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MALOTE EL DUELE EMBAUCADOR

Muy cerca de la Ciudad de las Hadas vivía Malote, el duende


embaucador. Malote vivía en una cueva oscura y húmeda, a la que las
hadas no se acercaban nunca. Todas las sabían que Malote era
peligroso, así que se mantenían siempre muy lejos de él. Y, si se lo
encontraban, huían y daban la voz de alarma.

En la Ciudad de las Hadas había un dicho: “Cuanto más lejos esté Malote
el embaucador, mejor”.

La pequeña hada Lucibella se sabía el dicho de memoria, y lo repetía sin


parar. Pero no entendía lo que decía, porque no sabía que significaba la
palabra “embaucador”.

Lucibella se lo había preguntado a muchas hadas mayores, pero ninguna


se lo había explicado. Simplemente, se habían limitado a decirle que se
mantuviera alejada del duende.

Pero Lucibella no estaba a gusto con la respuesta. Así que decidió


conocer por sí misma qué significaba ser un embaucador.

Para averiguarlo no se le ocurrió otra cosa que ir sola al bosque y


acercarse hasta la cueva donde vivía Malote, el duende embaucador.

En cuanto Malote vio a la pequeña Hada empezó a frotarse las manos.


Hacía mucho tiempo que no tenía a ninguna hada tan cerca, y tenía
muchas ganas de encontrar alguna.

Con mucho cuidado, Malote se acercó hasta la pequeña hada y le dijo:

-- ¡Oh, pobre hadita! ¿Estás solita? No deberías ir sin compañía por esta
zona. Dicen que hay un duende del que las hadas debéis huir. Perro no
te preocupes, que yo te protejo. ¿Cómo te llamas?

—Me llamo Lucibella —dijo el hada.

—No tengas miedo, que yo no te voy a hacer daño —dijo el duende—.


Tengo aquí unos dulces. Están muy ricos. Si quieres, puedo compartirlos
contigo y merendamos juntos.

A Lucibella le encantaban los dulces y, sin pensárselo dos veces, aceptó.

Mientras comían, el duende dijo:

—Estás lejos de casa. ¿A qué has venido tú sola al bosque?


—Quería ver a Malote, el duende embaucador.

—¿Lo has encontrado? —preguntó el duende.

—No —dijo Lucibella—. La verdad es que ni siquiera sé cómo es ni qué


pinta tiene. Bueno, en realidad, ni siquiera sé cómo es un duende,
porque nunca he visto ninguno.

—Vaya, vaya, pues eso sí que es un problema —dijo el duende—. En mi


casa tengo fotos de duendes, incluso una de Malote. Te invitaría a venir,
pero solo dejo entrar a mis amigos de confianza.

—¡Pero si ya somos amigos! —exclamó Lucibella.

—¿De verdad? —dijo el duende?—. Entonces puedes venir a mi casa


cuando quieras.

—¿Podemos ir ahora? —preguntó Lucibella.

—¡Por supuesto! —dijo el duende.

Ya iban de camino cuando apareció la mamá de Lucibella junto con


muchas hadas más, todas ellas armadas con palos y mazas.

—¡Lucibella! ¿Qué haces? —dijo su mamá.


��Este no es Malote, sino un nuevo amigo que tengo —dijo Lucibella—.
Me va a enseñar fotografías de Malote parea que pueda reconocerlo.
—¡Ese es Malote, el duende embaucador! —gritó la mamá de Lucibella—.
¡Te ha engañado para que vayas con él!

Lucibella salió corriendo y se fue con su mamá, mientras el resto de las


hadas permanecía en guardia para defender a la niña, si hiciera falta.

—Lo siento, mamá —dijo Lucibella—. Es que quería saber lo que era un
embaucador.

—Un embaucador es alguien que te atrae amablemente con regalos y


promesas para engañarte y conseguir algo de ti -dijo la mamá de
Lucibella—. Malote embauca a las hadas para llevarlas a su cueva y allí
las encierra en jaulas y se las vende a los ogros.

Esa fue la última vez Lucibella puso en duda los consejos de las hadas
mayores. Y también la última que las hadas mayores dejaron sin
respuesta las muchas preguntas que Lucibella y las otras hadas niñas
hacían, por complicadas que parecieran.

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