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Resumen Foucault El Nacimiento de La Clinica
Resumen Foucault El Nacimiento de La Clinica
1
Darle un lugar, es decir, la enfermedad se aloja en el cuerpo. En este sentido, el cuerpo es lugar desde
donde se conoce o se muestra la enfermedad.
3. De la mano con el punto anterior, Foucault también identifica cómo la forma de analogías
vale al mismo tiempo como ley de producción. En este sentido establece un parangón entre
las enfermedades y otras disciplinas o saberes, por ejemplo, la botánica. Al respecto dice
que la analogía sirve para “producir una comprensión y descripción” de una enfermedad,
considerarla como una ‘especie’, ya que crece, florece y perece siempre de igual manera.
Para el pensamiento médico este modelo de la botánica tiene doble importancia, ya que
considera una dimensión ontológica de la enfermedad (surge desde dentro antes de
cualquier manifestación). De lo dicho en este punto, cabe destacar principalmente la
forma de producir una comprensión y descripción en base a otro saber (botánica), y
cómo la enfermedad se concibe -a modo de observación- ya que ésta -se supone- que
crece, florece y perece, es decir, es observable.
4. Las enfermedades son vistas como especies, a la vez naturales e ideales. Lo natural hace
referencia a que las enfermedades enunciar sus verdades esenciales. Lo ideal hace
referencia a que las enfermedades no se dan nunca en la experiencia sin modificación ni
desorden. “Para conocer la verdad del hecho patológico, el médico debe abstraerse del
enfermo” (Foucault, 1966, p.23), es decir, el médico tiene que ser muy preciso en describir
la enfermedad y tener cuidado de distinguir los síntomas que acompañan y los que le son
propios a la patología de los que no son sino accidentales y fortuitos, por ejemplo, la edad,
el sexo, el temperamento, entre otros. “El conocimiento de las enfermedades es la brújula
del médico; el éxito de la curación depende de un exacto conocimiento de la enfermedad; la
mirada del médico no se dirige (…) al enfermo; sino a (…) los signos que diferencian una
enfermedad de otra, la verdadera de la falsa, la legítima de la bastarda, la maligna de la
benigna” (Foucault, 1966, p.24). Sin embargo, Foucault detecta el carácter extraño de la
mirada médica, ya que acusa cómo esta está presa en una reciprocidad indefinida “se dirige
a lo que hay de visible en la enfermedad, pero a partir del enfermo que oculta este visible”
(Foucault, 1966, p.25). Es decir, la contradicción es cómo se estudia lo ‘visible’ de la
enfermedad, pero obviando al enfermo (invisibilizándolo).
La localización secundaria2 tiene relación a cómo puede una enfermedad, definida por su lugar en
una familia, caracterizarse por su sede en un organismo. En primera instancia cabe mencionar que
el espacio del cuerpo y el espacio de la enfermedad tienen latitud para deslizarse uno con relación al
otro, razón por la cual, si bien se valida los avances de la anatomía patológica, pareciera ser que la
enfermedad no necesariamente está acá o allá (diferentes órganos) por la enfermedad misma, sino
que los órganos (afectados) pueden ir cambiando, pero no así la esencia de la enfermedad. Distinto
es el espacio de localización de la enfermedad y el espacio de configuración de ésta.
En relación con la localización secundaria, toma gran importancia la medida3, con el fin de poder
“apreciar la intensidad de cierta cualidad patológica en la cual consistía la enfermedad (…) Sin
embargo, ninguna mecánica susceptible de medición del cuerpo puede, en sus particularidades
físicas o matemáticas, dar cuenta de un fenómeno patológico” (Foucault, 1966, p.31).
Como era de esperarse, el tener sólo una herramienta y concepción de investigación (en este caso la
medición) empezaron e emerger ciertos hierros y lagunas que obligaron a un desplazamiento hacia
una mirada más cualitativa para comprender la enfermedad, ya que en algún punto ahora sí se hace
2
A diferencia de la localización primaria, la cual hacía énfasis en que la enfermedad se encontraba en el
cuerpo. Al parecer la localización secundaria es un poco más específica y tiene relación con una ubicación un
tanto más exacto, por ejemplo, los órganos, tejidos, etc.
3
Haciendo referencia a lo objetivable, lo observable, lo medible.
más partícipe al enfermo, “el desciframiento de la enfermedad en sus caracteres específicos se
apoya en una forma matizada de la percepción que se dirige sino a los individuos (…) en este nivel
el individuo no era más que un elemento negativo, el accidente de la enfermedad, que, para ella y en
ella, es el más extraño a su esencia. Pero el individuo reaparece ahora como el apoyo positivo e
imborrable de todos estos fenómenos cualitativos que articulan en el organismo la disposición
fundamental de la enfermedad.” (Foucault, 1966, p. 32).
En suma con lo anterior, además, Foucault refiere que la percepción médica debiera ser esa “lupa
que, aplicada a las diferentes partes de un objeto, hace aún notar en él otras partes que no se
percibían sin ella, y emprender el infinito trabajo del conocimiento del individuo” (Foucault, 1966,
p.33). Es decir, la mirada médica debería ser más ‘profunda’ y no tan ‘vaga’ o superflua, sino que
también rescatar la vivencia y subjetividad del enfermo en la enfermedad “el enfermo es el retrato
de la enfermedad; es ella misma, dada con sombra y relieve” (p. 34).
Teniendo en consideración lo dicho anteriormente, podríamos resumir que en la espacialización
primaria, “la medicina de las especias colocaba la enfermedad en una región de homologías en la
cual el individuo no podía recibir estatuto positivo” (p. 34). En la espacialización secundaria, “ésta
exige un cambio de percepción aguda del individuo, libre de las estructuras médicas colectivas,
libre de toda mirada de grupo y de la experiencia misma del hospital. Médico y enfermo están
implicados en una proximidad cada vez mayor, y vinculados; el médico por una mirada que acecha,
apoya cada vez más y penetra, el enfermo por el conjunto de las cualidades irremplazables y mudas
que, en él, traicionan, es decir muestran y ocultan las hermosas formas ordenadas de la enfermedad”
(p. 34). Ahora bien, Foucault identifica una espacialización terciaria, que hace referencia al
“conjunto de los gestos por los cuales la enfermedad, en una sociedad, está cercada, medicamente
investida, aislada, repartida en regiones privilegiadas y cerradas, o distribuida a través de los medios
de curación, preparados para ser favorables (…) supone un sistema de opciones en el cual va la
manera en que un grupo, para protegerse, practica las exclusiones, establece las formas de la
asistencia, reacciona a la miseria y al miedo de la muerte (p. 34-35). Este tipo de espacialización
considera tanto la primaria y secundaria, pero además considera las formas de un espacio social,
cuya génesis, estructura y leyes son de naturaleza diferente.
En la medicina de las especies, la enfermedad tiene casi por ‘derecho’ un nacimiento, formas y
estaciones ajenas al espacio de las sociedades, es como si la enfermedad tuviera una naturaleza
‘salvaje’, sin intervención, sin artificio médico. Sin embargo, esta (la enfermedad) cambia, ya que
mientras más complejo se vuelve el espacio social en que está situada, más se desnaturaliza (la
enfermedad) (p. 35). Por ejemplo, antes de la civilización, los pueblos no tenían sino las
enfermedades más simples, pero mientras más ‘avanza’ la sociedad, también las enfermedades.
Dicho esto, es acá donde emergen los hospitales, como civilización, es un lugar artificial en el cual
la enfermedad trasplantada corre el riesgo de perder su rostro esencial, ya que “el contacto con los
demás enfermos, en este jardín desordenado donde se entrecruzan las especies, altera la naturaleza
propia de la enfermedad y la hace más difícilmente legible (…) en efecto, ninguna enfermedad de
hospital es pura (ya que se van entremezclando)” (p. 36). Es por esto, que Foucault acusa que desde
ese momento los hospitales, en algún punto perdían su ‘esencia’ en tanto salud se trata, razón por la
cual, refiere que “el lugar natural de la enfermedad es el lugar natural de la vida, la familia: dulzura
de los cuidados espontáneos, testimonio de afecto, deseo común de curación (…) el médico de
hospital no ve sino enfermedades torcidas, alteradas. Sin embargo, el que atiende a domicilio
adquiere en poco tiempo una verdadera experiencia fundada en los fenómenos naturales de todas las
especies de enfermedad4 (p. 37).
Es así cómo según la medicina de las especies implica para la enfermedad una espacialización libre,
sin región privilegiada, sin la sujeción a un hospital, es decir, no considera el espacio físico o
geográfico, como por ejemplo el hospital, obviando que ahí uno se podría enfermar mucho más (por
las mutaciones y combinaciones de enfermedades) (p. 37).
Teniendo en consideración el párrafo anterior, esta estructura coincide con la manera en que se
refleja el pensamiento político del problema de la asistencia 5. Al respecto, algunos autores como
Turgot y sus discípulos criticaron las fundaciones de hospitales, ya que los bienes que los
constituyes no se pueden ceder: es la parte perpetua de los pobres; las necesidades pueden cambiar,
y la asistencia debiera llevarse a las provincias y a las ciudades que la necesitan. “la fundación,
singular, e intangible, debe disolverse en el espacio de una asistencia generalizada, de la cual la
sociedad es a la vez la única gerente y beneficiaria indiferenciada. Por otra parte, es un error
económico apoyar la asistencia sobre una inmovilización del capital, es decir, sobre un
empobrecimiento de la nación que arrastra a su vez la necesidad de nuevas fundaciones: lo cual,
llevado al límite, produce sofocamiento de la actividad (…) hay que empalmar la asistencia con el
trabajo6 (…) haciendo trabajar a los pobres se les ayudará sin empobrecer la nación” (p. 38-39).
Esto es como “si los pobres trabajan les damos salud”.
“El enfermo indudablemente no es capaz de trabajar, pero si se le coloca en el hospital se convierte
en una carga doble para la sociedad: la asistencia de la cual se beneficia sólo va a él, y su familia,
dejada en el abandono, se encuentra expuesta a su vez a la miseria y a la enfermedad.
El hospital es visto como un lugar creador de enfermedades, en vez de proteger de la enfermedad,
las comunica y las multiplica hasta el infinito. A la inversa, si la enfermedad se deja en el campo
libre de su nacimiento (la familia) y de su desarrollo, se extinguirá como apareció, y la asistencia
que se le prestará a domicilio compensará la pobreza que provoca. (p. 39).
De a poco entonces se irá haciendo visible la importancia de la familia en la enfermedad y en la
experiencia médica, lo que significa que el estado debería preocuparse más que en el enfermo,
también y antes en su familia, en su estructura social. “Sería menester concebir una medicina
suficientemente ligada al Estado para que pudiera, de acuerdo con él, practicar una política
constante, general, pero diferenciada, de la asistencia, la medicina se convierte en tarea y
preocupación nacional” (p. 40).
“La buena medicina deberá recibir del Estado testimonio de validez y protección legal, está en el
establecer que exista un verdadero arte de curar (…) la medicina de la percepción individual, de la
asistencia familiar, de la atención a domicilio, no puede encontrar apoyo sino en una estructura
controlada colectivamente, en la cual está integrado el espacio social en su totalidad” (p. 40-41). Así
pues, se entra en una nueva forma y casi desconocida en el siglo XVIII, de espacialización
institucional de la enfermedad” (p. 41).
4
Podría pensarse esto como el origen de los cimientos de la salud pública y familiar.
5
Acá vemos como la salud pública pasa a ser una preocupación de estado, una preocupación política.
6
Preocuparse de la salud de sus trabajadores, ya que son ellos quienes producen la riqueza.
Capítulo 2: Una conciencia política
El capítulo comienza rescatando algunas palabras de Sydenham 7 en tanto a su definición de lo que
podría ser una conciencia histórica y geográfica de la enfermedad. Al respecto, él plantea que la
“constitución” de la enfermedad no es una naturaleza autónoma, sino que algo mucho más
complejo. En base a lo planteado por Sydenham: en primer lugar, se establece que la medicina de la
localización primaria8 planteaba que la naturaleza de la enfermedad es compleja, un nudo oscuro y
oculto en la tierra, ya que hay acontecimientos naturales que complejizan el ‘curso normal’ de la
enfermedad, es decir, la constitución de la enfermedad no sigue un curso estándar, sino que siempre
dependerá de otras complejidades y factores también, por ejemplo, la sociedad, la pobreza, las
estaciones del año, el tiempo, la sociedad, entre otras cosas, es decir, una fiebre en Londres sería
muy distinta a una fiebre en África.
Dicho esto, Foucault identifica que quizás los médicos del siglo XVIII no le prestaban atención al
poder de contagio de la enfermedad, ya que ésta tenía que seguir su ‘curso normal’, por ende,
enfermedad y epidemia era lo mismo para los médicos de aquella época. Es decir, no había
diferencia entre una enfermedad individual y un fenómeno epidémico, basta que una afección
esporádica se reproduzca un cierto número de veces para que haya epidemia, obviando todos esos
otros factores y complejidades que Sydenham mencionó. Se entenderán las epidemias como
enfermedades endémicas9.
A raíz de lo anterior, se plantea el análisis de las epidemias no como se estudiaban las enfermedades
individuales, sino que bajo los signos generales: reconocer su proceso singular -en ese momento del
tiempo-, variable de acuerdo con las circunstancias de una epidemia a otra, tejiendo así una trama
común en todos los enfermos. Dicho esto, entonces, se establece que la enfermedad individual,
específica, se repite siempre más o menos igual, sin embargo, la epidemia jamás se repite
enteramente, ya que considera los otros factores y complejidades (recordar lo dicho por Sydenham).
Además, hay que recordar que la trasmisión de la enfermedad de un individuo a otro no era
explicada por una ‘epidemia’, sino que en base a la teoría de los gérmenes o de los miasmas. “El
contagio no es más que una modalidad del hecho masivo de la epidemia” (p 46).
Contagiosa o no, la epidemia tiene una especie de individualidad histórica. De ahí que se hace
necesario estudiar las epidemias a través de un método complejo de observación, ya que es un
fenómeno complejo como individual.
El estudio y preocupación por las epidemias favoreció que a fines del siglo XVIII se institucionalice
esta forma de experiencia (la del estudio de las epidemias a través de un método colectivo e
individual), razón por la cual, en cada subdelegación, un médico y varios cirujanos son designados
por el intendente para seguir las epidemias que podían producirse en su territorio cuando habían 4 o
5 personas atacadas por la misma enfermedad, el alcalde enviaba al médico para que indique
tratamiento y los cirujanos lo aplicasen y, en casos más graves, el médico tenía que trasladarse in
situ al lugar. Para que la medicina de las epidemias -las propuestas institucionalizadas dichas
anteriormente- tuviesen cierta eficacia era necesario el refuerzo de una policía para que vigilara y
7
Iniciador del pensamiento clasificador de las patologías.
8
Hay que recordar que en ese tipo de localización se creía que la enfermedad debía seguir su ‘curso normal’.
9
Se entenderán éstas como causas que “atacan de repente a un gran número de personas en un mismo
lugar, sin distinción de edad, de sexo, ni de temperamentos. Estas presentan la acción de una causa general,
pero como estas enfermedades no reinan sino un cierto número de tiempo, esta causa puede ser
considerada como puramente accidental”.
garantizara los reglamentos salubres, por ejemplo, vigilar el emplazamiento de las minas y de los
cementerios, obtener rápidamente la incineración de los cadáveres, control el comercio del pan y
vino, entre otros. Entonces, era necesario que después de un estudio detallado del cantón (territorio),
se estableciera para cada provincia un reglamento de salud. Este reglamento haría referencia a la
manera de alimentarse, vestirse, de evitar las enfermedades, de prevenir o de curar las que reinan
“serían estos preceptos como las plegarias, que los más ignorantes, incluso y los niños llegan a
recitar” (p. 48).
“La definición de un estatuto político de la medicina y la constitución, a escala de un estado, de una
conciencia médica, encargada de una tarea constante de información, de control y sujeción; cosas
todas que “comprenden otros tantos objetivos relativos a la policía, como los hay, que son
propiamente de la incumbencia de la medicina” (p. 49).
Otro de los cambios que se favorecieron a partir de la medicina de las epidemias radicó en un
cambio de paradigma, ya que los tratados del siglo XVIII, instituciones, aforismos, nosologías,
encerraban el saber médico en un espacio cerrado, hermético. Sin embargo, ahora lo sustituyeron
las mesas abiertas, e indefinidamente prolongables. “El tema de la enciclopedia deja su puesto al de
una información constante y constantemente revisada, en la cual se trata más bien de totalizar los
acontecimientos y su determinación, que de encerrar el saber en una forma sistemática” (p. 52). A
raíz de esto, al iniciarse la revolución francesa, Cantín propone que este trabajo de información sea
asegurado en cada departamento por una comisión elegida entre los médicos, Mathie Geraud pide la
creación en cada cabeza de partido de una “casa gubernamental de salud”, y en París de una “corte
de salubridad”, que tuviera sesiones junto a la Asamblea Nacional para centralizar la información y
comunicarlas de un territorio a otro, así como también de evidenciar las cuestiones que se
investigaban como las que tenían que investigarse. En el fondo, algo mucho mas transparente del
gobierno en temas médicos, de salud.
Al respecto, Hotel-Dieu plantea que “lo que define el acto del conocimiento médico en su forma
concreta no es, por consiguiente, el encuentro del médico y del enfermo, ni la comparación de un
saber con una percepción; es el cruce sistemático de dos series de informaciones homogéneas la una
y la otra, pero ajenas la una a la otra, dos series que desarrollan un conjunto infinito de
acontecimientos separados, pero cuyo nuevo corte hace surgir, en su dependencia aislable, el hecho
individual. Figura sagital del conocimiento” (p. 54).
Pese a lo dicho por Cantín y Mathie Giraud, igual existían instituciones y médicos que seguían
dogmatizando su juicio y su saber, por ende, Mathie Giraud plantea y sugiere la creación de un
tribunal de salubridad. Sin embargo, “la mirada médica circula, de acuerdo con un movimiento
autónomo, por el interior de un círculo donde no está controlada sino por ella misma; distribuye
soberanamente a la experiencia cotidiana el saber (su saber)” (p. 55, lo entre paréntesis es mío). “El
espacio médico puede coincidir con el espacio social, o más bien atravesarlo y penetrarlo
enteramente. Se comienza a concebir una presencia generalizada de médicos cuyas miradas
cruzadas forman una red y ejercen en cualquier punto del espacio, en todo momento del tiempo, una
vigilancia constante (…) Se plantea el problema de la implantación de médicos en el campo (…) Se
desea un control estadístico de la salud, gracias al registro de los nacimientos y de los decesos (…)
se pide que los motivos sean señalados detalladamente por el consejo de revisión, por último, que se
establezca una topografía médica de cada uno de los departamentos con resúmenes minuciosos
sobre la región, las habitaciones, las personas, las pasiones dominantes, etc (…) y como si no
bastara la implantación de los médicos, se pide que la conciencia de cada individuo esté
médicamente alerta, será menester que cada ciudadano esté informado de lo que es necesario y
posible saber en medicina (p. 55-56). En el fondo, el saber médico ya no sólo le pertenecería a la
medicina, sino que también a los ciudadanos, ya que como se decía anteriormente, la medicina
atraviesa el campo social. “El lugar en el cual se forma el saber, ya no es en este jardín patológico
en el cual Dios había distribuido las especias, es una conciencia médica generalizada, difusa en el
espacio y en el tiempo, abierta e inmóvil, ligada a cada existencia individual, pero, asimismo, a la
vida colectiva de la nación (…)” (p 56).
Los años que preceden y luego de ocurrida la revolución francesa vieron nacer dos grandes mitos
con relación a la medicina:
1) El mito de una presión médica nacionalizada, organizada de igual manera que el clero, pero
preocupada por la salud del cuerpo y no del “alma” como el clero.
2) El mito de una desaparición social de la enfermedad en una sociedad sin trastornos y sin
pasiones.
Ambos de ellos son contradicciones: el primero de ellos hace alusión de manera positiva a la
medicalización rigurosa, militante y dogmática de la sociedad, por una versión casi religiosa.
El segundo, llama a esta “misma medicalización, pero de un modo triunfante y negativo, es decir la
volatilización de la enfermedad en un medio corregido, organizado y vigilado sin cesar, en el la cual
medicina desaparecería al fin con su objeto y su razón de ser” (p 57).
En relación con el primer mito:
“L’ Averniere, ve en los sacerdotes y en los médicos a los herederos naturales de las dos misiones
más visibles de la iglesia: la consolación de las almas y el alivio de los sufrimientos” (p. 57).
Teniendo en consideración lo dicho anteriormente, se concibe cierta similitud entre médicos y
sacerdotes tanto en ‘poder, prestigio y quehacer’, pero por sobre todo en la ‘remuneración’, ya que
los médicos se encargarían de la terapéutica del cuerpo, como los sacerdotes del “alma”. Respecto a
la remuneración, como los sacerdotes recibían remuneraciones provenientes del alto clero, los
médicos también debían recibir del Estado una renta justa “el médico ya no tendrá que pedir
honorarios a quienes atiende. La asistencia de los enfermos será gratuita y obligatoria: servicio que
la nación asegura como una de sus tareas sagradas; el médico no es más que un instrumento de ella”
(p. 57). Así pues la medicina “convertida en actividad pública, desinteresada y controlada, la
medicina podrá perfeccionarse indefinidamente (…) alcanzará en el alivio de las miserias físicas, la
vieja vocacional espiritual de la iglesia (…) y al ejercito de los sacerdotes que velan por la salud de
las almas, corresponderá al médico que se preocupen por la salud de los cuerpos” (p. 58).
En relación con el segundo mito:
El segundo mito esta vinculado a las condiciones de existencia y a las formas de vida de los
individuos, dicho esto, cabe mencionar que las enfermedades varían con las épocas, como con los
lugares. Por ejemplo, haciendo un breve barrido histórico: en la edad media los enfermos estaban
entregados al miedo y al agotamiento, razón por la cual existían las apoplejías y las fiebres hécticas;
en el siglo XVI y XVII se debilita el patriotismo y se repliega el egoísmo, se practica entonces la
lujuria y la gula, razón por la cual emergen las enfermedades venéreas y la obstrucción de vísceras y
sangre; finalmente en el siglo XVIII la búsqueda del placer pasa a la imaginación, la gente va al
teatro, se leen novelas, la gente se puede exaltar en conversaciones banales, se vela de noche y
duerme de día, etc, razón por la cual emergen las histerias y las enfermedades nerviosas. Así pues,
“una nación que viviera sin guerra, sin pasiones violentas, sin ocios, no conocería por consiguiente
ninguno de estos males; y sobre todo, una nación que no conociera la tiranía que ejerce la riqueza
sobre la pobreza, ni los abusos a los cuales esta misma se entrega” (p. 59). Ahora bien, ¿será posible
todo esto? sobre todo en relación con la desigualdad y tiranía de las riquezas?... no lo creo.
Teniendo en consideración el párrafo antes expuesto, entonces, “la primera tarea del médico es,
por consiguiente, política: la lucha contra la enfermedad debe comenzar por una guerra
contra los malos gobiernos: el hombre no estará total y definitivamente curado más que si
primeramente es liberado” (p. 59). “Si sabe ser políticamente eficaz, la medicina no será ya
médicamente indispensable. Y en una sociedad al fin libre, donde las desigualdades estén
apaciguadas y donde reine la concordia, el médico no tendrá ya que desempeñar sino un papel
transitorio: dar al legislador y al ciudadano consejos para el equilibrio del corazón y del
cuerpo. No habrá ya necesidad de academias ni de hospitales (…) Y poco a poco, en esta joven
ciudad entregada toda al gozo de su propia salud, el rostro del médico se borraría, dejando
apenas en el fondo de las memorias de los hombres el recuerdo de ese tiempo de los reyes y de
las riquezas en el cual eran esclavos, estaban empobrecidos y enfermos” (p. 59-60).
Como lo anteriores es casi utópico, por no decir que serían solo ensueños, la vinculación de la
medicina a los destinos del Estado han hecho aparecer una significación “positiva”: la medicina se
encargaría de prometer la “felicidad” de los Estados, por ejemplo, exaltar las pasiones tranquilas 10,
entre otras cosas; la medicina tiene que fundar “la única condición durable de la felicidad, que es
útil para el Estado11” (p. 61).
“La medicina no debe ser sólo el “corpus” de las técnicas de la curación y del saber que éstas
requieren; desarrollará también un conocimiento del hombre saludable, es decir, a la vez una
experiencia del hombre no enfermo, y una definición del hombre modelo. En la gestión de la
existencia humana, toma una postura normativa (…) la funda para regir las relaciones físicas
y morales del individuo y de la sociedad en la cual él vive” (p. 61).
Lanthenas define la medicina como “Al fin, la medicina será lo que debe ser, el conocimiento del
hombre natural y social” (p. 61).
Finalmente, Focault termina el capítulo estableciendo cierto cambio de paradigma del siglo XVIII al
siglo XIX. En el siglo XVIII la preocupación estaba en la enfermedad, dónde y cómo se explica. En
el siglo XIX el modelo médico no está vinculado primitivamente al carácter comprensivo y
transferible de los conceptos médicos, sino que al hecho de que estos conceptos estaban dispuestos
para responder a la oposición entre lo sano y lo enfermo. “Cuando se hable de la vida de los grupos
y de las sociedades, de la vida o de la raza, o incluso de la “vida psicológica”, no se pensará en
principio a la “estructura interna del ser organizado” (como eran en el siglo XVIII), sino que en la
bipolaridad médica de lo normal y lo patológico” (p. 62).
14
Hace referencia a que cada hospital destinaría una categoría de enfermos, o a una familia de
enfermedades.
15
Hace referencia a que en el interior de un mismo hospital, debe existir un orden a seguir “para colocar en
él las especies de enfermos que se haya acordado recibir”.
2) Una mayor organización y rigurosidad de los estudiantes universitarios.
Las dos reivindicaciones buscaban un mismo fin, la supresión de las cofradías y el cierre de las
universidades (recordar que se creía que el saber era solo para los privilegiados).
Sin embargo, los médicos defienden sus derechos corporativos haciendo valer que no tienen el
sentido del privilegio, sino de la colaboración. El cuerpo médico se distingue, por una parte, de los
cuerpos políticos, en que no trata de limitar la libertad del otro, y de imponer leyes y obligaciones a
los ciudadanos. Pero el problema del ejercicio de la medicina estaba vinculado a otros tres: la
supresión general de las corporaciones, la desaparición de la sociedad de medicina, y sobre todo el
cierre de las universidades. En este sentido, en el grupo de los “reformistas” se encuentra
constantemente la idea de que es necesario borrar las particularidades locales, suprimiendo las
pequeñas facultades que vegetan, en las cuales los profesores insuficientemente numerosos, poco
competentes distribuyen o venden los exámenes o títulos. Así pues, algunas facultades importantes
ofrecerán en todo el país cátedras que solo los mejores postularán, formando doctores de calidad. El
control del Estado y el de la opinión intervendrán así de modo eficaz en la génesis de un saber
y de una conciencia médica adecuada, al fin, a las necesidades de la nación.
Bouquier, miembro de la instrucción pública, apoyado por los jacobinos, ofrece un plan menos
anárquico, haciendo una distinción entre:
1) Los “conocimientos indispensables al ciudadano”: sin ellos el ciudadano no puede
convertirse en hombre “libre”. El Estado le debe al ciudadano la educación como la libertad
misma.
2) Los “conocimientos necesarios para la sociedad”: el Estado debe favorecerlos, pero no
puede ni organizarlos ni controlarlos, sirven a la colectividad, pero no forma al individuo.
En este sentido, tanto la medicina como el arte forma parte de ellos.
Después de esto se crearán más escuelas de salud, además de la existencia de los oficiales de salud,
personas que estarán destinadas a dar lecciones en los hospitales reservados a mujeres, niños y
locos, y que serán retribuidos por el estado.
No obstante, luego de que los bienes de los hospitales hayan sido nacionalizados, las corporaciones
prohibidas, las sociedades y academias abolidas, la universidad con las facultades y escuelas de
medicina eliminadas, no podrán ponerse en marcha las políticas de asistencias cuyo principio
admitieron, ni para definir las actitudes que le son necesarias, ni para fijar, por último, las
formas de su enseñanza.
Ahora bien, he aquí lo mas importante, durante todo este período faltaba una estructura que haya
podido dar unidad a: 1) la forma de experiencia ya definida por la observación individual, 2)al
examen de los casos, 3) la práctica cotidiana de las enfermedades, 4) una forma de enseñanza que
bien se comprende debería darse más en el hospital que en la facultad, y 5) en el recorrido
íntegro del mundo concreto de la enfermedad. No se sabía como restituir con la palabra, lo que
se sabía, no había sido dado más que a la mirada. Lo visible no era decible, ni discible. Es decir,
si las teorías de la medicina se habían modificado mucho desde hacía medio siglo, sus estructuras
no habían cambiado en absoluto. El principio de las percepciones individuales y concretas no
estaba desprendido del espacio nosológico que había formulado por primera vez (…) Sólo una
mutación estructural profunda podía equilibrar la medicina alrededor de la EXPERIENCIA
CLÍNICA16 (…) Y estos temas fluctuantes, que apelaban a una tal mutación, eran también su
principal obstáculo (p. 81-82).
“La mirada médica, cuyos poderes tratamos de reconocer, no ha recibido todavía en la organización
clínica su estructura tecnológica; no es más que un segmento de la dialéctica de las Luces
transportado al ojo del médico” (p. 82).
Finalmente, Foucualt menciona que quizás se pensará de buena gana que la clínica ha nacido del
encuentro casual y consentido entre médico y enfermo, donde la observación se hace en el mutismo
de las teorías, a la claridad única de la mirada, donde de maestro a discípulo se trasmite la
experiencia por debajo, incluso de las palabras… Y en provecho de esa historia que vincula la
clínica a un liberalismo científico, político y económico, se nos olvida que durante años el tema
ideológico fue el que supuso un obstáculo para la organización de la medicina clínica (p. 83).
16
¿Qué entiende Foucault como clínica? Al parecer en el capítulo 4 hablará de esto.