Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
No es fácil escribir una síntesis sobre tan amplio e importante tema, al que cabe aproximarse desde distintos
puntos de vista, y cuyas repercusiones y derivaciones son enormes (religiosidad, espiritualidad, moral, historia,
cultura, etc.). Dentro de esta Enciclopedia para los orígenes e historia del c., pueden verse: CRISTIANOS,
PRIMEROS; ANTIGUA, EDAD II; MEDIA, EDAD II; MODERNA, EDAD II; CONTEMPORÁNEA, EDAD II; y también IGLESIA, HISTORIA DE LA.
En cuanto al contenido salvador del c., véanse REDENCIÓN; SACRAMENTOS; SALVACIÓN II-III; ESCATOLOGFA 11-111;
SOTERIOLOGFA, etc.; y, para el contenido y desarrollo doctrinal del mensaje cristiano, los artículos relativos a
TEOLOGÍA en general, y a TEOLOGÍA DOGMÁTICA; TEOLOGFA FUNDAMENTAL; TEOLOGFA MORAL, etc., en particular; así
COMO REVELACIÓN; FE; BIBLIA; TRADIC16N; MAGISTERIO ECLESIÁSTICO; LEY DE CRISTO (LEY vii, 4). Sobre el c. en cuanto
sobrenatural y revelado puede verse REVELACIÓN; JESUCRISTO- SOBRENATURAL; MISTERIO, etc. Además de los
artículos sobre JESUCRISTO, son también fundamentales para la comprensión del c. los artículos sobre IGLFSIA,
junto con los demás a los que, desde esa voz' se remite.
Se presenta aquí un ensayo de síntesis, fenomenológico teórico, sobre lo que puede designarse como esencia
del c., y sobre su originalidad respecto. a las demás religiones, en particular respecto al judaísmo y a las
religiones helénicas. A lo largo del artículo se han procurado hacer las oportunas remisiones para completar
los temas más fundamentales.
1. Cristianismo y judaísmo. El c. es la religión de jesús, el Cristo, Hijo de Dios hecho hombre (v.
JESUCRISTO). Esta religión se desarrolla dentro de la tradición de la religión hebrea (V. BIBLIA I; HEBREOS I;
JUDAÍSMO), -de la que quiere ser al mismo tiempo continuación y superación: «No penséis que he venido a abolir
la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento» (Mt 5,17-18; cfr. Lc 4,21; 16,17; Rom
3,31; 10,4). El nuevo pacto no destruye el antiguo, sino que lo realiza plenamente, mostrando su insuficiencia
y parcialidad: V. ALIANZA (Religión) ii. No se trata, por tanto, de una eliminación, sino de un cumplimiento. Es
natural que la nueva religión haga suyos los conceptos e ideas esenciales de la religión hebrea: la absoluta
trascen,dencia e indecibilidacf de Dios, la creación de la nada' (ex nihilo), el cuidado de Dios por el mundo, la
contraposición antropol6gica pecado-gracia. El kerigma (v.) de jesús se introduce en la religión hebrea,
aunque no acepta el legalismo en que había caído el pueblo hebreo.
Lo mismo que los profetas (v.), también Cristo rechaza la religiosidad cultual y legalista de los escribas (v.)
y fariseos (Y.). Propone un tipo de religión más auténtica y radical, capaz de interesar al hombre completo, a
toda su sustancia, y no solamente a su forma exterior: « ¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas; que
purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están llenos de rapiña e intemperancia! ¡Fariseo
ciego, limpia primero por dentro la copa, para que también por fuera quede limpia! » (Mt 23,25-26; cfr. Lc
11,42-52). «El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado» (Mc 2,27). Las
razones de este repudio tan abierto y vehemente no se fundamentan tan sólo en la necesidad de combatir una
práctica religiosa que se había hecho exterior y hasta supersticiosa, sino, sobre todo, están fundadas en la
necesidad de proponer una relación de pureza total entre Dios y el hombre. Lo que cuenta es el hombre
interior, que honra a Dios, no solamente con los labios, sino también, y en primer lugar, con el corazón, es
decir, con su personalidad entera: «Todo lo que de fuera entra en el hombre no puede hacerle impuro, pues no
entra en su corazón, sino en el vientre y va a parar al excusado... Lo que sale del hombre, eso es lo que hace
impuro al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones,
robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez.
Todas estas perversidades salen de. -dentro y hacen impuro al hombre» (Mc 7,18-23; cfr. Mi 15,1-28; Lc
11,37-44).
La bibl. sobre el c. es tan amplia, que solamente haceollri referencia a obras que parecen esenciales para
acercarse al tenia. Para la historia del cristianismo puede verse la bibl. de IGLESIA, HISTORIA DE LA.
Para un estudio de conjunto del mensaje de jesucristo y de los Apóstoles (por orden alfabético de autores): K.
ADAM, jesucristo, 5 ed. Barcelona 1967; íD, El Cristo de nuestra fe, 3 ed. Barcelona 1966; fD, Cristo, nuestro hermano,
6 ed. Barcelona 1966; fD, La esencia del catolicismo, Barcelona 1952; G. BARDY, Le Saveur, París 1939; 1.
BONSIRVEN, Teología del Nuevo Testamento, Barcelona 1961; íD, Les enseignements de lesus Christ, París 1946; L
CERFAux, La théologie de I'Église suivant St. Paul, 2 ed. París 1965; 1. DAUJAT, Vivir el cristianismo, 2 ed. Madrid
1965; 1. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Cristo presente en los cristianos, Madrid 1968; L. DE GRANDMAISON, jesucristo,
Barcelona 1932; R. GUARDINI, El Señor, Madrid 1954; íD, La esencia del cristianismo, 2 ed. Madrid 1964; ID, La
imagen de le@, el Cristo, en el Nuevo Testamento, Madrid 1967; M. 1. LAGEUNGE, L'Évangile de lésus Christ, 'París
1948; 1. LEBRETON, La vida y doctrina de jesucristo, Madrid 1933; M. LEPIN, Le probléme de lésus, París 1936; M.
MEINERTZ, Teología del Nuevo Testamento, 2 ed. Madrid 1966; J. MOUROux, L'experience chrétienne, París 1952; 1. H.
NEWMAN, An Essay on Development of Christian Doctrine, Londres 1845; ORLANDIS, La VoCaCión cristiana del
hombre de hoy, 2 ed. Madrid 1964; 1. PIEPIN, Les deux approches an Christianisme, París 1961; E. PETERSON, Die
Kirche ans funden und Heiden, Munich 1933; H. PINARD DE LA BOULLAYE, lésus Messie, París 1930; ID, lésus fils de
Dieu, París 1933; ID, La Personne de lésus, París 1933; L. PoLo, La originalidad de la concepción cristiana de la
existencia, «Palabra» no 54 (febrero 1970) 17-25; F. PRAT, léSUS Chnst. Sa doctrina, son oeuvre, París 1933; 1.
RATZINGER, Introducción al cristianismo, Salamanca 1970; M. REDING, Estructura de la existencia cristiana, Madrid
1961; G. RiccioTTi, Vida de jesucristo, Barcelona 1%3; íD, Pablo Apóstol, 2 ed. Madrid 1950; D. Rops, le@ en su tiempo,
Barcelona 1953; K ScHEF3EN, Los misterios del @tianismo, Barcelona I%O; M. SCHMAUS, Sobre la esencia del
cristianismo, 2 ed. Madrid 1957; H. ScaLiER, Die Zeit der Kirche, Friburgo 1966; C. SpicQ, Teología moral del Nuevo
Testamento, Pamplona 1970; C. T@moNTANT, Les ¡démaitresses de la métaphysique chrétienne, París 1%2.
En cuanto al lugar del c. en la historia de las religiones, pueden ,verse: CH. N. CocHRANE, Cristianismo y cultura
cldsica, México 1949; L. CuaTis, Civitas De¡, Londres 1934; 1. DANiELou, Dios y nosotros, 3 ed. Madrid 1966; CH.
DAWSON, Religión y cultura, Buenos Aires 1953; E. GILSON, Las metamorfosis de la Ciudad de Dios, Buenos Aires 1954
y Madrid 1965; J. GUMON, El problema de Jesús, Madrid 1960; ID, jesús, Madrid 1958; TH. HAECKER, Christentum
und Kultur Munich 1946; F. KBNIG, Cristo y las religiones de la Tierra, HI, Madrid 1961; A. D. SERTILLANGES, El
cristianismo y las filosofías, Madrid 1966; B. WELTE, Auf der Spur des Spur des Ewigen, Friburgo Br. 1965.
GIANIMANCO MORITA.
CRISTIANOS, PRIMEROS
I. Origen del nombre. 11. Espiritualidad. III. Historia: v. ANTIGUA, EDAD II.
I. ORIGEN DEL NOMBRE. Con el nombre de «cristianos» se designa tres veces en el N. T. a los
seguidores de Jesús (Act 11,26; 26,28; 1 Pet 4,16). Es en Antioquía de Siria (v.) donde los discípulos de Cristo
comienzan a llamarse así. Los nombres habituales con que se llamaban entre ellos eran: discípulos (Act 6,1
ss.)" creyentes (Act 5,14; 21,20) fieles (Eph 1,1), santos (Act 26,10; Rom,8,27; 15,25), llamados, elegidos
(Rom 8,33; 16,13; Col 3,12), hermanos (Act 1,15); de estos calificativos los más comunes son «santos,
hermanos, discípulos». Para designar al cristianismo los c. emplean los términos: el camino (Act 9,2; 19,9.23),
la fe (Act 14,22). Los judíos, por su parte, llaman a los c.: nazarenos (Act 24,5), secta (Act 24,5; 28,22).
Origen del nombre. ¿Por qué, pues, en Antioquía los discípulos de Jesús comienzan a llamarse «cristianos»
y quién les dio este nombre? La palabra christianós o. es toda ella un latinismo o tiene al menos una
desinencia latina, ya que el vocablo griego derivado de Christós sería christeios. La desinencia -anos, -ano¡
indica habitualmente a los partidarios o seguidores de algún hombre célebre: cesarianos, pompeyanos,
flavianos, ciceronianos, herodianos, neronianos...
En Antioquía los discípulos de Jesús comienzan a ser un grupo numeroso dentro de la sociedad. judíos y
gentiles, integrados en la nueva fe, necesitan un nombre público y oficial que les distinga netamente y que les
identifique como seguidores de Jesús. Y surge el nombre de christianós. El verbo griego chrematisai tiene en
Act 11,26 una significación oficial: un título dado. ¿Se lo dieron a sí mismos los seguidores de Cristo o lo
recibieron de otros? Conviene advertir que del verbo chrematisai, en contra de lo que supone Leclercq, nada
podemos deducir en esta cuestión, porque puede traducirse muv bien con expresiones que favorecen ya una
parte ya otr'a de la alternativa: «tomaron el nombre», «se llamaron» «fueron llamados». A la pregunta
propuesta los autores responden de muy distinta manera. Sintetizamos las opiniones indicando escuetamente
la razón que fundamenta cada una de ellas.
1) No hay base suficiente para decir que el nombre fue dado por los paganos y no por los mismos c., aunque
es verosímil que tenga origen en la población pagana cuando el movimiento c. comenzó a ser distinguido de la
comunidad judía (G. W. H. Lampe). Pudo haber procedido de los mismos discípulos, porque era un nombre
apto que identificaba el grupo por su común lealtad a. Jesús como el Cristo enviado por Dios (F. V. Filson).
2) La terminación latina del nombre sugiere que éste fue acuñado en Antioquía por la policía romana (H.
Uclercq) o por los oficiales romanos para designar el movimiento cristiano, como hostil a Herodes Agripa (E.
Peterson) por su colaboración con Roma (A. von Harnack, H. Karpp).
3) El pueblo romano, y en Roma, designó así a los seguidores de Cristo (F. C. Baur) Baur funda su aserto
en la desinencia latina del nombre. Pero debe decirse que esta desinencia era frecuente en Oriente, introducida
por los romanos.
4) Fueron los paganos de Antioquía quienes por vez primera llamaron c. a los discípulos de Jesús. La
ignorancia del pagano se manifiesta en haber tomado como nombre propio un adjetivo indeterminado.
Significando Cristo «ungido, mesías», el c. era el creyente en un cristo cualquiera (y existieron muchos) y no
propiamente en Jesús (H. Leclercq, A. Ferrua). En Antioquía los paganos oyeron por vez primera que la
«sinagoga», compuesta de judíos y gentiles, estaba organizada sobre un nuevo principio y centro, que era
Cristo, a quien daban culto, y acusaron la palabra christianós para designar a sus discípulos (F. D. Gealy).
Otros autores afirman que el término es de procedencia pagana no especificada, después del a. 79 (Schniedel),
o de Asia Menor, hacia el a. 90 (R. A. Lipsius).
Debemos concluir qué sea lo que fuera del medio social en que se originó 1 nombre, lo importante es que
apárece cuando la Iglesia inicia una nueva y decisiva etapa con la admisión de judíos y gentiles con igualdad
de derechos.
Antigüedad del nombre. ¿Cuándo se acufí6 la palabra christianós? Parece que- fue antes de la persecución
de Herodes, pero no hay nada cierto. Las frases de Act 11,26 y 12,1 son demasiado indefinidas para que
puedan arrojar luz en este problema. Lo que sí está en contra de los testimonios históricos es la afirmación de
que en boca de los paganos solamente hacia el a. 100 los c. comenzaron a ser distintos de los judíos; y 'sólo
entonces recibieron de aquéllos un nombre propio. La frase de Act 11,26 indicaría la diferenciación en aquel
tiempo y lugar de una comunidad cristiana de la hebrea, y no propiamente la aparición de un nuevo nombre.
El nombre de christianós aparecería en 1 Pet 4,16. Esta postura nos parece gratuita y sin fundamento sólido.
No solament ' e los testimonios históricos la rechazan, como a continuación veremos, sino el mismo texto de
Act 11,26; pues si la frase del texto no significa la aparición de un nom bre para designar a los discípulos de
jesús, debe. concluirse que no significa nada.
El término christianós parece ser de uso corriente en tiempo de Ner6n según la afirmación clara del
historiador latino Tácito: quien designa a las víctimas del a. 64 con el nombre de c.: «quos per llagitia invisos
vulgus chrestianos appellabat» (Annales, 15,44); la afirmación indicaría que su origen fue netamente anterior.
La palabra c. la hallamos en la Didajé (v.) o Doctrina de los Apóstoles (no 12); Jean-Paul Audet, en un estudio
amplio y exhaustivo, escribe con relación a la fecha de la Didajé: «Estamos en la primera generación cristiana
nacida de la misión a los gentiles, a poca distancia, según parece, en el tiempo, si no en el espacio, de 1 Cor 8-
10; Rom 14; Col 2,16,20-23 y 1 Tim 4,3, entre los años 50-70, teniendo en cuenta cierto margen de error en la
fecha inferior» (p. 199). En tiempo de S. Ignacio de Antioquía (Y.) el término es aceptado plenamente - en la
Iglesia; S. Ignacio usa cinco veces el nombre christian6s y tres veces el de christianismós. El Martyrium
Policarpi tres y una respectivamente (PG, V). Igualmente los escritores apologetas: Justino, Atenágoras,
Te6fdo, etc.
Se ha intentado dar razón de la ausencia casi total del término c. en el N.T. Algunos lo explican diciendo que
este término implicaba desprecio, insulto (H. Uclercq, A. Ferrua), escarnio (F. D. Gealy), condenación (H.
Karpp), como parecen indicar los textos de Act 11,26; 26,28; y 1 Pet 4,16. Quizá, dicen, el vulgo, en el fondo
del nombre christían6s vio el. adjetivo chrest6s, que, unido al sentido de «bueno», tenía también el de
«simple», «despreciable». De aquí que los fieles no se decidieran a aceptarlo hasta que el autor de la primera
carta de Pedro les exhorta a considerar honroso un nombre que recuerda la unción divina de jesús. Aunque los
escritores c. tratan de defender el nombre c. contra los insultos de paganos y judíos, de esta defensa no se
deduce que el nombre en sí mismo considerado incluyese escarnio, desprecio, sino que intentan descubrir el
significado de la palabra para indicar que la fe en Cristo es una cosa buena y agradable a Dios (cfr. S. justino
Mártir, A~ I pro christianis, 12: PG VI 346; Teófilo Antioqueno, Ad Autholycum, 1,1,12: PG VI, 1025,1041).
Puede aventurarse la siguiente razón explicativa del escaso uso de la palabra c. en el N.T.: los c. para
designarse entre sí, tenían otros términos más cordiales, más cargados de sentido; c., en cuanto nombre oficial
y público, muy probablemente acufíado - en ambientes extraños a la nueva fe, no servía tanto para expresar la
relación íntima y profunda entre los seguidores de Jesús, y por eso pospusieron su uso.
Forma original del nombre. Otra cuestión discutida entre los autores versa sobre la forma primitiva del
nombre: ¿christian6s o chrestianós? Encontramos, tanto en los códices bíblicos como en los autores antiguos y
en los textos epigráficos, las dos ortografías: con «I» y con «e». Así el códice Sinaítico escribe chrestianos en
Act 11,26; 26,28 y 1 Pet 4,16. Lo mismo Tácito y Suetonio; igualmente se halla esta ortografía en bastantes
textos epigráficos (F. Blass, Kaibel). Se ha dicho por autores eminentes que los escritores apologetas derivan
el nombre tanto de Christ6s como de Chrest6s. Pero leyendo los textos detenidamente se desprende que lo que
hacen es un juego de Palabras entre christós «ungido» chrest6s «útil» y euchrest6s «bueno». No se debe odiar
el nombre de c., porque lo que está ungido es suave, bueno y útil (cfr. S. lustino Mártir, Apologia I pro
christianis, 5: PG VI, 333; Teófilo Antioqueno, Ad Autholycum,1,1,12: PG VI,1025,1041). Esta doble
ortografía nada tiene de extraño, sabiendo que, en virtud del itacismo, la «e» y la «i» se pronunciaban «i».
Además, al principio de la Era cristiana existía una gran afición por el jues o de palabras; y tratándose de un
ambiente en el que la inmensa mayoría no sabía leer ni escribir, muchos pronunciaban a la ventura:
E. J. Bickermann dice que la forma primitiva y original del vocablo c. solamente puede identificarse si antes
se determina su origen y procedencia. Si el nombre fue acuñado por los mismos c., solamente podrían haber
escrito christianoi, derivando la palabra de Christ6s «ungido, mesías». Si el nombre fue acufíado por los
paganos (romanos o griegos), su ortografía original pudo tener «e» o «i». Aquellos que conociesen que el
Señor de los discípulos era Christós pudieron formular la palabra tal como nosotros la tenemos. Aquellos para
quíenes el vocablo christ6s, era ininteligible pudieron fácflmente haberío confundido con el nombre propio
griego Chrest6s, que significa «bueno, útil, digno». Al oír pronunciar Chríst6s, ellos entendían Chrest6s. En
este último caso la «e» habría sido corregida en «i» cuando los c. se decidieron a aceptar el título.
La explicación de Bickermann parece demasiado sencilla para que sea verdadera. En esta hipótesis, ¿cómo
se explica que, aún después de hacerse corriente el nombre de c. entre los mismos discípulos de Cristo, hayan
coexistido las formas Chrestós y Christ6s, chrestianoí y chrístianoi? Hemos dicho antes que en los textos c.,
posteriores a la aceptación corriente del nombre, se hallan las dos formas, lo que sería incomprensible si los c.
hubiesen corregido la «e» primitiva en «i». Lo mejor es concluir que el título de christianoi se originó por la
creencia y adhesión de los c. a Cristo. El cambio de una letra por otra carece de importancia en un tiempo en
que este fenómeno fonético era muy común.
BIBL.: R. A. Lipsius, Ober den Ursprung und den ültesten Gebrauch des Christennamens,
«Gratulationsschrift der Theologische Fabultát», jena 1873, 6-10; F. BLASS, Chrestianoi-Christianoi
«Hermes» 30 (1895) 465-470; A. GERCKE, Christusname ein Schelt' name, «Fetschrift zur lahrhundertfeier
der Universitát, Breslau) (1911) 300-373; H. LECLERCQ, Chrétien, en DACL III,1464-1478; DE
LABRIOLLE, Christianus, «Alma» 5 (1929-30) 69-87; A. FEIMUA, P¿h tianus sum, «Civiltá Catolica» 2
(1933) 552 ss., 3 (1933) 13 ss.; lj. 1. CADzuRY, Names for Christians and Christianity in Acts, en F. 1.
FOAKES-JACKSON, The Beginnings of Christianity, 5, Londres 1933, 383-386; E. PETERSON, Christianus,
en Miscellanea G. Mercati, I, Ciudad del Vaticano. 1946, 355-372; E. J. BICKERMANN, Th, Name of
Christians, «Harvard Theological Rev.» 42 (1949) 109-124; A. FERRUA, Cristiano, en Enciclopedia
Cattolica, IV, Ciudad del Vaticano 1950, 909-910; A. KARPP, Christennamen, en RAC II,1114-1138; E.
HAENCHEN, Die Aposteigesc-hi¿hte, Gotinga 1956, 318-319; 322-323; H. B. MA@rriN¿Ly, The Origin of
the Name Christian, «journai of Theological Studies» 1 (1958) 26-37; 1.-P. AUI>ET, La Didaché, Instructions
des Apótres, París 1958, 199, 239; F. D. GFALY, Christian, en The Interpreter's Dictionary of the Bible,
Nueva York 1962, 571-572; H. HAAG-S. DE AUSEJO, Cristianos, en Diccionario de la Biblia, Barcelona
1963, 396; G. STXHLIN, Die Apostelgeschichte (Das Neue Testament Deutsches Neues G¿ittinger Bibelwert),
Gotinga 1966, 163; K. H. REUGSTORF, Christianos, en. Theologisches Begriffslexikon zum Neuen
Testament, ed. L. COENEN, Wuppertal 1968, f@c. 7,767-768.
CARLOS DE VILLAPADIERNA.
D. R-Amos LissóN.
CRISTIANOS SEPARAI>OS
Por c. s. se conocen a aquellos cristianos que se encuentran en situación de cisma (v.) o herejía (v.), es decir,
separados de, la Iglesia católica. La terminología anterior al Conc. Vaticano II solía ordinariamente hablar,
para referirse a quienes nacen y viven en el interior de las comunidade gidas de cisma o de herejía, de herejes o
cismáticoss,ssuir bien distinguiendo entre herejía 0 cisma material (situación objetiva de negación de una verdad
o ruptura de la comunión) y formal (situación subjetiva de culpabilidad): se tenía, como es obvio, clara
conciencia de que muchísimos de los nacidos en esa situación podían estar de buena fe. El Decr. Ad gentes del
Conc. Vaticano II, dedicado al tema del ecumenismo (v.), lo proclama así solemnemente (n. 3): «los que ahora
nacen y se nutren de la fe de Jesucristo dentro de esas comunidades (separadas) no pueden ser tenidos como
responsables del pecado de la secesión, y la Iglesia católica los abraza con fraterno respeto y amor; puesto que
quienes creen en Cristo y recibieron el Bautismo debidamente quedan constituidos en alguna comunión, aunque
no sea perfecta, con la Iglesia católica . La reafirmación de esa doctrina se acompaña de una clarificación
terminol6gica: se abandona «herejes o cismáticos», que implica la condición de delincuente, como aplicable a
esos c. s. de buena le. Por eso, ya el mismo concilio cambia dicha denominación por la de «hermanos
separados» para el caso indicado.
Situación de los cristianos separados. La Iglesia de Cristo es una por voluntad de su mismo Fundador, y
las escisiones y rupturas son fruto de la culpa y del pecado (Decr. Ad gentes, 3). Al romper la unidad quien se
separa de la comunión se priva obviamente de bienes salvíficos, y ello en tanto mayor medida cuanto más
honda sea esa separación, las verdades que niegue, etc., pero, excepto si cae en una apostasía (v.) total,
conservará siempre alguno. Por eso, el ya mencionado Decreto, desués de afirmar que sólo la Iglesia católica
es la única Sepositaria de la totalidad de los medios salvíficos, añade que en las comunidades separadas se
puede mantener un cierto patrimonio cristiano, de manera que «los elementos o bienes que en su conjunto
constituyen y vivifican a la Iglesia, algunos, o mejor, muchísimos y muy importantes, pueden encontrarse
fuera del recinto visible de la Iglesia católica ... ; todo esto, que proviene de Cristo y a P-1 conduce, pertenece
por derecho a la única Iglesia de Cristo» (Decr. Unitatis redintegratio, n. 3).
De ahí se pueden deducir dos consecuencias:
a) A nivel individual podemos afirmar que los c. s. no están desposeídos de medios de salvación, y ello no
sólo porque, corno todo hombre, tienen una naturaleza que los ordena a Dios, a la que Éste, en virtud de su.
voluntad salvífica que a nadie abandona (Const. Lumen gentium, n. 16), añadirá los auxilios oportunos, sino
porque tienen acceso a bienes formalmente cristianos: las S. E., algunos sacramentos, etc., aunque ciertamente
no a todos (ya que esa plenitud sólo se obtiene en la Iglesia católica).
b) A nivel comunitario las agrupaciones de c. s. se presentan como comunidades que poseen un acervo
más o menos amplio de bienes cristianos, lo que les hace «no estar desprovistas de significación y peso en el
misterio de la salvación, porque el Espíritu de Cristo no rehuyó servirse de ellas como de medios de salvación,
cuya virtud deriva de la misma plenitud de gracia y de verdad que se confía a la Iglesia católica» (Decr.
Unitatis redintegratio, n. 3). No carecen, pues, de entidad, si bien, teol6gicamente hablando, no son Iglesia (la
Iglesia de Cristo es una y no está dividida en partes), aunque haya en ellas «elementos de Iglesia». Es por eso
por lo que, empleando un lenguaje preciso -y así lo hacen los documentos conciliares- con respecto a los c. s.
se habla de iglesia refiriéndose sólo a los orientales (cuya separación es consecuencia de un cisma que
mantuvo la continuidad en la doctrina y en la sucesión), mientras que en los demás casos se habla de
comunidades o expresiones análogas.
Dentro de las profundas diferencias existentes entre las diversas comunidades cristianas, hay entre todas ellas
un denominador común que las constituye en cristianas: el Bautismo como medio de incorporación
sacramento] a Cristo a través de su Iglesia. Este medio de salvación, unido a los demás que cada comunidad
posea, les exige y estimula hasta hacerles suspirar por la Iglesia de Dios única y visible, enviada a todo el
mundo, para que el mundo se convierta al Evangelio y se salve para gloria de Dios.
Relaciones con los cristianos separados. Los católicos deben tratar a los hermanos separados con cariño
fraternal, de manera que con ello les estimulen a buscar la plenitud de la incorporación a Cristo y a sentir
hondamente la llamada a la unidad. Para que ese trato sea más eficaz y proceda con más conocimiento de
causa «los católicos debidamente preparados deben adquirir un mejor conocimiento de la doctrina y de la
historia, de la vida espiritual y cultual, de la psicología religiosa y de la cultura propia de los hermanos» (Decr.
Unitatis redintegratio, n. 9). Sobre las vías del ecumenismo y los principios que rigen
su práctica, V. ECUMENISMO II, B.Sobre algunas cuestiones relacionadas con la «communicatio in sacris», V. FE v, 2-3 Y
SACRAMENTOS ii, 7. Sobré los matrimonios mixtos,
Pero el tema tiene dimensiones públicas y afecta a la practica del ecumenismo, provocando relaciones no sólo erítre
individuos, sino entre autoridades de una y otra comunidad, y en cualquier caso planteando cuestiones de tipo jurídico.
¿Cómo se relacionan entre sí los ordenamientos?
La Iglesia católica, consciente de que en ella subsis la única Iglesia de Cristo, se reconoce con autorida sobre todo
bautizado, si bien dirige sus leyes, como destinatarios directos, sólo a los católicos (cfr. CIC, ca 1099,3). Ahora bien, las
mismas normas pueden afect a los c. s. en tres supuestos distintos. El primero cuando dicho c. se acerca a la Iglesia
católica como té mino de¡ proceso de su conversión personal. Este supue to no necesita comentario, pues es evidente que
si dese incorporarse a la Iglesia católica se ha de atener a 1 normas de su ordenamiento. El segundo tiene lugar cua do el
c. s. desea contraer matrimonio con una person católica. En este supuesto le afectan las normas canon cas que
expresamente intentan defender la integridad d la fe del consorte católico y, como consecuencia, tambié la de sus futuros
hijos; por eso la repercusión de tale normas en el c.s. está condicionada por su vinculació matrimonial a un miembro de la
Iglesia católica. E ambos supuestos el ordenamiento canónico considera a c. s. como sujeto privado y no como formando
parte d una comunidad cristiana. El tercer supuesto es el de 1 denominada «comunicatio in sacris».
La Santa Sede ha dado numerosas normas sobre esa relaciones, tanto en la legislación anterior al Conc. Va ticano II (ver
especialmente el CIC), como en la pos terior. De esta última merecen citarse el Directorio A totam Ecclesiam, del 14 mayo
1967 y el Directorio Sp ritus Domini, del 6 abr. 1970. Es obvio por otra part que tratándose de relaciones entre personas
que se de claran miembros de comunidades distintas la plena efica cia de las normas jurídicas dependen del reconocimiento
que una y otra comunidad le otorguen, sea cual sea, por lo demás, la cualificación teológico que una y otra comunidad
merezca. Las razones expuestas explican y justifican que la autoridad eclesiástica consciente, en su actuar, dé la realidad
donde se mueve, aumente de modo constante -el diálogo y las consultas con las autoridades de las otras comunidades
cristianas a la hora de elaborar las disposiciones ecuménicas reguladores de la «communicatio in'sacris».
J. ARIAs GÓMEZ.
Extraido de:
Gran Enciclopedia Rialp (Ger)
Ediciones Rialp SA.
Madrid; España; 1979
Volumen 12; Páginas 698 a 714