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LA ACTUACIÓN FORMAL DE LA
ADMINISTRACIÓN:
ACTO Y PROCEDIMIENTO
ADMINISTRATIVO
Eduardo Cordero Q.
Profesor de Derecho Administrativo
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
2022
Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
Prof. Eduardo Cordero Q.
INDICE
I. INTRODUCCIÓN ............................................................................................................................. 5
II. LA ACTUACIÓN DE LA ADMINISTRACIÓN. CONCEPTO Y
CLASIFICACIONES ............................................................................................................................ 7
III. EL ACTO ADMINISTRATIVO................................................................................................ 9
§ 1. Derecho administrativo y Acto administrativo: el problema de su caracterización
9
§ 2. La conceptualización del acto administrativo .............................................................. 10
§ 3. El concepto de acto administrativo en Chile y sus características ......................... 12
§ 4. Clasificación de los actos administrativos .................................................................... 16
§ 5. Elementos del acto administrativo ................................................................................. 18
5.1. Elementos subjetivos .......................................................................................................... 19
5.2. Elementos objetivos ............................................................................................................ 19
5.3. Elementos formales ............................................................................................................. 24
§ 6. Efectos y extinción del acto administrativo ................................................................. 25
6.1. Los efectos del acto administrativo. Precisión conceptual: validez, ejecutoriedad,
eficacia y ejecutoriedad ............................................................................................................... 25
6.2. Los efectos de los actos administrativos ........................................................................ 28
a) Aspectos generales ............................................................................................................. 28
b) Los efectos del acto administrativo en el tiempo ........................................................ 29
c) La ejecución de los actos administrativos ..................................................................... 33
6.3. La extinción de los actos administrativos ...................................................................... 35
a) La extinción del acto administrativo por causas objetivas ....................................... 35
b) La conducta del destinatario como causal de extinción ............................................ 36
c) La decisión de órganos públicos distintos de la Administración ............................ 36
d) La decisión de la Administración autora del acto ....................................................... 37
e) El decaimiento del acto administrativo ......................................................................... 48
§ 7. La nulidad de los actos administrativos ........................................................................ 49
7.1 Introducción ........................................................................................................................... 49
7.2. La base de los sistemas de nulidad: El principio de legalidad y la autonomía de la
voluntad ......................................................................................................................................... 50
7.3. Nulidad, legalidad y proporcionalidad ............................................................................ 52
7.4. No toda ilegalidad produce la nulidad del acto administrativo ................................ 54
7.5. Las causales de nulidad del acto administrativo........................................................... 55
a) La investidura irregular .................................................................................................... 56
b) Incompetencia ..................................................................................................................... 57
c) Ausencia o ilegalidad de los motivos ............................................................................. 58
d) Ilegalidad del objeto .......................................................................................................... 59
e) La desviación de poder ...................................................................................................... 59
f) Vicio de forma ...................................................................................................................... 60
7.6. Una revisión del sistema de nulidad de los actos administrativos ........................... 63
7.7. A modo de síntesis ............................................................................................................... 64
IV. LA ACTIVIDAD UNILATERAL Y FORMALIZADA DE LA
ADMINISTRACIÓN: EL PROCEDIMIENTO ADMINISTRATIVO ............................... 66
§ 8. Introducción: acotación de la actividad jurídica unilateral y formalizada ............ 66
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I. INTRODUCCIÓN
La regulación legal con carácter general del acto y el procedimiento administrativo en Chile
es reciente y ha tenido lugar en el marco de una serie de modificaciones que se han
introducido en los últimos veinte años para implementar una política de modernización del
Estado1, que permita transparentar el ejercicio de la función pública y fortalecer los
mecanismos de participación y el derecho de los ciudadanos a la información pública2, a
partir de una preocupación creciente frente a los fenómenos de corrupción y de desprestigio
de los gobiernos y de la clase política3.
1 Propuestas de la Comisión Nacional de Ética Pública (1994), que dio lugar a la Ley Nº 19.653 de 1999, sobre
probidad administrativa aplicable de los órganos de la Administración del Estado; Agenda de probidad. Sin
embargo, el principal antecedente es el Acuerdo político legislativo para la modernización del Estado la
transparencia y la promoción del crecimiento (2003), entre el gobierno y la oposición debido a una serie de
hechos de corrupción que llevaron a una revisión de las normas sobre gasto electoral, compras en el sector
público y procedimiento administrativo.
2 La publicidad reconoce avances importantes en la jurisprudencia de Contraloría a través del dictamen Nº
49.883, de 2004; de la CIDH en el caso “Claude y otros con Chile” y del Tribunal Constitucional mediante su
sentencia Rol Nº 643, junto con el Instructivo Presidencial Nº 8/2006, entre otros, que dieron paso a
importantes cambios. Así, en el año 2005 se modificó la Constitución, mediante la Ley Nº 20.050, incorporando
en el artículo 8º una norma sobre de probidad, transparencia y publicidad, y en el año 2008 entra en vigencia
la Ley Nº 20.285, de 2008, sobre Acceso a la información pública.
3 Al respecto se puede consultar el índice de percepción de la corrupción elaborado por Transparencia
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Por su parte, tampoco se innovó demasiado respecto de los trabajos que se venían realizando
desde hace más de cuarenta años, como fue un proyecto redactado por la Comisión Nacional
de la Reforma Administrativa (CONARA) nombrada por la Junta de Gobierno luego del
golpe de Estado de 1973 y que contó con la asesoría de juristas españoles9. Además, también
Francisco González Navarro. Las conclusiones se pueden encontrar en CONARA, Seminario Nacional sobre
Procedimientos Administrativos, Santiago, Chile, 1980, que contiene un documento anexo sobre la “Misión
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se debe destacar un proyecto de ley presentado por el Presidente Patricio Aylwin en 1992,
cuya discusión no tuvo avances sustanciales, siendo archivado de forma definitiva en el año
200010.
Cabe recordar sobre esta materia que el primer cuerpo legal en América Latina es de 1972,
y corresponde a la Ley Nº 19.549, de Procedimientos Administrativos de Argentina,
reformada por la Ley Nº 21.686. Anteriormente existía un Reglamento de Normas
Generales de Procedimiento Administrativo dictado en el Perú en el año 1967, que fue
elevado a rango de ley en 1992, posteriormente reemplazado por la actual Ley Nº 27.444,
del Procedimiento Administrativo General11. Ambos textos legales marcan un arco de
tiempo en la dictación de diversas leyes de procedimiento administrativo en la región, que
en su parte gruesa sigue la misma tendencia en cuanto a su contenido12.
Así, hemos llegado tarde a este proceso de “codificación del procedimiento administrativo”,
como lo denomina Allan Brewer-Carias13, pero rápidamente nos hemos puesto al día, ya que
el novel cuerpo legal dictado en el año 2003 ha calado de forma profunda en la cultura
jurídica de las autoridades, jueces, funcionarios y ciudadanos, demostrando una enorme
eficacia.
La Administración del Estado está llamada a cumplir un sinnúmero de funciones, todas ellas
muy diversas y heterogéneas, que no resulta posible de reducir a una categoría unitaria, lo
que además da prueba de las dificultades que ha plantado la conceptualización del Derecho
administrativo14.
realizada en Chile durante los días 1º al 31 de octubre de 1979 por Francisco González Navarro”. También se
puede ver un análisis de la materia en el trabajo de Soto Kloss, 1982: 79-94, y Montt Oyarzún, 2002: 118-133.
10 Mediante el Mensaje Nº 425-323, de 6 de mayo de 1992, el Presidente de la República Patricio Aylwin
Azócar envió al Senado un proyecto de ley sobre la base de los procedimientos administrativos. El proyecto
fue tramitado mediante el Boletín 683-06 y fue archivado en el año 2000 mientras se encontraba en primer
trámite constitucional.
11 Recientemente modificada por el D.L. Nº 1272, de 21 de diciembre de 2016.
12 A estas disposiciones debemos sumar las Normas Generales de actuación administrativa de Uruguay,
aprobadas por el D. 500/1991 (con 239 artículos), que sustituyeron al D. 640/1973; la Ley de Honduras
aprobada por el Decreto Nº 152-87, de 28 de septiembre de 1987; la Ley General de la Administración pública
de Costa Rica de 1978; en Colombia se incorporó la regulación de los procedimientos administrativos en la
reforma que se efectuó al Código Contencioso-Administrativo de 1984; la Ley Orgánica de procedimientos
administrativos de Venezuela, de 1 de julio de 1981; la Ley Nº 9784/99, de 29 de enero de 1999 que regula el
procedimiento administrativo en el ámbito de la Administración pública federal en Brasil (con una influencia
portuguesa) y la Ley de procedimiento administrativo de Bolivia, de 22 de abril de abril de 2002. Más detalles
sobre la reglamentación de los procedimientos administrativos en Hispanoamérica véase a González Pérez,
2003: 362.
13 Brewer-Carías, 2011: 47-76. También se pueden ver de este autor Brewer-Carías, 1989: 255-435;Brewer-
Carías, 1990; Brewer-Carías, 1992; Brewer-Carías, 2003; Brewer-Carías, 2009: 163-199, y Brewer-Carías,
2012: 959-994.
14 Sobre esta materia, sólo basta recordar la discusión entre el concepto orgánico y funcional de Administración
pública, a fin de determinar los contornos en la aplicación del Derecho Administrativo. Si bien nuestro
ordenamiento sigue en principio un concepto orgánico (LBGAE), existen algunos pronunciamientos de la
Corte Suprema y el Consejo para la Transparencia que tienden a hacer una aplicación de una concesión
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b) Por otra parte, y con una finalidad sistematizadora, se atiende al contenido sustancial
de la actividad, haciendo una clásica separación entre actividad de servicio público,
destinada a garantizar ciertas prestaciones de forma regular y continua a la
comunidad; actividad de policía u ordenación, que tienen por finalidad adoptar medidas
de limitación de la libertad y propiedad de los ciudadanos con la finalidad de
mantener el orden público, concepto que cada vez se ha ido ampliando a diversas
materias como salubridad pública, urbanismo, medio ambiente, mercados
financieros, etc. Por último, se encuentra la actividad de fomento o promoción, que
tienen por objeto generar incentivos en la población para estimular el desarrollo de
determinada actuaciones y fines, como en las artes, la ciencia o el deporte17.
funcional. Véase Cordero, Eduardo (2017): Administración, Derecho Administrativo y sus principios fundamentales,
Valparaíso, PUCV, pp. 3-6.
15 Así se señala que se trata de funciones, tareas o cometidos, que se cumplen normalmente observando las
reglas (no siempre, ni normalmente, objeto de regulación o formalización jurídico, menos aún de forma
completa) técnicas o facultades propias de aquellas. Véase Parejo Alfonso, 2003: 638.
16 Gordillo, 2011: III-17.
17 El análisis tradicional, en perspectiva jurídica, de las formas de actuación de la Administración se ha centrado
en la triada de actividades descritas por Luis Jordana de Pozas en 1949 y que distinguía entre actividad de
policía, actividad de servicio público y actividad de fomento. Véase Jordana de Pozas, L., “Ensayo de una teoría
de fomento en el Derecho administrativo”, en Revista de Estudios Públicos, Nº 48, 1949, pp. 41-54. Dicha
clasificación tuvo particular éxito en la doctrina española, al punto que hasta el día de hoy es de uso habitual
y sólo ha sido objeto de algunos matices o de la incorporación de una cuarta o quinta categoría. Así, se hablaba
además de la gestión industrial o económica (Villar Palasí, J. L., “La actividad industrial del Estado en el
Derecho administrativo”, Revista de Administración Pública, Nº 3, 1950, pp. 53-129); de la actividad de
planificación (Ariño, nota 6, p. 296) o de actividad arbitral (Parada, J. R., “Arbitraje y derecho administrativo.
La actividad arbitral de la Administración”, en Revista Galega de Administración Pública, Nº 23, 1999, pp. 13-
43). Por tal razón, no debe extrañar que nuestra doctrina también haya seguido esta distinción para dar cuenta
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Ahora bien, nuestro estudio va a comenzar con el análisis de la actuación unilateral y formal
de la Administración que se expresa a través del acto y el procedimiento administrativo.
Bien es sabido que el hito de referencia en las bases del Derecho administrativo actual nos
remonta a la consagración de principios liberales que dieron sustento al modelo del Estado
de Derecho y que marca el punto de inflexión respecto del antiguo régimen. Sin embargo,
también es generalmente aceptado que los cambios políticos, sociales y económicos no son
tan abruptos como muchas veces se nos presentan y lo cierto es que el paso desde el antiguo
régimen al Estado liberal no fue la excepción. Así, existen un conjunto de elementos del
Estado absoluto que perduran como una suerte de lastre histórico que subyacen en las
instituciones políticas, lo cual tiene una incidencia necesaria en nuestra disciplina. De esta
forma, el Derecho administrativo no se construye y edifica exclusivamente sobre bases
liberales, sino que recoge una serie de elementos que lastran su configuración y que le dan
un marcado carácter autoritario heredado del absolutismo.
de la actividad material que realizan los órganos de la Administración del Estado, con el objeto de explicar las
formas y técnicas con las cuales se relaciona con los particulares. Véase Camacho Cépeda, G., “La actividad
sustancial de la Administración del Estado”, en Pantoja Bauzá, R. (coord.), Tratado de Derecho administrativo,
T. IV, Santiago, Abeledo Perrot, 2010.
18 Sobre el particular, resulta de interés leer los trabajos del profesor Eduardo Soto Kloss en donde cuestiona
este privilegio, en particular se puede consultar su artículo (2001): Solve et repete. Notas sobre un resabio
absolutista en el Estado constitucional de Derecho, en Ius Publicum, No 6, 2001, pp. 79-100, en especial pp. 79-82.
También se puede consultar su trabajo (1980): La ejecución del acto administrativo (Suspensión y revocación). en
“El Derecho administrativo en Latinoamérica”, Bogotá: Instituto Internacional de Derecho administrativo
Latino, 1980, pp. 3-33.
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De este modo, uno de los puntos centrales que da cuenta de la forma que adopta el Derecho
administrativo moderno se expresa a través del concepto de acto administrativo, en donde
se condensa y manifiesta la particular posición que adopta la Administración frente al
Derecho, el conjunto de privilegios o prerrogativas que se le reconocen y, a su vez, la forma
en que se concreta su relación con los particulares.
A pesar del carácter capital que el acto administrativo, no existe en la doctrina un acuerdo
o concepto básico que permita nuclear sus características fundamentales. Cabe sólo recordar
que desde su primera formulación en las postrimerías del siglo XVIII se ha asistido a una
suerte de propuestas conceptuales de difícil unificación. A este hecho se debe agregar una
dificultad adicional, como el crecimiento y heterogeneidad de la actividad desplegada por la
Administración del Estado, lo cual hace imposible reducir todo este cúmulo de actuaciones
a una categoría única.
No obstante, en esta materia nos podemos encontrar con dos caminos básicos que ha seguido
la doctrina y jurisprudencia para definir el acto administrativo: uno de carácter instrumental
y otro sustancial.
En primer lugar, nos encontramos con un concepto de marcado carácter instrumental, que
sólo pretende deslindar la competencia entre los Tribunales que ejercen la jurisdicción
común frente aquellos que les corresponde ejercer una jurisdicción especial contencioso-
administrativa. La forma de resolver este problema estrictamente competencial fue recurrir
a un concepto amplio de acto administrativo, capaz de abarcar la mayor cantidad de
manifestaciones del actuar jurídico y material de la Administración pública y que se expresa
en el conocido concepto formulado por MERLIN, quien entiende al acto administrativo
comprensivo de las decisiones de la autoridad administrativa, una acción o un hecho de la
Administración que tiene relación con sus funciones19.
En segundo término, nos encontramos con conceptos o categorías sustanciales, esto es,
aquellas que tratan de caracterizar el acto administrativo sobre la base a elementos
distintivos, que permitan distinguirlos de otros tipos de actos que producen efectos en el
mundo jurídico. En este sentido, encontramos los esfuerzos realizados por la dogmática
alemana y francesa de fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, las que destacaron
como elemento definidor de tal categoría su carácter singular y autoritario, que permite
separarlo de otros actos de autoridad que tienen un carácter normativo y del negocio
jurídico, basado en la libre voluntad de las partes concurrentes. Así, Otto MAYER entendió
que el acto administrativo no era sino un acto de autoridad, semejante a una sentencia
judicial, pero que emana de los órganos que integran la Administración, y que tienen por
objeto aplicar a un caso particular una norma previa de carácter general20. Por su parte, el
máximo representante de la doctrina administrativista francesa, Maurice Hauriou, perfiló el
concepto en torno a su carácter decisorio y ejecutivo (sería una décision éxécutoire), que no
sólo innova en el mundo jurídico y material, sino que también está dotado por sí mismo de
19 MERLIN, M. (1812): Répertoire universel et raisonné de jurisprudence, 4e édition corrigée. Paris: chez Garnery.
20 MAYER, Otto (1949): Derecho administrativo alemán. T. I, Buenos Aires: Desalma, 1949, p. 125 y ss.
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la fuerza de obligar21. De esta forma, el acto administrativo se integró dentro de las formas
que utiliza la Administración para adoptar sus decisiones, en el marco que de lo que se ha
denominado procedimiento administrativo. Estas ideas llevaron a asumir con mayor fuerza
la comparación realizada con los actos jurisdiccionales, ya que al sostener que la sentencia
es fruto de un proceso judicial, el acto administrativo también debe ser el resultado de un
conjunto concatenado de actos, esto es, de un procedimiento administrativo.
Sin embargo, dentro de esta segunda corriente, sin lugar a dudas que la que mayor influencia
la ha ejercido la noción construida desde el conceptualismo jurídico alemán en la segunda
mitad del siglo XIX en el ámbito del Derecho privado. Así por lo demás lo sostenía el gran
maestro alemán Paul Laband al señalar que: «La tarea científica de la dogmática de un
determinado Derecho positivo consiste en la construcción de institutos jurídicos, en la reducción de las
singulares proposiciones jurídicas a conceptos más generales y, por otro lado, en la deducción de las
consecuencias resultantes de tales conceptos»22. Si bien este método marcó las bases del
conceptualismo positivista en el ámbito del Derecho público alemán, no fue sino la doctrina
italiana la que desarrolló un concepto de acto administrativo en base a estos cánones, que
encontró en la pluma de Guido Zanobini su mejor expresión y, al mismo tiempo, su mayor
proyección en la doctrina continental europea y en Latinoamérica: el acto administrativo sería
cualquier declaración de voluntad, de deseo, de conocimiento o de juicio realizada por un sujeto de la
Administración pública en ejercicio de una potestad administrativa23.
Esta influencia no sólo llegó al ámbito conceptual, sino que se proyectó en la forma de
comprender y tratar cada uno de los tópicos del acto administrativo bajo la sistemática
seguida respecto de la figura que tuvo como modelo, esto es, el negocio jurídico. De esta
forma, se ha estudiado junto al concepto las distintas clasificaciones que puede dar lugar el
acto administrativo, se diseccionarán de forma abstracta cada una de sus partes para dar
lugar al estudio de sus elementos y terminar explicando su forma de configuración anómala
bajo el análisis de la invalidez o nulidad, es decir, siguiendo el plan adoptado por el
pandectismo alemán.
Sin embargo, este concepto tiene el defecto de abarcar apenas una parte de la amplia gama
de formas que adopta la actuación de la Administración, la cual van desde actos sujetos al
Derecho administrativos (v.gr. una expropiación) hasta actos que se encuentran sometidos
al Derecho privado (v.gr. venta de un bien fiscal). A su vez, dentro de los primeros
encontramos algunos que tienen un carácter formal, ya sean que surjan dentro de un
procedimiento administrativo (v.gr. una sanción administrativa, una concesión, una
expropiación) o al margen del mismo (v.gr. emisión de un certificado de nacimiento), frente
a lo que constituyen actuaciones de carácter material (v.gr. la detención de un delincuente
o la operación de un paciente en hospital público).
21 HAURIOU, M. (2002): Précis de droit administratif et de droit public. Paris: Dalloz, (reimpresión de la 12a ed.,
1911, p. IX y ss.
23 ZANOBINi, Guido (1958): Corso de Diritto Amministrativo. Vol. I, Milano: Guiffré, 1958, p. 243.
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trámites) o que pongan fin al mismo (acto terminal). Por tanto, queda fuera del mismo todas
las actuaciones regidas por el Derecho privado24, así como las actuaciones sometidas al
Derecho administrativo, pero que se generan al margen de un procedimiento formal o
constituyen una simple actuación material.
Ahora bien, en esta materia nuestro legislador continúo con esta tendencia —que no es
común en los ordenamientos comparados29–, y en la Ley No 19.880, que establece las Bases
de los Procedimientos administrativos que rigen los actos de los órganos de la
24 Lo señalado es sin perjuicio de la conocida figura de los actos separables, la cual se presenta en aquellas
actuaciones que se rigen por el Derecho privado, como la venta de un bien fiscal, pero que está precedido de
un acto administrativo, producto de una decisión formal adoptada por la Administración en orden a realizar
dicha venta. En este caso, la venta está sometida al Derecho común, mientras que el acto administrativo estará
sometido plenamente a las normas del Derecho administrativo, tanto en su contenido, como a las formas de
impugnación del mismo. Se puede consultar los trabajos del profesor Eduardo Soto Kloss, en particular su
artículo (2001): La noción de acto administrativo en el derecho chileno, una perspectiva sustancial, en Ley No 19.880,
sobre procedimientos administrativo. Conferencias, Santo Tomás de Aquino. Santiago: Universidad Santo
Tomás, pp. 33-44. Por su parte, también es referencia obligada sobre la materia la obra de PANTOJA BAUZÁ,
Rolando (1960): Concepto de acto administrativo, Santiago: Jurídica de Chile.
25 JARA CRISTI, Manuel (1948): Manual de Derecho Administrativo, Santiago, Editorial Jurídica de Chile, p. 116.
26 VARAS, Guillermo (1940): Derecho Administrativo, Santiago, Nascimiento, p. 253.
27 PANTOJA (1960), p. 24.
28 En el mismo sentido, señala que “[…] para que estemos en presencia de un acto administrativo se requiere lo
siguiente: 1.- que exista una declaración de voluntad; 2.- que dicha declaración emane de un órgano administrativo; 3.-
que el órgano emisor sea competente para expedirla; 4.- que el acto implique una decisión tendiente a producir un efecto
jurídico; 5.- que recaiga tanto en derechos, deberes o intereses de las entidades administrativas o sobre derechos y deberes
de particulares frente a la Administración”. Véase Dictamen Nº 5.380, de 2000.
29 Así ocurre con la Ley de Procedimiento Administrativo de la República Federal Alemana de 1976, cuya
última modificación data del año 2003, en su parágrafo 34 da un concepto de acto administrativo señalando
que es “[…] toda disposición, resolución u otra medida de autoridad adoptada por un órgano administrativo y dirigida
a la regulación de un caso particular en el ámbito del Derecho público, con efectos inmediatos en el exterior”. Por su
parte, en el Perú la Ley Nº 27.444, de 10 de abril de 2001, define el acto administrativo como “[…] las
declaraciones de las entidades que, en el marco de normas de derecho público, están destinadas a producir efectos jurídicos
sobre los intereses, obligaciones o derechos de los administrados dentro de una situación concreta” (artículo 1.1).
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Administración del Estado nos entrega un concepto de acto administrativo, codificando las
normas que lo regulan.
La particularidad es que se trata de una definición que coincide básicamente con los actos
de carácter formalizados (y preferentemente, aunque no de manera excluyente, en los que
se producen en el marco del procedimiento administrativo y que le ponen fin), muy apegada
por lo demás al concepto dado por el Guido Zanobini. En tal sentido, el artículo 3º LBPA
establece que:
“Para efectos de esta ley se entenderá por acto administrativo las decisiones formales que
emitan los órganos de la Administración del Estado en las cuales se contienen declaraciones
de voluntad, realizadas en el ejercicio de una potestad pública. [...] Constituyen, también,
actos administrativos los dictámenes o declaraciones de juicio, constancia o conocimiento que
realicen los órganos de la Administración en el ejercicio de sus competencias”.
Este apartado de la ley no sólo le da un carácter particular al acto administrativo, sino que
viene a proyectar la particular posición que tiene la Administración frente al Derecho y los
Tribunales de Justicia, en el cumplimiento de sus funciones. Además, también viene a dar
cuenta de la forma o sentido que adopta nuestro Derecho administrativo, anclado con la
tradición de la Europa continental.
Lo anterior descarta una concepción meramente procesal o formal, que tiene especial
importancia en los sistemas que han adoptado un sistema dual de jurisdicción, vale decir, en
donde existe una jurisdicción contencioso-administrativa junto a una jurisdicción ordinaria
o común, con el objeto determinar la competencia de los tribunales de justicia que han de
conocer de la actividad administrativa. En este sentido, lo normal es que este concepto
abarque la totalidad de las actuaciones administrativas que enumeramos en el epígrafe
precedente, siempre que se hallen sometidas al Derecho administrativo. Sin embargo,
nuestro sistema carece de una jurisdicción contencioso-administrativo general, de forma que
el concepto de acto administrativo no viene a cumplir ninguna función desde el punto de
vista de la competencia de los tribunales30.
30 Este es un tema capital en los sistemas de la Europa continental, a tal punto que autores como Ramón
Parada sostenga que el único concepto válido sea el del carácter procesal. Véase PARADA, Ramón (2002):
Derecho administrativo. Parte general. 13a ed. T. I, Madrid: Marcial Pons, pp. 92 y ss. Sin embargo, esto no ha
impedido el desarrollo de un concepto sustancial en España, especialmente de la mano de autores como Raúl
Bocanegra. Véase BOCANEGRA SIERRA, Raúl (2004): Lecciones sobre el acto administrativo. 2a ed., Madrid:
Thomson Civitas, y (2005): La teoría del acto administrativo. Madrid: Iustel, 2005.
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a) Es una decisión formal, lo cual exige como mínimo que el acto conste por escrito y
sea suscrito por la autoridad competente, cumpliendo los demás requisitos formales
previstos por la ley, entre los cuales destaca su fundamentación.
En estos casos, incluso Contraloría ha sostenido que el hecho de no dejar constancia posterior
de estos actos, no constituye un vicio que pueda afectar su validez: “[…] teniendo en
consideración que acorde con el artículo 13 de la citada ley N° 19.880, el vicio de procedimiento o de
forma sólo afecta la validez del acto administrativo cuando recae en algún requisito esencial del
mismo, esta Contraloría General es de opinión que la omisión de la constancia en el acta de la aludida
decisión de la Junta Superior de Apelaciones, no constituye un defecto que afecte la validez de esa
actuación, ya que existen antecedentes suficientes que permiten establecer que esa determinación
efectivamente fue emitida por ese ente y le fue notificada al recurrente, por lo que no procede que se
disponga la invalidación requerida” (Dictamen Nº 12.190, de 2013).
b) Emana de un órgano que forma parte de la Administración del Estado, lo cual excluye las
entidades privadas, aun cuando cuenten con participación pública, y las entidades
públicas que para efectos de esta ley no se consideran parte de la Administración o
son excluidas de la aplicación de sus normas, como sucede con los órganos
dependientes del poder legislativo y judicial, o el Banco Central y las empresas
públicas creadas por ley.
d) Exige, por regla general, de un procedimiento previo para su dictación, lo cual constituye
también un requisito de carácter formal.
e) Se presume legal, por lo que corresponde a quien alega lo contrario acreditar que el
acto se ha dictado no respetando el ordenamiento jurídico31. En todo caso, en nuestra
31 Bien conocida es la discusión que se ha dado en nuestro país respecto de esta presunción de legalidad. Véase
ARÓSTICA MALDONADO, Iván (1991): ¿Qué queda de la presunción de legalidad? en Revista de Derecho y
Jurisprudencia, t. 88, Primera parte, Sección Derecho, pp. 1-7; SOTO KLOSS (2001); RIVEROS DE GARCÍA,
Beatriz (2006): La presunción de legalidad del acto administrativo: el art. 3o de la ley no 19.880 de procedimientos
administrativos a la luz de la Constitución de 1980, en Ius Publicum, No 16, pp. 117-124. No obstante, la
Contraloría ya reconocía en su jurisprudencia esta presunción, como el Dictamen N° 1589, de 1957, en donde
se establece que un decreto supremo legalmente tramitado tiene pleno valor y eficacia jurídica dentro de la
Administración pública y debe por tanto ser cumplido y respetado por funcionarios públicos no siéndoles lícito
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ii. Se trata de una presunción iuris tantum, es decir, admite prueba en contrario,
de manera que quien la impugna o cuestiona puede acreditar que el
procedimiento para dictar el acto o el acto mismo no cumple con las
previsiones legales y se aparta del marco de juridicidad. Así las cosas, esta
característica hace que la regla general en nuestro Derecho sea la
anulabilidad de los actos administrativos, de manera que serán válidos y
producirán sus efectos mientras no se pruebe que las actuaciones que han
dado lugar a su dictación son contrarias a Derecho.
excusarse de cumplirlo a pretexto de la supuesta ilegalidad del mismo, ya que una vez que ha sido tramitado
y tomado razón por Contraloría se ha establecido una verdadera presunción de legalidad. Lo anterior no
significa coartar libertad de un funcionario para representar la ilegalidad de un decreto, a fin de que ella pueda
ser reparada en caso de existir, por quien corresponda. También se pueden consultar los dictámenes Nºs. 117,
7355, 8449, 9161 y 14441 todos de 2007.
32 Vid. ARÓSTICA MALDONADO, Iván (1991): ¿Qué queda de la presunción de legalidad? En Revista de Derecho y
Jurisprudencia, t. 88, 1991, Primera parte, Sección Derecho, pp. 1-7; SOTO KLOSS, Eduardo (2001): La ley
19.880, sobre procedimientos administrativos, ¿“Aleluya” o “Miserere”?, en “Ley No 19.880, sobre procedimientos
administrativo. Conferencias”, Santo Tomás de Aquino. Santiago: Universidad Santo Tomás, 2001; RIVEROS
DE GARCÍA, Beatriz (2006): La presunción de legalidad del acto administrativo: el art. 3º de la Ley Nº 19.880 de
procedimientos administrativos a la luz de la Constitución de 1980, en Ius Publicum, No 16, pp.117-124.
33 Esta constituye una jurisprudencia asentada en numerosos dictámenes, como el Dictamen N° 1589 de 1957,
en donde se establece que un decreto supremo legalmente tramitado tiene pleno valor y eficacia jurídica dentro
de la administración pública y debe por tanto ser cumplido y respetado por funcionarios públicos no siéndoles
lícito excusarse de cumplirlo a pretexto de supuesta ilegalidad del mismo, ya que una vez que ha sido tramitado
y tomado razón por Contraloría se ha establecido una verdadera presunción de legalidad. Lo anterior no
significa coartar libertad de un funcionario para representar la ilegalidad de un decreto, a fin de que ella pueda
ser reparada en caso de existir, por quien corresponda. También se pueden consultar los dictámenes Nºs. 117,
7.355, 8.449, 9.161 y 14.441, todos de 2007.
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Los actos administrativos admiten distintas clasificaciones que tienen importancia en cuanto
al régimen y efectos que le son aplicables. Analizaremos a continuación las más relevantes.
b) En cuanto a los efectos que produce respecto de terceros, se distingue entre actos de
efectos favorables o de efectos desfavorables. Los actos favorables son aquellos que
implica un beneficio o mejora en la esfera jurídica del destinatario del acto, como el
otorgamiento de una concesión sobre un bien público o una autorización. En cambio,
el acto desfavorable es aquél que produce un efecto negativo en la esfera jurídica de
su destinatario, como una sanción administrativa. A este respecto debemos hacer las
siguientes precisiones:
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ii. Los actos desfavorables no pueden tener efecto retroactivo, lo que si sucede
con los actos favorables (artículo 52 LBPA).
iii. Los actos favorables no se pueden revocar, en la medida que se trate de actos
declarativos o creadores de derechos adquiridos legítimamente (artículo 61
letra a) LBPA). Por su parte, los actos desfavorables pueden ser revocados
en la medida que a ley no haya determinado expresamente otra forma de
extinción o que, por su naturaleza, la regulación legal del acto impida que
sean dejados sin efecto (artículo 61 letras b) y c) LBPA).
v. Por último, los actos desfavorables exigen audiencia del afectado como
requisito esencial del procedimiento administrativo, tal como lo ha afirmado
la jurisprudencia del Tribunal Constitucional en relación con la aplicación de
la garantía del racional y justo procedimiento prevista en el artículo 19 Nº 3
inciso 6º de la Constitución.
c) En relación con los destinatarios del acto administrativo, se distingue entre actos
administrativos de efectos generales y de efectos individuales. La importancia dice relación
con el momento en que dichos actos producen efectos. Así, los actos administrativos
que interesen a un número indeterminado de personas requieren ser publicados en
el Diario Oficial (artículo 45 b) LBPA), mientras que los actos administrativos de
efectos individuales deben ser notificados para que produzcan efectos (artículo 45).
En todo caso, las modalidades de notificación son diversas. Por regla general, la
notificación es por carta certificada, pero también se admite la notificación personal,
tácita y mediante la publicación del acto (artículos 46, 47 y 48 LBPA).
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ii. También por regla general los actos administrativos de trámite no son
impugnables, ya que se entiende que la impugnación del acto terminal
implica también la impugnación de todos los actos de trámite que fueron
parte del procedimiento.
iii. Sin embargo, los actos de mero trámite son impugnables cuando determinen
la imposibilidad de continuar un procedimiento o produzcan indefensión. En
el primer caso nos encontramos con los casos de desistimiento, renuncia del
derecho, prescripción y causa sobreviniente, que exige de un acto fundado
(artículo 14 LBPA). En el segundo supuesto, la indefensión se puede
presentar al denegarse la apertura de un término probatorio o una audiencia
que constituya un requisito esencial.
f) En cuanto a sus requisitos formales, los actos administrativos pueden ser fundados o no
fundados. La fundamentación consiste en expresar los motivos de hecho y derecho
que ha tenido la autoridad para emitir el acto, como garantía de transparencia y de
derecho a la defensa del destinatario al momento de impugnarlo. Ahora bien,
conforme a la LBPA se deben fundar: i) el acto terminal (artículo 41 inciso 4º); ii) los
actos de trámites que pongan término al procedimiento (artículo 14 inciso final); iii)
los actos de trámite que afectaren los derechos de los particulares, sea que los limiten,
restrinjan, priven de ellos, perturben o amenacen su legítimo ejercicio (artículo 11
inciso 2º) y iv) los actos que resuelvan recursos administrativos (artículo 11 inciso
2º).
Siguiendo el tratamiento general del acto administrativo, la doctrina se hace cargo de los
elementos que lo conforman, para establecer las condiciones o requisitos de validez del
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mismo. A su vez, para este análisis se distinguen tres categorías: a) los elementos subjetivos,
b) los elementos objetivos y c) los elementos formales.
Los elementos subjetivos son aquellos que atienden a la autoridad que emite el acto, y su
análisis se centra en tres elementos básicos: i) Que se trate de un órgano que forme parte de
la Administración del Estado; ii) la investidura de la autoridad y iii) su competencia.
Es una condición esencial que el acto emane de un órgano que forma parte de la Administración
del Estado, conforme lo define el artículo 1º de la LBGAE con las precisiones que hace el
artículo 2º de la LBPA. En tal sentido, no tienen la calidad de acto administrativo aquellos
que emanan de entidades que están bajo la dependencia de otros poderes públicos, como
sucede con el Poder Judicial y el Congreso Nacional. A su vez, tampoco tienen esta calidad
aquellos actos emanan de entidades privadas, aun cuando tengan participación órganos
públicos.
En tercer término, nos encontramos con la competencia, que es el ámbito de atribuciones que
la ley entrega a un órgano administrativo. Para tal efecto, puede utilizar diversos criterios,
como sucede con la materia (v.gr. los ministerios), el territorio (v.gr. nacional, regional,
provincial o comunal), el grado o jerarquía, el tiempo o pro tempore (v.gr. el plazo de
caducidad para ejercer una potestad) y los sujetos.
Los elementos objetivos atienden al acto en sí mismo, en los cuales la doctrina comprende:
i) los motivos de hecho y de derecho que han servido de base a la decisión adoptada; ii) el
objeto, que contienen el pronunciamiento final de la autoridad; y ii) el fin, en relación al
interés público específico establecido por la ley para la dictación del acto.
En cuanto a los motivos del acto administrativo, éstos siempre reconocen una causa o motivo
que justifica su dictación. Así, los motivos del acto administrativo dicen relación con los
antecedentes de hecho y de derecho que son necesarios para su dictación, en los términos
establecidos por el ordenamiento jurídico. No se identifica con la causa propia del acto o
negocio jurídico privado, ya que si los motivos que tiene la Administración para actuar están
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previstos por la ley, siendo siempre objetivos, y están lejos de cualquier actuación impulsiva
o del mero arbitrio34.
Si bien en el Derecho privado se hace la distinción entre motivo y causa35, aquello no ocurre
necesariamente en el caso del Derecho administrativo, ya que los órganos administrativos
no tienen otro fundamento en el actuar que aquellos previstos en la ley36. Bien se ha señalado
que el control de los motivos del acto administrativo se erige como uno de los puntos
centrales del control de legalidad, ya que en ellos se interrelacionan las cuestiones de hecho
con las de derecho.37
Ahora bien, el vicio en los motivos puede presentarse en el caso que no concurran los
presupuestos de derecho y de hecho necesarios para su dictación (ausencia de motivos), o
existe una errónea interpretación de la ley, falsedad de los hechos o errónea apreciación de
los hechos y de su calificación subsiguiente (ilegalidad en los motivos).38
De esta forma, no es posible que la autoridad administrativa pueda crear poderes que no le
hayan sido atribuidos por el legislador, ni menos establecer hechos que son inexistentes para
fundar su actuación. A su vez, en el mismo plano se encuentran las interpretaciones erróneas
de la ley y una errónea calificación jurídica de los hechos. Así, por ejemplo, no existen
motivos de derecho cuando se ejerce una potestad no prevista por la ley (atribuirse una
potestad sancionadora), mientras que no concurren motivos de hecho cuando se sanciona
por una conducta no acreditada (inexistencia del hecho infraccional). A su vez, se incurre en
una ilegalidad en los motivos cuando se hace una interpretación errónea de la ley, al
establecer la existencia de un ilícito que no está previsto por el ordenamiento y es producto
de la interpretación que se hace de diversas normas jurídicas por parte de la autoridad. Por
último, hay una errónea calificación de los hechos cuando se considera que una conducta es
una infracción, no siéndolo.
34 Por tal razón, no es de extrañar que los autores utilicen la expresión causa en lugar de motivos. Véase
GARRIDO FALLA, Fernando, Tratado de Derecho Administrativo, Madrid, Tecnos, 13ª ed. v. II, 2002, pp. 598-
606, y CASSAGNE, Juan Carlos, El acto administrativo. Teoría y Régimen Jurídico, Buenos Aires, La Ley, 2012,
pp. 225-229.
35 En la doctrina civil se distingue entre los motivos y la causa. Mientras los primeros son indeterminados
(causa impulsiva), el segundo es constante y permanente (causa finalis). En este sentido se ha señalado que
“[…] motivo o móvil, llamado también causa impulsiva u ocasional, es el fin mediato, lejano, que se propone una persona
al obligarse; es la razón personal, a menudo secreta, que mueve a una persona a contraer la obligación. Mientras la causa
final es siempre la misma tratándose de idéntico tipo de actos, el motivo o causa impulsiva es variable hasta el infinito
según sean las personas que celebran el acto o contrato”. Vid. ALESSANDRI, Arturo; SOMARRIVA, Manuel y
VODANOVIC, Antonio. Tratado de Derecho Civil. Parte Preliminar y General, Santiago, Editorial Jurídica, p. 178.
36 GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo y FERNÁNDEZ, Tomás-Ramón (2008): Curso de Derecho Administrativo,
como sucede con GARRIDO FALLA y CASSAGNE. En una línea similar se pronuncia Eduardo Soto Kloss, para
quien el motivo de actuar no es otro que un “hecho”, configurado por el legislador como necesidad pública
para satisfacer y que mueve a actuar al órgano habilitado al efecto con la potestad pública, y que constituye el
estímulo para que el órgano actúe, sea obrando o bien decidiendo no actuar si esto último aparece como lo más
adecuado en ese instante para el bien común. Véase SOTO KLOSS, Eduardo, Derecho Administrativo. Bases
Fundamentales, T. II, Santiago, Editorial Jurídica, 1996, p. 54. Sin embargo, en nuestra opinión también deben
incorporarse elementos normativos, como es la existencia de la norma legal, así como la interpretación y
razonamiento que sigue la autoridad al momento de dictar el acto. En todo caso, este último punto no incide
en las conclusiones del informe.
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Un ejemplo clásico fue propuesto por Maurice Hauriou, comentando la jurisprudencia del Consejo de
Estado francés en el arrêt Blanchard. Se trata del acto que ordenaba el traslado de un funcionario
público, teniendo como antecedente la solicitud del propio funcionario, la cual era inexistente. En este
caso, se entendió que el acto administrativo quedó huérfano de causa, esto es, de los presupuestos
fácticos que justificaban su dictación.
En todo caso, debemos entender que la discrecionalidad es una decisión deliberada por parte
del legislador como un instrumento entregado a la Administración para plasmar -dentro de
los márgenes que la propia ley establece— una determinada política pública. La doctrina en
general está de acuerdo en que no es posible encontrar potestades totalmente discrecionales,
ya que siempre es posible constatar la concurrencia de elementos reglados que son
insoslayables (como son la existencia de la potestad, la competencia, el control de los hechos
determinantes y el fin), además del respeto de los principios generales del derecho en el caso
del contenido nuclear de la decisión (v.gr. igualdad, no discriminación, proporcionalidad,
buena fe, confianza legítima, etc.).39
Por su parte, la doctrina siguiendo los modelos ius privatistas, establecen una serie de
condiciones de validez del objeto del acto administrativo, en la medida que debe ser: a) lícito;
b) determinado; y c) posible física y jurídicamente40.
i. En primer término, se encuentra la violación de ley en cuanto al fondo, esto es, en los
casos en que el acto administrativo contradice lo prescrito por la ley.
39 GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo (2016): La lucha contra las inmunidades del poder en el Derecho Administrativo,
MARIENHOFF, para quien la moralidad constituye un elemento de igual rango o jerarquía de los otros
elementos. Véase CASSAGNE (2012), p. 230, y MARIENHOFF, Miguel (2011): Tratado de Derecho
Administrativo, 4 ed. T. II, AbeledoPerrot, Buenos Aires, p. 280. En nuestra opinión, la moral está
estrechamente vinculada a los conceptos de ética pública y, particularmente, con la noción de probidad que
demanda de las autoridades y funcionarios “[…] una conducta funcionaria intachable y un desempeño honesto y leal
de la función o cargo, con preeminencia del interés general sobre el particular”, conforme a la Ley Nº 18.575, formando
parte de la legalidad de su actuación.
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iii. Se deben respetar los principios generales del derecho. Este constituye uno de los
principales mecanismos de control de la discrecionalidad, haciéndose aplicación del
principio de igualdad y no discriminación arbitraria42, proporcionalidad43 y buena fe.
Por último, nos encontramos con el fin del acto administrativo. Si bien toda actuación de los
órganos administrativos tiene por objeto satisfacer intereses públicos o generales, la ley le
asigna en muchos casos un interés público específico que justifica la actuación y debe ser
cumplido. Así, si el acto se dicta para satisfacer un interés distinto al previsto por la norma,
se produce una ilegalidad en cuanto al fin, conocida también como desviación de poder, y
que analizaremos al tratar de las causales de nulidad que afectan a un acto administrativo.
Puede suceder que los efectos del acto administrativo no sean puros y simples, sino que
estén sujetos a cláusulas accesorias que amplíen o restrinjan el objeto normal del acto, como
puede ser el plazo, la condición o el modo. En primer término, para que la autoridad pueda
establecer estos elementos o cláusulas accesorias se requiere de una norma legal expresa.
En efecto, los órganos de la Administración deben someterse de forma estricta al principio
de legalidad, razón por la cual no sería posible sostener la existencia de cláusulas
accidentales entregadas al libre arbitrio de la autoridad, salvo cuando se trata de potestades
discrecionales, caso en el cual se reconoce un mayor margen de actuación, pero sujeto al
interés general44. Más aún, algunos autores han sostenido la improcedencia de la “condición
suspensiva” respecto del acto administrativo en general, y especialmente con relación al acto
discrecional. Así MARIENHOFF afirmaba que “[…] los actos administrativos que se emitan sin
la concurrencia actual de los “hechos” que justifican su emisión, son actos viciados por falta de “causa”
o “motivo”.45
41 En el Dictamen Nº 85.944, de 2015, se señala que “[…] el servicio público ha subsanado el vicio de que adolecía
el Manual de Patrocinios, siendo procedente asignar a dicho acto administrativo un efecto retroactivo, al tenor del artículo
52 de la ley N° 19.880, puesto que produce consecuencias favorables para los interesados y no lesiona derechos de terceros”.
42 Véase Dictamen Nº 28.896, de 2008. En este caso se sostuvo que “[…] el artículo 32 [del Decreto 23, de
2007, del Ministerio de Bienes Nacionales] para las personas que allí se mencionan, altera, en términos carentes del
debido fundamento racional, la aplicación de los criterios generales definidos por el reglamento, de forma tal que dicha
diferencia no cumple con los requisitos que exige nuestro ordenamiento jurídico -en especial, el artículo 19, N° 2, inciso
segundo, de la Constitución Política-, debiendo entonces entenderse que la autoridad ha excedido en esta parte los límites
en el marco de los cuales debe ser ejercida la potestad reglamentaria de ejecución”.
43 Véase Dictamen Nº 39.990, de 2012, respecto del reglamento de la Comisión Nacional de Acreditación que
AFPs pueda aplicarse sin ninguna restricción el principio de autonomía de la voluntad”. Dictamen Nº 98.889,de 2015.
45 MARIENHOFF, Tratado, T. II, p. 282.
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Administrativo, donde comúnmente en ciertas relaciones se subordina el comienzo de los efectos del
acto al dictado de otro acto futuro e incierto, como acontece en materia de aprobación. En este último
caso, si existiera un vicio en el acto que la dispone, tal defecto no incide en la validez del acto aprobado,
si bien para que éste produzca efectos jurídicos es necesarios que se subsane el vicio o defecto existente
en el acto de aprobación”46. De esta manera, sería procedente el establecimiento de la condición
suspensiva.
En nuestro ordenamiento se aplican dos normas centrales en materia de efectos del acto
administrativo, como son los artículos 3º inciso final y 51 de la LBPA. De ambas
disposiciones se desprende que los actos administrativos producen sus efectos, por regla
general, desde el momento en que se dictan. Sin embargo, la misma norma establece la
posibilidad de que la autoridad suspenda los efectos en el marco de un procedimiento
impugnatorio, o que una disposición establezca lo contrario o necesiten aprobación o
autorización superior. Por lo tanto, la regla general es que los actos administrativos
produzcan sus efectos de forma inmediata, salvo en las excepciones previstas por la ley, una
de las cuales es que una disposición establezca lo contrario. En ningún caso se establece que
esta disposición deba estar prevista sólo en la ley, porque bien se puede considerar en una
norma reglamentaria, en una circular o instructivo o en el propio acto administrativo. En
este último caso, la procedencia de una cláusula accesoria sólo puede hacerse de forma
excepcional, debiendo ser coherente con la finalidad perseguida por la norma que regula el
contenido principal del acto.
46 CASSAGNE, p. 257.
47 GARCÍA DE ENTERRÍA, Curso, T. I, p. 566.
48 SANTAMARÍA PASTOR, Juan Alfonso, Principios de Derecho Administrativo General, T. II, Madrid, Iustel, pp.
129-130.
49 Véase SANTAMARÍA PASTOR, p. 130.
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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Por último, nos encontramos con los requisitos o elementos formales que debe cumplir el
acto administrativo. En este caso tradicionalmente se distingue entre los requisitos de
procedimiento y los requisitos que se exigen para su emisión.
c) Debe estar motivado o fundado, es decir, debe expresar los motivos. La doctrina
denomina a este requisito formal como “motivación”, para distinguirlo de los
“motivos” como requisito objetivo. Habitualmente en los actos administrativos
aparecen bajo la siguiente denominación:
e) Luego debe ser firmado por la autoridad competente y, en su caso, de las autoridades
que corresponda. Así, por ejemplo, los decretos supremos deben ser firmados por el
Presidente de la República y el ministro de la cartera respectiva (artículo 35 de la
Constitución) y en algunos casos por todos los ministros (artículos 32 Nº 20 y 99 de
la Constitución).
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f) También llevará, cuando corresponda, la firma del ministro de fe que autoriza, como
ocurre con el secretario municipal en un decreto alcaldicio o del subsecretario en un
decreto supremo.
g) Por último, deben expresar los recursos que contra del mismo procedan, órgano
administrativo o judicial ante el que hubieran de presentarse y plazo para
interponerlos.
6.1. Los efectos del acto administrativo. Precisión conceptual: validez, ejecutoriedad,
eficacia y ejecutoriedad
Por su parte, la ejecutoriedad o eficacia dice relación con los efectos jurídicos que produce un
acto administrativo, ya sea respecto de la Administración autora del mismo, como de sus
destinatarios, creando, modificando o extinguiendo situaciones jurídicas. En tal sentido, el
acto existe y es ejecutorio, en la medida que produce en el plano jurídico los efectos que le
son propios y, si fuese necesario, será el título que justifique su ejecución material
(ejecutividad).
Ahora bien, aquello no se ve afectado por el hecho de que se cuestione la validez o legalidad
del acto, ya que como el acto administrativo se presume legal, aquellos producen los efectos
que le son propios mientras que no se declare su ilegalidad, ya sea mediante la invalidación
que puede ordenar la autoridad administrativa (artículo 53 de la Ley Nº 19.880) o la nulidad
por la autoridad judicial.
50Vid. BOCANEGRA, Raúl (2004): Lecciones sobe el acto administrativo, 2ª ed., Madrid, Thomson Civitas, p. 108,
quien señala que un acto administrativo es válido cuando cumple con las condiciones, formales y materiales,
que el ordenamiento exige para su existencia, la validez equivale, por tanto, a la plena conformidad a Derecho
del acto administrativo.
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gravedad del vicio, es posible establecer diversos niveles de ilegalidad y, por tanto, de
sanción: nulidad de pleno derecho, anulabilidad y vicios no invalidantes.51
Como bien sostiene la doctrina, en los supuestos de actos nulos de pleno derecho es posible
afirmar la existencia de una vinculación cierta entre validez y eficacia52, es decir, en la medida
que el acto es nulo, no puede producir efecto alguno. Aquello no ocurre, sin embargo, en el
caso de los actos administrativos anulables, en relación con los cuales las nociones de validez
y eficacia son conceptos relativamente independientes53. Esto se debe, en definitiva, porque
el ordenamiento coloca de cargo de los afectados la posibilidad de impugnar los actos
anulables y enervar sus efectos, de tal forma que si no ejercen las acciones que franquea la
ley, opera la caducidad de las mismas y el acto nulo se transforma en un acto administrativo
firme y, por tanto, inatacable.
Ahora bien, en el caso chileno, las normas legales reconocen claramente la anulabilidad como
el régimen general, partiendo de la base que los actos administrativos se presumen legales.
De esta forma, el juicio de validez del acto administrativo queda condicionado a la posibilidad
que el afectado lo impugne judicialmente y aquella pretensión sea en definitiva acogida.
Así, el acto administrativo anulable parte del supuesto que se presume legal o válido, a efectos
de permitir sus efectos jurídicos se produzcan de forma inmediata respecto de sus
destinatarios, quedando condicionada la discusión de su validez a una eventual impugnación
en sede judicial, pues dicha presunción admite prueba en contrario. A su vez, en el caso que
sea acogida, se rompe la presunción de legalidad, el acto es anulado y, por tanto, se debe
retrotraer todos sus efectos a la época de su dictación, como si jamás hubiese existido.
Por su parte, la ejecutividad alude la materialización efectiva de los efectos del acto, en la
medida que el acto lo requiera y está vinculado con las formas de ejecución de un acto
administrativo, como puede ser una clausura de un establecimiento, la demolición de un
edificio que amenace ruina o el descuento del monto de una multa de la remuneración de un
funcionario, producto de una medida disciplinaria.
En este sentido, la Corte Suprema ha señalado que “[…] de los artículos 3 y 51 de la Ley N°
19.880, aparece con total claridad la distinción entre “ejecutoriedad” y “ejecutividad” de los actos
administrativos. Así, conforme a la idea de ejecutoriedad, aquellos se insertan directamente en el
ordenamiento jurídico, esto es, sus efectos y las situaciones jurídicas que crea nacen de inmediato, es
decir, sin necesidad de recurrir a otra autoridad -judicial o de otra índole- para que lo vise y con ello
se perfeccionen, con lo que si a través del acto se imponen obligaciones, éstas nacen precisamente con
dicho acto y no en una etapa posterior.
51 Como veremos más adelante, un acto administrativo que adolezca de un vicio o ilegalidad es en principio
anulable. Sin embargo, a partir de dicha regla general se puede establecer una gradación, considerando la
gravedad de la infracción, que puede llevar a una nulidad de pleno derecho o la existencia de vicios no
invalidantes.
52 BOCANEGRA (2004), p. 110.
53 Idem.
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De forma coetánea a lo explicado precedentemente, se ubica la ejecutividad, concepto que dice relación
con la eficacia de los actos administrativos, esto es, con el momento a partir del cual se desarrollan los
efectos que aquellos han creado y que corresponde, en términos generales, con el de su notificación. Es
decir, en principio, los efectos del acto administrativo se producen desde su notificación, a menos que
el propio acto o la ley establezcan una suspensión o un momento posterior de inicio de los mismos”.
(Sentencia de 30 de octubre de 2014, Rol Nº 1.079-2014 considerando 11º)
En esta materia, nuestro máximo tribunal ha seguido a Jean Rivero, quien señalaba que
“[…] el acto administrativo modifica unilateralmente las situaciones jurídicas, siendo ello una
manifestación del imperio público. Así, el acto administrativo se beneficia de la presunción de
legalidad, antes de toda verificación por el juez, de lo que se siguen las siguientes consecuencias: i) La
afirmación de una situación jurídica nueva es creada inmediatamente: el particular en quien recae la
decisión se encuentra, desde el momento que se dicta, titular del derecho o deudor de la obligación;
acreedor o deudor; obligado a hacer o no hacer; investido de un estatuto nuevo, etc”. A continuación,
el mismo autor expresa que “ii) El particular puede hacer caer la presunción de legalidad,
reclamando la ilegalidad del acto ante el juez […] iii) Pero el recurso ante el juez no es suspensivo,
sino que el acto administrativo produce plenos efectos hasta que el juez declare la ilegalidad y, por otra
parte, corresponde al particular probar la ilegalidad del acto. Este privilegio hace que la autoridad
del acto que se le otorga al acto, los efectos del mismo, se produzcan en forma previa a cualquier
verificación anterior por el juez” (Rivero, Jean (1965), Droit Administrative, 3° edición, París,
Dalloz, 1965, pp. 88-89. Traducción libre).
Por último, no se puede confundir el concepto de acto administrativo ejecutorio con acto
administrativo firme. Es posible que un acto administrativo cause inmediata ejecutoriedad,
pero que no se encuentre firme, ya que ha sido objeto de impugnación. Así, un acto
administrativo firme será aquél que no ha sido objeto de impugnación o que habiendo sido,
estos ya han sido resueltos en sede administrativa y/o jurisdiccional.
Por tal razón, Contraloría sostiene, en definitiva, que el ámbito del Derecho administrativo
no cabe aplicar los conceptos de ejecutoriedad, cosa juzgada y desasimiento con el mismo
sentido y alcance que se les otorga en el campo del derecho privado, ya que en esta materia
rige como principio general aquel, según el cual, los actos administrativos son esencialmente
revocables (Dictamen Nº33.926, de 1995).
La Ley Nº 19.880 dispone que en su artículo 51 que “[…] los actos de la Administración
Pública sujetos al Derecho Administrativo causan inmediata ejecutoriedad, salvo en aquellos casos
en que una disposición establezca lo contrario o necesiten aprobación o autorización superior”. Así,
un acto administrativo produce, por regla general, sus efectos en el plano jurídico desde que
se dicta (inmediata ejecutoriedad), salvo que requiere de una actuación posterior (aprobación
o autorización superior, notificación o publicación) o este sujeto a un plazo o condición que
suspenda sus efectos en el plano jurídico. Cuestión distinta es que estando ejecutoriado se
suspenda su ejecución material, ya sea por la autoridad administrativa o judicial (artículos
3º inciso final y 57 de la Ley Nº 19.880), ya que esta medida afecta su eficacia o ejecutividad.
Así, el acto administrativo que impone como sanción una multa, supone que el particular
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a) Aspectos generales
54 Vid. ARÓSTICA MALDONADO, Iván (1991): ¿Qué queda de la presunción de legalidad? En Revista de
Derecho y Jurisprudencia, t. 88, 1991, Primera parte, Sección Derecho, pp. 1-7; SOTO KLOSS, Eduardo
(2001): La ley 19.880, sobre procedimientos administrativos, ¿ “Aleluya” o “Miserere”?, en “Ley Nº 19.880,
sobre procedimientos administrativo. Conferencias”, Santo Tomás de Aquino. Santiago: Universidad Santo
Tomás, 2001; RIVEROS DE GARCÍA, Beatriz (2006): La presunción de legalidad del acto administrativo: el
art. 3o de la Ley Nº 19.880 de procedimientos administrativos a la luz de la Constitución de 1980, en Ius
Publicum, Nº 16, pp.117-124.
55 Esta constituye una jurisprudencia asentada en numerosos dictámenes, como el Dictamen N° 1589 de 1957,
en donde se establece que un decreto supremo legalmente tramitado tiene pleno valor y eficacia jurídica dentro
de la Administración pública y debe por tanto ser cumplido y respetado por funcionarios públicos no siéndoles
lícito excusarse de cumplirlo a pretexto de supuesta ilegalidad del mismo, ya que una vez que ha sido tramitado
y tomado razón por Contraloría se ha establecido una verdadera presunción de legalidad. Lo anterior no
significa coartar libertad de un funcionario para representar la ilegalidad de un decreto, a fin de que ella pueda
ser reparada en caso de existir, por quien corresponda. También se pueden consultar los dictámenes Nºs. 117,
7355, 8449, 9161 y 14441 todas del año 2007.
56 Tal como lo señala SANTAMARÍA PASTOR, Juan Alfonso (2001): Principios de Derecho administrativo. T. II,
Madrid. Ramón Areces, p. 164, esta es una fórmula tradicional, tomada de la doctrina italiana, que expresa la
denominada de validez o legitimidad: una presunción juris tantum, con arreglo a la cual los actos
administrativos han de tenerse por ajustados a Derecho, hasta tanto su invalidez no sea declarada formalmente
por otro acto posterior o por una sentencia judicial. Sin embargo, esta expresión, que pretendía explicar las
causas jurídicas de la autotutela declarativa (los actos son capaces de modificar per se situaciones jurídicas
porque se presumen legalmente válidos), es técnicamente incorrecta: el que un acto se presuma válido no
supone, necesariamente, que pueda modificar por sí sólo, de modo autoritario, situaciones jurídicas de otros
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Por último, en la medida que el acto impone a los destinatarios un deber, en caso de que éste
no sea cumplido, da lugar al ejercicio de la potestad sancionadora de la Administración en
los casos previstos por la ley, lo cual es sin perjuicio del derecho a interponer contra el acto
los recursos que se estimen procedentes.
El acto administrativo produce sus efectos desde su entrada en vigencia hasta su extinción.
Sin embargo, existen una serie de hechos que pueden condicionar su eficacia o en su caso
interrumpirla. Por su parte, también se debe determinar con precisión el momento en que
este acto va comenzar a producir los efectos que le son propios. Por tal razón, en este
apartado nos avocaremos a establecer el momento en que se inicia la eficacia del acto
administrativo (i), la posibilidad de que produzca efectos antes de su entrada en vigencia (ii),
la suspensión de sus efectos (iii) y los hechos que determinan su extinción (iv).
i. Momento en que el acto administrativo produce sus efectos. Regla general y excepciones.
Sin embargo, la LBPA establece tres excepciones a esta regla, tomada de la legislación
española y no sin cierto cuestionamiento. Se exceptúan aquellos casos en que: a) una
disposición establezca lo contrario; b) o necesiten aprobación o autorización superior, c)
además que "[…] los decretos y las resoluciones producirán efectos jurídicos desde su notificación o
publicación, según sean de contenido individual o general” (inc. 2º). Existen, por tanto, tres
sujetos. La presunción sólo expresa, de modo bastante críptico, la imposición al destinatario del acto de la
carga de recurrirlo si desea privarle de eficacia.
57 El artículo 56 de la derogada Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones
Públicas y del Procedimiento Administrativo Común de España, al tratar de la eficacia de estos actos,
establecía que “[…] los actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho Administrativo serán ejecutivos con
arreglo a lo dispuesto en esta Ley”. Por su parte, el artículo 57.1 precisaba esta época al disponer que “[…] los
actos de las Administraciones Públicas sujetos al Derecho Administrativo se presumirán válidos y producirán efectos
desde la fecha en que se dicten, salvo que en ellos se disponga otra cosa”. Esta disposición se encuentra actualmente
en el artículo 39.1 de la Ley 39/2015, de 1 de octubre, del Procedimiento Administrativo Común de las
Administraciones Públicas.
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supuestos que impiden la inmediata eficacia del acto administrativo. Analicemos cada uno
de ellos.
b) El segundo supuesto nos indica que el acto administrativo no producirá sus efectos
inmediatos cuando “necesiten aprobación o autorización superior”. En este caso, estamos frente
a un supuesto de competencia compartida, lo cual impide que el acto nazca a la vida jurídica
mientras no cuente con la autorización superior. Si se observa bien este caso desde el punto
de vista del procedimiento administrativo, lo que se produce es la falta de un requisito o
condición para que el acto nazca válidamente. Por tal razón, en estricto rigor se trata de una
excepción aparente, como ocurría en el caso anterior.
c) El único caso que constituye una excepción está constituido por la necesidad de
notificación o publicación, que ha de tener lugar respecto de todos los actos que afecten a
los derechos o intereses de quienes tienen la calidad de partes en un procedimiento (art. 51
inc. 2o). El acto, en este caso, es válido y perfecto, pero el deber de su cumplimiento no surge
sino cuando la notificación o publicación han sido correctamente realizadas.
58 GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo y FERNÁNDEZ, Tomás-Ramón (2008): Curso de Derecho administrativo. 14ª
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Uno de los problemas asociados a los efectos del acto administrativo es la posibilidad de que
este pueda producir efectos respecto de hechos acaecidos con anterioridad a su entrada en
vigencia. Antes de la entrada en vigencia de la LBPA, la jurisprudencia de la Contraloría
General había sido constante en sostener el principio de la irretroactividad de los actos
administrativos, señalando que los decretos y resoluciones sólo pueden regir para el futuro
y una vez cumplida su total tramitación, de suerte que no podría disponerse que entren a
regir a contar de una data anterior a la de su total tramitación.61
El hecho de que los actos administrativos puedan tener efectos retroactivos siempre se ha
considerado con la misma desconfianza y posición restrictiva que la retroactividad de las
normas, por el peligro que siempre conlleva este tipo de regulaciones a la seguridad jurídica.
Sin embargo, la LBPA atenuó los alcances de la posición adoptada la Contraloría y ha
dispuesto que “[…] los actos administrativos no tendrán efecto retroactivo, salvo cuando
produzcan consecuencias favorables para los interesados y no lesionen derechos de terceros”. Así las
cosas, la retroactividad tiene un carácter excepcional, la cual opera en los casos y condiciones
que indica el precepto citado. Esta ha sido, por lo demás, la posición que ha adoptado la
Contraloría en el último tiempo, la cual ha señalado que “[…] la excepción al principio de
irretroactividad señalada en el citado artículo 52, atendida su naturaleza, debe ser interpretada y
aplicada restrictivamente y, por ende, únicamente permite a la autoridad dictar actos administrativos
que afecten situaciones jurídicas ya consolidadas, en la medida que aquellos traigan aparejadas
consecuencias más favorables para los interesados y, que no se menoscaben o perjudiquen los derechos
de terceros”.62
Ahora bien, para que el acto administrativo pueda producir efectos retroactivos es necesario
que este produzca consecuencias favorables para los interesados y no lesionen derechos de
terceros. En el primer caso, el reconocimiento de una situación favorable respecto de una
persona exige que en aquella época se hayan verificado las condiciones o supuestos de hecho
que exigen tal reconocimiento. Así, por ejemplo, la Administración puede reconocer a un
funcionario, a posteriori, el derecho a percibir un bienio desde la fecha en que habían
transcurrido dos años al servicio del respectivo servicio, pero no con anterioridad. En
segundo lugar, se exige que acto favorable no lesione derechos de otras personas a través
de su retroacción. El problema que plantea este supuesto es la imposibilidad de la
retroactividad en los casos en que hubiesen comparecido personas con intereses opuestos al
interesado principal en el marco del procedimiento administrativo. Por tal razón, algunos
autores, como SANTAMARÍA PASTOR, sostienen que en este caso se debe hacer una
ponderación de intereses, de forma que la retroacción del acto favorable se haga de la forma
menos lesiva posible para los terceros interesados.63
La ejecución de oficio del acto administrativo encuentra una excepción muy importante a
través de la medida de suspensión del mismo. Sin embargo, es bueno aclarar que un elemento
esencial de la suspensión en su carácter temporal, lo cual permite distinguirla de la extinción
61 Vid., entre otros, Dictámenes Nºs. 53.003, de 1957 y 9.161, de 2007, que dan cuenta de una jurisprudencia
constante sobre la materia.
62 Vid. dictamen N°34.810, de 2006.
63 SANTAMARÍA PASTOR (2001), p. 167.
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definitiva del acto, aunque esta medida bien puede adoptar un carácter definitivo, en los
casos en que la resolución final acoja el recurso o determine la anulación del acto.
Esta situación está prevista en términos generales en el artículo 3° inciso final LBPA,
aludiendo a la autoridad que lo puede ordenar: “Los actos administrativos gozan de una
presunción de legalidad, de imperio y exigibilidad frente a sus destinatarios, desde su entrada en
vigencia, autorizando su ejecución de oficio por la autoridad administrativa, salvo que mediare una
orden de suspensión dispuesta por la autoridad administrativa dentro del procedimiento
impugnatorio o por el juez, conociendo por la vía jurisdiccional”.
Por tal razón, bien se puede sostener que no es necesario que un acto administrativo se
encuentre firme para que se pueda ejecutar, ya que la interposición de un recurso
administrativo o jurisdiccional no suspende la ejecución de los actos impugnados. Esto
responde a la línea central seguida por nuestra LBPA en orden a garantizar el principio de
eficacia en la acción administrativa y así garantizar su continuidad. Sin embargo, esta
prerrogativa de la cual está dotada la Administración pueda significar un menoscabo a los
derechos de los destinatarios de dicha acción, la cual puede ser de difícil o imposible
reparación. Ante esta posibilidad se consagra la faculta de la autoridad administrativa para
ordenar la suspensión del acto, cuya regulación asume la LBPA
Esta idea se encuentra ratificada en el artículo 57 LBPA, al establecer que: “La interposición
de los recursos administrativos no suspenderá la ejecución del acto impugnado. Con todo, la autoridad
llamada a resolver el recurso, a petición fundada del interesado, podrá suspender la ejecución cuando
el cumplimiento del acto recurrido pudiere causar daño irreparable o hacer imposible el cumplimiento
de lo que se resolviere, en caso de acogerse el recurso”. De esta forma, la medida de suspensión
queda entregada a la decisión de la autoridad administrativa, la cual sólo puede resolver a
petición del interesado, ya que la misma disposición no considera la actuación de oficio. Sin
embargo, esto no puede enervar la aplicación del principio de oficialidad consagrado en el
artículo 8º LBGAE y, especialmente, el principio de legalidad, servicialidad y promoción del
bien común, reconocidos a nivel constitucional y legal, lo cual permite a la autoridad
administrativa decretar la suspensión del acto actuando de oficio. Por lo demás, si de oficio
puede constatar la ilegalidad de un acto y decretarla, bien puede suspender su ejecución
mientras se pronuncia sobre el fondo a fin de evitar un perjuicio o daño irreparable.
Cuestión distinta es lo que ocurre en sede judicial, ya que la LBPA no da cuenta de las
facultades que sobre la materia tiene el juez, salvo por la breve remisión que hace el artículo
3° inciso final. Sin embargo, se ha seguido el mismo principio en nuestra legislación respecto
de los contenciosos-administrativos especiales, como ocurre con el reclamo de ilegalidad
regional (art. 108 de la LOC Nº 19.175, sobre Gobierno y Administración Regional) y el
reclamo de ilegalidad municipal (art. 151 de la LOC Nº 18.695, de Municipalidades), en
donde se faculta a la Corte de Apelaciones para decretar una orden de no innovar cuando el
acto produzca o pueda producir un daño irreparable. Lo mismo se ha ocurrido respecto de
la acción de protección, conforme lo prevé el inciso final del apartado 3 del auto acordado
relativo a su tramitación, aunque con un alcance que excede a los de un contencioso.
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y bien puede el juez, cuando lo estime necesario, ordenarla, especialmente en los casos en
que se pudiere causar daño irreparable o hacer imposible el cumplimiento de lo que se
resolviere, en caso de acogerse el recurso.64
Uno de los puntos centrales de la teoría del acto administrativo y que permite afirmar que
el Derecho administrativo está dominado por su concepto65, lo constituye la posibilidad de
ser ejecutado de oficio por parte de la Administración, siendo al efecto el principal elemento
que permite sostener la existencia en nuestro ordenamiento jurídico de la figura de la
autotutela en su vertiente ejecutiva.
Sin embargo, huelga decir que lo habitual es que los destinatarios del acto lo cumplan de
forma voluntaria, de manera que la ejecución de las decisiones de la Administración supone
la reticencia del particular a llevar adelante la conducta prevista en dicha decisión ejecutoria.
Por tal razón, es necesario establecer de forma previa las condiciones que deben concurrir
para que la Administración se encuentre en condiciones de ejecutar materialmente sus actos
(i), para luego determinar los medios para lograr la ejecución forzosa (ii).
Nuestro Derecho positivo atribuye a la Administración una potestad genérica para proceder
a la ejecución forzosa de sus actos. Así lo establece el ya citado inciso final del art. 3 LBPA
al disponer que “[…] los actos administrativos gozan de una presunción de legalidad, de imperio
y exigibilidad frente a sus destinatarios, desde su entrada en vigencia, autorizando su ejecución de
oficio por la autoridad administrativa”. Ahora bien, para poder ejercer esta potestad son
condiciones necesarias las siguientes:
64 Vid. SOTO KLOSS, Eduardo (1995): Derecho administrativo. Bases fundamentales. T. II, Santiago, Editorial
Jurídica, p. 193.
65 Esta es la clásica afirmación de MAYER, Otto (1949): Derecho administrativo alemán. T. I, Buenos Aires,
Depalma, 1949, p. 125, cuya actualidad defiende en sus obras Raúl BOCANEGRA.
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4. Por último, es necesario la notificación de forma previa antes de la ejecución del acto, tal
como lo dispone el inc. 2º del art. 51, donde establece que “[…] el órgano que ordene un acto
de ejecución material de resoluciones estará obligado a notificar al particular interesado la resolución
que autorice la actuación administrativa”.
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las multas aplicadas por las autoridades administrativas está entregada al Servicio de
Tesorerías68, lo cual atenúa esta suerte de vacío legal y garantiza la eficacia en el actuar de
los órganos que integran la Administración del Estado.
El acto administrativo deja de producir sus efectos y conlleva a su extinción por diversas
causas. Con el objeto de sistematizar las circunstancias que pueden dar lugar a su extinción,
distinguiremos entre causas objetivas (a) y subjetivas, considerando dentro de esta última
aquella que derivan de la decisión del destinatario (b); de los órganos del Estado distinto de
la Administración (c); y por parte de la propia Administración (d).
El acto administrativo puede dejar de producir sus efectos jurídicos sin que medie la
voluntad de sujeto alguno, es decir, por la desaparición de aquellos elementos o
circunstancias que le sirven de sustento. En este caso, la extinción se puede producir en tres
supuestos:
68 Vid. DFL Nº1/1994, del Ministerio de Hacienda, que establece el texto refundido, coordinado y
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los casos en que se otorga una situación jurídica o status de carácter permanente, como
ocurre con el otorgamiento de la nacionalidad, la cual no se agota con su mero ejercicio.
2. Por la verificación de una modalidad que conlleva a la extinción del acto. Se trata de actos
administrativos que limitan sus efectos a un plazo, como ocurre con la licencia para conducir
o el permiso de construcción, o a una condición, como ocurre con el nombramiento de un
funcionario en calidad de suplente, cargo que está condicionado al nombramiento de un
funcionario en calidad de titular.
3. Por último, el acto se puede extinguir por la desaparición de su objeto. Esta causal se
presenta en los actos administrativos de carácter real, como ocurre con el acto de concesión
sobre un bien nacional de uso público, y respecto de actos de naturaleza personalísima, como
en el otorgamiento de una pensión de gracia.
Los casos en que la conducta o decisión del destinatario implica la extinción del acto está
vinculada con los actos de carácter favorable, es decir, aquellos que crean una situación
jurídica que amplía o genera un beneficio en la esfera jurídica de un particular.
Esto puede ocurrir en los casos en que no se despliega la actividad necesaria para
materializar estos efectos favorables (omisión), como ocurre en los supuestos caducidad por
no haber actuado dentro de cierto plazo, siendo el mejor ejemplo el caso de los permisos de
construcción. Sin embargo, el caso más palmario lo constituye la renuncia a la calidad o
situación jurídica de la cual goza la persona, como en los casos de renuncia o desvinculación
de un funcionario público.
Este caso supone la intervención de autoridad legislativa y judicial, cuya determinación hace
cesar los efectos del acto administrativo.
En el primer caso, se trata de una regulación legislativa, la cual puede alterar el régimen
jurídico de un determinado sector, a cuyo amparo se dictaron un conjunto de actos
administrativos, los cuales han de dejar de producir efectos. Así ha ocurrido, en los casos en
69 El artículo 120 de la Ley General de Urbanismo y Construcción dispone que “La vigencia, caducidad y
prórroga de un permiso, como asimismo los efectos derivados de una paralización de obra o la ejecución de una obra sin
permiso, se sujetarán a las normas que señale la Ordenanza General”. Por su parte, el artículo 1.4.17 de la Ordenanza
dispone que “El permiso caducará automáticamente a los tres años de concedido si no se hubieren iniciado las obras
correspondientes o si éstas hubieren permanecido paralizadas durante el mismo lapso”.
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El segundo caso se refiere a la declaración de nulidad del acto administrativo por sentencia
judicial, con la consiguiente extinción del acto y de sus efectos.
La propia Administración puede adoptar la decisión de poner fin a los efectos del acto
administrativo. En el marco de nuestra LBPA esta determinación puede basarse en
fundamentos de legalidad, y se puede adoptar a petición de parte, por la vía de los recursos
administrativos, o de oficio, mediante lo que se conoce como la invalidación. Pero esta
decisión también se puede basar en razones de mérito, oportunidad o conveniencia, en cuyo
caso adopta la denominación de revocación
También el acto puede ser dejado sin efecto por decisión de la propia Administración, ya sea
mediante la invalidación frente a actos que sean contrarios a derecho (artículo 53 LBPA) o
por razones de mérito, oportunidad o conveniencia, como sucede con la revocación (artículo
60 LBPA).
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e) La invalidación
Se trata de una manifestación del principio de legalidad y se construye en sus orígenes como
una potestad derivada o implícita –con toda la discusión que aquello conlleva-, en cuya
virtud la Administración no sólo debe garantizar la juridicidad de sus actos una vez que los
ha dictado, sino que también debe restablecer dicha legalidad en el caso que se hayan emitido
quebrantando el ordenamiento jurídico. Por tal razón, el fundamento de esta potestad
emana, principalmente, de lo dispuesto en los artículos 6 y 7 de la Constitución.
Durante largo tiempo se discutió en Chile la existencia de una potestad invalidatoria, pues
no existía una norma expresa o con carácter general que la reconociera75. Tal como se ha
indicado, la Contraloría la reconoció como una potestad implícita al principio de legalidad y
70 JARA SCHNETTLER, Jaime (2004): La nulidad de Derecho público ante la doctrina y la jurisprudencia (Santiago,
que sostiene que “Históricamente se ha dicho que esta facultad –propia de la autotutela de la Administración– constituye
un poder-deber de los organismos administrativos.”.
72 Sentencia Corte Suprema Rol Nº 97731-2016, caratulada “Ana Huenchun Pilchulman con Corporación Nacional
Derecho, Vol. 16, Nº 2, p. 485. También se puede consultar en (1995): Derecho Administrativo. Bases
Fundamentales, T. II, Santiago, Editorial Jurídica de Chile, pp. 194-211; (2012): Derecho Administrativo.
Temas Fundamentales, Santiago, Thomson Reuters, pp. 467-476.
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su jurisprudencia estableció criterios bastantes claros en relación con su distinción con otros
figuras similares -como la revocación y la caducidad- y limitaciones a su ejercicio respecto
de actos ilegales que produjeran efectos en favor de terceros que estuvieran de buena fe. Así,
se dirá que la invalidación consiste en la extinción de un acto administrativo emitido con
violación del derecho objetivo (Constitución, ley, reglamento, etc.)76, pero que no se puede
dejar de reconocer la existencia de límites virtuales en su ejercicio, cuyo desconocimiento
atentaría contra principios elementales de seguridad en relaciones jurídicas. Dentro de estas
limitaciones, Contraloría advierte la conveniencia de proteger a personas que han actuado
de buena fe y mantener estabilidad de situaciones jurídicas que revisten carácter de
concretas77. A su vez, el Ente contralor también sostuvo que a la autoridad no sólo le asiste
la facultad, sino que se encuentra en el imperativo de invalidar sus actos contrarios a
derecho.78
en artículo 6 inciso 1º de la Carta Fundamental, debe invalidar sus propios actos cuando no están conforme
con el ordenamiento vigente que los obliga (Dictamen Nº33.926, de 1995). Esta idea se reitera posteriormente,
como se puede ver en los Dictámenes Ns.° 53.146, de 2005 y 28.477, de 2006. Luego, la jurisprudencia judicial
dirá que este un imperativo es procedente, aun cuando el acto haya pasado por todos los controles incluso el
de la Contraloría. Véase sentencia de la Corte de Apelaciones de Santiago Rol Nº 4107-2002, caratuladas
“Lavín Mosquera Jaime Alcibiades Eduardo con Subsecretario de Investigaciones de Chile y otro”, en particular
considerando 8º y 12º. Sentencia confirmada por la Corte Suprema en causa Rol Nº 1312-2003.
79 Si bien esta jurisprudencia tiene un antecedente importante en 1981 (Mitsui Chile con Servicion Nacional de
Aduanas, RDJ, t. 78, 1981, 2.5, pp. 83-90), el mayor número de pronunciamientos se concentró en la década de
los noventa, entre los que se pueden destacar: Torrejón Alvarez, RDJ, t. 85 (1988), 2.5, pp. 61-63; Riquelme
Vargas (1994), RDJ, t. 91, 2.5, pp. 45-47; Santibañez Riquelme (1994), RDJ, t. 91, 2.5, pp. 102-104; Espinoza
Briceño (1994), RDJ, t. 91, 2.5, pp. 205-208; Boggiano Zelada (1995), RDJ, t. 92, 2.5, pp. 38-41, y Yáñez Heredia
(1995), RDJ, t. 92, 2.5, pp. 119-123; Castillo Dublas (1995), RDJ, t. 92, 2.5, 214-219; Muñoz Candia, (1996),
RDJ, t. 93, 2.5, 250-252; Andaluz Cepero, (1997), RDJ, t. 94, 2.5, pp. 66-70; Ibarra Alegría, (1997), RDJ, t. 94,
2.5, pp. 168- 173; Gallardo Muñoz, (1997), RDJ, t. 94, 2.5, pp. 251-259; Rivera Rivera (C. de Apelaciones de
Santiago 3.11.1999, rol 3.634-99, confirmada por la Corte Suprema el 16.11.1999 Rol 4.052-99, en Gaceta
Jurídica 233 (1999) pp. 36-39.
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El cambio se produjo en el caso “Salinas Lolic contra Director de Obras Municipales de Viña del Mar”,
sentencia de 20 de octubre de 1999, Rol Nº 3.455-99. En sus considerandos más relevantes, esta
sentencia señala: “Que la facultad de la Administración de retirar sus actos contrarios a derecho
invalidándolos para restablecer el orden jurídico perturbado, mediante un nuevo acto de contrario imperio, sea
de oficio, sea petición de interesados, según lo expuesto en los considerandos anteriores, pertenece, por su
naturaleza, al ámbito de la función administrativa, en la medida que encuentra asidero en el poder específico
de autotutela que habilita a los órganos de la Administración para revisar y evaluar su propia actividad y
eliminar los actos que violentan el principio de legalidad que debe observar la organización estatal (c. 9º); “
Que siendo la potestad de invalidación un asunto comprendido en la actividad administrativa del Estado, su
ejercicio no significa invadir el ámbito de la función jurisdiccional que compete privativamente a los tribunales
establecidos por ley, al tenor de lo preceptuado en el inciso primero del artículo 73 de la Constitución Política.
Pero la aplicación de esta facultad administrativa no excluye ciertamente la intervención de los tribunales en la
materia, a través del conocimiento de los recursos que franquee el ordenamiento jurídico para impugnar los
actos de la Administración, tal como lo admite la parte final del antes citado artículo 9º de la Ley Orgánica
Constitucional Nº 18.575, al declarar que los recursos de reposición y jerárquico que establece la disposición y
que pueden dar lugar a la invalidación de un acto administrativo, son "sin perjuicio de las acciones
jurisdiccionales a que haya lugar” (c. 11); “Que, a su turno, la amplia competencia de "los tribunales que
determine la ley" para conocer de los reclamos que formule cualquiera persona que sea lesionada en sus derechos
por la Administración del Estado, de sus organismos o de las municipalidades, derivada de la reforma que el
Nº 17 del artículo único de la Ley Nº 18.825, de 17 de agosto de 1989, introdujo al inciso segundo del artículo
38 de la Constitución Política, no pudo restringir o alterar las atribuciones de las autoridades administrativas
para reaccionar respecto de la ilegitimidad de sus actos y proceder a su invalidación. (c. 13); “[…] la misma
acción de nulidad de derecho público que se hace derivar de la disposición contenida en el inciso final del artículo
7º de la Carta Fundamental y que sanciona con la nulidad los actos que excedan el marco de las facultades
legales de los órganos del Estado, en relación con el Nº 3 del artículo 19 del texto constitucional, tampoco ha
podido abrogar o limitar la potestad de la Administración de invalidar sus actos ilegítimos, teniendo en
consideración, además, que si esa nulidad se produce de pleno derecho y es perpetua e insanable, como lo sostienen
sus cultores, ella bien puede ser constatada y declarada indistintamente por un tribunal o por la autoridad
administrativa (c. 14); “Que confirma lo expresado en los motivos precedentes, la circunstancia que el
ordenamiento jurídico vigente reconozca la facultad de la Administración de revisar los actos contrarios a
derecho en disposiciones dictadas después de la vigencia de la Constitución Política de 1980 (c. 15.); y “Que la
potestad de la autoridad administrativa de retirar sus actuaciones resueltas en contravención al orden jurídico,
a través de un nuevo acto administrativo invalidatorio, no coloca a los afectados en indefensión porque la nueva
decisión administrativa puede ser impugnada mediante los recursos administrativos o jurisdiccionales que
consulta al efecto la normativa vigente, tal como lo reconoce el antes mencionado artículo 9º de la Ley Orgánica
Constitucional Nº 18.575 y haciendo uso de la acción de protección que prevé el artículo 20 de la Carta Política,
si el acto objetado es arbitrario o ilegal y afecta a uno de los derechos individuales enumerados en este último
precepto (c. 16)”.
40
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Como hemos visto, el artículo 53 de la LBPA dispone que “La autoridad administrativa podrá,
de oficio o a petición de parte, invalidar los actos contrarios a derecho”. Conforme al tenor de la
norma, debemos entender que la autoridad titular de la potestad invalidatoria es aquella que
ha dictado el acto cuya invalidación se pretende o, dicho en otros términos, tiene la potestad
para dictar el acto invalidado, porque –como bien se ha dicho– se trata de una “atribución
doméstica para corregir la ilegalidad de los actos administrativos”80. De esta forma, no es posible
que dicha atribución sea ejercida por otra autoridad que no sea el titular de la potestad, ni
siquiera el superior jerárquico es competente para aquello, tal como lo ha sostenido la Corte
Suprema81 y Contraloría.82
Así, se ha señalado por parte de la Contraloría que “con el propósito de proteger el principio de
juridicidad establecido en los artículos 6° y 7° de la Constitución Política de la República, y reiterado
en el artículo 2° de la citada Ley N° 18.575, la Administración tiene la facultad y, más aún, el deber
de invalidar los actos administrativos en el evento en que se compruebe fehacientemente la existencia
de vicios de legalidad o que el mismo se haya fundado en supuestos erróneos, todos los cuales deben
afectar esencialmente el contenido de los mismos” (Dictámenes Nos. 16.013 de 1969, 8.099 de
1973, 30.885 de 1992, 16.820 de 1993, 4.922, de 1994, 1.001 de 2000, 46.234 de 2001, y
20.477 de 2013).
El acto administrativo que se pretende invalidar debe cumplir con una condición básica:
debe ser contrario a derecho, es decir, debe vulnerar, en términos generales, el principio de
legalidad (artículos 6° y 7º de la Constitución y el artículo 2° de la Ley Nº 18.575). En efecto,
la invalidación supone una disconformidad entre el acto administrativo y las normas
sustantivas y/o procedimentales dispuestas para su dictación84. En tal sentido, la
jurisprudencia administrativa ha establecido que existe un deber ineludible de la autoridad
de invalidar decisiones adoptadas con infracción a la normativa legal y reglamentaria
80 CORDERO VEGA, Luis (2014): Recursos administrativos e invalidación, en Mercurio Legal, 29 de octubre de
2014. En todo caso, la expresión se atribuye al ex Ministro de la Excma. Corte Suprema Urbano Marín.
81 Así en sentencia de 20 de noviembre de 2013, Rol Nº 7728-2013, considerando 5º, en el cual señala que: “Que
en la especie el alcalde inició, a petición de parte, un proceso administrativo que calificó de invalidación, en circunstancias
que, conforme se razonó precedentemente, dicha autoridad carece de competencia para ello puesto que no se trataba de la
revisión de un acto administrativo dictado por ella misma y, por lo tanto, no corresponde a una invalidación, por lo que
su actuar resulta ilegal”.
82 Dictámenes N°s. 53.290, de 2004, 53.875, de 2009 y 56.880, de 2011, entre otros.
83 Sentencia Corte Suprema Rol Nº 97731-2016, caratulada “Ana Huenchun Pilchulman con Corporación Nacional
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aplicable, pues hay un interés general en el restablecimiento del orden jurídico alterado por
actos que adolecen de vicios y que afectan la regularidad del sistema positivo85.
En nuestra opinión, la determinación de los vicios de legalidad que pueden afectar un acto
administrativo no difiere de aquellos que se pueden establecer judicialmente, pues no se trata
de una cuestión de competencia o procedimental (administrativa o judicial), sino que de
fondo. Así las cosas, los vicios de los cuales puede adolecer un acto administrativo son: a) la
investidura irregular de la autoridad, b) la incompetencia de la misma, c) la ausencia de
motivos o la ilegalidad de los motivos (que comprende la interpretación que no se
corresponde con el sentido de la norma), d) la ilegalidad del objeto o decisión, e) la desviación
de poder, y f) el vicio de forma, que puede ser respecto de un requisito esencial del
procedimiento o de la forma de extensión del acto, como es la falta de fundamentación86. En
todo caso, la jurisprudencia y la doctrina han establecido algunos criterios que tienden a
morigerar los efectos radicales de una declaración de invalidación, como es el principio de
conservación, el principio de trascendencia y el principio de protección de la confianza
legítima, similares a los que hemos analizado a propósito del régimen de nulidad de los actos
administrativos.
85 Dictámenes N°s. 53.290, de 2004, 53.875, de 2009 y 56.880, de 2011, entre otros.
86 En tal sentido, la Corte Suprema ha señalado con acierto que “[...] los vicios que pueden eventualmente provocar
la nulidad de un acto administrativo son la ausencia de investidura regular del órgano respectivo, la incompetencia de
éste, la inexistencia de motivo legal o motivo invocado, la existencia de vicios de forma y procedimiento en la generación
del acto, la violación de la ley de fondo atinente a la materia y la desviación de poder”, en Sentencia Rol Nº 2217-
2009, considerando 10º. También en Sentencia Rol N° 3.744-2010. Con anterioridad había dado cuenta de
algunas causales similares, como ocurrió en la Sentencia de 24 de marzo de 1998 “Bellolio con Distribuidora
Chilectra Metropolitana”, en donde se sostiene en su considerando 5º que “[...] la doctrina nacional ha elaborado
la teoría de la nulidad de derecho público, que se puede producir por desviación de poder, ausencia de investidura regular,
incompetencia del órgano, violación de ley y vicios de forma del acto administrativo” (Revista de Derecho y
Jurisprudencia, t. XCV, 1998, 2ª parte, Sec. 1ª, p. 23 y ss. Posteriormente en la Sentencia de 28 de octubre de
2004, “Torres Concha con Fisco de Chile”, Rol N° 938-2004 sostuvo que los vicios que en nuestro ordenamiento
jurídico provocan la nulidad de derecho público de los actos emanados do los entes administrativos se producen
por alguna de las circunstancias siguientes: “[…] ausencia de investidura regular del agente; incompetencia de éste,
irregularidad en la forma de gestación del acto: desviación de poder en el ejercicio de la potestad”.
87 En efecto, según lo ha sostenido la jurisprudencia administrativa “[…] los interesados en que la administración
invalide un acto que estiman contrario a derecho, deben requerirlo en sede administrativa en el plazo de dos años contados
de la publicación o notificación del mismo.”, en dictamen N° 3.587, de 2007.
88 JARA SCHNETTLER, Jaime (2004): La nulidad de derecho público ante la doctrina y jurisprudencia (Santiago,
Editorial Libromar), p. 111 y CORDERO VEGA, Luis (2015): Lecciones de Derecho Administrativo (Santiago, Legal
Publishing), p. 294.
89 Dictamen N° 65.936, de 2012.
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Huenchun Pilchulman, Ana con Corporación Nacional y Desarrollo Indígena, Corte Suprema, 14 agosto 2017, Rol
N° 97.731-2016, y Collinao Urra, Juan con Corporación Nacional de Desarrollo Indígena Región del Bío Bío, Corte
Suprema, 18 enero 2017, Rol N° 73.916-2016.
94 Si bien la invalidación no es un recurso administrativo, se puede hacer aplicación de lo dispuesto en los
artículos 48 y 55 de la LBP, notificando a los terceros interesados mediante la publicación en el diario oficial
del inicio del procedimiento de invalidación.
95 Almondale Valle SpA con Secretaría Ministerial de Educación, Corte Suprema, 18 julio 2018, Rol N° 12.736-
2018; Inmobiliaria Parque Tres S.A. y otro con Ilustre Municipalidad de Providencia, Corte Suprema, 21 agosto
2017, Rol N° 73.800-2016, y Protec Alta Seguridad Limitada con Inspección Comunal del Trabajo de Coronel, Corte
Suprema, 12 junio 2017, Rol N° 12.206-2017.
96 Suiz Corp. SpA con Ilustre Municipalidad de Cerrillos, Corte Suprema, 17 julio 2018, Rol N° 970-2018.
97 Sociedad Contractual Minera Compañía de Salitre y Yodo Cala Cala con Dirección General de Aguas, Corte
Suprema, 23 octubre 2014, Rol N° 8.534-2014; Suiz Corp. SpA con Ilustre Municipalidad de Cerrillos, Corte
Suprema, 17 julio 2018, Rol N° 970-2018; Asociación Deportiva Local de Tenis de Mesa del Maule con Instituto
Nacional de Deportes de la Séptima Región, Corte Suprema, 3 abril 2017, Rol N° 97.801-2016; y Collinao Urra,
Juan con Corporación Nacional de Desarrollo Indígena Región del Bío Bío, Corte Suprema, 18 enero 2017, Rol N°
73.916-2016.
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Esta situación genera una natural preocupación, pues diversas normas administrativas
reconocen la aplicación del principio de buena fe y la protección de la confianza legítima103,
y no parece razonable que los errores en que incurra la Administración dejen en total
desprotección a personas que han obrado bajo la convicción de que el actuar de la autoridad
ha sido legítimo.
Ley Nº 18.575 y 16 de la Ley Nº 18.834, sobre Estatuto Administrativo) y en sectores específicos, como ocurre
en materia tributaria (artículos 8 bis Nº 19 y 26 del Código Tributario).
104 El carácter facultativo de la invalidación ha sido sostenido en diversos pronunciamientos judiciales, v. gr.
sentencias de la Corte Suprema Roles Nºs. 11512-2015, caratulada “Carlos Beltrán Buendía y otros con Comisión
de Evaluación Ambiental de la Región de Los Lagos”, considerando 10º; 16263-2015, caratulada “Junta de Vecinos
Número 11 Maitencillo Norte con Servicio de Evaluación Ambiental de la Región de Valparaíso” (Letra F, de la
sentencia de reemplazo); 10350-2015, caratulada “Rafael Carabis Jouniaux y otros con Secretaría Regional
Ministerial de Vivienda y Urbanismo”, considerando 3º, entre otras. Asimismo, cabe destscar que este criterio
venia siendo sostenido por el ministro Pedro Pierry en algunas de sus prevenciones, v. gr,. en la sentencia Rol
Nº 23000-2014, caratulada “Marila Castillo Pitripan y otros con Director Ejecutivo del Servicio de Evaluación
Ambiental” (véase numeral 4 de su prevención).
Asimismo, se puede revisar el análisis de jurisprudencia que sobre este punto ha desarrollado Luis Cordero
en: CORDERO VEGA, Luis (2015): Lecciones de Derecho Administrativo (Santiago, Thomson Reuters), pp. 296 y
ss.
105 Sentencia Rol Nº 16814-2013, caratulada “Molinera del Norte S.A con I. Municipalidad de Antofagasta”.
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Por tal razón, el acto invalidatorio, como todo acto administrativo, está sujeto al régimen
general de recursos previstos por el ordenamiento jurídico, ya sea en el orden administrativo
y judicial. Sin embargo, en este último caso se establecen algunas reglas especiales en el
inciso final del artículo 53 de la LBPA, el cual dispone que: “El acto invalidatorio será siempre
impugnable ante los Tribunales de Justicia, en procedimiento breve y sumario”.
b) Por regla general, y a falta de norma expresa, debe conocer de esta acción el juez de
letras en lo civil del domicilio del demandado, conforme a la regla general prevista
en el artículo 134 del Código Orgánico de Tribunales. En todo caso, aquellas
entidades que tienen regulado un contencioso administrativo, se les tiende a aplicar
dicho procedimiento, como ocurre con el reclamo de ilegalidad municipal;
c) En cuanto al procedimiento, se ha entendido que quedará sujeto a las reglas del juicio
sumario prevista en los artículos 680 y siguientes del Código Civil, considerando
que la norma del artículo 53 de la LBPA se refiere a un procedimiento breve y
sumario107;
106CORDERO VEGA, Luis (2015): Lecciones de Derecho Administrativo (Santiago, Thomson Reuters), p. 295.
107El recurso a dicho procedimiento tuvo por objeto otorgar una mayor proyección a la situación jurídica de
aquellas personas que podría ver afectados su derechos por el ejercicio de la potestad invalidatoria, mediante
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No obstante, algunos autores sostienen que en el supuesto del acto que rechaza la
invalidación, habría que ejercer la acción general de nulidad, esto es, la nulidad de
derecho público109, sin perjuicio que en algunas regulaciones particulares se permite
la impugnación tanto respecto de la resolución que acoge la invalidación, como
aquella que la rechaza. 110
una acción judicial concentrada, sin embargo, es frecuente que se utilice la acción de protección e lugar de este
mecanismo, en MILLAR, Javier (2013): “El procedimiento administrativo de invalidación y los procesos de
nulidad ante los tribunales de justicia”, en: FERRADA BÓRQUEZ, Juan Carlos [Coord.], La nulidad de los actos
administrativos en el derecho chileno (Santiago, LegalPublishing), pp. 385 y 386.
108 MILLAR, Javier (2013): “El procedimiento administrativo de invalidación y los procesos de nulidad ante los
tribunales de justicia”, en: FERRADA BÓRQUEZ, Juan Carlos [Coord.], La nulidad de los actos administrativos en
el derecho chileno (Santiago, LegalPublishing), p. 385.
109 Vid. CORDERO VEGA, Luis (2015): Lecciones de Derecho Administrativo (Santiago, Thomson Reuters), pp. 294
y 295; JARA SCHNETTLER, Jaime (2004): La nulidad de derecho público ante la doctrina y jurisprudencia (Santiago,
Editorial Libromar), p. 112 y FERRADA BÓRQUEZ, Juan Carlos (2005): “La potestad invalidatoria de los
órganos de la Administración del Estado”, en: Acto y Procedimiento Administrativo, Segundas Jornadas de Derecho
Administrativo (Valparaíso, Ediciones Universitarias de Valparaíso, s.f., p. 146.
110 Tratándose de la invalidación ambiental, el artículo 17 N° 8, Ley Nº 20.600, estableció que el Tribunal
ambiental podrá conocer de las impugnaciones que se interpusieran contra la decisión de la autoridad
administrativa que resolviese un procedimiento invalidatorio de un “acto administrativo de carácter ambiental”,
con prescindencia si en dicho procedimiento se acoge o rechaza la solicitud. Según lo indica la doctrina, la ley
otorgó un reclamo ante el juez en cualquiera de las hipótesis de resolución del procedimiento invalidatorio,
“[…] transformando a esta competencia en una especie de reclamo de ilegalidad residual en materia ambiental, con
agotamiento de la vía administrativa previa.”. Veáse CORDERO VEGA, Luis (2015): Lecciones de Derecho
Administrativo (Santiago, Thomson Reuters), p. 295. Esta interpretación ha sido ratificada por nuestra Excma.
Corte Suprema: “Es evidente, en virtud de la aplicación del principio de especialidad, que el último inciso de la norma
antes transcrita, es reemplazado por lo dispuesto en el artículo 17 N° 8 de la Ley 20.600, razón por la que todas aquellas
disquisiciones doctrinales que limitan la impugnación en sede judicial sólo respecto del acto que efectivamente invalida,
en función de la interpretación literal del mencionado artículo 53 de la Ley N° 19.880, son inaplicables en la especie,
toda vez que expresamente el artículo 17 N° 8 antes aludido establece la competencia para conocer de las reclamaciones
en contra de la resolución que resuelva un procedimiento administrativo de invalidación, esto es, sin distinguir si ella
acoge o rechaza la solicitud. Así, la interpretación armónica de ambas normas permite concluir que el acto administrativo
que resuelve la solicitud de invalidación del artículo 53 de la Ley N° 19.880 es impugnable solamente cuando acoge la
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ii) Produce efectos a futuro o ex nunc, ello dado que, en su origen, el acto
administrativo se encuentra plenamente ajustado a derecho.
Ahora bien, para que estemos frente a la figura del decaimiento como extinción del acto
administrativo o sus efectos, es necesario que se den los siguientes presupuestos114:
a) Que exista un acto administrativo esencialmente terminal, pues lo que trata de
resolver el decaimiento son los efectos que ocurren tras la dictación de un acto
que produce efectos ininterrumpidos o permanentes, y
b) Que concurra una circunstancia sobreviniente, que puede ser de tres tipos:
ii. que afecte el objeto sobre el cual produce sus efectos el acto administrativo,
y
invalidación, salvo que el acto viciado sea uno de naturaleza ambiental, en cuyo caso será también reclamable aquel que
niegue lugar a la invalidación.” (Sentencia Corte Suprema Roles Nºs. 31176-2016, caratulada “Corporación
Fiscalía del Medio Ambiente con Servicio de Evaluación Ambiental”, considerando 8º y 45807-2016, caratulada
“Luis Maturana Crino con Servicio de Evaluación Ambiental”, considerando 8º).
111 SAYAGUES LASO, Enrique (2002): Tratado de Derecho Administrativo, Tomo I, Fundación Cultura
Universitaria, 8º edición, 2002, p. 520. En el mismo sentido, SILVA CIMMA, Enrique, Derecho Administrativo
Chileno y Comparado (Editorial Jurídica de Chile, 1995), pp. 160-161.
112 SILVA CIMMA (1995), pp. 160-161.
113 Así lo sostiene CELIS DANZINGER, Gabriel (2015): Acto y Procedimiento Administrativo (Ediciones
sancionador. Comentarios a las sentencias de la Corte Suprema del año 2010”, en Anuario de Derecho Público
(Universidad Diego Portales, 2011), pp. 246-247.
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7.1 Introducción
El punto de partida de este análisis requiere necesariamente establecer con claridad cuáles
son las razones y fundamentos para separar el régimen de la nulidad de los actos
administrativos respecto de la nulidad civil y, en su caso, comprender si tal separación
constituye sólo un artificio o responde a una cuestión casi esencial que no permite hacer
intercambiable uno y otro sistema (7.2.). Resuelto lo anterior, es necesario establecer cuál
es elemento central que determina la nulidad de los actos administrativos y dentro de dicha
labor determinar las posibles gradaciones respecto de la forma de sancionar dichas
infracciones (7.3.). Luego, nos corresponde analizar la forma cómo se ha resuelto el tema de
las causales de nulidad de los actos administrativos (7.4.) y la manera en que éstas pueden
ser ordenadas dentro de cierta estructura (7.5.). Esto nos permitirá realizar una revisión del
sistema de nulidad de los actos administrativos en nuestro ordenamiento (7.6.).
115 Ídem.
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El análisis de la nulidad de los actos administrativos aparece siempre lastrada por las
categorías civiles, atraída la más de las veces por su pretendido carácter de derecho
común116, por una parte, y por la autoridad de la cual siempre ha gozado producto de su
solidez dogmática, de cuyos conceptos y categorías se han servido otras disciplinas, entre
las cuales se encuentra el Derecho administrativo117. Pesa también en este caso la
preeminencia que ha tenido tradicionalmente el Derecho civil en la formación jurídica, lo
cual ha marcado la forma de comprender y entender el Derecho por parte de los operadores
jurídicos más relevantes (servicios públicos, jueces, Contraloría, etc.).
Ahora bien, nuestra legislación civil se construye sobre dichos pilares y entiende que la
libertad es un atributo de toda persona en las diversas manifestaciones de su existencia, ya
sea ésta en el seno de la familia o respecto de su patrimonio. En uno y otro caso, la libertad
constituye un presupuesto de la regulación civil desde su consolidación a partir del siglo
XIX sobre los pilares de la revolución francesa. Por su parte, es el propio legislador civil
que, por razones de interés general, orden público, moral o buenas costumbres, impone
116 Véase VERGARA BLANCO, Alejandro (2010), El Derecho administrativo como sistema autónomo. El mito del
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limitaciones de distinta intensidad, como ocurre en materia de familia (mayor) respecto del
ámbito patrimonial (menor)119. Los principios de autonomía de la voluntad y de libertad
contractual son, quizás, las principales manifestaciones del elemento rector que domina el
derecho civil: la libertad, y esto ese expresará en el conocido aforismo qua non sunt prohibita,
permisae intelliguntur, es decir, todo lo que no está prohibido expresamente, se entiende
permitido.
Sin embargo, en el caso del Derecho público y particularmente del Derecho administrativo,
el principio que funda y domina el conjunto de normas que lo integran es el de legalidad. En
efecto, los órganos del Estado —dentro de los cuales se comprende a la Administración–
sólo pueden hacer aquello que expresamente le faculta el ordenamiento jurídico: quae no sunt
permissae, prohibita intelliguntur. Regla por lo demás recogida expresamente en el inc. 2º del
artículo 7º de la Constitución: “Ninguna magistratura, ninguna persona ni grupo de personas
pueden atribuirse, ni aun a pretexto de circunstancias extraordinarias, otra autoridad o derechos que
los que expresamente se les hayan conferido en virtud de la Constitución o las leyes”. Desde sus
orígenes en los postulados revolucionarios liberales, este principio responde a la idea de dar
la mayor protección y resguardo a la libertad de las personas. Por lo tanto, el poder público,
en la medida que constituye una limitación o restricción de dicha libertad, es de carácter
excepcional y debe ser expresamente atribuido por la ley, pues en caso contrario dicha
actuación será ilegal o contraria a derecho.
Cuestión distinta es lo que sucede con los actos administrativos. Estos se encuentran
dominados por el principio de legalidad, de tal forma que toda actuación al margen o en
contra de la ley es, en principio, ilegal o nula. En este caso, bien se podría decir que existe
una gran causal de nulidad: toda actuación formal de la Administración contraria a la ley o
fuera de los márgenes previstos por ella es nula. Nuevamente aquello se explica en relación
119 Para explicar estas formas de limitación en el ámbito privado la doctrina civil ha recurrido tradicionalmente
a la distinción entre normas de orden privada y de orden público. Así se ha señalado que “las leyes de orden
público consideran más a la sociedad que a los hombres individualmente mirados pues se inspiran en el interés
general de aquélla más que en el de los particulares a quienes directamente rigen”. Cfr. ALESANDRI R., Arturo,
SOMARRIVA U., Manuel y VODANOVIC H., Antonio (2005), Tratado de Derecho civil, partes preliminar y general,
T. I, Santiago, Editorial Jurídica de Chile, p. 212.
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Por lo tanto, el análisis y estudio de la nulidad del acto administrativo debe ser realizada
sobre la base de estas premisas, que colocan como eje del sistema al principio de legalidad,
y que marcan una distancia con la nulidad civil teniendo presente que los fundamentos de
una y otra son radicalmente diversos, aunque respondan a un factor común: el resguardo y
la protección de la libertad de las personas.120
7.3. Nulidad, legalidad y proporcionalidad
En primer término, debemos tener presente que la nulidad es un tipo de sanción que tiene
por objeto sacar del ordenamiento jurídico determinadas actuaciones formales de la
Administración y privarlas de efectos, en el entendido de que éstas deben desaparecer no
sólo en el plano formal o jurídico, sino también fáctico.
Esta es la propuesta más radical que se formula a partir de la conocida nulidad de derecho
público, formulada y acogida por la jurisprudencia judicial por más de dos décadas121. Se
trata de un aporte de gran magnitud en el marco de un sistema que tendía a no reconocer la
revisión de la legalidad de los actos administrativos en sede judicial, pero que también da
cuenta de diversas inconsistencias que no se corresponde con la regulación legal y los
criterios que ha ido sentando la jurisprudencia.
Esta situación ya revela un serio problema en relación a uno de los principios que debe regir
a todo tipo de sanciones: la proporcionalidad. En el caso de la nulidad de derecho público no
120 Este criterio ha sido seguido por la Corte Suprema, aun cuando lo hace bajo el supuesto que la nulidad de
derecho público constituye el contencioso anulatorio en Chile: “…tratándose de vicios incurridos en actos de
carácter administrativo la sanción de nulidad se encuentra regulada por el Derecho Público y no por el Código
Civil, tanto por el origen del vicio como por el bien jurídico que cautela” (considerando tercero, Sentencia de
14 de marzo de 2013, Rol Nº 1163-2012).
121 Se pueden consultar los trabajos originales de SOTO KLOSS, Eduardo (1990), La nulidad de derecho público
en el Derecho chileno, en Revista de Derecho Público, Universidad de Chile, Nºs. 47-48; (1991-1992) La nulidad
de derecho público referida a los actos de la Administración, en Revista de Derecho, Universidad Católica de
Valparaíso, XIV; (1997) La nulidad de derecho público: su actualidad, en Revista de Derecho, Universidad Católica
de Valparaíso, XVIII; (2000) La nulidad de derecho público de los actos estatales y su imprescriptibilidad en el derecho
chileno, en Ius Publicum, 4. Respecto de su recepción por la jurisprudencia se puede consultar el trabajo de
PFEFFER URQUIAGA, Emilio (2005). La nulidad de derecho público; tendencias jurisprudenciales, en Revista de
Derecho Público, Universidad de Chile, 67, pp. 129-144.
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Más aún, en algunos casos el propio legislador ha previsto la posibilidad de que las
ilegalidades no produzcan una nulidad radical de los actos administrativos, ya sea con el
objeto de amparar la buena fe de terceros (artículo 63 Ley Nº 18.575) o exigiendo algunas
condiciones adicionales, como el perjuicio de los interesados bajo la forma del principio de
trascendencia (artículo 13 inc. 2º Ley Nº 19.880), dejando a firme el acto y dando lugar a
casos de vicios no invalidantes.
En este sentido, una construcción coherente del régimen de la nulidad exige establecer una
relación directa entre la gravedad del vicio y la sanción que se ha de aplicar. En el caso
chileno, las normas legales reconocen claramente la anulabilidad como el régimen general,
tal como lo hemos señalado. Así, un acto administrativo que adolezca de un vicio o ilegalidad
es en principio anulable. Sin embargo, a partir de dicha regla general se puede establecer
una gradación, considerando la gravedad de la infracción. Bien podría suceder que el vicio
sea de tal envergadura o entidad, que no se pueda sostener ni siquiera su existencia (falta
absoluta de investidura o competencia de la autoridad, no respetar las formas mínimas). En
este caso, estaríamos frente a un acto no sólo ilegal, sino que inexistente, que bien podría
dar lugar a la sanción más radical: la nulidad de pleno derecho. Por el contrario, en el caso
de encontrarnos frente a vicios no trascedentes o de limitada importancia, se puede afirmar
que constituirían ilegalidades que no afectan la validez del acto administrativo, sin perjuicio
de la responsabilidad administrativa de los funcionarios que intervinieron en el mismo.
Por lo tanto, pensamos que es posible construir un sistema de nulidad de los actos
administrativos que sea coherente y que al mismo tiempo responda a la proporcionalidad
que exige todo tipo de sanción: nulidad de pleno derecho, anulabilidad y vicios no
invalidantes.
122 En su dictamen Nº 1.589, de 1957, la Contraloría ya sostenía que “[…] un decreto supremo legalmente
tramitado tiene pleno valor y eficacia jurídica dentro de la Administración pública y debe por tanto ser cumplido y
respetado por funcionarios públicos, no siéndoles lícito excusarse de cumplirlo a pretexto de supuesta ilegalidad del mismo,
ya que una vez que ha sido tramitado y tomado razón por Contraloría se ha establecido una verdadera presunción de
legalidad”.
123 Se puede consultar el considerando quinto de la Sentencia Rol Nº 239-2006, de 21 de febrero de 2006 y
considerando undécimo de la Sentencia Rol Nº 5.370-2009, de 25 de junio de 2009, ambas de la Corte Suprema.
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Los criterios expuestos anteriormente han sido seguidos por la jurisprudencia, conforme a
la cual la existencia de un vicio que afecte a un acto administrativo no necesariamente
significará la nulidad del mismo, pues aquello va a estar sujeto a tres límites básicos:
124 BELADIEZ ROJO, Margarita. Validez y eficacia de los actos administrativos. Madrid, Marcial Pons, 1994, p. 46.
125 Ídem, p. 71.
126 Corte Suprema, Tercera Sala, 26 de marzo de 2015, Rol Nº 5815-2011, considerando 8º. En el mismo
sentido, Sentencia de 30 de marzo de 2015, Rol Nº 32091-2014; de 16 de junio de 2015, Rol Nº 2614-2015 y
25 de junio de 2015, Rol Nº 2850-2015.
127 Corte Suprema, Tercera Sala, 10 de diciembre de 2014, Rol 16706-2014. En el mismo sentido Sentencias
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siguientes términos: “El vicio de procedimiento o de forma sólo afecta la validez del acto
administrativo cuando recae en algún requisito esencial del mismo, sea por su naturaleza o por
mandato del ordenamiento jurídico y genera perjuicio al interesado” (énfasis añadido).
128 Dictamen Nº 1.008, de 2011. En igual sentido dictámenes Nºs. 2.936, de 2001; 29.192-2006; 33.451-2006;
Sentencia Rol Nº 3.744-2010, de 20 de enero de 2011. Con anterioridad había dado cuenta de algunas causales
similares, como ocurrió en la Sentencia de 24 de marzo de 1998 “Bellolio con Distribuidora Chilectra
Metropolitana”, en donde se sostiene en su considerando 5º que “[…] la doctrina nacional ha elaborado la teoría
de la nulidad de derecho público, que se puede producir por desviación de poder, ausencia de investidura regular,
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cuenta de los vicios del acto administrativo a partir de sus elementos. Así, ha sostenido que
los elementos del acto administrativo son subjetivos (órgano administrativo, investidura y
competencia), objetivos (motivos, objetivo y fin) y formales (procedimiento y forma del
acto)131. En este caso las causales serían la investidura irregular, incompetencia, inexistencia o
ilegalidad en los motivos, desviación de poder, ilegalidad en el objeto y vicio de forma.
Si se hace un análisis detenido de cada una de ellas, nuevamente aparece como elemento
común la regla ya enunciada anteriormente, esto es, que en principio toda ilegalidad provoca
la nulidad del acto administrativo. Esto es lo que justamente sucede con los actos que
emanan de una autoridad que no ha sido investida de forma regular o ha actuado al margen
de su competencia. Lo mismo sucede con los motivos, que son los supuestos de hecho
previstos en la ley y la ley misma que sirve de fundamento para la dictación del acto, así
como la legalidad de la decisión y el cumplimiento del fin específico que, a la sazón, también
deben estar previsto en la ley. Y qué decir de los vicios de forma, que no son sino el
incumplimiento de las normas de procedimientos y los requisitos externos que la propia ley
ha impuesto. Por lo tanto, aun cuando nuestro legislador no se haga cargo de cada una de
estas causales ni las mencione, las normas constitucionales (artículos 6° y 7°) y legales
(artículo 2° Ley N° 18.575) nos entregan una causal general de nulidad, como es la violación
de ley o, simplemente, la ilegalidad del acto.
a) La investidura irregular
incompetencia del órgano, violación de ley y vicios de forma del acto administrativo” (Revista de Derecho y
Jurisprudencia, t. XCV, 1998, 2ª parte, Sec. 1ª, pp. 23 y ss. Posteriormente en la Sentencia de 28 de octubre de
2004, “Torres Concha con Fisco de Chile”, Rol Nº 938-2004 sostuvo que los vicios que en nuestro ordenamiento
jurídico provocan la nulidad de derecho público de los actos emanados de los entes administrativos se producen
por alguna de las circunstancias siguientes: “[…] ausencia de investidura regular del agente; incompetencia de éste,
irregularidad en la forma de gestación del acto; desviación de poder en el ejercicio de la potestad”.
131 Véase, entre otros, Dictamen N° 45.191, de 2004.
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b) Incompetencia
En sentido estricto, la competencia dice relación con la forma como la ley asigna y/o
distribuye determinadas atribuciones entre órganos de la Administración del Estado, con el
objeto de que en su ejercicio no se produzcan solapamientos y sea posible una mejor gestión
y ejercicio de las mismas. Así, la competencia se refiere a los ámbitos que fija el legislador
para el ejercicio de una potestad. Esta se divide tradicionalmente en relación al ámbito
material, el ámbito territorial, el ámbito temporal y el ámbito del grado o jerarquía.
En el primer caso, esto es, el ámbito material, la ley determina respecto de las materias o
contenidos se puede ejercer determinada potestad. En este caso, se traduce en que la
autoridad puede ejercer sus atribuciones en relación a contenidos específicos de actuación.
Así, si bien diversos órganos tienen potestad sancionadora (v.gr. Dirección del Trabajo,
Servicio Nacional de Aduana, Servicio de Impuestos Internos, Superintendencias, etc.), ellos
sólo la pueden ejercer respecto del ámbito específico de materias que determina el legislador.
132 D. 1, 14, 3 Ulpianus libro 38 ad edictum. “Interesa saber la suerte de los actos cumplidos por los funcionarios de
hecho. Al respecto Ulpiano examina el caso de un esclavo fugitivo, Barbarius Philippus que, considerado como libre, fue
nombrado pretor y ejerció sus funciones. Como Philippus era esclavo, su nombramiento como pretor era nulo y todos los
actos realizados en su calidad de tal deberían también considerarse inválidos. Ulpiano, sin embargo, los considera válidos,
teniendo en cuenta los intereses y la buena fe de aquellos que actuaron con el pretor y, además, porque era humano. Era
humano porque, siendo ambiguo se debe, por razones de utilidad común, preferir la solución por la que se llega a la
validez de los actos.”.
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Respecto del ámbito temporal, esto aparece asociada a aquellas facultades que se pueden
ejercer dentro de cierto tiempo o plazo. Así sucede, por ejemplo, cuando se solicita la
modificación de un permiso que ya ha caducado o se otorgan ciertos beneficios durante cierto
período.
Tradicionalmente los motivos o fundamentos son mencionados como elementos del acto
administrativo haciendo un símil con la causa propia del ámbito civil. Ahora bien,
considerando que la Administración del Estado siempre ha de tener un motivo objetivo, que
es el previsto por la ley, no es posible que este pueda variar al infinito y, menos aún, éstos
pueden derivar en una actuación arbitraria.
Estos motivos o fundamentos pueden ser de hecho o de derecho, ya sea que se encuentren
en los supuestos fácticos contenidos en la norma jurídica o sea la norma o normas jurídicas
que justifican su ejercicio. En este caso, nuevamente nos encontramos con un tema de
legalidad, pues estos motivos han de encontrar en las normas que integran el bloque de
legalidad su fundamento, incluyendo los supuestos de hecho que conllevan su ejercicio. Así,
para sancionar a un particular, se requiere que la ley otorgue dicha potestad (motivo de
derecho) y que éste haya realizado una conducta que para la ley sea constitutiva de infracción
(motivos de hecho). Sin embargo, este procedimiento no siempre es tan simple como se
presenta, pues existe un amplio abanico de factores que inciden en el mismo:
a) No sólo se debe determinar la existencia de los hechos, sino que se debe hacer una
calificación jurídica de los mismos. En este caso, la eventual nulidad del acto
derivaría de la ausencia de motivos de hechos o de la ilegalidad de los mismos
productos de una errónea calificación jurídica.
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e) La desviación de poder
133 Sobre la materia se puede consultar el trabajo clásico de GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo (1983), Las luchas
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Uno de los ejemplos clásicos se encuentra en el arret Vernes, del 19 de mayo de 1858, por medio del
cual el Consejo de Estado Francés anuló la decisión del Alcalde de Trouville, que prohibía a los
bañistas vestirse y desnudarse en lugares distintos a los establecimientos municipales. Se consideró
que la prohibición establecida por el Alcalde no tenía como finalidad resguardar la seguridad y
moralidad pública —tal como lo exigía la ley del 19 de mayo de 1848, que había servido de
fundamento a dicha medida— sino que su propósito era, simplemente, favorecer los intereses
económicos municipales, mediante el cobro a los bañistas de las tasas por el uso de los
establecimientos públicos destinados al cambio de ropa.
En este sentido, hay que destacar como la jurisprudencia de la Corte Suprema ha hecho
aplicación de esta causal, especialmente en el ejercicio de potestades discrecionales, como ha
sucedido respecto de las facultades que tienen los jefes de servicios para trasladar a los
funcionarios, medidas que en muchas ocasiones ocultan sanciones larvadas o encubiertas
que evitan seguir el procedimiento legal previsto para el efecto:
“Quinto: Que la desviación de poder consiste, según la doctrina, en que el fin del acto, que es
uno de sus elementos constitutivos, es distinto del fin general de interés público, que debe ser
el de toda actividad pública, del fin particular establecido para determinados actos por la
norma respectiva. Fin que puede ser de interés particular de la autoridad, como político,
religioso o personal, y que también puede ser de interés general pero distinto de aquel específico
que según la norma permitía la dictación del acto.
Sexto: Que siendo cinco los elementos del acto administrativo, esto es, la competencia, la
forma, el fin, los motivos y el objeto, puede existir ilegalidad del acto administrativo en
relación a cualquiera de ellos. En este caso dicha ilegalidad se configura en relación al
elemento fin del acto, lo que constituye un vicio que lo hace susceptible de anulación, siendo
además arbitrario por las razones ya señaladas”.134
f) Vicio de forma
Por último, nos encontramos con el vicio de forma, que comprende tanto el vicio de
procedimiento y de la forma que debe revestir el acto administrativo.
En general, se establecen una serie de trámites o etapas que se consideran esenciales dentro
del procedimiento administrativo, como sucede con la audiencia previa en un procedimiento
de invalidación o sancionador, un informe de evaluación en el marco de la adjudicación de
un contrato o un informe de peritos para determinar el monto de la indemnización en un
procedimiento expropiatorio. Por lo tanto, su omisión o el hecho de no realizarlos en la
forma prevista por la ley, conlleva necesariamente la nulidad del acto de término.
Sobre esta materia, tienen especial importancia las garantías procedimentales respecto de los
actos administrativos desfavorables. En tal sentido, el Excmo. Tribunal Constitucional ha
sostenido en su Sentencia Rol Nº437, de 2005, lo siguiente: “[…] los principios del artículo 19
Nº 3 de la Constitución, en la amplitud y generalidad ya realzada, se aplican, en lo concerniente al
fondo o sustancia de toda diligencia, trámite o procedimiento, cualquiera sea el órgano estatal
involucrado, trátese de actuaciones judiciales, actos jurisdiccionales o decisiones administrativas en
que sea, o pueda ser, afectado el principio de legalidad contemplado en la Constitución, o los derechos
asegurados en el artículo 19 Nº 3 de ella, comenzando con la igual protección de la ley en el ejercicio
134 Corte Suprema, 12 de abril de 2012, Rol Nº 1.148-2012. En el mismo sentido, Rol Nº 1.344-2011, de 6 de
mayo de 2011; Rol Nº 9.210-2010, de 24 de enero de 2011; Rol Nº 5.582-2010, de 23 de septiembre de 2010.
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de los atributos fundamentales. Además y de los mismos razonamientos se sigue que los principios
contenidos en aquella disposición constitucional rigen lo relativo al proceso racional y justo, cualquiera
sea la naturaleza, el órgano o el procedimiento de que se trate, incluyendo los de índole administrativa,
especialmente cuando se ejerce la potestad sancionadora o infraccional” (lo destacado es nuestro).
En relación con los requisitos de forma del acto administrativo, tiene particular importancia
la motivación o fundamentación del acto, es decir, la expresión de los motivos de hecho y de
derecho que ha tenido en cuenta la autoridad para su dictación. Aquello se considera una
aplicación de los principios de probidad y transparencia, consagrados en el artículo 7º de
nuestra Constitución y, especialmente, de los principios de objetividad e imparcialidad con
las que deben actuar los órganos administrativos. Además, también constituye un elemento
fundamental del derecho a la defensa que tienen todo particular, ya que es de suma
importancia conocer los motivos que ha tenido la autoridad para emitir un acto
administrativo y fundar la respectiva impugnación (artículo 19 Nº 3 de la Constitución).
Por tal razón, la Ley Nº19.880 dispone en su artículo 41 que la resolución final que adopten
los órganos administrativos debe ser fundada: “Las resoluciones contendrán la decisión, que será
fundada”. Por su parte, en el caso que se trate de un acto administrativo desfavorable, el
artículo 11 de la Ley Nº19.880 hace una exigencia expresa en cuanto a su fundamentación
en el marco del principio de imparcialidad: “Los hechos y fundamentos de derecho deberán siempre
expresarse en aquellos actos que afectaren los derechos de los particulares, sea que los limiten,
restrinjan, priven de ellos, perturben o amenacen su legítimo ejercicio, así como aquellos que resuelvan
recursos administrativos”.
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En este sentido, la Contraloría ha sostenido que, tal como se infiere de los artículos 11 y 41
de la Ley N° 19.880, el principio de juridicidad en un concepto amplio y moderno conlleva
la exigencia de que los actos administrativos tengan una motivación y un fundamento
racional y no obedezcan a un mero capricho de la autoridad, pues en tal caso, resultarían
arbitrarios y por ende ilegítimos (Dictámenes Nos. 4.376, de 1996, 11.887, de 2001, 42.268,
de 2004, 23.114, de 2007, 18.055, de 2011, 59.892, de 2015, y 75.111, de 2015).
Por tal razón, la jurisprudencia ha precisado que los actos administrativos que afecten los
derechos de los particulares, tanto los de contenido negativo o de gravamen como los de
contenido favorable, deberán ser fundados, exigencia que se vincula con el recto ejercicio de
las potestades otorgadas a la Administración activa, toda vez que permite cautelar que éstas
se ejerzan de acuerdo a los principios de juridicidad -el que lleva implícito el de racionalidad-
, evitando todo abuso o exceso, de acuerdo con los artículos 6° y 7° de la Constitución Política
de la República, en relación con el artículo 2° de la LOC N° 18.575, y de igualdad y no
discriminación arbitraria -contenido en el artículo 19, N° 2, de la Carta Fundamental- como,
asimismo, velar porque tales facultades se ejerzan en concordancia con el objetivo
considerado por el ordenamiento jurídico al conferirlas (Dictámenes Nos. 499, de 2012,
4.567, de 2015, y 23.518, de 2016). A su vez, la exigencia de fundamentación implica enunciar
los motivos y circunstancias consideradas para emitir el pronunciamiento, (Dictamen Nº
43.862, de 2011, y N° 95.739, de 2015), cuestión que no sucede en este caso.
A su vez, el estándar de fundamentación puede ser más alto en los casos de medidas que se
consideren desfavorables o regresivas, como sucede en materia ambiental. Así, la Corte
Suprema ha señalado que “[…] todos los actos administrativos requieren ser fundamentados, pero
esta exigencia de fundamentación es más intensa e implica un estándar más alto o exigente en cuanto
concierne a actos administrativos que pueden significar una disminución de la protección ambiental
y por lo mismo requieren de una motivación especial. Existen, pues, distintos grados de motivación
exigida tratándose de distintos tipos de actos administrativos. Es por ello que en el caso de un acto
de la Administración que suprime exigencias de índole ambiental que han estado vigentes por años
se requiere que, para que ellas puedan ser dejadas sin efecto, el estándar de motivación ha de ser
altísimo y en el presente caso la motivación es absolutamente insuficiente, particularmente porque no
se explica cómo es que se haya podido dictar semejante norma en el pasado ni tampoco se da cuenta -
en el acto administrativo impugnado- de datos certeros que avalen una medida de indudable efecto
sobre toda la comunidad” (considerando 21º, sentencia de 30 de septiembre de 2015, Rol 1.119-
2015).
Ahora bien, no necesariamente un vicio de forma puede significar la nulidad del acto
administrativo. En efecto, la jurisprudencia ha hecho aplicación del principio de
transcendencia, en cuya virtud no cualquier vicio de forma conlleva la nulidad del acto
administrativo. Esto quiere decir que se exige cierta gravedad y entidad que se requieren en
el contexto de los estándares del instituto de la nulidad del acto administrativo135, regla que
por lo demás, ha sido recogida en el artículo 13 inc. 2º de la Ley Nº 19.880.
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A su vez, esto también aparece estrechamente vinculado con el principio de conservación del
acto administrativo, al cual ha recurrido de forma insistente la jurisprudencia de la Corte
Suprema en el último tiempo para sostener que no cualquier vicio conlleva la nulidad del
acto, señalando, por ejemplo, que “[…] los magistrados del mérito han resuelto acertadamente
al afirmar que en virtud del principio de conservación de los actos administrativos no toda omisión
puede dar lugar a una pretensión de nulidad…”136; o que “[…] en materia de nulidad de derecho
público se debe tener presente el principio de conservación de los actos administrativos, en cuanto
conduce al mantenimiento de aquellos que aun presentando una determinada irregularidad pueden
alcanzar el fin propuesto sin menoscabar o entorpecer las garantías que el ordenamiento brinda a las
libertades y derechos de los particulares”.137
7.6. Una revisión del sistema de nulidad de los actos administrativos
En una sentencia del año 2006, la Corte Suprema sostuvo que sólo constituían causales de
nulidad de un acto administrativo aquellos vicios externos, esto es, aquellos que miran a la
investidura, competencia y forma, tal como señala el inc. 1º del artículo 7º de la
Constitución138. Esta sentencia no constituye la regla general, pues en la gran mayoría de
los casos la Corte Suprema ha considerado como causales de nulidad de Derecho público las
tradicionales causales de anulabilidad del acto administrativo.139
La sentencia llamaba profundamente la atención, pues daba a entender que aun en el caso
de encontrarse frente a ilegalidades internas del acto, este no podía ser anulado,
remitiéndose en esta materia al artículo 6º de la Constitución, norma que entrega al
legislador la determinación de las responsabilidades y sanciones frente a un acto ilegal. Dada
tan singular doctrina, no se hicieron esperar los esfuerzos para encontrar una solución,
recurriendo incluso al Código Civil.140
Ahora bien, esta solución no parecería del todo desacertada si es puesta en el contexto de un
sistema de nulidad de los actos estatales, dentro del cual se inserta la nulidad de los actos
administrativos. Cómo se ha señalado, no es necesario recurrir a la Constitución para
sostener un sistema de nulidad (o anulabilidad) de los actos administrativos sobre la base
del principio general de legalidad, como causal genérica de nulidad. Tampoco es óbice que
este sistema acepte la presunción de legalidad de los actos administrativos, totalmente
compatible con un régimen general de anulabilidad. Sin embargo, bien puede suceder que
los vicios sean de tal entidad o gravedad que resulta absolutamente imposible sostener
siquiera la existencia del acto, ya sea porque es evidente la falta de investidura de la
autoridad, ésta es absolutamente incompetente o no se han respetado las formas mínimas.
En tal supuesto, no hay un acto administrativo, no se puede presumir legalidad alguna, pues
este acto nunca ha nacido a la vida jurídica o, si se quiere, es nulo de pleno derecho.
similar, “Cuello Yáñez y otros con Fisco”, Corte Suprema, 30 de agosto de 2007, Rol Nº 3.689-2006.
139 Véase nota 9.
140 Véase BERMÚDEZ SOTO, Jorge (2008), El principio de legalidad y la nulidad de Derecho Público en la
Constitución Política. Fundamentos para la aplicación de una solución de Derecho Común, en Revista de Derecho
Público, Universidad de Chile, 70.
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Con este criterio, es posible coordinar un sistema que contemple diversas sanciones frente
a un vicio de un acto formal de la Administración y que responda a una regla básica de
proporcionalidad entre la gravedad de la infracción cometida y la sanción aplicable. Así, es
posible delinear algunas bases centradas en los siguientes criterios:
2) En razón de lo anterior, las causales de nulidad del derecho privado deben ser
expresamente establecidas por la ley, en la medida que implican una limitación a
dicha libertad, expresada en los principios de autonomía de la voluntad y libertad
contractual.
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La actividad de los órganos públicos se caracteriza por ser marcadamente formal, lo cual se
aprecia en los actos del poder legislativo y judicial, en donde la ley y la sentencia son fruto
de un proceso regulado en todos sus extremos, como es el proceso legislativo y judicial. La
Administración no es ajena a esta realidad, de forma que sus actuaciones y maneras de
expresar su voluntad reconocen una regulación de cada una de sus fases o etapas141.
141 Es por esta razón que algunos autores distinguen entre el concepto de proceso en sentido amplio y el de
procedimiento. Así, GORDILLO nos señala que en sentido amplio habría proceso en cualquier función estatal y
podríamos hablar entonces de: a) Proceso judicial (civil, penal, comercial, contencioso administrativo); b)
proceso legislativo (es decir, el conjunto de actos parlamentarios que tienen por fin el dictado de una ley); c)
proceso administrativo (el conjunto de actos de la administración que tienen por objeto la emanación de un
acto administrativo). GORDILLO, Agustín (2009): Tratado de Derecho Administrativo, 9 ed. T. 2, Buenos Aires,
Fundación de Derecho Administrativo, p. IX-1.
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Como es obvio, esta actividad jurídica, formalizada y unilateral tiene como presupuesto
mismo, como cualquier otra de la Administración, la atribución de la pertinente potestad.
En función de ésta, aquélla se divide en dos grandes categorías, distintas por naturaleza. De
un lado, la que tiene por objeto producir normas o, en términos del artículo 32 Nº 6 de la
Constitución, reglamentos: su resultado es el establecimiento, para una pluralidad
indeterminada de sujetos, de reglas que se insertan en el ordenamiento jurídico, creando o
innovando el Derecho objetivo, bien a título de colaboración con la Ley formal (en términos
de complemento necesario e indispensable), bien en el marco definido por ésta. De otro lado,
la que se agota en la aplicación del Derecho objetivo, la que -en función de éste— efectúa
una declaración, cuya lógica y eficacia se circunscriben a un supuesto concreto, por más
complejo que éste pueda ser. La primera se estudia en el marco de las fuentes del Derecho
administrativo, por lo que aquí nos va a ocupar justamente la segunda de dichas categorías,
la que da lugar a la producción de los llamados actos administrativos.
En este punto conviene advertir que tal actividad de producción de actos administrativos
tiene, en lo que aquí interesa, un sujeto preciso: la Administración pública. Porque ocurre
que no todos los actos materialmente administrativos, es decir, sometidos sustantivamente
al Derecho administrativo, emanan subjetivamente de una Administración pública.
Otros poderes públicos, sin perjuicio de las funciones típicas que los caracterizan constitucionalmente
(por ejemplo, legislar y controlar políticamente el poder ejecutivo, en el caso del poder legislativo;
juzgar y hacer ejecutar lo juzgado, en el del poder judicial), realizan también, instrumentalmente,
actividades administrativas (por ejemplo, las de organización interna, gestión del propio personal,
contratación para la satisfacción de necesidades propias), como solución más idónea para salvaguardar
su autonomía e independencia a la hora de cumplir aquellas otras funciones típicas o principales. Dada
la instrumentalidad del desarrollo de dichas actividades materialmente administrativas y su identidad
sustantiva con las homólogas que desarrolla la Administración pública, los actos en que se
materializan tienden a ser sometidos al Derecho administrativo a los efectos de su sujeción, para la
efectividad de la tutela judicial reconocida, como ocurre en el caso de España. Sin embargo, en el caso
de Chile la LBPA sólo limita su alcance a los entidades que forman parte de la Administración del
Estado, no obstante lo cual nada obsta a que por su naturaleza los actos administrativos que tienen
lugar al interior del Congreso Nacional y el Poder Judicial puedan ser sometidos a sus normas,
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respetando la autonomía de dichos poderes públicos, no sólo en lo que dice relación con su tramitación
y el derecho que tienen los interesados para poder ser partes, sino también para garantizar el acceso
a la justicia, conforme a lo dispuesto en los artículos 19 Nº 3, 38 inc. final y 76 de la Constitución.
Pues bien, la actividad y, por tanto, los actos que en este capítulo nos van a ocupar son los
administrativos en el doble sentido (subjetivo) de emanar de la Administración pública y
(objetivo) de estar sometidos al Derecho administrativo. Esta última precisión no es
superflua, toda vez que -como ya sabemos— la Administración puede desarrollar y
normalmente desarrolla también, en la práctica y sin perjuicio de la valoración
constitucional negativa que, en su caso, ello merece, actividades en régimen de Derecho
privado.
Acotada así la actividad administrativa que nos importa, ésta consiste siempre, desde un
punto de vista formal, en la realización concreta del Derecho de forma típica. En este sentido
(aunque sólo en él) es equiparable, funcionalmente, a la que corresponde al juez,
concretamente al del orden jurisdiccional. En ambos casos se trata de la determinación, por
el poder público (salvadas las distancias que a este respecto existen entre uno y otro, dado
que el judicial es un verdadero poder constitucional) de lo que sea el Derecho en un supuesto
concreto. Ocurre que, en razón a la división de poderes, el estatuto propio de la
Administración y la función constitucional del poder judicial, mientras la determinación que
efectúa la Administración no representa nunca la última palabra (en tanto que susceptible
de cuestionamiento y control), la que compete al juez es definitiva.
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De entre todos estos actos, aquí interesan los realizados por la Administración actuante,
tanto los de trámite, como los definitivos.
Ahora bien, para el ejercicio de estas potestades, constituye una condición previa la
existencia de una serie de etapas o fases que permitan a la Administración recopilar
información, escuchar a los interesados, instruirse y ponderar los intereses en juego para
adoptar una determinación, conformándose lo que se conoce como procedimiento
administrativo. Así, aquello implica un desarrollo formal de los actos que se requieren para
concretar la intervención administrativa necesaria para la realización de un determinado
objetivo, siendo su propósito la concreción de la decisión en un acto administrativo terminal.
Ahora bien, el fin primario del procedimiento administrativo es el de permitir dar satisfacción a las
necesidades colectivas de una forma rápida, ágil y flexible. Esta determinación del fin principal
del procedimiento resulta hoy plenamente conforme con la servicialidad del Estado, tal
como lo establece el art. 1º inc. 4º de la Constitución y el art. 3° inc. 1° LBGAE.
En el marco de esta función general, también se puede reconocer otras funciones específicas:
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e) Otorga a los interesados una serie de derechos y garantías que deben ser
respectados por la autoridad. En este sentido, el procedimiento cumple
también un fin de garantía, en cuanto cauce de la acción administrativa con
relevancia jurídica directa y, por tanto, susceptible de incidir en la esfera de
derechos e intereses legítimos de otras Administraciones o personas públicas,
así como de los ciudadanos (personas naturales o jurídicas privadas).
Es en razón de la función que cumple, que los autores colocan el acento en su definición. En
este sentido, Adolf MERKL —autor que forjó la distinción entre proceso judicial y
procedimiento administrativo, desde la perspectiva de la teoría pura del Derecho– sostenía
que el procedimiento era el camino, el iter jurídicamente regulado a priori, a través del cual
una manifestación jurídica en el plano superior (generalmente una norma) produce una
manifestación jurídica en el plano interior (una norma de rango inferior o acto). En este
caso, el procedimiento administrativo sería la forma o manera en que se producen actos
administrativos. Desde otra perspectiva GORDILLO centra su definición en los interesados,
señalando que el procedimiento administrativo es “[…] la parte del derecho administrativo
que estudia las reglas y principios que rigen la intervención de los interesados en la preparación e
impugnación de la voluntad administrativa. Estudia por lo tanto la participación y defensa de los
interesados (un particular, un funcionario o una autoridad pública; una persona jurídica, p. ej. una
asociación de vecinos, usuarios, interesados o administrados) en todas las etapas de la preparación de
la voluntad administrativa (sea de tipo individual como general; en este último caso es específicamente
el procedimiento de audiencia pública el que debe también seguirse, sin perjuicio del trámite
administrativo corriente) y desde luego, cómo debe ser la tramitación administrativa en todo lo que
se refiere a la defensa, participación e intervención de dichos interesados”.142
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En este sentido, el procedimiento es, por de pronto, una categoría jurídica formal, que alude
a una específica combinación de actos, concretamente aquella en la que los efectos jurídicos
de éstos están causalmente vinculados entre sí, como lo sostiene Jesús González Pérez, que
sigue en este punto a Francesco Carnelutti. Semejante combinación se cumple, según el
propio González Pérez, cuando:
1. Cada uno de los actos conservan, no obstante estar relacionados entre sí, su propia
individualidad.
2. La conexión entre los actos consiste en estar todos ellos encaminados a producir una
unidad de efecto jurídico.
3. Los actos se encuentran anudados causalmente unos a otros, de suerte que cada uno
de ellos supone el anterior y el último supone la totalidad o el conjunto de los
mismos.
Ahora bien, en esa serie no todos los actos son idénticos. Antes bien, su régimen y naturaleza
son diferentes. Así, y en lo que respecta a los actos de la Administración, la LBPA emplea la
expresión «acto administrativo» como apelación genérica de todos (denominación del art.
3º LBPA), pero se distingue básicamente entre los «actos de trámite» y los que terminan un
procedimiento, decidiéndolo, para los que reserva el término «actos terminales» (arts. 15,
18, 24, 40 y 41 LBPA). Todos ellos, como hemos dicho, conservan su individualidad y, por
ello, su misma producción puede responder a un procedimiento específico, distinto del
143 GARCÍA DE ENTERRÍA, Eduardo y FERNÁNDEZ, Tomás-Ramón (2008): Curso de Derecho Administrativo,
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principal; cuentan con causa propia; su validez es enjuiciable por separado y cabe, por tanto,
su anulación independiente. Ocurre que, al perseguir todos un único fin, como es la
preparación de una resolución final del procedimiento, el vínculo formal que los une
determina una regla de orden: la improcedencia, en principio, del cuestionamiento e
impugnación por separado de los actos administrativos dictados en el curso del
procedimiento, salvo que determinen la imposibilidad de continuar éste o produzcan
indefensión (art. 15 inc. 2º LBPA).
La SCS Rol Nº 2054-2013, de Consejo Ciudadano de Lago Ranco con I. Municipalidad de Lago Ranco
resalta la diferencia entre los actos de trámite y los actos de término en cuanto a su impugnabilidad
en un procedimiento administrativo, como lo sería aquel para la modificación del plan regulador
comunal contenido en la Ley General de Urbanismo y Construcción en los términos del art. 15 LBPA.
Por su parte, el dictamen de Contraloría Nº 82.425, de 2015 también resalta esta diferencia, en el
sentido del cumplimiento de lo dispuesto en los arts. 40 y 41 LBPA, los cuales exigen que el acto
administrativo que pone fin al procedimiento incluya ciertos contenidos específicos, lo cual no
procedería en aquellos actos de trámite a través de los cuales un órgano de la Administración toma
conocimiento de hechos denunciados y da inicio al procedimiento de fiscalización.
144 Así lo ha señalado en sentencia 31 de agosto de 2007, Rol N° 747-07, Considerando 5°, con referencia a los
precedentes contenidos en las Sentencias Rol Nºs. 176, de 1993 y 478, de 2006. Así se ha indicado que: “[...]
los principios del artículo 19 N° 3 de la Constitución, en la amplitud y generalidad ya realzada, se aplican, en lo
concerniente al fondo o sustancia de toda diligencia, trámite o procedimiento, cualquiera sea el órgano estatal involucrado,
trátese de actuaciones judiciales, actos jurisdiccionales o decisiones administrativas en que sea, o pueda ser, afectado el
principio de legalidad contemplado en la Constitución, o los derechos asegurados en el artículo 19 N° 3 de ella,
comenzando con la igual protección de la ley en el ejercicio de los atributos fundamentales. Además y de los mismos
razonamientos se sigue que los principios contenidos en aquella disposición constitucional rigen lo relativo al proceso
racional y justo, cualquiera sea la naturaleza, el órgano o el procedimiento de que se trate, incluyendo los de índole
administrativa, especialmente cuando se ejerce la potestad sancionadora o infraccionar” (Sentencia de 21 de abril de
2005, Rol N° 437, considerando 17).
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Por último, desde el año 2003 se encuentran reguladas en la Ley Nº 19.880 las bases que
rigen los procedimientos de los actos de la Administración del Estado, cuerpo normativo
que expresamente reconoce su carácter general y supletorio. Este texto legal tuvo su origen
en un proyecto de ley que solamente pretendía regular los plazos y el silencio
administrativo145, a fin de dar celeridad a los trámites administrativos con el objeto de
promover e impulsar la actividad económica146. Finalmente, el proyecto se transformó en
un conjunto de preceptos que además de disponer de plazos y regular los efectos del silencio
administrativo, estableció principios, los derechos de los interesados en el procedimiento y
una estructura procedimental de base y supletoria respecto de todos los procedimientos ya
existentes o futuros. Sin duda, esta transformación estuvo influenciada por las leyes sobre
procedimiento administrativo vigentes en España, Argentina y Uruguay147.
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Surge de esta suerte una específica tensión entre unidad esencial del orden y pluralismo del
poder público definido para la tutela y configuración de éste, en tanto que mientras el
primero postula la identidad sustancial del status del ciudadano (no sólo en las relaciones
jurídico-públicas materiales, sino también en las formales o procedimentales), el segundo
pretende la diversidad de las políticas públicas (y de su formalización normativa) en cuanto
a su objeto y a los procedimientos a observar para su ejecución.
De ahí el sistema diseñado por la LBPA que cede ante la específica del procedimiento
concreto de que se trate, si bien funge en todo caso como supletoria (en su calidad de Ley
de Bases).
Sin embargo, sobre este punto debemos hacer alguna precisión. Como hemos señalado, la
Constitución dispone que son materias de ley “[…] las que fijen las bases de los procedimientos
que rigen los actos de la administración pública” (artículo 63 Nº 18). Cumpliendo dicho mandato,
la LBPA dispone en su artículo 1º que “La presente ley establece y regula las bases del
procedimiento administrativo de los actos de la Administración del Estado”, pero acto seguido
dispone: “En caso de que la ley establezca procedimientos administrativos especiales, la presente ley
se aplicará con carácter de supletoria”. Por lo tanto, estamos ante una ley básica y, al mismo
tiempo supletoria respecto de aquellas leyes que regulan procedimientos administrativos
especiales, lo que puede plantear algunos reparos.
En efecto, una ley es de bases en la medida establece los principios y normas fundamentales
que rigen a todo procedimiento administrativo. Por su parte, es supletoria en la medida que
se aplica en el caso que no exista una regulación o norma en un procedimiento
administrativo especial. En buenas cuentas, sería una ley supletoria tendría un carácter
general.
La cuestión no sería relevante, salvo por la particular forma que tiene el reparto de
competencias normativas en nuestro ordenamiento jurídico. Lo cierto es que a la ley le
corresponde sólo regular los aspectos básicos del procedimiento, mientras que al
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A pesar de los reparos formulados, lo cierto que, a más de dos lustros de la entrada en
vigencia de esta ley, todos los operadores jurídicos (doctrina, Contraloría, tribunales, etc.),
han aplicado la LBPA como ley general y supletoria, dando algunas reglas al respecto.
148CORDERO, Eduardo (2009): El sentido actual del dominio legal y la potestad reglamentaria, en Revista de Derecho,
PUCV, Nº 32, pp. 409-440.
149 CORDERO VEGA, Luis (2006): La supletoriedad de la Ley de Procedimiento Administrativo, en Acto y
Procedimiento Administrativo, Segunda Jornadas de Derecho Administrativo, Valparaíso, EUVAL, pp. 49-70.
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c) Por último, el tercer nivel o grado de supletoriedad se producen en los casos en que
existe una regulación íntegra del procedimiento administrativo por parte de una ley
especial. Sin embargo, los principios generales y el estándar de derechos y garantías
contenidos en la legislación básica (LBPA), deben seguir guiando al operador
jurídico al momento de interpretar y aplicar las normas especiales, debido al
carácter básico y general que tiene dicha normativa, considerando además el
respecto del principio de igualdad y el deber de promoción de los derechos de las
personas que les corresponde a todo órgano público.
En tal sentido, la Contraloría ha señalado que “[…] ley 19.880, además de fijar reglas
adjetivas acerca de lo que debe ser un procedimiento administrativo, consagra de modo
sustantivo principios jurídicos que rigen en la materia. De esa manera si bien el legislador
no dispuso una derogación orgánica de la normativa vigente, que se mantiene, los principios
jurídicos aludidos han de considerarse como criterio básico o estándar preferible, en favor
de su efectiva realización y en beneficio de los derechos de las personas ante una situación
no regulada claramente, sea para los efectos de interpretación de lo existente o de
fundamento para nuevas regulaciones”.151
Por último y, desde otra perspectiva, es posible que el procedimiento pueda ser regulado
por normas administrativas. En principio, se aceptan que los reglamentos puedan asumir la
regulación de esta materia, en la medida que respeten las bases contenidas en la Ley Nº
19.880. En la misma línea y con distinto alcance, también es posible que se puedan dictar
normas internas, como circulares e instrucciones, que fijen algunos criterios, dentro del
margen de discrecionalidad que entrega la ley. En todo caso, siempre deben respetar las
normas y principios contenidas en la legislación general, que en este caso se recogen en la
Ley Nº 19.880, tal como lo ha sostenido Contraloría:
150 Dictámenes Nºs. 33.255, de 2004. En el mismo sentido, los dictámenes Nºs. 3.835 y 31.414, ambos de 2005.
151 Dictamen Nº 32.424, de 2004.
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La LBPA establece su ámbito de aplicación sobre la base de dos elementos, uno de carácter
subjetivo, vinculado con las entidades que están sometidas a sus disposiciones, y otra de
carácter objetivo, relacionado con los actos que regula.
Desde un punto de visto subjetivo, la LBPA somete a sus prescripciones a todos los órganos
que forman parte de la Administración del Estado, conforme al artículo 1º de la Ley Nº
18.575, de Bases Generales de la Administración del Estado. Las únicas entidades excluidas
son el Banco Central, sujeto a su normativa orgánica constitucional153, y las empresas
públicas creadas por ley, ya que en razón de sus actividades se encuentran sujetas, por regla
general, a la legislación común154.
También se deben entender excluidas las entidades privadas que tienen participación de
entidades públicas, ya sean sin fines de lucro (corporaciones y fundaciones) o con fines de
lucro (sociedades estatales), tal como lo ha sostenido la jurisprudencia administrativa155. Sin
embargo, en el último tiempo existe una tendencia de extender la LBPA a determinados
actos, ya sea por disposición legal o por la vía de la jurisprudencia judicial156.
Desde una perspectiva objetiva, la LBPA sólo comprende las actuaciones formales de estos
órganos administrativos que se dicten en ejercicio de una potestad pública y en el marco de
un procedimiento administrativo. Aquello significa que se excluyen los actos formales
ley de quórum calificado así lo autorice. Al efecto, inciso 2º del artículo 19 Nº 21 de la Constitución dispone
que “El Estado y sus organismos podrán desarrollar actividades empresariales o participar en ellas sólo si una ley de
quórum calificado los autoriza. En tal caso, esas actividades estarán sometidas a la legislación común aplicable a los
particulares, sin perjuicio de las excepciones que por motivos justificados establezca la ley, la que deberá ser, asimismo, de
quórum calificado”.
155 Este sector ha sido denominado por la doctrina como “Administración invisible del Estado”. Así, Reyes y
Soto Kloss, 1980, y la jurisprudencia de la Contraloría General de la República ha sido uniforme en establecer
que estas entidades no forman parte de la Administración del Estado, por lo cual no se encuentran sujetas a la
LBPA. Véanse dictámenes Nºs. 12.726, de 1995; 24.058, de 2007, 33.622, de 2008, y 37.493, de 2010.
156 Así, la Ley Nº 20.283, sobre recuperación del bosque nativo y fomento forestal, que hace aplicable la Ley
Nº 19.880 a la Corporación Nacional Forestal, que es una entidad privada. Por su parte, en un reciente
pronunciamiento la Corte Suprema hace aplicable la legislación administrativa al Instituto de Fomento
Pesquero, que es fundación privada (Sentencia de 5 de enero de 2017, Rol Nº 40.605-2016).
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a. Procedimientos generales; y
b. Procedimientos especiales.
Por ello mismo y en función de las aludidas características, resulta posible la coexistencia
de un procedimiento general o que intenta disciplinar ampliamente el desarrollo de la
actividad administrativa formalizada (más allá y con independencia de las materias en que
ésta se concrete) y procedimientos especiales o de disciplina de actuaciones de características
157 En efecto, mientras que los reglamentos pueden ser derogados en cualquier momento, los actos
administrativos sólo pueden ser revocados en tanto que no lesionen derechos adquiridos por terceros (artículo
62 LBPA). Si bien dicha autoridad tiene la posibilidad de modificar o derogar el reglamento, aquello sólo lo
puede hacer de forma general. Cualquier inaplicación para el caso particular no sólo implica una vulneración
del principio de igualdad, sino también del principio de legalidad, dado que el reglamento forma parte del
marco de validez dentro del cual debe actuar la propia autoridad administrativa. Esto demuestra, por su parte,
la mayor importancia cualitativa que tiene el reglamento respecto del acto administrativo y su sustancial
diferencia cualitativa: norma y acto, que se ha expresado en principio de la inderogabilidad singular de los
reglamentos. El trabajo de mayor influencia sobre el tema ha sido el de GARCÍA DE ENTERRÍA (1958).
Observaciones sobre el fundamento de la inderogabilidad singular de los reglamentos. En Revista de
Administración Pública, Nº 27, pp. 63-86, recogido posteriormente en GARCÍA DE ENTERRÍA, Curso, pp. 204-
207.
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a. Procedimientos formalizados; y
b. Procedimientos no formalizados.
Los primeros son aquellos cuya tramitación está predeterminada por la normativa en cada
caso de aplicación, de suerte que la Administración actuante goza de poco margen para
configurar el iter de sus actuaciones. Los segundos se caracterizan, por contra, por la escasa
regulación normativa concreta de dicho iter, lo que permite a la Administración organizar
la tramitación según las circunstancias del caso.
Contra lo que pudiera parecer en principio, esta clase de procedimientos son muy frecuentes.
En ellos se pone de manifiesto la importancia de una regulación unitaria de la actuación
procedimental, toda vez que ésta determina los principios generales de obligada observancia
y las instituciones, técnicas y herramientas a usar en la ordenación de dicha actuación.
a. Procedimientos independientes; y
b. Procedimientos conexos, subdividiéndose éstos básicamente en:
i. Procedimientos complejos; y
ii. Procedimientos interdependientes.
Los procedimientos conexos son aquellos que están relacionados o vinculados, en mayor o
menor medida, con otros procedimientos, de suerte que la consecución del fin perseguido
por la actividad administrativa depende de la adecuada interacción de los mismos. Según sea
esta interacción, cabe hablar de procedimientos complejos, cuando varios procedimientos se
integran para formar un solo procedimiento (es el caso, por ejemplo, del sistema de
evaluación ambiental regulado por la Ley Nº 19.300, de Bases del Medio Ambiente), y de
procedimientos interdependientes, cuando varios procedimientos, aun conservando su
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autonomía, están unos en función de los otros, como sucede, por ejemplo, con el
procedimiento de ejecución o del procedimiento de recurso o impugnación administrativa,
que tienen como presupuesto un procedimiento previo finalizado por acto susceptible de ser
ejecutado o impugnado, respectivamente.
a. Procedimientos intraadministrativos;
b. Procedimientos entre la Administración y los ciudadanos.
Los primeros son aquellos que se sustancian íntegramente en el seno de una Administración,
dando lugar a relaciones entre diversos órganos o unidades de la misma, como, por ejemplo,
una autorización que debe otorgar el Ministerio de Hacienda para otorgar una garantía
estatal por el endeudamiento de un servicio público.
Los segundos, finalmente, no vienen a ser sino los procedimientos más típicos y
tradicionales, resultantes del ejercicio, ad extra o con relación a los ciudadanos, de sus
potestades por la Administración, pudiendo subclasificarse en lineales y triangulares. Los
procedimientos lineales son aquellos que vincula a la Administración actuante con uno o
varios ciudadanos, actuando aquélla como parte y resolutor. Por su parte, los triangulares
son los que en la Administración asume, con relación a dos o más ciudadanos con intereses
contradictorios entre sí, una posición neutral o arbitral. No puede dejar de observarse que,
en la práctica, no es infrecuente que un mismo procedimiento presente mezcladas las
características de estos tipos o clases.
5. Por su finalidad:
a. Procedimientos declarativos;
b. Procedimientos ejecutivos; y
c. Procedimientos de gestión.
6. En razón de la forma, de la complejidad del objeto y de los plazos de los trámites para
su instrucción:
a. Procedimientos ordinarios;
b. Procedimientos de urgencia.
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meramente temporal se debe a la premura del interés público perseguido por la actividad
administrativa. Así, el artículo 23 LBPA establece, con carácter general, la obligatoriedad
de los términos y plazos legalmente fijados, no sólo para los ciudadanos interesados, sino
también para las autoridades y personal de la Administración. Pero el artículo 63 del mismo
texto legal autoriza a la Administración para, cuando razones de interés público así lo
aconsejen, acordar, de oficio o a petición del interesado, la aplicación al procedimiento de la
tramitación de urgencia, con reducción a la mitad de los plazos establecidos para el
procedimiento ordinario, salvo los relativos a la presentación de solicitudes y recursos.
Ya es difícil encontrar en la doctrina una concepción más o menos asentada de lo que son
los principios jurídicos o principios generales del derecho. Mucho más complejo se torna el
panorama a la hora de encontrar algún consenso respecto de cuáles serían estos principios
aplicables a las diversas disciplinas dogmáticas y, en su caso, a parcelas de la misma, como
sería en este caso: los principios que rigen el procedimiento administrativo.
En el ámbito del Derecho administrativo esta tendencia comienza apreciarse con la reforma
de la Ley Nº 19.653 de 1999, que dejó sembrado en el artículo 4 inc. 2° LOC Nº 18.575, de
Bases generales de la Administración, un conjunto de principios aplicables a toda la
Administración del Estado, aunque se debe reconocer que aquello fue la legalización de
criterios ya asentados en la doctrina y la jurisprudencia158. Pues bien, esto se ha repetido el
año 2003, colocando en el artículo 4 LBPA doce principios que orientan al procedimiento
administrativo:
158 Esta disposición establece lo siguiente: “La Administración del Estado deberá observar los principios de
responsabilidad, eficiencia, eficacia, coordinación, impulsión de oficio del procedimiento, impugnabilidad de los actos
administrativos, control, probidad, transparencia y publicidad administrativas, y garantizará la debida autonomía de
los grupos intermedios de la sociedad para cumplir sus propios fines específicos, respetando el derecho de las personas para
realizar cualquier actividad económica en conformidad con la Constitución Política y las leyes”.
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La doctrina distingue entre principios y reglas, ambas entendidas como mandatos cuyos
destinatarios son los operadores jurídicos que deben hacer aplicación de la misma, como
también los sujetos que van a ser objeto de tal aplicación. En este caso, vamos a entender
que los principios y reglas se pueden enunciar de forma condicionada, es decir, dado un
determinado supuesto de hecho, se atribuye una consecuencia jurídica. Sin embargo, en el
caso de los principios el supuesto de hecho aparece formulado de forma abierta, mientras
que en las reglas se hace de forma cerrada, aunque en ambos casos nos vamos a encontrar
con mandatos que se deben cumplir de forma plena159. Así, por ejemplo, la regla puede
establecer que, frente a los retrasos injustificados en la resolución de un expediente, se debe
aplicar una medida disciplinaria al funcionario, mientras que los principios son formulados
de manera abierta, sobre la base que se deben respetar principios como el de probidad,
eficacia y eficiencia, sin indicar los supuestos de hecho en que resultan aplicables.
Esta distinción resulta plenamente válida en el caso que estamos analizando, puesto que la
LBPA no sólo contiene reglas básicas sobre el procedimiento administrativo, sino también
se establece un conjunto de principios legales que si bien, en muchos casos aparecen
formulados de forma abierta, contienen mandatos precisos para el operador jurídico. Por lo
demás, muchos de estos principios legales vienen acompañados de reglas específicas, como
sucede con el principio de abstención (muy discutible como principio) y de impugnabilidad.
Por otra parte, también se debe reconocer que la LBPA contienen otros principios no
enunciados expresamente en su artículo 4º, pero que son de gran importancia, como sucede
con los principios de trascendencia y conservación, insertos en los incisos 2º y 3º de su
artículo 13.
Como hemos visto, los principios cumplen diversas funciones, dentro de las cuales destacan
su función interpretativa, de integración y sistematizadora.
159 En esta materia seguimos a Manuel Atienza y Juan Ruiz Manero. El problema se plantea respecto de la
tesis sostenida por Robert Alexy, quien afirma que los principios son mandatos de optimización que se cumplen
en distinto grado. Para Atienza y Ruiz Manero, aquello depende del tipo de principio. Tal situación se podría
dar respecto de los principios que contienen directrices o normas programáticas, pero no con los principios en
sentido estricto. Como bien señalan, «[…] de los principios en sentido estricto cabe decir que son mandatos
de optimización únicamente en el sentido de que, al estar configuradas de forma abierta sus condiciones de
aplicación, la determinación de su prevalencia o no en un caso individual determinado exige su ponderación,
en relación con los factores relevantes que el caso presente, con principios y reglas que jueguen en sentido
contrario; pero una vez determinado que en ese caso prevalece el principio, éste exige un cumplimiento pleno.
Las directrices, por el contrario, al estipular la obligatoriedad de utilizar medios idóneos para perseguir un
determinado fin, dejan también abierto el modelo de conducta prescrito: las directrices sí pueden, en efecto,
ser cumplidas en diversos grados». Vid. ATIENZA, MANUEL Y RUIZ MANERO, JUAN, “Sobre principios y
reglas”, en DOXA, Cuadernos de Filosofía del Derecho, Nº 10,1991, pp. 101-119.
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a) Principio de escrituración
En todo caso, nuestra legislación ha ido imponiendo el soporte electrónico de los expedientes
administrativo, como ha sucedido en materia de contratación pública con la Ley Nº 19.886, y con una
combinación entre expediente escrito e información electrónica, como sucede con los procedimientos
regulados por la Ley Nº 19.300, particularmente en el sistema de evaluación ambiental y los
procedimientos sancionadores. En todo caso, se está tramitando en el Congreso un proyecto de
iniciativa presidencial que modifica la LBPA en materia de documentos electrónicos (Boletín Nº
11882-06), que establece como regla general los expedientes electrónicos: “Artículo 19. Uso obligatorio
de plataformas electrónicas. Los órganos de la Administración estarán obligados a disponer y utilizar
adecuadamente plataformas electrónicas para efectos de llevar expedientes electrónicos, las que deberán cumplir
con estándares de seguridad, interoperabilidad, interconexión y ciberseguridad”.
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El único inconveniente se plantea frente a la imposibilidad real que tienen los ciudadanos de acceder
a medios electrónicos, unidos muchas veces a lo que se denomina “analfabetismo digital”, que no es el
desconocimiento para poder utilizar dichos medios. Por tal razón, la iniciativa legal introduce al
artículo 18 un nuevo inciso disponiendo: “Aquella persona que carezca de los medios tecnológicos, no tenga
acceso a medios electrónicos o sólo actuare excepcionalmente a través de ellos, podrá solicitar por medio de un
formulario, ante el órgano respectivo, autorización para efectuar presentaciones dentro del procedimiento
administrativo en soporte de papel”.
b) Principio de gratuidad
c) Principio de celeridad
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En este sentido, la Excma. Corte Suprema, en su sentencia Rol Nº 27.989-2016, de Aguas del
Altiplano S.A. con Superintendencia de Servicios Sanitarios, concluyó que el principio de celeridad
debe observarse con un mínimo de equilibrio entre los distintos deberes que asume la Administración,
ya que de otra manera “[…] los derechos e intereses del Estado y de los administrados habrían de ceder y
quedar subordinados a la celeridad, conclusión irracional que no puede ser admitida” (cº 7). Ello justificaría,
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por ejemplo, por qué la jurisprudencia en general ha reconocido que los plazos para la Administración
no son fatales.
d) Principio conclusivo
Este principio está estrechamente vinculado con el principio de celeridad, pero que nuestro
legislador confunde con el principio de oficialidad. Al respecto, el artículo 9° dispone que la
Administración debe responder a la máxima economía de medios con eficacia, evitando
trámites dilatorios. Para tal efecto, entrega algunas reglas concretas que son aplicación de
dicho principio, pero que bajo ningún respecto acotan o restringen su alcance:
a) Se decidirán en un solo acto todos los trámites que, por su naturaleza, admitan un
impulso simultáneo, siempre que no sea obligatorio su cumplimiento sucesivo.
b) Al solicitar los trámites que deban ser cumplidos por otros órganos, deberá
consignarse en la comunicación cursada el plazo establecido al efecto.
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Ahora bien, el alcance de este principio cuenta con una importante proyección que supera a
la mera agilidad de los procedimientos. En efecto, en virtud de él la Contraloría ha suprimido
posibles vías de actuación de los interesados frente a la Administración, cuando ellas
constituyan obstáculos que puedan afectar o entorpecer el normal desenvolvimiento de un
procedimiento administrativo. Por ejemplo, ha limitado la procedencia de recursos
administrativos en contra de actos aclaratorios o rectificatorios, ya que en su entender
autorizar una recursividad sucesiva e indefinida atentaría contra el principio de economía
procedimental.164
f) Principio de contradictoriedad
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misma (art. 36); pueden formular, además, alegaciones y aportar documentos en cualquier
fase del procedimiento anterior al trámite de audiencia, que deberán ser tenidos en cuenta
por el órgano competente al redactar la propuesta de resolución (artículo 17 letra f)), con
independencia de que la Administración proceda a acordar un período de información
pública (con las consiguientes posibilidades de comparecencia y alegación en él); y tienen,
en fin, derecho a una resolución expresa en tiempo y congruente con sus peticiones, de suerte
que las no debatidas en el procedimiento deben someterse a contradicción para su inclusión
válida en dicha resolución (art. 40, en relación con los arts. 8º y 41).
En el entendido que este principio no sólo es un derecho, sino que constituye un deber para
la Administración, se establece que, en cualquier caso, el órgano instructor adoptará las
medidas necesarias para lograr el pleno respeto a los principios de contradicción y de
igualdad de los interesados en el procedimiento (art.10 inc. 4º).
g) Principio de imparcialidad
En primer término, no resulta posible sostener que la Administración sea una entidad
imparcial al momento de actual, ya que por definición y en razón de la función que debe
cumplir, sus actos deben estar orientados a satisfacer los intereses generales en todo ámbito
(seguridad y salubridad pública, medio ambiente, urbanismo, derechos de los consumidores,
etc.). De esta forma, su posición es claramente parcial: garantizar intereses generales, pero
de forma objetiva.
Por tal razón, es importante distinguir la posición institucional que tiene la Administración, que
tendrá siempre un interés general que defender y garantizar, frente a la posición de las
autoridades y funcionarios, que en su actual deben evitar cualquier situación que le reste
imparcialidad en al actuar, especialmente en los denominados conflicto de interés, lo cual
desarrolla bajo la particular denominación de “principio de abstención” el artículo 12 de la
LBPA.
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En el primer sentido, la objetividad dice relación con el objeto en si mismo, con independencia
de la propia manera de pensar o de las valoraciones personales que tenga la autoridad o el
funcionario. En este caso, la objetividad opera en el ámbito del principio de legalidad, y se
traduce en que las autoridades y funcionarios deben interpretar y aplicar la ley conforme a
la voluntad objetiva de la norma, alejado de cualquier valoración personal. Para algunos
autores este deber constituye una exigencia de conjunto de la Administración, la que debe
ser fiel a los fines que el ordenamiento jurídico le atribuye en el ejercicio de sus potestades,
y ponderar todos los intereses en juego que la ley ordena proteger, ya sea mediante los
criterios que la propia norma establece o sobre la base de criterios técnicos de congruencia
o razonabilidad168.
h) Principio de abstención
Cuesta comprender que la abstención pueda constituir un principio por sí mismo, tal como
lo consagran los artículos 4º y 12 de la LBPA, suponiendo que la Administración siempre
justifica su existencia en el actuar y los deberes que debe cumplir, de ahí la idea de la
oficialidad y celeridad que rige sus actos.
168 SANTAMARÍA PASTOR, Juan Alfonso, Principios de Derecho Administrativo, 2ª ed. Madrid, Iustel, 2009, p. 83.
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al margen del ordenamiento. Por tal razón, bien se sostiene que en este aspecto la
imparcialidad es un correlato o consecuencia del principio de igualdad en la aplicación de la
ley169. Si bien puede resultar compleja la distinción, lo cierto es que la imparcialidad opera
como un mecanismo preventivo que —como señala GARCÍA COSTA— tiene por finalidad
garantizar y proteger la buena imagen de la Administración, necesaria para recabar la
confianza misma de los administrados. Así, el funcionario tiene la obligación de interpretar
y aplicar la ley sin que exista en dicha labor ningún interés o fin personal alguno170.
En el caso de Chile, en principio las cuestiones de imparcialidad fueron tratadas en casos específicos,
como ocurre en materia de procedimientos disciplinarios respecto de las causales que pueden afectar
a un Fiscal o actuario. Así, el Estatuto Administrativo dispone en su artículo 133 que: “Se
considerarán causales de recusación, para los efectos señalados en el artículo anterior, sólo las siguientes: a)
Tener el fiscal o el actuario interés directo o indirecto en los hechos que se investigan; b) Tener amistad íntima
o enemistad manifiesta con cualquiera de los inculpados, y c) Tener parentesco de consanguinidad hasta el
tercer grado y de afinidad hasta el segundo, inclusive, o de adopción con alguno de los inculpados”. Más aún,
el mismo cuerpo legal dispone que “El fiscal o el actuario podrán declararse implicados por algunas de
las causales mencionadas en el artículo 133 o por algún otro hecho que a su juicio les reste imparcialidad”
(artículo 134 inciso 3º). Posteriormente la Contraloría extendió el alcance del principio de
imparcialidad con carácter general, como una manifestación del principio de probidad. Así, ha
señalado que la probidad administrativa establece el deber de todo funcionario de tener siempre en
cuenta, en el ejercicio de sus labores, la necesidad de priorizar el interés público sobre el privado,
actuando con objetividad, imparcialidad y transparencia en su gestión171. Así, ha aplicado los
principios de imparcialidad y objetividad en los procesos de calificación de los funcionarios172 y en
una clara separación entre las funciones de instrucción y de decisión en un sumario
administrativo173. A su vez, también ha sido clara en señalar que una posible enemistad que exista
entre los funcionarios puede dar lugar a la falta de imparcialidad, viciando un procedimiento de
calificación, como es la existencia de públicas discrepancias y desencuentros entre aquellos174.
Sin embargo, con la Ley Nº 19.653 se estableció con mayor precisión el alcance del principio de
imparcialidad vinculado con la probidad, al establecer en el actual artículo 62 Nº 6 los supuestos
que darían lugar a su infracción: “Artículo 62.— Contravienen especialmente el principio de la probidad
administrativa, las siguientes conductas: […] 6. Intervenir, en razón de las funciones, en asuntos en que se
tenga interés personal o en que lo tengan el cónyuge, hijos, adoptados o parientes hasta el tercer grado de
consanguinidad y segundo de afinidad inclusive. Asimismo, participar en decisiones en que exista cualquier
169 Ídem.
170 GARCÍA COSTA, Francisco Manuel, Delimitación conceptual del principio de objetividad: objetividad, neutralidad
e imparcialidad, en Revista Documentación Administrativa, 289, enero-abril 2011, pp. 31-32.
171 Dictámenes Nºs 30.504, de 1998 y 761, de 1999.
172 Dictámenes Nºs. 23.372, de 1982, 29.151, de 1992, 25.141, de 1993 y 5.709, de 1994.
173 Dictamen Nº 25.936, de 1982.
174 Dictámenes Nºs. 13.651, de 2006, y 33.487, de 2008. En dictamen Nº 781, de 1999, se señala que “[…]
aunque no existe norma legal o reglamentaria que en relación con el proceso calificatorio de los académicos de la
Universidad de Chile contemple causales de inhabilitación o recusación respecto de los integrantes de las comisiones que
en el intervienen, en resguardo de la objetividad e imparcialidad que, en general, debe imperar en los procesos
calificatorios, ante una situación como la ahora analizada, en que existe constancia previa de la opinión que a los
integrantes de las comisiones referidas les merece la actividad de un académico sujeto a su evaluación, corresponde que el
miembro de la Comisión Calificadora o informante, en su caso, se abstenga de participar en los acuerdos que esos órganos
adopten respecto del funcionario ocurrente”.
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circunstancia que le reste imparcialidad. Las autoridades y funcionarios deberán abstenerse de participar en
estos asuntos, debiendo poner en conocimiento de su superior jerárquico la implicancia que les afecta”. De esta
forma, el legislador consideró que cualquier circunstancia que le reste imparcialidad a un
funcionario, necesariamente lo obliga a abstenerse de intervenir. En este caso, además se hace cargo
expresamente de una de estas causales, como es la existencia de un interés personal o de los
parientes cercanos en los asuntos que debe intervenir en razón de sus funciones. Por lo tanto, las
causales de abstención son de numerus apertus, es decir, no hay una enumeración taxativa de las
mismas. Por su parte, Contraloría ha aplicado esta norma con carácter general, haciéndola aplicable
a todas las actuaciones y procedimientos de la Administración, conforme al criterio que ya había
establecido en su jurisprudencia.175
Ahora bien, las circunstancias que obligan a estar personas a abstenerse de intervenir en el
procedimiento:
175 Dictamen Nº 17.701, de 2008. En este caso se señala lo siguiente: “[…] la imparcialidad de la autoridad
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En lo que dice relación con la sanción que se aplicará en caso de incumplimiento, se establece
expresamente que la actuación de autoridades y los funcionarios de la Administración en los
que concurran motivos enumerados no implicará, necesariamente, la invalidez de los actos
en que hayan intervenido, lo cual es sin perjuicio de la responsabilidad que fuere procedente
(administrativa o penal).
La Contraloría señala que el deber de abstención tiene por objeto prevenir que en la Administración
se adopten decisiones en que la falta de imparcialidad de sus servidores pueda importar que aquéllas
no sean objetivas. Con todo, en su resolución, el órgano de control agrega un elemento interesante
para la configuración efectiva de este deber: el resultado. De acuerdo a esta entidad, si bien la
concurrencia de alguno de los motivos de abstención no implica necesariamente la anulación del acto
en que haya intervenido, su validez se reafirma cuando existiendo una preferencia o cercanía con el
interesado, la autoridad adopta una decisión que no evidencia un favoritismo.176
Conforme al inciso 2º del art. 13 de la LBPA, el vicio de procedimiento o de forma sólo afecta
la validez del acto administrativo cuando recae en algún requisito esencial del mismo, sea
por su naturaleza o por mandato del ordenamiento jurídico y genera perjuicio al interesado.
Conforme a la jurisprudencia de nuestra Corte Suprema, en él se encuentra consagrado el
llamado “principio de trascendencia”.
La Excma. Corte Suprema ha señalado que el principio de trascendencia establece que no hay nulidad
sin perjuicio (“pas de nullité sans grief”), por lo que no basta con denunciar irregularidades o que estas
efectivamente se presenten en un proceso para invalidar un acto administrativo, sino que se debe
demostrar que ellas inciden de manera concreta en el quebrantamiento de derechos del particular
(SCS Rol Nº 11.485-2017, cº 30).
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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En este sentido, ha señalado que: “Que, a su vez, uno de los principios que informan la nulidad de derecho
público es el de conservación, cuyo fundamento radica en que revistiendo la nulidad el carácter de remedio
excepcional frente a la ilegalidad de un acto administrativo, ella sólo será procedente si el vicio es grave y
esencial. Subyacen a este principio de conservación otros principios generales del Derecho como la confianza
legítima que el acto genera, así como la buena fe de los terceros, el respeto a los derechos adquiridos y la seguridad
jurídica. Efectivamente, no cualquier irregularidad o defecto justifica la declaración de nulidad, sino cuando
dicha anomalía conculque las garantías de los administrados”. Así, no cualquier irregularidad o defecto
justifica la declaración de nulidad (SCS Rol Nº 32091-2014, cº 24. Mismo criterio contenido en SCS
Rol Nº 2614-2015, SCS Rol Nº 2850-2015, entre otras).
Por su parte, la Contraloría concluye que el objeto del inciso 3º de la disposición en estudio
es evitar que por la vía de la invalidación se ocasionen consecuencias más perniciosas que
las que produciría la convalidación de los actos administrativos afectados, como es, por
ejemplo, la vulneración de situaciones jurídicas consolidadas de buena fe.178
j) Principio de inexcusabilidad
Reafirmando el deber de resolver que recae sobre la autoridad, el artículo 14 LBPA dispone
que la Administración estará obligada a dictar resolución expresa en todos los
procedimientos y a notificarla, cualquiera que sea su forma de iniciación, tal como ya lo
indicaba en términos menos afortunados en el artículo 8°. Aquello se denomina principio
conclusivo.
177 BELADIEZ ROJO, Margarita. Validez y eficacia de los actos administrativos. Madrid, Marcial Pons, 1994, p. 46.
178 Dictamen Nº 8.221, de 2019.
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b) Fundamentación de los actos que ponen termino anormal del procedimiento. En los casos
de término anormal de procedimiento (prescripción, renuncia del derecho, abandono
del procedimiento, desistimiento de la solicitud, desaparición sobreviniente del
objeto del procedimiento), la resolución consistirá en la declaración de la
circunstancia que concurra en cada caso, con indicación de los hechos producidos y
las normas aplicables (art. 14 inc. 3º).
k) Principio de impugnabilidad
a) Por regla general, sólo son impugnables los actos que ponen término al
procedimiento, en el entendido que son aquellos que se pronuncian sobre el fondo
del asunto que ha sido objeto del mismo. La razón de esta regla es que la
impugnación del acto terminal supone, en principio, la impugnación de los actos de
trámites que le han servido de fundamento. Así, por razones de economía
procedimental, carece de sentido impugnar un acto, tramite o diligencia dentro del
procedimiento, si aquella en definitiva sólo será estimada o desestimada en el
pronunciamiento final, respecto del cual se debe abrir la vía recursiva.
b) También por regla general, no son impugnables los actos de trámite ya que, como
se ha indicado, aquellos no conllevan necesariamente un pronunciamiento definitivo
de la autoridad y sólo serán ponderados en el acto terminal.
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Sin embargo, su análisis requiere de algunos matices en relación con la posición que tenga
el sujeto que ejerce este derecho, ya sea un i) interesado o parte, o ii) a los ciudadanos en
general.
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respecto de terceros puede ser reservada o secreta, como sucede con los antecedentes
personales que puede haber aportado al mismo.
El citado precepto legal [literales a) y b)] otorga, en efecto, a quienes tengan la condición
de interesados los derechos a conocer en cualquier momento el estado de tramitación del
procedimiento y obtener copias de los documentos en el contenido, así como a identificar a
las autoridades y al personal bajo cuya responsabilidad se tramite.
En estén sentido, Contraloría ha sostenido que de conformidad con lo prescrito en el artículo 17, letra
a), de la ley N° 19.880, las personas, en sus relaciones con la Administración, tienen derecho a conocer,
en cualquier momento, el estado de la tramitación de los procedimientos en los que tengan la
condición de interesados, y obtener copia autorizada de la documentación pertinente. Al efecto, si bien
la citada ley N° 19.880 no ha establecido un procedimiento específico para hacer efectivo el derecho
contemplado en dicho precepto, ello no puede constituir un obstáculo para su ejercicio, debiendo la
autoridad competente adoptar las medidas necesarias a fin de que las personas que tienen la calidad
de interesadas en el respectivo procedimiento, en cualquier momento, accedan a los documentos que
conforman el correspondiente expediente y obtengan copias de ellos, debiendo dar lugar a ese tipo de
requerimientos en la medida que no exista una causal legal de reserva que lo impida (Dictámenes Nos.
27.945, de 2017, y 30.016, de 2018).
Cuestión distinta en lo que sucede con la Ley Nº 20.285, sobre acceso a la información
pública, que –conforme al artículo 8º de la Constitución- reconoce dicho derecho de acceso
y conocimiento a todos los ciudadanos sin mayor cualificación y establecen el régimen
general del mismo, precisando que incluye el acceso a la información contenida en actos,
resoluciones, actas, expedientes, contratos y acuerdos, así como a toda información
elaborada con presupuesto público, cualquiera sea el formato o soporte en que se contenga,
salvo las excepciones legales. En todo caso, no se puede soslayar las reglas de reserva que
pueden hacer presente la Administración cuando su publicidad, comunicación o
conocimiento afecte el debido cumplimiento de las funciones del órgano requerido (v.gr. si
es en desmedro de la prevención, investigación y persecución de un crimen o simple delito
o se trate de antecedentes necesarios a defensas jurídicas y judiciales, o que se trate de
antecedentes o deliberaciones previas a la adopción de una resolución, medida o política);
afecte los derechos de personas (v.gr. seguridad, su salud, la esfera de su vida privada o
derechos de carácter comercial o económico); la seguridad de la Nación y el interés nacional
(artículo 20 de la Ley Nº 20.285).
De este régimen legal general del derecho de acceso e información conviene resaltar los
siguientes aspectos:
a) No legitima el acceso directo a los archivos y, por tanto, los documentos, salvo
cuando se ejercite el derecho de acceso a la información pública en el procedimiento
en los términos del artículo 21 de la LBPA.
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El Reglamento de la Ley Nº 20.285 (Decreto Nº 13, de 2009, del Ministerio Secretaría General de la
Presidencia) define en su artículo 7º, letra c), qué se entiende por solicitud “genérica”, en los siguientes
términos: “Se entiende por requerimientos de carácter genérico, aquellos que carecen de especificidad respecto
de las características esenciales de la información solicitada, tales como su materia, fecha de emisión o período
de vigencia, autor, origen o destino, soporte, etcétera”. En virtud de dicha disposición, el Consejo para la
Transparencia ha señalado que una solicitud se encuentra debidamente especificada cuando de ella se
desprenden elementos suficientes que permitan identificar el objeto de la solicitud (SCT Rol Nº C
1950-13, cº8).
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Cuando concurra en ellos alguna de las causas legales de abstención, las autoridades y, en
general, el personal al servicio de la Administración debe sustraerse de intervenir en el
procedimiento y comunicarlo así a su superior jerárquico inmediato para que resuelva lo
procedente (art. 12 LBPA y art.64 n°6 inciso 3 LBGAE). La no abstención, cuando proceda,
no determina por si sola la invalidez de los actos en que se haya concretado la intervención
indebida, pero sí la responsabilidad de la autoridad o del personal correspondiente (12 inciso
3).
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Estas otras partes del procedimiento pueden ser tanto otros órganos de la Administración
o personas de derecho público, como personas jurídico-privadas (naturales o jurídicas).
Por derecho subjetivo debe entenderse toda posición jurídica individualizada y activa
traducible en pretensiones frente a la Administración de realización de prestaciones a las
que esté obligada (con independencia del título constitutivo de la obligación), de
reconocimiento o protección de situaciones jurídicas reconocidas normativamente o por la
propia Administración o de respeto de ámbitos de libertad establecidos por el ordenamiento
jurídico.
La jurisprudencia de nuestra Corte Suprema ha dicho que por interés legítimo se debe entender que
«no se trata del mero y simple interés, como el de un ciudadano por el interés en la observancia de la legalidad;
ha de tratarse de un interés protegido por el ordenamiento jurídico y que haya de afectarle, sea individualmente
o, en su caso, cuando se trate de una afectación colectiva» (STC Rol N° 21.993-2014, Sociedad Química de
Chile S.A. (SQM) con Comisión de Evaluación Ambiental de Tarapacá).
La LBPA (art. 21) establece una regulación conforme con las precisiones anteriores y a tenor
de la cual puede decirse que existen básicamente dos clases de interesados:
a) Los interesados necesarios, sin contar con los cuales no es posible la tramitación,
desarrollo y conclusión válidos del procedimiento por defecto en la conformación de
la correspondiente relación jurídica procedimental. Son los siguientes:
i. Quienes promuevan el procedimiento como titulares de derechos o intereses
legítimos individuales o colectivos, precisión esta última, que concede gran
amplitud a la noción de interés legítimo.
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ii. Los que, sin haber iniciado el procedimiento, tengan derechos que puedan
resultar afectados por la decisión que en el mismo se adopte.
b) Los interesados posibles o eventuales, con los que sólo ha de contarse en la tramitación
del procedimiento en la medida y a partir del momento en que se personen ellos, de
propia iniciativa, en el mismo.
A esta clase de interesados se refiere el literal c) del artículo 21 LBPA: aquéllos cuyos
intereses legítimos, individuales o colectivos puedan resultar afectados por la
resolución y se personen en el procedimiento en tanto no haya recaído resolución
definitiva.
Artículo 20. Capacidad para actuar. Tendrán capacidad de actuar ante la Administración,
además de las personas que gocen de ella o la ejerzan con arreglo a las normas generales, los
menores de edad para el ejercicio y defensa de aquellos de sus derechos e intereses cuya
actuación esté permitida por el ordenamiento jurídico-administrativo sin la asistencia de la
persona que ejerza la patria potestad, tutela o curatela. Se exceptúa el supuesto de los menores
incapacitados, cuando la extensión de la incapacitación afecte al ejercicio y defensa de los
derechos o intereses de que se trate.
En general, se sostiene que esta norma no se corresponde con la regla general contenida
por la legislación civil (artículos 1446 y 1447 del Código Civil), y establecería un régimen
más amplio y generoso en materia de capacidad que se explica por la naturaleza misma del
Derecho administrativo y el antiformalismo que le es propio. Sin embargo, esta disposición
no conversa necesariamente con nuestro régimen general de capacidad, aun cuando se llega
en definitiva a la solución general prevista en el Código Civil.
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En efecto, el artículo 20 es una disposición que se ha tomado de forma literal del artículo 30
de la Ley 30/1992, de 26 de noviembre, de Régimen Jurídico de las Administraciones
Públicas y del Procedimiento Administrativo Común180, y que constituye una excepción al
régimen general de capacidad prevista en la legislación española.
i. Las personas capaces, conforme a las reglas generales, esto es, artículo 1446
del Código Civil.
ii. Los menores de edad para el ejercicio y defensa de aquellos de sus derechos
e intereses cuya actuación esté permitida por el ordenamiento jurídico-
administrativo sin la asistencia de la persona que ejerza la patria potestad,
tutela o curatela. Ahora bien, no tenemos una norma general sobre la
materia en la legislación administrativa, por lo que en este caso opera lo
dispuesto en el artículo 251 del Código Civil que dispone que “El hijo se
mirará como mayor de edad para la administración y goce de su peculio profesional
o industrial”. En este caso se vincula con el artículo 1447 del mismo Código,
que nos señala que la incapacidad de los menores adultos no es absoluta, y
sus actos pueden tener valor en ciertas circunstancias y bajo ciertos
respectos, determinados por las leyes, como sucede con un menor adulto
que inicia actividades ante el Servicio de Impuestos Internos para
desarrollar una actividad comercial.
iii. Nada se dice respecto de los disipadores que se hallen bajo interdicción de
administrar lo suyo. En este caso, se aplica el régimen general de
incapacidad relativa prevista en citado artículo 1447.
ii. Por último, nada se dice sobre el demente y los sordos o sordomudos que
no pueden darse a entender claramente. En este caso, se mantiene lo
180 El texto es el siguiente: “Artículo 30. Capacidad de obrar. Tendrán capacidad de obrar ante las Administraciones
Públicas, además de las personas que la ostenten con arreglo a las normas civiles, los menores de edad para el ejercicio y
defensa de aquellos de sus derechos e intereses cuya actuación esté permitida por el ordenamiento jurídico-administrativo
sin la asistencia de la persona que ejerza la patria potestad, tutela o curatela. Se exceptúa el supuesto de los menores
incapacitados, cuando la extensión de la incapacitación afecte al ejercicio y defensa de los derechos o intereses de que se
trate”.
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Si los interesados optan por actuar por medio de representante, la representación invocada
vale como tal en la medida que conste en escritura pública o documento privado otorgado
ante notario, requiriéndose siempre que conste en escritura pública en aquellos casos en que
el acto administrativo produzca efectos que exijan tal solemnidad (art. 22 inc. 2º), como lo
sería la compraventa de un bien fiscal ante el Ministerio de Bienes Nacionales conforme al
Decreto Ley Nº 1939, de 1977.
Previo a revisar las distintas etapas del procedimiento administrativo mismo, cabe hacer
presente que la LBPA considera algunas actuaciones que pueden tener lugar previo a su
inicio. Estas son la información previa y las medidas provisionales.
13.1 Período de información previa
Ahora bien, una vez abierto este período y realizada las diligencias, se deben ponderar los
antecedentes recopilados y evaluar la conveniencia abrir un expediente. Si bien en algunos
casos estos antecedentes pueden ser claros y evidentes, de forma que la única alternativa
posible es iniciar el procedimiento, como ocurre en los casos de potestades estrictamente
regladas (v.gr. procedimientos disciplinarios), en otros puede existir dudas al respecto o no
se cuentan con antecedentes sólidos. En estos supuestos, se deberá dictar una resolución que
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El artículo 32 de la LBPA regula las medidas provisionales que puede adoptar el órgano
administrativo antes de la iniciación del procedimiento o ya iniciado éste. Conforme a dicha
disposición, estas medidas tienen un objeto muy preciso: asegurar la eficacia de la decisión
que pudiera recaer en el procedimiento, esto es, de la resolución final. A su vez, no se
establece un listado de estas medidas. En este caso, la determinación queda entregada a la
decisión de la propia autoridad en razón del fin que deben alcanzar: son las medidas que
estime oportunas para asegurar la eficacia de la decisión.
En todo caso, se trata de una resolución que ha de ser fundada, en la medida que su
procedencia está determinada por la existencia de «elementos de juicio suficientes para ello».
Así, la medida provisional no se justifica en sí misma, sino en relación con la decisión final
que se va a adoptar en un procedimiento administrativo, cuya eficacia se debe garantizar.
Por lo tanto, el acto en virtud del cual se adopta dicha medida debe indicar claramente el
acto cuya eficacia va a asegurar y, especialmente, la forma en que la medida adoptada
garantiza dicha eficacia. Por tal razón la doctrina ha señalado que una adecuada motivación
de las medidas provisionales permitirá conocer las circunstancias tenidas en cuenta para
apreciar la necesidad de las mismas, así como el correcto ejercicio de esta facultad, además
de ser indispensable para la alegación y prueba que pueden hacer los sujetos afectados y el
control judicial de la medida.181
Se pronuncia en este sentido la Corte de Apelaciones de Santiago, que en el recurso de protección con
rol ingreso de Corte Nº 75.102-2016, señala: “Que, el artículo 32 de la ley 19.880, en el marco de un
procedimiento administrativo, permite a la autoridad adoptar de oficio o a petición de parte, medidas
provisionales, que deben ser oportunas para asegurar la eficacia de la decisión que pudiere recaer, si existieren
elementos de juicio suficientes para ello. Así las cosas, en el procedimiento que se sigue en contra de la recurrente,
que lleva más de siete meses de tramitación, no se advierte de qué modo se asegura la eficacia de la decisión, si
respecto de ella, dado el tiempo transcurrido, no se ha tomado decisión alguna, habiendo señalado en el mismo
acto que se impugna, que los hechos que la determinan son graves e incluso cita en sus motivaciones que la
contratista infringe el artículo 45 letra a) del Decreto 127/77, pero sin que se haga uso, por la autoridad
competente, de esta disposición que resulta del todo pertinente (considerando 7º). Que, como ha procedido la
autoridad, la Seremi Metropolitana de Vivienda y Urbanismo, no se corresponde con el caso que se recurre, pues
sin tener la competencia habilitante para eliminar o suspender a la contratista del registro del Decreto N° 127
de 1977, pretende ese objetivo a través de una medida provisional que no está concebida para esos fines, ni se
explica debidamente, ya que, como se dijo, existen las normas que permiten obrar del modo que le interesa, por
lo que el proceder de esta forma es indicativo de algún grado de arbitrariedad que no es admisible para los casos
en que la autoridad pública debe resolver decisiones que producen efectos sobre terceros, en donde se le exige
constitucional y legalmente, actuar en el marco estricto de su competencia, razonada y fundadamente, resultando
además, en este caso, que con ello se atenta contra el principio de igualdad ante la ley que consagra la
Constitución Política (considerando 8º).”
Otro límite importante que «no se podrán adoptar medidas provisionales que puedan causar
perjuicio de difícil o imposible reparación a los interesados, o que impliquen violación de derechos
amparados por las leyes». Dada la redacción de la norma, es difícil que se puedan adoptar
medidas provisionales como la paralización de obras, la clausura de establecimientos, la
181 MARINA JALVO, Belén (2007), “Medidas Provisionales en la Actividad Administrativa”, Lex Nova, Madrid,
2007, p. 134.
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prohibición para ejercer una actividad o comercio, el traslado y suspensión de sus labores
de un funcionario objeto de una investigación disciplinaria, ya que implican una «violación
de derechos», salvo que la ley expresamente lo establezca, como sucede en materia ambiental,
sanitaria o funcionarial.182
Por su parte, el órgano instrumento puede alzar o modificar las medidas provisionales, de
oficio o a petición de parte, en virtud de circunstancias sobrevinientes o que no pudieron ser
tenidas en cuenta en el momento de su adopción (art. 32 inc. 4º). Por último, dado el carácter
accesorio que tienen en relación con la resolución final, estas medidas se extinguen cuando
se ponga fin al procedimiento correspondiente (art. 32 inc. 5º).
182 Un caso particular es el que se ha presentado con el denominado «bloqueo» del timbraje de documentos
tributarios por parte del Servicio de Impuestos Internos. Esta figura surge con la Circular Interna Nº 32, del
17 de diciembre de 1991, del Servicio de Impuestos Internos, en el cual se estableció todo un sistema de
Bloqueo y Desbloqueo de Timbraje de Documentos, configurando causales que permitían a los funcionarios
«impedir el timbraje», constituyendo una auténtica medida provisional creada por la vía de una norma
administrativa. Se han dado un número de casos importantes en que se ha recurrido de protección frente a
estos bloqueos, en cuyos casos el SII se ha defendido invocando el art. 6 letra a) del Código Tributario, a pesar
de que esta norma sólo le otorga facultades interpretativas. Actualmente esta materia se encuentra regulada
en la Circular Nº 19, de 11 de mayo de 1995. Por su parte, se han emitido diversas sentencias en uno y otro
sentido, siendo la más relevante un pronunciamiento de la Corte Suprema de 2004, en el cual sostuvo que
«[…] no existiendo norma legal que permita al SII efectuar el bloqueo de timbraje de boletas a un contribuyente como
se ha indicado, y menos por supuesta actuaciones de un tercero, ni hay tampoco disposición legal que lo autorice a retener
indefinidamente la devolución de remanentes de impuestos personales sin observar el procedimiento que la ley establece, se
concluye que son ilegales las actuaciones realizadas por el SII» (c. 6º, Sentencia Rol N° 28-04, de 20 de enero de
2004).
183 SCS Rol Nº 61.291-2016,
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En relación con la denuncia, cabe tener presente que aquel es el acto de poner en
conocimiento de la Administración de un hecho que la habilita para actuar de oficio, como
sucede de forma habitual con las infracciones administrativas. En estos casos, el denunciante
no tiene la calidad de parte ni los derechos que aquella situación conlleva, sin perjuicio de
que se puedan dar los supuestos previstos en el artículo 21 de la LBPA para poder ser parte
o interesado, lo cual es independiente a la calidad de denunciante.
14.2. Iniciación a instancia del interesado
a) Los supuestos en que procede: las posiciones desde las que cabe incoar la actuación
de la Administración
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Debe distinguirse claramente a este respecto las dos posiciones básicas desde las que se
puede interesar la actuación administrativa, con puesta en marcha del pertinente
procedimiento:
Que la iniciativa se haga desde una u otra posición depende estrictamente de la legislación
material aplicable y las relaciones jurídicas que la misma funde o a las que históricamente
haya dado lugar.
Sobre esta materia, en el Derecho español la distinción entre una y otra está claramente establecida
por la jurisprudencia contencioso-administrativa, para la cual únicamente la segunda determina el
deber de la Administración de tramitar y resolver conforme a Derecho el procedimiento en sentido
pertinente, es decir, da lugar a una verdadera instancia o solicitud (inicial o en fase de reclamación o
impugnación), mientras que la primera consiste en una simple petición, que, en cuanto basada hoy en
un derecho fundamental, determina la actuación administrativa, si bien no obliga a una determinada
resolución de fondo; actuación administrativa efectiva y resolución, que son susceptibles de control
judicial cuando menos desde el punto de vista formal (SsTS de 15 de julio de 1982; 8 de mayo de 1985;
15 de octubre de 1986; 10 de abril de 1987; y 18 de febrero de 2003; R. Az. 4382, 2339, 8037, 2301 y
2117, respectivamente).
El derecho de petición, para el caso español, no determina obligación estricta para la Administración
de producir una determinada resolución de fondo (pues sólo si la estima fundada debe adoptar las
medidas correspondientes), pero sí la de comunicación de la decisión que se tome (que nunca puede
perjudicar al peticionario).
La LBPA regula en sus artículos 30 y 31, el cumplimiento de ciertas formalidades por parte
del interesado al presentar su solicitud, que a su vez tiene correlación con la obligación legal
de la Administración de resolver dentro del plazo establecido al efecto (art. 23 LBPA). La
forma a través de la cual se ejercita ese derecho ante la Administración es la instancia o
solicitud (esta última, es la denominación legal).
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c) La presentación de la solicitud
También, se debe advertir que, a tenor del inciso final del artículo 30 de la LBPA, los
solicitantes podrán acompañar los documentos que estimen convenientes para precisar o
completar los datos del formulario, los cuales deberán ser admitidos y tenidos en cuenta por
el órgano al que se dirijan.
Igualmente, los solicitantes podrán acompañar los documentos que estimen convenientes
para precisar o completar los datos del formulario, los cuales deberán ser admitidos y
tenidos en cuenta por el órgano al que se dirijan (art. 30 inc. 6º LBPA).
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Es importante tener presente que la resolución que declara este «desistimiento tácito»
constituye un acto trámite que pone término al procedimiento, razón por la cual es
impugnable a través de los recursos que franquea la ley (artículo 15 de la LBPA). A su vez,
la exigencia de estos antecedentes debe estar previstos en la ley, no siendo suficiente una
norma de carácter reglamentario o infralegal. En caso contrario, se debe entender que
dichos antecedentes deberán ser acompañados en la etapa de instrucción, para que sean
apreciados por la Administración en su resolución final.
Sin embargo, la Contraloría ha entendido que esta exigencia –a pesar del texto expreso de la ley-
podría estar contenida en una norma reglamentaria, haciendo efectivo el «desistimiento tácito»
previsto en el artículo 31 de la LBPA. Así ha señalado que «[…] en consideración al tenor literal del
artículo 56 [del Reglamento del sistema nacional de control de los productos farmacéuticos de uso
humano], como también al contexto de la preceptiva en la cual se enmarca, es inconcuso sostener que los
certificados en cuestión requieren ser acompañados al momento de presentarse la solicitud de renovación de
registro sanitario ante el ISP y que, en consecuencia, tal exigencia se encuentra prevista en la regulación
específica que rige la materia. En mérito de lo expuesto, atendido que la normativa sanitaria no precisa de qué
manera debe proceder la autoridad administrativa si el solicitante no cumple la aludida obligación y dado el
carácter supletorio de la ley N° 19.880, cabe concluir que, en tal evento, es pertinente aplicar lo estatuido en el
referido artículo 31 de dicho cuerpo legal, debiendo otorgarse al interesado un plazo de cinco días para que
acompañe los certificados en comento, con indicación de que, si así no lo hiciere, se le tendrá por desistido de su
petición» (Dictamen Nº 17.346, de 2015).
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Desde esta perspectiva se entienden las reglas de tramitación que se establecen en los arts.
7, 9 y 18 de la LBPA:
c) Los trámites que deban ser llevados a cabo por la Administración y los particulares,
deben serlo dentro en los plazos legales y concretados a tal fin. Por ello, al solicitarse
de otros órganos administrativos la verificación de trámites o actuaciones, debe
consignarse en la comunicación el plazo establecido al efecto (art. 9º inc. 3º LBPA).
15.2. Los términos y los plazos
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Estas reglas están evidentemente relacionadas con las más generales que sobre términos y
plazos se contienen en los artículos 23 a 27, ambos inclusive, de la LBPA, y que pueden
sintetizarse así:
En este sentido, la Corte Suprema ha señalado que «[…] la Superintendencia de Salud demoró dos años
y cinco meses en resolver la aplicación de la multa, contados desde la fecha de formulación de cargos ocurrido
el 24 de marzo de 2014 y la dictación de la Resolución Exenta IP/No 1468 de fecha 28 de septiembre de 2016,
dilación indebida e injustificada, que genera el referido efecto jurídico de decaimiento del procedimiento
administrativo sancionador, esto es, su extinción y pérdida de eficacia, al verse afectado su contenido jurídico
que se ha tornado inútil o abiertamente ilegítimo» (SCS Rol Nº 257-2019, cº4).
Todos los plazos expiran siempre en día hábil, por lo que cuando el último día del plazo
sea inhábil, se entenderá prorrogado al primer día hábil siguiente (art. 25 inc. final
LBPA).
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Los plazos se cuentan, estén expresados en meses o años o en días, a partir del día
siguiente a aquel en que tenga lugar la notificación o publicación del acto de que se trate
o a aquel en que se produzca la estimación o desestimación por silencio administrativo.
Respecto de los fijados en meses o años, si en el mes de vencimiento no hay día
equivalente al de comienzo del cómputo, se entiende que el plazo expira el último día del
mes (art. 25 inc. 2º LBPA).
e) Salvo los de presentación de solicitudes y recursos, los plazos son también reducibles,
por razones de urgencia, a la mitad de su duración (no cabe recurso independiente contra
la decisión que ordene la tramitación de urgencia) (art. 63 LBPA).
La instrucción del procedimiento tiene por objeto, según se desprende del artículo 34 LBPA,
la realización de los actos necesarios para la determinación, el conocimiento y la
comprobación de los datos (fácticos y jurídicos) en virtud de los cuales deba pronunciarse el
acto terminal, es decir, el acto definitivo que ponga fin a dicho procedimiento. En efecto, la
autoridad administrativa para efectuar un pronunciamiento debe recabar antecedentes,
pruebas, hacer consultas, etc., con la finalidad de formarse un juicio fundado y emitir su
parecer. Este cúmulo de antecedentes permitirá formar la convicción a la autoridad y dará
cuenta de los “motivos objetivos”, tanto de derecho o de hecho que ha tenido en
consideración para emitir su decisión.
Ahora bien, todos estos actos de instrucción, junto con la valoración y razonamiento que
realiza la autoridad de los mismos, conforman los motivos del acto administrativo, los cuales
posteriormente se deben expresar claramente en el acto terminal (motivación o fundamentación),
en los casos que determine la ley, como sucede respecto de todo acto o resolución final
(artículo 41 LBPA) o en aquellos que no siendo actos terminales, afecten derechos de los
particulares (artículo 11 del mismo texto legal).
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a) Prueba
La regulación legal es en este punto escueta, lo que lejos de significar una escasa importancia
de la prueba, revela la flexibilidad en el procedimiento administrativo de la actividad
probatoria.
Por su parte, la jurisprudencia administrativa ha destacado el rol que le corresponde a la
Administración en el control de dicha actividad, a la que pertenece la facultad de apreciar la relevancia
de los hechos que se pretenden probar y la pertinencia de los medios de prueba que se propongan por
los interesados186. En ese sentido, la Contraloría entiende que si bien le corresponde cautelar la
regularidad del proceso, no puede sustituir a la Administración activa en la ponderación de los
elementos de convicción en un procedimiento administrativo, los que deben ser analizados en
conciencia por la autoridad competente.187
Las pruebas propuestas por los interesados sólo pueden ser rechazadas mediante resolución
fundada, cuando sean manifiestamente improcedentes o innecesarias (arts. 35 inc. 3º LBPA).
Los interesados tienen derecho a intervenir en la práctica de las pruebas, a cuyo efecto deben
ser notificados no sólo del comienzo de las actuaciones necesarias para la realización de las
que hayan sido admitidas, sino también y en el caso concreto del lugar, fecha y hora de cada
práctica, con advertencia de poder contar con la asistencia de peritos propios que le asistan
(art. 36 LBPA).
b) Informes
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En ese sentido, los informes son un típico ejemplo de actos de juicio o dictamen, de los que
señala el artículo 3º de la LBPA, los que solo contienen una opinión, y no son, por regla
general, vinculantes. Por ello, se trata, de actos de trámite que no se pueden impugnar
separadamente.
En este sentido, Contraloría ha concluido que los informes solicitados por los Órganos de la
Administración para resolver un procedimiento administrativo no son impugnables a través de los
recursos que contempla la Ley Nº 19.880. En particular, resolvió que las opiniones emitidas por las
Comisiones Regionales de Uso del Borde Costero a través de informes, en el procedimiento de
tramitación de concesiones marítimas, no revisten la naturaleza de decisiones formales en las cuales
se contengan declaraciones de voluntad, sino que solo constituyen antecedentes a considerar por el
Ministerio de Defensa Nacional para resolver los otorgamientos requeridos, por lo que, en definitiva,
no son susceptibles de los recursos que contempla la LBPA (Dictamen Nº65.515, de 2011).
Debe solicitarse en todo caso la emisión de aquéllos que sean preceptivos por disposiciones
legales y los que, aún no teniendo dicho carácter, se consideren necesarios para resolver,
citando el precepto que los exija, en el primer caso, o fundamentando la conveniencia de
reclamarlos, en el segundo caso, y especificando el extremo o extremos sobre los que se
desea la formulación de juicio, en ambos supuestos (art. 37).
Los informes o dictámenes pueden ser, por tanto y en función de la exigencia legal de su
emisión en el procedimiento:
1. Preceptivos
2. Facultativos.
A su vez y desde el punto de vista de la incidencia del juicio que contengan sobre la
formación de la voluntad del órgano administrativo competente para resolver el
procedimiento, pueden ser:
1. Vinculantes
2. No vinculantes
Ambas clasificaciones son compatibles, aunque la combinación más frecuente entre las
mismas es la que da lugar a:
ii. Los informes o dictámenes preceptivos, pero no vinculantes. Así ocurre con el informe
del fiscal en un sumario administrativo; y el informe de la Comisión de Evaluación en
los procesos licitatorios, y
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Los informes o dictámenes deben ser emitidos en el plazo fijado al efecto, de suerte que su
no evacuación en tiempo permite a la Administración solicitante, proseguir las actuaciones
hasta su terminación, así como desconocer, es decir, no tener en cuenta, los emitidos fuera
de plazo (art. 38 inc. 2º).
Por último, considerando la dimensión y envergadura que pueden tener los informes, la
propia ley dispone que “La aceptación de informes o dictámenes servirá de motivación a la
resolución cuando se incorporen al texto de la misma” (artículo 41 inciso final). Por lo tanto,
desde que la autoridad hace suyo el contenido de un informe y sus conclusiones, se entiende
que aquel pasa a formar parte de la “motivación” del acto o resolución final, lo que permite
dar sustento a la decisión que ha adoptado.
114
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Dadas las características del trámite, su ordenación concreta es cosa más bien de la
legislación sectorial correspondiente, que en ocasiones lo configura como preceptivo y
obligatorios (como ocurre con los procedimientos de aprobación y modificación de los
instrumentos de planificación territorial, conforme a la Ley General de Urbanismo y
Construcciones y su Ordenanza, y en el procedimiento de evaluación ambiental, ya sea bajo
la forma de un EIA o de una DIA).
La participación ciudadana se ha constituido como uno de los elementos capitales en orden a superar
la obsolescencia de las instituciones clásicas de la democracia, particularmente radicada en el
parlamento. Debido a la profunda crisis que se ha experimentado por una acentuada y progresiva
disociación del poder público y la ciudadanía, se ha levantado con fuerza la idea de la participación
ciudadana en la Administración pública durante la segunda mitad del siglo XX, al punto de elevarla
a la categoría de un principio constitucional190. Aquello no es consecuencia sino del traslado del eje
central del Estado desde el parlamento al Gobierno y la Administración, concentrando un enorme
poder público en el diseño, implementación y ejecución de políticas públicas, contando con un gran
aparato burocrático que le permiten tener una incidencia gravitante en la sociedad. Por lo demás, la
115
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Por tal razón, la idea de “crisis de participación”, “ausencia de participación ciudadana” o “falta de
legitimidad democrática en las decisiones públicas”, han levantado la necesidad de reflexionar sobre el
punto y promover diversas modificaciones normativas en los ordenamientos positivos, tendencia que
se ha proyectado a Latinoamérica192 y que ha llegado a nuestro país.193
Ahora bien, existen diversos mecanismos de participación. En algunos casos, (i) se utilizan fórmulas
orgánicas, mediante la integración de miembros representantes de la comunidad en órganos
administrativos, normalmente de carácter consultivo194, aunque también existen algunos con carácter
activo o decisorio195; en otros casos existen (ii) fórmulas de participación procedimental, estableciendo
mecanismos de audiencias o información pública196 o de consulta preceptiva de todo o parte de los
miembros de la comunidad, como ocurre con la Consulta Indígena. Por último, también se considera
como mecanismo de participación (iii) la legitimación de las organizaciones sociales para impugnar
por la vía jurisdiccional los actos administrativos que puedan afectar al interés general o colectivo.197
No obstante, no es posible agotar todas las instancias de participación que utiliza la Administración,
como ocurre muchas veces con la consulta públicas de políticas, planes y programas que realizan los
ministerios o servicios públicos, así como las consultas no vinculantes que se realizan a la comunidad
por parte de las municipalidades.
191 Véase Parejo Alfonso, Luciano (2000): El Estado social administrativo: Algunas reflexiones sobre la “crisis”
de las prestaciones y los servicios públicos, en Revista de Administración Pública, 153, pp. 238-239.
192 En el caso de Perú se puede consultar el trabajo de Danós, Jorge (2006): La participación ciudadana en el
ejercicio de las funciones administrativas en el Perú, en: Revista de Derecho Administrativo, Nº 1, pp. 121-164;
en Colombia Nader, Rachid (2008): La participación ciudadana como principio de la función administrativa en
el contexto de la descentralización, en: Derecho y Realidad, 12, pp. 281-286; en Argentina Rey Vázquez, Luis
Eduardo (2016): Estado, Administración y Realidad: la participación del ciudadano en la gestión pública, en:
Revista Digital Asociación Argentina de Derecho Administrativo, Nº 1, pp. 119-171.
193 En este sentido, Pedro Pierry ha sostenido que en la Administración Pública contemporánea aparece como
uno de los aspectos más importantes, la necesidad de buscar diversas formas de participación del administrado
en la toma de decisiones. Todas ellas tienden a acercar la Administración al administrado y aunque no
signifique dotarlos de atribuciones decisoria, ya que ellas radican por regla general en la autoridad, permiten
que la decisión logre un mayor grado de aceptación social. Véase Pierry, Pedro (1989-1990): Las audiencias
públicas, en: Revista de Derecho, Valparaíso, XIII, pp. 165-174. También se puede consultar Mirosevic,
Camilo (2013): Mecanismos de participación ciudadana en el ordenamiento jurídico, Santiago, Librotecnia.
194 Así sucede con el Consejo Económico y Social Provincial (conocido también como CESPRO), que es un
órgano de asesoría y participación ciudadana a nivel provincial en Chile, establecido por la Ley 19.175,
Orgánica Constitucional de Gobierno y Administración Regional. También está el Consejo Comunal de
Organizaciones de la Sociedad Civil es un órgano de participación ciudadana de las municipalidades, que
reemplazaron al Consejo Económico Social Comunal (CESCO), y cuyo objetivo es asegurar la colaboración y
participación de la comunidad local en el progreso económico, social y cultural de la comuna.
195 Así sucede con los Consejos Zonales de Pesca, que tienen por objeto contribuir a descentralizar las medidas
administrativas que adopte la autoridad y hacer efectiva la participación de los agentes del sector pesquero en
el nivel zonal, en materias relacionadas con la actividad de pesca y acuicultura.
196 La información pública o participación ciudadana es regulado con carácter facultativo en el artículo 39 de
la Ley Nº 19.880, pero que es un trámite esencial en algunos casos, como ocurre los procedimientos de
aprobación y modificación de los instrumentos de planificación territorial, conforme a la Ley General de
Urbanismo y Construcciones y su Ordenanza, y en el procedimiento de evaluación ambiental, ya sea bajo la
forma de un EIA o de una DIA.
197 Sobre la tipología de las técnicas de participación, véase Santamaría Pastor, Juan Alfonso (2016): Principios
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En el año 2011 entró en vigor la Ley Nº 20.500, sobre asociaciones y participación ciudadana en la
gestión pública. En este sentido, dicha iniciativa estaba orientada a hacer efectivo el derecho de las
personas a participar en igualdad de oportunidades en la vida nacional, el cual se encuentra
consagrado en el inciso final del artículo 1º de la Constitución. Así, se afirmaba en su mensaje que:
“La participación ciudadana, como eje central de un régimen democrático moderno, concibe la relación entre el
Estado y el individuo como una cooperación entre ambos y no como una relación vertical o de sumisión de los
sujetos a la autoridad. Una relación de cooperación Estado-individuo, piedra angular del principio
participativo, trae como consecuencia una activa intervención de la sociedad civil en la elaboración de la
voluntad estatal, esto es, un involucramiento superior de la ciudadanía en el diseño o elaboración de las
decisiones públicas, superando el carácter recepticio, pasivo o de meros sujetos, que existe en un régimen de
sujeción vertical de los individuos frente a la autoridad y carente de una ciudadanía organizada, activa y
responsable. En estas condiciones, la existencia de un marco que favorezca una participación ciudadana efectiva,
por un lado, hace partícipes de las decisiones a los propios ciudadanos, posibilitando el ensanchamiento de la
democracia. Por el otro, permite una actuación eficiente de los órganos del Estado encargados de tomar
decisiones públicas, toda vez que se toma conocimiento de los distintos intereses en juego, del grado de aceptación
de las medidas y se perfeccionan técnicamente las decisiones con aportes externos”.198
Una de las modificaciones más importantes se hizo a la LBGAE, introduciendo un nuevo Título IV
“De la participación ciudadana en la gestión pública”. A este respecto, es importante destacar que estas
normas se aplican a todos los órganos de la Administración del Estado (artículo 2º)199, salvo aquello
que están expresamente excluidos (artículo 21)200. Así, se reconoce la participación como un derecho
que el Estado debe respetar: “El Estado reconoce a las personas el derecho de participar en sus políticas,
planes, programas y acciones”. Por tal razón se dispone que “[…] es contraria a las normas establecidas en
este Título toda conducta destinada a excluir o discriminar, sin razón justificada, el ejercicio del derecho de
participación ciudadana señalado en el inciso anterior” (artículo 69).
Las alegaciones
Con carácter general, los interesados pueden -tal como determinan los artículos 10 y 17
letra f) de la LBPA — formular alegaciones y aportar documentos (u otros elementos de
juicio) en cualquier momento a lo largo de todo el procedimiento, siempre que sea antes del
al Banco Central, a las Fuerzas Armadas y a las Fuerzas de Orden y Seguridad Pública, los Gobiernos Regionales, a
las Municipalidades, al Consejo Nacional de Televisión y a las empresas públicas creadas por ley, órganos que se regirán
por las normas constitucionales pertinentes y por sus respectivas leyes orgánicas constitucionales o de quórum calificado,
según corresponda”.
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otorgamiento del trámite de audiencia, que deberán ser tenidos en cuenta por el órgano
competente al redactar la propuesta de resolución.
La audiencia
Nuestro Tribunal Constitucional ha sostenido que todo acto de efectos desfavorables exige de las
garantías de un procedimiento justo y racional (artículo 19 Nº 3 inciso 6º de la Constitución). Así, en
la Sentencia Rol Nº437, de 2005, señala que:“[…] los principios del artículo 19 Nº 3 de la Constitución,
en la amplitud y generalidad ya realzada, se aplican, en lo concerniente al fondo o sustancia de toda diligencia,
trámite o procedimiento, cualquiera sea el órgano estatal involucrado, trátese de actuaciones judiciales, actos
jurisdiccionales o decisiones administrativas en que sea, o pueda ser, afectado el principio de legalidad
contemplado en la Constitución, o los derechos asegurados en el artículo 19 Nº 3 de ella, comenzando con la
igual protección de la ley en el ejercicio de los atributos fundamentales. Además y de los mismos razonamientos
se sigue que los principios contenidos en aquella disposición constitucional rigen lo relativo al proceso racional
y justo, cualquiera sea la naturaleza, el órgano o el procedimiento de que se trate, incluyendo los de índole
administrativa, especialmente cuando se ejerce la potestad sancionadora o infraccional”201. Por su parte, el
principio del racional y justo procedimiento implica, a su vez, un conjunto de garantías reconocidas
por nuestra jurisprudencia constitucional, una de las cuales es el derecho a la defensa jurídica (artículo
201 STC Rol Nº437, de 2005, cº17. En el mismo sentido STC Nº 437, considerado 5º, con referencia a los
precedentes contenidos en las STC N°s. 176, de 1993, y 478, de 2006; STC Rol Nº 616, c. 18; STC Rol Nº 808,
c. 10; STC Rol Nº 1393, c. 7; STC Rol Nº 2111, cc. 16 y 17, entre otras. Además, se puede consultar CORDERO,
Eduardo (2013): “Concepto y naturaleza de las sanciones administrativas en la doctrina y jurisprudencia
chilena”, en Revista de Derecho (UCN), Vol. 20 Nº 1, pp. 79-103.
118
Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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19 Nº 3 inciso 2°). Al efecto, la jurisprudencia del Tribunal Constitucional ha sido clara en sostener
la aplicación de esta garantía en el marco del ejercicio de la potestad sancionatoria de la
Administración202. De esta forma, no resultan admisibles aquellos procedimientos que no permiten a
una persona hacer valer sus alegaciones o defensas o las restrinja de tal forma que la coloque en una
situación de indefensión o inferioridad.203
Sin perjuicio de lo anterior, con carácter general —ya sea en el marco de un procedimiento
administrativo o fuera de él— la Ley Nº 20.730, que regula el lobby y las gestiones que
representen intereses particulares ante las autoridades y funcionarios, establece una
regulación general sobre la solicitud de audiencia.
202 Así, en la sentencia Rol Nº 376, afirmó que el artículo 19 N° 3 “[…] consagra el principio general en la materia,
al imponer al legislador el deber de dictar las normas que permitan a todos quienes sean, o puedan ser afectados en el
legítimo ejercicio de sus derechos fundamentales, ser emplazados y tener la oportunidad de defenderse de los cargos que le
formule la autoridad administrativa” (c. 30°). Por lo demás, “[…] el derecho a la defensa jurídica debe poder ejercerse,
en plenitud en todos y cada uno de los estadios en que se desarrolla el procedimiento, en los cuales se podrán ir consolidando
situaciones jurídicas muchas veces irreversibles” (c. 37°).
203 Véase las STC Rol Nº 1411, c. 7; STC Rol Nº 1429, c. 7; STC Rol Nº 1437, c. 7; STC Rol Nº 1438, c. 7;
STC Rol Nº 1449, c. 7; STC Rol Nº 1473, c. 7; STC Rol Nº 1535, c. 18; STC Rol Nº 1994, c. 24; STC Rol Nº
2053, c. 22; STC Rol Nº 2166, c. 22; STC Rol Nº 2546, c. 7; STC Rol Nº 2628, c. 6; STC Rol Nº 2748, c. 14;
STC Rol Nº 2757, c. 40; STC Rol Nº 3107, c. 9.
204 SCS Rol Nº 62.128-2016, de 9 de mayo de 2017.
205 SCS Rol Nº 8.136-2018, c. 6.
206 SCS Rol Nº 38.745-2017, c. 6.
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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i. La resolución expresa
La resolución puede tratar cuestiones conexas que no hayan sido planteadas por los
interesados. Pero en este caso se requiere que previamente hayan sido puestas en
conocimiento de éstos en un plazo de quince días y para formulación de alegaciones y
aportación, en su caso, de medios de prueba (art. 41 inc. 2º LBPA).
La decisión debe observar los principios de congruencia (con las pretensiones formuladas por
los interesados) y contradicción en los términos que ya nos constan y debe respetar la
prohibición de agravación de la situación inicial de los interesados, que está vinculado con
los procedimientos incoados a solicitud de interesado y sin perjuicio de la posibilidad de la
incoación de oficio de otro procedimiento distinto (art. 41 inc. 3º LBPA).
Desde el punto de vista formal, la resolución debe explicitar el texto íntegro de la decisión
(comprensivo, en su caso, de la motivación) y expresar los recursos que contra ésta
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procedan, órgano administrativo o judicial ante el que deban deducirse y plazo para
interponerlos, sin perjuicio de que los interesados puedan formular cualquier otro que
entiendan pertinente (art. 41 inc. 4º LBPA).
ii. La resolución presunta (estimatoria o desestimatoria) por el juego del silencio (positivo o negativo)
La técnica del llamado silencio administrativo se dirige derechamente a cubrir ese riesgo y
conjurar el peligro consiguiente, disponiendo la producción de determinadas consecuencias,
ya sea el surgimiento de un acto administrativo o la simple presunción de su surgimiento a
los efectos de despejar la vía judicial, según se trate del silencio positivo o negativo. Se está,
pues, ante una institución de garantía de los particulares que, por tanto, tiene por ámbito de
aplicación los procedimientos iniciados a solicitud de interesado.
Cinco son los supuestos legales de terminación anormal: tres referidos a los procedimientos
iniciados a solicitud de interesado; uno a los incoados de oficio; y uno indistintamente a uno
y otro tipo de procedimiento.
- El desistimiento y la renuncia
La renuncia, por su parte, tiene ya por objeto los derechos subjetivos o intereses legítimos
sustantivos mismos, por lo que —una vez formulada— éstos no pueden ser hechos valer de
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nuevo, ni por tanto pueden servir de fundamento a pretensión otra alguna deducida ante la
Administración.
Conviene advertir, no obstante, que —dada la diferencia de los efectos de una y otra figura
y la trascendencia de los de la segunda— su efectiva concurrencia no puede determinarse
sólo a partir de la denominación o calificación formal que se le haya dado por el interesado
a su propio acto, siendo preciso efectuar una calificación sustantiva del mismo a la vista de
su contenido real.
Tanto el desistimiento como la renuncia pueden hacerse por cualquier medio que permita
su constancia y formularse en cualquier estadio del procedimiento, pero sólo producen
efectos respecto de los interesados que efectivamente las realicen. Así, este acto no afecta a
los restantes, si hubieran sido varios los que dedujeron la solicitud inicial, quien continuarán
la tramitación del procedimiento.
En nuestro ordenamiento nada se dice, pero en el Derecho español, ellas deben ser aceptadas de plano
por la Administración, salvo que existan terceros interesados que sean parte en el procedimiento, que
insten la continuación del procedimiento en el plazo de diez días desde la notificación del
desistimiento.
- La declaración de abandono
En todo caso, el abandono no implica, por si solo, la prescripción de las acciones ejercitadas
en el procedimiento (tanto las del particular, como las de la Administración), pero el
procedimiento abandonado no interrumpe dicha prescripción (art. 43 inc. final LBPA).
En este caso, la prevalencia del interés general puede enervar los efectos de estos actos
cuando la cuestión suscitada afecte el interés general o fuera conveniente continuarla para
su definición y esclarecimiento (art. 44 LBPA).
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Prof. Eduardo Cordero Q.
a) Consideraciones generales
La regulación del silencio administrativo, junto a la regulación de los plazos, fueron los
propósitos que en principio pretendía regular la LBPA, no obstante a que con posterioridad
se convirtiera en definitiva en la ley de bases que tenemos actualmente. Así, se concebía
como una garantía para el ciudadano ante la dilación de los procedimientos seguidos ante la
Administración, para con ello asegurarle una respuesta a su solicitud, sea esta positiva o
negativa, y así ejercer sus derechos correspondientes.
Así entonces, nuestro legislador definió el silencio administrativo como “[…] una ficción que
supone la falta de respuesta del órgano administrativo, previo el requerimiento del interesado”.207
La obligación legal de resolución dentro del plazo máximo legal es el presupuesto y la pieza
basal del mecanismo del silencio administrativo (art. 8º LBPA). Esta obligación de actuación
administrativa se extiende a todos los procedimientos administrativos sin excepción (tanto
los incoados a iniciativa de interesado, como los de que lo sean de oficio) y tiene por objeto
no sólo el dictado mismo de la resolución finalizadora del procedimiento, sino también su
notificación (o, así debe entenderse, publicación sustitutiva), la cual debe producirse
igualmente, en efecto, dentro del plazo máximo legal fijado para aquélla (por regla general,
no superior a seis meses) y, excepcionalmente, en el de tres meses en caso de procedimiento
de urgencia (art. 63 LBPA).
El plazo máximo que esté fijado en cada caso puede ser objeto de ampliación (hasta un
tiempo equivalente a dicho plazo máximo), de oficio o a petición de los interesados, que no
exceda de la mitad de los mismos, si las circunstancias lo aconsejan y con ello no se
perjudican derechos de tercero (art. 26 LBPA).
Sin embargo, la técnica del silencio que se ofrece hoy resulta ciertamente insuficiente para
lograr la adecuada transformación, mediante ficción legal, de la falta de pronunciamiento en
la existencia de un acto presunto (sobre todo cuando éste resulta equiparado a un verdadero
acto administrativo). Como se verá en su oportunidad, en la práctica se ha transformado en
un instrumento jurídico de poca relevancia práctica, especialmente tras los matices que la
jurisprudencia ha concebido sobre su regulación.
Para que puede operar el silencio administrativo, deben concurrir tres condiciones básicas:
ii. Que la autoridad no haya dictado el acto administrativo dentro de dicho plazo;
123
Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
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iii. Que la ley establezca un efecto ante la falta de pronunciamiento, ya sea que se
entienda aceptada la solicitud (silencio positivo) o rechazada (silencio negativo);
iv. Que el interesado presente ante la autoridad la denuncia por no haberse emitido
dicho pronunciamiento. Se debe tener presente que los plazos para la
Administración no son fatales, por lo que el silencio debe ser provocado por el
interesado (no cabe su declaración de oficio).
Dos tipos de silencio derivado del incumplimiento por la Administración de su deber legal
de resolución expresa se contemplan en la LBPA: el positivo, cuyo juego determina la
estimación de lo pedido, es decir, el surgimiento ex lege de un acto en tal sentido; y el
negativo, cuyo juego provoca la presunción de la denegación de lo pedido.
i. Silencio positivo
Conforme al artículo 64 de la LBPA, transcurrido el plazo legal para resolver acerca de una
solicitud que haya originado un procedimiento, sin que la Administración se pronuncie sobre
ella, el interesado podrá denunciar el incumplimiento de dicho plazo ante la autoridad que
debía resolver el asunto, requiriéndole una decisión acerca de su solicitud. Dicha autoridad
deberá otorgar recibo de la denuncia, con expresión de su fecha, y elevar copia de ella a su
superior jerárquico dentro del plazo de 24 horas.
En los casos previamente señalados, el interesado podrá pedir que se certifique que su
solicitud no ha sido resuelta dentro del plazo legal. Dicho certificado será expedido sin más
trámite (art. 64 inc. 3º).
En dichos casos, el interesado podrá pedir que se certifique que su solicitud no ha sido
resuelta dentro de plazo legal. El certificado se otorgará sin más trámite, entendiéndose que
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Material Docente: Acto y Procedimiento Administrativo
Prof. Eduardo Cordero Q.
desde la fecha en que ha sido expedido empiezan a correr los plazos para interponer los
recursos que procedan (art. 65 inc. 2º).
Ahora bien, la amplitud de los supuestos de silencio negativo, ha hecho que en la práctica
sea la regla general:
i. Cuando la resolución afecte el patrimonio fiscal, es decir, que implique algún gasto o
afectación de los bienes de las entidades públicas. Por su parte, Contraloría ha
sostenido que la expresión “patrimonio fiscal” se debe interpretar en sentido amplio,
como comprensiva de patrimonio público208, conforme a la historia de la
disposición.209
ii. Casos en que la Administración actúe de oficio. No se debe olvidar que conforme al
artículo 8º de la LBAE rige el principio de oficialidad, conforme al cual “Los órganos
de la Administración del Estado actuarán por propia iniciativa en el cumplimiento de sus
funciones, o a petición de parte Cuando la ley lo exija expresamente o se haga uso del derecho
de petición o reclamo, procurando la simplificación y rapidez de los trámites”. En el mismo
sentido, el artículo 7º de la LBPA dispone que “[…] el procedimiento, sometido al
criterio de celeridad, se impulsará de oficio en todos sus trámites”.
iv. Cuando se ejercite por parte de alguna persona el derecho de petición consagrado en
el numeral 14 del artículo 19 de la Constitución Política. En este caso, se debe
distinguir entre el derecho que tiene toda persona para hacer peticiones a la
autoridad, de la solicitud en el marco de un procedimiento administrativo específico.
Si sólo se ejerce el derecho constitucional de petición, la falta de pronunciamiento da
lugar al silencio negativo. En cambio, si se presenta una solicitud en el marco de un
procedimiento que tienen una regulación legal particular (permisos de edificación,
invalidación de un acto, concesiones, permisos, etc.), en ese caso debiera aplicarse la
regla inversa, esto es, silencio negativo. Sin embargo, Contraloría ha entendido que
toda solicitud debe entenderse comprendida dentro del derecho constitucional de
petición, con lo cual el efecto es el silencio negativo. Aquello constituye una aporía,
porque el silencio administrativo es una institución vinculada a una solicitud que se
entiende aceptada (positivo) o rechazada (negativo). Al ser comprendida dentro del
derecho de petición, inexorablemente conlleva a un efecto negativo, que es la regla
contraria a la establecida por la ley.
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En este sentido, se puede ver el Dictamen Nº 42.540 del año 2013, al vincular el derecho de
petición al silencio administrativo negativo: «Sobre el particular, el artículo 8°, letra b), de la ley N°
20.129, que Establece un Sistema Nacional de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior,
dispone que la CNA tiene la función de pronunciarse acerca de las solicitudes de autorización que le
presenten las agencias encargadas de la acreditación de carreras y programas de pregrado […] Ahora
bien, es del caso anotar que la citada ley N° 20.129 no establece el plazo dentro del cual la comisión debe
resolver la petición de autorización en estudio, razón por la cual resultan aplicables las normas sobre
silencio administrativo previstas en la ley N° 19.880, que Establece Bases de los Procedimientos
Administrativos que Rigen los Actos de los Órganos de la Administración del Estado, cuyo artículo 1° le
confiere un carácter supletorio en aquellos casos en que la ley no establezca procedimientos administrativos
especiales. […] Conforme al artículo 65 del citado cuerpo legal, se entenderá rechazada una solicitud que
no sea resuelta dentro del plazo legal, en los casos en que la Administración deba pronunciarse, cuando se
ejercite por parte de alguna persona el derecho de petición consagrado en el Nº 14 del artículo 19 de la
Constitución Política de la República».
De acuerdo con el artículo 66 de la LBPA, los actos administrativos que concluyan por
aplicación de las disposiciones de los artículos precedentes tendrán los mismos efectos que
aquéllos que culminaren con una resolución expresa de la Administración, desde la fecha de
la certificación respectiva.
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