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LA CAPERUCITA ROJA

Érase una vez una pequeña niña que vivía con su madre en el bosque. Ella
se llamaba Caperucita Roja. Además de su madre, en el mismo bosque,
aunque en un lugar más profundo del mismo, se encontraba la casa de su
Abuelita, la persona después de su madre y su padre a la que más quería del
mundo.
Todos los días, la madre de Caperucita Roja y ella iban por carretera hasta
donde vivía la Abuelita. Sin embargo, una mañana, la misma en la que
empieza este cuento, la madre de Caperucita Roja no podía acompañarla
porque tenía que trabajar. Ella era pastelera y como era época de bodas, el
trabajo se acumulaba.
Como por aquél entonces la Abuelita había pasado un resfriado y no se
encontraba bien, la madre de Caperucita Roja tuvo una idea. Preparó los
pasteles más sabrosos que pudo elaborar y se los dio en una cesta a su
pequeña. Ella llevaría la cesta de ricos pasteles a su Abuelita y así seguro que se recuperaría pronto. El bosque era
muy seguro y los guardabosques están siempre en guardia, así que no había ningún peligro en que Caperucita fuera
sola andando a casa de su Abuelita.

O eso creía.

En ese mismo momento, un personaje malvado, de nombre Lobo Feroz,


llegaba al mismo bosque por el que tenía que andar Caperucita Roja en
busca de su Abuelita. Lobo Feroz acababa de escaparse de un grupo de
cazadores que lo perseguían por haberse comido unas ovejas. Era un ser de
lo más peligroso y astuto, podía incluso hablar como las personas normales.
En ese momento en el que Lobo Feroz cruzaba el bosque, Caperucita
aparecía cantando, brincando y saltando hacia casa de su Abuelita. El lobo,
muy astuto él, le preguntó:

“Hola jovencita, ¿qué haces por aquí tú tan solita?”

Caperucita, muy inocente ella, le respondió:

“Voy a casa de mi Abuelita. Le llevo unos pasteles porque está muy malita.”

Lobo Feroz comprendió enseguida que tenía dos posibles víctimas ante él.
Podía engañar a Caperucita Roja y llegar antes que ella a casa de la Abuelita, la única del bosque que ya había visto
mientras escapaba de sus perseguidores.

“Conozco un camino que es mucho más tranquilo. Sigue mi consejo y llegarás más pronto que un conejo”.
Caperucita Roja se mostró encantada ante el amable lobo del bosque, que le enseñó un camino por el que podría
llegar incluso antes de lo esperado a casa de su Abuelita. De esta manera podría pasar más tiempo con ella y ambas
disfrutarían juntas de los pasteles enseguida.
A pesar de las indicaciones del amable lobo, Caperucita Roja se retrasó un poco hasta llegar a casa de su Abuelita.
Pensó que igual se había perdido pero, por fin, llegó a su destino.
Una vez en la casa, como sabía que debía ser una niña educada, llamó 3 veces a la puerta y dijo:
“Hola Abuelita, soy Caperucita Roja. Mamá me ha dicho que estás malita y te traigo pasteles de fresa, manzana y
compota”.
Desde dentro de la casa, su Abuelita, con voz enfermiza, le contestó:
“Pasa, pasa, Caperucita, que tengo muchas ganas de verte, yo, tu Abuelita”.
Caperucita pasó adentro sin sospechar que no era su abuela en realidad la mujer postrada en la cama. Lobo Feroz
había llegado antes y había encerrado a la Abuelita en un armario, le había robado ropa de dormir y estaba esperando
a la incauta niñita.
Caperucita Roja llegó al dormitorio de su Abuelita y por poco no dio un respingo de la sorpresa. Su abuelita estaba
peor de lo que imaginaba. Casi no la reconocía conforme se acercaba a saludarla.

“Abuelita, Abuelita, ¡qué voz más ronca que tienes!”, le dijo la pequeña.

“Es que estoy malita, a ver esos pasteles si me dan más vidita”, le contestó engañosamente Lobo Feroz disfrazado.

“Abuelita, Abuelita, qué ojos más grandes tienes”, insistió la cada vez más desconfiada Caperucita.

“Son las gafas, que me las pongo para ver mejor a mi hijita. Ven, ven, no hagas esperar a la Abuelita”.

Caperucita Roja llegó al lado de su Abuelita y se asustó en cuanto esta abrió la boca para darle un beso.

“¡Pero Abuelita, Abuelita, qué dientes más grandes tienes!”, le gritó.

El Lobo Feroz, sin poder contener su hambre, le espetó:

“¡Son para comerte mejor!”

La historia completa del Señor de Los Milagros


La gran tradicción de la procesión del Señor de los Milagros empieza en el siglo XVI. Un grupo de negros construyó una
cofradía en el barrio de Pachacamilla, llamado así porque habitaban allí unos indígenas de la zona prehispánica de
Pachacámac.
En una de sus paredes de adobes, un negro angoleño, bajo inspiración divina, plasmó en 1651 la imagen del Cristo
Crucificado.
La imagen fue pintada al temple en una pared tosca que estaba cerca de una acequia de regadío.
El esclavo angoleño no tuvo estudios de pintura y ejecutó la obra por su propia fe y devoción a Cristo. Muchos de los
pobladores de ese lugar se quedaron admirados de tan bella imagen.
Terremoto en 1655
Cuenta la historia, el 13 de noviembre de 1655, a las 2:45 de la tarde, un fuerte terremoto estremeció Lima y el Callao.
El movimiento sísmico, que derrumbó templos, mansiones y las viviendas más frágiles, cobró miles de víctimas
mortales y dejó muchos damnificados.
El temblor afectó también la zona de Pachacamilla, donde todas las paredes del local de la cofradía se derrumbaron
menos una: el débil muro de adobe donde estaba la imagen de Cristo.
Fue el primer milagro del Señor de Pachacamilla, que luego sería conocido como Señor de Los Milagros.

Los juguetes ordenados

Érase una vez un niño que cambió de casa y al llegar a su nueva habitación vió que estaba llena de juguetes, cuentos,
libros, lápices... todos perfectamente ordenados. Ese día jugó todo lo que quiso, pero se acostó sin haberlos recogido.

Misteriosamente, a la mañana siguiente todos los juguetes aparecieron ordenados y en sus sitios correspondientes.
Estaba seguro de que nadie había entrado en su habitación, aunque el niño no le dio importancia. Y ocurrió lo mismo
ese día y al otro, pero al cuarto día, cuando se disponía a coger el primer juguete, éste saltó de su alcance y dijo "¡No
quiero jugar contigo!". El niño creía estar alucinado, pero pasó lo mismo con cada juguete que intentó tocar, hasta
que finalmente uno de los juguetes, un viejo osito de peluche, dijo: "¿Por qué te sorprende que no queramos jugar
contigo? Siempre nos dejas muy lejos de nuestro sitio especial, que es donde estamos más cómodos y más a gustito
¿sabes lo difícil que es para los libros subir a las estanterías, o para los lápices saltar al bote? ¡Y no tienes ni idea de lo
incómodo y frío que es el suelo! No jugaremos contigo hasta que prometas dejarnos en nuestras casitas antes de
dormir"

El niño recordó lo a gustito que se estaba en su camita, y lo incómodo que había estado una vez que se quedó dormido
en una silla. Entonces se dio cuenta de lo mal que había tratado a sus amigos los juguetes, así que les pidió perdón y
desde aquel día siempre acostó a sus juguetes en sus sitios favoritos antes de dormir.
FABULA

El ratón campesino y el rico


cortesano

Un ratón campesino tenía por amigo


a otro de la corte, y lo invitó a que
fuese a comer a la campiña.

Pero como sólo podía ofrecerle trigo


y yerbajos, el ratón cortesano le dijo:

- ¿Sabes amigo que llevas una vida de


hormiga? En cambio yo poseo bienes
en abundancia. Ven conmigo y a tu
disposición los tendrás.

Partieron ambos para la corte. Mostró el ratón ciudadano a su amigo trigo y legumbres, higos y queso, frutas y miel.
Maravillado el ratón campesino, bendecía a su amigo de todo corazón y renegaba de su mala suerte.

Dispuestos ya a darse un festín, un hombre abrió de pronto la puerta. Espantados por el ruido los dos ratones se
lanzaron temerosos a los agujeros.

Volvieron luego a buscar higos secos, pero otra persona incursionó en el lugar, y al verla, los dos amigos se precipitaron
nuevamente en una rendija para esconderse.

Entonces el ratón de los campos, olvidándose de su hambre, suspiró y dijo al ratón cortesano:

- Adiós amigo, veo que comes hasta hartarte y que estás muy satisfecho; pero es al precio de mil peligros y constantes
temores. Yo, en cambio, soy un pobrete y vivo mordisqueando la cebada y el trigo, pero sin congojas ni temores hacia
nadie.

FABULA
El lobo con piel de oveja.
Pensó un día un lobo cambiar su apariencia para así facilitar la obtención de su comida. Se metió entonces en una piel
de oveja y se fue a pastar con el rebaño, despistando totalmente al pastor.

Al atardecer, para su protección, fue llevado junto con todo el rebaño a un encierro, quedando la puerta asegurada.

Pero en la noche, buscando el pastor su provisión de carne para el día siguiente, tomó al lobo creyendo que era un
cordero y lo sacrificó al instante.
Moraleja: Según hagamos el engaño, así recibiremos el daño.

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