Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Distribuidas por las publicaciones de los últimos treinta años, son muy co-
munes expresiones como “género narrativo/descriptivo, etc.”, “registro o gé-
nero científico/académico/económico/político, etc.”, “registro formal/in-
formal”, “registro o género oral/escrito”, “registro/género burocrático”,
“registro léxico”, “diversos registros” (en un poema, en una conversación…).
Vemos, pues, que bajo los rótulos de “género” y “registro” se incluyen, in-
distintamente, conceptos como los de estructura textual, combinatoria de ele-
mentos lingüísticos, tema tratado, funciones de los textos en la vida social,
tono afectivo que acompaña al texto, grado de proximidad entre hablantes,
actos de habla, ámbitos del saber o disciplinas, modalidades de las mismas,
transmisión y formas de organización social…
Para algunos autores, de hecho, género y registro son sinónimos (Halliday,
02 Anejos-2006 28/11/07 11:35 Página 262
1984: 8). Pero hay también quien, a pesar de hundir sus raíces en la lingüística
de Halliday, defiende que el registro o variación funcional del discurso es una
categoría contextual que, no obstante, se relaciona con características lin-
güísticas; así, la Lingüística sistémico-funcional elabora unos conceptos tan
ambiguos como abstrusos: sostiene, por ejemplo, que los géneros determi-
nan el texto a través de su especificación en el registro1, y que, a su vez, se
asocian sistemáticamente con el sistema lingüístico a través de los compo-
nentes funcionales de la Semántica; tales conceptos se articulan en “campo”
–tipo de actividad que se realiza mezclada con el contenido o ideas–, “tenor”
–estatus social de los participantes mezclado con las relaciones entre ellos–
y “modo” –una mezcla entre canal de comunicación y modalidad oral o es-
crita–. Martin (1992: 505); defiende, insistimos, que los géneros se actualizan
en los registros y los registros se hacen perceptibles por el lenguaje y en él se
aprecia una clara tendencia a resaltar como atributo principal del género la
actividad u objetivo social (Martin, 1985: 250). Este aspecto, en nuestra opi-
nión, es discutible, ya que hay una simultaneidad de rasgos que en cada gé-
nero pueden concurrir con la misma o similar importancia. Un rasgo será
más o menos relevante en función del establecimiento y diferenciación en-
tre unos géneros y otros, no per se y a priori, sino en virtud de la convergen-
cia sincrónica de los referidos rasgos. A nuestro entender, la confusión, en
Martin, entre actividades más atribuibles a la propia estructura textual y otras
más atribuibles a la acción social se hace patente al considerar “géneros des-
criptivos”, “géneros de proceso”, “géneros de exposición”, “géneros de ex-
ploración o investigación”, etc.
El registro nunca podrá ser, creemos, una categoría contextual, sino un
criterio de clasificación que está motivado por categorías contextuales, sobre
todo porque responde a unas formas lingüísticas determinadas de expresión; po-
drá –eso sí– estar muy constreñido por las circunstancias de la situación, pero
su percepción sólo es posible en el resultado textual; por otra parte, el que
toda expresión lingüística esté siempre determinada por el contexto es la idea
central del concepto de discurso, y no específicamente de la idea de registro,
desde el momento en que el discurso como producto lingüístico siempre re-
mite a una situación. Bien distinto será que, para explicarnos, a posteriori, por
qué se emplea tal o cual registro, haya que acudir a factores propios de la si-
tuación como, de manera inmediata, a la simetría o asimetría socio-afectiva
entre hablantes; y, si seguimos preguntándonos sobre esta simetría, habrá que
ahondar en el tipo de acontecimiento que respalda a ese registro, en las cos-
tumbres sociales, en la legislación vigente, etc., pero el camino nos dirige,
de nuevo, a la concurrencia de rasgos y, otra vez, al género. Al contrario de la
creencia de Kress (1993), de que el género está al mismo nivel que, por ejem-
plo, el dialecto o el informe, y, a su vez, todos están subordinados al registro,
pensamos que el registro, como objeto observable, se asienta sobre criterios
puramente lingüísticos. Por consiguiente, nosotros vamos a considerar el re-
gistro como una categoría de naturaleza textual consistente en una serie de
combinaciones lingüísticas apreciables en la superficie del texto que fluc-
tuará, de acuerdo con los posibles grados de conciencia metadiscursiva del
hablante, entre un polo de espontaneidad total hasta otro polo de solemni-
dad, en una supuesta escala.
El grado de conciencia de utilización del lenguaje y, más exactamente de
su planificación2, suele presentar una correlación entre niveles de formali-
zación y complejidad discursiva, si bien, no de modo unilateral, ya que esto
depende la arquitectura neuronal3 del hablante; de tal suerte que, a mayor
conciencia lingüístico-discursiva, suele haber mayor formalización y viceversa.
En consecuencia, el registro, despojado de otras connotaciones afectivas que
le adjudican muchos autores4, es un rasgo complejo del género, de natura-
leza textual, pero fácilmente perceptible en el producto final en que se nos
presenta el discurso5. Dicho en otras palabras, la cuestión de que lo expre-
sado bajo cualquier formato genérico sea más o menos esmerado, más o me-
nos solemne o más o menos espontáneo no es algo, en sí mismo, funcional;
sin embargo, esa particularidad junto a otras muchas, sí nos hacer recono-
cer el tipo de comportamiento a que obliga el género que estamos adop-
tando, porque, como apunta Bajtín (1982: 276), el usuario va rellenando esa
especie de hueco estructural con palabras.
Los aspectos sustanciales que repercuten en el uso de un registro tienen
su correlato y, por tanto, explicación en facetas textuales del discurso, tales
como el grado de formalización del texto y en los aspectos interactivos refe-
rentes a ciertos vínculos entre hablantes, como pueden ser la distancia psi-
cológica y la distancia social. Hemos depurado muchos rasgos convergentes,
defendidos en otras situaciones (Cortés y Camacho, 2003) por no mantener
una relación causa-efecto invariable. Así, actualmente, hemos rechazado el
término “campo”, por confuso, pero, en todo caso, el tema del género –uno
de los componentes del “campo” no conlleva, necesariamente, un único re-
gistro, como no lo conlleva el tipo de actividad ilocutiva: aunque, de ante-
mano, pudiera pensarse, por ejemplo, que un tema científico se desarrolla
enunciados, como decir que hablamos mediante géneros, que es un paso más en el logro de
la precisión funcional.
02 Anejos-2006 28/11/07 11:35 Página 264
REGISTROS
Grado de conciencia
Mínimo Medio Alto Máximo
discursiva del hablante
psicológica
Individual Variable
Distancia
partido por los hablantes, siempre habrá una correlación que hemos reco-
gido en la celda del término “genérica”, coincidente con el valor de la dis-
tancia psicológica que todos los hablantes poseen en sus esquemas mentales
como adecuada, en relación con la distancia social.
Para explicar la distinción entre género/acto de habla, partamos de que un
hablante realiza dos clase de operaciones cuando habla inmerso en unas cir-
cunstancias: (1) referirse a algo y (2) relacionarse con alguien con ciertos
propósitos; ello, al margen de que tales acciones se hagan simultánea, suce-
sivamente o de manera mixta y al margen también de lo tácito y de lo ex-
plícito. Esas, sospechamos, son las dos ilocuciones básicas que realiza el hom-
bre mediante el discurso. Con estas coordenadas, lo que se entiende por acto
de habla es poco esclarecedor, porque tan acto de habla es “culpar” o “pro-
meter” (acciones en las que predomina, claramente, la relación personal, la
actitud hacia el otro) como “negar” o “aseverar” (en las que es más impor-
tante la relación que vincula a hablante y referente mediante pensamiento
y lenguaje –relación referencial–). El problema reside en que los actos de
habla, precisamente por su diferente naturaleza, pierden sus límites y se su-
perponen entre sí y en distintas unidades del discurso6: se puede aseverar y
prometer en un mismo enunciado o en dos enunciados distintos; se puede
preguntar y aseverar, mientras se culpa en uno, dos o tres enunciados, o se
puede preguntar y negar mientras se justifica… En este orden de cosas, pa-
rece poco útil basar el género, para una taxonomía, en transformaciones del
acto de habla, como hizo Todorov (1976: 159-170), para quien, por ejemplo,
el género “invitación” (que nosotros negamos como tal género) es resulta-
do de evoluciones de los papeles de los participantes –uno de los muchos
rasgos o propiedades de los géneros–, o de la inserción del acto verbal de
“invitar” en el de “relatar” –que confunde con modelo textual–. A nuestro
juicio, su error, como el de todos los que defienden el conjunto de actos con-
formadores del género (Dementiev, 1995), es tomar como marco de refe-
rencia la concatenación de unas unidades –actos de habla– heterogéneas por
propia definición. Probablemente sea más conveniente para que el género
sea una entidad productiva en el comentario discursivo extraer y agrupar las
informaciones homogéneas que se desprenden de los actos de habla, como
veremos después, y pensar que la finalidad de un texto hay que considerar-
la en su totalidad, no en la suma serial de sus actos de habla.
Por otra parte, no son pocas las confusiones que se plantean, actualmente,
entre los conceptos de género y modelo textual; ello, por la misma razón que ve-
nimos aduciendo a propósito de la errónea identificación entre el propio gé-
nero y sus propiedades. Pongamos un ejemplo: un mitin político que, en prin-
7 Decimos “en principio” porque esa función original está hoy lo suficientemente desvir-
tuada. Posiblemente, la mayoría de los individuos que hoy asisten a un mitin no necesita ser
convencida, dado el exceso de información disponible para el ciudadano, sino que lo hacen,
entre otras razones, para participar afectivamente en un acto de afirmación o integración en
el grupo, para apoyar, en definitiva.
8 Es muy interesante, en cuanto a su taxonomía, el proyecto EAGLES (1996).
02 Anejos-2006 28/11/07 11:35 Página 267
ii. La estructura textual, a la que se adscriben tres elementos: el modelo textual –na-
rrativo, descriptivo, argumentativo o mixto9; la estructura formal, según ésta
sea susceptible de pertenecer a otra estructura mayor o no y según el grado
de formalización del texto –alto, medio o bajo–. Y, por último, el registro, como
resultado lingüístico del grado de conciencia metadiscursiva del hablante;
éste oscilará entre la solemnidad y la espontaneidad, como polos extremos,
si bien también podrá ser esmerado o medio.
Nivel de
Modelo textual Estructura formal Registro
especialización
No susceptible de engarce
Nivel de
Contenido
Susceptible de engarce
formalización
Más de un tema
No especializado
Argumentativo
Especializado
Espontáneo
Descriptivo
Técnico-científico
Esmerado
Narrativo
Solemne
Un tema
Medio
Mixto
Humanístico
Mínimo
Medio
Mixto
Alto
i. Respecto a las relaciones entre los usuarios y la finalidad o función social del género,
éste servirá para divertir –géneros lúdicos–, para gozar de lo artístico –gé-
9 Descartamos el citado modelo instructivo de Werlich (1975) por ser un híbrido de los
10 Todos los ejemplos que aquí se proponen serán géneros exclusivamente orales.
02 Anejos-2006 28/11/07 11:35 Página 269
CARACTERÍSTICAS CONTEXTUAL-INTERACTIVAS
Transaccional
Receptor inadecuado
Por la duplicidad de
Por la inmediatez
Receptor ideal
participantes
receptiva
Estética
Lúdica
(explicado
(desarrollado en el texto)
en el texto)
gún nuestro criterio, junto al concurso, se hallan otros géneros y subgéneros orales radiofóni-
cos como la retransmisión, el boletín informativo, la crónica, el anuncio publicitario, la rueda
de prensa, el comunicado, las efemérides; entre los no radiofónicos, la conversación telefóni-
ca, el chat de voz y los mensajes en contestador.
02 Anejos-2006 28/11/07 11:35 Página 271
13 Descartamos el citado modelo instructivo de Werlich (1983), por ser un híbrido de los
BIBLIOGRAFÍA