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Las necesidades del hombre. Cómo nacen de las condiciones de su existencia.

Además de las necesidades fisiológicas (hambre, sed, sexo), todas las necesidades esenciales del
hombre están alimentadas por la polaridad progreso-retroceso. El hombre no puede vivir
estáticamente porque sus contradicciones internas lo impulsan a buscar el equilibrio.
Después de satisfacer sus necesidades animales, es impulsado por sus necesidades humanas, que
están vinculadas a la cultura.

Todas las pasiones e impulsos del hombre son intentos para hallar solución a su existencia, sea el
individuo sano o neurótico. Sólo se diferencian en que una solución corresponde mejor a las
necesidades que la otra.

Todas las culturas ofrecen un sistema modelado en el que predominan ciertas soluciones, y en
consecuencia ciertos impulsos y satisfacciones. Y, en ese sentido, todas las culturas son religiosas y
toda neurosis es una forma particular de religión: su objetivo es intentar resolver el problema del
nacimiento del ser humano.

La fuerza de las enfermedades mentales, del arte, de la religión, no pueden explicarse solamente
como una respuesta nunca podrá entenderse como resultado de necesidades fisiológicas frustradas
o sublimadas; esas fuerzas son intentos de resolver el problema del nacimiento del ser humano.

Relación contra narcisismo.

El hombre está sustraído a la unión primordial con la naturaleza que caracteriza a la existencia
animal. Aunque fueran satisfechas todas sus necesidades fisiológicas, sentiría su situación de
soledad e individuación como una cárcel de la que tiene que escapar para conservar su equilibrio
mental. En realidad, la persona perturbada es la que ha fracasado en el establecimiento de alguna
clase de unión. La necesidad de vincularse con otros seres vivos, de relacionarse con ellos, es
imperiosa y de su satisfacción depende la salud mental del hombre.

Hay diversas maneras de buscar y conseguir esa unión. El hombre puede intentar ligarse o unirse con
el mundo mediante la sumisión a una persona, a un grupo, a una institución, a Dios. Otra posibilidad
de vencer el aislamiento se encuentra en dirección contraria: el hombre puede intentar unirse con el
mundo adquiriendo poder sobre él.

La pasión de sometimiento (masoquista) o de dominio (sádica) nunca puede satisfacerse. Poseen


ambas un dinamismo autopropulsor, y como ningún grado de sumisión o de dominio (o posesión, o
fama) basta para producir la sensación de identidad y unión, se busca una sumisión o un dominio
cada vez mayores. La persona en vez de desarrollar su propio ser individual se hace dependiente de
quienes lo dominan o a quienes somete.

Sólo hay una pasión que satisface la necesidad que siente el hombre de unirse con el mundo y de
tener al mismo tiempo una sensación de integridad e individualidad: y esa pasión es el amor.
El amor es unión con alguien o con algo exterior a uno mismo, a condición de retener la
independencia e integridad de sí mismo. En el acto de amor, yo soy uno con todo y, sin embargo, soy
yo mismo, un ser humano independiente. En realidad, el amor nace y vuelve a nacer de la misma
polaridad entre aislamiento y unión.
El amor es un aspecto de lo que he llamado orientación productiva: la relación activa y creadora del
hombre con su prójimo, consigo mismo y con la naturaleza.
En la esfera del pensamiento, se manifiesta en la comprensión adecuada del mundo por la razón. En
la esfera de la acción, en el trabajo productivo, cuyos prototipos son el arte y los oficios.
En la esfera del sentimiento, se expresa en el amor, que es el sentimiento de la unión con otra
persona, con todos los hombres y con la naturaleza, a condición de que uno conserve la sensación
de integridad e independencia. En este sentido, si mi amor por una persona me hace más ajeno y
distante a mi prójimo, puedo estar vinculado a esa persona de muchas maneras, pero no amo.

El amor productivo implica siempre un síndrome de actitudes: solicitud, responsabilidad, respeto y


conocimiento. Es decir, me intereso activamente por el desarrollo y la felicidad de la otra persona,
respondo a sus necesidades, la veo y aprecio tal cual es, y me puse en relación íntima con el núcleo
de su ser.

El amor productivo, cuando se dirige a iguales, puede llamarse amor fraterno. En el amor materno la
relación entre las dos personas afectadas es de desigualdad: el niño es un desvalido y depende de la
madre. Para crecer, tiene que hacerse cada vez más independiente, hasta que ya no necesite a la
madre. En el amor erótico está implicada otra tendencia: la de la fusión y la unión con otra persona.

Sólo podemos comprender plenamente la necesidad que siente el hombre de relacionarse con los
demás si pensamos en las consecuencias de la falta de toda clase de relaciones: si nos damos cuenta
de lo que significa el narcisismo.

La realidad del niño es su propio cuerpo: sus necesidades fisiológicas, la necesidad de calor, y la de
afecto. Se halla aún en un estado de unión con el mundo. El mundo exterior existe como el alimento
o el calor necesarios para satisfacerlo, pero no como algo realista y objetivamente reconocido. A
esta orientación Freud le llama "narcisismo primario".

En el desarrollo normal, esta forma de narcisismo es superada lentamente por una conciencia
creciente de la realidad exterior y por el correspondiente sentimiento, cada vez más acentuado, del
"yo" como diferente del "tú". Este cambio ocurre primero en el plano de la percepción sensorial,
cuando las cosas y las personas son percibidas como entidades externas. Pero, no es sino hasta los 7
u 8 años que este proceso termina, momento en el que puede empezar a ver que las necesidades
del resto son tan válidas como las suyas. H.S Sullivan dice que desde este momento puede empezar
a amar.

El narcisismo primario es un fenómeno normal. Pero, también existe narcisismo en etapas


posteriores de la vida ("narcisismo secundario", según Freud) si el niño en crecimiento no desarrolla
la capacidad de amar, o si la pierde. Este narcisismo es la esencia de todas las enfermedades
psíquicas graves. El mundo exterior no es percibido como objetivamente existente. Al reaccionar, el
sujeto no lo hace de acuerdo con su realidad (la del mundo), sino de acuerdo con sus propios
procesos intelectuales y afectivos.

El hecho de que el fracaso total en el intento de relacionarse uno con el mundo sea la locura, pone
en relieve otro hecho: que la condición para cualquier tipo de vida equilibrada es alguna forma de
relación con el mundo.

Trascendencia. Creatividad contra destructividad.

El hombre es lanzado a este mundo sin su conocimiento, consentimiento ni voluntad. En ese sentido
no es muy distinto a un animal o planta. Pero, estando dotado de razón e imaginación, no puede
contentarse con el papel pasivo de la criatura. Se siente impulsado a trascender.

El hombre puede crear vida. Y tiene conciencia de ser creado y de ser creador. En el acto de la
creación el hombre se trasciende a sí mismo como criatura, se eleva por encima de la pasividad.
Ahora, crear presupone actividad y solicitud. Presupone amor a lo creado. ¿Cómo, pues, resuelve el
hombre el problema de trascenderse a sí mismo, si no es capaz de crear, si no puede amar?

Hay otra manera de satisfacer esa necesidad de trascendencia: si no puedo crear vida, puedo
destruirla. Destruir la vida también es trascenderla. La destructividad es una potencialidad
secundaria, enraizada en la existencia misma del hombre, y tiene la misma intensidad y fuerza que
cualquier otra pasión. Pero, y éste es el punto esencial de mi argumentación, no es más que la
alternativa de la creatividad. La creación y destrucción no son dos instintos que existan
independientemente. Los dos responden la misma necesidad de trascendencia.

Arraigo. Fraternidad contra incesto.

El nacimiento del hombre como tal hombre significa el comienzo de su salida de su ambiente
natural. Pero, puede prescindir de las raíces naturales sólo en la medida en que encuentre nuevas
raíces humanas, y sólo después de haberlas encontrado puede sentirse otra vez a gusto en este
mundo.

El más elemental de los vínculos naturales es el que une al niño y la madre. En los primeros años de
la vida no tiene lugar ninguna separación completa entre el niño y la madre. Durante los primeros
años de vida, el niño ve a su madre como sustento de todo tipo. Es amor, es calor, es suelo. Ser
amado por ella significa estar vivo, tener raíces, tener patria y hogar.

El adulto tiene medios para subsistir por sí mismo, para cuidarse a sí mismo, para ser responsable de
sí mismo y aun de otros, mientras que el niño no es capaz de nada de eso. Pero, la situación del
adulto de ningún modo es tan diferente de la del niño como generalmente se cree. Todo adulto
necesita ayuda, calor, protección.

En psicopatología hallamos muchas pruebas de ese fenómeno consistente en resistirse a abandonar


la protectora órbita de la madre.
Una persona totalmente obsesionada por ese deseo puede presentar el cuadro de la esquizofrenia.

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