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La Primera Gran Desilusión

Prólogo
Antes que nada, me quiero disculpar por la falta de calidad narrativa que el lector
pudiese encontrar en las próximas páginas. A pesar de mis varios años vividos, realmente no
me dediqué demasiado al estudio de la escritura, aunque sí he leído una cantidad considerable
de libros. Le pido encarecidamente que se centre particularmente en los hechos, ignorando
mis carencias como escritor. En futuras producciones espero no tener que realizar esta
aclaración. Ahora sí, puedo presentar el texto.
Uno siempre desea tiempo libre hasta que lo tiene. El placer de dar todo de sí mismo
en pos de perseguir un objetivo puede ser estresante. Sin embargo, es prácticamente
imposible aburrirse si uno se emprende en esta misión. A mis setenta y un años, ya creo que
alcancé aquel objetivo. Es verdad que estoy afrontando alguno que otro nuevo, pero EL
objetivo, aquel que estuve persiguiendo desde hace cuarenta y cuatro años (a pesar de no
entender bien aquello que perseguía hasta hace muy poco), está cumplido, o más bien,
acabado. Sin embargo, ahora mi objetivo es narrar en las siguientes páginas mi experiencia
con una persona maravillosa, que a pesar de incorporarse tarde a mi vida, fue uno de mis
principales ayudantes en mi largo camino. Yo, Diego Borges, en las siguientes páginas
narraré el tiempo que conviví con el célebre Julio Andrés Cossi.
El principio
El sol recién salía por el oeste mientras iba caminando hacia la oficina. Aquel día,
veinticuatro de abril del dos mil cincuenta, se cumplían cuarenta y un años de mi ingreso a la
unidad de investigación criminal de campo. Aquel primer día parecía ayer, aunque el mundo
hubiera cambiado notablemente.
La nueva oficina era un departamento en Belgrano. Comparado con la anterior, era
extremadamente pequeña. Tenía cuatro ambientes, ocho escritorios y un solo baño. Ni
siquiera alcanzaban los escritorios para todos, debíamos turnarnos para ver quién trabajaba en
el sillón. Todo el tiempo estaba desordenada, se encontraban decenas de papeles en las
paredes y en el piso. Los escritorios estaban ubicados en posiciones extrañas ya que el
departamento claramente estaba hecho para acoger una familia, y no para que funcionase
como una oficina para diez personas. Pero aquello era lo mejor que teníamos.
Abrí la oficina y no tardó en llegar el resto del personal. De haber pasado esto una
década atrás, alrededor de veinte o treinta investigadores me habrían saludado por mi
aniversario en la oficina, y hubiéramos festejado. Sin embargo, cuando llegaron los demás
siete investigadores, el secretario y el único encargado de la limpieza, apenas saludaron y se
pusieron a trabajar. Desde el problema de las drogas que explotó un año atrás, la división
antidrogas no paraba de sacar personal de la división de investigación de campo, la nuestra.
Al principio era algo regulado y opcional: los más moralistas se cambiaban para ayudar al
país y aquellos que no querían tomar riesgos de más se quedaban. Sin embargo, a lo largo de
los meses pidieron más y más personal hasta que dejaron de pedir, y comenzaron a exigir. Yo
me salvé porque ya era un hombre grande. Ya podría haber tramitado la jubilación para aquel
entonces, y lo estaba haciendo, pero viendo el escaso personal que quedaban en la unidad en
la que tanto tiempo estuve operando, no podía dejar que la cerrasen. Así que ahí estaba, con
sesenta y ocho años todavía investigando casos en los cuales la Policía Federal necesitase
ayuda.
-Hoy tenés que entrevistar al nuevo- me recordó Julia, una de las investigadoras con más
trayectoria.
-¿Cómo que el nuevo? ¿El pibe de dieciocho años? Ya te dije, no voy ni a entrevistarlo.
-Ya le dije a Javier- Javier era nuestro secretario-. Además, vos viste lo que hizo, claramente
está capacitado. Y es obvio que personal nos falta, no podemos tener todos ocho casos al
mismo tiempo. Encima vos en cualquier momento te tenés que jubilar. Llega en media hora
el pibe.
Julia claramente tenía razón: a pesar de la falta de espacio, era complicado hacer el
trabajo de treinta siendo ocho.
-Yo te entiendo Juli, es que el problema va por otro lado. Un pibe que ni siquiera fue a la
universidad no hay chance de que soporte lo que conlleva este trabajo. Vos sabés lo
impactante que puede ser esta posición.
-Pero vos viste lo que le pasó al pobre chico. Seguro se la banca, debe estar muy motivado.
-Eso es lo que me da miedo. Pero bueno, si está viniendo, aunque sea voy a entrevistarlo.
Me acomodé la corbata, me hice un café negro, fui al escritorio que me correspondía
y me puse a leer la ficha del joven. Fue una tarea difícil debido a que el escritorio, al tener
una pata de alrededor de cinco centímetros más corta que las demás, no paraba de moverse.
Sin embargo, no se podía negar que la ficha era muy interesante: el joven tenía un promedio
de nueve coma setenta y seis en un colegio excelente y le habían ofrecido varias becas en el
exterior, las cuales rechazó. No obstante, aquello era lo menos importante. Su madre había
sido asesinada un año y medio atrás. El caso había quedado abandonado por falta de pruebas.
Él, un año después, presentó un informe extremadamente detallado donde dejaba en
evidencia al culpable, quien acababa de ser condenado la semana anterior. Luego de eso, se
contactó con la oficina notando que faltaba personal, habló con Juliana, y el resto ya está
escrito.
-Ya llegó- me informó una investigadora a la vez que abría la puerta.
Julio era un joven flaco y alto, de tez morena y pelo negro. Tenía un arito metálico en
la oreja izquierda, el brillo del acero contrastaba con la oscuridad del cabello. Pero lo que más
me llamó la atención fueron sus ojos marrón claro. Eran muy despiertos, recién entró a la
oficina sus pupilas comenzaron a moverse hacia todas direcciones, sin mover la cabeza.
-¿Vos sos Julia?- le preguntó a la persona que le abrió la puerta.
-No, soy Catalina- respondió ella.
-Yo soy Julia, pasa hacia el escritorio de Diego- le indicó mientras me señalaba. Mi escritorio
estaba en una esquina de la sala principal, así que era obvio que todos iban a escuchar
atentamente la entrevista.
Julio se recostó sobre la silla, muy relajado. Incluso se podía notar la silueta de una
sonrisa en su rostro.
-Veo que estuviste leyendo- comentó a la vez que señalaba la ficha.
-Sí, de todo lo que está ahí estoy al tanto. Pero me imagino que sabe que el trabajo es mucho
más que eso.
La expresión confiada del joven se desdibujó ligeramente, pero intentó seguir sonando
confiado:
-Lo imagino, aunque también veo que personal no les sobra, y dudo que las ofertas que te
están llegando sean abundantes.
-Uno diría, pero hay veces que si metemos mano de más solo arruinamos el trabajo. Prefiero
tener solamente mano de obra calificada que admitir a cualquiera. Esto es una materia seria,
cada criminal mal atrapado o sin atrapar es un ladrillo que ayuda a construir un mundo peor.
Parecía que este último comentario le terminó de hacer entender que la entrevista no
iba a estar servida.
-¿Perdón, pero sabe lo que hice para atrapar al asesino de mi mamá?- me preguntó, ahora con
un aire más desafiante.
-La verdad que no tengo idea, estoy deseoso de escucharlo.
-Ya bastante difícil fue encontrar a los posibles sospechosos. A ella la mataron en Villa
General Mitre, en un intento fallido de robo, sin testigos. Investigué toda posible persona por
la zona, me dejé robar repetidas veces viendo si tenían arma o no, incluso inspeccioné a todos
los vendedores ambulantes, tratando de identificar alguno que fuera nuevo en el oficio, por si
el asesino se hubiera arrepentido y dejado de robar. Cuando encontré a tres posibles
sospechosos, empecé a entablar una relación de amistad ficticia con todos, comentando entre
charlas amistosas que tenía contactos en la policía. Los tres eran o habían sido ladrones, a dos
les “borré antecedentes” y uno, después de casi un año, me pidió que le borre un caso de
homicidio. Sin mover un solo pelo, le pedí que escribiera en un papel todo lo que supiese del
caso así mis contactos podían identificarlo. Luego, le expliqué que necesitaba el arma o
alguno de los objetos robados, así podíamos armar un caso falso con eso. Del arma se había
deshecho inmediatamente, pero el celular que robó nunca tuvo el valor de venderlo. Así, pude
acusarlo y efectivamente meterlo tras las rejas. Créame que puedo manejar la presión
fácilmente y trabajar de forma extremadamente profesional. Estoy convencido de que puedo
ayudar a crear un mundo más justo.
La oficina quedó en completo silencio. Terminé mi taza de café y me quedé viendo
las gotas que quedaron en el fondo por unos segundos. Luego, ojeé los escritorios de
alrededor para contemplar las expresiones de impresión y asombro de mis compañeros.
-Lo vamos a pensar, Julio- le contesté-. Tengo tu celular, así que cualquier cosa te contacto
explicándote todo.
-Muchas gracias- contestó y se fue directo. Se notaba cierta frustración en sus movimientos.
Pareció que los investigadores volvieron a su trabajo. Sin embargo, unos segundos
después de que se cerró la puerta, todos me miraron y se acercaron a donde estaba yo.
-Es increíble- opinó Julia-. ¿Viste lo que hizo? No podés rechazarlo, es el Sherlock Holmes
argentino.
-Sherlock es un sociópata, éste es un idealista- contesté.
-¿Y no es mejor?- preguntó ella-. Encima que es inteligente, es buena persona.
-Se va a decepcionar con lo que encuentre en el campo. Está esperando encontrarse con un
mundo con una maldad que con esfuerzo y dedicación va a lograr arrancar, pero le va a
impactar mucho cuando se encuentre con que en realidad, todo el mundo es malo desde sus
raíces, y nada puede hacer él ni nadie para cambiarlo. Tiene dieciocho, mejor que su primera
gran desilusión sea por algún rechazo amoroso o algo así.
-Ya se le murió la madre, ya sabe como es el mundo.
-Pero para la muerte de su madre encontró a un culpable, el tema es cuando se encuentre
con…
-Está en la puerta Máximo-. Le informó Javier.
Máximo Moreira era el jefe de la división de investigación de la policía federal. Yo
antes había ocupado el puesto, pero hacía varios años desde que lo había dejado para volver
al campo. Máximo era un hombre capaz, aunque poco trabajador y nulamente previsor, era
común que se presentase a la oficina sin previo aviso. Aunque lo que en ese momento
realmente importaba y puso nervioso a todos los investigadores era que la presencia del jefe
de la división solo podía significar una cosa.
-Buenos días a todos- saludó desinteresadamente Máximo mientras miraba el celular-. Mirá
Diego, vos sabés como soy, me gustaría tomarme unas birritas con vos y discutirlo, pero de
verdad que estoy hasta las bolas de trabajo. Necesito que me manden dos más para la división
antidrogas. Vos sabés que no depende de mí, me lo encomiendan de arriba. Esta semana el
consumo estimado de kakonita aumentó un treinta por ciento, murieron cuarenta agentes,
explotaron dos comisarías, desaparecieron cuatro civiles relacionados con la banda de Gelio
y, esto es confidencial, pero se cree que fueron ellos los que mataron al hermano del
gobernador.
Estaba a punto de quejarme pero Máximo me interrumpió:
-Perdón eh, pero de verdad que no tengo nada de tiempo. Acá dejo los papeles. Dos son para
aceptar el cambio de división y dos para aceptar el despido si se niegan. No olviden que hay
un considerable aumento en el nuevo puesto. Adiós y buenas tardes a todos, nos vemos en
otra ocasión, ojalá más alegre.
Máximo se fue y todos se miraron entre ellos. Todos sabíamos que esto podía pasar, y
desde que éramos quince teníamos un orden establecido para saber quiénes se pasarían
primero y quiénes últimos.
-Ahora sí que tenemos que contratar al pibe- sentenció Julia.
La Prueba
La siguiente anécdota costó recuperarla. Pensé en omitirla, pero me di cuenta que era
fundamental para que ustedes comprendiesen cómo funcionaba la cabeza de Julio. Tuve que
contactarme con una persona que la vivió en carne propia para que me la narrara, por lo que
este episodio lo voy a narrar desde la perspectiva de Ema Cáceres.
Ella se encontraba en un boliche el primero de Mayo del mismo año que la historia
anterior. Eran las primeras fiestas de su último año secundario, y quería disfrutarlas al
máximo junto a sus amigas, consumiendo todo tipo de sustancias. El boliche era cerrado,
como cualquier boliche, lleno de luces y ruido, imposible comunicarse de forma fluida con
nadie, sin mencionar que el estado mental de quienes estaban adentro no solía ser el óptimo.
Para sorpresa de Ema, alrededor de las cinco de la mañana se encontró en su bolsillo
un número de teléfono. ¿Sería de alguno de los chicos con los que se había besado
recientemente? No sabía, pero le parecía divertida toda esa intriga.
Cuando salió de la fiesta, agendó el número y preguntó quién era. Le respondió un tal
Julio Cossi. De su foto de perfil pudo entender que no era ningún chico con el que hubiera
interactuado aquella noche, pero supuso que habría estado en el boliche, y parecía atractivo.
Él le pidió que se juntasen lo más rápido posible. Al principio creyó que estaba loco por ella,
pero él no tardó en aclarar por esa misma vía que trabajaba en la División de Investigación de
Campo de la Policía Federal. Eso, razonablemente, cambió toda la perspectiva del asunto. Le
sumó significativamente más intriga y un poco de preocupación, por lo que quedaron en
encontrarse al día siguiente.
Se juntaron en un bar de Palermo sobre Santa Fe, se llamaba “Hund Bakery”. Ella
llegó con anticipación, nerviosa. Él llegó cinco minutos tarde, vestido con una camisa blanca
y unos shorts de jean negros.
-Buenos días. ¿Usted es Ema Cáceres?- le preguntó.
-Sí. ¿Hice algo malo? Te juro que no sé qué…
-Tranquila, en realidad esto no tiene nada que ver con vos- la tranquilizó-. ¿Qué vas a tomar?
-No sé, creo que un té helado.
-Perfecto, yo probablemente un café con leche.
-¿Podés explicarme por favor qué está pasando?- le exigió ella, cada vez más ansiosa y
bastante molesta por la actitud de extrema tranquilidad que manejaba el supuesto oficial.
-Okay. En realidad, todavía no soy investigador. Ahora mismo estoy siendo probado por la
oficina a ver si puedo ingresar o no, y para eso me asignaron un caso. Tengo que descubrir al
asesino de una mujer, quien murió la semana pasada.
Ema quedó petrificada. Comenzó a marearse, cada vez comprendía menos aquella
situación.
-Tomá- Julio le ofreció una magdalena que tenía en su bolsillo-. Quedate tranquila que de
nuevo, vos no estás entre las sospechosas. Tengo la información de que el asesino
(probablemente varón) va al mismo colegio que vos, y sabía que suele ir al boliche al que
asistieron ayer, por lo que fui a sacar información y observar. Hay un tipo, Federico Perez,
del cual tengo fuertes sospechas.
-¿Y yo qué tengo que ver?
-Tuviste una…interacción… dejemos las formalidades, le diste un beso en la fiesta ayer. Me
deja más tranquilo que ni supieses quién era cuando te pregunté, porque quiero que seas mi
fuente de información. Interrogarlo yo directamente me parece poco razonable, prefiero que
ni se imagine que está entre la lista de sospechosos. Y mi modus operandi para descubrir
criminales es primero escuchar en boca del sospechoso que es responsable del crimen, y
luego atraparlo con todos los medios que tenga disponibles. Naturalmente, un joven homicida
de diecisiete años no va a confesarle a un completo desconocido su crimen en menos de dos
semanas, que es el tiempo que tengo para resolver esto. Por lo tanto, tuve que recurrir a
métodos menos ortodoxos.
Quedaron en silencio un par de segundos. Había muchísima información que
procesar. ¿Cuáles eran las chances de que, a una chica como ella, le sucediese algo como
eso? Ella solo quería vivir una vida tranquila y divertirse. Sin embargo, había algo en la
adrenalina del policial y en la seguridad de Julio que la incentivaba a insertarse en aquella
aventura, casi tanto que el miedo de interactuar con un asesino quedaba en segundo plano.
-Entonces vos querés que…
-Sí- la interrumpió él-. Quiero que te juntes con él, lo chamuyes, y hagas que en un momento
de debilidad te revele lo que hizo. Tranquila, yo me voy a encargar de darte una especie de
guión para que esto suceda. También me voy a encargar de que él no te haga daño. No voy a
exigirte que tengas contacto carnal con él, solamente que te juntes, tengan un contacto
mínimo y que charlen. Además obviamente te voy a pagar.
-Okay. Supongo que entenderás que es muchísima información de repente, así que no te
puedo dar una respuesta definitiva ya mismo. ¿Me das uno o dos días para pensarlo?
-Por supuesto-. Se tomó todo lo que le quedaba de café con leche de un sorbo y dijo:- Yo
tengo que volver a la oficina ahora. Vos ya tenés mi número, así que cualquier cosa me
mandás un mensaje y te paso el plan de acción.
Se saludaron con un beso en el cachete y se fueron cada uno por su lado. Ema no
podía sacarse de la cabeza todo el tema. ¿Uno de sus compañeros del colegio era un asesino?
¿No es peligrosa la empresa que le estaban proponiendo? ¿Por qué Julio la eligió a ella?
¿Estaría lista para esto? La emoción del asunto la estaba consumiendo, era incapaz de pensar
en cualquier otra cosa. A pesar de las dudas, no tardó ni dos horas en confirmarle a Julio que
lo ayudaría, necesitaba ver cómo iba a escalar aquello, era la oportunidad de que viviese una
aventura. Él, casi inmediatamente, le envió un documento donde detallaba el plan. Este
consistía en juntarse primero con Federico y luego con Julio repetidas veces. Dos veces esa
semana, dos veces la próxima. Cada página tenía temas de conversación y frases de apoyo
para decir en cada una de las reuniones. Luego, ella notificaría todo lo posible a Julio. Si
lograba actuar lo suficientemente bien, el plan era infalible. La última juntada con el supuesto
asesino era la más detallada, con varias frases que lo incitaban a revelar información y debía
ser en un lugar privado en el que estuvieran solos. Eso lo ponía un poco nerviosa, aunque el
documento aclaraba que habría presencia policial y describía distintos métodos de escape por
si sucedía algo. Era una aventura digna de una serie de Netflix. Al final del documento,
estaba el Instagram de Federico, medio por el que debía hablarle.
Revisando el perfil, claramente no parecía un asesino. Sin embargo, tampoco parecía
un santo. Era un chico de clase alta, blanco, rubio, capitán de su equipo de rugby y no muy
partidario del feminismo. Es decir, no sería la primera opción como sospechoso, pero era
creíble que él lo hubiera hecho. Ella suponía que Julio tenía alguna razón más para sospechar
tan fuertemente de él. Revisando las fotos, se dio cuenta de que uno de los amigos de
Federico era el novio de una amiga suya. Le pareció chocante que tuviera algún grado de
relación con una persona tan asquerosa.
Finalmente, después de un tiempo de haberle enviado la solicitud, tal y como decía el
documento, él le empezó a hablar a ella. Era extraño, aclaraba que generalmente es el hombre
quien da el primer paso una vez que recibe algún tipo de señal, como lo era que lo empezasen
a seguir en la red social. Ella no se hubiera jugado a eso, le pareció una generalización
demasiado grande, aunque era innegable que había funcionado. Después de no más de quince
minutos de charla, él la invitó a salir. Quedaron en juntarse dentro de dos días en el mismo
bar donde se juntó con Julio.
No tuvo mucha interacción con ninguno de los dos hombres hasta que se juntó con
Federico. Sin embargo, durante esos dos días no paró de reflexionar sobre el tema. Pensó
repetidas veces en comentarle sobre esto a sus amigas, pero siempre se contenía debido a que
Julio le había aclarado que esto debía mantenerse en secreto entre ella y la policía.
El día que se juntó con el sospechoso estaba muy nerviosa. Era una mezcla de la
emoción de estar en cubierto ayudando en un caso policial y el miedo de encontrarse cara a
cara con un asesino. Federico era muy alto y fornido. Claramente era atractivo, por eso se
habían besado en el boliche, pero sin duda había sido una cosa de una vez. Para pensar en
tener algo en serio con alguien, debía ser alguien más inteligente, responsable, y con un físico
menos hegemónico.
-Buenos días linda- la saludó él, a la vez que llamaba un mozo para pedir algo para beber. Él
también se mostraba bastante nervioso, hacía mucho que no tenía una cita con alguien tan
atento. Aunque eso quizá podía significar que él era un obsesivo, debía cuidarse.
La cita salió tal como Julio la había planeado en el documento. Ella tocó los temas
que el documento decía que iniciase, y Federico los siguió activamente. Julio incluso predijo
temas que él iba a traer, por ejemplo, él le preguntó de qué equipo de fútbol era ella. El
documento detallaba de forma excesivamente precisa qué debía responder ante aquella
situación: contestó que era de huracán, el mismo club que él, e incluso nombró varios
jugadores los cuales eran sus favoritos. El trabajo de investigación del aspirante a detective
había sido impecable. Poco menos de dos horas después, la cita terminó, y se fue cada uno
por su lado. En el viaje a su casa, Ema anotó todas aquellas cosas que le llamaron la atención,
aunque no había mucho. El mismo documento mencionaba que esta reunión era más que
nada para que comenzasen a formar un vínculo de confianza que para sacar información real.
Federico no parecía en absoluto un asesino. De todas formas, no era una persona con
la que se hubiese relacionado muchísimo en otro contexto, era demasiado genérico y tenían
visiones políticas dispares, cosa que si no estuviese buscando una relación cercana con él, sin
duda los hubiese hecho chocar.
Quedó para juntarse con Julio al día siguiente, en el mismo bar. Aquellas veinticuatro
horas se le pasaron volando. No podía prestar atención en el colegio y no retenía en absoluto
lo que le contaban sus amigas, su cabeza solo tenía espacio para una cosa.
El día que se juntaron, ella pidió una cerveza y él, nuevamente, un café con leche.
-¿No querés algo con alcohol?- le preguntó ella.
-No, yo no bebo- contestó él.
-¿Nada de nada, ni en fiestas?
-Necesito tener la mente clara, muchas veces incluso en fiestas, ya que al relajar un poco mi
mente, logro resolver acertijos con los cuales llevaba trabado mucho tiempo. Las sustancias
desinhibidoras me dificultarían estos procesos. Pero, algunas sustancias incluso me ayudan en
estos. Intento no excederme para no volverme adicto, aunque no voy a negar que las consumo
de vez en cuando.
-¿Cómo cuáles?
-He probado cocaína, pero bueno, la que más sirvió y más fácil se consigue es sin duda la
kako.
-¿Me vas a arrestar si te digo algo ilegal?- preguntó ella, divertida.
-Si tiene que ver con algún tranza quedate tranquila que no- dijo a la vez que se reía-.
Estamos investigando un asesinato ahora mismo, y la división antidrogas está saturada
buscando a los líderes del cartel. Si me querés recomendar algún dealer, me vendría bien.
-Nada, tengo una amiga que vende un poco de faso, pepa y sobre todo kako. Ahí te paso el
contacto para que le pidas.
-¿Vos consumís?
-Solamente las cosas que vende ella. Y bueno, alcohol, si cuenta. Pero intento más o menos
regularme. Cigarrillo no, eso no me gusta nada.
-Lo importante es el autocontrol. Algún día podríamos coincidir en alguna fiesta, cuando
terminemos con todo esto.
La idea de estar en una fiesta con él la emocionaba. Era un chico misterioso, muy
inteligente, el cual se dedicaba a atrapar criminales. Sin embargo, no era un policía rígido,
sino que sabía disfrutar. Estaba deseosa de verlo en un ambiente más relajado y saber más
sobre él.
-Bueno, vamos a lo que nos compete- dijo él, a la vez que sacaba un bloc de notas y una
lapicera.
-Okay, imaginarás que tampoco tengo tanta información. Él se veía bastante nervioso e
interesado en todo lo que le contaba, no puedo decir que está enamorado de mí, pero por lo
menos interesado. Lo que sí, lo vi un poco abstraído, varias veces lo encontré escribiendo en
su celular, se olvidaba que había pedido y hasta incluso casi se olvida de pagar la cuenta.
-Es esperable, el adolescente hormonal sigue en él, pero el pensamiento que predomina en su
cabeza es el del asesinato. Esto debería salir todo como lo planeé. Intenten juntarse lo antes
posible y seguimos con el plan. Cualquier avance te aviso por mensaje.
Quedó en juntarse con Federico dos días después. En esta ocasión debía sacar más
información, preparar el terreno para la última reunión, en la cual debía confesarse. Estallaba
de los nervios, jamás había hecho algo tan riesgoso ni tan importante en su vida. No podía
estropearlo.
La cita fue un viernes a la tarde, después de que ambos saliesen del colegio. Federico
llegó usando el teléfono, como solía hacer. Siempre se encargaba de que ella no pudiese ver
la pantalla, cosa que la hacía sospechar más y más de él. A esta altura estaba casi segura de
que había cometido el crimen. A pesar de que ni Julio ni el documento se lo pidiesen, su
instinto le urgía que encontrase el modo de revisarle el teléfono, aunque sea echarle una
mirada.
Tal como la reunión anterior, la charla fue muy fluida y todo se daba según el
documento. A los quince minutos, ella avisó que se iba al baño. Sin embargo, una vez que
entró, dejó la puerta entreabierta y se quedó mirando al sospechoso. Este, tal como hacía
siempre, sacó el celular y se puso a chatear, no sin antes mirar a su alrededor. Supuso que no
se esperaría que ella volviese tan rápido, así que, sigilosamente, emprendió su camino de
regreso a la mesa, de forma tal que pudiese estar a las espaldas de él. Esquivando varios
mozos y mesas, llegó a la posición que deseaba. Estiró el cuello para poder espiar qué era lo
que hacía en el teléfono. Pudo obtener visión de la pantalla, claramente estaba en WhatsApp.
Hizo un esfuerzo para leer algunos mensajes. Una vez que identificó lo que estaba viendo,
quedó petrificada. Tanto fue el asombro que se tropezó con una moza y cayó de espaldas al
piso.
-Perdón- le dijo a la moza e inmediatamente se levantó. Luego le preguntó a Federico:- ¿De
dónde conocés a Julio Cossi?
-Em, es un amigo. ¿Vos de dónde lo conocés?
Se dio cuenta de que podría ser que Julio hubiese avanzado en cubierto a relacionarse
con Federico para obtener más información. Pero estaba seguro de haber leído la palabra
“criminales” en el chat entre ellos dos. Sacó su celular y se dio cuenta de que Julio también le
había enviado algo. Le había escrito a ella: “No te preocupes más, ya atrapé a los criminales”.
No entendía absolutamente nada. ¿Que no se preocupe? ¿Qué criminales?
-¿De dónde lo conocés?- volvió a preguntar él.
-¿A vos también te mandó este mensaje?- le preguntó ella mientras le mostraba la pantalla.
-Sí, pero no entiendo, vos sos la única criminal que estaba buscando.
-A mí me dijo que vos eras el asesino.
Federico se levantó de su silla, estaba temblando. Ema seguía paralizada y se trababa
al hablar. ¿Qué estaba pasando? Entonces, se dio cuenta de algo.
-No me digas que vos también lo…
-Sí, lo invité a una fiesta.

Para que el lector entienda completamente este episodio, es preciso que sume mi
versión de los hechos. La prueba que se le propuso a Julio Andrés Cossi fue resolver un caso
sencillo, atrapar a un grupo de dealers que operaban intensamente en un colegio. Sabíamos a
ciencia cierta que estos eran alumnos de la institución, así que la rectoría y los padres nos
pidieron ayuda debido al exceso de casos de sobredosis entre los alumnos. En menos de una
semana, Julio pidió una orden de allanamiento a dos casas de dos alumnos, una mujer y un
varón, quienes estaban en pareja. Después de una búsqueda intensiva, encontraron
considerables cantidades de marihuana, LSD, pero por sobre todo, de kakonita. Julio afirmó
que estaba seguro de que ambos eran los tranzas debido a dos testigos, amigos de ellos,
(Federico Perez y Ema Cáceres) que afirmaron que ellos comerciaban esos tres tipos de
droga, el testimonio del primero incriminó al novio, y el de la segunda a la novia. Claramente
no los arrestamos, sino que los interrogamos para obtener información de dónde conseguían
la droga y pasamos los nombres y direcciones que nos dijeron a la división antidrogas.
Julio fue aceptado en la Unidad de Investigación de Campo. Todos en la oficina
quedaron impresionados. No porque resolvió el caso, éste no era tan complicado, y por lejos
el más simple de los que narraré en este texto. Sin embargo, Julio hizo una demostración de
sus habilidades de manipulación y deducción para lograr el objetivo tres semanas antes de la
fecha límite, y para hacernos entender que estaba listo para empresas más desafiantes. No
obstante, debido a su juventud y al miedo que me generaban sus métodos tan poco
convencionales, lo asigné como mi acompañante. Tenía pensado jubilarme el día que lo viese
lo suficientemente maduro para que pudiese operar él solo. Que ingenuo fui.
La Juventud
Los primeros casos que resolvimos juntos no supusieron ninguna dificultad. Era lo
habitual del Buenos Aires de aquella época, o más bien del Buenos Aires de siempre. Desde
su comienzo, ésta fue una ciudad de contrabando, haciendo casi irónico su nombre. Era, es, y
será una ciudad abultada de crimen. Y el pecado más común, tanto en esta ciudad como en el
mundo, es aquel que deriva de las necesidades básicas del hombre: el hambre. Detuvimos a
un ladrón de autos que robó un BMW, a una persona de la villa que intentó pedir rescate por
el hijo de un adinerado de forma extremadamente precaria, y a un asesino el cual asesinó a un
joven en un intento fallido de robo. Repito que ninguno fue difícil, las pruebas eran fáciles de
encontrar y seguimos el procedimiento estándar. Ser dos en vez de uno solamente ayudaba a
facilitar el papeleo. En la oficina, teníamos el ritual de apostar por cuánto duraría la racha de
efectividad de cada nuevo, es decir, la cantidad de casos a los que se les encuentra un
criminal. Generalmente, los primeros casos al principio son fáciles, así que los nuevos
comienzan inspirados. No obstante, con el tiempo se les empiezan a asignar casos más
difíciles. Dos de cada tres casos que llegan a la oficina terminan sin un culpable que vaya a
juicio. Y solo la mitad después del juicio son penalizados. A pesar de todo esto, en la oficina
había apuestas de que llegaría a tener una racha de hasta quince casos.
Un día, cuando el sol se estaba ocultando, el caso que llegó de la policía fue diferente.
Ya desde la descripción inicial me llamó la atención. Me llamaron a las seis de la tarde,
aclarándome que era urgente y tenía prioridad por sobre cualquier otro. A pesar de esto,
decidí retrasarme un poco y esperar a Julio. Estaba ansioso por compartir con él su primer
caso realmente complicado, aquellos los cuales todos imaginamos cuando nos proponemos
ser detectives, esos crímenes que te hacen sentir en una novela.
Le envié un mensaje de texto el cual decía: “Julio, debemos ir inmediatamente a
Beruti al 2376, en Recoleta. Pasame tu dirección y te llevo.” En menos de cinco minutos, me
contestó secamente: “Chacras 4752”. Pedí un taxi y le indiqué apurado aquella dirección.
Una vez que llegué, descubrí absorto que era la dirección de un hostel. Lo llamé y le
pedí que baje. Me encontré con un Julio un poco deteriorado, la camisa que llevaba era la
misma que vestía la última vez que lo vi, y no parecía limpia. Tenía un pedazo de alguna
comida al costado del labio, y sus zapatillas estaban rotas.
-Vamos- me apuró él-. Dijiste que era urgente.
En el taxi, no pude evitar preguntarle:
-¿Estás viviendo ahí?
-Sí, mi casa era alquilada, y mi sueldo no alcanza para mantener el alquiler.
-¿No tenés algún familiar o amigo que te preste la casa?
-Mis abuelos murieron hace tiempo, no tengo hermanos, mi padre desapareció cuando nací, y
a pesar de que tenía amigos en el secundario, los perdí todos durante la muerte de mi mamá.
Estuve muy ofuscado buscando al culpable, y el malhumor y el estrés hizo que me pelee con
básicamente todos.
-Hoy recogés todas tus cosas y te venís para mi departamento- le exigí-. No es una pregunta.
Te necesito al cien por ciento de tus capacidades, y si tenés que preocuparte por la guita, es
un problema.
-¿No podés darme un aumento mejor?
-La guita se la chupa toda la división antidrogas- le contesté entre risas-. En realidad hasta yo
vivo medio mantenido.
-¿No tenés hijos, o nietos?
-No, así que seríamos solo nosotros dos y mi pareja. El departamento es grande, así que por
eso no te preocupes. Vos mientras podés fijarte de conseguir otro trabajo o sino esperamos a
que yo te ascienda.
-Podrías ascenderme ahora.
-No, porque no hay guita, y porque solo resolviste cuatro casos boludos. Ahora te voy a
probar en serio.
-Acá llegamos, don- nos avisó el taxista.
Quisiera no tener que describir la escena con la que me encontré, pero temo que es
fundamental para que el lector pueda comprender el crimen a la perfección. El doble
asesinato de la calle Beruti a día de hoy sigue siendo conocido. Matías Romero y Liliana
Sandoval fueron hallados muertos a las cinco y media del jueves siete de abril. Lo terrible del
accidente era que los cadáveres habían sido hallados quemados ambos en la bañadera de la
casa. La cremación se dio en todo el cuerpo de los asesinados. No se sabía si habían sido
quemados vivos, aunque debido a que no había ningún tipo de atadura ni nada por el estilo, y
a ciertas roturas de huesos que era muy dudoso que el fuego hubiese hecho, se sospechaba
que habían sido asesinados antes.
Era una casa de considerable tamaño, con dos pisos y un jardín trasero. La cocina, el
jardín y el living se encontraban en el primer piso. La bañera y los dos cuartos en el piso de
arriba. Toda la entrada estaba rodeada de policías. Un hombre bajo y barbudo se acercó a
nosotros.
-Buen día, Diego- me saludó Rodrigo, el jefe de la estación policial del barrio. Nos
conocíamos ya que ambos llevábamos varios años en el trabajo. Sin embargo, nunca
habíamos tenido un caso tan raro en aquella zona-. Los cajones de las habitaciones fueron
revueltos y pareciese que desaparecieron las billeteras y las computadoras de los muertos,
pero solo eso. Matías era economista, Liliana no trabajaba desde hace un par de años. Hoy
Matías no fue a trabajar, sin previo aviso. Los cuerpos los encontró Violeta Romero, su hija.
Tiene diez años y va al colegio no muy lejos de acá. Va sola, caminando. Desayunaron todos
juntos, fue la última vez que alguien los vio. Es imposible determinar la hora de muerte
debido al estado de los cuerpos. Sin embargo, sabemos que fue hace al menos tres horas, ya
que sino no pudieron haber ardido tanto y quedarían más restos del fuego. Por suerte, hay
claras señales de violencia en la cocina: hay bastantes manchas de sangre y vasos y platos
rotos. Las manchas de sangre de todas formas están limpiadas a medias con detergente, dudo
que algo sea extraíble de ahí en cuanto a cuándo se hicieron, pero debería ser posible saber de
quién es. Por último la ventana hacia el jardín interior fue forzada, y distinguimos huellas de
algún calzado pesado, aunque no tenemos idea de cómo pudo haber llegado al jardín.
Enviamos al laboratorio muestras de huellas digitales de toda la casa, encontramos cuatro
distintas. Creemos que son tres de la familia y la cuarta puede ser del asesino, o de una amiga
de Liliana que vino a merendar ayer.
-¿Revisaron la basura?- pregunté inmediatamente.
-No, ahora nos encargamos.
-Busquen restos de comida reciente. Tenemos que saber si la pareja llegó a almorzar o no. Sin
embargo, supongo que vamos a tener que esperar a que el laboratorio analice las muestras de
sangre y los cuerpos para poder hacer algo.
-Me interesaría también saber qué cenaron- pidió Julio-. ¿No podemos hablar con la hija, no?
-Y, por ahora no- le respondió Rodrigo, dando por obvia la respuesta-. Igual, la nena no sabe
nada, estaba en el colegio. Se la aguantó bastante para ser tan jovencita, aunque no dejaba de
llorar, pobre.
-La verdad que sí- coincidió el joven-. ¿Puedo pasar al jardín?
Si había un jardín por el cual era imposible entrar o salir en la totalidad de la capital
federal, era ese. Las paredes tenían alrededor de siete metros. No había ni pasto, ni pileta, ni
árboles que pudieran facilitar la entrada o salida. Además, las paredes eran finas, con lo que
el mínimo ruido hubiera sido escuchado por los vecinos.
-Es casi imposible que el asesino hubiese entrado por el jardín, y es menos probable todavía
que esto haya sido un robo- concluí en voz alta-. Quiero que me pasen la mayor cantidad de
contactos de los asesinados, a ver si hay alguna persona interesada en matarlos o en hacerles
daño. Es muy probable que el criminal haya entrado por la puerta principal y haya sido
recibido con los brazos abiertos por las víctimas. Quiero que ubiquen a esta chica que vino
ayer.
-Quiero saber cómo era el día a día de la casa- siguió Julio, concentrado-. Como dijo mi
compañero, esto no es un robo común, las medidas que tomó para que no haya pruebas del
asesinato no pudieron ser improvisadas en un par de horas, sin mencionar que no tiene
sentido realizar un robo en recoleta a plena luz del día. Cualquier conocido por ambos es
sospechoso ahora.
-Rodrigo, en la basura había restos de salchicha de puré, pero creerían que son de ayer, no
parecen recientes- le avisó uno de sus hombres.
-Okay, eso descarta el almuerzo- razoné.
-Y el desayuno tuvo que ser algo que no generase residuos- comentó Julio-. Voy a sacar
algunas fotos a la cocina. Hoy podemos organizar un poco la información, llamar a un par de
conocidos y organizar reuniones con algunos de estos.
-Sí. Mañana nos juntamos con los conocidos, hablamos con la hija, y esperamos el análisis
del laboratorio. Ahora, después de que saques las fotos, vamos al hostel a agarrar tus cosas,
que te mudas con nosotros.
El joven se fue a sacar las fotos y me quedé solo con Rodrigo.
-¿Los cuerpos están arriba?- pregunté.
-Sí, puede ir a verlos.
-Si Julio pregunta, decile que ya los retiraron para analizarlos. Yo chequeo la escena.
Ver cadáveres nunca era fácil, pero para mí no era más que una parte ardua de la
rutina. No tengo intención de describir en detalle lo deteriorados y deshumanizados que se
encontraban los cuerpos, ya que poco importa para el caso y en cuanto a la persona de Julio.
Saqué algunas fotos para que mi compañero viese si me las pidiera, pero eso nunca llegó a ser
necesario.
Una vez que dejamos la casa, nos dirigimos nuevamente al hostel, donde me quedé
esperando a que mi compañero recogiese sus cosas. Julio llegó al taxi con una valija pequeña.
Supuse que no era una persona muy atada a lo material, ya que incluso a aquellas pocas
posesiones que llevaba las trataba sin cuidado. Todo el viaje en auto se lo pasó mirando la
ventanilla, pensativo. Nunca sabré en qué pensaba, pero me gusta creer que estaba
recordando a su familia y lo que era sentirse querido incondicionalmente.
Llegamos a mi departamento. Estaba, o más bien, está compuesto por tres cuartos,
una cocina, y una sala de estar, con lo que se podría decir que es bastante espacioso. Siempre
se lo veía bien ordenado y limpio, aunque nunca fui yo quien se encargara de eso. Ahora
mismo estoy escribiendo esto en uno de aquellos cuartos.
Nos vino a saludar mi novio, Pablo. Él es un psicólogo muy exitoso. Es la mayor
fuente de dinero del hogar, y aun así siempre se encarga de que todo en la casa se encuentre
en perfecto estado. Yo, para compensar, cocino y me encargo de todos los trámites.
-Buenas- nos saludó. Me dio un beso y un apretón de manos a Julio-. ¿Este es el pibe del que
me contabas?
-Sí. ¿Le preparaste el cuarto?
-Obvio Diego, era lo único que tenía que hacer. Seguime, ¿Julio, no? Sentite como en casa.
El joven se fue para su cuarto. Pensé un poco tarde la vergüenza que podía pasar por
traer a mi compañero de trabajo a mi casa, más aún siendo un adolescente engreído.
-Che Diego, vení un segundito para acá- me llamó Pablo. Me acerqué a él y preguntó- ¿Están
con un caso difícil, no?
Era horrible que él siempre pudiera “leerte la mente”. Al fin y al cabo, eso lo hacían
más los psicólogos que los detectives.
-No creas que soy un genio por darme cuenta- continuó-. Es bastante obvio. Los veo casi
enérgicos cuando hablan y se mueven, pero a la vez se les cierran solos los ojos y se rascan
todo el tiempo la cabeza. Sobre todo lo noto en él, que parece que viene durmiendo mal.
Puede ser súper inteligente y todo, pero no te olvides que es un pibe, fijate cuánto puede
soportar realmente.
-Ya sé, Pablo, yo me encargo. Soy el único en la oficina que se preocupa por eso.
-¿Pero no fuiste vos el que le eligió el caso éste para él?
-No puedo dejarle todos casos de porquería. El pibe es ambicioso, quiere cambiar el mundo.
Si le doy solo robos chotos se me va a ir.
-Es igual a vos cuando nos conocimos.
-Si, solamente en eso. Yo era mucho más tonto, y menos engreído.
De repente, la puerta del cuarto de Julio se abrió con fuerza y este salió desesperado.
-¡Diego, tenés que ver esto ya!
-¿Qué pasó?- le pregunté.
-Mirá mi celular- me mostró el aparato donde había una foto de la cocina corriente.
Aproveché la ocasión para observar su celular, el cual era un modelo muy viejo y con la
pantalla rota, cosa que comprobaba mi teoría anterior sobre su poco apego a lo material.
-¿Qué pasa?- pregunté intrigado.
-Mirá la pileta.
Había allí tres platos, tres pares de cubiertos, dos ollas, un pela papas y un cuchillo
grande.
-No hay nada lavado- noté.
-Y no solo eso- siguió el joven-. El cuchillo. ¿Por qué usarían un cuchillo tan grande para
cocinar salchichas con puré? Tenemos el arma del crimen.
-No se le escapa una eh- comentó Pablo.
-Tenemos que empezar a llamar gente cuanto antes- dije e inmediatamente traje la lista de
números que me enviaron desde la oficina.
Estuvimos dos horas interrogando por teléfono a amigos y familiares. Ninguno
parecía tener alguna razón real para matarlos a los dos. Descubrimos que el ambiente en el
hogar era hostil. Los dos muertos solían pelear frecuentemente entre ellos. Era muy probable
que alguno de los dos, o quizá ambos tuvieran algún amorío con alguien. Sin embargo, nadie
tenía información de quién podría ser esta otra persona. Frente a tan difícil caso, le pregunté a
Julio:
-¿Vos sabés que puede ser que no resolvamos esto, no?
-Tampoco para tanto, vamos bien encaminados.
-No tenemos ni un sospechoso real. Puede que algún loco los haya matado sin razón alguna.
-Ni el más loco mata sin razón alguna, algún motivo persigue. Por más descabellado que sea,
es nuestra obligación encontrarlo.
-Bueno, quizá mañana nos den alguna información.
Aquella noche me costó dormirme. Me di cuenta tarde que vivir con un adolescente
me traería sin dudas nuevamente la idea de ser padre. A mi edad, una persona común ya
estaría pensando en tener nietos, y ese adolescente creído el cual era mi compañero era lo
más parecido que iba a llegar a tener. Pablo y yo habíamos tratado de adoptar en varias
ocasiones, pero siempre encontramos mucha resistencia. Creí que la experiencia de alojar a
Julio, a pesar de estar muy lejos de parecerse a ser padre, le iba a dar algunas de las
emociones que esto conllevaría.
Al día siguiente, nos levantamos temprano, nuestra reunión con la amiga de Liliana se
iba a dar a las ocho y media. Apurados, tomamos un café con Julio, yo negro y él con leche.
Ambos nos encontrábamos extremadamente cansados, o al menos eso aparentábamos, por lo
que no realizamos ningún intento de conversación. Pedimos un remís y nos fuimos.
Josefina, la amiga de Liliana, vivía en una casa grande. Era poco probable que, de
haber cometido el crimen, el motivo hubiese sido el dinero. Nos recibió amablemente y nos
sentó en una mesa con masitas y facturas. Nuestras caras se encendieron al notar las piezas de
repostería, no habíamos comido nada por el apuro. Los primeros treinta segundos nos los
pasamos comiendo, sin hablar, mientras Josefina nos miraba con una sonrisa, como si
fuésemos invitados.
-Bueno, Josefina, queríamos hacerte un par de preguntas acerca del asesinato doble de Liliana
y Matías.
-Sí, una cosa terrible la verdad- comentó cambiando drásticamente su expresión por una cara
de excesiva tristeza-. Justo estuve en su casa el otro día… Van a ser un poco más silenciosas
las reuniones de amigos ahora.
-¿Por qué sugiere eso?- le preguntó Julio con media medialuna rellena de dulce de leche en la
boca. Los labios estaban manchados por el azúcar impalpable de esta.
-Y, mirá, Lilia y Mati discutían todo el tiempo. Además los dos eran muy extrovertidos, todo
el tiempo traían temas de conversación a la mesa, reían, contaban chistes, abrazaban gente…
-¿Abrazaban gente del sexo contrario?- quise saber.
-Obvio, sí. No eran muy celosos, bah, creo yo. Siempre se abrazaban con gente del otro sexo,
pero no pasaba nada, lo hacían ambos.
Julio y yo nos miramos. Iba a ser complicado sacarle información a esta mujer. Era
como estar en una mina, uno debía picar con esfuerzo para extraer algo, y puede o no ser una
joya. Yo estaba acostumbrado, ella era la testigo promedio, pero a Julio se le notaba la
frustración en cada bocado que daba.
-¿Y creés que había alguna otra persona que Matías o Liliana pudiesen estar frecuentando?
-Nah, de nuestro grupo de amigos no. Y no creo, eran buenas personas, discutían, pero no se
harían eso. Lilia además no tiene tiempo para eso, le dedica mucho tiempo a la natación.
-¿Hace cuánto hacía natación?- preguntó mi compañero.
-Y, no hace tanto, es raro porque en la secundaria no le gustaba nada de nada, pero empezó
hace unos meses. ¿Fueron dos o tres? No, dos, porque fue el día después de la pelea esa en el
cumpleaños de Juan.
-¿Qué pelea?
-Y, nada, vos viste. En el cumple de Juan, Mati y Lilia chocaron fuerte por un tema del
trabajo y qué sé yo. Siempre pelean, pero esa vez se fueron a dormir a casas distintas.
-¿Y dónde durmió Lilia?- le pregunté.
-Uy ¿Sabés que no sé? Debería preguntarle… Ah, cierto.
-¿Estás segura que no sabés con quién pudo haber tenido un amorío Lilia? – insistí.
-No, no. Ella nunca engañaría a Mati, ella me lo dijo siempre y eso es lo que yo le dije a
Matías cuando me preguntó.
-¿Cuándo te preguntó?- dijo Julio.
-Y, el otro día, la última vez que fui.
Nos despedimos, tomamos cada uno una última factura, y nos fuimos. En el remis de
camino para el orfanato en dónde cuidaban a la hija de los muertos, comenzamos a discutir.
-¿Viste que íbamos bien?- me echó en cara Julio.
-Bueno, falta mucho todavía, pero vamos bien. El tema es la muerte de los dos. ¿Será
asesinato y después suicidio de parte de Matías?
-No creo, los femicidios no suelen ser seguidos de un suicidio. Y la cremación post mortem
de Matías hubiera requerido un mecanismo complejo del cual no hay rastro. Todavía tenemos
el tema de las huellas y la ventana.
-Pero eso es claramente un señuelo.
-Sí, pero por más señuelo que sea deja pistas. Llamá a ese Rodrigo y que se encargue de
revisar los calzados de Matías. Sabemos que le gustaba escalar montañas después de las
llamadas interminables de ayer, así que debería tener al menos un calzado pesado.
-Okay, veo tu punto- abrí mi celular para pedirle aquello a Rodrigo y vi que tenía mensajes
sin leer- Juli, los análisis de sangre están listos: la sangre es de Liliana. Las únicas huellas que
se detectaron son las de los tres miembros de la familia y la de Josefina. Liliana falleció
debido a un golpe en la cabeza, del cual no hay más información, y de la muerte de Matías no
sabemos nada aún, más allá de que sus huesos están casi intactos a pesar del fuego.
-Eso parece bastante interesante.
Llegamos al orfanato y nos recibieron solemnemente. Los empleados parecían
sobreexigidos de trabajo y dispersos. No obstante, al instante que nombrábamos a Violeta
Romero su expresión cambiaba drásticamente y se enfocaban completamente en ayudarnos a
nosotros.
La niña a simple vista era como cualquier niña de diez años. Tenía dos trenzas en su
pelo marrón y los ojos de igual color. La vimos sentada sola en una mesa leyendo un libro.
Fuimos a hablarle.
-Hola, querida. ¿Cómo estás?- la saludé.
-No muy bien, supongo que sabrás- contestó ella desinteresada, sin desviar la mirada del
libro.
-¿Qué estás leyendo?
-La Odisea.
-¿Entendés lo que dice?
-Sí, es la segunda vez que la leo, aunque un poco me cuesta por el idioma, pero fui
aprendiendo en el trayecto.
-¿En qué idioma está?
-En portugués.
-¿Sabés portugués?
-Y, ahora aprendí un poquito. De pronunciación no sé nada igual, solo leer y escribir.
Me quedé asombrado ante el intelecto de la niña. Me habían dicho en los reportes que
era inteligente y todo eso, pero nunca pensé que era realmente una superdotada.
-Che, Julio, ya no sos el joven estrella acá eh.
-No vinimos acá para comparar potenciales, tenemos que preguntarle sobre el asesinato-
contestó él, serio.
Violeta no despegó la mirada del libro en toda la conversación. Estaba absorta en la
lectura, probablemente evadiendo la realidad.
-¿Violeta Romero, cuándo fue la última vez que viste a tu mamá?- le preguntó crudamente
Julio.
-Cuando me dio un besito antes de irme al colegio.
-¿Y a tu papá?
-En el mismo momento.
-¿Tu papá y tu mamá se llevaban bien?
-No.
-¿Sabés con quién engañaba tu mamá a tu papá?
-¡Julio, por dios!- lo corté yo, enojado-. Es una nena ¿Cómo mierda le vas a hablar así?
-Tiene el bocho para procesar esto, no es como la otra boluda- me respondió también
subiendo el tono, a la vez que hacía un ademán con sus manos en símbolo de protesta.
-No, no sé con quién lo engañaba- contestó ella, cortando nuestra disputa a la vez que
mantenía su indiferencia-. Sé que estaban medio mal y se estaban distanciando. Seguramente
se hubieran separado si…si…- Una lágrima resbaló por su mejilla mojó el libro. Sin
embargo, ella siguió sin hacer contacto visual.
-Creo que ya es suficiente. Muchas gracias, Violeta- la corté yo a la vez que acariciaba un
poco su cabeza.
Nos fuimos del orfanato en silencio. Yo no dije una palabra porque me sorprendió lo
frío que fue Julio con la nena, pero él no parecía percatarse de ello. Miraba al piso mientras se
rascaba la barbilla, donde, si se lo miraba fijo, tenía unos poquitos pelos típicos de la
pubertad, que también revelaban que hacía un tiempo que no se afeitaba. Me recordó a
Violeta, él también estaba absorto en otro mundo, poco consciente de los que lo rodeaban en
aquel momento. Mientras esperábamos en el taxi, decidí romper el hielo, el silencio me
estaba poniendo realmente incómodo.
-Che, deberías tener un poco más de tacto, era una nena. Yo entiendo que estamos estresados
y todo, pero ella no tiene la culpa, todo lo contrario.
-Sí, sí- contestó desinteresado
Chequeé mi celular y descubrí que tenía un mensaje de Rodrigo sin leer. Decidí dejar
pasar la falta de respeto e intentar hacer que me deje de ignorar por otra vida.
-¿En qué pensás? Rodrigo ahí me dijo que solo tiene dos calzados, uno deportivo y uno
formal, con ninguno de ellos pudo haber escalado una montaña.
-Perfecto- esto último pareció animarlo-. No tenemos que guiarnos por la lógica básica. Este
crimen es un caso particular aislado, y debemos innovar y evaluar hipótesis más extrañas para
poder resolverlo. No fue un robo, no fue un suicidio post asesinato de parte del esposo, y es
poco probable que fuera el amante de alguno, ya que no tendría motivos para matar a ambos
y no se hubiera arriesgado a entrar por la puerta principal estando el otro en la casa, como
creemos que hizo el asesino-. Sonó el celular de Julio, este lo miró, y continuó:- me acaba de
llegar la dirección. Quiero ir a un lugar e interrogar a una persona más.
-¿A quién?
-Si te digo no me vas a dejar.
Nos metimos a un taxi y fuimos a la dirección de la que mi joven compañero hablaba.
No estaba muy lejos del lugar del crimen.
-¿Es alguna de estas casas, donde creés que está el amante?
-En la mayoría de las hipótesis que manejo, el amante es irrelevante. Es por allá a donde
quiero ir- explicaba a la vez que señalaba una escuela primaria.
-¿No me estás diciendo que…?
-No, es decir, puede ser. Estoy casi seguro de que Violeta oculta algo.
Entramos al edificio y nos encontramos con una maestra. Julio le pidió que nos
llevase con la maestra de Violeta. Nos sentaron en la dirección mientras esperábamos.
-La sala de dirección, que momentos pasé en este lugar de chico- comenté.
-¿Eras muy peleador?
-Súper. Me peleaba con las maestras y algunos pibes todo el tiempo. No soportaba la más
mínima injusticia, sobre todo en los años más grandes. Eso siempre lo tuve en mí.
-Te veo un poco más pasivo ahora.
-Uno cambia con el tiempo, tiene que renunciar a ciertas cosas. ¿Vos eras un chico bueno?
-Siempre creí que la justicia era algo abstracto, y que, como mínimo, para comenzar a
formarla hay que mantenerse lo más recto por el camino del marco legal. Solamente hay que
desviarse si es en nombre de una justicia compartida.
-Sí, ojalá fuese así Juli. Con el tiempo uno se da cuenta que en realidad…- la puerta se abrió
y entró la maestra.
Era una mujer joven y estaba bastante triste. Obviamente conocía a Violeta, y le
impactó la terrible noticia.
-Buenos días- saludó Julio-. Me disculpo si voy directo al grano o no desarrollo mucho, pero
llevo cierto apuro. Sepa que no es sospechosa ni mucho menos, pero creemos que podemos
revelar cierta información de cómo funcionaba la familia gracias a los comportamientos que
hayas visto en Violeta estos últimos días.
-Perdón por decepcionarte, pero no sé si tengo muchísimo- se lamentó ella-. Es una chica
muy reservada, no solo conmigo, sino con todo el mundo. Solo te digo que era
extremadamente inteligente, claramente más avanzada en todas las materias que todos los
demás alumnos. La subimos dos años y siguió siendo así, sus padres evaluaban pasarla a un
colegio de superdotados cuando llegase al secundario.
-¿Y sobre ellos sabés algo?
-Muy poco, solamente sé que la llevaba al colegio la madre y el padre la venía a buscar. El
papá era arisco como ella, pero con Liliana hemos charlado alguna vez y venía a las
reuniones de padres. Ella era muy buena y estaba un poco preocupada por las relaciones
sociales de su hija. Ah, ahí me acordé que Violeta tenía una excelente relación con su madre.
En un escrito sobre la familia escribió que era como su mejor amiga y que solo ella la
entendía, a pesar de que la consideraba medio tonta.
-Está bien. ¿Ella faltó el día del crimen, no?
-Sí. ¿Ella vio algo?
-No, por suerte estaba en la casa de su abuela.
-¿Pero no era que no tenía abuelos? Perdón, es que me pareció que en el trabajo del que hablé
lo había aclarado, además de que es la razón de que esté en el orfanato ahora.
-Puede ser, no presté mucha atención sobre con quién estaba, después chequearé bien.
Muchas gracias.
Salimos del colegio. Yo me encontraba completamente asombrado y a la vez confuso.
-¿Entonces mintió en casi todo?- dije absorto.
-Sí- contestó mi compañero, enorgullecido de sí mismo, con una sonrisa soberbia en su boca-.
Todo arrancó a partir del detalle de la cocina. ¿Por qué seguían sucios los cubiertos de la
cena? ¿Por qué no había señales del desayuno? ¿Con qué motivos se quemaron los cuerpos?
¿Cuál fue la razón de que ambos hayan muerto de formas distintas? Mi primera hipótesis fue
que todo esto era debido a que las víctimas fueron asesinadas en momentos distintos, y se
quería ocultar esto. Al menos una debía haber sido asesinada a la noche, lo que explicaría por
qué no habían lavado los platos y por qué había sobrado tanta comida. La otra debió haber
sido antes del desayuno. De haber sucedido esto, Violeta sí o sí tuvo que haber estado
presente, o al menos cerca. Después está el tema de las pistas falsas. Evidentemente se usó el
calzado de Matías, que luego fue descartado. Quien encubrió el caso no solo era bienvenido
en la casa por ambos, sino que también la conocía a la perfección. Por lo cual, no puedo
concluir que Violeta es culpable de parricidio y matricidio, ya que no hay un motivo claro,
mas aseguro que está encubriendo el crimen.
-¿Te das una idea de por qué?
-La verdad que no del todo, manejo un par de hipótesis, aunque prefiero hacerla hablar a ella
primero.
Debido a la falta de efectivo de ambos, debimos tomar el colectivo para llegar al
orfanato. Pedimos entrar y nos encontramos con Violeta, que seguía en la misma posición en
la que estaba unas horas atrás.
-Ustedes de nuevo, no pensé que iban a volver tan rápido- nos dijo igual de indiferente que
siempre.
-Es que fuimos a tu colegio y estábamos preocupados porque venías faltando mucho- le
contestó sarcásticamente Julio. La niña instantáneamente cerró el libro, sonrió, y lentamente
subió la cabeza hasta hacer contacto visual con nosotros.
-Parece que el jovencito es más inteligente de lo que creía. Tuve que haberte revisado un
poco. Viejito, tenés suerte que trabajás con el jovencito. No creo que alguien de tu edad
pudiese trabajar con una hipótesis tan descabellada como la de que una hija de once años
asesinara a sus padres y encubriera todo.
-¿Entonces los mataste vos?- pregunté preocupado. Toda aquella situación me parecía
surrealista. Era descabellado ver a una chica de diez años y un joven de diecinueve hablando
de aquellos temas con tanta naturalidad.
-Es evidente que no. ¿No te contó todo tu compañero?
-No le dije mis hipótesis- le explicó Julio, mirándola fijo y muy serio, con un respeto que no
tenía ni conmigo-. ¿Solo mataste a tu papá, no?
-Sí. Durante la cena, mis papas tuvieron un argumento fuerte. Papá golpeó muy fuerte a
mamá y se encerró en su cuarto. Pero mami no se levantó nunca del golpe. Decidí que vivir
sola con papá no era una opción, pero tampoco lo era denunciar el asesinato, era probable que
no me tomaran la llamada porque era menor y su testimonio iba a ser más convincente que el
mío. Así que decidí matarlo- detalló esto con una tranquilidad profunda, poco común en la
gente de su edad-. Lo asfixié mientras dormía con una soga. Para fingir que los habían
asesinado mientras estaba en el colegio, quemé los cuerpos. No pensé que se iban a fijar
demasiado en la cocina, por eso puse las pistas falsas, para que incluso en el caso de que
decidieran que eran falsas, se iban a enfocar más en ello que en la cocina. Estaba segura de
que sí yo intentaba lavar los platos o preparar un desayuno, mis nulas capacidades manuales
en ese rubro iban a generar más irregularidades. Tampoco creí que descartaran
instantáneamente las pistas falsas. Por último, fue claro que tuve que faltar al colegio para
preparar toda la escena del crimen y, para que no interrogaran a nadie del colegio, dije que
siempre iba sola a los policías, así no creían que en la institución hubiese datos de valor. No
crean que todo esto me fue fácil emocionalmente, fue aquello lo que más me retuvo. Sin
embargo, puedo decir que ya no me aflige tanto como antes.
La naturalidad y calma con la que relató eso realmente daba miedo. Incluso lo bien
narrado que había sido aquello era impresionante. Si ella fuera un adulto, ya sería increíble.
Pero creo que puedo decir que aquella fue la situación más descabellada que me tocó vivir en
todos mis años en el campo.
-¿Dedujiste que fue todo ese camino el que hizo Julio para deducir esto?- le pregunté
estupefacto.
-No creo que hubiese muchas más formas de averiguarlo. Es el camino lógico que cualquiera
seguiría si no descartase inmediatamente que yo pude haber sido la culpable, y no decidiese
averiguar quién era el amante de mi mami, o sobre la secretaria de mi padre. Es sensato
pensar de esa otra forma, con hipótesis coherentes, es más efectivo en la mayoría de los
casos, sabrá usted viejito. Nunca pensé que habría un policía jovencito, supongo que por más
que una planee, la vida la sorprende. ¿Van a denunciarme?
-Fue todo tuyo el caso Juli, la decisión es tuya- le dije mientras lo miraba, admirado también
con él por haber descubierto semejante cosa.
-No, no tiene sentido. El verdadero crimen es de tu padre. Por eso, con la evidencia de los
borcegos, vamos a decir que fue un suicidio post asesinato de Matías Romero, el cual,
mediante un complicado método que desarrollaré después, logró quemar sus cuerpos para que
sus conocidos y su hija no lo recordasen siempre como un asesino.
-Muchas gracias, jovencito. Me gustaría poder seguir con mi estudio sin las molestias de un
correcional, por no hablar de las dificultades laborales posteriores. Supongo que hasta nunca,
Julio Andrés Cossi.
-Hasta nunca, Violeta Romero.
-Prefiero que me digas Sandoval, entre nosotros, que sabemos lo que pasó.
Nos retiramos del orfanato y pedimos un taxi para mi departamento. Una vez que
llegamos, solos, mientras tomábamos un mate, Julio me preguntó:
-¿Estuvo bien lo que hice?
-Yo creo que sí. El mundo es un lugar cruel y punto, no hace falta meter a los pibes en esto.
Más bocho que vos era esta eh.
-Sí, me sentí un poco identificado. Por el tema de la mamá sobretodo- noté que dos lágrima
amagaron con salirle de los ojos, pero solo eso-. Quiero hacer que estas cosas no pasen más
en este mundo.
-Te deseo suerte.
El Arte (o la locura)
parte 1
A pesar de haber declarado en el caso como culpable al padre, en la oficina
explicamos todo como fue en realidad. Todos nosotros más de una vez habíamos dejado un
caso inconcluso o a un culpable anónimo/muerto debido a temas morales. A la oficina entera
le conmovió notablemente el caso y todos quedaron maravillados con la inteligencia de Julio.
El joven rápidamente se hizo popular entre sus pares, e incluso Máximo Moreira había
escuchado algunas buenas cosas de él.
A raíz de todo esto, surgió el caso más famoso que Julio Cossi llegó a tomar, y que
probablemente yo también. Hay casos que, en Argentina, solo se dan un par de veces por
siglo, como el “Petiso Orejudo” o “El Ángel”. Este, mínimamente, se le compara.
Luego del caso de la calle Beruti, de nuevo volvimos a la rutina. En ese momento, a
Julio lo notaba un poco frustrado por la normalidad, facilidad y burocracia que conllevaban
estos crímenes mundanos. Quizá, si esto hubiese seguido así por mucho tiempo, hubiese
dejado su puesto. Sin embargo, una tarde pasó lo inesperado. Estábamos en la oficina
tratando con un robo a una casa cuando Julia recibió un llamado y quedó totalmente
petrificada. La mitad de los llamados que recibimos dejarían de aquella forma a cualquiera, y
a pesar de que tampoco somos insensibles, para dejar con aquella cara a una mujer que lleva
quince años trabajando en la Oficina de Investigación de Campo de la policía, se requiere una
situación, como mínimo, peculiar. Luego de la llamada, vino inmediatamente a nuestro
escritorio.
-Diego, Julio- nos llamó desesperada a la vez que puso sus papeles sobre nuestras mesas-.
Necesito su ayuda.
-¿Qué pasó?- preguntó Julio desinteresado, sin dejar de leer el informe del otro caso.
-Venía con un asesinato muy particular, se imaginaran, un asesinato complejo con palabras
escritas y esas cosas. Creí que debido a la particularidad iba a ser fácil, iba a detectar algún
patrón o algo que derivara a alguno de sus conocidos.
-Algo nos contaste, eso fue la semana pasada Juli, quizá lo resuelvas en un par de semanas- le
contesté yo con calma.
-No, no es ese el problema- me explicó. Estaba temblando- Hubo otro asesinato, de la misma
persona. Las víctimas no tienen ninguna relación. Estamos hablando de un asesino serial, y
uno muy complejo.
-¿Cómo podés afirmar que fue la misma persona?- quiso saber mi compañero.
-Porque ambos casos están firmados.
En ese momento sí me quedé atónito. Había lidiado con maneras ingeniosas de matar
a la gente, y con algún que otro asesino serial. Pero nunca con alguno que tuviera el carisma y
el nivel de locura para firmar más de un crimen.
-Suerte que lo firmó, eso ahorró mucho tiempo- dijo Julio, con una actitud totalmente
diferente. Tiró a la basura todos los papeles que estaba leyendo, parecía mucho más enfocado
y enérgico que antes. Estaba ansioso por algo de ese estilo.
-Nos ahorró tiempo, pero es muy complicado lidiar con asesinos en serie- le explicó Julia-.
Saber que es un asesino serial significa que asesina a víctimas al azar, es complicado de
analizar.
-No, no son al azar- contestó él-. Tomemos de ejemplo a un dibujante. El dibujante no dibuja
sobre una hoja al azar, elige muy metódicamente el tamaño, el grosor y el color de esta.
Ahora sí, cuál de todas aquellas hojas que cumplan los requerimientos, le es indiferente. Y,
sobre todo, el dibujante ya sabe qué es lo que va a dibujar antes de tener la hoja.
-No sé qué tan comparable es un dibujante con un asesino serial- me quejé, desconcertado-.
Creeme, conozco varios dibujantes y un par de asesinos seriales, y no son parecidos en lo
absoluto.
-Va más allá de eso- me respondió-. Y, por sobre todo, ellos no sé si encuentran una
diferencia tan grande entre dibujar y asesinar. Es decir, puede llegar a parecerles procesos
similares, en los que descargan emociones.
-¿De dónde sacás tanta información?- preguntó Julia.
-La verdad que de internet. Algún que otro video, algún que otro artículo…
No voy a decir que nunca me adapté al internet, pero tengo que admitir que nunca
pude explotarlo de la misma forma que lo lograron las generaciones que me sobrevivieron.
Lo máximo que hice fue ver un par de cursos online, y no me sumaron demasiado.
-¿Puedo ver la escena del crimen?- le pidió el joven a la investigadora.
-Por supuesto- contestó ella.
Fuimos en el auto de Julia hasta la zona, quedaba en un departamento chico de
Belgrano. Había muchos policías y reporteros en la escena del crimen. He visto la
muchedumbre que rodeaba a varios crímenes, pero ésta fue de las más grandes que había
visto, para ser a puertas cerradas. Es decir, todavía no había fotos del interior y ya había tres
canales con periodistas solo por los rumores de lo que había adentro. Debía ser realmente
morboso.
-¿Qué nos pueden contar del asesinato?- preguntó un periodista.
-¿Tienen alguna idea de quién pudo haber sido?
-¿Estamos ante un asesino en serie?
-No respondas nada- le sugerí a Julio. Él nunca había lidiado con la prensa masiva, ninguno
de nuestros casos había llamado tanto la atención de los noticieros como éste.
-Lo vamos a atrapar- les prometió mi compañero.
Lo miré desconfiado y le dije:
-Cuidado con la prensa, ellos van a hacerte de todo menos ayudarte.
Entramos los tres al edificio, nos subimos al ascensor, y nos quedamos esperando
hasta que llegara al piso doce.
-Solo les digo que se preparen, esto no es un crimen cualquiera-. Nos avisó Julia.
Y ahora me toca a mí avisarle al lector. A diferencia del caso anterior, en este capítulo
es fundamental que les explique con detalle las escenas del crimen. Créanme que yo tampoco
quiero ser morboso, voy a intentar hacerlo lo menos crudo posible, pero el sadismo del hecho
no me da mucho margen para esto. Si cree que es sensible, quizá deba saltear el siguiente
párrafo e intentar hacer coherencia del relato con el contexto de los diálogos.
Procedo a describir el crimen. Lo primero que impactaba es que lo vimos literalmente
recién abrimos la puerta. El asesino lo dispuso así, el cadáver de la mujer estaba crucificado
en la pared frente a la puerta. Sus muñecas estaban clavadas en la pared a dos metros del
suelo, con dos cuchillos de cocina grandes. Uno tenía tallado la palabra “lujuria”, el otro
“envidia”. Sus pies descalzos estaban atados con una serpiente de juguete de goma. Su torso,
desnudo, tenía dibujado con sangre un triángulo el cual llevaba escrito la palabra “amen”.
Sobre su cabeza, posaba una corona hecha con flores de plástico. Y por último, y sin dudas
este es el detalle más morboso de todos, una cruz de madera tallada perforaba su boca y se
clavaba a la pared. A los pies de esta perturbadora escena, casi inocente, reposaba una especie
de gusano o serpiente de origami con unos cuernitos como de diablo dibujados en su cabeza.
Al lado de este, sobre el piso, se hallaba escrita con sangre la firma, en una cursiva
impecable: “Iustus Poeta”.
-No puedo creerlo- exclamé yo, espantado-. Nunca vi algo tan horrible.
Miré a Julio para descubrir su reacción: estaba petrificado, con la boca abierta. Una
lágrima resbalaba por su mejilla. En ese momento, recordé que este era el primer cadáver que
veía, y esto siempre resulta impactante. Lo había estado protegiendo para aplazar aquello,
trayéndolo siempre a la escena del crimen después de que la morgue hiciese su trabajo. Debí
dejarle ver los cadáveres del Crimen de la Calle Beruti, estos eran más amenos a la vista.
-Lola Salguero acababa de entrar a la Universidad de Buenos Aires- comenzó a contarnos
Julia. Yo hice un esfuerzo para intentar abstraerme y escucharla, pero no parecía que Julio
tuviese esas intenciones-. Como la escena lo sugiere, era cristiana. No estaba en pareja y su
familia se hallaba de vacaciones. No tenía ningún ex novio ni alguien con alguna razón clara
para matarla. Supongo que no se encuentran en condiciones de visitar la otra escena del
crimen, así que voy a sacarle fotos a esta y se las paso junto con las de la otra, y un poco de
información sobre la chica muerta.
Bajamos del edificio en silencio absoluto. Julio estaba completamente abstraído de la
realidad, no hacía contacto visual con nadie, miraba el piso, las paredes o el techo. Los
reporteros, quienes se habían duplicado mientras estábamos arriba, nos empezaron a hacer
preguntas:
-¿Ya saben quién puede ser el asesino?
-¿Cuántos años tiene, joven?
-¿Está preparado alguien tan joven para lidiar con un tema tan serio como éste?
Sin prestarle atención a ninguno, pedimos un taxi para mi departamento. La tarde se
convirtió en noche. El viaje duró una eternidad, ni el conductor dijo más de lo necesario para
entender a dónde nos tenía que llevar, podía ver en el aire que algo no andaba bien. Una vez
en el departamento, Pablo comprendió enseguida que habíamos tenido un caso de los feos, y
tampoco habló de más. Mi compañero y yo nos fuimos a dormir temprano a nuestros cuartos.
No quiero que entiendan mal, realmente me había impactado la escena y no tenía
ganas de hablar con nadie. Sin embargo, yo ya estaba acostumbrado a esto, había visto
crímenes también muy horrendos. Con esto voy a que tampoco estaba traumatizado. Una vez
en el cuarto, le expliqué a Pablo la situación, charlamos de su día, y me fui a dormir rápido
debido a que venía durmiendo poco. No obstante, a las tres y media de la mañana, alguien me
sacudió el hombro.
-¿Diego, tenés tu celular acá?- me preguntó Julio entre susurros.
-¿Qué pasa? ¿Por qué lo querés?- yo me encontraba extremadamente dormido y confuso.
-Es que Julia no me pasó las fotos de los crímenes a mí, y quizá a vos sí.
-¿No querés ir a dormir? Y creeme que no te va a hacer bien mirar eso ahora, primero procesá
todo.
-No, tranqui, ya lo procesé todo- era verdad que lo veía mucho más normal que antes, parecía
haber mejorado a pesar de que le pesaban los párpados-. Ya manejo algunas teorías sobre el
asunto que te quiero contar mañana, pero quiero pulirlas con la otra información. Está claro
que no voy a poder dormir esta noche.
Estaba demasiado cansado para discutirle, por lo que chequeé mi teléfono:
efectivamente, tenía la información de Julia. Copié y le envié todo a Julio y me acosté de
nuevo.
Al día siguiente, nos encontramos en la mesa del desayuno, con las tostadas servidas
sobre la mesa. A mí me gustaba ponerle manteca y azúcar, mientras que el apurado de Julio
siempre les ponía sólo una capa de dulce de leche mal distribuida. Pablo, diferenciándose de
ambos, solía untar sus panes con queso blanco y alguna mermelada frutal.
-Te veo cansado, Julio- le comentó mi novio, mientras leía el diario-. Es importante dormir
bien para que te funcione la cabeza durante el día- Él claramente sabía que no había dormido,
solamente quería darle un sermón como lo hizo incontables veces conmigo.
-Lo haría con gusto de haber tenido la oportunidad, lo pensaré para la siguiente ocasión-
contestó divertido, y Pablo le respondió con una sonrisa.
-Tengo información nueva del caso- le informé a mi compañero.
-A ver, contame.
-La sangre por el departamento es toda de la víctima, Lola Salguero. Ésta estuvo viva durante
todo el proceso, pero ingirió una sustancia adormecedora, por lo que es probable que no haya
tenido que presenciar aquel espanto. Por último, lo peor de todo, es lo que tardó en realizar el
crimen el asesino.
-¿Cuánto?
-El portero, última persona en ver a la víctima y ser quién encontró el cuerpo, a las seis de la
tarde. Fue hablar con la asesinada sobre un tema de expensas, bajó a la planta baja y a los
cinco minutos se dio cuenta de que le faltaban las llaves. Subió nuevamente al cuarto piso
para revisar si se le habían caído en el trayecto, encontró la puerta del departamento de Lola
abierta, y entró por curiosidad. Ya sabemos con qué se encontró, pero además, las llaves del
portero estaban en el llavero de ella.
-¿Entonces, el criminal no solo realizó todo aquello y se escapó en alrededor de seis minutos,
sino que él mismo preparó todo para que el portero encontrase el cadáver?- me preguntó
Pablo.
-Eso suponemos.
-Claramente no se escapó, seguía en la escena- razonó Julio-. Era deducible que el portero no
investigase el departamento ante semejante obra, y decidiese alejarse hasta que llegase la
policía. Ese tiempo lo utilizó el asesino para escaparse.
-¿Y qué más estuviste pensando?
-Qué esto es diferente a cualquier cosa que hayamos visto hasta ahora.
-Jodeme- le contesté, decepcionado por su respuesta.
-No, pará, escúchame. Una cosa es un asesino que asesina por accidente, por necesidad, o
para conseguir algo. Y otra es alguien que lo hace por placer. Supongamos que debemos
encontrar a alguien que hizo un dibujo que encontramos en la calle. Si el dibujo está hecho
para publicitar una empresa, es mucho más fácil de encontrar al dibujante, sólo tenemos que
investigar a la empresa, contactarnos y hacer un par de preguntas. En cambio, si encontramos
un dibujo hecho por placer, sin otro motivo detrás, es mucho más complicado hallar al autor.
-Odio profundamente tus comparaciones entre asesinos seriales y artistas.
-Es que no tiene que ver con lo que yo o vos pensamos. Es fundamental entender cómo
piensa él. Hay dos tipos de asesinos seriales: los que asesinan impulsivamente, lo hacen casi
como forma de entretenimiento y aquellos que son detallistas y planificadores. Nos
encontramos ante uno del segundo tipo.
-Entonces solo tenés halagos, nada que aportar a la causa.
-¡No son halagos!- me gritó enojado-. Por dios, escuchame. A mí tampoco me gusta esto. Vos
viste cómo me impactó el cadáver. Es horrible, y por eso lo quiero meter en cana. No quiero
que haya por el mundo locos como él. Pero lo quiero encontrar antes de que mate a otra
persona, y para eso tenemos que entenderlo, es la única forma.
-Ay no- exclamó Pablo tras leer algo en el diario que le hizo acomodarse sus lentes. Siempre
hacía aquello cuando algo le incomodaba.
-¿Qué pasó?- le pregunté.
-No, no es nada.
-Dale ahora mostrame.
-Bueno, si insistís…
Me pasó el diario y leí el título de la nota. No lo podía creer.
-¡Qué hijos de puta!- fue lo que me salió decir.
-Bueno, ahora díganme qué pasa- exigió curioso Julio.
Le pasé el diario. Tras leer el título, el joven empezó a morderse las uñas.
-Qué hijos de re mil puta- concordó él.
Tiró el diario a la basura, pero aún así se seguía pudiendo leer: “Policía encarga a un
joven inexperto para investigar a un posible peligroso asesino en serie”.
-Son unos buitres, Juli- le dije-. Ni buscan informar. Van a querer provocarte y hacerte
reaccionar para tener una noticia, es lo único que hacen los hijos de puta.
-Pero que forros eh- se quejó-. Uno quiere agarrar a un loco y a estos les importa más
molestar que el loco en sí.
-Vamos para la oficina, que estamos llegando tarde.
Cuando llegamos, todos nos miraban. Hacía mucho que no teníamos un caso tan
grave, y esto siempre movilizaba. Julia se encontraba en una esquina, frente a una
computadora. Tenía unas ojeras muy marcadas, estaba extremadamente despeinada y tenía
alrededor de cinco tazas de café vacías a su alrededor. Sin embargo, el detalle más importante
es que, sentado relajadamente sobre un escritorio y con un cigarrillo en la boca, estaba
presente en la oficina Máximo Moreira.
-¡Dieguito querido! Hace cuánto que no nos vemos- me saludó extendiendo los brazos y con
una cálida sonrisa.
-Por favor decime que estás por lo del asesino y no para sacar a más gente- le dije muy
preocupado.
Él deshizo su sonrisa, se paró derecho, apagó el cigarrillo y me contestó:
-No, por supuesto que estoy por el tema este. Viste como son los de arriba, solo siguen a la
prensa. Y como lo de los narcos ya es moneda corriente, y esto es nuevo, ahora tienen el foco
en el loco este.
-Perdón por lo de los diarios- se disculpó Julio.
Máximo se le acercó y le puso una mano sobre el hombro.
-Mirá pibe, vos acá sos nuevo. Podés ser muy capo, Sherlock Holmes, cualquier mierda, pero
sos nuevo. Así que esto es fácil: vos podés cometer errores, tenés ese changüí. El viejo de
Diego los corrige. Ahora, si cometés errores, te tratamos como al nuevo, es así de simple. Si
vos querés que te tratemos como a uno más, o como al nuevo Sherlock Holmes, no podés
cagarla. Y más importante, si ves que no podés con algo, salí.
-Yo quiero seguir.
-No, ya sé que sí, no soy pelotudo. Todos acá quieren este caso. Pero Julia te pidió ayuda a
vos. Así que es simple: nosotros confiamos en vos, pero escuchá al viejo que tiene cancha
con estas cosas. Cada cosa que pase con este caso va a salir en los diarios, quizá no en
primera plana, pero sí va a salir. Si no lo atrapás, no pasa nada, son complicadas estas cosas.
Pero peor que no atraparlo es que surjan quilombos, porque ahí no vas a atrapar a ninguno. Si
pensás que no podés evitar quilombos, salí del caso, y nadie te va a culpar ni nada. Y a vos
Diego, ojo que están mirando eh, tené en cuenta eso, que sabés mejor que nadie como son.
Solo eso quería pasar a decir, estoy medio apurado. Me voy chicos, cualquier cosa me
llaman- se despidió personalmente con todos y se fue por la puerta.
Ante todo esto, Julia no sacaba la mirada de la pantalla. Me acerqué a ella y le
pregunté:
-¿Encontraste algo nuevo?
-¿Sabés de dónde sacaron la información del caso los re mil forros de los diarios?- preguntó
enojadísima.
-¿No sé, del portero?
-El asesino les mandó una nota. Saben básicamente todo, de la firma, de que está conectado
con el otro, el lugar, la hora. La carta le llegó a tres medios distintos dos minutos antes de que
el portero llamase a la policía. Y en vez de reportar el crimen, mandaron gente para allá.
-Dios, esto va de mal en peor.
-¿No pueden solamente informar, como deberían?- se quejó mi compañero.
-¿Y cómo sacan plata ayudando?- le contesté-. Así se mantienen. Que se le va a hacer.
Siempre hay que pensar que su rol es hacer que los lean para ganar guita, y solo a veces la
realidad pura atrae lectores.
-Perdón por cambiar el tema- nos cortó Julia-. Pero estuve horas con el caso y no tengo ni una
pista de nada. Los médicos forenses no pueden deducir nada a partir de las víctimas.
-¿Qué queda de la primera escena del crimen?- preguntó Julio, mientras miraba su celular,
pensativo.
-Todo, solo sacaron el cadáver- respondió Julia.
-Quiero ir para allá. Tengo una hipótesis importante, pero necesito ver la escena yo mismo.
Julia, te tengo que pedir un favor importante.
-Lo que quieras.
-Necesito que investigues si la segunda víctima tuvo alguna relación sexual con alguien en
pareja. Creo que el motivo principal del asesinato fue ese, cosa que no es difícil de deducir.
-Perfecto.
-Pero pará. Lo más importante, es que lo tenés que hacer en cubierto, no te presentes como
policía. Lo más probable es que el asesino no sea del círculo cercano de la víctima. Mi idea es
que intentes averiguar estas cosas como una persona corriente, como lo pudo haber hecho el
asesino.
-Okay, es más difícil pero lo voy a intentar hacer- respondió confundida. Todos en la oficina
conocían los extraños métodos de Julio, y como sabían que eran efectivos, no los
cuestionaban
-En otras circunstancias me encargaría yo, pero necesito ver la escena del primer crimen-
explicó.
-¿Qué información tenés sobre el asesino?- le pregunté, en parte para probarlo, y en parte
porque me interesaban aquellos detalles en los cuales quizá no hubiese pensado.
-El criminal es mayor de edad, eso está claro por los recursos materiales que utilizó en ambos
crímenes. Además, es posible que utilizase alguna especie de disfraz para ingresar al edificio
con el material sin problema, cosa que sin duda llamaría la atención si fuese un joven. Por
otro lado, sabemos que es obsesivo. Es probable que no se muestre tan loco en su día a día,
pero debe poseer varias manías conocidas por quienes hayan convivido con él. Buscamos a
alguien con una infancia traumática, el sospechoso estaba familiarizado con el crimen y la
violencia de algún modo, sea hacia personas o animales. Por último, anclándolo con lo
anterior, nuestro sospechoso no tiene una pésima situación económica, y probablemente
tenga estudios, al menos secundarios. No estamos buscando a un idiota. Probablemente posea
una biblioteca interesante.
-Eso no nos sirve de nada- lo corté.
-Nunca se sabe, quizá entremos en la casa del sospechoso y nos sirva.
-¿Y cómo sabés que es “él” sospechoso y no “los” sospechosos?- le preguntó Julia,
desafiante.
Yo y Julio nos quedamos pensando un rato. Era verdad que no lo habíamos evaluado
ni un segundo.
-El crimen tiene una impronta muy personal pero…- se intentó justificar mi compañero.
-La verdad que no podemos afirmar que no sea una organización- lo corté-, pero Julio tiene
razón, sería extraño que una secta o algo similar atacase objetivos tan puntuales, de forma tan
personalizada y lo firmase como una sola persona.
-Era más que nada para que el pibe lea algún que otro libro de esto- explicó Julia-. Porque
algún día esa cabecita le va a fallar y algún librito le podría venir bien.
-Si consigo tiempo después de esto, leo lo que vos me recomiendes- le prometió él-. Bueno
Diego, vayamos yendo a ver si podemos agarrar el tren.
Caminamos unas cuadras a través de las frías calles de Buenos Aires en Julio para
llegar a la estación. Una vez que llegamos, esperamos diez minutos y tomamos el tren hasta
Retiro. No muy lejos de la estación, en el segundo piso de un edificio, entramos al
departamento donde alguna vez vivió Ayelén Biondi. Consistía de tres ambientes, estaba
lejos de ser lujoso y lo encontramos bastante sucio y viejo. Nuevamente, recién entramos,
frente a nosotros encontramos la figura donde debería haber estado el cadáver.
Había cintas que delimitaban pruebas por toda la casa. Ayelén Biondi fue encontrada
muerta adentro de una jaula, probablemente diseñada para varias mascotas en un veterinario.
Había sido cosida con hilo en varios puntos de su cuerpo. Los médicos forenses habían
descubierto que adentro de su cuerpo, dónde deberían encontrarse ciertos órganos vitales, se
hallaban objetos varios como celulares, billeteras y un reloj. Se sabe a ciencia cierta que estos
objetos fueron robados , y muy probablemente por ella misma. Sin embargo, la ausencia de
sus órganos fue sabida desde mucho antes de que los médicos forenses la analizaran, ya que
se encontraban guardados por toda la casa, adentro de cajones, en armarios y otros muebles.
En el piso, en frente de dónde habían encontrado al cuerpo, todavía se podía leer, aunque
medio desgastada, la firma: “Iustus Poeta”. A su lado, había una figura de origami con la
forma de un mapache. Los colores del papel dejaban esto bien en claro, siendo gris el pelo y
la cara blanca y negra, aunque una roja gota de sangre la había manchado.
-Hubiera preferido ver este antes que el otro- me comentó Julio.
-Sigue siendo terrible- opiné.
-Desde ya, pero era un poquito más… ameno a la vista externa.
-Puede ser. Con el tiempo, lo que te impresiona de los crímenes son su crueldad, y no su
estética.
-Estos crímenes no carecen de ninguna.
Revisamos la habitación, pero no encontramos nada de utilidad. Sí hallamos un
páncreas bastante bien escondido, adentro de un almohadón de la casa. Llamamos para que se
lo llevasen a analizar y salimos del departamento.
-El asesino es extremadamente metódico, y por esto es tan complicado encontrarle errores-
dijo Julio-. Diego, mandale a Julia otra tarea. Quiero que interrogue a todos los dueños de los
objetos robados. Quiero que, por sobre todo, pregunte por algún conocido que cumpla con las
características de nuestro sospechoso. Quiero que haga lo mismo con el novio con el que la
segunda víctima se haya besado, y su pareja.
-Perfecto, ahí le estoy enviando.
-Hay que advertirle a la gente que tenga cuidado al abrirle la puerta a extraños. Ambas
víctimas eran mujeres y vivían solas en su departamento. Es común que los asesinos seriales
mantengan patrones, sobre todo éste, que directamente firma sus asesinatos. Sin embargo,
también es muy creativo dentro de sus parámetros. Probablemente mantenga lo de que sus
víctimas sean jóvenes y vivan solas en un departamento. Pero no podemos asegurar que
solamente asesine mujeres. Sabemos que se cree una especie de justiciero, aunque no
sabemos con seguridad qué fue lo que lo llevó a interpretar este rol.
-Quizá solamente esté loco- opiné yo.
-No, un loco no sería tan metódico. Es decir, claramente está loco, pero no es completamente
irracional. Tiene una motivación muy fuerte. Necesitamos que Julia encuentre aunque sea una
conexión entre las víctimas antes de seguir. El asesino las conocía a ambas, de eso no hay
duda.
Nos volvimos a mi departamento para descansar un poco. Terminamos rápidamente el
otro caso que teníamos pendiente, no fue complicado porque en el laboratorio habían
encontrado una huella digital del ladrón adentro de la casa, solamente tuvimos que escribir
una manera lógica de que entrase a la casa. Julio hizo unos fideos medio pasados y
finalmente nos fuimos a acostar.

A las cuatro de la mañana, me despertó mi celular. Era Julia. Le atendí.


-¿Hola, sí, qué pasa?
-Hubo otro.
El Arte (o la locura)
parte 2
El tercer asesinato sin duda fue el que más tiempo le había llevado al asesino. Juan
Domínguez fue asesinado a las tres de la mañana de aquel día. Nosotros fuimos lo antes que
pudimos a la escena del crimen y, una vez más, nos encontramos con el cuerpo apenas
abrimos la puerta. Había que admitir que el asesino realmente cosía bien, pues no podía ser
fácil cocer el pie de un hombre donde debería estar la cabeza. Esta, por el otro lado, había
sido cortada del cuerpo y atornillada a la pared. Lo curioso, es que justo en esa pared había un
arco de fútbol, y la cabeza había sido atornillada en el ángulo derecho de este. Pintado con
sangre, en el arco se leía “GOOOOOL!!!!” con un tono sádicamente irónico. El cuerpo se
encontraba colgado del techo, la soga le corría por el tobillo que hacía de cuello. El pie
faltante estaba delicadamente vendado, como si el asesino tuviera miedo de que se
desangrase. Abajo del cadáver, no podían faltar ni la firma ni la figura de origami, que esta
vez era una simple pelota blanca y negra.
-¿No puede hacer un asesinato simple, no?- me quejé yo, mientras desviaba la mirada.
-Eso juega a nuestro favor- comentó Julio, que inspeccionaba al cuerpo analíticamente.
Parecía que había asimilado este cadáver mucho mejor que el anterior, se veía muchísimo
más profesional-. Creo que el asesino realmente no puede asesinar de forma simple. Lo vería
como una especie de atentado en contra del arte. Bah, quizá pueda, pero ciertamente le
costaría. Es como si a un director de cine de alto nivel le sugiriesen realizar una película
pochoclera: en primera instancia lo rechazaría, pero si necesita desesperadamente el dinero
no lo dudaría, aunque manchase su nombre.
Julia y yo estábamos demasiado conmocionados para reprocharle nuevamente sus
comparaciones entre artistas y asesinos seriales. No obstante, cada vez entendía más el punto
de mi compañero. Los crímenes estaban dotados de un gran desarrollo y claramente estaban
basados en algún aspecto de la vida de la víctima.
-Juan Domínguez, veintidós años- leyó Julia de una ficha-. Como las otras dos, también vivía
solo en un departamento, solo que por primera vez vemos que la ventana fue forzada en vez
de haber entrado por la puerta. Tiene sentido, porque el crimen fue realizado por la noche, y
estamos hablando de un primer piso, a diferencia de los otros dos. Como la escena lo sugiere,
Juan jugaba al fútbol. Lo practicaba desde los cinco años, y era el capitán de su equipo
amateur.
-¿Avanzaste con lo que te pedí?- preguntó Julio, quien seguía sin sacarle los ojos al cuerpo
inerte de la víctima.
-Tengo una mala y una buena noticia. La buena es que encontré una conexión entre los tres
crímenes, por lo que podemos reducir significativamente la lista de sospechosos.
-¿Y cuál es la mala entonces?- le pregunté, curioso.
-La primera y la última víctima son graduadas de un secundario estatal para niños con
dificultades psiquiátricas. La segunda iba a otra institución, pero se hizo conocida allí porque
había tenido un amorío con, justamente, Juan, mientras estaba de novio con otra chica. Esta
se suicidó por depresión hace dos años, así que no es sospechosa. Un gran porcentaje de los
alumnos coinciden con la descripción del sospechoso.
-Era probable que contara con eso para cubrirse- razonó Julio-. De todas formas, estamos
hablando de un ex alumno, sin duda graduado, y que probablemente haya tenido notas al
menos decentes. Quiero que preguntes por alguien con aquellas características a las
autoridades de la escuela, de la forma convencional.
-Perfecto- asintió Julia.
-No tenemos que revelar muchos datos personales nuestros- siguió él-. El asesino siempre
planea sus crímenes en base a la vida y a los “pecados” de sus objetivos, por lo que darle
información haría que pudiese improvisar algo para nosotros.
-¿Creés que se arriesgaría a tal cosa?-le pregunté.
-No creo, pero estamos hablando de un loco, y cada vez estamos más cerca de él y su círculo.
Julia, necesito que me pases la lista del año de la camada de la primera y la última víctima. Si
las autoridades colaboran, marcame quiénes en la lista son probables sospechosos.
-¿Pero cómo sabés qué es de alguno de esos años?- quiso saber Julia.
-No lo sé- contestó él-. Pero necesito los contactos de los ex alumnos para poder charlar con
ellos y sacar información. Voy al departamento, mandame la lista recién la tengas.
Yo me quedé unas horas más en la oficina para ayudar a los demás con sus casos y
charlar un rato. Cuando llegué al departamento, entendí lo que Julio había estado haciendo.
Lo encontré con el celular en la mano, cuatro hojas impresas que eran las listas de los ex
alumnos sobre la mesa y otra pila de hojas en la que estaba escribiendo cosas. Julio pretendía
llamar a los doscientos ex alumnos, interrogarlos, identificar a los sospechosos y pedirle
información sobre estos a los demás.
-Dame que te ayudo, pelotudo- le dije mientras agarraba la lista de nombres-. ¿Cuánto llevás?
-Dos horas, ni siquiera voy un cuarto- me contestó irritado-. No te das una idea de la cantidad
de pelotudeces que me cuentan pensando que realmente puede servirnos.
-Quizá sea alguna de esas pelotudeces la que nos salve.
Llamamos a alrededor de ciento sesenta personas, durando cada llamada entre cinco y
diez minutos. A las tres de la mañana, nos encontrábamos los dos sentados en una mesa sobre
la que reposaban seis tazas de café vacías, cuatro platos sucios, e infinitas hojas con
anotaciones.
-Ya no puedo ni pensar, me parece que acá dejamos por hoy.- le expliqué a mi compañero.
-Perfecto, yo voy a acomodar un poco las hojas así mañana podemos revisar bien toda la
información que recolectamos.
-¿Igual solo tenemos como tres sospechosos, no?
-Tenemos seis, pero bueno, es un comienzo. De todas formas, no podemos asegurar que
alguna de las personas que no atendió o que descartamos no sea a quien buscamos.
-Nah, creeme que sí- le dije confiado-. A esta gente le encanta hablarle a la policía. Si lo
llamamos, va a responder. Y en esto tengo cancha. Si realmente el asesino está en ese
colegio, en alguno de esos cursos, está en esta lista.
Me miró desconfiado, pero estaba tan cansado que no tenía sentido discutirle. Me hice
un té de frutos rojos y me fui a acostar.
Me levantó Julio la mañana siguiente. Me di cuenta que eran las nueve de la mañana,
por lo que probablemente me había olvidado de prender mi despertador para que sonase a las
siete y media.
-Levantate rápido Diego- me alentó Julio-. Creo que sé quién es el sospechoso.
Me cambié lo más rápido que pude y salí a su encuentro en el living. Julio estaba
tomando su café mientras leía el diario muy tranquilo.
-¿No me vas a contar más?- le pregunté inquieto. Quería saber cuál había sido su
razonamiento esta vez.
-Julia me pasó las notas de todos los alumnos, y revisé sobre todo la de los sospechosos.
Todos tenían notas decentes, pero ninguno destacaba en lengua. Eso me parecía raro, nuestro
sospechoso juega a ser un poeta y tiene un mínimo conocimiento de griego. Parece que la
profesora de cuarto y quinto año fue excepcionalmente difícil: ninguno de los sospechosos
llegó a tener más de seis coma cinco de promedio, aprobando justo. Así que me puse a revisar
las notas de otra persona: Helena Detroyat.
-¿Quién era esa?- pregunté. El nombre lo tenía, pero después de charlar con cuarenta chicos
distintos era complicado asociar nombres con datos.
-La ex novia de Juan Domínguez, la tercera víctima. La que se suicidó hace dos años. Bastó
una llamada a sus padres para confirmar que, efectivamente, ella estudiaba latín. De los
sospechosos, Patricio Dumont era el único que tenía alguna relación con ella. Cuando lo
llamamos, no detalló nada sobre esto, pero fueron otras personas las que nos dijeron que
solían estar juntos aunque no habían tenido ningún tipo de relación amorosa, hasta lo que se
sabía. Helena era una chica con una profunda depresión, se sospechaba que estaban ligados a
traumas de la infancia. Pero a fin de cuentas, tuvo varios problemas en el colegio, siendo
marginada y habiendo tenido una relación muy conflictuada con Juan. Parece que una vez se
peleó físicamente con Ayelén Biondi, la primera víctima. No fue sorpresa para nadie el
suicidio de Helena, y es muy probable que Patricio esté haciendo una especie de justicia por
ella. “Iustus Poeta” se traduce del latín algo así como “poeta justiciero”. Solo suma saber que
desde chico hizo cursos de origami. Hay varios reportes que indican que era una persona
bastante solitaria, muy violenta y bastante temperamental. Ahora mismo estudia diseño de
interiores. Todo indicaría que es él.
-¿Ya le avisaste a Máximo?
-No, quiero primero asegurarme de que estamos bien. Vamos a ir a su casa para hablarle
personalmente. Julia está viniendo a buscarnos en su auto, vamos para allá.
-Okay- le contesté, no del todo convencido-. Pero por protocolo y por si algo sale mal, voy a
pedir refuerzos para que rodeen la casa.
-Me parece bien mientras no condicionen nuestra discusión.
Sonó el timbre y bajamos para encontrarnos con nuestra compañera. Ella esperaba
muy ansiosa, casi emocionada. Era sabido que se hallaba tensa a causa del crimen que se le
encargó, y probablemente no veía la hora de que toda aquella pesadilla acabara y quedase
como una anécdota más.
-¿Están listos?- preguntó motivada.
-Todo listo- contesté y nos subimos.
La casa del sospechoso era pequeña, en Saavedra. El barrio era muy tranquilo,
probablemente durante la mañana y la noche no hubiese mucha actividad. Julio tocó el
timbre.
-Los refuerzos llegaron- les informé-. Si algo sale mal, tiramos la puerta y entramos. ¿Tienen
sus armas?
-Sí- respondió segura Julia, llevándose la mano a la cintura, donde se encontraba reposando la
pistola.
-Sí- dijo con una voz tenue el joven, mientras se mordía las uñas. Era normal que no se
sintiese seguro.
Luego de cinco minutos, me comencé a desesperar.
-Voy a tirar la puerta- avisé.
-¿Pero tenemos una orden de allanamiento?- preguntó Julia, preocupada.
-No, pero tenemos un posible sospechoso en fuga. De habernos equivocado, yo voy a asumir
todas las consecuencias - dije y le pegué una patada a la puerta. Esta se hizo añicos y salió
desprendida del marco. Julio me miró asombrado
-Pensé que eso de pegarle a las puertas pasaba solo en las películas- me confesó.
-Aunque esté viejo, hay cosas que te quedan- le expliqué sonriente-. No sabés como disfruto
patear cosas. Bueno, entremos, arma en mano.
No tardamos ni dos segundos en darnos cuenta de que era la casa del criminal.
Consistía en un pequeño hall que daba al living, el cual tenía una mesa en el centro. Sobre
esta, se veía la lista del curso de Patricio. Había una foto de la casa de una de las víctimas, el
períodico de la fecha de cada uno de los días en los que ocurrieron los asesinatos, y una foto
de Helena Detroyat.
-Bueno, fue bastante fácil esto- opinó Julia, con una sonrisa en la cara.
-Todavía puede estar el sospechoso en la casa- le dije, muy serio- Yo voy a buscar en el
cuarto de la derecha. Julia, anda al de la izquierda y vos, Julio, a la cocina.
El cuarto al que había entrado era, sin duda, el cuarto más horrible que había visto en
toda mi vida. Debido a que esta narración ya viene siendo demasiado fuerte, y nada suma a la
trama, no voy a entrar en detalle de lo que vi allí. Solamente voy a decir que me encontré con
múltiples dispositivos de tortura, dibujos hiperrealistas de cada uno de los crímenes y miles
de otros similares (los cuales a día de hoy espero que solo hayan sido realizados en la
imaginación del asesino y que jamás se hayan concretado) y, en una caja, varias dosis de la
droga que usó para dormir a las víctimas, la cuál no recuerdo exáctamente cuál era porque,
recién la encontré, escuché un tiro.
Salí inmediatamente e identifiqué que el ruido salía de la cocina. Julio había
disparado. Estaba arrodillado en frente de la cajonera abierta del lavaplatos.
-¡Un túnel!- exclamé.
Corrí hacía allí, empujé suavemente a mi compañero a un lado, y observé el agujero.
Era un túnel de un radio de medio metro hecho con extrema precisión. Contaba con soportes
de madera y tenía alrededor de doscientos metros de largo. A lo lejos, vi a alguien gateando
apurado, pero dadas nuestras condiciones físicas (un hombre y una mujer mayores, y un
joven bastante flaco) poco podíamos hacer para alcanzarlo.
-Fallé- me dijo Julio, mirándome a la cara. Tenía lágrimas en sus ojos- Perdón…es qué…
-No pasa nada- lo consolé y lo abracé-. Era natural que pasase, no pensé que ibas a encontrar
a nadie en la cocina. Es más, como estaba de espaldas, probablemente te hubieras comido un
juicio jodido si le pegabas.
-Gracias-me dijo un poco más tranquilo-. ¿Lo van a agarrar?
-Ahí les aviso a los demás, pero ya te imaginarás.
En efecto, no lo agarraron. Salió en todas las noticias la historia de Patricio Dumont,
el asesino en serie prófugo. Parece que el túnel llevaba haciéndolo años, y los crímenes
comenzaron alrededor de la fecha en que lo había terminado. Siempre había evaluado la
posibilidad de que lo encontraran, y ya tenía un plan de escape en la cabeza. No sabemos
exactamente cómo consiguió los materiales, pero en los dibujos del cuarto al que entré había
varios planos del túnel, artículos sobre arquitectura y túneles mineros impresos. En la casa
había evidencia suficiente para darle tres cadenas perpetuas. Era obvio suponer que Patricio
no había recibido visitas desde que había terminado el secundario. Tampoco entendemos bien
cómo pudo mantener la carrera universitaria a la vez que trabajaba en una oficina y planeaba
todo esto, era probable que durmiera muy poco y pensara constantemente en los crímenes que
en un futuro realizaría.
Ninguno de los tres estaba muy feliz. Teníamos esperanza de terminar con todo de
una buena vez. Sin embargo, haber confirmado que era realmente él el asesino y dejarlo
prófugo era un gran paso, y le dificultaba realizar un nuevo crimen. Julio era el que peor
estaba de los tres. No podía asegurar que estuviese triste, pero era fácil deducir que su cabeza
seguía procesando lo que acababa de pasar, estaba muy lejos de lo que tenía enfrente. Se
encontraba en un estado similar a cuando había visto el primer cadáver, solo que en vez de
asqueado y enojado estaba más frágil y asustado. Asustado no de algo externo, sino de sí
mismo.
Julia había notado el malestar entre nosotros, y para intentar levantarnos el ánimo, nos
dio unas palmadas en al espalda a ambos y nos dijo alegre:
-¡Dale, no estén tristes! Por lo menos ya confirmamos al asesino. Vengan a tomarse algo.
Ella probablemente era la que más decepcionada estaba de no haberlo atrapado. Fue la
que más tiempo le había dedicado al caso y la mayor responsable de no poder cerrarlo. Sin
embargo, estaba intentando levantarnos el ánimo a nosotros. No podía rechazar su oferta.
-Perdón, yo no tomo- se disculpó Julio, aunque era obvio que ese no era el mayor obstáculo.
-Y bueno, hay una primera vez para todo- le dije a la vez que ponía mi brazo sobre su hombro
y le daba unas palmadas-. Vamos con vos Julia.
El joven no estaba de ánimos para discutir, así que en menos de veinte minutos
estábamos en un bar. Era un negocio relativamente barato, lleno de gente y ruido a pesar de
ser solo las dos de la tarde. Resultaba un poco extraño el ambiente teniendo en cuenta lo que
acabábamos de vivir, pero agradecí el bajo costo de los tragos, pues mi condición económica
no me hubiera dejado invitarlo a Julio sino.
-¿Qué van a pedir?- nos preguntó el mozo.
-Un daiquiri- pidió Julia.
-¿Qué te atrae a vos?- le pregunté al joven.
-Nada- contestó él sin ni siquiera mirarme.
-Dos cervezas rubias entonces- le dije al mozo, sonriéndole-. Después vemos qué comer.
-¿Y cómo los trata la vida en su departamento?- quiso saber nuestra compañera.
-Y bien, veníamos muy tranquilos con Pablo, así que vino bien un poco de emoción juvenil al
ambiente- respondí.
-Habla por vos, viejo- se desentendió Julio, con una sonrisa-. Imaginate lo que es pasar tu
juventud con dos casi jubilados, que encima se hacen los intelectuales. Cada dos por tres me
veo encerrado en una charla interminable sobre un tema como, no sé, el eje de la tierra o
algún escrito de Foucault.
-¡Como si sufrieras esas charlas!- me quejé entre risas- A veces sos vos el que empieza la
discusión y se niega a terminarla.
-Acá llegaron sus bebidas- nos avisó el mozo.
-¡¿Cuándo?!- dijo Julio ignorándolo-. Yo siempre tengo ganas de irme a la mierda y ustedes
me retienen- le dio un trago a la cerveza y la miró curioso-. Tan mal no sabe, che.
No más de una hora después, tuvimos que meterlo en el auto de Julia y partir hacia el
departamento. Se notaba que el joven no había tomado jamás en su vida, hizo un escándalo
en el bar: no paraba de reírse, rompió dos vasos y cuando intentó ir al baño se tropezó con un
mozo.
-¡Por dios pibe, fueron dos cervezas nomás!- lo gasté yo-. ¡La segunda estuvo recontra de
más!
-La verdad que sí eh, no sé cómo hubieras sobrevivido a un viaje de egresados- le dijo Julia
entre risas.
Julio nos miró, enojado, y se quejó:
-¡No es que… llevó como- se puso a contar con los dedos- como veinticuatro horas sin
comer!
-¡Si cenamos anoche juntos, caradura!- le recordé y exploté en carcajadas.
Cuando llegamos, nos despedimos de Julia, le serví un vaso de agua al joven, y se fue
a acostar.
-¿Es la primera vez que se empeda?- me preguntó Pablo, que había observado todo aquel
proceso desde afuera, mientras escribía algo en la computadora sobre la mesa de la cocina.
-Sí, nunca había tomado ni una gota de alcohol. Para que te des una idea, estaba así solo por
dos vasitos de cerveza.
Mi pareja se rió y me dijo:
-Tiene que disfrutar estas cosas. Viene teniendo una infancia complicada el pobre.
-La verdad que sí. Justo hoy se nos escapó el loco este, pero al menos ahora sabemos quién
es.
-Sí, lo vi en twitter. ¿Festejaban por eso, no?
-¿Por qué? No, no sé nada.
-Mirá- me pasó su celular, en el cual mostraba que era tendencia en las redes sociales que,
entre el grupo de los detectives que descubrieron al asesino serial, había un joven de solo
dieciocho años. Me puse feliz por él. Se lo merecía, la prensa venía pegándole bastante mal.
-Todavía le queda un camino largo- le dije mientras seguía viendo orgulloso el celular-. No es
ni su primer año. Es muy capaz, pero no sé si realmente está preparado para lo que es el
mundo real.
-Yo tampoco, pero hay chicos menos inteligentes que salieron de peores contextos.
-Ese es su problema, es demasiado inteligente- le expliqué-. Se va a enterar muy rápido de
cómo funciona el mundo.
Tomé un taxi a la oficina para ayudar a los demás con sus propios casos. Cinco
minutos después de que llegué, sonó el timbre.
-Es Máximo- me avisó Javier, el secretario.
-Voy a abrirle- me ofrecí y bajé las escaleras.
Máximo estaba contra la pared fumando un cigarrillo. Le abrí la puerta y me sonrió.
-Buen día Dieguito. Mirá, yo quería hablar con vos específicamente, así que si querés
podemos ir a algún café o algún bar así no molestamos a los demás.
-¿Tanto tiempo va a llevar?
-No sé, pero la verdad que extraño hablar con vos, Diego. Encima esto va de mal en peor. Ya
entiendo por qué quisiste dejar este puesto en tus últimos años.
-Si no querías trabajar, desde ya que no era el mejor puesto.
-Yo puedo ser pajero, pero estoy acá para ayudar. Y eso es lo que hago.
Accedí a ir a un café. Fuimos a uno pequeño y con poca gente. Yo pedí un café negro,
y Máximo pidió un frapuccino de dulce de leche con chocolate arriba.
-Mirá, Diego- empezó él a la vez que tomaba su pretenciosa bebida-. Desde arriba están que
explotan. Parece que la Banda de Tanatos se puso celosa de que la atención de los medios se
fuese para el asesino serial este y le anduvo metiendo pata. Aparecieron ocho tipos colgados,
cuatro policías y cuatro de una banda rival. Me están pidiendo que cerremos el caso del
asesino este lo más rápido posible. Les chupa un huevo si lo atrapan o no, pero no quieren
que se siga hablando de él.
- Hay dos posibilidades- comencé a explicar-: o el loco ya pierde el juicio y se pone a matar
como un enfermo ahora, o espera que se calmen las aguas para organizarse y volver con todo
en un par de años. Pero el tipo este va a seguir haciendo estas monstruosidades de una forma
u otra si no lo agarramos.
-Yo sé, pero cada vez tenemos menos recursos y más crimen. Y vos sabés mejor que nadie
que esto no hace más que empeorar. La verdad que un asesino serial que va a volver a matar a
tres personas dentro de cinco años es mejor para nosotros, para los de arriba, y para la
tranquilidad del pueblo en las noticias, que una banda narcotraficante que en promedio mata a
tres personas por día.
Era una situación complicada. Yo ya sabía lo que era estar en la posición de Máximo,
tener presión de todas partes y decidir qué crimen es peor y cuál vida vale más. Así que, por
más ganas que tuviese de agarrar al “Iustus Poeta” y sabiendo todo lo que le iba a costar a
Julio y Julia dejar el caso, no le recriminé nada a mi superior.
-¿Nos queda al menos una semana?- le pregunté.
-Tres días, y tuve que pelearlos- sentenció él-. Piensen en el lado bueno, todos los de arriba
están contentos con su trabajo y más con el pibe. La prensa y las redes también.
-Sabés que para nosotros esto va mucho más allá de lo institucional y de la prensa.
-Ya sé, pero aunque sea hoy no joden.
Nos quedamos un tiempo poniéndonos al día. Hablamos sobre todo de la familia y el
trabajo. En ese momento extrañé aquellos tiempos en que éramos ambos más jóvenes y
charlábamos de cosas más divertidas e interesantes. Las personas nos arruinamos con el
mundo y con el tiempo, y eso era lo que quería aplazarle a Julio.
Pagamos la cuenta y me fui directo a mi departamento, no tenía ganas de estar en la
oficina, y debía pasarle a Julio las nuevas noticias.
Entré al cuarto de mi compañero y lo encontré excepcionalmente activo. Estaba
mirando una carpeta con varias hojas sueltas mientras mordía con ganas una lapicera negra.
-¿Qué estás haciendo?- le pregunté.
-Pensando cómo agarrar al tipo este.
-Julio, nos dieron tres días para terminar con este caso. Ya los superiores están bastante
contentos con nuestro trabajo. Me parece que vamos a tener que dejarlo prófugo.
-No pasa nada, con dos días me alcanza- me contestó muy calmado, sin desviar la mirada de
su carpeta.
Quedé estupefacto ante su respuesta. Estaba seguro de que iba a enojarse muchísimo
con el acortado plazo que nos habían dado.
-¿Qué estás pensando?
-Hay dos posibilidades. O el asesino pierde la paciencia y se pone a realizar asesinatos más
descuidados e impulsivos, o entra en una larga fase de reposo para luego volver.
-De eso estoy al tanto, eso mismo le dije a Moreira.
-Bueno, ambos sabemos que la segunda es la más probable si no hacemos nada, por lo que mi
idea es forzar la primera.
-¿Pero cómo?
-De la misma forma que él nos provocó a nosotros, con los medios de comunicación. Les
vamos a decir datos que lo provoquen, de forma tal que desataríamos su ira y nos vendría a
buscar, tendiéndole una trampa. Sabemos que él está muy atento a los medios y de lo que
piensan de él, él mismo les mandó información. Y a pesar de que es muy inteligente y
metódico, por otro lado sabemos que posee problemas de ira y de autocontrol, así que
jugando con eso, el plan podría funcionar.
-¿Y quién pensás que accedería a exponerse a tal riesgo?
-Obviamente, yo.
Me reí y lo miré con ternura.
-Julio, esto no es una película. Por sobre todo, vos no podés realizar tal plan, somos solo
investigadores. De la búsqueda del criminal se encarga otro departamento, nosotros solo
podemos pasarles información de dónde podría estar.
-Entonces podríamos pasarles la información de dónde va a estar mañana a la noche, a la vez
que realizamos mi plan por separado.
-Me parece muy arriesgado, pero te dejo que lo hables con Máximo a ver qué te dice.
A Máximo le encantó el plan. Julio habló con él por teléfono en altavoz y Máximo se
mostró fascinado. Solamente que no accedió a que Julio hiciera de señuelo.
-¿Por qué no puedo ser yo?- se quejó él.
-Vos sos un pibe. Los de arriba me matan si por esta boludez se me muere un inspector
prodigio de dieciocho años con la escasez que hay ahora. Necesitamos a alguien con un perfil
más bajo y que esté igual de desesperado por atrapar a este loco.
-¿Y quién podría saber?- quiso saber Julio.
-Y Julia, claramente.
En esa llamada pude volver a escuchar al Máximo despierto e inteligente que tanto
extrañaba, aquel que lo llevó al puesto en el que estaba. Se quedaron charlando todos los
detalles. Máximo se encargaría de hablar con Julia y con un canal de noticias para que ella
realizara la entrevista.
Dos horas después, estábamos en el estudio del canal de noticias junto a Julia y
Máximo. Julia iba a hablar como responsable del caso, aunque iba a recitar un texto escrito
por Julio. El conductor del programa estaba al tanto de esto, y le pedimos que hiciera las
preguntas que nosotros le escribimos. Le explicamos al canal que esto no lo hacíamos por
entretenimiento, sino para atrapar a un criminal.
-¿Estás nerviosa, Juli?- le pregunté.
-¿Es necesario que sea tan ruda?- quiso saber medio incómoda-. No me gusta mucho eso de
putear a una pobre chica muerta.
-Es fundamental- le contestó Julio, serio, pero a la vez con una discreta sonrisa en la cara.
Claramente le traía satisfacción el hecho de que se esté ejecutando su plan-. Eso es lo que va
a terminar de traerlo a la locura. Después no olvides tratarlo de un criminal casi común,
miedoso, y medio tonto. Explica que se cree medio emo y depresivo porque no le daba bola
la chica que le gustaba. Deja tu nombre, menciona de pasada por dónde vivís, pero no volvés
ahí esta noche. Vamos a darte un departamento al lado, ya que también necesitamos que él te
vea entrar y salir del edificio. Por más de que lo vamos a dejar en un estado de completa ira,
la mínima cosa que lo haga dudar va a espantarlo, y si no llega en estos días, el peligro que
corrés va a ser mayor.
-¿Segura que querés exponerte a esto?- le dije yo.
-Sí- respondió determinada-. Ya quiero acabar con este loco de mierda, sea como sea.
La entrevista fue tal como lo pensamos. Fuimos a comer a un restaurante los tres
juntos y nos fuimos para nuestras casas, Julia escoltada por un par de hombres que consiguió
Máximo. Se esperaba que Patricio llegase al departamento a las siete de la mañana del día
siguiente, cuando Julia salía a trabajar, o entre las seis de la tarde y las doce de la noche. La
policía debía de estar presente a esas horas.
La mañana siguiente comenzó bien. Máximo le había encargado a Julio hablar con la
policía, pues él era quien había predicho los horarios del criminal. A mí me habían
recriminado en la oficina que estaba muy inmerso en este crimen y algunos necesitaban
ayuda con sus casos menores. Para no descuidarlos, y ya que yo no podía hacer nada, dejé
que Julio hablase con la policía en el departamento y yo tuve mi primer día normal en la
oficina de toda la semana.
Fue relajante poder volver a aquellos casos normales, donde lo más difícil era el
papeleo, las confirmaciones, declaraciones juradas, etc. Además que extrañaba un poco al
resto de los chicos. Javier, el secretario, me avisó de un problema de dinero que por suerte
pudimos solucionar a pesar del corto presupuesto. La verdad que no era el mejor secretario en
cuanto a administración de recursos, pero hacía su trabajo y aceptaba cobrar poco, así que no
le decía nada.
El día se complicó cuando llegué a casa. Saludé a Pablo y le pregunté dónde estaba
Julio. Me dijo que no estaba. Lo llamé y no me atendió. Corrí a su cuarto y encontré una nota:
“la policía me dijo que estaba atrasada y que llegaba tipo nueve, voy a cubrir de seis a nueve
el departamento por las dudas, no va a pasar nada”.
-El pelotudo este fue al departamento de Julia- le expliqué apurado a Pablo mientras agarraba
el saco y salía a buscarlo.
La espera para el colectivo fue infinita. Estaba sudando y me temblaban las piernas
mientras apretaba los dientes y me rascaba la cabeza. Vi el colectivo y me relajé un poco, iba
a llegar en diez minutos. Recién pagué el pasaje, me llegó una llamada. Saqué el celular para
ver si era Julio. Era Julia. Atendí.
-¡Diego escuché tiros en el cuarto de al lado! ¿Está la policía? ¿Qué está pasando?
Corté y volví a mi estado de nerviosismo total. No podía ser, justo vino en esas horas.
Y los tiros no podían ser de Julio, tenían que ser de Patricio. ¿Qué mierda pensaba hacer el
pelotudo ese? El colectivo de repente iba más lento ¿no podían acelerar un poco? Mi camisa
ya estaba empapada de sudor, algún que otro pasajero me miraba, y solo por eso no estaba
llorando. Me bajé una parada antes y corrí hacia el edificio. Había ya un auto de policía y una
ambulancia. Mostré mi identificación y entré. Recién ingresé, lo primero que vi fueron dos
médicos llevando una camilla con un cuerpo tapado encima. Se me nubló la vista y me caí al
piso. Estaba a punto de desmayarme, no podía sacar los ojos de la camilla, yo ya creía lo
peor.
-¡Diego!- escuché que una voz femenina gritaba desesperada. Me di vuelta y vi a Julia, con
un brazo sobre Julio. El joven estaba temblando y con los ojos lagrimosos, tapado con una
manta de esas que les dan a la gente que se encuentra en estado de shock. Yo no lo podía
creer, aunque era obvio que el cuerpo de la camilla no era Julio por la contextura física, pero
en el estado en el que me encontraba no pude hacer aquella realización. Corrí a abrazarlo y
me largué a llorar desconsoladamente. Julio temblaba más que yo.
-¿Qué mierda pensabas pelotudo?- le pregunté sin dejar de abrazarlo.
-Perdón es que… es que… yo pensé en hablarle…y…
-¿Al loco ese?
-Sí, es qué… es qué, él no me quería matar. Dijo que no me conocía, dijo que no podía, dijo
muchas… muchas… muchas…cosas. En cambio yo lo….
-No pasa nada- lo callé, estando yo más tranquilo, pero sin parar de rodearlo con mis brazos-.
No pasa nada- y dejó de temblar.
La Bondad
Después de ese episodio, volví al departamento en un taxi con Julio. Hasta aquel
momento, lo había visto deprimido y muy desconectado, pero nada se comparaba con lo de
esta vez. Julio ni siquiera miraba la ventana, estuvo todo el viaje encorvado mirándose los
pies. No escuchaba nada de lo que le decían. Para bajarlo del auto lo tuve que arrastrar. No
recuerdo cómo logré llevarlo a su habitación. Cerré su puerta y me senté en la mesa. Me serví
un vaso de la bebida alcohólica más fuerte que tenía en aquel momento, probablemente algún
whisky, y me lo tomé de un trago. Pablo se sentó al lado mío.
-Vi lo que pasó en las noticias- me comentó.
-¿Qué dicen por ahí?- pregunté mientras miraba cómo giraban y se movían las gotas que
quedaban en el vaso.
-A nivel opinión pública, bastante bien. “Joven policía mata al asesino en serie conocido
como el ‘Iustus Poeta”. Hasta los más progres están a favor de esto, era un criminal
extremadamente violento. Aunque me imagino que él no se siente muy bien.
-Es la primera persona que mata- le dije-. Y encima parece que el loco este no lo intentó
matar. No sé, no le pregunté mucho de nada. No es momento. Pero parece que él quería
entretenerlo hablando, y no sé qué pasó…. Ya es difícil matar por primera vez, peor si no es
en defensa propia.
-Ahora tiene que afrontar un juicio- me recordó Pablo-. Aunque no uno muy difícil.
-Esperemos que colabore y no diga toda la verdad, se siente mal, pero es un chico inteligente.
-Es solo un chico, inteligente o no.
En realidad fue muy importante que fuese inteligente. Nosotros intentamos explicarle
lo del juicio, pero no parecía escucharnos. Sin embargo, cuando llegó el abogado (quien se
ofreció a defenderlo gratis, ya que era pariente de una de las víctimas), desde afuera de la
habitación se podía escuchar un fluido intercambio de palabras.
El juicio fue el más corto y fácil que jamás hubiese presenciado. Nadie realmente
deseaba encarcelar a Julio, solamente la abuela de Patricio, quien sufría de alzhéimer
avanzado y no entendía con exactitud qué había hecho su nieto. Ni sus padres fueron a
defenderlo.
Julio mintió y explicó que el asesino intentó matarlo, cosa fácil de justificar ya que
Patricio portaba un arma, por más de que no la hubiese utilizado. El abogado de la abuela no
hizo mucho por apoyar la causa y se decidió que Julio había actuado en legítima defensa
propia en poco más de un día. Sin embargo, recién terminó todo esto, el joven volvió a
encerrarse en su habitación.
Con Pablo decidimos darle tiempo. La primera semana, solamente le dejábamos la
comida frente a la puerta y le decíamos que si necesitaba hablar, estábamos para él. Yo seguía
trabajando. No hubo casos realmente difíciles, pero la falta de compañero volvía todo muy
tedioso. Ya era viejo, y me había acostumbrado a la dinámica doble.
Como no hubo cambios, la siguiente semana comenzamos a intervenir más. Le
dejamos libros, notas, artículos de diario donde él quedaba como un héroe y Pablo se metió
en la habitación un par de veces a hablarle, pero no encontró respuesta.
La tercera semana yo no podía más del trabajo. Estaba deseoso de jubilarme, y en vez
de eso estaba trabajando el doble. Así qué, una fría tarde de agosto, luego de que me hubiesen
entregado un caso especialmente trivial e insignificante, pero a la vez bastante tentador, entré
a la habitación de Julio.
Estaba leyendo uno de los libros que le habíamos pasado, casi a oscuras. Ni me miró
cuando abrí la puerta. Yo entré, caminé firme hacia él y le saqué el libro de las manos.
-Escuchame, Julio. Yo sé que estás mal, creeme que te entiendo, yo ya pasé por esto- era
mentira, yo solo había matado en defensa propia-. Pero la única forma de que lo superes es
que te distraigas con algo.
Con aquel discurso solo logré que me echase una mirada desinteresada. Parecía un
muerto viviente.
-Mirá, estoy saturado de trabajo, si vas a vivir acá es porque vas a trabajar vos también- no lo
iba a echar bajo ninguna circunstancia, pero sabía que la amenaza podía resultar-. Hoy me
surgió un caso fácil, a una vieja le robaron el perro. Ella hizo la denuncia, pero también dijo
que le va a dar doscientos mil pesos al que se lo devuelva. Es una oferta única.
Julio abrió mucho los ojos cuando escuchó la cifra. Sin cambiar la expresión de
tristeza en su rostro, se levantó de la cama. No le había curado la depresión, pero el chico era
lo bastante inteligente como para entender que esa era una oportunidad que no se le iba a
volver a repetir, y si no la aprovechaba se iba a lamentar toda su vida. Finalmente, el dinero y
las amenazas triunfaron ante la psicología de Pablo.
-Pasame todos los datos que tengas- me pidió él-. Mañana vamos a la oficina.
Le pasé la información, la cual no era mucha, y lo dejé solo de nuevo. Aunque sea lo
había arrastrado fuera del pozo de las tinieblas.
Al día siguiente, temprano, desayunamos juntos. No había vuelto a la normalidad, se
lo seguía notando un poco deprimido y sus movimientos eran más lentos. No obstante, era un
gran avance que estuviese sentado conmigo en la mesa. No le puso azúcar al café y apenas
unas gotitas de leche. Sin saludarme, comenzó a hablarme del caso:
-Es prioridad ir hasta la casa de la dueña. Según tu información, los ladrones son más que
unos aficionados. La ventana fue cortada con herramientas de gran precisión, no la rompieron
así nomás. El perro no ladró en absoluto según los vecinos, así que también lo inmovilizaron
de forma veloz y eficaz. Lo que no me queda claro es con qué propósito robaron al perro.
¿Qué rédito mayor a doscientos mil pesos podrían sacar los ladrones?
-El perro de la señora es un Dogo del Tíbet- le contesté-. Un cachorro puede costar alrededor
de cuatrocientos mil pesos. Tengo entendido que este es un poco más viejo, así que es
probable que lo usen para peleas. Es un perro grande y medianamente agresivo, no es como
un pitbull o un rottweiler, pero sería interesante para un par de contrabandistas ver en acción
a uno de los perros más caros del mundo.
-Entonces lo ideal sería ir a la casa de la señora a ver si encontramos algo más, y luego
investigar sobre peleas de perros en Argentina.
-Yo ahora voy a llamar a Máximo para que me averigüe lo último. Esas cosas no son difíciles
de averiguar. Pero va a llevar un tiempo, así que lo voy a llamar mientras vamos a lo de la
señora.
Evitamos la oficina y fuimos directo a donde vivía la anciana, en Tigre. Nos
esperábamos que viviese en una casa grande y lujosa, pero lo que vimos superó nuestras
expectativas. La casa estaba construida sobre un terreno de cinco kilómetros cuadrados, y la
casa ocupaba casi la mitad. Contaba con dos pisos, alrededor de quince cuartos, salones,
bodegas y hasta un microcine. Nos abrió una ama de llaves y nos llevó hasta el salón
principal, donde se encontraba la dueña de la casa tomando un té en unas tazas de porcelana
preciosas. Era una señora bastante vieja, con el pelo teñido de un marrón rojizo y medio
regordeta. Tenía una sonrisa tierna y amable.
-Buenos días, señores- nos saludó ella-. ¿Se les ofrece algo?
-Muchas gracias, señora- le contesté cordialmente-, pero venimos de desayunar.
-¿Quieren que los ayude con algo para la investigación? Cualquier cosa que necesiten, solo
pidanmela.
-Nos gustaría que nos muestres la ventana por la que ingresaron los ladrones- le pidió Julio.
-Con mucho gusto.
La señora nos llevó hasta la parte trasera de la casa, donde vimos un gran comedor,
pero menos decorado y más sucio que las otras salas de la casa. El piso estaba repleto de
pelos de perro. Ambos entendimos que éste era un comedor para todos los días, no para
invitados, y donde dormía el animal. En una esquina estaban los platos de comida del perro
todavía llenos. Sobre una mesada, reposaban diversas fotos de tres o cuatro niños con un
anciano, quienes asumí que eran sus nietos y su esposo. Una de las ventanas que daba al
jardín tenía una abertura con forma de círculo perfecto.
-Sin duda utilizaron un corta vidrios profesional- comenté-. La pregunta es cómo lograron
secuestrar al perro sin resistencia alguna.
Julio sostenía con dos dedos una de las bolitas de alimento balanceado del perro,
mientras la inspeccionaba con detenimiento.
-¿Señora, es este el alimento que le da usted a su perro?- le preguntó-. Porque no parecen
tener la misma forma que el de la bolsa sobre la mesada- en efecto, uno tenía una forma muy
redondeada, mientras el que tenía mi compañero en la mano se veía como un pequeño
triángulo.
-Dejame ver- pidió la señora y se puso sus lentes. Apenas se los acomodó, exclamó:- ¡Nada
que ver!
-Es casi seguro que se trata de calmante- le avisé.
-Sabemos entonces que, entre los ladrones, hay un veterinario- dedujo Julio- ¿Cuánta gente
sabe de su perro?
-Uf no sé. El perro tiene sus años, pero lo compré cuando yo tenía setenta y cinco. Y la
verdad que mucho no salí de casa, así que solamente la gente que trabaja acá, mi familia, y su
veterinario. Tuvo dos veterinarios, el primero no me convenció.
-Los dos veterinarios son sospechosos entonces, y la gente que trabaja en la casa en segunda
instancia- siguió razonando el joven-. ¿Podría pasarnos el contacto de los veterinarios, por
favor?
-Sí, por supuesto. Los tengo anotados arriba, así que me van a tener que esperar un ratito-.
Dijo y se fue por una escalera de mármol en forma de calor.
-Cualquier persona pudo haberle robado- le dije a Julio-. Va a ser imposible adivinar quién
tiene al perro.
-Pero sabían que el perro iba a ir a comer desesperado en plena madrugada, y cuánto sedante
aplicarle a un Dogo del Tíbet, además de conseguirlo. Sin duda al menos tienen contacto con
alguno de los veterinarios. No haría ningún mal entrevistarlos.
-¿Y si los criminales, por alguna razón, lo mataron?- le pregunté.
Él me miró, molesto. Sabía que era una prueba, y no estaba de buen humor.
-No es posible. No hay sangre a simple vista, y no tiene sentido que lo hubiesen envenenado.
El dinero gastado no sería retribuido, a menos que alguien pagase una fortuna por el cadáver.
Pero esto solo sería posible si quisiese comerlo, en dicho caso, no podrían envenenar al
animal.
-Acá están los datos- nos avisó la anciana, mientras bajaba lentamente las escaleras con una
hoja de block rayada en la mano.
Nos despedimos y partimos en taxi hacia el local del veterinario anterior, del que
sospechábamos un poco más.
Llegamos a la veterinaria. Era un negocio bastante deprimente, se notaba que hace
mucho no lo pintaban. Los juguetes para mascotas eran de goma de mala calidad y los únicos
animales en el negocio eran algunos perros que claramente eran de la calle. En el mostrador
se encontraba una mujer.
-Hola buen día- saludó Julio-. Queríamos ver a un veterinario que atendió a nuestro perro
hace diez años. Trabajaba acá, no sé si sabrás, era un hombre…
-Creo que sé quién es- contestó ella-. Debe de haber sido mi papá, Ernesto Benavidez, el
dueño del local. ¿Es él?
Chequeamos las notas de la anciana y, efectivamente, se trataba de él. Julio logró
preguntar por el veterinario sin revelar nuestras intenciones, y al fingir no tener el nombre
también ocultó su interés.
-Sí, es a quién buscamos- le contesté.
-Lamento decirles que se jubiló el año pasado.
-No, no- dijo Julio mientras negaba con la cabeza-. No es por eso que lo buscamos. Teníamos
un perro con una enfermedad y no me acuerdo como se llamaba. Y nos sobraron unas
pastillas. Solamente quiero preguntarle el nombre de la enfermedad que mi perro tenía para
saber si es la misma que el perro de una amiga nuestra, y preguntarle si puedo darle estos
remedios. Le preguntaría a usted u otro veterinario, pero perdí la caja de las pastillas, así que
no tengo ni eso.
La mujer nos miró extrañada, pero anotó algo en un papel y nos dijo:
-Acá tienen el número. Yo le voy a avisar que ustedes le van a hablar.
Agradecimos y, ni bien salimos del local, llamé al veterinario, para adelantarme al
aviso de su hija. Por suerte, contestó de forma rápida.
-¿Hola, quién habla?
-Buenos días, habla Diego Borges, de la unidad de Investigación de Campo de la policía.
Quería hacerle un par de preguntas.
-Adelante.
Que no hubiese cortado inmediatamente dejaba dos opciones: o sabía que no tenía
nada que esconder, o esperaba la llamada y el crimen era mucho más organizado de lo que
pensaba. Si hubiese cortado, inmediatamente podría haber ordenado su arresto.
-Ha sido robado un Dogo del Tíbet el día de ayer, habiendo sido drogado. Creemos que algún
veterinario participó en el crimen, y usted ya conocía a este perro.
-¡Más bien que lo conocía! Un perro como esos no lo ves todos los días. Sin embargo, yo lo
vi cuando era un cachorro recién. No tengo idea de su peso ni de su condición actual. No
hubiera podido drogarlo sin atentar contra su salud ni aunque quisiera. Igual, le aseguro que
no hubo ningún veterinario directamente involucrado.
-¿Cómo puede estar tan seguro?
-Un veterinario, el noventa por ciento de los casos, si ejerce en algún centro medianamente
decente, es seguro que ama a los animales, y no participaría de un crimen organizado. Pero
ojo, en algunas veterinarias a veces transan. Un veterinario no cobra mucho, y los dueños ahí
a veces son corporaciones con convenios. Entonces, o sobornan o el empleado está obligado a
suministrar sustancias adormecedoras, dar el peso de algún perro, especificaciones sobre este
y atender a los perros de las peleas. Me intentaron hacer eso un par de veces, y negarme me
costó caro. Sigan buscando al veterinario cómplice, pero sepan que no es más que la punta
del iceberg.
Miré a Julio y su cara me dio a entender que a él también le parecía lógico todo lo que
el veterinario había dicho.
-Muchas gracias- le dije y le corté.
Con esta nueva información, partimos hacia la otra veterinaria. Era notablemente más
adinerada que la anterior, con mejores productos y una gran diversidad de mascotas
enjauladas. Incluso animales que supuestamente son ilegales, lo cual nos hizo sospechar. Esta
vez le tocó a Julio hablar.
-Buenas, compa- saludó amistosamente.
-¿Lo conozco?- preguntó tímidamente el veterinario.
-No creo, nunca estuve acá- contestó el joven mientras miraba la hora y hacía gestos apurados
con la mano-. Mirá, no tengo mucho tiempo. ¿Quién es el que se encargó de lo del Dogo del
Tíbet?
El empleado comenzó a sudar. Se acomodó los lentes y contestó;
-Y-yo, yo soy el veterinario del dogo.
-¿Y el que pasó la información a mis hombres?- Julio se mostraba cada vez más ansioso.
-N-no sé de q-qué habla, señor- el veterinario estaba sumamente inquieto.
-Dios, no tengo tiempo para contraseñas y esas boludeces- se quejó Julio y desenfundó su
pistola y la dejó caer sobre el escritorio.
-¡Sí, yo le di las drogas a sus hombres!- admitió finalmente.
Julio confirmó el crimen, ya podía avanzar más seguro.
-Bien, así nos entendemos. Ahora, venimos teniendo varios problemas con el perro, y yo te
aviso, como le avisé a mis hombres, que cualquier cosa que le pase al perro, les va a pasar a
ustedes. ¿Primero, cómo podemos hacer que el perro nos siga silenciosamente?
-¡A Rudolf le gusta la carne!- contestó al instante, estaba temblando intensamente-. Con eso
lo podés atraer fácil, pero tiene que ser carne buena y abundante.
-Solo eso pedía, tener una conversación fluida- dijo mi compañero a la vez que fingía una
risa-. Después, te quería comprar un poco más de alimento. ¿Cuál es el que come?
-E-e-ese- señaló una de las bolsas y la agarré con brusquedad.
-Gracias Walter- me agradeció Julio-. Eso es lo que busco de una persona, que ayude por
voluntad propia. Esa es la gente que mejor trato, menos molesto, y mejor le pago.
-H-hay algo que quiero decirle, señor.
-¿Qué pasa?
-No sé si el perro se va a quedar tranquilo durante el viaje. Yo recomendaría que le de un
hueso y un lugar cómodo para dormir.
Eso sí era información importante.
-¿Decís que es mucho quilombo llevarlo en avión?- preguntó el joven.
-¿Van a viajar en avión a Uruguay?- preguntó sorprendido, pero se arrepintió
instantáneamente-. Perdón, no quería juzgar, solamente…
-No, no, tenés razón- lo interrumpió Julio mientras se hacía el pensativo-. Tiene más sentido
llevarlo en barco. Muchas gracias, che, al final nos entendimos- saludó y le tiró en el
mostrador un anillo pintado dorado que habíamos comprado en una joyería de dudosa
calidad.
Afuera de la veterinaria, pedimos un auto y en el camino charlamos.
-Muy bien, Julio, ya tenemos mucha más información.
-No la suficiente, tenemos que cubrir todos los vuelos y sobre todo barcos a Uruguay. Hay
que informar a la policía sobre cualquier Dogo del Tíbet que vean.
Le escribí todo esto a Máximo y vi que me había respondido mi petición anterior. No
era un mensaje inspirador.
-Parece que hay una red de trata de perros Argentina-Uruguay, pero es extremadamente
grande. Aunque las peleas se hacen allá, las maneja un líder narco de acá, ligado al tráfico de
kakonita.
-¿Entonces?
-Entonces, si no los agarramos acá, fue. Están todos comprados, si esto pasa a Uruguay, el
gobierno uruguayo no va a molestarse por un perrito perdido. Y acá, podemos hacer algo,
pero tenemos que desear que justo el policía que los vea no esté comprado.
Al principio me sentí mal por haber traído a Julio a este caso. Había pensado que iba a
ser mucho más simple, no quería que el chico se frustrase. No obstante, cuando miré a Julio,
lo vi emocionado y pensativo. Quizás era un caso complejo lo que necesitaba.
-Entonces vayamos a la entrada del Buquebus, a ver si los vemos nosotros.
Tomamos el tren hasta Retiro. Cuando íbamos por la estación San Isidro, me llegó
una llamada de Máximo. La atendí y la puse en altavoz para que Julio escuchase.
-Mirá Dieguito, tengo malas y buenas noticias.
-Las buenas primero que sino me pegó un tiro.
-Perfecto, las buenas son que tenemos el camino exacto del perro, y una aproximación de
dónde está ahora.
-Entonces me imagino cuáles son las malas- dijo Julio.
-¡Ah, hola pibe!- lo saludó- Qué bueno que estés bien. Bueno, como sabrán, eso significa que
el perro llegó a Uruguay ayer. Hay una facción de la policía uruguaya que intenta derribar las
peleas ilegales, pero la tienen complicada, están todos los líderes comprados. Ellos también
tienen problemas con nuestra droga, y si se preocupan mucho por el tráfico de perros les
entran veinte mil toneladas de kakonita.
-Bueno, se acabó entonces- sentencié.
Julio se quedó mirando la ventana del tren unos segundos. Vi cómo una lágrima se
deslizaba por su ojo. Al rato, gritó:
-¡No! Maxi, pasame el número de los policías. Vamos para allá.
-Okay…- contestó él, anonadado-. Los dejó discutiendo los detalles mientras les paso lo que
tengo por mensaje- y cortó.
-¿Qué estás pensando, Julio?- le pregunté, sorprendido.
-Voy a ir a buscar al perro, me acompañes o no. Tengo parte de un plan.
-Es muy peligroso, y es un caso insignificante. No hace falta que nos arriesguemos mucho
por esto.
-Es que yo quiero, no, necesito hacerlo- insistió-. Tiene que ver con lo que pasó en el
departamento. Necesito saber que estoy haciendo un bien al mundo, tengo que dar todo de
mí. ¿Sino, con qué derecho puedo ir matando gente por ahí?
-Mataste a un asesino serial, nadie te va a juzgar por eso.
-Qué tan mala sea la víctima no me quita el título de asesino, y no fue en defensa propia. No
del todo. Ni siquiera es que necesito redimirme. Para sentirme una autoridad moral, tengo que
dejar todo de mí para hacer lo correcto en toda situación. Solo así voy a diferenciar a las
personas malas de las buenas.
Inspiré hondo y exhalé. No era momento de explicarle la conclusión a la que yo había
llegado tras tantos años de trabajo, ya era un gran avance que se lo viese motivado. Tampoco
podía frenarlo, y mucho menos dejarlo solo. Así que le mandé un mensaje a Pablo diciéndole
que íbamos a pasar la noche afuera por un caso.
-Está bien, es una locura, pero te voy a acompañar.
Compramos unos pasajes a Uruguay en barco y fuimos hasta Montevideo. Sin más
equipaje que nuestros gruesos abrigos, nuestros celulares con poca batería y nuestras armas.
Viajamos durante una fría tarde invernal. A pesar de la bajísima temperatura, ambos nos
encontrábamos al aire libre mirando el Río de la Plata. Probablemente nunca sepa en qué
pensaba Julio en aquel momento. Yo pensaba en él y en su futuro. Era un joven brillante,
pero no le faltaban trabas en su camino. Había elegido un trabajo sumamente complicado,
con muchas contras y pocos pros. Y su firme moral no hacía más que complicar esto. Que en
ese mismo momento estuviésemos viajando a Uruguay por el perro de una anciana lo
probaba. Y era mi deber que su joven espíritu no se quebrantase. Y cada día me daba cuenta
que era una tarea casi imposible.
En la república oriental nos recibieron tres policías. No recuerdo el nombre de los
otros dos, pero sí el de José Mercado. Si quien está leyendo esto es uruguayo, probablemente
lo conozca, pero claramente todavía no se había ganado su fama. Fue aquí cuando conoció a
Julio. José era un joven policía de veintidós años. Muy alto, no tan fornido, pero claramente
en mejor forma que nosotros dos. Caminaba con la espalda muy derecha y siempre tenía una
sonrisa en su rostro, pero no una sonrisa tierna o excitada, sino una sonrisa firme, confiada.
Tenía entendido que los otros dos policías tenían el mismo rango o incluso uno mayor que
José, pero como siempre estaban detrás de él y hacían lo que él decía, no parecía así.
-Buen día, compañeros- nos saludó con un fuerte apretón de manos-. Los invito a mi
departamento para planear la operación de mañana. Los vamos a dejar dormir ahí, pero solo
tengo una cama. Diego, usted puede dormir allí, pero Julio va a tener que descansar en el
sillón.
-No tengo problema- dijo mi compañero,
-¿Y usted dónde va a dormir?- le pregunté.
-No creo que duerma, pero si lo hago, tengo una bolsa de dormir.
Nos llevó en su auto hasta el departamento. Era bastante pequeño y en un barrio no
muy lindo. En el centro de la mesa había una pizza toda desarmada y mal cortada. La
rodeaban cinco sillas de juegos distintos. José se sentó en una que parecía estar rota y dijo:
-Entiendo que ustedes están interesados también en el constante tráfico de perros entre
nuestros dos países, para la realización de peleas callejeras. Ahora mi compañero les contará
todos los datos que pudimos recolectar al respecto. Es importante que todo se mantenga en
secreto, nuestros superiores no nos permiten involucrarnos. Están todos coimeados.
Siempre agradecí que Máximo, a pesar de todos sus defectos, fuese incorruptible. El
primer jefe de la Unidad de Investigación que tuve no investigaba la mitad de los casos, y era
realmente frustrante. Por suerte lo expusieron. Imagino la situación por la que los tres jóvenes
policías estaban pasando.
-Las peleas de perros se dan en un galpón abandonado, a unos cinco kilómetros de acá-
comenzó el compañero de José-. Todo está financiado por Hades, nombre clave de una de las
tres cabezas de la Banda de Tanatos. Financia cientos de prostíbulos, peleas de animales
ilegales, tráfico de personas a Europa y, sobre todo, a sicarios, todo con el dinero del tráfico.
Volviendo a las peleas, se hacen todos los sábados, a las dos de la mañana. Los perros son
vigilados las veinticuatro horas, aunque por no más de dos hombres. Hades confía mucho en
sus coimas. Siendo cinco personas, no deberíamos tener problemas.
-¿Y cuál sería el plan de acción?- preguntó Julio.
-La verdad, revisamos tu historial, y queríamos que nos dijeras vos- le respondió José-.
Ideaste un plan espectacular para matar a un famoso asesino en serie, nosotros vamos a hacer
lo que nos digas.
Noté el disgusto que le produjo la palabra “matar”, pero Julio no decayó, todo lo
contrario, estuvo a la altura y dijo:
-Okay, entonces todos saquen una hoja y escuchen. Necesito ver todas las fotos que tengan
del galpón y un mapa de la zona.
Nos quedamos toda la noche planeando, con Julio a la cabeza. Yo lo miraba,
orgulloso. Había logrado superar su primer asesinato y ya estaba planeando una misión en
territorio uruguayo, sin ser su responsabilidad. Sentía que le esperaba un futuro brillante.
Al día siguiente, compramos todos los preparativos y a las tres de la tarde ya
estábamos a cincuenta metros del galpón, escondidos tras un auto abandonado. Nos
encontrábamos en un barrio fabril poco habitado, lleno de estructuras que alguna vez
formaron parte de una fábrica y ahora eran utilizadas por indigentes y criminales. El plan era
sencillo, pero cualquier error de cálculo podría ser fatal.
Desde el auto, pudimos ver a uno de los guardias. Uno de los compañeros de José
sostenía una jaula. Dentro de ella, se encontraba encerrado un gato callejero que habíamos
logrado atrapar. Muy sucio y pulgoso, además de agresivo. Me dio un poco de lástima no
haberlo alimentado o algo, pero era fundamental para el plan que nos tuviese miedo. El
policía uruguayo movió un poco la jaula para molestarlo y lo soltó en dirección al galpón. El
pobre animal corrió asustado y pasó rápidamente por al lado del guardia. Como esperábamos,
eso no solo lo distrajo, sino que también todos los perros se pusieron a ladrar desesperados.
Esa era nuestra señal. Los cinco salimos con armas en mano, apuntando al guardia y
haciéndole el gesto de silencio. Por suerte, levantó las manos y se entregó sin hacer sonido
alguno. José lo dejó esposado en un poste de luz cercano y le tapó la boca con cinta. Los
perros seguían ladrando. Nos dividimos, los uruguayos por la derecha, y Julio y yo por la
izquierda. Esta parte era más complicada, ya que no teníamos una ventaja numérica tan
grande para asustar a nuestro objetivo, sumado a que cada vez eran menos los perros que
seguían ladrando. Nuevamente la suerte jugó a nuestro favor, Julio y yo notamos que alguien
apuntaba con un láser verde hacia un edificio, señal de que los uruguayos habían
inmovilizado al otro guardia. Como no podíamos saber si no había otro guardia adentro, y
como los animales habían dejado de hacer ruido, nos movimos con extrema cautela hacia el
otro lado para reagruparnos.
El otro guardia estaba atado como su compañero pero a un pequeño árbol. Los tres
uruguayos, recién nos vieron, entraron al galpón. Por fuera, era de chapa oxidada y no parecía
nada muy desarrollado. Sin embargo, por dentro, era otra historia. Tres cuartos de la
construcción consistían en un escenario, con una jaula gigante en el medio y unas gradas
alrededor. Una pared separaba un cuarto del galpón, donde, debido al olor y al ruido,
dedujimos que se encontraban los animales.
-Bueno, ahora solo queda encargarnos de los perros- dijo José-. Ustedes llévense a su dogo,
nosotros no podemos poner en adopción a los otros, los vamos a soltar para que…
En ese momento, un fuerte ruido potenciado por el eco invadió el galpón. Un tiro voló
no muy lejos de nosotros. Casi en el mismo instante, José se dio vuelta y, sin cambiar su
expresión en absoluto, disparó su pistola. Había un tercer guardia que salió de la puerta
contraria a la nuestra. No sabemos bien por qué no lo notamos en el recorrido inicial. El
hecho es que, a pesar de la distancia, el tiro de José le dio justo en la frente y lo mató al
instante.
Julio se quedó mirando al asesino. No sabría describir la expresión en su rostro. Jamás
sabré si lo que lo había sorprendido fue la frialdad, la habilidad o la toma de decisiones del
policía uruguayo. Sin embargo, respiró hondo, exhaló, y no dijo nada.
-Como decía- continuó José-, esto no es un operativo policial oficial. Quedará todo como una
pelea entre bandas. Los perros serán adoptados algunos por nosotros tres y conocidos y el
resto irán a la calle, los dispersaremos por la ciudad. Desde ya, muchas gracias, y no duden
en pedir ayuda en cualquier asunto similar a este que tengan en Argentina. Estaremos allí
para ustedes. Váyanse rápido para que no los asocien con el caso.
Entramos al salón de los perros, el cual contaba con alrededor de treinta jaulas llenas
de perros de todas las razas y tamaños. No fue difícil identificar al Dogo del Tíbet debido a su
abundante pelo. Abrimos su jaula, estaba muy asustado.
-Tranquilo- le dijo Julio a la vez que le daba un pedazo de carne y lo acariciaba. El animal de
repente se mostró muy animado. Lentamente, mi compañero le colocó la correa. El perro le
lamió la cara y Julio se rio.
-Parece que te quiere- le comenté.
-Pobre animal- fue lo que me respondió.
Sin más inconvenientes, saludamos y nos fuimos de allí. Fue más largo el trámite para
llevar al perro en el barco que el viaje por el río en sí. Llegamos alrededor de las siete de la
tarde. Tomamos el tren con el perro hasta Tigre y llegamos a la casa de la señora. La ama de
llaves, alegre, nos abrió sin preguntarnos nada, solo viendo al perro, que movía la cola como
desesperado, supo a qué veníamos. Los dos estábamos muertos de cansancio, queríamos
llegar al departamento cuanto antes, y yo tenía tres llamadas perdidas de Pablo, pero tres por
ciento de batería también. Sin embargo, no nos íbamos a perder la recompensa monetaria.
La anciana bajó las escaleras casi corriendo con tan solo escuchar los ladridos de su
mascota.
-¡Rufus!- le gritó, alegre, y el perro se le tiró encima y vaya a saber uno como el gigantesco
dogo no la tiró al suelo-. Muchas gracias, muchas gracias- nos dijo ella. Unas pocas lágrimas
de felicidad salían de su rostro-. De verdad, no tengo formas de agradecerles. Desde que
murió mi esposo, fue mi única compañía. Y mis nietos aman a Rufus. No se que hubiera
hecho si le hubiese pasado algo.
-No fue fácil, tuvimos que viajar a Uruguay y pelear con unos traficantes de perros de por
allí- le conté-. Pero el chico estaba obsesionado con encontrar al perro, no quería
decepcionarla.
La anciana miró a Julio con una tierna sonrisa, sus ojos brillaban por las lágrimas. Se
acercó a él y lo abrazó.
-Sos una muy buena persona- le dijo ella-. Gente así es la que cambia el mundo.
Julio le devolvió el abrazo y también lloró.

Un par de semanas después, la señora nos había depositado la plata. Le enviamos la


mitad a los uruguayos y con nuestra parte, sumado a un par de ahorros, le compré un celular
nuevo a Pablo para intentar arreglar un poco las cosas. Seguía un poco enojado, no le había
gustado que nos fuésemos a Uruguay por dos días de la nada para pelear con una banda
criminal. Pero al ver lo bien que estaba Julio no se quejó demasiado.
Aquel día, estábamos desayunando y sonó el timbre. Pablo atendió y nos dijo:
-Es el portero, dice que tiene un paquete enviado desde una comisaría de Uruguay. Supongo
que es para ustedes.
Julio y yo bajamos, intrigados, y nos topamos con una jaulita con un cachorrito de
ovejero alemán adentro. Al lado, una nota que decía: “Julio, Diego, este perro no consiguió
hogar y no puedo dejarlo en la calle, es muy pequeño. Espero que puedan cuidarlo, sino,
déjenlo en adopción por allá en Argentina en algún lugar seguro. Les deseo mucha suerte,
José Mercado”.
Julio sacó al animal de la jaula y le empezó a hacer mimos. Luego, me miró con una
sonrisa en el rostro.
-Está bien, nos lo quedamos- le dije-. Pero es tu responsabilidad. A Pablo no le va a gustar
nada. Y cuando crezca te lo llevas vos eh, no quiero un perro gigante en mi departamento.
-No hay problema, te juro que me encargo de todo- me contestó sin desviar la mirada del
cachorrito, que se mostraba extremadamente juguetón.
-¿Y cómo le vas a poner?
-Es macho parece. ¿El otro se llamaba Rufus, no? Me gusta el nombre, Rufus.
El cachorrito ladró y le lamió la cara al joven. Julio estaba feliz.
La ilusión
Julio se fue reintegrando a la sociedad a medida que pasaban las semanas. Nunca
volvió a ser exactamente el mismo, nadie vuelve a ser la misma persona después de quitar
una vida. Pero volvió a la oficina, continuó con su racha de casos resueltos y cuidó muy bien
de Rufus.
Rufus. No era culpa de Julio, ni siquiera del propio Rufus en realidad. Pero la
convivencia con un perro en un departamento era extremadamente problemática. El perro
alcanzó un tamaño mayor al de un gato en un mes y medio. Perdía pelo, excretaba en
cualquier lado y ladraba a cualquier hora. Lo único bueno es que cualquier pedacito de
comida que se caía al piso era inmediatamente absorbido por la voraz bestia.
No era grato para mí todo esto, pero menos aún para Pablo. Él siempre había sido
muy limpio y prolijo, y no tener control sobre el cachorro le molestaba muchísimo. Intentó
educarlo, pero no parecía haber logrado ningún avance. Intentaba pasar el menor tiempo
posible con el perro: iba a trabajar, comía y se encerraba en nuestro cuarto. Parecía un poco
deprimido, seguramente por no haber podido hacer nada por Julio cuando se sentía mal,
sumado a que sentía que cada vez perdía más control en el hogar (por lo del viaje a Uruguay
y lo del perro).
Ese era el panorama cuando surgió el suicidio de la calle Iberá. Al principio lo sentí
como un caso más, no tenía nada de especial. Pero no había contado con un detalle
importante: era el primer suicidio que presenciaba Julio.
Fuimos hasta Villa del Parque en un taxi y llegamos a la casa. No era muy grande,
pero tampoco muy chica. Emiliano Pérez vivía solo con su madre. Se colgó a sus dieciséis
años, a principios de septiembre, en su cuarto. Llegamos muy rápido, lo que significaba que
podíamos inspeccionar el cuerpo casi fresco. Había una nota frente al cadáver.
Ni bien llegó, Julio se puso a revisar los papeles sobre el escritorio, tocó al cuerpo con
unos guantes y miró todo con atención. Yo solamente lancé una mirada general a la
habitación. Ya me estaba codeando al policía que tenía al lado dándole la señal de que estaba
todo cerrado cuando Julio dijo:
-Esto no es un suicidio.
El policía, que era bastante viejo, me miró preocupado. Y entendí muy tarde que este
era un escenario muy posible. En la oficina, cuando un investigador declara que la persona no
se suicidó, (al menos que haya pruebas claras como testigos o la clásica, que el ángulo no
tenga sentido por cómo se disparó) lo llamamos síndrome de Sherlock Holmes. A muchos
investigadores jóvenes les sucede. Siempre, en un crimen, es mejor considerar todas las
posibilidades y estar preparado para lo extraordinario, como el caso de Violeta, la niña mató a
su padre. No obstante, en un suicidio, esto pasa de ser una virtud a ser un obstáculo. El
noventa y nueve por ciento de los casos resultan ser, finalmente, suicidios. Y Julio, con esa
cabeza que tenía, era casi imposible que no le diese mil vueltas a un suicidio.
-¿Julio, quién fingiría el suicidio de un adolescente?- le pregunté.
-No tengo idea, pero la evidencia está clara. Las carpetas debajo de la nota son su tarea de
matemática. ¿Quién haría su tarea de matemática antes de matarse? La ventana de la calle no
solo no tiene ni traba ni cortina, sino que está mal cerrada, es raro que alguien quisiera que lo
vean colgado por la calle. Luego, si te fijás bien en el cuerpo, no tiene un músculo contraído.
Ni siquiera pareciese que forcejeó con el cuello, cosa que por más que te cuelgues
voluntariamente, por acto reflejo cualquier ser humano consciente haría. Esto indica que
estaba dormido. Sugiero hacerle un análisis de sangre, o al vaso de agua sobre la mesa. Y si
no me equivoco…- se retiró de la habitación y volvió al minuto-. Como pensé- dejó una
tableta de clonazepam sobre el escritorio. Solo una había sido extraída-. ¿Por qué tendría esta
familia una tableta de adormecedores, con solo uno extraído? Habría que pedirle información
a la madre, pero yo veo todo claro.
No iba a negar que su pensamiento estaba justificado. Sin embargo, las pruebas no
eran lo suficientemente contundentes, y seguía siendo casi imposible que alguien se tomase
tantas molestias en fingir el suicidio de un pobre adolescente.
-¿Julio, seguro que no querés declararlo suicidio y seguimos adelante?- le pregunté- ¿Quién
hubiese querido matar a este pobre chico?
Él me miró ofendido, sin ni siquiera poder comprender mi propuesta.
-Jamás. Hay un asesino libre por ahí. No puedo permitirme hacer ojos ciegos a esto.
Suspiré. Llamé a Máximo en altavoz junto a mi compañero y le conté lo ocurrido.
-¡Hola Dieguito!- contestó él-.Mirá, en circunstancias normales le diría que se deje de romper
las pelotas y lo dejen como suicidio y listo. Pero, sabiendo que la Banda de Tanatos empezó
el negocio en la secundaria, ahora siempre es mejor chequear que el pobre no tenga que ver
con eso. Pibe, tenés entre hoy y mañana para investigar. A menos que logres probar que esto
tiene algo que ver con el narcotráfico, ahí cambia de departamento. No te la rebusques mucho
eh, nadie te va a decir nada si termina como suicidio. Es lo más probable.
-Voy a llegar hasta el final de esto- contestó él.
Máximo se despidió y cortó. Julio habló un poco con la madre del muerto, revisó por
última vez la habitación, sacó un par de fotos y nos fuimos para el departamento. Allí
esperaba Pablo sentado en el sillón, quien se había tomado el día libre.
-Volvieron temprano, che- me dijo.
-Sí, Julio va a investigar un suicidio- le expliqué.
-No es un suicidio- me corrigió el joven.
-Bueno, un supuesto suicidio.
-Qué poca fe le tenés al chico- me recriminó mi novio-. Encima decís que él tiene que
investigar. ¿No sos su compañero?
No tenía ánimos de discutir, así que me encerré en el cuarto sin dar respuesta alguna.
Ya bastante con que tenía al recién recuperado Julio con un caso imposible para lidiar, pocas
eran las ganas que me daban pelearme con un psicólogo irritado.
Me propuse a empezar una nueva serie. Mi idea era ver solo el primer capítulo, pero
resultó ser tan atrapante que terminé viéndome seis. No era especialmente buena, solamente
me enganché en su mediocre trama. Durante el séptimo, alguien tocó la puerta y le dije que
pase. No sabía si sería más molesto que fuera Pablo o Julio.
-Diego, mirá lo que encontré- me dijo emocionado el jóven-. Parece que Emiliano Pérez no
tenía muchos amigos…
-Más razón para que sea un suicidio- le comenté.
-No, bueno. A lo que iba, es que en el colegio le hacían bullying.
-¿Cómo sabés?
-Me puse a revisar las redes sociales de cada uno. También, puedo asumir que Emiliano tenía
muchas mejores notas que sus compañeros, y tenía pensado estudiar en el exterior. Los que lo
molestaban, tengo entendido que también pensaban en estudiar afuera, pero el promedio no
les alcanzaba.
-¿Tenés pruebas?
-Solamente lo asumo a base de comentarios y las cuentas que siguen en Instagram y Twitter.
-¿Cómo pensás presentar eso como prueba, Julio? Dale, en serio, necesitás algo más fuerte.
¿Y vos crees en serio que lo vas a encontrar?
-Tranquilo, Diego. Vos sabés cómo es mi plan. Una vez que confirme quién es el asesino, ya
voy a poder hacer cualquier cosa para probar su crimen- me intentó guiñar el ojo, pero debido
al estrés su ojo se cerró a medias mientras se reía.
Se escuchó un grito de furia desde la cocina.
-¡Dios! El perro cagó de nuevo- se quejó Pablo.
-¡Ahí voy a limpiarlo!- contestó Julio-. Después te cuento más, Diego.
Seguí viendo la serie hasta que me agarró demasiada culpa. Mi compañero estaba
trabajando solo mientras yo me la pasaba haciendo nada. Así que encaré para la oficina. Una
vez allí me puse a ayudar a los otros investigadores, que los había dejado bastante solos esos
últimos meses.
Pasé por el escritorio de Julia. Desde el caso del Iustus Poeta, había tenido casos más
y más difíciles. Ella había sido la encargada oficial del caso, su nombre era el que figuraba en
todos los informes. No obstante, el caso con el que trataba en aquel momento era bastante
simple, sumado a que en realidad ya lo había terminado, solamente estaba entregando el
papeleo final al jurado y ordenando actas. Por lo tanto, estaba bastante aburrida y con poco
trabajo.
-¿Cómo anda todo, Dieguito?- me preguntó-. ¿Dónde está el chico?
-Mirá: ¿querés que te mienta o que te diga la verdad?
-No estoy muy ocupada, así que contame todo.
-Julio está enfrascado con un suicidio. Es de un chico de dieciséis años. Él está convencido de
que fue un asesinato.
Julia me miró con una mueca y dijo:
-Síndrome de Sherlock Holmes.
-Exactamente. No es que es idiota. Pero justamente eso le juega en contra con este síndrome.
Cualquier mínima incongruencia puede derivar en horas de investigación al pedo. Y después
Pablo…bueno.
-¿Qué pasa con Pablo?
-Y, es que…nada. Con lo de Uruguay sobre todo, y por cómo quedó Julio después de lo del
asesino… ¿vos viste, no?
-Diego, no estoy entendiendo un carajo de lo que estás hablando.
-Creo que siente que está perdiendo control en el departamento. Ahora que está el perro y
todo, siente que cada vez es menos suyo y está medio irritado y…
Julia se echó a reír y me preguntó:
-¿Estamos hablando del mismo Pablo con el que llevas quince años? No te niego que el perro
le debe molestar un montón, pero no hay chance de que sea eso. ¿Lo hablaste con él?
-Y… la verdad que no.
-Siempre fuiste un queso en estos temas, Dieguito. Yo diría que empieces por ahí. Acordate
que yo te presenté a Pablo, cuando empecé la carrera de psicología. Estoy segura de que él no
es así.
-Si vos decís…
-También ayudá al pobre pibe que lo dejaste solo. Yo sé que andás sobrepasado, Diego, pero
esquivar los problemas no te va a ayudar en nada. Volvé al departamento que acá andamos
todos bien.
La saludé y le hice caso. Me prometí a mí mismo que, cuando terminásemos con el
suicidio, me pondría a conversar con mi pareja.
Recién llegué a mi hogar me encontré a Julio sobre la mesa con no una, tampoco dos,
sino tres latas de bebida energizante vacías.
-¿Qué está pasando, Julio?- le pregunté.
Él me miró con una sonrisa de punta a punta y con un intenso tic en el ojo izquierdo.
-¡Justo Diego! Mirá, quería que vieses, digo, vieras, bah, no sé cómo se dice, tampoco
importa. Mirá la foto de la nota de suicidio, bueno, de suicidio no, porque no se suicidó, en
fin, la nota que escribió Emiliano Pérez.
Me pasó su celular donde estaba la foto que él había sacado. La nota contenía escrito
el siguiente mensaje:

“querida familia y amigos. Espero que no estén muy tristes. esto es por mí, no por
ustedes. Sé que mi futuro parecía próspero, y lo era. sin embargo, También descubrí que El
futuro que me aguardaba, por más que fuese Brillante para Algunos, No era el que quería.
Dediqué mi vida a un objetivo que no deseaba, cuando lo que realmente necesitaba era
mucho más fácil. O no, nunca lo sabré. Mamá, no lo hiciste mal, solo que quizá yo solo
quería ser normal, no sobresaliente. y Ése detalle fue lo que me hizo perder el rumbo.
Emiliano Pérez”
Después de leerla, entendí fácilmente el mensaje.
-Las mayúsculas- le dije.
-¿Lo viste entonces?- me preguntó él, emocionado, y procedió a explicarme aunque era obvio
que ya lo había entendido-. Más allá de que la carta es absurda y lo hace quedar como un loco
egocéntrico, las mayúsculas están mal distribuidas, y hay un par de errores de ortografía.
Errores que una persona que tiene promedio nueve coma treinta y ocho en lengua y literatura
no cometería. Y si juntamos las mayúsculas, forman “ESTEBAN DOMÉ”, el nombre de uno
de sus compañeros de colegio. Y en uno de los twitts de la cuenta secreta de Emiliano, él
escribió “Te odio, Esteban Domé” no muchos días antes de “suicidarse”. Por lo tanto,
podemos asumir que le hacía bullying o algo.
-Y qué por eso se suicidó.
-¿Pero entonces por qué dejaría un mensaje secreto? Voy a hablar con Esteban. ¿Me vas a
acompañar o no?
Le dije que sí, pero más para protegerlo de él mismo que del otro.
Julio me llevó en colectivo a Saavedra, a una calle interior totalmente vacía.
-¿Dónde estamos, Julio?- le pregunté.
-Por esta calle va a pasar Esteban dentro de cinco minutos. Está volviendo del colegio, se baja
en la parada de colectivo a dos cuadras y camina por acá. Sí o sí va a pasar por su casa, tiene
fútbol en una hora y tiene que comer y cambiarse.
-¿Cómo sabés esto? Dejá, ni me respondas, seguro te fijaste en sus redes sociales.
-Exacto.
-¿Y cuál es tu plan?
-Tengo un par de ideas en la cabeza, pero nada concreto.
Un adolescente flaco y pelirrojo dobló una cuadra adelante. Por la cara de excitación
que tenía mi compañero, asumí que era Esteban. Yo di un par de pasos atrás y me quedé
viendo como caminaba. Una vez que ambos jóvenes se encontraron, Julio lo encaró.
-Sé lo que hiciste- le dijo.
-¿Eh?- Esteban se veía desconcertado-. ¿Quién sos? ¿Qué sabés?
-¿Qué podría saber yo?- sacó su identificación de la policía. El otro se asustó, pero se quedó
quieto.
En mi experiencia, cualquier persona cuando está siendo interrogada por la policía se
asusta. Pero, generalmente, cuando es inocente se queda a escuchar, y cuando es culpable
huye. Al menos que el criminal sea excepcionalmente astuto.
-Perdón, pero te juro que no sé de lo que estás hablando- se excusó el pelirrojo-. Nunca hice
nada muy ilegal. Me he metido en plazas de noche a tomar, y compré alguna que otra droga
ilegal, pero nada que no haga casi cualquier adolescente. Si querés te digo a quién le compro
pero…
-Dejá de hacerte el boludo- lo cortó Julio-. Hablo del asesinato.
Esteban Domé quedó pálido.
-¿Q-que asesinato? ¿Claudia está bien?
-No hablo de Claudia, hablo de Emiliano Pérez.
En ese momento hasta yo, desde lo lejos, podía percibir el desconcierto del chico.
-¿No se había suicidado ese? ¿Esto es algo así como incitación al suicidio? Yo sé que algunos
amigos míos le hacían algo de bullying y me da lástima no haber intervenido, pero nunca me
metí. He hecho chistes sobre él y eso, pero nunca a él de frente. ¿Se le filtraron esas
conversaciones? ¿Fue que me hackeó? Sé que él sabía mucho de informática, bitcoins y
eso…
-No. Fue asesinado. Lo durmieron y lo metieron en una horca. Y en su nota de suicidio
escribió tu nombre en clave.
Entonces Esteban se quebró por completo. Se largó a llorar en el piso y lo miró a
Julio.
-Te juro que no tengo idea de qué estás hablando. Si alguno de mis amigos lo mató, te
prometo que te voy a dar toda la información que tenga, aunque no creo que tuviesen motivo,
solo lo consideraban un nerdcito de las computadoras. Pero yo no hice nada, ni sé dónde vive.
Realmente solo me parecía un pibe rarito, malhumorado, antisocial y creído. Pero jamás le
tuve bronca como para matarlo, por dios.
La cara de mi compañero cambió por completo. Primero, quedó boquiabierto. Sin
embargo, al instante se mostró enojado.
-Dale, no digas boludeces. ¿Por qué lo mataste? ¿Estabas celoso de él?
-¿Celoso?
-Ya basta, Julio- le dije a la vez que me acercaba.
-Dejame hablar un poco más con él, Diego- se quejó él mientras me miraba. Yo lo agarré
bruscamente del brazo.
-Perdón la informalidad de este encuentro- me disculpé con Esteban-. Estamos cortos de
tiempo y eras sospechoso debido al mensaje de la nota. Cualquier ayuda será bienvenida y
nos volveremos a contactar de ser necesario, pero lo dudo.
-Okay- contestó el chico, completamente desorientado.
Mientras nos alejábamos, Julio me hablaba.
-¿Por qué me frenaste? Estaba por hacerlo declarar. Solo necesitaba un poco más de tiempo.
-Julio, por dios. ¿Viste la cara del pibe? Sacando que era casi obvio que no tenía ni idea de
que estaba pasando, no podemos ir a presionar menores así porque sí. No todos son como la
chica que mató a su papá y lo encubrió. Hay gente normal también, y son mayoría. Ni
mencionar un detalle importante, el de que si Esteban fue dormido y después asesinado,
¿cuándo escribió la nota? La letra es claramente suya. Y es imposible que el asesino hubiese
dejado una pista de su identidad en la nota falsa.
-Quizá lo sospechaba.
-¿Me estás jodiendo? ¿Qué chico de dieciséis años sospecha que otro chico de esa edad que
probablemente apenas le haya hablado vaya a dormirlo y matarlo fingiendo un suicidio? Para
eso mejor no dejar el vaso de agua al lado de la ventana y listo.
Julio se quedó callado. No había forma de refutar aquello. Sin embargo, no niego que
el caso era sumamente extraño. No se parecía en nada a otros suicidios que hubiese tratado.
Pero me seguía pareciendo extremadamente incoherente la teoría de Julio.
-Volvamos al departamento.
Ya era casi de noche cuando llegamos. Pablo estaba sobre la mesa del living
escribiendo en su computadora. Julio fue directo a su habitación sin saludar.
-¿Qué le pasó al pibe?- me preguntó mi novio.
-Nada, que este es el primer caso que no le está saliendo como quiere.
-¿De dónde vienen?
-Venimos de hablar con un sospechoso…
-¿Otra vez?- preguntó enojado.
-¿Cómo que otra vez?- pregunté, desconcertado.
-Y, esa vez que el chico quedó encerrado con un asesino serial, después fueron a pelearse a
los tiros con traficantes uruguayos y ahora esto.
-Dios Pablo, sos un exagerado. Este era un pibe de dieciséis que nada que ver.
-¿Y si era un loquito? En las noticias hay un montón de pibes que a esa edad ya van con
armas robando cosas. Ni hablar de la nenita que me contaste que mató a su papá. No tenías
idea de cómo podía ser el chico este.
-Pablo, ya pasamos por esto hace muchos años. Vos no te metés con mi trabajo y yo no me
meto en el tuyo.
-Bueno, si no podemos meternos en la vida del otro, ¿para qué estamos juntos?- sentenció y
se puso a guardar la computadora.
-Pará de exagerar, Pablo- él fue a nuestro cuarto y sacó una mochila-. ¿A dónde vas?
-Ya está, me voy a dormir a mi oficina- abrió la puerta y se fue.
Lo intenté llamar, pero no hubo caso. En realidad, no tenía muchas ganas de hablar
con ninguno de los dos. Me fui al cuarto y resumí la serie. Me decepcionó bastante, la trama
que me tenía atrapado se resolvió, intentaron crear otro conflicto pero dejó en evidencia la
falta de creatividad de los guionistas, lo que solo me deprimió más y me hizo apagar la tele.
Intenté dormirme, pero ni siquiera eran las ocho de la noche. Agarré un libro que tenía
abandonado, pero estaba demasiado distraído como para leerlo. Así que hice lo que siempre
hacía en estos momentos hace quince años: llamé a Julia y le conté todo.
-Miralo al Dieguito, y yo que ya pensaba que era un nene grande- se burló ella-. Escuchá,
vení a hablar conmigo a las nueve y media, donde ya sabés.
No tenía muchísimas ganas de salir, pero sabía que era necesario. Seguí viendo la
serie porque era lo único que mi cabeza podía procesar en aquel momento y me abstraía de la
situación actual. A las ocho y media, me pegué una ducha y agarré el primer conjunto de ropa
medianamente decente que encontré en mi placard. Salí de mi cuarto. Como no se escuchaba
ni un ruido dentro del cuarto de Julio, asumí que se había dormido y me fui del departamento.
El lugar que Julia decía era un bar al que íbamos hace muchos años. En realidad, allí
iba ella con sus compañeros con los que estudiaba psicología. Pero cuando cambió de carrera
y se unió al Departamento de Investigación de Campo, siempre nos llevaba allí para festejar.
Un día, por “accidente” se le juntaron los dos grupos y así conocí a Pablo. El resto es historia.
Era un bar pequeño pero acogedor por boedo, se llamaba “Bar la Banda”. Claramente
estaba pensado para personas más jóvenes que nosotros, y jamás voy a entender como todos
accedíamos a ir a un bar tan lejos, así de fuerte era el poder de Julia, además de que tenía a
media oficina enamorada.
Tardé media hora en colectivo en llegar. Ya solo ver la fachada me trajo mil
recuerdos. Entré y estaba todo igual a como lo había dejado hace quince años: la mesa de
pool, la barra, los invasivos carteles de bebidas energizantes que criticábamos con Pablo…
Encontré a Julia en una mesa sentada con un joven. Al principio pensé que era alguna
persona que pasaba por allí tirándole los galgos, pero luego lo vi mejor. Me senté con ellos.
Julia y Julio estaban hablando alegremente de alguna cosa que ya no recuerdo. Ellos
estaban sentados del mismo lado de la mesa, así que yo me senté del otro. Los dos se
callaron. Julia me miró con una sonrisa, y Julio medio avergonzado.
-Ya pedimos una cerveza rubia para el pibe, un daikiri para mí, una cerveza negra para vos y
un vaso de vino tinto.
El último vaso solo podía significar una cosa. Recién lo relacioné, llegó Pablo y se
sentó al lado mío sin mirarme.
-¿Quién de ustedes quiere hablar primero?- preguntó Julia.
El mozo llegó con los cuatro tragos.
-Yo- contestó Pablo, firme. Levantó su copa de vino y comenzó a girarla para revolver el
oscuro líquido que llevaba adentro-. Yo sé que ya hablamos del riesgo de tu profesión, Diego,
pero siento que todo cambió. Siempre quise ser padre, pero ambos sabemos lo difícil que es
para nosotros, todas las trabas que nos ponen. Casi cuando me había rendido, llegó Julio.
Nunca quise un bebé, y sabía que Julio ya era muy grande, nunca iba a ser mi hijo realmente,
pero era un comienzo, una oportunidad, algo similar. Y comencé a encariñarme con él, a
preocuparme por él. Y a vos, Diego, te veo cada vez más cansado, más resignado y no sos el
mismo de antes. Estabas por jubilarte, pero tenés casos cada vez más y más peligrosos. Y veo
la relación que tenés con Julio, cómo te mira, y siento que me quedo afuera- una lágrima
resbaló por su mejilla izquierda-. Siento que revivió una chispa en vos, una que tenías medio
apagada incluso cuando te conocí. Yo sé que de ahí sacás las fuerzas para seguir y enseñarle
al pibe, y no hay mejor maestro que vos. Pero no sabría qué mierda hacer si te pasase algo. Y
cada vez siento que ese día se acerca- Hizo una mueca con la boca y terminó diciendo:- Nada,
solo eso tenía para decir.
Abracé a mi pareja y estaba por hablar pero Julio me interrumpió.
-Perdón, Diego, pero quiero hablar yo. Primero, me quería disculpar por toda la escena de
hoy. Me sentía con mucha presión, quería ser el genio que todos creían que era. Y cuando me
dijiste que abandone el caso, no quería decepcionarte, no quería sentirme un nene caprichoso,
y quise forzarlo para el lado que había creído al principio. Sé que no tengo que involucrar
emociones personales en los casos, todavía me cuesta. Quisiera ser como vos en ese aspecto,
realmente te admiro. No sé si te veo como a un papá como dice Pablo, nunca tuve uno. Pero
realmente te admiro, y también te quiero a vos Pablo. Valoro mucho que hayas gastado tanto
tiempo en intentar ayudarme. Creo que es solamente cuestión de que pasemos un par de horas
más juntos y nos conozcamos mejor.
Las palabras de ambos me emocionaron muchísimo. Miré a Julia, que me miraba con
una sonrisa gigantesca mientras terminaba su daikiri y pedía otro. Siempre supo como tratar
los casos emocionales por sobre todo.
-Voy a empezar hablándole a Julio. Tu juventud no pudo haber tenido más estragos, sufriste
cosas que ningún joven tendría que sufrir, y las superaste todas. Yo soy el que te admira a
vos, sos un chico muy inteligente, fuerte, valiente y decidido. Sin embargo, no tenés
experiencia, y yo sí. Nunca hubiese esperado que la tengas, a veces creo que deberías saber
cosas que no tenés forma de saber. Me cuesta mucho ponerme en el lugar del otro, y por eso
mismo siempre sentí que no hubiera sido un buen padre. La culpa no fue tuya, fue mía, que
no te tuve la suficiente paciencia- giré la cabeza a mi izquierda-. Y a vos, Pablo, vos sabés lo
nabo que soy. Nunca me doy cuenta de lo que le pasa a los demás. Jamás hubiese pensado
que estabas mal por eso. Y tenés razón, tengo que dejar de arriesgar la vida de un chico de
dieciocho años y jubilarme de una buena vez. Cuando cumpla diecinueve, dentro de tres
meses, me voy a jubilar y voy a dejar que él haga su propio camino. Igual, siempre me vas a
tener a mí para preguntarme lo que quieras, Julio querido.
Recién terminé de hablar, Julia, totalmente borracha, se paró y gritó:
-¡Hago un brindis por la amistad, el amor y la familia!- empezó a llorar desconsoladamente-
¡Que esas tres cosas nunca se rompan!
-Julia, baja un cambio que estás haciendo una escena- le dije divertido. De todas formas,
hicimos un brindis.
Ya de mejor humor, nos pusimos a hablar de otras cosas. Una cosa llevó a la otra y
terminamos hablándole en detalle del caso a Julia ebria y a Pablo. La investigadora no estaba
en condiciones de hacer aportes muy interesantes, pero Pablo pidió ver un poco de las redes
sociales de ambos chicos y se rió.
-Esto es obvio chicos- empezó a decir-. Seguro Julia se daba cuenta al toque. Lo bien que les
vendría un psicólogo en la oficina. Todo esto es un caso de romance.
-¿De romance?- preguntamos al unísono.
-Emiliano twitteó que odiaba a Esteban Domé el mismo día que se puso con Claudia. Y esa
carta de suicidio claramente hablaba de celos y de una vida incompleta. Debe de tener que
ver con que el pobre Emiliano nunca se había sentido amado, y probablemente gustaba en
secreto de la novia de Esteban. Por eso, cuando ya no pudo más con el sufrimiento que le
generaba ver a la persona que amaba con otro, se suicidó, pero sin antes intentar inculpar a la
persona de la que estaba celosa, escribiendo una carta fingiendo ser la persona segura de sí
misma que siempre quiso ser.
Julio y yo nos miramos. La historia tenía mucho sentido. Le di un beso a Pablo, un
largo abrazo a Julio, pedimos una copa más y disfrutamos lo que quedaba de la noche.
El Misterio
El siguiente período fue el más tranquilo y menos estresante. Los casos fueron todos
dentro de todo simples y repetitivos: robos a casas, secuestros, tiros sueltos y casos
relacionados con el narcotráfico, que se los encargábamos al otro departamento apenas
probábamos el vínculo. La convivencia en el departamento había mejorado notablemente.
Pablo y yo apenas nos peleábamos, Julio hablaba más con ambos y Rufus, a pesar de haber
duplicado su tamaño, se convirtió en un perro extremadamente obediente.
En todo este lapso de tres meses, desde el suicidio hasta el doce de noviembre del dos
mil cincuenta, solo hubo un caso particular.
Si no me equivoco, fue a mediados de octubre cuando recibí la llamada de parte de la
policía. Julio y yo no estábamos con ningún otro caso, así que fuimos juntos a verlo.
El asesinato sucedió en un pequeño departamento por Belgrano, no muy lejos de la
oficina. Habíamos llegado tomando un solo colectivo que nos dejó a dos cuadras. La víctima
había sido decapitada por un arma que a día de hoy no pudimos identificar, pero sabíamos
que había sido un arma pesada, como un hacha o una espada.
Lo curioso del caso, primero, era que se había dado en un noveno piso. El asesino no
pudo haber escalado bajo ningún punto de vista. Sin embargo, la puerta estaba
completamente cerrada, y no había signos de que la cerradura hubiese sido forzada, falseada
o incluso abierta con llave en las veinticuatro horas previas. El portero no vio nada
sospechoso y solo una persona que no conocía había entrado al edificio aquel día, y era la
prima de una persona que alquilaba un departamento del segundo piso. La única hipótesis a la
que pudimos llegar era que el asesino hubiese entrado un largo tiempo atrás y se hubiera
escondido varias horas adentro del departamento, pero parecía casi imposible debido a los
pocos escondites dentro del minúsculo monoambiente y porque tampoco solucionaría cómo
habría huido el criminal.
Por otro lado, el crimen era particularmente extraño debido a que tampoco
encontramos ningún móvil. El joven asesinado no fue robado (tampoco había mucho para
robarle), no tenía ni la más mínima involucración en el mundo de las drogas y nadie parecía
odiarlo particularmente. Era un estudiante universitario con una vida exageradamente normal,
y su asesinato, por el contrario, no tenía ni un mínimo de sentido.
El único dato que pudimos rastrear, pensando que era una nota de muerte o algo
similar, pero que luego comprobamos que en realidad era parte de un trabajo de la
universidad, fueron unas líneas que el joven había escrito antes de morir. Descubrimos que
eran el título y las primeras palabras de una obra. La hoja decía así:
“Los infortunios deseados
Entra un hombre vestido de ropas con llamativos colores que no combinan entre sí.
Se sienta en el piso, cruzando sus piernas. Mira al público y sonríe.
Extraño hombre: ¿Qué me dirían si en realidad, cada casualidad puede derivar en la
felicidad absoluta?”
Tres días estuvimos investigando y analizando el caso. Perdimos muchísimas horas
analizando el fragmento de la obra sin que nos dijera nada. Al final, fue el mismo Julio el que
me sugirió dejar el caso y seguir adelante. Yo me enorgullecí de su crecimiento. Él me dijo:
-No tiene sentido enfrascarnos con esto. El asesino realizó un excelente trabajo, y hay más de
un criminal en el mundo. Realmente odio que haya un asesino suelto por ahí, fragmentando
familias como sucedió con la mía. Sin embargo, si focalizamos solo en un caso básicamente
imposible, habrá otros criminales sueltos por ahí haciendo lo mismo. Si el asesino volviese a
actuar, voy a hacer todo lo posible por encontrarlo.
Así fue como se rompió la histórica racha de cincuenta y tres casos resueltos para
Julio Andrés Cossi, y el asesino del joven Francisco Moller jamás fue hallado.
La desilusión
El doce de noviembre de dos mil cincuenta será un día recordado por todos los
Argentinos. En mi experiencia personal, fue un día aún más terrible que para la persona
promedio. No porque estuviésemos involucrados en el icónico suceso, sino por cosas que
pasaron aquel fatídico día ajenas a la gran catástrofe. Pido disculpas si alguna persona o
familiar de alguien relacionado con la tragedia se hubiese sentido ofendida, no era mi
intención.
Cuando sucedió, estaba desayunando con Julio. Pablo se acababa de ir a trabajar. Yo
estaba tomando un café negro y Julio le estaba agregando cacao a su café con leche. No
recuerdo bien de qué estábamos hablando, porque todo se vio opacado cuando me llamó
Julia. Atendí sin ninguna preocupación, pero ella me dijo desesperada solo tres palabras:
-Prendé la tele.
Confundido, la obedecí. Puse el primer noticiero que se me ocurrió y ahí lo vi:
-¡Urgente!- avisó el reportero-. Aquí vemos los escombros del edificio de la unidad
antidrogas de la Policía Argentina en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. En el edificio se
hallaban alrededor de trescientas cincuenta personas. Ya hay confirmados alrededor de
doscientos muertos, incluyendo a la cabeza de la unidad, Julio Segura, y a su vice. Se
rescataron cincuenta heridos y los rescatistas siguen buscando a las otras cien personas.
Cambié de canal.
-Las bombas parecen haber explotado a las ocho de la mañana. Se arrestó a un barrendero
que había conseguido el trabajo hace dos semanas. Él confirma haber implantado todas las
bombas durante aquel tiempo. También asegura que fue amenazado por la conocida Banda de
Tanatos para realizarlo, ellos sabían donde vivían él y su familia. El juzgado está…
Apagué la tele. No lo podía creer. Todos conocemos aquel día como “El día que ganó
el narcotráfico”. Antes de eso, nadie hubiese pensado a Buenos Aires como una capital de la
droga ni lo hubiese comparado con Colombia o México. El ingreso de la kakonita había
transformado la ciudad, era una droga tan fácil de hacer que cualquier departamento podía ser
un laboratorio en masa, solo se debían criar unos pequeños hongos en algún lugarcito y
combinarlos con algunos ingredientes que se conseguían en cualquier farmacia. Y la cantidad
de departamentos vacíos y la ineficiencia de la Policía Argentina sumada con la cantidad de
consumidores convertían a Buenos Aires en la ciudad perfecta para desarrollarla. Sin
embargo, fue la Banda de Tanatos y su ingenio lo que hizo que ganaran esta guerra.
Estaba por agarrar el teléfono para hablar con Julia cuando me llamó Máximo. Le di
prioridad porque sabía lo que se venía.
-Hola Dieguito- me saludó con una voz apagada, poco común en él-. Te imaginás lo que
significa esto. Perdimos. Parece que el gobierno envió al ejército para que patrulle y tome
control de la situación junto al Ministerio de Seguridad. Me ordenaron que me haga cargo de
la nueva Unidad Antidrogas, y que reciba órdenes directas del general de la gendarmería y
del ministro. Así que nada, vos te quedás con mi puesto. También redujeron a la mitad el
presupuesto de todo el departamento de investigación. Quieren que la mitad de los empleados
se trasladen de unidad. No sé qué decirte Dieguito, manejá esto como quieras, pero es la
cruda realidad.
-Está bien- fue lo único que me salió de la boca. Apagué el celular y me preparé para ir a la
oficina con Julio.
Fue un momento horrible. Cuando fui jefe de la Unidad de Investigación, o incluso no
hacía tanto, cuando había dejado aquel puesto, pensé que a esta altura ya iba a estar jubilado.
Pero ahí me encontraba, asumiendo el mando de nuevo.
No intercambié ni una palabra con Julio en el viaje. Una vez que atravesé la puerta,
todos me miraron asustados. Tuve que trasladar, básicamente, a la totalidad de la oficina.
Quedaron solamente Julia, dos jóvenes que no llevaban más de dos años en el puesto, y Julio.
Mi idea principal era jubilarme en un par de meses más y dejarle el mando a Julia, pero antes
explicarle a mi amiga las responsabilidades del cargo. A ella le había entregado el mando de
la Unidad de Investigación de Campo de la policía federal, el puesto que ocupaba yo antes
del incidente, pero el cargo que tuvo Máximo y ahora tenía yo consistía en organizar esa
unidad, la de Investigación Científica (encargada de realizar autopsias, reconocimiento de
huellas y cosas similares) y la de Investigación Financiera (quienes analizan estafas, billetes
falsos, lavado de dinero, entre otras). Generalmente, la dirección de la Unidad de
Investigación es dada a un miembro de alguna de estas tres subdivisiones según el panorama
actual. Durante una crisis económica, siempre asumió el mando alguno de los de la Unidad
Financiera. En estos últimos años, como la droga se empezó a esparcir por toda la ciudad,
todas las unidades fueron diezmadas y enviadas a la Unidad Antidrogas, especialmente la de
campo, ya que los agentes de campo eran quienes mejor ataban cabos para encontrar jefes
narcos y los que más dispuestos estaban a salir de sus oficinas. Sin embargo, esto hizo que
recibiéramos ciertos beneficios, como el mando de nuestra Unidad. Pero esto ponía celosos a
los de financiera y a los de investigación. No paraban de pedir más fondos y tecnología… En
fin, había varios problemas que solucionar. Decidí dejar a Julio con Julia, hablé un poco con
ella de todo esto y me fui para la otra oficina, la del mando de la Unidad de Investigación,
cerca del Obelisco.
Era mucho más grande que la otra, en el piso octavo de un gran edificio. Sin embargo,
no estaba tan poblada. Solamente nos encontrábamos una arisca secretaria la cual no recuerdo
el nombre, un joven asistente que era algún tipo de familiar de Máximo, y yo. Toda la
mañana estuve reorganizándola y revisando papeles y presupuestos.
Al medio día, tenía muchísima hambre y el asistente y la secretaria se fueron a
almorzar afuera, así que le mandé a Julio un mensaje por si estaba libre y quería almorzar
conmigo. Me dijo que sí, y quedamos en encontrarnos en un McDonald que nos quedaba
como punto medio.
Nos sentamos en una mesa en el piso de arriba, dónde veíamos a todos los chicos
corretear y jugar por allí. Se veían tan felices, habían tenido suerte de que ninguno de sus
padres trabajasen contra los narcotraficantes.
Julio estaba muy abstraído. Miraba para el lado contrario a los niños, hacia la ventana,
que daba hacia una avenida muy concurrida.
-¿Qué pasa Julio?- le pregunté.
-Nada, nada.
-¿En qué estás pensando?
El joven suspiró. Me miró a los ojos, muy serio, y me preguntó:
-¿Querés saber qué me dijo el loco en el departamento? Estaba pensando en eso.
Me quedé pálido. Jamás hubiese esperado aquello, me había agarrado totalmente
desprevenido. Sin embargo, me invadía una inmensa curiosidad.
-Sí, quiero saber.
Julio giró la cabeza para un lado y se rascó suavemente el pelo.
-Aquel día, yo no sé qué estaba pensando la verdad. Me sentía muy bien, muy encendido. Mi
cuerpo y mi cabeza estaban perfectamente alineados con qué tenía que hacer si llegaba. Pero
entonces llegó. Era muy alto, y amenazador. Llegó con un gran bolso oscuro. Ni sé cómo
hizo, pero abrió la puerta como si fuese el dueño de la casa. No obstante, todo eso ya lo
esperaba. Nada de eso fue lo que me sorprendió, lo que me paralizó, lo que me hizo entrar en
pánico. Lo que me heló la sangre fue que, cuando vio que no era Julia, Patricio cerró la
puerta, dejó caer el bolso, se sentó en una silla de la cocina, prendió un cigarrillo y sonrió.
Lo entendí perfectamente. Eso era lo que lo había traumado tanto a Julio, y lo difícil
de matar a alguien. No es tan complicado matar en defensa propia directa. Pero cuando
conocés la humanidad de alguien, saber que estás borrando aquella cosa hermosa de la
existencia puede ser extremadamente complicado.
-Entonces él me habló. Me preguntó “¿Vos sos el pendejo que me anda investigando también,
no?”. Al principio, que me dijera eso me tranquilizó un poco. A pesar de que no fuese tan
agresivo como pensaba, estaba dispuesto a hablar. Era eso mismo lo que yo quería lograr:
hacer tiempo. Así que le respondí: “Sí, soy ese mismo”. Patricio chasqueó la lengua. Después
me dijo: “Pucha, no sé mucho de vos. Pero no parecés muy mala persona, o en todo caso no
es tan evidente”. Yo entendía que él era una especie de poeta justiciero, y que no quería matar
porque sí. Yo mismo te dije eso a vos, y no me creías. Pero verlo tan tranquilo, fumando en la
silla y sonriendo, como si fuéramos amigos de toda la vida…eso me dejó estupefacto. Me
miró bien fijo. “¿Vos sabés por qué mato yo, no?” me preguntó. Yo le dije que sí, que lo
hacía para erradicar a los pecadores que conocía, aquellos que hacen sufrir a la gente que
consideraba buena. Y él me preguntó entonces por qué yo era policía. Le contesté que quería
crear un mundo mejor. Ahí me cayó la ficha de todo, a dónde quería llegar él. Su sonrisa se
intensificó y me dijo: “No somos tan diferentes como creías. Yo castigo a la gente que
considero mala de la forma que considero justa para hacer un mundo mejor. Vos hacés lo
mismo, solo que con otros parámetros. Y los parámetros son flexibles. Por ejemplo, si me
matás ahora, seríamos iguales. ¿O no?” Me sorprendí asintiendo. Le dije que de todas formas
no lo haría, que mis parámetros eran firmes. Él se rió. No como un loco, fue una risita
normal, una pequeña burla, como si ahora te dijese que quiero comprar un auto y vos te
rieses. Sacó un arma y la cargó. “Mirá, yo sé que estás haciendo tiempo para los policías. Y
no quiero ser arrestado, como tampoco quiero matarte. Uno acá va a morir y ser fiel a sus
principios hasta el final, y otro va a tener que ser flexible y vivir con la culpa de este
momento el resto de su vida” me dijo. Apagó el cigarrillo que tenía. “Yo no me voy a quedar
una hora acá, pero para mí esto no es nada fácil, no quiero matar porque sí, no quiero ser un
monstruo. Pero si vos me considerás un monstruo a mí, y me disparás, como ya te dije,
estaríamos al mismo nivel” siguió. Y ahí me invadió un solo pensamiento. No era el de hacer
un mundo mejor, ni el de encerrar a los malvados. Yo no quería morir. Recién vi que Patricio
sacaba su arma, a pesar de que sabía que no iba a disparar, yo lo hice de inmediato. El primer
tiro le dio en el lado derecho pecho. Fui a verlo, seguía vivo y escupía sangre, pero igual
sonreía. El hijo de puta sonreía. Le disparé de nuevo, esa vez en la cabeza, para que deje de
sufrir y también para no tener que seguir viéndolo- respiró hondo-. La verdad, nunca pude
refutar del todo su teoría. Solamente seguí viviendo, y asumí que él estaba mal porque, es
decir, todo el mundo decía eso. ¿No? Eso es lo que quiero creer. Pero me cuesta más creerme
eso ahora.
La narración me dejó impactado. El muy hijo de puta del asesino lo había
psicopateado de arriba abajo. A un pibe de dieciocho años. Y el pobre todavía era demasiado
moralista. Decidí en aquel momento que debía contarle la solución moral a la que yo había
llegado.
-Mirá Julio, más o menos a todos los que trabajan en la policía les pasa algo parecido. La
mitad entran porque necesitan guita, la otra por temas como los nuestros. Al principio, vos no
entendés a los primeros, por qué aceptan coimas. Pensás que son unos hijos de puta y que se
cagan en el resto. Y después de un tiempito, hacés la primera realización: los ves a ellos
siendo humanos, como mantienen a su familia a duras penas, y esa coima que cobraron es el
regalo de navidad de su hijo. Y la verdad que es complicado pedirle al pobre policía que
piense más en el drogadicto de la esquina que en su nenito. Pero ni siquiera es eso lo peor que
descubrís. Llega un punto que descubrís que, en realidad, todos se cagan en todos. Ellos lo
hacen así, pero los políticos se cagan en media población, las prepagas en los enfermos, los
carniceros en los animales, las mineras en el medio ambiente, las pesqueras en la fauna
marina, los abogados en la honestidad, los economistas en la gente… así puedo estar todo el
día. Entonces te das cuenta que hacer un mundo mejor es muy complicado, porque nadie mira
mucho más allá de sí mismo. Y no hay forma de pedírselo a uno, porque si uno solo lo hace,
se siente un boludo viendo al resto alrededor. Entonces decidís aportar tu granito de arena, y
desde tu posición, agarras a la gente mala que puedas. Pero, después de un par de arrestos,
relacionás otra cosa: vos también te cagás en la gente. ¿A quién mierda arrestamos? Ponele
que sí, al asesino este, pero después la mayoría son todos pobres que hacen lo que sea por
comer o ver una sonrisa en la cara de sus hijos. Nunca arrestamos al líder narco, o al político
corrupto. Ellos podrían hacer que las personas que encerramos trabajen y punto, o no se
vuelvan adictas. Todos somos malas personas si la situación lo amerita. Solamente
arrestamos personas que fueron llevadas a su límite. Y encima lo hacemos para limpiar
nuestra moral. En resumen, al final te das cuenta que con tu intelecto, en realidad te estás
cagando en la gente que recurre a su último recurso para limpiar tu moral- recibí un mensaje.
Lo abrí, era de mi secretaria, estaba llegando tarde a la oficina-. Perdón Julio, tengo que
volver a la oficina. Después te termino de contar en el departamento.
Salí apurado sin saludar, estaba llegando muy tarde y no quería que pensaran mal de
mí. Sin embargo, una vez en el taxi, me di cuenta que fui bastante irresponsable al cortar el
discurso justo en aquella parte. Solamente había hablado de mi primera gran desilusión con el
mundo y con el puesto, pero no había hablado sobre mi solución moral al dilema. Le mandé
un mensaje a Julio pidiéndole por favor que no se tomase tan a pecho lo que le acababa de
decir, que después le iba a explicar bien. El mensaje no le llegó. Apagué el celular para dejar
de preocuparme y me puse a trabajar.
Estuve haciendo una hora de papeleo totalmente innecesario, blanqueando todas las
transferencias de una unidad a otra y rechazando todos los pedidos de las otras dos unidades
de las que estaba a cargo. Totalmente agotado, prendí el celular a ver si había alguna buena
noticia. En lugar de eso, me encontré con cuatro llamadas perdidas de Julia y varios mensajes
preguntándome dónde estaba Julio.
Desesperado, lo llamé yo. Me respondió instantáneamente el contestador automático.
Llamé a Julia, pero tampoco me atendió. Dejé la oficina sin explicarle nada ni a la secretaria,
ni al asistente. Sin embargo, una vez que salí del edificio no tenía ni idea de a dónde ir. Antes
de que pudiera pensar algo, recibí una llamada. Ni vi de quién era, atendí directo.
-Hola- saludé, agitado por la situación.
-Buenos días, viejito- me contestó una voz femenina e infantil, pero muy seria-. Soy Violeta
Sandoval, investigaste un caso en el que estuve involucrada hace unos meses.
-Sí, digamos que no me voy a olvidar de eso. Perdón, pero estoy viviendo una situación muy
estresante ahora, así que…
-Acabo de hablar con el jovencito.
Me quedé petrificado. Jamás hubiera pensado que él haya estado allí. Una vez que me
tranquilicé, empecé a entender lo que estaba sucediendo.
-Me contó que deseaba revisar cómo había influido en las vidas de las distintas personas a
las que involucró en sus casos- me contó ella-. No parecía muy contento. Yo le expliqué que
mucho no había influido, quizá me divirtió un poco que me hubiese descubierto, pero nada
más.
-¿Dijo algo más?
-Me preguntó si creía que había hecho un poco mejor al mundo.
-¿Y qué le respondiste?
-Que no, que no había cambiado nada.
Me agarré la cabeza, estresado.
-¿Dónde creés que está ahora?- le pregunté, sin muchas esperanzas.
-Revisando su historial, hice una lista de los casos que probablemente chequee. Lo más
factible es que empezase cronológicamente del primero al último, o del último al primero. El
mío está justo en el medio, así que puede ser cualquiera. Yo puedo llamar a la anciana a la
que le robaron el perro, que sería el próximo si hubiese empezado por el primero. Vos podrías
ir a preguntarle a Ema y Federico, los dos chicos amigos de los que vendían droga, que serían
los que siguen si hubiese utilizado el orden inverso.
-¿Cómo sabés todo esto?- me quedé pensando un poco más- ¿Cómo tenés mi número?
-No hay tiempo para explicarte, si querés encontrarlo deberías apurarte en ir para allá.
-¿Y a vos por qué te interesa todo esto?
-Estaba aburrida.
Le corté la llamada y pedí un taxi hacia el colegio a donde iban estos chicos. Recién
llegué, pregunté por los jóvenes y me dijeron que ambos se cambiaron a otra escuela pública,
a media hora de allí en transporte público. De milagro, el colectivo llegó casi
instantáneamente. Entré al colegio, mostré mi placa de policía (bastante irresponsable de mi
parte, ya que no se trataba de ningún caso oficial), y nuevamente de casualidad me
informaron que ambos jóvenes habían asistido a clases aquel día. En menos de cinco minutos
los trajeron a la oficina de la directora y nos dejaron solos sentados en el escritorio.
-Buenas tardes- los saludé.
-¿Estás acá por lo de Julio?- me preguntó Ema.
-¿Ya estuvo acá?
-Se fue hace quince minutos- contó Federico.
-Salimos a fumar en el recreo largo y ahí nos habló- agregó la chica. Federico la miró
preocupado-. ¿Vos crees que a este le importa qué hacemos en el recreo? Es policía, no
preceptor.
Que Julio hubiera estado allí recientemente significaba que claramente estaba yendo
de adelante para atrás en cuanto a casos. Sin embargo, también quería decir que había llegado
tarde.
-¿Y qué les dijo?
-Y, nos preguntó cómo fue nuestra vida después- contó el varón.
-Y una mierda fue- agregó Ema-. A nuestros amigos no los encarcelaron ni nada, pero
quedamos como unos ratas. Nos cambiamos de colegio y nada, ahora somos amigos porque
vivimos lo mismo, pero nada más. Y nos preguntó si creíamos que había hecho un mundo
mejor, cosa que tampoco. Total, la ciudad y los colegios están llenos de droga igual.
Sacó un cigarrillo y se puso a fumar allí. Yo me levanté.
-Gracias por la información- les dije y salí.
Le mandé un mensaje a Violeta explicándole la situación mientras me acercaba a la
avenida más cercana para pedir un taxi. La niña me explicó que con sus llamados había
deducido la situación y me había pedido ya un auto en la puerta del colegio para que viajase
hacia el involucrado con el próximo caso. Vi el auto que ella me había parado y subí. De
pronto, entré en duda. El primer caso en el cual participó Julio había sido el de los dos
jóvenes. Le mandé un mensaje a Violeta con esta inquietud.
-Disculpe, chofer- lo llamé mientras arrancaba el auto- ¿A dónde estamos yendo?
-Me pidieron que vaya hasta el penal de Ezeiza. ¿Hay algún problema?
Revisé el celular. Violeta escribió “El primer caso en el que se involucró fue el del
asesinato de su madre”.
El viaje fue eterno. Claro que era allí donde iba a terminar su viaje, donde todo este
infierno empezó para él. Tenía mucho miedo por lo que pudiese planear Julio. Era una mente
brillante deprimida, y esa no era una historia que soliese terminar bien, por lo general. Para
relajarme, Violeta me ofreció jugar ajedrez online. Me pareció una excelente idea, ya que el
viaje en auto era de alrededor de una hora, con suerte. Jugamos varias partidas, en todas me
destrozó. Le ofrecí jugar al pool online, ahí yo estuve mejor. Luego, jugamos poker. Ella no
sabía jugar, así que se leyó rápido una guía. Al principio estuve mejor yo, pero al final me
terminó remontando la partida. Costaba acordarse que tenía once años, era una jugadora
feroz. Sin embargo, se notaba cierta diversión infantil en su forma de jugar, que la terminaba
delatando a pesar de su intelecto.
Finalmente, llegué a la prisión. Mostré mi placa y pregunté si un joven había
preguntado por un prisionero recientemente. Me contaron que sí, pero que se había ido hace
media hora. Estaba por irme hasta que me dijeron que él había avisado que yo vendría y
hablaría con el prisionero más tarde. Entré en duda, y decidí que lo mejor sería seguirle el
juego a Julio. Aunque estuviese harto de que niños superdotados me atormenten con sus
juegos mentales, entendí que quizá Julio le había dado información importante al prisionero.
Entré a la cárcel y me guiaron por los claustros. Las paredes eran blancas y estaban
muy sucias. La iluminación era precaria, y el sol se estaba ocultando, las sombras eran largas
y deformes. Las rejas verdes estaban teñidas por el óxido naranja. Fue una larga caminata
hasta la celda diecisiete, donde se encontraba Héctor Ortega, el asesino de la madre de Julio.
Héctor era un hombre muy adulto, casi anciano. Era de piel morena y pelo corto muy
oscuro. Sus ojos eran negros y tenía una nariz particularmente grande. Una cicatriz
atravesaba su mejilla izquierda, y tenía varias marcas en los brazos, probablemente producto
de la violencia dentro del penal.
-El pibe me dijo que ibas a venir- dijo él, avergonzado. Hacía contacto visual solo
ocasionalmente.
-¿Y qué te dijo? ¿Te preguntó sobre cómo crees que dejó el mundo y eso?
-Sí señor. Preguntas raras la verdad.
-¿Y qué le contestaste?
-La verdad que es un buen pibe. Pero le dije la verdad. La vida es un infierno acá, extraño
mucho a mi familia. No se contactaron conmigo desde que cometí el accidente, así que no sé
cómo están. Pero le dije que está bien, fue mi culpa y no la suya. Y el mundo está mejor sin
mí, pero tampoco siento que sea el origen de todo. Si hubiese tenido plata, nunca hubiera
matado a nadie. Y allá afuera hay gente con más plata de la que puede contar que mata casi
por placer.
Me costaba mirarlo a los ojos, no me imagino lo que debió haber sentido Julio. No
negaba que debía estar donde estaba. Sin embargo, era abrumador conocer la historia de esa
gente a la que creemos monstruos, que quizá no fueran tan distintos a nosotros si hubiésemos
nacido en aquellas condiciones. Es muy complicado juzgarlos, habiendo tanta gente peor
libre. Julio probablemente allí constató lo que yo le había dicho.
-¿Sabés dónde puede estar ahora?
-Me dijo que te esperaba donde empezaron todo, en Chacras 4752.
-Muchas gracias- le respondí cortante. A pesar de su historia, no quería simpatizar demasiado
con un homicida.
-Decile de nuevo gracias al pibe, por tratarme como un ser humano a pesar de lo que le hice.
Salí rápido sin decir nada, mordiéndome el labio. Me despedí de los guardias, mostré
de nuevo la placa y salí del penal. Por suerte, el auto que pidió Violeta me seguía esperando.
Le indiqué la dirección y me quedé mirando el paisaje, pensando en lo que Julio debía estar
sintiendo en aquel momento, probablemente en otro auto similar, llegando al hostel donde lo
encontré. Para mí también había sido insoportable descubrir que la gente a la que arrestaba no
eran viles villanos, sino personas con historias trágicas. Pero descubrirlo en el asesino de tu
madre, en su mente, el peor mal de la humanidad, debía ser extremadamente confuso.
Después de varios minutos de mirar al campo, me eché a dormir.
Me despertó el chofer en la dirección. Le entregué una suma exorbitante de dinero y
salí apurado, sería un problema el cual afrontaría después. Entré al hostel y encaré al
encargado, ignorando a una pequeña fila.
-¿Entró hace poco un joven llamado Julio Cossi?
-Sí, está esperando a un tal Diego Borges.
-Soy yo- contesté mientras le mostraba mi documento.
-Tome las llaves, habitación doscientos veintiuno, segundo piso.
Fui corriendo al ascensor. Estaba muy ansioso y preocupado por verlo. Tenía mucho
miedo de lo que podría estar haciendo. Me apuré todo lo que pude.
Me planté enfrente de la puerta y coloqué la llave. Me la quedé mirando unos
segundos. Respiré hondo, me preparé mentalmente para lo que me podía llegar a encontrar, la
giré, y empujé la puerta.
La habitación era muy precaria, con la pintura de las paredes roídas, las luces andaban
a medias y el piso estaba sucio. Julio estaba sentado en una silla, al lado de la ventana.
Miraba para afuera, tenía una taza de café negro en la mano izquierda y su pistola en la
derecha.
-Quedate por ahí Diego, te estaba esperando.
-¿En qué estás pensando, Julio?-le pregunté preocupado, acercándome muy de a poco.
Julio se dio vuelta y me apuntó con la pistola. Sus ojos vidriosos delataban que había
estado llorando.
-Te dije que no te muevas- tomó de golpe lo que quedaba en la taza y la tiró al piso.
Me quedé quieto.
-¿En qué estás pensando?
-En que nada tiene sentido, Diego. No, no es que no tiene sentido, eso es lo peor. Desde que
murió mi mamá, no, desde antes que eso, siempre quise crear un mundo mejor. Decidí que la
manera de hacerlo era combatiendo el crimen, estaba decidido. No es que me esperaba que
todo fuera como en las películas, sabía que la gente no era necesariamente mala o buena, sino
que era más ambiguo. Eso no es lo que me puso mal. Lo que me atormenta no es que la gente
no sea del todo mala. Lo que me atormenta es que la gente que considero mala es idéntica a
mí. Yo solamente impongo mi voluntad sobre ellos porque tengo más poder y tuve mejor
vida. No existe un mundo mejor, todos somos malos, solamente que mientras más poder
tengamos más vamos a poder imponer nuestra maldad sobre los demás. Mientras los policías
de campo y los ladrones callejeros se matan entre sí por ver quién es más o menos malo, los
narcotraficantes y los políticos siguen arruinando la vida de las personas. Y yo no hago nada
existiendo, solamente empeoré todo, estando convencido de que tenía razón. No soy mejor
que Patricio, ni que Héctor. Solamente tengo más suerte y mi maldad está avalada por la
sociedad. Ya no tengo razón para ser, Diego, quiero descansar del mundo.
Julio cargó la pistola.
-¿Entonces para qué me esperaste?- le pregunté.
-Porque estaba esperando que me dijeses algo diferente.Vos me dijiste que pasaste por algo
parecido. ¿Qué fue lo que hizo que desearas seguir viviendo en un mundo corrupto sin cura?
Debiste haber visto cosas peores que yo y haber arrestado gente más inocente. ¿Qué te
mantiene con vida?
-La experiencia, Julio. Cuando me pasó esto ya había vivido otras varias desilusiones. La
primera gran desilusión te atormenta y te hace sentir que la vida no tiene sentido. Ya con la
segunda te acostumbrás.
Julio negó con la cabeza.
-¿Qué mierda quiere decir eso?
-Alrededor de los treinta años tuve ese mismo planteo. Pero yo viví paros de policías, sé lo
que es un mundo sin orden. Amigos míos murieron por sobredosis y compañeros fueron
aniquilados por los narcos, destruyendo una familia. Como tuve mil casos de arrestos
injustos, también me agradecieron mil veces más por mis servicios y sentí el placer de
ayudar. Sentí la felicidad de saber que ayudo a alguien. Quizá no construyo necesariamente
un mundo mejor o peor. Quizá el mundo está corrupto desde sus bases. Pero no mi mundo, ni
el de la persona a la cual su hijo acaban de asesinar, ni el de Pablo, ni el de Julia, ni el tuyo.
Nosotros no somos malos ni buenos. Solamente somos felices o infelices. Yo no decido quién
es bueno y malo. Yo solamente veo gente que necesita ayuda, y la ayudo si eso me hace feliz,
y así vivo una vida simple y tranquila. Cuando uno es adulto, necesita unas bases sólidas para
poder seguir viviendo, y a partir de ahí uno puede disfrutar la vida más allá de lo “bueno” y lo
“malo”:
-Yo no quiero una vida simple y tranquila. Mentira, no es que no la quiero, ya no puedo
tenerla. Todavía no sané la muerte de mamá. Tengo un hueco enorme en el alma. Necesito
vengarme con el mundo por lo que me arrebató. Necesito que nadie más viva algo como
aquello.
-Entonces claramente no tenés que matarte.
-¡Pero es imposible lo que quiero!- contestó enojado y golpeó el mango de la pistola contra la
pared, mientras un par de lágrimas se deslizaban por su rostro-. Como no voy a lograrlo,
prefiero dejar todo y descansar, así dejo de atormentarme.
-Julio- me puse serio y me empecé a acercar a él. Me miró, pero dejó de apuntarme-. ¿Si te
rendís, en serio vas a descansar en paz? Si no valoras tu vida en serio, si es la única forma de
hacerte feliz, ¿no es mejor morir por tus ideales?
Me miró intrigado.
-¿A qué te referís?
-Tu vida es valiosa. Sos muy inteligente, y el mundo, ni siquiera, la ciudad se está
despedazando. Si realmente querés hacer un bien, y a la vez valoras tu vida, en vez de llorar y
pensar en sacarte la vida, lucha hasta tu último aliento. Pensá en toda la gente que murió hoy
luchando contra el narcotráfico. Esas personas murieron dejando todo para luchar por mejorar
la vida y la seguridad de todos los ciudadanos. No se preocuparon de si estaba bien o mal. No
hacen un debate existencial sobre la psiquis de los líderes criminales. Solamente se pusieron a
pensar en todos los familiares de la gente asesinada en tiroteos o por sobredosis en la ciudad,
y entregaron todo lo que tenían para luchar. Si no te puedo convencer de que no te mates por
vos mismo, aunque sea te pido que valores tu vida y la uses para ayudar a los demás. Quizá,
el acto en sí mismo de luchar hasta el final sea tan importante como lograr o no el objetivo.
Vos sos inteligente y capaz, pero pensá en toda la gente mediocre alrededor del mundo,
incluyéndome. ¿Cómo creés que viven sus vidas sin poder lograr nunca sus objetivos?
Muchos luchan, y en esa lucha muchas veces encuentran otras motivaciones para vivir, como
fue mi caso. Quizá sea el tuyo, o quizá logres desmantelar el narcotráfico en Argentina, en
una de esas. Solamente te pido que no te rindas todavía, sos muy jóven para eso.
-¿Vale la pena luchar por algo inalcanzable?- me preguntó, ya más tranquilo.
-Si no es por eso, no te rindas por nosotros. Pablo, Julia, Rufus y yo te amamos, nos destruiría
que te vayas. Te vamos a ayudar en lo que necesites. Pero si querés hacer un mundo mejor,
podés empezar por mejorar el nuestro, el de la gente que te quiere.
Julio se secó las lágrimas. Observó la pistola con detenimiento. La soltó y la dejó caer
al suelo. Me miró, y luego se largó a llorar. Fui a abrazarlo.
-Perdón por preocuparte Diego.
-No pasa nada, Julio. No pasa nada.
Me paré y lo agarré de la mano. El también se paró. Nos fuimos caminando hacia la
calle.
-¿Quién iba a cuidar de Rufus si te matabas?- bromeé-. Pablo se iba a enojar mucho.
Julio soltó una pequeña risa.
-Es verdad. En realidad él fue el factor definitorio.
Nos subimos a un colectivo y se quedó dormido en mi hombro, como un niño cansado
después de un largo día.
Epílogo
A la semana siguiente, me levanté cansado. Me costó un buen par de minutos
levantarme de la cama. Cuando lo hice, estaba Julio tomando un café negro y revisando el
celular. Yo, medio dormido y con el pijama todavía puesto, me senté junto a él y me serví un
vaso de leche con unas gotas de café.
-¿Cómo va la buena vida?- me preguntó Julio, sin sacar los ojos del aparato.
-Y, es bastante aburrido. Ya no sé con qué entretenerme.
-¿Querés volver a la oficina entonces?
-No, bueno, pará. Ya no me dan las energías, y Julia está bastante bien como cabeza de la
Unidad de Investigación. No podría sacarle el puesto.
-Era chiste, viejo. Te está haciendo mal tanto descanso.
-Tengo que encontrarme alguna actividad, quizá me ponga a escribir.
-¿Sobre qué? ¿Algún libro sobre criminología?
-Todavía no sé, lo tengo que pensar.
Julio dejó el celular, se terminó los últimos tragos que le quedaban.
-Bueno, Dieguito, me voy a laburar.
-Primer día hoy. ¿Estás emocionado?
-Estoy aterrado.
-Te va a ir bien, sos un pibe inteligente. Mandale saludos a Máximo.
-Ojalá tengas razón.
Julio abrió la puerta y Rufus se le acercó ladrando y moviendo la cola. Ya era un
perro bastante grande, pero seguía teniendo alma de cachorro.
-Dale, ya basta chiquito. Cuando vuelva jugamos.
Le acarició la cabeza y empezó a cerrar la puerta.
-Cuidamelo bien- me dijo y cerró la puerta.

Así empezó la historia de Julio Andrés Cossi y su ferviente lucha contra el


narcotráfico en Argentina, de la que deben saber algunas partes. Estos fueron sus orígenes y
sus motivaciones, las cuales escribí desde mi humilde pero cercana perspectiva. Para entender
su trayectoria y sus logros, es necesario que lo piensen no como un genio estratega frío y
calculador, sino como un niño con una motivación incontrolable de cambiar el mundo y tuvo
que transformar su deseo para seguir adelante.

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