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Sastre i Riba, S. (2014). La mente humana: motor de progreso y desarrollo.

Logroño, La
Rioja: Universidad de La Rioja

3. La mente como característica esencial de la especie humana

¿Cómo emerge la mente humana a partir de un cerebro en desarrollo, en un contexto social?


(Quartz y Sejnowski, 1997)

La vida en la Tierra adopta diferentes formas, e incluso diversas formas de vida mental.
El mecanismo de la transformación evolutiva de las, especies asegura que cada rama del árbol
es, en algunos aspectos, distinta a otros linajes; es decir, las formas de vida son "extrañas".
También lo somos los humanos, aunque compartamos buena parte de nuestra información
genética con otras especies, por ejemplo, tenemos un tipo de locomoción bípeda única entre
los animales conocidos que ha modificado radicalmente nuestra configuración corporal,
especialmente de la pelvis y extremidades inferiores perdiendo la capacidad de prensión con
los pies, acumulamos extensos de-pósitos de grasa, la distribución de nuestro pelo es atípica,
hemos incluido en nuestra dieta contrariamente a otros primates la carne, sobrevivimos más
allá de la madurez reproductiva, especialmente las hembras, vivimos más que otros primates
(en el mejor de los casos los gorilas llegan hasta los 50 años), tenemos unas habilidades de
pensamiento que nos diferencian larga-mente, un lenguaje de símbolos único, una extensa
cultura que transmitimos a las nuevas generaciones educándolas en ella (humanizándolas), y
una organización social compleja.
La pregunta consecuente es la de qué nos ha hecho diferentes de otros animales y nos
ha permitido sobrevivir a lo largo de millones de años, a pesar de no ser la especie más rápida
para huir de los depredadores, ni la más ágil para trepar a los árboles, ni disponemos de cambios
de apariencia de camuflaje, ni venenos defensivos, ni somos los de mayor longevidad o tamaño
corporal. La respuesta está en un rasgo característico: la capacidad para pensar, reunir o
construir conocimiento físico y lógico sobre el mundo, crear representaciones mentales de él,
y tener conciencia del pensamiento sobre nosotros mismos y sobre los demás. Por ello, es
importante investigar cómo han surgido estas capacidades.
Desde la neurociencia, la hipótesis más prevalente es la de que la Evolución trajo
cerebros y mentes en un mundo inicialmente carente de vida inteligente, convirtiéndose en las
herramientas de supervivencia por excelencia del ser humano. El proceso evolutivo ha
diseñado a lo largo de la filogénesis la especialización sucesiva de un órgano: el cerebro,
esencia de la naturaleza humana, de manera queda humanidad actual es el resultado de los
cambios que se han ido sucediendo en un cerebro que ha sustentado las distintas adaptaciones:

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en especial pero no esencialmente en su volumen (por ejemplo, el hombre de Neanderthal tuvo
un cerebro mayor que el de los Croma-nones y el hombre actual, pero no ha sobrevivido), sino
en el funcionamiento diferencial que ha ido dando lugar a las características cualitativas
mencionadas y a los productos de conocimiento, conductas específicas (comer con la mano,
control de esfínteres, control de la expresión emocional, etc.), arte, cultura y civilización, es
decir, la humanización como conjunto de cualidades que nos identifican, resultado de la
filogénesis de la especie.
En suma, el proceso evolutivo ha ido diseñando una maquinaria neural que ha dado
lugar a la mente y a la conducta inteligente de manera que, para comprenderla, es importante
saber cómo se ha ido construyendo. Conocerlo reclama un abordaje interdisciplinar desde
diversas ciencias como: la Biología evolutiva, la Ciencia cognitiva, la Neurociencia, la
Psicología o la Antropología, basándose en la anatomía (fósiles), la genética molecular, la
arqueología (herramientas y vestigios humanos) y el arte.
Comprender la naturaleza humana reclama ir más allá de la determinante influencia de
la teoría de la evolución de las especies de Darwin (1859), base para definiciones posteriores
de la inteligencia formuladas por autores como Piaget (1934) —biólogo de formación— como
una forma superior de adaptación biológica mediante la cual la persona logra un equilibrio
complejo y flexible con el medio, de base biológica, que está en funcionamiento permanente, y
se desarrolla hacia estructuras más complejas. La pregunta fundamental que se desvela de ello
es cómo se produce la conducta inteligente o exitosa que per-mite esa adaptación superior, la
permitió a nuestros ancestros, y la permite en otras especies vivas, con el matiz de que en la
humanidad ha dado lugar a una capacidad de modificación del entorno físico para mejorar la
supervivencia en él. Consecuentemente, si la inteligencia es el resultado del funcionamiento
del cerebro como perceptor e intérprete continuo de los estímulos ambientales, es
imprescindible conocer desde la neurociencia cuestiones fundamentales como las de: ¿cómo
es y cuáles son sus conexiones? ¿está moldeado por el entorno y de qué manera?, ¿qué papel e
influencia tiene la experiencia en su maduración? y, sobretodo, ¿cómo se construye?
Tras la influyente obra de Piaget y las críticas y avances realizados a partir de ella, en
el contexto científico actual el neuroconstructivismo es una corriente interdisciplinar que
permite acercarse a alguna respuesta a las cuestiones anteriores dado que integra diversas
aproximaciones para estudiar y explicar mejor la relación entre el desarrollo del cerebro y la
emergencia de competencias típica o atípicamente. Por ello, sus postulados vertebran la
aproximación de los contenidos de esta lección.
Según el neuroconstructivismo los seres humanos tenemos, además de ese órgano
físico especializado, unos estados mentales que emergen de la actividad de las neuronas

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(denominadas las mariposas del alma), unidad básica del funcionamiento cerebral, y de la
interacción neuronal y celular que lo configuran, aunque no pueden ser definidos solo por ellas
porque los estados mentales comprenden a los pensamientos, deseos y creencias.
En consecuencia, en primer lugar, analizaremos la relación entre cerebro, mente e
inteligencia para ofrecer una visión general de los correlatos estructurales de la configuración
del cerebro, y los correlatos funcionales del funcionamiento cognitivo y su consecuente acto
en la conducta observable, más o menos exitosa. Tras ello, abordaremos brevemente una
explicación sobre las líneas básicas del desarrollo cognitivo tras describir los grandes trazos
filogenéticos. Todo ello, desde el marco de la Neurociencia que con las nuevas técnicas de
imaginería cerebral explora el cerebro huma-no en detalle para, desde un marco comparativo
adecuado, dar nueva luz a la naturaleza y funcionamiento de la mente humana (Preuss, 2004),
motor de progreso de nuestra especie como intento de comprenderla desde el estado actual de
la cuestión (Eliasmith, 2014).

3.1. Cerebro, mente e inteligencia: correlatos estructurales y funcionales


Comprender el funcionamiento de la inteligencia humana, en su manifestación típica y
diferencial, reclama conocer los correlatos estructurales y funcionales que permiten su
expresión mediante la comprensión de las competencias representacionales que subyacen al
pensamiento. La neurociencia e, interdisciplinarmente, la perspectiva neuroconstructivista del
desarrollo cognitivo permiten explicar funcional y estructuralmente los cambios y
transformaciones sucesivas que, en una epigénesis probabilística, van dando lugar a cursos de
desarrollo y funcionamiento intelectual típicos o atípicos.
Antes de adentrarnos en estos cambios es preciso diferenciar unos términos que con
frecuencia se utilizan de forma similar dado que se refieren a procesos íntimamente
relacionados: cerebro, mente e inteligencia, pero que tienen significados distintos ya que, desde
la actividad electroquímica del cerebro hasta el comportamiento observable más o menos
exitoso, no siempre hay una relación directa aunque existan distintos niveles de
funcionamiento: el físico o estructural (cerebro), el funcional donde se efectúan las operaciones
con las representaciones construidas (mente), y el conductual (inteligencia) como parte más o
menos observable manifiestamente de los anteriores. Por ello, es preciso distinguirlos.

El cerebro humano

El cerebro humano es el soporte físico de la actividad intelectual como capacidad de


generar y transformar representaciones lógicamente. Consiste en un órgano relativamente
pequeño pero altamente especializado y preciso en el que reside toda la información de nuestra

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identidad como personas (dónde hemos nacido, qué estatura tenemos, nombre, fecha de
nacimiento, etc.) y como especie. Es similar a algún tipo de máquina semiautomática que sigue
decisiones jerárquicas guiadas por la experiencia basadas en biases preformados pero también
con libre albedrío, como un sistema en el que además reside nuestra capacidad para captar
sensaciones y darles significado (percepción), procesar relacional y significativamente la
información, organizarla, almacenarla y evocarla voluntariamente con el fin de tomar de-
cisiones para actuar y resolver problemas de la vida cotidiana.
En suma, aunque da soporte a las representaciones neurales de la actividad cognitiva,
aporta las características estructurales para generar las representaciones (en forma de estados
de activación) y ejecutar cambios en las mismas (modificando dichos estados). Ahora bien, las
posibilidades de representar son finitas y están condicionadas por sus características físicas, un
cerebro adulto tiene más de 100 billones de neuronas específica e intrincadamente conectadas
de manera que permiten la visión, la memoria, el pensamiento, el aprendizaje, la conciencia y
otras propiedades de la mente que se describen a continuación.

La mente humana

La mente humana emerge del substrato neuronal a partir de la actividad de las neuronas,
las redes neuronales y células que lo configuran, aunque no sea idéntica a ellas. Influye en
nuestra toma de decisiones y acciones, y alberga los procesos intelectuales pero también deseos
y creencias. Está, pues, condicionada por la organización cerebral en un feedback interactivo
de influencias entre ellos (Gazzaniga, 2013).
El cerebro es un sistema dinámico en el que se incluyen dos capas para dar lugar a la
función (hardware) y el software (mente) que interactúan. En consecuencia, la actividad mental
interactúa con la actividad neuronal y sus redes para producir estados de conciencia en un
amplio campo decisional de posibilidades en las que se basa el libre albedrío, la creatividad y
el aprendizaje.
Por lo tanto, la actividad mental es el uso de funciones, o combinaciones de recursos
elementales que permiten representar algún objeto y operar con dicha representación (Castelló,
2002). Las funciones son una forma de utilizar el cerebro (y el cuerpo) sin cambiar sus
características estructurales, pero sí potenciándolas en un número muy elevado, partiendo de
un número muy pequeño de recursos básicos. Estas funciones substituyen la interacción física
con los objetos y, en general, permitirán anticipar múltiples situaciones y hacer la conducta
más eficiente. De este modo, cuando se representa alguna situación, se puede operar con
aquella sin necesidad de actuar directamente, lo que propicia un notable ahorro de energía y
tiempo, además de evitar los riesgos de la acción tentativa en situación real.

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La principal ventaja de las funciones es que se pueden construir de manera
razonablemente ajustada a los objetos y actividades de cualquier entorno, lo que les aporta la
flexibilidad adecuada para negociar la adaptación a los muy variables entornos culturales.
En consecuencia, la arquitectura funcional del cerebro, su conectividad y patrones de
actividad neuronal fundamentan la mente humana y permiten comprender cómo funciona el
cerebro para dar lugar, como resultado, a diferentes estructuras de conocimiento y formas
resolutivas en las tareas y toma de decisiones de la vida cotidiana. Es decir, lo que solemos
denominar "Inteligencia".

La Inteligencia

La Mente intuitiva es un regalo, la mente racional es un sirviente fiel.


Honramos a los sirvientes e ignoramos el regalo.
(A. Einstein)

Denominamos inteligencia tanto al proceso de funcionamiento mental más o menos


eficiente, como a su correlato físico observable en la conducta de la persona en la resolución
de un problema o tarea.

a. b.
Figura 1. Ideas de los niños sobre qué es la inteligencia: a) como conocimiento, b) como
procesamiento de la información (Tomado de Montangero et al., 1997).

La definición de inteligencia, a pesar de su estudio desde finales del S. XIX, no está


todavía unificada. En su explicación existen unas Teorías implícitas o creencias populares entre
los no expertos que se utilizan para evaluar y educar a los demás, presentes desde la infancia
como han mostrado diversos estudios, por ejemplo el de Montangero et al. (1997) con niños
de 6 a 12 años, cuyos resultados responden a algunas de las metáforas sobre la inteligencia que
utilizan los expertos (metáfora biológica, de conocimiento, del procesamiento de la
información, geográfica —mapas de la mente—, epistemológica, antropológica o sociológica).
En la Figura 1 se recogen dos de ellas:

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La explicación científica de la inteligencia procede de las Teorías explícitas que se
fundamentan en su investigación desde finales del S. XIX. La primera definición fue dada por
Taine (1870) como una energía mental que permite transformar los estímulos en sensaciones
y las sensaciones en ideas (p. 86), concepto que continúa subyacente en las definiciones
actuales, reformulado. Son relevantes, en la misma época, los trabajos de Galton (1883) sobre
la expresión intelectual diferencial, pioneros de la investigación en la alta capacidad intelectual
(superdotación y talento), denominada por el autor como "genio".
Un avance importante fue el de la aproximación a su medida, incitado por la solicitud
del Ministerio de Educación francés de principios del XX a un investigador de la época,
Alfred Binet (1903), de la Universidad de la Sorbonne, para diferenciar a los escolares que
precisaban apoyo especial para seguir los aprendizajes en el aula. Así surgió el primer
instrumento de medida denominado "test" de inteligencia, como aproximación métrica
basada en saber cuántos conocimientos eran capaces de mostrar tener los escolares de las
edades estudiadas; con ellos, Binet construyó el primer "índice" de inteligencia: la Edad
Mental como media de aciertos en cada edad. Con esta gran aportación comenzó también la
confusión entre inteligencia y conocimiento escolar aún prevalente pero, a pesar de las
limitaciones, su contribución fue muy importante puesto que inició el camino de los test
como instrumentos de medida de constructos psicológicos y creó el primer índice indicador
de la mayor o menor "energía mental" de una persona.
Terman (1916), a partir del trabajo previo de Binet, construyó una nueva Escala de
medida intelectual (la Escala métrica Terman-Merrill) con un índice que se convertiría en el
más utilizado para expresar parcialmente la medida de la inteligencia, el Cociente Intelectual,
bajo la fórmula:

Con él se inició también la clasificación de las personas según su nivel intelectual desde
la deficiencia mental hasta la alta capacidad. La investigación posterior ha mostrado que el
Cociente Intelectual es una medida sobredimensionada por sus creadores y usuarios ya que es
insuficiente y tiene fuerte sesgo académico y cultural; de manera que, si acaso mide algo, es
una de las muchas características relevantes para la vida, entre ellas, alguna relacionada con el
funcionamiento intelectual de carácter convergente o lógico deductivo (razonamiento lógico,
espacial o lingüístico, etc.), por lo que es insuficiente dejar de lado todo lo relacionado con el
funcionamiento intelectual de carácter divergente o creatividad que, yendo más allá de lo
conocido, conduce a la obtención de nuevos productos o ideas originales que desde los albores

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de la historia, son los que han producido los avances en la sociedad humana, desde el ideación
del fuego hasta la rueda, la agricultura, los sistemas políticos, el cubismo o la electricidad.
En consecuencia, los trabajos pioneros de Binet y Terman permitieron la clasificación
de las personas mediante niveles de inteligencia entendiéndola monolíticamente como una
capacidad general (el factor G) sesgada por conocimientos escolares, hasta que su
preponderancia comenzó a declinar debido a la nueva perspectiva abierta por los estudios de
Guilford (1950, 1967) y la sucesiva emergencia de los modelos multidimensionales que han
cristalizado hoy en teorías como la de las inteligencias múltiples de Gardner (1983, 2006) (ver
Figura 2) o de la inteligencia exitosa (Sternberg, 2012), como ejemplo de algunas de las más
relevantes.

Figura 2. Las inteligencias múltiples (Gardner, 2006).

El camino del cambio fue resultado de la obra de Guilford (1950), que postuló un
modelo complejo de inteligencia, frente al modelo monolítico, compuesto por distintas
dimensiones, entre las que incluía habilidades creativas que comprendían el pensamiento
divergente y la transformación de ideas. Este modelo tuvo un importante impacto en la visión
de la naturaleza de la inteligencia y en alguna de sus manifestaciones diferenciales como la alta
capacidad intelectual.
La creación de un instrumento de medida específica de la creatividad, basado en sus
trabajos, el Torrance Test of Creative Thinking (TTCT) (1966), fue un paso muy importante
que ayudó a diferenciar el Cociente Intelectual (C.I.) de la medida de creatividad
relacionándola especialmente con la alta capacidad intelectual en los modelos modernos
aparecidos tras la primera definición oficial en 1972 en USA, que la incluyen como uno de sus
componentes.
En consecuencia, actualmente no puede definirse la inteligencia sin incluir en ella la
creatividad, como la habilidad de producir algo nuevo (original e inesperado), de alta calidad,
y apropiado (útil) que reclama el pensamiento divergente y el convergente para combinar

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nuevas ideas en el mejor resulta-do (Sternberg, 2003). La creatividad es también un constructo
multidimensional configurado por distintos componentes (fluidez, flexibilidad, originalidad y
elaboración), algunos de los cuales se manifiestan tempranamente y otros deben ser
desarrollados e incorporados por la persona a lo largo de la vida, mediante parámetros de:
intencionalidad, motivación, elección, estrategia y evaluación. Puede estar aplicada tanto a
productos artísticos como al proceso científico o la resolución de tareas.
Las investigaciones la relacionan con el funcionamiento divergente de la inteligencia
fluida, el insight y elflow (o inmersión en lo que se está haciendo) (Csikszentmihalyi, 1966),
que permiten trascender la fijación mental, pro-mocionando la flexibilidad y originalidad.
Comprenderla reclama el cono-cimiento multidimensional de la persona, del proceso, del
producto y de la presión del entorno.
La neurociencia también intenta explicar en los últimos años la base estructural del
proceso creativo (ver una revisión en Kaufman et al., 2010). Aun-que la investigación es
incipiente, se estudia el papel en ella de los lóbulos frontales, áreas posteriores del cerebro
(Dietrich, 2004), o de determinadas áreas subcorticales como los ganglios banales, la mayor
actividad alfa en el área parieto-temporal, o mayor flujo sanguíneo en el giro postcentral o
parahipocampal derecho, etc. Los estudios neurofuncionales parecen converger en la
importancia del córtex parietal en el proceso creativo, el cingulado en la selección interna de
pasos a realizar y de las regiones frontales en las tareas complejas, así como la mayor delgadez
de la materia gris cortical en el giro angular derecho (Jung et al., 2010). Los resultados, hasta
ahora, son heterogéneos e impiden una conclusión robusta al respecto, pero redundan en la idea
de que los componentes lógico-deductivos y los creativos de la inteligencia humana son
competencias básicas para la resolución de tareas aunque con papeles distintos, ambos
producto del funcionamiento de nuestro cerebro.
Volviendo al concepto de inteligencia, hoy, a pesar de la falta de consenso en una
definición única subyace la idea de que es una capacidad que permite la adaptación al entorno,
ampliamente entendida y en el sentido manifestado por Piaget (1952) de ser lo que utilizamos
cuando no sabemos qué hacer por-que ni lo innato ni lo adquirido sirven para la situación
particular. Según Sternberg y Kaufman (2002) su significado está delimitado por tres criterios:
1) el éxito, entendido en términos de adaptación cultural que varía según el nicho biológico y
de una cultura a otra; 2) el desarrollo de habilidades que permiten esta adaptación a lo largo
del ciclo vital; 3) el origen evolutivo de la filogénesis del desarrollo intelectual que explica
cómo es actualmente.
Así pues, la inteligencia o cognición comprende un amplio conjunto de habilidades que
nos permiten captar estímulos físicos del entorno, procesarlos con significado, almacenarlos y

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evocar las informaciones representadas para dar una solución o construir conocimiento.
Implica eficiencia, flexibilidad y creatividad para ir más allá de lo que el instinto nos conduciría
a responder, y no hay discusión de que es el resultado de la interacción continuada entre la
natura (genética) y la nurtura (ambiente) en estrecha interdependencia, modificándose
mutuamente (Plomin, 2009). Comparte con algunos animales los pilares de: la asociación,
imitación e insight asociados a la representación simbólica y el razonamiento, aunque tiene
unos correlatos estructurales y funcionales diferenciales.
Los rasgos que la particularizan son:
1. Su naturaleza multidimensional configurada por: a) los componentes implicados en
el funcionamiento lógico-deductivo o convergente de carácter lógico, objetivo, planificador,
estructurado y más bien adquisitivo (razonamiento verbal, numérico, espacial, lógico,
mecánico, etc.) que permiten el aprendizaje de conocimientos y formas de pensar existentes;
y, b) un funcionamiento divergente o creativo, más intuitivo y libre, que va más allá de lo
lógico-deductivo.
Esta naturaleza multidimensional que podría llevar a la discusión de si existe una o
varias inteligencias, reclama una aproximación métrica más allá del Cociente Intelectual que
permita, además, observar el perfil de su configuración (ver Figura 3).

Figura 3. Perfil intelectual multidimensional con distintos componentes lógico-deductivos y


creatividad, expresados en Percentiles (Tomado de Sastre-Riba, 2008).

2. Es relativamente modificable, a partir de la dotación neurobiológica, por el entorno


y sus condicionantes que pueden optimizar o inhibir su manifestación.
3. Se expresa en grandes diferencias individuales debidas al resultado particular de cada
persona en su desarrollo con la confluencia de los predictores neurobiológicos y los
condicionantes ambientales en una epigénesis probabilística.
4. Se refleja en la conducta adaptativa de la persona, cotidianamente, según los
contextos y características que tengan.

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5. Se desarrolla en una redescripción continuada a lo largo del ciclo vital, permitiendo
resolver tareas más allá de la percepción directa de estímulos.
En su funcionamiento reclama, necesariamente, un input informativo a partir de la
percepción intersensorial, la acción y la interacción con los demás y el entorno, procesado por
los mecanismos de funcionamiento mental (lógica, funciones ejecutivas, etc.) como
habilidades superiores que tienen sus raíces en nuestros ancestros simios capaces de: sintaxis,
planificación, razonamiento lógico encadenado, creatividad, reglas arbitrarias y funciones
ejecutivas. Este procesamiento del estímulo o información da siempre lugar a un output o
resultado en forma de resolución o conocimiento.
La neuropsicología está demostrando que hay unos correlatos estructurales y
evidencias de conducta sobre la existencia de actividad cognitiva, al menos, a partir del 6.0
mes de gestación, y que se redescribe en el sucesivo proceso de desarrollo y a lo largo de todo
el ciclo vital. La progresiva redescripción de las estructuras de funcionamiento intelectual y
sus representaciones resultantes está posibilitada por los cambios estructurales que, a su vez,
están influidos por el devenir intelectual, tal como se explicará más adelante.
Desde el inicio del S. XXI denominado la "década del cerebro" se esperan
explicaciones sobre las características humanas basadas en la estructura y funcionamiento
neurológico porque, como se ha explicado, la conducta per-mite observar esos correlatos
funcionales que son posibles mediante esos correlatos estructurales de los que es preciso
conocer las bases neurobiológicas, su creación a lo largo de la filogénesis, y su desarrollo
durante la ontogénesis de una persona a lo largo de su ciclo vital.
Consecuentemente, la Neuropsicología del desarrollo intenta comprender la
configuración de la arquitectura estructural y funcional de la mente humana, es decir, cómo
son construidas la memoria, atención, funciones ejecutivas, emociones, etc., así como el origen
y elaboración de los conceptos, lenguaje, representación, etc. constituyentes del pensamiento
humano. Es el estudio integrado de las bases neurales de las representaciones mentales
involucradas en distintos procesos cognitivos, emocionales, motivacionales y psicológicos que
pueden contribuir al bienestar humano por medio de mejoras en la calidad de vida y su
contribución imprescindible a la educación (Goswami, 2006; Mora, 2007; Mareschal,
Butterworth y Tolmie, 2013), aunque todavía poco extendido.
En suma, la neurociencia y la psicología aportan diferentes niveles de análisis en el
intento de comprender el rol del código genético en la configuración del cerebro y de la mente
humana especificando la variedad de procesos que determinan el tipo de desarrollo alcanzado
en la adultez. Ambos asumen que la arquitectura funcional del cerebro, su conectividad y
patrones de actividad neuronal fundamentan la mente humana y permiten comprender cómo

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trabaja el cerebro para dar lugar, como resultado, a diferentes formas resolutivas en las tareas
de la vida cotidiana.
Desde la neurociencia se aportan ideas para la Psicología del desarrollo relacionadas
con que: 1) los estímulos que desencadenan una actividad no pueden modular la actividad
cerebral hasta que hay una conectividad adecuada; 2) la posibilidad de diferenciar los factores
genéticos y químicos, y cómo contribuyen al desarrollo de la arquitectura cognitiva y de la
representación conceptual del mundo.
Por otra parte, desde la Psicología del desarrollo puede conocerse la temprana
emergencia de las capacidades representativas (por ejemplo, la preferencia del neonato hacia
la cara humana respecto a otros estímulos visuales, o su imitación de movimientos de la cara o
manos de otra persona, etc.) y su manifestación sucesiva. No obstante, todavía hay un abismo
entre lo que se conoce respecto al desarrollo conceptual y el desarrollo neurobiológico dado
que no comprendemos cómo cada conocimiento, lenguaje o razonamiento está representado en
el sistema nervioso; es decir, cómo el cerebro en desarrollo fundamenta y está influido por la
mente emergente. Lamentablemente, la Educación, que opera sobre cerebros día a día, todavía
no recoge los imprescindibles avances en Neurociencia.
Esta aproximación científica interdisciplinar estudia y explica el inicio de las
representaciones mentales especificando cómo se enriquecen y hacen complejas a lo largo del
tiempo y los mecanismos de aprendizaje y madurativos implicados en ello.
Consecuentemente, si la inteligencia como producto de la actividad mental del cerebro
puede estar determinada en parte por la función cortical y la interconexión de todas las áreas
cerebrales, para conocerla e intervenir en ella es imprescindible acercarse al cerebro como
órgano que permite su ex-presión y funcionamiento diferencial porque es conocido que todos
los cerebros son similares, pero no todos funcionan y aprenden de la misma manera.

3.2. El cerebro humano

El cerebro humano es el órgano principal del sistema nervioso encargado de dirigir


todo lo que hace nuestro cuerpo, consciente o inconscientemente. Su estructura actual es el
fruto de la filogénesis, y de una neurogénesis individual en la que los genes y la experiencia
van determinando cómo emerge y se desarrolla a través de sucesivos cambios en los que no
sólo se configuran sus células y estructuras básicas, sino también las conexiones entre ellas y
su funcionamiento neuroquímico y bioeléctrico, especialmente durante los dos o tres primeros
años desde la concepción, extendiéndose su transformación a lo largo de la vida, en una
epigénesis probabilística.

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Es un fantástico dispositivo increíblemente eficiente con un bajo con-sumo energético.
Su tamaño es relativamente pequeño respecto a nuestro cuerpo (2% de su peso) y consume el
25% de la energía corporal. Provee de recursos para la flexibilidad conductual y está
adaptándose continuamente a los cambios ruidosos y rápidos del mundo en el que participa.
El cerebro está configurado por dos hemisferios cerebrales (Figura 6) aparentemente
simétricos aunque no idénticos: el hemisferio derecho y el hemisferio izquierdo, encargados de
controlar, cada uno de ellos, uno de los lados de nuestro cuerpo de forma cruzada. Estos
hemisferios están unidos por un haz de vías nerviosas denominada cuerpo calloso como vasto
sistema de asociación entre ellos.

Figura 6. Los hemisferios cerebrales (Tomado de Dierssen, 2007).

Aunque el cerebro funciona como un todo, tiene unas áreas que están más relacionadas
con un tipo u otro de funcionamiento, de manera que, tal como representa la Figura 7, cada
hemisferio cerebral se puede subdividir en regiones que se encargan de distintos procesos o
actividades mentales. Está demostrado que el funcionamiento mental reclama el procesamiento
sincrónico y paralelo de numerosos módulos funcionales, muchos inconscientes, coordinados
adaptativamente por el córtex frontal con valores se-lectivos generados en el sistema límbico
subcortical. Pero, aunque la neurociencia está avanzando significativamente en los últimos 20
años intentando construir una cartografía que ponga en relación estructura y función e
incluyendo las redes corticales que los interrelacionan, el funcionamiento cerebral es un mundo
intrincado de células y conexiones que todavía no conocemos exhaustivamente.
Brevemente, describimos sus áreas o lóbulos (ver Figura 7) y el funcionamiento
habitualmente asociado a cada una de ellos.

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Figura 7. El cerebro humano (Tomado de Dierssen, 2007).

El cerebelo es la parte más primitiva del cerebro humano, está relacionado con el
control de las funciones vitales básicas (respiración, movimiento, etc.) y emociones primarias
de defensa o huida. Situado en la parte posterior del cerebro es su componente más arcaico,
presente en todos los vertebrados aunque es reducido en peces, reptiles y pájaros pero alcanza
la máxima dimensión en primates y el hombre. Recibe e integra la información sobre el
movimiento de las cortezas sensorial y motora y la devuelve a la corteza motora para el acto
motor integrando las informaciones para un movimiento fluido.
Los lóbulos frontales: están relacionados con la cognición, planificación, la resolución
de problemas, modulación de emociones, así como con dirigir la contracción voluntaria de los
músculos para el movimiento; su zona izquierda está asociada a la conversión de los
pensamientos en palabras, siendo una de las zonas para la producción del lenguaje.
Los lóbulos parietales: están relacionados con la recepción de las sensaciones del gusto,
tacto, presión, temperatura y dolor, asociándolas para dar-les significado; se relaciona también
con la orientación y el movimiento.
Los lóbulos occipitales: están relacionados con la visión, su función principal es la de
recibir y procesar la información visual decodificándola para analizar la forma, color y
movimiento de lo que vemos.
Los lóbulos temporales: relacionados con la audición, son los encargados de recibir y
procesar la información auditiva, permitiendo reconocer, identificar y denominar los objetos.
Consecuentemente, se asocian con la comprensión del lenguaje hablado, y la memoria.
El sistema límbico. Está formado por el tálamo, hipotálamo, hipocampo, amígdala,
cuerpo calloso, septum y mesencéfalo. Está relacionado con la percepción olfativa y, debido a
sus conexiones con la corteza cerebral se estima que está encargado especialmente de las
emociones pero también de la memoria, la atención y el aprendizaje.

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En la maduración ontogenética, se siguen los pasos seguidos en la con-figuración del
medio durante la filogénesis, de manera que su maduración procede desde la parte posterior
(cerebelo), más primitiva, hasta la anterior (lóbulo frontal), más moderna, y desde las zonas
centrales hacia la periferia (corteza cerebral) como parte más novedosa de unos 3 mm. de
grosor (ver con más detalle, Eliasmith, 2014).
De las distintas áreas del cerebro, destacamos a continuación aquellas más
relacionadas con el funcionamiento cognitivo superior y su control; es decir, la corteza
cerebral y en ella, especialmente, los lóbulos frontales.

1.2.1. Los lóbulos frontales

Los lóbulos frontales están relacionados con las funciones cognitivas más complejas y
modernas del ser humano que son las que más nos diferencian de otros seres vivos, por ejemplo,
la creatividad, el pensamiento formal y abstracto, el juicio ético y moral, etc., y otras
operaciones cognitivas como la memoria, metacognición, o las funciones ejecutivas.
Supervisan nuestra cognición reflejando nuestra especificidad aunque representen, sólo, un
30% de la corteza cerebral (ver la comparación de la frontalización del cerebro humano versus
el de otras especies en la Figura 8).

Figura 8. Frontalización del cerebro humano y otras especies animales (Tomado de Kandel,
Schwartz y Jessell, 2002).

Tal como representa la Figura 8, el cerebro humano se diferencia del de otras especies,
por ejemplo del chimpancé o el gato, no sólo por su mayor volumen y complejidad, sino por
su significativa frontalización que se estima en un 29% en el hombre versus un 17% en el del
40 chimpancé, y un 5% en el del gato. Esta mayor frontalización repercute en una mayor
capacidad para dar soporte a las funciones cognitivas superiores.

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Los lóbulos frontales se ubican en la parte de la corteza cerebral situada por delante de
la cisura de Rolando (o surco central), y comprenden las áreas: córtex prefrontal dorsolateral,
medial y orbitofrontal.
De éstas áreas, el córtex prefrontal guarda estrecha relación con el adecuado
funcionamiento y control de nuestras competencias cognitivas, es decir, con la función
ejecutiva que gestiona estos recursos cognitivos, tanto aplicados a la resolución intelectual
(córtex prefrontal dorsolateral, CPDL) como emocional (córtex prefrontal orbitofrontal,
CPOF) (ver Figura 9).

Figura 9. Córtex prefrontal (Tomado de Stuss y Levine, 2001).

La corteza prefrontal, al igual que el resto de la estructura cerebral, se desarrolla


desde el nacimiento. Su nivel de maduración a los 0;5-0;7 meses facilita el inicio de la puesta
en funcionamiento de las funciones ejecutivas; el pico de cambios en su desarrollo se sitúa
desde el nacimiento hasta los 2;0 años, con continuidad más desacelerada hasta los 7;0-9;0
años, y adolescencia. A lo largo de su maduración van emergiendo los distintos tipos y niveles
de competencias cognitivas con los que se relacionan.
Las funciones del córtex prefrontal dorsolateral se asocian con las funciones ejecutivas
"cold" implicadas en el control del funcionamiento cognitivo: la planificación, la memoria a
corto plazo y memoria de trabajo para la retención de una acción, la fluidez verbal y visual, la
generación de hipótesis, la seriación y secuenciación, la resolución de tareas, y la selección o
preparación de una conducta o acto motor, y también la inhibición de interferencias.
El córtex orbitofrontal se relaciona con el control inhibitorio para suprimir las
interferencias o informaciones irrelevantes, así como con el control emocional y conductual.

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Figura 10. Córtex orbitofrontal

Se asocia también con aspectos sociales y cognitivos de la conducta que determinan su


significación emocional y adecuación, es decir, con el tacto y sensitividad hacia los demás y la
inhibición del nivel de actividad, en suma, con las funciones ejecutivas denominadas "hot".

1.2.2. El hipocampo
El hipocampo tiene una estrecha relación con el almacenamiento de informaciones y
proceso de memoria. Situado en la parte medial del lóbulo temporal, ayuda a codificar lo
memorizado y evocarlo cuando se pretende recordar algo, es decir es una vía de acceso a varios
tipos de recuerdo especialmente espaciales y declarativos, pero también cumple una importante
función en la formación de nuevas memorias (ver Figura 11 destacado en color).

Figura 11. El Hipocampo (Tomados de Dierssen, 2007, y Grady et al., 2012).

Antes de finalizar este punto, es importante recordar que el cerebro funciona en armonía
como una entidad singular articulando regiones corticales concretas subyacentes a las
funciones cognitivas superiores; es decir, se basa en la interconectividad de sus áreas y
hemisferios, más que en la modularidad de sus funciones.
La evolución biológica ha realizado un importante trabajo en su configuración para
ajustarlo a las demandas invariantes del entorno. La variación en el fenotipo combinada con la
selección natural ha propiciado, a lo largo de milenios, que aquellos cerebros que podían
representar u operar con aspectos del entorno que suponían alguna ventaja adaptativa

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dispusieran de una mayor probabilidad de transmisión, en la medida en que dichas personas
materializaban dichas ventajas en términos de supervivencia o de mejoras en las opciones de
reproducción. De este modo, los cerebros han ido adquiriendo una serie de características
estructurales que dan soporte a la representación de ciertas propiedades, dejando otras. Por
ejemplo, los seres humanos somos bastante eficientes representando propiedades del espacio
circundante y los objetos en él, a través de la visión (es decir, a partir de la luz reflejada o
emitida); en cambio hemos perdido hasta cerca de un 30% de la capacidad olfativa.
En suma, el Cerebro humano es el resultado de las mutaciones y grandes adaptaciones
realizadas a lo largo del amplio marco temporal de la filogénesis, pero también del desarrollo
ontogenético de cada una de las personas de la especie humana que se basa en los logros
conseguidos filogenéticamente pero en una redescripción personal diferencial en un curso de
epigénesis probabilística que explicaremos más adelante.

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