Está en la página 1de 13

El nacimiento de la clínica, Michel Foucault (1966)

Capítulo 1: Espacios y clases


Foucault comienza el capítulo haciendo una distinción respecto a nuestra actualidad y hace
referencia a cómo el cuerpo ‘sólido’ y ‘visible’ es una entidad en sí misma en donde se espacializa 1
la enfermedad. No obstante, este espacio de configuración de la enfermedad y el espacio de
localización de la enfermedad en el cuerpo emerge a raíz de la experiencia médica del siglo XIX y
gracias a los avances y privilegios de la anatomía patológica. A raíz de lo anterior, emerge con gran
énfasis una soberanía de la mirada, principalmente desde y hacia el discurso médico. Dicho esto, se
entendería que la enfermedad se articularía exactamente en el cuerpo, “la ojeada no tiene ya sino
que ejercer la verdad de un derecho de origen” (Foucault, 1966, p. 17).
Foucault profundizando en ese predominio por la clínica de la mirada, identifica cómo médicos
antiguos y de gran importancia ya iban plasmando ese predominio, por ejemplo Gilibert decía “no
trateís jamás una enfermedad sin haberos asegurado del espacio” (Gilibert citado en Foucault, 1966,
p.17). No obstante, cabe mencionar que Foucault también identifica cómo también Sauvages define
la enfermedad “antes de ser tomada en el espesor del cuerpo, la enfermedad recibe una organización
jerarquizada en familias, géneros y especias” (Sauvages citado en Foucault, 1966, p. 18). Lo
anterior será profundizado en líneas posteriores, sin embargo, cabe rescatar en esta frase cómo la
enfermedad también tiene cierto ‘componente’ social (familia).
Teniendo en consideración lo dicho anteriormente, podríamos ir infiriendo que la importancia
otorgada al cuerpo surge principalmente de que es en éste en donde se aloja la enfermedad, es decir,
el cuerpo es el ‘espacio y lugar’ de la enfermedad. De ser así, pues, Foucault considera licito
reflexionar sobre ¿cuáles son los principios de esta concepción primaria de la enfermedad? Al
respecto identifica que:
1. En primer lugar, Foucault rescata antecedentes históricos y acusa que los médicos del siglo
XVIII identifican de la enfermedad una experiencia ‘histórica’, por oposición al saber
‘filosófico’. Lo histórico hace referencia a los signos evidentes de la enfermedad, los
fenómenos que se manifiestan en el transcurso de ésta. Por otra parte, lo filosófico hace
referencia al conocimiento que pone en duda el origen, el principio y las causas de la
enfermedad. Dicho de otra manera, lo histórico es lo que tarde o temprano puede ser
dado a la mirada. De esta forma se van cimentando las bases de la experiencia médica.
2. El concepto de analogías y las propiedades de este concepto se les aplican a las
enfermedades, ya que identifica cómo algunas enfermedades compartían ciertas similitudes
con otras, pero variaban entre ellas pese a tener entre ellas el mismo resultado. Por ejemplo,
la desaparición de los movimientos voluntarios podría ser causado por una apoplejía, una
parálisis o un síncope. Entre ellas todas comparten el mismo resultado (pérdida de los
movimientos voluntarios), sin embargo, la apoplejía hace perder el uso de todos los
sentidos y de la movilidad voluntaria, pero economiza los movimientos cardíacos. La
parálisis no actúa sino sobre un sector que se puede señalar localmente de la sensibilidad y
de la motilidad. Finalmente, el síncope es como una apoplejía, pero sí interrumpe los
movimientos respiratorios. Considerando este punto vemos cómo opera de fondo una
observación (analogías y compasiones) haciendo relevante y menester la mirada.

1
Darle un lugar, es decir, la enfermedad se aloja en el cuerpo. En este sentido, el cuerpo es lugar desde
donde se conoce o se muestra la enfermedad.
3. De la mano con el punto anterior, Foucault también identifica cómo la forma de analogías
vale al mismo tiempo como ley de producción. En este sentido establece un parangón entre
las enfermedades y otras disciplinas o saberes, por ejemplo, la botánica. Al respecto dice
que la analogía sirve para “producir una comprensión y descripción” de una enfermedad,
considerarla como una ‘especie’, ya que crece, florece y perece siempre de igual manera.
Para el pensamiento médico este modelo de la botánica tiene doble importancia, ya que
considera una dimensión ontológica de la enfermedad (surge desde dentro antes de
cualquier manifestación). De lo dicho en este punto, cabe destacar principalmente la
forma de producir una comprensión y descripción en base a otro saber (botánica), y
cómo la enfermedad se concibe -a modo de observación- ya que ésta -se supone- que
crece, florece y perece, es decir, es observable.
4. Las enfermedades son vistas como especies, a la vez naturales e ideales. Lo natural hace
referencia a que las enfermedades enunciar sus verdades esenciales. Lo ideal hace
referencia a que las enfermedades no se dan nunca en la experiencia sin modificación ni
desorden. “Para conocer la verdad del hecho patológico, el médico debe abstraerse del
enfermo” (Foucault, 1966, p.23), es decir, el médico tiene que ser muy preciso en describir
la enfermedad y tener cuidado de distinguir los síntomas que acompañan y los que le son
propios a la patología de los que no son sino accidentales y fortuitos, por ejemplo, la edad,
el sexo, el temperamento, entre otros. “El conocimiento de las enfermedades es la brújula
del médico; el éxito de la curación depende de un exacto conocimiento de la enfermedad; la
mirada del médico no se dirige (…) al enfermo; sino a (…) los signos que diferencian una
enfermedad de otra, la verdadera de la falsa, la legítima de la bastarda, la maligna de la
benigna” (Foucault, 1966, p.24). Sin embargo, Foucault detecta el carácter extraño de la
mirada médica, ya que acusa cómo esta está presa en una reciprocidad indefinida “se dirige
a lo que hay de visible en la enfermedad, pero a partir del enfermo que oculta este visible”
(Foucault, 1966, p.25). Es decir, la contradicción es cómo se estudia lo ‘visible’ de la
enfermedad, pero obviando al enfermo (invisibilizándolo).
La localización secundaria2 tiene relación a cómo puede una enfermedad, definida por su lugar en
una familia, caracterizarse por su sede en un organismo. En primera instancia cabe mencionar que
el espacio del cuerpo y el espacio de la enfermedad tienen latitud para deslizarse uno con relación al
otro, razón por la cual, si bien se valida los avances de la anatomía patológica, pareciera ser que la
enfermedad no necesariamente está acá o allá (diferentes órganos) por la enfermedad misma, sino
que los órganos (afectados) pueden ir cambiando, pero no así la esencia de la enfermedad. Distinto
es el espacio de localización de la enfermedad y el espacio de configuración de ésta.
En relación con la localización secundaria, toma gran importancia la medida3, con el fin de poder
“apreciar la intensidad de cierta cualidad patológica en la cual consistía la enfermedad (…) Sin
embargo, ninguna mecánica susceptible de medición del cuerpo puede, en sus particularidades
físicas o matemáticas, dar cuenta de un fenómeno patológico” (Foucault, 1966, p.31).
Como era de esperarse, el tener sólo una herramienta y concepción de investigación (en este caso la
medición) empezaron e emerger ciertos hierros y lagunas que obligaron a un desplazamiento hacia
una mirada más cualitativa para comprender la enfermedad, ya que en algún punto ahora sí se hace

2
A diferencia de la localización primaria, la cual hacía énfasis en que la enfermedad se encontraba en el
cuerpo. Al parecer la localización secundaria es un poco más específica y tiene relación con una ubicación un
tanto más exacto, por ejemplo, los órganos, tejidos, etc.
3
Haciendo referencia a lo objetivable, lo observable, lo medible.
más partícipe al enfermo, “el desciframiento de la enfermedad en sus caracteres específicos se
apoya en una forma matizada de la percepción que se dirige sino a los individuos (…) en este nivel
el individuo no era más que un elemento negativo, el accidente de la enfermedad, que, para ella y en
ella, es el más extraño a su esencia. Pero el individuo reaparece ahora como el apoyo positivo e
imborrable de todos estos fenómenos cualitativos que articulan en el organismo la disposición
fundamental de la enfermedad.” (Foucault, 1966, p. 32).
En suma con lo anterior, además, Foucault refiere que la percepción médica debiera ser esa “lupa
que, aplicada a las diferentes partes de un objeto, hace aún notar en él otras partes que no se
percibían sin ella, y emprender el infinito trabajo del conocimiento del individuo” (Foucault, 1966,
p.33). Es decir, la mirada médica debería ser más ‘profunda’ y no tan ‘vaga’ o superflua, sino que
también rescatar la vivencia y subjetividad del enfermo en la enfermedad “el enfermo es el retrato
de la enfermedad; es ella misma, dada con sombra y relieve” (p. 34).
Teniendo en consideración lo dicho anteriormente, podríamos resumir que en la espacialización
primaria, “la medicina de las especias colocaba la enfermedad en una región de homologías en la
cual el individuo no podía recibir estatuto positivo” (p. 34). En la espacialización secundaria, “ésta
exige un cambio de percepción aguda del individuo, libre de las estructuras médicas colectivas,
libre de toda mirada de grupo y de la experiencia misma del hospital. Médico y enfermo están
implicados en una proximidad cada vez mayor, y vinculados; el médico por una mirada que acecha,
apoya cada vez más y penetra, el enfermo por el conjunto de las cualidades irremplazables y mudas
que, en él, traicionan, es decir muestran y ocultan las hermosas formas ordenadas de la enfermedad”
(p. 34). Ahora bien, Foucault identifica una espacialización terciaria, que hace referencia al
“conjunto de los gestos por los cuales la enfermedad, en una sociedad, está cercada, medicamente
investida, aislada, repartida en regiones privilegiadas y cerradas, o distribuida a través de los medios
de curación, preparados para ser favorables (…) supone un sistema de opciones en el cual va la
manera en que un grupo, para protegerse, practica las exclusiones, establece las formas de la
asistencia, reacciona a la miseria y al miedo de la muerte (p. 34-35). Este tipo de espacialización
considera tanto la primaria y secundaria, pero además considera las formas de un espacio social,
cuya génesis, estructura y leyes son de naturaleza diferente.
En la medicina de las especies, la enfermedad tiene casi por ‘derecho’ un nacimiento, formas y
estaciones ajenas al espacio de las sociedades, es como si la enfermedad tuviera una naturaleza
‘salvaje’, sin intervención, sin artificio médico. Sin embargo, esta (la enfermedad) cambia, ya que
mientras más complejo se vuelve el espacio social en que está situada, más se desnaturaliza (la
enfermedad) (p. 35). Por ejemplo, antes de la civilización, los pueblos no tenían sino las
enfermedades más simples, pero mientras más ‘avanza’ la sociedad, también las enfermedades.
Dicho esto, es acá donde emergen los hospitales, como civilización, es un lugar artificial en el cual
la enfermedad trasplantada corre el riesgo de perder su rostro esencial, ya que “el contacto con los
demás enfermos, en este jardín desordenado donde se entrecruzan las especies, altera la naturaleza
propia de la enfermedad y la hace más difícilmente legible (…) en efecto, ninguna enfermedad de
hospital es pura (ya que se van entremezclando)” (p. 36). Es por esto, que Foucault acusa que desde
ese momento los hospitales, en algún punto perdían su ‘esencia’ en tanto salud se trata, razón por la
cual, refiere que “el lugar natural de la enfermedad es el lugar natural de la vida, la familia: dulzura
de los cuidados espontáneos, testimonio de afecto, deseo común de curación (…) el médico de
hospital no ve sino enfermedades torcidas, alteradas. Sin embargo, el que atiende a domicilio
adquiere en poco tiempo una verdadera experiencia fundada en los fenómenos naturales de todas las
especies de enfermedad4 (p. 37).
Es así cómo según la medicina de las especies implica para la enfermedad una espacialización libre,
sin región privilegiada, sin la sujeción a un hospital, es decir, no considera el espacio físico o
geográfico, como por ejemplo el hospital, obviando que ahí uno se podría enfermar mucho más (por
las mutaciones y combinaciones de enfermedades) (p. 37).
Teniendo en consideración el párrafo anterior, esta estructura coincide con la manera en que se
refleja el pensamiento político del problema de la asistencia 5. Al respecto, algunos autores como
Turgot y sus discípulos criticaron las fundaciones de hospitales, ya que los bienes que los
constituyes no se pueden ceder: es la parte perpetua de los pobres; las necesidades pueden cambiar,
y la asistencia debiera llevarse a las provincias y a las ciudades que la necesitan. “la fundación,
singular, e intangible, debe disolverse en el espacio de una asistencia generalizada, de la cual la
sociedad es a la vez la única gerente y beneficiaria indiferenciada. Por otra parte, es un error
económico apoyar la asistencia sobre una inmovilización del capital, es decir, sobre un
empobrecimiento de la nación que arrastra a su vez la necesidad de nuevas fundaciones: lo cual,
llevado al límite, produce sofocamiento de la actividad (…) hay que empalmar la asistencia con el
trabajo6 (…) haciendo trabajar a los pobres se les ayudará sin empobrecer la nación” (p. 38-39).
Esto es como “si los pobres trabajan les damos salud”.
“El enfermo indudablemente no es capaz de trabajar, pero si se le coloca en el hospital se convierte
en una carga doble para la sociedad: la asistencia de la cual se beneficia sólo va a él, y su familia,
dejada en el abandono, se encuentra expuesta a su vez a la miseria y a la enfermedad.
El hospital es visto como un lugar creador de enfermedades, en vez de proteger de la enfermedad,
las comunica y las multiplica hasta el infinito. A la inversa, si la enfermedad se deja en el campo
libre de su nacimiento (la familia) y de su desarrollo, se extinguirá como apareció, y la asistencia
que se le prestará a domicilio compensará la pobreza que provoca. (p. 39).
De a poco entonces se irá haciendo visible la importancia de la familia en la enfermedad y en la
experiencia médica, lo que significa que el estado debería preocuparse más que en el enfermo,
también y antes en su familia, en su estructura social. “Sería menester concebir una medicina
suficientemente ligada al Estado para que pudiera, de acuerdo con él, practicar una política
constante, general, pero diferenciada, de la asistencia, la medicina se convierte en tarea y
preocupación nacional” (p. 40).
“La buena medicina deberá recibir del Estado testimonio de validez y protección legal, está en el
establecer que exista un verdadero arte de curar (…) la medicina de la percepción individual, de la
asistencia familiar, de la atención a domicilio, no puede encontrar apoyo sino en una estructura
controlada colectivamente, en la cual está integrado el espacio social en su totalidad” (p. 40-41). Así
pues, se entra en una nueva forma y casi desconocida en el siglo XVIII, de espacialización
institucional de la enfermedad” (p. 41).

4
Podría pensarse esto como el origen de los cimientos de la salud pública y familiar.
5
Acá vemos como la salud pública pasa a ser una preocupación de estado, una preocupación política.
6
Preocuparse de la salud de sus trabajadores, ya que son ellos quienes producen la riqueza.
Capítulo 2: Una conciencia política
El capítulo comienza rescatando algunas palabras de Sydenham 7 en tanto a su definición de lo que
podría ser una conciencia histórica y geográfica de la enfermedad. Al respecto, él plantea que la
“constitución” de la enfermedad no es una naturaleza autónoma, sino que algo mucho más
complejo. En base a lo planteado por Sydenham: en primer lugar, se establece que la medicina de la
localización primaria8 planteaba que la naturaleza de la enfermedad es compleja, un nudo oscuro y
oculto en la tierra, ya que hay acontecimientos naturales que complejizan el ‘curso normal’ de la
enfermedad, es decir, la constitución de la enfermedad no sigue un curso estándar, sino que siempre
dependerá de otras complejidades y factores también, por ejemplo, la sociedad, la pobreza, las
estaciones del año, el tiempo, la sociedad, entre otras cosas, es decir, una fiebre en Londres sería
muy distinta a una fiebre en África.
Dicho esto, Foucault identifica que quizás los médicos del siglo XVIII no le prestaban atención al
poder de contagio de la enfermedad, ya que ésta tenía que seguir su ‘curso normal’, por ende,
enfermedad y epidemia era lo mismo para los médicos de aquella época. Es decir, no había
diferencia entre una enfermedad individual y un fenómeno epidémico, basta que una afección
esporádica se reproduzca un cierto número de veces para que haya epidemia, obviando todos esos
otros factores y complejidades que Sydenham mencionó. Se entenderán las epidemias como
enfermedades endémicas9.
A raíz de lo anterior, se plantea el análisis de las epidemias no como se estudiaban las enfermedades
individuales, sino que bajo los signos generales: reconocer su proceso singular -en ese momento del
tiempo-, variable de acuerdo con las circunstancias de una epidemia a otra, tejiendo así una trama
común en todos los enfermos. Dicho esto, entonces, se establece que la enfermedad individual,
específica, se repite siempre más o menos igual, sin embargo, la epidemia jamás se repite
enteramente, ya que considera los otros factores y complejidades (recordar lo dicho por Sydenham).
Además, hay que recordar que la trasmisión de la enfermedad de un individuo a otro no era
explicada por una ‘epidemia’, sino que en base a la teoría de los gérmenes o de los miasmas. “El
contagio no es más que una modalidad del hecho masivo de la epidemia” (p 46).
Contagiosa o no, la epidemia tiene una especie de individualidad histórica. De ahí que se hace
necesario estudiar las epidemias a través de un método complejo de observación, ya que es un
fenómeno complejo como individual.
El estudio y preocupación por las epidemias favoreció que a fines del siglo XVIII se institucionalice
esta forma de experiencia (la del estudio de las epidemias a través de un método colectivo e
individual), razón por la cual, en cada subdelegación, un médico y varios cirujanos son designados
por el intendente para seguir las epidemias que podían producirse en su territorio cuando habían 4 o
5 personas atacadas por la misma enfermedad, el alcalde enviaba al médico para que indique
tratamiento y los cirujanos lo aplicasen y, en casos más graves, el médico tenía que trasladarse in
situ al lugar. Para que la medicina de las epidemias -las propuestas institucionalizadas dichas
anteriormente- tuviesen cierta eficacia era necesario el refuerzo de una policía para que vigilara y

7
Iniciador del pensamiento clasificador de las patologías.
8
Hay que recordar que en ese tipo de localización se creía que la enfermedad debía seguir su ‘curso normal’.
9
Se entenderán éstas como causas que “atacan de repente a un gran número de personas en un mismo
lugar, sin distinción de edad, de sexo, ni de temperamentos. Estas presentan la acción de una causa general,
pero como estas enfermedades no reinan sino un cierto número de tiempo, esta causa puede ser
considerada como puramente accidental”.
garantizara los reglamentos salubres, por ejemplo, vigilar el emplazamiento de las minas y de los
cementerios, obtener rápidamente la incineración de los cadáveres, control el comercio del pan y
vino, entre otros. Entonces, era necesario que después de un estudio detallado del cantón (territorio),
se estableciera para cada provincia un reglamento de salud. Este reglamento haría referencia a la
manera de alimentarse, vestirse, de evitar las enfermedades, de prevenir o de curar las que reinan
“serían estos preceptos como las plegarias, que los más ignorantes, incluso y los niños llegan a
recitar” (p. 48).
“La definición de un estatuto político de la medicina y la constitución, a escala de un estado, de una
conciencia médica, encargada de una tarea constante de información, de control y sujeción; cosas
todas que “comprenden otros tantos objetivos relativos a la policía, como los hay, que son
propiamente de la incumbencia de la medicina” (p. 49).
Otro de los cambios que se favorecieron a partir de la medicina de las epidemias radicó en un
cambio de paradigma, ya que los tratados del siglo XVIII, instituciones, aforismos, nosologías,
encerraban el saber médico en un espacio cerrado, hermético. Sin embargo, ahora lo sustituyeron
las mesas abiertas, e indefinidamente prolongables. “El tema de la enciclopedia deja su puesto al de
una información constante y constantemente revisada, en la cual se trata más bien de totalizar los
acontecimientos y su determinación, que de encerrar el saber en una forma sistemática” (p. 52). A
raíz de esto, al iniciarse la revolución francesa, Cantín propone que este trabajo de información sea
asegurado en cada departamento por una comisión elegida entre los médicos, Mathie Geraud pide la
creación en cada cabeza de partido de una “casa gubernamental de salud”, y en París de una “corte
de salubridad”, que tuviera sesiones junto a la Asamblea Nacional para centralizar la información y
comunicarlas de un territorio a otro, así como también de evidenciar las cuestiones que se
investigaban como las que tenían que investigarse. En el fondo, algo mucho mas transparente del
gobierno en temas médicos, de salud.
Al respecto, Hotel-Dieu plantea que “lo que define el acto del conocimiento médico en su forma
concreta no es, por consiguiente, el encuentro del médico y del enfermo, ni la comparación de un
saber con una percepción; es el cruce sistemático de dos series de informaciones homogéneas la una
y la otra, pero ajenas la una a la otra, dos series que desarrollan un conjunto infinito de
acontecimientos separados, pero cuyo nuevo corte hace surgir, en su dependencia aislable, el hecho
individual. Figura sagital del conocimiento” (p. 54).
Pese a lo dicho por Cantín y Mathie Giraud, igual existían instituciones y médicos que seguían
dogmatizando su juicio y su saber, por ende, Mathie Giraud plantea y sugiere la creación de un
tribunal de salubridad. Sin embargo, “la mirada médica circula, de acuerdo con un movimiento
autónomo, por el interior de un círculo donde no está controlada sino por ella misma; distribuye
soberanamente a la experiencia cotidiana el saber (su saber)” (p. 55, lo entre paréntesis es mío). “El
espacio médico puede coincidir con el espacio social, o más bien atravesarlo y penetrarlo
enteramente. Se comienza a concebir una presencia generalizada de médicos cuyas miradas
cruzadas forman una red y ejercen en cualquier punto del espacio, en todo momento del tiempo, una
vigilancia constante (…) Se plantea el problema de la implantación de médicos en el campo (…) Se
desea un control estadístico de la salud, gracias al registro de los nacimientos y de los decesos (…)
se pide que los motivos sean señalados detalladamente por el consejo de revisión, por último, que se
establezca una topografía médica de cada uno de los departamentos con resúmenes minuciosos
sobre la región, las habitaciones, las personas, las pasiones dominantes, etc (…) y como si no
bastara la implantación de los médicos, se pide que la conciencia de cada individuo esté
médicamente alerta, será menester que cada ciudadano esté informado de lo que es necesario y
posible saber en medicina (p. 55-56). En el fondo, el saber médico ya no sólo le pertenecería a la
medicina, sino que también a los ciudadanos, ya que como se decía anteriormente, la medicina
atraviesa el campo social. “El lugar en el cual se forma el saber, ya no es en este jardín patológico
en el cual Dios había distribuido las especias, es una conciencia médica generalizada, difusa en el
espacio y en el tiempo, abierta e inmóvil, ligada a cada existencia individual, pero, asimismo, a la
vida colectiva de la nación (…)” (p 56).
Los años que preceden y luego de ocurrida la revolución francesa vieron nacer dos grandes mitos
con relación a la medicina:
1) El mito de una presión médica nacionalizada, organizada de igual manera que el clero, pero
preocupada por la salud del cuerpo y no del “alma” como el clero.
2) El mito de una desaparición social de la enfermedad en una sociedad sin trastornos y sin
pasiones.
Ambos de ellos son contradicciones: el primero de ellos hace alusión de manera positiva a la
medicalización rigurosa, militante y dogmática de la sociedad, por una versión casi religiosa.
El segundo, llama a esta “misma medicalización, pero de un modo triunfante y negativo, es decir la
volatilización de la enfermedad en un medio corregido, organizado y vigilado sin cesar, en el la cual
medicina desaparecería al fin con su objeto y su razón de ser” (p 57).
En relación con el primer mito:
“L’ Averniere, ve en los sacerdotes y en los médicos a los herederos naturales de las dos misiones
más visibles de la iglesia: la consolación de las almas y el alivio de los sufrimientos” (p. 57).
Teniendo en consideración lo dicho anteriormente, se concibe cierta similitud entre médicos y
sacerdotes tanto en ‘poder, prestigio y quehacer’, pero por sobre todo en la ‘remuneración’, ya que
los médicos se encargarían de la terapéutica del cuerpo, como los sacerdotes del “alma”. Respecto a
la remuneración, como los sacerdotes recibían remuneraciones provenientes del alto clero, los
médicos también debían recibir del Estado una renta justa “el médico ya no tendrá que pedir
honorarios a quienes atiende. La asistencia de los enfermos será gratuita y obligatoria: servicio que
la nación asegura como una de sus tareas sagradas; el médico no es más que un instrumento de ella”
(p. 57). Así pues la medicina “convertida en actividad pública, desinteresada y controlada, la
medicina podrá perfeccionarse indefinidamente (…) alcanzará en el alivio de las miserias físicas, la
vieja vocacional espiritual de la iglesia (…) y al ejercito de los sacerdotes que velan por la salud de
las almas, corresponderá al médico que se preocupen por la salud de los cuerpos” (p. 58).
En relación con el segundo mito:
El segundo mito esta vinculado a las condiciones de existencia y a las formas de vida de los
individuos, dicho esto, cabe mencionar que las enfermedades varían con las épocas, como con los
lugares. Por ejemplo, haciendo un breve barrido histórico: en la edad media los enfermos estaban
entregados al miedo y al agotamiento, razón por la cual existían las apoplejías y las fiebres hécticas;
en el siglo XVI y XVII se debilita el patriotismo y se repliega el egoísmo, se practica entonces la
lujuria y la gula, razón por la cual emergen las enfermedades venéreas y la obstrucción de vísceras y
sangre; finalmente en el siglo XVIII la búsqueda del placer pasa a la imaginación, la gente va al
teatro, se leen novelas, la gente se puede exaltar en conversaciones banales, se vela de noche y
duerme de día, etc, razón por la cual emergen las histerias y las enfermedades nerviosas. Así pues,
“una nación que viviera sin guerra, sin pasiones violentas, sin ocios, no conocería por consiguiente
ninguno de estos males; y sobre todo, una nación que no conociera la tiranía que ejerce la riqueza
sobre la pobreza, ni los abusos a los cuales esta misma se entrega” (p. 59). Ahora bien, ¿será posible
todo esto? sobre todo en relación con la desigualdad y tiranía de las riquezas?... no lo creo.
Teniendo en consideración el párrafo antes expuesto, entonces, “la primera tarea del médico es,
por consiguiente, política: la lucha contra la enfermedad debe comenzar por una guerra
contra los malos gobiernos: el hombre no estará total y definitivamente curado más que si
primeramente es liberado” (p. 59). “Si sabe ser políticamente eficaz, la medicina no será ya
médicamente indispensable. Y en una sociedad al fin libre, donde las desigualdades estén
apaciguadas y donde reine la concordia, el médico no tendrá ya que desempeñar sino un papel
transitorio: dar al legislador y al ciudadano consejos para el equilibrio del corazón y del
cuerpo. No habrá ya necesidad de academias ni de hospitales (…) Y poco a poco, en esta joven
ciudad entregada toda al gozo de su propia salud, el rostro del médico se borraría, dejando
apenas en el fondo de las memorias de los hombres el recuerdo de ese tiempo de los reyes y de
las riquezas en el cual eran esclavos, estaban empobrecidos y enfermos” (p. 59-60).
Como lo anteriores es casi utópico, por no decir que serían solo ensueños, la vinculación de la
medicina a los destinos del Estado han hecho aparecer una significación “positiva”: la medicina se
encargaría de prometer la “felicidad” de los Estados, por ejemplo, exaltar las pasiones tranquilas 10,
entre otras cosas; la medicina tiene que fundar “la única condición durable de la felicidad, que es
útil para el Estado11” (p. 61).
“La medicina no debe ser sólo el “corpus” de las técnicas de la curación y del saber que éstas
requieren; desarrollará también un conocimiento del hombre saludable, es decir, a la vez una
experiencia del hombre no enfermo, y una definición del hombre modelo. En la gestión de la
existencia humana, toma una postura normativa (…) la funda para regir las relaciones físicas
y morales del individuo y de la sociedad en la cual él vive” (p. 61).
Lanthenas define la medicina como “Al fin, la medicina será lo que debe ser, el conocimiento del
hombre natural y social” (p. 61).
Finalmente, Focault termina el capítulo estableciendo cierto cambio de paradigma del siglo XVIII al
siglo XIX. En el siglo XVIII la preocupación estaba en la enfermedad, dónde y cómo se explica. En
el siglo XIX el modelo médico no está vinculado primitivamente al carácter comprensivo y
transferible de los conceptos médicos, sino que al hecho de que estos conceptos estaban dispuestos
para responder a la oposición entre lo sano y lo enfermo. “Cuando se hable de la vida de los grupos
y de las sociedades, de la vida o de la raza, o incluso de la “vida psicológica”, no se pensará en
principio a la “estructura interna del ser organizado” (como eran en el siglo XVIII), sino que en la
bipolaridad médica de lo normal y lo patológico” (p. 62).

Capítulo 3: El campo libre


El capítulo comienza haciendo una aclaración, que tanto la medicina de las especies patológicas,
como la medicina del espacio social, de igual manera en sus fines se buscaba dejar fuera a todas las
instituciones médicas que no se acoplasen a las nuevas exigencias de la mirada. Razón por la cual
era necesario la constitución de un campo de la medicina enteramente abierto, y que también éste
creara un conocimiento fiel y exhaustivo de la salud de una población. Este campo médico era un
10
¿La psiquiatría y los antidepresivos? Considerando la influencia del capitalismo en la salud mental.
11
En el fondo, la medicina usada por el estado, favorecería mantener dicha desigualdad, por ende,
enfermedad.
espacio social en donde ya se soñaba la revolución, por ejemplo, una configuración homogénea de
sus regiones, un espacio de libre circulación, etc.
De lo anterior, entonces, se desprende espontáneamente cierta convergencia profundamente
arraigada entre las exigencias de la ideología política y de las de la tecnología médica. Tanto
médicos como hombres del Estado 12 a través de un vocabulario diferente solicitaban en última
instancia las mismas cosas, la supresión de todo obstáculo para este nuevo espacio13, por ejemplo:

 Hospitales: ya que modifican y perturban la enfermedad. Además, no eran instituciones


rigurosas al definir las relaciones de la propiedad y la riqueza; de la pobreza y el trabajo.
 Corporaciones de médicos que impedían la formación de una conciencia médica
centralizada y el libre juego de una experiencia sin limitación, que acceda por sí misma a lo
universal.
 Las facultades: ya que reconocían lo verdadero sólo en términos teóricos, por ende, el saber
era un privilegio social.
Para continuar, es necesario mencionar que en este tiempo histórico (revolución francesa) uno de
los preceptos fundamentales era la libertad más que la verdad, haciendo alusión principalmente a la
mirada en términos de una “verdad” en el dominio médico. De hecho, Foucault refiere que “la
mirada no es fiel a lo verdadero, y no se sujeta a la verdad, sin ser al mismo tiempo sujeto de esta
verdad; pero por ello, soberana: la mirada que ve es una mirada que domina” (p. 64). A raíz de
esto, empieza a emerger con gran fuerza la idea de la libertad, incluso en los gobiernos, razón por la
cual, se establece como cambio de paradigma de una dictadura del gobierno a una dictadura del
genio.
Teniendo en consideración lo dicho anteriormente, el tema ideológico de todas las posteriores
reformas hace alusión a la soberana libertad de lo verdadero, “la violencia majestuosa de la luz,
que es para ella misma su propio reino, cerca el reino ceñido, oscuro, de los saberes privilegiados, e
instaura el imperio sin límites de la mirada”.
1.Las estructuras de los hospitales se ponen en tela de juicio
El comité de medicina de la Asamblea Nacional, cada vez se hacía más adicto a las ideas de los
economicistas y médicos, en tanto a que el verdadero lugar posible de remedio de la enfermedad es
la familia. De esta manera, el costo de enfermedad para la nación es menor y además, también
desaparecería el riesgo de que la enfermedad se ‘complique’ y se multiplicase. Según ellos
(economistas y médicos) la enfermedad despierta la “desgracia”, y ésta desgracia despierta “la
necesidad apremiante de llevarle alivio, consuelo y cuidados a los desdichados (…) ¿el pobre tiene
que estar en los hospitales?” Todos estos recursos cesan para él en los hospitales. Dicho esto,
emerge la necesidad de crear “casas comunales de enfermos”, para los pobres que no tienen familia,
éstas casas funcionarán como sustitutos de la familia.
De este modo, la familia estaría ligada al enfermo (desdichado) por un deber natural de compasión,
y la nación estará ligada a éste por un deber social y colectivo de asistencia. En función de esto, de
cómo las familias deben encargarse de los enfermos por un deber natural de compasión. Y el Estado
por un deber social y colectivo de la asistencia, se establece que las fundaciones hospitalarias
12
En este sentido, al parecer Foucault se refería a los políticos o personas que trabajaban en
gubernamentalidades.
13
la constitución de un campo de la medicina enteramente abierto, y que también éste creara un
conocimiento fiel y exhaustivo de la salud de una población.
deben desaparecer en pro de una “riqueza nacional”. Sin embargo, se debe seguir
garantizando y asegurando los auxilios necesarios a quien los requiera. Así pues, el Estado
debe enajenar los bienes de los hospitales y reunirlos en una “masa común”. De esta manera,
además se crea una administración central encargada de manejar esta “masa común”. Esta mesa
central formará una conciencia médica-económica permanente de la nación. Será percepción
universal de la enfermedad y de reconocimiento inmediato de las necesidades. En el fondo esta
mesa central será como el Gran ojo de la misera. A ella se le encargarán los cuidados de presentar
sumas necesarias para el alivio de los desdichados; financiará también la casa comunal; y distribuirá
los auxilios necesarios a las familias pobres que cuidan a sus enfermos.
No obstante, emergen dos problemas técnicos que hicieron que esta medida fracase:
1) Que la enajenación de los bienes de los hospitales era de naturaleza política y económica
(no totalmente médica).
2) El otro problema es más de naturaleza médica, respecto a las enfermedades complejas o
contagiosas.
Además, confiar a una única administración central (mesa central) el cuidado de manejarlas sería
demasiado lento, lejano e impotente para responder a las necesidades a las cuales se vea impelida.
Así pues, la conciencia de la enfermedad y de la miseria, para ser inmediata y eficaz, debe ser una
conciencia geográficamente específica.
En este sentido, entonces, habrá una descentralización de la administración (mesa central) y una
“comunalización” de esta mesa. No obstante, esta comunalización también conllevará a
dificultades, ya que se asocia en principio a una disociación entre los problemas de la asistencia y a
la represión.
Consecuencias de la comunalización
La conciencia de la enfermedad y de la asistencia que se debe a los pobres, toma ahora otra
autonomía, se dirige ahora a un tipo de misera más bien “específica”. Correlativamente, el médico
empieza a desempeñar un papel decisivo en la organización de los auxilios. En el grado social en
que éstos se distribuyen, el médico debe ser agente detector de las necesidades y juez de la
naturaleza y del grado de la ayuda que es preciso aportar. En palabras de Cabanis, surge la
concepción del médico-magistrado, a él se le debe confiar la ciudad “la vida de los hombres”,
él debe juzgar que la vida del poderoso y del rico no es más preciosa que la del débil e
indigente, él es quien deberá negar los auxilios a los malhechores públicos. Además de su papel
técnico de la medicina, tiene un papel económico en la repartición de los auxilios, un papel
moral y casi jurídico en la atribución de éstos, es como el “vigilante de la moral, como de la
salud pública” (p. 68).
En esta comunalización y configuración regional en la cual la conciencia médica está formada por
instancias discontinuas, sí se hace importante el hospital, ya que es necesario para los enfermos
sin familia, pero también es necesario para los casos de contagio y enfermedades difíciles o
complejas, a las cuales no se puede hacer frente con la medicina en su forma más cotidiana. Al
respecto, Tenon y Cabanis plantean que, pese a que el hospital lleve los estigmas de la miseria,
aparecer ahora en el nivel local como una indispensable medida de protección. Protección de la
gente sana contra la enfermedad; protección de los enfermos contra las prácticas de la gente
ignorante; protección de los enfermos, los unos respecto de los otros. Tenon proyecta un espacio
hospitalario diferenciado de acuerdo a la “formación14” y a la “distribución15”. En este sentido, la
mirada del médico del hospital agruparía las enfermedades por órdenes, tipos y especies. Así
concebido el hospital permitiría “clasificar de tal modo a los enfermos que cada uno encuentra lo
que conviene a su estado sin agravar por su vecindad el mal del otro” (p. 69).
La legislación que buscaba suprimir los hospitales
La legislación que buscaba suprimir los hospitales hacía emerger dos problemas que aún no estaban
resueltos:
1) El de la propiedad de los viene de los hospitales
2) El nuevo personal de los hospitales
Al respecto, el 18 de agosto de 1972 la Asamblea había declarado disueltas todas las corporaciones
religiosas y las congregaciones seculares de hombres o de mujeres eclesiásticos o laicos. Sin
embargo, la mayor parte de los hospitales se consideraban ordenes religiosas u organizaciones
laicas concebidas sobre un modelo casi monástico. Es por esto por lo que un nuevo decreto
declararía que las personas que trabajaban en los hospitales o en casas de caridad lo seguirían
haciendo, pero ahora bajo la vigilancia de los cuerpos municipales (comunales) y administrativos.
Aún había personas que creían que suprimiendo a los pobres habría menos enfermedades, por
ejemplo, Bárere decía “más limosnas, más hospitales”.
No obstante, lo que vence es la idea de una organización por el Estado de los auxilios públicos y de
una supresión complementaria, con un plazo más o menos lejano, de establecimientos de hospitales.
De esta manera, surge en la constitución del año II, en tanto a los derechos, “los auxilios públicos
son una deuda sagrada”, pero que no se “prevén de casa de salud sino a sólo los enfermos que no
tienen domicilio, o que no podrán recibir auxilios en él” (p. 71).
Así comienza a pasar a la legislación el sueño de una deshospitalización total de la enfermedad y de
la indigencia. La pobreza es un hecho económico al cual la asistencia debe auxiliar mientras existe.
Por otra parte, la enfermedad es un accidente individual al cual la familia debe responder,
asegurando a la víctima los cuidados necesarios. “El hospital es una solución anacrónica que no
responde a las necesidades reales de la pobreza y que estigmatiza en su miseria al hombre enfermo.
Debe haber un estado ideal en el cual el ser humano no conocerá ya el agotamiento de los trabajos
fatigosos, ni el hospital que conduce a la muerte” (p. 72).
2.El derecho de ejercicio y la enseñanza médica
En el siglo XVIII habían reglamentos de la práctica de la medicina y de la formación de médicos,
en el fondo era una base que permitía regular quién ejercía la medicina y cómo se enseñaba esta.
Sin embargo, seguía habiendo varios problemas, por ejemplo, aún había existencia de charlatanes,
el estudio de la medicina era muy caro, habían muchas escuelas de medicina y no tanto de
matemáticas o físicas, entre otros problemas.
A raíz de lo anterior, la revolución buscaba dos reivindicaciones:
1) Limitaciones más estrictas del derecho de ejercer la medicina

14
Hace referencia a que cada hospital destinaría una categoría de enfermos, o a una familia de
enfermedades.
15
Hace referencia a que en el interior de un mismo hospital, debe existir un orden a seguir “para colocar en
él las especies de enfermos que se haya acordado recibir”.
2) Una mayor organización y rigurosidad de los estudiantes universitarios.
Las dos reivindicaciones buscaban un mismo fin, la supresión de las cofradías y el cierre de las
universidades (recordar que se creía que el saber era solo para los privilegiados).
Sin embargo, los médicos defienden sus derechos corporativos haciendo valer que no tienen el
sentido del privilegio, sino de la colaboración. El cuerpo médico se distingue, por una parte, de los
cuerpos políticos, en que no trata de limitar la libertad del otro, y de imponer leyes y obligaciones a
los ciudadanos. Pero el problema del ejercicio de la medicina estaba vinculado a otros tres: la
supresión general de las corporaciones, la desaparición de la sociedad de medicina, y sobre todo el
cierre de las universidades. En este sentido, en el grupo de los “reformistas” se encuentra
constantemente la idea de que es necesario borrar las particularidades locales, suprimiendo las
pequeñas facultades que vegetan, en las cuales los profesores insuficientemente numerosos, poco
competentes distribuyen o venden los exámenes o títulos. Así pues, algunas facultades importantes
ofrecerán en todo el país cátedras que solo los mejores postularán, formando doctores de calidad. El
control del Estado y el de la opinión intervendrán así de modo eficaz en la génesis de un saber
y de una conciencia médica adecuada, al fin, a las necesidades de la nación.
Bouquier, miembro de la instrucción pública, apoyado por los jacobinos, ofrece un plan menos
anárquico, haciendo una distinción entre:
1) Los “conocimientos indispensables al ciudadano”: sin ellos el ciudadano no puede
convertirse en hombre “libre”. El Estado le debe al ciudadano la educación como la libertad
misma.
2) Los “conocimientos necesarios para la sociedad”: el Estado debe favorecerlos, pero no
puede ni organizarlos ni controlarlos, sirven a la colectividad, pero no forma al individuo.
En este sentido, tanto la medicina como el arte forma parte de ellos.
Después de esto se crearán más escuelas de salud, además de la existencia de los oficiales de salud,
personas que estarán destinadas a dar lecciones en los hospitales reservados a mujeres, niños y
locos, y que serán retribuidos por el estado.
No obstante, luego de que los bienes de los hospitales hayan sido nacionalizados, las corporaciones
prohibidas, las sociedades y academias abolidas, la universidad con las facultades y escuelas de
medicina eliminadas, no podrán ponerse en marcha las políticas de asistencias cuyo principio
admitieron, ni para definir las actitudes que le son necesarias, ni para fijar, por último, las
formas de su enseñanza.
Ahora bien, he aquí lo mas importante, durante todo este período faltaba una estructura que haya
podido dar unidad a: 1) la forma de experiencia ya definida por la observación individual, 2)al
examen de los casos, 3) la práctica cotidiana de las enfermedades, 4) una forma de enseñanza que
bien se comprende debería darse más en el hospital que en la facultad, y 5) en el recorrido
íntegro del mundo concreto de la enfermedad. No se sabía como restituir con la palabra, lo que
se sabía, no había sido dado más que a la mirada. Lo visible no era decible, ni discible. Es decir,
si las teorías de la medicina se habían modificado mucho desde hacía medio siglo, sus estructuras
no habían cambiado en absoluto. El principio de las percepciones individuales y concretas no
estaba desprendido del espacio nosológico que había formulado por primera vez (…) Sólo una
mutación estructural profunda podía equilibrar la medicina alrededor de la EXPERIENCIA
CLÍNICA16 (…) Y estos temas fluctuantes, que apelaban a una tal mutación, eran también su
principal obstáculo (p. 81-82).
“La mirada médica, cuyos poderes tratamos de reconocer, no ha recibido todavía en la organización
clínica su estructura tecnológica; no es más que un segmento de la dialéctica de las Luces
transportado al ojo del médico” (p. 82).
Finalmente, Foucualt menciona que quizás se pensará de buena gana que la clínica ha nacido del
encuentro casual y consentido entre médico y enfermo, donde la observación se hace en el mutismo
de las teorías, a la claridad única de la mirada, donde de maestro a discípulo se trasmite la
experiencia por debajo, incluso de las palabras… Y en provecho de esa historia que vincula la
clínica a un liberalismo científico, político y económico, se nos olvida que durante años el tema
ideológico fue el que supuso un obstáculo para la organización de la medicina clínica (p. 83).

16
¿Qué entiende Foucault como clínica? Al parecer en el capítulo 4 hablará de esto.

También podría gustarte