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EL "DIA DE LAS AMERICAS" <*>

El 14 de abril, aniversario de la creación de la "Unión


Internacional de las Repúblicas Americanas" (1890), ha sido
fijado como el día de las Américas y la fiesta continental del
panamericanismo. Estamos en la semana panamericana. No po-
dría hablar sino del panamericanismo y sospecho que no ten-
ga más título para corresponder a esta invitación que mi cor-
dial adhesión a sus sentimientos e ideales.
Por una serie de factores que no merecen ser expuestos
aquí, por su índole prevalentemente personal, me considero,
en realidad, un soldado del panamericanismo y me siento de
eorazón, sin declinar de mi calidad y de mi profundo senti-
miento de ciudadano argentino, un ciudadano de América, ga-
nado a la causa del panamericanismo por la mente y por el
corazón, de tal manera que mi adhesión a él es tan amplia
como perfecta, porque es fruto del raciocinio y del amor: es
inteligente y es cordial!...
Al explicar qué es el panamericanismo, cómo nació y qué
ideas y sentimientos lo sustentan, quedará demostrada la ra-
zón de mis afirmaciones.
Se ha dicho que " e l panamericanismo, que tal vez sea el
movimiento de carácter internacional más vasto, más cons-

(*) Disertación pronunciada el día 15 de abril en la reunión que el


Botary Club de Santa Fe dedicó a la celebración del Día de las Amé-
rieas.

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tructivo y de más trascendencia que recuerda la humanidad,
no ha sido producto exclusivo de la labor y de la voluntad
de los hombres. Factores geográficos, históricos, raciales, lin-
güísticos, políticos y sociales han tenido parte en esa gran
obra cuyos frutos han comenzado a recoger, y seguirán reco-
giendo, hasta un límite no imaginable, los pueblos del hemis-
ferio occidental" ( " L a Prensa", del 14-IV-41). Y así es en
efecto. Para muchas personas, y aun para muchas de gran
ilustración, el panamericanismo no es nada más que un ideal,
o un conjunto de principios, relativos al acercamiento, la com-
prensión, la unidad, la fraternidad de los pueblos de América.
Es eso, pero es todavía más.
Geográficamente, las Américas —como ha dado en lla-
marse a esta parte del globo— constituyen un continente, el
más joven de todos los conocidos; de ahí su nombre: " e l nue-
vo Continente", aunque lo dividiera luego casi por mitades
un estrecho y extenso canal, estupenda obra del hombre, que
no puede atravesarse sin emoción.
Políticamente, —y esto es más importante que lo ante-
rior— América es una unidad espiritual, con ideales, doctri-
nas y programas continentales.
Aquel hecho físico —la apertura del canal de Panamá—,
lejos de separar a la América del Norte de la América del
Sur, las acercó más, porque es sabido que las comunicaciones
entre los pueblos de la costa atlántica del Norte y la costa
pacífica del Sur y respectivamente, las de los pueblos de la
costa del Pacífico del Norte y de la costa del Atlántico del
Sur, se vieron desde entonces facilitadas y el comercio y la
navegación aumentaron.
Pero la unidad espiritual de las Américas tienen otras
raíces más profundas que la comunidad del suelo, y otro fin
más alto que el mero fomento de sus relaciones comerciales
y diplomáticas.
Se remonta al origen mismo de sus nacionalidades y se
vinculan a su propia existencia, como pueblos libres, política
y libremente organizados. En su bandera, formada por la re-

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unión de las banderas de las 21 Repúblicas americanas, sólo
hay un lema: " L a L i b e r t a d " ! . . .
Ninguna Nación americana puede jactarse en justicia de
haber sido su creador o su "leader". En rigor, no podría
afirmarse que sea un movimiento de origen norte, centro o
sudamericano, y han fracasado los que, desconociendo su esen-
cia eminentemente continental, y común, han querido atri-
buir su paternidad al espíritu norteamericano o al latino-
americano, o contraponerlo al hispanoamericanismo, galar-
dón de nuestra raza, al indoamericanismo, que puede ser su
base étnica o autóctona, o al sano nacionalismo de cada uno
de los países americanos, que es savia en que se nutre el ver-
dadero patriotismo.
El panamericanismo nace, sin caudillo ni programa de-
finido, en los esfuerzos comunes por la emancipación, desde
que los patriotas de todos estos pueblos comprenden que, pa-
ra realizar sus aspiraciones de libertad e independencia de la
antigua metrópoli, debían trabajar unidos, y ésta es su base
fundamental: la unión y ayuda mutua entre las Naciones de
América. Los movimientos revolucionarios de la América es-
pañola no fueron episodios nacionales, que correspondieran a
causas nacionales o locales; eran estallidos locales de un gran
movimiento continental, ligados por ende entre sí por causas
comunes e ideales igualmente comunes, sin desmedro de las pe-
culariedades y de los ideales locales, que caracterizaron en el
tiempo a sus respectivas nacionalidades. La simultaneidad del
estallido de los movimientos revolucionarios en Ecuador, Ar-
gentina, Colombia, Méjico, Chile, Paraguay, etc., demuestra la
continentalidad de la revolución en pos de un ideal colectivo.
Su primer instrumento público, según los cronistas del
panamericanismo, fué el poder otorgado por un grupo de re-
volucionarios americanos al general Miranda, en París, el 22
de diciembre de 1797, para efectuar las negociaciones que éste
creyera convenientes para liberar a las posesiones de España
en América. De esta tentativa, coetánea de la Revolución fran-
cesa, surgió aquel fantástico proyecto de creación del "Estado

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territorial y agrícola" del mismo Miranda, que tiene el mé-
rito —según se ha señalado— " d e ser el primer plan concreto
de la magna aspiración".
El panamericanismo tiene también otras fechas memora-
bles: la entrevista de Guayaquil; la batalla de Ayacucho; el
Congreso de Panamá, en 1826; los artículos que escribió, allá
por 1820, el centroaemricano José Cecilio del Valle, en su pe-
riódico " E l amigo de la Patria"; el "Ensayo de una federa-
ción general entre los pueblos hispanoamericanos", de Mon-
teagudo; y los documentos, o la acción, de Henry Clay, de Ja-
mes G. Blaine y de tantos otros promotores o mantenedores de
la unión e inteligencia entre las Américas, como John Quincy
Adams, Presidente de los Estados Unidos, de 1825 al 29, que
inició la serie ininterrumpida de tratados entre su país y los
demás de América; Lucas Alamán, el procer canciller mejica-
no ; José Martí, el dulce poeta cubano, verbo de la solidaridad
americana; el colombiano José Antonio Nariño y los chile-
nos Andrés Bello y Juan Martínez de Rosas; Ruy Barbosa,
el ilustre diplomático brasileño; el eminente paraguayo, D.
Manuel Gondra y el para nosotros inolvidable Roque Sáenz
Peña, que con su fórmula "América para la humanidad" de-
finió la tendencia profundamente humana, universal, sin de-
jar de ser por ello eminentemente americana, del panameri-
canismo.
Este tiene además su órgano permanente y su morada:
la "Unión Panamericana", cuyo primer cincuentenario nos
fué dado celebrar hace poco, en medio de uno de sus grandes
triunfos, y su magnífico Palacio de Wàshington, la "morada
del alma americana" en la gran capital del Norte, que es la
Meca de los doscientos mil americanos de todas las latitudes,
que la visitan anualmente, para emocionarse con la contempla-
ción de sus banderas y de sus proceres nacionales, en la in-
olvidable galería contigua al "Salón de las Américas", esce-
nario de las más grandes y solemnes reuniones internaciona-
les, organizadas por aquel organismo.
El panamericanismo tiene su expresión concreta y reite-

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rada en las conferencias internacionales, que periódicamente
vienen formulando su programa y definiendo sus principios,
y que pueden citarse, en verdad, como modelo en su género, pues
de ellas ha surgido muchas veces la paz entre las Naciones
de América, alterada por excepción en este continente privi-
legiado, o se ha robustecido la armonía entre ellas, dando lu-
gar a una paz muy distinta de la conocida en Europa, a tal
punto que puede afirmarse que el panamericanismo ha hecho
que la solidaridad sea el signo del continente americano.
Y aquí conviene hacer resaltar el carácter inconfundible
de los ideales y de las realizaciones de este movimiento.
Uno de los más prominentes líderes del panamericanismo,
el ilustre Director general de la Unión Panamericana de Wàs-
hington, Mr. Leo S. Rowe, ha dicho en un documento para
nosotros los santafesinos muy grato, porque estaba destinado
a un instituto universitario local, que " e l mantenimiento de la
paz en el hemisferio occidental se constituyó, por encima de
todo, en cuestión de responsabilidad continental. Cualquiera
amenaza a la paz de alguna de las Repúblicas de América se
hizo de la incumbencia de todas. Es decir: se dió a la palabra
" p a z " una nueva interpretación: se la hizo significar mucho
más que la mera ausencia de conflicto, dado que en lo sucesi-
vo su característica sobresaliente será la colaboración eficaz
y constructiva. La diferencia básica entre las Naciones ame-
ricanas y las de Europa, en lo que concierne a las relaciones
internacionales, consiste en que las Américas han puesto én-
fasis en la unidad esencial de intereses en todas las regiones
del continente". "Para ellas la paz representa algo de tras-
cendencia mucho mayor que la mera ausencia de conflicto,
adquiere una substancia positiva entre nosotros, y se convierte
en fuerza dinámica de la que emanan la colaboración verda-
deramente constructiva y la ayuda mutua". Por otra parte,
concebida la seguridad internacional, "como uno de los requi-
sitos indispensables para el desarrollo normal de las institu-
ciones democráticas" —según lo expresa el mismo Rowe—, la
unión de las Naciones americanas adquiere la fuerza de un im-

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perativo, como condición de la seguridad internacional y co-
mo medio de cumplir su misión fundamental, universal, aquel
"compromiso con el destino" a que se refirió una vez Mr.
Roosevelt, que es le de mantener muy en alto y -de manera
invulnerable los preceptos de libertad, heredados de los fun-
dadores de nuestras Repúblicas.
Véase, pues, cómo se desarrolla y amplía el programa
básico del panamericanismo. La unión que propugna no es so-
lamente defensiva; trasciende los límites de lo económico y
no se limita a su hemisferio. Persigue, en su origen, la libertad
o emancipación de los pueblos de América, y se convierte, lue-
go, en paladín de la libertad del mundo.
Es que —señores— la libertad fué su origen, su causa y
yo diría, su razón de ser en la actualidad, ensombrecida por las
demasías de los enemigos de la libertad. Se ha definido al
panamericanismo, o se le quiere definir, —y así suelen ha-
cerlos los europeos— como " l a expresión de un anhelo de vin-
culación política y económica de los países del hemisferio oc-
cidental, pero al mismo tiempo hacen notar que encarna la
idea de cierto aislamiento del Nuevo Mundo respecto del An-
tiguo. Los americanos, más ajustados a la verdad, traducen
esa palabra con la significación de una obra de acercamiento
y conocimiento de los países americanos, a fin de crear un am-
biente de solidaridad y de fraternidad, a cuyo amparo puedan
desenvolver armónicamente sus intereses comunes de toda ín-
dole, y, en acción conjunta, procurar la realización de los
grandes ideales a que están llamadas las Américas".
Con acercarse más a su esencia este último concepto que
aquél, y aunque en rigor el panamericanismo sea también todo
esto, no se le define exactamente de este modo. Es eso y es más,
ya lo he dicho antes. Así como nace para propender a la eman-
cipación de los pueblos americanos, y se robustece en su des-
arrollo, logrado el objetivo inmediato de referencia, por la
unión de las Repúblicas constituidas sobre su extenso territo-
rio, gracias a su estrecha y cordial colaboración, y por virtud
de la excelencia de sus principios inspiradores, vive ahora y

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se justifica para defender en todo el orbe los principios de li-
bertad a que responde la organización política de las 21 Na-
ciones de América.
Al celebrarse en ésta el cincuentenario de la creación de
la Unión Panamericana, en 1940, parafraseando a von Holst,
dije que el vínculo que inspira al panamericanismo y que dió
nacimiento hace poco más de un siglo a dicha entidad, es una
extensión hacia el campo del Derecho internacional de los prin-
cipios fundamentales del sistema americano de gobierno: re-
presentativo, republicano, —formulado por la Constitución de
1897, y adoptado, con variantes más o menos considerables,
por los demás países del continente. Sin esta identidad de for-
mas de gobierno, sin ideales comunes de vida política, no ha-
bría podido subsistir uno ni otra. El sistema americano de go-
bierno es el resultado autóctono de una tradición y de una
filosofía políticas distintas de la tradición ideológica y
de la filosofía política europeas, a las que supera —en su
aplicación al gobierno de estos pueblos—, por el sentimiento
eminentemente humano, democrático en el más alto sentido de
la palabra, de su concepción, el modelo afortunado de Fila-
delfia.
El panamericanismo es, como he dicho, la proyección de
sus principios y aspiraciones de libertad en el derecho públi-
co interno hacia el derecho internacional, " u n punto de unión,
un asilo para la libertad y para los amigos de la libertad".
Ningún continente puede ofrecer, como el nuestro, el ejem-
plo de sus veintiuna naciones organizadas políticamente de
acuerdo a la forma republicana de gobierno, sin discusión al-
guna la más apta para garantizar la libertad y el desarrollo y
progreso de la personalidad humana. Ni tampoco, de perdu-
rable y tan proficua paz entre ellas, amenazada y a veces,
alterada, pero muy pronto restablecida por el esfuerzo pacífi-
co y solidario de sus hermanas del Continente.
Esto demuestra el extraordinario poder de unión de un
ideal: por encima —y diría, pese a todo ello, que en Europa
es causa de desunión, de recelos y de conflictos bélicos— de

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las fronteras e intereses nacionales, de su diverso origen y
tradiciones, de sus razas, de sus lenguas y de sus costumbres,
las Naciones americanas permanecen indisolublemente unidas,
por obra y gracia del panamericanismo.
Y por sobre todas estas cosas, la más admirable, la que
asigna al continente americano una misión plausible y honro-
sa, porque no persigue ventajas para el continente ni para
ningún país americano: el deber, espontáneamente cumplido,
de defender con todas sus fuerzas y con toda su influencia,
derivada de la unión de tantos países, la libertad del hombre
y de los pueblos, doquiera se halle amenazada y quien quiera
sea el agresor, desinteresadamente, por los beneficios que la
libertad produce.
En esta etapa, de trascendencia mundial y de acción in-
ternacional, sorprendemos al panamericanismo en esta celebra-
ción del " D í a de las Américas". ¿Habrá adquirido, acaso, ya
su perfil definitivo?... ¿Qué terminará siendo este movimien-
to, esta doctrina, renovadamente formulada, siempre mejora-
da, en su extraña y sorprendente evolución? ¿Una Confedera-
ción de Estados —los Estados Unidos de América, que soña-
ron muchos de nuestros proceres—, o una Unión de Estados,
de América y del Mundo, no clasificada aún por los juristas
contemporáneos, por la índole especial, extraordinaria —espi-
ritual o moral, más que política— del vínculo creado entre las
Naciones, o por la dimensión también extraordinaria de la auto-
nomía de acción, interna e internacional, dejada a sus parti-
culares integrantes ? . . . ¡ Quién sabe, señores, que será del pan-
americanismo !
Fué hasta hace poco americano, continental. Defensivo,
según el Tratado colombiano-peruano de 1822, que señala el
nacimiento del llamado "panamericanismo jurídico", para
repeler al ataque o al peligro común, entre países de este con-
tinente. Ahora es defensivo y ofensivo, diplomático y guerre-
ro, americano y universal, desde que la agresión extraña y bru-
tal pone en peligro la libertad de otros pueblos, no importa
quien sea el agresor o el agredido.

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Y para terminar, anoto una observación que tiene el
valor —para mí— de un argumento irrebatible a favor del
panamericanismo. Jamás ha sido seriamente discutido, es de-
cir, nunca fué puesta en tela de juicio, en la doctrina, la bon-
dad de sus principios, como no lo ha sido ni la teoría ni la fi-
losofía del sistema americano de gobierno. La Historia de
las ideas políticas americanas, de las que me vengo ocupando
hace algún tiempo, no señala ninguna escuela reaccionaria.
Esto es singular. Todo gran movimiento de la Historia sus-
cita una reacción. La Reforma tuvo su contra-reforma. Hasta
la Revolución francesa, con ser tan nobles sus declaraciones
y al parecer indiscutibles, cuenta en su crónica una poderosa
reacción. Sólo la Revolución de las colonias americanas, por
la excelencia de sus postulados, no ha tenido en la doctrina
una escuela de la reacción.
Y, refiriéndome en particular al panamericanismo, cuan-
do se pretendió desfigurar, con intenciones incalificables, aquel
"América para los americanos", que fué en su hora un grito
de defensa, o de advertencia, del Nuevo para el Viejo Mundo,
otro lema, más amplio e indiscutido, por elevado y por indis-
cutible, responde al desafío de los detractores, con la fórmula
"América para la humanidad", que señala, a mi juicio, el
programa actual del panamericanismo.
Esto es —señores— lo que América, ajena a las contien-
das y a los odios europeos y a los intereses nacionales en jue-
go, está haciendo, en defensa de la libertad, cuando el con-
flicto europea comienza a inquietar al mundo y pone en peli-
gro a la libertad, que es su ideal y su meta, cumpliendo su
misión providencial, que es su defensa.

SALVADOR M. DANA MONTAÑO

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