Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
buen estado de mis finanzas. Así pues, creo que la opción más
beneficio de todos.
—¿A qué viene tanto interés en comprar esas tierras? ¿Es que acaso
no tiene bastante con Ardbrock? —Kenneth lo había mirado con fijeza por
encima de su copa.
—Esa propiedad viene con un delicioso regalo. —Había respondido
Dòmhnall—. La señorita Sinclair.
Tuvo que hacer esfuerzos para no atragantarse con su bebida y fue
capaz de disimular su sobresalto. Al menos eso creía porque todo lo
sucedido esa noche estaba cubierto por una espesa bruma que apenas le
permitía recordar lo importante. Y lo importante era que Dòmhnall Baxter,
vizconde de Ardbrock, estaba dispuesto a todo con tal de «beneficiarse»,
ese había sido el término empleado, a la señorita Rowena Sinclair.
—Es la única mujer que me ha rechazado. —Soltó una carcajada—.
Ahora que lo pienso, nos ha rechazado a los dos.
—A mí no me ha rechazado, jamás le he hecho una propuesta.
—Ya me entiende, Kenneth.
—Pues no, tengo el entendimiento un poco espeso, explíquemelo mejor.
—Es de esa clase de mujer que mantiene su honra tras una muralla
fortificada. Será de lo más placentero derribar ese muro. Cuanto más
difícil, mejor, ya debe saberlo.
En ese momento había hecho un gesto obsceno que incluso a Kenneth
McEntrie le había resultado desagradable.
—Primero conseguiré la propiedad que ella quiere y después la tendré
a ella comiendo de mi mano.
—Tendrá que aceptarlo primero, supongo.
—¡Oh! Me aceptará, se lo aseguro. No va a tener más remedio.
Kenneth entornó los ojos con suspicacia y Liam lo miró con una
sonrisa.
—¿En qué estás pensando?
—En la noche que Dòmhnall me desplumó. —Miró a su amigo—. ¿Tú
sabes algo?
—¿Algo de qué?
Kenneth volvió a mirar el camino sin borrar aquella expresión taimada.
—Se me escapa algo y no sé lo que es. Baxter estaba muy seguro de
que… —Se calló a tiempo y desvió la mirada para ocultarle su rostro.
Liam frunció el ceño.
—¿De qué estaba seguro Baxter?
—De nada, no me hagas caso. Ya sabes que tengo una gran confusión
respecto a aquella noche.
—Tienes que centrarte en conseguir el dinero. Si no vas a aceptar que
te lo prestemos, el tiempo corre en tu contra y te estás quedando sin
opciones. Baxter te avergonzará públicamente y estoy seguro de que no se
quedará ahí.
Kenneth suspiró al tiempo que asentía. Aún no podía creer que hubiese
perdido. No es que ganase siempre a todo lo que jugaba, pero al Écarté no
le había ganado nadie hasta esa noche.
—Algo se me ocurrirá —susurró para sí.
Liam lo tenía muy claro, no dejaría que lo humillasen públicamente sin
intervenir, pagaría su deuda si era necesario, aunque eso pudiese costarle su
amistad. Y estaba seguro de que sus hermanos harían lo mismo. Si ponían
mil libras cada uno…
—Deja de pensar en eso —le advirtió Kenneth sin mirarlo—. No voy a
necesitar vuestra ayuda.
—¿Cómo…? —El pelirrojo frunció el ceño alarmado. Realmente
podía leerle la mente.
—Anda —dijo al tiempo que señalaba la bifurcación del camino—, ve
a casa y duerme como un bendito, mientras yo me tumbo a mirar al techo.
—No te deja dormir tu mala conciencia por meterte en camas a las que
no deberías ni acercarte —se burló.
—No siempre me meto en la cama —respondió en el mismo tono y
apretando los muslos agitó las riendas para alejarse de allí rápidamente.
—Serás desgraciado… —masculló Liam antes de tomar su camino.
Capítulo 2
—Querida, ¿no quieres un poco más de mermelada? Es de la que a ti te
gusta, ayer le pedí a Greer que la preparase porque vi que se había
terminado.
—Mmm, mermelada de calabaza, qué delicia —dijo Hamish Sinclair
cogiendo la cucharilla para meterla en el tarro.
Su esposa le dio un ligero manotazo y lo miró con severidad.
—La mermelada es para la niña, tú come otra cosa.
—Mamá —intervino Rowena al ver que su padre cedía sin protestar—,
déjale que coma.
—De ningún modo. Esta es solo para ti. Anda, come, que estás muy
delgada.
Rowena miró a su madre con una desconocida y cálida sensación en el
pecho. Cogió uno de los bollos de canela que tanto le gustaban y untó una
pequeña cantidad de mermelada. Al notar su sabor en la lengua sintió una
extraña congoja que contuvo con gran esfuerzo.
—He pensado que hoy podíamos ir a ver a la modista —siguió Agnes
con una brillante sonrisa—. Necesitas ropa nueva, esa que llevas no luce
como debería, dada tu posición. ¿Verdad que sí, Hamish? La niña necesita
un ropero nuevo.
El hombre asintió con una ligera sonrisa.
—Por supuesto, mi hija tiene que ir bien vestida. Yo me encargo de
cualquier gasto.
Agnes sonrió afable y la miró con una enorme sonrisa.
—Ya lo has oído, no tienes que preocuparte de nada.
—Yo tengo dinero —dijo Rowena algo incómoda—. No hace falta
que…
—De ningún modo —la cortó su madre—, mientras vivas en esta casa
no gastarás ni un penique. Faltaría más, no somos unos padres interesados,
ya lo sabes, todo lo que hacemos es siempre pensando en nuestras hijas.
Rowena dio otro mordisco a su bollo y sintió su corazón tan blandito
como aquella esponjosa delicia.
—Si hoy no tienes nada planeado podríamos ir después de desayunar,
¿qué te parece? —propuso su madre—. Solas tú y yo. Me apetece mucho
pasar más tiempo con mi querida hija. Bastantes años te tuvieron alejada de
mí.
Agnes se sacó un pañuelo de la manga y lo llevó hasta la comisura de
su ojo para secar una lágrima. Después suspiró y volvió a sonreír.
—El color que mejor te sienta es el turquesa, sin duda. Con ese pelo
tan negro que tienes, esos ojos azules y esa piel nacarada resaltará
extraordinariamente. Podríamos empezar a hacerte el ajuar, ¿no crees?
Habrá que preparar de todo, manteles, colchas, sábanas, por no hablar del
menaje…
—Mamá, no voy a casarme.
—¿Cómo que no? ¡Por supuesto que vas a casarte! Qué cosas dices. —
Se rio.
Rowena no respondió y siguió disfrutando del delicioso sabor de la
mermelada de calabaza que tanto le gustaba.
—El vizconde de Ardbrock está muy interesado en ti —intervino su
padre—. Lo vi el otro día en el club y se le notaba en cada palabra que
decía.
—¿Hablasteis sobre mí? —preguntó sorprendida.
—Me preguntó algunas cosas.
—¿Qué cosas?
—Pues qué flores te gustan, si habías tenido alguna proposición
últimamente…
Rowena se sintió incómoda y se removió en la silla.
—Ese hombre es muy buen partido —siguió su padre—. El heredero
del condado y me consta que las cuentas de su padre están de lo más
saneadas. Harías mal en descartarlo.
—Además, es guapísimo —añadió su madre con una enorme sonrisa
—. Tendrías unos hijos preciosos, querida.
—Quiere comprar las propiedades de Nathaniel igual que tú —dijo
Hamish con una sonrisa burlona—. Están claros sus motivos.
Agnes miró a su esposo con expresión sorprendida.
—¿Tanto interés tiene en nuestra niña?
Hamish asintió antes de seguir hablando.
—Solo quería las tierras —intervino Rowena—. La casa iba a
comprarla yo.
—Pero niña —dijo su padre con una sonrisa condescendiente—.
¿Cómo va a querer solo las tierras? ¿Para qué iba a usarlas? No deberías
dudar más, si el vizconde le hace una buena oferta a esa americana, ella la
aceptará.
—Tenemos un acuerdo por la casa y…
—¿Hay algún contrato firmado? —siguió Hamish—. Si no hay
contrato puede hacer lo que más le convenga y ya te aseguro yo que si el
vizconde quiere la propiedad, la tendrá. No es de la clase de hombre que se
deja ganar fácilmente. Mira lo que le pasó a ese soberbio de Kenneth
McEntrie, ahora le debe mucho dinero, y como no pague pronto va a estar
en serios problemas. Su padre estará orgulloso —se burló.
—No se habla de los McEntrie en esta casa —dijo Agnes con cara de
disgusto.
—La cuestión es que, si quieres tener la propiedad de Nathaniel,
tendrás que comprarla entera y cuanto antes.
—Pero no puedo hacerlo, padre, no tengo tanto dinero.
—Claro que lo tienes —dijo su madre sonriendo—. Solo tienes que
vender las que te dejó tu abuela. Ya sabes que a tu padre no le importa,
¿verdad, querido?
—Mi madre te dejó la herencia de los Turner a ti, Rowena, sabía que
nosotros teníamos la de los Sinclair y pensó que era más que suficiente. Yo
no tengo nada que decir al respecto, lo que tú hagas me parecerá bien.
—Pero los Turner eran también tu familia, esa casa significará algo
para ti.
Su padre se encogió de hombros con expresión indiferente.
—Si mi madre hubiese querido que yo me ocupase, me la habría
dejado a mí. Mi casa es esta y tú eres mi hija, te apoyaré en cualquier cosa
que decidas.
—Los dos pensamos que la mejor opción es que lo vendas todo y te
compres las tierras de los Forrester, querida —dijo su madre con suavidad
—. ¿Verdad, esposo?
Rowena miraba a su padre con atención y lo vio asentir con firmeza.
—Es la mejor opción para todos, desde luego.
—¿Para todos? —Rowena frunció el ceño y su padre la miró sonriente.
—Todo lo que es bueno para ti, es bueno para mí, hija. Lo único que
quiero es que consigas lo que quieres.
—Claro que también podrías casarte con el vizconde y dejar que sea él
el que la compre para ti —añadió su madre.
—No me gusta ese hombre, madre.
—¿Por qué? Ya sé que tiene fama de crápula, pero estoy segura de que
una vez casada serías capaz de apaciguarlo. Es un hombre con un futuro
prometedor, además de atractivo y muy rico, no deberías despreciarlo por lo
que se diga de él.
—No tiene por qué casarse si no quiere —dijo Hamish rotundo—.
Hija, si deseas tener la casa y las tierras de los Forrester, no lo dudes, vende
todo lo que te dejó tu abuela sin ningún pesar, ella lo entendería.
—¿De verdad lo crees, padre? La abuela insistía mucho en que las
tierras debían pertenecer a la familia.
El hombre asintió levemente con una mirada extraña que Rowena no
supo cómo catalogar.
—Piensa solo en tu felicidad y no dejes que los muertos determinen tu
futuro —dijo y acto seguido dejó la servilleta sobre la mesa y se levantó—.
Ahora, si me perdonáis, debo atender unos asuntos. Que tengáis una buena
mañana.
Salió del comedor y Agnes miró a su hija con ternura.
—Ya has oído a tu padre, aceptes o no al vizconde, tienes nuestra
bendición para vender las propiedades de tu abuela. Ella se quedó con las
tierras de su familia porque tu abuelo no quería que se convirtiese en una
carga para su hijo. Y también porque detestaba a los Turner —dijo esto
último en un susurro y con una risita malévola—. No tengas el menor cargo
de conciencia por no acatar los deseos de esa mujer. Ella hizo siempre lo
que le dio la gana sin importarle nadie.
—¿El abuelo amaba a la abuela, madre?
—¿Amar? —Su madre se rio como si estuviera ante una niña—. ¿Qué
quieres decir con eso? Vivieron toda una vida juntos y pasaron muchas
calamidades. Ya sabes que a tu abuela se le morían los hijos uno tras otro.
El único que sobrevivió fue tu padre. El amor es una tontería de las novelas
y una hija mía nunca se preocuparía de esas tonterías. Todo lo que merece
la pena cuesta dinero. —Le cogió una mano con cariño—. Céntrate en
conseguir lo máximo posible de la vida, porque es lo que vas a tener hasta
que te mueras.
Rowena asintió convencida, estaba de acuerdo con su madre, tanto en
lo que se refería al amor como en lo tocante al dinero. Sonrió al fin.
—Compraré la propiedad de los Forrester —afirmó rotunda—. La casa
me gusta mucho y el bosque y el lago…
Su madre le dio palmaditas en la mano con suavidad.
—Me alegro mucho, hija. Y por tu abuela, no te preocupes, no creo
que en el infierno se interesen por estas cosas.
—¡Madre!
Agnes se rio a carcajadas ante la horrorizada mirada de su hija.
—Solo importan los vivos, niña, nada más.
Capítulo 3
Dòmhnall miraba a Kenneth McEntrie con expresión de superioridad a
pesar de que el otro no parecía intimidado.
—¿Más tiempo? —El vizconde se sentó en una butaca sosteniendo su
vaso de whisky mientras su inesperado visitante permanecía de pie y sin
quitarse el abrigo.
—Supongo que quiere cobrar su dinero —dijo Kenneth con expresión
serena—. Eso sucederá con más probabilidad si me da un poco más de
margen para llevar a cabo ese propósito.
—Tengo que ausentarme unos días, ¿le parece suficiente tiempo hasta
la última semana de marzo?
Kenneth asintió una vez.
—Cuento con ese dinero para cerrar la transacción de la que le hablé
aquella noche. —Sonrió perverso—. Ahora que lo pienso, cuando me
instale en la antigua propiedad Forrester seremos vecinos. Y recuerdo que
su cuñada, Augusta, y Rowena Sinclair son muy amigas.
Y a mi padre le gusta el vino caliente, pensó Kenneth irritado.
—¿Qué tiene que ver eso conmigo? —dijo en voz alta.
—Con usted, nada.
El otro se mantuvo impertérrito sin apartar la mirada.
—Pero para mí es vital tener esa propiedad cuanto antes. Ya le dije que
pienso casarme y ese será mi regalo de boda.
Kenneth torció una sonrisa malévola.
—Veo que sigue dudando de mis posibilidades igual que aquella noche
—dijo el vizconde endureciendo el gesto.
—No suelo cambiar de opinión fácilmente.
—Será divertido ver su cara cuando sepa que me ha aceptado.
—Tengo la impresión de que la señorita Sinclair tampoco cambia de
opinión fácilmente.
—En realidad, no llegué a pedírselo —dijo el otro cada vez más
irritado.
Kenneth sonrió de nuevo burlón y Dòmhnall contrajo su expresión.
—¿No me cree?
—Por supuesto que le creo.
—¿Y a qué viene esa risita?
Kenneth se puso serio y negó con la cabeza.
—No sé a qué se refiere.
El vizconde apretó los labios, ese hombre despertaba sus instintos
asesinos.
—Quiero mi dinero antes de que acabe marzo —sentenció el vizconde.
Bebió un largo sorbo y lo miró perverso—. La señorita Cadman desea
marcharse en abril y aceptará cualquier oferta que se lo permita. Su dinero
nos satisfará a los dos.
—Lo tendré en cuenta.
Dòmhnall inclinó la cabeza a un lado y lo miró con atención unos
segundos. Después terminó el contenido de su vaso y se puso de pie para
dejarlo sobre una mesilla.
—Supongo que no vendrá a nuestra boda, me consta que no es santo de
la devoción de la familia Sinclair y tampoco de la mía, así que tendrá que
conformarse con lo que le cuenten sus cuñadas.
—No me gustan las bodas.
—Le confieso que a mí tampoco. Yo, al igual que usted, prefiero la
variedad en este tema. —Movió la cabeza pensativo—. Pero ya que
necesito una esposa que me dé hijos, satisfaré mi deseo al tiempo que
cumplo con mi obligación como futuro conde de Ardbrock. Kenneth no se
inmutó y mantuvo su impertérrita expresión a la espera de que continuara
con su discurso.
—Para doblegar a un caballo salvaje no sirve solo montarlo, usted lo
sabe bien —siguió Dòmhnall—. Una vez casados, será una delicia domarla,
¿no cree? Auguro una primera noche épica. Reconozco que me satisface
enormemente desflorarlas, sobre todo si se resisten. Con la señorita Sinclair
será doblemente satisfactorio. Por un lado, está el disfrute habitual, ya sabe.
Pero lo realmente interesante aquí… Mmmm. Esa joven es tan arrogante,
tan inaccesible… Tenerla a mi merced, doblegarla y someterla a mis deseos,
ese será un placer inusitado, fuera de toda comparación. ¿Ha tenido usted
algún caso parecido?
—No encuentro placer en el sometimiento —respondió con serenidad.
Si Dòmhnall Baxter lo conociese mejor sabría que el hecho de que
Kenneth McEntrie utilizase ese tono y que su rostro careciese de expresión
alguna no auguraba nada bueno. Pero Baxter solo sabía lo que la mayoría y
no se percató de que caminaba por terreno peligroso.
—Debería probarlo, le aseguro que no volverá a lo anterior. ¡Resulta
tan satisfactorio!
—Algo he oído.
—¿Algo ha oído?
—Sobre sus gustos.
El vizconde soltó una carcajada.
—No se referirá a lo sucedido con la señorita McPherson. Aquello fue
un malentendido. —Hizo una pausa para reírse un poco más—. Por su
parte, claro, yo tenía muy claro lo que pretendía. Esas jovencitas te buscan,
te provocan y luego, en el momento clave, se echan atrás. —Chasqueó la
lengua—. Eso no está bien y alguien debe enseñarles que no pueden tratar
así a los hombres.
Kenneth respiraba despacio por la nariz mientras sus labios
permanecían sellados. Entornó ligeramente los ojos y escudriñó el rostro de
su enemigo. ¿Estaba intentando provocarlo? Sí, era eso, estaba claro. ¿Qué
pretendía? ¿Quería hacerle perder los nervios? Iba por buen camino, la
verdad, sus manos estaban deseosas de partirle la cara. Pero eso sería muy
estúpido por su parte y acabaría con sus posibilidades para solucionar el
tema de la deuda, sin que su honor quedase en entredicho. Maldita
borrachera, no iba a volver a beber así en su vida.
—Por suerte para mí —seguía Baxter—, tengo a la familia Sinclair de
mi lado. De hecho, están tan deseosos de que se produzca este enlace que
casi me suplicaron. Ese hombre es un pusilánime, ¿no cree? Está totalmente
supeditado a los deseos de su esposa. Menuda lagarta… —Se detuvo con
expresión falsamente avergonzada—. Disculpe mi sinceridad, es que esa
mujer me resulta muy desagradable, ¿a usted no?
—Apenas nos hemos saludado alguna vez.
—Su otra hija estuvo a punto de entrar en su familia, ¿no es cierto?
Estuvo comprometida con su hermano Lachlan. Hay quien piensa, entre los
que me hallo, que en realidad, fue él quien rompió el compromiso y no al
revés como cuenta la versión oficial. ¿Qué pasó en realidad?
—Si tiene interés en saberlo debería preguntárselo a los implicados.
El vizconde asintió repetidamente.
—Tiene razón, discúlpeme por la pregunta. Opino que la señora
Buchanan se parece mucho a su madre, así que puedo entender
perfectamente que su hermano no quisiera casarse con ella. Me atrevo a
decir que, sea quien sea el que rompió el compromiso, él ha salido ganando.
Pero su hermana, Rowena, es sorprendente lo poco que se parece a su
familia. Y el poco afecto que le tienen. Salir de esa casa como mi esposa
será una liberación para ella.
De nuevo aquella sonrisa malévola en el rostro del McEntrie.
—¿De qué se ríe?
—¿Me estaba riendo?
—Sigue pensando que me rechazará.
—Ya le he dicho que no suelo cambiar de opinión.
El vizconde tenía ahora una mirada peligrosa.
—Le aseguro que no le daré opción a rechazarme. Cuando le proponga
matrimonio esta vez, aceptará agradecida.
—Creía que no se lo había propuesto antes. —Kenneth intentó que no
se le notara que se estaba divirtiendo.
Dòmhnall se puso rojo de ira.
—Entonces no era más que una niña y no tomé cartas en el asunto,
pero esta vez no dejaré que se me escape.
Kenneth entornó ligeramente los ojos.
—Un hombre tiene argumentos que ninguna mujer decente puede
eludir —siguió el vizconde para que no quedaran dudas de que estaba
dispuesto a todo—. Solo necesito un momento a solas con ella y le aseguro
que después me suplicará que restaure su honra.
La mandíbula de Kenneth se endureció y su mirada se tornó acerada.
—Nadie mostraría tan alegremente su falta de honorabilidad, así que
debo haberlo entendido mal.
—Soy un hombre decidido y cuando quiero algo no paro hasta
conseguirlo —insistió el otro.
Kenneth se sentía como si se hubiese tragado una barra de hierro
fundido y cuando Dòmhnall le dio la espalda para ir hasta la cajita en la que
guardaba sus cigarros dio un paso hacia él en actitud amenazadora.
—No olvide su deuda —dijo el vizconde como si pudiera leerle el
pensamiento—. Arrastraré su apellido por el fango, no lo dude.
Se detuvo a unos centímetros de él y sus puños se cerraron con tanta
fuerza que la tensión se transmitió a todo su cuerpo.
—Será mejor que se marche. —Dòmhnall se afanaba en encender su
cigarro con una vela y no se volvió a mirarlo—. Ya conoce el camino.
Espero su dinero la última semana de marzo. No lo olvide.
Kenneth salió de allí con una rabia correosa arrastrándose por sus
venas y la promesa muda de un encuentro futuro, mucho menos
satisfactorio para el vizconde de Ardbrock.