petty Capitalism, 82.
119. Castillero Calvo, Régimen de castas, 27; Johnson, «Artisans of Buenos Aires», 50-
145. Sobre conflictos raciales similares en Río de Janeiro, ver Algranti, Feitor ausente, 91-92.
120. Rodulfo Cortés, Régimen de «Las Gracias al Sacar»; Twinam, Public Lives;
Rout, African Experience, 156-159.
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la libertad con que a la plebe se le permite escoger la clase [racial] que ellos
prefieran… Muy a menudo se unen a una u otra según les convenga o les
venga de necesidad… Un Mulato, por ejemplo, cuyo color le ayuda en
algo a esconderse en otra casta, dice caprichosamente de sí mismo que es
indio, para disfrutar de los privilegios de los indios, y pagar así menos tri-
buto… o más frecuentemente, que es Español, Castizo o Mestizo, y
entonces no paga [tributo] ninguno123.
121. Además de los ejemplos referidos en la nota anterior, ver los numerosos casos
presentados en Rodulfo Cortés, Regimen de «Las Gracias al Sacar», Vol. 2, Documen-
tos anexos; King, «José Ponciano de Ayarza»; Twinam, «Pedro de Ayarza».
122. Cita de Chance, Race and Class, 194; ver también Valdes, «Decline of the
Sociedad de Castas»; Seed, «Social Dimensions of Race»; Anderson, «Race and Social
Stratification».
123. Cope, Limits of Racial Domination, 51-54; Mörner, Race Mixture, 69.
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127. Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 18, 71; Cope, Limits of Racial
Domination, 56; ver también King, «Colored Castes», 56.
128. Martínez-Alier, Marriage, Class and Colour, 18. Esta cita es de un funcionario
real en Cuba, con fecha desconocida.
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ira, sorpresa e incredulidad ante estos cambios. «Solo ellos [los veci-
nos y naturales de América] conocen desde que nacen o por el trans-
curso de muchos años de trato en ella, la inmensa distancia que separa
a los Blancos y Pardos», protestaba el Cabildo de Caracas en 1795: «la
distancia y superioridad de aquellos, la bajeza y subordinación de
estos». De implementarse el decreto de Gracias al Sacar», «sólo pue-
den esperarse movimientos escandalosos y subversivos del orden esta-
blecido por las sabias leyes que hasta ahora nos han regido»129.
Los negros y mulatos libres, huelga decirlo, tenían una opinión
diferente de estas leyes. Admitiendo que muchos miembros de los
grupos no-blancos sufrían los vicios y los defectos morales que los
criollos alegaban, el Gremio de Pardos de Caracas sencillamente giró
las tornas y atribuyó esos defectos a las propias leyes de castas, las cua-
les convertían a la gente libre de color en «una clase la más abatida, y
despreciada». El honor y la integridad no surgen en respuesta al mal-
trato, argumentaba el Gremio en una petición de 1797 al rey, sino en
respuesta a las recompensas, el estímulo y la posibilidad de progresar,
oportunidades que se les denegaban en virtud del Régimen de Castas.
«Póngase a los pardos en este estado, y se les verá obrar del mismo
modo, que los blancos, y desparecer enteramente las malas calidades,
que se le atribuyen: efecto natural de su abatimiento, y miseria»130.
Pero el progreso de los negros y mulatos libres era exactamente lo
que los criollos temían. Si a los pardos se les concedían los privilegios
reservados previamente para los blancos, protestó el Cabildo, «hormi-
guearán las clases de estudiantes Mulatos: pretenderán entrar en el
Seminario: remeterán y poseerán los oficios concejiles: servirán en las
oficinas públicas, y de Real Hacienda: tomarán conocimiento de
todos los negocios públicos, privados… Serán insufribles por su alta-
nería y a poco tiempo querrán dominar a los que en su principio han
sido sus señores»131.
Cuando el naturalista alemán Alexander von Humboldt viajó por
la América española en el primer decenio de 1800, halló la ideología y
la práctica de la supremacía blanca casi intacta: «en las colonias, el
color de la piel es la insignia real de la nobleza. En México como en
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134. Russell-Wood, Black Man, 67-82; Graham, «Free African Brazilians», 41-42.
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