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TEMA 9.

- LA FILOSOFÍA EMPIRISTA: DE LOCKE A HUME


I.- Introducción: Época, causas y características generales del movimiento empirista.
II.- Locke: La tolerancia
III.- Hume
III.1.- Empirismo
III.2.- Crítica de la causalidad
III.3.- Sentimiento moral y simpatía

I.- Introducción: Época, causas y características generales del


movimiento empirista.

El empirismo a nivel filosófico es la corriente filosófica que prolonga la filosofía que da


preponderancia a la experiencia y al conocimiento sensible frente al conocimiento intelectual y
racional siguiendo de cerca la trayectoria filosófica renacentista. Este movimiento filosófico que
desarrolla en las islas británicas a lo largo de los siglos XVI, XVII, XVIII. Sus principales
representantes son Bacon, Hobbes, Locke y Hume.
Los ingleses tienen un espíritu más pragmático y más realista que los continentales, por ello
fueron los que mejor entendieron y más aprovecharon los descubrimientos científicos. Por otra parte,
en Inglaterra es mayor el influjo de los filósofos árabes, seriamente preocupados por cuestiones
matemáticas y físicas.
En el nuevo cambio de mentalidad va a tener una gran influencia la Universidad de Oxford
porque se va a alejar del influjo eclesiástico interesándose más por Aristóteles y por la observación,
que por las abstracciones estériles. Entre los grandes personajes pertenecientes a esta Universidad
cabe destacar a Bacon.
Un factor decisivo en la evolución del empirismo será el extraordinario desarrollo de las
ciencias experimentales: Física y Química (Robert Boyle) y la Biología.
Este movimiento tendrá su proyección en otros posteriores tales como el noepositivismo,
positivismo lógico o empirismo lógico.

Entre los CARACTERES GENERALES DE ESTE MOVIMIENTO están los siguientes:


Negación de cualquier tipo de ideas innatas. No hay conocimientos independientes de la
experiencia. Cada una de las ideas que tenemos, por abstracta que parezca posee una base
y un fundamento en el conocimiento aportado por los sentidos. El entendimiento privado de
dato sensible, quedaría totalmente anulado.
El establecimiento de la evidencia sensible como criterio gnoseológico de verdad.
Frente a la idea clara y distinta del racionalismo cartesiano, el empirismo mantendrá que el
criterio que nos permite diferenciar lo verdadero de lo falso es la evidencia del dato sensible.
Rechazan como ilegítimo cualquier contenido que no tenga un correlato previo en la
experiencia. Sobre esta base, el empirismo se ve obligado a rechazar las ideas de alma y
sustancia porque al no tener lugar en el individuo ninguna percepción sensible que denote su
existencia, quedan invalidadas.
Negación de la posibilidad de un conocimiento de validez universal y necesaria. Puesto
que mediante el conocimiento sensible sólo percibimos los seres concretos y singulares, que
son mutables y cambiantes, es lógico que el empirismo mantenga que todo conocimiento es
fluctuable y cambiante.

II.- John Locke: La tolerancia

John Locke nació en Wrington (Inglaterra). (1632-1709). Estudió en la Universidad de Oxford


y se especializó en Medicina. Mantuvo relaciones con reputados científicos de la época como Isaac
Newton. Fue también diplomático, teólogo, economista, profesor de griego antiguo y de retórica, y
alcanzó renombre por sus escritos filosóficos. Su vida estuvo marcada por un contexto social difícil.
Locke fue tremendamente individualista, por eso es un apasionado defensor de las libertades

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humanas. Es considerado el gran ideólogo e inspirador de la revolución liberal inglesa consumada en
1688.
Locke elaboró una de las más famosas y clásicas defensas de la tolerancia. Su obra Carta
sobre la tolerancia, dio mucho que hablar en su tiempo pues generó un intenso debate acerca del
derecho del gobierno a usar la fuerza, si era necesario, para que los disidentes reflexionaran acerca de
los méritos del anglicanismo, como la verdadera religión. Locke apela a las conciencias de aquéllos
que han perseguido, atormentado, destruido o matado a otros hombres por motivos religiosos
alegando que este tipo de situaciones tiene consecuencias más dañinas que cualquier tipo de
disentimiento en materias eclesiástica y desarrolla en su obra una serie de argumentos a favor de la
tolerancia de los gobiernos que en algunos aspectos aún siguen vigentes.
El propósito estricto y último de la “Carta” fue fundamentar sobre bases firmes la libertad
religiosa. Considera que es competencia exclusiva de los individuos el cuidado de su cuerpo y de su
alma pues la naturaleza les hizo libres de elegir el camino más conveniente conforme a sus propias
convicciones o a los dictados de su conciencia. El énfasis en la libertad de la persona implica
necesariamente que las creencias no pueden ser impuestas por la fuerza.
El objetivo de los gobiernos es procurar preservar y avanzar en pro de los intereses civiles,
pero este objetivo no puede ni debe extenderse a la salvación del alma, que es competencia
exclusiva de los individuos. Por su parte, la Iglesia, que es una asociación voluntaria de hombres,
tampoco tiene jurisdicción alguna en asuntos terrenales o civiles pues estos son competencia
exclusiva de los gobiernos.
La Carta establece claramente cuáles son los límites entre lo individual, lo eclesiástico y lo
civil y ello, junto con la particular defensa que su autor hace de la tolerancia como respeto al derecho
religioso individual, la vincula al surgimiento del mundo moderno pues representa la expresión y el
reflejo de una concepción del estado que ha desembocado en las actuales democracias liberales, las
cuales reposan sobre la libertad de los individuos. Una libertad que se ha de materializar, entre otras
cosas, en la posibilidad de mantener cualquiera de los cultos religiosos y en el derecho a dar a
conocer la voz de la propia conciencia.

TEXTO:
“No es la diversidad de opiniones (lo que no puede evitarse), sino la negativa a tolerar a
aquellos que son de opinión diferente (que podría ser permitida) lo que ha producido todos los
conflictos y guerras que ha habido en el Cristianismo a causa de la religión. La cabeza y los jefes de
la Iglesia, movidos por la avaricia y el deseo insaciable de dominar a todos, utilizando la ambición sin
límites de las autoridades políticas y la crédula superstición de multitudes atolondradas, han
levantado, en contra de lo que dice el Evangelio y la caridad, a las autoridades y a las masas en
contra de los que tienen ideas diferentes en religión, predicando que los cismáticos y los herejes
deben ser expoliados de sus posesiones y destruidos. Y así han mezclado y confundido dos cosas
que son en sí mismas completamente diferentes, la Iglesia y el Estado.” (J. LOCKE, Carta sobre la
tolerancia)

AUTOR Y CONTEXTUALIZACIÓN:
John Locke nació en Wrington (Inglaterra). (1632-1709). Estudió en la Universidad de Oxford
y se especializó en Medicina. Mantuvo relaciones con reputados científicos de la época como Isaac
Newton. Fue también diplomático, teólogo, economista, profesor de griego antiguo y de retórica, y
alcanzó renombre por sus escritos filosóficos. Su vida estuvo marcada por un contexto social difícil.
Locke fue tremendamente individualista, por eso es un apasionado defensor de las libertades
humanas. Es considerado el gran ideólogo e inspirador de la revolución liberal inglesa consumada en
1688. El momento histórico del texto es 1689, pues entre ese año y el siguiente John Locke escribió
una serie de cartas en las que expone sus ideas políticas. En esos años ocurrieron en Inglaterra dos
hechos decisivos: la Revolución Gloriosa de 1688, que supone el triunfo del parlamentarismo y de la
limitación del poder del monarca, y la Declaración de Derechos Británica, de 1689, que recoge en
buena medida las ideas del liberalismo político, movimiento del que Locke es fundador y del que este
texto es exponente.

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TEMA:

La intolerancia y no la diversidad de opiniones ha sido la causa de las guerras de religión.


Esta, unida a la ambición de los líderes religiosos ha sido la causante de que se confundan hasta el
punto de no distinguirse el poder político y el religioso, pese a que son en sí mismos diferentes.

IDEAS PRINCIPALES:
La intolerancia es la causante de los conflictos y de las guerras de religión que han tenido
lugar en el Cristianismo
la ambición de poderes terrenales y la distorsión del mensaje evangélico es lo que ha llevado
a los jefes de la Iglesia a desencadenar guerras y conflictos dentro del Cristianismo
La Iglesia debería separarse del Estado y ser tolerante si quiere evitar los conflictos y las
guerras manteniéndose fiel a la pureza evangélica.

RELACIÓN DE IDEAS:
Este texto parte de un hecho, para Locke, constatable: que las guerras de religión vividas en
Europa son fruto de la intolerancia, no de la existencia de varias religiones. El origen de esta
intolerancia está en la actitud de las autoridades eclesiásticas, que se aprovechan tanto de la
ambición de los políticos como de la superstición de las masas. Todo ello revela la confusión entre
Iglesia y Estado, instituciones diferentes que no deben mezclarse.

. EXPLICACIÓN DE LAS IDEAS:


Como vemos en el texto, para Locke es fundamental en religión, así como en la política,
preservar la libertad de opinión, pues más daño hace a la Iglesia la intolerancia hacia opiniones
diferentes de la ortodoxia que la tolerancia de estas opiniones. Esta idea es la expresión básica del
liberalismo político que está gestándose en la Inglaterra del siglo XVII y del que John Locke es un
firme defensor. Este liberalismo no es sino la expresión del individualismo moderno que venía siendo
desde Descartes el punto de vista central de la Filosofía moderna.
Según el autor, la causa de la intolerancia y, en consecuencia, de los conflictos y las
guerras dentro de la Cristiandad, ha sido la ambición de poderes terrenales y la distorsión del
mensaje evangélico por parte de las autoridades eclesiásticas, no la diversidad de opiniones y
creencias.
Según Locke, el problema radica en que los jefes de la Iglesia se han adueñado de un poder
de coerción que solo es propio de las autoridades civiles, cuando la única medida disciplinaria de
cualquier Iglesia ha de ser la excomunión. Asimismo, indica que toda persecución es anticristiana,
pues el principio fundamental del cristianismo es el amor, no el odio, por lo que los intolerantes van
contra el Evangelio y contra la caridad.
El Cristianismo, del que Locke siempre se consideró parte integrante, debería desprenderse
de su desconfianza ante la discrepancia, porque precisamente en la diversidad puede asentar su
fuerza, si la trata desde la tolerancia. Y debería también limitarse a cumplir su función que no es otra
que buscar la salvación eterna y llevar a cabo el culto público de Dios. Esta función es muy diferente
de la que debe desempeñar el Estado, y que consiste en asegurar la libertad y defender la propidad
privada de los individuos. Por eso la Iglesia debería separarse siempre de los diferentes Estados.
En la línea del empirismo nominalista de Ockham, Locke basa su defensa de la separación
del Estado y la Iglesia en la pretensión de recuperar la pureza espiritual de la institución cristiana, y
en la idea de que Fe y Razón se basan en campos que nada tienen en común, y que por tanto deben
respetarse entre sí. El empirismo de los nominalistas del siglo XIV encuentra su continuidad en los
empiristas británicos del XVII y XVIII, que profundizan en su rechazo de las entidades universales, y
en la aconfesionalidad del Estado moderno. Pero el matiz de Locke está en defender los derechos
individuales, en particular el derecho de todo individuo a creer en el Dios cristiano de una manera
diferente al resto de la comunidad, según vemos en el texto, sin peligro de que se le expolie de sus
propiedades, o de que se le persiga. Para el pensamiento liberal, del que este fragmento es buen
ejemplo, el individuo debe tener alrededor de sí una zona sagrada de derechos en la que ninguna
institución supraindividual (Estado o Iglesia, y mucho menos ambos unidos) pueda interferir sin causa

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justificada. Aquí vemos que la libertad de pensamiento cae dentro de esos derechos intocables. La
reivindicación del sujeto que inició la Modernidad con Descartes adopta ahora la forma de un sujeto
receloso de lo estatal o comunitario, y de esa manera va naciendo en Europa el liberalismo y la
defensa de unos derechos humanos individuales, que se plasmarán en la Declaración de Derechos
británica de 1689, y un siglo más tarde de manera más violenta durante la Revolución Francesa.
Podemos señalar también este texto como un precedente de la idea contemporánea de que
la diversidad es un síntoma de fortaleza, no de debilidad, en un sistema político basado en el
individuo. Locke aplicaba esta idea a la monarquía inglesa limitada por el Parlamento, mientras que
hoy se aplica a nuestras sociedades democráticas, sumidas en un profundo debate sobre cómo
manejar la diversidad ideológica de sus ciudadanos de manera pacífica.
Contra cualquier intento de uniformización por parte del Estado, estas líneas nos recuerdan
que, ante todo, lo real es el individuo y sus ideas, dentro de la mejor tradición nominalista, mientras
que el Estado, la Iglesia, o cualquier mezcolanza entre ellos, no son más que, en el mejor de los
casos, meras instituciones hechas al servicio de la paz y los derechos de sus integrantes.
Con textos como el que comentamos, John Locke sentó las bases de la sociedad democrática
contemporánea, pues enunció que la soberanía debe emanar del pueblo, que los poderes políticos
deben estar separados, a fin de que se controlen entre sí, que la propiedad, la vida y la libertad son
los derechos naturales que todo Estado debe garantizar, así como la libertad de creencia y
pensamiento. Igualmente, vemos que aquí defiende la separación entre Estado e Iglesia (tal como
diría Ockham, para preservar la pureza evangélica de esta) y por tanto la aconfesionalidad del Estado.
La diversidad ideológica que constituye la riqueza de la sociedad civil debe ser tratada con tolerancia,
y eso garantizará la fortaleza del Estado. Todas estas ideas, sintetizadas en la del contrato social
como fuente de la autoridad del Estado, son la aportación de este pensador a los cambios políticos
que se estaban fraguando en la Europa de su tiempo.

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