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UNIDAD 8: LA FILOSOFÍA EMPIRISTA:

DE LOCKE A HUME

ÍNDICE:
1. CONTEXTO HISTÓRICO
2. EL NACIMIENTO DEL LIBERALISMO MODERNO: JOHN LOCKE
2.1. INTRODUCCIÓN
2.2. POLÍTICA
3. LA CULMINACIÓN DEL EMPIRISMO DEL SIGLO XVIII: DAVID HUME
3.1. INTRODUCCIÓN
3.2. TEORÍA DEL CONOCIMIENTO
3.3. ÉTICA
4. ACTIVIDADES

1. CONTEXTO HISTÓRICO
La situación sociopolítica de Inglaterra en los siglos XVII y XVIII difiere de la del resto de
Europa. Si en el continente prevalece el absolutismo, en Inglaterra tiene lugar una revolución
burguesa. Entre los años 1640-1650 se produce en toda Europa un movimiento contra la monarquía
absoluta. En Londres, Ámsterdam, París... se reclaman: derechos individuales, fiscalización de los
presupuestos públicos, abolición de los monopolios del Estado e intervención del pueblo en la
legislación. La revuelta social es protagonizada por una clase social que es dueña del dinero y
conoce su fuerza: la burguesía. Pero solo consiguió triunfar donde se le unió la nobleza. Tal es el
caso de Inglaterra. Allí, tras muy diversas vicisitudes políticas (entre ellas, una guerra civil y una
revolución), termina por establecerse la monarquía parlamentaria y constitucional,
consagrándose la supremacía del Parlamento y proclamándose en 1688 la "Declaración de
Derechos": Inglaterra se convirtió en la primera potencia comercial y capitalista, y su sistema
político parlamentario (basado ya en la doctrina del "contrato social" y no en la monarquía de
derecho divino) fue a partir de entonces el modelo a imitar. Los teóricos del liberalismo1 (Locke) y
los científicos ingleses (Newton) fueron, finalmente, los inspiradores de la Ilustración2 europea.

1
El liberalismo, impulsado por autores como Locke, Montesquieu, Tocqueville, A. Smith, J.S. Mill o J. Bentham,
defiende que la libertad es el mayor bien del ser humano y que el sistema político debe contribuir a su conservación. El
poder político es visto con recelo desde esta teoría porque tiende a inmiscuirse en la vida de los ciudadanos y a dictar
cómo vivir. Por tanto, hemos de tratar de limitar el poder del Estado lo máximo posible, para que cada uno sea dueño de
su propia vida. Habitualmente, los partidos llamados “conservadores” o “de derechas” suelen identificarse con esta
corriente, especialmente en su política económica, siendo partidarios de la reducción de impuestos y de la limitación
competencias del Estado, dejando el máximo espacio posible abierto a la libertad del individuo.
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Desde mediados del siglo XVII al XVIII se extiende por Europa (Inglaterra, Francia y Alemania, principalmente) un
conjunto de ideas filosóficas y políticas que hacen de esta época uno de los períodos más intelectualmente
revolucionarios de la historia. Se caracteriza fundamentalmente por: una confianza plena en la razón, la ciencia y la
educación, para mejorar la vida humana; una visión optimista de la vida, la naturaleza y la historia, desde una
perspectiva de progreso de la humanidad; tolerancia ética y religiosa; defensa de la libertad del hombre y de sus
derechos como ciudadano. La importancia de la razón crítica, que ha de ser como la luz de la humanidad, se deja ver en
la misma raíz de las palabras con que se refiere este período: “Siglo de las luces”, “Siglo de la Razón”, “Iluminismo”.
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2. JOHN LOCKE
2.1. INTRODUCCIÓN
Nacido en Wrington (Inglaterra) en 1632, hijo de un
funcionario judicial, estudió filosofía, física, química y medicina.
Ocupó diversos cargos políticos y diplomáticos. Murió en
Londres en 1704.
La política interior y exterior de Inglaterra mantuvo a
Locke activamente comprometido durante toda su vida. Para él la
filosofía no fue principalmente objeto de ocupación académica,
sino un soporte teórico para abordar problemas de la realidad
política concreta. Las dudas y vacilaciones que impregnan su
teoría del conocimiento y le predisponen a sostener una actitud
cercana al fideísmo3, se desvanecen, en cambio, en su filosofía
política, que defiende con firmeza pero sin caer en el
dogmatismo. La confianza en la predisposición natural del ser humano hacia la vida social, la
confianza en la razón y en el progreso, y también, la fe en Dios, desembocan en una teoría del
contrato social que persigue el orden de la sociedad sin menoscabo del mayor bien a que puede
aspirar el individuo: la libertad.
La obra de los racionalistas de la Europa continental, que se extendió desde Descartes a
Leibniz, fue seguramente el punto de partida de la filosofía de Locke. Locke comienza con una
severa crítica a la teoría de las ideas innatas, pero no reflejada en ningún filósofo en particular, sino
por ser “una opinión establecida entre muchos hombres”, siendo, a su entender, un error
comúnmente aceptado. Locke pretende aclarar qué podemos conocer y, por tanto, sobre qué tiene
sentido discutir. Acerca de todo lo demás, solo caben las creencias personales y la tolerancia.
Locke era un hombre religioso, y por eso quiso preservar a la religión de las contaminaciones de la
realidad política. Además, aunque la religión es el fundamento de la ley natural, es también un
peligro para la paz. Locke sabe que el cristianismo ha dado lugar a muchas heterodoxias, y vive en
su tiempo las consecuencias más violentas de esas escisiones. Si el conocimiento humano es
limitado no lo es menos en cuestiones religiosas, por lo que ninguna autoridad política puede ni
debe interferir en un asunto privado como es el de la opción religiosa. En este sentido, los escritos
de Locke sobre la tolerancia son uno de los más sólidos monumentos a la libertad de conciencia,
con una implicación política clave: el Estado y la Iglesia tienen fines distintos, así que para
alcanzarlos deberán regirse por autoridades distintas.
John Locke, pionero de la Ilustración, se puede considerar el origen de dos corrientes
filosóficas de gran relevancia en los siglos posteriores:
- En el ámbito de la teoría del conocimiento fue el iniciador del empirismo británico, que
se desarrolló a lo largo del siglo XVIII en contraposición al racionalismo continental. Junto con
George Berkeley y David Hume, Locke es uno de los más destacados representantes de esta
corriente filosófica.
- En el ámbito de la filosofía política, es considerado el padre el liberalismo, en frontal
oposición contra las monarquías absolutas y el mercantilismo4, con gran influencia sobre
Montesquieu, Voltaire, Rousseau y los padres teóricos de la revolución norteamericana. La política
de Locke, íntimamente ligada a las circunstancias históricas de su época, supone una reacción
contra el poder absoluto.

3
Doctrina filosófica según la cual solamente a través de la fe y la revelación divina es posible conocer los principios
metafísicos, éticos y religiosos; que son inaccesibles a la razón.
4
Postura político-económica desarrollada caracterizada por una fuerte intervención del Estado en la economía,
coincidente con el desarrollo del absolutismo monárquico en Europa.
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2.2. POLÍTICA
Aunque la teoría política de Locke no concuerde siempre con sus principios
epistemológicos, su claridad y solidez debe mucho a ellos. Locke comenzó a pronunciarse en este
terreno con su Ensayo sobre la tolerancia. Luego escribió sus Cuatro cartas sobre la tolerancia
religiosa, cuyas ideas ya había plasmado en la Constitución fundamental de Carolina, que hicieron
de aquella colonia americana un asilo de paz para quienes huían de la intransigencia religiosa de
Europa. Sin embargo, la tolerancia no puede constituir de por sí una base para la elaboración de una
doctrina política, porque esta tiene que girar siempre en torno al poder. Esto es de lo que se ocupa
en su primer Tratado del Gobierno Civil, que constituye una extensa refutación de la teoría del
derecho divino de los reyes de Sir Robert Filmer.
Según Locke, la legitimidad del poder político emana del consentimiento de los gobernados
y este será el tema principal de su Segundo Tratado del Gobierno Civil, la determinación de un
nuevo fundamento del poder político frente al absolutismo monárquico de legitimación divina.
Con ello se daba el primer paso para la justificación teórica de un régimen burgués representativo.
De hecho, Locke dice explícitamente que su propósito consiste en justificar la pacífica revolución
que restauró definitivamente el gobierno parlamentario en Inglaterra.
La teoría política de Locke se fundamenta en el contractualismo5: la sociedad civil se
explica como consecuencia de un acuerdo o pacto entre los seres humanos, que anteriormente a
dicho pacto se hallaban en un “estado de naturaleza” sin leyes ni poderes supraindividuales. En el
capítulo II del Segundo Tratado del Gobierno Civil, Locke define el estado de naturaleza como: “un
estado de libertad perfecta por el que los hombres pueden ordenar sus acciones, y disponer de sus
posesiones y personas como quieran dentro de los límites de la ley de la Naturaleza, sin pedir
permiso ni depender de la voluntad de otro hombre. Es también un estado de igualdad, donde todo
el poder y jurisdicción es recíproco, y nadie tiene más que otro, no habiendo nada más evidente
que el hecho de que las criaturas de la misma especie y rango nacidas con todas las mismas
ventajas de la naturaleza y con el uso de las mismas facultades, sean iguales entre sí, sin
subordinación ni sujeción”. Por tanto, el estado de naturaleza de Locke tiene como rasgos
fundamentales la libertad y la igualdad de todos los seres humanos.
Hay, no obstante, un límite a la libertad, que no debe entenderse como principio absoluto:
existe una ley natural que debe ser respetada. Locke caracteriza la ley natural de la siguiente
manera: “Siendo todos los hombres iguales e independientes, ninguno debe dañar a otro en lo que
atañe a su vida, salud, libertad o posesiones”. Por tanto, en el estado de naturaleza rigen ya una
serie de derechos naturales e inalienables: el derecho a “su vida, salud, libertad y posesiones”.
Esta ley de la naturaleza ha de ser respetada por todos y legitima que alguien pueda castigar a un
tercero en caso de que no cumpla con ella. Sin embargo, la libertad no puede servir de justificación
para la agresión a otra persona o para el robo de sus posesiones, pues esto iría en contra de los
derechos naturales de los otros sujetos.
Con respecto a la igualdad, cabe matizar que Locke habla de una igualdad en dignidad y
derechos naturales, no de resultados; pues las eventuales diferencias en el modo en que los hombres
invierten su tiempo, su talento o su suerte, naturalmente, puede conducir a una desigualdad
económica. La naturaleza, que en un principio es de todos, se convierte en propiedad privada en el
momento en el que adquiere un valor añadido al ser trabajada por una persona. De esta manera
queda legitimado el derecho a la propiedad privada, que tiene como fundamento el trabajo del
hombre. No obstante, Locke puntualiza que el derecho natural a la propiedad privada no es
ilimitado, sino que tiene como límite lo que cada individuo puede utilizar sin que se eche a perder.

5
Corriente moderna de filosofía política que explica el origen de la sociedad y del Estado como un contrato original
entre humanos, por el cual se acepta una limitación de las libertades a cambio de leyes que garanticen ciertas ventajas
de vivir en sociedad.
3
En cualquier caso, la vida en el estado de naturaleza según Locke es muy distinta a la que
describía Hobbes. A diferencia de Hobbes, que partía de la tesis de que “el hombre es un lobo para
el hombre” y de que la vida en el estado de naturaleza es “solitaria, pobre, tosca, embrutecida y
breve”; según Locke, la existencia de Dios garantiza una ley moral natural accesible a la razón y
unos derechos naturales que imponen límites a su conducta, por lo que incluso en el estado de
naturaleza los derechos y libertades quedarían mayormente respetados. La fe en Dios es el
fundamento de la ley moral natural, de un estado de naturaleza justo y ordenado.
Sin embargo, aunque en la concepción del estado de naturaleza de Locke no existe una
“guerra de todos contra todos” como en Hobbes, y por tanto no es preciso proponer como remedio
un contrato social que otorgue al soberano un poder absoluto, algunos hombres no dejan de cometer
violaciones de la ley natural, “pues, aunque la ley natural sea clara e inteligible para todas las
criaturas racionales, al ser los hombres parciales en favor de sus propios intereses, además de
ignorantes por falta de estudio de la misma, no son capaces de reconocerla como una norma
obligatoria cuando ha de aplicarse a la resolución de sus casos particulares”. Entonces, el
individuo y las familias se defienden contra las transgresiones y se toman la justicia por su mano, lo
que genera inseguridad. Para que esto no sea así, hay que pasar a una sociedad civil y, para ello, es
necesario un pacto. El paso del estado de naturaleza al civil se realiza por consentimiento, y solo en
su virtud puede ocurrir, ya que los hombres son todos primordialmente libres, iguales e
independientes. La sociedad civil se forma voluntariamente mediante un acuerdo mutuo entre todos
los individuos de unirse y vivir en una comunidad: “Cuando un número de hombres ha consentido
así formar una comunidad o gobierno, quedan ellos incorporados y forman un cuerpo político, en
el que la mayoría tiene el derecho a actuar y prevalecer sobre el resto. Y así cada hombre, al
consentir con otros la formación de un cuerpo político bajo un gobierno, se obliga a sí mismo
frente a los demás a someterse a la determinación de la mayoría, y a ser mandado por ella.”
Una vez realizado el contrato social, el individuo debe obedecer los poderes de la sociedad
políticamente constituida, la sociedad civil, dotada de un gobierno. Este puede emitir ya leyes y
establecer penas de toda clase, aunque solo en favor del “bien público”. En todo caso, Locke
subraya que existen una serie de derechos naturales que, lejos de perderse con la constitución de la
sociedad civil tras el pacto, deben quedar siempre salvaguardados. Lo que se pierde es solamente
el derecho a juzgar y castigar. Así pues, la ley positiva (el derecho) no debe alterar la ley natural
(los derechos naturales). Desde el liberalismo político en general y desde el liberalismo político de
Locke en particular, la propiedad privada de los bienes de cada cual cae fuera de la esfera estatal, es
previa y distinta a ella: “El gran y principal fin de que los hombres se unan en comunidades y de
que se sometan al gobierno es la preservación de su propiedad”. El Estado es justamente un
instrumento para garantizar los bienes de los ciudadanos y la paz civil; por ello, el Estado debe
brillar por su ausencia siempre que sea posible para reducirse a su mínima y necesaria expresión,
para que los hombres ejerciten su libertad según el criterio de cada cual. Estas ideas son la
expresión teórica de un sector de la vida política inglesa de finales del siglo XVII que se agrupaba
en el partido liberal o whig, cuyo máximo teorizador del momento es Locke.
Locke era consciente de las objeciones históricas de su teoría contractualista, por ello nos
dice que su teoría no se basa en documentos históricos, sino que se atiene a hechos simples, tales
como la existencia general de la razón y a condiciones innatas, tales como la libertad del hombre.
Por tanto, la historicidad del pacto social no importa puesto que instrumentalmente es eficaz, es
decir, es una hipótesis útil aunque no podamos corroborar que esto se haya dado en la historia. Lo
que Locke pretende es demostrar la igualdad y libertad original de todos los seres humanos y la
voluntariedad de ciertas organizaciones políticas. Un Parlamento es una convención de personas
libres que deciden vivir bajo las reglas del juego por ellos establecidas: respeto a la mayoría, poder
ejecutivo de sus decisiones, imperio de sus leyes. El orden político, en todo caso, se fundamenta y
legitima en el consentimiento tácito de seres moralmente iguales y soberanos, los individuos que
lo componen.

4
El instrumento para conseguir la limitación del poder estatal es la separación de poderes
que Locke preconiza y que alcanzaría celebridad para ir incorporándose progresivamente en las
constituciones políticas de todas las democracias liberales modernas. Aunque podemos rastrear
antecedentes de esta doctrina de la división de poderes entre los griegos antiguos, por ejemplo, en
Aristóteles, no es sino a partir de Locke cuando se institucionaliza la división o separación de
poderes de las actividades del Estado y se establecen diversos organismos para cada una de sus
funciones. Según Locke, la división de poderes debe establecer tres poderes distintos:
1. El poder legislativo: debe promulgar leyes y quedar circunscrito a la asamblea soberana o
Parlamento, que posee también facultades judiciales (Locke no distinguía tan netamente
como en la actualidad el poder legislativo del judicial). Las leyes deben, en todo caso: ser
universales, es decir, iguales para todos; estar orientadas al bien común; no imponer tasas
sin el consentimiento de la mayoría.
2. El poder ejecutivo: debe velar por la ejecución de las sentencias judiciales.
3. El poder federativo: se refiere a las relaciones internacionales, entre las que destacan la
facultad de declarar la guerra o la paz. Tanto este como el anterior son ejercidos por el
monarca.
Si estos poderes están separados, unos vigilan a otros. La doctrina de la separación de
poderes es, como decimos hoy, un sistema de contrapesos que garantiza el buen funcionamiento de
la sociedad civil. En todo caso, para Locke, los tres poderes, incluyendo el legislativo, deben velar
por la preservación de los derechos naturales, entender su actividad como un mandato del pueblo y
someterse a la voluntad de la mayoría, siendo elegidos por sufragio censitario. En caso contrario, el
pacto que da origen y legitimidad a la sociedad política queda automáticamente anulado, y los
ciudadanos vuelven al estado de naturaleza, siendo libres de establecer otro pacto. Así pues, se
reconoce el derecho de rebelión para restaurar el orden siempre que los gobernantes no lo respeten.
En definitiva, además de iniciador del empirismo moderno, podemos considerar a Locke
como el primer gran teórico del liberalismo político, por su defensa de las libertades civiles y
religiosas y de la separación de poderes, por su oposición al mercantilismo y por su insistencia en
que el poder político debe someterse a la voluntad del pueblo. En pleno siglo XVII, Locke es ya un
ilustrado. Su influencia en la Ilustración francesa será enorme, y en su pensamiento político se
inspira la Constitución de los Estados Unidos de América, e incluso, hasta cierto punto, podemos
afirmar que sienta la base teórica de los sistemas de gobierno representativo actuales.

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3. LA CULMINACIÓN DEL EMPIRISMO DEL SIGLO XVIII: DAVID HUME
3.1. INTRODUCCIÓN
David Hume desarrolló una filosofía empirista coherente
hasta sus últimas consecuencias. Fue uno de los pensadores de
mayor influencia del siglo XVIII, un ilustrado atípico que, pese a
reconocer la razón como única guía posible, puso de relieve sus
limitaciones a la hora de alcanzar conocimientos pues, de hecho
según afirmaba, la razón no es más que una manifestación de la
naturaleza instintiva del ser humano. Hume nació en 1711 en
Edimburgo (Escocia). Estudió Derecho en la Universidad de su
ciudad natal. Con veintitrés años se traslada a Francia e ingresa en el
colegio de La Flèche, donde años más tarde escribirá su obra cumbre
Tratado de la naturaleza humana, que fue ignorada por el público y
la crítica. Posteriormente, ejerció de tutor y secretario de grandes
señores, ocupó cargos políticos y publicó su Investigación sobre el
conocimiento humano y su Investigación sobre los principios de la
moral; esta última obra fue considerada por el propio Hume como su obra maestra, donde
reelaboraba la segunda parte de su Tratado, pero fue igualmente ignorada por el público. No ocurrió
así con los Discursos políticos, que tuvieron mayor éxito. Nombrado bibliotecario de la Facultad de
Derecho de Edimburgo, comenzó a publicar una Historia de Inglaterra, que suscitó polémica y que,
según el propio Hume, resultó un éxito rentable.
Hume elabora su filosofía en contraposición a la que se estaba desarrollando en ese
momento en la Europa continental: el racionalismo heredero del pensamiento de Descartes. Los
empiristas en general y Hume en particular sostienen que la tarea del filósofo es, antes de ponerse a
discutir cuestiones físicas o metafísicas, investigar acerca del entendimiento mismo, con el fin de
determinar cómo, en qué ámbito y hasta qué punto puede el entendimiento tener una verdadera
certeza acerca de las cosas. No tienen sentido las discusiones o especulaciones sobre la realidad y su
estructura si primero no somos capaces de determinar cómo y qué podemos conocer de esa supuesta
realidad objeto de nuestra investigación. Por ello, Hume comienza su filosofía con una teoría del
conocimiento a partir de la cual veremos si podemos fundamentar alguna ontología, antropología,
ética, política, etc.
Se considera a Hume como "el Newton de la ciencia moral": El título completo de su obra
principal lo da a entender: Tratado de la naturaleza humana. Ensayo de introducción del método
experimental de razonamiento en las cuestiones morales. En esta misma obra, declara que su
objetivo es “lograr en el mundo de la moral lo que Newton ha logrado en el mundo de la física”.
Hume pretende, pues, aplicar el método newtoniano -que ya había demostrado su validez en el
campo de la ciencia de la naturaleza- a la "ciencia del ser humano". En su aplicación del método
newtoniano a la ciencia del ser humano, Hume analiza el entendimiento humano como concebía
Newton el universo: las "impresiones" equivalen a los átomos que se atraen o repelen entre sí por
una especie de "gravitación" (leyes de asociación de ideas).
Pero Hume va más lejos en su intención al escribir el Tratado: quiere unificar todas las
ciencias (como Descartes), basándolas en una ciencia fundamental, la ciencia de la naturaleza
humana, cuyo cometido es, ante todo, examinar la extensión y las fuerzas del entendimiento
humano.

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3.2. TEORÍA DEL CONOCIMIENTO
Hume, como el resto de empiristas, afirma que no existen ideas innatas, por lo que todos los
contenidos de la mente se originan, directa o indirectamente, en la experiencia. Emplea la palabra
“percepciones” para designar todo contenido de la mente, y divide las percepciones en
impresiones e ideas. Esta distinción se corresponde con la diferencia entre, por ejemplo, la
percepción de dolor que tenemos cuando una llama nos quema (impresión) y la percepción que
tenemos cuando recordamos o imaginamos que una llama nos quema (idea). La diferencia entre
impresiones e ideas consiste en el grado de fuerza y vivacidad con la que inciden sobre la mente y
se abren paso en nuestro pensamiento o conciencia:
- Impresiones son las “percepciones que penetran con mayor fuerza y violencia”; son las
sensaciones y pasiones/emociones que hacen su primera aparición en la mente.
- Ideas son las “imágenes débiles de las impresiones, cuando pensamos y razonamos”.
Así pues, todas nuestras ideas no son sino copias de nuestras impresiones, es decir, que nos
es imposible pensar algo que no hemos sentido previamente. Esta afirmación permite a Hume
construir un criterio de verdad útil para distinguir qué conceptos filosóficos poseen significado y
cuáles no. Cuando se sospeche que un "término filosófico se emplea sin significado o idea alguna
(como ocurre con demasiada frecuencia), no tenemos más que preguntarnos de qué impresión se
deriva la supuesta idea, y si es imposible asignarle una". Y si no puede remitirse a ninguna
impresión, concluimos que el término en cuestión carece de significado.
Hume establece una distinción entre percepciones simples y complejas. La percepción,
por ejemplo, una pared azul, es una impresión simple; y el pensamiento (o imagen) de ella, es una
idea simple. Pero si me asomo a la ventana y veo desde allí la ciudad, recibo una impresión
compleja. Y cuando pienso y recuerdo la impresión de la ciudad, tengo una idea compleja.
Así mismo, Hume distingue entre impresiones de la sensación y de la reflexión: las
impresiones de la sensación son las que surgen en la mente a través de los sentidos, “de causas
desconocidas”; mientras que las impresiones de la reflexión son las emociones y las pasiones, y
son producidas por algunas ideas. Cuando una idea vuelve a la mente puede hacerlo conservando
parte de su vivacidad; se trata entonces de una impresión de reflexión que dará lugar a otra idea. En
efecto, el recuerdo de una impresión puede ser tan vivo que produzca en nosotros una reacción
intensa. Por ejemplo, la idea de un fuego que nos quema puede sobrecogernos si nos recuerda una
experiencia pasada.
Por otro lado, Hume diferencia entre ideas primarias y secundarias. Las ideas proceden
de las impresiones, pero es posible formar ideas derivadas a partir de otras ideas, puesto que
razonamos y hablamos acerca de ideas. Así pues, ideas primarias serían las que provienen
directamente de una impresión; mientras que las ideas secundarias derivarían de otras ideas aunque,
en último término e indirectamente, derivarían también de una impresión.
Hasta ahora hemos explicado cómo las ideas se forman a partir de las impresiones sensibles,
pero, ¿cómo se relacionan las ideas para dar lugar al conocimiento?
La relación entre ideas es posible, en primer lugar, gracias a las facultades de la memoria y
la imaginación: la memoria se define como la facultad del entendimiento por la cual reaparecen
ideas conservando el momento y posición de su primera aparición; mientras que la imaginación es
definida como la facultad del entendimiento mediante la cual se combinan ideas o se descomponen
ideas complejas para reagruparlas luego. Concretamente, Hume habla de dos tipos de relaciones
entre ideas: el primer tipo correspondería a las que llama “relaciones filosóficas”, que permiten
comparar a voluntad, es decir, espontáneamente, cualesquiera objetos, siempre que haya alguna
cualidad similar entre ellos; mientras que el segundo tipo refiere a las “relaciones naturales”,
denominadas así porque están conducidas por la cualidad o cualidades por las que dos ideas se
asocian en la imaginación de modo que una introduce naturalmente a la otra. En este caso, la

7
mente se encuentra impelida a la asociación, no siendo por tanto una relación voluntaria. Hay tres
tipos de relaciones naturales, también conocidas como leyes de asociación de ideas:
- Semejanza: Se produce cuando al percibir una idea se nos muestra inmediatamente otra en la
mente porque ambas son similares en algún o algunos aspectos. Por ejemplo, una fórmula
matemática, podemos asociarla con otra fórmula matemática, pero nunca podría ser relacionada
con, por ejemplo, un poema.
- Contigüidad en el espacio y/o en el tiempo: Se produce cuando se asocian dos ideas que
aparecen sucesivamente o a la vez en el espacio o en el tiempo. Por ejemplo, la sala de cine y las
palomitas, el mar y un barco, etc. son ideas que se asocian entre sí no por su semejanza, sino por su
contigüidad espacial y/o temporal.
- Causa-efecto: Se produce cuando asociamos una idea con otra porque “suponemos”6 que una es
origen de la otra y esta última es efecto de la primera. Esta relación es el punto fundamental para la
crítica de toda la filosofía anterior, además de la base de la filosofía de Hume. Por ejemplo, la idea
de Sol se relaciona inmediatamente con la idea de calor porque se supone que el Sol es causa del
calor de la Tierra.
De acuerdo con el planteamiento explicado hasta ahora, Hume distingue dos tipos de
conocimiento:
a) Relaciones entre ideas. Es el reino de la lógica y de las matemáticas. De ellas se obtienen
deductivamente juicios analíticos, que son verdaderos de forma universal y necesaria, pues su
validez depende solo del principio de no contradicción. El único problema es que dichos juicios no
dependen de la experiencia, por lo que no sirven para comprender el mundo real.
b) Conocimientos de hechos. A diferencia del caso anterior, consisten en juicios sintéticos,
es decir, que amplían nuestra información sobre el mundo. Sin embargo, los conocimientos de
hechos no son fiables. Vienen dados por las relaciones espacio-temporales y por la causalidad. Las
primeras, las relaciones espacio-temporales, pueden ser percibidas y son, por tanto, impresiones. La
causalidad, en cambio, no proporciona directamente hechos y en ella la mente va más allá de lo que
está inmediatamente presente. De estas tesis se deriva la debilidad del conocimiento inductivo en el
que se basa el conocimiento de hechos.
Para el racionalismo, la relación causa-efecto era una relación necesaria. Encontraba su
justificación en el principio de causalidad. “Todo lo que empieza a existir tiene que tener una
causa”. Este principio era considerado evidente, una de las leyes de la mente de las que no se podía
dudar. Pero Hume tiene un planteamiento diferente. Para él, la última referencia es la experiencia, y
¿qué experiencia (esto es, qué impresión) justifica en último término la validez de este principio?
La causalidad, afirma Hume, lo que en el fondo hace es suponer “una conexión necesaria”
entre la causa y el efecto. Pero ¿dónde está la impresión que justifica esa conexión necesaria? Tal
impresión no existe y, por consiguiente, la causalidad no es una certeza. ¿En qué queda entonces la
causalidad? En una “creencia”, fruto de la costumbre y del hábito psicológico de haber encontrado
hasta el presente siempre unidas las causa y el efecto, en una conjunción constante.
Eliminado el valor cognoscitivo del principio de causalidad, los tres grandes ámbitos
sustanciales de la realidad quedan sin soporte: el mundo externo, al que Locke llegaba como causa
de nuestras ideas; la idea de Dios, que aparecía como causa de la realidad; incluso el propio “yo” o
alma, la sustancia pensante cartesiana, se viene también abajo. No existe “impresión” de un “yo”,
tenemos impresiones de cosas que nos pasan, pero no de nuestro yo. Tenemos que contentarnos con
considerar nuestro yo como una pura colección de impresiones. La crítica a la idea de causalidad
supone, por tanto, la negación de la posibilidad de afirmar la existencia de las sustancias de la
metafísica racionalista: alma, mundo, Dios.

6
Nótese que decimos que “suponemos” y no que “sabemos” porque, como veremos más adelante, esta relación causal
no puede ser demostrada jamás.
8
Del hecho de que se presenten en mí impresiones de la sensación no puedo derivar que tales
impresiones provengan de un objeto exterior a mi propia mente. Vemos que Hume sostiene la
imposibilidad de conocer el origen de las impresiones, de las “representaciones” de los objetos en la
mente, de forma que del hecho de que yo perciba, por ejemplo, un mar azul, no puedo inferir que
haya un objeto fuera de mí que produzca tal sensación, lo único que sé es que tengo esa sensación,
pero nunca podré saber de dónde viene.
En definitiva, esta tesis supone negar la posibilidad de conocer con seguridad el mundo
externo a mi mente. En el lugar de la certeza Hume sitúa, pues, la creencia, y en el lugar de las leyes
necesarias y los conceptos metafísicos, la costumbre y la probabilidad. Por ello, el empirismo de
Hume nos lleva a aceptar que todo el conocimiento humano es solo probable, y su filosofía conduce
al escepticismo y al fenomenismo7.
Para terminar, cabe mencionar que la influencia de Hume en la filosofía posterior fue
enorme. El propio Kant lo reconoce como quien lo “despertó de su sueño dogmático”. E incluso
Einstein afirmó haberse inspirado en él para formular su teoría de la relatividad8.

3.3. ÉTICA
Hume es conocido sobre todo por la teoría del conocimiento que acabamos de exponer, pero
como hemos dicho en la introducción, la teoría del conocimiento es solo el primer peldaño de la
ciencia del ser humano que pretende desarrollar, tratando de llevar al ámbito de la moral lo mismo
que Galileo y Newton habían conseguido en el ámbito de las ciencias naturales, pues piensa que “la
Filosofía moral está en las mismas condiciones que lo estaba la Filosofía natural con respecto a la
astronomía antes de Copérnico”. Hume, el “Newton de la ciencia moral”, pretende aplicar el
método newtoniano a los asuntos morales. Este es el propósito de Hume al escribir el Tratado de
la naturaleza humana, unificando todas las ciencias (mismo intento que en Descartes) basándolas
en una ciencia fundamental: la ciencia de la naturaleza humana.
Un código moral es un conjunto de normas que permite juzgar una conducta o actitud como
moralmente correcta o incorrecta, como virtuosa o viciosa: así, por ejemplo, juzgamos como
moralmente correcta la generosidad e incorrecta el crimen. La mayoría de los filósofos se han
preguntado por el origen y fundamento de estos juicios morales: ¿en qué se funda nuestra
aprobación de algo y nuestro rechazo a algo? La respuesta desde los griegos es que la distinción
entre lo bueno y lo malo moralmente es una distinción basada en el entendimiento, en la razón. Se
afirma que la razón puede conocer el orden moral natural y determinar qué conductas y actitudes
son acordes con el mismo; desde ese punto de vista, el conocimiento de la concordancia o
discordancia de la conducta humana con el orden natural es fundamento de nuestros juicios
morales.
Sin embargo, Hume considera que la razón no es ni puede ser el fundamento de nuestros
actos morales ni de nuestros juicios morales por dos motivos: primero, porque la razón no puede
determinar nuestro comportamiento ni tampoco impedirlo. La razón no mueve a los humanos,
sino las pasiones y los sentimientos; y segundo, porque la razón tampoco puede conocer qué es el
bien o la virtud, pues estos no son cuestiones de hechos ni relaciones de ideas. Así pues, Hume
rechaza el racionalismo moral, esto es, todos los intentos de fundar la ética en la razón,
proponiendo una ética emotivista.

7
Fenomenismo: concepto que tiene su origen en el término "fenómeno", que significa lo que aparece o se muestra. El
fenomenismo es la teoría filosófica según la cual no es posible el conocimiento de algo distinto a nuestras propias
percepciones. Esta tesis, aunque contraria al sentido común, es compartida por racionalistas y empiristas, pues ambos
defienden que todo conocimiento es conocimiento de ideas.
8
Este último párrafo vale también como conclusión para la ética.
9
Por otro lado, cabe mencionar que Hume no admite que se pueda derivar del ser (de lo que
es el ser humano, de su naturaleza) el deber ser (el bien moral), pues este modo de argumentar
incurriría en lo que se conoce hoy como falacia naturalista: “Nada es menos filosófico que esos
sistemas según los cuales la virtud es algo idéntico a lo natural, y el vicio a lo no natural”.
En cualquier caso, Hume es el representante más destacado del llamado “emotivismo
moral”: una concepción ética que destaca la importancia de los sentimientos y las emociones en la
vida moral. Los juicios morales expresan un sentimiento de aprobación o desaprobación que nos
producen determinadas conductas, por ello, las distinciones morales no se derivan de la razón
sino de un sentimiento. No hay, pues, determinación racional sobre la voluntad al actuar
moralmente, ni tampoco base racional en nuestros juicios de aprobación o reprobación sobre la
conducta. Defiende que las pasiones son las fuerzas que nos determinan a obrar. “La razón es
esclava de las pasiones, y no puede pretender otra misión que servirlas y obedecerlas”. Así pues, la
facultad racional no sería la guía de nuestra conducta, sino tan solo un mecanismo que optimiza la
consecución de lo que dictan las pasiones.
Hume distingue dos tipos de pasiones:
- Directas: Surgen inmediatamente de la experiencia de placer y dolor, que son el fundamento
último de la moral. Ejemplos de estas pasiones son: deseo, aversión, alegría, pena…
- Indirectas: Surgen de la relación entre impresiones e ideas. Ejemplos de ellas son: orgullo,
humildad, amor, odio…
Ahora bien, el emotivismo de Hume no convierte su ética en un relativismo individualista,
en el sentido de que cada uno consideraría bueno o malo aquello que arbitrariamente le agrada en
cada momento, sin que hubiera posibilidad de un acuerdo con los demás seres humanos. El
sentimiento de que habla Hume es un sentimiento universal, común a toda la humanidad, "que
recomienda el mismo objeto a la aprobación general y hace que cada hombre o la mayor parte de
los hombres coincidan en la misma opinión o decisión relativa a ella". En todo ser humano hay una
misma naturaleza emotiva, de modo que nunca descubriremos una pasión en los demás que de
algún modo o en cierta medida no esté también en nosotros mismos; por eso es posible que todos
los seres humanos sientan la moralidad de un modo parecido, lo cual posibilita una moral universal.
Además, aunque hemos dicho que la razón está al servicio de las pasiones y su único móvil
es que los actos sean útiles para conseguir satisfacerlas, las pasiones no siempre se despiertan por
un interés puramente egocéntrico, en un sentido egoísta, sino que a menudo tienen un marcado
carácter social. Esto se debe a que el sentimiento de aprobación o desaprobación, que determina lo
que consideramos virtud o vicio, es una forma del sentimiento de simpatía, que Hume define como
el tránsito de la idea de un sujeto ajeno a la impresión que generan en nosotros las pasiones ajenas,
que conlleva la tendencia a promover los intereses comunes y el bien de la humanidad, al
identificarse con sus semejantes por pertenecer a un género común. Y lo que despierta ese
sentimiento es la utilidad de la acción contemplada para la colectividad: “Todo lo que contribuye a
la felicidad de la sociedad merece nuestra aprobación”. Por este motivo la ética de Hume es,
además de emotivista, utilitarista.
En suma, el fundamento de las cualidades morales consiste en su utilidad para la vida
social; la aprobación o reprobación que recae sobre ciertos sentimientos o acciones se fundan en el
reconocimiento implícito o explícito de su utilidad social, de manera que se considera un bien lo
que promueve la felicidad de sus semejantes y un mal lo que tiende a procurar su infelicidad. Esta
utilidad social también fundamenta el valor que reconocemos en las virtudes: humanitarismo,
benevolencia, amistad, sociabilidad, fidelidad, sinceridad, justicia, etc. Con respecto a la justicia,
Hume afirma que es una virtud artificial, que depende de la utilidad que se siente en función del
interés para el bien común. Las personas establecen leyes de justicia preocupándose de ellos
mismos y del interés público. Pero esta preocupación no surge de un razonamiento sobre las

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relaciones eternas y necesarias de las ideas sino de nuestras impresiones y sentimientos: “El sentido
de la justicia, por consiguiente, no se funda en las ideas, sino en las impresiones”.
En definitiva, hemos visto como, partiendo desde un enfoque netamente empirista, Hume
desarrolla una teoría ética que alcanza ni más ni menos que hasta donde sus premisas le permiten.
Y, a pesar de las diferencias de la ética humeana con respecto a otras, que proponen reglas más
concretas o abarcantes, hay que reconocer su originalidad, así como el rigor y la coherencia en su
desarrollo.

4. ACTIVIDADES
A) Lee el siguiente texto y contesta a las cuestiones que hay a continuación:
Siendo los hombres libres e iguales e independientes por naturaleza, [...] nadie puede salir de este
estado y verse sometido al poder político de otro, a menos que medie su propio consentimiento. La
única manera por la que uno renuncia a su libertad natural y se sitúa bajo los límites de la sociedad
civil es alcanzando un acuerdo con otros hombres para reunirse y vivir en comunidad, para vivir
unos con otros en paz, tranquilidad y la debida comodidad, en el disfrute seguro de sus propiedades
respectivas y con la mayor salvaguardia frente a aquellos que no forman parte de esa comunidad.
Esto lo pueden realizar un número de hombres cualesquiera, porque en nada perjudica a la libertad
de los demás, a los que se deja en el estado de naturaleza en que se encontraban. Cuando un grupo
de hombres ha llegado a un consenso para formar una comunidad o gobierno, se incorporan en el
acto al cuerpo político que conforman ellos mismos, en el que la mayoría adquiere el derecho de
actuar y decidir por los demás.
Locke, J.: Segundo tratado sobre el gobierno civil.
A.1. Realiza un resumen del texto.
A.2. Explica la frase subrayada y relaciónala con dos nociones del pensamiento del autor.

B) Lee el siguiente texto y contesta a las cuestiones que hay a continuación:


Si en el estado de naturaleza el hombre es tan libre como hemos dicho; si es dueño absoluto de su
propia persona y posesiones, igual que el más principal, y no es súbdito de nadie ¿por qué razón
renuncia a su libertad? ¿Por qué entrega su imperio y se somete al dominio y control de otro poder?
La respuesta obvia es que, aunque en el estado de naturaleza tiene ese derecho, aun así, su
capacidad de disfrutarlo es muy incierta y se ve constantemente expuesta a la invasión de los otros.
Pues, al ser todos tan reyes como él, todos por igual, y dado que la mayoría de ellos no son estrictos
observadores de la equidad y la justicia, el disfrute de la propiedad de que dispone resulta ser
bastante inseguro. Esto es lo que le hace desear abandonar esta condición, que, por muy libre que
sea, está llena de temores y peligros continuos. Y no le falta razón cuando procura y anhela unirse
en sociedad con otros que ya lo están o que tienen el propósito de estarlo, para la mutua
preservación de sus vidas, libertades y haciendas, a todo lo cual me vengo refiriendo con el término
general propiedad.
Locke, J.: Segundo tratado sobre el gobierno civil.
B.1. Realiza un resumen del texto.
B.2. Explica la frase subrayada y relaciónala con dos nociones del pensamiento del autor.

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C) Lee el siguiente texto y contesta a las cuestiones que hay a continuación:
Todas las percepciones de la mente humana se reducen a dos clases distintas, que denominaré
impresiones e ideas. La diferencia entre ambas cosiste en los grados de fuerza y vivacidad con que
inciden sobre la mente y se abren camino en nuestro pensamiento o conciencia. A las percepciones
que entran con mayor fuerza y violencia las podemos denominar impresiones; e incluyo bajo este
nombre todas nuestras sensaciones, pasiones y emociones tal como hacen su primera aparición en el
alma. Por ideas entiendo las imágenes débiles de las impresiones, cuando pensamos y razonamos;
de esta clase son todas las percepciones suscitadas por el presente discurso, por ejemplo, con la sola
excepción del placer o disgusto inmediatos que este discurso pueda ocasionar.
Hume, D.: Tratado sobre la naturaleza humana.
C.1. Realiza un resumen del texto.
C.2. Explica la frase subrayada y relaciónala con dos nociones del pensamiento del autor.

D) Lee el siguiente texto y contesta a las cuestiones que hay a continuación:


Cuando se afirma que dos y tres es igual a la mitad de diez, entiendo perfectamente esta relación de
igualdad. Concibo que si divido diez en dos partes, una de las cuales tiene tantas unidades como la
otra, y comparo una de estas partes con dos más tres, aquélla contendrá tantas unidades como este
número compuesto. Pero cuando traéis de aquí una comparación con las relaciones morales,
reconozco que me siento completamente perdido sobre cómo entenderlo. Una acción moral, una
ofensa, tal como la ingratitud, es un objeto complicado. ¿Consiste la moralidad en la relación de sus
partes entre sí? ¿De qué manera? Especificad la relación. Sed más concretos y explícitos en vuestras
proposiciones y fácilmente veréis su falsedad. No, decís, la moralidad consiste en la relación de las
acciones con la regla de lo correcto; y se denominan buenas o malas según concuerden o no con
ella. ¿Qué es, entonces, esta regla de lo correcto? ¿En qué consiste? ¿Cómo se determina? Mediante
la razón, decís, la cual examina las relaciones morales de las acciones. Así que las relaciones
morales se determinan mediante la comparación de las acciones con una regla. Y esa regla se
determina considerando las relaciones morales de los objetos. ¿No es esta una curiosa forma de
razonar?
Hume, D.: Investigación sobre los principios de la moral.
D.1. Realiza un resumen del texto.
D.2. Explica la frase subrayada y relaciónala con dos nociones del pensamiento del autor.

E. Contesta a las siguientes cuestiones:


E.1. Explica la relación entre contractualismo y derecho natural en Locke.
E.2. Explica la distinción entre ideas e impresiones en Hume.
E.3. Define y relaciona sentimiento y utilidad en Hume.

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