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SIN PASARSE DE LA RAYA

Patrícia Bagán Castilla

El objetivo principal del libro “Sin Pasarte de la Raya” de David Pere Martínez Oró,
consiste en analizar cómo el concepto de normalización ha sido utilizado para definir las
diferentes realidades del consumo de drogas. El concepto de normalización lo presenta
como cuatro grandes aplicaciones: la normalización sociocultural, central en su libro; la
normalización como sinónimo de banalización de los consumos (fenómeno peligroso
según los prohibicionistas); la normalización en el ámbito asistencial (reinsertar
socialmente a los drogodependientes); la normalización jurídica (nueva ordenación
legislativa para superar el marco prohibicionista).

Señala que la normalización se da a dos niveles: uno macrosocial, refiriéndose a los


procesos socioculturales e históricos; y otro microsocial, refiriéndose a los aspectos
interacciónales de los consumidores en la integración social.

Nos muestra cómo el discurso hegemónico prohibicionista ha estado perpetuado por los
intereses políticos y convenios internacionales de fiscalización, y cómo su discurso
moralista lleno de falacias y miedo ha impregnado todo el entramado social. Aunque el
prohibicionismo sigue perpetuado, cada vez adquiere mayor notoriedad los discursos de
reducción de daños o de la normalización.

La normalización vino marcada por el cambio de los compulsivos consumos de la


heroína y los elementos que ayudaron a la normalización fueron: la disminución de la
alarma, la difusión de los consumos, la mayor accesibilidad a las substancias, la
desvinculación de la marginalidad y las consecuencias menos problemáticas del
consumo.

Aunque el escenario de los consumos cambió, en el ámbito de las políticas seguían con
el mismo discurso sobre las drogas. En un primer momento, la respuesta a los nuevos
consumos recreativos fue reproducir el modelo preventivo y asistencial, generando
alarma para alejar a los jóvenes de las drogas. La normalización fue entendida como un
proceso peligroso porque la población más joven toleraba y tenía al alcance las drogas.
Actualmente, la idea del “problema de la droga” nos sigue alejando de un análisis
sensato y crítico del consumo.

En los últimos años, los consumos recreativos se han incorporado en la adultez


manteniendo el discurso de la normalización. Estos consumidores cuando se convierten
en padres y madres, abordan los consumos de sus hijos desde la sensatez y el
pragmatismo, con la finalidad de evitar daños. Este cambio en los consumidores hace
que se difumine aún más el binomio joven-droga, lo que implica que en un futuro
próximo los consumos constituirán una característica propia de nuestra sociedad. De la
misma manera que actualmente distinguimos entre el consumo de alcohol adecuado o
abusivo, con el tiempo, otras substancias como el cannabis o la cocaína, a través del
discurso de la normalidad, permitirá distinguir entre los usos sensatos y los temerarios.
Actualmente el consumo entre los jóvenes desciende y sienten menor atracción por las
drogas, esto es debido a que los consumos ya no son utilizados para transgredir las
normas, ni se utiliza como ritual de paso para llegar a la adultez y es que las drogas ha
dejado de permanecer exclusivamente a la condición juvenil. Estos tres elementos
socioculturales desplazan las drogas como singularidad de la identidad juvenil.

El proceso de normalización, permite dominar el discurso de la regulación para entender


que la moderación y el autocontrol son vitales para obtener placer y mantenerse
normalizado. Éste discurso ayuda a ordenar las prácticas al consumidor, en este sentido,
cuando una persona evalúa los consumos lo hace a partir del discurso de la regulación
tomando como referencia el discurso de la normalización. Creer que los consumos son
normales permite mantenerse normalizado, de lo contrario, entender los consumos como
problemáticos facilita la aparición de problemas.

Un aspecto que ha sido relegado en el ámbito de las drogas es el concepto del placer,
aspecto fundamental para poder explicar los consumos. Confinar el placer en las
investigaciones del campo social, es ocultar intencionalmente un conocimiento al
conjunto de la población. Las investigaciones continúan reproduciendo la ideología
prohibicionista, centrándose en los daños, las adicciones y los problemas, sin espacio
para las investigaciones de otros aspectos positivos como es el placer.

Para explicar el discurso de la normalización se debe prestar atención a los siguientes


elementos: el tiempo, el contexto, la frecuencia, intensidad, las interacciones grupales,
el acceso a la sustancia, los motivos para consumir y las consecuencias negativas. Estos
delimitan tanto el discurso de la normalización como el de la regulación. Los factores
contextuales, socioculturales, históricos y políticos hacen variar continuamente el
discurso de la normalización.

La normalización es un proceso dinámico y cambiante que se va modificando según las


dinámicas socioculturales. Aunque los consumos están cambiando, las políticas
prohibicionistas se mantienen inalterables, manteniendo políticas de drogas
desconectadas de la realidad. El prohibicionismo instaurado, imposibilita la reforma de
las leyes para crear una regulación jurídica ya que argumentan que sería terrible para la
población. Pero la actual situación requiere de una reforma de las políticas de drogas
para controlar la producción, distribución y venta de sustancias, para restar volumen de
negocio a las redes del narcotráfico y acabar con la ineficiencia de los gastos
económicos de las políticas prohibicionistas.

M. Oró en su libro, nos muestra cómo las políticas prohibicionistas han fracasado y es el
momento de cambiar las políticas de drogas. Piensa que a nivel europeo, la regulación
jurídica llegará cuando la normalización sociocultural se convierta en mayoría, en
cambio en Sudamérica, la regulación jurídica es a consecuencia de combatir el
narcotráfico que atenta contra los Derechos Humanos. Hasta que no llegue esta reforma
legal los consumidores no podrán alcanzar la plena normalidad, y si además el Estado
tomara el control, las sustancias se convertirían en una fuente de ingresos y los
consumidores ganarían calidad de vida y libertades.

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