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El lenguaje es un modo de vivir que ocurre en el fluir en la convivencia en interacciones de coordinaciones de conductas que
dan origen a más coordinaciones de conductas. En este proceso los objetos surgen como modos de coordinar las conductas, o
mejor, como modos de coordinar haceres que van configurando el mundo de convivencia en que se vive. Así, por ejemplo, una
pelota surge en el chutear, que es un modo de conducirse. Desde otras coordinaciones conductuales que surgen en tomo al
chutear, puede la pelota surgir de trapo, de fútbol, o de piedra.
Los seres humanos convivimos en la continua generación de coordinaciones de coordinaciones de haceres en las que surgen
diferentes clases de objetos que son tales (objetos) sólo en tanto corresponden a coordinaciones de haceres en el fluir del
convivir: una pelota es pelota sólo en tanto se pelotea; un encuentro es juego o pelea según las coordinaciones de conductas
(haceres) que tienen lugar en él. Estos distintos objetos pueden ser concretos como una pelota, o abstractos como jugar. El
resultado es que los seres humanos vivimos en el lenguaje generando distintas clases de coexistencia con distintas clases de
objetos que existen en las coordinaciones de los haceres de esa convivencia. Así, cuando escuchamos las conversaciones de
los comentaristas deportivos o de los comentaristas políticos podemos damos cuenta de que lo que unos y otros hacen es
coordinar sus haceres de modo que uno escucha que hablan de distintas clases de objetos y relaciones entre ellos: por ejemplo,
futbolistas y pelotas (objetos concretos) los primeros, reuniones y leyes (objetos abstractos) los segundos.
En mi opinión, lo humano surge en la historia evolutiva del linaje de primates bípedos, a la que pertenecemos, hace poco más
de tres millones de años atrás cuando el vivir en el lenguajear, como un modo de fluir en la convivencia, comienza a
conservarse sistemáticamente de una generación a otra. Esta conservación ocurre en el aprendizaje de los niños al surgir la
familia como un espacio íntimo de convivencia de cinco a ocho individuos en coordinaciones de coordinaciones de haceres.
De hecho, el camino evolutivo que nos da origen debe haber comenzado hace unos seis millones de años atrás cuando,
debido a cambios climáticos, se retrae la selva africana y aparecen áreas abiertas no boscosas, y entonces algunos primates
arbóreos se hacen terrestres. Como consecuencia de este proceso se inicia un devenir evolutivo en algunos de esos primates
definido por la conservación, generación tras generación, de un modo de vivir que implicaba la progresiva expansión hacia
toda la vida relacionar adulta, de rasgos propios del emocionar de la infancia. Este devenir evolutivo de expansión de rasgos
de la infancia hacia la vida adulta que no es único o propio de nuestro linaje sino que ha ocurrido muchas veces en la historia
de los seres vivos-, se denomina neotenia. Lo central en la expansión neoténica del emocionar de la infancia en nuestro linaje
es la expansión del emocionar amoroso, de total aceptación y disfrute de la cercanía corporal, en la confianza mutua del juego,
que se da en la relación materno infantil de los mamíferos.
Pero, ¿cuáles son los rasgos infantiles que se extienden a toda la vida en la neotenia de nuestro
linaje?
Los rasgos infantiles básicos que se expanden en la vida adulta en el devenir evolutivo neoténico que nos da origen, son los del
emocionar amorosos de la relación matemo-infantil que implican la sexualidad (disfrute de la caricia y cercanía corporal), la
ternura (atención al bienestar del otro u otra), y la sensualidad (apertura al disfrute de la multidimesionalidad sensorial). Pero
estos rasgos por sí solos no nos hacen humanos pues no determinan desde sí el surgimiento del lenguaje. Para que surja lo
humano tiene que surgir el convivir en el lenguaje como un modo de convivir que se conserva de generación en generación en
el aprendizaje de los niños, y para que surja el convivir en el lenguaje tiene que surgir un espacio particular de convivencia
íntima que se viva en las coordinaciones de haceres. En mi opinión, este espacio de convivencia tiene su origen en el
surgimiento de la familia como resultado de la expansión de la sexualidad de las hembras de los primates ancestrales de
nuestro linaje evolutivo.
¿Qué es la sexualidad?
La sexualidad no se relaciona sólo con lo genital. Sin duda surge en el devenir evolutivo de los seres vivos como una
modificación del proceso reproductivo que implica la fusión de dos células. Pero para que esta fusión ocurra tiene que darse
alguna simpatía somática que en los animales implica algún grado mayor o menor de aceptación y disfrute de la cercanía y
contacto corporal. En los mamíferos esto es particularmente evidente en el disfrute y gozo del acto sexual que uno puede ver si
observa su apareamiento sin prejuicios culturales que lo denigren como obsceno. Y ese goce es aun más evidente cuando uno
observa el cortejo que antecede al apareamiento, y no teme ver el placer que viven los participantes. Los seres humanos no
somos distintos en esto a otros mamíferos, ni hemos sido distintos en nuestro origen. Muy al contrario. La neotenia de nuestro
linaje ha resultado en que seamos animales para quienes la expansión de la sensualidad, la expansión de la sexualidad y la
expansión de la ternura, han configurado los fundamentos del bienestar de la convivencia física y espiritual en la pareja, en la
familia, y en la amistad, a través del cuidado por el otro (en la preocupación ética), el disfrute de la belleza (en el gozo
estético), y el disfrute de la colaboración en el hacer y en el pensar (en la convivencia social).
Pero, ¿cómo aparece la familia como ese espacio íntimo donde surge y se conserva el vivir humano
en el convivir en el lenguajear?
La sexualidad -como interés por el disfrute del contacto corporal y genital entre los miembros ancestrales del linaje que nos dio
origen-, debe haber sido de carácter periódico anual para las hembras y de carácter no periódico continuo para los machos,
como sucede actualmente con los chimpancés, nuestros parientes evolutivos más cercanos entre los primates. A nosotros los
seres humanos nos ocurre algo diferente a los chimpancés, ya que entre nosotros, hombres y mujeres, deseamos y disfrutamos
la sexualidad de un modo continuo como un amplio ámbito de gozo y bienestar físico y espiritual, tanto en el contacto corporal
general como en la intimidad genital. Y si no tenemos juicios culturales negativos, lo vivimos como un aspecto natural de
nuestro ser seres humanos, siempre posible y deseable en el vivir cotidiano. El modo de ser sexual humano surge en el proceso
de expansión de la sexualidad de las hembras ancestrales de nuestro linaje, lo que en mi opinión tiene que haber comenzado a
ocurrir hace cerca de cuatro millones de años atrás.
Con la expansión de la sexualidad de la hembra, la sexualidad genital se separa de hecho de la procreación, ya que en el vivir
cotidiano hay muchísimas más ocasiones de sexualidad genital que ocasiones de embarazo. Esto -junto al hecho de que ocurra
como parte de la expansión del ser amoroso de la infancia hacia toda la vida, en el curso evolutivo neoténico a que
pertenecemos-, hace que esta expansión de la sexualidad de las hembras ocurra entrelazada con la sensualidad, y la ternura.
Así, la sensualidad, la ternura y la sexualidad en conjunto, constituyen los tres pilares fundamentales del placer y de la
estabilidad de la convivencia que nos dio origen como seres humanos.