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LA FORJA DE LA IDENTIDAD ARGENTINA

El descubrimiento de América, según los europeos invasores o la invasión de su tierra, según los
pobladores del territorio que después los europeos llamaron América.

Vamos a centrarnos en el momento en que los españoles primero y otros europeos después
invadieron el territorio americano y sometieron a sus habitantes.
Aclaremos primero que esta invasión bélica y expropiativa no es un hecho único en la historia de la
humanidad. Desgraciadamente desde que el ser humano ocupó la tierra y se apropió de ella se
registran luchas de poblaciones avanzando unas sobre las otras, los más fuertes dominando a los
más débiles.
Por lo tanto, lo que describiremos es una más de esas conductas que nos obligan a reflexionar
sobre la condición humana.

Consideraciones sobre la conquista y sus consecuencias.

La conquista europea del territorio americano desde 1492 dominó a las culturas autóctonas
cortando sus procesos evolutivos, anulándolas o haciéndolas desaparecer. En especial la española
se organizó primeramente como expropiadora de tierra y depredadora de riqueza. Es por ello que
en sus orígenes solo vinieron hombres. Estos, que manejaban armas de fuego sometieron a los
hombres y violaron las mujeres, generando un impensado mestizaje que se hizo más abundante
con el paso del tiempo y como consecuencia de lo señalado se incorporará al lenguaje americano
una modificación del sentido dado a la palabra con la que los españoles denominan el asir o tomar
algo. Sucedió que las mujeres advertidas de posibles violaciones se escapaban y los violadores que
pretendían capturarlas proferían el término “cójanlas” por tomarlas. Las consecuencias de ser
tomadas se vinculó con el término que hoy tiene un sentido americano relacionado con el sexo,
diferente al que le dan en España.
A medida que los conquistadores avanzaban afirmando su dominio algunos pueblos autóctonos se
refugiaron en lugares de difícil acceso que les permitieron sobrevivir casi puros hasta el presente
como las actuales poblaciones amazónicas.

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Posteriormente, y en especial la conquista inglesa de la América del Norte, se instalaron familias y
casi no hubo mestizaje, sólo hubo desplazamiento y exterminio.
En Centroamérica, núcleo primitivo de la conquista fue tan brutal la explotación que hicieron
desaparecer los naturales y los suplantaron por africanos, que como esclavos posteriormente
sirvieron en el desarrollo del algodón en los actuales Estados Unidos o en el cultivo y recolección
de café en Brasil.
Algunos blancos también violaron mujeres negras y en esos lugares surgieron como consecuencia
los mulatos, hoy abundantes en esos lugares.
Concluída la conquista europea y habiéndose formado después nuevas naciones en América, sus
élites blancas dominantes completaron los procesos de explotación, marginación y exterminio de
los naturales, quedando éstos reducidos a diminutos núcleos, aunque su espíritu continuó
presente a través del mestizaje, notorio hoy en Hispanoamérica, mientras negros y mulatos son
poblaciones abundantes en los espacios donde perduró la esclavitud, como los citados Estados
Unidos o Brasil.

Poblaciones autóctonas americanas cuando arriban los europeos.

A fines del siglo XV habitaban América dos grandes núcleos de población, los Aztecas en el norte y
los Incas en el sur. Ambos eran estructuras organizadas tanto económica, política y socialmente
que en algunos aspectos eran superiores a la Europa invasora. Por ejemplo los conocimientos
astronómicos mayas, las construcciones aztecas y los sistemas de cultivo y seguridad social incaica.
Pero no conocían el uso de la pólvora ni el valor que en Europa tenían el oro y la plata que ellos
utilizaban para adornos y ofrendas.
Tampoco había en estos lugares caballos (usaban llamas y alpacas para transporte) y la piel cobriza
de los naturales no generaba hombres con barbas tupidas. Esto, a lo que hay que sumarle la
creencia muy difundida sobre dioses que llegarían por el mar, fue una de las principales causas por
la que estos pueblos sucumbieran en poco tiempo. Imaginemos una psiquis que creía que podían
llegar dioses desde el mar, que de pronto ve barbudos montados en caballos, animal grande y
desconocido.
Pero los barbudos pronto demostraron que no eran dioses y los americanos lo comprendieron
tarde y en poco tiempo unos 20 millones fueron sometidos por no más de 100 mil europeos.

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Dentro de las poblaciones americanas las había de mayor desarrollo tecnológico y organizativo
como los Aztecas y los Incas mencionados que convivían con otros pueblos, periféricos a ellos, que
en algunos casos no conocían la agricultura y vivían nómades de la caza y la pesca. Los más
desarrollados avanzaban sobre los más primitivos, incorporándolos a su hábitat, por las buenas o
por la fuerza.
Justamente esto fue determinante para la caída del imperio azteca. Este pueblo hacía pocos años
que se había radicado en el territorio que es actualmente México, sometiendo a pueblos
instalados previamente. Estos sometidos colaboraron con los invasores, ayudando a Hernán
Cortés a vencer al emperador Moctezuma y apropiarse de su tierra.
También el imperio inca cae por la ayuda que presta a los invasores Huascar, hermano del Inca
Atahualpa creyendo que el conquistador Pizarro lo llevaría al trono.
Como vemos, también en las poblaciones americanas de dan conductas ruines y/o inocentes de
tipo colaboracionista con el invasor, cuyo mejor ejemplo es la Malinche, americana amante del
depredador Cortés.
Divulgados en Europa los logros territoriales y riquezas adquiridas por españoles y portugueses
pronto despertaron el interés de ingleses, holandeses y franceses por compartirlas. Es así que
también organizaron expediciones que fueron ocupando espacios y que luego se transformó en la
vasta colonización inglesa de la América del Norte y los enclaves caribeños compartidos por los
nuevos invasores. Allí no se dio el mestizaje porque las poblaciones autóctonas fueron
exterminadas y comenzaron a introducir mano de obra africana a través del infame comercio
esclavista.
En Hispanoamérica, en parte por su mayor extensión y población sobrevivieron más pueblos
originarios. Unos al alejarse del poder blanco, otros dominados por la acción evangelizadora de la
Iglesia en concordancia con los intereses de la corona española que los quería súbditos
cristianizados.
Tengamos presente que Colón a su regreso a España llevó naturales americanos, indios como
comenzaron a llamarlos, a los que, luego de deliberar los notables de la corona y dictaminar que
eran seres humanos, infieles por desconocimiento, debía enseñárseles la “verdadera religión”.

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España siglo XV

En 1492, cuando Colón llega a América, España recupera la ciudad de Granada, último bastión
árabe en la península y los Reyes Católicos Isabel y Fernando ponen en vigencia el Edicto de
Unidad que prescribe que para vivir en España hay que ser cristiano, vinculando la religión con la
nacionalidad. Este fanatismo religioso se construyó luego de ocho siglos de luchar contra el islam,
instalado desde el año 711. Ocho siglos que dejaron huellas indelebles en las distintas expresiones
culturales hispanas ( el apego al uso del caballo, el canto andaluz, el baile flamenco y palabras
provenientes del árabe como ojalá, aljibe, albacea, berenjena, jarra, naranja, alcohol y cientos
más). Ese espíritu religioso se va a proyectar en América y algunos consideraron a la conquista
como una empresa evangelizadora. Tal parece haber sido para la Iglesia que llegó a justificar actos
bárbaros para imponer la fe de los vencedores.
Pero no sólo eso fue la conquista. Fundamentalmente fue una empresa económica que movilizó a
ambiciosos tentados por el oro y la plata que mostraron los primeros que volvieron. Pero para la
monarquía de manera principal era una empresa política ya que los reyes se entusiasmaron al
apropiarse de tierras que expandían sus posesiones y agrandaban su poder. Por ello desde las
primeras décadas del siglo XVI se afianzará la invasión y el dominio sobre las poblaciones
americanas, que se consolidará a lo largo de esa centuria.
El estado español fortalecido desde entonces y transformado en una potencia hegemónica
permitirá y facilitará la organización de expediciones conquistadoras, las que generalmente
armaban aquellos que disponían de algún capital para hacerlo, tentados con agrandar su fortuna
con los metales que expoliarían. Por esa causa el elemento humano gestor de la aventura
provendrá de sectores medianamente acomodados pero no de la más alta nobleza. Más bien
segundones de las clases altas que se dirigieron efectivamente hacia donde hallaron metales
preciosos y allí se afincaron transformándose sus descendientes en oligarquías lugareñas como las
que se formaron en México o Perú.
Pero también en los barcos venían españoles de sectores pobres al servicio de la conducción que
en gran mayoría también se radicó y tuvieron descendencia, tanto blanca como mestiza,
considerándose los primeros también parte de la élite debido al color de su piel.
Como vimos, a los reyes les interesaba ocupar territorio. Es así que el rey Felipe II dicta las
Ordenanzas de población, buscando que todo el territorio fuera ocupado, no sólo donde
abundaba el oro o la plata.

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Población autóctona en el actual territorio argentino

Analistas demográficos estiman que a la llegada de los españoles al actual territorio argentino el
mismo era habitado por no más de 250.000 almas, concentrados mayoritariamente en la región
noroeste (de la frontera norte hasta Córdoba y de los Andes hasta el Chaco). Esa área poblada por
grupos sedentarios que practicaban una desarrollada agricultura tenían en el siglo XV una marcada
vinculación cultural con el Imperio Incaico, del cual eran el Collasuyo (los incas llamaban al
imperio Tahuantisuyo – desde Cuzco hacia los cuatro puntos cardinales y de donde deriva el
nombre de collas a los habitantes de la puna jujeña) el sur que se extendía hasta el norte de la
actual Argentina y continuaba expandiéndose hasta que fue cortada por la llegada europea.
En el noreste se hallaban grupos guaraníticos, menos desarrollados que fueron en buena parte
exterminados a la llegada de españoles y portugueses. Algunos, como dijimos, se refugiaron en
lugares de no fácil acceso. Otros fueron cristianizados (misiones jesuíticas) e incorporados como
mano de obra barata.
En la región pampeana y hacia el sur existía escasa población desenvolviéndose núcleos en su
mayoría en etapa nómade que en ocasiones se enfrentaban por los espacios. En la pampa
bonaerense habitaban los querandíes y más al sur los tehuelches que más adelante fueron
desplazados por los araucanos (actuales mapuches).

La conquista de nuestro territorio

En 1516 sucede el primer acercamiento cuando la expedición de Juan Díaz de Solís llega al Río de
la Plata. Allí el pueblo charrúa instalado los enfrentan impidiéndoles establecerse. En 1536 llega
Pedro de Mendoza que logra afincarse en las orillas del río (donde hoy está el parque Lezama que
en ese entonces era la costa) llamando Buenos Aires al poblado. Pero los querandíes los enfrentan
y logran expulsarlos y no será hasta 1580, cuando Juan de Garay funde definitivamente la ciudad
de la Santísima Trinidad y puerto de Santa María de los Buenos Aires, que los españoles se
afinquen en el Río de la Plata.
Hoy no quedan descendientes de estos pueblos originarios, charrúas y querandíes pelearon por su
libertad y en la desigual pelea sucumbieron. En los Andes sureños perdurará por un tiempo el
núcleo araucano que referimos dado que los españoles se fueron instalando en la costa. Del grupo

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pámpido guaranítico sobrevivieron tobas y matacos en Chaco y Formosa, que hasta 1880 no
fueron sometidos.
Tres vertientes, posteriormente llamadas corrientes colonizadoras, tuvo la conquista del territorio
argentino. La que directamente vino de Europa por el Río de la Plata, la que provino de Chile,
donde previamente se habían instalado los conquistadores, que ocupó la región de Cuyo, y la que
entró por el noroeste, desde el Perú.
De la escasa población aborigen cuyana (huarpes) prácticamente no quedan descendientes. En
cambio la que provino del Perú y que fundó las ciudades origen del poblamiento argentino (Salta,
Jujuy, Santiago del Estero, La Rioja, Catamarca, Córdoba y Tucumán) se encontró con los grupos
autóctonos más desarrollados y resulta asombroso la rapidez con la que fueron sometidos. Una
posible explicación sería la dependencia cultural incaica que fue suplantada por la española.
Cambiaron un amo por otro, sostienen algunos exégetas, aunque hay registradas resistencias y
represiones como el traslado de los Quilmes o la rebelión de Tupac Amaru.
A los que se resignaron a la nueva situación a la que fueron sometidos les permitió al presente ser
la región argentina que conserva una gran parte de su población descendiente de pueblos
originarios, puros o mestizos, incorporados a la cultura invasora, cultura que también copió
algunas cosas de los sometidos. Palabras incorporadas al lenguaje cotidiano provienen del
quechua, como cancha, carpa, chacra y hasta la tradicional gaucho.
Podemos concluir que la conquista europea fue un proceso de sometimiento físico y despojo
cultural de los pueblos americanos, un auténtico genocidio como también lo fue con la población
negra trasplantada a través del infame comercio esclavista. Los que perduraron fueron
convertidos al cristianismo e incorporados a lo más bajo de la escala social, destinados a la
explotación servil. No obstante, puros o mestizados, en silencio muchas veces, a través de sus
madres conservaron una parte de su cultura que en el presente esas poblaciones reivindican.

Los españoles que llegaron al actual territorio argentino

Hemos dicho que la conquista fue una empresa económica destinada a extraer metales preciosos
de América y desde el inicio la monarquía autorizaba estos emprendimientos organizados por
particulares con la única condición que se reconociera la soberanía de los reyes en los territorios
anexionados y se evangelizara a los naturales.

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Organizar la expedición tenía un costo y ya mencionamos de qué sectores sociales provenían los
emprendedores que se trasladaban a América. Como en general partían desde las costas
andaluzas la tripulación estaba formada mayormente por población lugareña que hoy se verifica
en la lengua española que se habla en América de modo semejante al hablar andaluz, que no
diferencia la “s” de la “z” o de la “c”.
También hicimos notar que estas expediciones en busca de riquezas, cumpliendo con sus fines se
afincaron en lugares donde efectivamente existían metales preciosos, especialmente México y
Perú. Nuestra actual Argentina, a pesar del nombre que luego se le dio (argenta=plata) fue un
lugar de paso para este tipo de empresas porque aquí no había ni oro ni plata y los naturales se
resistían ferozmente (charrúas y querandíes).
La corona española, en competencia con los portugueses al principio y más tarde con Inglaterra y
Francia estaba interesada en afirmar su propiedad sobre estas tierras y es así que el Rey Felipe II
establece las “Ordenanzas de Población”, organizándose desde entonces expediciones a fin de
establecer asentamientos en lugares donde no era tan fácil enriquecerse y donde había que lidiar
con la resistencia de las poblaciones autóctonas
Es esta forma de conquista una empresa política que para concretarla había que ofrecérseles algo
a los españoles dispuestos a trasladarse. Y lo que se les ofreció fue la propiedad de las tierras,
oferta tentadora para quien no la poseía en España. Por lo tanto el elemento humano que se
vinculó con la propuesta provino de sectores campesinos o del proletariado urbano de la sociedad
hispana.
Con algún hidalgo al mando este tipo de españoles formó parte de las nuevas corrientes
colonizadoras pobladoras y, transcurrido un tiempo desde su instalación, aquí se transformaron en
las oligarquías lugareñas propietaria de tierras que eran generosamente repartidas después de
cada fundación de ciudades. Así se realizaron los asentamientos en nuestro territorio, sin
resistencias en Cuyo, con las características mencionadas en el noroeste y con dificultades en la
región pampeana como se hizo notar en los casos de Solís y Pedro de Mendoza.
En 1536 los querandíes obligan a huir a los primeros fundadores de Buenos Aires que
desbandados remontaron el Paraná Paraguay y se afincaron en Asunción, posición que pudieron
sostener entre los años que median desde la fecha citada y la definitiva fundación de Buenos Aires
en 1580.
En la desbandada no solo huyeron los humanos sino también animales que habían traído, como
los caballos. Algo más adelante, los navíos que surcaban el Paraná para llegar a Asunción

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comenzaron a visualizar en las costas “indios” montados en caballos, preguntándose los
navegantes como era ésto posible. Dedujeron que los equinos provenían de aquellos que
escaparon en 1536 y que se habían multiplicado fantásticamente.
Entonces comenzaron a analizar las condiciones de la pampa bonaerense, su clima y la calidad de
sus pasturas, encontrando motivos económicos para instalar población en ese lugar.
Es así que el vasco Juan de Garay y algunos paisanos suyos traídos desde Asunción funda por
segunda vez Buenos Aires a orillas del Río de la Plata. Trae consigo caballos y también vacunos,
ganado que en la ubérrima llanura bonaerense se desarrollará magníficamente.
Y éste será el medio de vida predominante en este nuevo poblado habitado por españoles sin
alcurnia que con el tiempo se transformaron en la oligarquía ganadera bonaerense.
Afianzada la instalación poblacional se fueron expandiendo por la pampa luchando muchas veces
con los naturales, cada vez más desplazados. Luego se instaló más población proveniente de la
península o de otros asentamientos y destinados a trabajar al servicio de los primeros pobladores.
Sus hijos, nacidos en la tierra, serán denominados criollos y, por sus expresiones y costumbres,
comenzarán a diferenciarse de los peninsulares que arribaban. Criollos blancos, descendientes de
españoles por ambos padres formaban en general la clase dominante (propietarios ganaderos,
comerciantes, funcionarios) y criollos mestizos (gauchos) que realizaban tareas varias de
infraestructura (domadores, peones rurales, cocheros, maestranza, milicia).
Cuando en 1776 se creó el Virreinato del Río de la Plata aumentó la presencia de españoles nativos
que arribaban para ejercer la conducción política, comenzando entonces a perfilarse la sociología
demográfica de la última etapa virreinal que preparó los sucesos de 1810.
Con estos antecedentes comenzamos a comprender algunos rasgos del presente. Hablamos
español en su versión andaluza, la religión predominante es la cristiana en su vertiente católica,
comemos abundante carne vacuna y la producción ganadera es parte importante de nuestra
vinculación con el mundo.
Una digresión. Seguramente recordarán los actos escolares de la escuela primaria cuando
conmemorando el 25 de mayo algún chico o chica eran disfrazados de negro con un farolito o de
negra vendiendo empanadas. A lo mejor alguna vez se preguntaron dónde están los descendientes
de esa población que en Buenos Aires y en Argentina en general no son abundantes como
parecían serlo en 1810. Efectivamente en la Buenos Aires de 1810 un 15 % de la población era
negra y provenían del tráfico pirata que los capturaba en África para venderlos en Brasil, entonces
Reino de Portugal, a efectos de trabajar en el cultivo y recolección de café. Los negreros cargaban

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sus barcos en África y luego de cruzar el Atlántico los vendían en Bahía o en Río de Janeiro. Allí
llegaban en deplorable estado después del viaje en terribles condiciones.
Mientras tanto en Buenos Aires cuando llegaban los barcos para cargar los cueros que se
exportaban era tal la matanza vacuna que la carne era enterrada ya que no había tanta gente para
comerla. Allí se cruzaron los intereses de los barcos negreros con los de los ganaderos
bonaerenses y se hizo coincidir los barcos que cargaban cueros con los navíos desviados de su
destino original que transportaban a los desfallecientes seres humanos a efecto de ser
alimentados con la carne sobrante. Así podrían luego venderlos, mejor alimentados, y así obtener
mayor precio de venta.
Para ello se instaló en la actual zona de Retiro, en ese entonces las afueras de la ciudad, un
“asiento de negros” destinado a albergar y alimentar a esos pobres seres humanos degradados en
su dignidad.
Los sectores acomodados de esta austera Buenos Aires, influenciados quizá por informaciones
sobre modos de vida europeos o por snobismo autóctono, comenzaron a acercarse al asiento para
comprar varones para cocheros o tareas domésticas, mujeres para cocineras o lavanderas y niños
para, tal vez, llevar el farolito.
Es así que sobre 40 mil habitantes que tenía la ciudad en 1810 había 6 mil negros, indudablemente
con mejor destino que si recalaban en los cafetales de Brasil.
Retomando la demografía virreinal tenemos los peninsulares puros desempeñando la más alta
conducción política y eclesiástica con algunos vinculados a la exportación e importación. Luego la
población negra referida y su descendencia nacional, con algunos mulatos producto de mujeres
negras abusadas por sus patrones blancos.
Finalmente, la inmensa mayoría de criollos. Los menos, los propietarios ganaderos y principales
comerciantes y su blanca descendencia que en buena parte se educaban accediendo a estudios
superiores en las dos universidades del Virreinato, Córdoba y Chuquisaca. Los más eran mestizos,
de piel más clara o más oscura según sea de remoto el antepasado autóctono. Este era el criollaje,
generalmente empleado en distintas tareas al servicio de la oligarquía terrateniente, de los
comerciantes o del gobierno. En las afueras, el gauchaje, vinculado a tareas rurales.
El color de la piel marcaba el status social y solían darse entre los mismos criollos situaciones de
discriminación por esa causa.
En las ciudades del interior, que en ese entonces algunas tenían poblaciones en cantidad
semejante a Buenos Aires, por las razones señaladas anteriormente, era la población mestiza la

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más abundante, formando algunos de ellos parte de la clase dirigente aunque paradójicamente se
notaba más la marginalidad de los naturales puros sobrevivientes.
Así se inicia la llamada era criolla que dividió a los peninsulares de los criollos. Estos finalmente
lograron su autogobierno y finalmente su independencia a través del sacrificio mayoritario del
gauchaje que peleó las guerras para alcanzarla.
Estas guerras por la libertad de los pueblos americanos también hizo casi desaparecer la
abundante población negra bonaerense presente en 1810 porque las familias patriotas
contribuyeron con sus negros para formar los ejércitos patrios. Así se perdieron hombres adultos y
las mujeres y niños supérstites que quedaron su fueron fusionando con la etnia mayoritaria y
dejando como legado idiomático palabras como mochila, mucama, mondongo y la tan utilizada
quilombo.
Consolidada la independencia se enfrentaron dos visiones, dos proyectos sobre lo que debiera ser
la nueva nación constituida. Una queriendo imitar a Europa y otra afincada a las tradiciones de la
tierra.

La era criolla

Es ésta la etapa de consolidación en la formación de la nueva nación y abarca desde 1810 hasta
1880 aproximadamente. Primero las guerras por la independencia concluidas en 1825, luego las
guerras civiles entre unitarios y federales vinculadas al modelo de país que en ese entonces no
tenía la soberanía asegurada en la totalidad del territorio, fueron perfilando su espacio geográfico.
En la región noreste, actuales Chaco y Formosa perviven grupos autóctonos no integrados. El sur
de la provincia de Buenos Aires y la región patagónica tampoco lo estaban, siendo espacios
dominados por grupos araucanos que permanentemente amenazaban las fronteras queriendo
recuperar lo despojado.
El territorio de soberanía consolidada era el noroeste, la región pampeana y la Mesopotamia. En
1869 se realiza el 1er, Censo nacional que da como resultado una población de 1.700.000
habitantes apenas.
En lo que hace al enfrentamiento sobre el modelo de país se propondrá una visión radicada
mayoritariamente en Buenos Aires, con adeptos en élites del interior, que a través del puerto se
vinculará con la cultura europea, especialmente francesa y con la capacidad industrial de la
potencia dominante, Gran Bretaña.

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Esta visión repudiaba la tradición hispana instalada considerándola retrógrada, culpándola del
entorno cultural que provocó a través del mestizaje y de su arcaico espíritu confesional. Sin duda
odiaban al criollaje. El presidente Sarmiento había expresado en nota al Gral. Mitre luego que éste
venciera a Urquiza en Pavón (1861) “…no ahorre sangre de gaucho, solo sirve para abonar la
tierra”. Juan Bautista Alberdi, alma mater de la Constitución Nacional solicitará “ …vengan los
rubios sajones a poblar estas tierras”.
A esta visión se le opondrá otra, mayoritaria en el interior y en la llanura bonaerense, más
apegada a las tradiciones y costumbres instaladas a través del tiempo. Tenía mayor respeto por la
catolicidad practicada, no renegaba de la herencia cultural hispana y se mostraba más vinculada al
medio natural donde se desarrollaba su existencia. Hablaban español criollo como eran religiosos
a la criolla porque se expresaban con modismos regionales mezclando la ortodoxia predicada por
la iglesia con manifestaciones místicas, prefiriendo el curandero que al boticario. Tomaban mate,
consideraban manjares al locro. La mazamorra y por sobre todo al infaltable asado o las
tradicionales empanadas y tortas fritas.
Sin duda el gauchaje se identificaba con este sentimiento que reivindicaba sus valores y su
vinculación con la tierra. Pero ese gauchaje despreciado por la élite que miraba hacia Europa
también era prejuicioso con los aborígenes a los que consideraban salvajes. El “Martín Fierro” de
José Hernández, que quiere reivindicar la cultura criolla, pone en boca de Fierro palabras
denigrantes sobre la indiada.
Estas dos cosmovisiones se enfrentaron durante este tiempo hasta que la fuerza de la economía
que provenía de la posesión del puerto definió la cosa a favor de construir un país a la europea
condenando al criollaje a desaparecer, como lo expresa Rafael Obligado en el “Santos Vega”.

La inmigración – los nuevos argentinos

En el último cuarto del siglo XIX Europa era el centro del mundo y en el vértice se encontraba Gran
Bretaña que era el gran taller industrial demandante de materias primas y alimentos.
La región ganadera bonaerense, la pampa húmeda será proveedora de cueros, lanas y finalmente
carnes a este comprador. Esta actividad provocará un notorio crecimiento en la región pampeana
y algún desplazamiento de población del interior hacia ese lugar.
Lo que a la clase dirigente argentina le interesaba era fomentar la inmigración europea que era lo
previsto en la Constitución, tratando de copiar lo que ocurría en el hemisferio norte – de Europa

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hacia Estados Unidos - donde se dirigían los marginados de la revolución industrial. Ingleses,
irlandeses, alemanes, suecos, holandeses, los rubios nórdicos era la población migrante. Y a esa
gente querían atraer.
Primero había que tentar a los emigrantes, que debían hacer un viaje más extenso, ofreciéndoles
un país en progreso, en paz, un buen lugar para afincarse, como sostenía la propaganda que se
hacía en Europa. Y para que esto se haga realidad era necesario someter a los caudillos del interior
que intentaban rebelarse contra el predominio porteño y su proyecto extranjerizante. Finalmente
se logró por la fuerza de las armas del ejército nacional que acalló las últimas resistencias de Felipe
Varela y del Chacho Peñaloza.
Paralelamente había que terminar con la “indiada” que atacaba las fronteras del sudoeste de la
región pampeana impidiéndole su expansión. Para tal fin se organizó la “conquista del desierto” en
la que las armas del estado argentino prácticamente exterminaron los restos de poblaciones
originarias afirmando la soberanía en la Patagonia. Un poco después, con la campaña del Chaco
se sometió a los grupos que poblaban la región, afirmando la presencia del estado nacional en la
totalidad del territorio argentino.
Entonces comenzaron a llegar los inmigrantes y en poco tiempo la región pampeana agrandó su
población distanciándose del resto del país. El 2do. Censo realizado en 1895 mostraba que
Argentina ya tenía 4 millones de habitantes, radicados mayoritariamente en la pampa húmeda.
Pero no vinieron los rubios que esperaban. Sobre 1880 ya no estaban emigrando los
desesperados de la revolución industrial del noreste europeo, población en su mayoría
proveniente de áreas urbanas con algún nivel de educación formal. En esos lugares se había
producido el equilibrio demográfico al haber partido quienes no habían podido insertarse en las
nuevas estructura productivas.
Ahora la expectativa de realizar el viaje a la América soñada (hacer la América se decía) se había
transferido a la Europa meridional que estaba recibiendo tardíamente la tecnología industrial
instalada sobre estructuras de base agraria, con relaciones laborales de tipo feudal (en muchos de
esos lugares se trabajaba sin salario, por casa y comida) cuya población tenía escaso acceso a la
educación y al ejercicio de derechos cívicos.
Y comenzaron a llegar los inmigrantes a esta distante tierra austral. Españoles, atraídos por el
idioma semejante, mayoritariamente provenientes de Galicia y por ello se los englobó a todos con
el término “gallegos”. Italianos, donde abundaban los provenientes de la región de Nápoles y que

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al llegar identificaban su nacionalidad en su idioma “napoletano”, y entonces comenzó a
llamárselos “tanos”.
Estos fueron los dos grupos mayoritario que arribaron (80 % aproximadamente de los 5 millones
de inmigrantes que llegaron entre 1880 y 1930). Y también arribaron judíos, oriundos de Rusia y
Polonia, portando documentos del estado ruso de donde provenían y por ello se los llamó
simplemente “rusos”.
También solía englobarse con el término “polacos” a todo rubio eslavo aunque su origen no fuera
de ese lugar. A algunos eslavos del sur que llegaban, como croatas o eslovenos, que presentaban
papeles del imperio austríaco que los dominaba en esa época se los identifico como “austriacos”,
(con acento en la “a”). Una situación semejante ocurrió con los árabes, sirios y libaneses, que
llegaban con documentos del imperio otomano y por ello se los llamó “turcos.
Así, estas oleadas de inmigrantes se fueron instalando en la nueva tierra con el afán de acceder a
un espacio, a un trabajo y a un pedazo de tierra propia, pero no fue fácil conciliar las dos cosas,
porque en el corazón de la región pampeana que les ofrecía trabajo como peones rurales, la tierra
ya tenía dueño. Por eso algunos se alejaron trasladándose a lugares como Santa Fe o Entre Ríos o
hacia pequeños enclaves en los bordes pampeanos que terminarán expandiendo el área
productiva y dando origen a la “pampa gringa”, que más adelante será la impulsora del desarrollo
de la agricultura.
Otros de los nuevos llegados se ubicaron cerca de su lugar de ingreso accediendo a algunas de las
ofertas laborales que ofrecía el crecimiento de las ciudades, especialmente Buenos Aires que en
1895 ya superaba el medio millón de habitantes. Se ubicaron en las viejas casonas céntricas,
ahora subdivididas y transformadas en conventillos, que a raíz de la fiebre amarilla de 1871 habían
sido abandonadas por las familias patricias que ahora habitaban sus nuevos palacetes en el barrio
norte. (Existe abundante bibliografía que refleja la vida en esos espacios multiétnicos como, por
ejemplo “El conventillo de la Paloma” de Alberto Vacarezza. Efectivamente, la ciudad de Buenos
Aires y su periferia se fueron convirtiendo en una auténtica babel donde se hablaban distintos
idiomas.
Mientras los gringos, por necesidad trataban de expresarse en español, sus hijos comenzaron a
hablarlo fluidamente. El español “cocoliche” de los extranjeros y sus esfuerzos por hacerse
entender permitieron a los naturales identificar su procedencia y a su vez el español de los
nacionales fue tomando una forma propia de expresión que hoy nos diferencia de otras
expresiones de la lengua española original y que tiene clara influencia de la cadencia italiana.

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También caracteriza nuestra expresión oral la conversión de la “ll” en “y”, el “yeísmo”, típico del
Río de la Plata que no tiene similitud con otras formas de hablar el “idioma de Cervantes”. Y
finalmente la más notoria particularidad vinculada al modo coloquial de confianza con el otro, al
que si bien se denomina tuteo se expresa de la misma manera con la que en la lengua madre se
habla con Dios, al cual no se lo trata de “tu”.
El 3er. Censo nacional realizado en 1914 mostraba que el país ya tenía 8 millones de habitantes y
casi un 30% de su población era extranjera siendo por lo tanto el 70 % argentinos. Esa cantidad de
nacionales contiene a los hijos de los inmigrantes que ya son tantos como la criolla población del
1er. Censo, la nueva sangre argentina.

Consensos y disensos

Los inmigrantes llegaban cargados con la energía del que desde otro lugar tomó la decisión de
partir a la aventura y necesita validarla triunfando, por lo tanto está dispuesto al sacrificio para
concretar sus sueños, imposibles de lograr de donde provenían. Esta actitud provocará un choque
cultural entre el gauchaje y los gringos, tan bien reflejados en el Martín Fierro citado. El criollo era
ganadero. El gringo agricultor. El criollo basaba su dieta en carne y mate, el gringo comía verduras
y pastas. El criollo era hábil en tareas rurales, el gringo trabajaba la tierra. El criollo estaba acá, en
el lugar que Dios le había destinado, asentado en la tierra, aceptándola como era. El gringo tenía
que trabajarla, modificándola para superarse.
Compartiendo el mismo espacio se relacionaban de modo diferente con el mismo y miraban con
recelo la actitud del otro. El criollo se horrorizaba porque la gringa trabajaba a la par de su pareja.
Lo veía como un explotador de la mujer cuya función en la vida no era deslomarse trabajando la
tierra. Pero este trabajo compartido le daba a la gringa derecho a opinión y acción ordenando
muchas veces al hombre. Por esto, para el criollo, el gringo era un “maricón” que se dejaba
“mandonear” por su mujer. Para el gaucho la “china” era la dueña del rancho y la función del
hombre era protegerla y no hacerla trabajar en otra cosa que no sea el cuidado del hogar y de los
hijos.
Seguramente ambas mujeres compartían los pareceres de sus parejas y en esos valores criaban su
descendencia aunque pasado un tiempo de convivencia los hijos argentinos de cada una de las
familias fueron encontrando cosas comunes que los unían y paulatinamente fueron mermando
esos prejuicios de criollo vago e indolente y de gringo miserable.

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Del mismo modo ocurrió con las distintas etnias instaladas que, como es natural, quisieron
proyectarse en sus hijos enseñándole su idioma y sus costumbres, albergando la esperanza de que
cuando crecieran y quisieran formar una familia lo concreten con la descendencia de otros
paisanos. Pero lo que abundaba era muy variado y no solo los hijos de criollos y gringos se
relacionaron sino que la hija del tano se enamoró del hijo del gallego y el hijo del turco de la hija
del polaco y varias, varias mezclas más.
En el hijo en común de estas nuevas parejas está la base de lo argentino que tiene una parte de
cada uno de sus progenitores y que al mezclarlo hace algo distinto aunque con semejanza con
cada una de sus partes constitutivas.
Es así que los gringos y su descendencia se acostumbrarán a tomar mate con tortas fritas y los
criollos y sus hijos incorporarán a su dieta más vegetales. Luego, los nietos consumirán el asado
con ensaladas, los embutidos y el cocido español (lo llamarán puchero), la pizza y los tallarines con
tuco y los considerarán gastronomía propia, tanto como los alfajores o el dulce de leche.
Estas fusiones serán más visibles en la región pampeana, especialmente en la región
metropolitana donde se radica la mayoría de los inmigrantes, población que más adelante ocupará
Cuyo y la Patagonia. Al ser menor la instalación en el norte argentino, esta región conservará más
pura la matriz criolla.
La clase dirigente, los dueños del país que estaban construyendo, se sentía satisfecha con lo
logrado, habían transformado un territorio casi desértico con una población, en su entender, casi
inservible en otra de un crecimiento asombroso en pocos años, tanto económica como
demográficamente.
La población crecía a pasos agigantados y casi se había quintuplicado entre el 1er. Y 3er. Censo. El
presidente Roca había manifestado en 1880 “…los argentinos dentro de 50 años serán 50
millones”. La economía agroexportadora funcionaba. Argentina era considerada hacia 1920 la 8va.
Economía del mundo (P.B.I. y P.B.I. x hab.). La fuerte moneda, el peso nacional, era valor de
cambio internacional por el respaldo que suponía la cada vez más demandada producción
agropecuaria. Con superávit fiscal operado por un estado eficiente, de modo constante se abrían
nuevas fuentes de inserción laboral que estimulaba la continuidad del flujo inmigratorio.
Pero el reparto interno de la riqueza no era tan parejo. Mientras la élite dirigencial económica y
política llevaban una vida rodeada de riquezas y lujos (muchos extravagantes como transportar la
propia vaca en el barco que los llevaba a sus vacaciones europeas, a efectos de tener leche fresca)
una gran cantidad de inmigrantes veían frustradas sus expectativas de mejora por la explotación

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laboral a la que eran sometidos. Si alguno protestaba, el estado argentino, que tanto pregonaba
que vinieran, no vaciló en sancionar la “ley de residencia” a fin de expulsar al molesto.
De cualquier forma, como luego se comprobará, este era un país posible para mejorar,
seguramente con esfuerzo y sacrificio, distinto a lo imposible de lograr en los lugares de donde
provenían.
Dijimos que la dirigencia construía sus mansiones, embelleciendo la arquitectura heredada, pero
también querían mostrar sus éxitos al mundo y Buenos Aires era el escenario adecuado por ser lo
primero que observa un viajero europeo al llegar al país. Allí, en la ciudad de sus casas de estilo
francés (que aún hoy se conservan como embajadas o edificios gubernamentales – Palacio Ortiz
Basualdo = Embajada de Francia – Palacio Anchorena = Sede de la Cancillería –Palacio Errazuriz =
Sede del Museo de Arte Decorativo – Palacio Pereda = Embajada de Brasil ), construyeron edificios
que aún hoy sorprenden (Congreso Nacional – Teatro Colón – Av. De Mayo – Edificio Obras
Sanitarias – Terminales ferroviarias de Retiro y Constitución). Justamente la red ferroviaria,
destinada a traer la producción al puerto se expandía creando pueblos a su llegada, era en 1920
una de las más extensas del mundo. Y en la ciudad que quería imitar a París, en 1913 inauguraron
el Subterráneo (línea A actual) siendo Buenos Aires la 5ta. en el mundo en poseer ese medio de
transporte.
Con todo el universo inmigrante de diferentes lugares, con distintas costumbres, con variedad de
idiomas y religiones, la dirigencia quiso integrarlos y tomó algunas medidas, a mi entender de lo
más acertadas que hicieron.
Una fue la creación del Registro Civil que hizo que tres cosas fundamentales – nacer, casarse o
morirse – ahora serán registradas por el Estado. Hasta ese entonces tal actividad la realizaba la
Iglesia Católica, pero con el aluvión inmigratorio llegaban judíos, protestantes, musulmanes y
ortodoxos. De continuar ¿dónde se los hubiera registrado? Especialmente las parejas mixtas.
Otra medida conducente fue la implementación del servicio militar obligatorio para todos los
varones nacidos en el país, homogeneizando como argentinos a los hijos de los gringos, que junto
a los hijos de los criollos jurarán la misma bandera.
Aunque quizás la más fundamental medida de integración fue la Ley 1420 que postulaba la
educación obligatoria, gratuita y laica, abriendo la escuela pública a los niños del país, enseñando
de modo igualitario y resaltando el vínculo común de pertenencia, cantando el mismo himno y
aprendiendo la misma historia.

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Como consecuencia, en poco tiempo Argentina se transformó en el país de mayor alfabetización
en Iberoamérica, vinculándose los padres que vieron crecer a sus hijos alfabetizados en un ámbito
policlasista compartiendo la escuela con otros niños provenientes de otro entorno cultural.
Ese modelo se completaba con la máxima aspiración del sacrificio de los padres, la posibilidad de
estudios superiores que era posible porque estaban disponibles y no era difícil acceder a ellos a
través de las universidades establecidas. Sólo había que costear el tránsito universitario de los
cursantes empujados por la esperanza de tener en casa a “Mi hijo, el doctor”.
Antonio Pérez Amuchástegui cuenta en su libro “Mentalidades argentinas” un diálogo entre dos
gestores del modelo, Julio Argentino Roca y Carlos Pellegrini mientras observaban el arribo de
inmigrantes, donde coinciden en “…el problema va a ser cuando los hijos de éstos nos reclamen el
poder”.
Y efectivamente, al cabo de un tiempo así ocurrió. El grupo social proveniente mayoritariamente
de la inmigración, comerciantes, agricultores, técnicos, pequeños propietarios, proveedores de
servicios, etc., fueron formando una cada vez más abundante clase media, que junto a los
profesionales universitarios, la burocracia estatal y la mayor parte de las fuerzas armadas, en la
segunda década del siglo XX, en las primeras elecciones con voto secreto , llevaron al poder a la
Unión Cívica Radical, partido representante de los intereses de ese sector.
No evidenciaba la ideología de los sectores medios una gran ruptura con el modelo vigente , no
obstante generó esperanza en los sectores populares y rencor en la vieja oligarquía desplazada del
control estatal pero no del manejo económico.
Si bien el presidente Yrigoyen tiene actitudes de un alto sentido de defensa de la dignidad nacional
(poner límites a la embajada inglesa – cuestionamiento al colonialismo yanqui) como así también
de defensa de los pequeños productores o de la producción petrolera nacional (creación de Y.P.F.),
no vacila en reprimir protestas obreras (semana trágica de 1919 – sucesos de la Patagonia de
1922).
Parece ser que la ideología de los sectores medios que arribaron al poder se nutrió de los valores
instalados y su propuesta parece agotarse en acceder a compartir el manejo del país.
Sin embargo hay un hecho cultural relevante vinculado con el análisis de nuestra identidad.
Recordemos que el país estaba creciendo acollarado a la economía europea y la élite conductora,
aparte de los vínculos económicos, sentía admiración por el desarrollo industrial y capacidad de
gestión de los ingleses. Al mismo tiempo sentían un profundo afecto por la cultura francesa, a la
que trataban de imitar especialmente en el lenguaje, la moda, los gustos musicales y las comidas.

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Cuando asume el presidente Yrigoyen decreta que el 12 de octubre se celebrará el “Día de la
Raza”. Hoy, los valores y los criterios con los que se estableció se han modificado, pero en 1916
era un rescate del ser argentino formado en la fusión cultural criolla, de base hispano india, que
era oculta con algo de vergüenza por la élite oligárquica culturalmente extranjerizante.
Esta diferencia valorativa no modificaba la fuerza de otros instalados como la “cultura del trabajo”,
del esfuerzo individual, de la necesaria capacitación como medio de superación que permitía
ascender paulatinamente en la escala social, en un horizonte previsible donde los hijos debían
tener mejores condiciones de vida que los padres. En buena cantidad de casos lo previsto se
cumplió. El “gallego” mozo, al cabo de un tiempo se transformó en el dueño de la fonda. El
portero y la mucama se hicieron propietarios. El “tano” verdulero callejero adquirió la verdulería
como también llegaron a abrir su tienda los ambulantes “turcos” y “rusos”.
Pero, como hicimos notar, no a todos los inmigrantes se le cumplieron sus sueños de superación, a
muchos les costó más o no pudieron lograrlo y entre conventillo en el centro o el terreno en la
periferia formaron el proletariado urbano, conviviendo con el sobreviviente criollaje cuando se
ubicaron como peones rurales.
A esta gente, la estructura valorativa de la clase media, especialmente en los grupos de mejor
situación económico social, que trataba de copiar modales y gustos de la vieja oligarquía, la
miraba con desdén imputándole su fracaso a no haber hecho el esfuerzo suficiente o no haberse
capacitado para lograrlo.

En Crisis

Así se desarrollaba la Argentina hasta que sobre 1930, como producto de la crisis mundial de 1929,
estalló el modelo. Europa dejó de comprar la producción primaria que crecía imparablemente
desde hacía 50 años y que había posibilitado el crecimiento señalado.
El campo, que constantemente ofrecía espacios ocupacionales mermó su producción y también las
fuentes de trabajo, afectando la subsiguiente cadena productiva. Ferrocarriles, instalaciones
relacionadas, depósitos de acopio, frigoríficos y cientos de actividades más relacionadas tanto con
el mercado interno o la exportación dejaron sin ingresos a gran parte de los que vivían de dichas
tareas arrastrando al resto de la economía.
Es entonces que oleadas de expulsados agrícolas se instalan en la periferia de las principales
ciudades sumándose a la crisis que viven las mismas, apareciendo en Buenos Aires un

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asentamiento en Retiro al que llamaron “villa desocupación”, antecedente de las villas miseria
actuales.
La crisis del 30 redujo y finalmente cortó la llegada de inmigrantes europeos dado que no había
trabajo para ofrecer como también se cortaron los ingresos provenientes de la exportación que
permitían la consecuente expansión de la oferta laboral.
También desnudó la fragilidad de la estructura productiva basada en la exportación agraria
primaria. Consecuentemente cundió el desencanto y el malestar social cuestionándose las grandes
verdades en que se sostenía el modelo. El gran país que mostraba la escuela temblaba en sus
cimientos.
Para colmo el gobierno oligárquico y fraudulento que derrocó a la “chusma” yrigoyenista en 1930,
trató de superar la situación arrodillándose ante Gran Bretaña para que siguiera comprando
nuestras carnes y salvar así los intereses ganaderos afectados. En 1935 se firma el tratado Roca-
Runciman, que luego fue calificado como “Estatuto legal del coloniaje”.
Intelectuales como Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche en sus escritos demostrarán la falacia
del brillante modelo económico instalado que beneficiaba a los aliados del capital extranjero,
especialmente inglés que controlaba los frigoríficos, los bancos y el transporte ferroviario y
marítimo, evidenciando la dependencia económica y política de ese centro hegemónico de poder.
El sentimiento social de esos años lo retrató en su “Cambalache” el en ese entonces
desesperanzado Enrique Santos Discépolo, sentimiento de frustración generador de expectativas
de cambio que se concretarán en 1945 con una propuesta de reconversión productiva orientada a
la industrialización, promovida por el estado que a su vez desarrollará un amplio proceso de
inclusión social de los marginados del viejo modelo en crisis.
Esa propuesta tendrá adeptos y detractores que ya se notarán en la apreciación que los sucesos
del 17 de octubre de 1945 cuando oleadas de trabajadores de la periferia de Buenos Aires se
volcaron al centro porteño a apoyar al por entonces Cnel. Perón, al que consideraban gestor del
cambio reclamado, y mojaron sus pies en las fuentes de la Plaza de Mayo. “Aluvión zoológico” los
llamó un dirigente político, “Subsuelo de la patria rebelado” lo calificó Arturo Jauretche.
Favorecido por la situación de la postguerra este proceso de desarrollo industrial creará nuevas
fuentes de trabajo provocando una abundante migración interna hacia los lugares de instalación
de las nuevas industrias, mientras que la oferta abundante de trabajo hará retornar la llegada de
inmigrantes provenientes de la Europa de devastada, en proceso de reconstrucción.

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Este masivo movimiento rural urbano se ubicará en la periferia de las ciudades, en algunos casos
en asentamientos precarios que comienzan a denominarse “villas miseria”. El fenómeno se
percibe abundante en el conurbano bonaerense donde se instalarán en gran parte las nuevas
industrias.
Esa población migrante interna, en su mayoría de ámbitos rurales del interior históricamente
alejado del corazón económico del viejo modelo trae consigo presencia y costumbres más
vinculadas a la antigua tradición criolla, que se nota en sus características físicas, como su tez y sus
cabellos más oscuros que las abundantes tez blanca y cabello claro de la pampa gringa. Es en ese
momento que los descendientes de europeos del área metropolitana caracterizarán a los recién
llegados como “cabecitas negras”, reflotando antiguos prejuicios. Al cabo de un tiempo
aparecerán en Buenos Aires peñas folklóricas compartiendo cartel con las tanguerías porteñas.
Así, con más o menos prejuicios y con más o menos tropiezos económicos y políticos el país siguió
avanzando y su población puede considerarse razonablemente integrada, salvo las diferencias
emergentes por cuestiones de clase o pertenencia política. Y este es el país en el que vive y se
desenvuelve la actual generación, desde su nacimiento al presente.
En los últimos 50 años, por diversas razones la Argentina entra en una etapa de deterioro que se
refleja en la percepción que los argentinos tienen de su patria, algo diferente a la que tenían sus
antepasados compatriotas hace un siglo. Las continuas crisis, dictaduras militares, fracasos
políticos, corrupción dirigencial y marginalidad social son constantes situaciones en que se
desenvuelve la vida argentina y que sin embargo sus habitantes siguen adelante con una
capacidad resiliente que asombra a otros países.
Si bien muchos connacionales no pudieron superar las crisis referidas (dictadura 1976-1983 –
debacles económicas de 1989 y 200l) y emigraron a otros lugares, todavía, a pesar de todo, es
para algunos este país tentador para afincarse en él, reviviendo los procesos inmigratorios del
pasado.
La diferencia es que ya no provienen del mundo europeo sino de nuestra América, especialmente
de países limítrofes que aún ven a la Argentina como un lugar para crecer y criar a sus hijos,
valorando la calidad de su educación, sus posibilidades de trabajo y sus políticas de contención
social.
No son cantidades semejantes a los tiempos de la inmigración europea (en 1914 un 30 % de la
población era extranjera, en 2010 lo es un 6 %). Aproximadamente 2,5 millones de personas

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forman esta nueva inmigración que trae nuevas costumbres y aquí engendrarán a sus hijos, los
nuevos argentinos.
Esas costumbres comienzan a influenciar los lugares donde se establecen y ya nos acostumbramos
al termo callejero aportado por los uruguayos, a la incorporación a la dieta nacional de especias y
legumbres novedosas de las verdulerías bolivianas, como a la presencia de la mandioca o el chipá
paraguayo y últimamente las arepas venezolanas. También ha crecido la afluencia de orientales
(coreanos y chinos) con fuerte participación en distribución de alimentos y casas de comidas
exóticas cada vez más frecuentes en los hogares argentinos.
Y los hijos de esos inmigrantes concurren a las escuelas y es responsabilidad de las mismas la
integración de ellos al proceso formativo de las futuras generaciones.

Identidad y diversidad

La formación de los estados nacionales se cimentó sobre ideas fuerza instalada o a instalar en el
inconsciente colectivo, ideas sobre factores aglutinantes que perfilan la identidad colectiva de un
conjunto de personas que habitan un mismo territorio.
Los españoles del 1500 concibieron la identidad vinculada a la religión. En el siglo XX el
“franquismo” repitió el argumento. Otros pueblos a lo largo de la historia y en cumplimiento de los
mismos fines utilizaron como medio aglutinante el lenguaje o las tradiciones compartidas. Hace
casi 100 años los nazis lo encontraron en la raza, auto considerándose arios puros.
En nuestro país, como hemos visto, frente al aluvión inmigratorio de fines del siglo XIX los
gestores del estado nacional en construcción quisieron argentinizar a los hijos de los gringos
inculcándoles el sentimiento de pertenencia a un espacio que era su patria, entendida ésta como
“la posesión en común de una herencia de recuerdos”. Y le tocaba a la escuela el papel de
implementadora de este proceso de argentinización.
Hoy, a la luz del análisis histórico desplegado es evidente que, como pueblo, tenemos una
personalidad que nos engloba y nos define de modo exclusivo y excluyente, más allá de los
particularismos individuales o regionales. Y esa personalidad se forjó a través del tiempo con los
paulatinos aportes de las etnias constitutivas instaladas en un territorio que con su fuerza
aglutinante fue incorporando algo de lo nuevo enriqueciendo la base original y fundiéndose en
una nueva, no tan igual pero no tan distinta que la previa.

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Sin duda el territorio argentino en su vastedad presenta entornos naturales diferentes que van
haciendo que sus habitantes modelen conductas de adecuación al medio. Montañas, valles,
estepas , selvas y llanuras forman un espacio natural con el cual deben relacionarse sus
pobladores, muchas veces aceptando la naturaleza tal como es y en otras tratando de modificarla.
En esos diferentes espacios con una determinada población asentada surgirá una determinada
manifestación cultural evidenciada a través de sus particulares costumbres de expresión oral,
coloquial o musical, como así también por su comportamiento económico, social, político y
religioso.
Sin duda, con el desarrollo de los medios de comunicación del presente estas distintas variedades
regionales se vinculan e influencian mutuamente sin dejar de ser lo que son cada una de ellas. Y
ese conjunto étnico asentado en las distintas partes de un todo geográfico genera una evidente
diversidad cultural que en su conjunto forman la identidad nacional argentina, vinculada por el
sentimiento de pertenencia grupal compartida.
Sin embargo es común no percibirnos tan unidos y esto merece una reflexión sobre los orígenes
de enfrentamientos o grietas, como se los menciona en los últimos tiempos. En la primigenia
etapa de la formación nacional era evidente el factor étnico como causa insoslayable para
entender los mismos pero en el presente, salvo casos excepcionales y por lo común
intrascendentes, no es causal relevante de discrepancias sociales. De modo semejante ocurre con
las creencias religiosas, las que, salvo en los tiempos brutales de la conquista, no son motivos
generadores de discordias.
En general los disensos han sido y son por cuestiones relacionadas con distintas interpretaciones
de la realidad o de la apropiación, utilización y distribución equitativa de los recursos disponibles,
como así también por las metodologías de organización social o implementación política, pero no
por lo antes mencionado que, como podemos observar en otros lugares del mundo, generan
sangrientas luchas fratricidas.

Reflexión final

En conjunción con lo analizado deberíamos también reflexionar sobre nuestro comportamiento


cotidiano, como ciudadanos y como docentes con responsabilidad sobre las futuras generaciones.
En principio considerar nuestras capacidades de absorción de lo diferente y nuestras posibilidades
de comprensión de nuestros juicios valorativos y las manifestaciones emergentes relacionadas,

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entendiendo que somos parte de una época y de un lugar que en el trascurso de nuestra historia
personal fue modelando el presente que vivimos.
Y esa historia tiene posibilidades de registrar prejuicios inconscientes que pueden interferir
nuestras conductas, especialmente en el ejercicio del rol docente, como por ejemplo criollo vago,
gringo miserable, cabecita negra, tanos y gallegos brutos, que alguna vez hemos oído y
posiblemente incorporado.
También compete analizar la importancia de nuestras capacidades como orientadores de las
conductas de la población a nuestro cargo que pueden ser portadores de prejuicios y, muchas
veces con inocencia juvenil, pueden herir al otro.
Y finalmente valorizar la acción integradora que desempeño la escuela en la formación de la
conciencia nacional frente a la incorporación de población extranjera. Hoy tenemos una situación
semejante y en las aulas aparecen los hijos de los nuevos habitantes. Y con ellos debemos formar
las futuras generaciones respetuosas de la diversidad que es la esencia constitutiva de la identidad
nacional argentina.

Prof. Alberto Luis Beratti

Bibliografía utilizada (recomendada a quien desee ampliar conocimientos):


1. “Mentalidades argentinas” – Antonio Pérez Amuchástegui
2. “Historia de las Indias” – Bartolomé de las Casas
3. “Que es el ser nacional” - Juan José Hernández Arregui
4. “Facundo” - Domingo Faustino Sarmiento
5. “Bases y puntos de partida de la organización nacional” - Juan Bautista Alberdi
6. “Historia de una pasión argentina” - Eduardo Mallea
7. “Radiografía de la Pampa” - Ezequiel Martínez Estrada
8. “El hombre que está solo y espera” - Raúl Scalabrini Ortiz
9. “La patria grande” - Manuel Ugarte
10. “La colonización pedagógica” - Arturo Jauretche
11. “Nación y Cultura” - Héctor Agosti
12. “Cultura, sociedad y educación” - Juan Carlos Agulla

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