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SERIE SOBRE

CONGRESOS Y CONFERENCIAS
No. 22

EL PANAMERICANISMO
Y LAS

CONFERENCIAS PANAMERICANAS

L. S. R O W E : Director General
PEDRO de A L B A : : : : Subdirector

UNION PANAMERICANA
WASHINGTON, D. C.
EL PANAMERICANISMO
Y LAS CONFERENCIAS PANAMERICANAS
por

WILLIAM M A N G E R
Consejero de la Unión Panamericana

I. DESCRIPCIÓN DEL PANAMERICANISMO

El panamericanismo ha sido objeto de muchas defini-


ciones e interpretaciones. Los significados que se le
han atribuido son numerosos y variados. Muchos de sus
más entusiastas defensores lo han rodeado de un aura
de sentimentalismo inverosímil, a la vez que algunos
de sus críticos lo han considerado como una quimera,
como un sueño imposible de realizarse, o mejor como un
pretexto para justificar designios imperialistas. En
verdad, el panamericanismo no es acreedor a los elogios
de sus más entusiastas partidarios que tratan de colo-
carlo a u n nivel muy por encima de todas las realidades
y atribuyen a los que se consagran a él poderes y atri-
butos no alcanzados todavía por ningún mortal. Tampoco
merece ni mucho menos las expresiones condenatorias que
sus críticos han amontonado sobre él. Lo mismo que en
cualquiera otra cuestión que ha suscitado fuertes dis-
crepancias, su legítimo lugar corresponde probablemente
en un punto medio entre las alturas a que ha sido ele-
vado y las profundidades a que ha sido condenado.
Más bien que pretender definir exactamente lo que se
quiere decir con el panamericanismo será mejor tal vez
tratar de describirlo. Para ello contamos con declara-
ciones hechas por algunos de los más destacados líderes
del Continente. El Presidente Woodrow Wilson en su
Mensaje al Congreso de los Estados Unidos, el 7 de di-
ciembre de 1915, se expresó en los siguientes términos:
z
"La moral es, que los Estados de América no son
rivales hostiles sino amigos que cooperan juntos, y
que el sentimiento creciente que abrigan de comuni-
dad de intereses ya en materia de política, ya en
lo económico, puede darles nueva significación como
factores en asuntos internacionales y en la histo-
ria política del mundo. Los presenta, en un sen-
tido muy profundo y verdadero, como una unidad en
los negocios del mundo, como socios espirituales,
que marchan juntos porque piensan juntos, y están
animados de simpatías comunes e idénticos ideales.
Separados, están expuestos a todas las corrientes
contrarias de la política confusa de un mundo de ri-
validades hostiles; unidos en el mismo espíritu y
en los mismos ideales, no se les puede sustraer de
su pacífico destino.
"Esto es el panamericanismo. Nada hay en él del
espíritu imperial. Es la encarnación, la encarna-
ción efectiva del espíritu de la ley, del espíritu
de independencia, de libertad y de mutua ayuda."

En las siguientes palabras pronunciadas en Río de


Janeiro en 1906 por el señor Elihu Root, ^n aquel en-
tonces Secretario de Estado de los Estados Unidos, en-
contramos otra hermosa descripción de la filosofía que
forma la base de esta idea de cooperación continental;

"Ninguna nación puede vivir aislada de las demás


y, sin embargo, continuar viviendo. El desarrollo
de toda nación es una parte del desarrollo de los
pueblos de su raza. Podrá acontecer que unas na-
ciones sean más prósperas que las otras, pero nin-
gún pueblo puede por mucho tiempo seguir al frente
del progreso humano, y ningún pueblo, que no esté
destinado a desaparecer, puede tampoco quedar muy
atrás. Sucede con los pueblos lo que con los indi-
viduos; el mutuo cambio, la asociación, la merma
del egoismo por la influencia del juicio de los
demás, el engrandecimiento de los puntos de vista
por medio de la experiencia y las ideas de sus se-
mejantes, la aceptación del nivel moral de una so-
ciedad cuyas reglas de conducta son de desear, son
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condiciones para el progreso de una civilización.


Todo pueblo cuya mente no se abre al progreso del
mundo, cuyo espíritu no se siente movido por las as-
piraciones y los éxitos de la humanidad, que lucha
en todo el mundo por la libertad y la justicia, que-
dará postergado por la civilización en su benéfica
y segura marcha.
". . . N o hay uno de nuestros países que no pueda
prestar algún beneficio a los demás; no hay uno solo
que no pueda recibir algún beneficio de éllos; no
hay uno solo que no gane con la prosperidad, la paz
y la felicidad de todos."

De la América Latina nos han llegado también des-


cripciones claras y sucintas de lo que está comprendido
en el movimiento panamericano. El señor Baltasar Brum,
ex Presidente del Uruguay hace algunos años expresó sus
ideas sobre el panamericanismo con las siguientes pa-
labras :

"El panamericanismo busca la aproximación frate r-


nal de todos los pueblos del Nuevo Mundo, sin preo-
cuparse de señalar las diferencias étnicas, de len-
gua, de dogma o de costumbres, para hacer de ellas
un motivo de repudio o de separación. El panameri-
canismo proclama la unión de los países de este con-
tinente, • no como una alianza destinada a ejecutar
sórdidas ambiciones de predominio, sino como una po-
lítica de concordia, fundada en el respeto recíproco
de los pueblos y en el deseo de que lleguen, en la
paz, a la realización de sus más altos destinos.
" . . . El panamericanismo implica la igualdad de
todas las soberanías, grandes o pequeñas; la seguridad
de que ningún país intentará amenguar las de otros y
de que han de serles reintegradas a los que las tu-
vieran disminuidas. Es, en resumen, exponente de un
alto sentimiento de confraternidad y de una justa
aspiración de engrandecimiento material y moral de
todos los pueblos de América, armonizada enel dere-
cho al bienestar y a la libertad de todos los pueblos
de la tierra, por diferentes que sean sus razas, sus
culturas o sus ideales, políticos o religiosos."
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El señor Dr. Ricardo J. Alfaro, ex Presidente de Pa-


namá y prominente jurisconsulto y diplomático del Con-
tinente, ha descrito el panamericanismo en los siguien-
tes términos:

"El panamericanismo no es una institución ni un


sistema. Es un estado de ánimo, una corriente de
opinión creada por una serie de factores; la con-
tinuidad geográfica, la similitud de instituciones,
los intereses económicos, el amor d é l o s principios
democráticos, la comunidad de anhelos internacio-
nales. Este sentimiento continental no engendra
propósitos políticos. Simplemente se traduce en
actos tendientes a estrechar los vínculos sociales,
económicos y culturales de las dos Américas."

Las expresiones antes citadas han emanado de esta-


distas particulares. Los Gobiernos de las repúblicas
Americanas han enunciado también de común acuerdo y
oficialmente su concepto acerca del fin y alcance del
movimiento panamericano. En el preámbulo de la Con-
vención sobre la Unión Panamericana suscrita en La
Habana en 1928, los veintiún Gobiernos declaran que
las repúblicas americanas constituyen una unión moral
que descansa en la igualdad jurídica de las repúbli-
cas del Continente y en el respeto mutuo >de los de-
rechos inherentes a su completa independencia; que
anima a todas ellas el deseo de fomentar sus intereses
económicos y coordinar sus actividades de carácter so-
cial e intelectual; y que a fin de lograr este obje-
tivo, los Gobiernos continuarán realizando su acción
mutua de cooperación y de solidaridad por medio de
las reuniones periódicas de las Conferencias Interna-
cionales y mediante la Unión Panamericana, tal como
queda establecido en los artículos de la convención.
Reducido, pues, a sus términos más elementales, el
panamericanimso es meramente un movimiento cooperativo
entre un grupo de estados que reconocen y respetan
mutuamente su soberanía absoluta y su completa igual-
dad jurídica; que, por razón de la semejanza de sus
instituciones políticas y de su proximidad geográfica,
tienen un conjunto de problemas peculiares a ellos
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mismos; y que abrigan la creencia de que adoptando


una acción cooperativa podrán ayudarse mutuamente en
la solución de estos problemas, y lograr con ello un
conocimiento político, económico, cultural y social
más estrecho. Como quiera que este movimiento estriba
en una política de ayuda mutua, se sobrentiende que cada
país deberá hacer extensivos a todos los otros los be-
neficios de su progreso y perfeccionamiento, y reco-
nocer el hecho de que un programa de cooperación in-
ternacional es preferible y más ventajoso que uno de
antagonismo y rivalidad.
No hay nada de complejidad ni artificio en tal mo-
vimiento. Es meramente un esfuerzo de aplicar a las
naciones una práctica que ha prevalecido por largo
tiempo entre los individuos. Al mismo tiempo, este
movimiento tiene una' gran significación y posee gran-
des posibilidades de éxito. Una de las grandes necesi-
dades del mundo, hoy en día, en las relaciones inter-
nacionales es el reconocimiento y la aceptación del
espíritu de acuerdo mutuo y cooperación. Las repúbli-
cas americanas, mediante su cooperación mutua en los
problemas del Continente, contribuyen grandemente en
las gestiones de los asuntos internacionales y su modo
de proceder puede servir de ejemplo a todo el mundo.
No puede terminarse la descripción del panamerica-
nismo sin citar antes otra declaración oficial del ob-
jetivo de este movimiento. En la Conferencia Intera-
mericana de Consolidación de la Paz, que se reunió en
Buenos Aires en diciembre de 1936, los veintiún gobier-
nos americanos allí congregados aprobaron una Decla-
ración de Principios sobre Solidaridad y Cooperación
Interamericana. A causa del significado transcenden-
tal de esta Declaración, transcribimos a continuación
su texto completo:

Los Gobiernos de las Repúblicas de América

Considerando:

Que la identidad de sus formas democráticas de


Gobierno y los ideales comunes de paz y justicia,
han sido exteriorizados en los diferentes tratados
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y convenciones que han suscrito, hasta llegar a


constituir un sistema puramente americano tendiente
a la conservación de la paz, a la proscripción de
la guerra, al desarrollo armónico de su comercio y
de sus aspiraciones culturales en todos los órdenes
de las actividades políticas, económicas, sociales,
científicas y artísticas;
Que la existencia de intereses continentales
obliga a mantener una solidaridad de principios,
como fundamento de la vida de relación de todas y
cada una de las Naciones Americanas;
Que el Panamericanismo, como principio de Dere-
cho Internacional Americano, consistente en la
unión moral de todas las Repúblicas de América,
en la defensa de sus interese? comunes sobre la
base de la más perfecta igualdad y recíproco res-
peto a sus derechos de autonomía, independencia y
libre desenvolvimiento, exige la proclamación de
principios de Derecho Internacional Americano; y
Que es menester consagrar el principio de soli-
daridad americana en todos los conflictos extra-
continentales, ya que los de índole continental
deben tener solución pacífica por los medios esta-
blecidos en los Tratados y Convenciones existentes
o en los instrumentos que se celebraren,

La Conferencia Interamericana de Consolidación


de la Paz

Declara:

I o Que las Naciones de América, fieles a sus


instituciones republicanas, proclaman su absoluta
libertad jurídica, el respeto irrestrictivo a sus
soberanías y la existencia de una democracia soli-
daria en América;
2° Que todo acto susceptible de perturbar la paz
de América las afecta a todas y cada una de ellas
y justifica la iniciación de los procedimientos de
consulta previstos en la Convención para el mante-
nimiento, afianzamiento y restablecimiento de la
paz, suscrita en esta Conferencia; y,
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3 o Que son principios aceptados por la comunidad


Internacional Americana, los siguientes:

a) La proscripción de la conquista territorial


y, en consecuencia, ninguna adquisición hecha por
la violencia será reconocida;
b) Está condenada la intervención de un Estado
en los asuntos internos o externos de otro Estado;
c) Es ilícito el cobro compulsivo de las obliga-
ciones pecuniarias; y,
d) Toda diferencia o disputa entre las Naciones
de América, cualquiera que sean su naturaleza y su
origen, será resuelta por la vía de la concilia-
ción, del arbitraje amplio o de la justicia inter-
nacional .

II. ORIGEN DEL PANAMERICANISMO

El vocablo "Panamericano" fué usado por primera


vez en la Primera Conferencia Internacional Americana
de 1889-1890, y desde entonces las asambleas periódi-
cas de representantes de las repúblicas americanas
han sido designadas popularmente con el nombre de Con-
ferencias Panamericanas. Si bien la reunión de Wásh-
ington en 1889 se considera como el punto de partida
del movimiento actual panamericano, los principios
del panamericanismo se hallan profundamente arraiga-
dos en la histeria del Continente americano. De he-
cho, el panamericanismo como movimiento cooperativo
se remonta a una época en que muchas de las naciones
de América no existían todavía, y puede decirse que
surgió con el nacimiento de los mismos estados inde-
pendientes. La existencia de muchas de las repúbli-
cas de la América Latina se debe a este espíritu de
cooperación internacional y a la ayuda mutua que se
prestaron durante su lucha por la independencia. El
que hiciesen causa común sirvió, si no para darles la
independencia, al menos para facilitarles el adqui-
rirla y para evitarles muchos años de lucha. El caso
de las colonias españolas de la América del Sur nos
presenta esta característica con máxima claridad. Las
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diversas provincias del norte y del sur, después de


obtener los fines inmediatos que perseguían, hicieron
causa común con sus vecinos en el centro del Conti-
nente hasta lograr remover el último obstáculo opuesto
a la independencia completa de todos los pueblos. En
la lucha definitiva por la independencia librada en las
altiplanicies del Perú, las fuerzas de los ejércitos
libertadores estaban integradas por tropas de la Re-
pública Argentina y Chile en el sur, de Colombia, Ve-
nezuela y Ecuador en el norte, así como también del
Perú y Bolivia en el centro del Continente. Bien es
cierto que la situación de todas las colonias era si-
milar y por lo tanto favorable a la formación de un
punto de vista común, pero aun así la acción de con-
junto entonces desarrollada por una porción muy con-
siderable de la población del Continente es un ejemplo
extraordinario de solidaridad continental y unifica-
ción de pensamiento y acción.
Una vez lograda la independencia, esta política de
ayuda mutua y de cooperación se manifestó en la con-
vocación de conferencias internacionales, integradas
por representantes de los diversos estados y destina-
das a la discusión de problemas comunes. Pocos años
después de establecerse los nuevos estados, las con-
ferencias de esa índole, que caracterizan las relacio-
nes internacionales de hoy, fueron iniciadas por las
repúblicas del Continente americano al reunirse en
1826 el famoso Congreso de Panamá.
Este Congreso fué el precursor de muchas otras
asambleas en las que participaron las repúblicas de la
América Latina durante el curso del siglo diecinueve.
En 1847-48, a invitacióón del Gobierno del Perú, se
reunió en Lima un congreso en que estuvieron repre-
sentadas las Repúblicas de Bolivia, Chile, Ecuador,
Nueva Granada (Colombia) y Perú. En 1856, se reunió
un congreso en Santiago de Chile, al que asistieron
delegados de Chile, Ecuador y Perú; y en ese mismo año
se celebró en Wáshington una Conferencia de Estados
Hispanoamericanos en la que participaron represen-
tantes de Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México,
Nueva Granada, Perú y Venezuela. En 1864 se celebró
un segundo Congreso en Lima, al cual concurrieron re-
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presentantes de la República Argentina, Bolivia, Colom-


bia, -Chile, Ecuador, Guatemala, Perú y Venezuela.

III. CARACTER DE LAS PRIMERAS CONFERENCIAS


INTERAMERICANAS.

El Congreso de Panamá fué inspirado por el genio de


Bolívar. Esta asamblea y las otras cuatro conferen-
cias interamericanas que se han mencionado, fueron
fundamentalmente de carácter político, siendo su ob-
jeto principal el estudio de medidas para la defensa
común y la protección mutua de los Estados contratan-
tes. Por muchos años después de establecerse gobier-
nos independientes en la América del Sur, abundaron
los rumores y amenazas de ataque a los Estados recién
creados, y quienes dirigían la política de éstos de-
seaban estar preparados para hacer frente a cuales-
quier actos hostiles, individuales o colectivos, que
pudiesen sobrevenir. Como nos dice el distinguido
estadista y jurisconsulto argentino, doctor E. S.
Zeballos:

"Animaba a los proceres de la independencia


americana un sentimiento común de confraternidad
continental y el reconocimiento de la necesidad de
organizar fuerzas internacionales suficientes para
inspirar respeto y para resistir cualquiera tenta-
tiva de restauración europea." (E. S. Zeballos,
Conferencias Internacionales Americanas, 1797-
1910, Valencia, 1914).

El concepto de Bolívar transcendió esta necesidad


de protección mutua y contempló la posibilidad de
crear una vasta confederación americana, mediante
el establecimiento de un gobierno central bajo el cual
quedara abarcado todo el territorio controlado pre-
viamente por España. Ya en 1813, mientras se hallaba
todavía en plena lucha revolucionaria, el Libertador
propone la idea de reunir "toda la América Meridional
bajo un cuerpo de nación, para que un solo Gobierno
pueda aplicar sus grandes recursos a un solo fin, que
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es el de resistir con todos ellos las tentativas exte-


riores, en tanto que interiormente, multiplicándose
la mutua cooperación de todos, nos elevará a la cumbre
del poder y de la prosperidad".
Una vez que la independencia de las antiguas colo-
nias españolas parecía haber adquirido un grado razo-
nable de seguridad, el Gobierno de Colombia como me-
dida preliminar a la reunión del Congreso de Panamá,
suscribió en 1822 y 1823 una serie de tratados con
otras repúblicas hispanoamericanas. Dichos tratados
crearon una alianza ofensiva y defensiva contra el
dominio de cualquier estado extranjero, y estipularon
que los gobiernos signatarios deberían hacerse repre-
sentar, y deberían hacer uso de sus buenos oficios ante
las otras naciones hispanoamericanas para inducirlas a
enviar representantes a la asamblea que iba a cele-
orarse en Panamá, en donde habían de echarse los ci-
mientos de una gran confederación continental.
Los fines del Congreso de Panamá y de los celebrados
inmediatamente después fueron, pues, diferentes de los
del movimiento panamericano de hoy. Los problemas que
surgieron en aquel entonces eran diferentes, y se hizo
necesario llegar a su solución por otra vía. El gran
problema que se presentó ante los líderes políticos de
esa época fué la preservación y consolidación de sus
libertades recién conquistadas, y fué su opinión que
la mejor forma de lograrlo sería la organización polí-
tica. Pero, si bien los métodos de solución y los ob-
jetivos inmediatos eran diferentes, los principios
fundamentales eran los mismos entonces que hoy. En
aquel entonces, lo mismo que en la actualidad, la razón
fundamental era el desarrollo y la aplicación del espí-
ritu de ayuda mutua y cooperación internacional en la
solución de los problemas comunes que tuvieron que a-
rrostrar la naciones del Continente.
Así, pues, el acuerdo principal y más significativo
firmado en Panamá, fué el tratado de unión, liga y con-
federación. Por medio de este tratado los estados sig-
natarios formaron una alianza ofensiva y defensiva, y
estipularon que el objeto del pacto era mantener su so-
beranía e independencia libres de sujeción extranjera.
Al mismo tiempo, se dieron las disposiciones correspon-
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dientes para la celebración de una asamblea de pleni-


potenciarios, cuyas funciones servirían como órgano de
la confederación y regularían las relaciones entre los
estados integrantes.
En el Congreso de Lima de 1847, el tema predominante
fué de nuevo la seguridad nacional, y el principal
acuerdo celebrado en esa asamblea fué un tratado de
unión y confederación. Por medio de ese tratado los
Estados contratantes se comprometieron a sostener re-
cíprocamente su soberanía e independencia, y a mante-
ner su integridad territorial.
Impelidos por las mismas razones que condujeron a
la convocación del Congreso de 1847, los Gobiernos de
Chile, Ecuador y Perú firmaron en Santiago, el 15 de
septiembre de 1856, un tratado de alianza y confedera-
ción. Varios meses después se firmó en Washington un
tratado similar entre Nueva Granada, México, Guatemala,
El Salvador, Costa Rica, Venezuela y Perú. En estos
dos acuerdos se aprobaba la acción de conjunto para la
protección mutua de los Estados signatarios.
Como resultado de amenazas a la integridad territo-
rial y seguridad nacional de varias de las repúblicas,
se convocó en 1864 el segundo Congreso de Lima, en el
cual se firmaron dos tratados, uno de unión y alianza
defensiva, y otro para el mantenimiento de la paz.

IV. RESULTADOS DE LAS PRIMERAS CONFERENCIAS


INTERAMERICANAS.

Pocos de los tratados ya mencionados fueron ratifi-


cados y ninguno de ellos se llevó a la práctica en su
totalidad. La razón no es difícil encontrarla. Cuando
uno considera las enormes distancias que separaban los
países y las dificultades de transporte y comunicación,
es fácil ver que los obstáculos físicos por sí mismo
harían sumamente difícil sino imposible mantener una
confederación. A este impedimento físico cabe agregar
el carácter esencialmente individualista del latinoa-
mericano, y el fuerte espíritu de regionalismo que pre-
valecía en muchas partes del Continente, aun en seccio-
nes del mismo piáis. De hecho, la notable aptitud para
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la cooperación que las naciones de la América Latina han


mostrado siempre en sus relaciones internacionales,
parece sorprendentemente paradójica en vista de la in-
habilidad de los habitantes de los estados individua-
les de trabajar juntos y en armonía en la solución de
sus problemas internos. Con el transcurrir de los
años, los sentimientos de nacionalismo tendieron tam-
bién a hacerse cada vez más fuertes. Al tener en cuen-
ta todos estos factores, el fracaso de la idea de con-
federación política se hacía inevitable.
Sin embargo, sería erróneo llegar a la conclusión
de que estas primeras conferencias fueron estériles
porque dejaron de alcanzar sus principales objetivos.
Por el contrario, llenaron bien su objeto. Demostra-
ron que las naciones de América no carecían de capaci-
dad para unirse ante la amenaza de un peligro común a
su seguridad nacional y al realizar esta unión contri-
buyeron sin duda alguna a la eliminación de esa amena-
za. En palabras de un conocido escritor:

"Estas conferencias continentales son como seña-


les de tormenta; cuando el peligro amenaza o llega
la necesidad, aparece una de estas conferencias y
desaparece con el retorno de la calma. Estas con-
ferencias representan el aspecto temporal y contin-
gente de la idea de solidaridad americana. Son la
manifestación de esa solidaridad en momentos de
crisis." (Dr. E. Gil Borges, "The European Policy
of Equilibrium and the American Policy of Conti-
nental Solidarity", Wáshington, 1934).

En otros aspectos, también, estas primeras confe-


rencias interamericanas no dejaron de tener valor. Los
tratados negociados incorporaron las reglas fundamen-
tales destinadas a regir las relaciones de los países
de este Continente. Hoy día se acostumbra a hablar con
frecuencia de la no intervención, de la integridad te-
rritorial y del no reconocimiento del territorio ad-
quirido por la fuerza, de la sumisión de disputas in-
ternacionales a arbitraje, y de la renuncia a la gue-
rra para el arreglo de controversias. En los últimos
años se han hepho importantes adelantos en la acepta-
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ción general de estos principios; sin embargo, los Es-


tados de la América Latina los incorporaron en trata-
dos negociados hace un siglo o más. Si bien los tra-
tados no fueron ratificados y por consiguiente no tu-
vieron fuerza obligatoria, los principios de derecho
en ellos contenidos han sido siempre reconocidos, y han
sido aceptados por largo tiempo en la práctica inter-
nacional de las naciones de este Continente.
El doctor J. M. Yepes, estadista y jurisconsulto
colombiano, ha avaluado en forma sucinta estas prime-
ras conferencias y ha señalado sus limitaciones y con-
tribuciones. Al explicar los motivos por qué esas con-
ferencias dejaron de lograr sus objetivos básicos, el
doctor Yepes dice lo siguiente:

"Todos esos congresos fueron ideados en momentos


en que se temía la reconquista española; pasado el
peligro que los motivara, nadie volvía a pensar en
la necesidad de convocarlos hasta que una nueva ame-
naza unía otra vez a las naciones americanas para
organizar la defensa común; la enorme dificultad
de las comunicaciones entre los países de América
hacía casi imposible la reunión de sus representan-
tes en una conferencia internacional; faltó el
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esprit de suite' y la perseverancia que son esen-
ciales para el triunfo de toda obra humana." (El
Panamericanismo y el Derecho Internacional", Bogo-
tá, 1930, p. 62.)

En el párrafo siguiente el doctor Yepes resume ad-


mirablemente los resultados de estas conferencias:

"No puede decirse, sin embargo, que haya sido


estéril la obra de los congresos americanos de esta
primera época. En ellos se afirmaron grandes prin-
cipios jurídicos que Europa no había consagrado aún
en sus relaciones internacionales, y se echaron las
bases de la verdadera solidaridad americana. Se
puso en práctica el principio de la igualdad de to-
dos los Estados ante la ley internacional, y se
proclamó la necesidad de la cooperación de todos
ellos para la defensa de las instituciones democrá-
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ticas; se adoptó el arbitraje como el único medio


civilizado y cristiano de resolver los conflictos
entre los Estados; se propendió por la humanización
de la guerra, condenando ciertas prácticas bárbaras
muy socorridas entonces en las demás partes del mun-
do. Se trabajó por la codificación del derecho in-
ternacional, único medio de conseguir que las re-
laciones entre los Estados se desarrollen dentro de
un espíritu de justicia y equidad. En fin, en
ellos se esbozó con lineamientos severos la fisiono-
mía política y jurídica del continente, y se pre-
sentaron fórmulas concretas para la solución de
graves problemas internacionales que aún hoy preo-
cupan a los más grandes estadistas y diplomáticos
del mundo. Mientras más se analiza la obra de esos
congresos, más se llega a la convicción de que en
ellos presidía un altísimo espíritu de cooperación
internacional y una ciencia profunda que pueden
servir de guía y ejemplo para todas las asambleas
de esta naturaleza. Las conferencias panamericanas
de la segunda época harían obra fecunda si llegaran
solamente a coronar los proyectos que se esbozaron
entonces y que quedarán para la historia como una
prueba patente de la capacidad y amplitud de espí-
ritu de los hombres de América." ("El Panamerica-
nismo y el Derecho Internacional", Bogotá, 1930,
p. 62.)

V. LOS CONGRESOS JURIDICOS

El Congreso de Lima de 1864 fué el último de los


llamados congresos políticos. Después desapareció el
temor de la reconquista, y la independencia de los di-
versos Estados fué generalmente reconocida. Al elimi-
narse las amenazas a la integridad nacional, desapa-
reció también la necesidad de convocar conferencias
para considerar medios de defensa.
En los años siguientes, antes de iniciarse la serie
de conferencias internacionales americanas en 1889, se
celebraron en la América del Sur varias importantes
conferencias de carácter jurídico. La primera de
éstas fué el Congreso Jurídico de Lima de 1877, al
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cual siguió el Congreso Sudamericano de Montevideo, en


1888-89. Estas conferencias tenían por objeto la sim-
plificación de los principios de derecho internacional
privado aplicables en los países de América.
En el Congreso de Lima de 1877 participaron la Repú-
blica Argentina, Bolivia, Costa Rica, Chile, Ecuador,
Perú y Venezuela. El Gobierno de los Estados Unidos
fué invitado, pero debido a las diferencias fundamenta-
les entre las bases de las leyes de ese país y las de
las naciones hispanoamericanas, y a la dualidad del sis-
tema legislativo de los Estados Unidos, dividido entre
el Gobierno federal y el de los Estados, la invitación
no fué aceptada. La segunda de las razones que impidie-
ron a los Estados Unidos aceptar la invitación fué
causa también de que Colombia considerase impractica-
ble el participar en el congreso, y aunque esta nación
tomó medidas para enviar un representante a Lima, no
participó en las deliberaciones. Posteriormente, los
Gobiernos de Guatemala y Uruguay se adhirieron a las
conclusiones del congreso, las cuales incluyeron un
tratado sobre reglamentación en asuntos de derecho in-
ternacional privado y una convención sobre extradición.
El Congreso Sudamericano de 1888 también fué princi-
palmente de carácter jurídico, y entre los delegados
que a él concurrieron figuraban algunos de los más dis-
tinguidos jurisconsultos de las naciones sudamerica-
nas. Como resultado de las deliberaciones del congreso
se firmaron tratados sobre derecho civil internacional,
derecho comercial internacional, derecho penal interna-
cional, código de procedimientos internacionales, pro-
piedad literaria y artística, marcas de fábrica y pa-
tentes, y una convención sobre el ejercicio de las pro-
fesiones liberales.
Entre las conferenicas de 1877 y 1888, se reunió en
Caracas, en 1883, un congreso para conmemorar el cen-
tenario del nacimiento de Bolívar, en el cual se firmó
una serie de declaraciones sobre derecho internacio-
nal público.
El interés en la codificación del derecho interna-
cional continuó poniéndose de manifiesto, y en 1895 el
General Eloy Alfaro, President del Ecuador, propuso
una reunión ds representantes de los países americanos
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en la ciudad de México con el fin de considerar asun-


tos de bienestar común, pero principalmente para ini-
ciar la formación de un código de derecho internacio-
nal americano. Al reunirse la conferencia en 1896 so-
lamente siete países pudieron hacerse representar,
aplazándose, por consiguiente, las medidas formuladas
en el programa.

VI. EL ACTUAL MOVIMIENTO PANAMERICANO

Las conferencias celebradas en el Continente Ameri-


cano entre 1826 y 1888 fueron lo que podría llamarse
de carácter regional. No fué hasta 1889 que las con-
ferencias tomaron un carácter continental, y compren-
dieron a todas las naciones independientes del Hemis-
ferio Occidental. Esta última fecha puede decirse que
marca el principio del movimiento panamericano tal
como lo entendemos hoy
En 1881 se hizo una tentativa para iniciar este mo-
vimiento continental, al invitar el Gobierno de los
Estados Unidos, por conducto del señor James G. Blaine,
entonces Secretario de Estado, a las naciones del Con-
tinente a hacerse representar en un congreso a cele-
brarse en Wáshington en noviembre de 1882, "con el ob-
jeto de considerar y discutir los métodos de prevenir
la guerra entre las naciones de América". Debido a
los cambios que ocurrieron en el Gobierno de Wáshing-
ton y a la desfavorable situación internacional que
reinaba entonces en la América del Sur no se consideró
principio el momento para celebrar la conferencia y
por lo tanto se cancelaron las invitaciones. Al reu-
nirse la conferencia por fin en 1889, en respuesta a
una convocación expedida en 1888, fué una coincidencia
que el señor Blaine ocupara de nuevo el puesto de Se-
cretario de Estado y tuviera el honor de presidir las
deliberaciones de la Conferencia.
El carácter del movimiento panamericano había cam-
biado definitivamente; los motivos dominantes que sir-
vieron de inspiración a las primeras conferencias in-
teramericanas ya no eran los políticos. Había adqui-
rido este movimiento un alcance mucho más amplio y ge-
17

neral, siendo el aspecto comercial y económico, más


bien que el político, el que fué objeto de mayor con-
sideración. Al mismo tiempo no se pasó por alto la
necesidad de buscar medios para la solución pacífica
de las disputas internacionales. La Ley adoptada por
el Congreso de los Estados Unidos de América con que
se autoriza al Presidente para convocar la conferencia,
señala que el objeto de esa reunión era considerar "la
adopción de un plan de arbitraje para el arreglo de los
desacuerdos y cuestiones que puedan en lo futuro sus-
citarse entre ellos; para tratar de asuntos relaciona-
dos con el incremento del tráfico comercial y de los
medios de comunicación directa entre dichos países;
y para fomentar aquellas relaciones comerciales recí-
procas que sean provechosas para todos y asegurar mer-
cados más amplios para los productos de cada uno de
los referidos países."
Si bien el alcance y dirección del movimiento pana-
mericano puede que cambiara a partir de la Conferen-
cia de 1889, aquél se basa todavía fundamentalmente
sobre el mismo principio que inspiró las primeras con-
ferencias, desde la de 1826. Este principio de ayuda
mutua y cooperación, que es el fundamento de todo el
movimiento panamericano, fué expresado admirablemente
por el Secretario Blaine en su discurso de bienvenida
a los delegados en la Conferencia de 1889, al pronun-
ciar las siguientes palabras:

"Nos reunimos en la firme creencia de que las na-


ciones americanas deben y pueden ayudarse recípro-
camente más de lo que hasta ahora lo han hecho, y
de que cada una de ellas encontrará provecho y uti-
lidad en el ensanche de sus relaciones con las de-
más ....
"Mucho habremos ganado cuando logremos obtener
esa confianza general que es la única base de toda
buena intelegencia entre las naciones. Mucho más
ganaremos cuando logremos estrechar las relaciones
del pueblo de las distintas naciones americanas, lo
que se facilitará cuando establezcan entre sí me-
dios de comunicación más frecuentes y más rápidos.
Ganaremos muchísimo más aún, cuando las relaciones
18

comerciales entre los Estados americanos del Sur y


del Norte y las de sus habitantes se hayan desarro-
llado y regularizado hasta el grado de que cada uno
de ellos pueda derivar las mayores ventajas de las
relaciones amplias y bien entendidas entre todas
las naciones americanas." (Acta Final de la
Primera Conferencia Internacional Americana, Tomo I,
Washington, 1890, páginas 39-41).

En la época presente, los dos grandes instrumentos


para llevar a cabo el movimiento panamericano son:
(1) Las Conferencias Panamericanas; y (2) la Unión Pa-
namericana, que es el secretariado permanente de las
conferencias y el órgano internacional permanente de
las veintiuna repúblicas americanas. Al decir esto se
habla en sentido restringido u oficial. De hecho,
todo acto que contribuye a estrechar las relaciones
entre las repúblicas de América constituye una parti-
cipación en este movimiento de acercamiento continen-
tal. Los cursos organizados en colegios y universida-
des, los estudios llevados a cabo por diversos clubs
y otros grupos, las conferencias dictadas bajo los
auspicios de organismos interesados en las relacio-
nes internacionales, todas estas actividades consti-
tuyen una contribución definitiva a la realización de
los principios del panamericanismo. Es por esta razón
que la Unión Panamericana trata de fomentar por todos
los medios posibles el estudio y el conocimiento mu-
tuo de las naciones del Continente, y está interesada
en que participe el mayor número posible de individuos
y grupos en este movimiento.
El presente estudio, sin embargo, debe limitarse a
los organismos oficiales ocupados en estas actividades.

VII. LAS CONFERENCIAS PANAMERICANAS.

Al impulsarse el movimiento panamericano por medio


de conferencias, se han desarrollado dos clases:
(1) Las Conferencias Internacionales Americanas, que
son grandes asambleas diplomáticas, y que podrían lla-
marse las conferencias madres; y (2) las conferencias
19

especiales o técnicas de las cuales ha habido un nú-


mero considerable en los últimos años y que se reúnen
por lo común para un fin particular.

1. Las Conferencias Internacionales Americanas.

De las Conferencias Internacionales Americanas se


han celebrado siete hasta la fecha. A medida que el
alcance del movimiento panamericano iba adquiriendo,
a partir de 1889, una esfera de acción más amplia, de
la misma manera se dió también mayor amplitud a la ex-
tensión de las discusiones de estas asambleas inter-
americanas. Al examinar los programas de las siete
conferencias que se han celebrado, puede verse la
gran variedad de temas que incluyen: asuntos comercia-
les, financieros, industriales y otros aspectos eco-
nómicos; relaciones intelectuales y culturales; salu-
bridad pública y previsión social; arbitraje y conci-
liación; codificación del derecho internacional, etc.
Al discutirse la evolución de estas conferencias,
puede decirse que su crecimiento y desarrollo repre-
sentan, en cierta forma, la evolución de los Estados
que en ellas han participado. Estando como están in-
tegradas por estados soberanos, las conferencias re-
flejan el punto de vista de sus componentes. Cada
conferencia trata necesariamente de temas ya estudia-
dos en las precedentes, pero esto no quiere decir que
haya en ellas una inútil repetición de discusiones.
Por desgracia, esta es la actitud que con frecuencia
asumen quienes critican las conferencias internacio-
nales americanas, basándose, probablemente, en un exa-
men superficial de los temas que figuran en los pro-
gramas. Si se investigaran con más detenimiento los
resultados de las conferencias se vería lo falso de
esta conclusión; se vería que al cambiar y evolucionar
la posición y el punto de vista de los Estados partí-
cipes, cambian igualmente las conferencias internacio-
nales americanas; y que lo que se haga en determinada
conferencia acerca de algún tema constituye un paso
que va más allá del tomado con anterioridad sobre el
mismo tema, o que representa un esfuerzo para encon-
trar una fórmula aceptable para todos o la mayoría de
20

los Estados.
El proceso evolutivo de las conferencias interna-
cionales no puede adelantarse al de los Estados par-
tícipes, ni el de éstos al de aquéllas. Pero ambos
pueden contribuir mutuamente a su desarrollo, y es in-
dudable que esto ocurre. En las conferencias se es-
cucha la voz de la opinión continental, y es natural
que esto afecte el punto de vista y la actitud de los
Estados allí representados. Asimismo, en las conferen-
cias se define y señale la ruta que las veintiuna Re-
públicas van a seguir; es decir, se da alcance conti-
nental a lo que cada nación está dispuesta a hacer
individualmente. El distinguido estadista brasileño,
señor Joaquim Nabuco, expresó muy bien esta caracte-
rística de las conferencias internacionales en un dis-
curso que pronunció en la Tercera Conferencia Interna-
cional Americana celebrada en Río de Janeiro en 1906 ,
al decir lo siguiente:

"Nos parece que el fin grandioso de estas Con-


ferencias es tornar colectivo lo que por ventura ya
haya sido unánimamente votado, y de cuatro en cua-
tro años o de cinco en cinco, condensar lo que la
opinión del Continente ya ha amoldado, e imprimir a
esa tendencia la fuerza que resulta de un acuerdo
unánime de las naciones congregadas. Este método
puede ser lento, mas tengo la convicción de que es
el único eficaz, es el único medio de no matar al
nacer una institución que se nos figura digna de
atravesar gloriosamente los siglos."

La relación entre las conferencias y los Estados se


revela claramente en el estudio de la conciliación y
el arbitraje. En la primera de éstas, celebrada en
1889, y en la mayoría de las subsecuentes se ha conce-
dido gran importancia al arreglo pacífico de las con-
troversias internacionales, pero hasta hace unos años
no había sido posible llegar a un arreglo satisfactorio
sobre el tema, que fuese aceptable a todos los Estados.
Esto se debía meramente a que no era compatible con
los intereses de todos los Estados entrar en acuer-
dos de esa especie. Una vez, sin embargo, que se ha-
21

M a n eliminado los obstáculos que impedían la prepara-


ción de tales acuerdos, y que los puntos de vista de
los diversos Estados habían evolucionado hasta llegarse
a creer que los intereses nacionales derivarían ayuda
de tales acuerdos, se firmaron tratados colectivos en
que se incorporaron varios principios de arbitraje y
conciliación.
La primera medida efectiva en esta dirección fué
tomada en la Quinta Conferencia Internacional Ameri-
cana celebrada en Santiago de Chile en 1923, al fir-
marse un Tratado para Evitar o Prevenir Conflictos.
Más tarde, en 1928-29, en una conferencia especial ce-
lebrada en Wáshington se negociaron dos tratados in-
teramericanos redactados en términos muy avanzados
sobre conciliación y arbitraje, de acuerdo con una re-
comendación de la Sexta Conferencia Internacional Ame-
ricana. En 1933 se suscribió en Río de Janeiro un
Tratado Antibélico de no-Agresión y de Conciliación,
al que se adhirieron subsiguientemente todas las re-
públicas americanas. Esta labor encaminada al desa-
rrollo de una maquinaria eficaz para el arreglo pací-
fico de las disputas internacionales culminó en la Con-
ferencia Interamericana de Consolidación de la Paz de
1936 en la cual se firmaron varios convenios de trans-
cendencia que incorporan por primera vez en el sistema
interamericano de paz el principio de la consulta en
caso de verse amenazada la paz del Continente, ya sea
que esa amenaza provenga de acontecimientos que tengan
lugar en este Hemisferio o en otras partes del mundo.
Un proceso evolutivo similar se presenta en el caso
de otros temas que han aparecido varias veces en los
programas de las conferencias americanas. En la Se-
gunda Conferencia, celebrada en la Ciudad de México
en 1902, se propuso iniciar la labor de codificación
del derecho internacional, y se firmó una convención
que no se hizo efectiva. Durante la Conferencia de Río
de Janeiro de 1906 se firmó otra convención, que creaba
una Comisión Internacional de Jurisconsultos, la cual,
sin embargo, no se reunió sino hasta 1912, y después
vió su labor interrumpida por la Guerra Mundial. Al
reanudarse las conferencias internacionales en Santia-
go en 1923, de nuevo se hicieron planes para la codi-
22

ficación del derecho internacional americano, como re-


sultado de los cuales se reorganizó la Comisión Inter-
nacional de Jurisconsultos establecida por la conven-
ción de 1906. Esta comisión se reunió en Río de Ja-
neiro en 1927, y preparó diversos proyectos que fueron
sometidos a la Sexta Conferencia, celebrada en la Ha-
bana en 1928. Como resultado, se adoptaron e incorpo-
raron en convenciones siete acuerdos sobre: condición
de los extranjeros, tratados, funcionarios diplomáti-
cos, agentes consulares, neutralidad marítima, asilo,
y derechos y deberes de los Estados en caso de guerra
civil. En esa misma Conferencia se firmó el Código de
Derecho Internacional Privado, sometido también por la
Comisión Internacional de Jurisconsultos, que fué pre-
parado originalmente por el eminente jurisconsulto cu-
bano doctor Antonio Sánchez de Bustamante. La labor
de la codificación continuó en la Séptima Conferencia
de Montevideo, en donde se firmaron cinco convencio-
nes sobre derecho internacional, entre las cuales cabe
mencionar las referentes a materias tan importantes
como los derechos y deberes de los Estados, la nacio-
nalidad, la extradición y el asilo político. La tarea
de codificación es vasta, y el tema indudablemente
aparecerá en muchos programas en el futuro.
Esta relación entrelazada de las Conferencias y la
posición y punto de vista de los Estados Unidos parti-
cipantes queda ilustrada de una manera particular en la
consideración de un proyecto de derecho internacional
en la Sexta y Séptima Conferencias Internacionales Ame-
ricanas. En la Sexta Conferencia de 1928 se sometió a
los delegados un proyecto sobre los derechos y deberes
de los Estados el cual contenía una estipulación al
efecto de que ningún estado tiene derecho a intervenir
en los asuntos internos o externos de otro estado. En
aquel entonces no estaban dispuestos todos los estados
a aceptar este principio, y por consiguiente dicho pro-
yecto no fué adoptado. Sin embargo, el sentimiento de
la gran mayoría de las delegaciones era favorbalea esa
idea y por lo tanto cinco años más tarde, en la Confe-
rencia de Montevideo de 1933, la situación cambió hasta
tal grado que la convención que incorporaba esta esti-
pulación fué unánimemente aceptada por todas las repú-
2,3

M i c a s americanas. Este suceso demuestra claramente


los dos puntos que se ha tratado de hacer resaltar en
el presente estudio: Primero, que las conferencias no
pueden proceder a una marcha más acelerada que la que los
estados respectivos están dispuestos a seguir; y se-
gundo, que las discusiones entabladas en las conferen-
cias, reflejando la opinión continental, ejercen in-
fluencia en la conducta y política subsiguientes de
los estados. No se pecará de exageración al afirmarse
que la Conferencia de 1928 sirvió para sondear la opi-
nión continental y de esta manera contribuyó a efec-
tuar un cambio de actitud hacia esta cuestión vital y
fundamental, y con ello hizo posible la negociación de
este importante acuerdo en la Conferencia de Montevi-
deo que se celebró cinco años más tarde.
Los temas de carácter económico han predominado en
los programas de las Conferencias Internacionales, pu-
diendo citarse como ejemplos de los mismos la protec-
ción a las marcas de fábrica y a la propiedad indus-
trial e intelectual. El examen de lo hecho con res-
pecto a estos temas en las diversas conferencias sirve
para poner nuevamente de manifiesto lo difícil que es
encontrar una fórmula satisfactoria, que merezca la
aprobación de todos los Estados partícipes. En la Con-
ferencia de México, en 1902, se firmaron dos conven-
ciones, una sobre propiedad literaria y otra sobre pa-
tentes y marcas de fábrica. En 1906 se trató de con-
solidar estos acuerdos en una sola convención sobre
patentes y protección de la propiedad literaria e in-
dustrial; pero en la Cuarta Conferencia, celebrada en
1910, se vió que esta consolidación no daba resultado
en la práctica y, por consiguiente, se firmaron tres
convenciones separadas, sobre marcas de fábrica, pro-
piedad literaria, y patentes. Aunque la convención
sobre marcas de fábrica de 1910 fué ratificada por
todos los Estados representados en la conferencia,
menos seis, fué denunciada posteriormente por varios
Estados pues al ponerla en la práctica los resultados
obtenidos no eran favorables. -Se trató de revisarla
en Santiago, en 1923, pero no se llegó a formular una
convención verdaderamente satisfactoria sobre la pro-
tección de marcas de fábrica sino hasta 1929, año en
24

que se reunió en la Unión Panamericana la Conferencia


Panamericana sobre Marcas de Fábrica. Esta conferen-
cia estaba integrada por expertos técnicos, que hicie-
ron un estudio detenido del problema y prepararon un
convenio que se cree cubre adecuadamente todas las
fases del asunto,
En lo referente a transportes, las conferenicas han
considerado los diversos medios de comunicación, y
han llegado a conclusiones tendientes a facilitar y
regularizar los transportes internacionales entre las
naciones de América. En la primera Conferencia se
adoptó y se puso en vigor una recomendación que creó
una Comisión Ferroviaria Intercontinental, encargada de
estudiar la ruta de un ferrocarril que se extiendiese
desde los Estados Unidos hasta la República Argentina.
El informe de esta comisión es un detallado estudio
del terreno que atravesaría tal ferrocarril, y aunque
éste no se ha terminado, el informe ha sido de gran
utilidad para el estudio y construcción de diversas
líneas de comunicación. El desarrollo del tráfico auto-
motor ha hecho que se incluya tmabién en los programas
de las conferencias panamericanas el estudio de la
vialidad. Estas discusiones han servido indudablemente
para estimular y orientar el desarrollo de este nuevo
medio de transporte. El estudio recientemente termi-
nado sobre la Carretera Panamericana a través de los
países centroamericanos, y los trabajos que al presente
están realizándose en la misma, son consecuencia de lo
acordado en conferencias panamericanas. De la misma
manera, con respecto al medio más moderno y más rápi-
do de transporte, la vía aérea, las repúblicas del Con-
tinente americano han firmado una convención sobre
aviación comercial que se basa en un proyecto previa-
mente redactado por una comisión internacional de ex-
pertos .
Para demostrar lo amplio del alcance de las conf e-
rencias internacionales americanas, cabe mencionar la
atención prestada a los asuntos intelectuales y al de-
sarrollo de relaciones culturales más estrechas entre
las repúblicas americanas. Los acuerdos sobre el in-
tercambio de publicaciones oficiales, científicas, li-
terarias e industriales y sobre el ejercicio de las
25

profesiones liberales, existen ya desde la Conferencia


de 1902, pero es sólo durante los últimos años que se
ha hecho hincapié en las actividades de esa índole y
se les ha dado verdadero estímulo, siendo esto parti-
cularmente notable en la Conferencia de Buenos Aires,
celebrada en diciembre de 1936 en la que se firmaron
varias importantes convenciones de carácter cultural.
Entre esas convenciones una de las más transcendentales
por los efectos que está llamada a producir en el en-
tendimiento interamericano lleva como título: Conven-
ción para el Fomento de las Relaciones Culturales In-
teramericanas. Esta convención dispone que todos los
años cada Gobierno concederá una beca a dos estudian-
tes graduados o maestros de cada uno de los otros paí-
ses, y además que cada gobierno enviará profesores vi-
sitantes a todos los otros países. Si todos los esta-
dos signatarios llevan esta convención a la práctica ha-
brá un intercambio anual de 420 profesores y 840 estu-
diantes entre los países miembros de la Unión Paname-
ricana. El valor de las corrientes intelectuales que se
ponen en movimiento como resultado de ese convenio es
de suma importancia.
Es obvio que no cabe, dentro de los límites de esta
breve reseña, describir el desarrollo de cada uno de
los temas estudiados en las conferencias internaciona-
les americanas. Sólo se ha tratado de mencionar algunos
ejemplos del proceso evolutivo a que están sujetos di-
chos temas, para demostrar que al cambiar los tiempos,
las circunstancias y el punto de vista de los gobier-
nos partícipes, cambian también los resultados de las
conferencias. Además de los temas precitados, podrían
mencionarse otros muchos, entre ellos los procedimien-
tos aduaneros y consulares, la cooperación en asuntos
monetarios y financieros, la salubridad pública y sa-
nidad, la cooperación agrícola, etc. En lo que res-
pecta a muchos de estos temas se han celebrado ya im-
portantes acuerdos y se han puesto en práctica diver-
sas conclusiones que indudablemente han resultado de
gran provecho para todas las naciones americanas; en
otros casos se ha adelantado con menos rapidez debido
a la gran variedad de los intereses afectados y lo
difícil de encontrar una fórmula aceptable a todos.
29

surgir entre ellas. Por el contrario, como se ha ex-


plicado ya, las repúblicas del Hemisferio Occidental
han desarrollado una serie de tratados y convenciones
que ofrecen facilidades adecuadas para el arreglo pa-
cífico de cualquiera controversia internacional que
pueda presentarse. Hasta la fecha ha sido el sentir
de la mayoría que la solución de tales disputas no re-
quiere la creación de un organismo político; que el me-
jor medio de lograr los objetivos del movimiento pana-
mericano es dejando de conferir poderes políticos so-
bre alguno de los organismos existentes o de crear un
cuerpo independiente revestido de tal autoridad .

La reseña que precede es un breve bosquejo histó-


rico del movimiento panamericano y de los órganos me-
diante los cuales se lleva a cabo. No hay nada anta-
gónico en este movimiento a qualquier otra sección del
mundo o a cualquier otra grupo de estados. Es mera-
mente un reconocimiento de los intereses comunes y los
problemas comunes que afrontan las repúblicas del He-
misferio Occidental, y una manifestación de su deseo
y determinación de resolver estas cuestiones por ac-
ción conjunta. Esta es la base del Panamericanismo.

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