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LA FORMA COMO ENSAYO

Colección
Litteramericana

Directores
Miguel Valderrama
Cristóbal Thayer
Comité editorial
Alejandra Castillo
Oscar Ariel Cabezas
Luis García
Ana Asprea
Claudio Martyniuk
raúl rodríguez freire

la forma como ensayo


crítica ficción teoría
rodríguez freire, raúl.
la forma como ensayo. crítica ficción teoría.
- 1a ed. - Adrogué : Ediciones La Cebra, 2020.
400 p. ; 21,5x14 cm.

ISBN 978-987-3621-79-6

1. Filosofía. I. Título
CDD 190

© raúl rodríguez freire


© de esta edición: Ediciones La Cebra

Imagen tapa:
Geoffroy Tory, Champfleury. Au quel est contenu l’Art et Science de la deue et
vraye Proportion des Lettres Attiques, qu’on dit autrement Lettres Antiques, et
vulgairement Lettres Romaines proportionnees selon le Corps & Visage humain,
Paris, 1529

edicioneslacebra@gmail.com
www.edicioneslacebra.com.ar

Esta primera edición de la forma como ensayo se terminó de imprimir en el


mes de mayo de 2020 en Imprenta Dorrego.,
Av. Dorrego 1012, CABA
Queda hecho el depósito que dispone la ley 11.723
ÍNDICE

Presentación9

La forma como ensayo (a modo de prólogo) 13

De la idea a la materia
Notas para una crítica latinoamericana materialista 43

Literatura y (falsa) heteronomía


A propósito del mito del archivo 73

Un ensayista en los trópicos


(sobre Silviano Santiago)
(con Mary Luz Estupiñán) 97

Contemporaneidad de Uma literatura nos trópicos 


(o la diseminación de la infidelidad) 121

El giro visual de la teoría


Algunas digresiones 145

La pulsión referencial
Condiciones de la crítica y la ficción en el siglo XXI 175

Literatura y an-arquía
A propósito de Anarchivismo
(con una nota sobre el trabajo de Julio Ramos) 203

La universidad “de calidad” y las ruinas del pensamiento


Entrevista de Nelly Richard 221
De cabras, teoremas y leyes
Ficciones a la deriva 241

Conrad ante(s de) Freud 271

El Foucault de Said
notas excéntricas sobre unas relaciones metropolitanas
(seguido de una carta de Octavio Armand) 307

Auerbach, la política de la filología 333

Argonautas
Crónica de la correspondencia entre
Erich Auerbach y Walter Benjamin 361

El día en que Walter Benjamin daría clases en la USP


(de/con Evando Nascimento) 387
PRESENTACIÓN

la forma como ensayo da cuenta de una preocupación por el


lugar de la ficción literaria en el siglo XXI, una preocupación
que incluye las condiciones de posibilidad del ejercicio de la
crítica y la reflexión teórica. La universidad que habitamos
ha transformado la forma en que concebíamos y realizábamos
nuestro trabajo, por lo que no veo factible pensar la literatura
sin pensar a la vez desde dónde y cómo lo hacemos. A me-
nos que se esté cómodo con la universidad neoliberal, que así
como estandariza disciplinas bajo la lógica de la calidad y las
competencias, también homogeniza la escritura, obliterando
radicalmente lo que Roland Barthes llamó “la responsabilidad
de la forma”. Ya no hay desafío alguno cuando el académico
deviene un facedor de papers. De ahí que esta recopilación, que
se encuentra entre un libro y un álbum, reúna textos cuyas
formas son heterogéneas. Escritos entre 2008 y 2018, dan
cuenta de la inextricable relación que mantienen la ficción, la
crítica latinoamericana y la teoría (como género), trívium que
de cierta manera atraviesa la forma como ensayo, al reaparecer
heterogéneamente en el cuestionamiento de la universidad
contemporánea y la valoración del ensayo como artificio de
un pensamiento que no se arredra ante la indexación. Me
permite también escribir con admiración sobre Julio Ramos y
Silviano Santiago, cuyas escrituras logran configurar un modo
de ficción crítica al que la teoría contribuye sin colonizarlo,
que es lo que tiende a ocurrir cuando, a fin de estar al día, la
literatura se transforma en un mero ejemplo de algún studies.
Similar es el interés que me lleva a resaltar la potencia de la
correspondencia entre Walter Benjamin y Erich Auerbach. De
este último, por cierto, me importa su poca consideración por

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parte de “la teoría” contemporánea. Si Said lo transformó en
modelo, fue por su vida más que por su trabajo, cuya poten-
cia aventuro reinsescribir. La filología es una forma de crítica
política que por lo general se oblitera en las bibliografías de
moda. La lectura de Conrad se encuentra en el otro extremo;
aquí me interesa mostrar de qué manera su ficción (teórica)
elaboró una noción de lo ominoso que Freud, de haberlo
conocido, habría aplaudido. La tensa relación entre Said y
Foucault atrapó mi atención porque vi en el crítico “palesti-
no”, cuya obra valoro profundamente, una tergiversación que
simplificó hasta el absurdo el trabajo (y la vida) de Foucault,
con el fin de “radicalizar”, diría que torpemente, su crítica
humanista. Complementan estas reflexiones escritos sobre el
mito de Robinson Crusoe y la noción de archivo (del mito).
El conjunto se da cita a través de la carta, la nota y la nota
al pie, el ensayo, la traducción y la entrevista, la ficción (in-
cluyendo la ficción teórica), la reseña, la crónica y el artículo,
aunque este de manera heterodoxa. Aquí no hay límites fijos,
ni propiedades inherentes. La materia con la que se trabaja, el
lenguaje, es plástica o, mejor, plasmática, por lo que cualquier
forma puede adquirir fácilmente una nueva o ser múltiple.
Reducir el modo de escribir a un formato es reducir el pen-
samiento, urgente en un mundo que carece de imaginación.
Pero también los textos reunidos dan cuenta de la ma-
teria que ha venido configurando trabajo y vida, porque, a
diferencia de lo que puede ocurrir en otras profesiones u ofi-
cios, el trabajo intelectual es una forma de vida constituida
en gran medida por lo que leemos y escribimos. Como tal,
diría Virgilio, cobra fuerza a medida que avanza, pero no
gracias a la dedicación personal, sino a la amistad. la forma
como ensayo, por tanto, tiene como interés insistir en la ne-
cesidad de recuperar para el trabajo intelectual la responsa-
bilidad de la que hablaba Barthes a propósito de la novela.
Este interés ha sido acompañado por el diálogo de/con Julio
Ramos, Hugo Herrera Pardo, María Stegmayer, Evando
Nascimento, Miguel Valderrama, Nelly Richard, Andrés
Maximiliano Tello, Silviano Santiago, Eli Prudant, Pablo

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Concha, Alejandra Castillo, Horst Nitschack, Clara Parra
Triana, Rafael Mondragón, Nicole Darat, Pablo Faúndez,
Felipe Rubio, Gastón Molina, Valentina Letelier, Elizabeth
Collingwood-Selby, Willy Thayer, Eugenio Santangelo, Oscar
Ariel Cabezas, Johan Gotera y Efrén Giraldo. Mary Luz
Estupiñán ha estado presente desde la escritura del prólogo
hasta el primero de los ensayos seleccionados. Sin su compa-
ñía, este libro, y quien lo firma, no serían lo que son.
El montaje concluyó un día antes de que mi abuela, que lle-
va por bello nombre Deamar, dejara de sonreírnos. La última
vez que me tejió, al ojo, un chombón, algo así como un grueso
chaleco, me envió una hermosa carta. “Hacía tanto tiempo
que no tejía”, dice, “pero, en fin, que sirva para el frío”. En
una encomienda, llegó en el invierno de 2011 junto a platos y
tazas. De yapa, añadió dos copas junto a un enguindado pre-
parado por ella. Su carta cerraba, como la vez que le preguntó
a mi mamá cómo me dejaba viajar a otros países: “cuídese
mucho y no ande en bicicleta”. Corto de espalda, largo de
mangas, aunque bien ajustado, es el chombóm más hermoso
que puedo tener. Este libro le está dedicado. La irreverencia
de las formas es algo que aprendí de ella.

Viña del Mar, febrero de 2019

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Sócrates: […] Si alguien te hiciera la pregunta que,
hace un momento, te hice: “¿Qué es la forma
[σχῆμα], Menón?”, y le contestaras que es la
redondez; y si él entonces te preguntara,
como yo “¿es la redondez la forma [σχῆμα] o
más bien una forma [σχῆμά]?”, supongo que
responderías que es una forma [σχῆμά].
Menón: Ciertamente.
Sócrates: ¿Ello no será porque además hay otras
formas [σχήματα]?
Menón: Sí.
Sócrates: Y si él ahora te preguntara de qué clase
son, ¿se lo dirías?
Menón: Por supuesto.

Platón, Menón (74b-c).


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13
1.

Resumen

Palabras clave foa, ensa, críta, teía, ficcn.


2.

i) “Pese a estas virtudes, me parece problemático el géne-


ro discursivo por el que opta la autoría. Se trata, obvia-
mente, de un ensayo y no de un artículo de investigación
académica”.
ii) “El artículo se revela metodológicamente desestructura-
do. Tiende a olvidar la hipótesis que lo sustenta, desvián-
dose del eje analítico, divagando, ejemplificando con anéc-
dotas literarias mínimamente vinculadas a la hipótesis
(cita a Poe, Marechal, Tolkien, los pájaros-Urrutia Lacroix).
El estilo de escritura, se aproxima más a un artículo de ex-
tensión que al de una publicación científica. En términos
analíticos, si bien hay una idea central interesante, no al-
canza a ser corroborada con rigor por él o la articulista”.
iii) “El artículo se propone un objetivo interesante […], pero
su principal problema es la falta de rigor teórico y meto-
dológico… En otras palabras, es un ensayo con algunos
pasajes interesantes, que tal vez quedaría bien en otros
contextos, pero no cumple con el rigor teórico mínimo
para figurar en una revista académica”.

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3. ¿En qué momento las revistas de crítica universitarias de-
jaron de ser críticas y comenzaron a ser solo universitarias,
perdiendo en diversidad estilística y discursiva, lo que gana-
ron en estandarización e irrelevancia? Estos tres fragmentos
citados corresponden a la evaluación de un texto que, si bien
no ha sido incluido en este libro, de todas maneras permite
detenerme sobre una problemática que atinge al estado ac-
tual de nuestro trabajo: la forma dominante bajo la cual cir-
cula, que tiende a expulsar la escritura que no la reverencia.
El segundo comentario recuerda una reserva ya detectada
por Adorno: “Aún hoy no es suficiente con decir a alguien
[…] que es un écrivain para mantenerlo alejado del mundo
académico”. No se me considera como tal, pero “articulista”
ya es un modo directo de descalificar mi supuesta falta de
rigor. Continúa Adorno: “el gremio solamente tolera como
filosofía aquello que se viste con la dignidad de lo abstracto,
de lo duradero”. Hasta antes de esta evaluación, por lo ge-
neral llamaba a lo que escribía simplemente “texto”. Ensayo
era un término al que creía aspirar, mas no desarrollar. Estas
consideraciones son las más contundentes, por la coinciden-
cia unánime de quienes me evaluaron, pero no las únicas. La
mayoría de los dictámenes que he recibido respecto de otros
envíos también suelen colocarme en la posición de ensayista,
porque, aventuro, ven en ella la posibilidad de un artilugio
con el que efectuar rechazos o solicitar modificaciones, en pos
de mantener la supuesta imparcialidad requerida por cierta
forma de entender el trabajo académico y su circulación. Ello,
como señaló Adorno, “de acuerdo con el modelo primigenio
de las proposiciones protocolarias”, que pretenden que “el
contenido [siempre] ha de ser indiferente a su exposición, la
cual será convencional y no sometida a las exigencias de la
cosa”. La triada “introducción, desarrollo y conclusión” debe
exponer claramente “hipótesis”, “marco teórico”, “revisión
bibliográfica” (el famoso “estado del arte”) y “metodología”,
ficciones en las que el habla en primera persona cede su lugar
a un imaginario “nosotros”, que adquiere funesta existencia
mediante el referato ciego, que de manera libre y voluntaria

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protege lo expuesto de la injerencia de la forma. Cualquier
modificación de esta preceptiva deberá ser justificada si se
teme ser objeto de una ceja inquisitoria, dueña de la facul-
tad de solicitar expurgaciones al por mayor. “Todo impulso
expresivo en la exposición pone en peligro, por el instinto
del purismo científico, una objetividad que, según dicen, se
produciría con la retirada del sujeto”, sentencia Adorno, para
concluir: “La alergia a las formas como a meros accidentes
acerca el espíritu cientificista al espíritu tozudamente dogmá-
tico”. Si bien las evaluaciones que me han hecho ven por lo
general al ensayo como una forma de escritura periclitada o
carente de seriedad, los cultores del paper, se resisten, como
diría Blanchot, a “interrogarse sobre la forma que [su escritu-
ra] adquiere de la tradición”, porque seguramente creen que
los artículos que producen gozan de un aura que por sí sola le
endilga a la exposición “rigor teórico y metodológico”, razón
por la cual no deben preocuparse ni por el lenguaje emplea-
do. El aséptico “nosotros” lo reduce a mero medio de comu-
nicación. Pero aquí “‘Pensar’”, continúa Blanchot, “equivale a
hablar sin saber en qué lengua se habla, ni de qué retórica nos
servimos, sin ni siquiera presentir la significación con que la
forma de este lenguaje y de esta retórica sustituye a aquélla
sobre la que quisiera decidir el ‘pensamiento’”. El contenido
jamás abolirá una forma. Imposible entonces que el paper y los
artículos llamados “científicos” se abstengan de alguna. La
tienen, pero como ha devenido horma, la ignoran: estructura
fija y secuencial, lenguaje formal, reglas de composición y re-
dacción en presente estandarizan su escritura, encargada de
analizar (describir) un objeto dividido, como recordó Adorno
que añoraba Descartes, “en tantas partes… como sea posible
y requiera su mejor solución”, “empezando por los objetos
más simples y más fáciles de conocer, para ir ascendiendo
poco a poco, gradualmente, hasta el conocimiento de los más
compuestos”. La disertación académica, o la recherche, al decir
de Blanchot, tiene así una pauta o un molde y como tal es una
construcción, una pobre construcción, que ha de aplicarse
indistintamente al objeto del que se quiera hablar. El resulta-

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do es una forma invariable y naturalizada ciega a su técnico
principio de composición y a sí misma. Por ello es, para sus
guardianes, la forma.

4. La forma responde a un modo de comprender el trabajo


académico que no ha hecho su aparición de la mano del neoli-
beralismo, como se señala de vez en cuando, aunque es cierto
que con él se ha vuelto dominante. Posiblemente su cristali-
zación se deba a la muerte de lo que Gérard Genette llamó
“el espíritu de la retórica tradicional”, asesinada por “una
concepción histórica de la literatura”, que impulsó un tipo de
“aprendizaje técnico de la escritura” para el que la literatura
y su multiplicidad ya no ofrece un modelo, puesto que ha de-
venido simple objeto. Esta escritura, que asume el formato de
la disertación académica, que le debe mucho a Petrus Ramus
(o Pierre de la Ramée), oblitera cualquier efecto estético y
poético, porque considera que “todo lo que no es útil [en par-
ticular la preocupación por el estilo], es perjudicial”. Se trata
de una mutación que es consustancial a la emergencia de la
universidad moderna, cuya arquitectónica franco-alemana
ha sido replicada o remedada con múltiples variaciones por
todo el orbe. Conocido es que dos son los modelos que, para
Europa, la fundan: el napoleónico y el humboldtiano. Ambos
emergen, como recordó Friedrich A. Kittler, al alero del desa-
rrollo de una tecnología que terminaría enseñoreándose tec-
nocráticamente de la universidad y sus hablas: “la temprana
universidad moderna se había apoyado tan fuertemente en
los libros impresos en todas sus multilingües interrelaciones
que la emergencia más bien simultánea de dibujos técnicos
de construcción, igualmente infalibles, escapó a su noticia.
Letras, cifras y diagramas en su triple combinación [formu-
laica] probaron ser demasiado ajenas para los humanistas”,
quienes, vemos hoy, con ingenua celeridad se desentendieron
de sus implicancias, como si aquello no les incumbiera. “La
combinación, sin embargo, de tipos y grabados en madera o
cobre permitió la visualización científica a un nivel de pre-

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cisión inaudito para griegos y monjes. La tecnología como
ciencia fue tan sólo el resultado siempre en expansión de esta
alianza, y la Escuela Politécnica de Carnot y Monge, fundada
en 1794 [llamada en ese entonces Escuela central de trabajos
público], fue su más temprana instauración institucional. Y
un brillante joven estudiante de todas estas matemáticas
técnicamente aplicadas, un tal Bonaparte, invadió, equipado
con la artillería pesada de Satanás, la vieja Europa. Desde esa
época”, agrega Kittler, “las universidades a ambos lados del
Atlántico han tenido que vérselas con los ingenieros”, que
han hecho de su lengua estandarizante, publicada al ritmo
de la producción en cadena (fordista-taylorista), la ratio del
trabajo intelectual. Patricio Marchant recordó en Sobre árbo-
les y madres, libro cuya escritura, por cierto, es radicalmente
heterogénea a la lingua franca universitaria neoliberal, que el
mismo Heidegger, el pensador de la técnica, se vio sometido
al ritmo fabril de la escritura.

Nombrado sucesor de Nicolai Hartmann en


Hamburgo, el Ministerio Berlinés se opuso a
su nombramiento: Heidegger no había publicado
nada desde hacía diez años. Primeros envíos
de Sein und Zeit al Ministerio, su rechazo
por “insuficientes”; solo seis meses después
de la publicación del texto completo, el
Ministerio ratificó el nombramiento. ¿Simple
hecho anecdótico? Más bien, ironía, esto es,
necesidad de la historia; el filósofo que iba a
denunciar la determinación técnica del pensar
y del producir teórico tuvo que principiar,
por acatar, sin embargo, las exigencias del
pensar determinado por la técnica: si no
producir apresuradamente, al menos publicar
apresuradamente.
Entonces, más que un simple hecho anecdótico,
la historia de la extraña publicación de Sein
und Zeit adelantaba los tiempos actuales, la
práctica actual de la filosofía: escribir según

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las exigencias de producción de la Universidad,
esto es, de las fuerzas exteriores a la
Universidad que a la universidad rigen; pues,
sin duda, pocas instituciones menos libres en
la sociedad contemporánea que la universidad.
Así, situación de la filosofía, hoy: abandono
del pensar como constitución de una obra, como
fidelidad a un único pensamiento o como trabajo
de escritura; su sustitución por la indigencia
teóricamente organizada de los papers,
discusión de problemas mínimos por mínimos
profesores; esto es, la interpretación técnica
del pensar como la filosofía determinante de
las universidades occidentales.

5. Es de destacar que Marchart diferencie sutilmente “produ-


cir” de “publicar”, distinción aquí equivalente a la que se da
entre pensar e informar, siendo el informar un ejercicio que,
requerido por el management academicus, ha terminado desalo-
jando el pensar. Este abandono es, también, el de la renuncia a
la preocupación por el devenir. Como señaló tempranamente
Walter Benjamin, se puede escribir sobre temas revolucionarios,
sin que la lógica de la forma (su modo de producción y circu-
lación) sea puesto en cuestión. Al contrario, escribiendo sobre
marginalidades, metafísica, capitalismo, empresa, democracia,
aporías, o el “sur global” se la puede abastecer sin alterarla;
respetando su código (su { la } forma), asimila sin dificultad
hasta los contenidos más radicales, neutralizados al momento
de circular codificados (normados) como parte de la oferta del
mercado académico internacional. Por ello creo que uno de los
principales problemas con el que nos enfrentamos es precisa-
mente la dificultad para reimaginar el futuro a contrapelo de la
lengua estandarizada, y esto en todo el mundo, pues habitamos
de manera fundamentalista el presente. Si “el ethos del recurso
al ensayo”, como ha escrito Alberto Giordano, “se corresponde
con un estilo de vida académica, inconforme y disidente”, en-

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tonces el paper también da cuenta de un estilo de vida, aunque
este derivado de una posición acomodaticia y dócil que solo
emplea la crítica en beneficio personal (emprendedor). Se trata
de dos modos irreconciliables, aunque dables de coexistir, del
trabajo intelectual, trabajo que a través del ensayo contribuye
con mayores posibilidades a la transformación de la sociedad
y de uno mismo. Ya ni siquiera las nuevas revistas combativas
logran resistirse a este impase, que tiende a axiomatizar con
cierta facilidad las escrituras que no se plantean de plano a con-
trapelo. Lo ejemplifico a partir de una anécdota que le ocurrió
a una amiga, traduciendo un texto (que hace del lenguaje y
la escritura una forma de experimentación) para una revista
que podría considerarse hipercrítica. La persona encargada de
revisar su traducción al inglés, la intervino extensamente, con
el propósito, según le indicó, de lograr “un equilibrio entre la
complejidad y la alusividad de la prosa”, y “la accesibilidad
que debemos poder asegurarle a la amplia gama de nuestros
lectores”. Su argumento lo respaldó en “principios y priorida-
des” consensuados por el comité editorial y sus asesores, preo-
cupados por “lograr una armonía entre la adherencia al signifi-
cado literal del original” y su “legibilidad”. Y por si fuera poco,
para fundamentar de manera más terminante sus decisiones, el
revisor agrega lo que por traducir entiende: “tomar un poco de
distancia de la gramática, la sintaxis, el estilo y/o el lenguaje fi-
gurado del original, cuando no se pueden representar de forma
idiomática”, justificando en ello la razón por la cual, dice, no se
puede “mantener el condicional”. Fue esto último lo que me
llevó a mencionar aquí esta anécdota. Eliminar el condicional
conlleva eliminar la posibilidad como tal, lo potencial, lo no acae-
cido, puesto que la sustracción de aquello que no se restringe al
presente (o al pasado), simplemente oblitera la posibilidad de
pensar e imaginar. Ya no podríamos usar libremente el “como
si”, adverbio condicional en el que la ficción toma cuerpo y
fuerza, al ofrecernos lecturas inusitadas. Pues el “como si” es
un artilugio, del que quizá Borges sea su más destacado eje-
cutor. Se trata de esa “técnica de aplicación infinita [que] nos
insta a recorrer la Odisea como si fuera posterior a la Eneida” o a

20
leer “el Quijote —todo el Quijote— como si lo hubiera pensado
Menard”. Si Borges tiene razón al señalar que “lo que hace un
hombre es como si lo hicieran todos los hombres”, entonces
debemos escribir a contrapelo de la forma que domina el habla
universitaria y sus tiempos verbales. Ya sea para que todos y
todas lo hagan o para que nadie deje de hacerlo.

Montaigne fue, en lo más sustantivo de sus


escritos, un pensador “porvenirista”, orientado
radicalmente hacia el futuro que se aproximaba,
expuesto cara a cara con él, y por una razón
que él mismo enunció y anunció admirablemente
en uno de su primeros Ensayos: “Nous ne sommes
jamais chez nous; nous sommes toujours au-delà;
la crainte, le désir, l’espérance, nous élancent
vers l’avenir”.

La posición de todo pensador “lanzado”,


orientado hacia el futuro es análoga a la
del navegante que, después de sobrepasar el
horizonte de lo conocido, se queda, por así
decirlo, sin otra información que la que, por
pericia o inspiración, obtiene de cada nuevo día
de navegación. Algo de esa peripecia náutica
sobrevive en la experiencia del tanteo que
siempre sugiere, como lo señaló Theodor Adorno,
la palabra “ensayo”. Tantear es un modo de
orientarse hacia lo desconocido e indescubierto.

Martín Cerda, La palabra quebrada.

6. La pregunta que surge entonces es ¿para quién o quiénes se


está escribiendo? Si se es complaciente con lo que Marchant lla-
maba la interpretación técnica del pensar la respuesta no es muy
difícil de encontrar: para las empresas que lucran con las bases
de datos (producidas con nuestro trabajo) que venden a precios
exorbitantes a las universidades donde nosotros mismos tra-

21
bajamos, bases que las agencias acreditadoras prácticamente
obligan a subscribir, pues es una de las variables a considerar
cuando se evalúa y “mide” la “calidad” bibliográfica de una
biblioteca universitaria. Por supuesto que uno no publica úni-
camente en revistas pa(u)perizadas, ni algunas de estás dejan
de traficar, de vez en cuando, ensayos que logran escapar al
formato impuesto por la indexación y vigilado por el referato
(es decir, por nosotros mismos). Tampoco uno abandona lo que
hoy podría llamarse “géneros” “menores” de la crítica, como la
reseña, la traducción o la entrevista, para no hablar de la ficción
teórica. A pesar de su radical desconsideración por parte de la
metrología impuesta por la comisión nacional de ciencias de
cada país (Conacyt, Conicyt, Conicet, CNPq, Colciencias, etc.),
completamente ciega a su relevancia para la circulación de los
saberes, resisten y resistimos. De la misma manera, existen
revistas que operando formateadamente, no se han deshecho
de una política editorial clara y definida, logrando publicar nú-
meros con ensayos e incluso artículos muy relevantes para la
discusión contemporánea. Pero se hace evidente cada vez más
la reducción de espacios de circulación heterogéneos, por lo
que debemos aventurarnos a la ofensiva: actuamos o desapare-
ce(re)mos. Bajo este escenario entonces el ensayo (y la defensa
de las revistas independientes) adquiere un carácter político,
al situarse a contrapelo de una escritura que prácticamente se
resiste a pensar y que además se la intenta imponer como la
forma por excelencia de la reflexión académica e intelectual,
llegando incluso a colonizar la escritura de las tesis. Acatar la
interpretación técnica del pensar equivale a pensar técnicamente,
publicativamente, obliterando el tiempo que requiere el trabajo
del pensamiento, un tiempo fagocitado por la velocidad a la
que se nos obliga cuando se toma por medida el trabajo de las
llamadas ciencias duras, acostumbradas por lo general a me-
dir el “impacto” de su exorbitante productividad mediante el
número de citas (el famoso índice h). Por el contrario, en las
humanidades, la relevancia de una publicación crece con el
tiempo. Incluso se diría que, si se ha de recurrir a los dibujos
técnicos, gráficamente tendrían curvas distintas, dado que un

22
artículo “científico” tiene una resonancia que luego de uno o
dos años decrece rápidamente y que puede llegar a cero en
poco tiempo. Creo que si miramos más allá de la forma “eu-
ropea” de producción y circulación del saber, encontraremos
afinidades con el ensayo que podrían responder a su supuesta
falta de rigurosidad. Yasaman Dowlatshahi, filósofa residente
en México, señaló que para las y los investigadores iraníes, “el
objetivo de citar no es mostrar el dominio propio sobre el tema,
satisfacer la necesidad de ostentar la lectura amplia de recur-
sos bibliográficos o justificar la voz propia a través de la voz
del otro más conocido, sino posibilitar el acceso a las fuentes y
sugerir lecturas interesantes motivando a los lectores a profun-
dizar más en los temas”. De esta manera, no solo se pluralizan
las lecturas, sino que también se trasmite la pasión por el tipo
de trabajo que hacemos, que centrado en la circulación, la ve
con otros ojos. Prácticamente lo inverso a lo que sucede bajo la
lógica de la forma, que, a la vez que te obliga a citar “el estado
del arte”, hace de la “originalidad” un valor, tanto intelectual
como comercial (Copy Right), y del autor un empresario cuyo
nombre es su propia marca, su propio #. Vale la pena entonces
citar en extenso a Dowlatshahi:

En la Persia antigua, la sabiduría era un


atributo divino y buscar y compartir el
conocimiento, un acto de justicia y bondad y
de carácter divino; la clave de la salvación
del mundo entero es esta sabiduría justa. Más
adelante en el tiempo, los filósofos iraníes
y los poetas clásicos (cuya posición es de
profeta sabio) continuaron este concepto del
saber y del conocer y sus palabras empezaron
a formar una especie de “tesoro de sabiduría”
de carácter comunitario en el sentido de que
se alimenta en comunidad y se dirige a ella,
es para ella. A lo largo de los siglos, mientras
que los literatos, científicos, investigadores,
filósofos y poetas han ido contribuyendo a este

23
tesoro comunal, la gente normal y corriente de
todas las clases sociales ha sabido nutrirse
de esta fuente y hacer suya las enseñanzas
y los saberes. De ahí que todavía hoy en día,
la gente más sencilla refuerce su argumento
cotidiano citando un poema que sabe de memoria
en muchos casos sin decir a qué poeta pertenece:
puesto que lo que importa no es quién hizo la
aportación, sino lo que ésta significa y nos
enseña. Y en esta misma línea no son pocos los
investigadores que comienzan sus artículos o
libros citando versos, sin que vean necesario
citar en qué página de cuál antología poética
fueron publicados. Así, lo importante es el
mensaje, no el nombre de quien lo emitió.

7. Es enorme la diferencia entre el modo de investigar en el


que hemos sido forma(tea)dos, y el modo de investigar y es-
cribir señalado por Dowlatshahi, que considera la circulación
del saber un “acto de justicia”, mientras que en “nuestras”
universidades es cada vez más un acto susceptible de generar
ganancias, un acto, por tanto, de economía. El llamado factor
de impacto no fomenta la lectura de los no especialistas, ni
se preocupa por ello. Su negocio es la autoreferencialidad al
interior de una comunidad cerrada de expertos. De manera
que no podemos aceptar el juego de las mediciones, incapa-
ces de dar cuenta de una escritura pensante que se levanta
contra la tecnificación y la productividad, porque ve en ellas
su clausura. No desconozco que a cada momento se levantan
voces contra la (in)formatización del pensar, pero estas son
excepciones al interior de un medio que castiga de múltiples
maneras la disidencia. La drástica disminución de revistas
independientes ha reducido aún más las posibilidades para
una escritura crítica no domesticada, reducción que la digi-
talización tampoco ha logrado revertir. Por el contrario, si
pensamos en Academia.edu, al formateo, debemos sumar la
algoritmización ya no solo de la escritura, sino de la propia

24
vida del que escribe (o lee). Tal escenario obliga, por tanto, a
preguntarse no solo para quién o quiénes escribimos, sino tam-
bién y de manera fundamental cómo escribimos. Se trata de
una interrogante que le da su fuerza política al ensayo, forma
que, como escribió Martín Cerda, no busca “‘ex-poner’ una
visión o un saber total (y muchas veces ‘totalitario’), sino,
introducir una mirada discontinua en un mundo que, en
lo mas sustantivo, se oculta o se enmascara con diferentes
ropajes y lenguajes ‘totales’: monolíticos y opresivos”. Esos
ropajes y lenguajes son los del artículo académico o paper,
que alisan lo estriado que contiene una escritura que se re-
siste a los resúmenes y a las palabras claves, que hacen del
pensar un producto transparente, homogéneo y disciplina-
do, anulándolo. Se
trata, por cierto, de
un problema que
no es tal para quie-
nes han hecho del
formateo un modus
vivendi naturalizado.

8. De ahí mi interés en
resaltar la multipli-
cidad de las formas
y a la forma misma,
aventurando experi-
mentar el ensayo no
solo mediante una
escritura abierta,
fragmentaria, dis-
continua, relativa,
contingente, antisis-
temática y parcial,
como propusiera T.
W. Adorno. Si con
cada ensayo “se rein-

25
venta la forma sin horma del Adorno, “Los signos de
género”, al decir de Evando puntuación”: Theodor Haecker
se horrorizaba con razón de
Nascimento, ello se debe a
que el punto y coma se empleara
que es más que un modo de cada vez menos: reconocía en
resolver “la tensión entre la ese hecho que ya no hay quien
exposición y aquello expues- sepa escribir un período, es
to”. Si solo a esto se redujera, decir, un conjunto de oraciones
que, en todo caso, no es poco, que relacionadas adquieren
estaríamos desaprovechán- sentido completo. Forma parte
de esto el miedo a los párrafos
dolo inconvenientemente, de a página que producía el
y de hecho ello es lo que mercado; el cliente que no
ha ocurrido, porque es el quiere esforzarse y al que,
contenido –incluso bajo la para ganarse la vida, primero,
idea de texto– el que continúa se adaptaron los redactores
cobrando mayor relevancia. y, luego, los escritores, hasta
que al final se inventaron
Cuando Adorno señala que
ideologías como la de la
el ensayo “es más dinámico lucidez, la dureza realista, la
que el pensamiento tradicio- precisión breve. Pero, en esta
nal, pero al mismo tiempo, tendencia, lenguaje y asunto
en tanto que construcción de no se pueden separar. Con el
una sucesión también es más sacrificio del período, el
pensamiento se hace de corto
estático”, con lo cual se vuel-
esfuerzo. La prosa se rebaja
ve afín a una imagen, acepta a la frase reglamentaria, al
sin problemas la rutiniza- simple registro de hechos,
ción de la forma tradicional y, puesto que las frases y
de la escritura, domesticada la puntuación desisten del
por fuentes (Times New derecho a correlacionar estos,
Roman, por ejemplo), tama- a informarlos, a ejercer la
crítica sobre ellos, el lenguaje
ños (12), márgenes (2,5 arri- se dispone a capitular ante lo
ba; 2,5 abajo; 3 a izquierda; que meramente es, ya antes de
3 a derecha) y un uso fijo y que el pensamiento decida por
lineal del espacio, sí mismo esta capitulación.
Se comienza con la pérdida
a la que sin discusión por del punto y coma, y se
termina con la ratificación
lo general nos plegamos. Los
de la imbecilidad por una
tipos, ya lo sabía Simon racionalidad purificada de
Rodriguez, no solo ve- todo añadido.

26
hiculizan el pensamiento de una lengua, son una forma de
pensamiento en sí mismos. En Sociedades americanas en 1828,
cómo serán y cómo podrían ser en los siglos venideros, que cuenta
con varias reediciones, ninguna igual a otra, ni en cuanto a
la exposición, ni en cuanto a lo expuesto, se ensaya un uso
de la página. Como destacó Luis Camnitzer en un bello
ensayo, Rodriguez sabía muy bien lo que estaba hacien-
do. Lo podemos ver en la página de una edición póstuma,
publicada en Chillán en 1864, que aquí se ha reproducido. En
otro ensayo, Luces y virtudes sociales, de 1840, llama directa-
mente la atención del lector respecto a “La forma que se da
al discurso”, explicitando el empleo de tamaños, minúsculas,
mayúsculas, puntos, guiones, fuentes, cursivas, paréntesis
de todo tipo, centrados, separaciones y espaciamientos. La
puntuación y el espacio (el soporte) en el que se inscriben sus
signos no deben serle indiferente a la escritura que se resis-
te, como diría Adorno, a la dogmatización del contenido. En
Rodriguez, la forma como ensayo tiene un desarrollo ma-
gistral, aunque bastante olvidado, quizá por su misma radi-
calidad, la que debe reinscribirse en nuestro presente, de cara
a nuestro futuro. Quizá solo en The Telephone Book, de Avital
Ronell, volvemos a ver una preocupación tan manifiesta
como la de Don Simón (preocupación, por cierto, que también
hizo suya John Cage), lo que hace de sus libros verdaderas
monstruosidades del pensamiento. Pero es evidente que en
el primero el uso de sus manos no se redujo, como en Ronell,
a un buen uso del aparato, el computador en este caso. Con
sus conocimientos de tipografía (fue durante 3 años cajista
de imprenta en Baltimore), Rodriguez debió ensayar sus
propias formas, montando una y otra vez sus páginas, que
soportarán constelaciones singularísimas, completamente
heterodoxas para sus lectores (e incluso para los “nuestros”).
Con todo, son dos rarísimas excepciones que llevan a que uno
se pregunté por la efectividad de la distancia entre la escritura
universitaria y la escritura literaria, que hoy no responde más
que a un modo neoliberal de considerar el trabajo intelectual,
que ve en la preocupación por la forma un innecesario y per-

27
turbador ruido, y que como tal busca silenciar. Por el contra-
rio, es gracias a esta preocupación que el pensamiento puede
alcanzar toda su potencia y servir mejor a la sociedad. Cuando
más lectores han tenido los intelectuales y académicos ha sido
cuando se dedicaban al ensayo y este gozaba de buena fortuna
entre nuestros pares, que son quienes hoy lo condenan.

9. La materia del ensayo, por tanto, no debe limitarse a su


modo de exposición, si por este solo ha de entenderse la pre-
sentación no tradicional de lo expuesto. La materia es, además
del lenguaje y el estilo, el soporte: los tipos, el instrumen-
to que los inscribe (pluma, lápiz, máquina o computador) y la
página. Tampoco creo que el ensayo deba “reflejarse a sí mis-
mo” “en todo momento”. Al contrario, debería asumir distin-
tas formas, como la ficción, la carta, la entrevista, la teoría y la
crónica, sin descartar ninguna de estas u otras, ni siquiera en
un solo escrito. Northrop Fry señaló que “fácilmente se echa
de ver que la forma del diálogo de Platón es dramática y tiene
afinidades con la comedia y el mimo”, afirmación que recuer-
da indefectiblemente a Alfonso Reyes, y su consideración
del ensayo como el “centauro de los géneros, donde hay de
todo y cabe todo”. Pero Reyes también escribió rutinariamen-
te, seguramente primero a mano y luego a máquina, la que,
erróneamente pensó, haría inútil “la enseñanza de la escritura
manual”. Hoy contamos con una facilidad para recurrir a los
tipos que envidiaría Rodriguez, que debe haber realiza-
do un arduo trabajo para componer cada uno de sus libros,
cada una de sus páginas. Debemos reparar entonces en la su-
perficie de inscripción, el instrumento y la grafía, porque sus
diversas formas de inscribirse y sus heterogéneos materiales,
vehiculizan de otro modo, más hereje aún, “la tensión entre
la exposición y aquello expuesto”. Reflexionar sobre el ensayo
como forma no basta para desautomatizar la escritura. Esta ta-
rea debe suplementarse con la forma como ensayo, que busca
subvertir la lectura codificada linealmente sobre un espacio

28
de inscripción obliterado. Obsérvese la siguiente imagen y
piénsese qué recuerda o sugiere cada tipo:

Para mi, que escribo 10. Cualquier que escriba a mano conocerá la di-
un diario a mano
y que me resulta
ferencia con la máquina o el computador, que re-
imposible leer sin quieren de un tiempo de inscripción distinto para
un silencioso lápiz
entre los dedos, la que el pensamiento se aloje en una página. Quien
fineza y claridad ya solo escribe en un computador (o en un teléfo-
de un bolígrafo de
tinta gelificada (o no), imagine lo que habrá implicado hacerlo con
un portaminas) 0.4
es fundamental. El
pluma y tinta, moviendo el brazo una y otra vez,
0.5, número por lo evitado chorrear, una y otra vez. Y si alguien escri-
general estándar, es
tosco y poco amable, bió en ella, como recordó recientemente Fernando
hasta el punto de Aramburu, sabrá que la máquina de escribir “se
dificultarme a veces
reconocer mi letra, llevaba a matar con los signos ortográficos”, tanto
produciendo una
dilación que el
que obligó a producir una nueva profesión: dac-
computador anula tilografía. Y qué decir de su entrañable voz, que
(y que la pluma
exageraba).
29
“la hacía inadecuada para el trabajo nocturno donde hubiera
vecinos”. La dilación, de la que Mallarmé es un maestro, como
podrá corroborar quien lea incluso sus escritos aparecidos en
periódicos, de los que “Crisis de verso” es uno de los más im-
portantes, y provocativos, pues recordemos que en él leemos
“La literatura sufre aquí una exquisita crisis”, la dilación, digo,
es distinta si se ha de escribir a lápiz, a máquina o en computa-
dor, de manera que lo que escribimos depende, y en no menor
medida, de la herramienta con que lo hagamos. Carteándose
con Heinrich Köselitz, que le había señalado que su escritura
posiblemente se modificaría con la máquina que acababa de
comprar (una esférica Malling-Hansen), pues inmediatamente
percibió sus nuevos giros idiomáticos, Nietzsche le respondió,
aunque teniendo presente no la máquina, sino su lápiz, que
las (nuestras, dice él) “herramientas de escritura trabajan en
nuestros pensamientos”, lo que hace de ellas verdaderas pró-
tesis, al articularse con la mano y el cerebro. Pensamos con el
cuerpo. De ahí que Aramburu pueda concluir certeramente
que “el instrumento determina la manera tanto de concebir la
escritura como de ejecutarla”. Si bien ya no trabajamos (casi)
con lápices o máquinas, su uso o el recuerdo de su uso nos
permite reconocer que el computador no afecta menos al pen-
samiento y la escritura. Se trata de un aparato que cuenta con
una impresionante cantidad de “aplicaciones” (incluyendo la
autocorrección), y si no encontramos la que queremos, la po-
demos instalar fácilmente. Quisiera resaltar una. Entrados en
el siglo XXI, la memoria cultural digitalizada nos provee de
una fuente inagotable de tipos. La Budmo Jiggler o la Ritz alu-
den claramente a anuncios publicitarios, mientras la Breitkopf
Fraktur o la Gutenberg Bibel reproducen, respectivamente, la
tipografía de la primera biblia impresa con tipos móviles y los
cuentos de los hermanos Grimm. Sin curvas ni diagonales es
la Wim Crouwel 68, diseñada especialmente para pantallas de
rayos catódicos, esto es, para computadores. Por el contrario,
la enorme Shadowed reproduce la tipografía del western, así
como la Stencil la escritura de muros citadinos. La Poynter, por
su parte, es la más empleada por los periódicos, lo que da cuen-

30
ta de su sobrio y tradicional diseño, que contrasta con el de la
circular Theo Van Doesburg o con el de la recta De Stijl. Hay
letras humanistas, así como hay letras grotescas, computacio-
nales o comerciales, un riquísimo reservorio que hemos desa-
provechado, al asumir de modo “natural” un reducido número
de fuentes, como si estas constituyeran lo único que tenemos
a mano (en el computador) para escribir. Cada tipo constituye
una determinada forma de inscribir el pensamiento sobre un
soporte (incluyendo la muy real página virtual), lo que hace
de la tipografía un medio para corroborar la mutabilidad de
las ideas y de las formas. La tipografía es antiplatónica. Que
generalmente escribamos con Times New Roman, quizá la más
empleada en el mundo académico (junto a la Arial y la Calibri),
se deba a que viene codificada (“por defecto”) por la mayoría
de los software, por lo general ya instalados al momento de
comprar un aparato. Fue diseñada a inicios de los 30 del siglo
pasado a solicitud del londinense The Times, que se la vendió
a Monotype, que se la vendió, a su vez, a Microsoft. En su nú-
mero 14, es la letra oficial de la diplomacia estadounidense. Las
tipografías tienen su historia,
y su invención, recordó Vilém
Flusser, “decidió, durante la
era moderna, la disputa por
los universales a favor de los
realistas”, “transformándose
así en el soporte de la ciencia
moderna”. Sus usos portan
sus huellas, por lo que vale la
pena recordar, así sea breve-
mente, cómo surgieron. Para
la diseñadora Ellen Lupton,
“las palabras escritas adqui-
rieron su forma a partir de los
movimientos del cuerpo. Los
primeros tipos se modelaron
directamente a partir de las
formas de la caligrafía. Sin

31
embargo, los tipos no son gestos corporales; son imágenes
manufacturadas y diseñadas para ser reproducidas infinita-
mente”. No obstante, no fueron pocos los que intentaron com-
poner, como Geofroy Tory, la anatomía caligráfica a partir de
la anatomía humana, buscando en ella sui géneris estándares
de proporción. Pero esta caligrafía corporal desaparecería con
la emergencia de la combinación de letras, cifras y diagramas,
que fomentará el empleo de rígidas cuadrículas para su diseño,
matematizándolas. El desarrollo posterior de la tipografía,
agrega Lupton, radicalizará esta distancia con el cuerpo, me-
diante un alejamiento cada vez más abstracto respecto de la
caligrafía manual, diseñándose “ejes totalmente ver-
ticales, contrastes bruscos entre los trazos finos y terminales
afilados”, destacando aquí la página impresa de Firmin Didot
y Giambattista Bodoni, quienes en la búsqueda de una belleza
racional y sublime “habían creado un monstruo: un enfoque
abstracto y deshumanizado de las letras”. El siglo XX irá aún
más lejos con la mecanización de la tipografía, que no es sino
un alejamiento de la caligrafía, primero con la masificación de
la máquina de escribir (creada en el último tercio del XIX) y
luego de la computadora, que solo necesitará de los dedos, de
los que el siglo XXI podría terminar prescindiendo: basta con
dictarle para que, de manera inversa a la Remington, la compu-
tadora transforme automáticamente en escritura nuestra voz.
Recordarán que en el filme Her, Theodore Twombly trabaja en
una empresa de Los Angeles (sin tilde, porque debe leerse/pro-
nunciarse en inglés), “escribiendo” cartas íntimas (familiares,
amorosas, etc.) por encargo. Pero en realidad no las escribe,
las dicta a una computadora que reproduce con una tipografía
manual sus calurosos mensajes (esta escena es fabulosa para
lxs interesadxs en los Affect Studies). Her hipotetiza un futuro
cercano que Mac y otras compañías ya han incorporado a sus
computadores, redoblando la supuesta inmaterialización de la
escritura. A esta aparente deshumanización, que en realidad
deberíamos llamar descorporización, se debe sumar la invisibi-
lización del cuerpo sobre el que escribimos, la página, de la que
el monádico Mallarmé fue su primer impugnador. La página

32
es una superficie en la que la lectura formateadamente se si-
gue, como ha señalado Octavio Armand, en extensión y no en
espacio, razón por la cual este, que soporta la materialidad con
la cual se escribe, desaparece.

Mallarmé
lee
la
página,

escritura
no
(solo)
la

Encerrado en su casa, como lo imaginaba Benjamin, habría


alcanzado una “armonía preestablecida con todos los acon-
tecimientos decisivos, por aquellos días, en la economía, la
técnica y la vida pública”. ¿Cómo lo hizo? Subvirtiendo el
espacio en blanco que recibe la escritura, “que había encon-
trado su refugio en el libro impreso, donde llevaba una vida
autónoma”. De allí será “cruelmente arrastrada a la calle
por los anuncios y sometida a las brutales heteronomías del
caos económico. Esta sería la severa escuela de donde tomó
su nueva forma”, dice Benjamin, y que Mallarmé replicaría
espacialmente en una página destinada a la lineal (extensiva)
escritura de un poema.

11. Últimamente, creo que ha sido Armand quien con más


fuerza ha resaltado el lugar del espacio en la producción de
una forma. En un “ensayo de ensayo”, que lleva por provo-
cativo título Contra la página, señala que la definición de un
texto “se ajusta a una estricta combinatoria de posibles o hasta
probables relaciones entre lo articulado y las maneras de ar-
ticularlo, entre signos y número/orden/tipo de signos: desig-
nio. O sea, se suele excluir sistemáticamente, por estimarse
no-significativo, cuanto no entre literalmente en lo literal. Por
ejemplo, el espacio mismo que posibilita al texto: la página,

33
primera geometrización de la voz”. Armand tiene la misma
preocupación de Adorno, pero no desconoce que lo articula-
do (l o e x p u e s t o) se configura resaltando modos ( l a e x
p o s i c i ó n ) y soportes. Se escribe con la página, no sin
ella, aunque sea en su contra. Armand la perfora, para insistir
en su existencia. Y agrega: “Una definición más adecuada a
exigencias de integridad no podría prescindir de ese espacio.
Partiendo de la página, se ampliaría el campo de posibles
significaciones al plantear la visibilidad (página: voz) como
tema/género/forma/contenido/etc. […] El espacio de la escri-
tura se aparta de la noción de background hasta constituir una
escritura del espacio, superficie no cubierta de palabras sino
descubierta como signo por las palabras mismas. Lo visible
es también legible. La página en sí dice algo: dice la página
donde se dice. Esa totalidad —síntesis, no suma de página y
palabra— es el texto”. Si “la mirada [también] es el soporte de
la imagen o la escena”, como ha señalado Ana Porrúa, enton-
ces debe sustraerse a la linealidad tradicional de la escritura,
para potenciarse así misma y a lo que nuestras manos pueden
hacer, considerando la página en su totalidad. Su represión
dobla la supresión del cuerpo adelantada por la mecanización
de la tipografía moderna. Pero esta supuesta descorporización
es, en realidad, falsa. La escritura de Lispector está ritmada
por su respiración, así como la frase de Bolaño sigue la caden-
cia del fumador, respiración y cadencia que la página tolera
porque es su receptáculo. Se trata de un soporte que quienes
reflexionan sobre la materialidad por lo general obliteran, al
no interrogarse por la superficie en la que elaboran su propio
trabajo. Como el oleo, la cera o el material del grabado que
en el Timeo refiere Platón, se podría señalar que la página es
una especie de khōra (χώρα, jora), esto es, “una cierta espe-
cie invisible, amorfa, que admite todo y que participa de la
manera más paradójica y difícil de comprender lo inteligi-
ble”. En su superficie “externa”, el texto ya no puede seguir
siendo solo una preocupación del editor, ni del crítico si el
interés estriba en el significado “interno”. Si lo consideramos
como lo que materialmente es, papel, que es lo que han hecho

34
Margreta de Grazia y Peter Stallybrass, debemos considerar
entonces su capacidad (su fuerza) de absorbencia, que elude
las dicotomías que tradicionalmente se emplean para leer un
texto: exterior/interior, forma/contenido, apariencia/realidad.
“Solo gracias a esta característica el papel es permeable a las
manchas negras de la tinta. En suma”, señalan, “el papel re-
tiene las huellas de un amplio abanico de prácticas laborales
y metamorfosis”. “En efecto”, dice/escribe/inscribe Platón, [el
papel, decimos/escribimos/inscribimos aquí,] “recibe siempre
todo sin adoptar en lo más mínimo ninguna forma semejante
a nada de lo que entra en ella, dado que por naturaleza sub-
yace a todo como una masa que, por ser cambiada y confor-
mada por lo que entra, parece diversa en diversas ocasiones”.
Pensamos con las manos y el cuerpo, como mostró André
Leroi-Gourhan en El gesto y la palabra, manos y cuerpos que
se articulan con el cuerpo material sobre el que se plasma el
pensamiento. Escribimos con lápices, tintas o teclados sobre
una superficie, sobre una khōra invisibilizada. Es con la corpo-
ralidad entonces que deberíamos intervenir la facilidad que
nos ofrece la memoria cultural informatizada, que, a pesar
de su diversidad, tiende fácilmente a la estandarización. El
recurso a los tipos y a la página, operado en el orden de la
ficción desde hace tiempo, aunque no de manera constante,
debe tratar de suplementarse con un trabajo de diseño que
pase de los dedos a la mano toda, manipulando literalmente
las materialidades con las que, en el siglo XXI, continuamos
haciendo libros. Escribirlos es una parte de nuestra tarea.
Diseñarlos y configurarlos otra, que por comodidad encarga-
mos. Trabajando para que entre en lo literal cuanto tradicio-
nalmente se negligencia es como emerge la forma como ensayo.
No pretendo, por cierto, hacer del ensayista un artista, ni me-
nos un imitador de Édouard Manet, Tristan Tzara o Haroldo
de Campos, sino cuestionar la falsa distancia entre la escritura
académica y la ensayística e incluso la ficcional, porque LA
INJERENCIA MANIFIESTA DE LA FORMA NO LE RESTA
RIGUROSIDAD AL PENSAMIENTO, LO POTENCIA. Que
un cínico, dogmático y latente formato preceptivo insista lo

35
contrario, estigmatizando al ensayo, no hace sino favorecer
el desarrollo de una mediocridad intelectual que, instalada
en las propias universidades, terminará expulsándonos si
dejamos que se continúe ofertando como el summum de la
cientificidad. Por ello se debe asumir la relevancia de la(s) ma-
teria(s) con la(s) que trabajamos y configuramos un ensayo;
así se puede comenzar a explorar efectivamente la “ley for-
mal más íntima del ensayo”. Su materia, como indicó Antonio
Valdecantos, no es solo aquello de lo que habla, sino también
“aquello de lo que está hecho y que no solo precede a la forma
que el autor quiso darle, sino que la fuerza y la coarta”. Que
no nos engañe la facilidad que nos ofrecen internet y la pan-
talla. La virtualidad se aloja sobre soportes bien concretos. Y
concreta es la operación de nuestras manos sobre el teclado,
que pueden reconfigurar, con paciencia y voluntad, tipos, pá-
ginas, tamaños, colores, etc. Pero, insisto, ahí no acaba la forma
como ensayo, inicia su experimentación. En el momento en que
se consideran elementos ajenos a la virtualidad, emergen los
tipos formales de la articulación que la radicalizan, expanden
y potencian. Porque no es la escritura la que compone la forma
como ensayo, sino el montaje.

etomar structivos más romper con el nat-


para la pequeños, confec- uralismo histórico
histo- cionados con per- vulgar. Captar la
ria el fil neto y cortante. construcción de la
prin- Descubrir entonces historia en cuanto
cipio del montaje. en el análisis del tal. En estructu-
Esto es, levantar pequeño momento ra de comentario.
las grandes con- singular, el cris- Desechos de la
strucciones con tal del acontecer historia.
los elementos con- total. Así pues,

Walter Benjamin
Obra de los pasajes.

36
12. No aquí, sino en La condición intelectual. Informe
para una Academia, he tanteado un modo de alcanzar la
herejía, montando casi cada fragmento. Este prólogo es una
reflexión sobre lo allí realizado, pero también una coartada
para presentar los textos aquí seleccionados. Desde la página
legal al colofón, en La condición todo ha sido cuidadosa-
mente diseñado y diagramado, tratando de no seguir márge-
nes, linealidades, tamaños y formatos naturalizados. Hasta la
bibliografía se ha intervenido. Diferente, con La forma como en-
sayo he intentado multiplicar los estilos escriturales, encami-
nándome hacia un libro que me gustaría llamar aformativo,
porque destituye la estandarización del habla universitaria
que hace del paper, de la monografía o la colección temática
de ensayos su modelo. No pocos de los textos incluidos se
diferencian estructuralmente, por lo que su diversidad “gené-
rica” debe pensarse como una apuesta de lo (in)formal. No al
punto que hubiese deseado, pues faltan, por ejemplo, el diá-
logo y los versos, que han sido reemplazados brevemente por
epígrafes y traducciones que llevan sus formas. En algunos
ensayos he mantenido las notas (al pie y al final), mientras
en otros han sido esparcidas por el espacio; ello con el fin de
relevar el efecto del formato sobre la lectura. Colocar las notas
al pie, al final o en el cuerpo de la página produce distintos
modos de lectura y dilaciones heterogéneas. Lo mismo la
disposición de la escritura. Por ello la entrevista está en co-
lumnas, mientras otro ensayo está configurado a partir de un
solo párrafo. Este es un impulso o un llamado que aventura
hacer del habla universitaria una experimentación, y de la for-
ma una política para los nuevos viejos tiempos. En cuanto a lo
que elabora cada ensayo, se trata, como muestra el subtítulo,
de tres problemas que rondan mi trabajo desde hace por lo
menos unos diez años. Destacaría la ficción, porque creo que
en y por ella se puede jugar con lo mejor de los viejos nuevos
tiempos, en especial de aquellos que aún no han acontecido.

San Carlos-Viña del Mar-Rancagua, febrero de 2019

37
PD: en otro momento hablaremos de los colores. El costo de impresión
es lo que nos limita al negro sobre blanco, pero los grises pueden
ayudarnos. Si William H. Gass escribió en negro un bello ensayo sobre
el azul, podemos sin problemas arreglárnoslas para reflexionar acerca del
blanco sobre negro.

Referencias

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“Signos de puntuación”. Notas sobre literatura.
Trad. Aldredo Brotons Muños.
Madrid: Akal, 2003 [1974].

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Caracas: Laboratorio de Tipografías, 2017 [1976].

Roland Barthes.
Mitologías. Trad. Héctor Schmucler.
Buenos Aires: Siglo XXI, 2010 [1957].

Walter Benjamin.
Calle de dirección única. Trad. Jorge Navarro Pérez.
Madrid: Abada, 2010 [1928].

Walter Benjamin.
Obra de los pasajes. Trad. L. Fernández, I. Herrera y
F. Guerrero.
Madrid: Akal, 2007 [1982].

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La conversación infinita. Trad. Isidro Herrera.

38
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La palabra quebrada.
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Cultura escrita y sociedad 5 (2007): 239-283

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“Hacia una investigación humana: reflexiones en
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Vilém Flusser.
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Antonio Valdecantos.
Misión del ágrafo.
Segovia: La uña rota, 2016.

41
De la idea a la materia
Notas para una crítica latinoamericana materialista

A Silviano Santiago, sin cuyo trabajo este ensayo no


sería posible

Soy un hombre y en ese sentido la guerra del


Peloponeso es tan mía como el descubrimiento de la
brújula.

Frantz Fanon, Piel negra, máscaras blancas.

Lo étnico es más devenir que pasado.

André Leroi-Gourhan, El medio y la técnica.

1. “Y cuando vino el Evangelio que nos erguimos todos en pie,


con las manos levantadas, ellos se levantaron como nosotros y
alzaron las manos, quedando así hasta haber acabado; y en-
tonces volvieron a sentarse como nosotros. Y cuando alzaron
a Dios, y nos pusimos de rodillas, ellos se pusieron también
como nosotros con las manos levantadas, y en tal manera so-
segados que, certifico a Vuestra Alteza, nos dio mucha emo-
ción”. Ese “ellos”, diferenciado claramente de un “nosotros”
por Pêro Vaz de Caminha, hace referencia a los indígenas con
que Pedro Álvares Cabral se encontró cuando, dizque, “des-
cubrió” Brasil. Indígenas supuestamente prestos no solo a
imitar los movimientos y los ritos de los arribantes, sino tam-
bién a dejarse dócilmente “influenciar”. El primer encuentro
así lo señala o así se lo narra. Luego de avistar “hombres
que andaban por la playa”, el Capitán Mayor envió a tierra
sobre un batel a Nicolás de Coelho. “Eran pardos”, escribe
Caminha, “todos desnudos, sin cosa alguna que les cubriese

43
sus vergüenzas. En las manos traían arcos con sus flechas.
Venían todos decididamente sobre la canoa y Nicolás Coelho
les hizo señales para que bajasen los arcos, y ellos los baja-
ron”. Este es el primer “contacto” entre “nosotros” y “ellos”,
contacto visual y gesticulatorio al que seguirá el primer inter-
cambio, un intercambio sin palabras porque Coelho “no pudo
hablar con ellos nada, ni tuvo entendimiento de provecho […]
Dioles solamente una gorra roja y una capucha […] Uno de
ellos le dio un sombrero de plumas de ave largas, con una
copa pequeña de plumas rojas y pardas como de papagayo”.
Similar, por cierto, fue el intercambio del primer encuentro de
Cristóbal Colón, quien dice haberles dado “a algunos d’ellos
unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio”, “y otras
cosas muchas de poco valor”, que fueron “trocadas” por “pa-
pagayos y hilo de algodón en ovillos y azagayas y otras cosas
muchas”. De manera que tanto el viaje de Colón como el de
Pedro Álvares Cabral ficcionalizarán un encuentro pacífico
con gente a la que no se comprende, pero de la que se afirma
que puede ser fácilmente catequizada, “que ligeramente se
harían cristianos”, dice Colón, anulando así su diferencia en
nombre de la homogeneidad, porque, por señas, Colón dice
que ellos “nos preguntaban si éramos venidos del cielo”. Y si
bien el almirante reconoce en un momento de expectación,
mientras recorría unos árboles, que estos “todos están disfor-
mes de los nuestros como el día de la noche, y así las frutas y
así las yerbas y las piedras y todas las cosas”, aquello maravi-
lloso con lo que se encuentra no conlleva ninguna alteración
de su posición, pues muy pronto será anulado mediante una
expresión comparativa: “como en España”. Las yerbas eran
grandes como en Andalucía en el mes de abril; la fruta “como
en España en el mes de Mayo y Junio”, y así, pues incluso lo
que podríamos llamar lo absolutamente extraño termina sien-
do axiomatizado como lo desconocido conocido (como el Gran
Can). El asombro del cual Colón da cuenta en su diario de
viaje no es sino una estrategia retórica para neutralizar, como
señaló Stephen Greenblatt, “lo ajeno, lo terrible, lo deseable y
lo detestable”. Pero el asunto de negar la (heterogeneidad de

44
la) alteridad, a la vez que se la subalternizaba imponiéndole
la cifra de la inferioridad, no queda ahí; como vimos, la carta
de Pêro Vaz de Caminha también inscribirá el trabajo de la co-
pia como el principal atributo de la gente del Nuevo Mundo,
razón por la cual el papagayo será invocado una y otra vez
como su imagen.

2. “Los animales mas admirados por el hombre son los que


le han parecido participaban de su naturaleza: se ha admi-
rado siempre que ha visto algunos de ellos hacer ó imitar las
acciones humanas. El ximio por la semejanza de las formas
exteriores, y el papagayo por la
imitacion de la palabra le han parecido seres privilegia-
dos, intermedios entre el hombre y el bruto”. Empero, señaló
Buffon en su Historia natural, se trata este de un “juicio falso
producido por la primera apariencia, pero destruido bien
pronto por el examen y la reflexión”. Ello dado que “los sal-
vages, muy insensibles al gran espectáculo de la naturaleza,
muy indiferentes para todas sus maravillas [repárese en cómo
se itera, casi tres siglos más tarde, la misma categorización de
Colón], no han sido preocupados de admiración si no á la vis-
ta del ximio y del papagayo; estos son los únicos animales que
han fijado su estúpida atencion”. Aún así, para el naturalista
francés el simio tiene una semejanza enorme con el hombre,
aunque no habla, mientras el papagayo no se asemeja, pero
sí habla. “Ha sido pues fortuna para nosotros, que la natu-
raleza haya separado y colocado en dos especies diferentes
la imitacion de la palabra y la de nuestras gesticulaciones”.
De lo contrario, “un ximio hablando hubiera dejado muda de
asombro á toda la especie humana, y la hubiera seducido has-
ta el extremo de que el filósofo hubiera tenido mucho trabajo
en demostrar, que el ximio con todos estos bellos atributos
humanos no por eso dejaba de ser un bruto”. Se percibirá en-
tonces que, desde esta lectura, ilustrada, “ellos” son hombres
a medias. Como los monos, gesticulan, como los papagayos,
imitan, pero no hablan ni comprenden correctamente, lo que
equivale a señalar que carecen de inteligencia. Su limitada

45
capacidad para imitar tan solo los hace, según Buffon, “más
interesante[s] para nosotros”.

3. Colón, Caminha, y un largo etcétera que pasa por Linneo


y Buffon, inauguraron un modo de colonización que a indí-
genas y negros se les impuso violentamente, mientras que
criollos y republicanos lo aceptaron de manera tácita, y lo
reprodujeron, con la esperanza de lograr algún día un estado
de “equivalencia” con “Europa”: borrar la diferencia como
categoría ética y política, subsumiéndola bajo la noción de
identidad (uno de los nombres del padre), categoría que no
reconoce la alteridad, ni se distancia de lo “eurocéntrico”,
como pretende, puesto que afirma la metafísica que la sos-
tiene. Este modo de colonización ha marcado hasta nuestros
días la relación con “occidente”, una “relación fetichizada en
la presencia paradójica de un original siempre de antemano
inalcanzable, irrecuperable, perdido”, como señaló Alberto
Moreiras, “y esto es así cualquiera que sea el grado de abs-
tracción social que se postule”. Es imposible, por espacio,
adentrarnos en los pormenores de tal situación, pero es dable
reconocerla a lo largo de la historia “latinoamericana”, dado
que la descolonización (y sobre todo eso que se llama “des-
colonización epistémica”), por lo menos tal como se la ha de-
fendido, generalmente ha conllevado la reinscripción de una
recolonización. Parafraseando al Frantz Fanon de Piel negra,
máscaras blancas, el “latinoamericano”, y el “latinoamericano
decolonial” en particular, si bien no de manera exclusiva, cree
que la descolonización se logra encerrándose en su “latinoa-
mericanidad”, con lo cual no hace sino profundizar o atarse al
“arsenal de complejos que ha germinado [y reproducido] en
el seno de la situación colonial”. El arielismo de Rodó cristali-
zará uno de los momentos más fuertes de esta operación, y lo
hará, por un lado, mediante la sustracción de cierta “Europa”,
mientras, por otro, obliterará radicalmente lo indígena y lo
afro. Su angustia, lo sabemos, está en la imitación de lo que él
entiende por Caliban, retornando así el temor de ser etique-
tado como un papagayo, ahora republicano: “Pero no veo la

46
gloria, ni en el propósito de desnaturalizar el carácter de los
pueblos –su genio personal– para imponerles la identificación
con un modelo extraño al que ellos sacrifiquen la originalidad
irreemplazable de su espíritu; ni en la creencia ingenua de
que eso pueda obtenerse alguna vez por procedimientos arti-
ficiales e improvisados de imitación. Ese irreflexivo traslado
de lo que es natural y espontáneo en una sociedad al seno de
otra, donde no tenga raíces ni en la Naturaleza ni en la histo-
ria, equivalía para Michelet a la tentativa de incorporar, por
simple agregación, una cosa muerta a un organismo vivo”. La
deslatinización se paga con la nordomanía, remedo de snobis-
mo, al decir de Rodó, que da lugar a la carencia de un “sello
propio y definido”. Imagino que no hace falta dar cuenta de
los límites de esta lectura, lectura, por cierto, actualizada por
intelectuales como Grínor Rojo, que ha reunido en un mismo
concepto, el de neoarielismo, a Caliban y a Ariel, aunque este
último sea, finalmente, el que se privilegia, con lo cual se le
otorga a la figura del intelectual una posición claramente dife-
renciada respecto de la que ocupa Caliban, que ha encontrado
acérrimos defensores en la “academia estadounidense”, pues
no un neoarelismo, sino un neocalibanismo es, por otra parte,
el que propugna el llamado Decolonial Turn.

4. El recurso a metáforas se ha pensado como una forma de


articular espacios culturales disímiles, una forma que no
busca la sustracción, sino la adic(c)ión de lo “americano” y lo
“europeo” y su proliferante cadena de equivalencias: “van-
guardia” / “criollismo”; “industrial” / “artesanal”; “moder-
no” / “tradicional”; “centro” / “periferia”, “cosmopolita” /
“nacional”; “culto” / “popular”, “global” / “local”, y otras.
“Transculturación”, “sincretismo”, “mestizaje”, “hibridez”,
“heterogeneidad”, “mezcla” o la más explícita “ideas fuera
de lugar”, son conceptos o formulaciones que intentan dar
cuenta de la relación (no en todos abigarrada ni conflictiva)
entre dos o más culturas, dado que algunos además conside-
ran lo “africano”. Tales conceptos asedian cada cierto tiempo
la reflexión de la singularidad “latinoamericana” y se crean

47
o recuperan para tratar de dar cuenta de cómo múltiples dis-
cursos atraviesan o hacen emerger un objeto cultural. Pero, a
pesar de sus diferencias, desde cierta lectura se puede perci-
bir que comparten presupuestos, para el caso, Europa como
centro y como origen, así como una preocupación de fondo
que estriba, por una parte, en la relación entre “lo propio” y
“lo ajeno”, y en la idea de difusión (esto es, influencia), por
otra, relación e idea que dan lugar no a una alternativa al
eurocentrismo; como el arielismo, lo ratifican al reinstalar la
perjudicial quimera metafísica de la presencia, afirmando la
función de centro y origen, así como una teleología (el viaje
lineal de “Europa” hacia el “resto del mundo”) que reinscri-
be una relación jerárquica entre los términos de la cadena de
equivalencias, a la vez que terminan asumiendo una idea de
síntesis que anula la heterogeneidad, incluyendo la propia
heterogeneidad de “Europa”, que aparece como una unidad
homogénea e indiferenciada, por lo que siempre debiéramos
encomillarla. No quiero, sin embargo, señalar que estos con-
ceptos y formulaciones sean análogos. Transculturación, por
lo menos tal como lo pensó Fernando Ortiz, es un concepto
que aún nos es útil, dada su insistencia en esas hojas secas
que Colón dijo “ser cosa muy apreçiada entr’ellos”.1 Lo mis-
mo que hibridez y heterogeneidad. Pero como ha señalado
Martín Lienhard, un análisis riguroso de la interacción cul-
tural debe distinguir entre un objeto y una práctica, cuestión
que no siempre se percibe con nitidez: “cualquier objeto cul-
tural –también un complejo cultural, observado desde lejos,
aparece como tal– puede considerarse”, a juicio de Lienhard,

1. Para una lectura que resalta magistralmente la fuerza de la noción


de transculturación, tal como fue pensada por Fernando Ortiz, ver:
Fernando Coronil, “La política de la teoría: el contrapunteo cubano de
la transculturación” (2010). A pesar de cierta teleología en la descripción
de Ortiz, transculturación sigue siendo el concepto más apropiado para
pensar las relaciones culturales. No tenemos el espacio para desarrollar
aquí su enorme ventaja crítica sobre heterogeidad e hibridez, conceptos
que no alcanzan la densidad ni la complejidad de transculturación. De ahí
el reenvío al texto de Coronil. Para una aguda crítica, también ver Moreiras,
“José María Arguedas y el fin de la transculturación” (1997).

48
“‘sincrético’, ‘mestizo’, ‘híbrido’ o ‘heterogéneo’”: “En cada
objeto cultural, en efecto, se hallan depositados múltiples
legados culturales, creados o acumulados por quienes coo-
peraron para darle la forma que tiene en el momento de su
observación. En este sentido, la religión cristiana es tan sincré-
tica como, por ejemplo, la santería cubana, tradicionalmente
calificada de ‘sincrética’: en términos de complejo cultural –de
objeto–, la segunda no es menos –ni más– homogénea que la
primera. No cambiaría mucho el discurso si sustituyéramos
‘mestizo’ o ‘sincrético’: se trata de términos prácticamente
sinónimos. En cuanto a ‘híbrido’ o ‘heterogéneo’, su uso en
este contexto subrayaría, tan solo, que el proceso de ‘sincre-
tización’ no llegó aún a su término”. Para intentar eludir este
problema, así como la crítica (en particular, de Cornejo Polar)
que vio en su trabajo una celebración de la lógica cultural del
capitalismo avanzado, García Canclini escribió una nueva in-
troducción a Culturas híbridas, donde señala que su trabajo se
encarga de lo que llama “procesos de hibridación”, esperando
así darle mayor fuerza descriptiva a su concepto: “entiendo por
hibridación procesos socioculturales en los que estructuras o prác-
ticas discretas, que existían en forma separada, se combinan para
generar nuevas estructuras, objetos y prácticas” (énfasis del au-
tor). Luego agrega: “A su vez, cabe aclarar que las estructuras
llamadas discretas fueron resultado de hibridaciones, por lo
cual no pueden ser consideradas fuentes puras”.

5. El inconveniente o la limitación de las metáforas estriba,


por una parte, en que asumen rápida y acríticamente la exis-
tencia de unidades discretas que se verán transformadas por
la interacción con otras unidades discretas. Y si bien ahora
se señala que se trata de fuentes impuras (híbridas), ello no
atenta contra la formulación inicial, que recorta y produce
un “objeto de estudio” delimitado y manejable. Por otra, re-
inscriben dicha interacción a partir de la comprensión tem-
poral eurocéntrica, teniendo a “Europa” como centro y a la
llamada “modernidad” como un catalizador, con lo cual se
obliteran o minimizan articulaciones culturales previas y/o

49
más allá de “Europa”. Es cierto que García Canclini intenta
salir de tal impase refiriéndose a un “tránsito de lo discreto
a lo híbrido”, pero ese tránsito dará lugar indefectiblemente
“a nuevas formas discretas”, con lo cual reinscribe una lec-
tura tradicional de “contacto y asimilación”, además de un
énfasis en la modernización que afirma una idea de centro y
de tiempo homogéneo, lo que equivale a decir, parafraseando
a Dipesh Chakrabarty, que “‘Europa’ sigue siendo el sujeto
soberano, teórico, de todas las historias, incluyendo las que
llamamos”, “chilenas”, “cubanas” o “latinoamericanas”:
“Hay una peculiar manera en que todas estas otras historias”,
dice Chakrabarty, “tienden a volverse variaciones de una na-
rración maestra que podría llamarse ‘la historia de Europa’”.
Se lo explicite o no, el problema emerge gracias a lo que po-
dríamos llamar un a priori metodológico, consistente en tomar
como punto de partida lo “discreto” y su fijación espacial,
cuestión en absoluto neutral ni libre de implicancias teóricas
y políticas. Quizá provenga este a priori de la costumbre de
considerar los “objetos” culturales en términos de campo,2
delimitando arbitrariamente un espacio, con el fin de privile-
giar un contenido fácilmente manipulable; pero tal costumbre
obstruye o niega otras formas de acercamiento y comprensión
cultural, pues hasta un acercamiento a la frontera de Tijuana
parte de la base de su distinción con lo discreto: el México
no fronterizo. Se trata, como ha señalado muy bien James
Clifford, de una premisa que da por hecho que “la existencia
social auténtica está, o debiera estar, circunscrita a lugares
cerrados”, con lo cual se concibe “la residencia como la base

2. También habría que poner en cuestión noción de capital cultural,


promovida por la sociología de Pierre Bourdieu. La crítica literaria y cultural
ha aceptado con demasiada facilidad su lectura, sin reparar en la crítica
de sus colegas. No es el momento ni en lugar, pero, así sea rápidamente,
hay que recordar que tal como lo define Bourdieu, el capital cultural y
su idea de campo no guardan ninguna diferencia con la idea de “capital
humano”, tal como la entienden los neoliberales de Chicago Gary Becker,
Theodor Schultz y Milton Friedman. No hay capital que no esté al servicio
de la acumulación. Al respecto, ver: raúl rodríguez freire, “Notas sobre la
inteligencia precaria”.

50
local de la actividad colectiva, [mientras] el viaje [es visto tan
solo] como un suplemento; las raíces siempre preceden a las
rutas”, incluso cuando el interés está en las rutas. Clifford ha
indicado que ello se debe a que se privilegian “las relaciones
de residencia por sobre las relaciones de viaje”, lo que equi-
vale a pensar siempre en función de un “lugar condensado de
observación”, eliminándose así, arbitraria y estratégicamente,
las relaciones que escapan, como el gas, a la “solidez” del ob-
jeto que ficticiamente se ha producido. De manera que habría
que invertir esta lógica, tornando como punto de partida una
idea de traducción cultural (imperfecta o defectiva) localiza-
da3 diferencialmente, es decir, deberíamos suspender cual-
quier intento de delimitación o residencia, como el de “ideas
fuera de lugar”, para pasar a concentrarnos en la práctica del
movimiento, esto es, en “el lugar fuera de las ideas”. Con ello
me refiero a suspender como a priori las ideas de centro, cam-
po, origen, influencia, y cualquier otra con la que se pretenda
imponer o asumir la idea de un “lugar” como si este fuera un
espacio delimitado, homogéneo, fijo y compacto que produce
por sí solo “ideas” de exportación. Se trata de asumir la cultura
desde el desplazamiento, en tanto este, como veremos luego,
constituye la condición definitoria de lo humano, razón por
la cual se debería considerar la residencia como una quimera
que reduce, neutraliza o paraliza la potencia de las culturas.4

3. Tomo la idea de localización dada por Clifford: “La ‘localización’ no


consiste en encontrar un ‘hogar’ estable o de descubrir una experiencia
común. Se trata, más bien, de ser consciente de la diferencia que
inscribe una diferencia en situaciones concretas, de reconocer sus varias
inscripciones, ‘lugares’ o ‘historias’, todo lo cual potencia y, a la vez, inhibe
la elaboración de categorías teóricas como ‘La Mujer’, ‘El Patriarcado’,
o ‘la colonización’, categorías esenciales para la acción política y para el
conocimiento comparado efectivo. La ‘localización’ es, así, concretamente,
una serie de localizaciones y encuentros, un viaje al interior de espacios
diversos, aunque limitados”.
4. Creo que Martin Lienhard entrevió algo similar, al insistir en que un
análisis debe partir no tanto de los conceptos, como de las prácticas
localizadas, pero un análisis como el requerido bajo esta lectura, señaló,
resulta “ciertamente difícil” y en verdad ni él mismo logró acercarse a una

51
(Por ello debiéramos recordar que no es en La Mancha, sino
en las salidas de Don Quijote donde se inventa la novela). Por
cierto, dejo constancia que mi interés está lejos, lejísimo, de
pretender obliterar autoras y autores “europeos”. Sería una
estupidez dejar de leer, por ejemplo, a Hegel o a Foucault.
Nunca hay que dejar de leer. Se trata más bien de insistir en
que no es posible el pensamiento sin intercambio cultural. Y
lo que llamamos “Europa” o “pensamiento europeo” es un
vergonzoso reduccionismo que obnubila tanto su heteroge-
neidad, como sus múltiples contactos. Es más, la noción de
“pensamiento europeo” no existe, como tampoco existe la de
“pensamiento latinoamericano”, salvo que se la emplee como
estrategia, razón por la cual siempre habría que encomillarla
o tacharla. Pensar a partir del nombre de países y continentes
es continuar preso de categorías geohistóricas imperiales y
estatales (racistas, clasistas y patriarcales). Referir, por ejem-
plo, a un autor por su nacionalidad (“francés”, “argentino”,
“chino”, “senegalés”, etc.) no hace más que contribuir a sedi-
mentar una de las ficciones que supuestamente combatimos.

6. La opción que clama por una “teoría latinoamericana de


cuño propio”, opción conocida académicamente como “giro
decolonial”, es un proyecto que se propone como alternativa
epistémica al eurocentrismo y el lado oscuro del renacimiento,
a partir de un supuesto “desprendimiento de la retórica de la
modernidad”. Se trata, en palabras de Walter Mignolo, de “la
apertura y la libertad del pensamiento y de formas de vida
otras (economías-otras, teorías políticas-otras); la limpieza de
la colonialidad del ser y del saber; el desprendimiento de la re-
tórica de la modernidad y de su imaginario imperial articulado
en la retórica de la democracia”. Pero el primer problema que
encontramos con este planteamiento es precisamente su retóri-
ca, cínicamente ciega además a sus inherentes condiciones de

lectura que efectivamente se distancie de la metafísica de la presencia,


pues cuando propone como modelo de comprensión la “diglosia cultural”,
lo hace también a partir de una idea de origen.

52
posibilidad. Por una parte, cree haberse desprendido del euro-
centrismo empleando ingenuamente el lenguaje cargadísimo y
nada neutro de la metafísica, además de estar constituido por
esta. Términos como “giro”, “otras”, “ser”, “teoría”, por nom-
brar solo algunos, organizan al eurocentrismo que dicen con-
testar; no basta, ¡como si ello fuera posible!, dejar de leer a Kant
o a Foucault para combatir el legado imperial de la modernidad
(como si esta fuera una cosa monolítica y coherente) o, en el
caso del feminismo decolonial, dejar de leer a Woolf o Kristeva.
No se trata, por cierto, de crear términos “incontaminados”.
Como afirmó hace bastante tiempo Jacques Derrida, “no tiene
ningún sentido prescindir de los conceptos de la metafísica para
hacer estremecer a la metafísica; no disponemos de ningún len-
guaje –de ninguna sintaxis y de ningún léxico– que sea ajeno a
esta historia”, una historia que ningún saber-otro logrará des-
mantelar si no se hace cargo de la metafísica que lo constituye.
De manera que hay que asumir críticamente el lenguaje que
empleamos y “plantear”, dice Derrida, “expresamente y siste-
máticamente el problema del estatuto de un discurso que toma
de una herencia los recursos necesarios para la desconstrucción
de esa herencia misma”, una herencia, por cierto, que, incluso
estando situados en América Latina, nos pertenece tanto como
la guerra del Peloponeso y el descubrimiento de la brújula.
Por otra parte, el Decolonial Turn (así, en inglés, que es como se
vende mejor) no repara en una cuestión que dicen relevar: el
lugar de enunciación, que en su caso resulta ser la universidad
neoliberal “estadounidense”. El giro decolonial omite, como
señaló hace ya bastante tiempo Gayatri Spivak, que la acade-
mia reproduce la subalternidad en el mismo acto de nombrar-
la, y lo hace cada vez más a favor de la valorización del capital,
aunque señale que lo suyo es la preocupación por la “entrada
definitiva de subjetividades esclavizadas y colonizadas en el
reino del pensamiento” (Maldonado-Torres), dado que, como
ha indicado con insistencia Silvia Rivera Cusicanqui, asume “la
versión logocéntrica y nominalista de la descolonización” y lo
hace desde una academia que sin problemas considera a sus
profesores como empresarios (de sí) y a sus estudiantes como

53
clientes. También se podría fácilmente mostrar cómo reinstala
una dicotomía entre “pensadores del norte” y “pensadores del
sur”, reinscribiendo así categorías geohistóricas estructuradas
eurocéntricamente en lugar de deconstruirlas. Pues cuando
Ramón Grosfoguel señala que “al igual que la epistemología
imperial de los Estudios de Área, la teoría se encontraba toda-
vía en el Norte, mientras que los temas a estudiar se localizan
en el Sur”, escribe como si “norte” y “sur” fueran categorías
que pudieran sostenerse al margen de una historia colonial
que, insisto, dicen contestar. Por el contrario, más que una
opción de pensamiento “desobediente tanto epistémica como
políticamente”, la decolonialidad no es más que una etiqueta
que ha catalizado carreras académicas dentro de la estructura
universitaria neoliberal, cuestión que se percibe claramente en
un reciente libro editado por Juan Poblete, New Approaches to
Latin American Studies: Culture and Power, que da cuenta, cual
supermercado, de la oferta académica en boga, oferta de la
que el “Decolonial Turn” (siempre en inglés) hace parte junto
a otras 15 variedades del retail de la teoría.5 En ese mismo sen-
tido, la figura moderna y eurocéntrica del autor, por ejemplo,
queda no solo intacta, sino reforzada a partir del triunvirato
masculino y heterosexual que constituyen Enrique Dussel,
Aníbal Quijano y Walter Mignolo.6 Y señalo la importancia de

5. A pesar de las buenas intenciones de este libro, a saber, “ofrecer a


los investigadores y estudiantes de diferentes campos teóricos una visión
esencial y organizada por giros, de la transformación radical de los supuestos
epistemológicos y metodológicos en los estudios latinoamericanos desde
finales de los años ochenta hasta el presente”, pasa por alto las actuales
condiciones de la producción intelectual, que operan en función de
las necesidades de la universidad neoliberal. No es posible hablar de la
transformación radical de supuestos epistemológicos y metodológicos,
obliterando la mutación del trabajo intelectual mismo. Lo contrario puede
conducir a una autocomplacencia que, gracias a la existencia de la opresión,
disfruta del éxito (la fama) ofrecido por la universidad neoliberal. Ver La
condición intelectual.Informe para una academia (2018).
6. Al respecto, Silvia Rivera Cusicanqui señala: “Pero además, crean nuevo
canon académico, utilizando un mundo de referencias y contrarreferencias
que establece jerarquías y adopta nuevos gurús: Mignolo, Dussel, Walsh,
Sanjinés. Dotados de capital cultural y simbólico gracias al reconocimiento

54
la función autor porque un pensamiento que dice impugnar “la
retórica de la modernidad” debiera por lo menos publicar con
creative commons y copyleft, y recordar que el autor desplazó
la autoría anónima que antecedió la injerencia del mercado en
el mundo de las “producciones intelectuales”. Walter Benjamin
recordó en su ahora famoso ensayo “El autor como productor”
que toda actividad intelectual está “condicionada por las rela-
ciones de producción”, inmersa en las relaciones de produc-
ción, y que, por tanto, desde un punto de vista materialista, el
intelectual es un trabajador, un obrero que produce mercancía,
un libro, por ejemplo, sobre economías-otras o sobre la limpie-
za de la colonialidad del ser, libros que, como mercancía, son
producidos por un trabajador que hoy ha devenido emprende-
dor, esto es, un empresario del saber (de su propio saber) que
oblitera su lado fabril.

7. La versión “logocéntrica y nominalista de la descoloniza-


ción” que propone la decolonialidad, así como también la
creencia en las “ideas fuera de lugar”, no hace más que iterar
un gesto que ya encontramos en Tucídides y Plutarco. El pre-
fijo “des” o “de” deriva del latín dis, que refiere negación, y
luego privación. Se trata de lo que podríamos llamar una polí-
tica de la sustracción. Heródoto no es el único, pero es uno de
los que con mayor claridad y ahínco destacó la relevancia cul-
tural del norte de “África” para los “griegos” (y de “Persia”
y “Mesopotamia” para “Egipto”…). Dioses (incluyendo al
mismísimo Hércules e incluso a Dionisio), saberes (como la
geometría y la filosofía), políticas (como la república platóni-
ca), la medicina (especializada), así como ciertas costumbres

y la certificación desde los centros académicos de los Estados Unidos, esta


nueva estructura de poder académico se realiza en la práctica a través de
una red de profesores invitados y visitantes entre universidades y a través
del flujo –de sur a norte– de estudiantes indígenas o afrodescendientes de
Bolivia, Perú y Ecuador, que se encargan de dar sustento al multiculturalismo
teórico, racializado y exotizante de las academias. Por ello, en lugar de
una geopolítica del conocimiento yo plantearía la tarea de realizar una
‘economía política’ del conocimiento” .

55
(principalmente las festividades religiosas, pero también cier-
tas conductas sexuales, etc.) provienen de la región que con el
nombre de “Egipto” se reconocía en aquel entonces. Hoy ya es
famoso Atenea negra, el libro con que Martin Bernal da cuenta
detalladamente de la importancia de “Oriente Próximo” para
“Grecia”, lectura a la que llamó “modelo antiguo revisado”,
diferenciándolo del modelo “antiguo” y contraponiéndolo al
modelo “ario”, anclado en el desarrollo de las ideas racistas
de la “modernidad” llamada “europea” (siglos XVIII y XIX).
Este modelo consistió en una radical “descolonización” de oc-
cidente, purgándolo de cualquier “influencia” que proviniera
del otro lado del Mediterráneo, desprendiéndolo así de una de
sus trazas más relevantes. Publicado hace más de veinte años,
demostró la estrecha relación de los “griegos” con el “Antiguo
Egipto” y la cultura “semítica”. Lo que Bernal llama el modelo
antiguo es el reconocimiento, por parte de los “griegos” de la
época “helenística y clásica”, de su pasado colonial “egipcio”,
un pasado en el que casi todo el pequeño mundo de entonces
creía, pues no había duda de que “la cultura griega surgió
como resultado de la colonización de egipcios y fenicios, que
hacia 1500 a.C. civilizaron a los naturales del país. Y lo que
es más, los griegos continuaron después tomando prestados
numerosos elementos de las culturas del Oriente Próximo”.7
Pero en determinadas situaciones, hubo “griegos”, entre los
cuales se cuentan Tucídides y Plutarco, que “tendían a rebajar
la magnitud de las influencias y la colonización del Oriente
Próximo por motivos relacionados con su orgullo cultural”
(99). El historiador “ateniense” “trazaba”, dice Bernal, “una
rígida distinción entre lo griego y lo ‘bárbaro’, y toda su
obra”, centrada en la Guerra del Peloponeso, “constituye un
canto de alabanza a la singularidad de las hazañas de Grecia”,
precisamente en un momento en que su poderío comenzaba
a aumentar y necesitaba, en consecuencia, esgrimir un nacio-

7. En la edición en inglés leemos: “Greek culture had arisen as the result


of colonization, around 1500 BC, by Egyptians and Phoenicians who had
civilized the native inhabitants. Furthermore, Greeks had continued to
borrow heavily from Near Eastern cultures”.

56
nalismo que estratégicamente rechazara las leyendas que ha-
blaban de “Egipto” y su importancia. En cuanto al moralista
de Queronea (Beocia), acusará a Heródoto de “filobárbaro”,
intentando así rebajar su Historia y sobre todo la importancia
que le otorga a Egipto, pero en el fondo, Plutarco, que ha es-
crito De Isis y Osiris, sabe que las equivalencias entre deidades
egipcias y griegas no es casual. A pesar de las diferencias, hay
un punto de encuentro entre los tres modelos presentados
por Bernal y con el cual, por cierto, podrían coincidir también
incas, mayas y aztecas: “Los modelos antiguo, ario y antiguo
revisado tienen en común un paradigma, a saber, el que ad-
mite la posibilidad de que la lengua o la cultura se difunda
mediante la conquista. Resulta curioso comprobar que ello va
en contra de la corriente dominante hoy día en la arqueología,
que insiste en destacar los desarrollos indígenas. Ello se refle-
ja en la prehistoria griega en el modelo del origen autóctono,
propuesto recientemente”. Se trata, por lo visto, de un mo-
delo centrado en la residencia que hace de la sustracción una
forma de delimitar un objeto, esto es, crear un campo, con el
fin de hacerlo más manejable y acomodaticio a las intenciones
del analista. En otras palabras, el ejercicio del Decolonial Turn
(pero también de algunos conceptos-metáforas de lo “latinoa-
mericano”), en tanto práctica, no se diferencia mucho de los
ejercicios descolonizadores que un Tucídides pretendió algu-
na vez, con el fin de borrar lo imborrable.

8. El hecho de que algunos “griegos” no tuvieran mayores


complicaciones, ni prejuicios, a la hora de tomar “prestado”
de “bárbaros”, es un punto relevante que encontramos en el
trabajo de Martin Bernal. Se podría señalar que de tal proce-
der fueron los mongoles y, más cerca “nuestro”, los “incas”,
por cierto, los dos imperios más grandes que se han conocido.
De manera que pareciera ser que la distinción “préstamo” /
“invención” ha sido irrelevante para aquellas culturas que
han logrado crecer y dominar una enorme geografía gracias
precisamente a que no le han dado mayor relevancia a la idea
de origen. Waldemar Espinoza Soriano lo dejó claro respecto

57
al dominio más extenso que ha tenido lugar en “América”
antes de Colón: “Los Incas prácticamente ya se dijo, no crea-
ron instituciones nuevas, no agregaron en realidad nada a lo
que ya venía funcionando y conocían las sociedades andinas
desde centenares y milenios antes de la aparición de la etnia
Inca en el valle del Cusco. La acción de ésta se circunscribió
a consolidar y a afianzar la subordinación de los pueblos ve-
cinos y a extender su imperio mediante la anexión de etnias
o nacionalidades extranjeras. No añadieron nada. Ni siquie-
ra adicionaron modernas prerrogativas a la autoridad del
sapainca. La aparición y crecimiento cuantitativo del Estado
del Tahuantinsuyo, asimismo, no provocó ninguna trans-
formación cualitativa o estructural respecto a las sociedades
anteriores sobre cuyas bases se impuso. Constituye simple-
mente una faceta más de un vasto proceso histórico, virtual-
mente estacionario y repetitivo, o menor dicho, cíclico, que
es tal como concebían al mundo y a la historia ellos mismos.
El modo de vida andino, por lo tanto, no fue una creación
ni una invención de la étnica Inca. Pues, se ha dicho, ella no
hizo otra cosa que aplicar a nivel mucho más grande lo que
ya se venía desarrollando en los Ayllus, señoríos, curacazgos
y reinos desde centenares de lustros anteriores a 1438”. Creo
que no se ha destacado lo suficiente este hecho, sobre todo
por quienes dicen criticar “el lado oscuro del Renacimiento”,
como Mignolo, que escribe supuestamente “Para quienes
moramos en Abya-Yala/América”, incluyéndose él mismo,
por tanto, como “subalterno”, aunque omite señalar que lo
hace desde Duke University. Los “incas” llegaron a ser los
“incas” solo al asumir lo “impropio” como posibilidad de
“desarrollo”. Y lo hicieron, además, ellos sí, con una forma
de mnemotecnia radicalmente distinta (“otra”) a la impuesta
por eso que llamamos “modernidad”. Como recordó María
Rostoworowski, “los hechos que deseaban recordar [los incas]
no correspondían necesariamente a las exigencias de otras
latitudes. Podemos asegurar que en el ámbito andino no exis-
tió un sentido histórico de los acontecimientos. La supuesta
veracidad y cronología exacta no era requerida, ni considerada

58
necesaria. La costumbre cusqueña de omitir intencionalmen-
te todo episodio que molestara al nuevo Señor confirma lo
expuesto. En muchos casos se llegaba al extremo de ignorar a
ciertos Incas que habían reinado, para no disgustar al Inca de
turno. El olvido se apoderaba de los acontecimientos y de las
personas”. Ahora bien, el que la veracidad, así como la cro-
nología no fuera requisito para la memoria, no quiere decir
que nadie se preocupara por documentar lo que se pretendía
borrar, pues los miembros “de los ayllus o de las panaca afec-
tados por dicha orden guardaba oculta sus tradiciones”, lo
que da cuenta de las tensiones entre los sectores dominantes,
por lo que, aún asumiendo la relevancia de lo que podemos
llamar la “impropiedad” incaica, como imperio no deja de
verse afectado por relaciones de poder y dominación, como
lo muestra la disputa por el “trono” entre los hijos de Huayna
Cápac, Huáscar y Atahualpa, por lo que no es dable ver en
ellos la posibilidad de un modo de relacionamiento cultural
que se sustraiga a las relaciones de poder que solo buscan en-
señorear a sus ejecutores.

9. Si la condición humana comenzó por los pies y no por la


cabeza, como afirmó André Leroi-Gourhan, es porque ellos
permitieron la liberación de la mano y esta es la que, en pa-
labras de Bernard Stiegler, dio “acceso al arte, al artificio y a
la techné”. Sin mano sencillamente no hay creación, no hay
humanidad. Sin una mano que pueda manipular lo que le
rodea y, al hacerlo, simbolizar a su vez eso que le rodea, sería-
mos como la mayoría de los animales. Entonces, dice Leroi-
Gourhan: “Posición de pie, cara corta, manos libres durante
la locomoción y posesión de útiles son verdaderamente los
criterios fundamentales de la humanidad”. Si su tesis es co-
rrecta, eso quiere decir que la movilidad es consustancial a
la humanidad, y por eso la considera “el rasgo significativo
de la evolución hacia el hombre. Los paleontólogos no lo han
ignorado”, señaló el autor de El gesto y la palabra, “pero era
más espontáneo caracterizar al hombre por su inteligencia
que por su movilidad, y las teorías tendieron primero a la

59
preeminencia del cerebro” y su supuesta inscripción en un
lugar fijo desde el cual produce, espontáneamente, ideas.
Pero ha sido el intelecto, dirá con énfasis Leroi-Gourhan,
el que “se ha beneficiado de los progresos de la adaptación
locomotora en vez de provocarlos. Es por eso que la locomo-
ción será considerada aquí como el hecho determinante de la
evolución biológica, exactamente como en la tercera parte [de
su libro] aparecerá como el hecho determinante de la evolu-
ción social actual”. Ello quiere decir que el desplazamiento
es central para nuestro desarrollo, cuestión que contrasta
radicalmente con los animales inferiores, que al haber “opta-
do” por la sedentarización, tuvieron “un modo de vida que
desemboca en una vía de evolución totalmente diferente de
la de las especies móviles”. Ello no quiere decir, empero, que
la inmovilidad tenga un sello negativo, pues desde el punto
de vista biológico, hay especies que sin hacer mucho esfuerzo
han alcanzado el éxito, como las medusas, que sin variar y
apenas moviéndose han sobrevivido alrededor de quinientos
millones de años.

10. “Entre la invención autónoma y el préstamo puro y sim-


ple”, afirma Leroi-Gourhan, “no existe gran diferencia”, pues
únicamente se crea o se imita si se está en condiciones de usar
productivamente el elemento recibido o inventado, y ello de-
pende no de la influencia recibida o de lo que se ha tomado
“prestado”, sino de “la influencia directa de las generaciones
precedentes y de las contemporáneas”. Esta es una tesis radi-
cal que nos permite desplazar las preocupaciones y los ase-
dios de la crítica latinoamericana. Como se señala en El medio
y la técnica, “si admitimos que el grupo toma prestadas sus
características técnicas del exterior, planteamos una serie de
cuestiones nuevas, pues la adopción no se puede llevar a cabo
en cualquier tipo de condiciones sino en un estado favorable
ya en el medio interior [medio que archiva las tradiciones de
cada colectivo humano]. De esta manera, llegamos a consi-
derar la adopción como un rasgo casi secundario, ya que lo
importante es que el grupo esté en condiciones de adoptar o

60
inventar”. Para Leroi-Gourhan, por ejemplo, lo relevante no
es de dónde viene la azuela, sino cómo se la emplea, lo que
releva el fondo o la tradición en la que una herramienta, una
práctica o una idea se inserta. Esta lectura interesa porque
es posible percibir en las metáforas culturales, así como en
ciertas perspectivas de análisis, una tendencia a sustraerse
a la materialidad de la cultura, a la vez que se responde sin
percibirlo, como señaló Cornejo Polar, “a las dinámicas del
poder”, acentuándose, por ejemplo, una inmaterializada pro-
ducción de ideas, esto es, se piensa en las ideas sin reparar en
sus condiciones de posibilidad: como ha mostrado Domenico
Losurdo, el liberalismo (en tanto idea) hubiese sido imposible
sin el esclavismo (en tanto condición material que lo hizo po-
sible), pero eso Roberto Schwarz lo pasa por alto. Desde la lec-
tura que proponemos se observa que no hay creación “pura”,
es más, es irrelevante si la hay o no, pues incluso para recibir
un “préstamo” se necesita estar en condiciones favorables,
dado que siempre hay un medio que acepta o rechaza lo que
se inventa o recibe; son, por tanto, las condiciones favorables
las que habría que resaltar, pues, insiste Leroi-Gourhan, “lo
principal en el préstamo no es el objeto que se introduce en
un grupo técnico nuevo, sino la suerte que corre en el medio
interior” del grupo o cultura que lo recibe.

11. Al señalar que es irrelevante si te toma “prestado” o se


“inventa” un objeto o una idea, puesto que lo principal es si
se está en condiciones de poner en juego aquello que se recibe
o se crea, Leroi-Gourhan no nos obliga solo a modificar las
ideas que al respecto se han esgrimido –la relación ficticia
entre lo “propio” y lo “ajeno” –, sino también a dejar de lado
nociones como “origen” y “autor” o “autoría” (los “derechos
de autor”, otra ficción legal). En primer lugar, “la invención
pura” no solo debe ponerse en duda porque hemos descu-
bierto la hibridez de la que proviene toda unidad discreta que
dará lugar, junto a otras unidades discretas, a nuevas unida-
des híbridas, que a su vez… como quiere García Canclini; es
que la invención pura es inconcebible. Para que las técnicas o las

61
ideas evolucionen, señala Leroi-Gourhan, “es preciso que la
adquisición se asocie a algo preexistente, incluso lejano o in-
verosímil”, lo que pone en escena la noción de supervivencia
y anacronismo, tal como fueron pensadas por Aby Barburg,
pues no todo es hibridez modernizante; lo importante es lo
que ya existe, esto es, el medio, la apertura a la recepción, la
hospitalidad para lo que llega o se crea, lo que equivale a se-
ñalar que no es un sujeto, sino el conjunto de los miembros
de una cultura el que inventa (o crea), dado que la invención
es “el punto situado en la superficie del medio interior sobre
el cual se produce esa materialización”. Una invención o una
adopción, lo mismo da, se inscribe sobre un plano que cuenta
con las condiciones para ello, condiciones que imperios como
el “inca” tuvieron en su momento. En segundo lugar, “para
que el préstamo pueda originar una descendencia duradera
de objetos”, puesto que eso es finalmente lo que se espera
(basta pensar en la rueda o la cámara fotográfica), debe no
solo responder a ciertas condiciones, debe también “colmar
una necesidad existente, o mejor, satisfacerla, o crear a partir
de ella una nueva que sea compatible con la vida inmediata
del grupo”. Por ello es que para Leroi-Gourhan toda innova-
ción, “propia” o “ajena” supone “la preexistencia de elemen-
tos de partida en el material o en las tradiciones del grupo (o
de un grupo vecino)”, elementos sin los cuales sería imposible
tomar “prestado” o “inventar”. He resaltado “en el material”,
dado que depende de la materia qué se puede “crear” o “in-
ventar”. La emergencia de un objeto no depende del intelecto,
o de tan solo una idea. Debe acontecer un acoplamiento entre
el “hombre” y la materia, pero incluso este acoplamiento se
encuentra limitado por la propia materialidad. Me explico.
Para Leroi-Gourhan, el medio (ambiente) propone o compor-
ta una “elección inevitable y limitada” a la materia, lo que da
lugar a lo que llama tendencia técnica. Esta “tiene un carácter
inevitable, previsible, rectilíneo; empuja al sílex [el cuchillo
artesanal] que se tiene en la mano a adquirir un mango, y al
bulto arrastrado sobre dos palos a dotarse de ruedas”. En El
hombre y la materia, Leroi-Gourhan muestra cómo todos los

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pueblos que pudieron tener un hacha, lo tuvieron, incluso sin
contacto: “Cada herramienta, cada arma, cada objeto en gene-
ral, desde la cesta a la casa, responde a un plano de equilibrio
arquitectónico cuyas grandes líneas se someten a las leyes de
la geometría o de la mecánica racional. Existe, pues, todo un
aspecto de la tendencia técnica que obedece a la construcción
del universo mismo; y es normal que los tejados sean de doble
vertiente, las hachas tengan mango, las flechas estén equili-
bradas en un tercio de su longitud como que los gasteropodos
de todos los tiempos tengan una concha enrollada en espiral
[...] Junto a la convergencia biológica existe una convergencia
técnica que constituye, desde los comienzos de la etnología,
una parte de la refutación de las teorías de contacto”. La ten-
dencia técnica es universal, por lo que se sustrae a las locali-
dades, con las que puede entrar en conflicto. A nivel local (o
cultural, si se quiere), el medio técnico interior puede singu-
larizar el hacha, la flecha o la rueda, pero sus posibilidades
(de diseño, de movilidad, etc.) siempre serán limitadas. Por
eso es que insiste en que “la posición del medio interno es la
misma ante el préstamo y ante el invento […] no se copia ni
se inventa más que cuando se está en condiciones de poder
hacerlo y a través de la puesta en movimiento de los mismos
mecanismos internos”. El medio interno debe preocuparse
más de cómo usar un elemento, que de dónde viene, pues
si además la tendencia técnica es universal, la idea de genio,
originalidad, etc. se desvanece, no en el aire, sino en la solidez
de la piedra, que le indicará al “hombre” cómo trabajarla y
moverla, esté este “hombre” en “Chile” o en “Singapur”.

12. Si ante el invento o el préstamo un grupo humano res-


ponde materialmente de la misma manera, nos encontramos
con una consecuencia más: “los pueblos hacen frente al futuro y
no al pasado”. Este punto es clave porque desarma el discur-
so tradicional y metafísico de la identidad, entendida como
el conjunto de rasgos “propios” (una mismidad) de un pue-
blo, rasgos que se han ido cimentando a lo largo del tiempo
y que supuestamente le permiten, además de distinguirse,

63
enfrentarse al devenir. El problema aquí es evidente, porque
bastaría con describir esos rasgos, esto es, los contenidos de
una cultura, para identificarla, pero resulta que los conteni-
dos cambian constantemente. Es más, muchos de esos con-
tenidos son no solo invenciones recientes, sino elementos
impuestos y a veces violentamente. La identidad nacional,
por ejemplo, no da lugar a una comunidad imaginada, sino
a una camisa de fuerza, razón por la cual la crítica cultural
debería dejar de usar categorías nacionales para referirse a
sujetos o culturas. ¿Qué es lo que define al ser “chileno”,
“cubano”, “ecuatoriano”, “chicano”? ¿Es Roberto Bolaño
un autor “chileno” solo por haber nacido en “Chile”? Si la
paternidad es una ficción legal, como señaló James Joyce,
también lo es la nacionalidad, cuestión que hace irrisible
expresiones como “el pensador francés” o “intelectuales
indígenas”. Lo relevante no es, por tanto, el inventario in-
dentitario, anclando en un pasado tradicional ficcionalizado
(Hobsbawm), sino las relaciones que tensionan y coartan el
futuro. “Casi todos los inventarios fijos nos traicionarán”,
sentenció Stuart Hall, quien apostó no por la identidad, sino,
como el Marx de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, por la dife-
rencia. Por otra parte, la sentencia de Leroi-Gourhan recuer-
da una esgrimida para la teoría literaria: “la unidad del texto
no está en su origen, sino en su destino” (Roland Barthes),
lo cual reafirma la necesidad, cuando no la urgencia, de
suspender todo centro cuando se trata de pensar la cultura
de cualquier pueblo, pues todas las culturas se encuentran
constituidas por un “bagaje de supervivencias” arrítmico,
heterogéneo, informe y rizomático al que nos acoplamos (y
desacoplamos). La ficción de leyes autónomas que supues-
tamente regulan o gobiernan la naturaleza es lo que nos ha
imposibilitado comprendernos a nosotros mismos, además
de nuestra relación con los animales y con lo inorgánico. Se
trata de una simplificación de la que, quizás, podamos “sal-
varnos” si tomamos en serio a esos “hombres” con los que
Pêro Vaz de Caminha se encontró alguna vez. Si tomamos en
serio, más bien, lo que queda de esos “hombres”.

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13. Para concluir me gustaría retomar esa supuesta docili-
dad con que los indígenas de Brasil, aunque también los que
habitaban aquello que hoy llamamos “Caribe”, asumían la
palabra de Dios. 150 años después de la carta de Caminha,
Antônio Vieira ya no celebrará su docilidad; se quejará de su
inconstancia: con la misma facilidad con que recibían la fe,
se distanciaban de ella cuando acontecía comerse a un ene-
migo. Ello era algo de lo que no estaban dispuestos a sus-
traerse. Para el antropólogo Eduardo Viveiros de Castro, la
inconstancia del alma salvaje “constituye un gran desafío a
las concepciones corrientes de la cultura, antropológicas o
legas, así como a los temas relacionados de la aculturación o
de la mutación social, que dependen profundamente de un
paradigma derivado de las nociones de creencia y de conver-
sión”, así como de las ideas de campo y lugar. Viveiros de
Castro se preguntará luego por qué los tupinambá recibían
de manera “tan benevolente la teología y la cosmología de los
invasores, como si estas, y estos, estuviesen prefigurados en
algún desvío de su mecanismo”. La respuesta es la siguiente:
“La religión tupí-guaraní, como argumenta Helene Clastres,
se fundaba en la idea de que la separación entre lo humano
y lo divino no era una barrera ontológica infinita, sino algo
que debía ser superado: hombres y dioses eran consubstan-
ciales y conmensurables; la humanidad era una condición, no
una naturaleza. Semejante teología, ajena a la trascendencia,
era también lo opuesto a la mala consciencia, e inmune a
la humildad. Pero tampoco favorecía la contrapartida dia-
léctica de estas afecciones: era inconcebible para los Tupí la
arrogancia de los pueblos [que se autoproclaman] electos,
o la compulsión a reducir al otro a la propia imagen. Si los
europeos deseaban a los indios porque vieron en ellos, ya sea
animales útiles, u hombres europeos y cristianos en potencia,
los Tupí deseaban a los europeos en su alteridad plena, por
lo que vieron en ellos una posibilidad para la autotransfigu-
racion, un signo de reunión de lo que había sido separado
en el origen de la cultura, capaces, por tanto, de extender la

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condición humana, e incluso de traspasarla. Fueron quizás los
amerindios, y no los europeos, los que tuvieron la ‘visión del
paraíso’ en el desencuentro americano. Para los primeros, no
se trataba de imponer maniacamente su identidad sobre el
otro, o de rechazarlo en nombre de la propia excelencia ética;
por el contrario, actualizando una relación con él (relación
desde siempre existente bajo el modo virtual), se trataba de
transformar la propia identidad. Pues la inconstancia del
alma salvaje, en su momento de apertura, es la expresión de
un modo de ser donde ‘el intercambio, antes que la identidad,
es el valor fundamental a sostener’”. Para los amerindios, en-
tonces, la humanidad es una condición, no una naturaleza, lo
que resalta dos puntos: la afinidad en lugar de la identidad, la
relación antes que la distancia, cuestión que hace que “el otro
no es solo pensable –es ante todo indispensable” para lo que
hoy llamaríamos la “subjetividad” tupí. In-dis-pensable. El
prefijo in que antecede al prefijo des elimina su negación, con
lo cual se invierte una forma de pensar la des-colonización,
una forma que, como hemos visto, no opera por sustracción,
sino por absorción. Si pensamos en que los tupí aceptaron
sin problemas a los europeos y su teología, a la vez que con-
tinuaron con el ritual caníbal, consistente en comerse a un
enemigo, tenemos entonces que la guerra mortal a las tribus
vecinas, así como la hospitalidad a los invasores responde, y
esta es la tesis de Viveiros de Castro, a una misma propensión
o deseo, pues “absorber al otro es, en este proceso, alterarse.
Dioses, enemigos y europeos eran figuras de afinidad poten-
cial, modalizaciones de una alteridad que atraía y debía ser
atraída; una alteridad sin la cual el mundo zozobraría en la
indiferencia y la parálisis”. El ritual antropofágico no consiste
en comerse al otro para asimilarlo. Se trata de volverse otro,
de devenir otro.

14. Pero hay algo más que nos parece fundamental de los
tupí, y que tiene que ver con el orden de la creencia, pues su
inconstancia se ancla también en su radical incredulidad. El
jesuita Manuel da Nóbrega, recuerda Viveiros de Castro, se-

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ñalaba que “vale poco irles a predicar y volver a casa, porque,
aunque algún crédito den, no es tanto que baste para desa-
rraigarlos de sus viejas costumbres, y creennos como creen a
sus hechiceros”. “Ni creen, ni dejan de creer”, señalaba por su
parte el dominico Luis de Granada. Pero lo interesante es que
los mismos catequizadores dieron con la causa de tal ambi-
valencia; esta se encontraba en el hecho de que no tenían nin-
gún rey o jefe. “Si tuvieran rey”, se respondía Nóbrega, “se
podrían convertir, o si adoraran alguna cosa; pero como no
saben qué cosa es creer o adorar, no pueden entender la pre-
dicación del evangelio”. De ahí que para Viveiros de Castro
“los salvajes no creen en nada porque no adoran nada. Y no
adoran nada, a fin de cuentas, porque no obedecen a nadie. La
ausencia de un poder centralizado no dificulta solo logística-
mente la conversión […]; la dificulta, sobre todo, lógicamente.
Los habitantes de Brasil [brasis] no podían adorar y servir a un
dios soberano porque no tenían soberanos ni servían a nadie.
Su inconstancia se daba, por tanto, gracias a la ausencia de
sujeción”. Lo que está en juego en el canibalismo, en el cani-
balismo tal cual es leído por Viveiros de Castro, es ni más ni
menos que una forma de pensar la cultura que suspende las
taras de la identidad, del centro y del origen, e incluso la de
influencia. Los tupí rompieron radicalmente con la ipseidad,
con el señorío de un yo que, como señaló Derrida en Canallas,
remite indefectiblemente “a la posesión, a la propiedad, al
poder, a la autoridad del señor, del soberano y, casi siempre,
del anfitrión (hospites), del señor de la casa o del marido”, esto
es, del pater, tal cual es representado por la figura del Ulises
y su retorno a Ítaca, a la casa (oikos), retorno que conlleva la
muerte de los pretendientes y la imposición de su ley (nomos),
pues “ipse designa el sí mismo como señor en masculino: el
padre, el marido, el hijo o el hermano, el propietario, el po-
seedor, el señor, también el soberano”. En realidad, los tupí
no rompen con la noción de identidad como mismidad; como
nunca la tuvieron, más bien exponen una forma de lo que hoy
llamamos “subjetividad” que no pasa por la mismidad, sino
por la alteridad, no para neutralizarla, comiéndose e introyec-

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tando al otro. No. Por el contrario, “el canibalismo ceremo-
nial”, dice Viveiros de Castro, “tal como era practicado por
los tupinambá del siglo XVI, era un proceso de conmutación
de perspectivas, de asunción del punto de vista del Otro, era
un cierto régimen de alteridad, sui generis, que implicaba un
salir de sí”, algo así como lo que he llamado “el lugar fuera de
las ideas”. En otras palabras, el canibalismo tupí no implica
tornar al otro en sí (o en un yo o un mí); cual viaje circular
propio de un Ulises, ello solo implicaría reducir su alteridad.
Se trata más bien en salir (salīre) de sí mismo, para devenir
otro. “Es un proceso de auto transformación por el otro, y no
de transformación del otro en sí mismo, porque como decía el
famoso dicho de Oswald, ‘sólo me interesa lo que no es mío…
en tanto no es mío’. Pasó a ser mío, no me interesa más. La an-
tropofagia, por lo tanto, no es un proceso de cancelación de la
diferencia”, enfatiza Viveiros de Castro, “sino de reposición
de la diferencia, mediante su interiorización. En un cierto pla-
no, lo que la antropofagia hace es simplemente pasar lo que
está fuera hacia adentro. Pero al pasar lo que está afuera hacia
adentro, lo que está afuera no queda menos extraño, ¡ese es el
punto! Uno queda más extraño al incorporar lo que no es, y
lo otro no permanece menos extraño cuando pasó hacia uno.
Una lectura digestiva de la antropofagia”.

15. “Las historias sobre el contacto y el cambio cultural”, escribió


James Clifford, “han sido estructuradas por una penetrante di-
cotomía: absorción por el otro o resistencia ante el otro. Un temor
ante la identidad perdida, un tabú puritano a mezclar creencias
y cuerpos, pende sobre el proceso”. De ahí que la nostalgia sea
un componente importante del mercado inter-nacional que la
globalización pone en “movimiento”, pero este no es un movi-
miento como el que aquí hemos estado defendiendo, dado que
la nostalgia opera como mercancía identitaria al servicio de la
acumulación flexible. Pero, pregunta Clifford, ¿qué ocurriría si
comenzáramos a preocuparnos por esas historias que desbordan
las nociones de campo, casa, o nación? Obviamente está pensan-
do en nociones que van más allá de términos como diáspora, hoy

68
por hoy también un término de moda en el mercado académico.
Como hibridez, diáspora aún comporta la huella de lo discreto,
del origen. ¿Pero qué pasaría si hiciéramos del movimiento el
rasgo significativo de toda cultura, asumiendo, eso sí, que se
trata de una cuestión consustancial a la emergencia de la huma-
nidad, de lo humano como tal, y no una mera contingencia? Los
paleontólogos, decía Leroi-Gourhan, no lo han ignorado, pero sí
los críticos culturales. Este ensayo es un intento por recordar lo
que nuestro cuerpo, más cercano a los tupí que nuestro intelecto,
nunca ha olvidado: que no somos amebas y que la humanidad
es una condición.

La Habana, octubre de 2017 - Viña del Mar, febrero de 2018

[una primera versión de este ensayo la terminé de escribir en


La Habana, con motivo del Congreso Internacional “Antonio
Cornejo Polar y la crítica latinoamericana”, encuentro que tuvo
lugar en la Casa de las Américas, en octubre de 2017, por lo que
agradezco la hospitalidad de Jorge Fornet, así como el previo
trabajo de organización realizado por José Antonio Mazzotti. Sin
embargo, se escribió a solicitud de Sergio Ugalde, amigo que
en ese entonces se encontraba en la UNAM que me invitó con
antelación a participar del libro Políticas y estrategias de la crítica
II: ideologías, historia y actores de los estudios literarios, libro que
prontamente saldrá por la editorial Vervuert-Iberoamericana.
La versión leída en La Habana apareció en Cornejo Multipolar.
Antonio Cornejo Polar y la crítica latinoamericana, publicado
por José Antonio Mazzotti en septiembre 2018]

Referencias

Bernal, Martin. Atenea negra: las raíces afroasiáticas de la civiliza-


ción clásica. La invención de la antigua Grecia, 1785-1985. Trad.
Teófilo de Lozoya. Barcelona: Crítica, 1993 [1987]. Es, para mí,
incomprensible que este libro no haya sido, en su traducción,
reeditado. Es clave para provincializar a “Europa”.
Barthes, Roland. El susurro del lenguaje. Trad. C. Fernández

69
Moreno. Buenos Aires: Paidós, 1999 [1984].
Buffon, Conde de. Compendio de la historia natural. Trad. Pedro
Estala. Madrid: Imprenta de Villalpando, 1807.
Caminha, Pedro Vaz de. “Carta de Pedro Vaz de Caminha”
(1500). Ed. Francisco Morales Pedrón. Primeras cartas sobre
América (1493-1503). Sevilla: Universidad de Sevilla, 1990.
227-250. Clifford, James. Dilemas de la cultura.
Trad. Carlos Reynoso. Barcelona: Gedisa, 2001 [1988].
-----. Itinerarios transculturales. Trad. Mireya Reilly. Barcelona:
Gedisa, 2008 [1997]. -----. “Notas sobre teoría y via-
je”. Cuadernos de teoría y crítica 1 (2015): 63-78. Clifford es un
antropólogo que no deja de sorprenderme. La importancia de
la teoría literaria y la ficción en su trabajo casi no tiene com-
paración. A veces creo que con él se puede partir o iniciar una
investigación sobre lo que me gustaría llamar “antropología
de la ficción”, la que tendría por cometido realizar una antro-
pología comparativa entre lo que en “occidente” se entiende
por ficción, siguiendo, eso sí, su etimología, y la ficción no
“occidental”, que contemplaría el trabajo, por ejemplo, con el
tejido y la cerámica. Lo común sería entonces la ficción como
plasma, o, de otra manera, el trabajo de configuración de la
materia. Colón, Cristóbal. Los cuatro viajes. Testamento.
Ed. Consuelo Varela. Madrid: Alianza, 2011.
Cornejo Polar, Antonio. “Mestizaje e hibridez. Los riesgos
de las metáforas”. Crítica de la razón heterogénea (I). Lima:
Fondo Editorial de la Asamblea Nacional de Rectores, 2013.
155-161. Coronil, Fernando. “La política de
la teoría: el contrapunteo cubano de la transculturación”.
Liliana Weinberg, coord. Estrategias del pensar I. México, D.F.:
UNAM, 2010. 428-357. Este texto de Coronil me ha resultado
fundamental para pensar la transculturación del pesamien-
to. Chakrabarty, Dipesh. “La postcolonialidad y
el artificio de la historia ¿quién habla en nombre del pasado
‘indio’?”. Saurabh Dube, coord. Pasados Postcoloniales. México,
D.F.: El Colegio de México, 1999 [1992]. 623-658.
Derrida, Jacques. Canallas. Dos ensayos sobre la razón. Trad.
Cristina de Peretti. Madrid: Trotta, 2005 [2003].

70
Espinoza Soriano, Waldemar. Los incas. Lima: Amaru, 2011.
Fanon, Frantz. Piel negra, máscaras blancas. Trad. G.
Charquero y Anita Larrea. Buenos Aires: Schapire, 1974
[1952]. García Canclini, Néstor. Culturas híbridas.
Buenos Aires: Paidós, 2005 [1989]. Greenblatt,
Stephen. Maravillosas posesiones. Trad. Socorro Giménez.
Madrid: Marbot, 2008 [1992]. Grosfoguel, Ramón.
“La descolonización de la economía política y los estudios
postcoloniales”. Tabula Rasa 4 (2006): 17-48. Hall,
Stuart. “Notas sobre la desconstrucción de lo ‘popular’”.
Raphael Samuel, ed. Historia popular y teoría socialista. Trad.
Jordi Beltran. Barcelona: Crítica, 1984 [1981]. 93-110. E s t a s
notas de Hall permiten comprender la relevancia de pensar
las posiciones de sujeto a partir de la diferencia. Leroi-
Gourhan, André. El gesto y la palabra. Trad. Felipe Carrera.
Caracas: Universidad Central de Venezuela, 1971 [1965].
-----. El hombre y la materia. Trad. Ana Agudo Méndez-
Villamil. Madrid: Taurus, 1988 [1945 & 1973]. - - -
-- . El medio y la técnica. Trad. Ana Agudo Méndez-Villamil.
Madrid: Taurus, 1989 [1945 & 1973]. Ya lo señalé: Leroi-
Gourhan nos permitirá reimaginar la crítica latinoamerica-
na, demasiado centrada en la distinción “original”/“copia”.
Espero que la editorial mimesis republique pronto una parte
importante de El gesto y la palabra. Maldonado-
Torres, Nelson. Against War. Durham: Duke University Press,
2006. Mignolo, Walter. “El lado más oscuro del re-
nacimiento”. Universitas humanística 67 (2009): 165-203.
-----. “La opción de-colonial: desprendimiento y
apertura. Un manifiesto y un caso”. Tabula Rasa 8 (2008): 243-
281. Rivera Cusicanqui, Silvia. Ch’ixinakax utxiwa:
una reflexión sobre prácticas y discursos descolonizadores. Buenos
Aires: Tinta Limón, 2010. Rodó, José Enrique.
Ariel. Motivos de Proteo. Caracas: Ayacucho, 1985.
Rostoworowski, María. Historia del Tahuantinsuyu. Lima: IEP,
2014. Stiegler, Bernard. La técnica y el tiempo. Trad.
Beatriz Morales Bastos. Hondarribia: Hiru, 2002 [1994].
Viveiros de Castro, Eduardo. A inconstância da alma

71
selvagem. São Paulo: Cosac & Naify, 2002. -----.
La mirada del jaguar. Trad. Lucía Tennina. Buenos Aires: Tinta
limón, 2013. Junto con Leroi-Gourhan, Viveiros de Castro
revoluionará la forma de comprender la cultura latinoame-
ricana. Ambos se centran en la relevancia de lo que no es lo
propio.

72
Literatura y (falsa) heteronomía
A propósito del mito del archivo

as
es as
r z e
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de sas se ntr
i so y e ue r e los
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ra um di e en rein
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Mi

1. Hacia el final de Mito y archivo (2000), en el último párrafo


para ser más preciso, Roberto González Echevarría (se) pre-
gunta si “hay narrativa más allá del archivo”. Creo que si
se considera a Eva luna, claramente no, como tampoco si se
piensa en autores como Fernando Vallejo, dado que en la últi-
ma edición en español de su libro (2011), afirma que La virgen
de los sicarios es una obra que confirma su teoría. Estas dos
novelas, de muy diferentes maneras, responderían directa-
mente a la ficción de lo que él ha determinado como archivo,
una ficción mítica que parece engullirlo todo. Es más, en el
“Prólogo a la edición mexicana”, redactado en 1998, señala
que, a ocho años de publicada la primera versión de su libro
(1990), no ve novedad en las letras del subcontinente: “no ha
surgido todavía”, arguye, “una obra que cautive la atención
como lo hicieron las ficciones del archivo”. Considerando
tal radical dictamen, se hace necesario citarlo extensamente:
“Percibo en la llamada era postmoderna actual un tipo de

73
texto que no está animado por ansiedades sobre el origen,
exento de añoranzas de identidad y aparentemente desligado
de la historia, que algunos proclaman como la nueva escritu-
ra latinoamericana. Lisos, sin costuras, textos indiferenciados
que combinan elementos de la crítica y de la ficción, estas
narrativas se ofrecen como la nueva norma híbrida de algo
que ya no sería literatura. No veo la novedad” (énfasis agre-
gado). “No ser literatura, ser otra cosa”. Esa sería, según el
autor de Mito y archivo, una de las características, la principal,
de la narrativa latinoamericana; y su verdad, porque aquí la
ficción tiene una verdad o un sentido profundo que revelar,
la ficción que la cultura latinoamericana ha propuesto para
entenderse a sí misma. En esta tesis, el discurso literario no
operaría, ni nunca lo habría hecho, como un campo o discurso
en sí (llámesele, si se quiere, autónomo), sino que más bien
habría dependido de una serie de discursos maestros (legal
en el siglo XVII; científico en el XIX; y antropológico en el XX)
a los que intenta o debe revelar, deviniendo, así, en una escri-
tura completamente heterónoma. Para González Echevarría,
ello no significa que la ficción refleje alguna condición política
inscrita en el momento de su emergencia, su punto, por el
contrario, es el siguiente: “En mi opinión, las relaciones que
la narrativa establece con formas de discurso no literarias son
mucho más productivas y determinantes que las que tiene
con su propia tradición, con otras formas de literatura o con
la realidad”. No se puede negar que frente a la dominante
y tradicional historia literaria, o frente a la crítica que aún
cree en una esencia literaria, González Echavarría propuso
un modelo de lectura (que parece) alternativo y atractivo, y,
supuestamente, bien construido. No obstante, no es difícil
percibir que sus inconsistencias no son ni pocas ni someras,
por lo que nos llama profundamente la atención el hecho de
que las críticas que se le han realizado sean escasas, y a veces
incluso mal formuladas, como por ejemplo aquella que lo
acusa de deconstruccionista –crítica, por ejemplo, de Gerald
Martin (1992), más tarde de Román de la Campa (1999), y más
recientemente de John Beverley (2011)–, cuando la verdad es

74
que no deconstruyó sino que, muy por el contrario, radicali-
zó canónicamente la fuerza identitaria que dominaba –y que
todavía domina– no solo a la narrativa, sino a la literatura
latinoamericana en general, mientras que cualquier lector de
Jacques Derrida sabe que una narrativa maestra no va en la
misma dirección que la deconstrucción. En otras palabras,
González Echavarría no devela un mito, lo construye afir-
mando un canon cerrado y fijo, otorgándole así, paradójica-
mente, autonomía. Por el contrario, cualquier lector/escritor
interesado en la técnica literaria sabe que lo que siempre ha
caracterizado a la literatura es su heteronomía, una hetero-
nomía que George Perec, por ejemplo, devela sin ambages
en La vida, instrucciones de uso, y no por ello podemos señalar
que estamos ante un catálogo de supermercado o una revista
de ventas. La literatura o su forma narrativa, que es siempre
inesencial, es heterónoma no porque quiera asemejarse al dis-
curso legal o antropológico, o a cualquier otro. Lo es porque
ficcionaliza el mundo que le rodea e incluso lo que no existe,
asumiendo así un procedimiento que se retoma en cada libro.
Ese procedimiento es el del como si, también empleado por la
antropología, la economía y el derecho, aunque operan como
si no lo hicieran. No es, por tanto, la literatura la que no quiere
ser literatura. Es la ley, la economía y la antropología las que
pretenden que no son ficciones.

2. Descontando las elogiosas reseñas, las críticas que ha reci-


bido Mito y archivo no han logrado dar en el blanco. Aunque
ha habido salvedades, pocas, pero las ha habido, como
por ejemplo la que se encuentra en The Ends of Literature,
de Brett Levinson, donde se señala que Mito y archivo deja
prácticamente intacta “la más poderosa elaboración de la
fuerza cultural de la literatura latinoamericana”. Siguiendo a
Octavio Paz, González Echevarría estaría insistiendo en que
el pensamiento en América Latina no pasa por la filosofía o
la teoría política, sino por la literatura, cuestión, por cierto,
que redunda en un prejuicio eurocéntrico donde la otredad

75
es negada cada vez que se la piensa tan solo como dueña de
instinto, pero no de razón. La crítica de Levinson concuerda
plenamente con la de Gareth Williams, quien no hace mucho
señaló asertivamente que “la noción de González Echevarría
del archivo como repositorio para –y punto de mediación
infinita entre– la heterogeneidad de culturas, lenguajes, fuen-
tes e inicios […] coloca su trabajo considerablemente más
cerca de la metafísica del humanismo filológico en Alfonso
Reyes, por ejemplo, que de la crítica (o la desconstrucción)
de la metafísica y su imperium conceptual en Jacques Derrida,
Jean-Luc Nancy u otros”. Williams da aquí en el punto central
de Mito y archivo, al develar su continuidad con la metafísica
latinoamericanista de principios del siglo pasado, la misma
que fue radicalizada por José Enrique Rodó y el arielismo fun-
damente, anulando la diferencia con el eurocentrismo que se
buscaba impugnar, dado que en nada se distancia de él, más
bien es su proyección, una proyección a la que un proyecto
deconstructor debería oponerse si se precia de tal, en vez de
afirmarla una y otra vez mediante la apelación a lo nuestro,
pues creer en un pensamiento “propio” es insistir en las no-
ciones eurocéntricas que reinstalan una matriz colonialista
que no se cuestiona debidamente el lugar de las jerarquías.
En este sentido, concluye Williams, “las nociones de González
Echevarría de mito y archivo modernizan la ideología estética
latinoamericana pero hacen poco por cambiar las premisas
básicas de la mediación filológica entre tradiciones culturales,
literaturas y lenguajes a lo largo de la historia humana. Su tra-
bajo más bien preserva el humanismo literario en su esencia
(con un nuevo vocabulario, sin duda) y mantiene a la literatura
latinoamericana firmemente dentro del imperium hispánico”.
En esta misma estela es que nos encontramos con otra crítica
relevante para comprender lo profundamente tradicional del
trabajo que estamos comentando, pues cuando Wilfrido H.
Corral insiste que González Echevarría no diferencia canon
de archivo, está señalando que estamos ante un proyecto muy
conservador, si es que no reaccionario, pues se levanta pre-
cisamente cuando la crítica canónica está siendo desarmada

76
por aquella escuela que su colega Harold Bloom llama del
“resentimiento”. En este sentido, no hace falta insistir que el
archivo de González Echevarría es profundamente masculino
y cerrado para mostrar su connivencia con el humanismo más
recalcitrante. Quizá por ello es que Corral agregue que “si un
estudio como Myth and Archive: A Theory of Latin American
Narrative de Roberto González Echevarría ha sido percibido
como un intento de producir una teoría de la narrativa del
continente, también es cierto que la selección de textos escogi-
dos por el crítico cubano como prefiguradores es insuficiente.
No siempre convence la idea de González Echevarría de que
el deseo que define a nuestra prosa narrativa es negar que sea
literatura, o definirse contra una totalidad poderosa”.

3. Ninguna deconstrucción opera en Mito y archivo; por el


contrario, se trata de un libro que busca re-cimentar la cues-
tión de la identidad latinoamericana en el momento en que
su efectiva deconstrucción estaba comenzando a tener lu-
gar. Y si bien su proyecto por heteronomizar falsamente la
narrativa pareciera heterogéneo al de su colega Bloom, que
no hace más que luchar a favor de una imposible autonomía
literaria, ambos están atravesados por un mismo interés, el
de producir un canon fijo… nada más alejado, por cierto, de
una política democrática de la literatura, aún más si vemos
que tal intento por parte de González Echevarría está cruzado
por una paradoja: la promoción de una identidad (y de un
canon) a partir de una política imperial hispánica, pues su ar-
chivo, glorificado por una lectura antropológica de Los pasos
perdidos y Cien años de soledad, puede ser releído no a partir de
una mirada mítica, sino política: si consideramos como medio
de lectura las tesis del jurista Carl Schmitt en su Tierra y mar,
veríamos que la emergencia de Macondo y de Santa Mónica
oculta una violencia que acompaña todo acto fundacional,
pero que aquí ha sido sublimada, ya sea en lo maravilloso
o en lo mágico, pues, como ha señalado Schmitt (en un claro
eco contra Heidegger), en el origen no está el mito, sino el

77
poder, el nomos, esto es, la toma, partición y producción de
un espacio. Se trata de una violencia que estas novelas “maes-
tras” han reinscrito en pleno siglo XX, al iterar una política
imperial ya ni siquiera moderna, sino medieval, al fundar
ciudades tal como se lo hiciera antes y después de 1492. Para
Schmitt el espacio es un lugar privilegiado para la inscripción
del poder, pero en el archivo en cuestión, lo que se ha reinscri-
to más bien ha sido una naturaleza maravillosa, mágica, que,
gracias a la exaltación de una retórica de la inocencia, oculta
esa violencia fundadora, distrayéndonos con la búsqueda de
un origen telúrico, incluso cuando lo telúrico adquiere múlti-
ples manifestaciones; detrás de todas ellas, siempre estará la
metafísica de la identidad. Sin embargo, vemos que es en las
mismas novelas maestras donde encontramos explícitamente
la emergencia e inscripción de un nomos, a pesar de que no se
lo nombre y de que se lo encubra. Como he desarrollado más
ampliamente en Sin retorno. Variaciones sobre archivo y narrativa
latinoamericana, García Márquez y Carpentier emplean como
modelo literario la conquista española, sus crónicas e histo-
rias (como también la historia colonial), pues es a través de
estos recursos que pretenden desinscribir una violencia pri-
migenia y colocar en su lugar un mito de origen que González
Echevarría exalta hasta el paroxismo, aunque ahora en manos
criollas y de manera atenuada, o con un una especie de nomos
amortiguado. Esto implica que el asombro ante la maravilla
del nuevo mundo también es reinscrito sobre Macondo y
Santa Mónica de los Venados, pero de forma diferente a la
maravilla medieval, pues mientras esta abría un mundo, la
maravilla latinoamericana opera más bien como una estra-
tegia de lectura que encubre una violencia primigenia. Si
nuestra lectura es acertada, entonces las narrativas de García
Márquez y Carpentier desarrollan un vínculo entre escritura
y representación eurocéntrica, donde lo maravilloso –dentro
de lo cual, sensu stricto, cabe lo mágico– adquiere la forma
particular a través de la cual se ha capturado y disciplinado al
espacio “latinoamericano”. De manera que si el archivo maes-
tro ha narrado lo “nuestro”, ha sido siempre, para decirlo con

78
Conrad, bajo los ojos occidentales, lo cual es una manera de
decir que no ha narrado lo nuestro, sino que lo ha inventado,
situación por lo demás que no ha cesado desde que Colón
colocara por primera vez sus pies en este lado del mundo.
No somos, por supuesto, los primeros en plantear estas pro-
blemáticas, aunque sí lo hacemos, o lo intentamos, a partir de
una lectura schmittiana, no porque Carl Schmitt sea uno de
nuestros autores de cabecera, sino porque es posible emplear
su teorización para comenzar a deconstruir el nomos que el
gran archivo encubre maravillosamente hasta nuestros días.

4. Mito y archivo presenta varios y serios problemas teóricos,


partiendo por la cuestión del archivo, pues su autor no com-
prendió las reflexiones de Michel Foucault al respecto, a pesar
de que indique explícitamente su deuda para con él. Por su-
puesto que no se trata de un misreading que le permitiera una
particular reelaboración, cuestión que señalamos sin el ánimo
de requerir alguna “fidelidad” a quien escribiera Las palabras
y las cosas. Pero veremos que nuestro crítico entendió como
quiso la noción de archivo, llevando a sus lectores por sende-
ros que se reúnen cuando en realidad debieran bifurcarse. No
está errado, se me podría señalar, que se utilice un concepto
X y se lo reelabore en función de los requerimientos de un
proyecto X o M (de mito). Es más, se me podría incluso repro-
char, por ejemplo, de “acusar al libro de González Echevarría
de no ser algo que el libro nunca quiso ser” y ser, por tanto,
algo que sí quería ser… pero aquí no estoy contra el deseo de
su existencia, sino de algunas de las premisas que para existir
debió usurpar, y, al hacerlo, este ensayo intenta mostrar que
no acertó. De hecho, un acierto es lo que él cree haber reali-
zado, pero si tal fuera el caso, no estaríamos arriesgándonos
a escribir estas líneas. Esas premisas son su idea de archivo
y el lugar que le entrega a la antropología, en tanto discurso
empleado por las narrativas de García Márquez y Carpentier.

79
5. Revisemos el índice analítico de Mito y archivo y veamos al-
gunas de las formas en que González Echevarría refiere o en-
tiende el archivo: como arqueología de las formas narrativas;
como arch-textura [sic]; como depósito legal de conocimiento;
como cesto para papeles en la audiencia de Bogotá; como el
estudio de Borges; como la habitación de Melquiades; como
método; como mito; como negatividad; como vejez; como
Archivo de Indias; como Archivo de Simancas; como secreto
de secretos. A estas formas, agreguemos un par de citas del
cuerpo textual:

* “Antes que nada, el * “El archivo no solo


archivo es un depósito indica que algo se
de documentos guarda, sino algo
jurídicos que que es secreto”.
contiene los orígenes * “Como el archivo,
de la historia la novela atesora
latinoamericana, así saber”.
como una institución * “Mi archivo
específicamente se aloja en ese
hispánica, creada al espacio ambiguo y
mismo tiempo que se movedizo llamado
conquistaba el Nuevo literatura”.
Mundo”. * “Depósito de relatos y
* “El archivo y la mitos”.
novela aparecen * “El archivo pone
al mismo tiempo y en tela de juicio la
forman parte del autoridad”.
mismo discurso del * “El archivo como
Estado moderno”. mito es moderno
* “El poder, el secreto porque es múltiple”.
y la ley están en el
origen del archivo”.

80
No es muy difícil percibir que lo que acá tenemos no es una
idea de archivo sino varias, y que ninguna de ellas tiene algo
que ver con Foucault y su arqueología, a pesar de que se insista
en la “deuda” que se tiene con su trabajo. El archivo aparece,
primero y de manera muy fuerte, como metáfora; segundo,
como lugar de depósito (Simancas le permite a González
Echevarría estructurar gran parte de sus ideas). Pero nada de
ello se encuentra cercano a la noción foucaultiana, donde “el
archivo no es lo que salvaguarda, a pesar de su huida inme-
diata, el acontecimiento del enunciado y conserva, para las
memorias futuras, su estado civil de evadido”. Foucault se
aleja radicalmente de las definiciones tradicionales de archivo,
que son las que utiliza nuestro crítico, por lo que la distancia
entre ambos trabajos es radical: “Por este término, no entien-
do la suma de todos los textos que una cultura ha guardado
en su poder como documentos de su propio pasado, o como
testimonio de su identidad mantenida; no entiendo tampoco
por él las instituciones que, en una sociedad determinada,
permiten registrar y conservar los discursos cuya memoria se
quiere guardar y cuya libre disposición se quiere mantener”.
De manera más clara, imposible, pero González Echevarría
hizo caso omiso a esta sentencia. Incluso se atrevió a citar un
par de veces a Foucault, y precisamente aquellos fragmentos
que atentan contra su propio modelo mitológico, como por
ejemplo: “El archivo es en primer lugar la ley de lo que puede
ser dicho, el sistema que rige la aparición de los enunciados
como acontecimientos singulares”. (Creo que este problema
radica en que González Echevarría parece no haber com-
prendido lo que Foucault entendió por enunciado). Ahora
bien, si un archivo no es un lugar (Archivo de Indias o de
Simancas), ni un conjunto de textos (documentos jurídicos),
como tampoco la metáfora de un lugar (cesto para papeles,
la habitación de Melquiades o el estudio de Borges), todavía
menos será un mito, en este caso, un mito de origen. En el
ensayo “Nietzsche, la genealogía, la historia”, Foucault deja
muy en claro cuál es su estrategia, la misma que ha guiado to-
dos sus trabajos: oponerse “a la búsqueda del ‘origen’”, pues

81
tal búsqueda contribuye al vano esfuerzo de una –siempre
innecesaria por artificial– identidad, mientras que lo que en
verdad le preocupa, en tanto heredero de Nietzsche, es “el
disparate”, la heterogeneidad, el develar que la esencia carece
de esencia. Por otro lado, cuando Foucault señala que “no nos
es posible describir nuestro propio archivo, ya que es en el
interior de sus reglas donde hablamos” (algo que también cita
González Echevarría), está señalando que solo cuando “la ley
de lo que puede ser dicho” haya sido modificada, desplaza-
da, estaremos en condiciones de comprender aquel tiempo
que ya no es el nuestro. Pero el crítico de Yale señala que él
y su libro son, también, parte del supuesto archivo que dice
develar, cuestión, por cierto, que si puede llevarse a cabo, es
precisamente porque habitamos un archivo distinto del que
se dice describir.

6. En segundo lugar, también tergiversó, y demasiado (¡pero


quién no lo hace! es algo que también se me podría repro-
char), los llamados discursos maestros para hacerlos encajar
en su modelo. Por ejemplo, toda apelación a la cultura es
antropologizada, como si la disciplina encargada histórica-
mente de la otredad fuera la única que tiene propiedad para
hablar de lo cultural, por lo menos en América Latina. La mal
llamada antropología postmoderna, que hace hincapié en las
propiedades literarias de la etnografía y sus informes, le cae
como anillo al dedo a su visión antropológica de Doña Bárbara
y Don Segundo Sombra, como también al resto de las novelas
de su archivo. Pero olvida señalar que esta antropología está
afectada por el giro lingüístico de los años 60 y 70, principal-
mente por los textos de Foucault, Derrida y Barthes, y que
surge como una respuesta a la mirada tradicional de la etno-
grafía, aquella que precisamente sirve de base, por ejemplo, a
un Rómulo Gallegos. Olvida también que la disciplina antro-
pológica “moderna” surge recién con Bronisław Malinowski
en 1922, cuando este publica Argonauts of the Western Pacific
(libro que, de paso, su autor nunca consideró literario… eso

82
lo haría más tarde James Clifford, gracias al giro ya mencio-
nado). Señalo esto porque González Echevarría acostumbra
citar la influencia de los relatos de viajes en la ficción literaria,
como si éstos fueran parte del discurso maestro antropoló-
gico, pero, muy por el contrario, esta disciplina adquirió
su estatus negando tales relatos; la antropología comenzó
a ser antropología cuando dejó de ser relato de viaje. Para
Malinowski, el método científico del que carecían, hacía des-
confiar de sus descripciones. El problema, por tanto, es creer
que cualquier apelación al folclore y la autoctonía, como en
las novelas de la tierra, publicadas poco después del famoso
libro sobre Melanesia, o las narraciones preocupadas de la
identidad latinoamericana, como Cien años de soledad o Terra
nostra, son también antropológicas; es más, desde hace déca-
das sabemos que no toda referencia a lo cultural es antropo-
lógica, puesto que ninguna disciplina tiene el monopolio de
su objeto, ni siquiera cuando, siguiendo a Foucault, pensamos
que no lo encuentra sino que lo produce. González Echevarría
llega incluso a afirmar que “la antropología surgió como una
disciplina capaz de integrar a los estados y a la conciencia
latinoamericanos las culturas de pueblos no europeos que
aún estaban muy presentes en el nuevo mundo”. En este
sentido, también olvida que la “transculturación”, uno de los
grandes conceptos antropológicos “latinoamericanos”, sirvió
no para tomar conciencia, sino para disciplinar tales pueblos
o, como señaló Alberto Moreiras (1997), para someterlos a la
hegemonía del sistema-mundo dominado por lo que todavía
llamamos Occidente. Considerado así, Mito y archivo es la
radicalización de la voluntad modernizadora que caracteri-
zó al boom, en su afán por auto-presentarse como el discurso
que logró aquello que la política no pudo: integrar a América
Latina en Occidente (i.e. capitalismo mundial).

7. Otro tanto ocurre con la ley, en tanto discurso maestro. Sus


interpretaciones de El carnero y los Comentarios reales, como
también de la picaresca, le otorgan demasiado poder a la re-

83
tórica notarial y al discurso legal en general, pero si se pres-
tara más atención a la escritura que, por ejemplo, antecedió
a la picaresca, se comprendería con mayor profundidad su
relevancia y, por tanto, su relación mediante una des-relación
con el discurso “ficcional” que le antecede. Pero González
Echevarría no está dispuesto a sacrificar su lectura, más bien se
concentra en mostrar el rol de la retórica notarial, que permite
que una voz desconocida en la tradición literaria, el pícaro,
emerja en un ambiente dominado por el idealismo (la época
de los héroes, según Vico). No dudamos de la omnipresencia
de la ley, como tampoco de sus múltiples manifestaciones (y
mediaciones), pero ella no determina la narración; al contra-
rio, se la emplea, se la convierte en la estrategia que permiti-
rá que “la imperfección humana” le haga frente a la norma
ideal que aún dominaba el escenario narrativo del siglo XVI
y XVII. Como ha señalado espléndidamente Thomas Pavel,
“confortablemente situado en el seno de la contingencia y
la felonía, el pícaro, en su encarnación amoral, se dispensa
de los principios que se oponen y engrandecen a las novelas
idealistas”. Que el Lazarillo de Tormes sea un texto anónimo no
tiene nada que ver con el hecho de que para su tejido no se
haya considerado la escritura que le antecedía. Si hemos de
darle nuestra confianza a Vico (y luego a Joyce), y creer con él
que la producción cultural puede ser entendida a partir de las
edades de los dioses, de los héroes y de los hombres (queda
por ver cuál es la nuestra…), la picaresca y las novelas que en
paralelo surgen –de las cuales, por supuesto, la más grande
es el Quijote–, se baten no solo contra un tipo particular de
escritura, sino contra toda una forma de entender la experien-
cia humana, y ello obviamente afecta a la escritura literaria, y
en verdad a cualquier tipo de escritura. Pensarlo así implica
reconocer una idea de tradición, a la cual se pertenece por
medio de la negación y no –necesariamente– de la influencia,
pero frente a una mirada como esta, González Echevarría no
transará, dado que para él la literatura no quiere ser literatura
sino otra cosa, quiere imitar los discursos hegemónicos que
se han ido sucediendo paulatinamente; en síntesis, en Mito y

84
archivo la literatura es completamente heterónoma, pero lo es
como si en ello se encontrara una anomalía. Por el contrario,
considero que la literatura es heterónoma como condición de
posibilidad. Sin esa heteronomía simplemente no existiría nin-
gún tipo de literatura.

8. Si los discursos maestros de la ley, la ciencia y la antropología


han permeado la literatura, o ella más bien se les ha acercado,
se debe a que forman parte, al igual que la economía, la filoso-
fía o la política, de una especie de sistema que Foucault llamó
“formación discursiva”, donde sus componentes se encuentra
en constante y desigual relación, y cuyos posicionamientos
jerárquicos son los que González Echevarría ha identificado
como discursos maestros. Su existencia no tiene porqué im-
plicar determinación alguna. El mismo Foucault analizó en
Las palabras y las cosas la Gramática general, la Historia natural
y el Análisis de las riquezas, no para señalar cuál de estos ele-
mentos discursivos se impuso (o influyó) sobre los otros dos
(o sobre cualquier otro que circule) –pues contra tal tradicio-
nal proceder se levantó la arqueología–, sino para compren-
der “el campo de vectores y de receptividad diferencial (de
permeabilidad y de impermeabilidad) que, respecto al juego
de los intercambios ha constituido una condición de posibi-
lidad histórica”. Por supuesto que González Echevarría es
cuidadoso y no afirma que toda narrativa dependa de algún
discurso maestro; el problema se presenta cuando, según él,
las narrativas más importantes sí lo hacen. Aquí la discusión
puede ser infinita, dado que nos podemos realizar pregun-
tas cuyas respuestas simplemente no nos permitirán llegar
a algún acuerdo, como por ejemplo: ¿por qué Machado de
Assis sería menos relevante que Euclides da Cunha? ¿Porque
sus novelas no trabajan, como deberían hacerlo, el discurso
científico, en tanto discurso maestro? ¿Es la opción por la civi-
lización (del lado de la ciencia, claro está) y el desprecio por la
barbarie lo que le otorga a Sarmiento su lugar en la tradición
argentina y latinoamericana? ¿El empleo del discurso cientí-

85
fico permite equiparar las narrativas de Sarmiento y Euclides
da Cunha, racista la del argentino, crítica la del brasileño?
¿Son los Comentarios Reales de los Incas la obra más importante
de la colonia? De ser así, ¿qué lugar le corresponde a la obra
de Sor Juana Inés de la Cruz, que para poder escribir debió
apoderarse no del discurso legal, sino del teológico, que era,
según Octavio Paz, el que ordenaba el saber de la época? Y en
cuanto al siglo XX latinoamericano, ¿es Cien años de soledad,
cuya arquitectura –en la lectura de González Echevarría– se
apoderó de Borges metamorfoseándolo en Melquiades, la
obra más importante? ¿Por qué no Pedro Páramo, Paradiso o
Ficciones? El que Borges haya sido introducido en Macondo
no quiere decir que su obra haya padecido el mismo quimé-
rico destino. De una manera diferente, lo que Mito y archivo
muestra espléndidamente es cómo el discurso identitario la-
tinoamericanista, un archivo que podemos llamar terrícola,
es capaz de engullir a uno de los escritores que más se ha
distanciado de las fijezas identitarias. En ningún caso quere-
mos restarle méritos a Cien años de soledad, ni a ninguna de las
otras obras por González Echevarría referidas, sino señalar
que Mito y archivo ha creado un modelo que solo se puede
describir a sí mismo y determinar, en consecuencia, que las
obras más importantes son las que él puede explicar. Su pro-
ceder consiste, tomando prestado un término de la biología,
en algo así como una crítica autopoyética, operativamente
abierta, estructuralmente cerrada. Se autoinscribe disimula-
damente un criterio de valor, que quiere hacer pasar por jui-
cio estético. “Todo esquema, por muy errado que sea, siempre
permite atraer y ordenar un material histórico”, señaló Bajtin/
Medvedev, y agrega: “Pero en un esquema equivocado la or-
denación no corresponde a la realidad y puede dar una idea
falsa de esta”. Un modelo o esquema puede perfectamente
(re)ordenar un (su) material, puede explicarlo e incluso con-
trastarlo con otros materiales, pero eso no quiere decir que tal
orden o explicación se corresponda con el lugar efectivo de
dicho material. La dificultad y resolución de estas cuestiones
depende de un posicionamiento frente a la literatura y a sus

86
obras, pero también sobre su devenir. Además, como recor-
dó recientemente Wilfrido Corral, “la autoridad del mundo
literario no depende de discursos maestros como la ley (siglo
diecinueve) o la antropología (siglo veinte), según algunas
nociones de González Echevarría, sino de la percepción que
tengan la crítica y el público de esas relaciones, porque los
novelistas siempre han sido forajidos de varios discursos y
siempre se definen como novelistas, aunque indaguen en
los discursos sociales”. ¿Alguien se podrá imaginar a García
Márquez refiriéndose a sí mismo como antropólogo?

9. Esto es lo que nos lleva a pensar que, si bien con bastante


desmaña, González Echevarría no ha fallado del todo en su in-
tento de afirmar (no una teoría sino) una canónica historia de
la narrativa latinoamericana, pues es obvio que su interés no
es cuestionar el lugar de lo que él llamó en otra oportunidad
“la voz de los maestros”, sino reafirmarlo en tiempos de (su)
incertidumbre. Recordemos sus preocupaciones: “[N]o sim-
plemente la novela latinoamericana, sino más ampliamente la
narrativa latinoamericana, y dentro de esa tradición un núcleo
evolucionante cuyo tema central, particularmente desde el si-
glo XVI, es la peculiaridad diferenciadora de América Latina
como ente cultural, social y político desde el cual narrar. La
búsqueda de esa peculiaridad, de esa identidad, es la forma
en que se articula, desde el periodo colonial, la cuestión de la
legitimidad [de la narrativa latinoamericana]” (énfasis agrega-
do). Por lo menos en lo que respecta a Cien años de soledad,
el mismo García Márquez ha señalado en inúmeras oportu-
nidades su apego terrícola o identitario a la literatura, dado
que esta obra efectivamente juega con la cuestión del origen y
de manera espléndida. Lo que González Echevarría (también)
ignora es que si ese núcleo evolucionante, legitimante (de y
legitimado por la narrativa), ha sido posible de describir, es
porque, al decir de Foucault, se encuentra clausurado, ya no
pertenece a “nuestro tiempo”, a nuestro archivo, “ya que es
en el interior de sus reglas donde hablamos”.

87
10. Este puntual y selectivo recorrido por Mito y archivo es
suficiente para afirmar, sin lugar a dudas, que su autor de
no ha descrito un archivo, sino un elemento discursivo que
lo habita, y que Foucault llamó en un texto que fue titulado
en inglés como “Fantasia of the Library” –un texto que se
encuentra en la bibliografía citada por González Echevarría–,
biblioteca, término que durante un corto tiempo –siempre
antes de La arqueología del saber– empleó para referirse, como
Borges, a la literatura, pues lo que hizo Cien años de soledad
de manera magistral, también lo habían hecho Flaubert y
Cervantes, pero cada uno según su tiempo. En aquel ensayo,
la literatura ha sido presentada ni más ni menos que como una
biblioteca. Foucault llega a esta idea luego de leer a Borges y
a Flaubert; el primero le entregó un modelo, el segundo un
ejemplo. Veamos lo primero: Ficciones le permitió pensar la
literatura como archivo, así lo señala en un ensayo publica-
do inicialmente en 1964, “El lenguaje al infinito” –texto que
también se encuentra en la bibliografía citada por González
Echevarría –, donde leemos: “En La Biblioteca de Babel, todo lo
que puede ser dicho ya ha sido dicho: en ella pueden encon-
trarse todos los lenguajes creados, imaginados, e incluso los
lenguajes concebibles, imaginables; todo ha sido pronunciado
[Por ello es que] la literatura comienza […] cuando el libro ya
no es el espacio en el que la palabra cobra figura (figuras de
estilo, figuras de retórica, figuras de lenguaje), sino el lugar
en que los libros son retomados todos y consumidos: lugar
sin lugar puesto que aloja a todos los libros pasados en ese
imposible ‘volumen’ que viene a colocar su murmullo entre
tantos otros –tras todos los otros, antes de todos los otros”. A
juicio Foucault, “el más sabio de los bibliotecarios” dio con la
imagen perfecta para nombrar el lugar donde se depositan,
no para morir, sino para vivir, el lenguaje que da lugar a los
libros, lo que hace de la literatura, ese lugar sin lugar, una
infinita biblioteca. En cuanto a La tentación de San Antonio,
hoy sabemos, en gran medida gracias al mismo Foucault, que
escribió “Fantasia of the Library” como un prólogo a una edi-

88
ción alemana, y que en español apareció como “Sin título”,
hoy sabemos, digo, que fue escrita gracias a una importante
cantidad de libros (más de mil quinientos) sobre religión y
sobre “Oriente”, lo que conjuga un saber acumulado en bi-
bliotecas que su autor gustosamente recorrió y leyó: “La ten-
tación es un monumento de saber exhaustivo” y su relevancia
radica, según Foucault, en haber sido “la primera obra lite-
raria que tiene en cuenta aquellas instituciones grises donde
los libros se acumulan y donde crece dulcemente la lenta, la
inequívoca vegetación del saber”. Una afirmación discutible
esta última, no por incierta sino por restrictiva, pero que no
es óbice para afirmar que La tentación se construye a partir de
una relación directa con cierta tradición erudita, relación, por
cierto, que la emparenta con Le Déjeuner sur l’Herbe de Manet.
Quien recuerde la obra del pintor impresionista, recordará a
su vez haber percibido en ella el eco de algunas obras que le
precedieron: el Concierto campestre (1508-1509) de Tiziano, La
tempestad (hacia 1508) de Giorgione y La Partie carrée (1713) de
Antoine Watteau. En ella se reúnen las pinturas renacentista
(veneciana), flamenca y rococó. En cuanto a Flaubert, nos en-
contramos en La tentación, por nombrar solo algunas obras, con
la Historia Eclesiástica (1693-1712) de Tillemont, la Historia del
gnosticismo (1828) de Matter, la Historia de la Teología Cristiana
(1852) de Reuss, las Religiones de la antigüedad (1825-1851) de
Creuzer, la Biblioteca oriental (1697) de Barthélemy d’Herbe-
lot de Molainville, la Historia Prodigiosa (1560) de Boaistuau,
entre otras, muchas otras. Y a pesar de este gran corpus del
saber que Flaubert utilizó para su libro, Foucault, por lo me-
nos hasta donde lo he leído, jamás ha dicho que el autor de
Madame Bovary se resistiera a hacer literatura, en favor de de-
velar la verdad (la ficción) acerca del saber que se había pro-
ducido durante la época clásica. Ni siquiera lo dijo de Bouvard
y Pécuchet, donde la biblioteca es exhaustivamente revisada
y parodiada. Recordemos que aquellos póstumos personajes
se rinden para retomar lo que hacían antes de dedicarse a la
lectura, la copia de libros, de todos los libros, incluido el que
les dio vida, encarnando, así, “el movimiento perpetuo” de la

89
biblioteca. De ahí que Foucault señalara que “Flaubert es a la
biblioteca lo que Manet es al museo. Escriben, pintan según
una relación fundamental con lo que ha sido pintado, con lo
que ha sido escrito –o mejor, con lo que de la pintura y de
la escritura permanece indefinidamente abierto–. Su arte se
edifica donde se forma el archivo”. En ambos es reconocible
el vínculo con la tradición que les precede, y si bien en el es-
critor es menos explícito, ello se debe a que utiliza el saber
para ponerlo al servicio de su estrategia narrativa y no al re-
vés. Pero es precisamente esta comprensión de la literatura
como biblioteca y de la biblioteca como archivo la que será
suspendida por Foucault una vez que redefina su trabajo y
su comprensión misma de la noción de archivo. La arqueología
del saber produce un quiebre en este sentido, pues no volverá
a confundirles, por lo que el hacerlo da cuenta de una falta de
rigurosidad teórica que no se puede pasar por alto.

11. La risa que produce en todo caso la confusión entre ar-


chivo y biblioteca, tal como Foucault lo hiciera antes de
escribir La arqueología del saber, se debe a que en el prefacio
a La tentación de San Antonio, y aún más en “El lenguaje al
infinito”, la literatura es pensada mediante una especie de au-
tonomía ontológica: “La reduplicación del lenguaje, incluso
si es secreta, es constitutiva de su ser en tanto que obra, y
los signos que pueden aparecer en ella, hay que leerlos como
indicaciones ontológicas”. La literatura es y solo quiere ser
literatura, pero González Echevarría no puede reconocerlo;
ello implicaría negar su propia mirada canónica, que insiste
en que la literatura desea ser otra cosa, por lo que no busca en
la tradición o en las bibliotecas, sino en las narrativas maes-
tras su material (ley, ciencia, antropología). Pero al revisar
el trabajo de Foucault, el mismo que leyó nuestro crítico, no
deja de llamarnos la atención el hecho de que haya cruzado el
archivo con la biblioteca, y haya dado lugar a un archivo que
no es archivo sino biblioteca, pero que llama archivo para no
llamarle biblioteca, para no llamarle literatura sino narrativa,

90
y ello, afirma, “apoyándome en buena medida en las teorías
de Michel Foucault”. Porque es evidente que Foucault dejó
de considerar el archivo como biblioteca o topos luego de La
arqueología del saber. Y desde entonces es que, con Deleuze,
se puede decir que “un nuevo archivista es nombrado en la
ciudad”. En todo caso, es relevante el propósito de González
Echevarría por “ver la novela como parte de toda la economía
textual de una época dada, [y] no de aquella preferentemente
literaria”, cuestión, por cierto, totalmente contraria a la mira-
da de su colega Harold Bloom, que no ve sino pura literatura
autónoma; sin embargo, el heteronomizar la literatura de la
forma en que lo hace corre el riesgo de diluirla completamen-
te, sobre todo hoy cuando el mercado tampoco quiere que sea
literatura, sino tan solo un producto más para el consumo o
la entretención. Bajo su línea argumentativa, podríamos fácil-
mente pensar que Alberto Fuguet es el nuevo gran maestro
del siglo XXI, pues si es efectivo que el discurso comunica-
cional podría ser el relevo del discurso antropológico, como
ha señalado González Echevarría, el prólogo a Cuentos con
walkman –libro que reúne cuentos de una veintena de jóvenes
mayoritariamente periodistas, como el mismo Fuguet– nos
habla de una literatura que no quiere ser literatura, sino pro-
ductos que, “en el mejor sentido del término, [son] desecha-
bles. Utilitarios e industriales […] Son cuentos de consumo”.
Este prólogo, titulado acertadamente “Urgentes, desechables
y ambulantes”, sería reescrito más tarde para la mítica anto-
logía de McOndo, donde lo desechable sería remplazado por
una narrativa exportable que circula fluidamente por una al-
dea global, esa que compartimos gracias al uso del Windows,
la recepción de MTV latina y Televisa, el Mercosur, etc., etc.
En fin… así las cosas, no resulta sorpresivo que el hastío con la
narrativa macondiana y su crítica engendren “salidas” como
esta (mcondiana), la que además desprecia la política profesa-
da (y ex-profesada) por algunos de los autores del Boom. De
ahí que sea relevante recordar una interrogante, planteada no
hace mucho, por Guillermo Mariaca: “¿Por qué se hace de la
crítica una institución que funda cánones y no una comunidad

91
que formula preguntas?”. La intención de este ensayo ha sido,
sin ningún ánimo de originalidad, preguntarse lo mismo que
González Echevarría, preguntarse si “hay narrativa más allá
del archivo”. Gran parte de los autores que hoy circulan nos
lleva hacia una respuesta que repite aquella sílaba con la que
Joyce cerrara su Ulises: Sí. Es más, no solo hemos encontrado
vida literaria después del archivo, sino también una vida que
no quiere ser otra cosa que literatura, no para fundirse con
ella, sino, como Roberto Bolaño, para buscar una promesa.
De ahí que a lo largo de estas páginas Mito y archivo haya sido
interrogado y leído a contrapelo, esperando que la distancia
respecto de sus posiciones nos permita, poco a poco, abrirnos
con mayor propiedad y con algo de osadía, a un modo de
lectura diferente, uno no canónico ni maestro, sino fraterno,
filial, y que asuma a la literatura como un arma contra el mer-
cado comunicacional dominante.

Santiago, febrero de 2009

[el devenir de este ensayo fue el que alguna vez me llevó a


pensar en publicar un libro similar a este, pero bajo el subtítulo
Ensayos búfalo; como en el cuento “Sensini” de Bolaño,
nuestros textos salen a pelear (aunque no a concursos de
provincias, sino a revistas por lo general indexadas, pues de ello
dependen nuestros trabajos), buscando un lugar en el que se los
publique. Fue escrito a inicios de 2009 y enviado a una revista
para su evaluación. Esta llegó en diciembre del mismo año: “NO
SE RECOMIENDA LA PUBLICACIÓN DE ESTE ARTÍCULO”.
Con solo una evaluación, el director de la revista decidió no
considerarlo. (Para mí, creo que no lo hizo porque abordo el
trabajo de un crítico que en Estados Unidos, hasta antes de
verse implicado en acusaciones de acoso (laboral y sexual),
tenía cierta “fama” y se le temía. Alguien que lo leyó incluso
llegó a preguntarme si estaba seguro de querer publicarlo,
porque podía tener consecuencias). Lo primero que se señala
como argumento en la negativa evaluación es que “Este trabajo
empieza con una premisa intrigante”. Aunque más intrigante
resultaron para mí comentarios de este tipo: “En la página 2

92
citando a Thayer se ponen en entredicho las categorías del
conocimiento moderno, la cita dice ‘extravío de las categorías
articulantes de la historia moderna…’. ¿Qué quiere decir que
la categoría ‘estado’ está extraviada? ¿Cómo puede estar
extraviado el concepto ‘hegemonía’? Podrá cambiar quién la
detente pero no el concepto. Esto es una filosofía postmoderna
en la que no hay categorías y tampoco hay conocimiento”. Que
alguien pueda decir, con soltura y arrogancia, “Podrá cambiar
quién la detente pero no el concepto”, da cuenta del estado
en que se encuentran los estudios literarios a inicios del siglo
XXI. Entre otras sandeces, vale la pena considerar su remate:
“El final a esta altura es previsible y es cuestionarse si el vocablo
izquierda tiene relevancia. Los partidos políticos que defienden
la escuela pública, la sanidad pública, los derechos de las
minorías (religiosas, étnicas, orientación sexual), el derecho
de la mujer a su propio cuerpo… Esto es irrelevante, el luchar
cada día por estas minucias en las sociedades democráticas
es irrelevante, para estos apocalípticos lo es porque lo suyo
son las grandes palabras, las grandes revoluciones. O todo o
nada. En este caso, nada”. Por supuesto, y como lo habrán
notado, en este ensayo no pongo nunca en discusión, y nunca
lo haría, el derecho a la educación, ni los derechos en general.
Menos aún estaría en contra de ampliar lo que se entiende por
democracia, porque aunque este anónimo crítico no lo crea,
la democracia neoliberal no es la misma democracia que, por
ejemplo, desarrolló Salvador Allende, cuyo derrocamiento militar
alegoriza “un cambio epistemológico que cambia la literatura
latinoamericana”, sentencia esta que llevó a quien me evaluara a
señalar que “Este trabajo empieza con una premisa intrigante”.
Menos aún se me podría tomar por algún apocalíptico (o
integrado), lo que hace evidente que al evaluador o evaluadora
simplemente no le pareció mi lectura, ni los autores en que
me sostengo para leer Mito y archivo, los mismos, por cierto,
en los que se apoya González Echevarría, solo que leídos de
otra manera, apegado a lo que dicen sus textos. Así que luego
de esta singular evaluación, el texto fue puesto en circulación
una vez más, es decir, como en “Sensini”, le cambié el título
y lo envié a otra revista. Fue publicado en Estudios filológicos
el 2014, luego de otro y más laaaaargo proceso de evaluación

93
de pares (ciego… ¡qué nombre se le da a esta supuesta forma
objetiva de considerar la pertinencia y “calidad” de un texto!).
Y se publicó con el extraño título de “Literatura y heteronomía.
Mito y archivo”. En este libro ha sido publicado con el título
que siempre debió tener. Su escritura, lo reconozco ahora, fue
gatillada por “la risa que sacude” lo imfamilar al pensamiento,
pues Mito y archivo, a pesar de pretender lo contrario, mantiene
todas las superficies ordenadas. El hecho de que un texto que
en América Latina ha tenido tan amplia circulación, no haya
recibido las críticas requeridas por su falta de rigurosidad
teórica, es más, un libro del que llegó a afirmarse que “su
manejo de las fuentes y la claridad de exposición y análisis
literario e histórico, constituyen una teoría sólida que dará pie
a investigaciones futuras”, y que además sea defendido por
evaluadores cuya mediocridad se esconde bajo el anonimato,
terminó de convencerme sobre la necesidad de insistir con esta
lectura a contrapelo. De ahí que crea que la primera evaluación
de este ensayo fue literalmente ciega]

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94
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IILI, 2008. 221-256.

96
Un ensayista en los trópicos
(sobre Silviano Santiago)

ra escrito con
t ier te; Mary Luz
e su pian ra Estupiñán
lc ci er
a du prin u ti ona
r s ers do
e nt erno rra p n
n cu ti tie o la l mu era.
e e un a er e nj
e qu vía e tod te; p uien xtra n
q
o
r a d
mb tod ace fue ara rra
r e
l ico
h s h a p e sc a
El al e que es y lla a ti i da
a t e n D
n uel tal aqu o u r,
aq na es c om
V í cto
ta es an
r fec tero eS
pe en d
go
Hu

“Mi carrera se resolvió un domingo de otoño de 1934, a las


nueve de la mañana, con una llamada telefónica. Era Célestin
Bouglé, en ese entonces director de la Escuela Normal
Superior... ‘¿Siempre tiene el deseo de practicar etnografía?’
‘Desde luego’” respondió el joven Claude Levi-Strauss. El
azar, señaló con posterioridad aquel otrora profesor de escue-
la, que atravesó a los veintiséis años el mundo para enseñar
sociología en la naciente Universidad de São Paulo, fue el
responsable de su encuentro con los indios que habitaban ese
supuestamente triste país del trópico llamado Brasil. Se trata-
ba de un viaje en el espacio, descrito nostálgicamente en Tristes
trópicos, un viaje que le llevaría al encuentro de un presente
anacrónico que se le aparecía imposibilitado de autenticidad,
pues los indígenas con los que se encontró estaban desprovis-

97
tos de originalidad gracias a su contacto con un futuro cada
vez más cercado, un futuro cada vez menos distante, un futu-
ro que aun responde al nombre de Europa.
Alrededor de treinta años más tarde (1962), un joven inte-
lectual brasileño que realizaba su tesis doctoral en Francia, y
que, a la sazón, también contaba con veintiséis años, recibió
no una llamada telefónica sino una carta, enviada por Heitor
Martins, donde se le proponía enseñar literatura brasileña
y portuguesa en Nuevo México. El joven Silviano aceptó la
oferta; y al hacerlo, daba inicio a otro viaje, no tanto en el es-
pacio, como en el tiempo: se le pedía que enseñara un survey,
un curso que fuera desde la carta de Pêro Vaz de Caminha
(1500) en adelante: “Sin querer, me comencé a interesar por la
historia”, señaló en una entrevista hace unos años, y ha sido
ese interés el que le ha permitido insertar el pasado en la có-
moda pasividad del presente; se trata de un ejercicio inverso
al intentado por el etnólogo francés, puesto que, aunque lo
sabía imposible, deseaba regresar los hechos del pasado a su
tiempo, con tal de encontrar “su riqueza y su frescura”: Levi-
Strauss, leemos en Tristes trópicos, deseó haber vivido “en el
tiempo de los verdaderos viajes, cuando un espectáculo aún
no malgastado, contaminado y maldito se ofrecía en todo su
esplendor”, de manera que la tristeza fue la emoción con que
nombró su vivencia tropical.
Así es como mientras el azar llevó al intelectual europeo
del presente al pasado, al intelectual brasileño le hizo rea-
lizar el viaje inverso, del pasado al presente. El primero ca-
racterizó su experiencia con la nostalgia, el segundo con la
alegría; mientras “uno” se lamentaba de haber llegado tarde
al descubrimiento de la pureza originaria, el “otro”, se re-
gocijaba, junto a Oswald de Andrade, por haber encontrado
en el “pasado colonial… la posible contribución cultural de
las razas indígenas y africanas al diálogo con la Modernidad
occidental”. En fin… mientras Levi-Strauss y todos los busca-
dores de verdades originales lamentaban el contacto cultural,
visto como la influencia corruptora de la escritura sobre la
tabula rasa indígena descubierta por Caminha, Silviano re-

98
saltaba el entre-lugar que emerge cuando dos o más pueblos
entran en relación, cuando “se dejan enriquecer por nuevas
adquisiciones”, como señala en “El entre-lugar del discurso
latinoamericano”. Solo una mirada maniquea ve la degrada-
ción de la supuesta pureza de quienes se enfrentan, violenta
o pacíficamente, en ese lugar relacional; solo esta mirada ve
que una cultura activa devora a otra pasiva. Desde Uma lite-
ratura nos trópicos hasta As raízes e o labirinto da América Latina,
incluyendo sus cuentos y novelas, Silviano ha deconstruido
estos mitos.

II

“Montaigne abre el capítulo XXXI de sus Ensayos –capítulo


en el que nos habla de los caníbales del Nuevo Mundo–, con
una referencia precisa a la Historia griega”. Así comienza “El
entre-lugar del discurso latinoamericano” (1971), aquel ensa-
yo manifiesto, como le han llamado algunos críticos en Brasil.
No es el texto con el que Silviano inaugura su escritura, pero
es el que abre Uma literatura nos trópicos (1978), su primer libro
de recopilación ensayística. Con ello, el autor estableció de
una vez la inscripción no en un género, sino en una manera
de comprender el mundo, después de todo, eso es el ensayo
y el legado de Montaige. Silviano abre entonces su manifies-
to con la misma referencia citada en “Los caníbales”, donde
su autor rememora a Plutarco, para actualizar las palabras
que el Rey Pirro pronunciara frente al ejército romano, que
lo aguardaba sin temor al otro lado el río Siris: “‘No sé qué
clase de bárbaros son’ […] ‘pero la disposición del ejército que
veo en absoluto es bárbara’”. Esta estrategia escritural coloca
su impulso ensayístico en la misma huella que comenzó a
trazar el humanista francés, y ambos discutirán el lugar del
otro, no en términos de buen salvaje, sino en relación con su
aporte a la cultura occidental. Pero Silviano no es Montaigne,
ni escribe en su época, ni desde un lugar que valore sin obje-
ciones su discurso: por ello, en “El entre-lugar del discurso
latinoamericano”, “Hablar, escribir, significa: hablar contra,
escribir contra”, pues el lugar periférico desde el que se enun-

99
cia, incluso dentro de nuestro continente, es el lugar de lo mi-
noritario: sus ensayos contemplan el diálogo con la lengua de
aquellos y aquellas que han sido desconsiderados: el negro,
el indio, el homosexual, el migrante. De esta manera, Silviano
se une a quienes han hecho del ensayo una práctica política
que reinscribe la potencia de lo que la doctrina rechaza: lo
cambiante, lo efímero, lo fragmentario, lo indigno de la filo-
sofía dominante; o como diría Adorno, al suspender la idea
de identidad, el ensayo logra aprehender lo que se le escapa
al pensamiento oficial. En sus textos, se vuelve atractivo ese
desprendimiento de lo establecido, junto a una actitud de
extranjería, incluso para con su propia tierra, que permite el
ejercicio de la crítica allí donde reina la comodidad del orden
y lo conocido. Desde sus primeros ensayos Silviano comenzó
a dislocar la cómoda academia brasileña, cuya historia lite-
raria iniciaba con un tiempo decimonónico del cual parecía
no haberse desprendido. El romanticismo era su punto de
partida y la colonia, por tanto, no existía… pero tampoco al
siglo XX le era fácil ser considerado. De ahí que Uma literatura
nos trópicos se haya convertido prácticamente en un disposi-
tivo mediante el cual se puede mirar “olhos livres” cada uno
de sus anacrónicos presentes (Didi-Huberman), un ejercicio,
por cierto, que comenzó a realizarse fuera de Brasil, con la
experiencia de los conflictos raciales estadounidenses, junto
al encuentro de mexicanos, indígenas y puertorriqueños. Para
señalarlo con otras palabras, los primeros ensayos de Silviano
constituyeron una crítica desencializadora de la literatura y la
cultura comparadas, dentro y fuera de Brasil, con lo cual se
anticipaba en varios años a un trabajo similar que vendrían a
realizar los discursos que se reúnen bajo la rentable etiqueta
de Estudios postcoloniales.

III

No es ocioso imaginar cuál habría sido el juicio de Goethe, de


haber conocido en su juventud la poesía árabe y la literatura
china, y de haber percibido que para comprender el presente
se necesitaba conocer los siglos transcurridos. De manera que

100
fue, ya viejo, cuando emprendió uno de esos viajes inmóviles,
primero en el tiempo, y luego en el espacio. Gracias a ello, hoy
nos beneficiamos de una de sus mayores aportaciones a la li-
teratura: su idea de weltliteratur (literatura universal). Estos
tardíos viajes le llevaron a realizar, en 1826, una autocrítica
bastante dura, según leemos en su diálogo con Eckermann:
“De haber sabido ya por aquel entonces con la misma claridad
como ahora la cantidad de cosas notables que nos aguardan
allí desde hace siglos y milenios, no habría escrito ni una sola
línea, y me habría dedicado a otra cosa”. Es obvio que aquí se
está refiriendo al tiempo de los griegos, pero luego, en otro
momento señala que “en cinco siglos, los árabes solo recono-
cieron por buenos a siete poetas, y entre los que rechazaron
había muchas insignificancias que eran mejores que yo”. Y
fue a propósito de un tiempo de intensa y variada lectura, que
dio con una novela china “singular en extremo” y superior
a todas las otras, cuando formuló abiertamente la “literatura
universal”. Uno está tentado a comparar el elogio de Goethe
con el que Montaige dedicara a los versos de una canción per-
teneciente a los bárbaros. Vale la pena entonces, citar al autor
alemán: “[L]a verdad es que los alemanes cuando no somos
capaces de ver un poco más allá del estrecho círculo de nues-
tro entorno, caemos demasiado fácilmente en esa pretensión
[se refiere a creerse superiormente dotado para la poesía]. Por
eso me gusta echar un vistazo a lo que hacen las naciones ex-
tranjeras y recomiendo a cualquiera que haga lo mismo. Hoy
en día la literatura nacional ya no quiere decir gran cosa. Ha
llegado la época de la literatura universal y cada cual debe poner
algo de su parte para que se acelere su advenimiento”.
Es sorprendente que la literatura universal haya sido con-
vocada precisamente en un momento de florecientes nacio-
nalismos (a los cuales las literaturas nacionales no dejaron de
aportar, sino hasta hace muy poco, y por agotamiento), y en un
contexto donde los coterráneos de Goethe no aceptaban nada
que no proviniera sino de Atenas o Roma. De todas maneras,
es posible comprender que la literatura universal se ampara
en el hecho de que “todas las literaturas extranjeras se sitúan

101
en el mismo plano que la propia”, y juntas contribuyen a una
meta común. No obstante, para ello “hay que informarse del
presente estado de cosas en el mundo”. Según E. R. Curtius,
Goethe lanzó un planteamiento equivalente a la necesidad de
un punto de confluencia para la multiplicidad de relaciones
literarias, relaciones siempre divergentes que traspasan los
límites nacionales. Pensar el tiempo y el espacio obliga a amar
el mundo como tierra extranjera… Por supuesto que Goethe
siguió estimando por sobre todo a griegos y romanos… pero
lo importante es que nos muestra que aún en tiempos acia-
gos es posible apreciar la diferencia. Estaba fascinado con el
auge de los medios de transporte, pues creía que estos tam-
bién contribuirían al aceleramiento del tiempo y la literatura
universal sería inminente. Pero no muchos fueron los que
comprendieron sus visiones y su apuesta por la diversidad
se fue perdiendo lentamente, hasta volverse la suma de las
literaturas nacionales, cuya diversidad la comparatística no
haría sino controlar. De ahí que la universalidad haya tenido
que ser pensada una vez más, y dentro de quienes lo hicieron,
Silviano Santiago es uno de los que con mayor intensidad lo
ha hecho. En su ensayo “A pesar de dependiente, universal”,
escribió: “La universalidad es o bien un juego colonizador,
que consigue poco a poco la homogenización y la totalización
occidental del mundo, a través de la imposición de la historia
europea como Historia universal, o bien es un juego diferen-
cial en que las culturas, incluso aquellas que se encuentran en
una situación económica inferior, se ejercitan dentro de un
espacio mayor, con el fin de acentuar los choques de las accio-
nes de dominación y la reacción de los dominados”.
Dado que el tiempo de Goethe no es el que nos ha tocado
vivir, aunque sus ruinas acompañan las nuestras, de todas
maneras debemos estarle agradecido, y comenzar a pensar,
como Silviano, sobre el presente. Silviano no es un cronista,
sino un apostador. Como Montaigne, siempre actúa como si
estuviera sobre un terreno que no le pertenece, siempre más
allá. Hace casi cuarenta años que leyó su ensayo-manifiesto,
y desde entonces no ha dejado de pensar sobre la diferencia,

102
cultural o vivencial. Aunque ya en “Eça autor de Madame
Bovary” (1970) vemos aparecer su programa: buscar en las
obra su carácter visible, es decir, su diferencia, desconside-
rando las semejanzas con la cultura metropolitana, que deja
para el crítico ocioso. De manera que Silviano no se preocupa
por las fuentes o las influencias, no busca la reproducción
impoluta de un discurso (suponiendo que tal cosa sea posi-
ble) ni sus unidades, sino el trabajo que lo suplementa, que
lo vuelve otro, como la lectura de la carta de Caminha realiza
por Oswald en Pau-Brasil y su reescritura de la historia.
Sus ensayos son el primer intento, serio y acertado,
por trabajar con la deconstrucción en Brasil y también en
Latinoamérica, y lo hace de una manera brillante, al entre-
garnos un conjunto de herramientas que ponen en jaque las
ideas metafísicas de la crítica latinoamericana tradicional, y
dando además un gran golpe no solo al dominante sistema li-
terario, sino también a la dictadura, a la izquierda autoritaria
y al imperialismo estadounidense. Silviano encara el asalto a
las metrópolis, al señalar en su famoso ensayo “El entre-lugar
del discurso latinoamericano”, que “la mayor contribución de
América Latina a la cultura occidental proviene de la destruc-
ción de los conceptos de unidad y pureza”. Con ello disloca
la atención desde la aparente pasividad del margen hacia el
trabajo “que activa y destructivamente desvía la norma, un
movimiento que resignifica los elementos preestablecidos e
inmutables que los europeos exportaban al nuevo mundo”.
Se trata de rebasar creativa y políticamente los muros de la
supuesta identidad/inferioridad latinoamericana, y hacer de
la transgresión una de las formas de “nuestra” expresión,
una forma que niega la pasividad. Pero no se queda ahí, pues
una vez señalado este aporte (1971) y leída en otra clave la
idea de dependencia (1982), continúa removiendo el orden de
aquella pregunta que insiste en el lugar periférico, inferior, de
Brasil –y por extensión de América Latina–, y que vio/ve en
el exotismo la forma en que estos lugares han aportado a la
producción de la teoría. Así, en el lugar de Carmen Miranda
y su “tutti-fruti hat”, instala a Clara Nunes y su cascabel; y

103
ante el imperativo norteamericano de los años 70 de salir del
closet como política gay, propone en “El homosexual astuto”
la figura del malandro como posibilidad de transgresión, pues
esta encontraría eco en algunas prácticas populares brasile-
ñas. Vamos viendo que la de Silviano es una política de la
escritura.

IV

Pero al develar que lo importante no son las copias ni los ori-


ginales, sino sus diferencias, también mostró que la historia
de Europa nació de la supresión de sus propias diferencias
y de la de los demás; un proceso de violencia exportado por
el orbe en nombre de la civilización. Silviano comenzó a pro-
vincializar Europa mucho antes de que esta idea se impusiera
como práctica en el pensamiento postcolonial. Heredero hete-
rodoxo de Montaigne y Goethe, ha señalado que la literatura
no tiene por qué operar en el nivel del signo, y si lo hace, es
solo para deconstruir su pasajera estabilidad; develar así la
ficción de toda unidad o totalidad cultural, acentuando la ra-
dical diferencia de toda otredad y la otredad que implica toda
diferencia. Últimamente (2012) lo ha hecho mostrando nive-
les subyacentes como la “redefinición cosmopolita y pobre de
la cultura afro-brasileña”, condenada por siglos bajo la tiranía
del signo-nación. El largo trabajo de Silviano, preocupado de
develar las ilusiones, al luchar por un democrático por-venir,
ha dado lugar a una ensayística en los trópicos, desde donde,
como Prometeo, anuncia no el fuego sino el entre en el que se
reunirán los diferentes mundos, individuales y colectivos, en
una infinita y mutua diseminación…
Si bien su trabajo ensayístico es el lugar que le ha permiti-
do pensar y deshacer ficciones epistemológicas, este también
ha tenido cruces con su narrativa, tal como lo vemos en su
novela-ensayo Stella Manhattan. A través de este recurso escri-
tural, Silviano puede suplementar sus críticas a las formas de
pensamiento que sostienen una unidad cultural (sea en tér-
minos nacionales, de género, sexualidad o de raza), así como
reflexionar sobre las salidas epistemológicas que ve a partir

104
del énfasis en la diferencia; ambas maniobras tienen un eco en
los escenarios y personajes presentados en su novela. En ella
incorpora un ensayo denominado “comienzo: el narrador”,
donde recurre constantemente a epígrafes que dejan ver los
textos, detrás del texto. Esto es posible gracias a la adopción
de una escritura fragmentada, a la que suma unos personajes
de subjetividad múltiple. En este sentido, también trastocó la
estructura narrativa de los años 80, vehiculizada en “la de-
nuncia social populista”. Aquí es clave su ensayo “Vale cuan-
to pesa (la ficción modernista brasileña)”.
En “El homosexual astuto”, continúa escribiendo contra
–y criticando– la cultura gay metropolitana, la cual se ha in-
tentado imponer en América Latina como vía para situar una
subjetividad gay, de un lado, y desmontar la homofobia, de
otro. Más que abogar por la política del asumirse públicamen-
te como homosexual, Silviano opta por la creación de formas
imperceptibles de militancia, como lo devela cuando pre-
gunta: “¿Si la subversión a través del anonimato valiente de
las subjetividades en juego, no establece un mejor escenario
para el futuro diálogo entre heterosexuales y homosexuales,
que el enfrentamiento abierto por parte de un grupo que se
automarginaliza?” Como vemos, lejos de fabricar guetos o
comunidades aisladas, el trabajo de creación pasa también
por el diálogo y no por la “imitación” de patrones e institu-
ciones dominantes para legitimarse en la diferencia. A partir
de la figura del malandro plantea un punto de fuga hacia ese
nuevo horizonte para la invención de las homosexualidades
en América Latina, que no es volver al closet, pero tampoco
salir de él, como lo pretendió la política estadounidense de
liberación sexual de los 70. Es pensar y vivir desconsiderando
el closet y su normativización.

Por otra parte, la deconstrucción de los conceptos de unidad y


pureza también permite darle un vuelco al debate radicado en
esa falsa dicotomía que todavía tiende a separar el pensamiento
entre lo propio y lo ajeno, como si con ello se pudiera resolver

105
el problema de la subalternización de la intelectualidad no
metropolitana. La izquierda identitaria latinoamericana no
solo ha caído, sino que ha profundizado el juego maniqueo de
las polaridades, ahora encubiertas en nombre de la decolonia-
lidad. El mismo año que Silviano presentaba su apuesta por
la diferencia del discurso latinoamericano y, por extensión,
de todo discurso, Roberto Fernández Retamar vociferaba su
relectura del arielismo, y ponía en boca de Caliban el grito
metafísico de lo “nuestro”. Es cierto que Próspero impuso su
monolingüismo, pero la forma que adquiere su denuncia re-
instala la fuerza dominante, no la aminora. La posibilidad de
un pensamiento “latinoamericano” lleva implícitamente el re-
conocimiento de un pensamiento “europeo”, obliterando que
la posibilidad de un pensamiento tal se levanta sobre cientos
de contactos transculturales, violentos unos, calmos otros,
pero siempre a partir de un entre-lugar que hace imposible el
determinismo de un origen. Lo que fue Grecia, sabemos hoy,
lo fue gracias al influjo afro-asiático: Atenea, la salvadora de
Ulises, es la traducción de Neith, la diosa egipcia de la caza y
la sabiduría, pero también creadora de dioses.
Creer entonces en un pensamiento “propio” es insistir en
las nociones eurocéntricas que reinstalan una matriz colonia-
lista que no se cuestiona debidamente el lugar de las jerar-
quías. Paradójica defensa además, toda vez que se la enuncia
desde un discurso disciplinario como la historia o como la
literatura, narrativas maestras que, salvo excepciones, no se
han destacado por su apertura a la heterogeneidad. O cuando
se apela a la idea de nación, esa comunidad imaginada… por
europeos. La resistencia a dejar de lado el pensamiento de la
propiedad, señaló Eneida Leal Cunha a propósito del trabajo
de Silviano y su diferencia respecto de la mirada marxista
de un Roberto Schwarz, recae finalmente en divergencias
teóricas que se encuentran en la base de cada uno, en otras
palabras, en las formas de leer la dependencia. A pesar de
que revisa críticamente esta disputa, en uno de sus textos
más conocidos, “Nacional por Subtração”, Schwarz termina
afirmando el carácter postizo inevitable de la cultura brasile-

106
ña, carácter donde, como afirma Liv Sovik, “el vínculo con lo
‘Otro’, lo popular, pasa [exclusivamente] por lo económico,
por el modo de producción”, sin reconocerle ningún lugar, ni
siquiera recordando la violencia con que la diferencia fue dra-
máticamente subalternizada. De manera que concuerdo con
Eneida cuando afirma que “la incompatibilidad entre las dos
interpretaciones de la dependencia cultural expuestas, como
el contraste de los sistemas de pensamiento occidental que
las forman, está en el lugar en que se concibe la producción
de los valores y de los sentidos”. El marxismo que profesa
el autor de Um mestre na periferia do capitalismo le hace sobre
considerar el plano económico, y afirmar en consecuencia que
es la estructura socioeconómica del país la que inscribe a la
copia como característica central de su cultura. Ello implica
continuar con un juego unidireccional, casi en términos de
aculturación, o autoaculturación más bien, cuestión que no
solo resta toda agencia, sino que además borra o desconoce
el aporte “periférico” a las relaciones culturales más allá de la
propia nación y de los simulacros democráticos del mercado,
a la vez que asume la mirada elitista respecto de los sectores
populares, como demostrara no hace mucho Liv, al contras-
tar la mirada sobre el tropicalismo entre Schwarz y Silviano, a
partir de ensayos que lo refieren, negativamente el primero,
positivamente el segundo. Revisemos una cita tomada de otro
texto de Schwarz “Cultura y política en el Brasil (1967-69).
Algunos esquemas”, texto que Liv analizará con el fin de re-
saltar su desconsideración de la diferencia: “Sistematizando
un poco, lo que se repite en estas idas y venidas es la com-
binación, en momentos de crisis, de lo moderno y de lo anti-
guo [...] Superficialmente, esta combinación indica apenas la
coexistencia de manifestaciones ligadas a diferentes fases del
mismo sistema. (En nuestra exposición no interesa la famosa
variedad cultural del país, en la que, de hecho, se encuentran
presentes religiones africanas, tribus indígenas, trabajadores
ocasionalmente vendidos como esclavos, trabajo a medias o
subempleo, ni complejos industriales). Lo importante es el

107
carácter sistemático de esta coexistencia, y su sentido, que
puede variar” (énfasis agregado).
En su intento por explicar el predominio de una cultura de
izquierda durante los primeros años de la dictadura en Brasil,
Schwarz apela a la que será su estrategia de lectura predilecta:
recurrir, a veces sin señalarlo, a nociones de totalidad,
llámesele estructura o sistema. Ello implica obviamente la
desconsideración de sus diferencias internas (y externas),
como queda claro en esta cita, pues “no [le] interesa la famosa
variedad cultural del país”. Mientras para Schwarz el parén-
tesis es secundario, es justamente lo que él encierra aquello
que toma importancia vital en el trabajo de Silviano.
Desmerecerlo, por secundario, es mantener incólume la jer-
arquización instalada a sangre y fuego por los colonizadores
portugueses y criollos. La apuesta por la diferencia no de-
sconoce la fuerza de las marcas económicas, pero su potencia
radica en una lectura a contrapelo que intenta deconstruir las
ideas de superioridad y pureza, con tal de develar cuánto el-
las le deben a su otredad. Solo negándola es que las ideas de
“Nación” y “Europa” han podido mostrarse como autosufici-
entes, solo negándola es que han podido existir. Antes de ser
recordado como el año del descubrimiento de América, 1492
fue el año en que España y, por extensión, la Europa cristina,
se deshizo de árabes y judíos, fue el año en que comenzó su
proceso de centramiento unitario. Se podría señalar, recur-
riendo a otro texto del mismo Silviano, que el intento de anal-
izar un acontecimiento o incluso un texto en términos de
unidad (i.e., reconstitución totalitaria), incluso cuando se recon-
ocen sus diferencias y/o sus colaboraciones internas, nos en-
vía a una lectura cerrada, donde funciones, elementos o lug-
ares solo responden a la determinación de su orden. Siendo
así, la diferencia efectiva, operacional, no cuenta; es, por tanto,
tal como escribió Silviano en “Análise e interpretação”, la
necesidad de su reconocimiento la que lleva a suspender los
análisis unitarios y centrados –que gracias a la lingüística
dominaron buena parte de la crítica, literaria y cultural–, y a
buscar “los conceptos hasta entonces no pensados por el

108
estructuralismo”, con tal de salir “de los términos que ‘solicit-
aban’ (que abalaban la totalidad, etimológicamente) el edifi-
cio de la metafísica occidental”. Ahí es cuando aparecen no
solo la diferencia, sino también la transgresión y la contradic-
ción. Por supuesto que esta lectura no consiste, como tantas
veces se la ha intentado burdamente leer, en una simple apel-
ación a la diferencia per se, ni a una inversión de jerarquías,
que pretenda valorar ahora lo subalternizado, pues el merca-
do ha terminado hacien-
do de estas prácticas su Hace bastante tiempo, Nelly
mayor rentabilidad con- Richard alertó de los peligros
temporánea; es mostrar del boom de la diferencia, y de
la falacia de las di- la necesidad de sospechar de la
“centralidad de los márgenes”.
cotomías, develar la fic-
Al respecto, ver “Periferias
ción monolítica y
culturales y descentramiento de los
enrostrar el sesgo elitista
márgenes”. También en Masculino
de esta crítica cultural / Femenino (1989), se apuntaba
marxista (y de la crítica a que tal boom no obliteraba
de izquierda en gener- el acceso a los mecanismos de
al)–, que desconsidera a intervención y confrontación
la población que no par- discursiva e institucionales que
ticipa de los intercambi- permiten constituirse en sujetos
os logocéntricos y “no en objetos del discurso de
(“Análise e interpre- la otredad”. Ver también su libro
tação”). Silviano lo con- La estratificación de los márgenes
sigue al salir de la cultura (1989).
moderna en la que se
centran Schwarz y todo el pensamiento identitario, al releer la
diferencia desde la colonia en adelante, la misma a la que
Machado de Assis le niega su aporte a la “civilização brasilei-
ra”, al señalar que esta no le debe nada al “elemento indíge-
na”. Es más, esta crítica de Silviano le permite incluso sus-
pender la defensa moderna de un Habermas, al develar su
inherente eurocentrismo, cuestión que no le preocupa a sus
acólitos latinoamericanos, que lo citan cada vez que quieren
deshacerse de Foucault o Derrida, sin tener la necesidad de
leerlos rigurosamente. En su lectura de la vanguardia, el pen-

109
sador alemán tiende a reconocer la decadencia histórica con el
signo de “lo bárbaro, lo salvaje y primitivo”, uniéndose así a
todos los reduccionistas que no reconocen la “contribución
positiva de lo no europeo a la causa de Europa o al sentido de
la historia moderna” (“Oswald de Andrade”). Silviano insiste
que el desconocimiento de la diferencia que representan los
pueblos no europeos, termina valorizando una razón moder-
na etnocéntrica que, insistimos aquí, el pensamiento identi-
tario reinscribe localmente. Tal autocolonización acabará
cuando logremos articularnos no en función de una identidad
nacional, sino a través de una comunidad contingente que
reúna –más allá del color de piel, del país, del género, de la
etnia– a todos los que hemos sido subalternizados; parafrase-
ando a Ranajit Guha, cuando se articule la heterogeneidad
demográfica entre la población subalternizada y todos aquel-
los que se comportan como elites.

VI

Si hemos recogido el debate con Roberto Schwarz, es por-


que vemos que su postura es compartida por otros críticos
que ven con frivolidad el reconocimiento y el trabajo de la
alteridad, críticos que también reconocen la ingenuidad que
recorre la denuncia del trasplante cultural, pero que son cie-
gos a la filosofía de la diferencia, pues ven en ella o en su
lectura latinoamericana, solo una supuesta actualización, una
puesta a la moda que responde a su prestigio alcanzado en
las metrópolis y no, como debiera ser, la respuesta a una “ne-
cesidad interna”. Schwarz, escribiendo en 1986, se refiere al
carácter imitativo en la recepción de las teorías foráneas: “En
los veinte años que llevo dando clases de literatura he asistido
al tránsito de la crítica por el impresionismo, la historiografía
positivista, el new criticism americano, la estilística, el marxis-
mo, la fenomenología, el estructuralismo, el postestructuralis-
mo y ahora las teorías de la recepción”.
Resulta llamativo cuando vemos que este devenir de la
crítica no es exclusivo de los países periféricos, sino consus-
tancial a lo que Paul de Man calificó, en 1967, su crisis: “Para

110
ceñirnos por el momento a los síntomas puramente externos,
observamos que el aspecto crítico de la situación resulta
evidente, por ejemplo, en la rapidez con que sucesivamente
surgen tendencias conflictivas que condenan al abandono in-
mediato lo que poco antes podía parecer vanguardismo a ul-
tranza […] No es fácil estar al corriente con los nombres y las
tendencias que se suceden con una rapidez desconcertante”.
El escenario de la crítica, por tanto, es más complejo que de
lo que supone su comprensión periférica, pues lo que Schwarz
desconsidera no es solo que toda crítica efectiva se da como
crisis, sino también el hecho de que las reglas y convencio-
nes que la sostenían se han desplomado. No sabemos cuál
será hoy el parecer del crítico marxista, pero aquel juicio ha
prevalecido en gran parte de la crítica latinoamericana, que
ve con preocupación narcisista el hecho de que, como nos se-
ñaló John Beverley en una entrevista, “su lugar de privilegio
epistemológico o discursivo relativo está siendo desplazado
por la globalización y la articulación de una nueva hegemonía
norteamericana en las Américas”. Quizá ello es lo que le im-
pide comprender que la apuesta por la diferencia no consiste
en un ajuste metropolitano desde su margen, ni en una simple
inversión de términos, en un movimiento que le permita a
la cultura periférica pasar de subalterna a dominante. Tal co-
mentario lleva a pensar que la ironía esconde la ignorancia,
pero sabemos que su malestar se da con una filosofía que
tiene en su base al pensamiento nietzscheano, el que se ha
sobrepuesto sobre un marxismo que se mira reduccionista no
por sobrevalorar la cuestión de la determinación económica,
sino porque desconoce que la clase está atravesada histórica-
mente por la raza, la etnia y el género, cuyo reconocimiento
sí se da por una “necesidad” de democracia radical. Como
también desconoce que el vínculo entre lo económico y lo cul-
tural no acontece simplemente a través de un carácter postizo,
sino mediante un ejercicio de violencia colonial que traspasa
al Brasil republicano.
El economicismo de Schwarz no considera que la estructu-
ra social esté atravesada por un etnocentrismo jerarquizador

111
y que, por tanto, desplaza las categorías sobre las que se ha
edificado la historia latinoamericana. Plantear el asunto como
la lucha de la copia por sobreponerse al original es reducir los
términos de la discusión e intentar ridiculizar el trabajo que
Silviano y otros han desarrollado precisamente para develar
aquellas diferencias jerarquizadas, cuestión que se hace con
la clara conciencia de que tal crítica habita el mismo espacio
que quiere deconstruir. Por ello me gustaría insistir en que el
trabajo ensayístico de Silviano Santiago no desconoce la de-
pendencia económica ni cultural de Brasil y América Latina,
pero ha decidido suspender los términos conservadores del
debate, que se han centrado en cuánto le debe la periferia
al centro, en su repetición y semejanza, pues ello es contri-
buir a su dominación; la estrategia de lectura suplementaria
apunta precisamente a develar la fuerza coercitiva sobre la
que hay que trabajar, y a pesar de la cual se logra inaugurar
una diferencia irreductible que consigue inscribirse en el tra-
zo discursivo etnocéntrico, ya que la captura de la alteridad
(allá), como muestra el relato de los caníbales de Jean de Léry,
termina alterando el discurso occidental (acá) de su represen-
tación: “el otro vuelve al mismo”, escribió Michel de Certeau,
inquietando su devenir.

VII

Una estrategia de lectura así abre miradas sobre la coloniza-


ción, la dependencia y la cultura que visualizan un campo ac-
tivo que suspende la noción de imitación, a la vez que contesta
sus fuerzas coercitivas. En su reflexión sobre las teorías viajeras
(Traveling Theory), Edward Said señaló que se debe recurrir al
préstamo teórico si se busca “eludir las limitaciones de nues-
tro entorno intelectual inmediato”, y no otra cosa ha venido
haciendo Silviano desde los años setenta, gracias a la decons-
trucción y la arqueología, herramientas que hasta hoy le han
permitido un trabajo activo que devela los reduccionismos del
pensamiento moderno etnocéntrico. Así lo señala una de sus
ex alumnas de maestría, Evelina Hoisel, cuando comenzaron a
releer la historia cultural de Brasil: “del siglo XVI al siglo XX, la

112
literatura brasileña, o mejor, la cultura brasileña, fue revisitada,
rescrita en sus diversos periodos, en una perspectiva interdis-
ciplinar, donde el discurso de la literatura, de la historiografía,
de la sociología y de la etnología dialogaban dramáticamente,
develando a través de diversas marcas textuales, un proceso de
réplica y violencia cultural hasta entonces encubierto. Se asistía
en aquel momento [en las clases de 1975 y 1976], al inicio de
un proceso pedagógico cultural hoy diseminado en varias lí-
neas de investigación en los cursos de postgrado de Literatura
del país”. Evelina agrega que en aquellos cursos se enseñaba a
pensar la relación colonizador / colonizado desde el punto de
vista del colonizado, pues hacer lo contrario implicaba caer en
la ideología de las fuentes y las influencias. Con ello Silviano
no solo se adelantaba a los estudios postcoloniales, sino que
practicaba lo que en el lenguaje de hoy se llama discurso del
otro, pero sin dejar de lado, como Edward Said en sus inicios,
la agencia. Tal mirada permite incluso complejizar el viaje
teórico tal como lo describió el autor de Orientalismo, puesto
que su comprensión mantiene una idea lineal del desarrollo o
viaje intelectual. Para Said, una teoría sigue un derrotero que
parte desde un punto de origen, luego atraviesa una distancia,
espacial y temporal, para ser posteriormente recibida, con o sin
resistencia; por último, ya adaptada, la teoría viajera será trans-
formada en función de nuevos usos. Con este modelo, aparece
una alternativa a la idea simplista de original y copia, al acen-
tuar el trabajo transformador “local”, pero su linealidad man-
tiene prácticamente los términos del debate; como señaló uno
de sus principales críticos, James Clifford, que escribió un en-
sayo de respuesta, “Notes on Travel and Theory”, esas “etapas
se leen como una historia demasiado familiar de inmigración y
aculturación. Un camino tan lineal no puede hacer justicia a los
circuitos de realimentación, a las apropiaciones ambivalentes
y a las resistencias que caracterizan los viajes de teorías, y de
teóricos, entre lugares del ‘primer’ y ‘tercer’ mundo”.
En su introducción a la reedición inglesa de Contrapunteo
cubano del tabaco y el azúcar (1995), Fernando Coronil señalaba
que el viaje teórico es eminentemente transcultural, pero su

113
domesticación lineal se impone cuando se termina canonizan-
do autores. Para Coronil, al atributo imperial axiomatizador
se da mediante la instauración de cánones y no a partir de los
teóricos y sus teorías. En este sentido, más que de viajes de un
punto a otro, los ensayos de Silviano nos hablan de una dise-
minación del saber que no se queda quieto en ningún lugar,
que no se deja fijar. Su nomadismo reconoce una dinámica
constante de intercambio no solo entre países, sino entre seg-
mentos de un mismo país, un movimiento que apuesta por
impugnar las relaciones de poder (económicas, culturales, so-
ciales) que niegan la alteridad de múltiples formas. Ello pasa,
a su vez, por una toma de conciencia de las estrategias discur-
sivas empleadas para identificar incluso cuándo el lobo se vis-
te de cordero. Esto dice relación con el anquilosamiento de las
ideas colonizadoras y eurocéntricas tal como lo indicamos en
el caso de Habermas. En este sentido, ensanchar los espacios
de crítica no ha significado para este ensayista el abandono de
la estrategia deconstructivista a la que supuestamente habría
llegado para colocarse de mode, pues es ella misma la que le
ha permitido subrayar un sinfín de suplementos en todos los
registros que ha abordado hasta hoy.
El hecho de que Silviano haya retomado la senda abierta
por Montaigne como medio de lucha, nos habla de un in-
telectual comprometido con la democracia, dentro y fuera
de la academia. Su trabajo ensayístico constituye un aporte
a la teoría latinoamericana, un aporte que todavía no al-
canza el reconocimiento merecido fuera de Brasil, donde
actualmente se le considera como el crítico más relevante,
gracias a que su trabajo no ha perdido sino ganado fuerza
con los años. Este desconocimiento habla no solo de una
falta de diálogo en el espacio intelectual latinoamericano,
sino de un desinterés del mismo por Brasil, reinscribiendo
una geopolítica del saber que se dice criticar. Desde “El
entre-lugar del discurso latinoamericano”, escrito en plena
época del discurso dependentista, que ensalzaba lo local, la
ensayística de Silviano a mostrado una preocupación cons-
tante por pensar más allá de Brasil, por no someterse a una

114
geografía construida imperialmente. Es de esperar que las
nuevas generaciones latinoamericanas piensen más allá del
español. Para tal tarea, el ensayo bien puede ser la mejor
opción, dado que su forma permite mirar al mundo entero
como una tierra extranjera, mientras las fronteras quedan
para las cancillerías.
Santiago, mayo de 2012
Viña del Mar, febrero de 2014

[la primera versión de este texto corresponde a la presentación


de Una literatura en los trópicos. Ensayos de Silviano Santiago,
libro publicado por la editorial penquista Escaparate en 2012.
En 2009 Sergio Villalobos-Ruminott nos motivó a traducir a
Silviano, con quien nos encontramos ese mismo año en Río de
Janeiro y le propusimos una selección. El trabajo de traducción
avanzaba lentamente, hasta que apareció Julio Ramos.
Nos estábamos conociendo, así que hablando de intereses
comunes fue que llegamos al nombre de Silviano. Julio señaló
que hacía poco había estado con él en Nueva York y le había
comentado que una pareja de críticos lo estaban traduciendo
en Chile. Esa pareja éramos Mary Luz y yo. Julio insistió en que
era un trabajo valioso, por lo que valía la pena no demorarlo.
Tres meses después terminamos el manuscrito. Esta astucia
de la providencia, como diría Erich Auerbach, ha resultado
fundamental en mi trabajo. Julio y Silviano son los críticos que
más admiro y de los que más he aprendido. Ambos habitan
el borde de la academia sin pretender discípulos. Llamarles
“maestro”, como gustan no pocos colegas, sería prácticamente
una ofensa. Por eso me interesa contribuir a la circulación de
sus textos, en los que se percibe inmediatamente el don de la
crítica y de la hospitalidad. Dos años después de la publicación
de Una literatura en los trópicos, libro que retomando el título
de la primera compilación de ensayos de Silviano (publicada
en 1978), reúne un conjunto de textos que abarcan más de 30
años de trabajo, Jorge “Joca” Wolff nos preguntó si podíamos
modificar un poco la presentación para que formara parte de un
número que la revista Outra travessia dedicaría al ensayo breve
en América Latina. Con gusto aceptamos. Finalmente, nuestra

115
edición de Una literatura en los trópicos, revisada y aumentada,
fue republicada por La Cebra, gracias al interés de Cristóbal
Thayer, por lo que este texto volvió a ponerse en circulación
una vez más en 2018. Y hace solo unas semanas, este libro fue
reconocido con el Premio de ensayo Ezequiel Martínez Estrada,
otorgado por Casa de las Américas y será republicado en Cuba.]

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119
Contemporaneidad de Uma literatura nos trópicos
(o la diseminación de la infidelidad)

Minha preocupação detinha na


análise de um corpus escrito,
limitado a um único escritor. Em
outras palavras: interessava-me
saber como é que –pelo trato da
linguagem literária, da técnica
e da retórica romanescas, pela
idealização e construção dos
sucessivos narradores, dos
sucessivos personagens e dos
grandes temas– Machado ou
Gide crescia, amadurecia e
desabrochava, e isso a partir
de um começo tateante. Queria
provar que o amadurecimento da
imaginação criadora dum grande
romancista tem pouco a ver com
a observação meticulosa entre a
vida e a obra. Tem muito mais a ver
com a observação meticulosa de
lento aprimoramento consciente,
autocrítico, do próprio meio de
trabalho, a linguagem literária,
e com o constante remanejamento
dos temas, da técnica e da forma
romanescas.

Silviano Santiago

121
I

1. Primera imagen. Un lector distraído, pero no por ello falto de


imaginación y conocimiento, un lector joven (de unos 24 años),
despreocupado, recorre el índice de la segunda edición de Uma
literatura nos trópicos. Una expresión de asombro en su rostro de-
vela que cree estar ante una novedad. Desde la carta de Pêro Vaz
de Caminha a Caetano Veloso, Sérgio Sant’Anna y la estética
de la curtiçao, pasando por Machado de Assis, José América de
Almeida y Raul Pompéia, aquí no hay jerarquías. La literatura
deviene crítica, y la crítica ficción. Un libro en el que se escribe,
con la misma rigurosidad, sobre música popular, cartas colonia-
les, ficción y teoría; un libro en el que se celebra la forma en que
movimientos contraculturales rompen la falsa distinción entre
lo erudito y lo popular, a la vez que realiza un detallado análisis
del empleo de la retórica; un libro en el que la distinción “origi-
nal” y “copia” es deconstruida. Y quizá lo más extraño: a pesar
de su heterogéneo índice, en este libro la literatura no ha perdido
su relevancia a los ojos del crítico, adquiriendo así una posición
anómala: Uma literatura nos trópicos persiste en la potencia de la
ficción en un tiempo dominado por la llamada postautonomía,
a la que no le interesa mayormente si lo que se lee es o no lite-
ratura. Un libro completamente anacrónico. De ahí que nues-
tro lector distraído crea estar, y en ello concordamos, ante una
novedad. Y lo cierto es que lo está. Es más, nuestro lector tiene
la impresión de que Uma literatura nos trópicos es hoy más “ori-
ginal” que hace 40 años, razón por la cual no percibe –aunque lo
hará–, que tiene en sus manos un libro que cuenta con ensayos
escritos hace 50 años. Supongamos que este lector de Silviano
sea un estudiante de letras nacido en México. Mejor no supon-
gamos, démoslo por hecho, y además demos por hecho que se
trata de un contemporáneo nuestro. No ha comprado el libro, lo
ha robado de la precaria biblioteca de algún compañero de fa-
cultad que, tras un viaje a Brasil, también lo ha robado, pero de
una librería. Y lo ha robado nuestro lector porque ha escuchado
que ese mismo autor tiene un libro maravilloso sobre Artaud
en México, que asume como anterior a Uma literatura nos trópicos
(no recuerda el título, aunque yo puedo señalar que se trata de

122
Viagem ao México). Pero esta anacronía levanta una duda, for-
talecida por esa posición respecto de la noción de literatura, lo
que le hace recordar que al hojear rápidamente el “último” libro
de Silviano (Uma literatura nos trópicos) no encontró los nombres
de Edward Said y Raymond Williams, tan leídos en la facultad.
Tampoco etiquetas como Cultural Studies o Postcolonial Studies.
Repasa nuevamente el libro. Definitivamente no están. Así que
decide revisar la llamada página legal. Con cierto nerviosismo,
su dedo índice (de la mano derecha) voltea la primera hoja, lue-
go la segunda. Levanta la vista y lee: “Copyright © 1978, 2000,
by Silviano Santiago”. No da crédito. Revisa con más calma los
ensayos, y ve al cierre de cada uno sus años: 1971, 1969, 1970,
1968, 1973, 1972, 1972, 1973, 1973, 1975, 1976. Nuestro distraído
lector ahora se vuelve desconfiado y quiere revisar la primera
edición de Uma literatura nos trópicos. Demora unos días, pero
la encuentra en una biblioteca de la UNAM, de donde la roba
sin mayor dificultad. Ahora lo primero que revisa es la hoja le-
gal, en cuya parte superior lee: “© Editora Perspectiva, 1978”.
Inmediatamente recuerda una frase que adjudica con cierta
inseguridad a Walter Benjamin: “el pasado está cargado de no-
vedad”. Encontró en este libro una forma de leer que no se halla
ni en Raymond Williams ni en Edward Said, cuyo Orientalismo
se publicó el mismo año 78. Piensa que el autor de Uma literatura
nos trópicos no hace estudios culturales ni postcoloniales, sino
algo más interesante aún: piensa sin etiquetas y sin conceptos
neutralizadores, y en cambio decide como estrategia centrarse
en los problemas que encuentra en los propios textos. Desde
que la academia está dominada por la lógica empresarial,
puesto que no porque su universidad sea pública deja de ser
neoliberal, nuestro joven lector, que se está sin darse cuenta
transformando en un crítico, está contra las etiquetas y los con-
ceptos que se suceden como en una fábrica fordista. Y yo creo
lo mismo. Ya no hay espacios académicos en los que una pueda
pensar con tranquilidad. Menos escribir. Pero no dejamos de
intentarlo.

2. Decide entonces nuestro joven lector conseguir Viagem ao


México (leyó el título en la contratapa de la segunda edición

123
del libro que creyó posterior), pero antes leerá de un tirón la
primera edición de Uma literatura nos trópicos porque las marcas
de los anteriores lectores así se lo han aconsejado. No le gustan
los libros nuevos porque carecen de lecturas. Nuestro distraído
lector aprendió el sabor de los libros leyendo 84, Charing Cross
Road, de Helene Hanff, que escribió: “Me encantan esos libros
de segunda mano que se abren por aquella página que su ante-
rior propietario leía más a menudo”. Quiso la providencia que
Uma literatura nos trópicos se abriera en la página 134, página
en la que leyó, gracias a las huellas dejadas por pretéritos lec-
tores, lo siguiente: “Se uma coisa é certa com relação a esses
dois novos textos é que guardam o mesmo ‘estranhamento’ que
apresentavam os textos de Mário e de Oswald com relação à
literatura que então se praticava”. Que “el pasado está carga-
do de novedad” –piensa nuestro distraído lector– es algo en lo
que el autor del libro que devora parece coincidir, y continúa
leyendo: “Textos, portanto de vanguarda (sem que nisso entre
qualquer julgamento de valor), dentro do mesmo padrão que
ditava o espírito de 22”. Ya no tiene dudas: definitivamente el
pasado está cargado de novedad. Vuelve al índice y el espacio
en blanco que separa el quinto del sexto ensayo, le hace pen-
sar que “Os Abutres” y “Caetano Veloso enquanto superastro”
configuran un apartado en sí y es lo primero que lee. Además,
“Os Abutres” es el ensayo por el que el libro se abrió (página
134), lo que encuentra una feliz coincidencia. A pesar de creer
que conoce el portugués, es la primera vez que se encuentra
con la palabra “curtição”, pero la entiende inmediatamente.
Le sorprende leer sobre el desprecio que ya entonces se tenía
por la literatura, e incluso por la lectura, pero sonríe cuando lee
que desde Mallarmé el texto es objeto de intervenciones que,
como la curtição, buscan interrumpir los moldes y la “uniformi-
dade do libro ocidental clássico”. Una novedad, por tanto, que
no es tal o no lo es tanto. Así lo cree cuando se da cuenta que
Silviano Santiago cita a Scklovski y su idea de extrañamiento
para dar cuenta de lo que en la curtição se entiende por artificio.
La novedad, por tanto, no la encuentra nuestro joven lector en
Urubu-Rei, de Gramiro de Matos, ni en Me segura qu’eu vou dar

124
um troço, de Waly Sailormoon, que son las obras que Silviano
analiza, sino en la propia lectura de Silviano, que sin despreciar
la literatura, es capaz de leer con ojos desprejuiciados –como
señaló recientemente Eneida Leal Cunha y que yo me permito
citar porque coincide con lo que nuestro distraído lector está
pensando–, los “domínios dos mídia, da indústria cultural, da
mercadoria artística ou ‘de uma arte de intenso consumo’, em
especial nos domínios da juventude”. Así que los ensayos que
lee nuestro joven lector “expõem a retração de valores da mo-
dernidade estética, como a alta cotação da escritura, do literário,
do valor artístico universal”, “para apontar –às vezes com voz
empenhada, outras com delicada e solidária ironia– a ‘dessacra-
lização’ da alta cultura”. Pero esta desacralización no va acom-
pañada o no comparte el desprecio hacia la literatura practicado
por ciertos “especialistas” en estudios culturales o por críticos
que hacen de la subalternidad una posición contra literaria
(Ángel Rama, John Beverley, entre otros), porque el libro que
hoy homenajeamos lejos de México todavía nos entrega lecturas
que se distancian de lugares comunes y temas de moda, y es por
ello que Uma literatura nos trópicos continúa siendo un libro in-
tempestivo. Nuestro lector, de habernos conocido y sobre todo
de haber conversado sobre este libro, concordaría, creo, con esta
intempestividad, y recordaría un pequeño y bello ensayo sobre
lo contemporáneo que le hizo leer un joven profesor italiano
que enseña en la UNAM. No anotó el nombre del autor, pero
sí lo que dijo: “pertenece en verdad a su tiempo, es en verdad
contemporáneo, aquel que no coincide a la perfección con este
ni se adecúa a sus pretensiones, y entonces, en este sentido, es
inactual; pero, justamente por esto, a partir de ese alejamiento
y ese anacronismo, es capaz más que los otros de percibir y afe-
rrar su tiempo”. Este joven lector cree (y me ha convencido de
ello) que Uma literatura nos trópicos también pertenece a nuestro
tiempo en pleno siglo XXI, dado que su forma de leer aún no
se ajusta a las pretensiones de la crítica dominante. En él hay
una relectura de lo arcaico en el presente, de la tradición enten-
dida no como un catálogo estático de nombres, sino como un
vivaz reservorio del que siempre se puede extraer materiales

125
para interrumpir y dislocar la domesticación que nos adormece.
Entonces como hoy, los ensayos que conforman Uma literatura
nos trópicos nos ofrecen interpretaciones que siguen siendo in-
éditas, porque se resiste a ser una moda: su mayor anacronismo
y, por tanto, su mayor potencia, su radical contemporaneidad,
radica en la pasión que por la literatura se percibe a lo largo
de sus páginas, una pasión que hoy ya (casi) no se comparte,
ni siquiera por los profesores de literatura. Una mala compren-
sión (una ineficaz Misreading) de los Estudios Culturales, que
oblitera que Williams escribió magníficos libros sobre el teatro,
la poesía y la novela, a la vez que repara solo en la connivencia
entre la ficción y el imperialismo, pasa por alto la potencialidad
política de la ficción. Esta, como Pharmakon, también posibilita
modos de subjetivación a contrapelo de la ciudad letrada, como
ha demostrado Julio Ramos en Las paradojas de la letra, un autor
que nuestro lector encuentra muy cercano a Silviano.

3. Permítaseme recordar dos libro para explicar este punto: en


el ensayo que da título a la primera parte de Aos sábados, pela
manhã, “Elogio da literatura”, es Carlos Drummond quien
nos posibilita insistir en ello a partir de su infantil lectura de
Robinson Crusoe. El poeta quería viajar y comenzó a hacerlo me-
diante la lectura, y desde entonces “o mundo –e nele o Brasil– se
apresenta a Drummond como livresco, caso se tome a palavra
no sentido positivo que lhe dá Jorge Luis Borges. O mundo é
a materialização dele, que é oferecida ao leitor pelo arquivo
universal das tragédias e comédias humanas valorizadas desde
sempre pela literatura”. La ficción permite que el mundo pueda
ser reimaginado, performado, por lo que su crisis, es, también,
la crisis de la imaginación. La reducción de la ficción conlleva
el empobrecimiento simbólico del mundo, lo que redunda en
el agotamiento de las alternativas que se requieren para su
transformación. Este punto se refuerza si nos detenemos en A
vida como literatura: O amanuense Belmiro, dedicado a Cyro dos
Anjos. “Em aparente alheamento ao que se passa ao redor, e no
mundo, a escrita de Belmiro –ou seja, a realidade estruturada

126
simbolicamente na folha de papel– representa e elabora sensí-
vel, metódica e inconscientemente o drama humano, que não
tem solução, e jamais terá”. Se trata la de Belmiro de una vida
imaginaria, de una memoria imaginaria que intenta hacerse
cargo del mundo que le rodea, recreándolo. Se trata de una es-
critura, dice Silviano, que acontece como respuesta al “estatuto
da ficção em tempos de ‘comedores de carne crua’”, según la ex-
presión de Georges Duhamel. Este estatuto ha sido hoy puesto
en una falsa posición (Ludmer, Ladagga, García Canclini, etc.),
que oblitera “la verdad poética”, a favor de la “mera narrativa
que se impõe pelo documento que traduz a verdade humana”.
La valorización del “adelgazamiento de la ficción”, que impli-
ca el boom de la crónica, del documental, de la biografía, de la
novela histórica, de la presencia vicaria de una vida real, vuelve
anacrónica la defensa de la literatura, y la hace, por ello, radi-
calmente contemporánea. Silviano, comprende nuestro lector,
como el Silviano de O amanuense Belmiro, agrego yo, busca la
verdad poética en un mundo que rechaza la literatura, un mun-
do que prefiere la realidad supuestamente transparente que
defienden los comedores de carne cruda, que han perdido –y
no les interesa recuperar–, la facultad de imaginar. Su magis-
tral defensa en Uma literatura nos trópicos se da precisamente de
manera oblicua. No dice nada explícitamente a favor, es más,
puede ser un crítico severo de la literatura, como muestra “O
camino circular da ficção”. Su estrategia es más bien tangencial:
muestra su poder, sus efectos, las formas en que puede recrear
lo real, sin por ello menospreciar otros artificios como el perió-
dico, la MPB o la cultura de masas. Su defensa de la literatura
es, así, antielitista y, como tal, anómala. Cuenta con “atitudes
varias” “do texto artístico”, pluralizando así las lecturas y los
objetos, sin necesidad de clasificarlos y ordenarlos, actividades
propias del crítico que cree aún en la “segurança no julgamen-
to”. Y si esta posición anómala ya lo era entonces, lo es aún más
hoy. Nuestro joven lector encontró a un ensayista que escribe
sobre aquellos que buscan matar la realidad. Tendrá que espe-
rar a leer sus novelas para darse cuenta que, como ficcionalista,
también busca recrearla.

127
II

4. Segunda imagen. Un lector agudo, diría que un crítico lite-


rario, lee Uma literatura nos trópicos poco después de su publi-
cación. Digamos que en Buenos Aires, Argentina. Fotocopiado.
Mira el índice con suspicacia y sonríe. “Eça, autor de Madame
Bovary” le hace pensar que está no ante una parodia, sino ante
una aventura. Solo alguien que tenga una reflexión singular
sobre la literatura, sobre las posibilidades de la ficción, podría
aventurarse a escribir un título como este. Voltea la página y
se encuentra ahora con una “Nota prévia” que bien podría
considerarse un pequeño manifiesto. Lee con calma una lengua
cercana, pero extranjera al fin y al cabo:
Estes ensaios foram escritos num espaço de tempo que
recobre atitudes várias do mesmo intérprete do texto
artístico. Trazem em comum –além da óbvia obsessão
temática– o desejo de colocar com precisão certos pro-
blemas levantados pelo texto e de resolvê-los com pre-
caução metodológica e perspectiva histórica.
O intérprete perdeu a segurança no julgamento, se-
gurança que era o apanágio de gerações anteriores. Sabe
ele que seu trabalho –dentro das circunstâncias atuais,
quando não se pode mais desvincular o julgamento de
qualidade da opção ideológica feita pelo leitor– é o de
saber colocar as ideias no devido lugar. E estando elas
no lugar deve saber discuti-las, abrindo o leque de suas
possibilidades para o leitor. [...]

No son pocas las declaraciones que encierra esta pequeña nota:


“ensaios”, “atitudes varias”, “texto”, “ideología” e “intérprete”
son nociones, o más bien formas de asumir el trabajo de lectu-
ra, que nuestro agudo lector comparte, pero sabe que aún no
son aceptadas completamente por las “gerações anteriores”, ni
por las de su época, acostumbradas a una noción de literatura
canonizada por una academia que se siente más cómoda cre-
yendo en la seguridad de sus juicios. Piensa que Uma literatura
nos trópicos responde –en parte– a lo que Machado llamó “crítica
del futuro”, porque su crítica no se sustrae al análisis pormeno-

128
rizado de las obras que toma en consideración. Como Silviano,
él también pretende colocar “com precisão certos problemas
levantados pelo texto e de resolvê-los com precaução metodoló-
gica e perspectiva histórica”. Algo, por cierto, que hoy, en 2018,
y esto lo afirmo “yo” y no nuestro lector, es cada vez más raro
en el ejercicio de la crítica. ¿Quién puede nombrar un libro o
un ensayo en el que hoy se analice la retórica o la técnica escri-
tural? Nuestro critico no lo sabe, pero lo intuye: la forma y el
recurso a tropos literarios serán desplazados por el privilegio
de la referencialidad y la transparencia intermedial (que no es
otra cosa que un retorno de la presencia metafísica) puestas en
juego por lo que se ha dado en llamar prácticas estéticas, que no
buscan lectores sino espectadores de una cotidianeidad que ha
dejado de experimentarse en función de su documentalización.
La crítica del presente que se encarga de dichas prácticas, puede
advertir una sin mayor dificultad, privilegia una escritura que
aspira al arte “contemporáneo”, a la improvisación, a la con-
dición instantánea y mutante, es decir, una “literatura” que se
vuelve espectáculo de la realidad (Laddaga). Pero este movi-
miento de la letra al performance, a la instalación, no hace más
que responder al dictum del capital en su versión neoliberal, que
rentabiliza con mayor facilidad el desierto ilimitado de lo real:
la carne cruda. De haber conocido el trabajo de Fredric Jameson
(aunque no sé si no lo leyó, pero no le conozco ningún trabajo
al respecto), nuestro crítico habría señalado que este desplaza-
miento entra en connivencia con la lógica cultural del capitalis-
mo avanzado, acontecimiento que conlleva la saturación de la
cultura –expandida por el capital– mediante la visualidad en
sus diversas formas (publicidad, medios, virtualidad, etc.). Bajo
este escenario, la experiencia estética se vuelve indiferenciable
e inespecífica, motivo por el cual críticos como Hal Foster y
Rosalind Krauss insisten, cada uno a su manera, en la necesidad
de recurrir a esa ficciones llamadas “autonomía” y “especifici-
dad” (diferencial). Lejos de la ontología, su reinscripción intenta
marcar una diferencia ante la indiferenciación propugnada por
el capital y sus ficciones especulativas, una estrategia con la que
nuestro crítico lector habría estado de acuerdo.

129
5. Nuestro crítico lector, por cierto, logró intuir, pero no imagi-
nar completamente lo que ocurrirá con la literatura y la crítica 30
o 40 años más tarde, en pleno siglo XXI. Pero su valorización del
modo en que Silviano comprende, por ejemplo, las “estructuras
diferentes” de la obra de Machado y la “consciência pensante
do narrador Dom Casmurro”; las “contradições [de O Ateneu,
de Raul Pompéia], procurando a sua gênese, mostrando seu
jogo interno; o la “técnica narrativa” que pone en movimiento
un José Américo de Almeida, y que Silviano analiza particular-
mente en A Bagaceira, le indican a una que él cree estar ante un
libro en el que los mecanismos de la ficción ocupan un lugar clave,
por lo que encuentra que la escritura de Silviano se distancia de
la crítica convencional, domesticada, a nuestro juicio, por las y
los merenderos de carne cruda. Este énfasis que nuestro lector
encuentra en las técnicas literarias le lleva a recordar que en su
etimología, ficción, que viene de fingère, quiere decir modelar en
la arcilla, figurar una cosa, lo que dará paso a dar forma a una
materia plástica, y, agregamos mi segundo lector y yo, también
a plasmar y configurar… con el lenguaje, razón por la cual es
relevante destacar que en Machado, novela que –creo– nuestro
lector no conocerá, pero yo sí, se indica que los personajes fic-
cionales son figuras de papel. Nuestro lector no lo sabe, y qui-
zás nunca lo sabrá (no porque haya fallecido, aunque no se si
aún vive), pero a mi me parece igual de interesante el análisis
propuesto en ese pequeño y maravilloso ensayo titulado A vida
como literatura: O amanuense Belmiro. Nuestro lector cree, y yo
con él, sobre todo luego de haber tenido la suerte de leer la ficti-
cia “vida” de aquel escribiente escrita por Cyro dos Anjos, cree
nuestro lector, digo, que una “obsessão temática” de Uma lite-
ratura nos trópicos –porque hay más de una– se encuentra en la
construcción de personajes, en la capacidad que tienen algunos
escritores de inventar vidas a partir de otras vidas, reales o ima-
ginarias. Nuestro lector, una vez más, no lo sabe, pero puedo se-
ñalar que de haberlo sabido, estaría de acuerdo conmigo en que
esta “obsessão temática” es compartida por uno de los dobles
de Silviano: el ficcionalista. Pero de este, por ahora, no habla-

130
remos. Tan solo recurriremos a un pequeño fragmento escrito
en ese miniensayo titulado “A sociedade secreta dos biógrafos”,
en cuyo cierre, leemos: “Trinta anos atrás, a publicar o romance
Em liberdade, assinei ficha de inscrição na sociedade secreta a
que Borges se refere”: la sociedad que los devotos de Marcel
Schwob constituyen en todas partes del mundo. Esta capacidad
de plasmar o modelar figuras de papel contrasta radicalmente
con el actual boom de la autoficción y la crónica y la necesidad
de algunos escritores –como afirma un Fernando Vallejo– de
“escribir en nombre propio porque no me puedo meter en las
mentes ajenas, al no haberse inventado todavía el lector de pen-
samientos”. Pero, se preguntaría nuestro lector de haber leído a
Vallejo (aunque no puedo asegurar que no lo haya hecho), ¿qué
necesidad se tiene para esperar un invento como ese? Además,
un dispositivo que lea los pensamiento de una no cambiará el
mundo, lo volverá una prisión. Los Big Data y los algoritmos,
dispositivos que quizá nuestro lector no conocerá, están desa-
rrollando la capacidad de “leer” nuestros pensamientos, y son
un buen ejemplo del panóptico que se está construyendo gracias
al adelgazamiento de la ficción. Organizan Facebook, Instagram
o Academia.edu, Amazon y cualquier página con la que interac-
tuemos. Los buscadores de internet, por ejemplo, que terminan
las palabras o frases de sus “usuarios” determinan la entrega
de nuestra capacidad de pensar a un aparato diseñado para
ganar dinero (una de las formas de la ficción). Así, la capacidad
de imaginación se reduce y se entrega a soportes externos que
ordenan nuestra vida, dictándonos cada vez más qué pensar,
cómo vivir, qué comprar, qué leer. La literatura hace lo contra-
rio y eso lo sabía muy bien nuestro lector, que solía recordar una
frase de João Guimarães Rosa: “Somente renovando a língua é
que se pode renovar o mundo”, y en ello una no puede si no
concordar.

6. Contamos con un segundo motivo por el cual a nuestro crítico


lector el segundo párrafo de la nota previa de Silviano le llamó
la atención tanto como el anterior: encontró en él una proclama:

131
“saber colocar as ideias no devido lugar”. Esta afirmación, sin
embargo, pareciera contrastar con lo que en el índice aparece
como “entre-lugar”. Y se pregunta en voz alta, como esperando
que el sonido de las palabras potencie su imaginación: ¿Cuál es
entonces el debido lugar? Una vez leído el ensayo que le aclara
lo que con este desplazamiento se intenta, percibirá que colocar
las ideas en su debido lugar implica –como ha señalado Silviano
en una entrevista que nuestro lector no pudo (creo) conocer,
pero que vale la pena que “yo” la recuerde aquí–, en primer
lugar, sustraerse tanto del lugar nacional, como del lugar euro-
peo, desactivando –y esto sí lo afirmó mi lector– tanto el identi-
tarismo arielista (Rodó) y otras defensas nacionalistas similares,
como el eurocentrismo. Este movimiento es lo que le permitió
sustraerse de la clásica distinción copia/original, dislocando la
metafísica operativa en la idea de “lugar”: América no puede
aprisionarse en lo propio, porque hacerlo conllevaría reprodu-
cir un modo de pensar y vivir la descolonización a partir de un
modo eurocéntrico y nominalista. Pero esta imposibilidad de
clausura, se dice nuestro lector, nuevamente en voz alta, como
para que le escuchemos bien, devela, a su vez, que Europa
tampoco puede seguir considerándose como centro y origen
(identidad, unidad, mismidad), porque lo que es, lo es gracias
a su relación con aquello que le es exterior. Lo confirmó al leer
lo que quizá será el fragmento más citado de la obra ensayística
de Silviano, aquel en el que se refiere a la mayor contribución
de América Latina: “la destrucción de los conceptos de unidad
y pureza”. Pero lo que nuestro lector encontró acá le resultó más
o menos familiar, y hasta una se sorprende por ello. Concordó
plenamente con Silviano. Sabía que se trataba de una apuesta
de lectura que cobraría fuerza en las décadas que vendrían, por-
que el provincianismo latinoamericano que busca en el cierre de
su identidad una alternativa o una defensa contra el eurocen-
trismo, no es fácil de desactivar, ni bastan unos pocos años para
su deconstrucción. Cuando leyó el siguiente fragmento, no tuvo
dudas: había encontrado a un compañero de ruta:
Paremos por um instante e analisemos de perto um con-
to de Jorge Luis Borges, cujo titulo e já revelador das

132
nossas intenções: “Pierre Menard, autor del Quijote”.
Pierre Menard, romancista e poeta simbolista, mas
também leitor infatigável, devorador de livros, será a
metáfora ideal para bem precisar a situação e o papel do
escritor latino-americano, vivendo entre a assimilação
do modelo original, isto e, entre o amor e o respeito pelo
já-escrito, e a necessidade de produzir um novo texto
que afronte o primeiro e muitas vezes o negue.

7. Al leer esto, nuestro agudo lector recordó inmediatamente a


Emilio Renzi, que leyó en una clave muy cercana, y por la misma
época, a Borges y citaba, para realizar el mismo gesto el mismo
texto: “Pierre Menard, autor del Quijote”. Porque Ricardo Piglia,
casi de manera paralela, también buscó distanciarse de la distin-
ción entre lo “propio” y lo “ajeno”, al ver en la figura de Borges
al mejor escritor del siglo XIX. Sí, del XIX, recordó nuestro lector
que decía Renzi al dictado de Piglia, y es el mejor porque “exas-
pera y lleva al límite, clausura por medio de la parodia [aunque
Silviano lo hace mediante el pastiche] la línea de la erudición
cosmopolita y fraudulenta que define y domina gran parte de
la literatura argentina del XIX”. Y agrega una, escribiendo en
el siglo XXI, que no solo del XIX ni de Argentina, sino también
del siglo XX y de América Latina en su conjunto. Y es fraudu-
lenta, como reafirmaba nuestro lector, y yo también, no porque
esté “fuera de lugar”, sino porque se trata de ideas mal citadas,
desviadas, falsas, como el epígrafe con el que Sarmiento inicia
su Facundo, lo cual desautoriza las nociones de centro, sean es-
tas las de “autor”, “Europa”, “origen”, o “modelo”, nociones
sobre las que descansa la metafísica idea de lugar. Ahora bien,
nuestro lector creía que Renzi también creía que tal intento de
desalojar la metafísica se daba cuando Borges clausuraba, a la
vez, “la línea antagónica al europeísmo”, esa que se podría lla-
mar “línea nacional populista” y que hoy se puede reconocer
bajo la idea de “decolonialidad” y otras quimeras: “De modo
que, dice Renzi, los dos primeros cuentos escritos por Borges,
tan distintos a primera vista: ‘Hombre de la esquina rosada’ y
‘Pierre Menard, autor del Quijote’ son el modo que tiene Borges
de conectarse, de mantenerse ligado y de cerrar esa doble tradi-

133
ción que divide a la literatura argentina del siglo XIX […] No es
casual entonces que el mejor texto de Borges sea para Borges ‘El
sur’, cuento donde esas dos líneas se cruzan, se integran”.

8. “El sur”, he ahí el entre-lugar de Borges, pensó nuestro agudo


crítico, que le pareció más que interesante que a Piglia le pa-
reciera Borges un escritor del siglo XIX, y que lo haya sido no
porque respondiera a lo que en él sucedía, sino, por el contrario,
porque se distancia de aquello que sí sucedió: la falsa distinción
entre “centro” y “periferia” en lo que atañe a la problemática de
las ideas, contestando, de paso, la linealidad del pensamiento
metafísico. Lo que la ficción de Piglia y el ensayo de Silviano
están relevando entonces, a partir de la figura de Borges, es el
lugar no de las ideas, sino de la lectura, lo que por supuesto en
ningún caso quiere decir que la “realidad” (o que la historia)
sea, por tal motivo, un texto, o solo un texto. La lectura inscribe
una posición y es esta posición la que, a su vez, releva la ma-
terialidad de la historia y sus efectos, dislocando todo intento
de fijación. El acento en las ideas pasa por alto los medios de
producción, reproducción y circulación que el pensamiento
necesita para desplazarse y que la lectura de Silviano reinstala
insistiendo en otro modo de leer. La materialidad de lo real,
sentencia nuestro crítico lector, es el soporte de la ficción, un
soporte que esta debe transgredir para, por un lado, abrir “el
abanico de sus posibilidades al lector” y, por otro, “desfacer
agravios y enderezar entuertos”.

III

9. Imaginemos ahora no un lector sino una tercera lectora, que


ha sido quién ha ficcionalizado a los dos lectores anteriores.
Más o menos joven, nacida en Chile un año después de que
se publicara Uma literatura nos trópicos, pero consciente de que
la nacionalidad es una ficción legal. La han invitado a escribir
sobre los 40 años de este libro, invitación que la intimida, pero
que no puede rechazar por la relevancia que ha tenido Silviano

134
Santiago en su trabajo. Luego se entera que compartirá mesa
con Eneida María de Souza. Ahora está intimidada. Esta lec-
tora es conocedora de la obra de Silviano, incluso lo ha tradu-
cido. También conoce o intenta más bien conocer lo que sobre
Silviano se ha escrito, pero ello no le devuelve la seguridad. Al
contrario. Se dice en voz alta, como esperando que el sonido de
las palabras potencie su imaginación: ¿qué decir, qué escribir en
una ocasión como esta? Como leyó la segunda edición, que está
repleta, llena, de sus propias marcas, comienza por releer Uma
literatura nos trópicos en su primera edición (que compró en un
sebo de São Paulo). No quiere que sus anteriores lecturas dirijan
sus ojos hacia aquello que, hace unos años, consideró relevante
subrayar o comentar sobre lo que otros ya habían subrayado o
comentado. Sabe que ya no es la misma y no confía siempre en
la que entonces era, en la que entonces leyó lo que hoy vuelve
a (re)leer. Esta segunda lectura de la primera edición le permite
a nuestra lectora, modestamente, creer que ha encontrado una
“óbvia obsessão temática” en la que no había reparado en sus
anteriores lecturas. Pero una vez encontrado el motivo, se dice
en voz alta, como esperando a que el sonido de las palabras po-
tencie su imaginación: ¿cómo escribir sobre esta no tan obvia
obsessão en (la obra de) Silviano? Se lo pregunta porque para
ella no basta con reunir en el escritorio de trabajo sus libros y
releerlos con el fin de encontrar un tema “interesante”; también
hay que pensar, cree, en “estructuras diferentes” para el ensa-
yo, esto es, pasar del ensayo como forma (Adorno), a la forma
como ensayo. Nuestra lectora ha determinado que cuenta con
dos momentos privilegiados en los que puede imaginar otras
formas para la (su) escritura. El primero es diurno y se activa
cuando tranquilamente camina de la universidad donde trabaja
a su casa. El segundo es nocturno y se da horriblemente cuando
tiene insomnio. Fue en este segundo momento, en el que para
“matar la noche”, nuestra tercera lectora intenta soñar despierta
la forma que le dará a su presentación, e imagina tres posiciones
de lectura, constituidas por tres lectores que revisan atentamen-
te Uma literatura nos trópicos. El primer lector, joven y distraído,
será atrapado por los textos de la “contracultura” analizados

135
con antelación a la emergencia de los estudios culturales en
América Latina, con el fin de resaltar la forma en que Silviano
lee objetos no literarios. El segundo, mayor y riguroso, un lector
de oficio, se encargará de la lectura que permite la emergencia
del entre-lugar, y su afinidad con la interpretación que Piglia
realiza de Borges, en quien ambos encuentran una ficción que
pretende contribuir a la clausura de la metafísica. El tercer y últi-
mo lector, a quien le adjudicará este texto que ustedes escuchan
y leen, debiera escribir sobre una “óbvia obsessão temática” que
cree encontrar “entre” la ficción y la ensayística de Silviano. Él, a
quien llamará raúl, es quien propondrá el título de esta presen-
tación: “La diseminación de la infidelidad”.

10. No está demás señalar que cuando este imaginario último


lector, creado por nuestra tercera lectora, intentaba encontrar
una temática sobre la cual escribir, se encontraba bajo el efecto
de una más o menos reciente lectura de Machado, lectura que
siempre tuvo como marco la imagen de la tapa: un rinoceronte
con un gran cuerno. Se trata de una imagen que remite inmedia-
tamente a la infidelidad y los celos, una “óbvia obsessão temáti-
ca” de Machado y también de Silviano, desarrollada magistral-
mente en el capítulo titulado “A ressurreição dos mortos”, pero
que, como intentará mostrar nuestra lectora a través de su lector,
también se puede encontrar en sus primeros textos. Se podría
decir que este capítulo de Machado constituye algo así como
una reescritura o desarrollo de dos ensayos bastante anteriores:
“Jano, Janeiro” (1966/1967) y “Retórica da verossimilhança”
(1969). Así que cuando nuestro último lector, imaginado, no lo
olvidemos, por nuestra tercera lectora, comenzó, como todos los
lectores aquí convocados, a releer Uma literatura nos trópicos no
pudo pasar por alto que además de Machado, también Flaubert,
Queirós y Almeida (e incluso Ernestinho, creador de Honra y
paixão), autores analizados “com precaução metodológica y
perspectiva histórica” en Uma literatura nos trópicos, escribieron
ficciones sobre infidelidades y celos. Un lector no imaginado en
este texto podría haber encontrado simpática la coincidencia,

136
pero no una, ni nuestra tercera lectora, que le hace ver a su lec-
tor (raúl) el lugar que en la ficción se le adjudica a las mujeres.
Porque es ella la que recuerda el nombre de André Gide, que ha
hecho de las infidelidades, las envidias y los celos (entre amigos,
entre matrimonios, entre hermanos) la más importante y “óbvia
obsessão temática” de Los monederos falsos (Les Faux-monnayeurs),
razón por la cual nuestra lectora y su lector creen (y yo también),
por fin, haber hallado algo que decir en el homenaje a los 40
años de Uma literatura nos trópicos, porque este libro opera como
bisagra; Uma literatura nos trópicos no solo nos permite conocer
el sendero que abrió Silviano para el porvenir de la crítica en
América Latina, también nos permite deshacerlo –como diría
Machado en una frase que recuerda Silviano en su presentación
a la reedición de Jano, Janeiro– para “catar… algumas raízes dos
meus [los] arbustos de hoje”. Nuestra lectora sabe que su lector
sabe perfectamente que Silviano escribió su tesis doctoral sobre
la génesis de Les Faux-monnayeurs en 1968, ¡hace exactamente 50
años!, razón por la cual nuestra tercera lectora cree que su lector
quiere proponer que hoy no solo se rinda un homenaje a Uma
literatura nos trópicos, sino también a la tesis sobre la génesis de
Les Faux-monnayeurs, porque como veremos, parece haber sido
alrededor de este trabajo (casi) invisible que comienza a desple-
garse el trabajo visible que hoy homenajeamos.

11. Creo que la mayoría de las y los lectores aquí convocados


conocen un pequeño fragmento de la tesis sobre la génesis de
Les Faux-monnayeurs publicado como anexo en A vida como lite-
ratura. O amanuense Belmiro. En un todavía más pequeño frag-
mento que opera como presentación, Silviano escribió que en
aquel juvenil trabajo –aunque no por ello, cree nuestro último
lector, puede considerárselo “inmaduro”–, en ese trabajo, digo,
pueden encontrarse los “grãos de areia que estão detrás” de la
novela Em liberdade, pero, como cree el lector imaginado por
nuestra lectora, esos granos de arena también se descubren en
el conjunto de su trabajo como ficcionalista y como crítico. La
invocación de “Eça, autor de Madame Bovary” podría afirmar

137
esta hipótesis. En este mismo pequeño fragmento, lectoras y
lectores de cualquier procedencia, real o imaginaria, pueden
ver la manera en que Silviano muestra la forma en que Gide
“desrespeita a ordem dada ao leitor pela palavra fim, inscrita
por Stendhal ao final de Armance”. Imagino que no dudarán si
raúl (y nuestra lectora antes que él) señala como sinónimo de
desrespeito, infidelidad. Gide vendría a completar la obra de
Stendhal, “acrescentando-lhe um fim imaginário. Um outro e
diferente”, es decir, infiel. Vamos viendo que hay una “óbvia
obsessão temática” más allá de Uma literatura nos trópicos. Y todo
parece indicar que Silviano ha conformado una sociedad secre-
ta que se encontraría al interior de la sociedad secreta constituida
por los devotos de Marcel Schwob. No le interesa la construc-
ción de personajes en general, sino principalmente de aquellos
que resultan, como Machado/Machado, celosos e infieles. Y po-
demos seguir sumando: en su último ensayo, Genealogia da fero-
cidade, que conocen todos nuestros lectores y también nuestra
lectora, se puede encontrar un elogio de la infidelidad, aunque
limitada al ámbito de la traducción, lo que no le resta fuerza a
la hipótesis que nuestra lectora y su lector están desarrollando,
sino que permite ver cómo esta obsessão se ha diseminado en
la obra de Silviano. Así que nuestro lector, guiado por nuestra
lectora, cree haber encontrado una temática sobre la que escribir
para el homenaje dedicado a los 40 años de Uma literatura nos
trópicos, que se va convirtiendo lentamente en un homenaje a la
tesis doctoral sobre la génesis de Les Faux-monnayeurs.

12. ¿Pero cómo establecer la relación entre la infidelidad al texto y


la infidelidad al esposo? se preguntan en voz alta nuestra lectora
y su lector (y yo con ellos), como esperando a que el sonido de las
palabras potencie la imaginación de ambos y también la de una,
que he terminado seducida por la forma en que leen. Así que releí-
mos todas y todos juntos “Eça, autor de Madame Bovary”, puesto
que parece ser que es en este ensayo donde Silviano comienza
a desarrollar la forma-prisión como posibilidad teórico-literaria o
como ficción teórica, que disloca la forma-prisión del matrimonio

138
y la forma-prisión de un texto considerado “original”. Lo que se
pretende en ambos casos es la transgresión explícita a un modelo
que opera como prisión, para completarlo “acrescentando-lhe um
fim imaginário. Um outro e diferente”. En el ámbito de la ficción,
una vez que el “modelo” ha sido reescrito, “original” y “copia” se
suplementan hasta constituir parte de un mismo, aunque diferen-
te tejido. Para Silviano, Pierre Menard es quien instala “la prisión
como forma de conducta”, lo que lo emparenta con André Gide y
su reescritura del fin de Armance. “¡Con André Gide!” reparan (en
voz alta) nuestra lectora y su lector (y yo me hago eco), recordan-
do en el momento en que la frase “lo emparenta con André Gide
y su reescritura del fin de Armance” se estampa sobre la página
virtual (la pantalla del computador), un fragmento de Les Faux-
monnayeurs tomado del segundo capítulo, dedicado a la familia
Profitendieu, familia que cuenta con una infidelidad descubierta
por “su fruto” (Bernard) y que da inicio a la novela. Al saberse hijo
no “original”, Bernard se fuga de casa, dejando una carta explica-
tiva al “padre”, Albéric Profitendieu, quien luego deberá explicar-
le lo sucedido a su esposa. En el diálogo que se establece entre el
matrimonio, Albéric intenta reconducir a Marguerite hacia la “ex-
piación”, pues “sabe muy bien que [ella] nunca se arrepintió sino
a medias de lo que él siempre quiso considerar un fallo pasajero”.
Sin embargo como “los pensamientos de ambos toman direccio-
nes divergentes”, ninguno puede hablar con claridad sobre lo que
sienten, pero el narrador sí y nos cuenta lo que piensan, por lo que
vale la pena leer lo que ronda la mente de Marguerite: “Comment
lui eût-elle dit qu’elle se sentait emprisonnée dans cette vertu qu’il
exigeait d’elle; qu’elle étouff ait; que ce n’était pas tant sa faute
qu’elle regrettait à présent, que de s’en être repentie” (“¿Cómo iba
a decirle que se sentía presa [emprisonnée] en aquella virtud que
él le exigía, que se asfixiaba, que lo que lamentaba ahora no era
tanto su culpa cuanto haberse arrepentido de ella?”. Marguerite
no se arrepiente de la infidelidad, porque, como señala Silviano
en su ensayo sobre la retórica en Machado, “a mulher se liberta da
sua condição de escrava agarrando-se ao sentimento (amor) que
lhe parece superior à razão (casamento), arriscando-se com isso
ao deslize. Se o homem se sente bem escolhendo a razão, que con-

139
trola a sentimento, já a mulher” adquiere su condición de sujeto
(y no de objeto) “quando se entrega ao sentimento que simboliza
a sua busca de liberdade”, es decir, cuando decide transgredir la
prisión que constituye y fija la forma de sus relaciones, ponien-
do al descubierto la hipócrita moral burguesa que la aprisiona.
Como leemos en “Retórica da verossimilhança”, “o conceito de
casamento restringe a expansão livre do sentimento, pois o amor
é um sentimento enjaulado [emprisonnée] pela cerimônia cristã
(o casamento)”. Nuestro último lector, impulsado por la lectora
que le ha dado vida, subraya enjaulado, porque equivale a una
cárcel que restringe la libertad, una libertad que se puede recu-
perar recurriendo a la infidelidad. Y esta, como muestra la obra
de Machado, no necesita realizarse para activar un fin imaginario
y diferente, basta que sea verosímil: “A dissimulação feminina se
confunde com a dúvida masculina, seu original; ela é cópia da dis-
simulação-maquinada-para-ela pelo ciumento. A cópia feminina
acaba por ser, do ponto de vista da retórica do romance macha-
diano, tão verosímil quanto o original masculino”. Con que sea
probable, es suficiente para que las posiciones de original y copia
enloquezcan, se confundan y contaminen, permitiendo la trans-
gresión de la prisión, “que se cria”, como leemos todas las lectoras
y todos los lectores reales e imaginarios del ensayo dedicado a
Eça, “a partir de um novo uso do modelo pedido de empréstimo
à cultura dominante”. Silviano, cree nuestra lectora que cree su
lector, raúl, radicaliza esta forma de leer –comenzada en los años
60 y de manera paralela a la tesis sobre la génesis de Les Faux-
monnayeurs–, en Machado, donde un narrador llamado Silviano
Santiago analiza el manuscrito de Memorial de Aires, comenzando
“por algumas questões que recobrem a gênese da criação roma-
nesca em Machado de Assis”, diseminando en una novela un pro-
cedimiento empleado en un trabajo académico, con lo cual uno y
otro se confunden y contaminan, permitiendo la suspensión de la
prisión que constituyen los conceptos de “novela” y de “tesis”. “O
crítico sede lugar ao criador”, leen nuestros lectores en el pequeño
fragmento que presenta al pequeño fragmento que conocemos de
la génesis de Les Faux-monnayeurs, tesis (casi) invisible diseminada
en la obra visible de Silviano.

140
IV

12. Si me lo permiten, “yo”, raúl rodríguez freire, guiado por


el ejemplo de la tercera lectora, quisiera imaginar a un último
lector. Prometo que será el último. Digamos que ha nacido en
Río de Janeiro hace unos 10 años. Si este lector, del que no sa-
bemos mucho, salvo que Robinson Crusoe le ha permitido, como
alguna vez dijo Silviano de Drummond, “ganar outros olhos”,
si este lector, digo, llegase a leer un ensayo titulado “La dise-
minación de la infidelidad”, escrito por un lector al dictado de
una lectora que fue invitada a un homejane a propósito de los
40 años de Uma literatura nos trópicos en el que termina homena-
jeando la lecura de André Gide, y cree encontrar lo mismo que
ella encontró y plasmó, es decir, encuentra que Uma literatura
nos trópicos todavía es o continúa siendo, supogamos que en
el año 2038, un libro contemporáneo, no debiéramos alegrarnos.
Y no debieramos alegrarnos porque ello implicaría que no he-
mos sido capaces, las y los lectores supuestamente “reales” de
Silviano, de reimaginar el mundo, de transgredir la domestica-
ción del presente y su prisión. Para que ello no ocurra, para que
el porvenir esté abierto a la democracia y no a la dictadura y el
capital, no debemos olvidar nada, pero abolutamente nada de
lo que hemos leído, de lo que hemos aprendido en Uma literatu-
ra nos trópicos, a la vez que debiéramos inmediatamente, ahora
mismo, inscribirnos en las sociedades secretas que los lectores
de Marcel Shwob (y de André Gide, y de Silviano Santiago)
han constituido a lo largo y ancho de todo del mundo. No sé,
no sabemos, si solo así. Pero así estaremos contribuyendo a que
(según la expresión de Viveiros de Castro) los desiertos en el
tiempo que se producirán por el reciente incendio del Museu
Nacional y otras catástrofes (pretéritas y porvenideras) puedan
ser reforestados por las y lectores del futuro, incluyendo este
que hoy lee Robinson Crosoe y busca mirar el mundo de otra
manera, con otros ojos.

Viña del Mar, septiembre de 2018 - septiembre de 2038.

141
[entre el 11 y el 13 de septiembre de 2018 se celebraron 40 años
de Uma literatura nos trópicos, de Silviano Santiago. Se trató de
un encuentro realizado de manera conjunta entre la Universidad
Federal de Río de Janeiro, la Universidad Estatal de Campinas
y la Universidad Federal de Minas Gerais. La invitación la realizó
André Botelho junto con Andre Bittencourt. Leí este trabajo, el
más experimental de los que he escrito, en compañía de Eneida
Maria de Souza en Río el primer día. Por la tarde, en compañía de
Schneider Carpeggiani, presenté la reciente traducción (realizada
por Mary Luz) de Genealogía de la ferocidad. Ensayo sobre Gran
sertón: veredas, de Guimarães Rosa, publicado por Silviano en
2016. Ya por la noche, la sociedad no tan secreta de los lectores
de Silviano, se reunió con el homenajeado. En esa mesa se
encontraban lectoras y lectores de 25 a 80 años. La hospitalidad
de Silviano, su don de la crítica, que es el de la crítica como don,
permite comunidades como esta, heterogéneas, plurales, abiertas]

142
Referencias

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Trad. Cristina Sardoy. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2011
[2009].

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143
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1994.
El giro visual de la teoría
Algunas digresiones
no
y e
, ho e qu co
o d i
a nd Des nóm omo
a
bl … eco o c rt ,
ha ría co- did mpo ndo
e o i n i u la
nt i te lít re ue m o ,
m e s o m p q el rív rlo
a a p o f s
r os a c io a c lo mar y eta la h.
m h ue r a pr er c
gu y re o r r a
Ri hay o g ado te q nsf me nte end erb ,
d z n a o i e f u no .“
to ili ide tr and el l d Fe r
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la iv ev es der ra íci tra Ad eda
o c r
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de uy n si esu dif con od so
n c u e o v e
ó , c ra ta sis Th l y
a ci ra o q ra t ul te
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m t n t t u s s a
or ruc le uc má r re t ur
f
s t s tr ó ce l
an res má aes sit ha tos cu
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t pe es fr ec a bi as e a
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La su ce in , n par ám n l as. r ít
an la ace lo os e iv “C
av de by sig s l bio uct n
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el e s io tod ca ro j am te”
d l p n r
qu me en e es Be e a
s
de ler ale ion r
te a
d
c
va tur di W al obr
l on a
cu c “L

1. El lugar de la ficción literaria en el siglo XXI es el mismo que


en el siglo I: marginal. No asombra, por tanto, la fuerza con que
diversos textos que hoy reconoceríamos dentro de ese “géne-
ro” que responde al nombre de teoría y que encuentra en
Horacio y Seudo-Longino a dos de sus principales puntales, no
asombra, digo, que hace veinte siglos se reflexionara sobre la
marginalidad de la literatura tal como se lo hace hoy, pero pen-

145
sando que se trata de un problema de “nuestra” época. “Estoy
sorprendido [le dijo un filósofo a Pseudo-Longino], y segura-
mente otros muchos comparten este asombro, cómo en nuestra
época, donde hay hombres que poseen en grado sumo el arte
de la persuasión y que están dotados para la vida pública, pe-
netrantes, vivos y, sobre todo, inclinados a los encantos de la
literatura, no surjan, sin embargo, naturalezas geniales y ex-
traordinarias, salvo en contadas ocasiones. Tan grande es la
pobreza literaria general que rodea a nuestra generación”. Para
este anónimo pensador, tal pobreza estribaba en la falta de li-
bertad que una imberbe república decía ostentar, imberbe li-
bertad entonces que, a su juicio, no daba lugar a escritores su-
blimes sino a “grandiosos aduladores”. Pero para quien
escribirá (o eso queremos creer) el bello tratado que conocemos
como Sobre lo sublime, el problema es otro: “Es muy fácil, oh
queridísimo, y propio del hombre, el quejarse siempre del pre-
sente, pero piensa esto: quizá no sea la paz mundial la que
destruye las grandes naturalezas, sino esta guerra sin fin que
tiene sometidos nuestros deseos […]. Pues el afán de riquezas,
por cuya búsqueda insaciable todos sufrimos, y el deseo del
placer nos hacen esclavos, más aun, se podría decir que produ-
cen el hundimiento total del barco de nuestra vida; el amor al
dinero es una enfermedad que denigra”. Acentuar la margina-
lidad de la literatura como un problema propio de “nuestra
contemporaneidad” es un prejuicio que debemos desechar,
como también aquel que se refiere a la disolución del límite
entre “alta” y “baja” cultura, como si tal límite fuera una ver-
dad infranqueable y no una mera ficción. Cercano a los años
materialistas descritos por Longino, El satiricón, texto adjudica-
do a un tal Petronio, ya nos hablaba de ese imposible límite.
Encolpio, su narrador, es invitado a cenar a la casa de un nuevo
rico, Trimalción (un Farkas romano), que se había hecho retra-
tar, “con cabellos largos que, caduceo en mano, entraba en
Roma guiado por Minerva”. Su palacio estaba repleto de pintu-
ras, entre las que se encontraba un gran mural con imágenes
figuradas a partir de los textos homéricos y de los gladiadores
en boga por aquellos años, que sería como ver hoy día juntos a

146
Stephen Dedalus y a Rambo. Y hablando de boga, tampoco hay
que considerar exclusivo de “nuestros” años el vínculo entre
teoría y novedad, como tiende por ejemplo a resaltar alguien
como Roberto Schwarz en su crítica a la lectura que en el Brasil
de los años 70 se hacía de Jacques Derrida. En el texto que dio
lugar a una forma de comprender nuestro trabajo, “Teoría crí-
tica”, Max Hokheimer ya había señalado que las ciencias del
espíritu tienen “un fluctuante valor de mercado” y más de un
siglo antes Hegel ya hacía referencia –en sus Lecciones sobre la
historia de la filosofía– a las filosofías de moda.1 Sé que cada tiem-
po tiene sus propias particularidades, y que a pesar de referir-
me a giros y retornos, es-
1. “[E]l nombre de filosofía nueva, tos nunca son posibles,
moderna, novísima, se ha convertido más que como tropos.
en una especie de nombre de guerra, Pero es necesario evitar
que se escucha a todas horas. Quienes
algo así como un narcisis-
creen decir algo al pronunciar este
mo de actualidad para en-
nombre son, casi siempre, los que
trever no tanto una com-
más se inclinan a santiguarse y echar
prensión del gobierno del
bendiciones ante la muchedumbre
de las filosofías, tanto más cuanto presente, siempre necesa-
más propenden, bien a ver un sol en ria en todo caso, como
cada estrella y hasta en cada vela, vislumbrar las posibilida-
bien a considerar toda ocurrencia des de su transformación.
como una filosofía y a aducirla, por Ninguna nostalgia lacera
lo menos, en prueba de que existen mi preocupación por el
muchísimas filosofías y de que todos pasado, simplemente no
los días aparece una que desplaza a quiero repetirlo, pues
las anteriores. Han inventado, al mismo pretendo, aprendiendo
tiempo, la categoría en que pueden de lo acontecido, un futu-
colocar toda filosofía que parece ro distinto, un futuro
adquirir cierta significación y con la que, donde la teoría se articule
al mismo tiempo, pueden deshacerse con la virtud y contribuya
de ella; la llaman, simplemente, una también a la transforma-
filosofía a la moda”, Hegel, Lecciones ción de nosotros mismos.
sobre la historia de la filosofía, vol. I.
2. Los años salvajes de la
teoría, para tomar una expresión de Manuel Asensi, acontecie-
ron entre las décadas del sesenta y el setenta, años que la vie-

147
ron proliferar, transformar el ámbito del pensamiento, mostrar
su poder, un poder que durante los duros ochenta se volvería
el blanco de diversas embestidas (izquierdistas y derechistas),
hasta llegar a declarársela muerta. La teoría (en tanto género)
emergió alrededor del llamado “giro lingüístico”, posiblemen-
te potenciándose mutualmente, y de ambos fue Richard Rorty
quien logró darles reconocimiento, identificarlas. En la presen-
tación a su famosa antología The Linguistic Turn. Recent Essays in
Philosophical Method, de 1967, da cuenta de la relevancia adqui-
rida por el lenguaje para la resolución (o disolución) de proble-
mas filosóficos. “Esta perspectiva”, señala, “es considerada por
muchos de sus defensores el descubrimiento más importante de
nuestro tiempo y, desde luego, de cualquier época”. Alrededor
de una década más tarde dará cuenta Rorty de la emergencia
de una “nueva” forma del pensamiento que terminará siendo
llamada teoría; “nueva”, pero con una larga historia: “Desde los
días de Goethe, Macaulay, Carlyle y Emerson se ha desarrollado
un tipo de escritura que no es ni la valoración de los méritos re-
lativos de los producción literaria, ni la historia intelectual, ni la
filosofía moral, ni la epistemología, ni la profecía social, sino to-
das estas cosas entremezclados y reunidas en un nuevo género”,
un género que al poco tiempo acabó siendo llamado teoría y que
bien podemos reconocer en la forma del ensayo. Posiblemente
debido a la centralidad del lenguaje para las principales firmas y
formas de la teoría (Lacan, Foucault, Derrida, Barthes, etc.), fue
la ficción literaria el lugar donde tuvo su mayor desarrollo; pero
también porque –y este es un argumento de Jonathan Culler– “la
literatura toma como asunto cualquier experiencia humana, y en
particular la ordenación, interpretación y articulación de la ex-
periencia”. Como sea, no es difícil percibir la importancia de los
estudios literarios y del ensayo en la conformación de la teoría,
entendida ahora como un género heterogéneo que desafiaba los
límites disciplinarios al no plantearse ninguno, desfamiliarizán-
donos así con lo conocido y lo dado. Desde las ciencias sociales
(antropología, sociología, psicología) a la geografía, pasando por
el derecho, la filosofía, la historia, el arte y la economía, hasta
llegar incluso a la biología y la arquitectura, no hubo disciplina

148
que se resistiera a sus seducciones, y a los franceses ya mencio-
nados se sumaron pronto los nombres de Edward Said, Fredric
Jameson, Gayatri Spivak, Wolfgang Iser, René Girard, Julia
Kristeva, Jonathan Culler, Raymond Williams, Hans Robert
Jauss, Geoffrey Hartman, Hélène Cixous, Paul de Man, entre
muchas y muchos otros, nombres que comenzaron a ser mone-
da corriente en la escena académica internacional (o, con mayor
propiedad, metropolitana), ya se estuviera a favor o en contra de
sus publicaciones. Pero en
2. Vale la pena recordar algunas el mismo momento en que
de sus afirmaciones: “El antiguo Rorty la hacía emerger, la
principio de que la adquisición universidad era fuerte-
del saber es indisociable de la mente embestida por una
formación (Bildung) del espíritu, e ofensiva neoliberal que
incluso de la persona, cae y caerá continúa hasta nuestros
todavía más en desuso. Esa relación días, golpeando, de paso, a
de los proveedores y de los usuarios la teoría. La crisis económi-
del conocimiento con el saber ca de los setenta dio lugar a
tiende y tenderá cada vez más a que se pensara de manera
revestir la forma que los productores programática y simbiótica
y los consumidores de mercancías universidad y mercado, lo
mantienen con estas últimas, es que dio como resultado no
decir, la forma valor. El saber es y
solo una mutación de la ar-
será producido para ser vendido,
quitectura académica, sino
y es y será consumido para ser
también una masificación
valorado en una nueva producción:
en los dos casos, para ser cambiado.
de la matrícula, dada la
Deja de ser en sí mismo su propio urgente necesidad de una
fin, pierde su ‘valor de uso’ […] La fuerza productiva acorde a
pregunta, explícita o no, planteada la sociedad postindustrial,
por el estudiante profesionalista, como muy bien lo señala-
por el Estado o por la institución de ra Jean-François Lyotard
enseñanza superior, ya no es: ¿es en su ya clásico ensayo
eso verdad?, sino ¿para qué sirve? La condición postmoderna
En el contexto de la mercantilización (1979).2 En este contexto,
del saber, esta última pregunta, la teoría fue duramente
las más de las veces, significa: ¿se criticada por su “elitismo”
puede vender?”. y su supuesta desconexión

149
con los problemas de la gente, problemas como la descualifica-
ción de los nuevos estudiantes, ahora devenidos en consumido-
res. En vista de estas cuestiones más “serias”, se comenzaron a
reducir presupuestos (universitarios y humanísticos) y a rees-
tructurar departamentos y programas, con el fin de potenciar
cursos que realmente necesitaran los nuevos clientes, como los
de composición y lectoescritura (tesis de Wlad Godzich), cursos
que terminaron no solo desplazando a la teoría sino a la ficción li-
teraria misma. A este ataque neoliberal, realizado bajo un disfraz
seudodemocrático (neopopulista), contribuyeron figuras tan
disímiles como Terry Eagleton, el mismo Edward Said (curiosa-
mente uno de sus principales exponentes) y Anthony Giddens,
que la criticaban por su supuesta falta de policiticidad, lo que
devela su incapacidad para pensar la política de manera no mo-
derna. Por otra parte, se la comenzó a fetichizar (la idea es de
Graciela Montaldo), reduciendo, por necesidades comerciales,
su inquietante y necesaria opacidad, combatida en nombre de
una transparencia que no dificulte ni demore la lectura, ni me-
nos aún recurra a un lenguaje especializado (cuestión que, por
ejemplo, nunca se le pide a los médicos o a los informáticos, ¿o
es que todo el mundo sabe lo que es la endocrinología o conoce
los lenguajes de programación?). Esta solicitud de transparencia
se inscribirá en el sentido común a partir de la teoría “para prin-
cipiantes” que Pantheon Books masificó por todo el mundo, al
tomar la posta a For Beginners LLC (llamada inicialmente como
Writers and Readers Cooperative, fundada en 1974). Cito en
extenso a Montaldo: “En formato de libro−folleto, a precios acce-
sibles, con ilustraciones (muchas caricaturas que demostraban el
carácter ‘desacralizador’ hacia los saberes más herméticos) y una
diagramación novedosa para el ámbito de la institución teórica,
estos volúmenes estaban dirigidos a un público joven que se
iniciaba en lo que se veía como un pensamiento alternativo […].
Fue la forma en que el pensamiento de varios autores de cierta
radicalidad [que llegó más tarde al rey del rock, Elvis Presley]
ingresó a un circuito de público ampliado y lo hizo a través del
mercado, manteniendo su cuestionamiento de las instituciones
formales. Las colecciones se declararon ‘para principiantes’ pero

150
bien pudieron llamarse ‘para multitudes’”. Que la teoría, en tanto
género heterogéneo que hace del pensamiento una resistencia,
no ha muerto se evidencia en su reemergencia (si bien cada vez
más inserta en el mercado) a lo largo de los años noventa, pero
no de la mano del lenguaje, sino, como era de esperar, de la ima-
gen, razón por la cual, aventuro, nombres como los de Walter
Benjamin, Aby Warburg y Erwin Panofsky han logrado una
(póstuma) resonancia que en vida nunca imaginaron, y acom-
pañan en el renacido panteón teórico a las firmas (una vez más
metropolitanas) de Hal Foster, Boris Groys, Nicolas Bourriaud,
W.J.T. Mitchell, Jacques Rancière, o un cierto Jacques Rancière, el
que “pasó” de la literatura a las imágenes, Hans Belting, Arthur
Danto, Mieke Bal (que también provenía de la literatura), etc.,
etc., etc. Por supuesto que este escenario no es homogéneo (ni
está libre de tensiones), ni la teoría se reduce a las reflexiones so-
bre la imagen. Por el contrario, la amplia circulación de nombres
como Alain Badiou, Slavoj Žižek, Judith Butler, Ernesto Laclau,
Giorgio Agamben, Quentin Meillassoux, Achille Mbembe,
James Clifford o Donna Haraway, por nombrar solo algunos, da
cuenta de una descentralización disciplinar y temática; no obs-
tante, es innegable que la escena teórica (global) ha cambiado
respecto a la configuración de sus fuerzas y la literatura y sus
críticos tienen en ella un menor peso que hace veinte o treinta
años. Lo que no ha cambiado, eso sí, es la división internacional
del trabajo intelectual, pues la teoría en tanto género continúa
siendo fundamentalmente metropolitana, masculina y afincada
fundamentalmente en una lengua: el inglés.

3. Para alguien que se desenvuelve en el ámbito de la ficción


literaria –y en particular en el de la teoría literaria–, es difícil
no percibir un desplazamiento tanto en los “objetos” de estu-
dio, como en las bibliografías que empleamos para intentar
leer aquello que aun responde, por comodidad o pereza, a las
etiquetas de “obra”, “libro” o “novela”, sobre todo cuando
tal desplazamiento lo encontramos en la escritura misma de
“obras”, “libros” o “novelas”. Hacia el final de El mundo es

151
un pañuelo (1984), un texto en el que David Lodge pone como
“argumento” o “tema” a la teoría literaria y sus modas, pre-
cisamente al cierre de un gran congreso de la MLA acaecido
en 1978, dos narradores se reparten el mercado global: “Si yo
puedo quedarme con la Europa oriental […] tu puedes que-
darte con el resto del mundo”. Veintiséis años más tarde, y no
hacia el final, sino abriendo un “libro” que también inscribe
en su título términos espaciales, El mapa y el territorio (2010),
Michel Houllebecq figura al artista Jed Martins intentando
terminar un cuadro que ha titulado Damien Hirst y Jeff Koons
repartiéndose el mercado del arte. Este desplazamiento o “giro”
fue percibido cuando, intentando dar cuenta de una cierta
narrativa latinoamericana, me vi leyendo y citando más a crí-
ticos de arte, arquitectura y geografía que a críticos literarios,
pero también cuando reparé en los últimos trabajos de los
principales latinoamericanistas o estudiosos de la literatura,
o en lo que investigan las nuevas generaciones de doctores
en literatura, que han hecho de la imagen el lugar a partir
del cual reflexionar “nuestro” aciago presente. Incluso me
atrevería a señalar que en Chile, aunque no solo en Chile, si
bien con excepciones, lo más interesante es escrito por quie-
nes se dedican a las artes visuales, ya sea a partir del cine, el
performance o la fotografía, y no precisamente desde la críti-
ca especializada, sino también desde la historia, la filosofía,
la antropología, la sociología y, por supuesto, la literatura.
Y si la escritura es trabajada, se lo hace –no siempre con los
mejores resultados– leyéndola con conceptos como archivo,
campo expandido, postautonomía, intermedialidad o estéti-
ca relacional, conceptos que a su vez se han de acompañar
con metáforas espaciales como cartografía, mapa, topografía,
frontera y heterotopía, y ello a partir de estudios interoceáni-
cos o transatlánticos. Imagen y espacio, entonces, han estado
transformando la escena teórica de los últimos años, aunque
ello no es óbice para que se sigan escribiendo monografías
y ensayos a la vieja usanza: históricos, canónicos, literarios,
tipo Harold Bloom o Martha Nussbaum, que sostienen que
la literatura (por la que entienden el canon occidental, euro-

152
céntrico), más que la filosofía, da cuenta de la vida. En lo que
sigue entonces intentaré desarrollar esta hipótesis y, de estar
en lo cierto, entrever sus implicancias para el estudio de la
ficción literaria y el lugar de la teoría.

4. Giro, entonces. Sé que la palabra no está libre de sospechas,


ni siquiera cuando se la emplea pluralmente, pues además
un giro nunca viene solo. Hoy, o desde hace unos años, quizá
décadas, hemos asistido a giros visuales (en el arte), cultu-
rales (antropología y literatura), de movilidad (sociología),
urbanos (arquitectura) y espaciales (en geografía), para no
mencionar ese giro de los giros que fue el giro lingüístico, el
cual luego volveré a referir. Por ahora, resta señalar que si ha
habido un giro, una mutación en la configuración de nuestras
experiencias, ello se deba posiblemente a una cierta alteración
acaecida en la relación que mantenían modernamente las re-
presentaciones apriorísticas que llamamos tiempo y espacio.
Y si el espacio “retorna” es porque en algún momento fue
subsumido, obliterado en su heterogeneidad por un tiem-
po te(le)ológico y homogéneo. Tal es la tesis esgrimida por
el antropólogo Johannes Fabian en Time and the Other: How
Anthropology Makes Its Object, que hace poco más de tres déca-
das (1983), al describir el paso de un tiempo sagrado hacia un
tiempo secular, hacía referencia a “la historia de la reducción
visual de la secuencia temporal”. A partir de un pormenori-
zado análisis del Discurso sobre la Historia Universal de Bossuet
(1681), Fabian muestra cómo aquel defensor del derecho divi-
no detentado por los reyes intentaba explicar la universalidad
de la historia realizando “una ‘abreviación’ de las secuencias,
de tal manera que el orden fuera percibido ‘en un enlace’”.
El instrumento metodológico que emplea Bossuet para su
tarea es el término griego que conocemos como época, des-
crito extrañamente en su dedicatoria al delfín Luis de Francia
(1661-1711), el hijo del rey sol, pues para él es que ha escrito
un libro que pretende robustecer su memoria, mostrándole
“todos los siglos […] en pocas horas delante de sus ojos”. Su

153
procedimiento es señalar o marcar el tiempo con algún su-
ceso extraordinario, es decir, con una época, “que significa
detenerse, porque allí se para a fin de considerar como desde
un lugar de reposo, todo lo que antes o después ha sucedi-
do, y evitar de esta suerte los anacronismos, que son aquel linaje
de errores que hacen confundir los tiempos” (énfasis agregado).
Pero la propuesta de Bossuet aún permanece inscrita en el
orden cristiano, que va tras la salvación del alma, por lo que
será tarea del iluminismo concretar una historia secular, que
irá tras el saber, posible de asir gracias al topos del viaje, del
viaje como ciencia. “El viajero filosófico [afirmó Joseph Marie
Degérando en sus Consideraciones sobre los métodos a seguir en
la observación de los pueblos salvajes (1800)], al navegar hasta los
confines de la tierra, está en verdad viajando en el tiempo;
está explorando el pasado”. Mediante esta fórmula, Fabian le
atribuye al filántropo francés el haber expresado con claridad
el ethos que reinscribe el viaje en el espacio bajo una “práctica
temporizadora”, subsumiéndolo en el paradigma de la histo-
ria natural. Las diferencias con el tiempo sagrado se vuelven
de esta manera transparentes, pues mientras este siempre
estuvo “ya marcado por la salvación” del pagano, el tiempo
secular excluirá al salvaje afirmando que aún no está listo para
la civilización. Lo que implica que mientras el primero era
inclusivo, el que sigue será exclusivo y, a la vez, expansivo,
como muestra ejemplarmente Conrad en El corazón de las ti-
nieblas; el viaje de Marlow en busca de Kurtz también es el de
unos “vagabundos en una tierra prehistórica [… en] la noche
de las eras primigenias”. Llama la atención en estas lecturas
que el nombre de Joseph François Lafitau no haya sido men-
cionado, ya sea por Degérando o Fabián, pues creo que fue él
quien por vez primera reinscribió la diferencia espacial bajo
la lógica temporal. En 1724 publicó su Mœurs des sauvages amé-
ricains comparées aux mœurs des premiers temps, dando lugar a
algo así como un modelo humano de lo que mucho más tarde
se conocerá como Principio de Exclusión de Pauli: “dos cuer-
pos no caben al mismo tiempo en el mismo espacio”, razón
por la cual se enviará a esos salvajes americanos a “la noche

154
de las eras primigenias”, negándoles así la coetaneidad, re-
moviéndolos, dice Fabián, de “nuestro” tiempo. Pero lo más
relevante es que lo hizo incluso antes de entrar en su argu-
mentación gracias a una imagen. “Una imagen. Casi nada”,
dice Michel de Certeau en su brillante análisis del frontispicio
que Lafitau mandó a grabar (fig. 1) para su libro.

Figura 1. “La escritura y el


tiempo”, frontispicio de J.-F.
Lafiau, Mœurs des sauvages
américains comparées aux mœurs
des premiers temps, Paris,
Saugrain l’Aîné et Charles
Étinne Hochereau, 1724.

Por supuesto que este graba-


do no podía titularse de otra
manera que “La escritura
y el tiempo”. A los pies de
esa mujer —que representa
a la escritura y, por tanto, es
la que dará a luz esta com-
paración de Europa con los
salvajes y el hombre primi-
genio—, que mira a un alado anciano que hace de tiempo,
encontramos, dice el mismo Lafitau, las primeras vestiduras
y adornos de los hombres, que dieron lugar a las fábulas de
los sátiros y los dos figurados en el frontispicio representan a
los antiguos monumentos. Son cuarenta y dos láminas las que
para este libro se mandaron a grabar, y en conjunto forman,
dice de Certeau en El lugar del otro, “un discurso icónico que
atraviesa de lado a lado la masa del discurso escriturario, a
la que jalonan de ‘monumentos’ cuyo valor esencial es per-
tenecer al orden de lo visible. Todavía hacen ver, o permiten
creer que aún se pueden ver los comienzos… Un contrapunto
visual sostiene y fomenta la escritura. La obra en su totalidad
obedece a la estructura que plantea el frontispicio como una
relación entre la ‘visión’ y el libro”. Esos vestigios de la an-

155
tigüedad clásica, pertenecientes a sujetos sin escritura y de
diversos espacios, serán inscritos en una línea de tiempo que
los expulsará del tiempo compartido, a la vez que les nega-
rá su propio y heterogéneo tiempo, poniendo así en juego, a
partir de la emergencia de la historia natural, la no contempo-
raneidad del resto de occidente. Lafitau negará, por tanto, la
humanidad que indefectiblemente le une y comparte, antes y
después de 1724, con esos “salvajes” que guardan costumbres
supuestamente más cercanas a los hombres de Kibish que a
los hombres ilustrados, y, al hacerlo, también sustraerá de su
presente, de su tiempo, el espacio por ellos habitados. Esta
ficción es la que hoy se ha desarmado, y sus consecuencias es
lo que habría que analizar detenidamente, pues aquí tan solo
estamos tratando de aventurar algunas de ellas. Y si el espa-
cio, como ha afirmado Jameson en su texto “Posmodernidad
y globalización”, ha logrado evadir la
pesada carga que le impuso la tempo-
y el arte espacial. Como veremos más adelante, se trata
solo de pensar su rearticulación contemporánea. Basta
recordar, una vez más, a Derrida y la importancia que para
de Lessing y su Laocoonte, que la literatura es temporal

él tenía el espacio en y para la escritura, pues, como afirmó


3. Ello no quiere decir, como alguna vez se pensó a partir

ralización eurocéntrica, también ha


desplazado o subsumido (no borrado)

en Posiciones, “espaciamiento es temporalización”.


al lenguaje y a la literatura, dando lu-
gar, de paso, “a la cultura visual, las
imágenes, la société du spectacle, la publi-
cidad, etc., o sea, a series de imágenes
que [a su vez] transforman el espacio”.3
De manera que, arriesgo, el tiempo del
tiempo heterogéneo y anacrónico que
hoy reconocemos, por ejemplo, a partir
del trabajo de Warburg o de Benjamin,
implica el retorno de una radicalidad
que Bossuet, Degérando y Lafitau y tan-
to otros quisieron negar. Implica, por
tanto, el retorno de lo reprimido, solo
que si el tiempo y el espacio varían de
acuerdo con el modo de producción, la
articulación entre neoliberalismo y pos-
fordismo no tiene reparos con envolver
este retorno con los Colores Unidos de

156
Benetton, los sonidos de la World Music o la proliferación
de bienales en el “tercer mundo”, ya no homogenizando el
tiempo, sino el espacio bajo la lógica expansiva del capital.
Pero aun así, habitando el mercado, es todavía posible, creo,
distinguir estéticas y modos de lectura que logran de algu-
na manera sustraérsele, apostando por unos espacios y unos
tiempos que no se dejan fácilmente axiomatizar.

5. Retornemos ahora al tan mentado “giro” visual, pero con una


previa observación: tengo la costumbre de pensar borgeana-
mente, de trabajar con “la certidumbre de que todo está escrito”,
pero ello no me anula o afantasma, como al narrador de “La bi-
blioteca de Babel”, me anima a comprender que lo común y no
lo original e individual es lo característico del pensamiento. En
Un cuarto propio, Virginia Woolf señala que las obras maestras
no emergen por sí solas, sino gracias al “producto de muchos
años de pensar en común”. De manera que cuando percibí un
cierto giro visual en el ámbito de la teoría, navegué virtualmen-
te para dar con aquel o aquellos que ya lo habían identificado.
Así es como me encontré con W. J. Thomas Mitchell y su “giro
pictorial” (ahora en su Teoría de la imagen) y con Gottfried
Boehm y su “giro icónico”. De manera independiente, pero
compartiendo ciertas lecturas y autores, aunque leyéndolos de
forma completamente distinta, uno en Estados Unidos, otro en
Alemania, a inicios de los años noventa, aunque con un trabajo
adelantado hacía más de una década, ambos diagnosticaron
un desplazamiento en el ámbito de pensamiento o las ciencias
humanas, del lenguaje hacia la imagen, y lo hicieron teniendo
presente el afamado “giro lingüístico”. En un texto publica-
do primeramente en 1992, Mitchell lo resaltaba del siguiente
modo: “parece quedar claro que aquello sobre lo que los filó-
sofos hablan está experimentando otro cambio [es decir, otro
giro] y que, de nuevo, éste está acarreando una transformación
en otras disciplinas de las ciencias humanas y en la esfera de
la cultura pública que se relaciona de forma compleja con él.
Me gustaría llamar a este giro ‘el giro pictorial’”. Dos años más

157
tarde, aunque según el autor, el libro estaba listo desde fines de
los ochenta, Boehm planteaba en su presentación a Was ist ein
Bild? cuestiones similares: “Queremos caracterizar el retorno
de las imágenes que toma lugar en diferentes niveles desde el
siglo XIX como ‘giro icónico’ (ikonische Wendung). Este título
alude por supuesto a una analogía que ha tenido lugar desde
fines de los años sesenta bajo el nombre de giro lingüístico (lin-
guistic turn). ¿Es posible –y en qué sentido– hablar de un giro
icónico (iconic turn)?”. Lo interesante es que Mitchell y Boehm
citan el famoso libro en el cual Rorty hacía referencia a la im-
portancia que el lenguaje adquiría más allá de las disciplinas
que se encargaban de él, de manera que lo que hemos veni-
do llamando “giro visual” no está, en principio, relacionado
tanto con la proliferación de imágenes ni con la sociedad del
espectáculo, sino con el hecho de que las imágenes en sí están
obligando a diversas disciplinas y campos de investigación
a preguntarse por ellas. Se trata, tal como indicó Mitchell en
Teoría de la imagen, de “un tema de debate fundamental en las
ciencias humanas, del mismo modo que ya lo hizo el lenguaje:
es decir, como un modelo o figura de otras cosas (incluyendo la
figuración misma) y como un problema por resolver. Por ello
es que tal como la interrogación por el lugar del lenguaje forzó,
por ejemplo, a la historia y a la antropología a preguntarse por
sus formas de narrar el pasado o de representar la otredad, la
imagen, a su vez, está obligando a que se la piense más allá del
ámbito del arte o de las artes que emplean sus diversas for-
mas (y ello no solo en el ámbito de las “ciencias blandas”, sino
también en el de las “ciencias duras”, como la biología celular,
la física, la química o la radiología). La discusión es vasta, por
lo que solo me gustaría señalar que si bien tanto Boehm como
Mitchell comparten un interés por pensar la autonomía (cuan-
do no la ontología) de la lógica icónica o pictorial, su diferencia
en tal propósito es sustancial, como queda claro en un reciente
intercambio epistolar que hemos republicado en el segundo
número de Cuadernos de teoría y crítica. Boehm intenta fundar
una ciencia respectiva, con el fin “de comprender las imáge-
nes desde su carácter implícito procesual, de una ‘diferencia

158
icónica’ con cuya ayuda se articula 4. Ello se percibe, por ejemplo,
el significado, sin tener que recurrir en la importancia aún concedida
a modelos lingüísticos como el de a la biografía, a la vida, cuando
la sintaxis, ni a figuras retóricas”. se trata de pensar a un “autor”
En cuanto a Mitchell, que toma dis- y su “obra”, individualizado a
tancia de la pretensión cientificista la vez que descontextualizado,
de su colega, le recuerda a Boehm como paradójicamente opera
en su carta que su interés pasa por James Miller en La pasión de Mi-
“mostrar la codeterminación entre chel Foucault. Y digo paradójica-
ideología e iconología”, es decir, mente, incluso paroxísticamente,
por “el reconocimiento como víncu- pues Foucault insistió temprana-
lo entre la ideología y la iconología mente en la necesidad de oblit-
es que traslada a ambas ‘ciencias’ erar la figura autoral. Es hermosa
desde un terreno epistemológico su declaración en La arqueología
‘cognitivo’ (el conocimiento de los del saber: “Más de uno, como yo
sin duda, escriben para perder el
objetos por los sujetos) a un terreno
rostro. No me pregunten quién
ético, político y hermenéutico (el
soy, ni me pidan que permanezca
conocimiento de los sujetos por los
invariable: es una moral de esta-
sujetos)”. Estos dos acercamientos
do civil la que rige nuestra docu-
hacia la lógica de la imagen son los mentación. Que nos deje en paz
que proliferan hoy en día, y han cuando se trata de escribir”.
puesto en diálogo con ellos a los Pero en el libro de Miller (qui-
principales teóricos del arte, desde en le otorga a “Foucault un ‘yo’
Jacques Rancière a Hans Belting, permanente y animado por una
pasando por Hal Foster, Rosalind finalidad”), como ha señalado
E. Krauss, George Didi-Huberman espléndidamente Didier Eribon
y otros. Y si desde la literatura se en Michel Foucault y sus con-
recurre a estas firmas, es porque temporáneos: “Todo el recor-
las reflexiones que han realizado a rido intelectual de Foucault
propósito de la visualidad resultan quedaba explicado por su gusto
capitales para pensar hoy la textua- pronunciado por la ‘experien-
lidad. Pero, aventuro una vez más, cia–límite’, todo su pensamiento
tales reflexiones no habrían sido descifrado como una ‘alegoría
posibles sin los debates y mutacio- autobiográfica’ donde se expre-
nes a que dio lugar el llamado giro sarían, más allá de las máscaras
lingüístico, y cuyas consecuencias, de una prosa virtuosa, las pul-
siones del sadomasoquismo y la
fascinación por la muerte. La vida

159
de Foucault, su obra, sus libros, sin embargo, parecen haber sido
sus compromisos políticos, se olvidadas.4
hallaban nimbados por una luz
crepuscular, que alternaba con 6. Si el objeto de los estudios
los resplandores intermitentes visuales es o son más bien las
de la locura; la búsqueda suici- imágenes (en plural) y su actual
da incansablemente perseguida (pre)dominancia, algunos rasgos
culminaba en la terrible apoteo- –y aquí sigo a Ana García Varas
sis final –el sida– del que Miller (2013)–, pueden ser identifica-
se atreve incluso a preguntarse si dos: a) los nuevos medios, prin-
no había sido ‘deliberadamente cipalmente digitales, generan
elegido’. Y todo ello explicado al las imágenes que hoy están al
final de cuentas por dos o tres es- centro de la discusión, puesto
cenas vividas en la infancia y que que son imágenes heterogéneas
habrían traumatizado para siem- a las previamente existentes
pre al joven Foucault”. Concluye (las que, por cierto, no han sido
Eribon: “Habría que interrogarse excluidas); b) tal generación da
acerca de la extraña tradición lugar a una producción desme-
cultural que hace posible la exis- surada de imágenes que invaden
tencia de tales libros. Pues lo más la cotidianeidad; c) por último,
asombroso no es que una obra
estas imágenes, sumadas a las ya
como ésta se escriba y se pub-
existentes, guardan en conjunto
lique. Es que pueda ser recibida,
una diversidad radical. Estos
y a veces aun aplaudida”. ¿Y cuál
puntos resumirían, de alguna
es esa experiencia-límite aconte-
cida en infantil que “determinó” manera, las cuestiones nodales
para Miller la vida de Foucault? de los estudios visuales, cuestio-
La asistencia a una operación nes que han logrado transformar
(una amputación) a la que su pa- la vida misma. No obstante, a
dre cirujano lo llevó cuando niño, pesar de aceptarlos, esto es, de
una experiencia por lo demás ex- asumir tal escenario, no logro
traída por el biógrafo estadoun- concordar del todo con algunos
idense de una novela de Hervé de los análisis que de este giro
Guibert donde Foucault aparece visual se han estado realizando.
como personaje de ficción. No concuerdo, por ejemplo, con
Nicholas Mirzoeff, uno de los
principales teóricos de la cultura
visual, que afirma en Una intro-
ducción a la cultura visual que “la

160
cultura visual es una tác- 5. Mirzoeff también yerra cuando
tica para estudiar la ge- afirma que la visualidad es lo
nealogía, la definición y que “hace que la época actual
las funciones de la vida sea radicalmente diferente a los
cotidiana posmoderna mundos antiguo y medieval”,
desde la perspectiva del como si la escritura (que él
consumidor, más que de no percibe como imagen o
la del productor”. Ello inscripción) hubiese sido durante
porque, primero, una todos los siglos anteriores lo
de las características de dominante o masivo, cuando en
la cultura visual (y de verdad apenas la manejaba un
nuestra contempora- pequeño grupo que ni siquiera
neidad en general) es, deseaba compartirla, dejando al
creo, la producción de resto vivir en la pura visualidad
imágenes por parte de (baste recordar la condena del
cualquier “usuario”, y famoso becerro de oro en Éxodo
20). Mitchell tampoco concuerda
no solo por especialistas,
con tal reducción, razón por la cual
cuestión que borra la dis-
ha señalado en su carta a Boehm,
tinción entre productor
“que ya se han producido con
y consumidor, borrado anterioridad ‘giros pictoriales’,
que hace emerger la y que indefectiblemente han
figura del prosumidor, implicado cierta interacción entre
por lo general dominado los mundos de la academia y
o producido por los Big de la esfera pública, desde las
Data y la algoritización reflexiones de Platón y Aristóteles
de la vida; segundo, sobre las artes visuales y la opsis
porque oblitera la rela- (representación teatral), pasando
ción entre “productor”/ por la invención de la pintura al
“usuario” y artefacto o óleo y la perspectiva, y llegando
medio, desmaterializan- hasta la invención de la fotografía”.
do así el análisis cultural.5 Como sea, todo ello ha llevado a
problematizar los escenarios tradicionales de exposición y
circulación (museos, galerías, cines, revistas especializadas,
catálogos, etc.), como también la diferencia entre imágenes
que se reconocen como artísticas y aquellas que no, diferencia
que pondría en dificultades a la tradicional historia del arte
al diluir el arte bajo una historia anacrónica de las imágenes,

161
las que ahora comienzan a ser estudiadas bajo el nombre de
un campo llamado Cultura visual, campo no exento de po-
lémica, como muestra el cuestionario realizado por Rosalind
Krauss y Hal Foster, y aplicado, entre otros, a Emily Apter,
Carol Armstrong, Susan Buck-Morss, Jonathan Crary, Martin
Jay y Thomas Dacosta Kaufmann. Sin entrar en este debate,
que cuenta con posiciones a favor y en contra (y en varias de
las disciplinas que asumen la predominancia visual), resulta
imposible no reconocer un deslizamiento que va del estudio
del arte al estudio de la(s) imagen(es), un deslizamiento que
es prácticamente idéntico al que Derrida hizo emerger al
referir “el fin del libro y el comienzo de la escritura” (y que
dio origen a dos famosos ensayos de Barthes, “La muerte del
autor” y “¿Qué es un texto?”), generándose así la idea de
textualidad, que borró de un plumazo la supuesta esencia
literaria que recogía el término literariedad (la literaturnost de
los formalistas rusos). De manera que, aventuro, la imagen es
a los estudios visuales lo que el texto a los estudios literarios, con
lo cual se interrumpe el privilegio de cualquier disciplina que
pretenda enseñorearse sobre uno de estos objetos: el texto y
la imagen no le pertenecen a nadie, ni tampoco se oponen,
se co-constituyen. Cualquier purista se incomodará con este
escenario, comenzando por Lessing, pero más que centrarse
en la indiferenciación del arte o de la literatura, de la imagen
o del texto, indiferenciación que no hay que celebrar sino cri-
ticar (es decir, determinar sus condiciones de emergencia) y
circunscribir, mi interés en estos problemas estriba, primero,
en la posibilidad de una radical desesencialización de las no-
ciones de “obra”, “autor” y “autonomía”, y, segundo, relevar
el lugar de la imagen (y el espacio) en/para la comprensión
de la “literatura”. Sé que la crítica de estas nociones se realizó
hace ya bastantes décadas, pero el creciente interés en una
supuesta literatura o arte post-autónomo o expandido tien-
den a reforzarlas al darlas por sentadas (oponiéndoles obras
que podríamos llamar híbridas, al articular imagen y texto,
cuando no también sonido y tacto), en lugar de develar su
artificialidad.

162
7. Tal interés por obras que desbordan sus “límites” (que ha
beneficiado muchísimo la performance), que cruzan texto e
imagen o dan lugar a un texto-imagen, parte entonces de la
base de que lenguaje e imagen se desenvuelven en espacios
diferenciados, y que incluso se oponen. Pero ello oblitera que
para acontecer la lengua debe inscribirse, ya sea que se la
piense a partir de aquello que Derrida llamó archi-huella o
archi-escritura, o más cotidianamente cuando se la debe leer o
escribir, pues su imprescindible soporte la visibiliza, la vuelve
imagen. A su vez, una imagen solo existe culturalmente me-
diante el discurso que la constituye como tal. Esta obviedad
que los estudios visuales han recordado parece seguir pasán-
dose por alto en los estudios literarios, pero no sé si solo en
ellos: “Una afirmación polémica de Teoría de la imagen”, afirmó
Mitchell, “es que esta interacción entre imágenes y textos es
constitutiva de la representación en sí: todos los medios son
medios mixtos y todas las representaciones son heterogéneas;
no existen las artes ‘puramente’ visuales o verbales, aunque
el impulso de purificar los medios sea uno de los gestos utó-
picos más importantes del modernismo”. Y digo que no solo
en ellos, pues una vez que Boehm ha insistido en la lógica
propia o autosuficiente de la imagen, también se pregunta
por su relación con el lenguaje –lo cual indica que para los
iconólogos tampoco es un tema que se haya resuelto–, pro-
poniendo la noción de figuración como el fundamento de su
reunión. Ana García Varas, quien ha publicado unos de los
principales libros que recoge en español las discusiones sobre
el giro visual, señala que para Boehm “es en la capacidad del
lenguaje de ‘figurar’ el mundo, de crear imágenes (imágenes
lingüísticas), esto es, metáforas, donde lenguaje e imagen se
encuentran y tienen su fundamento, que él va a localizar en
nuestra primera capacidad de configurar la realidad”. A ello
agregaría que la ficción misma es un trabajo de/sobre/con la
imagen, a la que configura también materialmente. Esta fue
la propuesta que Louis Marin comenzó a formalizar desde
los años setenta y afinó durante la década siguiente, pues
para él, indicó Agnès Guiderdoni, la “figuralidad define la

163
potencia de la aparición de la imagen en el lenguaje […] o
del lenguaje en la imagen”. Ejemplo de ello serían tanto la
autobiografía como el autorretrato, por lo que la figurabilidad
debe entenderse como un trabajo “por el cual la obra no cesa
de revelar su presentación y gracias al cual las figuras, lejos
de fijarse […], lejos de representarse, no cesan de reenviar a
la ‘virtus’ de la presentación de la obra, a la potencia (críti-
ca) de su presentación”. Para Marin, interesado en cómo un
texto emerge desde la escritura, así como en la forma en que
la escritura hace emerger una imagen, se hace imposible de-
terminar finalmente qué corresponde exclusivamente a cada
uno de estos elementos. Se podría señalar que la poesía, por lo
menos desde Mallarmé en adelante, ha reconocido el lugar de
la imagen y el espacio en la escritura, más allá de la écfrasis,
por supuesto –término que también ha cobrado en los últi-
mos años un nuevo impulso–, aunque más interesante sería
estudiar el impacto de la emergente publicidad de la época en
su poesía, con tal de poner en duda la pureza de su lenguaje.
Baudelaire reconoció en Poe una poética heterogénea, posi-
bilitada posiblemente gracias a la emergente transformación
del periódico, el que, gracias a las facilidades otorgadas por
las nuevas formas de comunicación, y aquí retomo la tesis de
McLuhan, daba lugar a una “yuxtaposición en una sola pági-
na de historias atrapantes y conmovedoras, provenientes de
todas las culturas sobre la faz de la tierra, [lo que] modificó la
sensibilidad urbana por completo”. Como sea, tengo la sen-
sación de que la ansiedad con el lenguaje, por lo menos por
parte de algunos de los críticos que he venido mencionando,
estriba en que el reconocimiento de su fuerza durante los se-
senta obliteró –en nombre del signo– el lugar de la imagen,
lugar que antes del giro lingüístico se le reconocía sin proble-
mas o por lo menos se le daba una mayor atención. Cuestión
que ya se evidenciaba, por ejemplo, en El orador, de Cicerón,
cuando este nos relata el origen de una importante técnica de
rememoración. Invitado, o contratado mejor dicho Simónides
para cantar en la casa de Escopas, este decidió pagarle solo la
mitad de lo acordado, porque el poeta no solo lo alabó a él,

164
sino también a Cástor y Pólux, cumpliendo así a medias su
tarea de ensalzamiento. Entretanto, se le avisa a Simónides
que dos jóvenes lo esperan en la entrada de su casa, aunque
cuando sale no hay nadie esperándolo, pero precisamente en
ese momento se derrumba parte de la casa, quedando irreco-
nocibles los comensales bajo los escombros. Se los reconoció
gracias a que Simónides recordó el lugar en el que cada uno se
encontraba. Así fue cómo este poeta descubrió que en nuestra
mente la posición de algo ilumina su recuerdo, es decir, “que
la secuencia de las posiciones recordaría la secuencia de las
cosas”, por lo que debemos construir en nuestra mente casas
o edificios de tal manera que sus lugares almacenen lo que no
queremos olvidar. Se trata, según leemos en El orador, de “re-
tener, mediante la imaginación visual, lo que con la reflexión
apenas podríamos abarcar”, es decir, de “darle forma a todo
un pensamiento mediante la imagen de una sola palabra, al
modo y manera de un pintor consumado que distingue las
posiciones matizando el entorno de los objetos”. De verdad
que esta historia me encanta, pues nos muestra la inextricable
relación entre imagen y escritura, relación que se ha creído
rota y se la ha intentado recomponer no resaltando tal rela-
ción, sino diluyendo la escritura en medio de las imágenes
o estudiando a las imágenes como escritura, leyéndolas. A
propósito de las metáforas, Aristóteles recuerda en su Retórica
que se le ofreció dinero a Simónides para que cantara el triun-
fo de una mula, propuesta que rechazó por tratarse de un
innoble animal. Pero cuando la suma aumentó, sin problemas
cantó: “Yo os saludo, hijas de huracanados pies”.

8. “Las dos trampas que acechan al crítico y entre las que


habría que navegar son la autonomía, por un lado, y la diso-
lución, por el otro”, señala Agnès Guiderdoni en su presen-
tación a Destruir la pintura de Louis Marin, y en ello concor-
damos. De ahí que vea en lo que Josefina Ludmer o Néstor
García Canclini han llamado postautonomía no el desarme de
la utopía modernista, sino su confirmación (de la expansión de

165
la autonomía pasamos a la autonomía de la expansión), al tratarla
como una especie de epojé fenomenológica naturalizada. En
lugar de cuestionarla, de mostrar su imposibilidad, no solo
hoy sino también entonces, la crítica que se presenta como
democrática, incluso populista, al desconsiderar la literatura
(o el arte) por su connivencia con el poder y el elitismo, por
sus vínculos con la ciudad letrada, corre el riesgo de sumergir
su propio discurso y a su objeto en la indiferenciación que el
mercado busca para sí. Este ya reconoce prácticamente como
un disparo a fogueo las transgresiones, que han devenido
rutinas a las cuales rentabilizar, y ha dejado a la cultura sin
un margen de maniobra. Nuestro tiempo, por tanto, no es el
de las opresiones canónicas. Concordando con el Hal Foster
de Diseño y delito, “quizá es hora de recuperar un sentido
de la ubicación política de la [ficción de] autonomía […],
un sentido de la dialéctica histórica de la disciplina y de su
contestación, intentar de nuevo ‘proveer a la cultura de un
margen de maniobra’”. Y es en tal tarea donde los estudios
visuales pueden contribuir, pues han elaborado herramientas
que permiten el desarrollo de una crítica que oblitera la trabas
historicistas y metafísicas que aun predominan en la crítica
literaria, no para diluir las obras en el mercado que las asfixia,
sino para entrever la potencia política que hoy podría tener
algo así como la ficción de una autonomía. Para explicarme
traeré a colación los argumentos de Ludmer: “Mi punto de
partida es este. Estas escrituras [actuales de la realidad coti-
diana] no admiten lecturas literarias; esto quiere decir que no
se sabe o no importa si son o no son literatura […]. La idea y
la experiencia de una realidad cotidiana que absorbe todos
los realismos del pasado cambia la noción de ficción de los
clásicos latinoamericanos de los siglos XIX y XX. En ellos, la
realidad era ‘la realidad histórica’, y la ficción se definía por
una relación específica entre ‘la historia’ y ‘la literatura’. Cada
una tenía su esfera bien delimitada, que es lo que no ocurre
hoy […] Autonomía, para la literatura, fue especificidad y
autorreferencialidad, y el poder de nombrarse y referirse a
sí misma. Y también un modo de leerse y de cambiarse a sí

166
misma”. En esta propuesta vemos que, tomando como pre-
misa ciertas condiciones de la contemporaneidad, se intenta
diferenciar temporalmente tipos de escrituras; hay un antes y
un después, un pasado donde “la realidad era”, donde im-
portaba la idea de lecturas literarias, pero que la virtualidad
del “hoy” ha desecho, dado que “la realidad es pura repre-
sentación”. También se le otorga sin cuestionar unos límites y
se le asigna una sola forma de considerar el tiempo, agregan-
do que solo “hoy” estaríamos en condiciones de confrontar
diversas formas de realismo, que es como decir que hoy y solo
hoy una obra ya no se caracteriza por ser exclusivamente re-
alista, naturalista, simbolista, etc. Tengo muy claro cuáles son
las condiciones de “nuestro tiempo”, pero los problemas que
aquí se consideran para argumentar a favor de una literatura
postautónoma son en verdad más viejos de lo que pensamos.
Por ejemplo, en su ensayo sobre la fotografía, Susan Sontag
recuerda que ya en 1843 Feuerbach señalaba que “nuestra
época… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la
representación a la realidad”, sentencia que también Guy
Debord recordará en La sociedad del espectáculo, para no men-
cionar a Platón. Rescato, sin embargo, la frase “un modo de
leerse”, pues es en los modos de leer (y de ver) donde se fijan
o se diluyen los límites.

9. Creo que Martin Jay lo ha expresado muy bien, aunque sin


referir la idea de lectura y pensando más en la imagen que
en el texto: “Ya no es posible adherirse de forma defensiva a
la creencia de la especificidad irreductible del arte visual que
la historia del arte ha estudiado tradicionalmente de forma
aislada respecto a su contexto más amplio. Para lo que se ha
autodenominado arte en el siglo XIX, ha llegado el momento
imperativo de preguntar acerca de su esencia y borrar sus
reputadas fronteras. […] Para ponerlo en términos sencillos,
no puede haber vuelta atrás a la diferenciación previa entre el
objeto visual y el contexto porque el objeto de investigación ha
dejado de definirse y de marcar sus límites en la historia del

167
arte misma”. Mi interés en la teoría visual estriba, primero, en
este reconocimiento del que habla Jay, un hecho que la crítica
literaria, creo, no ha considerado con la debida precaución. La
autonomía es un modo de lectura, una ficción, no una esencia,
y ya contamos con las herramientas conceptuales para imagi-
nar el modernismo o el realismo o cualquier ismo de otra ma-
nera. Pienso, por ejemplo, en cómo la idea de supervivencia
(Nachleben) defendida por Warburg y trabajada recientemente
por Didi-Huberman ayuda a ello. Como nos contó Borges, a
un tal Baltasar Espinosa “se le ocurrió que los hombres, a lo
largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de
un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos
una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el
Gólgota”. Me interesa la primera y ello por dos razones. Una:
el tema del Ulises es una de las principales supervivencias
con que cuenta la literatura, y va desde antes de Homero has-
ta Roberto Bolaño. Dos: imagino que con el Ulises de Joyce se
podría componer algo así como un atlas Mnemosyne, leyéndo-
lo expansivamente, relacionándolo no con los modernistas de
su tiempo, sino desanclándolo de ahí para reinsertarlo en el
conjunto heterogéneo de textos que le ayudaron a escribir su
libro, textos que van desde el habla popular, los diarios y ma-
pas de Dublín, hasta Homero –a quien posiblemente Dante,
central para Joyce, no conoció cabalmente– y de ahí a Vico y a
Edouard Dujardin, escritor “simbolista” del cual tomó Joyce
la técnica más famosa de su Ulises, el llamado “monólogo in-
terior”, no sin antes leerlo junto a George Moore, Tolstoi y el
diario de vida de su hermano Stanislaus. En segundo lugar,
la subsunción del tiempo por el espacio nos puede ayudar
a ver de otra manera algunas obras canónicas de América
Latina. En Sin retorno he mostrado cómo Cien años de soledad
es una novela que hace del tiempo su eje articulador. Pero
si reparamos en Macondo en tanto topos, y nos preguntamos
cómo ha emergido de las imágenes oníricas de José Arcadio
Buendía, para luego comparar su fundación con otras reali-
zadas durante la conquista, veremos que el mentado realismo
mágico oculta una violencia primigenia que el concepto de

168
nomos devela completa- 6. El nomos es el acto primitivo
mente, pues bajo su óp- original de cualquier política que
tica, el realismo mágico decida enseñorearse con un deter-
(y lo real maravilloso
minado espacio. Schmitt lo señala
junto con él) cobra una
de la siguiente manera en su libro
extraordinaria deseme-
El nomos de la tierra: “En la toma
janza, dado que recupera
un poder ya ni siquiera de la tierra, en la fundación de una
moderno, sino medieval, ciudad o de una colonia se revela
ese mundo que formó al el nomos con el que una estirpe
último de los Buendía o un grupo o un pueblo se hace
y al que se retorna en sedentario, es decir se establece
pleno siglo XX con la fi- históricamente y convierte a un
gura del Adelantado en trozo de tierra en el campo de
Los pasos perdidos.6 Toda fuerzas de una ordenación”.
fundación consiste en un
acontecimiento comple-
tamente violento, pero en Los pasos perdidos y en Cien años de
soledad se lo presenta desprovisto de cualquier manifestación
que empañe la tranquilidad con la que los padres fundadores
decidieron asentarse e imaginar un origen mítico.

10. En fin, creo que reconocer el trabajo que la literatura hace


con los fantasmas y las ruinas, reviviéndolos ante la reifica-
ción de la comedia humana, es una política que no podemos
desechar en nombre de lo post. Trabajando espacial y anacró-
nicamente, la literatura puede insertarse en el reparto de lo
sensible, y desde la escritura visibilizar la escritura, inventar
un pueblo allí donde este ha sido proscrito. Para ello, y por
ahora, los estudios visuales son más que un buen aliado.

Viña del Mar, noviembre de 2015

169
[este ensayo surgió a partir de la invitación realizada por quienes
entonces eran estudiantes de la licenciatura en literatura de la
universidad donde trabajo. Nicolás Vicente Ugarte, Josefina
Rodríguez Cuadra y Juan Pablo Hormazábal organizaron en
noviembre de 2015 el coloquio “El lugar de la literatura en el siglo
XXI”, que dio lugar a un libro del mismo nombre publicado un
año más tarde. Contó con la participación de Sandra Contreras,
Cynthia Rimsky, Oscar Ariel Cabezas, Evando Nascimento y Julio
Ramos. Desde entonces hemos cultivado un estrecho diálogo
con Evando, a quien conocí en esta oportunidad. Nuestros
trabajos tienen una afinidad de la que incluso hemos llegado a
sorprendernos; pero sobre todo tengo la dicha de aprender de
la forma como piensa la imagen y la escritura. Es mi hermano en
Río de Janeiro, por eso le dedico este texto]

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La pulsión referencial
Condiciones de la crítica y la ficción en el siglo XXI

ue le
e a l i dad q , al
la r raria
n e i d ad de ción lite lento y
ponta or de crea modo vio atiza,
a r la es act el aum
cha z omo f entir lo tr no
Al re los ojos c namente s lo real da del pla e
ba j o y d i u r ad d e a v i am t
e n
brota obsesiva x t e r iorid l eje de l simbólic acia
r a e r e dad a h
busca l en que l al disloca la reali existenci Anjos
bru t a l o , o d e l a Dos
r m e n tándo a el plan signos de ista Ciro hoques y
ato haci a, de los ona l os c r,
real d ficci que l n imagina .
de lo structura de-vida, el l modo en c e bir
e a f í a- i c u a e c i a lo ha y escri
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enfre o ama
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mo Li
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o
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l vi ano Sa
Si

1. Cada vez se hace más visible que los “objetos” de los es-
tudios literarios se están desplazando: los “objetos visuales”
(y “audiovisuales”) ocupan el lugar de los “objetos textuales”.
Este desplazamiento se puede percibir revisando no solo las
publicaciones de las últimas dos o tres décadas, sino también
la programación de los congresos y la tesis de las actuales
generaciones: es la escritura misma la que registra el aumento
de la presencia de lo visual. Profesoras, profesores y estudian-
tes han comenzado, de manea progresiva, a dejar de leer, para

175
comenzar a ver (y oír), han dejado de reseñar o criticar libros
para, ahora, analizar películas, series, documentales, perfor-
mances, esculturas, pinturas, postales, videos, animales, plan-
tas, insectos, afectos, muebles, ropa, agua, tierra, aire y un
sinnúmero de objetos que, en no pocos casos, la escritura (en
un sentido tradicional, no gramatológico) puede estar com-
pletamente ausente. Este desplazamiento se puede leer como
un presagio. Como tal, revela una potencia y una limitación.
Lo primero dado lo afortunado que ha resultado para la revi-
talización de la disciplina la ampliación de su medio, término
más adecuando que el sociologizante de “campo”. El trabajo
de críticos y críticas como Beatriz González-Stephan (sobre la
mirada, las exposiciones, etc.), Julio Ramos (sobre la fotogra-
fía, sobre Diego Rivera y sobre todo su ensayo visual Detroit’s
Rivera), Silviano Santiago (sobre la obra de Adriana Varejão),
Javier Guerrero (sobre exhibicionismo y visualidad), o
Gonzalo Aguilar (sobre Hélio Oiticica), por nombrar algunos,
son un indicio de ello. Además, las historias literarias, que se
seguirán escribiendo, ayudan menos que los “estudios visua-
les” a la comprensión de eso que aún llamamos literatura. No
lo señalo, por cierto, pensando en los espectáculos de reali-
dad, ni en la importancia de una figura como Rosalind Krauss,
cuyo famoso ensayo sobre la suspensión de la categoría mo-
dernista de escultura está en la base de la proliferación de
nociones como “literatura expandida” o “fuera de campo”,
nociones que reafirman etiquetas como “modernismo”, “au-
tonomía” y “pureza”: en su distancia, sin duda necesaria, las
dejan intactas. Mi interés se centra más bien en aquellos traba-
jos que permiten una comprensión no sustancialista de lo que
se juega en y con la escritura de ficción literaria. George Didi-
Huberman o Hal Foster serían algunos de los nombres que
posibilitan, por ejemplo, pensar la obra de Roberto Bolaño de
una manera que se sustrae a la metafísica aún predominante
en gran parte de la crítica literaria latinoamericana, que busca
claves en la historia reciente (esto es, en los hechos) para leer
Estrella distante o Nocturno de Chile (sin mencionar el interés en
su propia vida para leer Los detectives salvajes). Al insistir en

176
que no hay medios puros (la escritura es imagen, inscripción
visible), W. J. T. Mitchell nos lleva a relevar el carácter visual
de la escritura y su relación con el sonido. También se pueden
considerar, de manera conjunta, el trabajo de Erich Auerbach
sobre la figura y el de Aby Warburg sobre la noción de super-
vivencia, potenciándose lecturas anacrónicas y no lineales de
la ficción literaria. Pero este desplazamiento también presenta
condiciones desfavorables, la primera de las cuales obvia-
mente es la marginalización del texto literario, cuyas formas
devienen irrelevantes (a excepción, aunque no como regla, de
la poesía, como ha mostrado espléndidamente Ana Porrúa)
ante el privilegio de temas y motivos. Representaciones y fi-
guraciones son objetos que se privilegian por sobre la confi-
guración de una obra y su trabajo con la materialidad del
lenguaje, con lo cual la referencialidad, como veremos luego,
adquiere una presencia casi absoluta. Y si la preocupación por
la forma llega a adquirir alguna notoriedad, es, por lo general,
cuando el texto es puesto en escena junto a sonidos e imáge-
nes, es decir, cuando deviene parte de un objeto llamado “hí-
brido”, obliterándose, en dicha performance, la capacidad
gramofónica de la escritura, una capacidad que Ana María
Ochoa ha mostrado magistralmente al interrogar la escucha en
el siglo XIX colombiano. Una segunda condición desfavorable
es que este escenario entra en connivencia con una condición
anti-literaria (y que puede adquirir fácilmente connotaciones
anti-intelectuales) que comenzó a emerger fuertemente a partir
de La ciudad letrada (1984) de Ángel Rama y que cobró fuerza en
los años noventa de la mano de textos tan disímiles como Mito
y archivo (1990), de Roberto González Echevarría, cuya tesis
central es que la novela moderna ha pretendido “no ser litera-
tura”, y Against Literature (1993), de John Beverley, cuyo título
es bastante explícito. Algo distante en el tiempo, pero com-
partiendo esta condición, se encuentra Aquí América Latina.
Una especulación (2010), de Josefina Ludmer, para quien es
irrelevante o “no importa [si las escrituras contemporáneas] si
son o no son literatura”. Distintos teórica y políticamente, y a
partir de cierta idea preconcebida o prejuiciada, estos textos

177
comparten un desdén por la literatura, del que ha terminado
beneficiándose el capital en su versión neoliberal. A partir de
ellos, pero no solo de ellos, generaciones más jóvenes suelen
justificar el menosprecio por la ficción literaria a partir de la
supuesta connivencia de la literatura con “el” poder, propa-
gándose, de paso, todo lo que huela a periferia y exclusión,
haciendo de lo “marginal” un fetiche para publicar y/o ganar
becas, pasando por alto que la “otredad”, como señaló tem-
pranamente Gayatri Spivak, puede convertirse fácilmente en
un objeto de comercialización académica más. Por supuesto
que no se puede desconocer la relación entre cultura y poder
que Edward Said develó con tanta profundidad y convicción,
relación que no debe dejar de interrogarse, pues efectivamen-
te la literatura contribuye a la reproducción de representacio-
nes estereotipadas y subalternizadoras. Pero la literatura y la
letra también pueden (y lo han hecho, como muestra Julio
Ramos en Las paradojas de la letra) contribuir a la producción
de subjetividades capaces de transformar sus condiciones de
sujeción. Los juegos de poder hacen que la escritura habite la
ambivalencia y, por tanto, que carezca de garantías, por lo
que entonces también se debe desconfiar del margen que se
transforma en centro. Hace unos pocos años Silviano Santiago
señalaba que la visibilización de obras silenciadas por la críti-
ca dominante recurrió, a contrapelo del llamado canon occi-
dental y sus defensores, a lo que se podría llamar dos válvulas
de escape. La primera consistió en abrir el espacio del arte a lo
excluido (mujeres, negros, gays); la segunda en rescatar el rol
de la cultura popular, “reprimida por la primacía de la tradi-
ción letrada”. No obstante, con el correr del tiempo, lo que
alguna vez fue negado se transformó en dominante, y lo hizo
de tal manera que también ha llegado a hacer de la exclusión
su principio de delimitación, una de-limitación que ha termi-
nado, creo que en nombre de lo postautonómico, obliterando
incluso a la literatura misma. Afirma Silviano: “En el interior
de la crítica de las artes, las dos válvulas repiten el proceso de
división del todo, seguido por el rechazo de cierta parte de lo
que lo constituyó como tal. Bajo la primacía de las válvulas, la

178
valorización de la parte rechazada se da mediante su reverso.
Lo no canónico expulsa lo canónico y la cultura otrora descui-
dada, el arte tradicional. En los peores casos, las dos válvulas
de escape son sectarias. No trabajan la diferencia. Eliminan el
conflicto mediante el recurso a una teología a la inversa”. Es
relevante que este nefasto escenario sea impugnado por un
intelectual que contribuyó, de manera sostenida y en polémi-
ca contra la academia conservadora, a instalar los Estudios
Culturales en América Latina, un intelectual que permanente-
mente ha trabajado para que lo que antaño fuera obliterado
haya sido instalado, y sin condescendencia, como un proble-
ma central de la crítica. En otras palabras, Silviano contribuyó
a que esas dos válvulas de escape pudieran acontecer, y no
solo desde su trabajo como profesor, sino también desde su
escritura ficcional. Sin embargo, lejos estaba (y lo sigue esta-
do) de una teología inversa.

2. En su pulsión axiomatizadora, anti-jerárquica y populista,


el mercado es el lugar de lo expandido y lo postautónomo,
saturado completamente por lo visual discretizado algorít-
micamente (Stiegler). No es necesario leer a Jameson para
percibirlo, pero convine hacerlo. Este escenario, por tanto,
debería llevarnos a pensar detenidamente que no toda ines-
pecificidad o desdiferenciación, esto es, que no todo “fuera
de campo” necesariamente da lugar a una democracia efecti-
va o “anti-elitista”, porque las formas de gobierno no se ven
alteradas cuando Isabel Allende comparte vitrina con James
Joyce o cuando Beyoncé graba un video clip en el Museo
del Louvre. Un crítico severo diría que esta se trata de una
defensa de un modo conservador de comprender la cultura,
nostalgia de pretéritos tiempos, pero ello implica asumir un
modo de lectura que Pierre Bourdieu llamó “sustancialista”,
esto es, una forma de leer que considera “cada una de las
prácticas (por ejemplo la práctica del golf [o de la literatura])
o de los consumos (por ejemplo la cocina china [o la lectura
de Dante]) en sí y para sí, independientemente del universo

179
de las prácticas sustituibles y que concibe la corresponden-
cia entre las posiciones sociales (o las clases pensadas como
conjuntos sustanciales) y las aficiones o las prácticas como
una relación mecánica y directa”. Creer que hoy la literatura
es una producción elitista no hace sino esencializar las pro-
ducciones culturales, fijándolas en compartimentos estancos
e inamovibles, a la vez que se oblitera, como arguyó Stuart
Hall, que el principio estructurador “no consiste en el conte-
nido de cada categoría” que constituye lo social, sino en las
relaciones de fuerza que sostienen la diferencia “entre lo que,
en un momento, cuenta como actividad cultural o forma de
elite y lo que no cuenta como tal”. Las categorías como elite
y popular podrán permanecer, pero sus inventarios cambian.
Para Bourdieu, la lectura sustancialista se inscribe en el orden
de un sentido común que yerra al comparar distintos perio-
dos a partir de contenidos previamente asumidos como fijos
y esenciales. “Una práctica inicialmente aristocrática”, señala,
“puede ser abandonada por los aristócratas —y eso es lo que
sucede las más de las veces— cuando empieza a ser adoptada
por una fracción creciente de los burgueses y de los pequeño-
burgueses, incluso de las clases populares […]; inversamente,
una práctica inicialmente popular puede ser recuperada en un
momento concreto por los aristócratas”. Si bien se desprende
de esta afirmación que no se puede reconocer la categoría
de clase como un todo cerrado, sino como un marco relati-
vamente autónomo, se podría agregar además que ninguna
clase o grupo puede crear o inventar de la nada: “la creación
ex nihilo es inconcebible” (Leroi-Gourhan). Por el contrario,
la clase, el grupo o lo popular constituyen el fondo sobre el
que diversas prácticas (ideas, técnicas, etc.) se desarrollan, in-
dependientemente de si estas se crean o se toman prestadas,
porque lo que importa, como muestran muy bien Guamán
Poma de Ayala o Juan Francisco Manzano, no es de donde
vienen, sino qué se puede hacer con ellas. “Resumiendo”,
dice Bourdieu, “hay que evitar transformar en propiedades
necesarias e intrínsecas de un grupo (la nobleza, los samuráis,
y también los obreros o los empleados) las propiedades que

180
les incumben en un momento concreto del tiempo debido a
su posición en un espacio social determinado”. [Por cierto, no
habría que olvidar que literatura fue el término que, emplea-
do inicialmente para referir, según Jean-François Marmontel,
“el conocimiento de las bellas letras” (belles-lettres), terminó
constituyéndose en el dispositivo con el que se dislocó la ite-
ración moderna (precisamente las bellas letras) de esa poética
aristotélica que asumía los géneros en función de sus objetos
de representación (las clases sociales), como muy bien ha
mostrado Jacques Rancière y, antes de él, Erich Auerbach].

3. También habría que desconfiar de lo que podríamos llamar


algo así como una intermedialidad presentista, que solici-
ta, para ser reconocida como tal (intermedial), la presencia
“real” o “verdadera” de sonidos e imágenes. Por supuesto, el
problema que aquí estoy planteando no tiene que ver con la
visualidad (y su estudio), ni con lo sonoro (y su estudio) “en
sí”. En cierta medida, tampoco con la mera representación,
sino en ver en esta intermedialidad un desplazamiento de la
literatura considerada como “autónoma” y “autorreferente”
hacia una literatura “expandida”, y considerar este supuesto
desplazamiento como un espacio abierto al ejercicio de una la
crítica no elitista y democrática. La literatura es y siempre ha
sido heterónoma, por lo que se inventa un imaginario y pre-
cario cierre en el juego de su diseminación, estrategia que le
ha permitido no sucumbir a lo largo de los siglos. Es el capital
el que requiere que todas las distinciones o especificidades
se deshagan en el aire, haciendo de lo comercial una fuente
de estatus, mientras lo intelectual deviene una instancia de
mal gusto, aún más si no es entretenida. Es esta constatación
la que ha llevado a Hal Foster a insistir en la necesidad de
“proveer a la cultura con un margen de maniobra”, a partir
de un uso estratégico de esa ficción denominada “autono-
mía”. Rosalind Krauss también ha comenzado a pensar en
una estrategia similar, al destacar la política de una “especi-
ficidad diferencial” puesta en juego en un conjunto de obras

181
que buscan sustraerse a la lógica cultural del capitalismo
avanzado: “en esta situación, hay algunos artistas contem-
poráneos que han decidido no seguir esta práctica, que han
decidido, es decir, [que han apostado por] no dedicarse a la
moda internacional de la instalación y el trabajo intermedial,
donde el arte esencialmente deviene cómplice de una glo-
balización de la imagen al servicio del capital”. De ahí que
también podamos leer desde otra óptica este desplazamiento
de la literatura hacia lo visual. Aquello que resulta potencia
a veces se extravía o se pierde, al privilegiar la presencia ma-
terial/referencial de la imagen, mientras la limitación puede
volverse productiva si se reconsidera la literatura misma
desde su (propia) materialidad (como hace, por ejemplo,
Flora Susseking en Cinematógrafo de letras, trabajo al que luego
volveré). Es el primer problema el que me interesa abordar
aquí. Se puede sintetizar afirmando que, a partir de la pre-
dominancia de la cultura visual, se ha producido un “giro”
ontológico que afecta traumáticamente a la crítica literaria, al
clausurar el trabajo de y con la imaginación que produce la
ficción. Por supuesto, los estudios literarios no son los únicos
afectados, ni los primeros. Se podría argüir que lo es el con-
junto de las ciencias humanas, que han sido expropiadas de
su crítica por una metafísica de la presencia que, en nombre
de la actualidad (el presente histórico), desdeña pasados, re-
cientes y remotos, muchos colmados de novedad, como diría
Walter Benjamin, sometiéndolos al olvido (estratégico). Si
algo de lo pretérito retorna, lo hace, no siempre, pero gene-
ralmente, domesticado. Que el nombre de Walter Benjamin
mismo sirva de ejemplo: artículos indexados, con resumen y
palabras clave, evaluados por un comité de referato, pueden
tranquilamente dar cuenta de la singularidad de su trabajo,
esto es, de la radicalidad de su escritura, anulándola. Fue Hal
Foster quien entrevió con claridad este problema, que definió
como “el retorno de lo real”, de un real domesticado tanto
por el hiperrealismo como por el arte abyecto y que llamará
“realismo traumático”. Se trata de un retorno de lo real que
“converge con el [..] de lo referencial”, endosándosele al arte y

182
la literatura una función documental que les ata a un presente
que obnubila la preocupación por el futuro. No son pocas,
dice, Foster, las fuerzas que llevan en esta dirección. Desde
la crisis del sida, la violencia y la precariedad, a la crisis del
contrato social, se impulsa “la preocupación contemporánea
por el trauma y la abyección”. Tal cual se dio en las artes vi-
suales, este impulso terminó iterándose en la literatura, hasta
hacer casi desaparecer a la ficción en nombre de la realidad.
Ejemplos sobran. Una de sus consecuencias, que Foster refie-
re para el arte, pero que es extensivo a otros soportes, estriba
en que “para no pocos en la cultura contemporánea la verdad
reside en el sujeto traumático o abyecto, en el cuerpo enfermo
o dañado. Sin duda, este cuerpo constituye la base de prueba
de importantes atestiguaciones de la verdad, de necesarios
testimonios contra el poder. Pero esta ubicación de la verdad
ofrece peligros tales como la restricción de nuestro imaginario
político”, además de la reinscripción de la noción de sujeto.
De un sujeto traumático, pero sujeto al fin y al cabo: “en la
cultura popular [y hoy la academia es parte de ella], el trauma
se trata como un acontecimiento que garantiza al sujeto, y en
este registro psicologista el sujeto, por más que perturbado,
retorna a toda prisa como testigo, como superviviente. Aquí
es incluso un sujeto traumático, y tiene autoridad absoluta,
pues uno no puede poner en duda el trauma de otro: uno
únicamente puede creérselo, incluso identificarse con él, o
no”. No todo el arte, ni toda la literatura contemporáneos
han hecho del trauma un punto de anclaje, pero es evidente
que, junto a la referencialidad y el sujeto, constituye uno de
sus principios dominantes. Como señaló lúcidamente Oscar
Ariel Cabezas, el “saber-experiencia” “habilitó una de las más
prolíficas industrias del mercado globalizado de la lágrima”.
Obviamente que aquí se está pensando en el devenir neolibe-
ral de la academia, que hizo que “el testimonio”, como escribe
Cabezas, pasara “a ser el sublime mercantil de una izquierda
intelectual paralizada por la derrota y el goce de la lágrima
reificada y relegada en la neutralidad del ‘fin de la política’
y del último sollozo por el vínculo entre literatura y cambio

183
social”. Lo que aquí se intenta develar es la connivencia con el
mercado en la que puede entrar la preocupación por lo real.
A la vez que termina siendo desactivada, esta preocupación
(incluso diría pulsión) también cancela o dificulta la preocu-
pación por el futuro. No lo parece, pero así resulta.

4. Gracias a que dejamos de preocuparnos por las condiciones


de nuestra propia producción, de la materialidad o inmateria-
lidad de nuestra propia escritura, y de la literatura misma,
hemos comenzado a estudiar la materialidad de los objetos no
literarios y su (mera) representación literaria. Insisto: no ha-
bría problema en ello si no fuera porque la obliteración de la
ficción por parte de la crítica (que también la golpea) ha per-
mitido que su potencia sea acosada por todos lados, desde la
escuela hasta la universidad, reduciéndosela a un simple ve-
hículo comunicativo, lo que tiene consecuencias para el futu-
ro. No tengo ninguna duda sobre la importancia, por ejemplo,
de estudios sobre la sensibilidad y los modos de percepción o
sobre la configuración de los cuerpos en el siglo XIX, realiza-
dos desde el medio literario. Tampoco con la representación
de los animales o de las plantas, si en ello se aventura una
exploración no humanista de la literatura. Estudios como es-
tos deben continuar realizándose, pero evitando sacrificar la
potencia de la ficción; de lo contrario, se arriesga a no ser más
que un mero eco de algún último, ultimísimo, giro, giro que
seguramente tendrá sus 15 minutos de fama (y su correspon-
diente Reader) antes de que un nuevo, novísimo, giro lo reem-
place. Por lo general, lo que mayormente circula son libros
menos interesantes, aunque armados con un aparato citacio-
nal o conceptual hiperactualizado. En su afamado Máquinas
de vanguardia: tecnología, arte y literatura en el siglo XX, Ruben
Gallo trata a la literatura como un mero soporte de algo más
importante: la referencia y, mejor aún, la presencia de la imagen
de una máquina fotográfica, de una máquina de escribir o de
una radio. Este libro tiene hipótesis tan novedosas como, por
ejemplo, aventurar que “las nuevas tecnologías de represen-

184
tación introdujeron una percepción radicalmente distinta de
la realidad”, o que “los medios están determinados histórica-
mente”. El problema de este libro es que hace de la máquina,
sea manual, visual o sonora, un fetiche al que subsume la ex-
periencia literaria. Y lo más interesante que tiene es un eco de
un libro que sí se preocupa de cómo la técnica literaria se
transformó al momento de apropiarse de los procedimientos
característicos de la fotografía, el cine, el fonógrafo y la publi-
cidad. Cinematógrafo de Letras, de Flora Süssekind es una bri-
llante lectura del “diálogo entre la forma literaria e imágenes
técnicas, registros sonoros, movimientos mecánicos y nuevos
procesos de impresión”. Se trata de un “diálogo en varias ver-
siones entre las letras y los medios que tal vez defina la pro-
ducción literaria brasileña del periodo de modo mucho más
sustantivo que los muchos neo (parnasianismo, regionalismo,
clasicismo, romanticismo), pos (naturalismo) y pre (moder-
nismo) con que se acostumbra a etiquetarla”. Lo que Flora
hace aquí es dislocar no solo la centralidad de la representa-
ción, sino también los modos tradicionales con que se domes-
tica la ficción, al suspender los nombres con que se la discipli-
na. Su libro es un libro sobre la literatura entendida como
técnica y sus transformaciones, lo que hace de la máquina de
escribir el soporte de la ficción. (Las imágenes que
Cinematógrafo de Letras comporta, comparadas con el inmenso
archivo visual de Maquinas de vanguardia, archivo que justifica
su impresión en un elegante papel couché protegido por unas
duras tapas, las imágenes del libro de Flora, digo, son un ane-
xo del cual se podría prescindir completamente, sin por ello
afectar en lo más mínimo sus argumentos. El libro de Gallo,
por el contrario, sin imágenes se vacía, puesto que su redobla-
da “presencia” se ve dañada). En un pequeño texto titulado El
giro visual, Fernando R. de la Flor argumenta que la escritura,
a diferencia de la imagen, presenta un “déficit de ‘presencia’”
que hoy, “bajo las nuevas situaciones de vida y experiencia de
mundo”, la relegan a una secundariedad, que sus severos y
perfeccionados protocolos de acceso no hacen sino confirmar,
al considerárselos como menos gratificantes y más onerosos

185
cuando se los compara con “la formación en el campo más
vasto de la imagen”. Su ensayo es, así, una fuerte crítica al
donoso y gravosísimo camino por el que se adentra quien
desee conocer “el arduo proceso de construcción de una sub-
jetividad lecto-reflexiva o lecto-crítica”. Lo señala de la Flor,
pero no lo suficiente, que su libro ha tomado no poco de un
importante ensayo de Keith Moxey, titulado “Los estudios
visuales y el giro icónico”, ensayo en el que la presencia es vin-
culada a la metafísica, pero nunca de un modo suficientemen-
te crítico, y creo que ello se debe a que su deconstrucción es
hoy considerada tan solo como una de las tantas modas de la
teoría literaria y que, como tal, se agotó, así como se agotaron
antes el formalismo, la estética de la recepción o la mitocrítica.
Así se desprende, por ejemplo, del libro Producción de presen-
cia, de Hans Ulrich Gumbrecht, que afirma: “En una época en
que, y no sin razones, (y algunas de ellas, incluso, buenas ra-
zones), muchos académicos y la mayor parte de los estudian-
tes en humanidades se han hartado de ‘teoría’, es decir, de
una clase de pensamiento abstracto a menudo importado de,
o inspirado por, la filosofía, cuya ‘aplicación’, acostumbrába-
mos creer, podría vigorizar nuestra escritura y nuestra ense-
ñanza; en una época….”. (¡Qué diría Friedrich Schlegel si
llegase a escuchar esta sandia idea en el averno!). Escrito en
algunas partes en tercera persona, Gumbrecht señala sin em-
pacho que Derrida no se atrevió a acabar con la metafísica,
porque ello le habría implicado ensuciarse las manos, recu-
rriendo a “conceptos que potenciales oponentes intelectuales
calificarían como ‘substancialistas’”. Por cobardía entonces
Derrida habría decidido restarse de un trabajo de demolición
que Gumbrecht cree poder realizar sin problemas. No se
piense, por cierto, que su interés es ocupar el lugar de Derrida,
buscando tan solo desplazar, como diría él mismo, “una posi-
ción intelectual más o menos institucionalizada dentro de las
humanidades en general” –esto es, no está demás recordar-
nos, las humanidades tal y como son desarrolladas en la “aca-
demia” estadounidense. ¡Qué sinécdoque de Gumbrecht!–. Y
por si no nos quedase del todo claro, nos dice, luego de insistir

186
en que “me he ensuciado mucho las manos en este capítulo”
(el tercero), que quiere “evitar la impresión de que el único
motor que impulsa mi argumento es una (muy) atrasada re-
vuelta adolescente contra las más altas autoridades del mun-
do profesional que habito”. Ello, claro, después de “enfatizar
lo obvio, es decir, que no se tratará para nada de una manio-
bra asesina”. “Yo” le creo, y como le creo, creo que es mejor
retomar nuestro asunto, pero no sin antes señalar que lo que
aquí se juega es el “dominio del campo”, esto es, la forma
neoliberal de habitar la universidad a la que “las humanida-
des en general” se han adaptado muy bien a partir de la idea
de giro: afectivo, visual, animal, ético, zoológico, espacial,
mineral, etc., etc., etc. Se trata de imponer un concepto que,
como lo visual, logre imponerse a partir de la preciada etique-
ta studies y su necesario complemento: el reader. Ahora sí vol-
vamos a nuestro asunto. Pasando por alto entonces sus impli-
cancias, y sin nombrarla directamente, Moxey invoca a la
metafísica como un elemento clave de la contemporaneidad
(Gumbrecht, por el contrario, insiste en la metafísica, pero la
entiende como lo que está más allá de lo puramente material):
“La idea de la presencia”, dice Moxey, “tan sorprendente
para el pensamiento postilustrado como la aparición del fan-
tasma de Banquo en la mesa de MacBeth, ha entrado en el
recinto de las humanidades hasta sentirse como en casa”. Si
ese pensamiento postilustrado es o se corresponde con aque-
llo que se ha dado en llamar, de manera poco rigurosa, “pos-
testructuralismo”, se debería reparar entonces que este fan-
tasma constituye una amenaza y no una oportunidad. Entraña
una violencia que se oculta bajo los ropajes de la realidad y lo
“verdadero”, con y sin trauma. “Con las prisas por dar senti-
do a las circunstancias en las que nos encontramos, tendimos
en el pasado a ignorar y olvidar la ‘presencia’ a favor del sig-
nificado”, agrega Moxey –lo cual resulta extraño, puesto que
el llamado “postestructuralismo” siempre privilegió el signi-
ficante, incluso en sus textos sobre pintura (Derrida, Foucault,
Deleuze) y fotografía (Barthes, Derrida)–. Y de acuerdo a ello
es que, a su juicio, “ahora se considera que las obras de arte

187
son objetos más apropiadamente encontrados que interpreta-
dos”. “Aburridos del giro lingüístico y de la idea de que la
experiencia está mediada por el lenguaje”, continúa Moxey,
quizá sin saberlo, pero haciéndose eco de Gumbrecht, “mu-
chos estudiosos están ahora convencidos de que en ocasiones
podemos tener acceso sin mediaciones al mundo que nos ro-
dea”. Moxey no es muy enfático a la hora de considerar las
implicancias de la idea de presencia, pasando por alto las crí-
ticas recibidas, como insistió Derrida, por “todas las sub-de-
terminaciones que dependen de esta forma general y que or-
ganizan en ella su sistema y su encadenamiento historial
(presencia de la cosa para la mirada como eidos, presencia
como substancia/esencia/existencia [ousía] presencia tempo-
ral como punta [stígme] del ahora o del instante [nun], presen-
cia en sí del cogito, conciencia, subjetividad, co-presencia del
otro y de sí mismo, inter-subjetividad como fenómeno inten-
cional del ego, etc.)”. En otras palabras, Moxey oblitera las
consecuencias que conlleva el que la presencia “se sienta
como en casa”: primado radical del ahora y reinscripción de
la conciencia, esto es, tal como señalamos antes, de la actuali-
dad referencial y del sujeto soberano, dos de los principios
dominantes de la literatura “contemporánea” e incluso de
gran parte de la producción audiovisual. Lo comprobamos al
revisar la critica de Fernando Vallejo a la ficción, que los asu-
me sin ningún problema: “Durante los últimos doscientos
años, la novela (entendiendo por novela la ficción en tercera
persona) ha sido el gran género de la literatura. Ya no puede
serlo más, ése es un camino recorrido, trillado, y no lleva a
ninguna parte. ¿Qué originalidad hay en tomar, por ejemplo,
una persona de la vida (o varias armando un híbrido) y cam-
biarle el nombre dizque para crear un personaje? Yo resolví
hablar en nombre propio porque no me puedo meter en las
mentes ajenas, al no haberse inventado todavía el lector de
pensamientos; ni ando con una grabadora por los cafés y las
calles y los cuartos grabando lo que dice el prójimo y metién-
dome en las camas y en las conciencias ajenas para contarlo
de chismoso en un libro. Balzac y Flaubert eran comadres.

188
Todo lo que escribieron me suena a chisme. A chisme en pro-
sa cocinera”. Antes de comentar a Vallejo, me atengo a citar,
en contrapunto, a Oscar Wilde, citado por Jenaro Prieto: “Las
únicas personas de verdad son las que nunca existieron, y si
un novelista tiene la vileza de tomar de la vida sus personajes,
al menos debería aparentar que son creaciones y no hacer
alarde de que son copias. Lo que justifica a un personaje de
novela no es que otras personas sean como son, sino que el
autor sea como es. De otro modo, la novela no es una obra de
arte”. Ese hablar en nombre propio de Vallejo no es más que
la reinscripción del fonocentrismo que desecha la potencia de
la imaginación en nombre de la “cruda” realidad, a la que se
rehúsa a percibir mediante la oblicuidad que permite la fic-
ción, y que fue lo que Clarice Lispector aventuró en Agua viva:
“Estoy entrando subrepticiamente en contacto con una reali-
dad nueva para mí y que todavía no tiene pensamientos co-
rrespondientes, y mucho menos una palabra que la signifique.
Es más una sensación atrás del pensamiento. ¿Cómo explicar-
te? Voy a intentarlo. Es que estoy percibiendo una realidad
sesgada. Vista desde un corte oblicuo. Solo ahora presentí lo
oblicuo de la vida. Antes solo veía a través de cortes rectos y
paralelos. No percibía el sonso trazo sesgado. Ahora adivino
que la vida es otra. Que vivir (…) es algo más hechicero”. Esta
misma Lispector, por cierto, también señaló que la ficción es
“la creación de seres y acontecimientos que no existieron real-
mente, pero a tal grado podrían existir que se vuelven vivos”.
Por el contrario, Vallejo rechaza mirar sesgadamente (o de
modo simbólicamente estructurado, como diría Silviano
Santiago), la “realidad”. Pero volvamos, por última vez, al
texto de Moxey, que a cada momento se me escapa, puesto
que me interesa la forma en que pone en escena una de las
posturas, quizá la principal, de los hoy dominantes estudios
visuales, dado que la presencia de la “realidad”, ya sea me-
diante el recurso a la imagen y/o a la vida “real”, se ha hecho
cada vez más importante en la creación y la crítica literaria
influenciada por el “giro” visual. Porque, como indica de la
Flor, la imagen “modelizó al resto de sistemas de representa-

189
ción (entre ellos, la escritura)”, quizá en venganza por haber
sido durante mucho tiempo sometida al modelo semiótico. Si
la escritura, afirma él, implica demasiada abstracción, las imá-
genes “constituyen un efecto de ‘real’” del que aquella carece
y agrega: “Es la ‘nostalgia’ de eso real lo que determina hoy,
por otra parte, la orientación general de las prácticas simbóli-
cas, las cuales persiguen abiertamente una confluencia final
entre representación y referente; una indistinción de los dos
campos”. Confundir la realidad con la representación, pero
no al modo de la simulación, sino de la disimulación, es, al
parecer, la estrategia que aventura Moxey y que de la Flor
resalta. Ya no fingir el acceso a la realidad, que fue lo que
Flaubert, según Barthes, intentó con su famoso “barómetro”:
“al dar el referente como realidad, al fingir seguirlo de mane-
ra esclavizada”, la literatura evitaba “dejarse arrastrar hacia
una actividad fantasmática”. Flaubert no se preocupada por
el referente, sino por la categoría que lo designaba como tal.
De lo contrario, habría escrito antes del primer capítulo de la
primera parte: basado en una historia real, estrategia que hoy
ya no se conforma con fingir; se insiste en ella y se hace lo
posible por significar, esclavizadamete, los “contenidos con-
tingentes” que porta la categoría de lo “real”. Se trata de ocul-
tar la estructuración simbólica, obliterándola y obliterando,
de paso, que ello se hace, en el caso de la literatura, mediante
el lenguaje. Sé que hay posiciones más interesantes que esta
respecto de la relación entre visualidad y literatura, e incluso
entre lenguaje y “realidad”, pero la he problematizado aquí
porque la ingenuidad con que opera es la misma que pode-
mos percibir en gran parte de la literatura y la crítica contem-
poránea, que ha hecho entrar la presencia a través la misma
puerta por la que se la intento expulsar. Quizá esta pulsión
por “recuperar” una relación más próxima con el mundo que
nos rodea sea una respuesta a la omnipresencia de lo que
Derrida llamó “artefactualidad”, que tiene como una de sus
peores consecuencias la hipoteca del futuro a manos de la es-
peculación del capital ficticio. Esta artefactualidad da cuenta
del monopolio de los “dispositivos ficticios” con que se teje la

190
actualidad, ya ni siquiera a nuestras espaldas. Mi interés en la
ficción literaria estriba en levantar una máquina de guerra
que les haga frente.

5. Aira, “Evasión”: “Qué no daríamos por recuperar la


vieja evasión, a la vista de la novela actual, o lo
que de la novela actual tengo más a la vista. Los
novelistas, y esto se acentúa cuanto más jóvenes
son, o sea a medida que pasa el tiempo, encuentran
cada vez menos motivos para promover un escape,
infatuados como están con sus propias vidas,
contentos y satisfechos con sus destinos y su lugar
en el mundo. Al perder el motivo para evadirse, se
les hace innecesario el espacio por donde hacerlo,
y sólo les queda el tiempo, la más deprimente de las
categorías mentales. No pueden hacer otra cosa que
contar las alternativas felices de sus días y, ¡ay!
de sus noches, en un relato lineal que es hoy el
equivalente indigente de lo que antes era la novela.
Podríamos preguntarnos cómo es posible que sus vidas
hayan llegado a ser tan satisfactorias como para
hacer irresistible el deseo de contarlas. Porque es
evidente que no todas las vidas son tan gratificantes;
también hay pobres, enfermos y víctimas de toda clase
de calamidades. Pero, justamente, los que no están
contentos con sus vidas no escriben novelas, y me
da la impresión de que ni siquiera las leen. Es como
si se hubiera cerrado un círculo de benevolencia, y
no se huye en círculos. Dicho de otro modo: hubo un
proceso histórico que en el último medio siglo fue
eliminando todos los problemas y conflictos de un
diminuto y muy preciso sector de la sociedad, que
ipso facto se dedicó a la producción y consumo de
novelas celebratorias. Esto es una simplificación,
claro está, pero puede tomarse como un mito
explicativo. Subsidiados, psicoanalizados, viajados y
digitalizados, los novelistas viven vidas de cuento
de hadas, y aun así escriben novelas (y no cuentos

191
de hadas, lo que sería más honesto). La Historia les
jugó una mala pasada al despojarlos de conflictos.
Ni siquiera el problema sexual les dejó. Y como si
hubiera un especial ensañamiento, la Historia de la
Literatura [y aquí podríamos considerar también la
crítica] colaboró, haciendo muchísimo más fácil que
antes escribir una novela. Como una novela no puede
escribirse sin conflicto, los nuevos novelistas, que
no lo tienen, deben inventarlo. Es lo único que no
debían inventar, y es lo único que inventan. Porque
al inventar el conflicto queda obstruida la genuina
invención novelesca, la maquinaria imaginaria, el
submarino del capitán Nemo o la locura de Don Quijote,
que era lo que se inventaba, para huir del conflicto.
Es decir, para evadirse”.

6. El boom de la crónica, del testimonio, de las biografías y


autobiografías, del fotorreportaje o la fotonovela, en otras pa-
labras, de una supuesta vida “real” y, en lo posible, “actual”,
dan cuenta de la cotización, en alza, de la presencia de una
experiencia. Si esa vida es la propia, mucho mejor. La auto-
ficción es la entronización del retornado sujeto, que hace del
narcisismo un modelo de escritura. Este desplazamiento no
tendría mayor interés, si no fuera porque conlleva el desalojo
de la imaginación, que, como el giro lingüístico, está demo-
dé, posibilitándose así la reducción de la ficción literaria y su
potencia configuradora (creadora de mundos) a mera “repre-
sentación del presente”, tiempo desde el que, si se asume uno
mismo como objeto, se observan la infancia, los estados de
ánimo, las enfermedades, las modas o las hipocondrías. Y lo
extraño de esta necesidad de lo “real” es que aunque se lo
invoque, está refiriendo el término más simple y cotidiano de
realidad, pero esta, como tal, encubre lo real, que no se puede
simbolizar, ni mediar y ello hoy, en un mundo archimedia-
do o artefactualizado por la virtualización de la experiencia,
se paga con una ansiedad por mayores dosis de “realidad”,

192
cuestión que explica, como señaló Fredric Jameson, que sea
más fácil imaginar el fin del mundo, que algo mucho más
modesto como el fin del capitalismo. Por supuesto que se
siguen escribiendo novelas donde la referencia, e incluso la
imagen, son irónicamente tratadas y puestas al servicio de la
ficción, como la reciente Machado, de Silviano Santiago (2017)
o, de manera más radical, 2666 (2004), de Bolaño. Tampoco
pretendo señalar que una novela que tenga la referencialidad
como clave de lectura deba desconsiderarse por falta de ima-
ginación. El material humano (2009), de Rodrigo Rey Rosa, por
ejemplo, tiene como escenario el “verdadero” archivo policial
de la Ciudad de Guatemala, así como Nocturno de Chile (2001),
de Bolaño, ficcionaliza encuentros intelectuales en una casa
en la que se torturaba, tal como sucedió en el Chile de la dicta-
dura. Pero como señaló el mismo Bolaño, “la referencialidad
no sirve para nada. Uno de los grandes novelistas del siglo
XX es Marcel Proust y la Recherche está llena de referencias. Es
una novela referencial al ciento por ciento y no tiene la más
mínima importancia que tu sepas hoy quiénes eran los perso-
najes”. “Lo que hace la novela”, escribió Gastón Molina (2012)
apropósito de Nocturno de Chile, “es textualizar la realidad, y
con ello volverla opaca, una especie de jeroglífico donde el
lector ha de poder sostener la palabra del otro en el trabajo de
su desciframiento”. Y al hacerlo, dice Molina, la realidad no es
anulada ni negada, sino suspendida o, como diría Lispector,
oblicuada, para leer como si fuese real lo que se narra, lo que
nos devuelve al terreno propio de la ficción: el como sí es su
principal operador, ahora suspendido no por un efecto, sino
por una pulsión de realidad, que subordina la ficción hasta re-
ducir al máximo su fuerza, haciéndola que oblitere su poten-
cia, una potencia que permite desarrollar la imaginación, sin
la cual el futuro es suspendido. Ya se había dado alguna luz,
sin crítica, por cierto, de este desplazamiento, al circunscribir
la ficción a “prácticas literarias territoriales de lo cotidiano”,
produciendo una “realidad que no quiere ser representada
porque ya es pura representación”, lo que recuerda muy bien
dos filmes que “encarnan” el problema que aquí estamos

193
presentando: The Truman Show y Matrix. Ambos contemplan
la hipótesis de que la “realidad” es “producida” por poderes
ajenos que fagocitan nuestra vida, transformándola en espec-
táculo o soma, pero si se toma conciencia, como Neo o Truman
Burbank, de la artificiosidad en la que se vive, puedes salir del
set o de la matriz para comenzar a vivir de verdad la realidad sin
mediación. Pero la ideología no consiste en vivir una falsa rea-
lidad, como Truman o Neo, sino en creer que se puede salir
de ella. De ahí que no se genere preocupación alguna por el
hecho de que las literaturas contemporáneas asuman, al decir
de Ludmer, “la forma del testimonio, la autobiografía, el re-
portaje periodístico, la crónica, el diario íntimo, y hasta de la
etnografía”, como si en estas formas la representación pudie-
ra suspenderse o atenuarse, logrando “despertar” como Neo
y Truman. E incluso la crítica asume el mismo cometido escri-
biéndose, también ella, en “testimonio, documental, memoria
y ficción”, registrando su propio tiempo presente en “tiempo
real”; de ahí el radical presentismo de Aquí América Latina. Es
como si se hubiese anulado lo que, para Aristóteles, constituía
la principal distinción del trabajo poético, que a diferencia del
historiador, que narra lo que ha sucedido, narra lo que podría
suceder. Este acontecimiento pone en crisis la imaginación,
reduciéndola a ser el espejo del presente/de la presencia, en
lugar de cuestionarlo/a radicalmente. Se me podría reprochar
que en todo trabajo con el lenguaje o con la imagen la crea-
tividad no deja de obrar. Pero cuando deviene fórmula, que
es finalmente lo que estoy criticando, más que imaginación,
crea, como diría Stiegler, “valor evaluable en el mercado”. La
llamada clase creativa trabaja “en la adaptación entrópica del
sistema”, subsumiendo la imaginación a la valorización del
capital. Por el contrario, imaginar, tiene que ver con producir
neguentropía, esto es, agrega Stiegler, “obrar en lo incalcula-
ble”. De ahí que no sorprende el boom de una historiografía
que haya comenzado a hacerse cargo del terreno desatendido
por la literatura. La historia contrafactual es ahora la que in-
terroga su presente imaginando futuros distintos a partir de
pasados truncos.

194
7. Sorprende que siendo el de ficción un término clave de los
estudios literarios, no cuente con una genealogía, como sí se
han realizado para mimesis o poiesis. Se cuentan, eso sí, con
varias monografías dedicadas a la ficción moderna, a su teori-
zación, a la ficción de un país determinado, al arte de la fic-
ción, a su diferencia con la historia, o su lugar en el corpus
freudiano, sobre su naturaleza y su vínculo con el deseo, con
el derecho, con la especulación y con el dinero, pero en la ma-
yoría de estos casos, opera como sinónimo de literatura, de
ahí su cargado énfasis en la modernidad. Hay excepciones,
como Barbara Cassin, que realiza un estudio de su etimología
entre los sofistas, algo que Costa Lima pasa por alto en su li-
bro História, ficçao, literatura, pero no si antes señalar que por
ficción los griegos entendían “plasma”, una magnífica línea
que lamentablemente desatendió. Pero, creo, no se encuentra
(en español, inglés, francés, alemán, italiano y portugués) una
historia del concepto de ficción, aunque también puede ser
que no haya dado con ella. La filosofía del como sí, de Hans
Vaihinger no es una historia o una genealogía, como se podría
suponer. Cierto, algo tiene de historia, pero es fundamental-
mente una anatomía de la ficción en su vínculo con el conoci-
miento. Un libro imprescindible en todo caso, aún más si re-
paramos las referencias de Borges en sus Ficciones. Mientras,
tenemos que conformarnos gratamente con su etimología,
que entrega luces sobre la importancia que, tal como fue en-
tendida en el momento de su emergencia, podría tener toda-
vía. El diccionario conocido como Tesoro de la lengua castellana
o española, de Sebastián de Covarrubias entrega algunos ejem-
plos de su uso a inicios del siglo XVII (publicado en 1611):
“FICION, o Ficción, cosa fingida, o compuesta como las fabu-
las, o los argumentos de las comedias, à fingendo”. Aquí fic-
ción ya es equivalente a falsedad, lo que indica la necesidad
de una investigación arqueológica para determinar en qué
momento ocurrió este fatídico desplazamiento. Pero veamos
qué nos indica la etimología de la raíz fing, que está tras la
noción de ficción. Por fingir, Covarrubias entendía: “del verb.

195
Latino fingo, gis. xi. ctum. formo, informo, como hacer alguna
cosa de barro, dedo se llamò figulo [y figulo se llamó] el alfa-
harero, o ollero q haze vasos de tierra, esto es en rigor, pero
estiéndese a todo aquello que se forma, y forja, o con el enten-
dimiento, o con la mano”. ¡“Con la mano”! la ficción no es o
no depende, como hemos pensado, solo de la imaginación,
que es como decir, del intelecto. No. La ficción no se puede
pensar alejada de la mano y, por tanto, de la noción de traba-
jo. Si escribimos con las manos, es porque también pensamos
con las manos. Mientras la ficción de Defoe es la de inventar
un personaje, para lo cual emplea sus manos, la ficción de
Robinson es la de hacer que su isla se vuelta productiva, gra-
cias al trabajo de sus manos. De ahí el interés de los economis-
tas. Veamos ahora algo más “moderno”. El diccionario
Houaiss, de Brasil: “antepositivo, do v. lat. fingó, is, finxí, fictum
(finctus en baja época), fingère, propiamente modelar en la ar-
cilla (figulus, y poteiro, oleiro, fictilis, y modelado en la arcilla);
después dar forma con cualquier substancia plástica, esculpir
(fictor, óris pastelero; escultor); después, p.ext., dar forma a,
modelar, donde reproducir los trazos de, representar e imagi-
nar, fingir, inventar, sentido particularmente vivo en fic-
tus,a,um, que se mantiene en las lenguas romances”. Tanto en
el antiguo diccionario de Covarrubias, como en el más recien-
te de Houaiss, permanece un elemento común: una materia
que se modela, a la que se le da forma con la mano, de ahí que
los griegos usaran para ficción el término plasmar y que aún
se mantiene. La ficción por tanto, es un trabajo con alguna
materia y siempre sobre un soporte, ya sea el lenguaje sobre
una hoja, la pintura sobre una tela o el tejido de una alfombra
De manera que tanto el antiguo diccionario de Covarrubias,
como en el más “reciente” de Houaiss, se mantiene un ele-
mento común: una materia que se modela, a la que se le da
forma con la mano, de ahí que los griegos usaran para ficción
el término plasmar y que aún se mantiene. Pero, por otra par-
te, quisiera destacar del diccionario de Covarrubias algo más:
figulo, dedo. Resulta interesante recordar que dedo, en inglés,
mantiene todavía la raíz fing: finger. Pero ahora vayamos a

196
otra lengua, que nos puede llevar aún más lejos. Dedo en
francés se escribe doigt. Por supuesto que tiene una familiari-
dad con “dedo”, que en español y portugués se escriben de la
misma forma. Pero en francés se acerca mucho más al término
indoeuropeo Dheigh. ¿Y qué refiere este término? Cuatro her-
mosas posibilidades. Cito el The American Heritage Dictionary
of Indo-European Roots: “la etimología de algunas palabras co-
munes revela orígenes muy diferentes a su forma moderna, a
sus significados o a ambos. Por lo tanto, las cuatro palabras
masa, figura, dama y paraíso [dough, figure, lady y paradise] deri-
van, en parte al menos, de la raíz Indoeuropea dheigh- (amasar
arcilla). Tres de estas palabras refieren de manera especial o
ajustada la parte de amasamiento de ese significado e ignoran
la parte de arcilla: (1) Masa es algo que se amasa como la arci-
lla. (2) Figura deriva de la figura latina, que viene a su vez de
Indoeuropeo dhigh-ūrā, algo formado por amasar o manipu-
lar. Fingir, ficción y efigie provienen de la misma raíz. (3)
Dama [Lady, que también puede traducirse como señora] deri-
va de inglés antiguo hlāfdige, compuesto de hlāf (hogaza) y
digan (amasar). Una dama [o señora] era miembro de la casa
en la que se amasaba el pan, y el hlāford (del que proviene el
señor) era su guardián. Desarrollos paradójicos de significa-
do asisten a los cambios en Dama [Lady]. De alguien que ama-
sa la masa, se convirtió en ‘la principal mujer de la casa’ y, por
lo tanto, en la persona menos propensa a ocuparse de tales
tareas. Sin embargo, la cuarta palabra [paraíso] especializa la
parte de arcilla del significado original e ignora la parte de
amasar: paraíso, originalmente un jardín cerrado, de pairi-daē-
za (muralla) indo-iraní (emparedado), de pairi (alrededor) y
daēza (pared, originalmente hecha de arcilla)”. En síntesis, la
etimología de ficción espera por un trabajo riguroso e imagi-
nativo de investigación, no solo para conocer su devenir, sino
también para asumir la tarea de plasmar un mundo distinto,
un mundo que nuestros dedos, frente al papel o el computa-
dor, pueden muy bien ayudar a reconfigurar, un mundo al
que sin problemas podamos llamar, como alguna vez imagi-
nó Dante, paradiso. Pero falta un dato más. En su famoso libro

197
sobre los sofistas, Bárbara Cassin señala que el trabajo de
aquel entonces con el lenguaje “abre y regulariza la posibili-
dad de decir cosas que tengan un sentido, sin decir empero
cosas existentes: ‘hirco ciervo’ esta vez, como paradigma, ya
no del significante sin sentido, sino del sentido sin referen-
cia”. Lo que Cassin releva aquí es el hecho de que la escritura
tiene como requisito la verosimilitud y la coherencia, no la
referencia a la realidad. Lo que se narra y se escribe son ficcio-
nes precisamente porque no tienen “lazo con lo real”, por es-
tar “desligadas de las funciones de lo real”. Es esta idea, agre-
ga luego, “la que se expande en la literatura y la que rastreamos
siete siglos más adelante en las relaciones entre la primera y la
segunda sofística, en la aurora de nuevos géneros, cuando
surge, sobre todo, la novela”. Ello quiere decir que la literatu-
ra tendrá por posibilidad primera ser hacedora, productora
de lo que aún no ha acontecido, de ficcionar una realidad he-
terogénea potenciando el desarrollo de la imaginación. “Su
carácter inventivo y creador; y el más violentamente nuevo
entre todos los nuevos ‘géneros’ es”, agregó Cassin, “el que
llegará a ser la literatura por excelencia, la novela”. Por eso es
que Lispector defendió el trabajo de ficción que realizaba has-
ta con materiales de su propia vida, negándose a la etiqueta
de lo “autobiográfico”. Y porque conocía la potencia de la
ficción sentenció para evitar ambigüedades: “Pero es claro
que A paixão segundo G.H. es una novela”.

Viña del Mar, entre julio y octubre de 2018

[este texto, que no ha sido previamente publicado, surgió gracias


a una invitación realizada por Alberto Giordado para participar
del V Congreso Internacional Cuestiones Críticas, realizado en la
ciudad de Rosario en octubre de 2018. Un par de meses previos
al encuentro, comencé a tomar algunas notas que fueron
presentadas en el VI Encuentro Chileno-Argentino, “Capitalismo,
autonomía y crueldad”, realizado en Buenos Aires a inicios de
agosto y que fue coordinado por Gisela Catanzaro, Alejandro
Kaufman y María Stegmayer (cuya hospitalidad agradezco) y

198
que contó además con la compañía y la discusión de Miguel
Valderrama, Natalia Lorio, Luis Ignacio García, Jacques Lezra,
Natalia Taccetta y Manuel Ignacio Moyano. Una vez que el texto
adquirió una forma preliminar, lo presenté en la Universidad
Federal Fluminense, gracias a que Evando Nascimento organizó
allí un encuentro, contando por el apoyo de Celia Pedrosa.
Diana Klinger, Rafael Gutiérrez y Kevin Falcão Klein participaron
de la discusión. En Rosario, tuve la fortuna de compartir la mesa
con Ana Porrúa, que se ha preocupado de manera sostenida
por la forma, por lo que recomiendo enérgicamente su bellísimo
libro Caligrafía tonal. Ensayos sobre poesía, libro que me ha
permitido pensar algunas de las ideas señalas en el prólogo.
En Rosario también coincidí (en restoranes, pasillos y bares)
con Diego Peller. Conocía su libro Pasiones teóricas, pero no la
forma en que con una sencilla y estricta pregunta puede develar
la falta de rigurosidad que campea en la crítica contemporánea,
que subsume la literatura bajo los conceptos que mejor cotizan
en el internacional mercado académico. La interrogación y el
abierto debate es algo que debemos practicar y no es difícil
percibir que Peller es alguien de quien podemos aprender]

Referencias

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Balseiro. Madrid: Siruela, 2013.

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199
Ludmer, Josefina. Aquí América Latina. Una especulación.
Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2010.

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Gumbrecht, Hans Ulrich. Producción de presencia. Trad. Aldo


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Gallo, Rubén. Máquinas de vanguardia. Trad. Valeria Luiselli.


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Derrida, Jacques. De la gramatología. Trad. Oscar del Barco y


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Cassin, Bárbara. El efecto sofístico. Trad. Horacio Pons. Buenos


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Aira, César. “Evasión”. Evasión y otros ensayos. Barcelona:


Random House: 2017.

201
Literatura y an-arquía.
A propósito de Anarchivismo. Tecnologías políticas del
archivo, de Andrés Maximiliano Tello
(con una nota sobre el trabajo de Julio Ramos)

El arte es lo contrario de las ideas generales, describe sólo lo


individual, no desea sino lo único. No clasifica, desclasifica.

Marcel Schwob

1. En “Notas breves sobre el arte y modo de ordenar libros”, in-


cluido en Pensar/clasificar, que bien podría llamarse Despensar/
desclasificar, George Perec escribe: “Un amigo mío concibió un
día el proyecto de limitar su biblioteca a 361 obras. La idea
era la siguiente: tras alcanzar, a partir de cierta cantidad n
de obras, por adición o sustracción, el numero K = 361, que
presuntamente correspondería a una biblioteca, si no ideal, al
menos suficiente, obligarse a no adquirir de modo duradero
una nueva obra X, sino tras haber eliminado (por donación,
eliminación, venta o cualquier otro medio apropiado) una an-
tigua obra Z, de modo que el número total de obras K perma-
nezca constante e igual a 361: K + X > 361 > K – Z. La evolución
de este seductor proyecto tropezó con obstáculos previsibles
para los cuales se hallaron las soluciones del caso: ante todo se
consideró que un volumen –digamos de La Pleiade– valía por
un (1) libro aunque contuviera tres (3) novelas (o compilacio-
nes de poemas, ensayos, etcétera); de ello se dedujo que tres
(3) o cuatro (4) 0 n (n) novelas del mismo autor valían (implíci-
tamente) por un (1) volumen de dicho autor, como fragmentos
aun no compilados pero ineluctablemente compilables de sus
Obras completas. A partir de ello se consideró que tal novela re-
cientemente adquirida de tal novelista de lengua inglesa de la
segunda mitad del siglo XIX no se computaría, lógicamente,

203
como una nueva obra X sino como una obra Z perteneciente
a una serie en vías de constitución: el conjunto T de todas las
obras escritas por dicho novelista (¡y vaya si las hay!). Ello
no alteraba en nada el proyecto inicial: simplemente, en lugar
de hablar de 361 obras, se decidió que la biblioteca suficiente
se debía componer idealmente de 361 autores, ya hubieran
escrito un pequeño opúsculo o páginas como para llenar un
camión. Esta modificación resultó ser eficaz durante varios
años: pero pronto se reveló que ciertas obras –por ejemplo,
las novelas de caballería– no tenían autor o tenían varios, y
que ciertos autores –por ejemplo, los dadaístas– no se podían
aislar unos de otros sin perder automáticamente del ochenta
al ochenta y seis por ciento de aquello que les confería interés:
se llego así a la idea de una biblioteca limitada a 361 temas
–el término es vago pero los grupos que abarca también lo
son, en ocasiones– y este límite ha funcionado rigurosamente
hasta hoy. Por ende, uno de los principales problemas que
encuentra el hombre que conserva los libros que leyó o se pro-
mete leer un día es el crecimiento de su biblioteca”.

2. Presuntuoso. Ambicioso. Sin lugar a dudas también un


libro valeroso y cautivante. En su escritura, te atrapa desde
la primera línea: “El anarchivismo es la pesadilla del orden
actual”. Incluso diría que desde el título, pues el término que
lo articula, busca instalar este libro como una referencia in-
soslayable para quien se interese por la cuestión del archivo y
sobre todo por su deconstrucción. Lo logrará. El trabajo meti-
culoso que lo sostiene aventura su ineludible inscripción en el
medio crítico contemporáneo.

3. Tengo noticias de Anarchivismo. Tecnologías políticas del ar-


chivo desde que era un proyecto, luego una tesis y después
un manuscrito. Ahora es un libro con su respectivo ISBN;
porta su cédula de libro. Transformada esta en código de

204
barras, facilita el registro de país, editorial, formato, materia
y lengua, etc. Antes de circular, este libro sobre los archivos
y la anarchivación ya ha sido archivado. Ineluctable devenir:
codificación, recodificación, descodificación, codificación,
recodificación, descodificación, codificación, recodificación,
descodificación, codificación, recodificación, descodificación,
codificación, recodificación… codificación, recodificación,
descodificación, codificación, recodificación, descodificación,
des, des, desc, desco, descod, descodi, descodif, descodifi,
descodific, descodifica, descodificac, descodificaci, descodi-
ficació, descodificación… rec, co, des. escodificación, scodifi-
cación, codificación, odificación, dificación, ificación, ficación,
icación, cación, ación, ción, ión…

4. Perec nuevamente:
En el mobiliario contemporáneo, la biblioteca es un
rincón: el ‘rincón-biblioteca’. Es a menudo un módulo
perteneciente a un conjunto ‘sala de estar’, del cual
también forman parte:

El bar con tapa


el escritorio con tapa
el platero de dos puertas
el mueble del estéreo
el mueble del televisor
el mueble del proyector de diapositivas
la vitrina
etcétera.

5. Siete capítulos constituyen Anarchivismo, pero solo dos fir-


mas claves lo atraviesan: Michel Foucault y Jacques Derrida.
En realidad, son 3. A veces IV. Gilles Deleuze, solo o con Felix
Guattari. Entonces: Deleuze&Guattari. Un enfoque guatta-
ro-deleuziano lo recorre de un lado a otro, o de un otro a un
lado; de lado a lado. El archivo es una máquina social, escribe

205
Tello: “la conexión variable de cuerpos y tecnologías, que ins-
tituyen una forma de organización maquínica de la produc-
ción social”. El anarchivismo es, así, desterritorialización, d
e s c o d i f i c a c i ó n. Foucault y Derrida, lo sabemos, soy
hoy quienes, sin habérselo propuesto, dominan el mentado
giro archivístico (el mercado de las citaciones), giro que cual-
quier lector de este libro aprenderá a tomar con cuidado, a
no arrebatarse mucho con su boom (su turn), porque la tarea
política que se propone es la alteración de “los principios de
legitimidad resguardados y dispuestos socialmente por clasi-
ficaciones institucionales y mediante tecnologías de registro
cotidianas de los cuerpos, sus rutinas y sus afectos”. En otras
palabras, lo que aventura es la alteración radical del archivo,
de sus órdenes y de sus rígidas clasificaciones. Apuesta, como
Perec, por otros modos de pensar, de clasificar. Que lo haga
mediante la forma de un libro es algo en lo que habría que de-
tenerse, “Had we but world enough and time”, como alguna
vez escribiera Andrew Marvell.

6. Capitán Nemo, citado por Perec:


“’… el mundo terminó para mí el
día en que mi Nautilus se su-
mergió por vez primera bajo
las aguas. Ese día compré mis
últimos volúmenes, mis últimos
folletos, mis últimos diarios, y
desde entonces quiero creer que
la humanidad no ha pensado ni
escrito nada más’”.

7. Anarchivismo es la pesadilla del Capitán Nemo. Muestra


que aunque busquemos insistentemente sustraernos a su
axiomática, el archivo nos asecha. Incluso estando dormidos,
la desconexión no es posible.

206
8. No son pocas las tesis que este libro pone en juego. Quizá la
más relevante es aquella que insiste en que sin archivo no hay
estado. Tampoco capitalismo. De ahí lo importante que re-
sulta la siguiente afirmación: “lo fundamental para nosotros
aquí es que si la acumulación de cuerpos resulta inseparable
del proceso de acumulación de capital, lo mismo puede afir-
marse a propósito de la gestión de los corpus. En otras pala-
bras, las investigaciones de Foucault permiten suponer que la
génesis del capitalismo se enlaza tanto con la acumulación de
cuerpos individuales como con la acumulación de corpus do-
cumentales. Por lo tanto, la máquina social del archivo ocupa
un lugar central y hasta ahora ignorado –o en cualquier caso,
poco advertido– entre los múltiples elementos que conforman
las condiciones de posibilidad de la aparición y evolución del
capitalismo”. Todo un corpus que contiene los datos de cada
sujeto, se levanta para disciplinar (y sujetar) su cuerpo, inclu-
so y cada vez más a distancia y sin vigilancia directa. “De
ahí”, dice Tello, “que, en realidad, podríamos afirmar que la
premisa foucaultiana apunta a que no hay relación de poder
que no penetre simultáneamente cuerpos individuales y corpus
documentales”. Desde aquí se puede hacer una relectura del
trabajo con el pasado, poniendo en relación, por ejemplo, lite-
ratura y ley, como ha hecho de manera brillante Julio Ramos
en algunos de sus ensayos, los que desde ya podemos consi-
derar como el paciente trabajo de un anarchivista.1

1. Se podría convenir que el nombre de Julio Ramos no necesita presentación.


Desencuentros de la modernidad en América Latina. Literatura y política en el siglo
XIX, su primer libro –publicado inicialmente en 1989, le otorgó un
reconocimiento que le dio a su firma amplia (y envidiable) circulación. En
este ensayo Julio se plantea deconstruir y determinar las conflictivas
condiciones de posibilidad de aquello que Ángel Rama llamó “ciudad
letrada”. No obstante, los textos que han seguido a aquel imprescindible
trabajo (y aquí la palabra texto debe entenderse bajo el signo de Barthes,
puesto que este solo se experimenta en un trabajo –en una travesía– imposible
de fijar, como el de Julio), no han tenido la misma repercusión, a pesar de su
indudable relevancia para el pensamiento y para la afirmación de una crítica
subversiva, anarchivista avant la lettre. Siete años más tarde publicó Las

207
paradojas de la letra, título (y libro) que vendría a inscribirse en una política
que se articula con aquellos cuerpos que la ciudad letrada tenía por objeto
disciplinar mediante la producción de corpus, subjetividades que en su
arrojo ante un mundo que les negaba la escritura, se la apropian con la
intensión de ensanchar la “democracia” archivística que les excluye y así
poder constituirse en sujetos de derecho pleno; pequeños movimientos
insurgentes que no pretendían fortalecer el cinismo de la política oficial, sino
reubicar “el campo de su territorio”, “proyectando la redefinición de la
ciudadanía” misma, como señala en uno de los ensayos publicado en Las
paradojas de letra, donde se subvierte la imagen de la escritura, y del archivo
que la cobija, para ponerla al servicio de la subversión del Arkhé, destituyendo
principios y mandados. De ahí que su interés pasara por leer en reversa, como
diría Ranajit Guha, textos donde la marginalidad empujaba los límites de los
discursos modernos, hasta obligarlos a desfigurar sus demarcaciones. Desde
entones, a contrapelo de los requerimientos de la universidad contemporánea,
fagocitada en el (auto)exitismo de sus indicadores, Julio, se podría decir, no
ha publicado “mucho”, pero cada uno de los textos que bajo su firma fueron
apareciendo, mostraban la rigurosidad de un crítico singular. Sus ensayos
recogen problemas que se podrían inscribir dentro de etiquetas fácilmente
identificables, archivables, como “estudios culturales”, “crítica postcolonial”
y “estudios subalternos”, e incluso dentro de “crítica cultural”. Sin embargo,
es notoria la distancia que marca respecto de estos campos discursivos, pues
pareciera que rehúye a las casillas y sus codificaciones. Y si es así, si elude la
territorialidad y axiomática de la máquina académica, aventuro que tal
proceder estriba en la elaboración de una política anarchivista, que acontece
por medio de la (su) escritura, pues como ensayista, esta no se encuentra
atada más que al objeto que le permite, siempre momentáneamente, plantear
problemas que ameritan una interrogación pública (que terminará
subvirtiéndolos). Con ello, Julio encara el desafío de pensar no solo
subjetividades otrora marginadas (ciudadana y letradamente), sino también,
y de manera fundamental, de pensar al pensamiento que las transforma en
su objeto y tranquiliza, así, su “privilegiada” conciencia intelectual. En otras
palabras, su trabajo se distancia tanto del archivo latinoamericanista
vernáculo, terrícola, que hizo de su supuesta especificidad identitaria la
condición de su existencia, como de aquel que centra su aspiración (e incluso
su pasión) progresista en “el gesto de la mediación” que busca recuperar
una voz subalternizada. Por ello es que sus ensayos resultan cruciales para
imaginar un latinoamericanismo anarchivista que suspenda las reificaciones
(letradas y/o populistas) que han alimentado de manera semejante prácticas
representacionales que históricamente han sido exhibidas como antagónicas.
La política de Julio, entonces, viene a dislocar, por un lado, “las inflexiones
variadas de la autoridad estético-cultural que privilegia el papel de la
literatura en la construcción de la ciudadanía”, y, por otro, “esa ley de

208
correspondencia que asume, sin mucha discusión, que a un mundo pobre le
corresponde un arte pobre”. El año 2011 publicó en Monte Ávila Sujeto al
límite: ensayos de cultura literaria y visual, y aquí ya vemos otro desplazamiento,
no tanto en lo referente a la preocupación política que devela su ensayística,
pues esta persiste magistralmente, sino en términos de registro, de objeto,
pues en este libro la escritura viene a ser suplementada por la imagen, que
ha cobrado una relevancia notoria, como lo muestran sus textos sobre un
mural de Diego Rivera, el cine de Pedro Costa, o sobre las fotografías de
Sebastião Salgado y de Paz Errázuriz. En Sujeto al límite muestra una
preocupación rigurosa y anti-nostálgica respecto de las mutaciones que
descentralizaron las condiciones bajo las cuales la ciudad letrada ejerció su
dominio hasta bien entrado en siglo XX, dominio que ha sido subsumido
por un capitalismo neoliberal que ha puesto en su lugar, generalmente en
nombre de una dudosa democracia, una política del espectáculo que ha
terminado desjerarquizando las antiguas y elitistas barreras culturales, a la
vez que suspendía el privilegio de quienes se movían bajo los sedimentados
códigos de lo letrado. Situación, por cierto, que ha llevando a no pocos
críticos a esgrimir un discurso (neo)conservador con el fin de resguardar
“las fronteras” de un campo que hasta hace no mucho imaginaban bajo su
rectorado. Con ello me refiero a que Julio no romantiza un pasado que haya
que proteger o del cual se pueda hurgar para defender o encontrar la
respuesta a los desafíos a que nos exponen las condiciones bajo las cuales
hoy debemos ejercer nuestro inactual trabajo. “¿Cuál puede ser, entonces, ‘el
futuro de los estudios literarios’”? se preguntaba Julio en “1998: Genealogías
del Panamericanismo”, un fundamental ensayo sobre su (nuestro) porvenir:
“Puesto que se trata, precisamente, de una crisis de los grandes relatos
liberales del porvenir de la ciudadanía y de la integración, relatos que fueron
elaborados, en parte, por las humanidades mismas, acaso solo las cartas o
los caracoles del santero se atreverían a enunciar, como con un sencillo golpe
de dados, el secreto de la respuesta, que en el mejor de los casos hablaría de
futuros mínimos, de cartografías estratégicas, provisorias, para las prácticas
y los sujetos de saberes localizados”. La riqueza de esta respuesta nos devela
que lejos de lamentarse por la situación, este ensayista –que equivocadamente
podemos llamar “puertorriqueño”– encuentra en la crisis la posibilidad para
inventar, errando si se quiere, un latinoamericanismo anti-metafísico y
efectivamente democrático, esto es, anarchivista. La nostalgia, uno de los
nombres que vehiculiza la ley del padre, debe ser radicalmente obliterada si
se quiere fortalecer una práctica político-intelectual que, en medio del brutal
descampado neoliberal que habitamos, no solo no se ha permitido abdicar
ante “los aplanamientos del mercado”, sino que ha logrado una lucidez que
los latinoamericanismos de antaño no entrevieron ni buscaron. Por ello es
que se vuelve imperioso, por lo menos para quien aún se preocupa por la
literatura, cuando no de las humanidades incondicionales, detenerse en la

209
escritura de Julio, pues no debiera escapársenos el cuidado y la precisión de
lo que podríamos llamar su estilo, un estilo que le permite sustraerse, como
diría Adorno, a la sobreescritura de la propia conciencia, como también a la
falsa acción a que empuja el miedo infligido por las exhaustas condiciones
en que hoy se desenvuelve la crítica. En tal sentido, por lo menos tres marcas
o pulsiones de su trabajo escritural debieran ser resaltadas. Es necesario, en
primer lugar, referir un uso particular de la teoría, que desde el margen
informa la comprensión conceptual del autor, evitándose así la saturación o
densidad escritural, en favor de la escritura misma. Rara vez un pasaje
teórico invade la página, saltando desde la nota al pie hacia el despliegue
argumental, y cuando lo hace, es solo para precisar un punto que no debiera
quedar en suspenso, como la categoría de interpelación althusseriana,
central para comprender la significancia de la escritura de Juan Francisco
Manzano, esclavo que escribe su biografía a solicitud de unos agentes
pertenecientes al campo letrado: la tertulia de Domingo del Monte. De
manera que nombres como los de Michel Foucault, Walter Benjamin o
Jacques Derrida mantienen una distancia que Julio usa según su
conveniencia, o según la necesidad del objeto sobre el que ha decido ensayar.
En segundo lugar, en él la escritura misma tiene su propio y particular ritmo.
No encontramos textos por él firmados que se desarrollen linealmente o
hipótesis a las que se responda de manera rígida y esquemática. Por el
contrario, se podría decir que su escritura es fragmentaria y oblicua, y que,
como tal, antes de arribar a un punto final –para no decir conclusión, pues
sus ensayos permanecen siempre abiertos–, nos lleva por linderos que abren
la reflexión, permitiéndole al lector imaginar preguntas siguiendo su propia
pulsión. Es más, se podría señalar que estos ensayos, individual y
colectivamente, se estructuran al modo de una partitura, como si las líneas
que les atraviesan fueran las notas de una multiplicidad de instrumentos
que si bien no explicitan sus texturas, nos permiten, sin embargo, identificar
sus rasgos principales, para luego ser articularlos desde las inquietudes de
quien lee. En este sentido es que su ensayística es un don, cuando no una
política hospitalaria para quien desee relacionarse con ella. Lo es, empero,
porque responde al ensayo como forma (Adorno), inscripción cuya
gratuidad está suspendida por la responsabilidad que como tal le compete:
“Todo escrito fragmentario”, recordó a su vez Martín Cerda, “implica, en
efecto, una fractura, crisis o quiebra social y, al mismo tiempo, una infracción
de todos los lenguajes que, de una manera u otra, intentan enmascararla o
‘taparla’”. De modo que si ha de quebrar la identidad del texto, la identidad
de la escritura y de su objeto, Julio debe encarar el desafío de lanzarse contra
la lengua monolítica que disciplina la heterogeneidad de la experiencia. Por
último, resta hablar de la elaboración misma de la escritura, de la composición
de estas piezas. Las notas de pie de página nos dan cuenta no solo de un
trabajo particular con –y un uso de– la teoría, sino también de la habilidad,

210
diría que artesanal, con la cual va hilvanando sus textos. En otras palabras,
tiene un cuidado riguroso con la materia sobre la que trabaja: el lenguaje.
Esta preocupación es la que me lleva ahora a ver en sus textos una política
de la forma, esto es, la forma como ensayo, pues se reconoce en ellos que
quien los ha escrito sabe que la materia (cualquiera que sea) sobre la que
trabaja ya es una forma a la que se le da otra forma, porque el lenguaje es
pura plasticidad. Es reconocible, por supuesto, un estilo y un motivo, pero
ello no impide percibir que cada texto guarda su propia especificidad.
Tomemos como ejemplo “Descarga acústica”, que inicia del siguiente modo:
“Hay momentos cuando al filósofo lo sorprende la estampida de una música
nueva. El alboroto descarrila el pensamiento de su ruta habitual, lo desborda
de su interiorizado y a veces sordo discurrir. La descarga acústica sacude al
filósofo de pies a cabeza, le desencaja el tiempo de su discurso”. Ese filósofo
no es otro que Walter Benjamin, a quien una noche en Marsella el jazz le hizo
convulsionar: “He olvidado con qué motivación”, dice el pensador alemán,
“me permití marcar su ritmo con el pie. Eso va en contra de mi educación y
no ocurrió sin forcejeos interiores. Hubo momentos en los que la intensidad
de las impresiones acústicas eliminaba todas las demás”. Pues bien, este
texto de Julio desencaja o descarga al lector, desborda a ese que espera
encontrarse con un trabajo que nos refiera (solo) la experiencia de Benjamin
en uno de los bordes de Europa, pues si el inicio del texto así parecía
indicarlo, las páginas que siguen nos lo desmienten, al hablarnos de los usos
de la droga, del desarrollo desigual y combinado, de la racionalidad
moderna… hasta detenerse, algo, en la metafísica de la escucha y, cómo no,
en su interrupción, para luego pasar a una evaluación (que podríamos
llamar política) de la salsa y la conga, hasta acercarse a la oralidad y el
fonocentrismo del discurso caribeñista contemporáneo, y arribar
posteriormente a las reflexiones que Benjamin planteara en su famoso texto
sobre la crisis del aura, con el fin de interrogar “el privilegio del esquema
óptico” y “reconocer el peso poderoso y a veces saturado del orden acústico
en las geografías sonoras”. “Tales órdenes”, agrega para finalizar, “son
claramente irreducibles a la cuestión de la ‘oralidad’ pre-letrada. Son en
cambio órdenes mixtos, transitados por la complejidad de la historia del
capital, por las transformaciones tecnológicas, así como por las pugnas
encarnadas y descarnadas de los cuerpos que se liberan de los esquemas
heredados de la programación sensorial”. Como toda gran composición,
ésta también cuenta con sus propias particellas, partituras que registran los
tonos y los movimientos de cada instrumento o grupo de instrumentos, de
manera que Julio informa suficientemente los giros que realiza, en un
cuidado uso bibliográfico que nos permite comprender el lugar de
inscripción de cada uno de ellos. Cuando el trabajo con la escritura ha cedido
ante el factor de impacto, comprendemos que leer estos ensayos es un placer
que el formateo del paper indexado, normalizado y algorítmicamente

211
calculado nos va restringiendo, un trabajo que adquiere una inusitada
fuerza política en su desacomplamiento de la estandarizada lengua
universitaria a la que se entregan hoy por hoy incluso las publicaciones
académicas más “respetadas” y que hasta hace no mucho dominaban el
campo del archivo latinoamericanista. Ahora bien, ¿cómo opera el
anarchivismo de Julio Ramos? Se podría señalar que sus ensayos constituyen
un latinoamericanismo a contrapelo, pues junto a sus reconocidas lecturas
deconstructoras de Bello, Sarmiento y Martí, también ha ensayado lecturas
contrapuntísticas que se encargan de desplazar el vínculo entre la letra y el
archivo de la ley, para potenciar, en su lugar, una relación entre literatura y
justicia o, si se quiere, también entre imagen y justicia, pensando en los
textos sobre Sebastião Salgado y Pedro Costa. De manera que Julio lee en
reversa la historia literaria de Latinoamérica, esa que, a juicio de Pedro
Henríquez Ureña, solo podía “escribirse alrededor de unos cuantos nombres
centrales: Bello, Sarmiento, Montalvo, Martí, Darío, Rodó”, una historia,
como se ve, muy restringida y masculina, hasta el día de hoy. De ahí que no
sea errado señalar que en casi todos sus ensayos se encuentra un interés
constante, diría que casi una pulsión, por trabajar con “el reverso de la
memoria”, expresión suya, leyendo a contrapelo el archivo y a contrapelo
del archivo mismo, con materiales menores, alejados del canon o que
derechamente producen una cesura en la política canonizadora. De Martí, si
bien se trata de un autor central del “latinoamericanismo”, lee “Coney
Island”, texto prácticamente ignorado en su momento. Lo mismo de Diego
Rivera, otro nombre canónico, pero del que también considera una obra
desconocida, Still Life and Blossoming Almond Trees. Y en ambos casos, estas
producciones, menores si se quiere, son leídas de tal forma que logran
inquietar el centro desde el cual eran (des)consideradas. Este interés se
radicaliza cuando pensamos en sus textos sobre Flora Tristán, Juan Francisco
Manzano, Luisa Capetillo o Alberto Mendoza, figuras periféricas que
intentan ampliar el archivo que sanciona y fija las posiciones que en su
interior han de ocuparse. Es en esta línea que Julio realiza un impresionante
trabajo de archivo, por ejemplo viajando a Cuba y al siglo XIX cubano, para
regresar con el testimonio de María Antonieta Mandinga, que reclama por
su libertad, una libertad que no conseguirá ella, sino su hijo (Juan Lorenzo),
luego de enfrentar durante décadas una ley que desconsideraba el testimonio
de aquellos que, por ser negros, no podían dar cuenta de su libre condición.
No obstante, Julio lee en reversa estos documentos, con el fin de recuperar
“aquello que la ley misma con su peso borra”. Su interés es, así, el de exponer
cómo “la literatura se instituye con la intervención en los límites del orden
jurídico-simbólico de la esclavitud, trabajando la peligrosidad de sus
márgenes, proponiendo categorías para la solución de los diferendos
generados por la pluralidad de las legitimidades y, sobre todo, explorando
las condiciones que harían posible la subjetivación de los esclavos”. Cabría

212
9. Otra tesis, cercana y distante a la vez de la anterior, aunque
enunciada previamente, afirma la inextricable relación entre
arkhé y nomos, entre archivo y apropiación, distribución y
producción del espacio. Un principio y un mandado guían la
política, la supervivencia del archivo. De ahí se sigue que el
“archivo es el a priori histórico. Y esto, precisamente, porque
es en el archivo donde se busca dar coherencia a la historia,
erradicando de él cualquier exabrupto o interregno que al-
tere la narrativa propuesta en el orden de sus ficheros, en su
propia organización de documentos, objetos e inscripciones.
Y por ello, pese a todas las metamorfosis y discontinuidades
maquínicas, el archivo tiende una y otra vez a establecer un
doble principio, desde donde deriva el ordenamiento de los
registros que resguarda”. Una violencia, por tanto, acompaña
la formación y conservación del archivo, con-fundiendo his-
toria y mito. Esto, unido a lo señalado en el punto anterior, le
permite a Tello hablar de una biocolonialidad imperial que
sustentó la primera forma moderna del archivo, “recolectan-
do los datos [los corpus] de la fisonomía del cuerpo poblacio-
nal que se buscaba organizar, regular y gestionar de acuerdo
a fines predeterminados”.

8. Cuartos donde se pueden guardar libros:


en el vestíbulo

agregar que a su preocupación por la escritura, sus ensayos muestran que su


interés por la letra, ha sido suplementado con un trabajo sobre la imagen
(pintura, fotografía, cine) y, más recientemente, con la música,
particularmente en ese bello ensayo que es “Descarga acústica”, ya referido.
En particular sus reflexiones sobre la fotografía y el cine, ponen el acento en
las forzadas migraciones que los Estados que han hecho de la excepción la regla
han producido. La reflexión sobre la imagen le permite, por una parte,
desencializar la noción de viaje que un multiculturalismo liberal ha
explotado bajo la noción de diáspora, y, por otra, “ensanchar la noción de lo
visible”, al “nombrar aquello que no se ve en los medios”, ni en los discursos
celebratorios de la globalización. Mediante la forma en que deconstruye
(literal y metafóricamente) el archivo, Julio ha dado lugar a una crítica
anarchivista, y, al hacerlo, nos ha permitido conocer lo que tenían para
anunciar los caracoles del santero.

213
en la sala de estar
en el o los dormitorios
en las letrinas
en la cocina solemos guardar un solo género de
obras, las que justamente denominamos “libros de
cocina”.

7. Otro tanto se puede decir de la lectura propuesta de la


relación incomposible entre formaciones sociales nómadas
y máquinas estatales. Cuando estas registran a aquellas si-
guiendo su principio y su mandato, la máquina nómada es
axiomatizada. “A la inversa, si los registros del archivo son
apropiados por la máquina primitiva, el doble principio del
arkhé (el origen y el mandato) tiende a arruinarse”. Esta tesis
nos adelanta por donde comienza a jugarse la doble apuesta
de este libro, que enfatiza que la máquina de guerra nóma-
de encarna un movimiento anarchivista. Y como ya se habrá
reparado en la relevancia del archivo para el capital y para
el estado, la afirmación “la destrucción del archivo altera de
un modo u otro la estructura de la sociedad” nos lleva a ver
que el acontecimiento de la democracia por-venir se juega en
“la apropiación de tecnologías suplementarias, es decir: de
[en] una lucha política por los soportes. Toda política capaz de
efraccionar el archivo emerge con una disputa en torno a los
soportes de este último, es decir, en una lucha que involucra
las condiciones de apropiación de las tecnologías de registro”.

6. También se discute con Boris Groys. Creo que se habría


podido prescindir de sus generalizaciones. Más apropiado
habría sido gastar un poco más de tinta (o menos yema de los
dedos) en Freud, cuyo trabajo sobre la memoria trasciende
lo recortado por Derrida, que pareciera dirigir lo que sobre
aquel se dice. O en Kittler. Es importante, como muestra Tello,
“su necesario desplazamiento en el análisis anarqueológico y
la reflexión gramatológica: desde las tecnologías de registro

214
de los textos alfabéticos hacia la tecnologías de archivo de la
información numérica y los datos masivos”. Pero Kittler tie-
ne varios otros textos que se podrían haber discutido, como
aquel donde no habla del Software, sino del “Hardware, el ser
desconocido” o ese otro titulado “Ciencia como Open Source”
(donde señala que “al hablar de ciencia quiero dar a entender,
sin pretender con ello hablar a modo pro domo, ante todo de la
universidad. Pues pertenece precisamente a la universidad el
hecho de que el saber que ella produce y que es reproducido
a través de ella, de modo completamente diferente a lo que
se acostumbra en los cerrados y secretos recintos de investi-
gación gubernamental o industrial, debe poder circular sin el
amparo de patentes y del copyrigth, ya desde los tiempos de
Atenas. Y esto es lo que quisiera hacer brevemente palpable
ante ustedes, con vistas a los peligros que amenazan hoy en
día a esta ciencia con respecto a su libertad”). O incluso en
Reiner Schürmann y su principio de la anarquía…

5. Modo de ordenar los libros


[según Perec]

clasificación alfabética
clasificación por continentes o
países
clasificación por colores
clasificación por encuadernación
clasificación por fecha de
adquisición
clasificación por fecha de
publicación
clasificación por formato
clasificación por géneros
clasificación por grandes
periodos literarios
clasificación por idiomas
clasificación por prioridad de
lectura

215
clasificación por serie

Ninguna de estas clasificaciones


es satisfactoria en sí misma.
En la práctica, toda biblioteca
se ordena a partir de una
combinación de estos modos de
clasificación: su equilibrio, su
resistencia al cambio, su caída
en desuso, su permanencia, dan a
toda biblioteca una personalidad
única.

4. Podríamos referirnos también a la lectura que Anarchivismo


propone de Derrida, pero eso imaginé que lo haría nuestra
compañera de mesa, Valeria Campos. En cambio, quisiera
indicar que este libro permitiría leer, por ejemplo, de otra
manera La ciudad letrada, de Ángel Rama, quizá el libro más
importante de la crítica latinoamericanista de los últimos 40
años, posibilitándonos una mayor reflexión sobre la diferen-
cia entre registro y archivo en América Latina. En este libro
de Rama no se repara en aquello que Maurizio Ferraris de-
nomina “documentalidad”, término que evitaría pensar todo
discurso intelectual como perteneciente a la ciudad letrada,
y quizá diferenciar debidamente letrado de literato. Lo que
quiero decir es que Anarchivismo permite repensar las ideas
tradicionales que se tienen de registro, archivo, escritura, téc-
nica e incluso estado y capital. Ya mencioné cómo el trabajo
de Julio Ramos adquiere ahora una mayor potencia, si lo vin-
culamos a las propuestas de este libro. No es menor la tarea
que Anarchivismo se ha planteado. No es menor la tarea que
con él podríamos realizar.

3. Lo anterior, y el libro en su conjunto, es lo que me lleva a


leer Estambul. Ciudad y recuerdos, de Orhan Pamuk, como un

216
libro anarchivista. Tejido a partir de su memoria –y la memoria
es siempre anarchivista, al decir de Tello–, y de material de
archivo, el Estambul de Estambul es la alteración de las en-
ciclopedias o guías de la ciudad. Su índice, que no cito para
generar expectativa, así nos lo demuestra. Y lo hace aún más,
aunque esto sí debo citarlo, el capítulo titulado “La colección
de sucesos y curiosidades de Reşat Ekrem Koçu: la Enciclopedia
de Estambul”. Expulsado de la universidad en la que trabaja-
ba en 1933, acometió un trabajo que muy pronto supo que
jamás terminaría. No por ello renunció. Radicalizó su forma.
Homosexual en un mundo no solo conservador, sino dictato-
rial, usó la escritura como estrategia de impugnación. Gracias
a ella, su enciclopedia inscribía “sus inhabituales pasiones,
gustos y obsesiones sexuales”, como no lo hacía ninguno de
sus contemporáneos, lo que nos recuerda que el archivo tiene
sexo. No solo este archivo configurado por Koçu, sino todo
archivo. El archivo es patriarcal. Habría que insistir en ello.
Para Pamuk, la Enciclopedia de Estambul se asemeja a un ga-
binete de curiosidades, pero se diferencia de los conocidos,
cuya clasificación, recuerda Tello, “dependía de categorías ge-
nerales del conocimiento”, mientras que el libro de Koçu “ex-
ponía claramente la extrañeza, la confusión, la anarquía y la
anormalidad de un Estambul atrapado entre la modernidad
y la civilización otomana y que se resiste a cualquier clasifica-
ción o disciplina”. En otras palabras, es pura singularidad. Y
a ello habría que agregar la propia liminalidad de Koçu, que
hace inevitable el “fracaso del esfuerzo por comprender la
complejidad de Estambul siguiendo los modos ‘científicos’ de
clasificación y exposición occidentales”, como escribe Pamuk,
lo que releva, como bien hace Tello, la relación entre archivo
y colonialidad, aunque habría que radicalizar aún más esta
nefasta conexión, destacando, a la vez, formas de archivación
heterogéneas al principio y al mandado. Además del trabajo
de Julio Ramos, lo que viene haciendo Eduardo Viveiros de
Castro, con quien Anarchivismo debe formar una máquina, va
en esa dirección.

217
2. Pero uno de los momentos que más me interesan de
Anarchivismo es aquel donde el archivo y las tecnologías de
registro se ensamblan a la producción de subjetividad, por-
que aquí emerge como problema la ética y el arte de vivir de
otra manera. La micropolítica también ha de ser anarchivista.
“Los ensamblajes tecnológicos del cuerpo [como la escritura
de los hypomnemata] posibilitan entonces un conjunto de prác-
ticas experimentales, que en lugar de reproducir los códigos
morales o los regímenes sensoriales del archivo, apuntan ha-
cia prácticas de transformaciones éticas de uno mismo y de
nuestras relaciones con los otros”, escribe Tello a partir de las
investigaciones que Foucault emprendió en sus últimos años.
Creo que este punto es clave y lo es porque, en parte, tam-
bién me lleva a distanciarme un poquito de Anarchivismo, que
descarta (no me queda claro por qué) la necesidad de que los
intelectuales asuman su condición de trabajadores. Porque si
no lo hacen, es difícil que se produzca la socialización de los
medios de producción que a ellos involucra, manteniendo así
una innecesaria distancia con el trabajo. Diría, precisamente
porque la figura del prosumidor desplaza dramáticamente la
del escritor operante que, vía Tretiakow, Benjamin promovió,
que hoy la relación con la tecnología es fundamentalmente
(no exclusivamente) de abastecimiento, no de transformación.
Ahora todo el mundo con acceso a internet puede intervenir
en los medios, aunque no para alterarlos, sino para obedecer-
los. Y si se los interviene, es por lo general para “mejorarlos”
voluntariamente en la función que ya tienen: dominar. Creo,
y esto es algo que ya hemos conversado y que debemos seguir
conversando, que también es tiempo de desconfiar de la eufo-
ria benjaminiana que vio en la reproducción técnica una sali-
da a la dominación. El siglo XX ha demostrado lo contrario. Si
Bernard Stiegler tiene razón, hemos llegado a un punto en el
que la técnica se opone a la cultura, por lo que la apropiación
de los soportes debe consistir en algo más que poder progra-
mar parillas. Como dice un amigo, la tecnología satisface ne-
cesidades que antes no teníamos, por lo que el éxodo también
debe tenerse como posibilidad. Pero no el éxodo de la tec-

218
nología en general, sino de aquellos dispositivos que no han
hecho más que apropiarse de nuestra capacidad imaginativa.
Hay tecnologías que se oponen entre sí. Por eso sigo optando
por el libro como medio de transformación. La ficción es, lo
reconozco gracias a este libro, anarchivista por definición,
pero no tiene garantías. Desde la televisión, los aparatos se
nos han vuelto incognoscibles e inapropiables. La radio fue
factible de producirse en casa, siendo quizá la última tecno-
logía producida por un solo ser, siguiendo manuales que se
compraban en los kioscos (palabra que viene del turco köşk,
que a su vez viene del persa košk, que recuerda, creo, al turco
Koçu y su heterodoxa enciclopedia). Con el Smartphone, es el
ser en tanto prosumidor el que es producido por el aparato.
La literatura, como ha mostrado julio Ramos, puede ser una
tecnología emancipatoria, permitiendo la subjetivación polí-
tica de esclavos y mujeres subalternizadas sin mediaciones.
De ahí el milenario intento, de Platón a Mark Zuckerberg, por
reducir y negar su potencia.

1. “En lo que a mí concierne”, dice Perec, y me hago eco de sus


palabras, “casi las tres cuartas partes de mis libros jamás es-
tuvieron realmente clasificados. Los que no están ordenados
de un modo definitivamente provisorio lo están de un modo
provisoriamente definitivo como en el OuLiPo. Entre tanto,
los traslado de un cuarto al otro, de un anaquel al otro, de una
pila a la otra, y a veces paso tres horas buscando un libro, sin
encontrarlo, pero con la ocasional satisfacción de descubrir
otros seis o siete que resultan igualmente útiles”. La literatura
no tiene principio ni mandato. Es pura an-arquía.

Viña del Mar, diciembre de 2018


Viña del Mar, febrero de 2014

[de los ensayos que forman este libro, “Literatura y an-arquía”


es el más reciente. Como se desprende del subtítulo, fue escrito

219
para la presentación de Anarchivismo, realizada en Santiago
el 13 de diciembre de 2018. Pero la nota que lo acompaña es
de febrero de 2014 y corresponde al prólogo a la edición que
organicé de algunos ensayos de Julio Ramos, cuya generosidad
no me canso de agradecer. Gran parte de mi trabajo está en
deuda con sus siempre lúcidos comentarios y sugerencias. Su
amistad es uno de los mejores dones con que me ha sorprendido
la pasión por la lectura. Nos conocimos en enero o febrero de
2012, gracias a Miguel Valderrama, que armó el encuentro en el
Mercado de Santiago. La hospitalidad de la crítica debiera llevar
su nombre. ¡gracias bróder!]
LA UNIVERSIDAD “DE CALIDAD” Y LAS RUINAS
DEL PENSAMIENTO
ENTREVISTA DE NELLY RICHARD

En su influyente libro titulado La universidad en ruinas


(1996), Bill Readings comenta el desastre de una
universidad global ya vaciada de tradición y sabiduría,
al haber sido colonizada por el dispositivo empresarial
y su lengua burocratizada: “excelencia”, “convenios
de desempeño”, “mecanismos de aseguramiento
de la calidad”, “control de gestión”, etcétera. raúl
rodríguez freire y Andrés Maximiliano Tello coeditaron
el libro Descampado. Ensayos sobre las contiendas
universitarias (Santiago, Sangría Editora, 2012): un libro
clave que incorpora ese diagnóstico de B. Readings
para mostrar cómo la relación entre universidad y
mercado ha disipado cualquier ilusión de “autonomía
del saber”, pero que, sobre todo, dota de un renovado
vigor intelectual el debate en torno a la universidad
y su crisis en Chile. Varios otros textos posteriores de
rodríguez freire esclarecen el modo en que la gestión
académica –con sus indicadores técnicos de rendimiento
y productividad– ha marginado a las humanidades por
considerar no rentables a la creación y el pensamiento.
La universidad tradicional (moderna, republicana) se ha
visto gravemente afectada por la tecnocratización del
conocimiento. Pero las instituciones no son bloques
homogéneos y, pese a la racionalidad dominante,
siempre logran abrirse en su interior vías de circulación
alternas para la interrogación crítica de la cultura y la
sociedad.

221
¿No debería una discusión ejemplo, que tales vocablos se
“cultural” sobre la Universidad han introducido en el mundo
hacerse cargo de desmontar los universitario en distintos mo-
fundamentos de esta noción de mentos, pero su reunión ha
“calidad” que la hacen parecer sido tremendamente eficaz
técnicamente neutra cuando para producir las subjetivida-
bien sabemos que oculta el ideo- des requeridas por el merca-
logismo neoliberal de lo tecno- do, después de todo, ¿quién
crático y operacional? podría estar contra la calidad?
Crédito, por ejemplo, ingresa
Por supuesto. Es más, tal alrededor de 1870 en EEUU
defensa por parte del movi- (y para un doctorado en
miento estudiantil no solo no Filosofía), capital humano a fi-
impugna, sino que afirma un nes de los cincuenta (tanto en
modelo de universidad que EEUU como en Chile, vía los
opera completamente bajo la Chicago boys, por supuesto).
lógica del mercado, al subsu- En cuanto a calidad, podemos
mir el conocimiento al con- decir que es un término que
sumo. Y no es solo el movi- se maneja arbitrariamente y
miento estudiantil el que cae para referir cosas muy distin-
en apelaciones a la calidad, tas, cosas que pueden ser ho-
también lo hacen intelectuales mogenizadas en una misma
que están a favor, y muchas y comprensible lengua, sin
veces de manera activa, de tener la necesidad de definir
transformar la universidad en la cualidad o las característi-
una institución autónoma res- cas que, a manera de ejemplo,
pecto del mercado. Por otra hacen excelente o de calidad a
parte, la situación es aún más una carrera, a los docentes, al
compleja si reparamos en que casino donde comen los estu-
calidad es parte de una malla, diantes o –dependiendo de la
de un dispositivo que articula universidad– donde estacio-
otros vocablos centrales de lo nan sus autos (rara vez se ha-
que podríamos llamar uni- bla de la calidad de las biblio-
versidad managerial: crédito, tecas, quizá porque estas son
emprendimiento, capital hu- casi inexistentes o deficientes
mano, competencias, innova- en gran parte de las univer-
ción, entre otros. Al respecto, sidades del retail). Y cuando
es interesante constatar, por

222
se presenta la necesidad de mas ISO) se levanta apenas
indicar qué es la calidad, por terminada la segunda gran
lo general se nos señala que la guerra, y hoy se aplican sin
respuesta se encuentra en los ningún problema a los llama-
mecanismos de su asegura- dos “mercados académicos”
miento, cuestión que oblitera (Brunner dixit). Calidad, por
el hecho de que tampoco se tanto, no puede ser una con-
sabe cómo definirla. Tal eva- signa a esgrimir. De manera
sión es posible, creo, porque similar a un jamón o a un ju-
tanto excelencia como calidad guete, y en realidad, de mane-
son significantes vacíos, pero ra similar a cualquier produc-
que se han venido presentan- to comercial, una etiqueta con
do como si fueran el resulta- un número certifica la calidad
do de un proceso riguroso y de una universidad. Pero bajo
objetivo de certificación. Y el imperio de un modo de
a ello no se responde con la producción basado en la ob-
perfección de la despresti- solescencia, hoy sabemos que
giada Comisión Nacional de toda calidad es dudosa, inclu-
Acreditación, ni siquiera con yendo la que supuestamente
el fin del lucro. Eso lo saben da cuenta del saber.
muy bien los agentes del Sobre estos vocablos ven-
management, para quienes la go trabajando hace un tiem-
calidad no se encuentra en la po, dado que este lenguaje
cosa en sí, sino en su adminis- managerial produce y moldea
tración, y cuya meta es alcan- (ficciona) nuestras subje-
zar la satisfacción del cliente. tividades, y por ello debe
En fin… podríamos seguir ser criticado, desmontado y
con esta historia, y recordar transformado. De ahí que no
que la idea de calidad y su crea en el vitoreado derrumbe
correspondiente estandari- del modelo, porque el modelo
zación surgen con la primera está inscrito en cada uno de
guerra mundial (la necesidad nosotros, lo tenemos incorpo-
de estandarizar la producción rado. La universidad es una
de armamento) mientras la fábrica, pero no o no solo de
Organización Internacional profesionales, como insiste
de Normalización (encargada Fernando Atria, sino de sub-
de promover las famosas nor- jetividad, de manera que para

223
acabar con el modelo nece- zas nacionales y transnacio-
sitamos también acabar con nales presionan para homo-
esta subjetividad que repro- geneizarlas exclusivamente
ducimos incluso cuando la en función de la rentabilidad
contestamos. El académico es económica. Segundo: estas
una de las principales posicio- fuerzan están articuladas con
nes de sujeto donde la figura el llamado posfordismo, pero
del empresario de sí campea en ningún caso el fordismo
sin mucha dificultad y con se ha dejado de lado: hay
bastante éxito. De manera que universidades que controlan
no solo hay que replantear el la hora de llegada de sus
lugar de la universidad, ase- profesores mediante huella
diada radicalmente por un digital, y la misma idea de
nuevo modo de acumulación, crédito académico intenta
sino también la constitución fijar el tiempo de trabajo ne-
de uno mismo como sujeto, y cesario para una asignatura,
para ello la ética se vuelve una así como su costo; cada vez
cuestión de primer orden. más y por todos lados, están
apareciendo mecanismos su-
tiles de disciplinamiento (con
¿Cuáles serían, a tu parecer, los la indexación) que entroncan
elementos de análisis que debe- con autonomías y libertades
rían estar presentes a la hora de vigiladas. Dicho esto, la uni-
criticar el “capitalismo académi- versidad podría a contrapelo
co” que invade la universidad ser una de las instancias
contemporánea para, desde ahí, desde la cual reimaginar el
enriquecer en la esfera pública futuro, pero ahora nos encon-
un debate sobre las transforma- tramos en una suerte de inte-
ciones del rol de la Universidad? rregno. Por una parte, habría
que señalar que la universi-
Antes de responder, habría
dad tal como existe hoy tiene
que hacer dos precisiones.
muy poco de aquella que,
Primero: si bien existe un
para el caso de Chile, emergió
amplio espectro de univer-
durante la primera mitad del
sidades, desde algunas con
siglo XIX. No existen auto-
plena vocación “pública”
nomía, estabilidad laboral ni
hasta otras centradas en la
financiamiento basal, pilares
acumulación de dinero, fuer-

224
de la universidad moderna de la mejor manera universi-
(menos aún derecho a huel- dad y capital transnacional.
ga, requisito fundamental de La oferta de grados interna-
las primeras universidades, cionales y, sobre todo, la edu-
allá por el siglo XIII). Por cación a distancia (e-learning),
otra, las radicales transfor- necesita de un sistema estan-
maciones en curso –pues es- darizado ad hoc. El famoso
tamos recién en el comienzo, plan Bolonia, y su introduc-
y, por tanto, quizá a tiempo ción en América Latina, no
de intervenir– responden a tiene otro objetivo que for-
un diseño a escala planeta- talecer su rol dentro de esta
ria que tiene como meta la nueva división internacional
configuración de un merca- del trabajo intelectual, don-
do universitario global. De de universidades globales se
ahí la urgencia con que, por disputarán (en realidad ya
ejemplo, el Banco Mundial, a se disputan) los estudiantes/
través de los ministerios de consumidores de los países
educación, entregó dinero “en desarrollo”. ¿Quién, vi-
para la implementación del viendo en Taiwán, Marruecos
llamado Sistema de Créditos o Santiago no querrá tener un
Transferibles, a lo cual habría título de Oxford o Princeton?
que sumar también la lógica En otro orden, tendríamos
de las competencias (lógica que colocar no la función
con la que, dicho sea de paso, de la universidad, sino su
no cuentan las “mejores” uni- modo de funcionamiento,
versidades del mundo), que cada vez más en manos de
en conjunto buscan mejorar, la llamada “Nueva Gestión
cual empresa, la “competi- Pública” (NGP), un disposi-
vidad internacional” de las tivo managerial a cargo de los
universidades locales. Lo que famosos expertos, que están
se busca, aprovechándose de desplazando en relevancia a
la vulnerabilidad económica los académicos y obliterando
de gran parte de las univer- la función (del) intelectual
sidades, que se ven práctica- (una función que desaparece
mente obligadas a aceptar las cuando la discusión y los ar-
condiciones impuestas para gumentos son reemplazados
poder sobrevivir, es articular por los intereses partisanos al

225
interior de la misma univer- lo de relacionamiento y a la
sidad, cuando la negociación competencia misma en el fin
oblitera el debate y la crítica y de cualquier organización, y
los números reinan). Su telos la universidad es genial para
ya no es, como en el modelo ello. Constituye un modelo
weberiano, el control de las de medición comparativa que
normas y procedimientos, obliga, por ejemplo, a que la
sino de los resultados, por eso diferencia entre el desempeño
el saber es cada vez más irre- de dos académicos se reduzca,
levante, dado que el acento aunque siempre hacia el más
está en lo procedimental, en el productivo, el mejor profesor,
cumplimiento de metas me- el que más publica, el más
didas tecnocráticamente (de buena onda, el más apuesto,
ahí los famosos “convenios etc., pues todo es susceptible
de desempeño”). Esta nueva de ser comparado competiti-
gestión se ha introducido de vamente. Pero lo que más me
lleno en el sistema univer- interesa, es que el antecedente
sitario, aunque de maneras directo de este dispositivo se
diferenciadas, y lo ha hecho a encuentra en la famosa em-
partir de una batería concep- presa Toyota, que anhelaba
tual usualmente empleada sin “gestionar desde el sentido
traducción, quizá como una común” y, a través de encues-
forma de seducir el provin- tas, conocer la satisfacción del
cianismo local: benchmarking cliente con el fin de “mejorar”
(evaluaciones comparativas el producto. De alguna ma-
o sistemas de referencia), nera, su masificación lleva a
outsourcing (e.i, subcontra- la absurda conclusión de que
tación), downsizing (reorga- se trata de una necesidad sin
nización o reestructuración, la cual sería difícil, sino im-
i.e., reducción de personal), posible, que una universidad
Reengineering (rediseño, para funcione, y la vulnerabilidad
aumentar eficiencia y produc- en la que se encuentra gran
tividad), accountability (res- parte de las principales uni-
ponsabilización), etc. De estos versidades del país favorece
dispositivos, el benchmarking una recepción acrítica, pues el
es fundamental, pues inscribe benchmarking también cuenta
la competición como mode- en las acreditaciones… y las

226
universidades tienen poca ca- Tal como muy bien lo has descri-
pacidad de maniobra cuando to en varios de tus trabajos, las
se trata de pensar en el dinero nuevas exigencias de mercado de
al que podrían acceder con las la universidad flexible precari-
certificaciones de la CNA. zan y segmentan la producción
Otro tanto se podría de- de conocimiento. ¿Queda algún
cir de la articulación entre espacio libre para la teoría y la
universidad y medio, de la crítica en universidades que
introducción de la banca en el demandan cada vez más saberes
financiamiento a la demanda, prácticos?
etc. Pero lo que más me inte-
resa es cómo la configuración Aquí solo tengo una hipótesis
de un mercado global, articu- que estoy recién comenzando
lado con un modus operandi a explorar, a partir de un co-
universitario producido a mentario de Wlad Godzich
partir de sus requerimientos, sobre la crisis de la teoría.
da lugar a una especie de En EEUU, la crisis económi-
neoextractivismo académico, ca de los 70 llevó hacia una
pues no solo se busca endeu- transformación de la univer-
dar a las y los “estudiantes” sidad, que comenzaba a ser
(economía de la deuda), considerada cada vez más
sino también apoderarse de como un espacio que sí o sí
los saberes y experticias de tenía que ser productivo, ya
estudiantes y profesores, no reflexivo, cuestión que se
por ejemplo, mediante la lograría, fundamentalmente,
generación de patentes y la expandiendo la matrícula.
idexación. Todo ello me lleva Tal movimiento fue conside-
a pensar que la cuestión no rado, por sus gestores, claro,
pasa por la distinción entre como democrático, pues
lo público y lo privado, como abrió las puertas del saber y,
tampoco exclusivamente por sobre todo, supuestamente,
la forma de financiamiento, también del estatus o ascenso
sino por replantear la cuestión social, a las masas, que por
de lo común frente a lo indivi- lo general provenían, como
dual o privado… pero ya me yo, de paupérrimos esta-
he extendido demasiado… blecimientos educacionales.
Coincidía que el despegue de
la teoría, un discurso enrare-

227
cido, complejo y “difícil”, se superiores productoras de
alojaba, no de manera exclu- servicios educacionales”; en
siva por cierto, en algunas otras palabras, que permitía
de las universidades más eli- privatizar la educación. Así
tistas de EEUU. En este con- fue como, creo, la universi-
texto, la teoría fue duramente dad comenzó a hacerse car-
criticada por su “elitismo” y go de las transformaciones
su supuesta desconexión con económicas a que dio lugar
los problemas de la gente, la gran crisis de los 70 y que
problemas como la descua- hoy reconocemos como un
lificación de los nuevos es- punto de inflexión en el
tudiantes. En vista de estas rumbo de los actuales modos
cuestiones “más serias”, se de acumulación, transfor-
comenzaron a reducir los pre- maciones que implicaban el
supuestos y a reestructurar desplazamiento del ámbito
departamentos y programas, de la producción por el de la
con el fin de potenciar cursos circulación o del consumo,
que realmente necesitaran los lo que equivale a la trans-
nuevos clientes, como los de formación de los estudiantes
composición y lectoescritura, en clientes que consumen
cursos que terminaron no un producto que otrora lla-
solo desplazando a la teoría mábamos saber. La teoría, la
sino a la literatura misma. crítica, fueron condenadas,
En Chile, este desplazamien- y lo siguen siendo, por su
to se dio solo pocos años connivencia con una lengua
más tarde, a partir de la Ley que habita, supuestamente,
General de Universidades de ridículamente, una torre de
1981, ley que indicaba que, marfil, y mientras se piensa
por el bien del país, y sobre en ello, se pierde de vista que
todo por el de la calidad de la masificación de la matrícu-
la educación, era necesaria la universitaria respondió (y
la “libertad de enseñanza”, continúa haciéndolo) a una
libertad que por supuesto rearticulación del capital y a
no tenía nada que ver con nuevas formas de segmenta-
cátedra alguna, sino con la ción social en base a niveles
facultad de crear, según reza de consumo, no a procesos
esa ley, “Unidades básica y democráticos. Como señalé

228
antes, las universidades don- investigar, si por una parte
de estudia la elite mundial se tiene un ejército de reser-
no cuenta con la lógica de las vas académico, que se mueve
competencias. Estas son solo entre varias universidades
para los futuros obreros del para armar un sueldo (y sin
capitalismo contemporáneo. ningún tipo de seguridad
De manera que la univer- social), mientras los pocos
sidad se transformó en un que están en la planta están
espacio de acumulación de sobrecargados de reuniones
capital y, como tal, debe en- y gestión (mientras lo que
trar a regirse por las lógicas son contratados solo para
empresariales, incluyendo publicar devienen máquinas
la captación de clientes, la de paper, desconectadas com-
competencia (Universidad de pletamente de la enseñanza y
Chile/Universidad Católica o el quehacer universitario). A
UDP/UAH, etc.), la reduc- veces tengo la impresión que
ción de costos, etc. Por ello la cantidad de trabajo admi-
no es casual que la certifica- nistrativo que hoy requiere
ción de la calidad, es decir, la cualquier universidad tiene
acreditación, no tenga como como objetivo que uno no
una de las variables principa- se dedique precisamente a
les la fortaleza de una planta aquello por lo que supuesta-
docente estable (jornadas mente se le contrató: el saber,
completas), despreocupán- su búsqueda y su enseñanza.
dose así de la precarización En otras palabras, en las uni-
laboral. Alrededor del 75% versidades de hoy el saber
de los académicos de la edu- está pronto a ser irrelevante
cación superior en Chile son y la crítica, cuando logra
profesores part-time, y en la tener lugar, representa una
mayoría de las universidades anomalía irreverente y peli-
privadas (y cada vez más en grosa, al hacer del lenguaje
las tradicionales), la planta (segmentarizado en función
se reduce a poco más que de competencias y códigos
los cargos necesarios para disciplinares) algo más que
el buen funcionamiento de un medio de comunicación,
una carrera. Así las cosas, que es a lo que lo han reduci-
en qué momento se podrá do los expertos.

229
Acabas de coeditar, junto a Antonio Varas (seguida más
Clara María Parra Triana, tarde por Vicuña Mackenna
una impresionante antología y otros “liberales”), por in-
sobre “Crítica literaria y teoría corporar, quitar o aminorar
cultural en América Latina” su enseñanza donde vemos
(Ediciones Universitarias de el duro devenir que le espe-
Valparaíso, 2015 [la segunda raba a las humanidades. Para
edición, revista y aumentada, el primero, científico de tomo
acaba de publicarse en no- y lomo, el latín era la base de
viembre de 2018]) en la que se cualquier futuro educacional.
afirma la contribución decisiva El segundo, abogado y profe-
del ensayo cultural a la historia sor de filosofía, pero chileno
de las ideas en América Latina. y provinciano a fin de cuen-
¿Qué lugar le cabe hoy al ensayo tas, se “interesaba” más por
crítico en un mundo universita- el bienestar material de la na-
rio invadido por la industria del ción, y lo hacía casi en los tér-
paper, siendo el ensayo el género minos de hoy, defendiendo
predilecto para reflexionar cul- el lucro en la educación. Y en
turalmente sobre la literatura, el su biografía sobre Domeyko,
arte y las humanidades? Miguel Luis Amunátegui se-
ñala que alrededor de 1845
Es una pregunta que ron- la precarización de los aca-
da como un espectro el siglo démicos era una constante,
XXI. Y creo que la figura del y ya nos encontramos con
espectro es la acertada, pues cuestiones como el incenti-
como tal retorna cada cierto vo a la publicación –tan de
tiempo, dado que nuestra moda hoy para aumentar la
época no es la única que se ha “productividad académica”–
visto enfrentada a la descon- como un paliativo.
sideración del arte y las hu- Señalo esto para recordar
manidades. Es más, la emer- que las humanidades siem-
gencia de la universidad en pre han estado asediadas…
Chile, pero imagino que no si ya Aristóteles se quejaba
solo en Chile, se da paralela- de aquellos tragedistas que
mente al debate sobre el latín, escribían pensando no en
pues creo que es en la dispu- lograr el reconocimiento de
ta entre Ignacio Domeyko y sus pares, sino el del públi-

230
co (problema que Cervantes antes, ¿quién podría estar
vuelve a colocar en Don contra la calidad, si es obvio
Quijote). Ahora bien, el gran que es importante? Pero el
problema con el que nos en- saber no es suficiente. La
frentamos es precisamente la crítica de esta mitologización
dificultad de pensar el futu- es una parte de un ejercicio
ro, y esto en todo el mundo, mayor: la transformación de
pues habitamos de manera nosotros mismos. En tanto
fundamentalista el presente. práctica material, la crítica
Y aquí la crítica y la ficción debe encargarse tanto de
teórica deben tener un lugar desmantelar las categorías
relevante donde quiera que que nos constituyen, que nos
tengan lugar, pues aún guar- producen, como en fortalecer
dan la potencia para perfor- una ética de sí que permita
mar un mundo heterogéneo la desujeción al capital hu-
a este que nos han impuesto, mano, al emprendimiento, a
un mundo en el que la mito- la vanidad, a nuestros egos,
logización, en el sentido de etc. (las humanidades tienen
Barthes, parece ser la norma, la misma raíz que humildad).
tal como lo comprueba el Nietzsche señalaba que solo
uso acrítico de las nociones como obra de arte de justifica
de calidad, capital humano, la existencia, lo cual quiere
competencia, crédito, etc., decir que debemos crearnos
que han sido vaciados en pos a nosotros mismos, inventar
de una razón económica. El estilos heterogéneos, y dejar
Barthes de las Mitologías le de recurrir a los manuales
llamaría a esto la transfor- que te dicen cómo llevar tu
mación de la historia en na- vida, dejar a los expertos de
turaleza, que hace que tales lado (y aquí incluso a Byung-
vocablos se usen de manera Chul Han, tan de moda por
inocente, como si no tuvieran estos días), y ponerse a ex-
historia y fueran neutrales perimentar. Hasta ahora, la
y pudieran sustraerse a la crítica ha estado fundamen-
argumentación, a no tener talmente preocupada por
que dar explicaciones y en- develar las condiciones de
tregarse al conformismo de sujeción de los “otros”, des-
lo dado, pues, como señalé considerando la sujeción que

231
ella misma, que nosotros mis- En conjunto, estos dos libros
mos, vivimos, por ejemplo, al tienen esencialmente como
seguir el juego del éxito aca- objetivo relocalizar al ensayo
démico, las modas teóricas, como la forma más relevante
la idexcación, etc. Creo, por que ha habido y que hay en
último, que la crítica, encar- América Latina para el traba-
nada en sujetos particulares, jo del pensamiento, y como
debe también reconocer un tal está dirigido a nuestros
cierto fracaso. La crítica no alumnos, bombardeados por
ha logrado armar comunida- un tipo de escritura académi-
des discursivas de debate, no ca que niega la imaginación
ha logrado articularse como teórica y crítica al imponer
un colectivo beligerante, sino como requisito una forma
que ha seguido el mismo de- fija y repetitiva. Cualquier
rrotero que el neoliberalismo paper (sobre todo en ciencias
le ha marcado: la fragmen- sociales) repite por lo menos
tación radical. Cuando reco- tres o cuatro veces las “ideas”
nozcamos la urgencia de de- principales, y las famosas pa-
jar nuestros egos de lado, la labras clave, junto al respec-
crítica podrá comenzar a re- tivo resumen, condicionan la
constituirse. Para sobrevivir, lectura como el peor de los
la crítica debe recomponerse paratextos, pero son necesa-
de manera colectiva, discu- rios para asegurar supues-
tiendo y debatiendo, lo que tamente su rápida recepción
no quiere decir que haya que y consumo. Pero lo cierto es
ser amigo de todo el mundo, que ello tampoco es así. Dos
ni abolir nuestras diferencias. académicos, Asit K. Biswas y
La intensión de Crítica litera- Julian Kirchherr, publicaron
ria y teoría cultural era precisa- hace poco un estudio en el
mente poner en relación una diario virtual For The Straits
multiplicidad de entradas a Times, donde señalaban que,
la literatura y el arte que por para el caso de las humani-
sí solas no se habrían reunido dades, el 82% de los artículos
jamás. Lo difícil viene ahora, publicados en revistas con re-
que estamos armando un ferato externo (peer-reviewed)
segundo volumen, dedicado nunca son citados (aunque
a la crítica en el siglo XXI… abundan las autocitas). La

232
pregunta que surge enton- cual “la democracia necesidad
ces es ¿para quién se está del arte y las humanidades”?
escribiendo? La respuesta no
es muy difícil de encontrar: Habría que señalar en pri-
para las empresas que lucran mer lugar que Naussbaum
con sus bases de datos que también apela a la calidad
venden a precios exorbitan- sin ningún problema, con
tes a las universidades donde lo cual asume la lengua
nosotros mismos trabajamos, managerial de manera acrí-
bases de datos que las agen- tica, particularmente en su
cias acreditadoras práctica- libro Sin fines de lucro. Por
mente obligan a subscribir, otra parte, su defensa de la
pues es una de las variables literatura y el arte es liberal
a considerar cuando se mide (incluso moral), asumiendo
la “calidad” bibliográfica de que la literatura y el arte nos
una universidad. Creo que hacen mejores personas. Sin
Harvard u otra universidad embargo, también asumo
de la Ivy League se quejó en esta defensa, pero sin garan-
algún momento del costo de tías (piénsese en Literatura
estas bases, que se llevaban nazi en América, de Roberto
casi la mayor parte del pre- Bolaño… la literatura pue-
supuesto de sus bibliotecas… de ser fascista), y quizá con
Así las cosas, la escritura del una inflexión: el arte y las
ensayo (y la defensa de las humanidades son democráticos
revistas independientes) ad- o no son tales. Como afirmara
quiere un carácter político, Derrida, “no hay democracia
al situarse a contrapelo de sin literatura, y no hay litera-
una escritura que práctica- tura sin democracia”, enten-
mente se resiste a pensar y diendo aquí por literatura
se la intenta imponer como el esa invención que guarda la
modelo por excelencia de la (im)posibilidad de decirlo
reflexión académica. todo. Ahora bien, tiendo a
leer la literatura (y al arte)
como una lengua supervi-
¿Cómo interpretas la cita de viente, anacrónica, que al
Martha Nussbaum según la redoblarse en nuestra época
radicalmente individualista,
podría trastocar lo que le ro-

233
dea al inscribir una herencia (escribía en la sala común, en
común, la herencia de un aquello que en Chile llama-
pueblo espectral que se ha mos el living) no pudo dedi-
venido hilvanando desde carse a los géneros literarios
hace siglos y al que habría más respetados en su época
que sumarse. Me explico: y tuvo que conformarse con
Matisse señalaba que el arte esa escritura de poca monta
no existe en virtud de un su- que entonces era la novela.
jeto creativo (este es un mito Por ello creo que la re-
moderno y romántico), sino lación entre democracia y
de toda una fuerza acumula- literatura debe plantearse en
da durante siglos, pero la he- términos distintos a los que
rencia, como diría Derrida, se ha venido recurrido, pro-
para citarlo por última vez, bablemente porque el lugar
no es nunca algo dado, sino del intelectual en relación
una tarea. Reinvindicar esa al “pueblo” o a los sectores
herencia implica reconocer desfavorecidos sigue siendo
que la producción intelec- problemático. Fue en nom-
tual es común y que todo bre del “pueblo” que el latín
el mundo tiene derecho a se comenzó a quitar de las
ella, cuestión, por cierto, escuelas y universidades,
que barre con la supuesta señalándose que era una
distinción entre alta y baja lengua elitista dominada por
cultura (distinción que está conservadores. Ahora bien,
en la base de los argumen- yo me preguntó ¿por qué el
tos de Naussbaum, aunque pueblo no puede aprender
no se la mencione). En Un latín? El latín no le pertene-
cuarto propio, Virgina Woolf ce a una clase, sino a quién
señala que las obras maes- quiera aprenderlo. Cierto
tras no emergen por sí solas, latinoamericanismo de los
sino gracias al “producto años noventa tuvo una ce-
de muchos años de pensar guera similar: la literatura
en común”. Esta afirmación era parte de la ciudad letra-
surge cuando reflexiona da, así que había que atacar-
sobre escritoras como Jean la en nombre de la demo-
Austen, pobre y que por no cracia (y a mi mismo se me
tener mejores condiciones ha criticado varias veces por

234
trabajar con Homero, Dante, un libro que debe leer como
Joyce y Bolaño). Creo, por el contrapunto de La ciudad
contrario, que ha sido preci- letrada, de Angel Rama. De
samente cuando la subalter- manera que cuando se pien-
nidad se ha apropiado de sa- sa el arte y las humanidades
beres que supuestamente no como algo común, algo de lo
le pertenecían, pero que asu- cual hacerse cargo indepen-
mió como herencia, cuando dientemente de las firmas
ha logrado subjetivarse po- autorales, es posible atisbar
líticamente, pues esa apro- la posibilidad de una demo-
piación es también la de un cracia efectiva. Solo así, creo,
tiempo heterogéneo al domi- las humanidades tendrían
nante. Pienso en Sor Juana un futuro, aunque ese futu-
Inés de la Cruz, en Frederick ro no estará necesariamente
Douglas o en Francisco ligado a la universidad, pues
Manzano, e incluso, aunque esa herencia común no tiene
de una manera distinta, límites, y tampoco le perte-
en los obreros de los que nece de manera exclusiva a
Rancière habla en La noche de las humanidades.
los proletarios o en la actual
literatura marginal de Brasil.
En este sentido, Las paradojas Viña del Mar, diciembre de
de la letra, de Julio Ramos, es 2015

235
[cuando Nelly Richard me escribió para preguntarme si me
gustaría realizar una entrevista sobre las transformaciones de
la universidad, problemática sobre la que vengo trabajando
desde el 2011, quedé sorprendido. Me indicó que podía ser
presencial o por correo. Lo primero me intimidó, de ahí que
la entrevista que se publicó tuviera que ser editada, pues la
respondí desde mi casa. Me lancé a responder sus pregun-
tas sin pensar en el formato, aunque ella me animó a eso.
Después la revisamos y corregimos, me dijo. Su agudeza fa-
voreció enormemente el texto que finalmente fue publicado
en el número 628 de The Clinic, en enero de 2016. Aquí lo
publico en la versión que salió del intercambio, un poco más
extensa. La idea de hacerme esta entrevista surgió, creo, a
partir de un encuentro entre Nelly y Julio Ramos, así que con
ambos estoy agradecido. Alrededor de tres años más tarde,
me hicieron otra entrevista presencial, ahora desde la univer-
sidad en la que trabajo y que fue publicada, también con una
posterior edición, en el sitio de la dirección de investigación.
Se percibirá que responder de manera oral o escrita es muy
distinto. Dejó acá un fragmento: “Desde la literatura ¿Cuán-
do estima que comienza este giro hacia un nuevo modelo de
universidad? En el siglo XIX ya existían indicios de este giro (y
podríamos ir más atrás…). Sin ir más lejos, el mismo año que
se funda la Universidad de Chile, comienza un fuerte debate
sobre la necesidad de la enseñanza del latín, discusión que se
proyecta hasta inicios del siglo XX. Se discutía, supuestamente
a favor de la democracia (dado que se lo consideraba elitista),
sobre su utilidad, aludiendo al latín como algo que no servía. A
partir de este debate, cuyos textos centrales republiqué hace
un tiempo, uno se da cuenta que la idea de utilidad se re-
duce a un único punto: genera o no genera dinero. Pero como
investigadores e incluso como simples académicos, debemos
preguntarnos si todo debe tener alguna rentabilidad (que es lo
que se sobreentiende por utilidad), si todo debe estar vincula-
do a lo que genera ingresos monetarios. Es indiscutible que se
necesita trabajar y comer, pero, y me siento ridículo recordan-
do esta perogrullada, parece que hemos olvidado que el ser
humano es más que un trabajador o, en la jerga actual, un em-
prendedor. Además, en la actualidad existen otras preguntas

236
que no nos hacemos, por lo menos no de manera sincera y de-
tenida ¿qué tipo de estudiante estamos formando en nuestras
escuelas, en nuestras universidades? ¿buscamos profesionales
que aporten a la sociedad o al desarrollo económico? O sim-
plemente: ¿Para qué se va a la universidad? Posibles respues-
tas a estas preguntas, desde mi perspectiva, debiesen venir de
la literatura para re-construir la universidad como espacio de
saber y, si se quiere, como guía de la sociedad. A partir de ella,
de la literatura, podríamos enfrentar la fuerte crisis de imag-
inación en que, como humanos, nos encontramos inmersos y
que es coincidente con el descrédito de las humanidades. Un
ejemplo de esta crisis lo podemos ver fácilmente en el cine
masivo (y no tan masivo), donde todo se reduce a remakes o
la versión 7 u 8 de alguna película, es decir, a fórmulas cono-
cidas. Y esto, por supuesto, también afecta a la literatura o a
cierta literatura, porque la falta de imaginación va de la mano
con la fuerza que han cobrado los supuestos ‘hechos reales’.
El auge de la crónica, del testimonio, de las biografías y auto-
biografías (y no solo de ‘famosos’) o de narrativas históricas es
un índice de ello. ¿Por qué cree usted que ocurre esto? Esta
necesidad de lo real (que no es lo real en el sentido de Jaques
Lacan, sino la realidad, y esta, como tal, encubre lo real, aquel-
lo que no se puede simbolizar, ni mediar, es algo cercano a
lo ominoso), se replica en la literatura de no-ficción, auto-fic-
ción y los documentales. La explicación podría ir en la línea de
que, como señaló el crítico estadounidense Fredric Jameson,
es más fácil imaginar el fin del mundo, que algo mucho más
modesto como el fin de este modo de vida (consumista, mer-
cantil), para dar paso a una forma de vida distinta. En este
punto, me parece muy interesante la postura del paleontólogo
André Leroi-Gourhan (que sintetizaré toscamente) que habla –
en el marco de la ‘evolución’ del ser humano– de la articulación
entre el movimiento de la mano y el desarrollo de la corteza
cerebral, donde aduce que la escritura manual está relaciona-
da directamente con el desarrollo intelectual, precisamente, lo
que cada día hacemos menos. De esta manera, el cine (y los
medios en general) piensa por nosotros, entregándonos una
‘realidad’ lista, hipermediada, aunque se ofrece como lo más
transparente. Y para qué hablar de los Big Data que organi-

237
zan Facebook, Instagram o Academia.edu… los buscadores de
internet, por ejemplo, terminan las palabras o frases por mí,
lo que cristaliza la entrega de mi capacidad de pensar a un
aparato diseñado para ganar dinero. En síntesis, la capacidad
de imaginación se reduce y se entrega a soportes externos
que ordenan nuestro pensamiento, dictándonos cada vez más
qué pensar, cómo vivir, qué comprar, etc. La literatura hace lo
contrario. ‘Solamente renovando la lengua es que se puede
renovar el mundo’, señaló el escritor brasileño João Guimarães
Rosa, y ello es posible mediante la literatura. ¿Esto tendría
algún impacto en los estudiantes? Claro, no pocos prefieren
ser youtubers famosos, antes que buenos lectores. El despres-
tigio de la literatura y de las humanidades está generando una
crisis de la especie humana en su conjunto, incapaz de imag-
inarse a 20, 30 años, a veces ni siquiera a 5. Leroi-Gourhan
señalaba que ningún gobierno que no proyecte el país a 20 mil
años, es un gobierno serio. Y tiene razón, a pesar de la ironía.
Con Leroi-Gourhan nos damos cuenta que muchas veces la
tecnología satisface necesidades que antes no teníamos. Así
que habría que detenerse a pensar seriamente la implicancia
de la tecnología en la enseñanza. Un ejemplo. El efecto de la
luz led (que encontramos en teléfonos, tabletas, ex-televisores,
etc.) en los ojos y en la memoria. Ya hay varios estudios que
muestran que la lectura en papel permite que lo leído se aloje
en la corteza cerebral, donde está la memoria de largo pla-
zo, mientras la lectura digital termina alojada en la memoria a
corto plazo. Saca tus propias conclusiones… ¿Qué te gustaría
decirle a los jóvenes que ingresan a la universidad? Que la
universidad no es un lugar cómodo, sino un lugar en el que se
tiene la oportunidad de alterarse, es decir, de ser diferente y
que la diferencia es, si quieres, un valor que hay que fomentar,
y para ello, es necesario aprender a escuchar al otro (y esto es
válido también para uno como profesor) y comprender que tal
vez yo no tengo la razón en todo, que puedo entender desde
una mirada, mientras mis compañeros y compañeras pueden
hacerlo desde otra. Digo esto porque pensar con la literatura
no debe ser visto como un problema o como algo aburrido,
sino como la posibilidad de transformarme en alguien distin-
to, aprendiendo a imaginar, pensar, sentir como otro u otra, o

238
de otro modo. La literatura es nuestro mejor remedio para los
males que tenemos como sociedad, pero hay que comenzar a
recordar que la lectura es placer, disfrute, goce. Sé que cuesta
pensarla así, porque el castigo en el colegio está asociado a
la biblioteca (y también lo está en la administración pública),
lo que implica que la educación misma está atravesada por
el anti-intelectualismo. La lectura y los libros, por tanto, están
asociados con cierta represión y descrédito de lo intelectual.
Pero la literatura, lo saben los niños lectores como mi sobrino
de 7 años, es pura imaginación y libertad. Por ello es que él
puede contarnos a toda la familia cómo es que sería la batalla
épica entre Aquiles y Gokū”]

239
De cabras, teoremas y leyes
Ficciones a la deriva

–Es
de inúti
dec l q
i
ima r que ue dis
gi me p
no
un
poc nació ha are, m
mue o pe n, “u i n ist
ren tul na venta er Pa
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sul mister te el eación , que s o… Ust
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est ere s c te, r en!
án s lá pe
lib inven sicos ro le
res t n
Jen
aro del ados, o se
a ses s er
Pri ina es
eto to…
, El
soc
io (
192
8)

En los mares del sur hay una isla que, desde su des-
cubrimiento, ha sido llamada [en honor a su primer
explorador] Juan Fernandes. En este aislado lugar,
John Fernando [sic] instaló una colonia de cabras,
compuesta de un macho acompañado por su hembra.
Esta feliz pareja encontró pasto en abundancia, con
lo que rápidamente pudo obedecer al primer manda-
miento: crecieron y se multiplicaron, hasta que en el
transcurso del tiempo esta pequeña isla se repletó de
cabras.* A lo largo de todo ese período, estos anima-

*
Dampier, vol. I, parte II, p. 88 [nota en el original].

241
les desconocieron la miseria y la carencia, y parecían
glorificarse en su numerosidad. Pero a partir de este
mismo infeliz momento, comenzaron a sufrir hambre.
Y si bien por algún tiempo continuaron aumentando
en número, de haber estado dotados de razón habrían
comprendido que la hambruna estaba cerca. En esta
situación, los más débiles sucumbieron primero, y la
abundancia fue una vez más restaurada. De manera
que fluctuaron entre la felicidad y la miseria, sufrien-
do en la carencia o regocijándose en la abundancia,
según disminuía o aumentaba su número, el que
nunca era estable, aunque casi siempre se lograba
equilibrar la cantidad de alimentos [requeridos para
la sobrevivencia]. Tal grado de balance era, empero,
destruido de vez en cuando, ya sea por enfermedades
epidémicas o por el arribo de alguna embarcación
en peligro. En tales ocasiones, su número se reducía
considerablemente; pero para compensar esta alarma,
y para consolarlos por la pérdida de sus compañeros,
los sobrevivientes nunca dejaron inmediatamente de
encontrar el retorno a la abundancia […] Cuando los
españoles se dieron cuenta de que los corsarios ingle-
ses recurrían a esta isla para abastecerse, resolvieron el
total exterminio de las cabras, y para ello dejaron en la
costa un galgo [greyhound] y una perra [bitch].* Estos, a
su vez, crecieron y se multiplicaron, en proporción a la
cantidad de alimento [i.e., de cabras] que encontraron;
pero, en consecuencia, tal como lo habían previsto los
españoles, las cabras disminuyeron. Si hubiesen sido
totalmente destruidas, los perros también deberían
haber muerto. Pero como muchas de las cabras se re-
tiraron a los escarpados roqueríos, donde los perros
no podían seguirlas, y descendían sólo durante cortos
intervalos para alimentarse con temor y cautela, sólo
algunas negligentes e imprudentes se convirtieron en
presa de los perros; y sólo los perros más atentos, fuer-
tes y activos pudieron obtener el alimento necesario.

*
Ulloa, B. II. C. 4 [nota en el original].

242
De este modo se estableció un nuevo tipo de equili-
brio. Los más débiles de las dos especies fueron los
primeros en pagar la deuda de la naturaleza; los más
activos y vigorosos preservaron su vida. Es la cantidad
de alimento lo que regula el número de las especies
humanas.

1. Los hechos que narra este particular relato se deben a


Joseph Townsend, que los inmortalizó en su famoso libro A
Dissertation on the Poor Laws. Es más que un dato anecdótico
saber que tuvieron lugar en la misma isla donde un marinero
escocés llamado Alexander Selkirk vivió por más de cuatro
años y aventuró, sin querer, una de las historias que Daniel
Defoe emplearía para la configuración de su Robinson Crusoe.
Selkirk, a la sazón maestro de vela, navegaba allá por 1703 a
bordo del Cinque Ports (de 16 cañones y 63 hombres), capi-
taneado por Thomas Stradling, navío que se movía bajo las
órdenes del comandante William Dampier, que iba en el St.
George (26 cañones, 120 hombres). Se dice que luego de una
desavenencia con Stradling, como castigo, Dampier decidió
dejarlo a su suerte en la isla, aunque previamente el mismo
Selkirk había solicitado que lo bajaran a tierra, pensando
ilusamente que algunos compañeros lo seguirían. El coman-
dante era un viejo conocedor del archipiélago, ya lo había
visitado antes y como, gracias a su larga experiencia, conocía
los flujos navieros, seguramente pensó lo mismo que Selkirk,
que pronto subiría a otro barco. Gran parte de esto Dampier
lo dejó por escrito, y entonces Townsend, buscando no tanto
fuentes como inspiración, lo leyó, “recogiendo” de ahí la pri-
mera parte de su relato, la de las bíblicas cabras que poblaron
una isla inicialmente llamada Más a tierra (o Más atierra e
inclusos Más-a-tierra). Y ya en esta denominación podemos
encontrar las fuerzas extrañas que despliegan las ficciones,
porque la rareza de la nominación de las porciones de tierras
que conforman el archipiélago llamado Juan Fernández y que
hoy moldean el gran mito, es que la isla que actualmente lle-
va el nombre de Selkirk no es aquella donde, cuál Robinson,

243
Selkirk vivió (Más a Tierra), sino la otra, la llamada Más
Afuera (también conocida alguna vez como la de los Perros),
nombre que le viene por encontrarse alejada unos 165 km (al
oeste, es decir, más adentro) de las otras y en particular de
Más a Tierra, hoy llamada Robinson Crusoe. De manera que
la fuente de Robinsón Crusoe no vivió en Robinson Crusoe, lo
cual nos indica que el personaje de ficción le usurpó su lugar
al personaje “real”, lo envió mar adentro, alejándolo, literal-
mente, de la historia, tanto así que hay quienes desconocen el
nombre de Selkirk y han terminado creyendo que Robinsón
sí existió, por lo menos así lo juzgó un tal Sebastián Piñera,
que afirmó un día en el que estuvo de visita por el archipié-
lago: “esta isla maravillosa ha sido cuna de tantas historias,
de tantas emociones, de tantas vivencias. En esta isla vivió,
durante cuatro largos años, Robinson Crusoe, cuya historia
no solamente fascinó al mundo entero, sino que puso en el
mapa del mundo a esta isla en la que viven ochocientas chilenas
y chilenos” (énfasis agregado). ¿En qué mapa? Tengo la im-
presión, pero es solo una impresión, que Sebastián (nuestro
de-foe, el enemigo) sabe muy bien que un mapa es una ficción,
pero también que una ficción no se opone a la realidad, la
construye, tal como Daniel construyó a Robinson y Robinson a
Daniel, o, de otra manera, tal como Defoe construyó a Crusoe,
y Crusoe a Defoe. Sebastián, entonces, pareciera conocer lo
que es la vida la muerte. Como recordó Jacques Derrida, una
novela como Robinson Crusoe, que juega magistralmente con
la nominación, multiplicándola, consiste en “una virtualidad
fantasmática, una ficción, si quieren ustedes, pero esa virtua-
lidad ficticia o fantasmática no disminuye en modo alguno la
omnipotencia efectiva de lo que se presenta así al fantasma”,
sino que “organiza y rige el todo de lo que denominamos
la vida y la muerte, la vida la muerte”. Es cierto. Quizá esté
sobrevalorando a Sebastián. Porque lo más probable es que
no tenga noticia de los poderes de una ficción, menos de la
vida la muerte. Pero ello no es óbice para que padezcamos sus
efectos: la producción de un mundo dominado/nominado
por supuestas leyes que algún día fueron levantadas a partir

244
de relatos que, vistos, imaginados, traducidos y tergiversa-
dos, terminaron siendo tomados por reales. “Hechos” sobre
los que descansan algunos de los teoremas con que la ciencia
suele empoderarse, dictaminando su valor de verdad por so-
bre lo que hacen las ficciones literarias. Pero veremos que en
este caso la “ciencia” (junto a sus teoremas y sus leyes) y la
literatura parten de un mismo relato.

2. No una confusión, sino una flagrante distorsión es lo que


Townsend realizó en su Dissertation, texto publicado en 1786
bajo el seudónimo “By a well-wisher to mankind”, y que
contiene quizá la primera versión de la selección natural, así
como la afirmación de que la ayuda a los pobres reproduce la
pobreza; a su juicio, “es únicamente el hambre lo que puede
estimular y atraerlos al trabajo”. Se trata de una idea que, de
cierto modo, se encuentra en el centro de la crítica hacia las
políticas públicas y en particular contra la gratuidad de la
educación, por lo que bien podría considerarse a Townsend
como uno de los pilares de lo que Albert O. Hirschman llamó
“retórica de la intransigencia”, y un claro antecedente de lo
que definió como “la tercera ola reaccionaria: la crítica con-
temporánea al Estado benefactor”. Hirschman encuentra en
esta ola un elemento que se pliega sin problemas a este en-
sayo: para los neoliberales la asistencia de los pobres se com-
prende, “y muchas veces conscientemente, como una franca
interferencia en los ‘resultados del mercado’”, un mercado
que se autorregula perfectamente, siempre y cuando no se
lo intervenga de ninguna manera; hacerlo puede resultar ca-
tastrófico para su sano y deseado equilibrio. Haciéndose eco
de los afamados teoremas de Milton Friedman, ya es un eco
de Townsend, una editorial del periódico chileno de ultrade-
recha El Mercurio señalaba el 02 de enero de 2016: “quienes
reciben una educación gratuita tienden a valorizarla menos
y, en consecuencia, a destinarle menos esfuerzos”. Se trata de
una sentencia que entronca perfectamente con otra que re-
fiere Hirschman, firmada por un tal Edward Bulwer-Lytton:

245
“Las Leyes de Pobres se proponen acabar con los mendigos;
han hecho de la mendicidad una profesión legal; se estable-
cieron con el espíritu de una provisión noble y sublime, que
contenía toda la teoría de la virtud; han producido todas las
consecuencias del vicio… Las Leyes de Pobres, hechas para
aliviar a los miserables, han sido archicreadoras de miseria”.
Ninguna de estas afirmaciones, y me refiero tanto a la de El
mercurio como a la de Bulwer-Lytton, tiene sustento alguno,
como tampoco lo tienen los modelos inventados para pensar
el uso de los bienes comunes (trátese de “la tragedia de los co-
munes” o del “dilema del prisionero”), que descansan sobre
el mismo suelo ficcional del que emergieron las “propuestas”
con las que Townsend (a quien plagiara el Malthus del Ensayo
sobre el principio de la población) contribuyera, de acuerdo al
Polanyi de The Great Transformation, a formar la economía
política moderna. Demos entonces una mirada a las fuentes
de A Dissertation on the Poor Laws, revisemos A New Voyage
Round the World (1699), de William Dampier, y Relación histó-
rica del viaje hecho de orden de su Majestad a la América Meridional
(Madrid, 1748), de Antonio de Ulloa, y que Townsend segu-
ramente leyó en traducción inglesa (1758). ¿Qué nos dice
Dampier, luego de recorrerlas a lo largo de 16 días, de las islas
de Juan Fernández?
Las cabras fueron introducidas en la isla [de Más a
Tierra] inicialmente por John Fernando [sic], quien la
descubrió realizando un viaje de Lima a Baldivia […]
A partir de las primeras, las cabras se propagaron, y
la isla ha tomado el nombre de su primer descubri-
dor; quien, a su regreso a Lima, solicitó una patente
[patent], diseñada para establecerse en ella; y fue en su
segundo viaje a la isla que dejó en tierra 3 o 4 cabras,
que tienen ya, debido a su aumento, bien abastecida
toda la Isla. Pero nunca pudo obtener una patente, por
lo que esta se encuentra aún desprovista de habitan-
tes, aunque sin duda es capaz de mantener a 4 o a 500
familias, tan solo con lo que se pueda producir de la
tierra […] El Mar que la rodea también es muy produc-

246
tivo. Manadas de gruesas focas [Seals] rodean la isla,
como si no tuvieran otro lugar en el mundo para vivir
[…] las focas [que están por millares] son una espe-
cie de criaturas bastante bien conocida, sin embargo,
puede no ser fácil describirla. Son tan grandes como
terneros, y la cabeza es como la de un perro [the Head of
them like a Dog], razón por la cual los holandeses les
llaman sabuesos de mar [énfasis agregado].

3. Perros, o dogs, para ponerlo en la lengua de Townsend,


propiamente tales, no hay en la isla, por lo menos no durante
la visita de Dampier, que recorrió el archipiélago de cabo a
rabo, aunque Townsend lo cita solo en lo referente a la multi-
plicación de las cabras. Veamos ahora qué refiere por su parte
Ulloa, naturalista militar español, al momento de describir
“La Isla de Tierra”:
Los Animales Terrestres, que se encuentran en ella
son Perros de varias castas, siendo la mayor porción
agalgados [greyhound kind, dice la traducción inglesa],
y muchas Cabras [goats]; tan difíciles de poderse cazar
estas, que quasi se hace imposible el conseguirlo; por-
que siendo lo mas de la Isla Peñasquería peynada, y
escarpada ácia la Mar, donde otro Animal, que ellas
no pudiera mantenerse, son estos los sitios, en donde
andan mas regularmente, y donde con mas frecuen-
cia se dexan ver. Los Perros tuvieron alli su origen de
haverlos puesto, no ha muchos años, de orden de los
Presidentes de Chile, y Virreyes del Perú, con el fin de
exterminar las Cabras, y de que los Navios Pyratas, o
de Enemigos no hallassen este recurso para refrescar-
se, y hacer su provision: pero no surtiò la idèa el efecto,
que se deseaba; porque el arrojo de los Perros no es tal,
que se atreva a perseguirlas en los parages tan peligro-
sos, donde ellas estàn de continuo, saltando de unas
Peñas à otras con extrema ligereza; siendo esta causa
para que no puedan servir de provecho a los Navios,

247
que lleguen a aquella Isla, quando no es fácil haver,
sino es tal, ò qual por alguna particularidad.

La traducción inglesa, que no es muy literal, pero es la que


debe haber leído Townsend, es la siguiente:
Here are many dogs of different species, particularly
of the greyhound kind; and also a great number of
goats, which it is very difficult to come at, artfully
keeping themselves among those crags and precipices,
where no other animal but themselves can live. The
dogs owe their origin to a colony sent thither not many
years ago, fay the president of Chili and the vice-roy
of Peru, in order totally to exterminate the goats; that
any pirates, or ships of the enemy might not here be
furnished with pro visions. But this scheme has pro-
ved ineffectual, the dogs being incapable of pursuing
them among the fastnesses [sic] where they live, these
animals leaping from one rock to another with surpri-
sing [sic] agility. Thus far indeed it has answered the
purpose; for ships cannot now so easily furnish them-
selves with provisions here, it being very difficult to
kill even a single goat.

4. A pesar de que quiere hacernos creer en la veracidad de su


propuesta, citando fuentes que conocen directamente la isla
que ha logrado magistralmente el “equilibrio natural”, vamos
viendo que no se encuentra ni en Dampier ni en Ulloa la base
del relato que le permitió a Townsend criticar las llamadas
leyes de pobres, afirmando que la pobreza surge de la flojera,
por lo que ayudar a los necesitados no hace sino contribuir
a su reproducción y al fomentos de los vicios. Y si se quiere
recurrir a la ficción literaria, ni siquiera en Robinson Crusoe
aparece algo distinto, pues el mismo Robinson nos dice que
su “perro no había encontrado ninguna compañera de su
especie para multiplicarse” [Dog who was now grown very
old and crazy, and had found no Species to multiply his Kind

248
upon]. Y en lo que a las cabras respecta, leemos en el diario:
“1 de enero. Todavía muy caluroso, por lo que salía temprano
y al anochecer con la escopeta, descansando a mitad del día.
Al entrar esta tarde en los valles que conducen al centro de la
isla hallé gran cantidad de cabras, aunque tan asustadizas que
era difícil acercarse. Se me ocurrió que acaso mi perro fuera
capaz de echarlas hacia mi lado. 2 de enero. Llevé al perro y
lo solté a las cabras, pero contra lo que esperaba, le hicieron
frente, y él advirtió el peligro sin animarse a avanzar”. De am-
bos textos, el de Dampier y el de Ulloa, o de los tres, si tam-
bién consideramos el de Defoe, podemos colegir lo siguiente:
lo que hay y en abundancia, son cabras y focas, no perros.
Estos solo podrían aparecer si: 1) se elimina el seal de los seal
dogs, y se resalta el apelativo “sabuesos” [hounds], trocando
luego mar por montaña; 2) procediendo inversamente a Julio
Cortázar, que en su traducción eliminó la frase “Dog who was
now grown very old and crazy, and had found no Species to
multiply his Kind upon”. En otras palabras, imaginado que
ahí dice: “Dog who was now grown very old and crazy, and
had found a lot Species to multiply his Kind upon”. De modo
que los perros solo aparecen haciendo desaparecer a las fo-
cas, y olvidando, claro, que no abundan (o imaginando que
se multiplicaron bíblicamente). Así es como, creo, Townsend
reemplazó a los animales marinos por simples perros, que los
hubo, aunque nunca en relación al número de cabras, que de
solo ellas se dice que hay “muchas” y de no fácil apropiación,
cuestión en la que concuerdan Dampier, Ulloa y Robinson. Y
esta esforzada empresa no cambiará con los años, … de ello
nos da noticias Domingo Faustino Sarmiento, que inicia sus
famosos Viajes con el relato (una carta) de su visita a la que
llamó “isla afortunada”, en claro contraste con Robinson, que
afirmó en su diario haber llegado a la Isla de la Desesperación.
La descripción de Sarmiento, “entre real e imaginaria”, al de-
cir de Paul Groussac, informa una vez más de la dificultad que
entraña la caza de cabras, haciéndose incluso acompañar de
“carabinas i fusiles”, además de perros entrenados. Calzado
“a la Robinson”, luego de horas y horas de un “ascenso casi

249
perpendicular”, emprendido “con los primeros rayos del sol
naciente”, Sarmiento y sus acompañantes no consiguieron
más que una sola presa. “En una de estas islas”, escribió, “i
sin duda ninguna en la de Mas-a-afuera, fue arrojado el ma-
rinero Selkirk, que dio oríjen a la por siempre célebre historia
de Robinson Crusoe. ¡Cuál seria pues nuestra sorpresa, en
verla esta vez i en el mismo lugar realizada en lo que presen-
ciábamos, i tan a lo vivo, que a cada momento nos venían a la
imajinacion los inolvidables sucesos de aquella lectura clási-
ca de la niñez!”. Lamento arruinarle la historia a Sarmiento,
que, como recordó Groussac, fijó erradamente la residencia
de Selkirk; fue en la de Más a tierra donde este náufrago se
vistió, cual Robinson, con pieles de cabra. En lo que no yerra
es en su habitación (la cima) y su abundancia, haciéndose eco,
sin saberlo, de Townsend: “esta” isla, sueña la escritura de
Sarmiento, “sirve de eden afortunado a cincuenta mil habi-
tantes cabrunos que en línea recta descienden de un par, ma-
cho i hembra de la especie, que el inmortal Cook puso en ella,
diciéndoles como el Creador a Adan i Eva: ‘creced y mutipli-
caos’”. Sarmiento, en 1845, refiere una isla a la que le cambia el
nombre, pero no (tanto) su ya mítico “contenido”, articulando
experiencia, relato popular y ficción. No hay duda del lugar y
número de las cabras, que habitan populosamente las zonas
altas de la isla, mientras aquellos singulares seres difíciles de
describir, las focas, habitan sus zonas bajas, lo que calza así
con un imaginario equilibrio, nacido no de sobrevivencia de
los más fuertes, sino de la ignorancia en la que viven entre sí
ambas especies.

5. Solo para confirmar mis sospechas, revisé A Cruising Voyage


Round the World, un informe que el corsario Woodes Rogers
publicara en 1712 luego de un viaje que duró alrededor de
tres años (de 1708 a 1711). Rogers cobró cierta fama póstu-
ma pues fue él quien rescató, luego de cuatro años y cuatro
meses, a Alexander Selkirk, a quien llama en su crónica El
Gobernador (nombre que se relaciona perfectamente con las
figuras de La bestia y el soberano, seminario en el que Derrida
realiza una lectura contrastiva entre Robinson Crusoe y Los

250
conceptos fundamentales de la metafísica, de Heidegger, lectura
que, lamentablemente, apenas menciona a Selkirk). Junto a
Rogers, que llegó a ser el primer Gobernador Real (y aquí la
palabra real cobra un sentido en el que, si hubiera tiempo, a
partir de Derrida habría que detenerse) de las Bahamas, se
encontraba, aunque en una nave distinta, Dampier, el mis-
mo que, recordemos, ordenó en 1703 dejar a Selkirk en la
isla Más a tierra. Dice el futuro Gobernador Real que le dijo
Selkirk que había llegado a la isla en un estado calamitoso,
cual Crusoe, como diríamos hoy: “su vestimenta y su ropa
de cama; con un pistola y un poco de pólvora; balas y tabaco;
un hacha, un cuchillo, una tetera, una Biblia, algunos artícu-
los prácticos, y sus instrumentos matemáticos y sus libros”.
Adivinen: en la crónica de Rogers apenas se mencionan las
cabras. De estas solo se nos dice que Selkirk era prácticamente
un gran cazador y que al momento del rescate se vestía con
sus pieles. Y si revisamos a historiadores, se indica que los
perros introducidos para acabar con las cabras, esperando así
acabar con los corsarios, se habían extinguido rápidamente.
Ya lo suponíamos tan solo leyendo a Ulloa. Pero veamos qué
señala César-Frédéric Famin, escritor y diplomático francés
que nunca visitó Chile, pero que, sin embargo, ello no le
impidió escribir una historia del país, historia en la que, por
cierto, se logran percibir Dampier, Ulloa, Rogers y hasta el
mismísimo Defoe. Se trata de una historia que su fama debe
haber alcanzado porque se hizo traducir y publicar en español
y en Barcelona en 1839. Famin cuenta un relato más o menos
similar al de Townsend, también “entre real e imaginario”,
aunque el principio y el final son bastante distintos. Luego de
afirmar que Selkirk es “el original” de Robinson, señala que
“procuraremos no dejarnos preocupar por el recuerdo de la
ingeniosa novela de Daniel de Foé” [sic], aunque previamente
había escrito que “naufragó en las costas de esta isla un navío,
de cuya tripulación solo pudo salvarse un marinero. Aquel
desgraciado había vivido cinco años en esta soledad, cuando
la suerte le deparó un libertador”. Y que cuando llegó lo hizo
con “su cama, un fusil, una libra de pólvora, algunas balas,

251
una segur, un cuchillo, sus vestidos, un caldero, tabaco, una
Biblia, algunos libros de piedad, y sus instrumentos de mari-
na”, todo lo cual da la impresión de que el “original” parece
ser más bien Robinson. Poco más adelante, agrega: “Selkirk,
según relación de algunos marineros que le han conocido y
nos han dejado su retrato, era hombre de buenas costumbres,
grave, reflexivo, melancólico, y entregado más bien a los con-
suelos espirituales de la oración y del misticismo, que a los
placeres y al bullicio del mundo”. Ya instalado en la isla, “al
cabo de algunos meses [Selkirk] había adquirido tan grande
agilidad con este ejercicio, que esta caza peligrosa [de cabras]
no era para él más que un mero pasatiempo”, tal como lo lle-
gó a ser para el mismísimo Robinson. Sin embargo, a pesar
de que logró sobrevivir muy bien gracias a su ingenio y a su
destreza, Selkirk, escribe Famin, se encontraba “sepultado en
vida, escrito ya en el libro de los muertos, pero conociendo
que estaba destinado a la vida”. Como Robinson, una vez
más. En otras palabras, ya no es Selkirk quien contribuye
a configurar a Robinson, sino al revés, es Selkirk quien co-
mienza a convertirse en un muerto viviente, en un fantasma,
en una ficción, en un relato que por distintas vías, Robinson
Crusoe la primera, cobrará “realidad”. Porque si es cierto que
los personajes literarios no mueren, posiblemente tengan
la fuerza de regresar a la vida a los muertos como Selkirk.
Después de que “había perdido toda esperanza de volver al
mundo”, Selkirk conseguirá dejar la isla, la que gracias a su
trabajo se encuentra bien provista de cabras, razón por la cual
los corsarios continuarán usándola de refugio, y hará que
los Gobernadores (soberanos) de Chile decidan introducir
unos perros con la esperanza de “privarles de este recurso”.
Gracias a sus ataques, efectivamente se logrará que las cabras
disminuyan, sobreviviendo solo las que logran refugiarse en
las cimas de las montañas. Famin concluye: “Privados los pe-
rros de este recurso, en poco tiempo disminuyó sensiblemen-
te su número; y cuando esta raza enemiga hubo desaparecido
enteramente, las cabras bajaron otra vez de sus soledades,
y se multiplicaron tanto, que poco tiempo después eran ya

252
desconocidos los efectos de la guerra que habían sufrido”.
Es dable pensar entonces que para cuando el humanitario
reverendo Townsend publicó su ensayo en 1786, las focas y
las cabras existían en abundancia, mientras los perros habían
desaparecido completamente. En cuanto al mentado “nuevo
tipo de equilibrio”, este solo existía en sus elucubraciones. Lo
cual no constituye ningún obstáculo para que el “producto de
su imaginación”, como diría Jenaro Prieto, cobrara existencia.
Su objetivo no era otro que mantener a los pobres en un lugar
del que no pudieran moverse y lo logró con esta historia. Y no
solo lo logró, sino que desde entonces ejerce de base a otras
elucubraciones que persiguen su mismo fin. Porque el que la
pobreza sea un resultado de la pereza responde a una retórica
de la intransigencia, como diría Hirschman, para la que no
existen pruebas, tan solo prejuicios.

6. Más imaginario que real, el “nuevo tipo de equilibrio” que


Townsend “encontró” en una pequeña isla frente a las costas
de Chile, es una de las más poderosas ficciones que hemos
conocido, una gran robinsonada, como diría Marx, cuyo im-
pacto en nuestras vidas continúa, porque aún hay quienes
firmemente creen en ella, y mediante metáforas, la siguen
defendiendo y difundiendo. No cuento con el espacio para
historiar su devenir de Malthus a Garrett Hardin, que en un
paper de 1998 dedicado al autor del Ensayo sobre el principio de
la población, señaló: “De manera general, se puede decir que,
para sobrevivir y persistir, cada especie necesita sus ‘enemi-
gos’ para mantener sus números bajos. Joseph Townsend
amplió esta verdad doce años antes del ensayo de Malthus”.
Hardin es quien inventara el famoso dilema conocido como
“la tragedia de los comunes”, publicado en 1968 en la ya no
tan prestigiosa revista Science. Desde entonces se lo considera
uno de los ecologistas más importantes del siglo XX, un neo-
malthusiano que también escribió su propia disertación sobre
las leyes de pobres: “La ética del bote salvavidas: el caso en
contra de ayudar a los pobres”. Aquí, mediante una metáfora

253
que se anuncia en el propio título, lisa y llanamente recomien-
da que los países “desarrollados” cierren sus fronteras a la
migración descontrolada y dejen de ayudar a los países “ne-
cesitados”, porque quienes apuestan por un mundo solidario
“en su generosidad entusiasta, pero poco realista, confunden
la ética de una nave espacial con la de un bote salvavidas”,
en el que evidentemente no todos tienen cabida. Y como si se
tratara de un eco de Townsend, para Hardin es evidente que
“los países pobres no aprenderán a reparar sus caminos” si
se les continúa ayudando. Es más, ayudarles es lo peor que
se puede hacer, pues “si no recibieran alimentos desde el ex-
terior, la tasa de crecimiento de su población sería controlada
periódicamente por las malas cosechas y las hambrunas”,
dado que –aunque esto no lo señala explícitamente– morirían
los menos fuertes, consiguiéndose así un “equilibrio natural”.
Estas son algunas de las ideas que han contribuido a su fama,
y que tiene como antecedente otra metáfora: “La tragedia de
los recursos comunes se desarrolla de la siguiente manera.
Imagine un pastizal abierto para todos. Es de esperarse que
cada pastor intentará mantener en los recursos comunes tan-
tas cabezas de ganado como le sea posible. Este arreglo puede
funcionar razonablemente bien por siglos gracias a que las
guerras tribales, la caza furtiva y las enfermedades manten-
drán los números tanto de hombres como de animales por
debajo de la capacidad de carga de las tierras. Finalmente, sin
embargo, llega el día de ajustar cuentas, es decir, el día en que
se vuelve realidad la largamente soñada meta de estabilidad so-
cial. En este punto, la lógica inherente a los recursos comunes
inmisericordemente genera una tragedia” (énfasis agregado).
Es sorprendente que uno de los principales ejemplares de las
llamadas ciencias duras recurra a la retórica y a la ficción para
desarrollar un influyente teorema (que publicará en una de
las dos principales revistas del medio, esas que dictan como
se debe escribir y publicar), y que nunca se nos haya ocurrido
leerlo literariamente, esto es, deconstruirlo. Aclaro que lo sor-
prendente no es que recurra a la ficción, toda ciencia lo hace,
sino que no se le haya prestado la atención debida a los recur-

254
sos literarios con que operan sus dilemas. En la escritura, en
el texto de Hardin, las cabras y los perros son reemplazados,
primero, por egoístas pastores, y luego por nuevos náufra-
gos, a lo Robinson, como lo refiere la propia metáfora del bote
salvavidas, sujetos que emplean la racionalidad únicamente
para sacar mayor provecho individual de un espacio común,
“abierto para todos”, pero limitado, creyendo verse en ello
un “comportamiento natural”, un comportamiento que, me-
diante un riguroso y largo trabajo de investigación en terreno,
Elinor Ostrom ha desmitificado completamente, mostrando
sus inconsistencias y falacias. De ahí que quienes defienden la
autorregulación del mercado, no necesiten de ninguna prue-
ba que los justifique, pues ello no les impide moldear el mundo
bajo sus intereses, creencias y prejuicios. Es más, realizar lo
imposible es una de sus principales estrategias, si no la úni-
ca por la que trabajan: “Esta, creo”, dice Milton Friedman en
Capitalism and Freedom, “es nuestra función básica: desarrollar
alternativas a las políticas existentes, mantenerlas vivas y
disponible hasta que lo políticamente imposible se vuelva po-
líticamente inevitable” [That, I believe, is our basic function,
to develop alternatives to existing policies, to keep them alive
and available until the politically impossible becomes politi-
cally inevitable]. A diferencia de muchos críticos y teóricos de
la literatura, científicos, economistas, abogados y legisladores
parecen conocer muy bien los poderes de la ficción y es por
eso que intentan distanciarse del discurso literario, trans-
formándolo en un chivo expiatorio, haciendo como si solo él
fuera producto de la imaginación. Como si las metáforas que
emplean para sostener sus argumentos no fueran metáforas,
sino el resultado de una investigación científica que posibi-
lita (tautológicamente) llegar a leyes científicas. Que lo que
con este procedimiento se produce son ficciones ya lo sabía
Jeremy Bentham, que entendía por entidad ficticia “un objeto
cuya existencia ha sido inventada por la imaginación –inven-
tada para fines discursivos– y una vez creada, es mencionada
como si fuese real”. Así han operado no solo las metáforas del
sobrepoblamiento, sino también las distintas producidas para

255
explicar, además del origen de la pobreza, el origen del estado.
De ahí la desconfianza de Pécuchet, que gritó: “¿Dónde está la
prueba del contrato? ¡En ninguna parte!”. Friedman, en este
sentido, es mucho más directo: “que lo políticamente impo-
sible se vuelva políticamente inevitable” es hacer que soñar
con lo imposible deje de ser un slogan para que comience a
ser una realidad, y no tiene ningún problema con explicitarlo.
Teniendo a sujetos como Pinochet de su lado, sus ficciones se
desarrollaron bajo un suelo asegurado y protegido, porque la
diferencia entre las ficciones literarias y las otras (financieras,
legales, etc.), estriba en que aquellas no cuentan con el respal-
do de la violencia para imponerse, ni requieren de la supuesta
“presunción de conocimiento” para difundirse, presunción,
como recordó Valentín Letelier (en 1896), que en la práctica
solo castiga a los pobres: “En Estados donde la simple recopi-
lación de leyes ocupa grandes estantes, no hay persona fuera
del orden forense que las conozca siquiera sea superficial-
mente y en estas condiciones, la presunción aludida es para
el pobre, que no puede pagar consultas de abogado, la más
inicua de las presunciones, un lazo tendido a su ignorancia
por la inadvertencia del legislador”. Esta aparente carencia es
consustancial a su política, y es lo que diferencia a un escritor
de un letrado, que actúa, al decir de Kant, como “instrumento
del gobierno y en provecho propio (no precisamente en aras
de las ciencias)”, razón por la cual le llama “negociante o pe-
rito del saber”.

7. De manera que debemos deconstruir las metáforas de la ley


y la ciencia y, sobre todo, construir máquinas ficcionales que
nos permitan inventarle mundos a este que nos han impues-
to. El valor del llamado teorema de las cabras y los perros de
Townsend, insisto, no cuenta con ningún apoyo empírico ni
teórico, y menos aún el dilema de la tragedia de los comu-
nes, que se sostiene exclusivamente sobre las robinsonadas
de Townsend y del propio Hardin; ambos imaginan perros y
pastores donde no los hay. Sus reflexiones son el enmascara-

256
miento de sus prejuicios y percepciones, prejuicios y percep-
ciones que se inscriben de lleno en el emergente liberalismo
económico del siglo XVIII y en el neoliberalismo del siglo XX,
y en la necesidad que ambos tienen de moldear a las y los
trabajadores para hacer posible el control de la población.
Empero, el recurso a la ficción no le impidió a Townsend
transformar la comprensión de la sociedad. Como señaló Karl
Polanyi: “Al enfocar la comunidad humana desde el lado ani-
mal, Townsend omitió la cuestión supuestamente inevitable
de los fundamentos del gobierno; y al hacerlo así introdujo
un nuevo concepto de la ley en los asuntos humanos, el de
las leyes de la naturaleza”. Ello dado que en su ficción el
equilibrio “natural” no se produjo gracias a gobierno alguno,
sino cuando las cabras escaparon hacia la altura rocosa de la
isla, y más propiamente cuando el hambre logró estabilizar
el crecimiento del pasto, de los perros y de las cabras. “El
hambre”, señalaba Townsend, “domará a los animales más
feroces, enseñará la decencia y la civilidad, la obediencia y la
sujeción a los más brutos, a los más obstinados, a los más per-
versos […] En general solo el hambre puede espolear e incitar
a los pobres a trabajar; aunque nuestras leyes han dicho que
haya que protegerlos del hambre. Las leyes, confieso, tam-
bién dicen que hay que obligarles a trabajar. Pero entonces
la restricción legal arrojará disturbios, violencia y ruido […]
mientras que el hambre no es solo un pacífico, silencioso e
infatigable medio de presión, sino que, siendo el motivo más
natural para la industriosidad y el trabajo, suscita los esfuer-
zos más poderosos; y, cuando se satisface con la generosidad
libre del otro, establece una base duradera y segura para la
buena voluntad y la gratitud. Más efectiva que las leyes de
los hombres, el hambre establece (supuestamente) su propia
y natural ley, llevando a la humanidad hacia un escenario que
prescribe “naturalmente” cualquier intervención; por sobre
todo hay que cuidar el emergente y delicado balance que en
tanto sociedad la naturaleza nos ha regalado. “Fue así que
los economistas renunciaron pronto a los fundamentos hu-
manistas de Adam Smith e incorporaron los de Townsend…

257
La sociedad económica había surgido como algo distinto
del Estado político”, concluyó Polanyi. Que el prejuicio es
lo que constituye el origen de esta naturalización lo recono-
cemos en el mismo Townsend, y no porque señale que una
ley de la naturaleza es la que ha determinado que los pobres
no puedan “hasta cierto grado” proveerse a sí mismos de la
subsistencia, sino porque reconoce la necesidad de su explo-
tación; primero, esgrime Townsend, para que “las personas
más delicadas” se “alivien del trabajo pesado y se liberen de
los empleos ocasionales” que podrían entorpecer sus tem-
peramentos. Definitivamente “el stock de felicidad humana
aumenta con ello”, porque “parece ser una ley de la natura-
leza el que los pobres sean más aptos […] para cumplir con
los cargos más serviles, sórdidos e innobles de la comunidad
[…]; la esperanza de su recompensa los hace más alegres en
medio de todos sus peligros y sus fatigas”. En segundo lugar,
dada esta ley, se requiere que, desde el ejército y la armada,
se proteja a esa gente linda y refinada, porque solo así podrán
dedicarse a “aquellos llamamientos que son más adecuados a
sus diversas disposiciones” [those callings which are suited to
their various dispositions]. Cualquier ayuda a los pobres, por
tanto, “tiende a destruir la armonía y la belleza, la simetría y
el orden que Dios y la naturaleza han establecido en el mun-
do”. En contrapunto, Polanyi afirma: “la Inglaterra victoriana
derivó su educación sentimental, inconscientemente, de la
isla de las cabras y los perros”, una isla ubicada frente a las
costas de Chile. Y tal hecho geográfico, creo, en algo “nos”
debe haber afectado, aunque lo hemos olvidado, así como se
ha olvidado que la completa libertad económica, el principio
de no intervención, el laissez-faire, no apareció naturalmente,
sino que fue impuesto por una o varias y siempre severas y
parciales leyes. No hay ley natural sin arbitrio desnatural.
Lo que olvidan Townsend y sus seguidores, es que tanto las
cabras como los perros fueron introducidos en la isla a partir
de intereses económico-políticos bien concretos, intentándose
así modelar la naturaleza. Las cabras, primero, debían repro-
ducirse; luego había que acabarlas. Para este arbitrio es que se

258
respaldan con policías y ejércitos las ficciones legales. Lo mis-
mo se puede decir de los dilemas de Hardin, que solo existen
perfectos en su imaginación, una imaginación configurada
por una isla que terminó siendo completamente subsumida
por las ficciones que la rondan.

8. Las famosas Poor Laws, consistentes en una ayuda a los


pobres y contra las que lucharon también Edmund Burke y
Jeremy Bentham, durarían solo un poco más (hasta 1834),
pues la urgencia capitalista de un “mercado del trabajo” ne-
cesitaba establecerse pronta y libremente, tal como la libertad
de comercio, que necesita de la venta y compra de fuerza
laboral ofrecida libremente en el mercado del trabajo (de lo
contrario, al famoso y aclamado laissez faire no surgiría, y el
trabajo asalariado es un requisito para el crecimiento del ca-
pital, es más, sin aquel éste no existiría, pues lo presupone, y
si éste crece, aquel también, pero a partir de una relación de
poder inversa). Jugaba en contra el no tener claridad de lo que
implicaba el valor del trabajo o la determinación de los pre-
cios, ya que la “inexplicable” miseria, en vez de reducirse, con
el advenimiento de la máquina o con el tiempo aumentaría
drásticamente. La naturaleza, continúa Polanyi, se presentó
así como una especie de deus ex machina, y “a medida que se
aprehendían gradualmente las leyes gobernantes de una eco-
nomía de mercado, estas leyes se ponían bajo la autoridad de
la naturaleza misma”, que fijaba los límites del crecimiento,
así como las posibilidades de subsistencia. Incluso la guerra
o las enfermedades se le imputaban, pues también operaban
al alero de esta “nueva” selva, así que cualquier ayuda a los
pobres sería considerada como una intervención contrapro-
ducente para el tan anhelado y natural equilibrio económico,
equilibrio para el cual no solo había que liberar a los traba-
jadores de cualquier interrupción estatal, sino al mercado
mismo.

259
9. Me he interesado en esta sorprendente historia, que sur-
ge con Selkirk –quien seguramente no leyó el libro que ins-
piró– porque en ella encontramos el punto de arranque de
una famosa novela y de un famoso teorema, lo cual quiere
decir que dos ficciones emergen a partir de un mismo relato.
Una dio origen a una discutible “ley natural” del crecimiento
poblacional, otra nos legó uno de los más memorables per-
sonajes de la ficción literaria. Interesante es que se vuelven
a cruzar una y otra vez en el ámbito de la economía (y de la)
política. Parece que fue William Forster Lloyd, un neoclásico
avant la lettre, al decir de Fritz Söllner, quien primero comen-
zaría a ilustrar sus teorías sobre la disminución de la utili-
dad marginal poniendo como ejemplo a Robinson. Lo hizo
en Lecture on the Notion of Value (1833), su primer trabajo, el
que sería continuado por otro sobre el control de la pobla-
ción (1833) y luego por uno más sobre las Poor-Laws (1835).
No está demás señalar que Hardin vio en Lloyd a uno de sus
propios antecedentes, y lo citó en cada paper que dedicó a lo
que llamó “la tragedia de los comunes”. Luego de Lloyd no
serán pocos los economistas que verán en Robinson un re-
presentante del racionalismo económico individualista,* con
lo cual lo que Marx llamó “robinsonadas” cobra una mayor
relevancia, si vemos que en ellas, además de Smith, Ricardo
y Rousseau, también debemos incluir a Townsend, Hardin y
sus mediadores. En el “Prólogo a ‘Contribución a la crítica
de la economía política’”, Marx entiende por robinsonada la
ficción de creer que un personaje aislado pueda ser imagina-
do por fuera de las relaciones sociales; se trata de un falso
naturalismo que oblitera su historicidad, con el fin de presen-
tarlo “como un ideal cuya existencia pertenece al pasado. No
como un resultado histórico, sino como el punto de partida de
la historia”. Con Barthes, se podría decir que se está ante un
habla “excesivamente justificada” que transforma el relato en
mito, fundamentando “como naturaleza, lo que es intención
histórica”. Para Marx, por el contrario, “cuanto más nos re-
montamos en la historia, mejor se delimita el individuo, y por
consiguiente también el individuo productor, como depen-

260
diente y formando parte de un todo más grande”. Un todo
que le permitió a Robinson llegar a la isla bien provisto de
plumas, tinta y papel, brújulas y herramientas, instrumentos
matemáticos, cartas y libros de navegación, además de tres
biblias y un perro, provisiones que por lo general los robin-
soñadores tienden a pasar por alto. Pero este pobre náufrago
no solo ilustró una economía que produjo lo que ya podemos
ir considerando mitos en lugar de leyes y teoremas. Algunas
décadas después de publicado Robinson Crusoe, Rousseau,
que bien podríamos llamar Jean-Jacques CRousseau, fue otro
de los que cayó en las robinsonadas, no solo ilustrando teo-
rías políticas, como muestra Derrida, sino también modelos
educacionales. “Dado que los libros nos son absolutamente
necesarios, existe uno que, para mi gusto, proporciona el
tratado de educación natural más logrado. Ese libro será el
primero que ha de leer mi Emilio”. “¿Cuál es ese maravilloso
libro? ¿Es Aristóteles? ¿Es Plinio? ¿Es Buffon? No: es Robinsón
Crusoe. Robinson Crusoe en su isla, solo, desprovisto de la
asistencia de sus semejantes y de los instrumentos de todas
las artes […] Convengo”, dice CRousseau, “que ese estado no
es el del hombre social”. Llama la atención la capacidad fabu-
ladora de los robinsoñadores, que hacen desaparecer precisa-
mente lo que le permite al náufrago sobrevivir, de la misma
manera que niegan las relaciones de explotación (o la división
internacional del trabajo) que mantienen a los pobres en con-
diciones de indigencia. “Esa es la apariencia, y la apariencia
estética solamente, de las pequeñas y grande robinsonadas”,
afirmó Marx. Por surte James Joyce no se arredró para señalar
que Robinson es el verdadero símbolo de la conquista británi-
ca, “el prototipo del verdadero colonialista”, uniéndose así a
una línea de críticas antirobinsonadas de las que este ensayo
es deudor. “La intención de Marx es seria”, leemos en la pri-
mera sesión del segundo volumen de La bestia y el soberano.
Para Derrida, la “robinsonada” “traduce una ambición difícil
de medir, si no desmedida, pues consiste, entre otras cosas,
en retomar, incluso en reducir, nada menos, lo que denomi-
na ‘insulsas ficciones’ (aquí ficciones literarias, del estilo de

261
Robinson Crusoe, y la tesis de Marx es una tesis acerca de la
literatura como superestructura) o ficciones filosófico-polí-
ticas […] a superestructuras estéticas a la vez significativas,
sintomáticas y dependientes de lo que significan, a saber,
únicamente una fase de la organización de una producción
material y a la ‘anticipación de la sociedad burguesa’ europea
‘que se preparaba desde el siglo XVI y que, en el siglo XVIII,
caminaba a pasos agigantados hacia su madurez’”. En tanto
ficciones, quisiera aventurar que las robinsonadas no son solo
el nombre de una “estructura epocal” (o de una fase), al decir
de Derrida. Son lo que ha posibilitado esa y no otra estructura epo-
cal. Y actualmente se la sigue manteniendo.* Hay una directa
relación entre Dampier, Ulloa, Defoe, Townsend, Lloyd y
Hardin. Indirectamente, solapadamente, entreveradamente,
no todos conscientemente, han dado lugar a una poderosa
ficción que, legitimada por procedimientos jurídicos, cuenta
con los recursos para ocultar su carácter mitológico, creando
así las condiciones para configurar una determinada realidad,
reglamentándola.

10. Una de las características de las ficciones legales es su capa-


cidad para suprimirse como ficción. Por el contrario, una de las
características de la ficciones literarias es la inmediata explici-
tación de su artificiocidad. Quisiera señalar, para ir cerrando,
de qué forma me interesa comprender la segunda de estas
ficciones. El epígrafe con que he comenzado este ensayo algo
ha adelantado, y aprovecho de agradecerle a Pablo Faúndez
Morán por haberme hecho reparar en Valentín Letelier y so-
bre todo en un escritor como Jenaro Prieto, que sabe muy bien
cuáles son los efectos de las ficciones, literarias y no literarias.

*
En La bestia y el soberano, Derrida cita un pequeño, pero relevante
texto que da cuenta de la bibliografía económica y política que ilustra
la relación entre la oferta y la demanda a partir de Robinson: White,
“Robinson Crusoe”. Empero, White no menciona ninguno de los
trabajos que aquí he referido.

262
No es por casualidad que sus personajes sean inversores de
la bolsa o abogados del infierno. Etimológicamente, ficción
viene del latín fingó, fingis, finxí, fictum y, como el griego
πλάσμα (plasma), tiene que ver con plasmar, amasar, for-
mar, o configurar, como diría Covarrubias en 1611, “con el
entendimiento, o con la mano”. ¡“Con la mano”! La ficción
no es o no depende, como hemos pensado, solo de la imagi-
nación, que es como decir, del intelecto. No. La ficción no se
puede pensar alejada de la mano y sus dedos, y, por tanto,
de la noción de trabajo. La ficción siempre es una material
producción. Que en inglés dedo se pronuncie finger nos da un
indicio. Lo mismo el francés doigt, mucho más cercano a dhei-
gh, que es el término indoeuropeo para ficción, del que de-
rivan masa, figura, dama y paraíso (originalmente un jardín
cerrado, amurallado con arcilla), bellas nociones en las que,
nuevamente por tiempo, no puedo profundizar. Si escribimos
con las manos, es porque con ellas pensamos y creamos…
Mientras la ficción de Defoe es la de configurar un personaje,
la de Robinson es la de amasar una fortuna, labrando la isla.
De ahí el interés de ciertos economistas y juristas, interesados
en formar a su antojo la llamada “realidad”, imaginando para
ello leyes y teoremas soportados por metáforas que han sido
amasadas teniendo como telón de fondo una historia, entre
real e imaginaria. Lamentablemente, este carácter creador
(facedor) con el que también cuenta la literatura se ha ido olvi-
dando o subestimando, en el mejor de los casos, resaltándose,
en su lugar, la capacidad de entretención, que sin duda la
tiene, pero es menor frente al poder configurador que por-
ta. Selkirk es una invención de Crusoe. También Townsend,
Ulloa y Dampier. Incluso Lloyd y Hardin junto a sus dilemas.
Si un “libro vive de su buena muerte”, como señaló Derrida,
también lo hacen los que con él se han relacionado, aunque
no lo declaren o no lo sepan. Los personajes resucitan con el
“soplo de [una] lectura viva”, insuflando, a su vez, vida a sus
lectores, antes y después de su muerte, si han de reescribir
lo que leen. Un libro de ficción literaria, continúa Derrida,
“es un muerto viviente” que, aventuro, tiene la capacidad

263
de traspasar su “virtualidad fantasmática” a quienes le leen.
La crítica y la teoría, por tanto, cuentan con las herramientas
necesarias para mostrar que la ficción literaria es una forma
de política que puede y debe enfrentar las ficciones del dere-
cho y la economía, que han terminando moldeando el mundo
que nos rodea, y haciéndonos creer, de paso, que no podemos
reconfirgurarlo, ni que vale la pena intentarlo. Si es más fácil
imaginar el fin del mundo que algo más modesto como el fin
del capitalismo, como señaló Fredric Jameson, ello es porque
la potencia de la ficción literaria ha estado bajo ataque, re-
duciéndosela en colegios y universidades a un mero medio a
través del cual enseñar las competencias básicas de lecto-es-
critura requeridas por el modo de producción contemporá-
neo. Su cercamiento da cuenta del temor que se le tiene, de la
fuerza de la que se desconfía, porque cuenta con la capacidad
de desarrollar la imaginación necesaria para crear un mundo
en el que los usos de los (bienes) comunes no den lugar a las
pasiones tristes de la tragedia, sino a las pasiones alegres de
las que hablaba Spinoza. Estoy seguro que reconociendo este
poder, la literatura será desempolvada para comenzar a ser
considerada como un medio indispensable para el desarro-
llo ya no de nuestra sociedad, sino de la humanidad misma.
Cuando se nos pregunte para qué sirven la literatura y las

*
Como ha señalado recientemente Angela Mitropoulos: “Durante más
de una década, Hardin estuvo involucrado con el grupo supremacista
blanco y antiinmigrante Federación para una Reforma de Inmigración
Estadounidense (FAIR) –gran parte de ese tiempo como miembro de
su junta directiva–, así como con Social Contract Press, una editorial
nacionalista blanca. Sucede que el gobierno de Trump incluye a varias
personas con vínculos de larga data con FAIR, entre ellos Jeff Sessions
[Fiscal General de los Estados Unidos], Kris Kobach, Kellyanne Conway
[asesora presidencial de Trump] y Stephen Miller [consejero superior de
Trump], e incluso el defensor del pueblo de los Servicios de Ciudadanía
e Inmigración de los Estados Unidos fue director ejecutivo de FAIR por
alrededor de una década. La política actual de la Casa Blanca sobre la
migración ha sido dictada en gran parte por una lista de propuestas
presentadas por FAIR en noviembre de 2016 en el National Press Club
en Washington, DC.”

264
humanidades, podemos ofrecer una respuesta al nivel de la
que la ciencia aplicada o la medicina podrían dar: para que
la especie humana no desaparezca. Nuestra preocupación,
por tanto, no estriba en equilibrio alguno, porque no creemos
en la posibilidad de estabilizar mediante leyes y teoremas el
mundo, sino de transformarlo con la imaginación. La litera-
tura puede enfrentarse a desastres nucleares tanto como a la
crisis ecológica, no porque pueda acabar con estos desastres,
sino porque puede producir la subjetividad que se requiere
para que no nos aquejen, o para encaminarlos hacia su desa-
parición. Pero si no se la trabaja debidamente, también puede
contribuir a su profundización. De manera que con ella es
que podemos trabajar por la supervivencia, si junto con su
teoría y su crítica logra el lugar que se requiere para que lo
viviente continúe más allá de su representación. Aventuraría
entonces que el valor de la ficción es aún más relevante que el
de la propia medicina, porque sin ella pronto ya no habrá ni
cuerpos que cuidar. Si el mundo está fuera de quicio, la suerte
ha querido que contemos con la literatura para recomponerlo.
Intentémoslo juntos, como diría Hamlet.

Viña del Mar, agosto de 2015 - junio de 2018

[este ensayo fue escrito en el 2015 como parte de un ensayo mayor


dedicado a las ficciones académicas. Pero como finalmente se
distanciaba del argumento que entonces terminé desarrollando,
lo quité. Nicole Darat leyó el borrador y sus comentarios me
animaron a reescribirlo, sin saber muy bien qué hacer con él.
Se trata de un ensayo clave respecto de lo que me encuentro
investigando, y seguramente lo reescribiré para expandir lo que
en él he hallado: la relación entre ficción y economía, de una
manera heterogénea a como la venía trabajando a partir de lo
que Marx llamó “capital ficticio”. Se pueden vincular, pero no son
equivalentes. El mundo está dominado por ficciones de distinto
tipo, siendo la literaria la que las otras más golpean, tratándola
como un simple juego que, recubriendo ingenuamente lo
falso, entretiene o distrae o, por el contrario, aburre y aletarga.

265
Pero en este ensayo podemos ver que las distintas formas
de la ficción se sobreponen y en perpetua lid batallan para
imponerse y dominar sobre nuestros cuerpos. Por otra parte,
hoy la ficción es un campo bastante descuidado por parte de
la crítica y la teoría literaria, más interesada en comprender,
siguiendo las tendencias dominantes, los animales y las plantas,
que los mecanismos de la escritura. Ello, por cierto, da cuenta
de una triste forma de ejercer nuestro oficio, cada vez más
saturado de lugares comunes, referencias (y objetos) de moda
y lecturas trilladas, y falto de riesgo, aventura (“originalidad”)
y rigurosidad. Definitivamente resulta más cómodo plegarse a
los “temas en boga”, que garantizan “fama” y circulación, que
trabajar críticamente, esto es, a contrapelo.
PD: hace unos meses, Nelly Richard me animó a participar
del encuentro “La memoria en la encrucijada del presente.
El problema de la justicia”, organizado por el International
Consortium of Critical Theory Programs (afincado en la Universidad
de California, Berkeley) y que tuvo lugar en el Centro Cultural de
la Memoria Haroldo Conti, Buenos Aires, entre los días 10 y 12
de abril de 2019. Inicialmente pensé en presentar un texto sobre
los 68s y la contrarrevolución se ha venido instalando desde los
70 al interior de las universidades. Pero cuando vi que participaría
de un panel titulado “Teoría crítica en la contemporaneidad
neoliberal”, decidí leer este texto, que si bien se ancla en los
inicios del siglo XVIII, los efectos de la ficción inaugurada en aquel
momento permiten discutir apropiadamente la crítica y la teoría
bajo el orden de la ficción neoliberal. Compartí mesa con Pablo
Oyarzun (Universidad de Chile) y Robert Kaufman (Universidad
de California, Berkeley), mientras Gisela Catanzaro (Universidad
de Buenos Aires) ofició de debatidora. El diálogo que siguió a
la presentación se vio beneficiado de preguntas y comentarios
por parte de Penélope Deutscher (Northwestern University),
María Stegmayer (Universidad de Buenos Aires), Diego Tatián
(Universidad Nacional de Córdoba), lo que me llevó a reescribir
algunos puntos.

Viña del Mar, abril de 2019

266
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269
Conrad ante(s de) Freud

Tanto el escritor como el Había momentos en que tu


médico, hemos malentendido propio pasado volvía a
de la misma manera lo aparecer, como sucede cuando
inconsciente, o ambos no tienes ni un momento
lo hemos comprendido libre, pero aparecía en
correctamente. forma de un inquietante y
estruendoso sueño.
Sigmund Freud, El
delirio y los sueños en Marlow, El corazón de
Gradiva, de W. Jensen. las tinieblas

271
I

Antes de la irrupción de Freud, se contaba con la literatura


para comprender rigurosamente lo que entonces se denomi-
naba “estados del alma”. Ahí están, por nombrar solo algu-
nas, Fausto, Moby Dick, Madame Bovary, Memórias Póstumas de
Brás Cubas y Great Expectations, novelas en las que las deci-
siones ante el destino inquietan hondamente el pensamiento.
Sus tropiezos, indecisiones, yerros, tormentos, inquietudes
y suplicios han sido trabajados cuidadosamente en obras de
las que aún podemos aprender, y no poco, de lo humano y
su espíritu, obras que incluso figuraron sueños que jamás
han sido soñados, más que por sus atribulados personajes
de papel, personajes cuya existencia, por cierto, puede per-
mitirnos muy bien comprender mejor la nuestra. Leer una
novela no conduce a una experiencia que podamos calificar
de entretenida, aunque pueda serlo. Leer es una forma de ex-
perimentación, por general indisciplinada, a través de la cual
virtualmente se pueden hallar marcos de comprensión que
de otra manera no se alcanzarían, sino a un precio muy alto:
poniendo en juego la propia vida. Provee de una práctica y de
una sabiduría que no se ha vivido, pero que podrían permitir
la emergencia de intuiciones con las que enfrentar el horror
que acompaña y domestica el mundo, o la imaginación reque-
rida para transformarlo. Refiriéndose al trabajo realizado por
Wilhelm Jensen, Freud señaló que “describir la vida anímica
de los seres humanos es su más auténtico dominio”, razón
por la cual el poeta “en todos los tiempos ha sido el precursor
de la ciencia” preocupada por la psique. Jensen publicó en
1903 el relato “Gradiva (una fantasía pompeyana)”, que se
transformó en el primer texto literario que Freud analizó y
publicó de manera independiente a partir de las categorías
psicoanalíticas que había comenzado a desarrollar en La
interpretación de los sueños, libro publicado solo cuatro años
antes y en el que ya había comentado magistralmente Edipo
rey y Hamlet. El resultado de su lectura, publicado en 1907, se
tituló “El delirio y los sueños en la ‘Gradiva’ de W. Jensen”.
Como han señalado algunos de sus biógrafos, aunque cual-

272
quiera que conozca su estudio en Londres puede percibirlo
inmediatamente, Freud tenía una predilección por las anti-
güedades. Una fotografía tomada a su estudio en Viena por
Edmund Engelman poco antes de trasladarse a Inglaterra,
en 1938, muestra una réplica en yeso del mismo bajorrelieve
(al costado izquierdo de la chimenea) que, según le indicó
el propio Jensen, le inspiró la creación de su Gradiva, cuyo
nombre refiere a “la que avanza”. Sintetiza Freud el relato de
Jensen, anticipando lo que él mismo poco después: “Norbert
Hanold, ha descubierto en una colección de antigüedades,
en Roma, un bajorrelieve que lo atrae con exclusión de cual-
quier otra cosa, a punto tal que le causa gran alegría poder
conservar de él un excelente calco en yeso que colgará en
una pared de su gabinete de trabajo, situado en una ciudad
universitaria alemana, donde podrá estudiarlo con interés”.

Cámbiese la ciudad alemana por Viena y el gabinete por el


consultorio, y parecería que estamos ante una puesta en abis-
mo, pero no es así. Aunque la amistad no se afirmaba más que
en las cartas que habían intercambiado, Freud encontró este
relato, al parecer, gracias a Carl G. Jung, por lo que “El delirio
y los sueños en la ‘Gradiva’ de W. Jensen” constituyó “el he-
raldo de las cordiales relaciones que mantuvieron durante
cinco o seis años”. Lo escribió, según indicó Ernst Jones en su

273
biografía, para complacerlo, aunque es evidente que el interés
de Freud no era únicamente satisfacer la inquietud intelectual
de un importante colega (del que, por cierto, se llegaría a dis-
tanciar completamente), sino entregarse a las potencialidades
a las que le estaban conduciendo sus investigaciones.
Encontrar en una pequeña obra literaria algo así como una
comprobación paralela de lo que él mismo estaba descubrien-
do no era sino un motivo más para congratularse y cerciorarse
de estar en el camino correcto. Aunque obviamente también
habría que considerar, como indicó nuevamente Jones, que
también lo movió el escenario en el que el relato de Jensen se
situaba: “Su interés por Pompeya tenía antigua raigambre”.
Hanold sufre la represión inconsciente de un sentimiento
amoroso/erótico vivido en su infancia, una represión que la
imagen escultórica que ha decidido llamar “Gradiva” le hace
recordar, pero sin darse cuenta de ello. Viajará hasta Pompeya
porque fantasea que es ahí donde aquella mujer debe haber
vivido, y de ella, azarosamente, conocerá su verdadero nom-
bre: Zoe, que significa vida. “El perfil de su rostro”, escribió
Freud, “se le antoja de tipo griego, e indudable su linaje helé-
nico; de esta manera, toda su ciencia sobre la Antigüedad en-
tra paulatinamente al servicio de las fantasías que va tejiendo
en torno de la figura que sirvió de original al bajorrelieve”.
Pero hay otro elemento clave para comprender la atracción de
Freud por el texto de Jensen y tiene que ver con la relación
que establece entre su trabajo y el de Hanold. Mientras el ar-
queólogo desentierra las capas que cubren la ciudad de
Pompeya, Freud excava los estratos del material psíquico.
Ambos exhuman. Como indicó James Strachey en su presen-
tación al texto sobre la Gradiva, “lo fascinaba la analogía entre
el destino histórico de Pompeya (su sepultamiento y la exca-
vación ulterior) y los fenómenos psíquicos que le eran tan fa-
miliares –el sepultamiento por represión y la excavación del
análisis–”. De haber leído a Conrad, es muy posible que Freud
le hubiera dedicado tiempo escribiendo sobre algunos de sus
textos, y quizá incluso alguna carta, como hizo con Jensen,
pues El Corazón de las tinieblas también trata sobre pasados

274
que se exhuman, aunque involuntariamente. Parece que el
analista no tuvo noticias del escritor, pero este sí logró cono-
cer, aunque tardíamente, el trabajo de Freud y se negó a leer-
lo. Hacia principios de 1921 los Conrad fueron a pasar un
momento de descanso a Ajaccio, Córcega, la ciudad en la que
nació Napoleón. Se encontraba trabajando en Suspense: A
Napoleonic Novel, su última e inconclusa novela. En ese mismo
momento pasaba también unos días en la isla el joven drama-
turgo Henri-René Lenormand, que se le presentó a Conrad
con una introducción de Robert d’Humières. Admirador de
Dostoyevsky y del psicoanálisis, señaló Zdzisław Najder,
“hombre versado en la poesía y la música persa”, prefirió des-
tacar Borges, Lenormand instó a Conrad a conocer el trabajo
de Freud, dado que percibió claramente que ambos compar-
tían la preocupación por la naturaleza humana y sus estados
del alma. Para incentivarlo, le facilitó algunos de sus libros,
que se le regresaron sin leer. “Cada vez que Lenormand abor-
daba el tema”, leemos en la biografía de Najder, “Conrad re-
trocedía, [diciendo] ‘solo soy un cuentista’, y entonces le espe-
taba: ‘Soy muy consciente de que he perdido toda inocencia’.
Incluso después de admitir que siempre se ha sentido fascina-
do por la relación padre-hija, no quiso analizar La locura de
Almayer desde este punto de vista. ‘No quiero alcanzar las
profundidades. Quiero tratar la realidad como un objeto crudo
y áspero que toco con mis dedos. Eso es todo’, habría supues-
tamente señalado”, escribió Najder, con un tono que eviden-
cia su desacuerdo con el joven dramaturgo. Para cerrar la no-
ticia de este intercambio, Najder agrega, erradamente a mi
juicio: “Evidentemente Lenormand no logró comprender que
al rechazar la tentación de la especulación psicoanalítica,
Conrad mantenía la fe en sus principios artísticos: él concibió
su propio rol y deber como el de un escritor que miente al
representar la realidad, y que no busca pistas misteriosas; re-
gistra los hechos, sin imponerles esquemas interpretativos”.
Creo que un error sobre las posibilidades de la relación entre
literatura y psicoanálisis, estriba en reducirla a una esquema
interpretativo. Como si la única forma de acercarles fuera in-

275
dagando la conciencia del autor y el qué habrá querido decir
con tal o cual imagen. En su lectura del relato de Jensen, Freud
no señala nada sobre el autor. Gracias a un intercambio epis-
tolar, posteriormente contará con alguna información, peque-
ña por cierto, pero suficiente como para haberse atrevido a
“interpretar”, por ejemplo, la obsesión de Hanold (y de Jensen)
con la forma en que Gradiva coloca sus pies al caminar. Algo
sobre su infancia le dirá en una carta el autor, pero nada de
eso empleará Freud. Es más, en el epílogo a la segunda edi-
ción dirá que Jensen se negó a colaborar con él, pero, insisto,
ya contaba con algunas respuestas que podrían haberlo aven-
turado por el camino especulativo. En ese epílogo también
señala que en la literatura el psicoanálisis ya no solo busca la
confirmación de sus descubrimientos, también conocer “con
qué material de impresiones y recuerdos ha plasmado el poe-
ta su obra, y por qué caminos y procesos ese material fue lle-
vado hasta la creación poética”. Como veremos luego, más
que acceder a un contenido “verdadero”, lo que le interesa a
Freud es el camino y el proceso al que es sometido el material
ficcionalizado, pues es la forma que adquieren una vez que los
recuerdos y las impresiones han sido trabajados por el escritor
lo que constituye su interés. En cuanto al autor, él mismo re-
conoció, a propósito de Goethe, que ni la más completa bio-
grafía puede “ayudarnos a aprehender mejor el valor y el
efecto de sus obras”. Es más, en un encuentro que tuvo con
Lenormand en 1925, Freud ya rechaza las aplicaciones mecá-
nicas o esquemáticas del psicoanálisis. El joven dramaturgo,
escribió Jones, “hizo a Freud una impresión muy seria y sim-
pática [de su obra de teatro sobre Don Juan], y ambos concor-
daron en que los escritores que no hacen más que tomar los
datos del psicoanálisis para sus creaciones debían ser consi-
derados peligrosos e indignos”. Error similar ha cometido un
crítico que suele ser certero en sus análisis. Reflexionando
sobre lo que Richard Curle llamó, con el fin de comprender el
trabajo escritural de Conrad, su absorción por un “mecanis-
mo de existencia total” (“the whole mechanism of existence),
Edward Said señaló que la frase se inscribe de manera directa

276
en un tema común a “las psicologías freudiana o jungiana”
(relación muy rebatible, por cierto), esto es, al “‘mecanismo’
del inconsciente”, lo que a su vez implica una preocupación
por “los complejos, mitos, arquetipos y rituales en los que
cada individuo está de alguna manera envuelto”. Para eludir
una lectura psicoanalítica, Said recurre a la famosa distinción
sartreana entre causalidad y comprensión: “Es la profunda
contradicción de todo psicoanálisis introducir un vínculo de
causalidad y un vínculo de comprensión entre los fenómenos
que estudia. Estos dos tipos de conexión son incompatibles”,
sentencia un Sartre citado por Said, que erradamente conclu-
ye: “El crítico literario está, creo, más interesado en la com-
prensión, porque el acto crítico es ante todo un acto de com-
prensión: una comprensión particular del trabajo escrito, y no
de sus orígenes en una teoría general del inconsciente. La
comprensión, además, es un fenómeno de la conciencia, y es
en la apertura de la mente consciente que el crítico y el escri-
tor se encuentran para participar en el acto de conocer y ser
conscientes de una experiencia”. Dos problemas de las afir-
maciones que entonces Said tenía de la crítica en relación al
psicoanálisis, afirmaciones esgrimidas en lo que fue su tesis
de doctorado publicada en 1966 titulada como Joseph Conrad
and the Fiction of Autobiography. Por un lado, cree que el psicoa-
nálisis se reduce a comprender los “orígenes” de un trabajo
escrito, que es como preguntarse por las “conscientes” e “in-
conscientes” “intenciones del autor”, lo que da cuenta de su
pobre comprensión del psicoanálisis. Por otro, creer que “es
en la apertura de la mente consciente que el crítico y el escri-
tor se encuentran” oblitera radicalmente el inconsciente, adju-
dicándole tanto al crítico como al escritor una racionalidad
que reinstala la autonomía del sujeto y la soberanía del senti-
do propugnados por Descartes y la filosofía moderna. Por el
contrario, una obra como El corazón de las tinieblas socaba to-
talmente la posibilidad de un yo racional, consciente, y Kurtz
es la figura imaginada por Conrad para dar cuenta de ello. Su
libro es en parte, solo en parte, una crítica de la colonización
de África, pues es principalmente una exposición radical de la

277
naturaleza humana y su capacidad para desatar el horror en
cualquier parte. “África”, señaló Simon Njami, “no es más que
un pretexto narrativo”: “el autor” está mucho más empeñado
en describir el alma blanca y en desmontar sus mecanismos
que en pintarnos a unos salvajes sanguinarios y atrasados”. El
horror que se realiza en el Congo, no se atiene a los países
colonizados que han vivido la barbarie del progreso; como
“un persistente susurro”, se cierne “en torno a nosotros”, es-
temos donde estemos, porque el horror lo puede desatar cual-
quier ser humano, inclusive, y quizá sobre todo, el humano
llamado blanco. Nostromo es otra de las figuras imaginadas
por Conrad para exponer la imposibilidad de la mente ideali-
zada por el joven Said. De ahí que también deba contarse en-
tre quienes, como Joyce, Woolf y Faulkner, comprendieron
magistralmente la relevancia los mecanismos del inconscien-
te. Sin embargo, en ello no radica su relevancia. Lo que no vio
Said, y muchos otros críticos que se han centrado en la crítica
antiimperialista de Conrad, que no es tanto en el “contenido”,
sino en la forma donde radica la potencia de una obra como El
corazón de las tinieblas, publicada inicialmente el mismo año
que La interpretación de los sueños. Con una claridad que sor-
prende, Conrad parece intuir que lo que debe considerarse
como sueño es el relato del sueño, la forma en que se lo cuen-
ta, sin considerar los olvidos o tergiversaciones en las que el
soñante cae cuando narra lo que ha soñado: “Me parece que
estoy tratando de contar un sueño”, señala Marlow, “que es-
toy haciendo un vano esfuerzo, porque el relato de un sueño
no puede transmitir la sensación del sueño, esa mezcla de lo
absurdo, la sorpresa y el desconcierto en un temblor de re-
vuelta que lucha por abrirse paso, esa noción de ser capturado
por lo increíble que es la esencia misma de los sueños”.
Conrad parece intuir perfectamente que un sueño en sí no
puede ser transmitido, porque es incomprensible para el so-
ñante mismo, que no es capaz de significar esa [inconsciente]
mezcla de lo absurdo, la sorpresa y el desconcierto” que lo
asedia. En otro momento, Marlow vuelve sobre este punto,
para afirmar que “a veces uno tiene destellos de perspicacia.

278
Lo esencial de este asunto yace bajo la superficie, fuera de mi
alcance, y más allá de mi poder de intromisión”. A esta altura
es imposible no reparar en la importancia que tienen las tribu-
laciones del alma para Conrad, pero lejos estamos de querer
encontrar el “significado profundo” de su obra. Dejamos ese
trabajo para el crítico que aún cree en la seguridad de los (sus)
juicios. En La interpretación de los sueños, Freud realizó el im-
portante distingo entre lo latente y lo manifiesto, distingo que
se enriqueció cuando lo relacionó con otro mucho más intere-
sante para este ensayo. Me refiero a la oposición entre el tra-
bajo del sueño y el trabajo de interpretación. El primero con-
densa, desplaza, desfigura y/o transforma en imágenes
visuales los pensamiento, volviéndolos intraducibles. El sue-
ño es, así, “la forma a la cual los pensamientos latentes han
sido trasmudados por el trabajo onírico”. El trabajo de inter-
pretación, por su parte, “progresa en la dirección contraria”,
“desde el sueño manifiesto quiere alcanzar el latente”. Se
puede señalar que la escritura de Conrad no se asemeja al
trabajo de interpretación, sino al del sueño, develando así los
mecanismos del alma humana y sus delirios. “Buena parte de
la ficción modernista”, señaló Ronald Thomas, “se encuentra
en armonía con este sentimiento, buscando en la brusca es-
tructura del sueño mismo, no una interpretación del sueño,
sino un modelo con el cual representar la experiencia huma-
na”. La grandeza de Kurtz y la estima que le tendrá Marlow,
radica en su capacidad para enfrentar el horror del cual el
mismo es capaz, como si se encontrara en el peor de los sue-
ños, pero sabiendo perfectamente que está despierto. Un
hombre es todos los hombres, señaló Borges, y eso fue lo que
lo atemorizó. “Había momentos en que tu propio pasado vol-
vía a aparecer, como sucede cuando no tienes ni un momento
libre, pero aparecía en forma de un inquietante y estruendoso
sueño”. “Está”, dice Njami, “por un lado, la maldad común
de los blancos normales y corrientes entregados al lucro y la
explotación, y está, por otro, la maldad más completa que re-
presenta Kurtz […] Pues, contrariamente a aquellos cuya úni-
ca preocupación es el enriquecimiento material, Kurtz persi-

279
gue otros fines […] Se siente movido por una creencia
desinteresada en una idea que acabará por destruirle. Una
idea demasiado grande, desmesurada para un solo hombre,
salvo si se es Dios”. A esta misma idea, Freud le llamó en su
texto sobre lo ominoso “omnipotencia del pensamiento”, ca-
racterizada por “la sobrestimación narcisista de los propios
procesos anímicos”. Y agrega: “El cuento tradicional se pone
por entero y abiertamente en el punto de vista de la omnipo-
tencia del pensar y desear, y yo no sabría indicar ningún
cuento genuino en que ocurra algo ominoso”. Es una lástima,
por tanto, que no haya conocido el trabajo de Conrad, que le
abría permitido una lectura que ahora solo nos queda imagi-
nar. Cuando uno mira la fotografía con que inicié este ensayo,
parece estar ante una imagen de siglos anteriores, pero perte-
nece a Sebastião Salgado y a ella se refiere en el documental
La sal de la tierra en términos que recorren o atraviesan este
texto, porque, como he insistido, el horror susurrado por
Kurtz se puede realizar en este lado del mundo, y sin la nece-
sidad de contar con el colonialismo como marco. El corazón de
las tinieblas no tiene residencia fija. Se trata de La Sierra Pelada
y de ella señala Salgado lo siguiente: “Cuando llegué al borde
de ese enorme agujero se me erizó el vello. Nunca había visto
nada parecido. Allí, vi pasar ante mí en fracciones de segun-
do, la historia de la humanidad. La historia de la construcción
de las pirámides, la Torre de Babel, las minas del rey Salomón.
No se oía el ruido de una sola máquina allí dentro. Solamente
se oía el murmullo de cincuenta mil personas dentro de un
gran agujero. Conversaciones, ruidos, ruidos humanos mez-
clados con los toques manuales. Realmente, he viajado al
principio de los tiempos allí. Casi podía escuchar el susurro
del oro en esas almas. Había que tirar toda esa tierra, no todo
es oro, tenían que encaramarse, salir, trepar por las pequeñas
escaleras, después por las grandes escaleras y salir a la super-
ficie […]. Los hombres subían allí cincuenta o sesenta veces al
día […]. Toda esa gente junta formaba un mundo muy orga-
nizado. Pero en una completa locura. Pueden parecer escla-
vos, pero no había ni un solo esclavo. Si existía alguna escla-

280
vitud allí, era el afán de ser rico. Todo el mundo quería ser
rico. Allí podías encontrar de todo: intelectuales, gente con
diplomas universitarios, empleados de granjas, trabajadores
urbanos… Todos venían a buscar una oportunidad. Porque
cuando dábamos con un filón de oro, todos los que trabajaban
en esa parte de la mina tenían derecho a elegir un saco. Y en
esos sacos que habían elegido se escondía la esclavitud. Podía
no haber nada o podía haber un kilo de oro. En ese momento
se jugaban su independencia. Todos los hombres, cuando co-
mienzan a tocar el oro, ya no vuelven”. Kurtz no solo tocó el
oro, experimentó “el supremo momento del discernimiento
absoluto”: en tanto humanos nada, pero absolutamente nada
puede impedir la ejecución del horror. Kurtz comprendió que
el alma humana no cuenta con amarras que la encadenen,
comprendió que en sí mismo puede ser, que es, “una cosa
monstruosa y libre”, por lo que cuando logró enseñorearse
con lo que le rodea, producto de su desmedida ambición, de
la omnipotencia que le llevó a creer que absolutamente todo
lo que le rodeaba le pertenece, descubrió que ya no podía re-
gresar, que se encontraba precisamente en uno de esos “mo-
mentos en que tu propio pasado volvía a aparecer” de forma
inquietante y estruendosa, horrenda. El trabajo de Conrad,
similar al de Hannah Arendt, estriba en presentarnos la hu-
mana condición y su común propensión al mal. Aventuro que
el capitán del Nellie es el autor que intenta entregar algunos
indicios de su interés. El tercer párrafo de El corazón de las ti-
nieblas puede leerse como la explicitación de esta hipótesis:
“El director de la compañía era nuestro capitán y nuestro an-
fitrión. Los cuatro observábamos afectuosamente su espalda
mientras él permanecía en la proa mirando hacia el mar. No
había nada en todo el río que pareciera tan marinero. Parecía
un piloto, lo que para un marino corresponde a la confiabili-
dad personificada. Era difícil darse cuenta de que su trabajo
no estaba en el estuario luminoso, sino detrás de él, en la ame-
nazante penumbra”. El corazón de las tinieblas, señaló Njami,
“no es acaso nada más que eso: la historia de una neurosis
patológica. No es, como podrían creer los lectores menos

281
perspicaces, un viaje al corazón de un continente inexplora-
do, sino la travesía de la maldad del alma humana, aquí sim-
bolizada por el alma blanca”. El corazón de las tinieblas no se
encuentra en el Congo, aunque se lo nombre, sino en “la más
importante ciudad sobre la tierra”, Londres, centro del hom-
bre civilizado. Las primeras páginas nos van detallando el
rumbo del Nellie. Dirigiéndose hacia el este, atraviesa el
Támesis, dándole la espalda a la capital de Inglaterra. “El cie-
lo estaba oscuro sobre Gravesend y, más atrás, parecía con-
densarse una penumbra aciaga que se cernía, inmóvil, sobre
la ciudad más grande e importante del mundo… el cielo, sin
una nube, era una benigna inmensidad de luz inmaculada...
Solo la penumbra del oeste, cerniéndose en los tramos altos,
se hacía más sombría a cada minuto, como si estuviera irrita-
da por la proximidad del sol”. Son varios los momentos en
que el lenguaje de Marlow da cuenta de que las tinieblas pa-
recen asediar no tanto “los más remotos confines de la tierra”,
como la ciudad más importante sobre la tierra. Hacia el cierre
de la novela, el Capitán señala que han desaprovechado el
comienzo del reflujo. Aunque “el tranquilo canal que condu-
cía a los confines de la tierra fluía sombrío bajo un cielo enca-
potado –parecía conducir al corazón de una inmensa oscuri-
dad”. He resaltado parecía porque no se trata de una
afirmación, sino de una apariencia o impresión, cuando no de
un espejismo, que puede conducir a no comprender debida-
mente lo que el capitán intenta poner en juego. Se ha desapro-
vechado el comienzo del viaje porque se cree que navegan
hacia el horror, cuando en realidad están saliendo de él, sin
percibir que lo llevan consigo. Ese horror tiene que ver con la
vulnerabilidad de la conciencia y la supuesta infalibilidad de
la cultura. Creo que en Nostromo, la gran obra sobre América
Latina escrita en inglés, encontramos puntos de encuentro
con esta lectura, con la idea de que la naturaleza despierta un
pasado que guarda una violencia que no habría que invocar.
Nostromo comienza con la descripción de las costas de Sulaco,
la capital de Costaguana que pronto cobrará su independen-
cia, mirada de frente, como si se las estuviera contemplando

282
desde el mar, como si el Capitán Józef Konrad estuviese mi-
rando desde la proa la “exuberante [luxuriant] belleza de sus
huertos de naranjos”, quieto, sin bajar la vista, conmoviéndo-
se con “el augusto silencio del profundo Golfo Plácido”, aquel
lugar donde “cielo, tierra y mar desaparecen juntos” cuando
llega la noche, dándole cobijo a esa ciudad que “yace entre las
montañas y la llanura, a cierta distancia, no grande, de su
puerto y fuera de la línea directa de la vista desde el mar”.
Imaginar así a Conrad nos recuerda a Rodrigo de Triana, el
marinero que cuatro siglos antes viera por primera vez una
costa que “se llamava en lengua de los indios Guanahaní”,
según leemos en el diario de su almirante. En este sentido,
quizá no sea tan antojadiza una propuesta de lectura de
Nostromo, que vincula Costaguana con Guanahani, después
de todo, como Rodrigo de Triana alguna vez, Conrad también
fue el primero en avistar (inventar) Costaguana. Eloise Knapp
ha señalado no hace mucho, que la república ficticia de
Costaguana debe su nombre a las costas que avistaron por
primera vez los españoles, como también al hecho de que es-
tas costas eran llamadas por sus habitantes Guanahani; ello
sumado a que “la palabra guana se refiere a un árbol amarillo
que florece en la costa, lo que parece muy apropiado al fra-
gante litoral descrito en Nostromo. También parece aceptable
para los habitantes del país, ya que Conrad quiso que el nom-
bre tuviera una asociación aborigen”. Pero dejando de lado la
costa del guano y las descripciones de la “silenciosa” natura-
leza, el segundo capítulo nos introduce en aquello que pode-
mos llamar las prácticas culturales de Sulaco; casas comercia-
les, cambios de gobierno y empresas “civilizatorias” se dan
lugar en un par de líneas como si quisieran alborotar las pági-
nas precedentes. Aparece la Compañía Oceánica de
Navegación a Vapor, y sus barcos, cuyos nombres son lo úni-
co mitológico de la novela: Juno, Saturno, Minerva, Ganímedez
y Cerbero, este conocido hasta por “el indio más pobre de la
aldea más recóndita”. La compañía O.S.N., por sus siglas en
inglés, ocupa un lugar relevante en la historia moderna de
Sulaco, y es en ella donde se desempeña Giovanni Battista

283
Fidanza, conocido como Nostromo (nostro uomo), el capataz de
cargadores, así, en español, que es como Conrad lo escribe.
Poco más adelante leemos sobre la “fuga de gobiernos y par-
tidos derribados”, principalmente el gobierno del Dictador
liberal Ribera (Ribiera, en el inglés del autor), aquel gober-
nante que logró atraer a los europeos, y con ellos al “progre-
so” –encarnado en el Ferrocarril Central Nacional–, hacia la
lejanísima república sudamericana, pues es en parte gracias a
él que Charles Gould pudo realizar en paz la explotación de
la mina de Sulaco, y será su derrocamiento el que la exponga
al peligro y la ambición de los hombres. Por otra parte, el en-
cargado de la O.S.N., el Capitán Mitchell, que “se jactaba de
conocer a fondo a los hombres y las cosas del país: cosas de
Costaguana”, es quien comienza a relatar los acontecimientos
que desembocarán en aquella guerra que tendrá como resul-
tado la independencia de Sulaco, lograda cual Panamá gracias
a la “ayuda” estadounidense. Como vemos en este sucinto y
presuroso recuento, la pintura paisajística con que inicia
Nostromo, lisa, homogénea, parece ser abruptamente interve-
nida por una especie de dripping conradiano, técnica que deja
caer sobre ella los colores y la heterogeneidad de unas líneas
que terminarán alterándola radicalmente, pues no es otra
cosa que la civilización aquello que viene a interrumpir “el
augusto silencio del profundo Golfo Plácido” que bordea las
costas de Sulaco. Fredric Jameson lo señala de una forma muy
clara en su libro Documentos de cultura, documentos de barbarie
(cuyo título en ingles es The Political Unconscious): “Nostromo,
en otras palabras, no es de veras una novela sobre la insurrec-
ción política; ésta es a su vez únicamente el pretexto para el
acontecimiento más fundamental de todos: la expedición de
Decoud [el ideólogo de la independencia] y Nostromo a la
Gran Isabel y el salvamento del tesoro, que corre parejas con
la fundación de la República Occidental de Sulaco. En este
nivel, no hay ningún misterio particular en cuanto a las coor-
denadas de conjunto de la trama […]: la novela es un virtual
ejercicio de libro de texto del dictum estructuralista de que
todo relato pone en juego un paso de la Naturaleza a la

284
Cultura. En efecto, las páginas iniciales evocan el paisaje del
golfo, un paisaje sin gente; mientras que el final (excluyendo
la muerte de Nostromo) celebra la sociedad acabada de la
nueva república”. Concuerdo con que la independencia de
Sulaco no corresponde al eje central de Nostrosmo, ya que este
acontece únicamente en torno a la dicotomía Naturaleza/
Cultura, y lo mismo podemos decir de El corazón de las tinie-
blas, novela sobre la que luego volveremos con mayor detalle;
pero, aventuro, la novela es más que un “pasaje”, pues
Jameson no percibe que el paso de la naturaleza a la cultura se
da a través de una determinada forma y con unas consecuen-
cias que no escapan al deseo y al miedo que surgen cuando
ambas se encuentran, por decirlo de alguna forma, frente a
frente. De ahí que una lectura lévi-straussiana como la suya
no permite comprender la potencia del pensamiento de
Conrad que aquí está en juego. Además, desde Las estructuras
elementales del parentesco sabemos que para Levi-Strauss ese
pasaje tiene un nombre muy determinado, incesto, y Conrad
está lejos de pensar el problema que suscita la relación entre
cultura y barbarie en esos términos, sobre todo porque la pro-
hibición del incesto corresponde a un proceso mediante el
cual “la naturaleza se supera a sí misma”, mientras que lo que
acá veremos es, por el contrario, el retorno de la naturaleza,
su venganza ante la intervención civilizatoria/cultural. Sin
embargo, para comprender este vínculo en la obra de Conrad,
tampoco podemos recurrir a la llamada antropología cultural,
principalmente porque si antropología estructural no nos es
el más conveniente, menos aún podría ayudarnos el modelo
funcionalista (Malinowski) o el modelo primitivista (E.B.
Tylor), dado que no estamos hablando de necesidades ni de
supervivencias. El retorno de la naturaleza o su enseñora-
miento con la cultura más bien, o lo que el mismo narrador de
El corazón de las tinieblas refiere como esos “momentos en
que el pasado volvía a aparecer”, se vincula con el retorno de
lo primitivo, y esta sola sentencia, “retorno de lo primitivo”,
es suficiente para pensar el nombre más apropiado para inda-
gar este problema: Sigmund Freud. En un ensayo algo viejo,

285
pero aún relevante, titulado “Conrad’s Contradictory Politics:
The Ontology of Society in Nostromo”, Paul B. Armstrong
(1985) señalaba que el “primer paso en el establecimiento de
una sociedad –y en la creación del modelo de Conrad– es se-
parar la cultura de la naturaleza”. Como ya señalé, la novela
abre con la descripción de una naturaleza exuberantemente
bella, lujuriosa… nos habla del cielo, el mar y la tierra, y de las
montañas que cobijan la mina de plata de los Gould, para lue-
go presentarnos las prácticas culturales que tienen lugar en
Sulaco, las mismas que vendrían a intervenir un paisaje tácito
y mudo. Es en este sentido que para Armstrong, “el estado
primordial de la naturaleza” –y esta es una problemática que
no se restringe a Nostromo, sino prácticamente a casi toda la
obra de Conrad– es “una cuestión de absoluta indiferencia-
ción”, de ahí su énfasis en el silencio y la calma que la habitan,
pues todo indica que para él “las diferencias no existen en la
naturaleza”, sino en la cultura, y es ésta la que le impone sus
significados a aquella: “Así como la extensión de la mina
transforma la sociedad de plantación y trae el ferrocarril y el
telégrafo, la historia del desarrollo de Costaguana es el esta-
blecimiento creciente de diferencias que permiten medir el
tiempo y el espacio, gobernar e inventariar los recursos, y
distribuir rasgos culturales sobre el paisaje natural”. Conrad,
por tanto, nos lleva hacia un extraño, quizá angustioso esce-
nario cuando presenta una naturaleza silenciosa que adquiere
su valor (y su función) únicamente desde la cultura; en este
punto es cuando, indica Armstrong, emerge “una de las pri-
meras contradicciones ontológicas de la novela”, gracias a
que “retrata el valor de la plata de manera paradójica, pues al
interrumpir el silencio permanente de la naturaleza, la dife-
renciación también introduce el cambio, la multiplicidad y la
arbitrariedad de las convenciones culturales”. Desde este lec-
tura, la mina de plata se encuentra en un cruce por el que
atraviesa tanto la cultura como la naturaleza, y ello, empero, le
otorga un carácter ambivalente con implicancias que van más
allá de las entrevistas por Armstrong; es cierto que la mina
consiste en una fuente “natural” de riquezas (y, por exten-

286
sión, de poder), a la vez que su explotación obedece a una
particular práctica cultural, pero lo que no se señala aquí es
qué ocurre con la naturaleza cuando su silencio (silencio, cla-
ro está, otorgado culturalmente) es interrumpido... ¿respon-
de, ataca o permanece indiferente? La muerte de Nostromo,
que encontramos hacia el final de la novela, nos anuncia el
dictamen de una víctima. Armstrong no olvida que el valor de
los metales obedece en última instancia a una convención,
pero para Conrad la plata parece guardar un valor inherente,
inalienable e incluso “incorruptible” y, como tal es fuente de
disputas: es “naturalmente inmanente y culturalmente con-
tingente”. Lo cierto es que en el cruce entre cultura y natura-
leza podemos encontrar algo más, en vista de que el metal
precioso guarda una peligrosa potencia, aquella necesaria
para despertar la pulsión reprimida en cada ser humano,
pues ha permanecido oculta prácticamente desde que el hom-
bre decidió domesticarse a sí mismo distanciándose de la na-
turaleza; pero esta, de vez en cuando, nos recuerda que la
distancia completa es imposible, que hay momentos en los
cuales el tiempo se estrecha hasta permitir el retorno de lo
reprimido, y conciencia de tal acontecimiento produce una
angustia capaz de un enorme e iterado grito: “¡Ah, el horror!
¡El horror!”, son las últimas palabras que Kurtz pronunciara
antes de morir. A este retorno Freud le llamó lo ominoso, algo
que Conrad entrevió quizá como ningún otro escritor de su
época, anticipando incluso al mismísimo autor de La interpre-
tación de los sueños, pero no lo hizo porque definiera este tér-
mino o pretendiera concretizarlo, sino porque comprendió
perfectamente sus implicancias, convirtiéndose así en uno de
los precursores de Freud. La palabra “ominoso” aparece ocho
veces en Heart of Darkness y si bien no cuenta con la elabora-
ción de Freud, es notable su presencia, que lamentablemente
languidece en algunas traducciones al castellano, que la tra-
ducen por “siniestro”, lo que no estaría errada, pero también
con otras palabras que se distancian de su significado. Conrad
la emplea, por ejemplo, en las siguientes frases: “el lugar de la
monstruosa ciudad aún estaba marcado ominosamente en el

287
cielo”; “algo ominoso en la atmósfera”; “una especie de voz
ominosa”; una “voz ominosa”; una “paciencia ominosa”; un
“murmullo muy ominoso”, “frases rotas… escuchadas nue-
vamente en su ominosa y aterradora simplicidad”; y “había
algo ominoso y majestuoso en su progreso deliberado”. Hay
una referencia más que me parece relevante, dado que se re-
fiere al informe elaborado por Kurtz para la supresión de las
costumbres salvajes: “El párrafo inicial, sin embargo, a la luz
de la información posterior, ahora me parece ominoso”. Es
evidente que aquí la palabra inscribe la idea de presagio o
augurio, tal como se la entendía en la época de Conrad. El
Oxford English Dictionary de 1913, cercano por tanto al escri-
tor, indica que proviene de la raíz latina ōmenōs-us, y que re-
fiere “portentous” (portentoso), esto es, según la RAE de hoy,
“singular, extraño y que por su novedad causa admiración,
terror o pasmo”. En su primera acepción del OED, se indica:
“on the nature of an omen, serving to foretell the future, pre-
saging events to come, portentous” / “sobre la naturaleza de
un augurio, que sirve para predecir el futuro, presagiando lo
que vendrá, portentoso”. Pero en la segunda acepción, encon-
tramos significados que si bien hoy están obsoletos, permiten
aprehender la ambivalencia que portaba aún en la época de
Conrad y Freud: “auspicious” (favorable, propicio) y “fortu-
nate” (fortuna, afortunado); mientras que en la tercera acep-
ción encontramos “of ill omen” (de mal agüero), “foreboding
evil” (mal presagio) y “inauspicious” (adverso, desfavora-
ble”). Se nota entonces que Conrad emplea la palabra guar-
dando una clara ambivalencia, ambivalencia que hoy ha des-
aparecido, porque el OED ha terminado señalando que
ominous refiere solo su lado negativo: “of ill omen, inauspi-
cious; indicative or suggestive of future misfortune” / “de mal
agüero, desfavorable; indicativo o sugestivo de futuras des-
gracias”. Se ha clausurado entonces su posibilidad afortuna-
da. Pero en Conrad se la emplea de manera similar, por ejem-
plo, a como la utilizara Virginia Woolf en Mrs. Dalloway (“The
evening seems ominous” / “el atardecer parece ominoso”) o
Henry James en Lesson of Master (“Her ominous name was

288
Miss Hurter” / “Su ominoso nombre era Señorita Hurter”).
Esa ambivalencia es la que recobrará Freud, pero de una ma-
nera distinta, más radical aún, porque encontrará en su eti-
mología (alemana) no un augurio que puede volverse desgra-
cia, sino lo familiar como el lugar en el que habita el horror.
Freud publicó “Lo ominoso” (Das unheimliche) en 1919, cuya
aparición tiene lugar más o menos entre Tótem y tabú (1912-
13) y El malestar en la cultura (1930). Lo señalo porque la pre-
sencia de ambos libros se hace notar en ese pequeño texto, lo
que evidencia que se trató de un tema que le preocupó por
bastante tiempo.1 Extrañamente, este término casi no ha sido
relacionado con la obra de Conrad, es más, hallamos solo un
trabajo dedicado a El corazón de las tinieblas que realiza una
lectura a partir de “Lo ominoso”. A su autora, Daphna
Erdinast-Vulcan (2005), también le llama la atención esta des-
consideración. En cambio, sí se ha explorado la obra conra-
diana a partir de cuestiones edípicas, tanto desde La interpre-
tación de los sueños, como desde El malestar en la cultura. Esta
es, por ejemplo, la lectura de John Tessitore (1980), que ha
leído El corazón de las tinieblas como la disputa entre el “prin-
cipio de placer” y el “principio de realidad”, donde Kurtz
termina cediendo a sus instintos y pasiones reprimidos por su
cultura europea. Leer a Conrad con Freud es una gran estra-
tegia, pues conlleva dejar de lado la crítica que ha trabajado
su obra simbólicamente, para comenzar a desentrañar la fuer-
te presencia psicológica de los personajes: “sugiero”, dice
Tessitore, “que este viaje [por el Río Congo] no es simplemen-
te el de un autodescubrimiento por parte de Marlow, como
tan a menudo se ha concluido, sino el viaje mucho mayor de
toda la civilización –de su estado actual de desarrollo (euro-
peo occidental)– hacia sus orígenes primitivos”. Conrad, se-

1. Las relaciones con Tótem y tabú pasan por la “omnipotencia del


pensamiento”. En una nota al pie de esta obra, Freud señala lo siguiente:
“Parece que conferimos el carácter de lo ‘ominoso’ a las impresiones que
corroborarían la omnipotencia de los pensamientos y el modo de pensar
animista en general, en tanto que en nuestro juicio ya nos hemos extrañado
de ambas creencias”.

289
ñala luego, “usa su trabajo para examinar la civilización y sus
descontentos”, palabras que tienen un explícito eco de la tra-
ducción inglesa de El malestar, cuyo título original Das
Unbehagen in der Kultur, fue modificado para publicarse como
Civilization and Its Discontents (1962).2 En El malestar, Freud
recalca la tendencia natural del hombre hacia la consecución
del placer, o más bien su tendencia a evitar el displacer provo-
cado por las limitaciones que impone la cultura, la culpable
de todos nuestros sufrimientos, ya que es ella la que impone
los límites a nuestras satisfacciones. Sin embargo, la redime el
hecho de que tenga por fin, a la vez, el “protegernos” de los
sufrimientos que nos provocan nuestro cuerpo, la naturaleza
y las personas que nos rodean. Con mayor frecuencia de la
que desearíamos, nos pasamos la vida –señala Freud– evitan-
do aquello que no nos produce placer, más que disfrutando
de él, razón por la cual algunas veces confundimos tal evita-
ción con el placer mismo, y terminamos por lo general confor-
mándonos con aquella felicidad derivativa o vicaria. La cultu-
ra, claro está, ha ideado unos distractores o “satisfacciones
sustitutivas” que conocemos como ciencia, arte y drogas, pero
como “es el programa del principio de placer el que fija su fin
a la vida”, tales sublimaciones nunca serán suficientes, dado
que la economía libidinal no opera de forma estable, y ade-
más es imposible fijarla de una sola vez. De manera que para
Freud “la palabra ‘cultura’ designa toda la suma de operacio-

2. Es extraño que la nota introductoria del editor de Civilization and Its


Discontents resalte los problemas que se tuvo con la segunda palabra
del título, siendo que es la primera aquella que marca una importante
diferencia semántica respecto de la publicación original. En verdad, es
extraño que el mismo Freud no distinga ambos términos, “civilización” y
“cultura”, pues precisamente fue en Alemania donde por mucho tiempo
se los diferenció radicalmente. Ello porque “cultura” ha estado vinculada
a un proceso de desarrollo individual o interior (burgués), mientras que
civilización ha obedecido a un desarrollo exterior y superficial (cortesano),
lo que denota un antagonismo fuerte y claro. Freud nunca distinguió cultura
de civilización, pero debe de haber conocido su diferencia, pues por algo
no empleó la palabra “culture” en el título “americano”, contexto donde la
idea de cultura tenía una fuerte impronta arnoldiana, lo que la distancia de
una visión que la considera represora.

290
nes y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros
antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección
del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los
vínculos recíprocos entre los hombres”. Con naturaleza se
está refiriendo a lo que rodea nuestra existencia, como tam-
bién a lo que conforma nuestros cuerpos y psiquis, por lo que
la conquista de la cultura consiste principalmente en la re-
nuncia de lo pulsional. Esta disputa, entonces, es la que
Tessitore ve en Kurtz, o que ve más bien entre la cultura occi-
dental que lo ha formado y la otredad que habita en el Congo.
Marlow recuerda que “su madre era medio inglesa, [y] su
padre medio francés”, lo que implica que “toda Europa con-
tribuyó a la formación de Kurtz”, sin embargo, tras nueve
años en lo más profundo de África, trabajando en la búsqueda
incesante de ese oro blanco llamado marfil, lo pulsional repri-
mido retornará, y lo hará para doblegar su cultura y la de su
pueblo, lo que en otras palabras quiere decir que retornará
para doblegar a la civilización europea misma. No hubo, en
medio de la selva, paliativo alguno que lo asistiera, pues es la
sublimación misma la que fue incapaz de oponerse a las fuer-
zas naturales que, reprimidas, también lo constituían, de ma-
nera que aquí la civilización terminó rendida ante las “satis-
facciones abominables” que le entregó la selva. Kurtz devino
así un personaje anti-civilizatorio y radicalmente posesivo,
dado que la cultura también es nuestro vínculo con los otros
iguales, pero sobre todo es nuestra defensa contra la sentencia
hobbesiana: Homo homini lupus. Esta tesis de Tessitore nos pa-
rece acertada, y si bien su argumento es un poco más denso
que la reducción que aquí he realizado, creo haber logrado
transmitir su principal argumento. Y sin embargo, encontra-
mos en él ciertas limitaciones. En primer lugar, la relación
entre cultura (ley) y naturaleza (pulsión, deseo) es más com-
pleja de lo que él ha mostrado, pues desconoce, como señaló
Marcel Mauss en El sacrificio y recordó más tarde Lacan), “la
relación dialéctica del deseo y de la Ley hace que nuestro de-
seo sólo arda en una relación con la Ley”, es decir, la ley existe
para ser transgredida y es ahí donde radica su función y su

291
poder. Pero para nosotros hay algo más importante que no ha
sido señalado, algo que podemos reconocer como una ausen-
cia, porque la actualización de lo reprimido no opera de ma-
nera inmediata; obedece a un despertar, y ese despertar se
corresponde con aquello que Freud denominó lo ominoso, la
forma determinada que asume el pasaje de la naturaleza a la
cultura, su retorno no deliberado, porque cuando los hombres
“comienzan a tocar el oro, ya no vuelven”. “Lo ominoso” es
un ensayo que ha tenido bastante éxito, principalmente en el
ámbito de la estética, que es de donde Freud lo toma, y lo hace
no precisamente porque sea una palabra empleada en su jus-
teza, sino porque, a su juicio, ha perdido su correcto empleo,
y desea devolvérselo. Curiosamente, Freud afirma que los
estetas también la han descuidado, razón por la cual resulta
extraño que termine haciendo suya la definición que entrega
Friedrich von Schelling, uno de los más importantes pensado-
res del sentimiento estético, para quien, como cita Freud, “lo
ominoso es algo que, destinado a permanecer en lo oculto, ha
salido a la luz”. Freud inicia su ensayo con una revisión eti-
mológica y lo continúa con una serie de referencias (Ernst
Jentsch, Friedrich von Schiller, Ernst Theodor Amadeus
Hoffmann) a los nombres que han trabajado lo ominoso de
distintas formas, para cerrar con su propuesta de lectura, con
su definición precisa del término. Central resulta en la prime-
ra parte de su revisión el Diccionario de la lengua alemana
(Wörterbuch der deutschen Sprache, 1860, 1876), del lexicógrafo
Daniel Sanders, quien le entrega variantes etimológicas y lin-
güísticas, y algunas traducciones (inglés, francés, español,
griego, latín), lo que, revisado y contrastado, le permite en-
contrar la principal referencia de lo ominoso: lo familiar,3 lo

3. Siguiendo a Sander, Freud señala que unheimlich es, supuestamente,


lo opuesto de heimlich, ya que, en una primera acepción, esta palabra
tiene que ver con lo íntimo, con lo familiar (vertrau) y doméstico, con lo
confiable, mientras que aquella que lleva el prefijo un vendría a ser lo
desconocido, la distancia del terruño, de la casa (heim). Sin embargo, en
una segunda acepción, heimlich también tiene que ver lo clandestino y
secreto, con lo oculto, de manera que aquí el prefijo negativo vendría a
ser lo “desasosegante, que provoca horror angustioso”, una especie de

292
que hace más claro el aforismo schellingiano, que Freud ha
tomado tal cual lo encontró en el diccionario de Sanders
(quien a su vez lo ha tomado de Philosophie der Mythologie,
publicado por Schelling en 1842). Sanders, como lexicógrafo,
lee en el libro de Schelling unos párrafos que luego sintetizará
y encomillará, permitiéndole a Freud presentarnos su primer
y más importante resultado: “Entonces, heimlich [familiar] es
una palabra que ha desarrollado su significado siguiendo una
ambivalencia hasta coincidir al fin con su opuesto, unheimlich.
De algún modo, unheimlich es una variedad de heimlich.
Unamos este resultado todavía no bien esclarecido con la de-
finición que Schelling da de lo Unheimlich. La indagación de-
tallada de los casos de lo Unheimlich {ominoso} nos permitirá
comprender estas indicaciones”. De qué tipo de variedad se
trata es importante señalarlo, pues si lo familiar e íntimo es, a
la vez, algo que puede llegar a coincidir con el horror, si “lo
ominoso es aquella variedad de lo terrorífico que se remonta
a lo consabido de antiguo, a lo familiar desde hace largo tiem-
po”, como señala Freud, es porque en su base se encuentra
algo muy inquietante, angustioso y ello solo puede ser debido
a una sola cosa: la represión de aquello que siéndonos conoci-
do, cercano, familiar, es mejor tener oculto: nuestros deseos y
pulsiones, nuestra naturaleza, aquello que pensábamos que
gracias a la cultura habíamos dominado, dejándolo atrás, en
secreto. Lo ominoso es así el vehículo de una transgresión, el
retorno de lo reprimido, como indica Freud: “Parece que en
nuestro desarrollo individual, todos atravesáramos una fase
correspondiente a ese animismo de los primitivos, y que en
ninguno de nosotros hubiera pasado sin dejar como secuela
unos restos y huellas capaces de exteriorizarse; y es como si
todo cuanto hoy nos parece ‘ominoso’ cumpliera la condición

lo ominoso en sí mismo, pues, indica Freud, es prácticamente “la marca


de la represión”, y quizá por ello mismo es que sea menester mantener
secreto lo que inquieta terriblemente, reprimirlo si es necesario. Heimlich,
descubre entonces satisfecho Freud, es el nombre de una ambivalencia,
pues “pertenece a dos círculos de representaciones que, sin ser opuestos,
son ajenos entre sí: el de lo familiar y agradable, y el de lo clandestino, lo
que se mantiene oculto”.

293
de tocar estos restos de actividad animista e incitar su exterio-
rización”. Una vez que hemos descrito este término, lo que
sigue es, como vemos, determinar qué provoca la exterioriza-
ción de aquello que ha permanecido por mucho tiempo ocul-
to en lo más profundo de nuestro ser, y permite que se instale
en el mundo hasta rendir la civilización. Ello porque no todo
lo que ha sido reprimido es ominoso por solo el hecho de ha-
ber sufrido tal acción. El ejemplo nos lo muestra el relato de
Jensen. Además, lo ominoso de la ficción o creación literaria,
como le llama Freud, es mucho más amplio que lo ominoso
del vivenciar, es más, aquel puede perfectamente incluir a
éste, cuyas condiciones de aparición son más simples, y sus
formas menos plurales. Por ello Freud, finalmente, restringe
lo ominoso a la omnipotencia de los pensamientos, al cumpli-
miento de los deseos, a las fuerzas que dañan secretamente y,
por último, al retorno de los muertos. Al respecto, señala: “La
condición bajo la cual nace aquí el sentimiento de lo ominoso
es inequívoca. Nosotros, o nuestros ancestros primitivos, con-
sideramos alguna vez esas posibilidades como una realidad
de hecho, estuvimos convencidos de la objetividad de esos
procesos. Hoy ya no creemos en ello, hemos superado esos
modos de pensar, pero no nos sentimos del todo seguros de
estas nuevas convicciones; las antiguas perviven en nosotros
y acechan la oportunidad de corroborarse. Y tan pronto como
en nuestra vida ocurre algo que parece aportar confirmación
a esas antiguas y abandonadas convicciones, tenemos el sen-
timiento de lo ominoso”. Aquel o aquella que esté segura de
que estas experiencias animistas hayan desaparecido por
completo, nada debe temer, pues lo ominoso, lo entraña-
ble-familiar no retornará ni transgredirá ley alguna. Distinto
es el caso de quienes, creyendo haber superado esas primiti-
vas convicciones, algún encuentro les permite reanimar “esas
antiguas y abandonadas convicciones”, algún encuentro con
la soledad, el silencio y la oscuridad, sobre todo con la sole-
dad y el silencio de la selva... y oscuridad de las tinieblas. Es
este punto el que pasa por alto la crítica que resalta el anti-im-
perialismo de Conrad en Nostromo, no solo porque se trata de

294
uno de sus más conocidos rasgos, sino sobre todo porque fue
uno de los primeros, si es que no el primero, en llevar esa
crítica a la creación literaria. Es famoso aquel párrafo donde
Holroyd, el financista estadounidense de la mina de Santo
Tomé, anuncia los deseos de su país: “Cuando le llegue su
hora al mayor país del universo, tomaremos la dirección de
todo; industria, comercio, legislación, prensa, arte, política y
religión desde el cabo de Hornos hasta el estrecho de Smith...
y más allá, si hay algo que valga la pena en el polo norte. Y
entonces tendremos tiempo de extender nuestro predominio
a todas las islas remotas y a todos los continentes del globo.
Manejaremos los negocios del mundo entero, quiéralo éste o
no. El mundo no puede evitarlo... y nosotros tampoco”. Para
Edward Said (2004), Conrad previó ejemplarmente no solo la
inestabilidad de los gobiernos latinoamericanos, sino tam-
bién, y de manera fundamental, “las particulares maniobras
norteamericanas orientadas a crear condiciones de influencia
de modo decisivo aunque apenas vivible”, y ello con el objeti-
vo del acaparamiento, tal como lo hicieran antes los países
europeos. Conrad, por ejemplo, pone en boca del joven
Decoud, quien a su vez interpreta a José Avellanos, una crítica
imperialista impecable: “Las riquezas naturales de Costaguana
son de importancia para la Europa del progreso… representa-
da por audaces piratas; lo mismo que hace trescientos años el
tesoro de nuestros antepasados españoles fue un tema de
consideración para el resto de Europa”. Parece como si
Conrad hubiese leído a José Martí en algún momento, sino
fuera por el tono eurocéntrico que permea finalmente su dis-
curso. Su crítica, por tanto, habita la ambivalencia, pues tiene
lugar única y exclusivamente bajo una mirada occidental.
Chinua Achebe, por ejemplo, señala al respecto “el deseo –
aunque uno podría decir necesidad– en la psicología
Occidental para situar a África como lo contrario de Europa,
como un lugar de negaciones inmediatamente remotas y va-
gamente familiares, en comparación con el propio estado de
gracia espiritual europeo”. Lo mismo se podría señalar sobre
su descripción indiferenciada de Sulaco, que adquiere forma

295
solo gracias a la “influencia” europea o metropolitana. Esta
crítica encuentra eco en Said, para quien Conrad es incapaz
de reconocer ámbitos de resistencia subalterna, no corrompi-
dos por Londres o Washington. Se trata de una “arrogancia
paternalista” que otorga visibilidad a los nativos únicamente
en virtud del reconocimiento occidental. De lo contrario, no
existen. Los únicos que tienen voz en Nostromo son los euro-
peos, ya sean locales (criollos) o foráneos. Lo mismo ocurre en
El corazón de las tinieblas, y nada lo deja más claro que unas
palabras de Marlow al inicio de la novela: “La conquista de la
tierra, que generalmente consiste en quitársela a quienes tie-
nen una tez diferente o una nariz un poco más chata que la
nuestra, no es algo bonito cuando lo analizas con atención”.
Hasta aquí, Conrad parece un ferviente crítico del imperialis-
mo, cercano a Rogert Casement, quien a su juicio, según lee-
mos en una carta que le envió a R. B. Cunninghame Graham,
llevaba “una parte del alma de Las Casas en su infatigable
cuerpo”; pero este jamás afirmaría la sentencia con la que
nuestro narrador prosigue su discurso: “Lo que la redime es
solo la idea. Una idea que la respalda”. ¿Qué respalda las mi-
siones civilizatorias en el Congo o en el Putumayo, donde
Casement llevó a cabo un valiente trabajo por los derechos de
los indígenas? La respuesta es clara: la occidentalización y su
retórica de la inocencia, que permite exculpar la violencia co-
metida en nombre de la civilización, como si Europa tuviera
el deber de liberar al resto de los pueblos de sí mismos, al decir
de Stuart Hall. Por ello es que su obra se estructura a partir de
lo que Jean Franco (1976) llamó hace un tiempo “los límites de
la imaginación liberal”, que ve al “resto” de occidente sin his-
toria, puesto que aún predomina la indiferenciada naturaleza,
que permanece supuestamente vacía y silenciosa hasta que la
cultura (occidental) le otorga voz. No obstante, ante tal límite
de su discurso, Conrad todavía puede ofrecernos una mirada
crítica de la cultura, incluyendo la misma a la que él pertene-
ce. Si se considera la psicolectura que acá he venido desarro-
llando, su compresión del vínculo entre la cultura y naturale-
za permite encontrar una potencia en su obra que ha

296
permanecido inaccesible a la política crítica del imperialismo,
pues Conrad nos muestra que frente a la misión civilizatoria
occidentalizante, la naturaleza no permanecerá impávida,
sino que reaccionará destructivamente, al encontrar en ella no
una violencia desconocida, sino su complemento. Esto no
quiere decir, como acertadamente ha recordado Erdinast-
Vulcan “que la ‘fascinación por lo abominable’ sea una pieza
de mero exotismo, un residuo de salvajismo que permanece
en el corazón del hombre civilizado. De acuerdo al Freud de
Tótem y tabú, esta se encuentra en la fundación misma de la
civilización”. Conrad, de manera muy similar, también está
señalando que lo extraño, salvaje e inquietante es inherente al
hombre civilizado, y al hacerlo, develó con bastante antela-
ción a Freud que lo heimlich (familiar) co-habita, si bien a ve-
ces de manera imperceptible, con lo unheimlich (ominoso), y
en conjunto es que han permitido la reunión de los hombres y
su devenir. Baste recordar que aquellas danzas nocturnas que
se le ofrecían a Kurtz, eran poco o nada diferentes del banque-
te totémico de la horda primordial que funda la civilización:
Kurtz presidió, relata Marlow, “ciertas danzas a medianoche
que terminaban con ritos indescriptibles, los que –según
pude, a regañadientes, deducir de lo que oí en varias ocasio-
nes– se le ofrecían a él –¿lo entienden?–, al señor Kurtz mis-
mo. Pero [su informe para la Sociedad Internacional para la
Supresión de las Costumbres Salvajes] era un escrito hermo-
so. El párrafo inicial, sin embargo, a la luz de una información
posterior, ahora me parece ominoso” (énfasis agregado). Como
el Ugolino de Dante, aquí también Conrad entrega a la ambi-
güedad la posibilidad del canibalismo. Sin embargo, si hemos
de seguir a Freud, no deja de ser relevante la idea de que el
sacrificio podría estar presente como práctica fundacional de
un orden social, de todo orden social en realidad, cuya reite-
ración no hace más que recordarnos la violencia primigenia
que requiere de una víctima necesaria, si hemos de concordar
con las hipótesis desarrolladas por René Girard al respecto.
Tal develamiento es el que permite señalar que Conrad com-
prendió tempranamente la radical ambivalencia que atraviesa

297
la cultura –o la civilización, ya que, como Freud, tampoco di-
ferencia estos términos–, en cuyo interior habita lo siniestro.
De manera que el autor de Nostromo y El corazón de las tinieblas
nos está hablando de una cultura ominosa, construida sobre
la base de múltiples represiones, las mismas que pueden re-
tornar cuando la palabra civilizatoria es llevada allí donde no
se la contempla. Recordemos otro pasaje, más claro aún, que
sin nombrar lo siniestro o lo ominoso, caracteriza su revuelta
contra la violencia de la cultura, un pasaje que de haberlo leí-
do, de seguro Freud lo habría escogido como una de las mejo-
res descripciones de aquello que él llamaba unheimiche.
Estamos poco antes de la mitad del relato, Marlow ya navega
las aguas del río Congo y la imagen de Kurtz lo seduce cada
vez con mayor fuerza... se encuentra “en el corazón de las ti-
nieblas. Reinaba un gran silencio allí”: “Éramos unos vaga-
bundos sobre una tierra prehistórica [...] podríamos habernos
imaginado los primeros hombres que tomaban posesión de
una herencia maldita, sometidos al costo de una profunda
angustia y trabajos excesivos. Pero, de repente, mientras for-
cejeábamos en una curva, se vislumbraban muros de juncos,
puntiagudos techos de paja, un estallido de gritos, un torbelli-
no de extremidades negras, una masa de manos aplaudiendo,
de pies dando saltos, de cuerpos balanceándose, de ojos gi-
rando, bajo la caída de un pesado e inmóvil follaje. El vapor
avanzaba lentamente al borde de un negro e incomprensible
frenesí. El hombre prehistórico nos maldecía, nos alababa,
nos daba la bienvenida, ¿quién podía saberlo? Estábamos ais-
lados de la comprensión de nuestro entorno; nos deslizába-
mos como fantasmas, asombrados y secretamente consterna-
dos, como lo estaría cualquier hombre que en su sano juicio se
encuentra ante un entusiasta estallido en un manicomio. No
podíamos entender, porque estábamos demasiado lejos y no
podíamos recordar, porque estábamos viajando en la noche
de los primeros tiempos, de esas épocas que ya se han ido,
que apenas dejan una señal, y ningún recuerdos”. Estamos en
la primera parte de un largo fragmento que queremos citar,
ya que a pesar de su extensión, la reflexión realizada nos obli-

298
ga a revisarlo completamente, puesto que nos entrega la me-
jor descripción de lo ominoso con que podemos contar, como
si Conrad hubiera leído en alguno de sus viajes el aforismo de
Schelling, lectura imposible por supuesto, lo que nos hace
aún más admiradores de su obra, dado que aquí ya vemos
aparecer los indicios de aquello que (nos) fascina en El corazón
de las tinieblas, su capacidad para comprender la psiquis hu-
mana y la cultura que ésta ha formado, sin saber que un mé-
dico austriaco estaba paralelamente afanado en un trabajo si-
milar. La lectura de los sueños se emparenta, así, con la lectura
de la selva, o más bien con la lectura de la cultura que la selva
posibilita, porque nos permite reconocer que no hay noches
ni recuerdos olvidados, sino una civilización que se ha erigi-
do sobre ellos, porque la han fundado. De cierta manera, el
viaje de Marlow es también el viaje del Ulises que retorna a su
hogar, aunque en esta economía del viaje no existe la espera
de una fiel Penélope, ni de un dulce Telémaco, sino la seduc-
ción de aquello, a pesar de que se nos ha enseñado ilusamente
que no pertenece a nuestro tiempo, cautiva nuestra “contem-
poránea” subjetividad. Vemos, por tanto, una herencia angus-
tiosa, y que a pesar de toda la peligrosidad que lleva a cuestas,
no deja de maravillar; Marlow y sus compañeros de viaje
portan la lejana civilización, pues han sido educados, como
Kurtz, en Europa, y sin embargo, “la noche de las eras primi-
genias” permite que en ellos surja una extraña sensación, ex-
traña y a la vez placentera, que poco a poco irán reconociendo:
“La tierra parecía sobrenatural. Estamos acostumbrados a
mirar la forma encadenada de un monstruo conquistado,
pero allí –allí podías ver una cosa monstruosa y libre. Era so-
brenatural [unearthly], y los hombres eran... No, no eran inhu-
manos. Bien, saben, eso era lo peor de todo –esta sospecha de
que no fueran inhumanos. Uno se iba dando cuenta lenta-
mente de ello. Aullaban y saltaban, giraban y hacían muecas
horribles; pero lo que te entusiasmaba era la mera posibilidad
de su humanidad, que fuese como la de uno, la idea de que
tuviésemos un remoto parentesco con este apasionado y sal-
vaje alboroto. ¿Desagradable? Sí, era bastante desagradable;

299
pero si uno era lo suficientemente hombre, tenía que recono-
cer que había en uno mismo un leve rastro de respuesta a la
terrible franqueza de aquel ruido, una tenue sospecha de que
existía un significado que uno, tan lejos de la noche de los
primeros tiempos, podía comprender. Y ¿por qué no? La
mente del hombre es capaz de cualquier cosa –porque todo
está en ella, todo el pasado y todo el futuro. ¿Qué había allí,
después de todo? Alegría, miedo, tristeza, devoción, valor,
rabia, ¿quién podría saberlo? Pero había, eso sí, una verdad –
la verdad desnuda de su manto de tiempo”. El tiempo, una
abstracción que incluso logra imponer una distancia ficticia –
aunque efectiva materialmente– al espacio, al transformar la
separación geográfica en una distancia temporal. Marlow re-
corre una tierra y un río primigenios y que, sin embargo, le
son completamente contemporáneos, o se van haciendo con-
temporáneos a medida que avanza hacia el corazón de las ti-
nieblas, “ese azar”, escribió Freud en su comentarios al relato
de Jensen, que “espeja la fatalidad que ha ordenado reencon-
trarse, justamente por medio del instrumento de la huida, con
aquello de lo que se huye”. Kurtz asumió la tarea de enterrar
las costumbres salvajes, sin pensar que en ello, desenterraría
las suyas, encontrándose cara a cara con una verdad que le
indicó que su humanidad primitiva era idéntica a su humani-
dad civilizada, que entre él y los negros que le rodeaban no
hay ninguna diferencia, pues mientras el que va vestido le
devela el futuro a los otros que van desnudos, éstos le deve-
lan, como si se estuviera ante un espejo, el (su) pasado que
permanece anidado en su mente, un pasado que una vez des-
cubierto, despertado, no quedará tranquilo hasta retornar en
gloria y majestad. La suerte de Kurtz es nuestro mejor ejem-
plo. Lo que Conrad nos está mostrando aquí es que el intento
de civilizar la naturaleza provocará la emergencia de aquello
que Georg Simmel (1907) llamó, si bien para otra escena, “rui-
na”, “la venganza de la naturaleza por la violencia que le hizo
el espíritu al conformarla a su propia imagen”, aunque aquí
esta venganza es psíquica, a diferencia de lo que está pensan-
do Simmel, preocupado por la arquitectura clásica. Sin em-

300
bargo, la venganza a la que se refiere es la misma, pues la
ambición de Kurtz fue respondida con toda la fuerza de la
naturaleza: “Creo que [la selva] le había susurrado cosas acer-
ca de él mismo que no conocía, cosas de las que aún no tenía
idea hasta que se sintió asesorado [counsel] por aquella gran
soledad –y aquel susurro demostró ser irresistiblemente fasci-
nante”. Vemos, así, que la venganza ocurre de una forma muy
determinada, pues se ajusta de tal manera a aquello que Freud
llamó “Lo ominoso”, que nos vemos tentados de decir que
aquí Conrad se adelantó al padre del psicoanálisis, pero es
este quien, a su vez, nos permite comprender la potencia de la
obra de Conrad. Lo ominoso, recordemos, es “aquella varie-
dad de lo terrorífico que se remonta a lo consabido de anti-
guo, a lo familiar desde hace largo tiempo”, a aquello que la
selva le recordó a Kurtz, y que es mejor tener oculto, nuestros
deseos y pulsiones, nuestra familiar naturaleza, aquello que
pensábamos que gracias a la civilización habíamos dejado
atrás, en secreto, pero que cuando estamos en soledad con la
selva, ésta nos lo recuerda insistentemente, hasta el punto de
no pensar en otra cosa que en saciar aquello reprimido. De ahí
que lo ominoso sea el vehículo de una transgresión, un retor-
no posibilitado por el encuentro con aquellos objetos nombra-
dos como incorruptibles, aunque poderosamente corruptores,
como son el marfil, en el caso de Kurtz y la plata en el de
Nostromo, pues mientras al primero se le reconocía como un
“un genio universal”, “un elegido”, “un emisario del progre-
so” a cuya formación contribuyó toda Europa, y, por lo mis-
mo, fue enviado al Congo por la Sociedad Internacional para
la Supresión de los Costumbres Salvajes para que redactara
un informe al respecto (cuyo primer párrafo era, en palabras
de Marlow, “ominoso”), el capataz de cargadores, por su par-
te, era reconocido como la persona más confiable de
Costaguana, “valiente entre los valientes”, “incomparable”,
“generoso” y, también, “incorruptible”. Sin embargo, el mar-
fil y la plata los hará caer en sus reprimidos deseos, dado que
ambos cederán a sus naturalezas, cederán a sus pulsiones
hasta terminar en la muerte. El silencio del paisaje, parece

301
decirnos finalmente Conrad, no se debe a la pasividad de la
naturaleza, sino al deseo de vivir en paz… pero cuando se la
violenta, tiene la fuerza para hacernos reconocer esa verdad
que cada uno guarda con su propio silencio, el mismo que
terminará cediendo al horror, sí, al horror que nunca nos ha
dejado solos. Luego de estas páginas, se habrá percibido que
ya es imposible leer a Conrad sin Freud, que a destiempo se
ha transformado en su precursor.

Santiago, octubre de 2011


Viña del Mar, septiembre de 2018

[inicialmente este ensayo debería haber formado parte de Sin


retorno. Variaciones sobre archivo y narrativa latinoamericana.
Fue escrito para un capítulo dedicado a la relación entre
“naturaleza” y “cultura” en la ficción de Juan Gabriel Vásquez,
pero finalmente lo descarté porque cobró una forma que superaba
el comentario con el que entonces pretendía suplementar la
lectura de Historia secreta de Costaguana. Fue publicado de
manera independiente en el número 54 de la revista Aisthesis,
en 2013. Hace poco, Efrén Giraldo me señaló que Andrés
Vásquez, de la Universidad EAFIT, estaba coordinando un libro
que llevará por título La vuelta a Freud en 80 años y que se
publicó el primer semestre de 2019. Esta es la versión (revisada
y aumentada) que le envié a Andrés. Mi interés por Freud se
inicia el año 2011, cuando Gastón Molina nos invita junto a Mary
Luz a formar para de un grupo de lectura coordinado por Enzo
Fedelli en el Fort-Da, Centro Clínico Freudiano. Desde entonces
hemos mantenido un diálogo permanente con Gastón sobre
la relación entre literatura y psicoanálisis, diálogo del cual este
texto se ha beneficiado]

302
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305
El Foucault de Said
Notas excéntricas sobre unas relaciones metropolitanas
(seguido de una carta de Octavio Armand)

para Johan y Octavio

Es sólo en términos de negación que hemos


conceptualizado la resistencia. No obstante, tal
y como Foucault la comprende, la resistencia
no es únicamente una negación: es proceso de
creación. Crear y recrear, transformar la situación,
participar activamente en el proceso, eso es
resistir.

Revista Advocate, 1984.1

“El estudio documentado de manera impresionante, que ha


hecho James Miller de la vida de Foucault en la filosofía, es
una obra perturbadora, tensa y provocadora, verdaderamen-
te digna de su tema, y un factor esencial para la comprensión
de la cultura de finales del siglo veinte”. Estas son las palabras
con las que Edward Said elogiara La pasión de Michel Foucault
(1993), la biografía escrita por el filósofo James Miller, y debo

1. Comentario de Gallagher y Wilson, durante una entrevista con Foucault.


Ver “Michel Foucault, une interview: sexe, pouvoir et la politique de
l’identité”, en The Advocate, núm. 400, 7 de agosto de 1984, pp. 26-30 y
58. He tomado la cita de Foucault, Dits et Écrits, París, Gallimard, 2001, pp.
1554-1565, cita en 1565. Cita levemente modificada. La original dice así:
“C’est seulement en termes de négation qu’on a conceptualisé la résistance.
Telle que vous la comprenez, cependant, la résistance n’est pas uniquement
une négation: elle est processus de création; créer et recréer, transformer la
situation, participer activement au processus, c’est cela résister”.

307
reconocer que fueron ellas, al verlas en la contratapa de la edi-
ción española (y que también aparecen en la versión original),
las que me llevaron a comprar y leer este libro. Quienes hayan
hecho lo mismo, leerlo, pues no recomiendo comprarlo, ha-
brán percibido esa extraña manera de decir “la verdad” so-
bre Foucault: un par de acontecimientos de infancia habrían
volcado su deseo por el sadomasoquismo… una pulsión de
muerte habría recorrido toda su vida y toda su escritura.
Concuerdo con Said de que se trata de “una obra perturbado-
ra, tensa y provocadora”, pero dudo que sea relevante “para
la comprensión de la cultura de finales del siglo veinte”.
Orientalismo, la principal obra de Said, fue publicada en
1978 bajo una escena (estadounidense) en la que estaban apa-
reciendo movimientos académico-políticos de gran relevan-
cia hasta el día de hoy, movimientos a los que de diversas
formas este libro sería central. Por ejemplo, comparte junto a
Metahistoria (1973), de Hayden White y El inconsciente político
(1981), de Fredric Jameson, la catalización de aquello que se
llegó a denominar “giro cultural”.2 Para Robert Young, junto
a Homi Bhabha y Gayatri Chakraborty Spivak, Said consti-
tuye uno de los pilares de la Santa Trinidad, el triunvirato a
partir del cual la crítica postcolonial sería ampliamente cono-
cida.3 Y para el propio Said, junto a La invención de la tradición,
editado por Eric Hobsbawm y Terence Ranger (1983), y Atenea
Negra, de Martin Bernal (1987), Orientalismo forma parte de ese
conjunto de libros que pretende “socavar la ingenua creencia
en cierta positividad y en la historicidad inmutable de una
cultura, un yo, una identidad nacional”.4 Se podría señalar
que Orientalismo es uno de los grandes libros de la segunda
mitad del siglo XX… en una palabra, un clásico.

2. Harry Harootunian, “Rastros coyunturales. El `inventario` de Said”,


en Homi Bhabha y W.J.T. Mitchel, comps., Edward Said: continuando la
conversación, trad. Laura Wittner, Paidós, Buenos Aires, 2006, pp. 112-113.
3. Ver Robert Young, “Colonialism and the Desiring-Machine”, Yearly
Review, 9, 1998, pp. 39-63.
4. Edward Said, “Epílogo”, Orientalismo, Barcelona, Debate, 2002, p. 437.

308
Ahora bien, es necesario señalar que Orientalismo no ha-
bría sido posible sin la presencia de un cierto Michel Foucault
y, en particular, sin su noción de discurso: “Creo que si no
se examina el orientalismo como un discurso –señaló Said–,
posiblemente no se comprenda esta disciplina tan sistemática
a través de la cual la cultura europea ha sido capaz de mani-
pular –e incluso dirigir– Oriente desde un punto de vista po-
lítico, sociológico, militar, ideológico, científico e imaginario
a partir del periodo posterior a la Ilustración”. El resultado de
este gran ejercicio foucaultiano-saidiano vendría a ser el im-
pacto que Orientalismo tuvo tanto en la crítica literaria, como
en las ciencias humanas en general, puesto que las obligó a
repensar los conceptos y representaciones con que operaban.
Desde entonces, textos literarios, libros de viajes, memorias,
historias y estudios académicos ya no pueden ser pensados al
margen de su relación con el poder, imperial o no. Ello por-
que Orientalismo puso el acento en el campo cultural del co-
lonialismo, en tanto campo relativamente diferenciado de la
“esfera económica”. Ahora, cuando leemos La tentación de San
Antonio o Grandes esperanzas es imposible no reparar en que
sus representaciones están inextricablemente inscritas en un
contexto de expansión imperial, al cual contribuyeron de al-
guna manera. Tal ejercicio dio pie para que en América Latina
autores como Domingo Faustino Sarmiento o Alexander von
Humboldt fueran leídos en una clave similar, y lo mismo se
podría realizar, por ejemplo, con Alejo Carpentier y Gabriel
García Márquez, dado que en sus ficciones se fundan ciuda-
des tal como lo hiciera el imperio español hace más de cinco
siglos.
No obstante su éxito, las críticas a Orientalismo no se hicie-
ron esperar, y las hubo acertadas, malintencionadas y sin valor.
Aquí veremos las primeras, y sobre todo la realizada por el an-
tropólogo James Clifford, quien discutiera, entre otras cosas,
el uso de la metodología foucaultiana, ya que, a su juicio, “las

309
perspectivas humanistas de Said no armonizan con su empleo
de un método derivado de Foucault”.5 Para Clifford,
Said admite con franqueza que las alternativas al orien-
talismo no son su tema. Él meramente ataca al discurso
desde una variedad de posturas, y como resultado su
propio punto de vista no está claramente definido o ló-
gicamente fundamentado… Pero la postura más cons-
tante desde la que ataca al orientalismo es un conjunto
familiar de valores asociados con las ciencias humanas
antropológicas de occidente: estándares existenciales
de “encuentro humano” y vagas recomendaciones
de “conocimiento personal, auténtico, simpático y
humanista”.6

Y el que las alternativas no le interesaran le costó caro, pues


por lo mismo sería luego también criticado por Bhabha y
Spivak. El primero señaló que la visión de occidente presen-
tada en Orientalismo no es tan coherente y establecida como
se piensa, pues el discurso orientalista es ambivalente (idea
que Bhabha toma de Fanon) en la medida en que la otredad
que construye es, al mismo tiempo, objeto de desprecio y de
deseo. La ambivalencia describiría, en este caso, un proceso
simultáneo de negación e identificación con el otro, que hace
imposible que “Europa pueda avanzar segura” como cree
Said.7 Spivak realiza una crítica similar. Para ella Orientalismo
pareciera no dar cabida ni posibilidad a contra-conocimien-

5. James Clifford, “Sobre Orientalismo”, Dilemas de la cultura, Barcelona,


Gedisa, 1995, pp. 303-326, cita en 313.
6. James Clifford, “Sobre Orientalismo”, p. 310. Énfasis agregado.
7. Homi Bhabha, “The Other Question…Homi Bhabha Reconsiders the
Stereotype and Colonial Discourse”, Screen, vol. 24, núm. 6, 1983, pp. 18-
36. Este ensayo es la reelaboración de una conferencia dada en julio de
1982 en la Universidad de Essex. Luego fue publicado en Francis Barker,
ed. The Politics of Theory, Colchester, University of Essex, 1983, pp.
194-211. Este ensayo fue revisado una vez más, y ha aparecido en varias
publicaciones, entre ellas, Bhabha, The Location of Culture, Londres-Nueva
York, Routledge, 1994, pp. 66-84.

310
tos, presentándonos un discurso sobre el Oriente casi sin
posibilidad de contestación: “El libro de Said no fue un es-
tudio de la marginalidad, ni siquiera de la marginalización.
Fue el estudio de un objeto construido para su investigación
y control”.8
Tengo la impresión de que, por lo menos en parte, la cen-
tralidad que asume este punto en las críticas recibidas, tiene
su origen en unas declaraciones realizadas por el propio Said
algunos meses después de la publicación de Orientalismo, al
señalar que “el paralelo entre el sistema carcelario de Foucault
y el orientalismo es sorprendente”.9 Pero si bien este comen-
tario es taxativo, en realidad no hace falta para afirmar que
Said ofreció en Orientalismo una imagen demasiado totali-
zante y opresora, digna de Vigilar y castigar. Que intentara
subsanar esta imagen nos lo muestra, como veremos pronto,
Cultura e imperialismo (1994), así que aventuro que este libro,
así como el giro posterior de Said, se encuentra en deuda con
las críticas que Clifford tempranamente le realizara; estas
calaron hondo, tan hondo que en varios textos Said parece
estarle respondiendo a él, y en su último trabajo, Humanismo
y crítica democrática, las vuelve a retomar, pero, podríamos
decir, que para leerlas en reversa y utilizarlas en favor de su
postura humanista.10
De manera que lo que está en el centro de este debate es,
finalmente, la cuestión de la agencia, la cual, aun no me ex-
plico bien por qué razón, Foucault y algunos más habrían de

8. Gayatri Chakravorty Spivak, “Marginalidad en la máquina académica”,


en raúl rodríguez freire, ed., La (rev)vuelta de los Estudios Subalternos: una
cartografía a (des)tiempo, Santiago, Ocho Libros, 2011, pp. 155-189. Ver
también: “The Rani of Simur”, Francis Baker, et al, eds., Europe and its
Others, 2 vols., Colchester, University of Essex, 1985, pp. 128-151; “Can the
Subaltern Speak? Speculations on Widow Sacrifice”, Wedge 7/8, 1985, pp.
120-30. Se podría señalar que mientras Said critica la construcción de “lo
otro” desde arriba (la alta cultura), Spivak lo hace desde abajo.
9. Edward Said, “The problem of textuality: two exemplary positions”,
Critical Inquiry, vol. 4, núm. 4, 1978, pp. 673-714, cita en 711.
10. Said, Humanismo y crítica democrática, trad. Ricardo García, Barcelona,
Debate, 2006, pp. 28-30.

311
negar.11 En “Orientalismo reconsiderado”, Said responde im-
plícitamente a Clifford acusando a la antropología, disciplina
de la cual él es uno de sus máximos “representantes”, de ha-
ber contribuido a la fosilización paradigmática de la realidad
de Oriente, y de no hacer nada para revertirlo.12 Las críticas
serán más duras cuando sea invitado a la Annual Meeting of
the American Anthopological Association (1987), donde Said dice
estar:
impresionado de que en gran parte de los variados
escritos de antropología, epistemología, textualización
y otredad que he leído, y que en extensión y en temas
recorren una gama que va desde la antropología hasta
la historia y la teoría literaria, haya una ausencia casi
total de referencias a la intervención imperialista nor-
teamericana como un factor que afecta a la discusión
teórica. Se dirá que he relacionado la antropología con

11. Sobre la agencia en el postestructuralismo, ver Judith Butler,


“Fundamentos contingentes: el feminismo y la cuestión del
‘postmodernismo’”, La Ventana, 13, 2001, p. 18: “Una teoría social
comprometida con la disputa democrática dentro de un horizonte
postcolonial necesita encontrar la manera de cuestionar los fundamentos
que se ve obligada a establecer. Es este movimiento de interrogar ese
subterfugio de la autoridad que busca cerrarse a la disputa lo que, en mi
opinión, está en el corazón de cualquier proyecto político radical. En la
medida en que el postestructuralismo presente una modalidad crítica que
efectúe esta disputa del movimiento fundamentalista, puede ser utilizada
como parte de una agenda radical”; y Henry Giroux, “El giro hacia la
teoría”, Placeres inquietantes (Barcelona: Paidós, 1996): “es importante
reconocer que la crítica postestructuralista del sujeto humanista no equivale
a suprimir la acción humana ni a reducir la conducta humana a una función
de significadores cambiantes. Lo que aquí está en juego es un intento
de inquirir cómo se construye el sujeto, de entender más plenamente su
naturaliza construida como el requisito previo de su participación, y de
reconocer que, si el sujeto se forma mediante una red social de exclusiones
y diferenciaciones constitutivas de múltiples posiciones subjetivas, entonces
el modo en que se negocian tales posiciones se convierte en la cuestión
política crucial”, p. 179.
12. Said, “Orientalism Reconsidered”, Race & Class, vol. 27, núm. 2, 1985,
pp. l-l5.

312
el imperialismo demasiado crudamente, de una forma
muy indiscriminada; a lo cual respondo preguntan-
do cómo –y realmente quiero decir cómo– y cuándo
fueron separados. No recuerdo que este evento haya
ocurrido, o si ocurrió del todo.13

Habría que señalar que en este encuentro se encontraban al-


gunos de los principales antropólogos adscritos (por otros) a
la llamada “antropología postmoderna”, esto es, aquella que
acusó recibo y productivizó el giro lingüístico, de manera que
Said se permitió agregar que los cambios y búsquedas que
se han desarrollado al interior de la antropología (a su juicio,
solo estéticos o pragmáticos) siempre terminan presentándo-
nos algún nuevo “otro”, pero se dejan intactos los supues-
tos epistemológicos a partir de los cuales se opera en dichas
producciones.

II

El punto anterior ya nos permite enunciar la hipótesis que


guía este trabajo: luego de Orientalismo, es posible percibir un
cambio más o menos radical en los trabajos académicos de
Said, puesto que comenzará a preocuparse de manera cada
vez más pormenorizada y detenida por dar cuenta de la agen-
cia, por las posibilidades de resistir al Poder (con mayúscula).
Ya no bastará con apelar a la sentencia de Vico, acerca de que
“los hombres hacen su propia historia, de que lo que ellos
pueden conocer es lo que ellos han hecho”; habrá que ser más
explícitos, incluso citando y relevando aquellos trabajos que
tematicen explícitamente la insurgencia, como son, por ejem-
plo, sus referencias a la revista Subaltern Studies dirigida en
sus inicios por el erudito marxista Ranajit Guha.14 Said inclu-

13. Said, “Representing the Colonized: Anthropology’s Interlocutors”,


Critical Inquiry, vol. 15, núm. 2, 1989, pp. 205-225, cita en 214.
14. Al respecto, ver rodríguez freire, ed., La (rev)vuelta de los Estudios
Subalternos: una cartografía a (des)tiempo, op. cit.

313
so prologará la primera selección de ensayos de esta revista
publicada en Estados Unidos,15 contribuyendo con ello a la
ampliación de una merecida circulación. De ahora en adelan-
te, Said se preocupará por ver qué pasa también académica-
mente más allá de “occidente”. Resalto académicamente porque
la política que pasaba por fuera de las aulas le preocupó sin
descanso desde 1967 hasta su muerte.16
Por ello es que Said se distanciará sobre todo de aquella
etiqueta que la academia estadounidense haría tan producti-
va mercantilmente: el postestructuralismo, o, como le llama
en Humanismo y crítica democrática, el “antihumanismo ideo-
lógico”. Es muy conocido el hecho de que Said fue uno de los
principales académicos en “introducir” a “una cierta genera-
ción de franceses”17 en Estados Unidos, y quizá el primero
en aplicar las propuestas de Foucault al campo de la crítica y
teoría literarias. En este sentido, fue muy relevante su tempra-
na reseña de The Archeology of Knowledge and The Discourse on
Language (1972), titulada “An Ethics of Language” (1974).18 En
“Abecedarium Culturae”, texto central de su libro Beginnings,
Said lo elogiaría considerándolo, citando a Barthes, como
aquel “que ha llegado a ser la misma cosa que describe. Una
conciencia completamente despierta a y poseído por las

15. Said, “Foreword”, en Ranajit Guha y Gayatri Spivak, eds., Selected


Subaltern Studies, New York & Oxford, Oxford University Press, 1988, pp.
v-x.
16. “1967 trajo nuevas dislocaciones, aunque para mí encarnó la dislocación
que sintetizaba todas las otras pérdidas, los mundos desaparecidos de mi
juventud y mi crianza, los años apolíticos de mi educación, y la elección de
una docencia y una vida académica sin compromisos en Columbia, entre
otras cosas. No volví a ser la misma persona después de 1967. El efecto
traumático que me produjo aquella guerra me devolvió a mi punto de
partida, la lucha por Palestina”. Said, Out of Place: A Memoir, New York,
1999, p. 309.
17. Said, Beginnings: Intention and Method, London, Granta Books, 1997
[1975], p. 283.
18. Said, “Review: An Ethics of Language”, Diacritics, vol. 4, núm. 2, 1974,
pp. 28-37.

314
condiciones problemáticas del conocimiento moderno”.19
Aunque se podría señalar que un mayor reconocimiento se
hará cuando lo compare con Derrida en “The Problem of
Textuality: Two Exemplary Positions”. Para Said, si bien el
filósofo de la deconstrucción realiza un cambio radical en la
consideración de la noción de texto, siempre queda, finalmen-
te, atrapado en él, mientras que Foucault asume de manera
radical “sus filiaciones con instituciones, oficinas, agencias,
clases sociales, academias, corporaciones, grupos, gremios,
partidos políticos definidos ideológicamente y profesiones”.20
En otras palabras, Foucault introduce el texto en el contexto
o, como diría Said, en la mundaneidad, mientras que Derrida,
a su juicio, brilla por sus textos solipsistas. Ello haría que el
trabajo del autor de Las palabras y las cosas fuera considerado
como un trabajo eminentemente político (pero no suficiente-
mente contra-insurgente), algo que habría fascinado al Said
de los años setenta, para quien la teoría comenzaba a ser la
política de la teoría.
No obstante, esta reseña-ensayo será reescrita y además
cinco años más tarde, apareciendo en The World, the Text,
and the Critic (1983) como “Criticism Between Culture and
System”.21 En realidad, más que de una reescritura, se trata de
lo que podríamos llamar una atenuación saidiana de la obra
de Foucault, lo cual es muy palpable cuando Said introduce
a su texto un pequeño y nuevo párrafo, poco más adelante de
la descripción de las reglas de formación discursiva, que dice:

19. Said, “Abecedarium Culturae: structuralism, absence, writing”, en


John K. Simon, ed., Modern French Criticism: from Proust and Valery to
structuralism, Chicago, University of Chicago Press, 1972. pp. 341-392.
Reproducido en Said, Beginnings: Intention and Method. New York, Basic
Books, 1975, pp. 279-343, cita en p. 283. Este libro se encuentra traducido
al español: Simon, La moderna crítica literaria francesa. De Proust y Valery
al estructuralismo, trad. Coral Bracho, México DF, FCE, 1984, pp. 351-408.
20. Said, “The Problem of Textuality: Two Exemplary Positions”, p. 701.
21. Said, The World, the Text, and the Critic, Cambridge, Harvard University
Press, 1983, pp. 178-225. De este libro, he consultado la edición española,
El mundo, el texto y el crítico, trad. Ricardo García, Barcelona, Debate,
2004.

315
“quizá su interés por las reglas sea parte de la razón por la
cual Foucault es incapaz de abordar u ofrecer una explicación
del cambio histórico”.22 Vemos así que un comentario comple-
tamente elogioso se transforma en otro en el que se le critica a
Foucault precisamente por no ofrecer una teoría del cambio.
Este y otros comentarios serán injertados (por cierto, no solo
en este ensayo), dando lugar a un texto extraño, distinto a los
que estamos acostumbrados bajo su pluma, en el que tienen
lugar los elogios y, sobre todo, los reproches.
Después de Orientalismo, y en realidad, quizá después
de las críticas a Orientalismo, opera en Said un alejamiento,
cuando no una crítica rotunda al llamado supuesto “filósofo
del poder”, como le gusta llamarlo… ahora. Basta con ver el
texto “Foucault and the Imagination of Power”, donde prácti-
camente lanza un ataque contra el supuesto conservadurismo
de Foucault, llegando incluso a señalar que sus propuestas
están con y no contra el poder.23 Para qué hablar de la palabra
“imaginación” en el título, una ironía de la famosa frase se-
sentayochista “La imaginación al poder”.
Este ensayo fue publicado dos años después de la muerte
de Foucault. En él Said plantea lo que a su parecer son las
cuestiones iniciales, es decir, las importantes, acerca de la
imaginación del poder: “¿por qué imaginar en primer lugar
el poder… y cuál es la relación entre los motivos que se tiene
para ello y la imagen que finalmente se obtiene?”: sinteti-
zando, sus respuestas, que son cuatro, son las siguientes: 1)
para imaginar qué harías si tuvieras el poder; 2) para especu-
lar acerca de lo que imaginarías si tuvieras el poder; 3) para
evaluar cuánto poder necesitarías para derrocar al poder, e
instaurar un nuevo orden; y 4) para postular un conjunto de

22. Said, El mundo, el texto y el crítico, p. 255.


23. Said, “Foucault and the Imagination of Power”, en Davld Couzens
Hoy, ed., Foucault: A Critical Reader, Oxford, Blackwell, 1986, pp. 149-155.
Reimpreso en Reflections on Exile and Other Essays, pp. 239-245, cita en
244.

316
cosas que no pueden ser imaginadas ni ordenadas bajo el po-
der actualmente existente.24
Extrañamente, o quizás no tanto, Said termina señalando
que Foucault se sentiría atraído por las dos primeras respues-
tas, cuestión que para él equivale a estar del lado del poder
y no contra él… en cuanto a las otras dos, que son “insur-
gentes y utópicas”… se encontrarían alejadas del filósofo.
Leyendo no un libro de Foucault, ni las famosas selecciones
(readers) inglesas, sino su obra completa, aunque acentuando
sus cursos que se han publicado en los últimos años, particu-
larmente Seguridad territorio y población, y El nacimiento de la
biopolítica, podemos ver que lo que ocurre es exactamente lo
contrario. Foucault no pensó en las primeras, por lo menos no
detenidamente, y si lo hizo, fue para cambiar los términos de
la conversación, para pensar en las segundas. No hablar más
de poder, sino de relaciones de poder... ah, y no de utopías
sino de heterotopías. Y ello para pensar en formas de vida
desujetadas, que den lugar a aquello que Said mismo llama
“un nuevo orden”, con tal de posibilitar ese conjunto de cosas
por venir en y para la actualidad.

III

Tal como lo señala en su bella autobiografía, el dandi Said


sufrió un cambio radical a partir de la Guerra de los seis días
(1967), pues fueron sus implicancias las que lo llevaron hacia
la lucha palestina y su militancia. Foucault, por su parte, tam-
bién será atravesado por un acontecimiento, el 68, año que
marcará un giro que tendrá lugar no tanto gracias a las calles
parisinas sino a su experiencia en Túnez; pero un segundo
giro volverá a transformarlo diez años más tarde, cuando
Foucault se autocritique por no ser claro en torno al poder.25

24. Said, “Foucault and the Imagination of Power”, p. 242.


25. Ver los últimos cursos de Foucault, publicados por el Fondo de Cultura
Económica.

317
Si bien no contamos con los documentos suficientes, el deve-
nir de los cursos de Foucault nos pueden dar algún indicio al
respecto. En el periodo 1976-1977 no enseñó, y en el siguiente
fue cuando dictó Sécurité, territoire et population (1977-1978),
curso en el que introduce la noción de gubernamentalidad y
comienza a estudiar detenidamente al neoliberalismo. Si bien
este y otros cursos se han publicado después de fallecido Said,
existen numerosas entrevistas de fines de los años setenta en
las cuales se percibe a un Foucault en cambio, revisando su
trabajo y preguntándose por formas de gobierno que ya no
responden al modelo del encierro.
De este segundo movimiento poco y nada dijo Said, quizá
porque no lo conocía, y de lo que conocía, no le gustaba. En el
obituario que escribió, “Michel Foucault: 1927-1984”, aparte
de resaltar su gran obra, hace referencia a su última fase, y
del negativo paso de sus investigaciones de relevancia social,
tipo microfísica del poder, hacia una historia reflexiva de la
identidad sexual, en otras palabras, de “un desplazamiento
particular y determinado de lo político a lo personal”.26 Este
cambio entrañaría el retiro de la arena pública por parte de
Foucault, retiro gatillado supuestamente por las desilusiones
que le habrían ocasionado la sensación de no poder afectar
dicha esfera. Otra posibilidad, en la cual se extiende un poco
más Said, sería, dejando de lado el elegante e implícito len-
guaje que maneja aquí, la vanidad, el gusto por los viajes, y,
sobre todo, su afición a las frecuentes estancias en California,
pues, como era por todos “perceptible” –la palabra es de
Said–, Foucault visitaba dicha ciudad solo para satisfacer
sus placeres (homo)sexuales.27 Esto lo habría alejado cada
vez más de la política. Said no lo dice explícitamente, pero
lo reprueba.28 Y lo seguirá haciendo más tarde. En Cultura e
imperialismo, libro que viniera a redimir a Said del sesgo del

26. Said, “Michel Foucault, 1927-1984”, Raritan, vol. 4, núm. 2, 1984, pp.
1-11, cita en 5. También en Reflections on Exile, pp. 187-197, cita en 194.
27. Ibid., p. 194.
28. Sobre este punto de Said, ver David Halperin, San Foucault, trad.
Mariano Serrichio, Buenos Aires, El Cuenco de Plata, 2004, pp. 152-154.

318
cual fue acusado en 1978, señala que “Foucault se apartó de
las fuerzas de oposición dentro de la sociedad moderna que
había estudiado precisamente por su inagotable resistencia a
la exclusión y al confinamiento –delincuentes, poetas, margi-
nados– y decidió, dada la omnipresencia del poder, que quizá
era mejor concentrarse en la microfísica local, en el poder que
rodea a cada individuo”.29 ¿Quién entiende a Said… primero
reprocha la definición de poder usada en Vigilar y castigar y
ahora la defiende…?
En fin, Cultura e imperialismo fue publicado el mismo año
que La pasión de Michel Foucault, de Miller (1993), libro que
vendría a confirmar este negativo paso para Said, pues la pre-
sencia del sadomasoquismo en la vida de Foucault, desde su
adolescencia hasta sus últimos días, sería la respuesta a su
adoración de los sistemas represivos, lo que explicaría, a su
juicio, por qué “Foucault llegó a ser el escriba de la domina-
ción”.30 Después de este libro, Said se referirá en otros térmi-
nos a Foucault, a quien a todo esto ya había reemplazado por
el modelo intelectual de Fanon, quien sí estaba comprometi-
do con la lucha contra el poder.31 Véase, por ejemplo, la rees-
critura de “Traveling Theory”, cuyo final estaba concentrado
en Foucault y sus supuestas limitaciones (desconsideración
de las clases sociales, de la economía, de la insurgencia y la
rebelión).32 Ahora el autor de Vigilar y castigar es reemplazado

29. Said, Cultura e imperialismo, trad. Nora Catelli, Barcelona, Anagrama,


1996, p. 67.
30. Said, “Criticism and the art of politics”, Power, Politics, and Culture:
Interviews with Edward W. Said. Editado e introducido por Gauri
Viswanathan, New York, Pantheon Books, 2001 [1992], pp. 118-163, cita
en 138.
31. Said, “Overlapping Territories. The World, the Text, and the Critic”,
Power, Politics, and Culture, 2001 [1987], pp. 53-93, cita en 53-54.
32. A juicio de Said, “El entusiasmo de Foucault por no incurrir en el
economicismo marxista, le lleva a eliminar el papel de las clases sociales,
el papel de la economía y el papel de la insurgencia, y la rebelión en las
sociedades que analiza”, “Teorías Ambulantes”, en El mundo, el texto y el
crítico, pp. 303-330, cita en 326. Contra esta cita, ver Foucault, Seguridad,
territorio y población, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, FCE, 2006 y

319
por el de Los condenados de la tierra, de quien se resalta enfáti-
camente su radicalismo.33
Said continúa criticando el poder en Foucault, pero ahora
agregándole el adjetivo “sadomasoquista”. Ya antes de que La
pasión de Michel Foucault fuera publicada, Said, que la conocía,
pues se entrevistó con Miller debido a que éste consideraba
que sus trabajos “sobre teoría francesa siempre han sido inci-
sivos y originales, y maravillosamente equilibrados”,34 en fin,
Said, antes de publicarse este libro, señalaba en una entrevista
que “Foucault siempre mantuvo relaciones [dealing] con los
impulsos sadomasoquistas, incluyendo su prematura actitud
suicida… de ahí la temprana importancia de figuras como
Sade”.35 Un par de años más tarde, Said nos dice que “el de-
terminismo de Foucault es parcialmente el resultado de una
especie de desesperanza política que, con su extraordinario
estilo intensificado, él presenta como el sadismo de una lógica
siempre victoriosa”.36

Foucault, El nacimiento de la biopolítica, trad. Horacio Pons, Buenos Aires,


FCE, 2007. En ambos libros, Foucault realiza un exhaustivo examen de la
economía política, y analiza las sociedades de seguridad, las que habrían
suplantando, no anulado, las sociedades disciplinarias, dando origen a una
forma de gobierno distinta que Foucault llamará “gubernamentalidad”.
Cualquier lector atento de Foucault no pasará por alto lo que implica para
una política emancipatoria sus estudios sobre el neoliberalismo. Es una
lástima que Said no haya querido reparar en ello.
33. Ver “Traveling Theory Reconsidered”, Roger B. Henkle y Robert M.
Polhemus, eds., Critical Reconstructions: the relationship of fiction and life,
Stanford, Stanford University Press, 1994, pp. 251-268. Reproducido en
Reflections on Exile and Other Essays, 2000, pp. 436-452, ver sobre todo
444-451. La traducción española de este libro no incluye este ensayo, ni
otros 14. El porqué de dicha exclusión no se señala en ninguna parte.
34. Miller, “Agradecimientos”, La pasión de Michel Foucault, Santiago,
Andrés Bello, 1995, p. 619.
35. Said, “Wild orchids and Trosky”, Power, Politics, and Culture, 2001
[1993], pp. 164-182, cita en 165.
36. Said, “From Silence to Sound and Back Again: Music, Literature
and History”, Raritan, vol. 17, núm. 2, 1997, pp. 1-21. Reproducido en
Reflections on Exile and Other Essays, pp. 507-526, cita en 522.

320
Había olvidado recordar nuevamente que, para Miller, y
por extensión, también para Said, este impuso de muerte fou-
caultiano es “explicado al final de cuentas por dos o tres es-
cenas vividas en la infancia y que habrían traumatizado para
siempre al joven Foucault”.37 En Miller, y aquí cito al biógrafo
Didier Eribon,
Todo el recorrido intelectual de Foucault quedaba
explicado por su gusto pronunciado por la “experien-
cia–límite”, todo su pensamiento descifrado como
una “alegoría autobiográfica” donde se expresarían,
más allá de las máscaras de una prosa virtuosa, las
pulsiones del sadomasoquismo y la fascinación por
la muerte. La vida de Foucault, su obra, sus libros,
sus compromisos políticos, se hallaban nimbados por
una luz crepuscular, que alternaba con los resplan-
dores intermitentes de la locura; la búsqueda suicida
incansablemente perseguida culminaba en la terrible
apoteosis final —el sida— del que Miller se atreve in-
cluso a preguntarse si no había sido “deliberadamente
elegido”.

Según esta impresionante biografía, La pasión, el filósofo del


poder habría encausado teleológicamente su vida hacia el
sado, debido a una experiencia “fundamental que… según
Miller, –Foucault– habría querido callar siempre, pero tan
fundamental también que le pareció necesario confesárselo al
escritor Hervé Guibert, esperando que éste lo haría conocer
después de su muerte”. ¿Cuál, se pregunta Eribon –acaso el
mejor biógrafo de Foucault–, es esa experiencia que marcaría
a Foucault para el resto de su vida?
Helo aquí: cuando era joven, su padre, cirujano, lo lle-
vó a asistir a una amputación... Entonces, para Miller,
todo se vuelve transparente: el sadomasoquismo,
la Historia de la locura, donde Sade está tan presente,

37. Didier Eribon, Michel Foucault y sus contemporáneos, trad. Viviana


Ackerman, Buenos Aires, Nueva Visión, 1995, p. 23.

321
Vigilar y castigar (y el comienzo sobre el “estallido de
los suplicios”), sin hablar de El nacimiento de la clíni-
ca, naturalmente, y de Las palabras y las cosas (donde
Foucault vuelve a citar a Sade)... ¡Esto es entonces lo
que sedujo a algunos críticos norteamericanos!38

Quizá aquí solo haya que agregar que cuando Foucault citaba
a Sade en los sesenta, estaba lejos de su compromiso político y
de sus formulaciones del poder, y cuando estas aparecen, Sade
es descrito como un colaborador, más que un detractor, del
disciplinamiento de la sexualidad. En otras palabras, cuando
Foucault comienza a interesarse por la ética y a experimentar
con el sadomasoquismo, hacía algunos largos años que ya se
había distanciado totalmente de Sade. Y no es casual que su
interés por la ética surja de manera paralela a sus investiga-
ciones sobre el neoliberalismo. Este, al hacer de cada sujeto un
emprendedor, debe ser deconstruido a partir de una política
centrada en los modos de subjetivación, buscando así que el
emprendedor sea reemplazado por un sujeto crítico de sí y de
su entorno. No se puede luchar contra en neoliberalismo sino
es desde una micropolítica que impugne la microeconomía,
es decir, la gubernamentalidad neoliberal.
En Estados Unidos, las reseñas del libro de Miller tuvieron
unos títulos sensacionalistas increíbles. Baste citar el conte-
nido de una: “nueva biografía de Foucault agita al ámbito
académico: algunos dicen que las revelaciones personales
contenidas en un libro aún inédito podrían opacar las con-
tribuciones del filósofo francés”.39 Y parece que, en parte, las
opacaron. No está demás señalar que Eribon ha demostrado
irónicamente que este libro tan aclamado por Said estaba
lleno de tergiversaciones, malas interpretaciones, descontex-
tualizaciones e ignorancias de la cultura en la que se formó
Foucault.
De lo que se trata acá, citando al propio Said, es de las teo-
rías viajeras, en este caso, de las teorías de Foucault, pero tam-

38. Ibid., pp. 22-23.


39. Citado en Halperin, San Foucault, p. 168.

322
bién de cómo su vida formó parte de su escritura, y de cómo
fueron, ambas, interpretadas en la academia estadouniden-
se. Loïc Wacquant, sociólogo “francés” radicado en Estados
Unidos, señaló en un texto a propósito de la mutación tran-
satlántica de Bourdieu que el caso de Foucault ilustra mejor el
hecho de que “la estructura de los campos intelectuales nacionales
actúa como una mediación en el comercio exterior de las teorías”:
“el Foucault construido por los académicos norteamerica-
nos… es virtualmente un autor diferente del Foucault francés
(o europeo) [agregaría que también diferente del “chileno”]
revelado por la biografía intelectual de Didier Eribon (1991).
Este libro es acaso el mejor documento a la fecha que se haya
hecho para ver cuán poderosas pueden ser las fuerzas de las
distorsiones producidas por una exportación intelectual in-
ternacional descontrolada”.40 Para Wacquant, la mencionada
estructura, “actúa como un prisma que selecciona y refracta
estímulos externos de acuerdo a su propia configuración”.41
Creo no estar errado al señalar que dos de los libros más ci-
tados de Foucault en la academia estadounidense son Power/
Knowledge: Selected Interviews and Other Writings, 1972-1977
(1972, 1975, 1976, 1977, 1980) y Language, Counter-Memory,
Practices. Selected Essays and Interviews (1980). Se trata de dos
libros típicamente “americanos”, como dicen “allá”, es decir,
de Readers, y como todos los libros de este tipo, están confi-
gurados a partir de una particular mirada, la del editor o edi-
tora. En ambos volúmenes se puede apreciar, en palabras de
Eribon “una concisión un poco reductora y generalizadora de
malentendidos”.42 Said, sin embargo, gustaba citar a Foucault
en francés, y a partir de las publicaciones originales. Por eso
me sorprendió enormemente su apoyo al libro de Miller, y

40. Loïc Wacquant, “Bourdieu in America: Notes on the Transatlantic


Importation of social Theory”, Craig Calhoun, Edward Lipuma y Moishe
Postone, ed., Bourdieu. Critical Perspectives, Cambridge, Polity Press,
1993, pp. 235–255, cita en 254–255. Énfasis del autor. También se encuentra
citado, en parte, en Eribon, Michel Foucault y sus contemporáneos, p. 21.
41. Ibid., pp. 246-247-
42. Ibid., Michel Foucault y sus contemporáneos, p. 193.

323
concuerdo plenamente una vez más con Eribon, para quien
“habría que interrogarse acerca de la extraña tradición cultu-
ral que hace posible la existencia de tales libros. Pues lo más
asombroso no es que una obra como ésta se escriba y se pu-
blique. Es que pueda ser recibida, y a veces aun aplaudida”.43
Wacquant emplea una interesante palabra en sus reflexio-
nes sobre la mutación de las teorías: refractar. Esta, recordará
el o la lectora de Mimesis, ha sido espléndidamente analizada
por Erich Auerbach en su lectura de las cartas inglesas de
Voltaire. Significa “hacer que cambie de dirección un rayo de
luz u otra radiación electromagnética al pasar oblicuamente de
un medio a otro de diferente velocidad de propagación”. Eso
es lo que pasó con Foucault, lo hicieron cambiar radicalmente
de dirección, y Said contribuyó a ello. Quizá fue previendo
esta situación que el propio Foucault publicó un afterword a la
segunda edición de Michel Foucault: Beyond Structuralism and
Hermeneutics, de Hubert Dreyfus y Paul Rabinow (1983), una
de las mejores introducciones a su trabajo.44 Ya en la contrata-
pa, las palabras de Foucault intentan aclarar su relación con
Estados Unidos, pues este libro viene a resolver “muchos ma-
los entendidos [y] ofrece una mirada aguda, sintética… Más
allá de su meta particular, creo que este trabajo abre nuevos
horizontes para la relación entre el pensamiento americano
y el europeo”. El afterword, cuyo título es “The Subject and
the Power”, parece anticiparse al Said que pregunta “por qué
imaginar el poder”. En este texto, el Foucault “francés” le ex-
plica a su público “estadounidense”, casi pedagógicamente,
por qué estudia el poder y cómo lo entiende, y en una increí-
ble anticipación de las críticas saidianas, señala que “no es el
poder lo que le interesa, sino el sujeto”. Además, su definición
de las relaciones de poder necesita de un requisito importan-
te: la libertad. El poder, en estos términos, solo se ejerce sobre
sujetos libres, pues de lo contrario simplemente no hay rela-

43. Ibid., 23.


44. Dreyfus y Rabinow, Michel Foucault: Beyond Structuralism and
Hermeneutics, Chicago, University of Chicago Press, 1983.

324
ciones de poder, ya que estas no se dan en situaciones estáti-
cas sino dinámicas. Sin ellas, solo hay dominación.
Said nunca cita este texto, a pesar de que lo conoce, pues
Miller lo tiene en su bibliografía. Tampoco cita los dos libros
de Eribon sobre Foucault. Michel Foucault: Beyond Structuralism
and Hermeneutics está fechado en 1981, por lo que fue escrito
durante lo que se ha llamado la última etapa de Foucault,
aquella que Said ve desastrosamente. Otros y otras la ven
como una etapa de igual o incluso mayor radicalidad. El ita-
liano Mauricio Lazzarato lo ha expresado muy bien: “Definir
las condiciones de un nuevo `proceso de creación política,
confiscado desde el siglo XIX por las grandes instituciones
políticas y los grandes partidos políticos`, me parece ser el
hilo rojo que atraviesa toda la reflexión de Foucault”.45 De ahí
que éste desconfiara de la palabra “liberación”, a veces tan
manoseada, y de la cual siempre ha sentido desconfianza, lo
que, en sus palabras,
[no] quiere decir que la liberación o tal o cual forma
determinada de liberación no exista: cuando un pue-
blo colonizado busca liberarse de su colonizador, se
trata de una práctica de liberación en sentido estricto.
Pero ya se sabe que… esta práctica de la liberación no
basta para definir las prácticas de libertad que a conti-
nuación serán necesarias para ese pueblo... A ello obe-
dece que insista más en las prácticas de libertad que en
los procesos de liberación, que, a decirse una vez más,
tienen su lugar, pero no me parece que por sí mismos
puedan definir todas las formas prácticas de libertad.46

(Esta cita me recuerda al propio Said, cuando señalara que en


el momento en que el Estado Palestino se constituyera, él sería
su principal crítico).

45. Lazzarato, “Del biopoder a la biopolítica”, texto circulando por Internet.


46. Foucault, “La ética del cuidado de si como práctica de la libertad”,
Estética, ética, hermenéutica, trad. Ángel Gabilondo, Barcelona, Paidós,
1999, pp. 393-415, cita en 394-395.

325
Llegados a este punto, y estando casi en el tiempo para éstas
líneas, ya no interesa mostrar la radicalidad y brillantez de
Foucault, sino de dar cuenta de la ambivalencia, a partir de
las críticas a Orientalismo, generada por Said al respecto. Aquí
no he tratado de mostrar que uno es mejor que otro, sino de
señalar que, para nosotros, lectores excéntricos, ambos deben
ser complementarios y no excluyentes. Además, si la crítica,
como dice J. M. Coetzee, tiene por obligación interrogar a los
clásicos, no otro ha sido mi propósito.47 A Said le faltó trabajar
por causas que no fueran solo las palestinas (así se lo repro-
cha Spivak, cuando le pide consideración para la India),48
como también mostrar interés por luchas minoritarias que
no fueran solo étnicas. A Foucault, bueno, a Foucault le faltó
dejar de pensar solo en Francia. A Said, interesado en la lucha
palestina, las “relaciones de poder” no le servían. Necesitaba
un concepto que no negara ni contestara los valores de la
modernidad, el Estado liberal y los valores progresistas de la
Ilustración,49 ya que era a partir de ellos que su humanismo
era su palestinismo. Foucault, interesado en condiciones de
una nueva política, no podía dejarse atrapar por una metafísi-
ca fraudulenta del poder.50
Quisiera evocar, para ir terminando, aquella noticia acer-
ca de que Foucualt colocaba literalmente el cuerpo cuando
se encontraba en protestas, y que, fuera de Estados Unidos
(pero como muestra Halperín, también en él) son muchos los
países en los que, citando a Eribon por última vez, “hacen
de él un arma”.51 El mismo Foucault habló, hacia el final de

47. J. M. Coetzze, “‘¿Qué es un clásico?’, una conferencia”, Cosas extrañas.


Ensayos, 1986-1999, trad. Pedro Tena, Barcelona, Debate, 2005, pp. 11-29,
cita en 29.
48. Spivak, “Pensando en Edward Said. Páginas de una autobiografía”, en
Bhabha y Mitchel, comps., Edward Said, 2006, pp. 239-248, cita en 242.
49. Halperin, San Foucault, p. 39.
50. Foucault, “The Subject and the Power”, en Dreyfus y Rabinow, Michel
Foucault, pp. 208-226, cita en 210-211 y 217.
51. Eribon, Michel Foucault y sus contemporáneos, p. 20.

326
su vida, de un hiperactivismo. No hay biografía que no lo
señale.52 Es menos conocido el hecho de que Said, ya muy en-
fermo, era acompañado por su hijo a las protestas, mientras
sus colegas realizan talleres académicos sobre capitalismo y
globalización.53
Por último, quisiera señalar que la relación de Said con
Foucault obedeció a un contexto muy particular. La academia
“estadounidense”. Y sus ambivalencias respecto de él esta-
ban determinadas por sus intereses políticos, concretamente,
con la lucha Palentina, una lucha, para decirlo con Deleuze,
molar. La lucha de Foucault era, por el contrario, molecular.
No tenemos por qué elegir. A quienes habitamos este lado
del mundo, nos toca aprender de ambos, y no solo de lo que
escribieron, sino también de lo que hicieron (políticamente)
en la calle, fuera del campus. Debemos vincular ambos planos,
no descuidar ninguno. Para ello hay que hacer un esfuerzo
mucho mayor que solo leerlos o enseñarlos. Debemos reducir
nuestro desconocimiento de la cultura de la cual formaron
parte y no contentarnos con biografías desprolijas e irregula-
res, de las que sobre Said ya empiezan a aparecer. Pero, sobre
todo, debemos pensar que la originalidad de estos dos gran-
des intelectuales no consistió solo en memorizar y reproducir
lecturas, sino en poner en práctica aquello que aprendían,
donde quiera que estuvieran.

Santiago, noviembre de 2008

[presentado en un coloquio dedicado a los 30 años de


Orientalismo, este es el texto más temprano que he incluido en
La forma como ensayo. Organizado por el Centro de Estudios
Árabes de la Universidad de Chile, el encuentro tuvo lugar en
noviembre de 2008. Inicialmente un libro publicaría los trabajos
presentados, pero, imagino que por problemas de presupuesto,

52. Ver Didier Eribon, Michel Foucault, trad. Thomas Kauf, Barcelona,
Anagrama, 1992; y David Macey, Las vidas de Michel Foucault, trad.
Carmen Martínez Gimeno, Madrid, Cátedra, 1995.
53. Agradezco a Silvia Rivera Cusicanqui el haberme señalado este hecho.

327
eso no ocurrió. Tiempo después Alejandra Bottinelli lo leyó y me
animó a publicarlo. El 2010 fue enviado a una revista que nunca
acusó recibo, ni menos aún lo evaluó. Luego de eso lo envié a
Aisthesis, que lo publicó en diciembre de 2011. Alrededor de
un año después, gracias a una invitación de Eleonora Cróquer,
arribé a Caracas. Queriendo visitar librerías, le pedí a Eleonora
que me recomendara algunas. Hizo mucho más que eso. Me
recomendó al mejor guía con el que se pudiera contar: Johan
Gotera, que me llevó a La pulpería del libro, un lugar que tal
vez solo en México se pudiera contar con uno similar. Es o más
bien fue un laberinto del que cualquier lector de Borges se
sentiría contento recorriéndolo. Pregunté por Andrés Bello. Dos
paredes contenían lo que él había escrito y lo que sobre él se
había escrito. Era impresionante. Toda la biblioteca Ayacucho
estaba en ese infinito subterráneo. Luego de la emoción por
haber visitado un lugar así, Johan me invitó a conocer a uno
de sus grandes amigos: Octavio Armand; la conversación daba
la impresión de que el nuestro era un reencuentro. Eso es lo
que produce la lectura. Caracas me atrapaba: leer y conversar
son dos de mis principales placeres, y hablar de libros, cuando
se tiene compañeros como Johan y Octavio, es emocionante.
Desde Nueva York, Octavio había dirigido entre 1978 y 1984
una de las mejores revistas que se han publicado en América
Latina: escandalar, recientemente republicada por la editorial
inCUBAdora en edición facsimilar (y virtual), bajo la dirección
de Johan. En realidad, solo ha aparecido el primer tomo, pero
ahí ya se aprecia el trabajo y la apuesta de lo que debe ser una
revista de crítica. Muy pocas de las que hoy se publican pueden
comparársele. En dos de sus primeros números apareció la que
quizá sea la primera traducción de un texto de Said al español:
“Abedecarium Culturae”, traducido por Philip Metzidakis e
ilustrado por Paula Ocampo. Una nota indica que se trata del
quinto capítulo de Beginnings: Intention and Method, “uno
de los más importantes libros de crítica publicado en este país
en los últimos años”. Fue la revista y el texto de Said, a quien
Octavio contactó por teléfono, el gatillante de una conversación
que se prologó por horas en un café de una lejana Caracas, horas
que se hicieron cortas por lo que tuvimos que continuar al día
siguiente. Con su enorme generosidad, tiempo después Johan

328
y Octavio se las arreglaron para hacerme llegar la colección
completa de escandalar a Chile. Johan me enviaría más tarde la
segunda edición de las obras completas de Bello, que consiguió
por menos de 200 dólares… ¡cómo no estarles agradecido! En
2014 me tocó por fin hacer de Hermes. Johan, realizando un
doctorado en Boston, leyó a Silviano Santiago y recordó que
con Mary Luz lo habíamos traducido. Le comentó esta lectura
a Octavio, y resultó que se conocían desde los neoyorkinos
años 60. Así que los puse en contacto. Hacía por lo menos 30
años que no se veían. Silviano es uno de los principales críticos
y narradores de Brasil. Octavio uno de los mejores ensayistas
que ha habido y que hay en lengua española. Qué suerte la de
haberme encontrado a lo largo los últimos años. De Silviano ya
habrán leído en este libro. Que una carta de Octavio motive su
lectura:

Caracas, noviembre 5 de 2012


R&R&R: Recordado RR:

Tanto Johan como yo quedamos con la sensación de que te


conocíamos desde mucho antes. Tu reciente y breve visita
fue apenas un reencuentro entre viejos amigos. Ojalá puedas
volver pronto a la tierra de Bello y que entre los tres podamos
emprender una nueva gramática para americanos.

El surrealismo, en su cuna francesa, fue un movimiento


subversivo: ruptura con lo burgués, lo cartesiano, la sintaxis de
porcelana y cubiertos que no se apartaban del ritual. Jamás se
invertía el orden de los platos ni de las palabras ni de la plata; ni
a los inquietos caninos les daba por estrenarse como molares
al confundir el apetito con el hambre. El mayor esfuerzo, pues,
para parecer una servilleta.

Eso en Francia. Entre nosotros, que desde el nacimiento somos


cadáveres exquisitos, el caos de imágenes soñadas y el tropel de
la escritura automática riman perfectamente con el permanente
desorden de la cotidianidad y la incivil vida civil. Entre nosotros,
la función subversiva, opositora del surrealismo, necesariamente
ha de ser otra. Por eso siempre he dicho que en nuestra

329
historia tan caótica y desenfrenada, el verdadero surrealista
es don Andrés. ¡Quiso inventar un orden! ¡Quiso ser útil! Su
independencia gramatical, acaso más radical y decisiva que la de
su compatriota Bolívar, quería que la otra, la siempre desviada,
la siempre rota, se apoyara en las exigencias de un verbo nuevo,
nuestro. ¡Vaya con don Andrés Bello, nuestro André Breton!

Sirvan estas parrafadas de saludo y abrazo.

Ahora, a tu carta: leí con mucho interés tu artículo. Por todo lo


que sé de Said estoy convencido de su entereza intelectual y
humana. Tu artículo no ‘desarticula’ esa imagen pero sin duda
confirma lo que decías: la sustitución de una efe por otra, o
sea Fanon por Foucault. Como admirador de estas dos efes,
te agradezco que señalaras el cambio y que así me ayudaras a
comprender por qué/cómo Said, al comprometerse más y más
con la causa palestina, sintió la necesidad de apoyarse más en
una que en otra: más en la acción que en la red/acción.

Me alegra tu interés por escandalar (así, siempre en minúscula).


Te anuncio que si en una próxima arqueología casera aparece
una colección, será tuya. Por ahora, irá copia de lo de Said/
Beginnings. Johan la hará mañana mismo y me la entregará a
tiempo para que te la lleve un querido amigo que irá a Santiago
el día 12 de este mes. Se llama Santos López, venezolano,
poeta, amigo de raras bondades, entre ellas una que le conozco
de cerca: la generosidad.

A Santos le daré tus teléfonos, que imagino son los que aparecen
al pie de tu carta (¿verdad?). Como el no conoce la ciudad, lo
mejor es que te acerques a donde él esté. Ya lo hablarán.

También le daré tus teléfonos a Vladimir Ferro, un cubano


casado allá con chilena que hace una tesis sobre poesía cubana.
Pido que por favor le prestes mis libros de ensayo. (Un envío
que se le hizo tiempo atrás se extravió). En unos meses él viajará
a España. Antes -- le dices --, en cuanto pueda, que devuelva
los libros. Dile que tus multas son más onerosas que las de la
Biblioteca Británica, etc.

330
Todavía cito con alegría esta frase que a tus 33 años nos soltaste
a J y a mí: ‘Cuando yo tenía 31 años...’. Mides los años como
los niños, a quienes ese lapso parece una eternidad. Dos años,
y hasta tres o cinco, son apenas un suspiro para otros, como yo.

Saludos de un amigo que te extraña,

Octavio]

331
Auerbach, la política de la filología

I
“Yo elegiría ser Erich Auerbach”, respondió Antonio
Candido cuando Jorge Ruedas de la Serna le preguntó quién
le gustaría ser si volviera a nacer. “Su respuesta me sorpren-
dió”, señala su interlocutor, “porque en realidad lo más obvio
era que él pensara en uno de sus héroes literarios, y lo más
inesperado a nuestra imaginación suele ser lo más obvio”.
Si me hicieran la misma pregunta, creo que también daría la
misma respuesta, aunque quizá no por las mismas razones
que, intuye Ruedas de la Serna, tenía Candido. Como han
recordado Stephan Greenblatt y Catherine Gallager, Mimesis
comienza “sin páginas de agradecimientos, sin prólogo meto-
dológico, sin introducción teórica”, y reparan en que “entre el
título (Mimesis: Dargestellte Wirklichkeit in der Abendländischen
Literatur) y el índice, solo hay un epígrafe en inglés”: “Had we
but world enough and time ...”, línea que abre el poema “To His
Coy Mistress” (“A su esquiva amada”), de Andrew Marvell, el
que se podría traducir como “Si tuviéramos tiempo y mundo
suficientes…”. El autor de Mimesis sorprende no solo por su
erudición, sino por la claridad con que presenta una lectura
política de la representación de la realidad cotidiana en la litera-
tura occidental, lectura, empero, que ha pasado desapercibida
por una crítica que acostumbra resaltar tanto las condiciones
existenciales a partir de las cuales se escribió el libro, como la
agudeza crítica de Auerbach. Es cierto que Auerbach contribu-
ye en parte, y solo en parte, a su propia mitificación, cerrando
el libro con un epílogo que resalta las dificultades que tuvo que
enfrentar para escribir Mimesis en un tiempo sin tiempo y en un
mundo sin mundo, dado el auge del nazismo y el advenimien-

333
to de la segunda gran mundial. Pero los 20 capítulos previos
no dejan lugar a dudas: su interés estriba en la representación
de aquellas y aquellos que no pertenecen a las clases dominan-
tes (Herrenschicht). El lugar que en la Odisea ocupan Euriclea y
Eumeo, “las dos únicas personas no pertenecientes a la clase
señorial [Herrenschicht] que Homero nos describe”, da cuenta,
para Auerbach, de un mundo cuyas posiciones han sido de
antemano fijadas radicalmente: “Como estructura social, este
mundo es inmutable; las luchas tienen únicamente lugar en-
tre diferentes grupos señoriales; de abajo no llega nada”. De
ahí que el interés por el Antiguo Testamento se ancle precisa-
mente en una representación completamente heterogénea por-
que da cuenta tanto de una “profunda historicidad” [tieferen
Geschichtlichkeit], así como de una “profunda movilidad social”
[tieferen sozialen Bewegtheit]. Mientras los personajes de Homero
“tienen lugar en forma casi exclusiva e innegable entre los per-
tenecientes a la clase señorial”, el contrapunto presentado por
Auerbach muestra personajes que “se plasman en lo casero y
cotidiano: episodios como los de Caín y Abel, Noé y sus hijos,
Abraham, Sara y Agar, Rebeca, Jacob y Esaú, y así sucesiva-
mente”, representan trágica y seriamente a las Euricleas y a
los Eumeos, con lo cual se inauguran dos estilos que ejercerán
su acción sobre la representación que alcanza el siglo XX. De
ahí la estructura lineal de Mimesis, que nos va presentando a
través de una lectura atenta de textos y épocas, la separación
de los estilos, junto a sus quiebres y mezclas, pero también las
reconquistas de uno (sublimis), y las rupturas de otro (humilis).
Creo que Sérgio Buarque de Holanda fue uno de los
que comprendió inmediatamente lo que estaba en juego en
Mimesis. En su elogiosa reseña de 1950, apenas publicada la
traducción al español, pone al centro de su comentario la di-
solución de los dos estilos:
La importancia fundamental de los novelistas fran-
ceses del siglo XIX, cuyas resonancias se extienden a
las manifestaciones más modernas y revolucionarias
del arte de la literatura, estaría en que, eligiendo temas
de la vida cotidiana como objeto de representaciones

334
graves, problemáticas e incluso trágicas, ellos se eman-
ciparon nítidamente de una ley que venía presidiendo
la expresión literaria y artística desde la antigüedad
clásica: la ley según la cual la representación de las
formas de vida más humildes solo cabe en las moldu-
ras de un estilo bajo o mediano, es decir, grotesco y
cómico, por un lado, o simplemente agradable, ligero,
colorido y galante, por otro.
No habrá sido ésta, además, la primera revuelta contra
la norma clásica de la separación de los estilos, pero
según todas las probabilidades, fue la más extensa y
radical.

Es interesante ver que un lector como Buarque de Holanda


reconoció inmediatamente la política de la filología que opera
en la escritura de Auerbach, al considerar que la ruptura con
la reinstalación de la separación de estilos, si bien no fue la
primera (de ahí el lugar de Dante en Mimesis, por ejemplo),
fue la más radical y –agrega más adelante– “que Auerbach
sigue hasta sus últimas consecuencias”. Lo vuelve a afirmar
cuando explicita que el realismo caracterizado en Mimesis re-
cibe el nombre de “criatural” (kreatürlicher Realismus), y que
Auerbach entiende del siguiente modo:
Lo peculiar de esta idea radicalmente “criatural” del
hombre, que contrasta agudamente con lo humanístico
antiguo, consiste en que, con todo su respeto al ropaje
estamental y terreno que el hombre lleva, no guarda
ningún respeto para el hombre en cuanto se despoja
de dicho ropaje: bajo él no hay más que la carne, que la
edad y las enfermedades malbaratan y que destruirán
la muerte y la descomposición. Es, si se quiere, una teo-
ría radical de la igualdad de todos los hombres […] (énfasis
agregado).

Este énfasis que le he dado a lo criatural es solo para resaltar


la preocupación que atraviesa Mimesis, una preocupación, sin
embargo, sofisticada, pues la frase que continúa después de
“la igualdad de todos los hombres” es “pero no en un sentido

335
político activo”, pues los textos que Auerbach comenta no ha-
cen proselitismo y él tampoco. De manera que “no en un sen-
tido político activo” debería llevarnos a pensar en una forma
de la política que se encuentra no solo en lo que dicen, sino
también y de manera fundamental en el nuevo reparto de las
posiciones que ocupan las y los representados que hacen los
textos. Recuérdese que con Germinal, una novela que trata “de
la médula de los problemas sociales de la época, de la lucha
entre el capital industrial y la clase trabajadora”, “el principio
l’art pour l’art se ha aniquilado”, con lo cual Zola le otorga a
la escritura y sus posibilidades de representación una forma
literaria de lo político. Se trata esta de una problemática que
preocupaba a Auerbach desde hacía varios años. En 1933 pu-
blicó “Romantik und Realismus” (Romanticismo y realismo),
un texto en el que señala:
Durante siglos la tragedia estuvo restringida a aquella
esfera de la vida espiritual [Seelenleben] que parecía
pertenecer, sociológicamente, solo a la clase más ele-
vada, constituida por reyes y héroes, quiénes, en un
sentido poético, solo podían ser representados en
estilo elevado [hoher Stil]. La cotidianeidad fue com-
pletamente desterrada del ámbito de esta clase, por
lo que al héroe trágico no se le permitía nombrar un
pañuelo o preguntar la hora. Ello solo fue posible gra-
cias al realismo, que descubrió la esfera de lo trágico
al interior de un reino que, hasta ese momento, solo
había tenido lugar para lo vulgar y lo cómico. Por lo
tanto, el realismo destruyó profunda y radicalmente
las barreras que separaban los estilos, y lo logró de una
manera tal que los prefacios poéticos, los dramas y las
novelas históricas en conjunto no lo hubiesen podido
hacer. Quizás lo que señalé más arriba, acerca de la
conexión entre las primeras obras del realismo moder-
no y las bases intelectuales del romanticismo, pueda
verse ahora con mayor claridad. La novela realista
moderna destruyó la vieja estética clasicista, junto con
su concepto de dignidad humana, con un radicalismo
que no se encuentra en ningún otro género.

336
Asombra esta lectura, inscrita el mismo año en que Hitler
fue nombrado canciller imperial de Alemania (30 de enero).
Es como si Auerbach hubiera decidido encarar sin espera el
fascismo y la naciente filología aria que emergería junto al
Führer, una filología que se sostendrá sobre la historiografía
nazi y la mistificación del völkisch. Es más, si se observan las
publicaciones de Auerbach, hasta 1933 su interés se había cen-
trado en la literatura italiana (Dante particularmente) y fran-
cesa, por lo que “Romantik und Realismus” representa una
clara intervención contra los acontecimientos que se estaban
sucediendo en Alemania:
Como ya he señalado, estos nuevos métodos [se refiere
a las transformaciones técnicas y su impacto en las for-
mas de representación, incluyendo el cine] son apro-
piados para la concreción de la verdadera [wahren]
realidad; han superado ampliamente la acumulación
positivista de datos empíricos y, al mismo tiempo, han
destruido su pretensión de valor intrínseco. Se advier-
te en ello una nueva voluntad de totalidad y de uni-
dad, aun cuando no pueda ser proclamada claramente
como una ley. A muchos esto les parece caótico, una
nueva fase del proceso de descomposición de la cul-
tura burguesa, y reclaman, en consecuencia, el retorno
del orden. Sin duda, en la medida en que es inteligible,
la verdadera realidad sólo puede ser presentada [vor-
gestellt] de manera ordenada. Pero difícilmente puede
este orden emerger a partir de una mera voluntad pro-
gramática, ya que tal orden sería necesariamente de-
masiado estrecho, sin importar el origen de sus leyes,
y además trataría de forzar la realidad a un molde, lo
que sería igualmente inútil. En verdad, el orden de la
realidad debe emerger de ella misma o, al menos, del
compromiso de los vivos [Lebenden] hacia ella. Solo así
podrá ser lo suficientemente amplia, firme y elástica
para comprender y abrazar a su objeto.

Esta sentencia se encuentra hacia el cierre de “Romantik und


Realismus”, ensayo que busca con urgencia y radicalidad en-

337
frentar la catástrofe que se vislumbra bajo la figura de Hitler,
razón por la cual recuerda que Stendhal y Balzac son herede-
ros de Dante y, sobre todo, de la historia del pueblo hebreo:
“Mucho antes del romanticismo, ya existía una forma de rea-
lismo trágico, una forma que concibió, con el fin de ordenarlo,
nuestro caótico mundo como una realidad auténtica. Me refie-
ro al realismo trágico de la Edad Media y su fuente, la historia
de Cristo. Este es, a diferencia de la antigüedad, el quiebre
más radical del principio de la separación de estilos y que
trajo consigo la más radical concreción del realismo trágico: la
historia que se origina con el sacrificio de Dios ante la realidad
terrestre”. De manera que este primer texto escrito y publica-
do en 1933 presenta el problema que Auerbach desarrollará
en Mimesis; da cuenta de un giro político sobre su trabajo,
un giro que se extenderá hasta “Filología de la Weltliteratur”
(1952) y “Epilegómenos a Mimesis” (1953) y que volverá a
profundizar en Lenguaje literario y público en la baja latinidad y
en la Edad Media (en particular en “Sermo Humilis”). Por ello
sorprende que lectores bastante posteriores, como Greenblatt
y Gallager señalen que Mimesis consiste en “un libro inmen-
samente ambicioso, pero sin un propósito, o al menos sin un
propósito declarado”. Si bien luego matizan esta afirmación,
el hecho de que el libro carezca de una introducción o de un
prólogo que afirme una posición parece hacerles dudar sobre
las pretensiones de Auerbach, sobre todo cuando afirman que
el libro “no hace ningún gesto hacia un relato completamente
integrado y secuencial”. Como vimos, Buarque de Holanda
comprendió sin problemas lo que con Mimesis se buscaba, por
lo que si es dable para ciertos lectores reconocer la política
de la filología desarrollada por Auerbach, ello implica que
ningún fragmento de los que comenta ha sido seleccionado al
azar. Creo, y esta es solo una especulación, que como Buarque
de Holanda pensaron quienes acometieron la tarea de publi-
car en español Mimesis.

338
II

La historia de la traducción de Mimesis también es una his-


toria de exilios. El primero que podría ser nombrado es el
de Raimundo Lida (1908-1979), quien había llegado desde
Lemberg (hoy Lviv, Ucrania, pero entonces una ciudad aus-
tro-húngara) a Argentina con menos de un año de edad, pues
su familia (que hablaba yiddish) formó parte de la emigración
judía que se trasladó hacia América a inicios del siglo XX. Allí
desarrollará sus estudios y posterior carrera académica como
argentino, ya que se nacionalizará alrededor de los 22 años. Se
licenció en letras, aunque la filosofía (desde Spinoza a Croce,
pasando por Hegel, Herder, Fichte, Schlegel y Kant) fue cen-
tral para su trabajo. Pero en 1947 tendrá que exiliarse y lo
hará en México, gracias a que Alfonso Reyes le extendió una
invitación para trabajar en El Colegio de México. Ya instalado,
se conectará con el Fondo de Cultura Económica y al parecer
con tan buenas relaciones que propondrá en 1949 la creación
de una colección dedicada a los estudios literarios, con el fin
de fortalecer el desarrollo de las humanidades, una propuesta
que fue aceptada y que luego presentó en el “Catálogo ge-
neral” en los siguientes términos: “Orientada de tal modo
la serie de lengua y literatura, no hay peligro que degenere
en archivo ilegible. Conversación viva es la que traen estos
libros. Inútil señalar la importancia de tan cuidadosa siembra
para países como los nuestros, gravemente necesitados de
buena crítica. Cada libro enriquece con una nueva voz el coro
de la comprensión inteligente y cordial”.
El primer libro de esta “conversación viva” que Lida
propondrá será Mimesis, traducido por Ignacio Villanueva y
Eugenio Ímaz. Difícil imaginar otro texto para dar comienzo
a un archivo legible del que hoy también forman parte Ernst
Robert Curtius, Georges Dumézil, Roman Jakobson, Víktor
Shklovski, Wayne C. Booth, Irving Albert Leonard, Walter
J. Ong, George Steiner, Paul Veyne, Terry Eagleton, Rafael
Rojas, entre otros. Mimesis, “sin páginas de agradecimientos,
sin prólogo metodológico, sin introducción teórica”, era ideal,
y lo sigue siendo, para comenzar a conversar y debatir sobre la

339
literatura de manera rigurosa, pero sobre todo para aprender
a leer atentamente un texto y sus condiciones de posibilidad,
en una especie de Close Reading que no oblitera la historiza-
ción, sino que hace de ella una de sus principales estrategias
de lectura. En cuanto a los traductores, ambos son exiliados
vascos, aunque la información que conocemos es desigual. De
Villanueva casi no se encuentran noticias, salvo que su trabajo
de traducción se reduce al capítulo V de Mimesis, “Nombran
a Roldán jefe de la retaguardia del ejército francés”. Ímaz,
por su parte, llegó a ser una figura relevante en el Fondo de
Cultura Económica, desempeñándose como traductor, editor
y consejero. Junto a su familia, arribó a México en 1939 bajo
la categoría de refugiado, y una vez establecido, cuenta José
Ángel Ascunce, continuó desempeñando “su trabajo para la
junta, para la República, para el pueblo”.
De manera que la publicación de Mimesis en el Fondo
se ancla, como señaló Carlos Rincón en un relato pormeno-
rizado –creo que el primero y el único que se ha escrito al
respecto– sobre su recepción latinoamericana, se debe a “dos
características estables de la historia de la cultura intelectual
latinoamericana, la inmigración y la suma de transferencias
culturales” que aquella provoca, escenario, agrega Rincón,
que “proporciona una primera clave para entender la cir-
cunstancia específica de la recepción de Auerbach en América
Latina”. Por otra parte, habría que agregar que el aconteci-
miento más relevante provocado por este desplazamiento
humano y cultural tiene que ver con la edición definitiva de
Mimesis, pues no solo la del Fondo es su primera traducción,
sino que además esta le entregó la forma que tendría en edi-
ciones y traducciones posteriores. Ha sido Karlheinz Barck,
creo, quien con más fuerza lo ha señalado, por lo que vale la
pena citarlo en extenso:
En el Fondo de Cultura, después de haberse infor-
mado en detalle del proyecto, estaban entusiasmados
con la idea de traducirlo; pero bajo una condición in-
cuestionable: que sin un capítulo sobre la literatura y
la cultura españolas, la cosa no podría marchar. Sería

340
impensable que en un libro con este tema, la repre-
sentación de la realidad en la literatura occidental,
estudiado en España por no pocas figuras de calidad
y competencia, se pasase por alto los problemas del
realismo español. Los aficionados de Auerbach en, y
alrededor, del Fondo de Cultura, eran unánimes en
su opinión de que se debería pedir a Auerbach que
solventase esta laguna de su libro. Auerbach, que no
era hispanista, pero que desde sus años de Marburgo
había tenido a su lado, casi como su mano derecha, a
Werner Krauss, quizás el mejor hispanista alemán del
siglo XX, que fue su sucesor en la cátedra de Romanistik
después de que los nazis lo expulsaran de la misma,
aceptó sin rodeos escribir un capítulo sobre España.
Lo hizo durante la segunda mitad de 1949, cuando la
traducción de Mimesis estaba ya en camino. El libro,
en su forma enriquecida por un horizonte hispano-eu-
ropeo, apareció a finales de 1950. […] Mucho antes de
que Mimesis fuera, o pudiera ser, recibido y discutido
en la propia España, los exiliados españoles de la mis-
ma generación de Auerbach habían ya preparado el
terreno para un debate intercultural.

Como sabemos, los problemas del realismo español fueron


finalmente desarrollados en el que ahora es el capítulo XIV,
“La Dulcinea encantada”. En la primera edición, publicada
en 1946, Auerbach señala en el famoso epílogo que Mimesis es
un libro incompleto: “Cada uno de los capítulos trata de una
época, a veces relativamente breve, medio siglo, otras veces
mucho más larga. Entre ellos, hay también huecos, es decir,
épocas que no han sido tratadas así, por ejemplo, la antigüe-
dad, que me ha servido tan solo de introducción [comentario
de Greenblatt y Gallager pasan por alto], o la Edad Media
temprana, de la cual conservamos poquísimos documentos.
También hubiera sido posible intercalar después capítulos
sobre textos ingleses, alemanes y españoles […]”. En parte,
entonces, la sugerencia de agregar un capítulo sobre el realis-
mo español contribuyó a subsanar algunos de los vacíos del

341
proyecto inicial, y de ello da cuenta explícitamente su publica-
ción alemana. En 1951, ocho años antes de la nueva y comple-
ta edición de Mimesis en alemán, Auerbach publicó el nuevo
capítulo, “Die verzauberte Dulcinea”, con la siguiente nota:
“Este es un capítulo adicional de Mimesis. Fue escrito para
la edición española del libro [Dies ist ein zusätzliches Kapitel
zu Mimesis. Es wurde für die spanische Ausgabe des Buches ges-
chrieben]”. La edición definitiva de Mimesis, que data de 1959,
publicada por tanto 13 años después de la primera edición
(que no se publicó en 1942, como se señala en algunos textos)
anuncia ya en los créditos, bajo la noticia de que el libro fue
escrito entre mayo de 1942 y abril de 1945, que el capítulo XIV
ha sido agregado en 1949, y en el capítulo mismo volvemos
a encontrar una nota muy similar a la de 1951: “Este capítulo
se escribió en 1949 para la traducción española, tres años des-
pués de la publicación de la [primera] edición alemana [Dieses
Kapitel wurde erst 1949, drei Jahre nach dem Erscheinen der deuts-
chen Erstausgabe, für die spanische Übersetzung hinzugefügt]”. En
cuanto a la primera edición mexicana, en la solapa se señalaba
algo similar: “Para esta edición, el autor ha añadido especial-
mente un magnífico ensayo sobre el Quijote”.1 Pero como
las solapas desaparecieron de las futuras reimpresiones y las
que hoy cuentan con ellas, se encuentran en blanco, aquella
noticia no volvió a aparecer, olvidándose así que la primera
edición definitiva de Mimesis es la que publicó el Fondo de
Cultura Económica en 1950.
Lo remarco porque ni la edición estadounidense, ni ahora
la mexicana señalan este hecho. Es más, la edición inglesa in-
dica “Written in Istanbul between May 1942 and April 1945.
First published in Berne, Switzerland, 1946, by A. Francke Ltd.
Co.”, con lo cual se da a entender que el libro en su conjunto,

1. En la primera edición mexicana, y por lo menos hasta los años setenta,


la portada del libro señalaba: Mimesis: la realidad en la literatura. La palabra
“representación” no aparecía, aunque el título completo sí se consignaba
en el interior. Pero durante varios años el libro fue conocido en español
tan solo como Mimesis: la realidad en la literatura, y así fue, por ejemplo,
como lo reseñó Stephen Gilman en el primer número de la Nueva Revista
de Filología Hispánica de 1952.

342
los veinte capítulos, fueron escritos en Estambul, siendo que
el capítulo XIV fue escrito en Estados Unidos especialmente a
solicitud de la editorial mexicana. Resulta sintomático enton-
ces que el español sea descartado cuando se considera la ela-
boración de Mimesis, aún más cuando su autor, como indicó
Edward Said –quien, por cierto, nunca se interesó por el lugar
de la traducción mexicana–, se formó en una tradición (la de
la filología hermenéutica) caracterizada por “su generosidad
metodológica y, pese a que pueda parecer una contradicción,
con su extraordinaria atención a los pequeños detalles locales
de otras culturas e idiomas”. Esto lo señaló Said en la intro-
ducción a la edición cincuentenaria de la traducción inglesa,
texto que luego fue republicado en su libro Humanismo y
crítica democrática, agregando una nota en la que, entre otras
cosas, afirma: “Mimesis, de Auerbach, fue escrita en lengua
alemana en Estambul durante la Segunda Guerra Mundial,
pero se publicó en lengua inglesa en Estados Unidos en 1953”,
afirmación que lo contradice a él mismo, que al desconsiderar
la traducción en español, ha pasado por alto la “atención a los
pequeños detalles locales de otras culturas e idiomas”.
Pero hay otras traducciones que sí señalan este hecho. La
brasileña, por ejemplo, traduce la nota de Auerbach, lo mis-
mo que la francesa y la italiana, pero en la página legal se
mantiene el “Escrito en Estambul entre mayo de 1942 y abril
de 1945” y se ha eliminado la noticia del texto dedicado a
Cervantes. En síntesis, la edición definitiva de Mimesis no se
dio en alemán, sino en español, luego de la cual vendrán las
traducciones estadounidense (1953), italiana (1956), hebrea
(1958), francesa (1968), brasileña (1971), entre otras, antes y
después, y en cada una de ellas, los veinte capítulos se publi-
carán tal como se publicaron en México en 1950.
De manera que la negación de la importancia de la edición
en español que comete la traducción inglesa, la que mayor
circulación ha tenido y la que ha posibilitado en gran medi-
da, gracias al trabajo del mismo Edward Said, la vigencia de
Auerbach, aunque ello no la exculpe, posiblemente se pueda
dar gracias a que, como ha observado Lorenzo Renzi

343
el nuevo capítulo se adapta de forma natural al lugar
que se le da, precedido, hacia el final del capítulo XIII,
dedicado a Shakespeare (“El Príncipe cansado”), por
una serie de consideraciones sobre la literatura espa-
ñola del Siglo de Oro, sobre todo del teatro de Lope
de Vega y Calderón, y sobre el propio Cervantes. Uno
tiene la impresión de que la adición del capítulo, aun-
que haya sido generada por la traducción al español,
no era en absoluto algo que incomodara a Auerbach.
Sería precipitado decir, como se podría llegar a pensar,
que Auerbach había tenido listo el capítulo para la edi-
ción alemana y luego lo había eliminado por su propia
voluntad o la de los demás: pero no hay pruebas, y es
una hipótesis que de plano hay que descartar.

Efectivamente, es como si el capítulo siempre hubiera estado


ahí, antecedido por Shakespeare y el Siglo de Oro y continua-
do por la tragedia francesa y la restauración de la distinción de
los estilos. Esta perfecta estructura posiblemente se deba, por
una parte, a que Auerbach sí tenía un “propósito declarado”,
así como “un relato completamente integrado y secuencial”:
“La cicatriz de Ulises” es claramente un texto introductorio,
como lo afirmó el mismo Auerbach, pues en él se establece
la existencia de dos formas de narrar, de los dos estilos que
ejercerán a lo largo del tiempo “su acción constitutiva sobre
la representación europea de la realidad”. De manera que los
capítulos siguientes, incluyendo el injertado, darán cuenta a
partir de un método de lectura (y escritura) que prácticamen-
te lleva su firma (el análisis detallado del texto que abre cada
capítulo), de la Stilmischung, la teoría de la mezcla de estilos al
centro de Mimesis. Por otra parte, tanto su propósito como su
método, no son nuevos, es decir, no aparecen por vez primera
en este libro. Respecto de lo primero, en el epílogo señala:
El tema de este libro, la interpretación de lo real por
la representación [Darstellung] literaria o “imitación”
[Nachahmung], me ocupa desde hace largo tiempo.
Originalmente, partí del planteamiento platónico del
problema en el libro 10 de la República, la mimesis en

344
tercer lugar después de la verdad, en relación con la
pretensión de Dante de presentar en la Comedia una
auténtica realidad. Con la observación de los cambian-
tes modos de interpretación de los sucesos humanos
en las literaturas europeas, se concentró y precisó mi
interés, y se desarrollaron algunas ideas directrices
que he intentado seguir.

En cuanto al “método”, este no es algo que Auerbach de-


sarrollara en los años 40. Al poco tiempo de haber llegado
a Estambul (alrededor de un año, quizá menos), publicó
“Sobre la imitación seria de lo cotidiano” [“Über die ernste
Nachahmung des Alltäglichen”] (1937), ensayo que no solo
comienza tal cual lo hace cada capítulo de Mimesis, con un
fragmento (de Madame Bovary en este caso), sino que además
reproduce toda la primera parte en Mimesis, sin ninguna dife-
rencia, mientras algunas de las propuestas de lectura de las
siguientes partes (consta de 5) aparecen tan solo indicadas
de manera parcial, así que el libro no fue escrito entre 1942
y 1945, como se afirma en la edición princeps y se reproduce
desde entonces en cada edición y traducción, sino entre 1933
y 1945. El mismo Auerbach, por cierto, lo señala, si bien de
manera tangencial, pero se lo ha pasado por alto.
Empero, lo más relevante es el título mismo del ensa-
yo, dado que prefigura, para usar una palabra del mismo
Auerbach, el propósito de Mimesis, la imitación seria (ernste
Nachahmung) de lo cotidiano, y de la que no solo escribirá
en el capítulo XVII (“La mansión De la Mole”), dedicado a
la obra de Stendhal, Balzac y Flaubert, nombres clave del
nacimiento y desarrollo del realismo contemporáneo, sino
también en el capítulo II (“Fortunata”), con lo cual vemos que
hay una clara articulación en el recorrido que (se) ha trazado.
En el capítulo XVII muestra el desarrollo de un tratamiento
serio de la realidad cotidiana, tratamiento del que Flaubert
será un maestro, al re-presentar “el ascenso de grupos huma-
nos amplios y de bajo nivel, por un lado, hasta convertirse
en temas de representación problemático existencial, y, por el
otro, la inclusión de personas y sucesos vulgares, en el curso

345
global de la historia de la época”, todo lo cual constituye para
Auerbach (y como muy bien ha resaltado Jacques Rancière),
las bases del realismo moderno. En cuanto al segundo capí-
tulo, se nos informa allí que la “literatura antigua no fue ca-
paz de representar [darzustellen (presentar)] la vida ordinaria
[alltägliche Leben] de manera seria [ernsthaft], problemática”;
una obra como la de Petronio, por ejemplo, que se encuentra
“abundantemente salpicada de motivos mágicos, aventure-
ros, mitológicos y, sobre todo, eróticos”, simplemente “no
puede ser considerada como imitación [Nachahmung] de la
existencia cotidiana [alltäglichen Daseins]”. De modo que si re-
paramos en la terminología empleada por Auerbach, motivo
por el cual he abusado de los paréntesis cuadrados, veremos
en sus textos una preocupación que ha persistido a lo largo
de los años, una preocupación, como señalé más arriba, que
comenzó en 1933, y que se extenderá a lo largo de toda su
carrera. Para comprender cómo trabaja Auerbach, habría que
recurrir también a su ensayo, “Filología de la Weltliteratur”,
en el que encontramos la descripción tardía de su forma de
leer, aunque extrañamente no la refiere a Mimesis, sino a
Literatura europea y Edad Media latina, de Ernst Robert Curtius.
Para Auerbach, cualquier trabajo filológico debe plantearse el
problema del comienzo, que es el del “descubrimiento de un
fenómeno central y acotado” que opere como “punto de par-
tida” para una investigación: “para la realización de un gran
propósito sintético hay que encontrar primero un punto de
partida [Ansatzpunkt], en cierto modo un pretexto, que permi-
ta abordar el objeto”. Luego de lo que hemos revisado, no es
difícil percibir cuál es el punto de partida de Auerbach y me-
nos aún si nos detenemos en lo que entiende por tal concepto:
La particularidad de un buen punto de partida es, por
un lado, su concreción y su concisión, y, por el otro,
su potencial fuerza de irradiación […]; cualquiera de
estas opciones puede ser un punto de partida, pero
debe irradiar, de tal modo que a partir de él pueda
abordarse la historia del mundo [Weltgeschichte] […].
Un buen punto de partida debe ser exacto y objetivo

346
[…]; las categorías abstractas, cualquiera sea su clase,
no servirán. Son entonces peligrosos conceptos como
“el barroco” o “lo romántico”, lo mismo que “lo dra-
mático” o “la idea de destino”, “intensidad” o “mito”,
también “el concepto de tiempo” o “perspectivismo”.
Estas palabras pueden ser usadas cuando su sentido
se deriva del contexto, pero tomados como puntos de
partida resultan demasiado ambiguas para designar
algo preciso y firme. El punto de partida no debería ser
algo general que se le impone al objeto desde afuera,
sino una parte íntima y orgánica del tema.

Cómo no ver en la diferenciación de los estilos y su irradia-


ción o su mezcla en el tiempo el método de Mimesis, pues
ahora se nos hace evidente que es a partir de tal punto de
partida que puede abordarse la historia del mundo tal como
lo ha hecho Auerbach. Se podrá reconocer entonces que para
comprender el lugar y la importancia de un libro como este,
debemos revisar atentamente aquello que Auerbach escribió
antes y después de Mimesis, como también poner atención al
lenguaje empleado. Sin embargo, sabemos finalmente que lo
que contribuiría de manera efectiva sería una nueva y ano-
tada traducción, que contemple un aparato crítico que de
cuenta del uso de su terminología, así como de los materia-
les que emplea, pues la teoría de Mimesis no necesitó de una
introducción que la presentara, ni de un método explícito,
porque la teoría atraviesa el libro, mientras su método articu-
la a Virginia Woolf con Homero. Como veremos enseguida,
ha sido Jacques Rancière quien lo percibió de manera tal que
su propia reflexión sobre la política de la literatura, que no
es otra que una relectura de la teoría de la mezcla de esti-
los (Stilmischung), sencillamente no existiría si no fuera por
Mimesis.

III

Gracias a Edward Said, uno de los más renombrados lectores


de Auerbach, se nos ha hecho bastante corriente comenzar a

347
resaltar no el famoso inicio de Mimesis, aquel donde se com-
para el reconocimiento de Ulises por parte de su nodriza
Euriclea, con el sacrificio de Isaac, sino su final, precisamente
el penúltimo párrafo, donde el autor refiere las condiciones
bajo las cuales escribió este libro hacia la mitad de su exilio
en Estambul, en plena Segunda Guerra Mundial, hace más de
setenta años.
Ahí no existe ninguna biblioteca bien provista para
estudios europeos, y las relaciones internacionales es-
taban interrumpidas, de modo que hube de renunciar a
casi todas las revistas, a la mayor parte de las investiga-
ciones recientes, e incluso, a veces, a una buena edición
crítica de los textos. Por consiguiente, es posible y hasta
probable que se me hayan escapado muchas cosas que
hubiera debido tener en cuenta y que afirme a veces algo
que se halle rebatido o modificado por investigaciones
nuevas […] Por lo demás, es muy posible también que
el libro deba su existencia precisamente a la falta de una
gran biblioteca sobre la especialidad; si hubiera tratado
de informarme sobre todo lo que se ha producido sobre
temas tan múltiples, quizá no hubiera llegado nunca a
poner manos a la obra.2

En El mundo, el texto y el crítico, uno de los principales libros


de Said, la primera mención de este trabajo, es la siguiente:
“Todo lector de Mimesis, de Erich Auerbach, uno de los libros

2. En 1943, Auerbach escribió un libro (en francés) para sus alumnos,


Introduction aux études de philologie romane (Frankfurt, Klostermann),
traducido y publicado en Turquía en 1944. El libro es un recorrido histórico
muy similar al desarrollado en Mimesis. Por otra parte, en el prefacio de
esta edición, leemos una sentencia similar a la del epílogo citado: “Este
libro fue escrito en Estambul en 1943 […] Eso aconteció durante la guerra:
estaba lejos de las bibliotecas europeas y norteamericanas; casi no tenía
contactos con mis colegas del extranjero, y hacía mucho tiempo que no
leía libros ni revistas recién publicadas”. La traducción inglesa de este libro
eliminó la introducción, “which we felt”, indica el editor, “to be unnecessary
for Western students, although of considerable interest in itself”. De este
libro no hay traducción al español.

348
de crítica literaria más admirados e influyentes que jamás se
hayan escrito, queda impresionado por las circunstancias en
que se produjo la escritura del libro”. Vemos que a Said no
le interesa, ni aquí ni en otro lugar, el método filológico de
Auerbach, sino algo así como una condición existencial que
encontramos a lo largo del trabajo del profesor alemán, dado
que Mimesis es uno de los mayores libros del humanismo oc-
cidental escrito precisamente desde su borde externo, desde
la misma tierra que vería partir hacia el exilio al primer histo-
riador de Grecia.
Debido a su origen judío, en 1935 Auerbach tuvo que
renunciar a su puesto en la Universidad de Marburgo, para
terminar instalándose en Turquía por un buen tiempo (1936-
1947), trasladándose posteriormente a Estados Unidos, donde
fallecería en 1957. Auerbach, como Said mismo, vivieron el
resto de sus vidas en el exilio (diferencias aparte), y ambos
hicieron de esta condición, una posibilidad para la crítica.
En el ensayo “Philologie der Weltliteratur” (1952), Auerbach
hace suya una reflexión de Hugo de San Víctor que le per-
mite leer la producción textual de más de veinte siglos con
una requerida distancia estratégica: “Es tierno todavía aquel
para el que la patria es dulce; en cambio, es ya fuerte aquel
para el que cualquier tierra es su patria: por el contrario, es
perfecto aquel para el que el mundo entero es su exilio”. San
Víctor apuntaba, en el siglo XII, a uno de los requerimientos
más importantes para aprender a leer, dado que esta cita se
encuentra en el tercer libro del Didascalicon, correspondiente
a la reflexión de un capítulo titulado “Sobre una tierra extran-
jera”, tierra a la que pertenece, según San Víctor, todo aquel
dedicado al pensar, pero que él llamaba, en su siglo, filósofo.

IV

Ahora bien, luego de varios años de encontrarse ausente


de gran parte de las librerías de/en lengua española (como
también de algunas bibliotecas), la reciente republicación
de Mimesis, impulsada tal vez por el texto introductorio que

349
escribió Said para la edición en inglés publicada a propósito
de sus 50 años, texto que la última reimpresión por parte del
Fondo ha incorporado (aunque continúa sin hacer ninguna
mención a la importancia de su edición mexicana de 1950),
nos permite volver a discutir su pertinencia más allá de su
potencia existencial, con tal de retomar su fuerza crítica y,
también, política. Ello porque un desarrollo teórico más o me-
nos reciente ha regresado al trabajo crítico de Mimesis (pero
también una serie de publicaciones acaecidas en los últimos
años han recordado que Auerbach todavía tiene mucho que
aportar a nuestro tiempo3). Me refiero en particular a la teoría
estética del filósofo francés Jacques Rancière, quien de ma-
nera no siempre explícita, ha retomado el análisis filológico
para reinscribirlo en nuestra contemporaneidad; pero antes
de señalar el lugar que Mimesis adquiere en su trabajo, nece-
sitamos recordar otra de las propuestas de Auerbach, aquella
que, como el realismo criatural, también opera bajo la idea de
punto de partida.
Cuando Auerbach escribió Mimesis, el hilo conductor con
el que analizó los distintos textos que se encargaban de la
representación de la realidad, tenía un nombre: interpreta-
ción figural, también llamado realismo figural, una forma de
leer que le permitió, como indica el subtítulo, ocuparse de
“la representación de la realidad en la literatura occidental”.
Cuatro años antes de que su libro más conocido entrara en
circulación, y, por tanto, también desde el exilio, Auerbach
había publicado en una revista de filología un ensayo titulado
“Figura” (1938), donde ya hacía gala de la productiva mez-
cla de historia y crítica literaria que caracterizará a Mimesis.
Recordemos que la interpretación figural es una estrategia de
lectura que se vale de dos términos centrales, la figura como
tal y la consumación o cumplimiento, y que surgió cuando los

3. Ver Karlheinz Barck y Martin Treml, eds., Erich Auerbach. Geschichte


und Aktualität eines europäischen Philologen, 2007; Paolo Tortonese, Erich
Auerbach, la littérature en perspective, París, Presses Sorbonne Nouvelle,
2009; Erich Auerbach, Romanticismo e realismo, ed. Riccardo Castellana
y Christian Rivoletti, Pisa, Edizioni della Scuola Normale Superiore, 2010.

350
cristianos necesitaban conciliar el Antiguo Testamento con el
nuevo, cuando necesitaban explicarse a Cristo. Para aquellos
lectores, el primer término configura y da cumplimiento al
segundo. La figura, por tanto, permite darle mayor fuerza
a la idea de realismo con la que está operando, a saber, un
realismo “que es ajeno a la antigüedad”, según indica en sus
“Epilogómenos a Mimesis”.
Para Auerbach, la figura es un acontecimiento verdadero e
histórico que representa y anuncia otro acontecimiento igual-
mente verdadero e histórico. En Mimesis, la define citando
su propio trabajo “Figura” del siguiente modo: “La inter-
pretación ‘figural’ ‘establece una relación entre dos aconteci-
mientos o personas, por la cual uno de ellos no solo tiene su
significación propia, sino que apunta también al otro, y éste,
por su parte, asume en sí a aquel o lo consuma. Los dos polos
de la figura están separados en el tiempo, pero, en tanto que
episodios o formas reales, están dentro del tiempo’”. Este será
entonces un punto de partida que también le permitirá reco-
rrer no el devenir de la representación, sino el de la realidad
re-presentada a lo largo de su historia. Ello porque como ha
recordado de manera acertada Hayden White (1996), el subtí-
tulo de este libro (Dargestellte Wirklichkeit in der abendländischen
Literatur) desvía la atención del objetivo de Auerbach, pues
su acento no estaba puesto tanto sobre la “realidad” como
sobre la “re-presentación”, esto es, sobre la presentación de
la realidad en el texto. Tal traducción impide comprender
entonces que en Mimesis re-presentación (Vorstellung) no se
corresponde con un objeto –como se desprende del subtítu-
lo–, sino con una actividad, la actividad misma de presentar
una realidad (Wirklichkeit) (como en el teatro, pues Vorstellung
también refiere “espectáculo”). (Por otra parte, como me ha
sugerido Horst Nitschack, habría que reparar también en la
expresión Wirklichkeit (realidad), inventada por el Maestro
Eckhart para traducir la palabra latina “actualitas”, lo que es
en actus, término romano que, a su vez, traduce el vocablo
griego (aristotélico) entelechia (que el alemán traducen como
Wirk-fähigkeit, “capacidad de acción”) o energeia. De manera

351
que fueron filósofos medievales los que transformaron la ente-
lechia de Aristóteles en actualitas, término que, como el alemán
Wirklichkeit, sugiere hacer, operar, efectuar, actuar (agere, wir-
ken), lo cual indica entonces que dargestellte, en tanto presen-
tación, se relaciona con una Wirklichkeit4 que es producto de
una actuación, cuestión que el término español “realidad” no
contempla).
Para White, por tanto, la mejor forma de comprender el sub-
título sería “la realidad presentada en la literatura occidental”.
Antes de White, Käte Hamburger había insistido en un punto
similar, pero a partir de una cuidadosa lectura de los términos
griegos de poesía (ποίησις) y mimesis (μίμησις). Aristóteles,
recuerda Hamburger, define en la Poética a la poesía mediante
el concepto de mimesis, con lo cual se estaría afirmando que
“ambos comparten a su juicio idéntico significado”, es decir,
que entre poesía y mimesis se da una relación de identidad.
El problema surgió cuando, por un lado, se obliteró que los
dos términos refieren “hacer o producir” y, por otro, cuando
mimesis fue traducido como imitación, con lo cual se carga “al
término con el sentido de ‘copia posterior’”. Y concluye:
Al darle a su obra Mimesis como subtítulo Dargestellte
Wirklichkeit, E. Auerbach rehabilitó a ese concepto
proscrito dándole de nuevo su auténtico sentido aris-
totélico. Pues una consideración más detallada de las
definiciones de Aristóteles muestra que el matiz de
“copia posterior” que ciertamente contiene su concep-
to de μίμησις es mucho menos decisivo que el sentido
fundamental de presentar, hacer […]; [de manera que]
el acento del concepto mimesis no ha de recaer sobre
el matiz de imitatio o copia posterior: éste sólo entra a
formar parte del concepto en la medida en que sea la

4. Al respecto, Martin Heidegger señala en “Ciencia y meditación” lo


siguiente: “La palabra aristotélica fundamental para la presencia, ἐνέργεια
[enérgeia, actividad, operación], sólo es traducida correctamente por
nuestra palabra ‘realidad’ [Wirklichkeit] siempre que, por nuestra parte,
pensemos al mismo tiempo griegamente el ‘actuar’, en el sentido de: ex-
traer-en lo desvelado, y a-portar-en la presencia”.

352
realidad humana la que brinda su material a la compo-
sición literaria que presenta y “hace” seres humanos.

El libro de Hamburger resulta fundamental para recuperar la


fuerza de la lectura de Auerbach, pues de lo que se trata es de
presentar e incluso de exponer un nuevo reparto de los luga-
res asignados por la misma Poética. Por ello no es casual que
cuando Georges Didi-Huberman hace referencia a los pue-
blos expuestos y figurantes, lo haga revisando la lectura de
Auerbach que realiza Pasolini, dado que lo que le interesa a
ambos es la figuración de lo real, así como la presentación de
lo bajo, del pueblo, que propone el filólogo: “a la manera de
Auerbach”, escribe Didi-Huberman, “Pasolini opone al cine
clásico del estilo sublimis ese neorrealismo humilis portador,
en el dominio estético, de una verdadera ‘renovación política’
(rinnovamento politico)”.
Por otra parte, si bien Auerbach rechaza dar una defi-
nición de realidad (506), no es difícil indagar en lo que por
ella entiende, pues debemos recurrir a Giambattista Vico (no
extrañamente otra referencia obligada para Said) para seña-
lar que para el filólogo la realidad es la naturaleza humana
modulada históricamente (cíclicamente diría el pensador
napolitano), realidad que ha sido y seguirá siendo produci-
da por la acción de los humanos a lo largo de su porfiado
devenir, y es por ello que podemos conocerla. Se ha dicho que
Auerbach inició su carrera ocupándose de Vico, lo cual no es
del todo cierto. Como ha recordado Carlo Ginzburg, antes de
publicar su traducción de La Scienza nuova al alemán en 1924
y la introducción a la filosofía de Vico de Benedetto Croce en
1927, ya había publicado la traducción de un soneto de Dante
y un pequeño (pero significativo) ensayo sobre el florentino
en 1921. Lo que entonces sí es cierto es que Vico y Dante se-
rán dos de las mayores preocupaciones que Auerbach man-
tendrá a lo largo de toda su vida académica y ambos estarán
presentes en la estructura de Mimesis, aunque no siempre de
manera explícita. Su primer ensayo sobre Vico data de 1922,
pero más relevante para nosotros resulta uno posterior titula-
do “Vico and Aesthetic Historism”, escrito inicialmente para

353
ser presentado como conferencia en la American Society for
Aesthetics (Cambridge, 1948), y también publicado en una
revista de filología un año más tarde. En este texto, podemos
encontrar de manera más precisa lo que llevó a Auerbach a
interesarse por La Scienza nuova:
[L]a convicción de que cada civilización y cada perio-
do tiene sus propias posibilidades de perfección esté-
tica; que el trabajo del arte de diferentes periodos y
pueblos, además de sus determinadas formas de vida,
debe ser entendido como el resultado de condiciones
individuales variables, y cada producto tiene que ser
juzgado por su propio desarrollo, no según reglas ab-
solutas de belleza y fealdad.

De manera que para Auerbach, el horizonte estético es una


determinada (“nuestra” indica él) perspectiva histórica fun-
damentada en el historicismo, perspectiva realizada en la
época de los hombres, pues “no hay conocimiento sin crea-
ción” humana, hasta tal punto que casi se podría decir que
no hay conocimiento sin poesía, sin mimesis. Así que si la
historia es hecha por los hombres, entonces puede y debe ser
comprendida y transformada por ellos: solo podemos conocer
aquello que hemos hecho, señaló Vico con una radical convic-
ción. Mimesis entonces no es tanto un libro sobre la represen-
tación como tal, es decir, de la “imitación” de una realidad
extra-verbal; es, en cambio, un libro acerca de las formas en
que la experiencia humana ha sido re-presentada y expuesta
en diversos textos a lo largo de la historia; y como esta cambia
con cada época, cada época tendrá su propia figuración de
la experiencia e incluso más de una, como lo indica de una
manera magistral “La cicatriz de Ulises” al comparar el texto
homérico con el Antiguo testamento, mostrándonos dos for-
mas o estilos de re-presentación que a lo largo de la historia
tendrán encuentros y desencuentros, aunque siempre habrá
alguno que domine o –como en el caso del mismo Auerbach–
que se privilegie.

354
Por último, para Vico, y también para Auerbach, el deve-
nir terreno no tiene un punto de cierre, sino que se encuentra
abierto a la transformación, lo que permite que la literatura
siempre permanezca dispuesta a la renovación de sus for-
mas de tratar y exponer la experiencia, así como al impacto
de esta en el escritor mismo. Aquí es importante resaltar que
esta renovación no obedece a ninguna relación temporal de
causalidad, ya que el devenir de la literatura no es lineal sino
horizontal y anacrónico, como lo puede demostrar de mane-
ra muy clara el restablecimiento de la separación de estilos
aristotélica realizada por el clasicismo francés, separación que
tuvo lugar de una manera incluso más radical que la que le
dio vida. Auerbach recuerda al Racine que llegó a presentar
“el límite extremo de la separación estilística, del desprendi-
miento de lo trágico de lo cotidiano-real, a que ha llegado la
literatura europea”, pues la tragedia antigua, de donde pro-
venía la base de tal restablecimiento, nunca fue tan intransi-
gente. La diferenciación de estilos tan acentuada en la Poética
de Aristóteles, tuvo altos y bajos, e incluso por momentos lle-
gó a desaparecer, gracias a la hegemonía que logró alcanzar
el método figural, que volvía irrelevante tal diferenciación,
como muestra de manera magistral, para Auerbach, la Divina
Comedia.
Es este punto, el quiebre de la poética aristotélica tan
bien caracterizado y defendido por Auerbach, el que es “res-
catado” por una preocupación política activa que recorre el
pensamiento de Rancière, que también estriba en la historia
humana y sus modos de aprehensión. Si la épica iniciada con
Homero se convertirá pronto en tragedia, enviando a la os-
curidad de la noche toda esa historia humana a la que se le
negará su lugar y su habla, pudiendo ser presentada tan solo
de manera bufa y adoquinezca en la comedia, Rancière insis-
tirá que la transtocación de la poética aristotélica se funda,
por tanto, en un acontecimiento político. Auerbach rastreará
aquella negada presencia a lo largo de los siglos, hasta encon-
trar, primero, en el realismo de Stendhal y de Balzac, y luego
en el de Zolá, uno de los mejores antídotos contra las leyes del

355
estagirita, cuestión que devela un compromiso político impor-
tante en la obra del filólogo, pero que, sin embargo, apenas ha
sido considerado. En su acaecer, tanto la diferenciación ge-
nérica, animada por un decoro apropiado a la naturaleza de
las acciones invocadas, como su indiferenciación a partir del
antiguo testamento, tuvieron que vérselas con la “profunda
historicidad”, negada por uno y resaltada por otro, dado que,
como ya recordamos, “tal como se formaron en los primeros
tiempos, han ejercido su acción constitutiva sobre la represen-
tación europea de la realidad”.

Si la política es, como señala Rancière, la injerencia en el


reparto de lo sensible, entonces una determinada literatura
es política porque no hace otra cosa que permitir una forma
heterogénea del reparto, porque lo que la literatura ha per-
mitido al dejar el régimen mimético de lado, es decir, con la
emergencia del régimen llamado estético es, como en Balzac,
la aparición “de cualquier tema, incluso el más bajo, a ser tra-
tado seriamente y, por tanto, la mezcla de estilo”, esa misma
mezcla que ya inicia Dante y realiza, magistralmente para
Auerbach, Zolá. Esta lectura tendrá un gran eco en Rancière.
En un pequeño texto publicado inicialmente en Rio de Janeiro
en 1995, Políticas da escrita, Rancière daba cuenta de su atenta
lectura de Mimesis. Algunos fragmentos de este libro serán
retrabajados luego en The Flesh of Words, donde se señala que
“la novela, como género –realista– moderno de la literatura,
es posible cuando ‘la totalidad de vida’ deja de ser presenta-
da simplemente como una dimensión extensiva de acciones
situadas sobre un nivel único, y la inteligibilidad de gestos,
palabras, y acontecimientos relatados comienzan a ser trata-
dos en una relación vertical respecto al fondo que los dispone
en una perspectiva dramática y como un destino de huma-
nidad”. En otras palabras, Rancière reconoce aquí que fue
Mimesis el libro que le permitió percibir aquella estética que

356
realiza el quiebre de lo que él mismo llama el régimen mimé-
tico aristotélico. Un par de frases más adelante, lo explicita:
Este punto de vista, señala Auerbach, es el que nos
permite fundar la tradición del realismo novelístico,
y romper así con el tabú de la división aristotélica de
los géneros poéticos impuestos sobre tal representa-
ción. En efecto, aquella tradición clasificó los géneros
según la dignidad del sujeto representado. Géneros
elevados –la tragedia o la epopeya– apropiados única-
mente para personajes elevados, como reyes o héroes.
La representación de los estratos bajos era trabajo de
géneros bajos, como la comedia y la sátira. Y Auerbach
presenta la historia de la negación de Pedro como un
contrapunto a dos historias que marcan los límites
del poder de representación en la tradición literaria
antigua.

Vemos aquí a un Rancière mostrando su filiación realista ex-


plícitamente, de manera que nos llama muchísimo la atención
que en sus posteriores libros, el nombre de Auerbach y el títu-
lo Mimesis, hayan prácticamente desaparecido de sus libros.
Aún más cuando vemos que no solo el pensamiento estético
de Rancière podría estar influido por Auerbach, sino también
sus textos filosóficos, pues nuestro autor ya había sido rele-
vante para un trabajo anterior de Rancière, y prácticamente
por el mismo interés que ya hemos señalado. A inicios de los
noventa, publicaba Los nombres de la historia (1992), donde
Mimesis nuevamente resaltaba por su interés en la historici-
dad de la vida humana. Rancière escribe:
En el capítulo dieciséis del primer libro de los Anales,
Tácito nos relata un acontecimiento subversivo: la
revuelta de las legiones de Panonia, excitadas, al día
siguiente de la muerte de Augusto, por un oscuro agi-
tador de nombre Percenio. Si este pasaje llama nuestra
atención es, por supuesto, porque ya ha sido objeto
de un comentario magistral, el de Erich Auerbach,
quien, en el segundo capítulo de Mimesis, comenta la

357
representación que da Tácito de una palabra y de un
movimiento populares oponiéndola a la que ilustra,
en el evangelio de San Marcos, el relato de la negación
de San Pedro.

Lo que hace interesante la tesis de Rancière es que el realismo


resaltado por Auerbach es reconocido inmediatamente como
una forma de lo político, y es ello lo que le permite acentuar
la radicalidad que acompaña la emergencia de aquello que
llama un nuevo régimen de visibilidad, un régimen para el
cual el arte no es político por los mensajes que porta, ni por la
representación de los conflictos sociales que pueda realizar o
vehiculizar. Por ello insisto en que Mimesis debe ser releído a
partir de una mirada desprejuiciada. A priori se ve la filología
desarrollada por Auerbach como una disciplina conservado-
ra, cuando habría que poner atención a sus constantes invo-
caciones al pueblo o sus críticas al capital que recorren todo
su libro. De ahí que no concuerde con Cristopher Domínguez
Michael, que ha señalado que “al inventarse a Auerbach, en
un gesto borgesiano, como su propio ancestro, Said asumió
abiertamente la pretensión, a la postre exitosa, de modifi-
car extemporáneamente el talante conservador del autor de
Mimesis y poner su doctrina al servicio de una nueva cruza-
da”. En realidad, es bastante miope esta observación, porque
Said no reconoció la política de la escritura de Auerbach, ni
reconoció la importancia de lo bajo para su teorización de la
mezcla de estilos. Completamente distinta es la lectura de
Rancière, para quien Mimesis daría cuenta que el arte o la li-
teratura son políticos en tanto arte o literatura, porque para
este régimen lo político reside en “la distancia que toman con
respecto a sus funciones, por la clase de tiempos y de espacio
que instituye, por la manera en que recorta este tiempo y pue-
bla este espacio”;5 en otras palabas, es político porque logra
instituir un espacio común diferente y específico al recortar
una esfera particular de la experiencia terrenal, porque, como

5. Jacques Rancière, El malestar en la estética, trad. Miguel Petrecca, Lucía


Vogelfang, Marcelo Burello, Buenos Aires, Capital Intelectual, 2001, p. 33.

358
leemos en El malestar en la estética, logra “reconfigurar el re-
parto de lo sensible que define lo común de la comunidad, en
introducir sujetos y objetos nuevos, en volver visible aquello
que no lo era y hacer que sean entendidos como hablantes
aquellos que no eran percibidos más que como animales rui-
dosos”. En síntesis, el arte y la literatura son políticos porque
se plantean de manera heterogénea al sensorium de la domina-
ción que vehiculiza el discurso poético de Aristóteles. Este es
un descubrimiento de Auerbach, un descubrimiento que nos
permite comenzar a releer Mimesis más allá de su condición
existencial, que es una de las formas más comunes en que se
lo ha estado leyendo, con tal de restablecer su potencia crítica,
y ver qué nos puede decir la representación figural/criatural
en un mundo denominado como posthistórico, ver, en otras
palabras, la política que la filología de Auerbach nos ofrece
para inventarle mundos a este que nos han impuesto. Por que
ahora sabemos que mimesis no es imitación (referencialidad),
sino, como la ficción, pura producción.

Viña del Mar, julio de 2017

[este texto corresponde a la presentación del tercer número


de Cuadernos de teoría y crítica, dedicado a Erich Auerbach,
publicado en septiembre de 2017. Contó con la valiosa ayuda
de Niklas Bornhauser, Iván de los Ríos, Andrea Kottow y
Claudio Soltmann, que colaboraron con las traducciones. Pablo
Gianera permitió republicar su traducción de “Filología de la
Weltliteratur” y César Domínguez aceptó la invitación a publicar
un pequeño texto que cerró la edición. Junto a la conversación
de Mary Luz Estupiñán, Hugo Herrera, Rafael Mondragón,
Evando Nascimento, Horst Nitschack, Clara Parra Triana y Miguel
Valderrama, me han permitido mantener un constante interés
por Auerbach, un interés que surge de leer y aprender de un
crítico que bien podríamos llamar “anacrónico” y, por tanto,
que está fuera de moda. Poco después de que se publicara el
Cuaderno, en octubre, visitamos La Habana para un encuentro
dedicado a Antonio Cornejo Polar. La mañana antes de tomar el

359
vuelo de regreso, caminando por la calle Obispo, Mary Luz miró
hacia la librería Ateneo Cervantes y supo reconocer, de costado,
un ejemplar de la edición cubana de Mimesis, publicada por la
editorial Arte y Literatura en 1986. Es la misma traducción del
Fondo de Cultura, aunque se le añade una “Invitación al lector”,
escrita por Rafael Hernández. Encuadernado en tapa dura, esta
edición es bastante singular. Se titula Mimesis, a secas. En
ninguna parte, salvo en la invitación de Hernández, se menciona
el subtítulo, aunque no como tal, sino como “epígrafe”, lo que
no deja de sorprender. Mucho menos se indica que el capítulo
dedicado a Cervantes fue escrito posteriormente. Aunque sí
aprovecha Hernández, en un tono cervantino, por cierto, la
oportunidad para deslizar una crítica, que habla más de él que
de Auerbach: “Uno se pregunta cómo fue hecho este corte en
la literatura occidental, sin que aparezcan las literaturas eslavas
ni otras tan importantes”. Con todo, es la edición más linda
que tengo. Ni la alemana, de Francke, se le acerca. La italiana,
de Einaudi, que Gastón Molina me compró en marzo de 2018,
tiene un mejor ensayo introductorio, pero ha sido publicada en
dos pequeños y apretados tomos. La compramos en moneda
local: costó 8 CUP, esto es, algo más de $200 pesos chilenos,
mucho menos de un dólar]

360
Argonautas
Crónica de la correspondencia entre
Erich Auerbach y Walter Benjamin

Tu proverai sì come sa di sale


lo pane altrui, e come è duro calle
lo scendere e ‘l salir per l’altrui scale.

E quel che più ti graverà le spalle,


sarà la compagnia malvagia e scempia
con la qual tu cadrai in questa valle;

che tutta ingrata, tutta matta ed empia


si farà contr’a te; ma, poco appresso,
ella, non tu, n’avrà rossa la tempia.

Dante, Paradiso, canto XVII.1

1. El 15 de septiembre de 1935 llegaba a su fin el séptimo


congreso anual del Partido Nacional Socialista Alemán de
los Trabajadores (NSDAP), realizado, a diferencia de los
anteriores encuentros, en la ciudad de Núremberg, de ahí
que las funestas leyes que se promulgaron aquel día lleven
su nombre. Sobre la base de diferencias raciales, las Leyes de
Núremberg legitimaron la exclusión de los judíos de cual-
quier posición e injerencia que pudieran tener sobre la educa-
ción y la cultura alemana.2 Ese mismo 15, Erich Auerbach se
encontraba en Siena de camino a Roma, aunque con el tiempo
suficiente para enviarle una carta a su colega y amigo Karl
Vossler, señalándole que ha surgido la posibilidad de emigrar
a Estambul; sin embargo, la propuesta que ha recibido no lo
convence del todo; la capital de Turquía, le han comentado,

361
es un buen lugar para pasar una estancia, pero no una larga
temporada, por lo que antes de tomar alguna determinación,
quiere agotar todas las posibilidades. A Vossler no le pide
solo sugerencias, sino también que le ayude a conseguir algún
puesto con el círculo ibérico, dado que él solo conoce, y de
manera fugaz, a Américo Castro.3 Con la misma intensión le
había escrito hacía tres días a Fritz Saxl, director del Instituto
Warburg (trasladado a Londres en 1933), preguntándole si se
necesitaba un bibliotecario, trabajo que él conocía muy bien,
pues lo había realizado por seis años (de 1923 a 1929) en la an-
tigua biblioteca prusiana del Estado de Berlín. Auerbach sabe
que no puede estar por mucho tiempo más en Alemania, y
necesita con prontitud “encontrar algo adecuado en el extran-
jero”, así que contacta a todos sus “amigos, colegas, y también
a aquellos con quienes ha compartido relaciones intelectua-
les”.4 Estas cartas lo muestran cercano a la desesperación…
su familia aún no conoce sus planes de emigrar, y no la quiere
preocupar innecesariamente. Seguramente también se en-
cuentra un tanto apesadumbrado por haber rechazado hace
menos de un año el ofrecimiento que le hiciera el Consejo de
Asistencia Académica de Londres, así que escribe a Inglaterra
con el fin de revertir su decisión y saber si el puesto continúa
disponible.

2. Hacia el final del verano de 1935, Auerbach había viajado


a Italia, posiblemente, señaló Kader Konuk, para “testear las
aguas del exilio”.5 En Boloña se reunió con Leo Spitzer, pues
fue él quien le informó sobre la posibilidad de reemplazarlo,
por segunda vez, en un cargo, como ocurrió cuando el autor
de Estilo y estructura en la literatura española dejó Marburgo
para trasladarse a Colonia, pero ahora no se trata del centro
de Europa, sino de su límite. Spitzer llegó a Estambul en 1933,
con el encargo de establecer un Departamento de Literaturas
Occidentales y solo dos años más tarde recibió un ofrecimien-
to para moverse a la Universidad Johns Hopkins (Baltimore,
Estados Unidos), ofrecimiento que aceptó inmediatamente.

362
Pero Auerbach quería “hacer lo correcto”,6 así que le pidió
más tiempo a su colega, quien le extendió hasta noviembre el
plazo para decidir. Mientras, las vacaciones continuarían en
Italia hasta inicios de octubre, aunque quizá más que de vaca-
ciones, este viaje consistía en la búsqueda de un espacio que
le permitiera imaginar la vida por venir fuera de Alemania.
Y fue precisamente en la capital italiana, un 21 de septiem-
bre, donde su esposa encontró un pequeño texto que les hizo
pensar con nostalgia en la ciudad en la que crecieron hacia
el mil novecientos, pero que el nazismo había comenzado a
borrar, quizá para siempre.7 El texto no solo les hablaba de
una conocida infancia berlinesa ya desaparecida, sino que
además estaba firmado por un intelectual cuya situación era
tan angustiante como la propia porque compartían el origen;
su nombre era Walter Benjamin, antiguo amigo al que posi-
blemente no veían desde el ascenso de Hitler. Auerbach le es-
cribió inmediatamente: “Querido señor Benjamin / Mi esposa
acaba de descubrir su artículo en el Neuen Zürcher Zeitung
[Nuevo periódico de Zurich] del último sábado. ¡Qué alegría!
Que usted todavía esté allí, que usted escriba y con tonos des-
aparecidos de nuestra patria. Por favor denos rápidamente
una señal, indicándonos dónde y cómo se encuentra. Pensé
en usted por lo menos hace un año, cuando se buscaba un
profesor para que enseñara literatura alemana en São Paulo.
Me enteré de su dirección de aquel tiempo (danesa) a través
del Frankfurter Zeitung [El periódico de Frankfurt] y le infor-
mé sobre esto a las instancias correspondientes –pero no dio
resultado y escribirle desde Alemania no habría tenido senti-
do.” La dirección danesa no es otra que la de Bertolt Brecht,
donde Benjamin se encontraba aquel verano de 1934. ¿Qué
hubiera sucedido si esa carta hubiese llegado a las manos de
Benjamin? Aquí solo la imaginación puede ayudarnos.

3. Veremos que las cartas que aquí comentaremos son dis-


tintas de aquellas que Auerbach escribió a sus cercanos so-
licitando apoyo, pues en estas es él quien ofrece asistencia y

363
colaboración, aunque también le pide a Benjamin que ayude,
de serle posible, a su cuñado, lo que nos indica la confianza
depositada en él, de manera que, en conjunto, las seis cartas
que de esta pequeña correspondencia expresan la preocupa-
ción y consideración genuina de un pensador por otro.8 Eso se
desprende desde la primera carta, que continúa así: “Estamos
sanos; todavía estoy en mi cargo, pero no lo uso mucho; mi
asistente [Privatdozent], Werner Krauss, hace el curso magis-
tral [Hauptkolleg], dirige el seminario y toma los exámenes;
él se comporta de manera ejemplar en todo aspecto. Me
parece que enseñar este invierno es muy poco probable, sin
embargo, no lo excluyo del todo; es imposible darle una idea
de la extrañeza de mi situación. En todo caso, cualesquiera
sean sus ventajas, hay muy pocas posibilidades de que con-
tinúe, y[a que] se vuelve cada día más absurda; es por eso
que también he comenzando a hacer planes; sin embargo,
es muy improbable que algo de ello se deje realizar. / ¡Por
favor escriba! Saludos y deseos de nosotros dos. Suyo, Erich
Auerbach”. Benjamin, por su parte, escribiría desde París el
21 de diciembre de 1936, ya estando Auerbach en Estambul:
“No puede asombrarle entonces que le dé la bienvenida a esta
nueva constelación de circunstancias con el más profundo y
frecuente agradecimiento, el mismo con el que usted me ga-
rantizó su amistad en el nublado pasado. Pienso tanto en el
contacto personal indirecto que usted realizó para mí, como
en la ayuda práctica inmediata que también me concedió. Un
pequeño libro, que recientemente dejé que se publicara en
Suiza bajo mi pseudónimo, deberá, a su manera, decirle una
vez más todo esto”.

II

4. Auerbach y Benjamin nacieron el mismo año (1892) y en


el mismo barrio, Charlottenburg, habitado por familias bur-
guesas judías asimiladas. Su encuentro, sin embargo, parece
haber ocurrido recién a inicios de los años veinte, posible-
mente cuando ambos publicaron en la revista Die Argonauten
(Los Argonautas), en uno de sus números aparecido a inicios

364
de 1921. Auerbach participó con la traducción de un soneto
de Dante y tres sonetos de Petrarca, mientras que Benjamin
publicó “Destino y carácter” y “’El idiota’ de Dostoievski“.9
De esta revista participaban además varios amigos en común,
entre los que se cuentan Ernst Bloch y Friedrich Burschell,
ambos nombrados en la correspondencia. Pero tengo la
impresión de que el contacto personal, el que dio lugar a la
amistad, se dio un poco más tarde, cuando Auerbach era bi-
bliotecario de la antigua biblioteca prusiana y Benjamin un
asiduo visitante, cuando uno trabajaba sobre Dante y el otro
sobre el barroco alemán. Karlheinz Barck, quien publicó las
cinco cartas que se han hallado de esta correspondencia, cita
una carta de 1924 en la que Benjamin le señala a Gershom
Scholem que va bastante a la biblioteca berlinesa, donde ha
conocido a un nuevo y muy inteligente bibliotecario.10 Para
Barck, ese bibliotecario no es otro que Auerbach. Y con mayor
seguridad podemos afirmar que la amistad develada en las
cartas implicó un conocimiento relativamente profundo de
sus respectivos trabajos, cuyos temas, por lo demás, se cru-
zaron en más de una ocasión. Auerbach, por ejemplo, estaba
al tanto de lo que hoy se conoce como Libro de los pasajes, del
que no solo conoce el título, sino también su origen, cuestión
que lo convierte en uno de los pocos confidentes intelectuales
del proyecto más relevante de Benjamin. El la segunda carta,
leemos: “En cuanto a su libro parisino, sé de él desde hace
bastante tiempo –en cierta época se lo titularía Pariser Passagen
[Pasajes parisinos]. Será un verdadero documento, si es que
todavía queden seres humanos que lean documentos”.
En este sentido es que encontramos un expreso eco de
“Destino y carácter” en un pequeño ensayo sobre Dante,
publicado por Auerbach tan solo unos meses más tarde;11 el
texto inicia con un epígrafe heraclitiano inscrito en griego,
ἦθος ἀνθρώπῳ δαίμων, esto es, “Carácter es destino (dai-
mon)”. Se trata de una estrategia que claramente pretende
invertir la reflexión benjaminiana, pasando de la divergen-
cia a la unidad de los términos referidos, y haciendo de
Dante el mayor ejemplo del vínculo entre carácter y des-

365
tino. Ocho años más tarde ese pequeño texto, de solo dos
páginas, dio lugar a Dante, poeta del mundo terrenal, la tesis
de habilitación de Auerbach, la que una vez publicada en
1929, Benjamin citará elogiosamente en su ensayo sobre el
surrealismo, publicado el mismo año.12 Por otra parte, am-
bos tuvieron a Proust como centro de sus lecturas francesas
y ambos escribieron sobre los mismos temas en À la recher-
che du temps perdu: memoria y experiencia.13 Y a pesar de
sus diferencias, los puntos en común no son pocos, quizá
porque, como señaló Robert Kahn, quien ha trabajado este
común interés francés, “el artículo de Auerbach […] coinci-
de o anticipa al de Benjamin”.14 Sin embargo, en una carta
de Benjamin a Scholem, se señala que Auerbach no conocía
o conocía muy poco de literatura francesa, por lo que es da-
ble imaginar que el nombre de Proust le fue recomendado
por Benjamin.

III

Probablemente Auerbach aún no estaba al tanto de las Leyes


de Nuremberg cuando le escribió a Spitzer, un desconoci-
miento que le permitía dudar sobre su posible emigración a
Turquía. Y si desde el ascenso de Hitler los judíos se habían
visto obligados a dejar Alemania, como hizo Benjamin en
marzo de 1933 trasladándose a París –aunque más por el
cierre de posibilidades de trabajo que por persecución–,15
Auerbach pudo permanecer en el cargo que ocupaba en
Marburgo gracias a excepciones concedidas a quienes, como
él, fueron condecorados con la Cruz de Hierro por los mé-
ritos demostrados en la Primera Guerra mundial, guerra
a la que además fue voluntariamente, y de la que regresó
con una gran herida en su pié izquierdo, cuya cicatriz, por
cierto, resuena biográficamente en las primeras páginas de
su gran obra Mimesis.16 En cierta medida, Auerbach todavía
tenía esperanzas cuando partió de vacaciones, pues a pesar
de habitar un adverso escenario, quedaba en su universidad
un reducto para la crítica, como lo demuestra un trabajo de
su asistente Werner Krauss, titulado bajo su propia senda

366
Corneille como poeta político; a partir de las tesis de doctorado,
indica Barck, la filología de Marburgo generaba una crítica
al nazismo, y esto debe haber permitido creer, ilusamente
como diría en cierta ocasión Adorno, que “el espíritu y la
inteligencia pueden hacer algo contra una violencia que ni
siquiera reconoce ya al espíritu como algo autónomo, sino
tan solo como un medio para sus fines”.17 Pero como le se-
ñaló a Benjamin en la segunda carta con la que contamos,
el viaje a Italia “me ha liberado de ese error”. Tal dictamen
fue enviado el 6 de octubre de 1935 desde Florencia, la ciu-
dad de la que Dante fuera antaño desterrado, una amarga
coincidencia para alguien que escribió, a propósito del poeta
florentino, que “solo la catástrofe política y sus consecuen-
cias [el exilio], por las que se labró él mismo un importante
destino, formaron e intensificaron al máximo esta parte de
su carácter y de su talento”.18 Para Auerbach, que leyó en
reversa el ensayo de Benjamin, el destierro es lo que le per-
mitió a Dante escribir una obra como la Comedia, fue lo que
le permitió salir de la turbación que lo embargaba antes de
su encuentro con Virgilio y comprender que su redención
estaba en seguir a Beatriz, el nombre de su daimon, dado
que es ella quien le entrega un destino. Parece haber sido en
Florencia entonces, posiblemente recordando el texto sobre
la infancia de Benjamin y la vida de Dante, donde Auerbach
entrevió con claridad su propio destino, y donde se recuperó
de las indecisiones que lo agobiaban y le impedían ver con
claridad su propio por-venir. Poco a poco comienza a darse
cuenta de que en Turquía está su daimon, un país además
dispuesto a contratar a profesores judíos expulsados de
Alemania, pues Mustafa Kemal Atatürk los necesitaba para
el gran proceso de modernización que estaba llevando a
cabo desde que decidió secularizar al país en 1922, y fun-
dar la República de Turquía. Fue este acontecimiento el que
once años más tarde llevó a cerrar la tradicional “Casa del
pensamiento” y abrir en su lugar una universidad al estilo
europeo: la İstanbul Üniversitesi. Para el proyecto secular
nacionalista de Atatürk, una reforma de la lengua y, sobre

367
todo, del alfabeto, era imprescindible, pero también la ju-
bilación obligatoria de todos los profesores que no contri-
buyeran al desarrollo de la nueva universidad y del nuevo
Estado; de manera que Spitzer, Auerbach y muchos otros
emigrados encontraron un espacio de trabajo relativamente
cómodo, precisamente gracias a un proceso de occidentali-
zación operado de manera voluntaria por la dirigencia tur-
ca, y considerado obligatorio para su pueblo. La percepción
de Auerbach de estas transformaciones es detalladamente
informada a Benjamin luego de establecerse en Estambul, no
sin antes haber observado cómo todo su mundo se destruía
completamente. Al regreso de sus vacaciones, se evidenció
que su permanencia en Marburgo llegaba a su fin y para que
no quedaran dudas, ni para él ni pada nadie, el 14 de no-
viembre de 1935 se cancelaron los derechos cívicos de todos
los judíos, y se obligó al retiro de todos aquellos que, como
Auerbach, habían mantenido sus puestos debido a excepcio-
nes. Luego, el 21 de diciembre, un decreto determinó el des-
pido de “académicos, profesores, médicos, físicos, abogados
y notarios judíos que todavía eran empleados públicos debi-
do a exenciones concedidas”.19 El 31 de diciembre Auerbach
dejó su cargo, y comenzó a planear su viaje hacia el Este,
un viaje que, en vista del tiempo transcurrido, así como de
la necesidad de otros judíos que también buscaban “algo”,
se comenzó a dificultar. La cátedra de Spitzer no solo estaba
siendo vigilada desde Alemania, donde preocupaba quién
enseñaría literatura europea en su reemplazo, sino que
además la postulación se había complejizado, puesto que
Auerbach tenía competencia y no solo judía; ahora también
disputaban el cargo Victor Klemperer, Hans Rheinfelder
(alumno de Vossler en Munich en los años veinte) y, a pesar
de que desistió en el camino, también Ernst Robert Curtius;
finalmente, gracias al apoyo del mismo Spitzer (junto al
de Benedetto Croce y Karl Vossler),20 el cargó quedó para
Auerbach, no sin cierta ironía del destino, pues el hecho de
ser judío, también jugó a su favor. La gran erudición que
Auerbach desplegaba se consideraba parte de la fortaleza

368
de su postulación, pero en aquellos años no era suficiente
el saber, ni en Europa ni en Turquía, se necesitaban también
otras cualidades, como la idoneidad para contribuir a la mo-
dernización de un país (y de una universidad) que deseaba
y no deseaba ser europeo. Kader Konuk, que ha investigado
sobre el arribo de Auerbach a Estambul, nos entrega una
descripción detallada de los motivos de su contratación, que
vale la pena citar en extenso:
El comité de búsqueda resaltó la habilidad de
Auerbach para enseñar literatura europea desde la
antigüedad en adelante, lo cual sería valorable cuan-
do se incorporara a la secularización del sistema ter-
ciario. El reporte [que falló a favor de su contratación]
también enfatizó que Auerbach se aproximaba a la
cultura occidental desde un punto de vista crítico. Tal
mirada le permitió al comité de búsqueda promover
su acercamiento distanciado a la cultura occidental
como propicio a los intereses de la universidad. El
reporte del comité de búsqueda ofreció pruebas de
que los emigrados entenderían muy bien las preo-
cupaciones sobre la occidentalización del sistema
universitario. Al mismo tiempo, la administración
universitaria tenía dudas sobre la contratación de
un investigador [scholar] que pudiera priorizar los
intereses académicos de su propio país de origen. Así
que cuando el deán presentó las recomendaciones del
comité al presidente de la universidad… argumentó
que el comité recomendaba a Auerbach debido a su
judeidad [jewishness], pero también porque el pro-
fesor de Marburgo era, objetivamente hablando, la
mejor opción.21

De manera que, como apunta Konuk, la marginación de


Auerbach de Alemania fue un factor determinante que, pa-
radójicamente, favoreció su contratación en Estambul, cuya
universidad tenía que europeizar a partir de una distancia
con Europa misma y así lo hizo, aunque no sin dirigir tam-
bién una mirada distante a la occidentalización en la que se

369
hallaba envuelto. Su preocupación, reconocemos en una carta
enviada a Benjamin desde Estambul, es filológica; su crítica
apunta a la forma en que se estaba llevando a cabo la revolu-
ción de la lengua, al sustituirse radicalmente el alfabeto árabe
por el latino. Se trata de una extensa carta que el tiempo ha
transformado en un documento que devela la preocupación
de un emergente nacionalismo turco extremo que le recuerda
a aquel que lo obligó a dejar Alemania. Esta carta transporta
además una complicidad de pensamiento que solo aquellos
que entrevieron la catástrofe podrían haber comprendido en
toda su amplitud.
Hasta ahora, de este país conozco solo Estambul, una
ciudad maravillosamente situada, pero, a la vez, tam-
bién poco atractiva y sin brillo, separada en dos partes
diferentes: la vieja Estambul, de origen griego y turco,
que todavía conserva mucha de la pátina del terreno
histórico, y la “nueva” Pera, una caricatura y conse-
cuencia de la colonización europea del siglo XIX, aho-
ra en completa decadencia. Ahí hay espantosos restos
de tiendas de lujo, judíos, griegos, armenios, todas las
lenguas, una grotesca vida social, y los palacios de las
antiguas embajadas europeas que ahora son consula-
dos. A lo largo de todo el Bósforo uno también ve pa-
lacios del siglo diecinueve, de sultanes o de pachas, en
ruinas, o deteriorados, o conservados como museos, en
un estilo medio oriental, medio rococó. Pero, dicho sea
de paso, el país está decisiva y completamente contro-
lado por el Atatürk22 y sus turcos anatólicos, una raza
de hombres ingenua, desconfiada, honesta, algo torpe
y tosca, pero también emocional. Porque es más dura,
menos personal, menos amable y más inflexible que
otras poblaciones meridionales, dotada de una gran
fortaleza, acostumbrada a un trabajo duro y esclavi-
zante, aunque más lento. El grand chef es un simpático
autócrata, inteligente, generoso y gracioso, completa-
mente diferente a sus colegas europeos: efectivamente
transformó al país en un Estado y, en lo que respecta
a él, carece absolutamente de patetismo: sus memorias

370
comienzan con la frase: “El 19 de mayo de 1919 ate-
rricé en Samsun. En ese momento, la situación era la
siguiente…”. Aunque todo lo que ha logrado ha sido,
por un lado, mediante una lucha contra las democra-
cias europeas, y, por otro, contra las prácticas de sul-
tanato musulmán-panislamista, y el resultado ha sido
un nacionalismo fanático anti-tradicional: el rechazo
de toda la tradición cultural musulmana existente, el
reanudamiento a una turquidad original fantasiada,
una modernización técnica en el sentido europeo, con
el fin de golpear, con sus propias armas, a la odiada y
envidiada Europa. De ahí la preferencia por emigran-
tes europeos formados como profesores, de quienes se
puede aprender, sin temer a la propaganda extranjera.
El resultado: un nacionalismo superlativo, junto con
la destrucción simultánea del carácter histórico nacio-
nal. Esta imagen, que en otros países como Alemania,
Italia, y probablemente también en Rusia (?), aún no
es visible para todos, aquí se presenta completamente
desnuda. La reforma de la lengua tiene el carácter de
una turquidad fantasiada (liberada de las influencias
árabes y persas) y de una técnica moderna, y se ha ase-
gurado de que ninguna persona que tenga menos de
25 años pueda comprender un texto religioso, literario
o filosófico que tenga más de 10 años de antigüedad y
que, bajo la presión de la escritura latina –introducida
a la fuerza desde hace unos años–, las propiedades
específicas de la lengua se hayan derrumbado rápi-
damente. Podría llenar muchas páginas con detalles,
aunque el todo se deja sintetizar como sigue: se me
hace cada vez más evidente que la situación del mun-
do actual no es más que una astucia de la providencia,
que nos conduce a lo largo de una ruta sangrienta y an-
gustiosa hacia la Internacional de la trivialidad y una
cultura del esperanto. Ya lo sospeché en Alemania y en
Italia, teniendo en cuenta la inautenticidad asoladora
de la Blubopropaganda [Propaganda de la sangre y de
la tierra],23 pero aquí, por primera vez, esto se me ha
transformado en una certeza.

371
Visita de Atatürk a la Universidad de Estambul, 2 de julio de 1933
(Fuente: Biblioteca Nacional de Estambul. Producción desconocida)

Auerbach arribó a la capital de Turquía hacia mediados de


septiembre de 1936, mientras su familia y sus libros le alcan-
zaron hacia el fin de año. Se instalaron, como casi todos los
migrantes europeos, en el distrito de Babek, específicamente
en la orilla occidental del Bósforo, junto a las otras familias
que arribaban para trabajar en la modernización turca; a la
universidad se podía llegar caminando, atravesando reliquias
griegas, romanas, bizantinas y otomanas, entre las que se con-
taban iglesias, mezquitas y sinagogas, todo un pasado históri-
co cuya representación parece haberse inscrito, a su modo, en
Mimesis, un libro que solo pudo ser escrito fuera de Europa y,
dada la situación, posiblemente solo en Estambul. Escrito en
medio de la guerra, el epílogo de Mimesis está cruzado por un
espíritu humanista que Auerbach compartía con Benjamin; el
libro todo, nos dice el autor, deseaba llegar “a mis antiguos
amigos supervivientes” con el fin de “contribuir a reunir a
los que han conservado límpidamente el amor hacia nuestra
historia occidental”.24 Pero el interés de Mimesis por la ruina

372
del régimen poético establecido por Aristóteles, nos permite
señalar que Auerbach no fue condescendiente con su historia,
sino que la amó críticamente.25

 
Universidad de Estambul, 1940
(Fuente: Colección Fotográfica de Life. Fotografía de Margaret
Bourke-White)

IV

En el prólogo al libro que recopiló un conjunto de cartas que


daban cuenta de una gran cultura humanista, considerada
ya agotada para fines del siglo XIX, Benjamin inscribía una
sentencia de Goethe, tomada, a su vez, de una carta enviada a
Carl Friedrich Zelter en 1825:
La riqueza y la velocidad son hoy por cierto eso que
el mundo admira y que todos desean. Los ferrocarri-
les, los vapores, el correo y todas las facilidades de la
comunicación son lo que ahora busca el mundo culto

373
para cultivarse todavía permaneciendo en la mediocri-
dad... Propiamente, este siglo corresponde a las cabe-
zas capaces, a las personas prácticas que, provistas de
cierta destreza, sientan su superioridad sobre los mu-
chos, sin que tengan talento para cumplir lo máximo.
Mantengámonos pues lo más posible en la mentalidad
con que vinimos, y así tal vez, con unos pocos, poda-
mos ser los últimos de un tiempo que tardará bastante
en regresar.26

Auerbach recibió este libro en enero de 1937, y atravesó su


nueva cotidianeidad como si de un relámpago se tratara,
pues, como él mismo le escribió a Benjamin, “me ha apartado
de todo e introducido el desorden” en el trabajo, posiblemen-
te porque este libro vuelve a mostrarle no solo una infancia,
sino una sociedad que si ha de sobrevivir, será únicamente
en la memoria que habita sus libros. Pero Alemanes, que es
como se titula la recopilación de Benjamin, es mucho más que
una biblioteca espectral, es una intervención, una polémica,
contra el nazismo, y no siempre velada, como reconocemos
en su epígrafe: “Del honor sin gloria/De la grandeza sin bri-
llo/De la dignidad sin recompensa”. Auerbach, con urgencia,
quiere saber “si se puede conseguir el libro en Alemania o al
menos si se lo puede enviar a Alemania; pues me gustaría que
algunas personas lo recibieran”, posiblemente aquellas que
también luchan por extender “un tiempo que tardará bastan-
te en regresar”. Sus cartas, así como todo lo que escribieron,
constituyen una política de interrupción. Alemanes es una
crítica radical al declive del humanismo (alemán) en tiempos
del nazismo, y lo mismo puede decirse de Mimesis, escrito
para aquellos “que han conservado límpidamente el amor
hacia nuestra historia occidental”. No obstante, es necesario
señalar que no se trata, como bien ha dicho Adorno, de una
política que pretendía emular a quienes habían escrito antes,
“sino que enseña la distancia de ellos. Su irrecuperabilidad se
convierte en crítica de la marcha del mundo que, al eliminar
lo limitativo de la humanidad sin hacerla realidad, se volvió
contra la humanidad”.27

374
Benjamin y Auerbach fueron grandes misivistas, bella pa-
labra esta que para la RAE todavía no existe; sus cartas son
el testimonio no solo de una amistad en tiempos de horror,
sino de sus respectivas supervivencias. De ahí que en esta
presentación podamos reiterar unas palabras que el mismo
Benjamin escribiera a propósito de la escritura de cartas:
“Hoy se subestima la correspondencia debido a que tiene una
relación totalmente equívoca con los conceptos de obra y de
autor, mientras que en verdad ella pertenece al ámbito del
‘testimonio’… Los “testimonios” son parte de la historia de la
supervivencia de un hombre y es posible estudiar, a partir de la
correspondencia, cómo se incorpora a la vida la superviven-
cia con su propia historia”.28
La supervivencia es, de cierta manera, el seguir viviendo
más allá de la muerte, de la propia muerte histórica y no na-
tural, porque como Benjamin dijo en otro lugar, “el perímetro
de la vida hay que trazarlo a partir de la historia, no a partir
de la naturaleza”.29 Estas cartas, por tanto, testimonian no
solo una amistad prácticamente desconocida para gran parte
de la intelectualidad contemporánea, sino también la muerte
de toda una época, aquella donde la redacción de cartas te-
nía un lugar central. En otras palabras, el libro de Benjamin,
como también su correspondencia con Auerbach, opera con la
potencia de un anacronismo que se levanta contra el fin de la
experiencia de escribir cartas. El estilo que emplean tiene su
origen indefectiblemente en la cultura burguesa alemana del
siglo XIX, aquella que arranca en la época de Goethe, de ahí
que Alemanes inscriba en primer lugar las palabras que al res-
pecto pensara el autor de Fausto. Por otra parte, el “Querido
señor Benjamin” que inicia la correspondencia, nos informa
de la cordialidad de la relación, y da cuenta de la distancia
que hay entre dos personas que no son tan íntimas,30 como
sí lo fueron, por ejemplo, Benjamin y Scholem, no obstante,
ello no es óbice para reconocer en estas cartas la profundidad
personal y reflexiva que entraña su intercambio, reflejo de un
pensamiento férreamente comprometido contra el fascismo
y preocupado por comprender los acontecimientos que le

375
ha tocado vivir. Ello es lo que se percibe en la escritura y su
forma, al transmitir con gran sinceridad las preocupaciones y
dificultades de cada uno.
Las cartas que se han publicado a la fecha son seis, cinco
escritas por Auerbach y una por Benjamin, y si bien ya se han
encontrado gran parte de sus respectivos archivos desperdi-
gados por el mundo, no es imposible que aparezcan “nue-
vos” documentos en cualquier momento. La primera carta
data del 23 de septiembre de 1935, y la última del 28 de enero
del 1937. Las dos primeras son seguidas, lo mismo que las
cuatro restantes, aunque de ellas se desprende que faltan car-
tas en este intercambio, sobre todo de Benjamin a Auerbach,
pero en conjunto indican la historia de una amistad más o
menos duradera y comprometida. Sabemos que las cartas de
Auerbach –como gran parte de la correspondencia y los es-
critos del archivo de Benjamin–, testimonian una ironía de la
historia,31 dado que sobrevivieron gracias a ineptitudes de la
policía secreta. En la presentación a su correspondencia con
Benjamin, Scholem entrega un detallado resumen de lo que
aconteció con las cartas que él le escribió, acontecer compar-
tido con las cartas de Auerbach, pero también con casi todas
aquellas que le fueron enviadas a Benjamin, cuyas respuestas,
por cierto, hoy alcanzan seis tomos.32 Su estudio parisino fue
embargado en junio de 1940 y por un error de la Gestapo, los
documentos fueron incluidos en el archivo del Pariser Zeitung,
un diario alemán publicado en París bajo la Ocupación (1941
a 1944). Hacia el término de la guerra, un acto de sabotaje (del
editor) permitió que se salvaran de la destrucción de actas y
documentos que la Gestapo había producido y embargado.
Sin embargo, los documentos de Benjamin fueron enviados
a Rusia como parte de este archivo y, recién tras quince años
fueron regresados junto a otros documentos a la República
Democrática Alemana, gracias a un acuerdo político que tam-
bién incluía piezas museos y bibliotecas. La residencia inicial
de los archivos de Benjamin fue entonces el Archivo Central
de Postdam, de donde luego pasaron al Archivo de Literatura
de las Artes de la RDA, con sede en Berlín Oriental.33 Scholem

376
recibió noticias de sus cartas un poco antes de este segundo
traslado, y tuvo la fortuna de que, por ostentar cierta notorie-
dad, como las cartas de la ex esposa de Benjamin (Dora) y las
de su hijo Stefan, las suyas ya habían sido separadas. En este
mismo lugar fue donde Karlheinz Barck encontró las cartas
de Auerbach a Benjamin, que hizo transcribir y luego publi-
car en 1988,34 conociéndose así una amistad que todavía las
biografías del autor de Alemanes no han sabido reconocer.35
En cuanto a la ubicación de la carta de Benjamin a Auerbach,
esta es desconocida, pues fue publicada sin notas en el quinto
volumen de su correspondencia.36

VI

Los escasos ensayos que se han escrito sobre la amistad de


Benjamin y Auerbach, intentan mostrar que eran grandes
amigos, y de acuerdo a los documentos hasta hoy encontra-
dos, no hay duda de ello. Pero la presentación de este “acon-
tecimiento” intelectual, la forma en que se intenta dar cuenta
de una amistad de la que no se tenía noticia, pareciera estar
probando –en el sentido que el derecho le otorga a esta pala-
bra– no algo que se desconoce, sino algo de lo que se duda, y
ello, claramente, debido a la “fama” que hoy tiene Benjamin,
especie de rockstar del mercado académico, mientras que
Auerbach, si bien ha tenido un realce en los últimos años, con-
tinúa siendo un autor leído prácticamente por una silenciosa
minoría. Aquí vale la pena recordar a Hannah Arendt, quien
se preguntaba, con Cicerón, “qué distinto habría sido todo
‘si aquellos que ganaron la victoria en la muerte la hubiesen
ganado en la vida’” […], pues se olvida que “el que más pudo
ganar está muerto y, por tanto, no a la venta”.37 A mí me bastó
con saber que estos dos grandes eruditos habían cruzado un
par de cartas para darme cuenta de la constelación a la que
un intercambio tal podía dar lugar. Imaginé una conversación
sobre la figura y la alegoría, imaginé a Benjamin en América
Latina, enseñando en São Paulo, imaginé un diálogo con Levi-
Strauss, otro con los modernistas… imaginé encuentros que
no acontecieron, pero que podrían haber sido, pues algún día,

377
quién sabe, quizás lo trunco pueda también (re)aparecer, pero
eso depende de nosotros… “la herencia”, señaló Derrida, “no
es nunca algo dado, es siempre una tarea”.

Hace poco se encontró una tarjeta postal que Benjamin le


envió a Auerbach a su dirección de Marburgo el 30 de no-
viembre de 1935. Una representación a colores en el anverso,
y solo unas cuantas palabras, junto a la dirección y la firma, en
el envés. No obstante, aquí no importan las palabras, sino la
imagen, es más, podríamos decir que la imagen pensamiento
(Denkbilder) benjaminiana ha sido inscrita aquí guardando
toda su potencia; la escritura se ha transformado en una ima-
gen que nos habla, o nos testimonia más bien, de una amis-
tad que comenzó y no comenzó en 1921, pero por los menos
desde ese punto la vida de ambos comenzó a cruzarse hasta
volverse, en algún punto, texto y supervivencia, así, más allá
de nuestros días, más allá del fin del libro, que es el punto de
inflexión en el que inscribo estas líneas, pues el de la carta ya
aconteció. En su lugar, solo hay mensajes.
El anverso de la postal reproduce una de las imágenes que
ilustraron una versión posterior del Roman de la Rose, aquella
obra iniciada por Guillaume de Lorris y continuada por Jean
de Meun. Se trata de una edición publicada en Inglaterra a
fines del siglo XV, aproximadamente entre 1490 y 1500; desde
que Geoffrey Chaucer tradujera por primera vez al inglés una
parte de esta novela, su éxito fue asegurado y las ilustraciones
realizadas para esta obra no hicieron sino aumentar su valor.
La imagen de nuestra postal es la número 86, titulada “Jason
y el velloncillo de oro”, y le acompaña la siguiente leyenda:
Jasón que primero pasó allí/Cuando construyó sus naves/
Para ir tras el velloncillo de oro”. En cuanto a las palabras de
Benjamin, fueron las siguientes:

Querido Erich Auerbach

Qué estas pequeñas naves sean cargadas con mis pen-


samientos más afectuosos hacia usted.

378
Suyo W.B.

En un reciente ensayo sobre Auerbach y Benjamin, titulado


“Una amistad al borde del abismo”, Robert Kahn reproduce
la postal por ambos lados,38 lo que nos ha servido de guía en
este, el último punto de esta crónica. Ante todo, hay que re-
cordar que “Benjamin elegía las tarjetas postales con ingenio
y delicadeza”,39 lo mismo que el estilo y el tipo de caligrafía
con el que escribiría a sus corresponsales, de manera que esta
postal está llena de indicios. De ahí que debamos reparar, en
primer lugar, en el nombre de Jason, dado que es una induda-
ble referencia a Die Argonauten (Los argonautas), la revista en
la que ambos publicaron en 1921, pero recordar el nombre de
este viajero en 1935 no se hace sin pensar en sus proezas, pues
a Jasón se lo envía al ponto esperando que en él encuentre la
muerte, y, sin embargo, ante la adversidad, sobrevive y logra
su cometido, epopeya que cualquier exiliado quisiera repetir
en su propio viaje. Por otra parte, el que este Jason haya sido
inscrito en el Roman de la Rose nos dice que Benjamin conocía
muy bien el interés de Auerbach en Dante, que por esos años
iniciaba su trabajo sobre la figura, y la obra de Guillaume de
Lorris, sabemos hoy, constituyó una de las principales fuen-
tes de inspiración del poeta florentino, al ser uno de los cata-
lizadores del amor cortesano en la literatura medieval y que
Dante supo realizar como nadie antes de él.40
Para Kahn, la ilustración de los argonautas también es
una motivación para la emigración, para dejar Alemania y
emprender el exilio en favor de la vida. En otras palabras, la
postal es un consejo,41 otorgado antes de que sea demasiado
tarde y la guerra le impida partir. Ello implica que este envío
también guarda un sentido alegórico, con lo que se da pie a
un diálogo con la figura al que aparentemente Auerbach se
resistió. Auerbach no lo dice explícitamente, pero la figura
comparte con la alegoría la repetición (o reescritura o confis-
cación de imágenes pasadas) y la suplementación. Se trata de
las dos características más persistentes de la figura. Sin em-
bargo, siempre acabará denostando la alegoría, posiblemente
porque la asoció a ciertas formas literarias griegas que pre-

379
dominaron en Oriente y que llamó método espiritualista-éti-
co-alegórico, un método que se extendió a lo largo de la edad
media europea y que, como tal, se diferenciaba del método

 
figural que él desarrollaba. Empero, tal distinción no es po-
sible afirmarla tajantemente sino tan solo de manera parcial,
pues los materiales con que se cuenta no permiten otra cosa,
considerando además que en algunos textos (de Pablo, por
ejemplo, siguiendo a Isidoro) alegoría y figura aparecen como
términos intercambiables, sustituibles.

380
Cuando Auerbach falleció en 1957, se inventarió su biblio-
teca; en ella se hallaron todas las obras de Benjamin publica-
das a la fecha, incluyendo la primera edición de Alemanes, que
mencionan sus cartas. Ello indica que, a pesar de la muerte,
Auerbach nunca interrumpió su diálogo con Benjamin… con
quien ahora navega las aguas de la posteridad, seguramente
en el Argo, junto a Jasón y sus navegantes.

Santiago, octubre de 2012

[esta crónica corresponde a la presentación que escribí a la


traducción de la correspondencia entre Auerbach y Benjamin.
Las notas y la presentación misma fueron dictadas por una
sugerencia del propio Benjamin, que consideraba que sin ellas,
“los documentos pierden mucha vida, a la manera de un hombre
al que se le practica una sangría. Se vuelven pálidos”.42 Fue
trabajando sobre la obra de Roberto Bolaño que descubrí este
intercambio epistolar y desde entonces le he seguido la pista a
sus distintas versiones. Primero, gracias a Andrés Maximiliano
Tello, que visitó el archivo de Benjamin en Berlín, recibí las
cartas en alemán. En una visita a París, Consuelo Biskupovic me
consiguió la traducción al francés. Vía internet, di con la versión
inglesa, y hace poco con la italiana. Luego rastreé una temprana
traducción realizada en Brasil, de cuya existencia Horst Nitschack
me puso sobre aviso. Estas son las traducciones que existen o
con las que cuento y que me llevaron a escribir este texto. Junto
a las cartas, se publicó inicialmente en el número 41 de la revista
Guaraguao, el año 2012, gracias a que Mario Campaña aceptó
inmediatamente la idea de ponerlas en circulación por primera
vez en español. Cuando le envié este trabajo a Silviano Santiago,
que sabe de cartas, pues publicó una selección de algunas
enviadas por escritores brasileños entre 1857-1995, además
de haber editado la correspondencia completa entre Mário de
Andrade y Carlos Drummond de Andrade, me hizo reparar en
su importancia: “constituyen la biografía soterrada del trabajo
intelectual”, señaló en un mensaje electrónico, afirmación que

381
dio lugar a un mayor aprecio por este tipo de formas escriturales,
que hoy forman parte de la arqueología del pensamiento. El
interés y la motivación para republicarlas en formato libro vino
de Julio Ramos, que insistía en la necesidad de que aparecieran
en una edición cuidada. La primera republicación como libro
entonces fue realizada por la editorial Catálogo en 2014. La
segunda edición, revisada y con materiales complementarios,
salió en Ediciones Godot un año después]

NOTAS
1. En traducción de Nicolás González, “Tú probarás cómo sabe
amargo el pan ajeno y qué duro camino es el de bajar y subir por
las escaleras de los demás. Y lo que más te pesará sobre las espaldas
será la compañía malvada y necia con la cual caerás en este valle,
que, ingrata, loca e impía se volverá contra ti; pero poco después
ella, y no tú, tendrá que lamentarlo”.
2. Cfr. Saul Friedländer, Nazi Germany and the Jews, 1933-1945, vol. I
The Years of Persecution, 1933–1939 (New York: Harper Collins, 1997),
141 y ss.
3. Carta a Karl Vossler desde Siena, 15 de septiembre de 1935, en
Martin Elski, Martin Vialon y Robert Stein, “Scholarship in Times
of Extremes: Letters of Erich Auerbach (1933–46), on the Fiftieth
Anniversary of His Death”, PMLA 122. 3 (2007): 742-762, carta en
746-747.
4. Carta a Fritz Salx, 12 de septiembre de 1935, en Elski, Vialon y
Stein, “Scholarship in Times of Extremes”, 746. Cita levemente
modificada.
5. Kader Konuk, East West Mimesis: Auerbach in Turkey (Stanford:
Stanford University Press, 2010), 32.
6. Carta a Karl Vossler desde Siena, 15 de septiembre de 1935, en
Elski, Vialon y Stein, “Scholarship in Times of Extremes”, 747.
7. Se trata del texto “Gesellschaft”, un fragmento que forma parte
del libro Berliner Kindheit um Neunzehnhundert (Infancia en Berlín

382
hacia el mil novecientos), publicado el 21 de septiembre de 1935.
Traducción española: “Sociedad”, Infancia en Berlín hacia mil nove-
cientos, Obras, IV.1, trad. Jorge Navarro Pérez (Madrid: Abada, 2010),
pp. 207-209. Hay una edición española anterior de Gesellschaft, aun-
que fue traducido como “Veladas”, Infancia en Berlín hacia 1900, trad.
K. Wagner (Madrid: Alfaguara, 1990), 71-76.
8. Este comentario se hace eco de unas palabras que Pablo Concha
Ferreccio me compartió cuando le di a leer las cartas.
9. Walter Benjamin, “Schicksal und Charakter” y “‘Der Idiot‘ von
Dostojewskij“, Die Argonauten, vol. II, cuaderno 10-12 (1921): 187-
196 y 231-235.
10. Barck, “Erich Auerbach in Berlin. Spurensicherung und ein
Portrait“, en Barck y Treml, eds., Erich Auerbach. Geschichte und
Aktualität eines europäischen Philologen (Berlin: Kadmos, 2007), 195-
214, cita en 208.
11. Auerbach, “Zur Dante-Feier”, Die Neue Rundschau 32 (Sept. 1921):
1005-1006.
12. Cfr. Walter Benjamin, “Der Sürrealismus. Die letzte
Momentaufnahme der europäischen Intelligenz”, en Gesammelte
Schriften, II.1 (Frankfurt del Meno: Suhrkamp, 1991), 295-310.
Publicado originalmente en febrero de 1929, en la revista Die litera-
rische Welt. Trad. esp.: “El surrealismo. La última instancia de la in-
teligencia europea”, Obras, II.1, trad. Jorge Navarro Pérez (Madrid:
Abada, 2007), 301-316. Aquí dice Benjamin: “Respecto al amor cortés
provenzal sabemos algo con seguridad gracias a un autor aún muy
reciente, y esto nos conduce, con sorpresa, notoriamente cerca de
la concepción del surrealista del amor.”Todos los poetas del nue-
vo estilo”, escribe Erich Auerbach en su espléndido libro Darite als
Dichter der irdischen Weit [Dante como poeta del mundo terrenal
(Acantilado)], “tienen una concreta amada mística […]” (305).
13. Cfr. Walter Benjamin, “Hacia una imagen de Proust”, Obras, II.1
(Madrid: Abada, 2007 [1929]), 317-331; Erich Auerbach, “Marcel
Proust: o romance do tempo perdido”, Ensaios de literatura occiden-
tal, trad. Samuel Titan Jr. y José Marcos Mariani de Macedo (Rio de
Janeiro: Editora 34, 2007 [1927]), 333-340.

383
14. Robert Kahn, “Une ruse de la Providence: Erich Auerbach et
Walter Benjamin”, Les Temps moderns 641 (2006): 116-131, cita en 121.
También ver Kahn, “Erich Auerbach et Walter Benjamin lecteurs du
Temps retrouvé”, Watt Adam, ed., Le Temps retrouvé Eighty Years
After/80 Ans Après (Berna: Peter Lang, 2009), 225-237.
15. El 20 de marzo de 1933, Benjamin le escribió a su amigo Gerschom
Scholem sobre la decisión de emigrar: “Por lo que a mí respecta,
no son las circunstancias más o menos previsibles desde tiempo
atrás, las que me han llevado, hace solo una semana, a la ejecución
repentina de mi decisión de abandonar Alemania. Fue más bien la
simultaneidad casi matemática con la que, desde todos los lugares
que venían al caso, se me devolvieron manuscritos, se rompieron
tratos no consolidados o ya cerrados y se dejaron demandas mías sin
respuesta”, Walter Benjamin y Gerschom Scholem, Correspondencia,
1933-1940, trad. Rafael Lupiani (Madrid: Trotta, 2011 [1980]), 41.
16. Konuk, East West Mimesis, 25.
17. Theodore Adorno, “Acerca del libro epistolar de Benjamin
Alemanes”, Sobre Walter Benjamin, trad. Carlos Fortea (Madrid:
Cátedra, 1995 [1962]), 54-61, cita en 55.
18. Auerbach, Dante, poeta del mundo terrenal, trad. Jorge Seca
(Barcelona, Acantilado, 2008), 138-139.
19. Saul Friedländer, Nazi Germany and the Jews, 1933-1945, 149.
20. Konuk, East West Mimesis, 38-40.
21. Ibid., 39.
22. Mustafa Kemal Atatürk (1881-1938), militar y político turco; en
1922 abolió el sultanato y al año siguiente fundó la República de
Turquía, de la cual fue su máximo líder.
23. Blubo es la abreviación del mayor slogan de la propaganda racis-
ta nazi, Blut und Boden [sangre y tierra].
24. Auerbach, Mimesis. La representación de la realidad en la literatura
occidental, trad. I. Villanueva y E. Ímaz (Madrid: Fondo de Cultura
Económica, 1983 [1942]), 525.

384
25. Cfr. Andrew Parker, “Actos de habla imposibles: el Erich
Auerbach de Jacques Rancière”, Papel máquina 10 (2012): 13-21.
26. Carta de J. W. Goethe a K. F. Zelter del 6 de junio de 1825, citada
en Benjamin, “Alemanes”, Obras, IV.1, trad. Jorge Navarro Pérez
(Madrid: Abada, 2010), 91-175, cita en 94.
27. Adorno, “Acerca del libro epistolar de Benjamin Alemanes”, 61.
28. Citado en Erdmut Wizisla, “’Por el bien de mi correspondencia’.
La posteridad en las cartas de Walter Benjamin”, Herramienta 43
(2010): 33-45, cita en 36.
29. Benjamin, “La tarea del traductor”, Obras, IV.1, 9-22, cita en 11.
30. Kahn, “Une ruse de la Providence: Erich Auerbach et Walter
Benjamin”, 123-122.
31. La idea es de Kahn, en su presentación a la traducción francesa
de las cartas: “Figures d’exil. Cinq lettres d’Erich Auerbach a Walter
Benjamin”, Les Temps modernes 75 (1994): 53-62, cita en 53.
32. Walter Benjamin, Gesammelte Briefe, Christoph Gödde y Henri
Lonitz, eds., 6 vols. (Frankfurt del Meno: Suhrkamp, 1995-2000). En
cuanto a la correspondencia de Auerbach, existen alrededor de 550
cartas con cerca de 50 corresponsales. Se publicarán pronto, como
Erich Auerbach, Gesammelte Briefe: 1919 bis 1957, Matin Vialon, ed.
(Gottingen: Wallstein).
33. Gerschom Scholem, “Prólogo”, Benjamin y Scholem,
Correspondencia, 1933-1940, 9-11.
34. Karlheinz Barck, “5 Briefe Erich Auerbachs an Walter Benjamin
in Paris”, Zeitschrift für Germanistik 6 (1988): 688-694.
35. En la reciente biografía de Bruno Tackels, Walter Benjamin, une
vie dans les textes. Essai biographique (Actes Sud, 2009), el nombre de
Auerbach apenas se menciona en una oportunidad (p. 283), y no
para referir su amistad con Benjamin, sino para señalar que el filóso-
fo leyó su ensayo sobre Dante para su trabajo sobre el surrealismo.
36. Benjamin, Gesammelte Briefe, vol. 5, 446–47.

385
37. Hannah Arendt, “Walter Benjamin. 1892-1940”, Hombres en tiem-
pos de oscuridad, trad. Claudia Ferrari y Agustín Serrano (Barcelona:
Gedisa, 2008 [1965]), 161-213, cita en 162.
38. Robert Kahn, “Une amitié au bord goufrre. Erich Auerbach et
Walter Benjamin“, en Paolo Tortonese, ed., Erich Auerbach. La litté-
rature en perspective (Paris: Presses de la Sorbonne Nouvelle, 2009),
55-70.
39. Wizisla, “’Por el bien de mi correspondencia’”, 42.
40. Cfr. Julián Jiménez Heffernan, “De materia poética: Notas so-
bre la tergiversación de la poesía lírica de Dante”, en Félix Duque y
Jorge Pérez de Tudela, eds., Dante: La obra total (Madrid: Círculo de
Bellas Artes, 2009), 175-230, sobre todo 217 y ss.
41. Kahn, “Une amitié au bord gouffre“, 66.
42. Citado en Wizisla, “’Por el bien de mi correspondencia’”, 43.

386
El día en que Walter Benjamin daría
clases en la Universidad de São Paulo

Walter Benjamin a Erich Auerbach

Por Evando Nascimento

Para Michael Löwy, por la sugerencia

París, XV, 10 Rue Dombalse


13 de junio de 1940.1

Muy Estimado Señor Auerbach,

Tengo listas las maletas para trasladarme a Brasil. La


posibilidad de enseñar en la Universidad de São Paulo, que se
inició en 1935, finalmente se concretó gracias a una invitación
oficial. Ya podrá imaginar las angustias que me embargan,
similares sólo a las ansiedades que me atormentan por vivir en
la Europa de hoy. La vida está dejando de tener sentido; todo
el mundo que hasta ayer conocíamos se viene abajo, y tengo
la impresión de que si la guerra termina algún día, nuestro
continente jamás volverá a ser el mismo. Es imposible retomar
aquella existencia de sueños y reflexiones, aunque perturbada
por las penurias de cada día, pero nada se compara al horror que
ahora nos atraviesa.
La civilización europea parece haber encontrado un
límite. La verdad es que el alucinado Führer cree asumir el
papel que antes había recaído en alejandros y césares, adrianos
y napoleones, pero no es más que un clown delirante, a pesar

1. Carta encontrada en agosto de 1990 en el archivo de Erich Auerbach, junto


con otros ítems aún no catalogados en la época. Actualmente una copia del
documento puede ser consultada en los archivos de Benjamin, en Berlín.
Los corchetes explicativos fueron insertados por el traductor [al portugués]
Evando Nascimento [E. N.].

387
de que cuenta con el suficiente poder como para destruir todo
lo que encuentra en su camino. Lo curioso es que, justo yo que
en algún momento necesité colocar la destrucción en el corazón
de mi trabajo, me vea atormentado por ese Ángel Exterminador,
el cual quiere ni más ni menos que arrasar con la superficie del
planeta con el fin de dominarlo mejor. Nunca se habló con tanta
demencia en nombre del fuego sagrado de la Zerstörung. Como se
sabe, en diversas mitologías el fuego es purificador, y fue en ese
sentido que pensé en la potencia divina como transformadora y
restauradora de un otro sentido para las sociedades humanas. Sin
embargo, nunca he encontrado que esto deba hacerse en nombre
de una Gewalt que todo lo arrebata sin restricción ni criterio,
en nombre de lo inominable, una monstruosidad que jamás se
ha visto. Mi utopía comunista no incluye la muerte de muchos
para el beneficio de unos pocos. Creo que cuando el desastre
termine, se descubrirán atrocidades con las que ninguno de
nosotros, ni en las peores pesadillas, ha soñado alguna vez. Los
campos de concentración se transformaron en la solución final
de lo que los nacionalsocialistas llaman el “problema” judío,
pero no funcionan sólo en relación a los judíos, ya que, según
se comenta, otras etnias y comportamientos, prioritariamente
los gitanos, los desviados sexuales y los discapacitados, también
están en juego. Cuando escribo sobre la historia me veo obligado
a reflexionar sobre ese terrible proceso, directamente y en sus
más horrendos colores. Lo peor de todo es imaginar mi ciudad
electiva, París, bajo la custodia de malvados ángeles. Parece que
aquellos pequeños demonios que rondan la cima de Notre Dame
bajaron al nivel de los hombres, asumiendo sus vestiduras para
imponerles flagelos. El Apocalipsis, en el que creen los cristianos
siguiendo la revelación de San Juan, ya está aconteciendo. No
pienso en mí, que aún dispongo de recursos para escapar,
siguiendo hacia América del Sur, sino en todos los que perecerán
por no contar con alguna salida. Hay incluso valerosos resistentes
que arriesgan sus vidas a diario, reuniéndose y confabulando
contra el invasor. ¡Cambia París! Pero nada en mi melancolía se
puede ver alterada. Las ciudades se modifican más rápido que
el corazón de los mortales, y temo que, por alguna desquiciada
decisión, se resuelva incendiar edificios, parques, museos, cafés,
restaurantes, y escuelas, junto a sus habitantes –todo lo que la

388
civilización ha erguido como monumento contra la barbarie,
pero que guarda también en sí mismo la huella de la barbarie
gracias a la cual se levantó... Tengo fe en que esta maravillosa
metrópoli jamás se queme, sino arderé junto a ella.
Discúlpeme por la confusión, no quiero mezclar las
cosas, pero todo se me parece como un torbellino, las imágenes
me atropellan como en un delirio, veo ángeles de vasto plumaje,
muchos y diversificados, luchando entre si. Me siento alzado a
una montaña (¿el Monte Sainte Geneviève o Montmartre?), y
desde lo alto contemplo el tropel furioso de días, años, siglos,
milenios, la cosa comienza tranquila y luego se va acelerando.
Se dirige hacia nosotros una bruma de pólvora, neblina y sangre
que lo cubre todo, y que sobre todo me impide mirar el futuro
que nos aguarda. La espiral del tiempo luego se convierte en un
furioso huracán de cenizas, y por encima de todo pasa la sombra
de un ángel bizarro, pero no sabría decir si viene a redimir o a
destrozar de una vez por todas el sueño civilizatorio europeo.
Sólo sé que bajo sus pies se amontonan los escombros de una
enorme catástrofe. ¿Será que lo que llamamos progreso es esa
enredada tempestad? ¿Será que el mundo se acabará junto con
todo lo que hemos construido? ¿Será que nunca más oiremos
los conciertos berlineses, ni veremos las danzas flamencas, que
tanto aprecio, ni volveremos a leer los poemas de Goethe o de
Baudelaire, ni viajaremos visualmente en un paisaje surrealista,
ni mucho menos sonreiremos ante un escrito dada? ¿O será que
la modernidad encontrará su fin porque quizá guarda en su
seno la semilla de la autodestrucción? Tantas cuestiones que me
asaltan, y para las cuales no tengo ninguna respuesta, todo es
muy oscuro. La carretera es estrecha, la vía de dirección única
no tiene salida, solo desvíos y obstáculos por todas partes, y de
hecho ya ni siquiera sé quién soy, pero necesito continuar, más
allá de mis fuerzas.
Usted sabe que mis heridas en relación a nuestra
Alemania son enormes, y no se limitan al hecho de estar
dominada por el terror de Estado. Nunca tuve reposo en ella.
París siempre representó el dulce exilio en el que me refugié
incluso estando en tierras alemanas, pues en el fondo nunca he
dejado la capital francesa. Ya antes de conocerla, la habitaba,
por intermedio de las preceptoras francesas. El idioma gálico

389
es mi verdadera patria, si es que los judíos tienen una; en él
me siento como en casa, aunque también ame la tierra donde
nací, Berlín, la ciudad más cosmopolita del este de Europa.
Leo a nuestros autores con pasión, de ahí que pueda asumir
el cargo de profesor de literatura alemana en la Universidad
de São Paulo sin mayores problemas, pero mi cabeza, usted
lo sabe, es totalmente francés. Puedo soñar en francés, como
le cuento en una carta que le escribí en francés a Gretel
[mujer de Theodor Adorno], y de verdad anhelaría vivir una
vida enteramente parisina, sin tener jamás que marcharme.
Sería espléndido residir, aunque fuese en una buhardilla, en
el corazón del Barrio Latino, frecuentar la Biblioteca Sainte
Geneviève o la Nacional, en la Rue Richelieu, sin tener la
necesidad de moverme hacia alguna otra parada, territorio
o nación. Un cuarto minúsculo, un techo solo para mí, no es
pedir mucho.
Soy consciente de que sueño en voz alta, cuando
deshago en la pluma las veleidades de alguien a quien no le
gustaría nunca tener que partir, reposando en el único suelo
que me es totalmente familiar. Entre Berlín, Moscú, Ibiza y París
cuantos palacios o mansardas he habitado y ninguno de ellos
me ha proporcionado un continuo refugio... Estoy cansado de
esos desplazamientos sucesivos, de esta obstinada carrera sin
objetivo. Porque es preciso tener un blanco, objetivo o meta, no
se puede vivir sin destino, como si el propio tiempo se encargara
de trazar una ruta que se me escapa cuando intento agarrarla
como a una hoja que vuela sobre la carretera. Mi nomadismo es
involuntario, no se trata de una elección, sino de una condición
a la que he sido arrojado. Reniego completamente de esta parte
de la identidad judía –por cierto, soy judío a mi modo, selecciono
gran parte de la herencia judía, pero rechazo un buen tanto, por
lo que ciertas personas me acusan hasta de antisemitismo ... falso,
falso, soy auténticamente judío, pero a mi manera y estilo porque
cada uno tiene su forma de gozar y disfrutar la judeidad. Esto lo
he discutido mucho con mi amigo Gershom [Scholem]. Aquellos
que no siguen la religión ni dominan el hebreo son tan judíos
como cualquier otro, porque no hay ningún código en el que el
judaísmo esté consignado, cada judío reinventa su ser-judío en el
mundo. No hay esencia, sólo modos de estar que implican otros

390
tantos modos de ser, muy singulares, y usted, supongo, por las
mismísimas razones, tiene conciencia de ello tanto como yo.
Acepto incluso que consideren mi filosofía como judía,
siempre que no se la aprisione en dogmas: lo que la hace semítica
son las marcas particulares de “mi” judaísmo, que es irreproducible,
gracias, por ejemplo, a los rasgos sutiles que he tomado de la cábala.
Todo en el mundo se copia y se multiplica –ya escribí sobre eso– aún
más con esas nuevas y poderosas técnicas de reproducción que no
dejan de desarrollarse. Pero hay algo muy peculiar que es irrepetible,
ese es el punto. Hay una vivencia que no puede ser transferida por
nadie, sobre todo por quien la vivió, y que permanece allí, no como
una definitiva esencia, o digamos como una misteriosa aura, sino
como un dato irreproducible, único, singular, haciendo que yo,
Walter, no sea ni de lejos el equivalente de todos los Walters que
hay en el mundo. Mi Walter es exclusivo, irreductible a cualquier
violencia identificatoria, de parte de quien sea. Y es ese nombre
singular el que me gustaría que, en un porvenir no muy lejano,
siempre se repitiera junto al Benjamin que tanto amo. Los dos juntos
resuenan en un poderoso eco, en el que me reconozco, como la más
cara firma, insignia de mi verdad.
Anhelo que la obra que un día legaré guarde ese sello
intransferible. Pero ¿quién garantiza que el enemigo no aplicará
golpes tan atroces hasta el punto de que ni el nombre propio
resista, pues seremos reducidos a abominables números, entre
muertos y sobrevivientes? El miedo de morir durante la guerra se
debe a que no queden vestigios relevantes de mi trabajo, cuestión
(lo reconozco) que me preocupa sobremanera, pues, finalmente,
mis escritos todavía son muy poco conocidos. Vivir es sobrevivir
a los durísimos golpes del destino. Confieso que ya he superado
el trauma de nunca haber obtenido un cargo universitario en
Alemania, después de aquel episodio del rechazo de mi tesis, pero
lo que soporto menos es esa sensación de nunca poder estar del
todo en algún lugar. Mire, estimado amigo: cuando me imaginé
que podía quedarme en mi capital amada, de golpe he sido
conducido hacia el otro lado del mundo. En primer lugar recibí la
carta de un cierto Prof. Pereira, invitándome a asumir un puesto
definitivo como profesor de literatura alemana en la Universidad
de São Paulo. Hace dos días tuve una audiencia con el agregado
cultural de aquel país, que recibió con enorme deferencia a un

391
pobre filósofo como yo. Supe que tal vez Stefan [Zweig] también
se vaya a vivir allí, pero en Río de Janeiro, dado que parece que
no transcurrió del todo bien su estancia en Inglaterra; pero, luego
de la historia de la reseña, no hemos vuelto a encontrarnos... Me
gustó mucho conocer al agregado, un Sr. Carvalho (no sé cómo
se pronuncia), que habla excelente francés, además de tener un
buen conocimiento del alemán. Él me tranquilizó acerca de la
barbarie tropical, parece que los portugueses fueron capaces de
desarrollar una cultura equivalente a la nuestra, aunque mezclada
con elementos indígenas y africanos –¡imagíneselo!
Tengo gran curiosidad por ver el resultado de ello, pues
nosotros, a pesar de todo, ¿no creemos en cierto grado de pureza
de la cultura europea, n’est-ce pas? No logro pensarla mezclada
con elementos no europeos, o, para decirlo de otra manera, no
judeocristianos. Parece, al menos, bizarro, aunque recuerdo que
Montaigne hace siglos que defendió ferozmente el particularismo
indígena de aquellas tierras (oí decir que la madre de Heinrich y
Thomas Mann nació en Brasil, lo cual es una muy buena señal…
confirmaré esta información allí mismo). El portugués que
hablan es una lengua derivada del latín, pero no sé si es similar
a la francesa, pues nunca ha he escuchado ni leído. Sin embargo,
estoy devorando en francés algunos folletos que me ha facilitado
el agregado sobre la cultura local, y encuentro que todo es
muy sorprendente, a pesar de la extraña proximidad. El hecho
de que se trate de una universidad muy joven me da un gran
aliento, y también me anima el hecho de que no me fastidiarán
por no tener la tesis de habilitación –¿quién sabe si no rehago
un poco mi trabajo, encomiendo una traducción y obtengo el
título allá mismo? Sé que la ansiedad me está agotando. Dejaré
que las cosas se desenrollen, sin ninguna inútil anticipación. Sin
embargo, si un día llegase a dominar el idioma, no sé si podría
hacer filosofía en portugués, nunca he oído hablar de un filósofo
brasileño. Seguramente hay, tal vez.
Aspiro a que el encuentro con esa cultura otra no sea un
shock del que jamás me recupere, mayor que el shock actual, que
ni de lejos se acerca al que vivenció el padre de la modernidad,
Baudelaire. ¿Será la guerra de hoy una consecuencia lógica del
shock de la modernidad y su locura, o el origen del mal es otro? Esta
es una más de las grandes preocupaciones que me embargan. La

392
cultura, a veces, es la locura, o al menos comprende la locura, pero
importa sobre todo la locura que engendra la cultura: al principio
el caos, el desvarío, después la tentativa de orden. En todo caso,
Europa no ofrece ninguna alternativa, sólo me queda salir, como
ya lo hicieron Teddie y Gretel [pareja de Adorno], así como muchos
otros amigos y colegas, usted entre los primeros y mayores. Sólo yo
quise quedarme hasta esta altura, aguardando algún súbito cambio,
pero el ritmo de las cosas ha atropellado cualquier proyecto.
En suma, los dados fueron lanzados, la decisión ha sido tomada
y ya dispongo de los papeles para partir. Si todo va bien, y nada
interfiere en el trayecto, en pocos días embarco en un navío que
sale desde Portugal hacia los alegres trópicos, donde quien sabe si
viviré para siempre; aunque no lo deseo, nada es imposible. No sé
si esa fantasía es peor o mejor que las muchas situaciones a las que
he tenido que someterme a lo largo de la vida: irme o quedarme,
partir o vivir, publicar o morir, permanecer tal vez. Las visiones
se arremolinan y nada por ahora se resuelve de modo simple. La
enseñanza en São Paulo podrá ser una solución provisional, un
paliativo, y no el remedio determinante. ¿Dónde en este mundo
encontraré la salvación, que tanto ambiciono, para mi cansado
cuerpo y para mi atormentada alma? ¿Dónde fue a parar mi Ángel
personal, que batió sus alas sin nunca haber enviado un nuevo
mensaje? ¿Será que lo reencontraré en las plumas de un multicolor
papagayo o en los vestidos de una dama local? ¿Cuál es el color de
aquellas personas? Tengo tantas dudas. De todos modos, al menos
en este momento, creo deben ser más felices que nosotros.
Me llevo mi valioso manuscrito, que estoy desdoblando
lentamente, esperando que nada malo nos suceda; cuento con los
lances del azar a nuestro favor. Sólo me preocupa el viaje a través de
España, nación poco confiable por ahora, aunque me han asegurado
que no debiera haber problemas. Partir, soñar, escribir, hacia un
país para mí aún no descubierto, donde el sol reluce más fuerte.
Seguiré con los buenos vientos, las velas y las olas. Los trópicos me
esperan y en ellos deposito toda la esperanza restante. La barbarie
de allí, si existe, no se compara a la de acá, las aves y los árboles
son otros, los hombres también. Así que estoy seguro de que no
se tratará de asilo, sino de un verdadero refugio. Dicen que es un
pueblo acogedor, pero problemático, en otros aspectos, vamos a
ver. Al llegar, enviaré las buenas nuevas y la dirección para que me

393
escriba, esperando que me cuente más sobre su vida en Estambul.
Tendremos ciertamente muchas impresiones para intercambiar
acerca de estos territorios extranjeros.

Bien amicalement,
suyo
Walter Benjamin

Erich Auerbach a Walter Benjamin

por raúl rodríguez freire

Para Evando Nascimento, por la sugerencia

28. 6. 402
Istambul-Bebek
Arslandi Konak

Querido señor Benjamin

Muchas gracias por su carta. Estoy muy feliz por saber


de usted nuevamente. ¡Qué alegría que las gestiones hayan dado
resultado! Aguardaremos con inquietud sus próximas noticias.
Si mi traslado a Estambul ha sido toda una experiencia, ya me
imagino lo que será su travesía en Brasil.
Por ahora aquí estoy bien. Marie y Clemens se han
adaptado mejor de lo que esperábamos. Las cosas realmente no
han sido malas para nosotros, solo que nos hemos vuelto bastante
pobres. No sobran la incertidumbre ni la inquietud, pero por

2. Carta encontrada en los archivos de Walter Benjamin. De todas las


cartas de Auerbach a Benjamin, esta es la más extensa, y la que entrega una
detallada percepción de la experiencia histórica de Auerbach en la Estambul
de aquellos años. Por su carácter de testimonio, ha sido objeto de un análisis
detallado por parte de Martin Vialon, “Verdichtete Geschichtserfahrung.
Erich Auerbachs Brief vom 28.6.1940 an Walter Benjamin”, en Waltraud
Meints, Michael Daxner y Gerhard Kraiker, eds., Raum der Freiheit: Reflexionen
über Idee und Wirklichkeit (Bielefeld: transcript, 2009), pp. 123-150. Las notas
han sido agregadas por raúl rodríguez freire.

394
el momento la vida continúa siendo encantadora. Sólo faltan
libros, es decir, una buena b[iblioteca] u[niversitaria], y hacer
viajes es imposible. Aún así nos arreglamos con las ediciones
disponibles, que si bien no son de confianza, se puede trabajar
con ellas bastante bien. Y claro, intentamos obtener bibliografía
con los amigos que, de paso, pueden traernos algunos encargos.
Seguimos en la casa sobre el Bósforo, que es uno de los lugares
más lindos para vivir, sobre todo porque vivimos junto a otros
alemanes, lo que nos permite compartir una herencia cultural
común, haciéndose así más llevadero el exilio. Aunque en
realidad, compartimos con muchos camaradas de la fortuna
[Schicksalgenossen], emigrantes de varios países, no solo alemanes,
la mayoría de los cuales también trabaja en la universidad,
muchos de ellos muy inteligentes y agradables. Estambul,
recordará que ya se lo señalé, es una ciudad maravillosamente
situada, hermosa y, a la vez, también poco atractiva y sin brillo
en una de sus zonas. Me refiero a la “nueva” Pera, una caricatura
y consecuencia de la colonización europea del siglo XIX, ahora
en completa decadencia. Con todo, Estambul es una ciudad
donde el intercambio cultural siempre ha sido muy fluido,
se podría señalar que es el resultado de la mutua fecundación
de lo diverso. No lo conozco, pero me han hablado mucho de
Georges Dumezil, que pasó algunos años enseñando historia de
las religiones. Se dice que aquí descubrió a los caucásicos, los
osetas, los georginianos, los armenios, los lazes, los cherqueses,
los abjazes y los ubyjes. Como verá, la condición de posibilidad
de Estambul es justamente la felix culpa del despedazamiento
de la humanidad en un cúmulo de culturas que aquí se dan la
mano. El camino hacia la universidad es por ello maravilloso.
Se atraviesan muros de la Constantinopla bizantina, puertas
del pasado otomano, un hipódromo y cisternas romanos, una
mezquita azul, y cementerios de diversos pueblos. Y qué puedo
decirle de la basílica Hagia Sophia. Verá que esta ciudad sigue
siendo de una belleza históricamente envolvente que da a
nuestros gustos una de las mayores alegrías; Estambul comporta
una cultura infamiliar y, al mismo tiempo, más cercana de lo que
podíamos imaginar. Y se lo digo no solo por el hecho inevitable
de que la cultura mundial está siendo estandarizada, problema
del que soy consciente (y quizá usted también lo será pronto,

395
aunque desde el otro lado del Atlántico), pues yo mismo me
encuentro acá en una “misión de occidentalización”: europeizar
un país no europeo en un par de años. Sino que acá se hace
evidente el trasfondo de la diversidad de un destino común. Pero
como Turquía, y Estambul de manera particular, se encuentra
en la fase final de una fructífera diversidad, creo que debemos
buscar precisar y conservar la conciencia de su fusión. Así, la
riqueza y la profundidad de los movimientos espirituales de los
últimos miles de años no se atrofiará en el interior de los pueblos.
No se puede especular con demasiado fundamento acerca de
los efectos de esta tentativa. Nuestra tarea consiste en crear la
posibilidad de ese efecto, y lo único que estamos en condiciones
de decir es que, para la época de transición en la que vivimos, el
efecto puede ser muy significativo.
Pensar en esto es lo que me mantiene con esperanza.
Y esta esperanza la trato de vincular a un problema que ahora
me estoy configurando, buscando así una forma de escapar
a la monotonía de mi trabajo, pero también con la intención
de enfrentar la situación por la que atravesamos. El trabajo
es bastante básico, aunque en términos humanos, políticos
y organizativos, es sumamente interesante. Toda la terrible
masa de dificultades, molestias, intrigas, obstáculos y falta de
disposición provocada por las autoridades y las condiciones
sociales, que empujan a algunos colegas a la desesperación, para
mí no es desagradable, porque, como objeto de observación, esto
es más interesante que el eventual objetivo de mi actividad, el
cual, sin embargo, como se entiende en sí mismo, realizo con
todas mis fuerzas. Por eso es que he logrado realizar algunas
publicaciones. En su mayor parte son teológicas y se ocupan de
la filología clásica, pero metodológicamente pueden tener algún
interés mayor. Me sentiría muy feliz si alguien decidiera continuar
este trabajo, y especialmente si usara una técnica que comience
no por un problema general sino por un fenómeno específico
[Einzelphänomen] y bien elegido, que sea fácil de controlar; tal vez
la historia de una palabra o la interpretación de un pasaje. Pensar
así es lo que me ha llevado a retomar seriamente dos proyectos,

396
uno que tiene que ver con mi Publikum3* y otro sobre el realismo,
ya sea que uno apruebe los resultados o no de lo que al respecto
he publicado, pues los estoy reuniendo adecuadamente:
proceden de una pequeña e incuestionable recopilación de casos,
porque de lo contrario no se analizarían bien, en los que analizo
el empleo de la mimesis (mi punto de partida [Ausgangspunkt])
y la forma en que esta ha expuesto o representado la vida del
pueblo humilde. Si la historia es producto de la forma en que
la narramos, si nuestro tiempo se configura a partir del modo
en que nos imaginamos el pasado, entonces debemos buscar en
lo ya acontecido, en lo ya escrito, elementos que nos permitan
imaginar posibles alternativas al presente. Mi “Sacrae Scripturae
sermo humilis”, que debiera aparecer en el próximo número de
Neuphilologische Mitteilungen (que Langfors publica en Helsinki),
donde me detengo en el desarrollo semántico de la palabra
humilis, también va en esa dirección, por lo que mi interés en
el realismo debe verse como un proyecto que pueda darme las
fuerzas para responder a la situación del mundo actual, que no
es más que una astucia de la providencia, que nos conduce a lo
largo de una ruta sangrienta y angustiosa hacia la Internacional
de la trivialidad y una cultura del esperanto. Ya lo sospeché
en Alemania y en Italia, teniendo en cuenta la inautenticidad
asoladora de la Blubopropaganda [Propaganda de la sangre y de
la tierra], pero aquí, por primera vez, esto se me ha transformado
en una certeza.
¿Se imagina que alguien pueda estar tan intensa
y exclusivamente ocupado durante años con un problema
particular, una dificultad o desafío particular, que lo absorba
con toda su fuerza, a tal punto que solo con una gran voluntad
puede encontrar fuerzas para cualquier otra cosa? Claro que se lo
imagina y eso es lo que me ocurre ahora. El desafío no es captar
y digerir todo el mal que está ocurriendo, eso no es muy difícil,
sino más bien encontrar un punto de partida [Ausgangspunkt]
para enfrentar las fuerzas históricas que hoy nos asedian. Todos

3. Esta mención es importante, porque nos devela que, al igual


que con Mimesis, Auerbach trabajó en Literatursprache und
Publikum in der lateinischen Spätantike und im Mittelalter desde
bastante tiempo antes de publicarlo en la editorial Francke, de
Berna, en 1958.

397
aquellos que quieren hacer lo correcto y lo verdadero están
unidos solo en los aspectos negativos: en cuestiones activas
y positivas, son débiles y están fragmentados. Y, sin embargo,
lo que el bien tiene en común debe y volverá a tomar forma y
recuperará la unidad y la concreción para convertirse en un
signo visible; la presión es tan terriblemente fuerte que nuevas
fuerzas históricas deben emerger de ella. Para buscarlas en mí
mismo, y para rastrearlas en el mundo[,] dejo que me absorban
completamente. Las viejas fuerzas de resistencia (iglesias,
democracias, educación, leyes económicas) son útiles y efectivas
solo si se renuevan y activan a través de una nueva fuerza que
aún no me resulta visible. De mi biografía, mi profesión y mis
escritos, queda claro por qué estas pesadas reclamaciones me
persiguen[,] y por qué cada momento de mi vida las renueva4*
fortalece. Sé bien cuáles deben ser las reglas y la dirección más
generales de la renovación esperada. Sé muy bien cómo rechazar
todas las ideas distorsionadas, falsas o a medias. Sólo que esto no
es muy concreto, por lo menos todavía no. La consecuencia: soy
un profesor que no sabe muy bien lo que debe enseñar. No sé lo
que tengo que decir a quienes esperan algo concreto de mí (un
consejo, un tema, una decisión básica); por el momento, quizá
pueda decir algo práctico, pero incluso eso no es tan diferente de
los principios básicos cuando no se tiene ninguno. No considero
la condición en la que me encuentro única; hay muchos que están
como yo, o en situaciones similares. No hay nada más lejos de mí
que buscar el reconocimiento; cuando surja la oportunidad para
decir o hacer o algo, podría decirlo o hacerlo sin problema. Es
más, podría convertirme en una persona activa de inmediato, si
supiera concretamente cómo y qué[,] a la luz de las circunstancias
que nos sacuden, y esto ahora está oculto no solo para mí sino
para todo aquel que viva circunstancias similares, es decir, todos
los que cuidan la dignidad y la libertad del hombre. Ciertamente,
hay muchos entre ellos que se consuelan y se calman con todo tipo
de recetas, ideas anticuadas o incluso rechazando por completo
los acontecimientos mundiales. No puedo hacer eso. Estoy
demasiado convencido del orden histórico, me siento demasiado
obligado a reconocer lo que está sucediendo, a no sentirme con

4. Palabra tachada por Auerbach en la carta original.

398
la necesidad de esperar una corrección de los acontecimientos
en sí mismos, y por otro lado he aprendido demasiado (de la
vida y de los libros) para permitirme ser engañado por ilusorias
esperanzas. Todavía no creo que mi poder espontáneo para
actuar se vea completamente afectado [de manera negativa],
todavía funciona en situaciones de emergencia. Pero ejercerlo de
manera errática e impulsiva no es mi papel. Los nazis dicen: mejor
actuar por error que no actuar en absoluto. Eso puede funcionar
en muchas circunstancias, donde una decisión rápida ofrece una
posibilidad de éxito, ciertamente correcto. Pero no estamos en tal
situación, al menos fundamentalmente. Debemos y lo haremos,
cuando sea el momento oportuno, actuar correctamente, hasta
que tengamos que esperar, mirar y estar listos. No hay duda
alguna de que, dado todo esto, mi disposición para lo personal
y lo humano es, lamentablemente, demasiado breve. Lo siento
a menudo. A veces me impaciento si algo así me invade, y me
digo: eche un vistazo, hombre, cómo se acepta usted mismo:
izquierda, derecha, izquierda, derecha, come, duerme, trabaja,
seguro, eso funciona, y luego pienso en Dios y en el mundo
eterno, y [me digo a mí mismo] no sea tan melodramático. Pero
también sé que estoy equivocado al respecto, y que tampoco es
mi verdadera naturaleza sentir eso. En el pasado, he pensado
muy diferente sobre este punto y a veces sucede, como
ahora, que un ser humano individual abatido me conmueve.
Desafortunadamente, se trata de un momento de suerte y de
contacto, que no se puede forzar. Tengo una buena cualidad, es
decir, una buena voluntad, casi incansable. Tal vez eso ayude
a que mis relaciones humanas reales sean más fructíferas, así
sean, como en nuestro caso, mediante la correspondencia. Más
de un océano nos distanciará, pero no se aflija amigo mío. Usted
me ha mostrado, quizá sin proponérselo, lo importante que es
dedicarse a un problema o desafío particular. Me ha ayudado a
mí y a mi familia. Mi realismo es su París y si logro (si logramos)
salir adelante, sabré reconocérselo.
Hubiera deseado gustosamente escribirle algunas
palabras sobre mis últimos años en Alemania, así como otros
detalles de la vida lejos de nuestra cultura, pero tengo que
aplazarlo porque he sido interrumpido varias veces mientras
escribía esta carta, y ahora no tengo más tiempo.

399
Espero tener nuevamente noticias de usted pronto.
Recuerde que está en nuestra más amigable memoria.

Suyos
E[rich] y M[arie] A[uerbach]

[fue Eli Prudant, que realizaba un doctorado en literatura en la


Universidad de São Paulo, quien me refirió, creo que a inicios
de 2013, la existencia de un texto que hablaba de Benjamin
en Brasil. Me envió un link que no revisé en su momento y que
se perdió cuando un virus invadió mi computador de entonces.
Tiempo después recordé vagamente el texto sobre Benjamin,
pero como Eli tampoco había guardado la referencia, esta
simplemente desapareció. Alrededor de dos años más tarde,
comencé a escribirme con Evando Nascimento, a propósito del
coloquio “El lugar de la literatura en el siglo XX”, organizado
por unos estudiantes de la universidad donde trabajo y que
tuvo lugar en noviembre de 2015. Evando me envió algunos
de sus libros, y yo le envié otros. Entre los libros que recibí en
su primer envío, se encontraba Cantos do mundo (contos). Al
verlo, supe inmediatamente que la referencia perdida había sido
recuperada. El título reapareció en mi memoria con la intensidad
de una imagen pensamiento (Denkbilder). Era un día jueves, de
alguna tarde de octubre. Volvía de realizar clases a mi oficina,
sin saber que en ella me esperaba una pequeña encomienda
sobre el escritorio. La alegría fue inmensa. Suelo leer de camino
a casa, lentamente, con lápiz en mano (de lo contrario, la lectura
es fútil). Un par de cuadras bastaron. La alegría se redobló. No
imaginaba la forma en que Evando ficcionaría la reacción de
Benjamin ante la noticia de un posible puesto en São Paulo.
Esa misma noche le escribí, señalándole que quería traducir su
texto y agregar una respuesta de Auerbach, que me encargaría
de ficcionar. Mario Campaña aceptó inmediatamente publicar
este imaginario intercambio en Guaraguao. Pero compromisos
previos fueron postergando tanto la traducción de una imaginaria
traducción, como la “respuesta”. Hace un par de meses,
pensando en La forma como ensayo, me decidí a concluir lo
pendiente y publicarlo sin más vueltas. Le escribí a Evando, que
aceptó inmediatamente. Pero este nuevo intercambio trajo una

400
nueva sorpresa. Para mí, la carta ficticia de Evando me permitiría
imaginar a Benjamin en Brasil. Auerbach le preguntaría por su
estadía en los trópicos, comparándola luego con la suya, en el
límite entre Asia y Europa. Así que respondería a un Benjamin
viviendo en São Paulo. Pero para Evando, Benjamin decide
cruzar el Atlántico, sin lograrlo, pues, como es sabido, “WB
morreria na fronteira” y eso aquí no cambiaría. “Es divertido
que cada uno haya pensado de un modo diferente sobre esta
correspondencia ficticia”, escribió Evando, para luego agregar:
“Como brasileño, podría haber imaginado incluso una novela
de WB (como Löwy sugería) en el país, conviviendo con la
intelectualidad nacional e internacional de la época. Esto daría
lugar a una hermosa historia. ¿Por qué no lo hice? Porque
ello implicaría traicionar la memoria enlutada del personaje
histórico. Por razones intrínsecas, WB sólo podría morir, debido
a su fragilidad ante la brutalidad nazi. A diferencia de Zweig
(que vino a Brasil, pero después se suicidó), de Adorno (que
huyó y sobrevivió) y de tantos otros sobrevivientes, le faltaba
a WB la fuerza existente para ir más allá de la frontera... Era
esencialmente un hombre del umbral, viviendo en la inminencia
de la muerte. Esto no tiene nada negativo, al contrario, es una
sensibilidad humana que me encanta en el pensador y en el
individuo. Toda la carta que escribí está cubierta de ese luto
previsible, de esa muerte anunciada. Cualquier esperanza allí
es vana, pues en aquel momento, con la Ocupación, el nazismo
triunfará, como de hecho triunfó”. De ahí que esta carta que
he imaginado, a partir de otras cartas que Auerbach sí escribió
(al mismo Benjamin, pero también a Traugott Fuchs y Martin
Hellweg), así como de algunos de sus textos, tuviera finalmente
como destinatario a un Benjamin que aún no ha dejado París y
que nunca dejará Europa. Una carta que lo muestra preocupado
políticamente por el mundo que le rodea; la lectura atenta
de Mimesis no me permite imaginarlo de otra manera. Su
correspondencia tampoco]

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Los ensayos que conforman esta nueva entrega de raúl rodrí-
guez freire intervienen puntualmente en las discusiones sobre el
colapso de las formas del pensamiento crítico, dentro y fuera de
la universidad contemporánea. A contrapelo de la estandariza-
ción de la escritura académica, atrapada en las mallas de la
indexación o de la subsunción algorítmica, rodríguez freire
despliega una genealogía alternativa del ensayo como forma
experimental, donde la operación del montaje intensifica la
pregunta sobre la fuerza de la imaginación crítica y la ficción, a
la vez que interroga la autoridad culturalista o esteticista del
género. Sus provocadoras lecturas de Silviano Santiago, Daniel
Defoe, Walter Benjamin, Erich Auerbach, Joseph Conrad,
Josefina Ludmer, Edward W. Said, Simón Rodríguez y Roberto
Bolaño, entre otros, ubican el debate sobre la (post)autonomía
en una zona inexplorada, donde ficción y teoría se cruzan para
impugnar los regímenes del trabajo intelectual en la era del
capital financiero y la tecné digital.

Julio Ramos

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