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La fe una vez dada por Jack Cottrell
Una traducción al español del libro publicado originalmente por College Press
Publishing Company, Joplin, Missouri bajo el título: The Faith Once for All
Derechos reservados 2002, College Press Publishing Company
Copyright © 2013
Literature And Teaching Ministries
P.O. Box 645
Joplin, MO 64802-0645 E.U.A.
www.latm.info
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citar breves trozos del libro en publicaciones especializadas y dando el debido crédito
con notas al pie de la página, y en la bibliografía.
Traducción: Dennis O’Shee y Dale Meade
Redacción: Bob y Mary Marsh, Guillermo Menjivar, Ralph y Cindy Shead
Revisión: Rafael Gasca; Guillermo Crandall y su equipo de estudiantes
ISBN: 978-1-930992-65-8
H ubo un tiempo en que la teología era llamada “la reina de las ciencias”, y
cualquier buen científico procurará clarificar y justificar su tarea y su método
de investigación antes de iniciar su trabajo como tal. Un estudio amplio de la teología
generalmente comienza con una sección introductoria (algunas veces llamada
“prolegómeno”) que analiza la naturaleza y propósito de la teología como tal. Esta es la
tarea de este capítulo. En él se analiza el concepto, la posibilidad, las fuentes, el
método, y la importancia de la teología.
I. El concepto de teología
El término “teología” no aparece en la Biblia, pero es una palabra perfectamente
apropiada para algo que la mayoría de los cristianos hacen con bastante frecuencia y
que incluso debería hacer más a menudo. La palabra “teología” proviene de dos
palabras griegas: theos, que significa “Dios”, y logos, que significa “palabra,
declaración, alocución, discurso”. Literalmente, entonces, teología es hablar de Dios,
es decir, el acto (o producto) de estudiar, di sertar o escribir acerca de Dios.
En general, el término se refiere a cualquier esfuerzo deliberado por aprender y/o
enseñar acerca de Dios y de su relación con su creación. Ofrecemos las siguientes
definiciones específicas: (1) Como un acto, teología es el estudio de Dios y de todo lo
demás en su relación con Dios, con el fin de formular un cuerpo de verdades a partir de
dicho estudio. (2) En cuanto a su contenido, la teología es el cuerpo de verdades
acerca de Dios y de toda la creación en su relación con Dios.
B. Teología y doctrina
Un término bíblico estrechamente análogo al de teología es la palabra “doctrina”.
Dicha palabra proviene del latín doctrina, “enseñanza”, que viene de docere, “enseñar,
mostrar”. (En latín, un doctor es simplemente un maestro.) En el Nuevo Testamento
griego los sustantivos más equivalentes a “doctrina” son didache y didaskalia
(derivados de didasko, “enseñar”), ambos con el significado de “doctrina, enseñanza”.
Dichos términos pueden significar ya sea el acto de enseñar (p.ej., Marcos 4:2;
Romanos 15:4; 1 Timoteo 4:13; 2 Timoteo 4:2) como el contenido de la enseñanza, es
decir, lo que se enseña (p.ej., Romanos 16:17; 1 Timoteo 1:10; Tito 2:10; 2 Juan 9, 10).
Mientras la RVR60 casi siempre traduce las palabras griegas como “doctrina”, la
mayoría de las traducciones modernas usan en su lugar la palabra “enseñanza”.
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Doctrina y enseñanza son esencialmente lo mismo. De modo que no debemos vacilar en
usar la palabra “doctrina”, ni inquietarnos cuando otras la usan. Simplemente significa
“la enseñanza” en el sentido de “lo que es enseñado, el contenido de la enseñanza”.
¿Cómo se relacionan la doctrina y la teología? Algunas veces estas palabras se
usan intercambiablemente, pero más específicamente podemos distinguirlas de la
siguiente manera. “Doctrina” se refiere a todo el ámbito de la enseñanza cristiana (ver
Hechos 2:42; 2 Timoteo 3:16), la que puede dividirse en las categorías de teología y
ética. Teología es aquella parte de la doctrina o enseñanza cristiana que establece lo
que es cierto (p.ej., Hechos 5:28; 13:12; 2 Timoteo 4:3; Tito 2:1; Hebreos 6:2; 2 Juan
9, 10), mientras que la ética es aquella parte de la doctrina cristiana que establece lo
que es correcto (p.ej., 1 Timoteo 1:10; 4:1, 6, 16; Tito 2:1). La primera trata con ideas
y conceptos verdaderos, y la segunda con acciones y actitudes correctas. De modo que
la teología y la ética son dos ramas de la doctrina cristiana.
Esto muestra que es apropiado usar el término “doctrina” en el contexto de la
teología; de hecho, es inevitable. Esto es especialmente cierto cuando nos referimos a
una doctrina específica, p.ej., la doctrina del Espíritu Santo o la doctrina del pecado.
Toda teología es doctrina, aun cuando no toda doctrina es teología (es decir, parte de
ella es ética).
A. La definición de la verdad
Pilato es famoso por hacer la pregunta, “¿Qué es la verdad?” (Juan 18:38).
Probablemente la pregunta no estaba esperando como respuesta una lista de
declaraciones verdaderas, sino que representaba más bien el intento por conocer la
B. La negación de la verdad
Probablemente el rasgo más persuasivo y de largo alcance del pensamiento
occidental de los siglos 20 y 21 es la negación de la verdad absoluta. Esta es una
característica de nuestra cultura en general, la que es llamada de diversas maneras,
p.ej., situacionismo, multiculturalismo, pluralismo, diversidad, inclusivismo y
posmodernismo. El nombre genérico para dicha negación es relativismo, que
simplemente significa que la así llamada “verdad” de cualquier declaración dada es
relativa a las circunstancias en la que es pronunciada. Una declaración particular puede
ser cierta para usted, ahora; pero puede no ser cierta para alguien más ahora, o incluso
para usted mismo más tarde.
La mayoría de las principales filosofías desarrolladas en el siglo veinte son
filosofías del relativismo, incluyendo la filosofía analítica, la filosofía del proceso, el
existencialismo, el pragmatismo, y el postmodernismo. El pragmatismo, por ejemplo,
dice que una idea es cierta sólo si funciona. William James, uno de los fundadores de
esta filosofía, dijo, “Lo verdadero . . . es solamente el expediente en el camino de
nuestro pensamiento, tal como ‘lo recto’ es sólo el expediente en el camino de nuestra
conducta”. Por ejemplo, “Sobre principios pragmáticos, si la hipótesis de Dios opera
satisfactoriamente en el más amplio sentido de la palabra, entonces es cierta” (145,
192).
La moda relativista más reciente es el postmodernismo. Dice que cualquier punto
de vista sobre cualquier tema es permisible y debe ser tolerado (es decir, permisible
para ser válido) excepto uno: el punto de vista de que existe algo absoluto, una verdad
objetiva. Por ejemplo, una defensa del postmodernismo lleva el título: “No existe tal
cosa como verdad objetiva, y menos mal que es así” (Kenneson, 155-170).
En estudios hechos durante la segunda mitad de la década de los 90, George Barna
encontró que cerca de tres cuartos de la población de los Estados Unidos no creía en la
verdad absoluta. Descubrió que lo mismo era cierto de casi dos tercios de aquellos que
se consideraban a sí mismos cristianos evangélicos.
Cuando se niega, por supuesto, la posibilidad de la verdad en general, esto incluye
también la negación de la posibilidad de la verdad teológica y la adopción del
relativismo doctrinal. Cuando esto se aplica consistentemente, lleva al rechazo de la
verdad absoluta y exclusiva del cristianismo como tal, y la aceptación de todos los
puntos de vista religiosos como igualmente válidos. Incluso entre aquellos que están
comprometidos con la fe cristiana, la influencia del relativismo ha llevado a muchos a
declarar, “¡No hay una única manera correcta de interpretar la Biblia!”
Entre numerosos ejemplos, encontramos a William Baird, un erudito de los
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Discípulos de Cristo. El reprende a cualquiera que supone que “tiene el verdadero plan
y programa para el cuerpo de Cristo” basado en la enseñanza bíblica. El problema con
esto es que, incluso si tal persona “puede citar capítulo y versículo, se halla
involucrada la interpretación humana. La interpretación de la sabiduría divina es
necesaria, pero el factor que transforma esta sabiduría en necedad es la noción de que
un entendimiento particular es verdadero” (57).
Otro ejemplo es la declaración por Fred P. Thompson:
El espíritu del movimiento Campbelliano es un espíritu de apertura y generosidad hacia todos. Nunca
hemos pretendido ser los únicos cristianos. Hemos rehusado señorear en juicio sobre la legitimidad de la fe
de otro. . . . No se aplican pruebas doctrinales dentro de nuestra comunión (al menos nadie debería
hacerlo) para determinar la ortodoxia de cada uno (15).
C. La defensa de la verdad
Con el fin de establecer la posibilidad de la teología en el sentido de la sana
doctrina, debemos mostrar las falacias involucradas en el relativismo. En general el
relativismo se contradice a sí mismo desde el comienzo, puesto que su máxima, “no
existe la verdad absoluta”, pretende ser tomada como verdad absoluta. Además, como
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señala Elton Trueblood, la existencia de la verdad objetiva es establecida claramente
por la existencia bien difundida y universalmente reconocida del error. Los periódicos
imprimen correcciones y retractaciones relativas a errores; los estudiantes dan
respuestas erróneas en sus exámenes; todos hemos cometido errores de memoria.
Incluso el que más ardientemente niega la verdad, se queja cuando alguien toma su
maletín por error. Pero como explica Trueblood, “¡No podemos estar equivocados a
menos que haya algo de qué equivocarse!” A menos que exista la verdad, no puede
haber tal cosa como errores o fallas (47-50).
En nuestra defensa de la verdad debemos primero señalar varios mitos con
respecto a la certeza de un 100%. El primero sostiene que la falta de certeza de un
100% es lo mismo que el relativismo. Los seres humanos finitos pueden tener una
certeza de un 100% solamente sobre materias formales de matemáticas y lógica; la
situación egocéntrica impide la certeza acerca de cualquier asunto de hecho. Así es
simplemente la naturaleza del conocimiento humano. Estamos limitados a la
probabilidad en todos los asuntos de hecho. Es un serio error, sin embargo, igualar
probabilidad con incertidumbre, y pensar que la probabilidad es de alguna manera
equivalente al relativismo. Hay diferentes grados de probabilidad; y donde la evidencia
y la lógica muestran que una declaración es cierta con un alto grado de probabilidad,
negarlo es irracional tanto como inmoral. Podemos establecer en realidad que algunas
cosas son ciertas “más allá de una duda razonable”.
Un segundo mito relacionado es el que dice que, “Necesitamos una certeza de un
100% antes de poder actuar o comprometernos decisivamente con ciertas creencias”.
Las personas generalmente invocan este mito cuando quieren rechazar algo, incluso
cuando la evidencia para todo fin práctico es abrumadora. (“¡Usted no puede probar
más allá de toda sombra de duda que fumar causa cáncer!” “¡No puede probar con una
certeza de un 100% que Jesús resucitó de los muertos!”) Pero la falta de certeza de un
100% es a menudo sólo un tecnicismo, y no es una barrera legítima para la creencia y la
acción. No necesitamos una certeza absoluta para tener una alta probabilidad y, en
consecuencia, una certeza moral y práctica.
Un tercer mito es la creencia de que la certeza de un 100% acerca de asuntos de
hecho es definitiva y absolutamente imposible bajo cualquier circunstancia. Esta es la
idea que sostiene que no hay tal cosa como una “perspectiva de ninguna parte”. ¿Por
qué es esto un mito? Porque la certeza de un 100% —— o sea, la verdad absoluta ——
es posible, si hay alguien que no está obligado por la situación egocéntrica. Y tal ser sí
existe: Dios. La realidad de lo absoluto, la verdad objetiva se basa en el hecho de que
existe un Dios Creador trascendente.
De manera que la base fundamental de la verdad es la existencia de Dios. El
hombre es finito, limitado por su situación egocéntrica; pero no es así con Dios. Dios es
escritas en rojo de los evangelios tienen alguna significación única para la teología. La
Biblia entera es la Palabra inspirada y autoritativa de Dios.
Sin vacilar, entonces, concluimos que la Biblia cristiana en todas sus partes es la
única norma de la teología.
V. La importancia de la teología
En su libro No Place for Truth (Sin lugar para la verdad), David Wells lamenta
“la desaparición de la teología de la vida de la iglesia” (95). La incapacidad de
entender la importancia que ella tiene, ha conducido a un considerable descuido de la
teología entre los cristianos.
A. El descuido de la teología
Algunas razones de este descuido son culturales. Por ejemplo, la creciente
influencia del relativismo hace que la doctrina parezca menos significativa. Henry
Thiessen (23) dice que la razón del “gran prejuicio contra la doctrina” es “la duda en la
actualidad en cuanto a si podemos alcanzar alguna conclusión en este campo que pueda
considerarse cierta y final”. Cualquiera que cree que todo es relativo y que todo está
cambiando constantemente “sostiene que es inseguro formular y fijar conceptos acerca
de Dios y la verdad teológica. Si así lo hiciera hoy, mañana puede verse obligado a
cambiar sus opiniones”. Las falacias del relativismo ya han sido tratadas previamente.
Otra razón cultural que explica el descuido de la teología es el espíritu del anti-
intelectualismo, la desconfianza en la razón como tal. Hemos estado condicionados por
la televisión a preferir imágenes en vez de palabras, a ser entretenidos pasivamente en
rápidas dosis en vez de concentrarnos activamente sobre diversos temas mediante el
estudio continuo. Preferimos concentrarnos en lo experiencial y en lo místico en vez de
lo intelectual. Queremos “conocer a Cristo personalmente” en vez de preocuparnos de
temas doctrinales acerca de él. ¿El resultado? “Mencione la palabra ‘doctrina’ desde el
púlpito o en cualquier reunión de cristianos y se encontrará con bostezos, toses
nerviosas, y miradas de fastidio casi antes que se termine de pronunciar la palabra. Los
adjetivos con que la mayoría de las personas describen la ‘doctrina’ son: aburrida,
árida, horrible, monótona” (Greenlee, Basics, 15-16).
Algunas razones para descuidar la teología son, irónicamente, teológicas. Un
pobre concepto de la Escritura, por ejemplo, hace de la empresa teológica algo de
menor urgencia. Cuando uno niega la palabra revelación o inerrancia bíblica, es difícil
De manera que “el primer deber del cristiano es entender la teoría correcta ——
doctrina correcta —— y así implementar la práctica correcta. Este orden ——
primero la teoría, luego la práctica —— es tanto lógica como bíblica”.
B. La necesidad de la teología
En contraposición a este amplio descuido de la teología, afirmamos en su lugar su
necesidad. Ofrecemos aquí varias razones de porqué es importante e incluso necesario
estudiar la Biblia sistemáticamente.
Primero, la teología es una ayuda para una exégesis sana. La exégesis versículo
por versículo y la teología tema por tema permanecen en una relación dialéctica. Cada
una progresa con la ayuda de la otra. Así como la buena exégesis nos proporciona los
datos apropiados para la teología, así también el conocimiento teológico guía a la
exégesis y le da profundidad a los comentarios y a la predicación expositiva.
Tratar de hacer exégesis de un texto difícil sin estar consciente de la enseñanza
global de la Escritura sobre los temas involucrados, puede conducir a distorsiones y a
interpretaciones evidentemente falsas. Por ejemplo, tratar de entender la descripción de
Cristo como “el principio de la creación de Dios” (Apocalipsis 3:14) sin estar
consciente de la enseñanza general de la Escritura sobre la persona de Cristo podría
llevar a uno a decidir que Cristo fue simplemente la primera cosa creada (ver
Arrianismo, Testigos de Jehová). O bien, tratar de interpretar Hebreos 6:4-6 sin un
entendimiento sistemático más amplio de la apostasía, podría llevarnos a la falsa
conclusión de que aquellos que se alejan de Cristo nunca pueden volver a él.
Segundo, la teología es necesaria como una protección global contra el error, la
herejía, los cismas, y el surgimiento de sectas. Los falsos sistemas de pensamiento
generalmente comienzan con la incapacidad de entender todo lo que la Escritura dice
acerca de ciertos temas (ver párrafo previo). Thiessen (28) declara, “El hombre que no
posee un sistema organizado de pensamiento se halla a merced del que sí lo tiene”. En
las palabras de Bockmühl (45),
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La falta de doctrina deja a la predicación de la iglesia . . . sin reexaminación, y por lo tanto, sin posible
corrección. Puesto que la carencia de teología implica también carencia de tradición y relación con los
padres de la iglesia, así también se pierde la corrección dada en el transcurso de la historia del cristianismo.
La iglesia debe rendirse al reinado del subjetivismo. Es probable que así caiga víctima de personalidades
individuales fuertes, y a la herejía y división.
[1]Aceptamos esta conclusión como el resultado válido de la apologética cristiana, sin intentar establecer o resumir
aquí el procedimiento.
[2] Ver McDowell, Evidence (Evidencia), Craig, Fe; Gardner, Christianity (Cristianismo).
[3] Ver mi discusión sobre la falacia cristológica en GC, 163-191, especialmente 166-171, 175, 186-191.
“¡E lesSeñor vive!” declara David en el Salmo 18:46. Que Dios es el Dios vivo,
un tema frecuente en la Biblia (GC, 388-389). Por ejemplo, “Mi alma
tiene sed de Dios, del Dios vivo” (Salmo 42:2). “Hemos fijado nuestra esperanza en el
Dios vivo” (1 Tesalonicenses 4:10), aquel que “tiene vida en sí mismo” (Juan 5:26).
Que Dios está vivo incluye más que el simple hecho de su existencia. Se refiere a su
existencia como Espíritu, como un ser personal dinámico y activo. Significa que él
existe para su pueblo, pronto para ir en su ayuda y actuar en su defensa, y bendecirlo
por causa de su nombre.
El énfasis bíblico sobre Dios como el Dios vivo reafirma el hecho de que él y
sólo él existe; todos los así llamados dioses de las naciones son simplemente ídolos,
objetos sin vida (Salmo 115:5-7; Jeremías 10:5; Habacuc 2:18-19). El Dios de la
Biblia es “el único Dios verdadero” (Juan 17:3), aquel que crea y aquel que redime.
“Porque tú eres grande y hacedor de maravillas; sólo tú eres Dios” (Salmo 86:10). Sus
poderosas obras son suficiente evidencia de su existencia (GC, 390-419).
En un sentido, la existencia de Dios es auto-evidente e intuitiva: la creación entera
declara su poder y gloria (Salmo 19:1; Romanos 1:20). Pero en otro sentido, podemos
comenzar con nuestra observación de la existencia y la naturaleza del mundo que nos
rodea, y entonces construir argumentos que prueben la existencia de Dios sólo mediante
el uso de la razón humana. Estos argumentos son llamados “pruebas teístas,” y serán
resumidos a continuación.
I. El argumento ontológico
El argumento ontológico (GC, 420-422) de la existencia de Dios es la única
prueba puramente demostrativa. Es estrictamente lógico, basándose en la ley de la no-
contradicción. Es una prueba a priori, lo cual significa que no depende de la
observación de ninguna realidad particular. Comienza solamente con el concepto de
Dios, definido de cierta manera. Dado este concepto particular, esta prueba argumenta
que una negación de la existencia de Dios es auto-contradictoria. El concepto mismo de
Dios implica su existencia.
La forma básica de este argumento fue establecida por Anselmo (c. 1033-1109).
Procede de la siguiente manera: (1) Dios es un ser acerca del cual nada más grande
puede concebirse, es decir, él es el ser más grande que se pueda concebir. (2) Dios
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puede concebirse de diferentes maneras. Por ejemplo, podemos concebirlo como
existiendo solamente en la mente, solamente como una idea. Pero podemos también
concebirlo en la realidad, así como en nuestra mente. (3) Esto último obviamente es
más grande que lo primero, es decir, es más grande existir en la realidad que existir
solamente en la mente. (4) Por lo tanto, puesto que Dios es el más grande ser
concebible, él debe existir en la realidad así como en nuestra mente. De otra manera, él
no es el ser más grande concebible. Mediante un argumento similar, Anselmo ofreció
prueba no sólo de la existencia de Dios sino también de su existencia necesaria.
Otros desde Anselmo han defendido versiones del argumento ontológico,
destacándose Descartes (1596-1650) y filósofos del siglo veinte, como Charles
Hartshorne y Norman Malcolm.
En mi opinión, este argumento es incapaz de probar la existencia de Dios por
varias razones. Es muy significativo que Immanuel Kant (1724-1804), hace mucho
tiempo, sostuvo correctamente que era imposible argumentar simplemente a partir del
concepto de una cosa hasta su realidad. Podemos argumentar que el concepto de Dios
necesariamente implica el concepto de su existencia, incluso el concepto de su
existencia necesaria. Pero nos encontramos todavía en el ámbito de los conceptos. El
hecho de que haya una conexión necesaria entre ciertas ideas ello no requiere una
transición desde una idea hasta la realidad. La necesidad lógica no implica una
necesidad ontológica. Lo más que puede concluirse a partir del argumento ontológico es
que si Dios existe, él existe necesariamente. Pero si Dios existe, ello debe determinarse
sobre otras bases.
A lgunos pueden considerar presuntuoso que seres finitos pretendan ser capaces
de conocer al Dios infinito. Zofar, el naamatita amonestó a Job de esta manera:
“¿Descubrirás tú los secretos de Dios? ¿Llegarás tú a la perfección del Todopoderoso?
Es más alta que los cielos; ¿qué harás? Es más profunda que el Seol; ¿cómo la
conocerás?” (Job 11:7-8).
Hay cierta verdad en estas palabras. Por cuanto es infinito y transcendente, Dios
se hallaría para siempre más allá de nuestra capacidad para descubrirlo y conocerlo si
él decidiera permanecer oculto de nosotros (GC, 306-312). Pero ese nunca ha sido su
propósito; Dios quiere que nosotros lo conozcamos, y por eso él se ha revelado a Sí
mismo a nosotros. Aunque nunca tendremos un conocimiento completo de Dios[1],
podemos tener realmente un conocimiento verdadero de él gracias a su propia iniciativa
de gracia. Como dice Isaías 11:9, “Porque la tierra será llena del conocimiento del
Señor, como las aguas cubren el mar”.
El propósito de este capítulo es examinar el medio por el cual podemos tener un
verdadero conocimiento de Dios. El proceso comienza con el hecho de la revelación, a
través de la cual Dios da a conocer su persona, su verdad, y su voluntad a los seres
humanos. Continúa con el hecho de la inspiración, que es la influencia divina a través
de la cual Dios garantiza que aquellos que reciben la revelación especial la pueden
transmitir con exactitud al resto de nosotros. Y culmina el proceso con la producción de
una colección de documentos escritos que son absolutamente exactos y divinamente
autoritativos —— una colección que llamamos “La Biblia”.
El contenido de este capítulo es básicamente la sección de la teología sistemática
que algunas veces llamamos bibliología, o un estudio de lo que la Biblia enseña acerca
de sí misma. Se explorarán cuatro tópicos: la revelación, la inspiración, la inerrancia, y
la autoridad.
I. La revelación
Nuestro conocimiento de Dios comienza con la acción divina de la revelación. La
revelación como un acto o proceso es representada por muchos términos bíblicos,
incluyendo galah, “develar, descubrir, revelar, aparecer” (p.ej., Deuteronomio 29:29; 1
Samuel 3:21; Isaías 40:5); apokalypto, “descubrir, revelar, develar, traer a la luz”
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(p.ej., Mateo 11:25, 27; 1 Corintios 2:10; Efesios 3:5); gnorizo, “hacer conocido,
revelar” (p.ej., Lucas 2:15; Efesios 1:9; 3:3); phaneroo, “revelar, manifestar, hacer
conocido” (p.ej., Romanos 1:19; 3:21; Tito 1:3); y propheteuo, “profetizar, proclamar
un mensaje de Dios” (p.ej., Mateo 11:13; 15:7; 1 Pedro 1:10). Los sustantivos
correspondientes relativos a la revelación como producto del acto, incluyen
apokalypsis, “revelación, descubrimiento” (p.ej., Romanos 16:25; Gálatas 2:2;
Apocalipsis 1:1); y propheteia, “profecía, mensaje de Dios” (p.ej., Mateo 13:14; 1
Pedro 1:20-21; Apocalipsis 1:3).[2]
Estos términos son importantes, pero la doctrina de la revelación se basa en algo
más que sólo estas y otras palabras relacionadas. La realidad de la revelación divina es
un tema que permea toda la Escritura. No hay un intento por justificarla o explicarla; el
hecho de que Dios se comunica con sus criaturas simplemente se asume y se presenta
como algo natural y esperado.
A. Formas de revelación
Dios se da a conocer a los seres humanos de variadas maneras, las cuales pueden
clasificarse en dos categorías principales: la revelación general y la revelación
especial. La primera es llamada revelación general por dos razones. Una razón es que
dada su naturaleza, esta revelación se halla disponible a toda la humanidad en general.
La otra razón es que ella es la fuente sólo de un conocimiento general acerca de Dios.
Esta revelación llega a los seres humanos de dos maneras. Primero, el mundo
creado que nos rodea testifica del poder y la gloria del Creador. “Los cielos cuentan la
gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos” (Salmo 19:1; ver vv. 2-
6). Pablo y Bernabé les declaran a los idólatras de Listra que ellos deberían haber
conocido al verdadero Dios, porque él “no se dejó a sí mismo sin testimonio, haciendo
bien, dándonos lluvias del cielo y tiempos fructíferos, llenando de sustento y alegría
nuestros corazones” (Hechos 14:17). En Romanos 1:19-20 Pablo declara que incluso
los paganos deben responder ante el verdadero Dios, “Porque lo que de Dios se conoce
les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno
poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo
entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa” (ver GC,
324-329).
Además de la revelación que proviene de la creación que nos rodea hay también
un elemento de revelación general en el corazón de cada hombre. Romanos 2:14-15 nos
dice que incluso los gentiles que no tienen acceso a la revelación bíblica conocen la ley
de Dios y serán considerados responsables de ella. “Porque cuando los gentiles que no
tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley
para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones”. Esto significa
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que en virtud del hecho de que somos creados a imagen de Dios, sabemos
instintivamente que ciertos actos son buenos y otros son malos. Este es el conocimiento
innato de la ley moral básica de Dios (Romanos 1:26-32). (Ver GC, 329-336.)
El resultado de esta revelación general es que todo adulto normal tiene un
conocimiento de Dios como Creador, Soberano y Legislador, y un verdadero
conocimiento de su voluntad básica para sus criaturas humanas. Negar a Dios y
despreciar su ley ante la revelación general es un caso de obstinación, una supresión de
la verdad conocida (Romanos 1:18-32).
La revelación general es un don maravilloso que los cristianos deberíamos honrar
y atesorar, pero tiene sus limitaciones. Es limitada en su forma porque no es verbal y,
por lo tanto, menos precisa que la revelación que nos llega en forma de palabras. Es
también limitada en su contenido. Nos habla del poder del Creador, pero no nos dice
que el Creador es una Trinidad —— tres personas en una misma naturaleza. Nos dice
que debemos responder ante Dios como nuestro Legislador y Juez, pero no nos informa
que él está dispuesto a manifestar su gracia a los pecadores. Aunque algunos piensan de
otra manera, no hay nada en la revelación general acerca de la salvación, acerca del
Salvador, y acerca de cómo puede ser salvo un pecador.
Finalmente, la revelación general es limitada en su efectividad. Y la razón es que
el pecado ciega nuestra visión y endurece nuestro corazón hacia ella, haciéndonos
suprimir su claro mensaje (Romanos 1:18-25). Como pecadores, no podemos confiar en
ser objetivos en el ejercicio de nuestra intuición moral que se deriva de la ley escrita
en nuestros corazones. La revelación general tiene también una efectividad limitada
porque el pecado ha corrompido el mundo natural, haciendo que éste envíe señales
contradictorias (Romanos 8:18-23). La presencia de males naturales en el mundo, como
tornados y virus asesinos, parece nulificar el testimonio positivo que ahí se encuentra.
Pero incluso aparte de estos factores, la revelación general es limitada en su
efectividad porque no nos provee el conocimiento de Dios como Redentor ni el
conocimiento de la redención misma, siendo así incapaz de guiar a los pecadores a la
salvación. Esto significa que aquellos que no tienen acceso a la revelación especial de
la gracia de Dios, tal como se encuentra en el evangelio, no pueden ser salvos.[3] Este es
el punto importante que Pablo trata en Romanos 1:18-32; 2:14-15; 3:9-20.[4] Esta es la
razón por la que la obra misionera es tan imperativa.
Existe también una razón importante de porqué Dios va más allá de la revelación
general y nos provee una segunda clase de revelación, a saber, la revelación especial.
Esta es una revelación que no está a disposición de todas las personas en todas las
épocas de la misma manera, sino que es dada más bien en casos específicos, y en
tiempos y lugares específicos, a personas específicas. Nos proporciona también el
conocimiento más específico acerca de Dios y acerca de la condición humana que el
A. ¿Qué es inspiración?
Cuando Dios usa un portavoz o profeta para entregar un mensaje a otras personas,
dicho proceso tiene lugar en dos etapas distintas. Primero, Dios pone de alguna manera
el mensaje en la mente del profeta. Este es el acto de revelación. Segundo, el profeta
entrega este mismo mensaje revelado a otros, ya sea en forma oral o escrita. De modo
que el contenido de la revelación dada a nosotros en la Biblia se origina en Dios, pero
es mediada para nosotros por otros seres humanos.
Esto plantea la cuestión de la exactitud del mensaje mediado. Podemos por cierto
confiar en que Dios ha revelado correctamente el mensaje a los profetas en la primera
etapa, pero ¿cómo podemos confiar en que el profeta nos ha transmitido en forma exacta
el mensaje? Lo que es más importante, ¿cómo puede Dios mismo confiar en que los
profetas recordarán todo lo que Dios les ha dicho y preservarán todo con exactitud y no
cometerán errores al transmitir su mensaje a otros? Después de todo, aunque Dios es
infinito en su conocimiento y poder, y es infalible en todo lo que dice, los seres
humanos son finitos y limitados, y se hallan expuestos a lapsus de memoria y a errores.
¿Cómo puede Dios estar seguro que sus palabras son mediadas con exactitud?
La respuesta se encuentra en lo que se ha llamado comúnmente inspiración.
Usualmente decimos que la Biblia es inspirada, o dada por inspiración de Dios. Esto es
algo bastante distinto de la revelación. Mientras la revelación es la acción de Dios en
la primera etapa de la comunicación de su mensaje a través de los portavoces, la
inspiración es su acción en la segunda etapa. En esta segunda etapa, cuando el portavoz
se encuentra en la etapa de transmitir el mensaje (sea oral o escrito), Dios está
ejerciendo un poder o influencia sobre esa persona de tal manera que garantiza que lo
que ella dice será lo que Dios quiere que diga. Esta influencia es lo que llamamos
inspiración.
En este punto se puede ofrecer una definición formal de inspiración: inspiración
es la influencia sobrenatural ejercida por el Espíritu Santo sobre los profetas y
apóstoles que los capacitó para comunicar sin error u omisión las verdades recibidas a
través de la revelación o de otra manera, que Dios estimó necesarias para nuestra
C. El alcance de la inspiración
Hemos dicho previamente que aunque no toda la Biblia es revelada, toda ella es
inspirada; y esta inspiración divina es la fuente máxima de la autoridad de la Biblia.
Pero algunas veces se han hecho intentos por limitar el alcance de la inspiración misma.
Por ejemplo, algunos han dicho que la inspiración se aplica a los mensajeros, pero no a
su mensaje; el efecto sería que el mensaje de alguna manera tendría fallas. Pero de
acuerdo a la propia enseñanza de la Biblia, la inspiración se aplica tanto a los
mensajeros como al mensaje. En 2 Pedro 1:20-21 los profetas mismos son aquellos a
quienes el Espíritu Santo dirige su influencia divina. Pero esto sólo es un medio para
lograr un fin, siendo el fin la inspiración de sus escritos, de los que se declara que son
inspirados por Dios (2 Timoteo 3:16).
Otro intento de limitar la inspiración es la idea de que ella se aplica solamente a
los pensamientos de los profetas y apóstoles, y no a las palabras que ellos usaron para
comunicar dichos pensamientos. Sin embargo, esto no es consistente con la enseñanza
bíblica. En 2 Timoteo 3:16, la inspiración se aplica a la “Escritura”, es decir, el
producto escrito. ¿Qué es lo que está escrito? No sólo pensamientos, sino palabras.
Gálatas 3:16 indica que incluso la forma de una palabra (singular en vez de plural) es
significativa. Jesús dice que incluso una letra y una tilde son importantes (Mateo 5:18).
En 1 Corintios 2:13 Pablo incluye específicamente las palabras de los mensajeros de
Dios dentro de la esfera de lo que es “enseñado por el Espíritu”. Sicológicamente es
difícil, si no imposible, separar los pensamientos de las palabras.
Puesto que se aplica a las palabras mismas de la Escritura, podemos decir que la
inspiración es verbal. Este es, sin embargo un punto muy importante: la inspiración
verbal no implica que cada palabra de la Biblia es dictada por el Espíritu Santo[9];
significa solamente que éste cuida y aprueba cada palabra. De manera que la
inspiración verbal permite la variedad al informar sobre el mismo evento (como en los
Evangelios) o al establecer el mismo pensamiento, y permite a los escritores usar sus
propios vocabularios y estilos de escribir.
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En último análisis, es irrelevante si la inspiración no es verbal, puesto que su
propósito mismo es asegurar la exactitud del mensaje de la verdad comunicado
verbalmente.
Un tercer intento por limitar el alcance de la inspiración es decir que ella se
aplica a las partes didácticas o teológicas de la Biblia, pero no a sus detalles
históricos y geográficos. Esta limitación también debe rechazarse; la inspiración se
aplica a todas las partes de la Biblia y a toda clase de escrito que ella incluye, llámense
históricos, geográficos, científicos, o personales. Puesto que el Espíritu Santo guió a
los escritores, entonces todo lo que ellos escribieron debe tener la aprobación del
Espíritu. La inspiración es por lo tanto llamada plenaria, es decir, completa e
inclusiva. Como dice 2 Timoteo 3:16, toda la Escritura es inspirada por Dios.
Esta afirmación de una inspiración verbal y plenaria de la Biblia se aplica
directamente sólo al texto original tal como se escribió la primera vez. Las copias y
traducciones son inspiradas en un sentido real pero indirecto, en tanto ellas representen
con exactitud el contenido del texto original.
D. El modo de la inspiración
Algunas veces este concepto conservador de la inspiración es llamado
despectivamente “el concepto del dictado”, como si los escritores humanos hubiesen
sido simples máquinas que el Espíritu usó como grabadoras. Pero tal etiqueta es
errónea e irresponsable. Sin duda el Espíritu Santo fue el agente divino en la
inspiración: ver 2 Samuel 23:2; Juan 16:12-15; 2 Pedro 1:21. Pero el modo o método
exacto de la inspiración —— cómo operó el Espíritu para influir en los escritores ——
no es explicado en la Escritura. Sin duda varió desde el dictado hasta la supervisión
general. El dictado fue apropiado donde se hizo necesaria la revelación de información
totalmente desconocida o nueva. La supervisión general fue suficiente para impedir el
error u omisión donde la información ya le era conocida personalmente al escritor
(p.ej., Lucas 1:1-4; Romanos 1:1-15). En ambos casos, es el hecho de la inspiración,
no el modo, lo que importa. Nuestro interés no se centra en la naturaleza del proceso
sino en la naturaleza del producto.
Cualquiera sea el modo de participación del Espíritu, la inspiración de la Biblia
no descarta la participación genuina y consciente de los escritores humanos. Sus
personalidades naturales permanecían totalmente operativas incluso cuando se hallaban
bajo la influencia divina. No eran instrumentos pasivos o mecánicos, ni tampoco se
hallaban en un estado místico o en trance. Ellos hablaron y escribieron usando sus
propios vocabularios y estilos, expresando a menudo sus propios pensamientos. De esta
manera, el Espíritu y los escritores humanos trabajaron juntos, con el Espíritu
determinando finalmente las palabras que habían de quedar registradas. Una ilustración
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al respecto sería una persona que está aprendiendo a manejar en un auto con controles
duales. Al estudiante se le da plena libertad mientras se dirige a donde se supone que
debe ir, pero el instructor puede tomar el control del proceso si hay algún problema
inminente.
E. El resultado de la inspiración
¿Cuál es el resultado de la inspiración? ¿Qué clase de libro es la Biblia
inspirada? Ella es la propia Palabra de Dios. Dios estuvo en completo control de su
producción; lo que fue escrito fue lo que él quería que fuese escrito. Así que es
completamente apropiado llamar a la Biblia la Palabra de Dios.
Pablo sabía perfectamente la diferencia entre la mera palabra del hombre y la
palabra de Dios. A los tesalonicenses él les dijo, “Por lo cual también nosotros sin
cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de
nosotros, la recibisteis no como palabra de hombre, sino según es en verdad, la palabra
de Dios” (1 Tesalonicenses 2:13). De modo que Pablo sabía que su propio mensaje era
la Palabra de Dios, así como sabía que el Antiguo Testamento era “las palabras mismas
de Dios” (Romanos 3:2, NVI). Jeremías sabía que su escrito eran las palabras de Dios
(Jeremías 36:2). Jesús se refiere a ciertos textos del Antiguo Testamento como la
Palabra de Dios (Mateo 15:6).
Que la Biblia es inspirada significa que es la Palabra de Dios; que es la Palabra
de Dios significa que ella es completamente cierta y confiable, y completamente
autoritativa.
III. La inerrancia
Decir que la Biblia es totalmente cierta y confiable en el sentido más completo,
equivale a decir que ella es inerrante. Que la Biblia es o no inerrante es un tema que ha
sido vigorosamente debatido por los evangélicos durante algunas décadas pasadas. En
el proceso, el concepto de inerrancia a menudo se ha malentendido y distorsionado
seriamente. Por esta razón se hace necesario explicar exactamente lo que hay en juego
en este tema.
A. El significado de inerrancia
Cuando una persona defiende la inerrancia y otra la niega, ¿sobre qué están
exactamente argumentando? Primero, debemos explicar lo que la inerrancia no es. Para
empezar, la cuestión no es la terminología. Lo que está en juego no es ninguna palabra
en particular (tal como “inerrancia”), sino el concepto de la verdad y confiabilidad
absoluta de la Biblia. Hubo un tiempo cuando el término “inspirado” llegó a expresar
C. Negaciones y objeciones
La doctrina de la inerrancia, tal como se ha descrito previamente, ha sido la
doctrina y la creencia tradicional de la iglesia desde sus comienzos. Es el testimonio
consistente de la historia. Los oponentes a la inerrancia han intentado algunas veces
desacreditarla diciendo que es un “nuevo concepto” que no existía antes del siglo
diecisiete, y tal vez no hasta el movimiento “fundamentalista” moderno a comienzos del
siglo veinte. Los críticos dentro del Movimiento de Restauración afirman a menudo que
los primeros líderes de la Restauración, especialmente Alexander Campbell, no
sostenían tal concepto.
Todas estas afirmaciones, sin embargo, demuestran ser completamente falsas
cuando se examinan sin prejuicios los hechos de la historia.[12]Por ejemplo, Clemente
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de Roma, el más antiguo escritor cristiano, dijo que las Escrituras “fueron dadas por el
Espíritu Santo,” de manera que “nada incorrecto o falsificado se encuentra escrito en
ellas” (“A los Corintios”, 45 [Apostolic Fathers (Padres Apostólicos), 53]). Agustín
declaró que los autores de los libros de la Escritura “estaban completamente libres de
error” (“Letters” [Cartas], 82:3), Martín Lutero afirmó a menudo la inerrancia, p.ej.,
“Las Escrituras no pueden errar”; “Las Escrituras nunca han errado”; Es imposible que
la Escritura se contradiga a sí misma”.[13]Aunque Alexander Campbell distinguía dos
clases de inspiración, él sostenía inequívocamente que ambas clases entregaban un
producto inerrante. Incluso en las secciones históricas de la Escritura, los escritores
fueron “impedidos de cometer errores” (“Response” [Respuesta], 499). Ellos
recibieron “tal supervisión del Espíritu de sabiduría y conocimiento que fueron
excluidos de la posibilidad de error en las materias de hecho que registraron”. Los
apóstoles escribieron “sin la posibilidad de error” (Millenial Harbinger, 1846:15).
[14]
El erudito liberal de Harvard Kirsopp lo ha expresado de la siguiente manera (61):
Un error cometido a menudo por personas educadas que resultan tener poco conocimiento de teología
histórica, supone que el fundamentalismo es una forma nueva y extraña de pensamiento. No es nada de
eso; es la sobreviviencia parcial e iletrada de la teología que una vez fue universalmente sostenida por
todos los cristianos. ¿Cuántos eran, por ejemplo, en las iglesias cristianas en el siglo dieciocho los que
dudaban de la inspiración infalible de toda la Escritura? Unos pocos, tal vez, pero muy pocos. No, el
fundamentalismo puede estar equivocado, y creo que lo está. Pero somos nosotros [liberales] quienes nos
hemos separado de la tradición, no el fundamentalismo; y lamento la suerte de cualquiera que trate de
argumentar con un fundamentalista sobre la base de autoridad. La Biblia y el corpus theologicum de la
iglesia se halla del lado del fundamentalismo.
D. La importancia de la inerrancia
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¿Por qué es importante defender la doctrina tradicional de la inerrancia bíblica?
Una de las principales razones es que ella es crucial para toda la empresa teológica. Si
negamos la inerrancia, renunciamos a nuestro punto de referencia para la verdad y la
sana doctrina. Cuando aceptamos la Biblia como inerrante, ella permanece ante
nosotros como una norma objetiva de la verdad. Los únicos requerimientos para una
sana doctrina son una buena crítica textual, una correcta traducción, y una apropiada
exégesis. Pero si la Biblia no es inerrante, entonces se introducen requerimientos más
básicos: uno debe decidir qué declaraciones bíblicas son ciertas y por lo tanto
autoritativas para la doctrina, y cuáles se encuentran tenidas de errores y por lo tanto
inútiles para la doctrina.
Una ilustración práctica de este problema es presentada por Donald McGavran
(10-11). Él cuenta una experiencia que tuvo siendo misionero en India, como maestro
de una clase de hombres en la escuela dominical. Los hombres
. . . eran en su mayoría trabajadores en la imprenta de la misión, con un grado de educación entre
séptimo y octavo grado. Mi predecesor . . . había sido un ferviente liberal, un graduado de Chicago Divinity
School. El había enseñado esta clase bíblica por los últimos siete años.
Un momento decisivo en mi peregrinar teológico tuvo lugar un domingo en la mañana cuando le
pregunté a la clase de unos quince a veinte hombres, “Cuando ustedes leen un pasaje bíblico como el que
estamos estudiando esta mañana, ¿cuál es la primera pregunta que ustedes se hacen? Uno de los
trabajadores más inteligentes de la imprenta de la misión contestó inmediatamente, “¿Qué hay en este
pasaje que no podemos creer?” Lo que él quería decir era, por supuesto, que cuando leemos el pasaje
acerca de Jesús caminando sobre las aguas, sabemos instantáneamente que él no pudo haber hecho eso.
En consecuencia, debemos entender el pasaje como un relato exagerado o tal vez poético de lo que
sucedió.
Nunca antes me había confrontado tan directamente con lo que la posición liberal significa para
cristianos comunes y corrientes en múltiples casos. Quedé impactado, y desde ese momento comencé a
sentir que no podía ser la verdad. A pesar de todas las dificultades, empecé a encaminarme hacia una
convicción respecto a la Biblia como una revelación infalible. Era la Palabra de Dios. Enteramente
confiable. Era la regla de fe y práctica de todo verdadero creyente.
El problema es claro. Si uno niega la inerrancia, está diciendo que hay errores en
la Biblia —— en alguna parte. ¿Pero cómo sabe uno dónde? No existe una manera
global de responder a esta pregunta. Cualquier criterio que uno use para hacer tal
decisión será un criterio subjetivo. Uno terminará creyendo lo que quiere creer, y
rechazará lo que no quiere creer. Los resultados de dicho subjetivismo serán el
relativismo doctrinal y la fe mística y, para algunos, el agnosticismo.
La inerrancia es importante porque es, en último término, la piedra angular de la
autoridad bíblica. Una piedra angular es la piedra más alta de un arco, la que sostiene a
las otras en su lugar. Si la piedra angular es removida, el arco colapsa. La inerrancia es
como una piedra angular, puesto que sin ella, la estructura entera de la autoridad bíblica
se hace problemática. La historia y la experiencia han mostrado que una vez que la
inerrancia se deja a un lado, la autoridad bíblica continúa erosionándose porque no hay
[12] - Ver el excelente análisis de los datos históricos en Authority [Autoridad], de Woodbridge. Ver también mi
estudio, “Inerrancia,” 70-79.
[13]- Para estas y otras citas de Lutero, ver Cottrell, “Inerrancia”, 79-81. ¿Cómo, entonces, podía decir Lutero que
Santiago contradice a Pablo? ¡Porque él excluía a Santiago del canon de la Escritura!
[14] - Para estas y otras referencias a A. Campbell, ver Cottrell, “Inerrancia,” 84-89.
[15] - Esta objeción asume que “errar es humano” implica “ser humano es errar”. Cae así en la falacia común de la
falsa conversión de una proposición A: “Toda P es Q; por lo tanto, toda Q es P”
H ayBiblia
muchos dioses falsos, pero un único Dios vivo y verdadero, el Dios de la
(1 Corintios 8:4-6). Sabemos mucho acerca de él por la revelación
general presente en el mundo natural, pero la mayor parte de nuestro conocimiento de
Dios proviene de la Escritura. Ella nos proporciona los detalles de su naturaleza, de
sus obras y de su voluntad.
En este capítulo nos centraremos en la naturaleza de Dios. ¿Quién es Dios?
¿Cómo es él? ¿Cuáles son sus atributos o características? (GC, 34-43). Hacer esta
pregunta es lo mismo que preguntar acerca de la esencia de Dios, porque no hay
distinción entre su esencia y sus atributos. Dios es sus atributos. No podemos despojar
a Dios de todos sus atributos y terminar con alguna substancia neutral sin atributos. En
efecto, no podemos remover ni siquiera uno de los atributos divinos y aún estar
hablando acerca del verdadero Dios. Por ejemplo, un “dios” que no es omnipotente y
no es un “dios” de gracia no es en absoluto Dios.
Algunas veces se hace una distinción entre los atributos incomunicables y los
atributos comunicables de Dios. Los primeros son aquellos que pertenecen
exclusivamente a Dios y en ningún sentido a las criaturas (p.ej., auto existencia,
infinidad). Los últimos son aquellos que el Creador ha compartido, o comunicado, en
un grado finito con sus criaturas morales (p.ej., amor, sabiduría). En este contexto la
palabra “comunicar” no se refiere a impartir información acerca del atributo, sino a
impartir el atributo mismo.
Al presentar y explicar los numerosos atributos divinos, los he agrupado en cuatro
categorías. Primero, aquellos que describen la naturaleza de Dios, tal como él existe en
sí mismo, sin referencia necesaria a alguna acción o relación externa en conexión con
sus criaturas. Estos son llamados sus atributos no relacionales. Segundo, aquellos que
llegan a manifestarse primariamente en sus relaciones con sus criaturas como tales,
tanto personales (ángeles, seres humanos) como no personales. Tercero, aquellos
atributos morales de Dios que llegan a manifestarse solamente en relación con sus
criaturas personales o morales, aparte de la presencia del pecado. Cuarto, aquellos
atributos que se manifiestan sólo en respuesta al pecado.
A. Dios es espíritu
En sí mismo, en su absoluta esencia, Dios es espíritu, dice Jesús (Juan 4:24; ver
GC, 222-240). Para nuestro entendimiento la espiritualidad de Dios significa algo
positivo y algo negativo. Positivamente la espiritualidad es asociada con vida. Las
palabras bíblicas para espíritu pueden significar también “aliento,” el aliento de vida.
Dios es descrito en la escritura como “el Dios vivo” unas 30 veces (p.ej., Salmo 42:2;
Isaías 37:4; Mateo 16:16; Hebreos 3:12), como aquel que “tiene vida en sí mismo”
(Juan 5:26). Esto en contraste tanto con todos los dioses falsos, que son cosas sin vida
(Deuteronomio 4:28; Salmo 115:3-7; Jeremías 10:5, 14), como con criaturas vivas,
cuya vida es un don de Dios (Ver GC, cap. 8).
El otro aspecto positivo de la espiritualidad de Dios es el hecho de que él es
personal. Esto es probablemente lo más significativo que podemos decir acerca de la
esencia del espíritu: los seres espirituales son personas. Los espíritus angélicos y
humanos son personas; la idea misma de espíritu implica personalidad. De manera que
pensar en Dios como algo impersonal o algo menos que personal es una negación de la
afirmación de Jesús de que Dios es espíritu.
La personalidad implica cuatro cosas, todas las cuales se aplican al Dios
personal. Primero, como persona Dios tiene conciencia racional; él es un ser pensante.
Así que podemos hablar de su mente, su conocimiento, su entendimiento, su lógica.
Segundo, como persona Dios tiene auto conciencia, o conciencia de su propia
existencia conciente e identidad. Su mismo nombre es “YO SOY” (Éxodo 3:14).
Tercero, la personalidad de Dios involucra auto determinación, o libre albedrio. Esto
significa que todo lo que Dios hace es determinado libremente por él mismo y no
impuesto sobre él por nada fuera de él mismo. Finalmente, la personalidad involucra
relaciones con otras personas. Esto por cierto indica relaciones fuera de sí mismo,
tanto con ángeles como con seres humanos, pero incluso si otros seres personales nunca
hubiesen sido creados, este aspecto de la personalidad habría sido expresado dentro de
la naturaleza divina misma, puesto que el Dios trinitario es en realidad tres personas en
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eterna interrelación.
La espiritualidad de Dios también puede describirse en términos negativos, es
decir, como espíritu él es inmaterial e invisible. El primero significa que su esencia es
enteramente diferente de cualquier cosa física. El no posee ninguna de las limitaciones
inherentes a la materia, y nunca debería pensarse que él tiene un cuerpo físico (contra el
mormonismo). Las referencias bíblicas a las partes corporales de Dios (p.ej., rostro,
ojos, oídos, pies) son antropomorfismos. Esto significa que se habla de Dios
figuradamente en términos humanos con el fin de hacer concretas sus acciones y
actitudes en nuestras mentes.
Como espíritu, Dios es también invisible (1 Timoteo 1:17; Colosenses 1:15). Esto
significa que su verdadera esencia no puede ser vista por los ojos de los seres creados
(1 Timoteo 6:16). Dios se muestra a los ángeles con apariencia humana a través de un
tipo de teofanía permanente (Apocalipsis 4), y él se ha aparecido y se aparecerá
nuevamente a los seres humanos en forma visible (p.ej., Éxodo 24:9-11; Apocalipsis
22:3-4). Pero estas son manifestaciones deliberadas de Dios, no su verdadera esencia
(GC, 229-233).
La espiritualidad de Dios es un buen ejemplo de lo afirmado previamente, es
decir, aunque es un atributo de Dios tal como él existe en sí mismo y no en relación a
las criaturas, todavía es algo que nosotros podemos entender adecuadamente sólo en
conexión con los seres creados. Esto es cierto especialmente de sus aspectos negativos.
C. Dios es uno
En el corazón mismo de la enseñanza bíblica acerca de Dios se halla su unicidad
o unidad. “¡Oye, Israel! ¡El Señor nuestro Dios, el Señor uno es!” (Deuteronomio 6:4).
Esto es cierto en dos sentidos. Primero, él es uno en el sentido de que él es un ser
indivisible, no compuesto de partes. Esta es la unidad de la simplicidad (GC, 37-40).
El es simple en oposición a compuesto. A diferencia de la materia creada, su esencia no
es compuesta de un montón de partes pequeñas (átomos) unidas en un todo divisible. El
no puede ser diseccionado o dividido, como si su amor fuera una característica
localizada en una parte de su ser, y su ira localizada en otra. Todos los atributos de
Dios se aplican igualmente a todo su ser. Tampoco puede ser dividido en el sentido de
que de alguna manera una parte de su ser puede ser “cortado” y separado espacialmente
del resto, como en el caso de aquellos que han adoptado la idea pagana de que el alma
humana es una pequeña “parte” de Dios.
Debemos evitar, al mismo tiempo, otra idea pagana, es decir, el concepto
filosófico de la absoluta simplicidad de Dios. Esta es la idea de que Dios es uno en un
sentido totalmente indiferenciado. Algunos cristianos han aceptado incondicionalmente
esta idea y han concluido erróneamente que no hay verdaderas distinciones entre los
diversos atributos de Dios. Como ellos lo ven, en nuestras mentes, estos atributos
pueden diferir, pero en la naturaleza de Dios todo es una esencia única, indivisible, e
indistinguible. Su justicia es su bondad; su misericordia es su omnipotencia; su
sabiduría es su soberanía; su amor es su ira. Esto a menudo conduce a la fusión de
todos los atributos de Dios en un solo atributo principal, usualmente su amor.
Pero este es un falso concepto de Dios. La unidad de la simplicidad descarta
divisiones dentro de la naturaleza de Dios, pero no distinciones. En efecto, como
veremos más adelante, hay ocasiones cuando ciertos atributos de Dios permanecen en
oposición práctica unos con otros. Específicamente, la entrada del pecado en la
creación de Dios causa que su santidad y su amor existan en tensión dentro de él mismo.
Además, como veremos en la siguiente sección principal, la unidad de la simplicidad
no descarta distinciones entre las tres personas de la Trinidad.
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El otro sentido en el que Dios es uno es la verdad básica de que no hay sino un
solo Dios; a esto se le llama la unidad de la singularidad (GC, 390-419). Este es sin
duda el punto principal de Deuteronomio 6:4, cuyas palabras son reflejadas por Pablo:
“hay un solo Dios” (1 Corintios 8:4); él es “el único Dios” (1 Timoteo 1:17). No hay
absolutamente nadie más en la categoría de deidad, sea igual o inferior a él. Esta es la
base del primer mandamiento: “Yo soy el Señor tu Dios. Yo te saqué de Egipto, del país
donde eras esclavo. No tengas otros dioses además de mí” (Éxodo 20:2-3). “Yo soy el
Señor, y no hay otro; fuera de mí no hay ningún Dios” (Isaías 45:5; ver Deuteronomio
32:39; Isaías 43:10-11; 44:6, 8; Joel 2:27). La aplicación práctica es establecida por
Jesús en Mateo 4:10, “Adora al Señor tu Dios y sírvele solamente a él”. Es el
propósito, deber, y privilegio de toda criatura honrar al Creador y adorarlo y
glorificarlo como el único verdadero Dios. Esta debería ser precisamente nuestra única
meta en la vida.
E. Dios es infinito
Otro atributo de Dios-en-sí-mismo es el de infinidad (Ver GC, cap. 6). Decir que
Dios es infinito significa que él es no finito, ilimitado, libre. Esto no quiere decir en el
sentido físico o matemático, como si Dios fuera infinitamente grande o como si él se
extendiera infinitamente en el espacio. Significa básicamente que Dios no está sujeto a
las limitaciones inherentes de los seres creados. Los seres finitos, por ejemplo, están
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por naturaleza sujetos a ciertas restricciones de tiempo y espacio; él Dios infinito no.
Los seres finitos son capaces de inconsistencias, errores, e imperfecciones morales; el
Dios infinito no. Los seres finitos son limitados en su conocimiento y poder; no así el
Dios infinito.
Como estos ejemplos ilustran, la infinidad es un atributo que califica otros
atributos de Dios. Dios es santo, y su santidad es infinita; Dios es amor, y su amor es
infinito. Del mismo modo, podemos hablar de su infinita sabiduría, su infinita
misericordia, y su infinita gloria.
Esto no significa que la infinidad de Dios es absoluta. Dos clases de límites se
aplican a él. Primero, aunque Dios no está limitado por nada fuera de él mismo, sí se
halla limitado por su propia naturaleza, en el sentido de que él no puede hacer nada
que sea inconsistente con sus atributos. Por ejemplo, puesto que es un Dios de amor, él
no puede hacer nada que contradiga el amor. La segunda clase de limitación es la auto
limitación, que existe no por naturaleza sino por la propia elección libre de Dios. Por
ejemplo, cuando hace una promesa, Dios se limita a sí mismo al comprometerse a
cumplir esa promesa.
La idea de un Dios infinito no se encuentra fuera de las enseñanzas bíblicas. Todos
los dioses falsos son dioses finitos. Un ejemplo moderno es el dios de la filosofía del
proceso, quien es descrito como estando en un proceso de madurez y desarrollo junto
con el mundo mientras es influido por éste. Algunos encuentran consolador el concepto
de un Dios finito, pues les ayuda a explicar la existencia de lo que ellos consideran
fallas en la creación. Si Dios mismo es imperfecto, ¿cómo podemos esperar que su
mundo sea perfecto? Pero una explicación tan fácil de los males del mundo es un precio
muy alto a pagar por la pérdida de la infinidad de Dios. ¿Cómo podemos confiar en un
Dios finito para la salvación? ¿Cómo podemos considerarlo un objeto digno de
adoración? Pero no tenemos que pagar ese precio, porque el verdadero Dios, el Dios
de la Biblia, es realmente infinito.
F. Dios es eterno
Un aspecto de la infinidad de Dios es que él es ilimitado con respecto al tiempo:
él es eterno (ver GC, 250-264). El es “el Dios eterno” (Isaías 40:28), “el Dios eterno”
(Romanos 16:26), el Rey eterno e inmortal (1 Timoteo 1:17). Como Dios eterno, él
trasciende las limitaciones del tiempo en dos sentidos: cuantitativamente y
cualitativamente.
El modo primario y más obvio en que Dios es eterno es que por su misma
naturaleza él no tiene principio ni fin; él siempre ha existido en el pasado eterno y
siempre existirá en el futuro eterno. Es decir, la eternidad de Dios involucra una
duración cuantitativa sin fin. Este es simplemente un corolario de su auto existencia;
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puesto que su naturaleza misma es existir, él siempre ha existido y siempre continuará
existiendo.
Algunos son resistentes a aplicar esta clase de eternidad a Dios porque parece
involucrar lo que podemos llamar “tiempo eterno”, o duración eterna en una línea del
tiempo. Ellos dicen que el tiempo en el sentido de una duración de momentos sucesivos
que involucra el pasado, el presente, y el futuro es parte del orden creado y, por lo
tanto, no se aplica a Dios mismo. Rechazan así un concepto cuantitativo de la eternidad
divina.
No concuerdo con este enfoque de Dios y el tiempo, básicamente porque la Biblia
frecuentemente describe la eternidad de Dios en términos de una duración cuantitativa
sin fin. El ha existido “Desde el principio” (Salmo 93:2), y el que “vive para siempre”
(Isaías 57:15; ver Apocalipsis 4:9-10; 10:6; 15:7). El es “por los siglos de los siglos”
(Salmo 41:13). “Desde antes que nacieran los montes y crearas la tierra y el mundo,
desde los tiempos antiguos y hasta los tiempos postreros, tú eres Dios” (Salmo 90:2;
ver Salmo 102:25-27). Dios es “aquel que es y que era y que ha de venir” (Apocalipsis
1:4, 8; 4:8). Él es el primero y el último, el Alfa y la Omega, el principio y el fin
(Isaías 44:6; Apocalipsis 1:8; 21:6). Por eso es que “para el Señor un día es como mil
años, y mil años como un día” (2 Pedro 3:8; ver Salmo 90:4). Esto no significa que
todos los momentos de tiempo son lo mismo o simultáneos para Dios. Simplemente
significa que para quien es eterno, un período finito de tiempo no es más significativo
que cualquier otro período finito.
La segunda manera en que Dios es eterno es que su relación con el tiempo es
cualitativamente diferente de la de los seres creados. Todas las criaturas existen en un
“ahora” siempre cambiante, y la conciencia inmediata de criaturas racionales (ángeles y
seres humanos) se halla ligada a este momento presente. Podemos recordar algo del
pasado y hacer predicciones acerca del futuro, pero estamos obligados por el flujo del
tiempo en el sentido de que nuestra conciencia está encerrada en el presente. Esto no es
cierto de Dios, sin embargo. De un modo significativo él se halla fuera del flujo del
tiempo y no se encuentra restringido por sus limitaciones.
Digo “de un modo significativo” porque no creo que Dios esté fuera del flujo del
tiempo en todo sentido. Ya he sugerido que Dios existe en una duración eterna de
momentos sucesivos, que significa que en algún sentido el paso del tiempo es parte de
la naturaleza divina en sí misma, totalmente aparte de la creación. Al decir esto estoy
rechazando un aspecto del teísmo clásico, e incluso de gran parte de la teología
cristiana conocida como la intemporalidad de Dios, o la eterna simultaneidad de la
naturaleza y las obras divinas. Esta es la idea de que para Dios no hay sucesión de
momentos o incluso conciencia de una sucesión de momentos. De acuerdo con este
concepto, el ser de Dios, todos sus actos y todo su conocimiento, coexisten como un
G. Dios es justo
El tema de la justicia de Dios se encuentra a través de toda la Biblia (GRe, cap.
4). “El Señor, que es justo” (Salmo 129:4); “El Señor es justo en todos sus caminos”
(Salmo 145:17). “Justo es el Señor, y ama la justicia” (Salmo 11:7); “El cielo proclama
la justicia divina” (Salmo 50:6). Jesús es “el Justo” (Hechos 3:14), y él mismo ora a su
“Padre justo” (Juan 17:25).
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En la terminología bíblica “justicia” y “rectitud” son sinónimos. Esto puede ser
confuso para aquellos que usan el idioma español, puesto que estas dos palabras
españolas tienen connotaciones bastantes diferentes. Tendemos a igualar rectitud con
santidad, y justicia con un trato justo ante la ley. Pero en la Escritura los sustantivos
relevantes en hebreo y griego pueden traducirse como “rectitud” o como “justicia” y los
adjetivos como “recto” o “justo”.
Considerado como un atributo de Dios, ¿qué es la justicia divina? Un enfoque
tradicional común es que la justicia (o rectitud) de Dios es ese aspecto estricto de su
naturaleza moral que demanda obediencia a su ley y que requiere que él juzgue
imparcialmente a las personas de acuerdo con su respuesta a la ley. Puesto que todos
han desobedecido la ley, su justicia requiere que él los castigue. De esta manera la
justicia es considerada principalmente como algo negativo y punitivo.
Un concepto más reciente, especialmente popular en círculos liberales, es que la
justicia es en realidad un aspecto positivo y salvífico de la naturaleza de Dios. Se la
iguala con la fidelidad de Dios hacia sus relaciones pactuales con su pueblo, siendo el
énfasis principal, no las demandas de su ley, sino el cumplimiento de sus promesas. De
modo que la principal expresión de la justicia de Dios es la salvación y liberación de
su pueblo de la servidumbre y la opresión.
Cuando examinamos la manera en que la Biblia usa los términos para
rectitud/justicia, vemos que ambos conceptos están equivocados en su exclusividad e
incapacidad para expresar el significado preciso de los términos bíblicos. Este
significado preciso puede establecerse de la siguiente manera: rectitud como tal es
conformidad a la norma o estándar apropiado. Un objeto (tal como una pesa, Levítico
19:36) o una persona es llamada recta si se conforma a la norma relevante. Para los
seres humanos la norma apropiada es la voluntad o ley de Dios; de manera que una
persona es llamada recta si ella es inocente ante la ley, si su vida se conforma a la
norma de la ley de Dios.[3]
El concepto de justicia como conformidad a una norma no desaparece cuando los
términos bíblicos son usados para Dios. En efecto, significa exactamente eso. Que Dios
es justo significa que todas sus acciones se conforman perfectamente al estándar o
norma apropiado. ¿Qué es esta norma? No es externa a él mismo, sino consistente con
su propia naturaleza eternamente perfecta. Así que la justicia divina es aquella
consistencia o constancia en Dios por la cual todas sus acciones son fieles a la norma
eternamente perfecta de su propia naturaleza. Todo lo que Dios hace, automáticamente
estará de acuerdo con sus propias perfecciones.
Una palabra clave es consistencia: que Dios es justo significa que él es siempre
consistente consigo mismo; él es siempre fiel a sí mismo o en perfecta armonía consigo
mismo. Otra palabra clave es fidelidad: que él es justo significa que él es siempre fiel a
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sí mismo y a sus propios propósitos (Deuteronomio 32:4; Salmo 143:1). Él no es
inconstante en lo que decide hacer como si de alguna manera su voluntad estuviera
separada de su naturaleza. Una implicación de esto es que Dios siempre será fiel a su
palabra, es decir, a sus propósitos, promesas, y advertencias anunciadas. De modo que
es cierto que el Dios justo siempre será fiel a sus relaciones pactuales, tanto para
bendecir como para castigar de acuerdo con sus términos del pacto.
Así que podemos ver que ninguno de los dos aspectos de la justicia de Dios,
explicados anteriormente, puede permanecer solo. Ambos son implicaciones de la
justicia divina. Dios como justo debe ser fiel a su naturaleza. Debido a que él es por
naturaleza santo, debe castigar el pecado; debido a que por naturaleza es amoroso, él
debe salvar pecadores. ¡Debido a que él es justo, debe hacer ambas cosas!
Debemos notar, sin embargo, que el castigo del pecado no proviene de la justicia
de Dios como tal; proviene de su ira santa. Pero él debe aplicar su ira y retribución
santa porque él es justo (ver Deuteronomio 32:1-43; Salmo 7:11; 9:3-6; 11:4-7; 97:1-6;
Isaías 10:21-23; 41:1-2). Del mismo modo, la salvación del pecado no proviene de la
justicia de Dios como tal; proviene de su gracia de amor. Pero él debe proveer esta
gracia amorosa, simplemente porque él es justo. Ver Salmo 24:3-5; 31:1; 36:10; 40:9-
10; 51:14; 71:2; 82:3-4; Isaías 1:27; 30:18; 41:10; 45:21-25; 51:5-6.
Para nosotros como criaturas es muy importante saber que Dios es justo cuando se
nos pide confiar en él. Dado que él es justo, es decir, porque él actúa con perfecta
consistencia, especialmente en cumplir su palabra, podemos confiar en él; podemos
descansar y poner toda nuestra confianza en él. Tenemos así la seguridad de que
cualquier cosa que él haga estará bien.
H. Dios es inmutable
El último atributo no relacional de Dios es la inmutabilidad (GRe, cap. 8). Decir
que Dios es inmutable es decir que Dios no cambia ni puede cambiar. Esto es lo que
esperaríamos de un ser que es auto existente y eterno. Él es el gran ”YO SOY” (tiempo
presente, Éxodo 3:14), aquel cuya identidad permanece eternamente la misma. Los
cielos y la tierra “perecerán, pero tú permaneces: Todos ellos se desgastarán como
vestido. Y como ropa los cambiarás, y los dejarás de lado. Pero tú eres siempre el
mismo, y tus años no tienen fin” (Salmo 102:25-27). “Yo, el Señor, no cambio”
(Malaquías 3:6). Hebreos 13:8 dice de Dios el Hijo: “Jesucristo es el mismo ayer y
hoy y por los siglos”.
Algunos no incluyen la inmutabilidad en su concepto de Dios. Por ejemplo, la
filosofía del proceso postula una deidad que está en proceso de desarrollo y
crecimiento junto con el mundo. Por otra parte, algunos van demasiado lejos en la
dirección opuesta y piensan que Dios es absolutamente inmutable en todos los sentidos
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posibles. Esto es cierto del teísmo clásico, un concepto que ha sido adoptado por
muchos cristianos.
El teísmo clásico presupone que cualquier movimiento o cambio en Dios tendría
que ser hacia la perfección; y puesto que Dios por naturaleza ya es perfecto, ningún
cambio o movimiento es necesario o, incluso, posible. Este concepto excluye cualquier
cambio en el conocimiento de Dios y en sus estados emocionales, resultando en la idea
de que Dios no siente emociones de ninguna clase, como enojo, dolor, sufrimiento, o
gozo. En otras palabras, Dios es impasible (literalmente, incapaz de sufrir).
Este concepto va de la mano con el concepto extremo de la eternidad de Dios
discutido anteriormente, es decir, el concepto de un Dios completamente atemporal. Si
para Dios todo es un “presente congelado” eternamente, entonces no sólo su ser, sino
también su conocimiento e incluso sus acciones, son en efecto eternamente los mismos.
De esta manera, Dios es visto como estático, inmóvil, rígido, impasible, apático, y no
reactivo.
Muchos, al igual que yo, creen correctamente que este concepto eterno es
contrario al cuadro que presenta la Biblia acerca de Dios como un ser vivo y de amor
que entra en esta historia mundial para manifestar su misericordia y juicio. En vez de
interpretar la inmutabilidad en un sentido absoluto, deberíamos decir que Dios es
inmutable en ciertos sentidos importantes, pero no en otros. En resumen, él es inmutable
en su esencia y carácter, pero puede cambiar en sus estados de conciencia y en sus
actividades.
La mayoría estaría de acuerdo en que Dios es inmutable en su esencia y carácter.
Él es eternamente permanente (Salmo 102:25-27), incorruptible (Romanos 1:23), e
inmortal (1 Timoteo 6:16). Como lo resume Packer, “El no envejece. Su vida no
mengua o se reduce. No obtiene nuevos poderes, ni pierde aquellos que tuvo una vez.
No madura ni se desarrolla. No se hace más fuerte o más débil o más sabio con el
transcurso del tiempo” (69). El siempre ha sido y siempre será santo, amoroso, y veraz.
Es inmutable en sus propósitos y en sus compromisos; siempre será fiel a su palabra y a
sus promesas. De manera que el punto crucial de la inmutabilidad de Dios es su
fidelidad (Salmo 33:4; 119:90; Lamentaciones 3:23; Hebreos 10:23). Él es nuestra
Roca (Deuteronomio 32:4; Salmo 18:2; 62:2; Isaías 26:4).
Pero si tomamos seriamente la enseñanza bíblica, debemos decir que
efectivamente ocurren cambios en la conciencia y actividades de Dios. Con respecto a
sus estados de conciencia, Dios experimenta la sucesión de momentos que tienen lugar
en su propia historia y en la nuestra; él actúa, se actúa sobre él, y él reacciona. Dios
experimenta diferentes sentimientos o emociones en respuesta a eventos en la historia
de sus criaturas de libre albedrio. Experimenta especialmente el sufrimiento, en
respuesta a nuestro pecado y en los eventos de su encarnación, particularmente en la
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cruz. Dios el Padre sufrió al ver lo que el Hijo tendría que soportar, y Dios el Hijo
sufrió al soportarlo.
También ocurren cambios en las actividades de Dios. Esto simplemente significa
que las acciones de Dios en nuestro mundo están orientadas en el tiempo, y que él no
las está llevando a cabo todas en el mismo momento eterno (contra el concepto de
simultaneidad). Por ejemplo, por un período de tiempo Dios se involucró en la obra de
la creación, pero en un punto particular él cesó esta actividad (Génesis 2:3) y comenzó
otra distinta. Su obra de revelación con Moisés comenzó y terminó mucho antes que
comenzara y terminara la misma obra con Jeremías: hay obras que Dios ni siquiera ha
comenzado todavía (p.ej., el juicio final). Dios varía sus obras de acuerdo a sus
propósitos y de acuerdo al “cumplimiento del tiempo”.
Todos estos aspectos acerca de la inmutabilidad de Dios se hallan ejemplificados
en la encarnación. Cuando el Logos se hizo carne (Juan 1:14), la esencia y carácter de
Dios no cambió. El Logos divino, al llegar a ser Jesús de Nazaret, no sufrió
alteraciones en su naturaleza, no renunció a ninguno de sus atributos divinos, ni “se
despojó a sí mismo de su deidad”. Pero Dios el Logos sí experimentó otras clases de
cambios en la encarnación. Comenzó a experimentar por experiencia propia lo que
significa vivir como un ser humano. Realizó poderosos milagros en puntos específicos
en el tiempo. Experimentó las emociones causadas por el rechazo, tanto de los hombres
(Isaías 53:3) como de Dios (Mateo 27:46). Experimentó todos los sufrimientos del
Calvario, y todo el gozo del triunfo sobre el pecado, Satanás, la muerte, y el infierno.
A. Dios es trascendente
La palabra “trascendente” viene del término latino que significa “pasar por sobre,
ir más allá”. Describe una relación entre dos entidades, una de las cuales “trasciende”
o va más allá de la otra. En teología, describe la relación más básica entre Dios y sus
criaturas. Dios como Creador trasciende a todos los seres creados en el sentido de que
B. Dios es soberano
Un segundo atributo relacional es la soberanía divina (GRu, cap. 7), que tiene que
ver con la manera en que Dios gobierna su creación. La soberanía de Dios puede
resumirse concisamente como señorío absoluto. Es equivalente a reinado o dominio:
Dios tiene absoluto dominio sobre todas las cosas; él es el Dios de dioses, Rey de
reyes, y Señor de señores (Deuteronomio 10:17; 1 Timoteo 6:15-16; Apocalipsis
19:16). Él es “el Señor Altísimo, por encima de toda la tierra” (Salmo 97:9), el “gran
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rey de toda la tierra” (Salmo 47:2). Él gobierna sobre toda carne (Jeremías 32:27),
sobre toda la humanidad (Daniel 4:25, 32), y sobre todas las naciones (Salmo 22:28).
“Dios reina sobre las naciones; Dios está sentado en su santo trono” (Salmo 47:8).
Un término bíblico específicamente equivalente a soberanía es “reino”, cuyo
significado básico es “reinado, señorío, gobierno, dominio”. La soberanía de Dios se
entiende natural y apropiadamente en términos de reinado. “¡El Señor reina!” (1
Crónicas 16:31; Salmos 93:1-2; 96:10; 97:1; 99:1; Isaías 52:7). “El Señor ha
establecido su trono en el cielo; su reinado domina sobre todos” (Salmo 103:19).
Soberanía es lo mismo que señorío. Básicamente el término “señor” significa
dueño o propietario. El propietario de algo tiene el derecho inherente de controlar y
usar sus posesiones como lo estime conveniente. Decir que Dios es el Señor soberano
sobre todas las cosas significa que él es dueño de todas las cosas, lo cual le da el
derecho de hacer lo que él quiera con todo. Moisés dice: “Al Señor tu Dios le
pertenecen los cielos y lo más alto de los cielos, la tierra y todo lo que hay en ella”
(Deuteronomio 10:14). El Salmo 24:1 declara “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay
en ella, el mundo y cuantos lo habitan”. “Toda la tierra me pertenece”, dice el SEÑOR
(Éxodo 19:5). “¡Mío es todo cuanto hay bajo los cielos!” (Job 41:11). Esto incluye
todas las personas como así también todas las cosas.
Los derechos soberanos de posesión de Dios se basan en el hecho de que sólo él
es el Creador; todo lo demás es su creación, y por lo tanto, su posesión, incluyendo la
raza humana entera (Salmos 24:1-2; 89:11; 95:5). El hecho de la creación es el
fundamento de la soberanía divina.
Existe un serio desacuerdo en el mundo cristiano en cuanto al significado exacto
de la soberanía divina. Algunos, especialmente calvinistas, igualan soberanía con
causalidad, puede ser soberano si él es la causa y el único y máximo originador de
todo lo que sucede, incluyendo tanto los eventos en el mundo natural como las
decisiones humanas. Puesto que Dios debe ser la causa última incluso de las decisiones
humanas, no existe un verdadero libre albedrio. Según este concepto, si una criatura
fuera verdaderamente libre, en el sentido de ser capaz de originar una acción, entonces
Dios no sería el originador de todas las cosas y, por lo tanto, no sería soberano. Dios
quedaría en la posición de tener que reaccionar a algo fuera de él mismo. Pero un Dios
soberano siempre debe actuar, y nunca reaccionar. Nada acerca de Dios —— su
conocimiento, sus decisiones, sus actos —— puede estar condicionado a algo fuera de
él mismo. De manera que todo lo que sucede es parte del plan original de Dios, su
decreto eterno, que abarca completamente todo, y es eficaz. La historia de la creación
es simplemente la promulgación soberana de este plan o decreto de Dios (ver GRu,
cap. 5).
En mi opinión, igualar soberanía divina con omnicausalidad es arbitrario y
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antibíblico. En lugar de causalidad, la palabra clave para soberanía es control. Dios es
soberano en el sentido de que Dios está en control de cada evento que tiene lugar entre
las criaturas, sea que él lo cause (que es a menudo el caso), o simplemente permita que
ocurra (en vez de impedirlo, lo cual podría hacer si quisiera). En ambos casos Dios
está “a cargo”; él ejerce el control completo sobre su creación; él es soberano.
C. Dios es omnipotente
Decir que Dios es omnipotente (GC, 292-305) es simplemente decir que él es
todopoderoso, que es infinito o ilimitado en su poder. Este atributo de Dios se enfatiza
abundantemente en la Biblia. “Dios es exaltado por su poder” (Job 36:22). “Que tú, oh
Dios, eres poderoso” (Salmo 62:11); “pero el Señor, en las alturas, se muestra
poderoso” (Salmo 93:4). “Enaltécete, Señor, con tu poder, y con salmos celebraremos
tus proezas” (Salmo 21:13). Un nombre para Dios en el Antiguo Testamento es
Shaddai, que es traducido “el Todopoderoso” (p.ej., Génesis 49:25; Números 24:4; Job
40:2; Salmo 91:1). Nueve veces aparece como El Shaddai, “el Dios todopoderoso” o
“Dios Todopoderoso” (p.ej., Génesis 17:1; 35:11; Éxodo 6:3; Ezequiel 10:5). El
equivalente en el Nuevo Testamento es pantokrator, “el Señor Todopoderoso” (2
Corintios 6:18; Apocalipsis 1:8; 11:17; 15:3; 16:7, 14; 19:6, 15; 21:22).
Omnipotente significa básicamente que Dios tiene una reserva ilimitada de poder
mediante el cual él es capaz de hacer cualquier cosa que él quiera hacer, incluso si él
decide no hacerlo. Como dijo Jesús, “Mas para Dios todo es posible” (Mateo 19:26;
ver Génesis 18:14; Lucas 1:37). Dios declara, “Yo soy el Señor, Dios de toda la
humanidad. ¿Hay algo imposible para mí? (Jeremías 32:27; ver Números 11:23).
Después de ser corregido acabadamente por Dios, “Job respondió entonces al Señor.
Le dijo: Yo sé bien que tú lo puedes todo, que no es posible frustrar ninguno de tus
planes” (Job 42:1-2). “Nuestro Dios está en los cielos y puede hacer lo que le parezca”
(Salmo 115:3; ver Salmo 135:6).
Sostenemos que el poder del Dios omnipotente es ilimitado, pero hay una
calificación: Omnipotencia no quiere decir que Dios puede hacer cualquier cosa
concebible, puesto que hay algunas cosas que la misma Biblia dice que Dios no puede
hacer. Por ejemplo, él “no puede mentir” (Tito 1:2; ver 1 Samuel 15:29; Hebreos 6:18);
él “no puede ser tentado por el mal” (Santiago 1:13). Pero ¿es la “incapacidad” de
Dios de hacer tales cosas una expresión de debilidad? ¡Jamás! En efecto, lo opuesto es
cierto: la capacidad de hacer estas cosas sería una expresión de debilidad. Estos son
actos negativos, no positivos; hacerlos implicaría falta de poder. Que él no pueda
hacerlos es en realidad una afirmación de su poder.
Otra manera de considerar las cosas que Dios no puede hacer es señalar que ellas
son contrarias a la naturaleza misma de Dios y, obviamente, la omnipotencia no incluye
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el requerimiento de que Dios debe ser capaz de contradecir su propia naturaleza. Dios
no puede pecar o aniquilarse a sí mismo puesto que sería contrario a su misma
naturaleza. Este es el punto clave también con respecto a los pseudo problemas, como
el que plantea si Dios puede hacer un cuadrado redondo o si puede hacer una roca tan
grande que él no pueda moverla: Tales problemas involucran contradicciones[5] lógicas
y son contrarios a la naturaleza de Dios como un ser racional.
Hemos incluido la omnipotencia innata de Dios en la categoría de atributos
racionales porque se manifiesta en sus relaciones con el mundo. Se manifestó primero
en el poderoso acto mismo de creación: “¡Ah, SEÑOR mi Dios! Tú, con tu gran fuerza y
brazo poderoso, has hecho los cielos y la tierra. Para ti no hay nada imposible”
(Jeremías 32:17). El “eterno poder” de Dios “se percibe claramente a través de lo que
él creó” (Romanos 1:20). La omnipotencia de Dios también se nos manifiesta cada día
en su permanente preservación y cuidado providencial de la creación. Él “sostiene
todas las cosas con su palabra poderosa” (Hebreos 1:3). Finalmente, él nos ha
mostrado su poder al desarrollar su plan de salvación, desde su preparación a través de
Israel, pasando por su cumplimiento en Jesucristo, hasta su aplicación a través de la
iglesia.
D. Dios es sabio
Tener poder, incluso un poder absoluto, no es necesariamente una virtud si uno no
sabe cómo usarlo con buenos propósitos. Para hacerlo, uno debe tener sabiduría.
Sabiduría es la habilidad de escoger el mejor fin posible, y luego escoger el mejor
medio posible para lograr ese fin. Es decir, es la habilidad de tomar decisiones
correctas cuando se juzga entre dos cursos de acción diferentes.
La Biblia enseña que Dios es todo sabio (GRu, 285-289). El es “el único sabio
Dios” (Romanos 16:27); “Suyos son la sabiduría y el poder” (Daniel 2:20). “¡Qué
profundas son las riquezas de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¿Qué
indescifrables sus juicios e impenetrables sus caminos!” (Romanos 11:33). “Dios es
poderoso, y todo lo entiende” (Job 36:5; ver Isaías 40:14; Romanos 11:34).
La sabiduría de Dios se manifiesta en su obra de creación. “¡Oh SEÑOR, cuán
admirables son tus obras! ¡Todas ellas las hiciste con sabiduría! (Salmo 104:24). “Con
sabiduría afirmó el S EÑOR la tierra, con inteligencia estableció los cielos” (Proverbios
3:19; ver 8:27-31). “Dios hizo la tierra con su poder, afirmó el mundo con su
sabiduría” (Jeremías 10:12).
La sabiduría de Dios también se puede apreciar en sus obras de providencia,
especialmente en su capacidad para usar las fuerzas de la naturaleza y las decisiones
libres de los seres humanos con el fin de llevar a acabo sus propósitos. Esto le permite
sacar buenos resultados de malas circunstancias, y hacernos esta promesa: “Ahora bien,
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sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han
sido llamados de acuerdo con su propósito” (Romanos 8:28). Esto nos da completa
confianza en la sabiduría de Dios. Indica que a Dios ni lo frustra ni lo estorba ninguna
contingencia, sea ésta de naturaleza corrompida por el pecado o proveniente de
corazones y manos inicuas de hombres. Incluso el dolor y el sufrimiento pueden ser
encausados para propósitos buenos por el Soberano todo sabio.
La sabiduría de Dios se manifiesta supremamente en sus obras de redención.
Jesucristo y su cruz son “el poder de Dios y la sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:24;
ver 2:7-9). El evangelio proclamado por la iglesia demuestra “la sabiduría de Dios, en
toda su diversidad” (Efesios 3:10).
Si realmente creemos que Dios es sabio, confiaremos en sus propósitos en la
creación; creeremos que un mundo con criaturas de libre albedrio es el mejor mundo
posible, aunque tales criaturas tienen la posibilidad de pecar. Si creemos que Dios es
sabio, no intentaremos criticar o juzgar lo que el hace que suceda o permite que suceda,
especialmente en vista de Romanos 8:28. Solamente alguien más sabio que Dios tiene
el derecho de juzgar su providencia.
La única respuesta sabia a una providencia toda sabia es la confianza total en el
Dios que hace que todas las cosas resulten para bien. Es su sabiduría, incluso más que
su poder, lo que engendra dicha confianza. Si Dios fuera solamente omnipotente,
tendríamos más razón para temerle que para poner nuestra confianza en él. Pero él es
tan poderoso como sabio (Daniel 2:20). Packer dice, “la sabiduría sin poder sería
patética, poco confiable; el poder sin sabiduría sería simplemente aterrador; pero en
Dios se unen una sabiduría sin límites y un poder sin fin, lo cual hace a Dios totalmente
digno de nuestra más completa confianza” (81).
E. Dios es bueno
Una oración infantil comienza con las palabras, “Dios es grande, Dios es bueno”.
La Escritura testifica que la bondad es parte de la naturaleza misma de Dios (GRu,
289-295; GRe, 322-323). Cuando Moisés hizo su atrevida petición de ver la gloria de
Dios, Dios contestó, “Voy a darte pruebas de mi bondad” (Éxodo 33:18-19; ver Marcos
10:18). “Bueno y justo es el SEÑOR” (Salmo 25:8). “Porque el SEÑOR es bueno” (Salmo
100:5; Nahúm 1:7). “Tú eres bueno, y haces el bien,” declara el Salmo 119:68.
¿Qué significa decir que “Dios es bueno”? Primero, significa que él satisface las
normas de excelencia; él es absolutamente perfecto en todo sentido. Significa, también,
que él es moralmente bueno. Tercero, significa que él es deseable, el objeto apropiado
de deseo (“Prueben y vean que el SEÑOR es bueno”, Salmo 34:8). Pero por sobre todo,
que Dios es bueno significa que su actitud básica hacia su creación es una de
benevolencia, bondad, y buena voluntad. El es bondadoso y amistoso hacia sus
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criaturas; quiere y desea bendecirlos y hacerles bien. El es bueno con nosotros. Tiene
un espíritu generoso, un espíritu de dar, compartir, y bendecir, un espíritu de afecto y
buena voluntad. El cuida del bienestar de sus criaturas.
La bondad de Dios (benevolencia) se manifiesta no sólo hacia los seres humanos
sino también hacia toda la creación. El provee las lluvias, “Por su bondad, hace que
vengan las nubes” (Job 37:13; 38:25-27). “El SEÑOR es bueno con todos; él se
compadece de toda su creación . . . Los ojos de todos se posan en ti, y a su tiempo les
das su alimento. Abres la mano y sacias con tus favores a todo ser viviente” (Salmo
145:9, 15-16). Dios cuida de las aves y de las flores, dice Jesús (Mateo 6:26, 28;
10:29).
Aunque todo el universo disfruta de la generosidad de Dios, la mayor parte de su
bondad y cuidado se derrama sobre la humanidad, Cuando dicha bondad se dirige a los
seres humanos es llamado amor. En su amor el Padre envía la luz del sol y la lluvia
tanto sobre hombres buenos como malos (Mateo 5:43-45). “No ha dejado de dar
testimonio de sí mismo haciendo el bien, dándoles lluvias del cielo y estaciones
fructíferas, proporcionándoles comida y alegría de corazón” (Hechos 14:17). El “nos
provee todo en abundancia para que lo disfrutemos” (1 Timoteo 6:17). Aunque la
promesa de Romanos 8:28 es un despliegue especial de la bondad de Dios, su
expresión máxima se ve en todo lo que él ha hecho para salvarnos de nuestros pecados.
En este contexto su bondad asume las formas más específicas de misericordia,
paciencia, y gracia. “¡El apaga la sed del sediento, y sacia con lo mejor al hambriento!”
(Salmo 107:9). “Cuán grande es tu bondad, que atesoras para los que te temen” (Salmo
31:19).
Sin esta confianza en la bondad de Dios, sería muy difícil amarlo y confiar en él.
Si Dios no fuera bueno, sus actitudes y acciones hacia nosotros se caracterizarían ya
sea por la crueldad o por la indiferencia. Un gobernante así, soberano y omnipotente,
sería insoportable. Por esta razón, si tuvieran que escoger, la mayoría de las personas
optarían por tener más bien un Dios bueno que un Dios omnipotente. Pero no tenemos
que escoger; nuestro Dios es todopoderoso e infinitamente bueno.
F. Dios es omnisciente
Decir que Dios es omnisciente quiere decir que él es infinito en su conocimiento
(GC, 273-292; GRu, 280-283). “El Señor es un Dios que todo lo sabe” (1 Samuel 2:3,
NVI). Su conocimiento no tiene límites. Él sabe todo lo que hay que saber, y siempre está
consciente de todo lo que sabe. Su conocimiento es total y perfecto; “él sabe todas las
cosas” (1 Juan 3:20). “Grande es el Señor nuestro, y de mucho poder; y su
entendimiento es infinito” (Salmo 147:5). “Y no hay cosa creada que no sea manifiesta
en su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel
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a quien tenemos que dar cuenta” (Hebreos 4:13). “¡Qué profundas son las riquezas de la
sabiduría y del conocimiento de Dios!” (Romanos 11:33, NVI).
La Escritura nos asegura que Dios conoce cada detalle acerca del mundo que ha
creado. El sigue los movimientos de todas las estrellas y las aves (Salmo 147:4; Mateo
10:29). Tiene total conocimiento de todas las necesidades y acciones de cada ser
humano, incluyendo el número de cabellos en sus cabezas (Mateo 10:30). “Porque sus
ojos están sobre los caminos del hombre, y ve todos sus pasos” (Job 34:21). “El SEÑOR
observa desde el cielo y ve a toda la humanidad; él contempla desde su trono a todos
los habitantes de la tierra” (Salmo 33:13-14, NVI). “Los ojos del SEÑOR están en todo
lugar, vigilando a los buenos y a los malos” (Proverbios 15:3). Ver Salmo 139:1-18.
El conocimiento de Dios es tan completo que incluso conoce el más profundo
contenido de nuestros corazones. “Mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas
las cosas” (1 Juan 3:20). “Yo, el SEÑOR, sondeo el corazón y examino los pensamientos,
para darle a cada uno según sus acciones” (Jeremías 17:10, NVI). “Porque Jehová no
mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero
Jehová mira el corazón” (1 Samuel 16:7).
De modo que debemos decir que Dios tiene un conocimiento íntimo de cada
detalle en el universo entero, grande y pequeño. Él mantiene una constante vigilancia
sobre cada evento que ocurre; el monitorea el cosmos.
Tal vez el aspecto más asombroso de la omnisciencia de Dios es su conocimiento
anticipado (o presciencia) de toda la historia futura de su creación, incluyendo las
decisiones del libre albedrio de los seres humanos. Su perfecto conocimiento del
pasado no es difícil de entender, puesto que él ya lo ha observado todo y no olvida
nada. ¿Pero puede Dios realmente saber cada detalle del futuro, incluyendo todos los
eventos contingentes y las decisiones libres? La respuesta es sí. Aunque no podemos
entender cómo es posible, debemos afirmar que es cierto porque la Biblia así lo
enseña.
Dios nos dice que la marca segura de la deidad es la habilidad de declarar lo que
va a suceder, anunciar lo que viene (Isaías 41:21-23). Esto es exactamente lo que Dios
ha hecho: “Porque yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí, que
anuncio lo por venir desde el principio, y desde la antigüedad lo que aún no era hecho”
(Isaías 46:9-10) . Ver también Isaías 42:8-9; 44:7-8; 45:20-21; 48:3-7; Salmo 139:4,
16. En estos tres textos Dios declara su exclusiva posesión del conocimiento del futuro.
El Nuevo Testamento específicamente afirma que el conocimiento de Dios es un
factor crucial en la predestinación: “Porque a los que antes conoció, también los
predestinó” (Romanos 8:29). Los santos son escogidos “según la presciencia de Dios
Padre” (1 Pedro 1:2). La muerte de Jesús también involucró una combinación de
conocimiento anticipado y predestinación (Hechos 2:23). Ver Romanos 11:2; Gálatas
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3:8.
Podemos entender cómo Dios puede conocer anticipadamente eventos futuros que
él mismo ha determinado que sucedan, pero la enseñanza bíblica acerca del
conocimiento (incluidas muchas profecías predictivas) también incluye el conocimiento
que Dios tiene de las elecciones contingentes futuras de seres de libre albedrio. ¿Cómo
es posible este conocimiento anticipado? La respuesta se halla en el aspecto cualitativo
de la eternidad de Dios, como se ha descrito anteriormente. El Dios infinito no está
limitado por el tiempo en el sentido de que su conciencia trasciende el momento
presente y abarca la totalidad de la historia —— pasado, presente, y futuro —— en un
acto único de conocer.
En un movimiento conocido como “teología abierta”, un creciente número de
teólogos conservadores ha comenzado a rechazar la realidad del conocimiento
anticipado de Dios.[6]Una razón es que tal conocimiento parece descartar el libre
albedrio. Si Dios realmente sabe lo que va a suceder antes que suceda, entonces
sucederá con certeza (de otra manera Dios se equivocaría), y la libertad y contingencia
del futuro parecen así quedar destruidas.
Es cierto que el conocimiento anticipado significa que los eventos futuros son de
alguna manera ciertos. Pero la pregunta es, ¿qué los hace ciertos? ¿El conocimiento
anticipado mismo? No, el conocimiento anticipado no hace que las cosas sucedan o las
hace ciertas; solamente significa que ellas son ciertas. Lo que las hace ciertas son los
actos mismos escogidos libremente por sus sujetos, tal como los ve Dios desde su
perspectiva de la eternidad. Certeza no es lo mismo que necesidad.
Una pregunta final es cómo puede la presciencia de Dios concordar con ciertos
textos del Antiguo Testamento que parecen sugerir que Dios cambia de opinión o “se
arrepiente” acerca de ciertas cosas que él ha hecho o planea hacer (ver GRe, 496-501).
Por ejemplo, “Y se arrepintió Jehová de haber hecho al hombre” (Génesis 6:6); “Se
arrepintió Jehová de esto” (Amós 7:3, 6; ver Éxodo 32:14; Jeremías 26:13, 19). ¿Cómo
es esto consistente con la presciencia, o incluso con la inmutabilidad?
Hay aquí en juego más de 20 textos del Antiguo Testamento donde Dios es el
sujeto del verbo hebreo nacham. La clave es considerar que esta palabra tiene otros
significados aparte de “arrepentirse” (que es el término común en The King James
Versión en inglés). La Biblia de las Américas incluye también la traducción “se
arrepintió,” “se apiadó”, “le pesó”, “desistió” y “sentió pesar”. La NVI dice a veces
“se arrepintió” pero también “se compadeció” y “se calmó y desistió” según la cita. El
punto principal es que nacham no necesariamente implica un cambio de opinión basado
en la ignorancia. Algunas veces connota la presencia de sentimientos fuertes,
especialmente pesar (Génesis 6:6-7; 1 Samuel 15:11, 35; 2 Samuel 24:16; 1 Crónicas
21:15) y compasión (Jueces 2:18).
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Más a menudo, sin embargo, el “desistir” de Dios se basa en el hecho de que su
anunciada intención con respecto a cierto curso de acción es condicional, dependiendo
de la respuesta humana al anuncio —— un principio claramente establecido en
Jeremías 18:7-10. Este puede ser el caso incluso cuando la condición no ha sido
establecida específicamente, como en Jonás 3:9-10; 4:2. Esta es también la explicación
obvia en otros pasajes: ver Éxodo 32:14; Salmo 106:45; Jeremías 26:3, 13, 19; 42:10;
Joel 2:13-14; Amós 7:3, 6. En tales casos Dios sabe anticipadamente si las condiciones
establecidas o implicadas serán cumplidas (tales como oraciones fervientes), pero aún
él debe anunciar su (tentativo) curso de acción con el fin de establecer el escenario
para la respuesta humana.
Concluimos, así, que la presciencia de Dios no es desvirtuado por los textos
nacham, y que su omnisciencia permanece absoluta.
G. Dios es omnipresente
Decir que Dios es omnipresente quiere decir que él es infinito con respecto al
espacio; él no está limitado por el espacio (GC, 264-273). El espacio mismo es un
producto de la creación; todos los seres creados están sujetos a limitaciones espaciales.
Incluso los ángeles existen en su propio espacio o dimensión “espiritual” y por eso
están limitados. Una limitación importante para cualquier criatura es que puede estar
solamente en un solo lugar a la vez. Pero Dios, el Creador no creado no es un ser
espacial. Su esencia es cualitativamente diferente del espacio y de los seres espaciales.
Todas las características del espacio como lo conocemos —— extensión, ubicación, y
distancia —— no se aplican a él.
El punto principal de la libertad de las limitaciones espaciales de Dios es que él
no se halla confinado sólo a un lugar a la vez. Él se halla, más bien, universalmente
presente en todo el espacio en todo tiempo; él es omnipresente, o presente en todas
partes. La dimensión divina intersecta cada punto del espacio; se interconecta con la
dimensión material en todas partes. Esto no es lo mismo que decir que Dios está
presente en todo el espacio. Él está presente ante todo espacio, o tal vez deberíamos
decir que todo espacio está inmediatamente presente ante él. Él puede manifestar una
presencia visible (o teofanía) en cualquier lugar específico que él escoja, o en un
millón de diferentes lugares al mismo tiempo; pero esta presencia visible no debería
ser igualada con la esencia divina.
La omnipresencia es la razón por la que Dios se halla presente ante nosotros y
puede ser adorado por nosotros en cualquier lugar y en muchos lugares sobre la tierra
al mismo tiempo. Él realmente no “habita” en ningún edificio ni en ninguna montaña (1
Reyes 8:27; Juan 4:20-24; Hechos 7:48-50; 17:24). También, la omnipresencia explica
porqué es inútil tratar de huir de Dios, o esconderse de Dios. No hay manera de “huir
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de la presencia del SEÑOR,” como intentó hacerlo Jonás (Jonás 1:3; ver Salmo 139:7-
10).
Jeremías 23:23-24 dice: “¿Soy yo Dios de cerca solamente, dice Jehová, y no
Dios desde muy lejos? ¿Se ocultará alguno, dice Jehová, en escondrijos que yo no lo
vea? ¿No lleno yo, dice Jehová, el cielo y la tierra?” No importa el lugar donde se
encuentre una persona, ya sea en el sitio más remoto de la tierra, o en una lejana
galaxia, todavía Dios permanece muy cerca y al mismo tiempo muy lejos. El “lejos” se
enfatiza para que nadie pueda pensar en escapar de la presencia de Dios; el “cerca” se
enfatiza para que todos puedan saber que a Dios se le puede hallar si se le busca. En
realidad, Dios está tan cerca como el punto más cercano del espacio, porque cada punto
del espacio es un punto de contacto entre nosotros y Dios (Hechos 17:27-28).
H. Dios es inmanente
Inmanencia es el atributo de Dios que describe su presencia y actividad dentro
del mundo creado (GC, 269-273; GRu, 295-298). Algunas veces la inmanencia se
contrasta con la trascendencia, como si fueran opuestas. Pero este es un serio error
basado en la falsa idea de que la trascendencia es un concepto espacial, es decir, que
Dios ocupa cierta clase de espacio fuera de los bordes de nuestro universo y está así
espacialmente distante de nosotros. Pero la trascendencia no se trata de distancia; se
trata de diferencia. No significa que Dios está separado espacialmente del mundo, sino
que su esencia es cualitativamente diferente de él. Su trascendencia de ninguna manera
excluye su inmanencia o presencia dentro del mundo. En efecto, su infinita esencia es lo
que hace posible su omnipresencia y su inmanencia.
La inmanencia es similar a la omnipresencia; ellas difieren simplemente en
énfasis. Mientras que la omnipresencia pone énfasis en la omni, o en la universalidad
de la presencia de Dios, la inmanencia enfatiza la presencia misma. La omnipresencia
significa que Dios está presente en todas partes y no simplemente en algunos lugares; la
inmanencia significa que Dios está presente en y ante su creación y no fuera o ausente
de ella. Esto no significa que Dios esté totalmente contenido en el mundo como si fuera
finito, ni tampoco significa que él sea identificado con el mundo como en algunos
conceptos panteístas. Simplemente significa que Dios está presente, que está cerca o
ante sus criaturas, que ellas están en su presencia todo el tiempo. Ver nuevamente
Hechos 17:27-28; Jeremías 23:23-24.
La inmanencia de Dios es una maravilla. Aunque él es el Rey soberano del
universo, sin embargo él está con nosotros, entre nosotros, obrando en medio nuestro, a
nuestro lado, dando atención personal e íntima a cada detalle de su creación y de
nuestras vidas. La obra entera de la providencia (tratada en el próximo capítulo)
magnifica la cercanía de Dios. Él se halla presente en su providencia general al
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preservar y supervisar todo lo que él ha hecho. Se halla presente en su providencia
especial al extender su mano para maldecir o para bendecir. Él se halla presente en sus
milagros al mostrar su gran poder.
La inmanencia de Dios es ejemplarizada especialmente en su disponibilidad para
oír y contestar nuestras oraciones: “Los ojos de Jehová están sobre los justos, y atentos
sus oídos al clamor de ellos” (Salmo 34:15). “Cercano está Jehová a todos los que le
invocan, a todos los que le invocan de veras” (Salmo 145:18). El está cerca de
nosotros en toda nuestra adoración (Mateo 18:20), y su Espíritu habita dentro de los
mismos corazones y cuerpos de los creyentes (1 Corintios 6:19). Santiago 4:8 promete:
“Acercaos a Dios, y él se acercará a vosotros”. Esta es su inmanencia.
I. Dios es glorioso
La palabra que mejor resume la grandeza colectiva de Dios es gloria (GC, 446-
452). Él es el “Rey de gloria,” el “Dios de gloria,” y el “Señor de gloria” (Salmo 24:7-
10; Hechos 7:2; 1 Corintios 2:8). “Porque la gloria de Jehová es grande” dice el Salmo
138:5. “Porque sólo su nombre es enaltecido. Su gloria es sobre tierra y cielos” (Salmo
148:13).
La palabra principal en el Antiguo Testamento para gloria (kabod) en su forma
adjetiva significa literalmente “grande, pesado, de peso”. Se usa a menudo en sentido
figurado para expresar algo significativo, importante, digno de notar, o impresionante.
En este sentido figurativo se refiere a Dios y se traduce usualmente como “glorioso” o
“gloria”. De manera que la gloria de Dios es de infinita significación, la totalidad de
sus perfecciones, la plenitud de su deidad comprimida en un solo concepto.
Pero hay otra connotación que hace de la gloria de Dios algo especial. Dios es
infinitamente grande y perfecto; esto sigue siendo cierto sea o no que se despliegue o
manifieste su grandeza de alguna forma. Sin embargo, él sí ha escogido manifestar su
grandeza, desplegando la majestad de sus perfecciones de maneras visibles. En efecto,
más específicamente, la gloria de Dios es su grandeza manifestada y desplegada para
que todos la vean. “La gloria es la excelencia desplegada”, dice Pentecost (Gloria, 8).
La propia presencia visible de Dios manifiesta su gloria; fue “la gloria de Jehová”
la que apareció en la nube que guió a Israel y habitó en el templo (Éxodo 16:7, 10;
40:34-35; 1 Reyes 8:10-11). Su gloria es declarada por las maravillosas obras de su
creación (Salmo 19:1). El Logos encarnado, Jesús de Nazaret, manifestó su gloria (Juan
1:14). La gloria divina es desplegada en la gracia salvadora de Dios (Efesios 1:6). La
gloria de Dios iluminará el cielo (Apocalipsis 21:23). Dondequiera que Dios está y
siempre que Dios obra, su gloria está presente. “Santo, Santo, Santo, Jehová de los
ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria” (Isaías 6:3).
A. Dios es santo
Un atributo de Dios que se manifiesta en relación con sus criaturas de libre
albedrio es la santidad (GRe, 245-275). Anteriormente explicamos que la idea básica
de la santidad es el ser separado o apartado de otras cosas. Hemos explicado que Dios
es ontológicamente santo, es decir, apartado o distinto de toda esencia creada. Esta es
su trascendencia. Ahora estamos enfocándonos en su santidad ética, su separación de
todo lo pecaminoso o moralmente malo. Así es como estamos usando aquí la palabra
“santidad”.
La santidad de Dios es básicamente su perfecta excelencia moral, que tiene un
aspecto tanto positivo como negativo. El aspecto positivo es lo que Dios es, lo que
Dios es en pro; el aspecto negativo es lo que Dios no es, lo que él está en contra.
Positivamente, “Dios es santo” significa que él es perfección y pureza moral
absoluta, que él es incondicionalmente recto en su esencia y sus funciones. La Biblia
afirma claramente esta santidad divina: “Habéis, pues, de serme santos, porque yo
Jehová soy santo” (Levítico 20:26; 1 Pedro 1:15-16). “Te mostrarás recto para con el
hombre íntegro. Limpio te mostrarás para con el limpio” (Salmo 18:25-26). “Bueno y
recto es el Señor” (Salmo 25:8; ver 92:15). Hablando del Cristo resucitado, Juan dice
“Él es puro” (1 Juan 3:3).
Esta santidad positiva no es simplemente la rectitud moral personal del propio
Dios, sino también su celo por la rectitud moral en sus criaturas. Esto lo lleva tanto a
demandar santidad en nosotros como a deleitarse en ella (ver Salmo 24:3-4; 33:5).
La santidad incluye también un lado negativo, que es la perfecta libertad de Dios
de todo pecado, su absoluta oposición a él, su total odio hacia él. No hay indicación
alguna de mal moral en su naturaleza, voluntad, pensamientos, u obras. Como dice la
Escritura, “Lejos esté de Dios la impiedad, y del Omnipotente la iniquidad. . . . Sí, por
cierto, Dios no hará injusticia, y el Omnipotente no pervertirá el derecho” (Job 34:10-
12). “Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará
junto a ti” (Salmo 5:4). “Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el
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agravio” (Habacuc 1:13).
Este lado negativo de la santidad de Dios no es simplemente la ausencia de
pecado en su naturaleza, sino su determinante actitud contra él, una actitud de aversión y
odio. Tal como él tiene celo por lo recto, así es su celo contra todo lo que es malo. El
Salmista le dice al divino Mesías, “has amado la justicia y aborrecido la maldad”
(Salmo 45:7). El SEÑOR odia “toda cosa abominable” de los pecadores (Deuteronomio
12:31). Aquellos pecados específicos odiados y detestados por Dios incluyen idolatría
(Deuteronomio 16:22; Jeremías 44:4), ocultismo (Deuteronomio 18:9-14), ojos altivos,
lengua mentirosa, manos que derraman sangre inocente, corazones que maquinan el mal,
pies que corren a hacer el mal (Proverbios 6:16-18), mentiras, injusticia (Zacarías
8:17), y divorcio (Malaquías 2:16).
La santidad de Dios en estos dos aspectos se manifiesta hacia sus criaturas de
libre albedrio en la forma de ley, que se refiere a cualquiera de los preceptos y
mandamientos que el Dios Creador ha impuesto sobre nosotros como criaturas. Es
decir, es la voluntad preceptiva de Dios (Salmo 40:8). Dios nos da su ley simplemente
porque él es un Dios santo que tiene un celo infinito por lo bueno y lo malo. Los
mandatos de la ley son en su mayor parte el espejo o la transcripción de su propia
voluntad; ellos son la santidad de Dios en forma imperativa y verbalizada. Además, las
penas y maldiciones prescritas por la ley reflejan el odio santo de Dios hacia el
pecado (ver Deuteronomio 28:15; Gálatas 3:10). Ser santo como Dios es santo (1
Pedro 1:15-16) es amar su ley y odiar el pecado proscrito por ella (Salmo 1:2; 119:47,
97, 126-127).
Como un atributo de Dios, la santidad es revelada a sus criaturas incluso donde no
hay pecado presente (p.ej., Génesis 2:15-17). Pero cuando el pecado entra en la arena
de la creación, la santidad divina se manifiesta en toda su majestuosa gloria,
especialmente en la forma de celo e ira, lo cual será tratado en la próxima sección
principal.
B. Dios es amor
El otro lado de la naturaleza moral de Dios es el amor (GRe, 323-351). Así es
como la bondad de Dios se expresa hacia sus criaturas de libre albedrio: “Dios es
amor” (1 Juan 4:8, 16). A esto Brunner llama “la declaración más osada . . . en el
lenguaje humano” (Dogmática I, 185). Tal vez por eso que es un aspecto de Dios
específicamente enunciado solamente en la revelación especial de la Biblia.
La Biblia efectivamente declara el amor infinito de Dios. “De tu misericordia, oh
Jehová, está llena la tierra,” dice el Salmo 119:64. Su amor es dirigido hacia el mundo
entero de seres humanos (Juan 3:16; ver 1 Juan 2:2; 4:10). En tiempos del Antiguo
Testamento él amó a Israel con un amor especial (Deuteronomio 10:15; Jeremías 31:3;
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Miqueas 7:18-20), y en tiempos del Nuevo Testamento este amor especial es dirigido
hacia la iglesia (Efesios 5:25-30; Colosenses 3:12; 1 Juan 3:1; 4:19).
Para entender la naturaleza del amor de Dios debemos notar la variedad de
términos bíblicos que lo representan. La principal palabra en el Nuevo Testamento es
ágape (verbo, agapao), aunque phileo se usa dos veces (Juan 5:20; 16:27). El primer
término se refiere a una genuina preocupación por el bienestar de otros; el segundo se
refiere al afecto que uno tiene por un amigo. La principal palabra en el Antiguo
Testamento es ‘ahab y sus términos afines; su significado es similar a ágape. Otras
palabras en el Antiguo Testamento son chesed, que significa un afecto genuino de
misericordia; chashaq, “desear, amar, encariñarse con”; chapets, “favorecer, deleitarse
en”; y ratsah, “deleitarse en, complacerse en”.
Es importante notar que para representar el amor de Dios se usa más de una
palabra bíblica, porque algunas veces se establece una definición limitada y
distorsionada de ella, basada en el significado de una sola palabra, generalmente
ágape. El término ágape es entendido correctamente como el cuidado y preocupación
desinteresados por la felicidad y bienestar de otro, y esto es por cierto el corazón del
amor de Dios. Pero nuestro entendimiento global de la naturaleza amorosa de Dios
debe basarse en el cuadro bíblico total, no solamente en una sola palabra.
¿Cómo, entonces, definiremos el amor de Dios? Ofrezco esta definición: El amor
de Dios es su afecto generoso y preocupación desinteresada que lo lleva a procurar
activamente la felicidad y el bienestar de sus criaturas que llevan su propia imagen.
Esta definición incluye cuatro elementos básicos. El primer elemento es en realidad la
esencia de ágape, que es interés. Dios está genuinamente interesado en nosotros y le
importamos; él está interesado en nuestro bienestar. El sincera y desinteresadamente
quiere bendecirnos. Él no nos ignorará ni será indiferente hacia nosotros.
El segundo elemento es abnegación. Él desea darse a sí mismo de cualquier
manera necesaria para lograr la felicidad de sus criaturas. El comparte su poder y
bondad con nosotros en la abundancia del mundo creado; él se comparte a sí mismo con
nosotros en comunión y comunicación. En su acto culminante de entrega, él se dio a sí
mismo a nosotros en la encarnación del Logos como Jesús el Cristo, quien se entregó a
la muerte en nuestro favor.
El tercer elemento del amor de Dios es acción. El amor divino no permanece
interno a Dios; él lo exterioriza actuando en beneficio de aquellos a quienes él ama. Su
amor se encarna en sus bendiciones providenciales (Mateo 5:43-48), en su disciplina
(Proverbios 3:11-12; Hebreos 12:5-6) y en la cruz (Juan 3:16; 15:13).
El cuarto aspecto del amor divino es afecto, un elemento a menudo omitido por
aquellos que excluyen todo sentimiento de Dios o quienes olvidan que el amor de Dios
es más amplio que ágape. Varias de las palabras mencionadas anteriormente incluyen
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sentimientos de afecto y deleite.
Para describir la relación de Dios con su pueblo, la Escritura usa a menudo
analogías que encarnan un tierno afecto: las relaciones entre padre e hijo (Oseas 11:1,
4; Romanos 8:15), madre e hijo (Isaías 49:15; 66:13), esposo y esposa (Oseas 3:1;
Efesios 5:25) y pastor y rebaño (Ezequiel 34:11-22; Isaías 40:11; Juan 10:11). Estas
analogías nos enseñan por cierto que el amor de Dios es cálido y tierno y
profundamente personal. Ver también Isaías 30:18; Jeremías 31:20; Oseas 11:8; Mateo
23:37.
El amor de Dios es infinitamente rico y profundo, un hecho que se aprecia en la
ilimitada abundancia de sus dones de creación y providencia (Hechos 14:17; 1 Timoteo
6:17; Santiago 1:17). Sin embargo, su asombrosa profundidad se hace aún más
prominente en la manera que responde a la presencia del pecado entre sus criaturas
humanas. Cuando el pecado entra en el cuadro, su amor se despliega en la forma de
misericordia, paciencia y gracia. Estos atributos de amor serán tratados en la siguiente
sección principal.
C. Santidad y amor
Es crucial que tengamos un apropiado entendimiento de la relación entre el amor
de Dios y la santidad de Dios. La tentación es hacer de uno de ellos el atributo
primario o inclusivo, dejando al otro simplemente como una de sus muchas
expresiones. El enfoque más común es tomar “Dios es amor” como la descripción
inclusiva total de la naturaleza de Dios, siendo cada uno de los demás atributos,
incluyendo la santidad, simplemente una de las maneras en que funciona el amor de
Dios. Lo mismo se hace algunas veces con la santidad de Dios, pero menos
frecuentemente.
Ninguno de estos dos enfoques es correcto. La santidad de Dios y el amor de Dios
son dos atributos distintos e igualmente fundamentales de Dios, no siendo uno la
expresión del otro. El amor y la santidad son dos lados igualmente fundamentales de la
naturaleza de Dios, “el que puede salvar y perder” (Santiago 4:12). “Mira, pues, la
bondad y severidad de Dios” (Romanos 11:22). Aunque cada lado es templado por el
otro, cada uno puede ser expresado independientemente del otro. La incapacidad de
entender este punto lleva a la confusión en el área de la ética, donde cuestiones serias
como la guerra, la pena capital y la justicia social se deciden erróneamente sobre la
falsa presuposición de un Dios que sólo es amor. También lleva a la confusión en el
área de la Cristología, donde se interpreta la cruz como una influencia moral sobre los
pecadores en vez de un sacrificio propiciatorio necesario para aplacar la ira de Dios.
El hecho es que nuestro entendimiento de la esencia misma de la fe cristiana
depende de un apropiado entendimiento de la igualdad fundamental de la santidad y el
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amor. Si el pecado nunca se hubiese introducido en la creación de Dios, estos dos
atributos habrían coexistido lado a lado en perfecta armonía dentro de Dios. Pero una
vez que el pecado entra en el cuadro, la santidad y el amor de Dios se hallan en un
estado de tensión y oposición. Debido a que Dios es amor, él desea conceder
misericordia, gracia y perdón a los pecadores. Pero debido a que es santo, él debe
manifestar su ira sobre ellos mediante un castigo retributivo. Tanto el amor como la
santidad son su naturaleza, y la justicia de Dios requiere que él sea consistente en todos
los aspectos de su naturaleza. Así, tanto la gracia como la ira son requerimientos de su
naturaleza. ¿Pero cómo puede Dios cumplir los requerimientos tanto del amor como de
la santidad hacia los pecadores al mismo tiempo? La solución de Dios para este dilema
es la encarnación y la crucifixión de Jesús, pilares centrales de la fe cristiana.
A. Dios es celoso
Cuando la santidad de Dios es desafiada por el pecado, ella brota en forma de
celo (GC, 409-416). En el segundo mandamiento, Yahweh declara: “Porque yo soy
Jehová tu Dios, fuerte, celoso” (Éxodo 20:5). “Porque no te has de inclinar a ningún
otro dios, pues Jehová, cuyo nombre es Celoso, Dios celoso es” (Éxodo 34:14).
Las palabras para celo, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo
Testamento, se refieren a un intenso sentimiento de celo o ardor, un fervor de espíritu,
celos, incluso un enojo celoso. Pero no debemos pensar en los celos de Dios como
fastidio o envidia trivial dirigido hacia alguna otra deidad cuyos legítimos adoradores
él codicia. Más bien, cuando se atribuye celos a Dios, el trasfondo siempre parece ser
su relación con su pueblo entendida figuradamente como una relación matrimonial.
Como un esposo, Dios es celoso, con un “celo santo” (2 Corintios 11:2) tanto por el
bienestar de su esposa como por su permanente y exclusiva devoción hacia él. ¿Y cuál
es la mayor amenaza para ambos? ¡La idolatría! De manera que las referencias a Dios
como un Dios celoso aparecen más a menudo en un contexto que condena la idolatría.
Esta conexión se puede ver en Éxodo 20:5 y Éxodo 34:14, citados anteriormente. Ver
B. Dios se aíra
La ira de Dios no es un tema placentero de tratar; pero es una parte esencial de la
naturaleza de Dios, y su estudio es crucial para un apropiado entendimiento del pecado
y la salvación. En su esencia la ira de Dios no es diferente de su santidad, sino
simplemente aquello en que se transforma la santidad cuando es confrontada por el
pecado (GRe, 275-319).
El testimonio bíblico acerca de la ira de Dios es abrumador. Dios anuncia su ira
hacia las naciones rebeldes: “Luego [Dios] hablará a ellos en su furor, y los turbará
con su ira” (Salmo 2:5). Usando la figura de un lagar, Dios declara, “los pisé con mi
ira, y los hollé con mi furor; y su sangre salpicó mis vestidos, y manché todas mis
ropas. Porque el día de la venganza está en mi corazón” (Isaías 63:3-4). La rebelde
Israel no escapó de la ira de Dios: “Por esta causa se encendió el furor de Jehová
contra su pueblo, y extendió contra él su mano, y le hirió” (Isaías 5:25). “Porque fuego
se ha encendido en mi ira, y arderá hasta las profundidades del Seol; devorará la tierra
y sus frutos, y abrasará los fundamentos de los montes” (Deuteronomio 32:22). Ninguno
de los enemigos de Dios escapará: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo
contra toda impiedad e injusticia de los hombres” (Romanos 1:18).
Leon Morris dice que sólo el Antiguo Testamento tiene más de veinte palabras que
expresan este concepto en más de 580 pasajes (Preaching [Predicación], 131). Algunas
de estas palabras en el Antiguo Testamento tienen la connotación de un fuego ardiente y
quemante. Por ejemplo: “Porque temí a causa del furor y de la ira [chemah] con que
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Jehová estaba enojado contra vosotros para destruiros” (Deuteronomio 9:19). “Y lo
oyó Jehová y ardió su ira [charon], y se encendió en ellos fuego de Jehová” (Números
11:1). La palabra más común en el Antiguo Testamento para la ira de Dios es ‘ap, que
se refiere a la nariz o aletas de la nariz; la forma verbal significa “bufar, estar enojado”.
El Salmo 18:8 dice que cuando Dios estaba enojado, “Por la nariz echaba humo, por la
boca fuego consumidor; ¡lanzaba carbones encendidos!” (NVI).
El Nuevo Testamento usa dos términos básicos para la ira de Dios. Uno es orge
(Juan 3:36); Romanos 1:18; Apocalipsis 6:16-17); el otro es thymos (Romanos 2:8;
Apocalipsis 14:10, 19). Sí existe una diferencia entre ellos, el primero se refiere a un
estado constante y establecido de indignación controlada, como un fuego volcánico que
está constantemente bullendo bajo la superficie; y el segundo se refiere más a una
intensa explosión de ira, como un volcán cuando erupciona. De modo que la ira de Dios
es una constante e intensa indignación contra el pecado, pero que en ocasiones explota
en actos de juicio consumidor. “Porque nuestro Dios es fuego consumidor” (Hebreos
12:29).
Es importante ver detrás de manifestaciones de la ira divina y reconocer que el
fuego consumidor de la ira es un aspecto constante de la naturaleza de Dios, una parte
de su esencia misma. Porque él es santo, es imposible para Dios no airarse en
presencia del pecado. La ira es la reacción natural e inevitable y eterna del Dios
santísimo contra todo lo que es perverso. La santidad de Dios siempre se enciende con
solo pensar en el pecado, pero esto no es obvio ni es observado sino hasta que llega
realmente a existir. Es en ese punto cuando la santidad de Dios es develada como un
“fuego consumidor” que por su misma naturaleza debe envolver y destruir el mal
transgresor, tal como un horno caliente vaporiza instantáneamente las gotas de agua que
caen sobre él. La naturaleza santa de Dios es como un horno mantenido constantemente
a 282 grados Celsius, y los pecados son como pedacitos de papel que se convierten
espontáneamente en llamas cuando se los echa en dicho horno.
Ser objeto de la ira de Dios se describe en la Biblia como una horrible
experiencia: “¡Horrenda cosa es caer en las manos del Dios vivo!” (Hebreos 10:31).
Aquellos que se hallan bajo la ira de Dios son llamados sus enemigos (Romanos 5:10;
Colosenses 1:21; Santiago 4:4). “He aquí yo estoy contra ti”, les dice a aquellos bajo
su ira (Jeremías 50:31; Ezequiel 21:3). “Pero el rostro del Señor está contra los que
hacen el mal” (1 Pedro 3:12).
Algunas veces oímos decir que Dios odia el pecado pero ama al pecador. Eso no
es cierto. El odio de Dios se dirige contra la persona que peca y no simplemente contra
el pecado mismo. “Aborreces a todos los que hacen iniquidad. . . . Al hombre
sanguinario y engañador abominará Jehová” (Salmo 5:5-6). “Al malo y al que ama la
violencia, su alma los aborrece” (Salmo 11:5). Ver también Levítico 20:23;
C. Dios es misericordioso
“Mira, pues, la bondad y la severidad de Dios” (Romanos 11:22). Estos son los
dos lados de su naturaleza moral. Su severidad se expresa hacia sus criaturas de libre
albedrio como santidad, que además se dirige hacia los pecadores como celos e ira. Su
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bondad se expresa hacia sus criaturas de libre albedrio como amor. Pero ahora la
pregunta es: ¿Cómo se manifiesta el amor hacia los pecadores? Aquí veremos que
confrontado por el pecado, el amor se transforma en tres atributos relacionados:
misericordia, paciencia, y gracia.
Primero, Dios es misericordioso (GRe, 351-356). Él es “rico en misericordia, por
su gran amor con que nos amó” (Éxodo 2:4). La misericordia debe entenderse a la luz
del sufrimiento y miseria causados por el pecado. Es el amor de Dios dirigido hacia la
humanidad en su dolor, sufrimiento, necesidad, miseria y aflicción causados por el
pecado. Involucra un sentimiento de interés sensible que es básicamente lo mismo que
compasión, más un deseo de aliviar la aflicción del que sufre. Algunas veces una
persona acarrea esta aflicción sobre sí misma debido a su pecado personal; más a
menudo es el resultado acumulado de los pecados de otros, incluyendo el de Adán.
Pero en lo que respecta a la misericordia, no importa si el sufrimiento es merecido o
no. En su misericordia Dios quiere remover el sufrimiento independientemente de su
causa.
En el corazón mismo de su naturaleza Dios es “compasivo y lleno de gracia”
(Éxodo 34:6). “Porque Dios misericordioso es Jehová tu Dios” (Deuteronomio 4:31);
“Sus misericordias son muchas” (2 Samuel 24:14). El es “Padre de misericordias y
Dios de toda consolación” (2 Corintios 1:3). Dios es movido a compasión en vista de
nuestras necesidades físicas (Mateo 14:14; 15:32; 20:34; Marcos 1:41). “Tendrá
misericordia del pobre y del menesteroso” (Salmo 72:13). Pero más significativamente
él está lleno de misericordia en vista de nuestras necesidades espirituales, nuestra
condición perdida y pecaminosa. La principal necesidad del pecador es la salvación; y
dado que él es misericordioso, Dios quiere satisfacer esta necesidad, y ha hecho todo
lo que puede para hacerlo. Dios nos ha salvado no por nuestras obras “sino por su
misericordia” (Tito 3:5). “Según su grande misericordia” él “nos hizo renacer para una
esperanza viva” (1 Pedro 1:3; ver Efesios 2:4-6). “La misericordia triunfa sobre el
juicio” (Santiago 2:13) para los que están en Cristo.
D. Dios es paciente
Otra forma especializada que adopta el amor frente al pecado es la paciencia o
longanimidad (GRe, 357-361), que pertenece a lo más profundo de la naturaleza de
Dios. La expresión del Antiguo Testamento para esto significa literalmente “largo de
nariz”. Como se notó anteriormente, ‘ap, que significa “nariz, narices”, es una palabra
hebrea para ira. Así, la expresión “largo de nariz” significa “largo de ira” o “lento para
la ira”. La palabra neotestamentaria makrothymia es similar en significado; su adjetivo
significa “largo de pasión, que soporta, paciente”. “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte,
misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Éxodo
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34:6).
La paciencia de Dios ilustra muy bien la tensión entre las dos ideas de su
naturaleza frente al pecado, es decir, la tensión entre el amor por una parte y la santidad
e ira por otra. Esto es cierto porque la esencia misma de la paciencia divina es el
retraso y restricción en la ejecución de la ira. Su ira es real y merecida, pero por su
gran amor (1 Corintios 13:4) él la retiene por un tiempo o reduce su intensidad o
incluso la deja sin efecto totalmente. “Por amor de mi nombre diferiré mi ira, y para
alabanza mía la reprimiré para no destruirte”, dice Dios de su pueblo escogido (Isaías
48:9). Si Dios nos diera lo que merecemos tan pronto comenzamos a merecerlo, todos
ya habríamos perecido hace mucho tiempo. Es su gran paciencia la que mantiene el
castigo “suspendido” hasta que de algún modo quede sin efecto o sea aplicado
finalmente.
Pablo explica en Romanos 9:22-23 cómo Dios “soportó con mucha paciencia” a
la idólatra nación de Israel, aunque ellos realmente merecían su ira, a fin de que la
salvación para todas las naciones pudiera ser llevada a cabo a través de ellos. Pablo se
pone a sí mismo como ejemplo de la paciencia divina (1 Timoteo 1:16). La parábola
del siervo despiadado enseña acerca de la naturaleza de la paciencia como la
postergación de la ira. Cada deudor pide paciencia (Mateo 18:26, 29), o la
postergación del tiempo en que la deuda debe ser pagada. El señor en la parábola
(representando a Dios) fue un paso más allá y perdonó totalmente la deuda.
¿Cuál es el propósito de la paciencia de Dios? ¿Por qué posterga él la ejecución
de su ira? Debido a su amor, él no quisiera aplicarla en absoluto su ira; de esta manera
él la posterga para permitirle a la parte culpable tiempo para arrepentirse y ser
perdonada y evitar así totalmente su ira. “El Señor no retarda su promesa”, respecto a
la venida del día del juicio, “sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que
ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9). Ver
Nehemías 9:30; Romanos 2:4-5; 1 Pedro 3:20.
Dios, sin embargo, no retardará la ejecución de su ira para siempre. Llegará un
momento en que su paciencia se agotará y ya no habrá oportunidad de arrepentirse
(Salmo 7.12-13; Jeremías 44:22; Oseas 1:6). La muerte de una persona, o la segunda
venida de Cristo, marca el fin de la paciencia de Dios para siempre, y el tiempo
concedido para arrepentirse llegará a su fin. Para el clamor como el del rico en el
Hades —— “¡Ten misericordia de mí!” (Lucas 16:24) —— será demasiado tarde.
L asprincipales:
obras de Dios pueden ser consideradas bajo tres encabezamientos
la obra de creación, la obra de providencia y la obra de redención.
En este capítulo trataremos las dos primeras; la tercera será tratada más adelante en el
contexto de la Cristología.
Tanto la creación como la providencia tienen que ver con la relación de Dios al
mundo en su rol como Creador (en distinción a su rol como Redentor). La creación se
refiere al acto inicial mediante el cual Dios trajo el universo a la existencia. Se refiere
al origen de la materia básica de la cual todo ha sido hecho. La providencia se refiere a
las relaciones inmanentes de Dios y a su involucramiento con el universo después del
acto inicial de creación. Incluye la manera en que Dios sostiene todas las cosas en su
existencia misma, cómo supervisa todos los eventos de la naturaleza y la historia, y
cómo interviene en ambas con el fin de cumplir sus propósitos.
I. La obra de creación
Tratamos primero con la creación, que es la obra primaria de Dios. Es primaria
en el sentido de que es su primera obra con respecto a sus criaturas, y también en el
sentido de que es fundacional para todo lo que ocurre posteriormente. Es el punto de
partida para nuestro entendimiento de todo lo que se relaciona con Dios y el hombre.
Gilkey ha dicho correctamente (4),
La idea de que Dios es el Creador de todas las cosas es el fundamento indispensable sobre el que se
basan las otras creencias de la fe cristiana. Sostiene lo que los creyentes creen acerca de la posición de
Dios en el ámbito global de la realidad. Él es el Creador de todo. Sobre esta afirmación depende
lógicamente todo lo que los cristianos dicen acerca de su Dios, acerca del mundo en que viven, y acerca de
su propia historia, destino y esperanza.
A. La definición de creación
El pensamiento cristiano tradicional concuerda en general en cuanto a cómo
debería definirse la creación (GC, 95-133). La siguiente definición por C. C. Crawford
es típica: “Creación es el acto libre de Dios mediante el cual en el principio él hizo, sin
el uso de materiales existentes, todo el universo visible e invisible” (I:47). Esta
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definición comprende tres ideas básicas: (1) Dios creó el universo de la nada, o ex nihilo;
(2) la creación fue un acto libre; (3) la creación abarca todo el ámbito tanto espiritual
como material.
1. La creación ex nihilo
Desde el principio, la teología cristiana ha entendido el origen de todas las cosas
en términos de una creación ex nihilo. Nihil es la palabra latina para “nada”, y ex nihilo
significa literalmente “de la nada”. Algunos han tratado de objetivizar la “nada” y
transformarla en un “algo”. Ellos sugieren que realmente hubo una especie de caos
original de materia preexistente, y que Dios simplemente la puso bajo su control. Tal
idea es completamente falsa. “De la nada” significa “no de algo”. Significa que antes de
la creación no existía nada excepto Dios, y después de la creación existió también el
universo; universo que no era Dios sino algo absolutamente distinto del ser y existencia
misma de Dios.
Algunos filósofos paganos piensan en el nihil como una nada absoluta, un estado
donde ni siquiera Dios existe. Entendiéndolo así, ellos típicamente niegan que tal
creación pudo haber existido alguna vez, en base al dicho, “De la nada, nada proviene”.
Pero esto también es un falso entendimiento de nihil. La “nada” de la creación ex nihilo
significa que no había nada en existencia fuera de Dios previo al acto de creación.
Ex nihilo significa exactamente lo que dice la definición: “sin el uso de materiales
preexistentes”, no de algo que ya había en existencia. La alternativa sería que Dios de
alguna manera sí usó un material preexistente, tal como su propia esencia. En este
escenario Dios es descrito como la única entidad existente previo a la creación; pero
luego a través de algún acto de emanación o generación él produce el universo a partir
de su propia esencia. Este concepto es sostenido por algunas formas de panteísmo. Pero
tal idea es completamente descartada por la creación ex nihilo. La materia creada en
ningún sentido se deriva del propio ser de Dios.
Otro escenario identifica el material preexistente con alguna clase de masa
ontológica que ha coexistido junto con Dios. En este caso se concibe a Dios tomando de
alguna manera el control de esta masa y moldeándola hasta convertirla en el cosmos
actualmente existente. Pero esta teoría de los orígenes es desvirtuada de igual manera
por la creación ex nihilo. El universo —— incluyendo tanto su contenido espiritual como
material —— no fue generado a partir de la propia esencia de Dios ni formado a partir
de una masa de materia eternamente existente. Fue creado de la nada, sin el uso de
material preexistente de alguna clase.
Gran parte de la teología “cristiana” moderna niega la creación ex nihilo en su
verdadero significado. Un enfoque común sostiene que la creación como tal no se
refiere al origen real del mundo; que el universo haya tenido incluso un comienzo es
C. Implicaciones de la creación
La obra de creación de Dios es el cimiento fundamental de la cosmovisión
cristiana. Muchas de las verdades que damos por concedido durante toda nuestra vida
dependen del hecho de que vivimos en un mundo creado por Dios. Aquí señalaremos
algunas de ellas. (GC, ch. 4)
1. La creación y la verdad
Ya hemos indicado en el capítulo introductorio que el hecho de la creación ex nihilo
es la presuposición de la existencia de la verdad absoluta de cualquier clase. Todos los
seres creados se hallan limitados por el predicamento egocéntrico y por lo tanto son
incapaces de descubrir la verdad absoluta por sí solos. Solamente el Dios Creador
trascendente y omnisciente tiene un absoluto conocimiento de todas las cosas, y puede,
por lo tanto, ser una fuente de verdad cierta. De esta manera, el hecho de la creación es
un golpe mortal al relativismo y el fundamento de la verdad y la sana doctrina.
2. La creación y la naturaleza
Algunas cosmovisiones monistas (p.ej., Hinduismo) consideran irreal o una
ilusión el material del mundo y cualquier cosa hecha de material físico; algunas
cosmologías dualistas (p.ej., el Gnosticismo) consideran mala la materia como tal.
D. La primacía de la creación
Algunas veces una piedad genuina pero errada conduce a cristianos sinceros a una
distorsión cristológica, no solamente de su ética, sino de su teología y cosmovisión
globales. En sus esfuerzos por exaltar a Jesucristo, tratan erróneamente de “hacerlo
central” en cada aspecto de la vida. Escuchamos que “Jesús es todo,” p.ej., en doctrina,
en ética, en adoración, en música cristiana, en la piedad diaria. Como alguien ha dicho,
“Jesús es la clave para el entendimiento del cosmos” (Jenkins, 35-36). Otro escritor, en
un artículo llamado “Haciendo a Jesús central”, dice: “Todo concepto, práctica y obra
espiritual debe encontrar su significado y valor esencial en Jesucristo”. También, “cada
doctrina y ordenanza de la fe deben depender de él, su naturaleza, carácter y obras, para
su significado” (Cook, 35-36).
Reitero nuevamente, este es un serio error; el error de pretender que Jesús llene
ciertos roles que nunca fue su intención llenar, y de ignorar los factores que tenían el
propósito de ser verdaderamente centrales en ciertos aspectos de nuestras vidas.
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Especialmente ignora la significación de la creación y de nuestra relación con Dios el
Creador (GC, 171-191).
En respuesta a la pregunta, “¿Qué debería ser central en nuestras vidas?” hay
diferentes respuestas, dependiendo del área de la vida que se esté considerando. Es
decir, ¿central de qué manera? Si queremos decir esencialmente central, la respuesta es
que Dios el Creador, no Jesús, es central. Es decir, podemos explicar nuestra naturaleza
esencial como seres humanos solamente a la luz de la creación. En su más profundo
nivel, la esencia de nuestra existencia se halla enraizada en la creación, y nuestra
relación primaria es con Dios como Creador. En respuesta a la pregunta, “¿Quién soy?”
debemos comenzar con la conciencia de que somos criaturas de Dios.
La relación-creación es así el punto de referencia primario para los hechos
básicos de nuestra existencia. Por ejemplo, la voluntad de Dios (como en ética) nos
llega como la voluntad del Creador. Como acabamos de ver, la ética se fundamenta en
la creación, no en la redención. Por eso es que los mandamientos básicos de Dios (tales
como los relacionados con el matrimonio y el divorcio) se aplican a todas las personas,
no sólo a los cristianos. También, puesto que la relación esencial del hombre con Dios
es con Dios como Creador, esta es la relación universal Dios-hombre, la que es
compartida por todos los seres humanos. Este es el único sentido en que podemos
hablar de “la hermandad del hombre”. Todos los seres humanos están relacionados con
Dios el Creador en que todos lo conocen a él y su voluntad a través de la revelación
general, y todos han pecado contra él. Pero no todos están relacionados con Dios como
Redentor; esta es una relación adquirida.
La pregunta acerca de la centralidad debe hacerse y contestarse de otra manera. Si
queremos decir lo que es epistemológicamente central, entonces la respuesta es que la
Biblia, no Jesús, es central. Aquellos que piensan que tal declaración destrona a Jesús
y eleva la Biblia a la posición de un ídolo, simplemente no entienden el rol de la
epistemología y la diferencia entre forma y contenido. La pregunta epistemológica trata
de cómo obtenemos el conocimiento acerca de nuestro tema de estudio, y es básico en
cualquier campo de investigación. Pero esto es solamente una cuestión formal y no está
compitiendo con el contenido aprendido a través de él. Cuando decimos que la Biblia
es epistemológicamente central queremos decir que ella y sólo ella es la fuente de
nuestro verdadero conocimiento acerca de aquel que es central en nuestras vidas. Este
es el significado del lema tradicional, “La Biblia y sólo la Biblia es nuestra única regla
de fe y práctica”. Fe en la Biblia como la fuente de la verdad acerca del Creador y
acerca de Cristo no contradice nuestra fe en Cristo como la fuente de nuestra salvación.
Esto nos lleva al último modo de responder a la pregunta acerca de la centralidad,
a saber, ¿qué es existencialmente central en nuestras vidas? Cuando se hace la pregunta
de esta manera, la respuesta apropiada es Jesucristo. Él es (o debería ser) el punto de
[1]- Eduard J. Young expresó este juicio en la sala de clases en el Seminario Teológico de Westminster. Ver su libro,
Studies (Estudios), 6-7.
[2]- No confundamos centralidad con exclusividad. Sólo porque Cristo es central en nuestra vida diaria, no significa
que él debería ser el objeto exclusivo de nuestra adoración y devoción. Por ejemplo, deberíamos también cantar
himnos que alaban a Dios como Creador, y deberíamos estar concientes del rol del Espíritu Santo en nuestras vidas.
[3]- Este permiso es físico, no moral. En otras palabras, Dios puede permitir que tenga lugar un asesinato, pero él no le
ha concedido a nadie el permiso ético o moral para asesinar.
[4]- Este texto no dice que los ángeles se regocijan; dice que hay gozo en presencia de los ángeles. Dios mismo está
en presencia de los ángeles.
[5] - Para más detalles, ver GRu, cap. 5; ver también Cottrell, “Soberanía”, 97-119.
D ecreación
la naturaleza y las obras del Creador nos volvemos ahora a la naturaleza de la
misma, comenzando con una breve mirada a lo que la Biblia enseña
acerca de la creación invisible (Colosenses 1:16), es decir, los ángeles.[1]
Algunos niegan totalmente la existencia de un mundo invisible (espiritual,
sobrenatural). Aceptando la filosofía del naturalismo, ellos creen solamente en la
realidad de un mundo visible (físico, natural). Sin embargo, considerando la historia de
la humanidad como un todo, este es definitivamente el concepto minoritario; un número
abrumador asume la realidad de un mundo espiritual de alguna clase. Algunos creen en
Dios, pero no en espíritus creados; un ejemplo son los antiguos saduceos, quienes
decían que “no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu” (Hechos 23:8). Otros creen en
seres espirituales de alguna clase, pero no en un Dios Creador. Tal es el caso de los
animistas y espiritistas, así como muchos de los que hoy tienen un concepto semi-
religioso de la existencia de seres espirituales ingenuamente llamados “ángeles”. Estos
últimos, sin embargo, han recibido más la influencia del ocultismo y el pensamiento de
la Nueva Era que de la Biblia.
De acuerdo a la Biblia, efectivamente existe toda una categoría de seres llamados
(entre otras cosas) ángeles, entidades distintas tanto de Dios como de los seres
humanos. El propósito de este capítulo es tratar su naturaleza, número, clases y función.
D. ¿Qué es el hombre?
Estamos listos ahora para responder la pregunta, “¿Qué es el hombre?” ¿En qué
consiste la auténtica existencia humana? Nuestra respuesta es triple. Primero, el hombre
es cuerpo. No es suficiente decir simplemente que “El hombre tiene un cuerpo”. Parte
de nuestra misma esencia, parte de nuestra identidad como seres humanos es nuestra
naturaleza corpórea. La idea de que nuestro cuerpo es un aspecto accidental, extraño,
degradante de nuestra naturaleza es una idea pagana, no bíblica. Nunca deberíamos
decir cosas como, “El hombre no es un cuerpo, él simplemente usa uno” (Lovett, 58), o
“Una persona individual es un espíritu . . . mezclado temporalmente con un caparazón
de carne”; somos “espíritu e inmortalidad atrapados en la materia” (Yancey, 78), o
“Esta casa de carne no es sino una prisión —— barrotes de huesos que retienen mi
alma” (de una canción llamada “The Holy Hills of Heaven” (Las santas montañas del
cielo).
De acuerdo a la Biblia, el cuerpo de una persona es parte de su naturaleza como
hombre, como ser humano. Es creado por Dios e inherentemente bueno (Génesis 1:31).
El cuerpo nos relaciona íntimamente con el resto de la creación material. Somos parte
del mundo material; nos sentimos en casa en él. Los cuerpos humanos son, sin embargo,
únicos, en el sentido de que fueron creados para no morir nunca. El estado actual de
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nuestro cuerpo, pecaminoso, afectado por la enfermedad, y ligado a la muerte, no es el
estado natural del ser humano, sino el resultado del pecado. De manera que nuestro
cuerpo actual es una corrupción del modelo original, y necesita redención, tal como la
necesita nuestra alma (Romanos 8:23; Filipenses 3:21). En el día de la resurrección,
recibiremos cuerpos glorificados compatibles con nuestro hogar eterno. El punto que
aquí debe enfatizarse, sin embargo, es que aún seremos cuerpos. La persona redimida
tendrá o será un cuerpo para siempre. (Los no redimidos también tendrán cuerpos para
siempre, pero sus cuerpos no serán redimidos ni glorificados.)
De manera que el dualismo antropológico tiene un concepto equilibrado del
cuerpo en relación a la naturaleza humana como un todo. El monismo materialista hace
del cuerpo todo lo que el hombre es. La tricotomía a menudo degrada el cuerpo y lo
hace casi nada. El dualismo bíblico, sin embargo, ve al hombre como una combinación
equilibrada de cuerpo y alma /espíritu.
La segunda parte de la respuesta a la pregunta “¿Qué es el hombre?” es ésta: el
hombre es espíritu (alma, corazón). Aunque es una verdadera substancia, el espíritu no
está hecho de materia física y es, por lo tanto, antológicamente diferente del cuerpo. Ha
sido construido no según la física atómica, sino según la “física espiritual”, cualquiera
sea su esencia. No es visible a nuestra vista natural, ni es medible en términos de
tamaño o peso, ni se espera que esté relacionado con el espacio y el tiempo de la
misma manera que el cuerpo. Aunque no está hecho de materia física, el espíritu está
íntegramente conectado con el cuerpo material, especialmente con el cerebro.
El espíritu es algo tan creado como nuestro cuerpo, como veremos en la siguiente
sección. Aunque podemos afirmar confiadamente que es creado, la Biblia no nos dice
precisamente cómo se produce este hecho para alma individual. Algunos especulan que
las almas individuales existen antes de la concepción y que son implantadas en los
infantes recién concebidos. No existe una base bíblica para esta idea, y debe rechazarse
definitivamente también la noción de que dichas almas han existido por la eternidad.
Otros especulan que de alguna manera el alma del individuo es traspasada de sus
padres al hijo (traducianismo), o que de alguna manera emerge de su propia naturaleza
corpórea (emergentismo); pero no pueden identificarse mecanismo para tal proceso. Lo
mejor, probablemente, es pensar que Dios simplemente crea el alma o espíritu del
individuo ex nihilo para cada nueva persona en el momento de la concepción.
Aunque el espíritu no es divino o una parte de Dios, es el aspecto del hombre más
semejante a Dios, aspecto creado a su imagen. Es el asiento de la personalidad y la
fuente de nuestra capacidad de compañerismo y comunión con Dios. En su estado
actual, sin embargo, este potencial no se ha realizado, porque el espíritu no menos que
el cuerpo haya sido afectado por el pecado, y permanece en necesidad de redención. En
los creyentes ya ha comenzado el proceso de renovación del espíritu, el cual será
C. La forma de la imagen
Centrándonos primero en la forma de la imagen, podemos definirla simplemente
como el ser un individuo. Existe considerable acuerdo en que la esencia básica
distinguible del hombre es su naturaleza como persona. Ya hemos visto que Dios es
personal en virtud de su naturaleza como espíritu. Al crear seres humanos como
criaturas espirituales, él ha compartido con nosotros su propio atributo de la
individualidad. De ahí que el aspecto de la naturaleza humana que encarna la imagen de
Dios no es el cuerpo sino el espíritu o alma.
Hablamos de la individualidad como la forma de la imagen de Dios porque
involucra la capacidad para las habilidades y experiencias específicas que constituyen
la persona. Las siguientes capacidades y habilidades se hallan incluidas en el concepto
de ser un humano, y por lo tanto en la imagen de Dios. Primero, una conciencia
personal, auto conciencia, la conciencia del yo como una persona. Esto incluye la
conciencia que se tiene de otras personas como personas, y la capacidad de
relacionarse con ellas interpersonalmente, p.ej., en amor. Esta es la capacidad para las
relaciones “Yo –Tú”.
Segundo, es una capacidad intelectual, racional, consciente, la habilidad de
pensar en forma abstracta, razonar, planear, discernir, usar la lógica, usar la sabiduría.
Tercero, es la capacidad comunicativa de usar un lenguaje verbal, algo muy
estrechamente relacionado con la capacidad intelectual. Esto no involucra ningún
lenguaje o palabras en particular, sino simplemente la capacidad de usarlos y
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comunicarse a través de ellos.
Cuarto, es una capacidad volitiva, la capacidad de auto determinación, la
posesión de un libre albedrio, la habilidad y libertad para deliberar, decidir, y escoger.
Esto no se refiere a ninguna decisión particular, sino a la capacidad de hacer decisiones
informadas y deliberadas, en contraposición a reacciones instintivas.
Quinto, es una capacidad moral o ética, el sentido de lo correcto e incorrecto, el
sentido de culpa o vergüenza, y el hecho de saber que somos responsables por nuestras
decisiones y acciones. Tales cosas se resumen en lo que llamamos la conciencia.
Sexto, es una capacidad creativa. Esto incluye la habilidad de inventar y hacer
cosas para satisfacer necesidades y deseos desde una perspectiva utilitaria. También
incluye un sentido estético, la habilidad de discernir y apreciar la belleza, y la
habilidad de crear cosas bellas cuya existencia misma nos da placer. Esta es la
habilidad de producir lo que llamamos “las artes”, o cosas tales como la pintura, la
escultura, la literatura, la poesía, y la música. Esta capacidad creativa refleja
claramente la naturaleza del Dios Creador, el cual hizo un universo lleno de belleza,
que llama al asombro, y que es apropiadamente calificado como “muy bueno” (Génesis
1:31).
Séptimo, es la capacidad de emocionar, de experimentar emociones, como el gozo
y la tristeza, la aflicción y el júbilo.
Hasta este punto uno puede preguntarse si realmente estamos construyendo un
argumento convincente para la singularidad del hombre. ¿No hemos ya señalado que
ciertos experimentos han mostrado que algunos animales tienen estas mismas
habilidades y capacidades? Sí, reconocemos que ciertos animales pueden tener auto
conciencia e inteligencia; pueden demostrar habilidades creativas y linguísticas; pueden
experimentar emociones y sentir culpa. Pero hay otra capacidad incluida en la forma de
la imagen de Dios, una capacidad que no se encuentra en el reino animal. Podemos
llamar a esto la capacidad religiosa o espiritual, la capacidad innata de un
conocimiento y conciencia de Dios, la capacidad para adorar, el sentido de
dependencia del Dios Creador. En un sentido real este aspecto de la forma de la imagen
es el elemento verdaderamente único de existir como persona y el aspecto del hombre
que lo separa absolutamente de los animales.
Es significativo que esta capacidad religiosa no se halla simplemente presente en
forma peculiar en los seres humanos en si misma, sino que también ella eleva todas las
otras capacidades involucradas en la personalidad humana a un nivel que es
cualitativamente diferente de los animales. En otras palabras, las primeras siete
capacidades recién bosquejadas encuentran su total expresión en los seres humanos en
que cada una puede ser empleada espiritualmente en el curso de la relación del
individuo con Dios. La gloria única y máxima expresión de cada una de estas
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capacidades es su potencial para dicha relación.
Esto significa que nuestra conciencia personal nos permite conocer al Dios
personal de un modo interpersonal, en una relación de amor Yo -Tú. Nuestra capacidad
intelectual es tal que podemos tener un verdadero conocimiento de la naturaleza y
voluntad de Dios: Nuestra capacidad lingüística puede así usarse para recibir y
entender la revelación verbal de Dios, y orar y alabarlo a él con nuestras propias
palabras. Nuestra capacidad volitiva nos proporciona el libre albedrio de escoger
voluntariamente amar y obedecer a Dios. Nuestra capacidad moral nos permite saber
que lo bueno y lo malo se fundamentan en el Dios transcendente, y que somos
responsables ante él de nuestras decisiones éticas. Nuestras capacidades creativas nos
permiten hacer cosas con sabiduría y belleza, imitando y glorificando a Dios. Nuestra
capacidad emocional es tal que sabemos que nuestras alegrías y tristezas las
experimentamos en la presencia de Dios.
En resumen, la forma de la imagen de Dios es ser un individuo, una persona, cada
elemento de la cual se halla involucrado en la capacidad única de los seres humanos de
tener una relación personal con Dios. Dicha calidad de humano no se encuentra en
ninguna criatura cuya esencia es solamente física; la dimensión divina es la brecha
cualitativa insalvable entre los animales y los seres humanos. Además, la calidad de
persona como tal no se halla enraizada en el cuerpo del hombre sino más bien en su
alma o espíritu. El cuerpo humano está diseñado de un modo único para experimentar y
expresar la individualidad (ver Cosgrove, Body [Cuerpo]), pero no constituye en sí
mismo la imagen de Dios.
D. El contenido de la imagen
Estamos ahora listos para discutir el contenido de la imagen de Dios, lo cual
plantea la pregunta del propósito y significado mismo de la existencia humana. ¿Por
qué nos hizo Dios a su imagen, con la capacidad de relacionarnos con él? Porque
quiere hacernos entrar en una clase muy específica de relación con él mismo. La forma
inmutable de la imagen (ser un individuo) significa que cada ser humano mentalmente
maduro tiene alguna clase de relación con Dios, pero no todos tenemos la misma
relación. En otras palabras, el contenido de la imagen puede diferir de persona a
persona, y puede cambiar en cualquier individuo. Así como un globo puede llenarse ya
sea de helio o con el venenoso monóxido de carbono, así también nuestra relación con
Dios puede ser positiva o negativa; pero siempre será una o la otra. El propósito de
Dios para nosotros es que tengamos una relación positiva con él; sólo entonces la
imagen de Dios está completa.
¿Cuál es exactamente la relación con Dios que ha sido diseñada para nosotros,
que la forma de la imagen, es decir, ser un humano, hace posible? La relación es doble,
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correspondiendo al doble propósito de la creación como tal. Primero, es la relación de
siervo a Rey. Como Creador, Dios es el Señor y Rey soberano de todas las cosas, y
nuestro propósito primario es glorificarlo como Señor y Rey. Esto significa que nuestra
primera y más grande responsabilidad es reconocerlo, conciente, voluntaria y
activamente como Rey y a nosotros mismos como sus siervos. El propósito es que todos
los elementos de la persona estén involucrados en este deber.
Nuestra relación con Dios, como la de siervo a Rey, se manifiesta especialmente a
través de un espíritu de total sumisión en adoración y obediencia. Esto se aprecia
claramente en la manera en que se describe la imagen renovada en el Nuevo
Testamento. El nuevo yo es “creado [de nuevo] en justicia y santidad de la verdad”,
dice Efesios 4:24. De manera que la justicia y santidad positivas son elementos
primarios en el contenido propio de la imagen. “Y revestido del nuevo [hombre], el
cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento
pleno”, dice Colosenses 3:10. Este “conocimiento pleno” es el conocimiento de Dios y
su voluntad, lo que sugiere que es “la obra de la ley escrita en sus corazones”
(Romanos 2:15), es decir, un conocimiento innato de la ley moral de Dios, era parte de
la imagen original de Dios.
El segundo aspecto diseñado para nuestra relación con Dios, y que nuestra calidad
de humano hace posible, es una relación de amor recíproco. Esto refleja el propósito
secundario que Dios tenía para la creación, es decir, compartir su bondad con nosotros.
Esto significa no solamente que él nos proporciona toda la abundancia del mundo
creado, sino también y primeramente que él mismo quiere compartirse con nosotros,
todo debido a su amor puro e infinito por nosotros. De manera que la intención de Dios
es que recibamos y reconozcamos concientemente su bondad y amor, y que le
respondamos igualmente con amor —— un amor agradecido.
En resumen, el hombre creado como una persona a imagen de Dios está equipado
para ser un siervo en comunión con su Creador. Debemos combinar la adoración y la
obediencia con el amor y la comunión al relacionarnos con él. Aquí yace el carácter
único de los elementos de ser un humano —— no necesariamente en su presencia como
tal, sino en la manera en que ellos capacitan al hombre, y sólo al hombre, para
relacionarse personalmente con Dios como un siervo en comunión.
El segundo aspecto del contenido apropiado de la imagen de Dios es una cierta
relación y función en conexión con el resto del universo material. Específicamente, el
propósito secundario de la imagen es equiparnos para ejercer dominio sobre el mundo.
Esto significa que el mundo fue creado para el hombre. En Génesis 1 el hombre es
la culminación y corona de la creación; él es la criatura hacia la cual apunta toda la
creación, y para la cual ha sido hecho todo lo demás. Esto está de acuerdo también con
el propósito secundario que Dios tuvo para la creación en general, es decir, compartir
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su bondad con el hombre. De manera que parte del significado de la existencia humana
es recibir y disfrutar de las bendiciones del universo físico como un don de Dios.
El otro lado de esta moneda es que el hombre se halla por sobre el mundo. Desde
el comienzo mismo, la creación a imagen de Dios se encuentra ligada al dominio:
“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra
semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias en
toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra” (Génesis 1:26). El
mandato de Dios para la raza humana fue este: “Fructificad y multiplicaos; llenad la
tierra, y sojuzgadla, y señoread en” todos los seres vivientes (Génesis 1:28). Parte de
la respuesta del salmista a la pregunta “¿Qué es el hombre?” es esta: “Le hiciste
señorear sobre la obra de tus manos, todo lo pusiste debajo de sus pies” (Salmo 8:4, 6).
Esta relación de dominio es parte del contenido propio de la imagen, hecha posible por
la forma de la imagen en el individuo.
Si el hombre es el rey de la tierra, con cada hombre y mujer compartiendo este
dominio, entonces la tierra y todas las cosas que hay en ella deberían considerarse
como siervos del hombre. De modo que nuestra relación con la tierra es una relación de
rey a siervo (ver Génesis 1:29; 2:19-20; 9:2-3). Esta es una duplicación en miniatura
de la relación Dios-hombre. En otras palabras, el hombre es al mundo lo que Dios es al
hombre. La raza humana no es simplemente otro producto de la tierra que existe en
igualdad con el resto del mundo y especialmente con el reino animal. Los animales no
son nuestros iguales; la tierra no es ni nuestra hermana o madre. Afirmamos esto en
contraposición al ambientalismo extremo (ecología profunda), a los activistas de los
derechos de los animales (p.ej., PETA), el Movimiento de la Nueva Era, y a la
exaltación de la tierra en todas sus formas. El dominio del hombre sobre la tierra no es
“especiecismo” o “chauvinismo humano”; es una jerarquía basada en la creación
deliberada del hombre por Dios a su propia imagen.
El mandato dado a la humanidad de ejercer dominio sobre la tierra es llamado a
menudo el mandato cultural, o el mandato divino para que la humanidad desarrolle al
máximo todos los elementos de la cultura humana y todas las potencialidades ligadas a
la creación en términos de exploración, ciencia, tecnología y arte. Someter la tierra
requiere, de esta manera, el uso total de nuestros poderes creativos y racionales con el
fin de producir e inventar cosas tales como ruedas, acero, vidrio, microscopios,
telescopios, violines, órganos, reactores nucleares, computadores, poemas y libros.
El señorío del hombre sobre la tierra, sin embargo, no es absoluto. Podemos ser la
corona de la creación, pero aún somos criaturas. Sólo Dios es el Creador y absoluto
Señor sobre todas las cosas. En nuestra función de dominio todavía somos siervos de
Dios, sus mayordomos. Ejercemos dominio sobre la tierra no sólo para nuestro bien,
sino también y primeramente para la gloria de Dios. Entender que nuestro señorío es así
Este orden se halla simbolizado en la relación del hombre con los árboles en el
Jardín de Edén (Génesis 2:16-17). El mandato de no comer del árbol del conocimiento
del bien y del mal debía recordarle al hombre su rol como siervo de Dios, mientras que
el permiso para comer de todos los otros árboles le recodaba su rol como rey de la
tierra.
E. Implicaciones de la imagen
Ser hecho a imagen de Dios presenta varias implicaciones importantes. Primero,
la verdadera humanidad puede explicarse y experimentarse solamente en referencia a
Dios. En su centro mismo la esencia de la naturaleza humana es espíritu, y la esencia
del espíritu es ser una persona, es decir, ser hecho a imagen de Dios. De modo que
podemos definirnos a nosotros mismos solamente en relación con Dios, no solamente en
relación con los animales, p.ej., el hombre es un bípedo sin plumas (Aristóteles); el
hombre es un mono desnudo (D. Morris, 9).
Segundo, el concepto de la imagen de Dios, entendido apropiadamente, nos da la
respuesta a la pregunta del propósito o significado de la existencia humana. Es decir,
existimos para el propósito de ser siervos en comunión con Dios y de tener dominio
sobre la tierra como mayordomos.
Una tercera implicación es que los seres humanos son verdaderamente únicos; son
I. Pecado es transgresión
Se usan muchas palabras griegas y hebreas en la Biblia para describir el pecado,[2]
pero la que mejor resume la esencia de todo pecado es anomía, “transgresión” (adj.
anomos, “sin ley”). Como dice 1 Juan 3:4: “Todo aquel que comete pecado, infringe
también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”. Jesús usa este término cuando
pronuncia la condenación eterna de aquellos que son “hacedores de maldad” (Mateo
7:23; ver 13:41). El anticristo del fin de los tiempos es llamado “el hombre de pecado”
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(2 Tesalonicenses 2:3; ver 2:7, 8). Los pecadores son descritos como “inicuos” (Lucas
22:37; Hechos 2:23; 1 Timoteo 1:9); los pecados son “hechos inicuos” (2 Pedro 2:8).
Estas palabras griegas se forman agregando el alfa negativa a nomos, la palabra
para “ley”. Así como un ateo (alfa + theos, la palabra para Dios) es una persona “sin
Dios,” así también un pecador es una persona “sin ley”. Pablo dice que el conocimiento
del pecado viene a través de la ley (Romanos 3:20; ver 7:7), lo cual es cierto porque el
pecado por definición hace lo contrario de lo que la ley requiere. Todo pecado es una
violación de alguna ley de Dios.
B. ¿Qué es transgresión?
La NVI en 1 Juan 3:4 traduce anomia como “la transgresión de la ley”. Transgredir
la ley es quebrantarla, violarla. Esto ocurre más obviamente en acciones abiertas o
externas que son contrarias a la ley de Dios, tales como cometer adulterio con el
prójimo, violar el límite de velocidad, o robar en una tienda. Una vez que hemos
determinado cómo se aplican los mandamientos de Dios a la conducta humana, tanto
general como específicamente, cualquier conducta contraria al camino prescrito por la
ley es pecado.
Es importante entender, sin embargo, que no toda anomia es externa. A menudo la
ley de Dios es violada sólo en el interior de la mente o del corazón, en nuestros
pensamientos y deseos. En efecto, cualquier pecado que puede cometerse externamente
puede cometerse también internamente si se encuentra presente el deseo de llevar a
cabo el acto pecaminoso. Como dice Jesús, la ley que prohibe el adulterio puede ser
quebrantada simplemente por deseos lujuriosos (Mateo 5:27-28). Juan dice que “todo
aquel que aborrece a su hermano es homicida” (1 Juan 3:15); y Jesús dice que el enojo
puede ser equivalente a homicidio, violando así el sexto mandamiento (Mateo 5:21-22).
Los pecados que Pablo describe como “obras de la carne” incluyen las actitudes
internas de enemistad (odio), celos, y envidia (Gálatas 5:19-21). Aunque usualmente
conduce a otros pecados que son externos, el décimo mandamiento —— “No
codiciarás” (Éxodo 20:17) —— es una actitud del corazón.
A nivel más profundo, sin embargo, anomia es más que actos y actitudes
transgresoras específicas. Es básicamente una actitud hacia la ley de Dios como tal:
odio y hostilidad internos hacia la ley, un espíritu de oposición y rebelión contra la
autoridad, un afán demoniaco por autonomía y libertad de cualquier tipo de ley. Este
espíritu transgresor se expresa en las palabras de los reyes y gobernantes que se
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rebelan contra el SEÑOR y contra su rey designado: “Rompamos sus ligaduras, y
echemos de nosotros sus cuerdas” (Salmo 2:1-3).
Aunque algunos difieren, yo concuerdo con Strong (567-573) en que la esencia
interna más básica de todo pecado es el egoísmo.[3] Sin embargo, difiero de la
definición de egoísmo de Strong como “la elección del yo como el fin supremo que
constituye la antítesis del amor supremo a Dios” (567). En mi opinión este es un
contraste equivocado. En su naturaleza más general el egoísmo es más una cuestión de
oposición a la ley que al amor como tal. En realidad el amor a Dios mismo es un
mandamiento de la ley (Mateo 22:36-37). Cuando una persona quebranta ésta o
cualquiera otra ley de Dios, incluso el menor de los mandamientos, él está en efecto
exaltándose por sobre Dios (Daniel 5:23), estableciendo su propia norma de conducta y
su propio juicio de lo que es mejor por encima de la ley de Dios. En un sentido real,
todo lo que anomia significa —— transgresión —— proviene y es la expresión del
egoísmo.
Sea que concedamos o no una conexión entre transgresión y egoísmo, debemos
concordar en que la esencia del pecado es algo interno, algo profundo dentro del
corazón. Es un estado de pecaminosidad, una condición del corazón o del centro
personal del yo (ver Jeremías 17:9; Mateo 15:19-20; Lucas 6:45; Hebreos 3:12).
C. La universalidad de la transgresión
La transgresión es universal en dos maneras. Primero, todo pecado es, por
definición, una violación de la ley de Dios. Si un acto o actitud no es contrario a la ley,
entonces no es pecado (Romanos 4:15; 7:8). Segundo, toda persona es un pecador, es
decir, toda persona responsable ha quebrantado la ley de Dios. “Por cuanto todos
pecaron y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Esta declaración es
básicamente un resumen de Romanos 1:18 —3:20, donde Pablo ha mostrado que nadie
puede ser salvo por guardar la ley (Romanos 3:20) porque en efecto todo individuo ha
quebrantado la ley. Esto es cierto de los gentiles (1:18-32; 2:14-15) como así también
de los judíos (2:1—3:8). Por lo tanto, el apóstol concluye “pues ya hemos acusado a
judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado” (Romanos 3:9).
D. La seriedad de la transgresión
La Biblia testifica del hecho de que el Dios santo odia el pecado. Puesto que él es
infinitamente bueno, Dios “no puede sino aborrecer la injusticia, como lo más lejano y
contrario a él”. Así, “él no lo odia como resultado de una decisión, sino por la
inmutable propensión de su naturaleza” (Charnock, 455, 510). “Has amado la justicia y
aborrecido la maldad” le dice el salmista al divino Mesías (Salmo 45:7; ver Hebreos
Podemos ahora preguntarnos, ¿por qué Dios odia tanto el pecado? La respuesta es
simple. El pecado es una violación de la ley de Dios, y su ley es una descripción de su
propio carácter moral perfecto, un espejo o transcripción de la santidad divina. No
podemos separar la ley de Dios de Dios mismo. De ahí que cometer un pecado no es
simplemente romper alguna regla impersonal arbitraria; es, más bien, una rebelión
contra la personalidad de Dios. Quebrantar la ley de Dios es insultar a Dios, es un
golpe dado a Dios, una bofetada en su cara, una contradicción de su naturaleza misma.
Pablo dice enérgicamente en Romanos 8:7 que no someterse uno mismo a la ley de Dios
es hostilidad hacia él.
De manera que despreciar la ley de Dios, en el espíritu de anomia, es despreciar a
Dios mismo. Bien ha dicho Charnock (509):
No es cosa liviana, entonces, lanzarse en contra de Dios, para romper su ley eterna, para romper las dos
tablas en pedazos, para pisotear la transcripción de la propia naturaleza de Dios bajo nuestros pies, para
apreciar lo que es inconsistente con su honor, para levantar nuestros talones contra la gloria de su
naturaleza, para unirnos con el diablo y apuñalar su corazón y privarlo de su vida. El pecado, en cada parte
de él, es contrario a la santidad de Dios . . .
Esta es la razón por la que Santiago dice, “Porque cualquiera que guardare toda la
ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos” (Santiago 2:10). Hay un
sentido en que todas las leyes son una; todas ellas se identifican con la voluntad y
naturaleza del Legislador. No importa qué flechas de pecado lancemos, y no importa si
C. El conocimiento de la ley
Una tercera presuposición del pecado en la vida de un individuo es el
conocimiento de la ley de Dios, o al menos la posibilidad de conocer su ley. El
conocimiento del pecado viene a través del conocimiento de la ley (Romanos 3:20;
7:7). Los primeros tres capítulos de Romanos dejan en claro que debido a la revelación
D. El libre albedrio
La última presuposición del pecado es la realidad del libre albedrio tanto entre
los ángeles como entre los seres humanos. Los ángeles que pecaron (2 Pedro 2:4) deben
haber tenido un libre albedrio por lo menos en ese tiempo; todos los seres humanos
deben tener también un libre albedrio para ser considerados culpables por su pecado.
Sólo si una persona quebranta la ley de Dios por su propia libre elección puede
hacérselo responsable de su transgresión y culpado por ello; sólo entonces puede
considerarse verdaderamente como pecado. Toda forma de determinismo, que por
definición niega la existencia de una voluntad verdaderamente libre, es inconsistente
con la realidad del pecado. Sin la posibilidad de escoger, nadie puede ser ni alabado
por sus buenas decisiones ni tenido por responsable de sus malas decisiones.
Y aincluye
hemos observado que el producto global de la obra de la creación de Dios
un universo tanto visible como uno invisible. Este último abarca el
ámbito de los espíritus creados, especialmente los ángeles. Algunos de los habitantes
de esta esfera son espíritus malos: Satanás y sus demonios. Estos no fueron creados
malos, sino que se hicieron malos mediante el ejercicio de su libre albedrio con que
Dios los dotó. La corrupción de la antigua creación comenzó con la introducción del
pecado en el universo espiritual por estos poderosos seres espirituales, los cuales
desde entonces llegaron a involucrarse activamente en la corrupción inicial y
permanente del universo visible. Así, estos espíritus malos son un factor que contribuye
a la proliferación del pecado y del mal entre los seres humanos. De modo que un
entendimiento completo de la condición caída de nuestro mundo requiere que
entendamos la realidad, la naturaleza, y la actividad de estos espíritus.
E lpecaminoso
término pecado original se refiere, no al primer acto pecaminoso o al acto
original, sino al estado o condición en la que nace todo
descendiente natural de Adán. El concepto correspondiente es pecado personal, o los
pecados cometidos efectivamente por un individuo, en distinción al estado pecaminoso
en que nació.
La pregunta básica es la siguiente: ¿Cuál es la relación entre el primer pecado de
Adán y la condición en la que nace toda su descendencia? ¿Cuáles son sus
consecuencias, tanto físicas como espirituales, para la raza humana como un todo? La
mayoría de los creyentes en la Biblia concuerdan en que el pecado de Adán tuvo
efectos físicos en toda su progenie, es decir, el trabajo duro, el dolor en el parto, la
muerte física (Génesis 3:16-19), aunque unos pocos han negado que la muerte física es
un legado adánico. La gran pregunta, sin embargo, es si el pecado de Adán ha afectado
la humanidad espiritualmente. ¿Es un recién nacido culpable como resultado del
pecado de Adán? ¿Nace él depravado o pecaminoso en algún sentido, debido a lo que
hizo Adán?
Las primeras reflexiones sobre tales preguntas comenzaron a fines del segundo
siglo con Ireneo, quien concluyó que los infantes efectivamente heredan de Adán un
estado pecaminoso o enfermedad espiritual, pero no un estado de culpabilidad, ni
tampoco una depravación total. Ireneo declaraba que todos son “nacidos en pecado”
(103). Tertuliano (comienzos del tercer siglo) declaró que “toda alma . . . en virtud de
su nacimiento, tiene su naturaleza en Adán” y es por lo tanto impura y verdaderamente
mala “hasta que nace de nuevo en Cristo”. Sin embargo, dice él, la infancia “es el
período inocente de la vida”.[1] “Nadie está libre de corrupción, ni siquiera el niño de
un día de vida”, decía Orígenes a comienzos del tercer siglo (citado en Rondet, 82).
Este concepto de la depravación parcial prevaleció hasta fines del cuarto y
comienzos del quinto siglo, cuando la controversia entre Pelagio y Agustín polarizó la
cristiandad. Pelagio declaraba que el pecado de Adán no había tenido consecuencias
hereditarias para su descendencia, ni siquiera una depravación parcial. Por otra parte,
Agustín fue en la otra dirección y construyó la primera doctrina completa del pecado
original, incluyendo la culpa heredada y la depravación total (no parcial). En el tiempo
de la Reforma, tanto Martín Lutero como Juan Calvino adoptaron la posición de
Agustín.
Moses Lard (174) está de acuerdo: “Cualquiera sean los males que el pecado de
Adán trajo sobre el mundo, sin nuestra agencia, todos ellos son contrapesados y
remediados por el simple acto de Cristo sin nuestra agencia”. Comentando sobre
Romanos 5:15, J. W. McGarvey dice: “Se nos informa aquí que el acto sacrificial de
Cristo revierte y anula totalmente los efectos del acto de Adán, y hasta hizo mucho más.
. . . el acto de Cristo iqualó y anuló el acto de Adán”; “contrarrestó completamente el
acto de Adán” (Romans [Romanos], 336-337). Robert Milligan (60) repite este
principio y concluye que “ningún hombre necesita, por lo tanto, sentir alguna
preocupación o ansiedad acerca del pecado de Adán y sus efectos sobre su posteridad”.
¿Qué significa esto? Significa que Romanos 5:12-19 no enseña ninguna doctrina
del pecado original. Ningún infante es realmente concebido y nacido bajo la maldición
del pecado de Adán. Si algo enseña este pasaje es una doctrina de la gracia original:
todo niño nace bajo la gracia de Dios, nace salvo, “nace libre” de todos los efectos
espirituales del pecado de Adán, y nacen con la garantía de la libertad final de todos
los efectos físicos de ese pecado mediante la resurrección a la gloria. Dios comenzó a
aplicar esta “gracia original” (algunas veces llamada “gracia previniente”) a la primera
generación de los hijos del propio Adán, de la misma manera en que los resultados de
la cruz fueron aplicados retrospectivamente a adultos creyentes en la era pre-cristiana
(3:25).
Ahora estamos listos para la tercera pregunta: ¿Cuál es el enfoque de las
palabras muchos y todos tal como se usan en 5:12-19? Estos términos aparecen en
puntos cruciales en el texto. “La muerte pasó a todos los hombres” (5:12). Por la
transgresión de Adán “murieron los muchos”, pero la gracia de Cristo abundó “para los
muchos” (5:15). A través de Adán vino “la condenación a todos los hombres,” pero a
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través de Cristo vino la justificación de vida “a todos los hombres” (5:18). En Adán
“los muchos fueron constituidos pecadores”, pero en Cristo “los muchos serán
constituidos justos” (5:19). ¿Quiénes exactamente han de ser incluidos en estos
términos?
Lo que está en juego aquí es lo siguiente: si la respuesta dada a la segunda
pregunta hecha anteriormente es correcta, como parece ser tan obviamente, ¿por qué
tantos todavía creen y enseñan una doctrina del pecado original? La respuesta yace en
la manera en que ellos interpretan “muchos” y “todos” en los versículos ya citados.
La mayoría de los intérpretes, incluso aquellos que sostienen la doctrina del
pecado original, están generalmente de acuerdo en que no hay diferencia de enfoque
entre los dos términos. Es decir, “muchos” y “todos” se refieren al mismo grupo de
personas. El término “muchos” no tiene el propósito de estar en contraste con “todos”,
sino más bien en contraste con “uno”. Aunque Adán es un solo hombre, su pecado único
tuvo consecuencias que se extienden a los muchos (es decir, más de uno). Aunque
Cristo es un solo hombre, su acto único se aplica de la misma manera a los muchos. El
término “todos” se usa entonces para expresar la idea de totalidad, pero no pretende ser
más amplio en su enfoque que “los muchos”. Estoy totalmente de acuerdo con esto.
¿Dónde yace el problema entonces? Yace en la manera en que los defensores del
pecado original aplican estos dos términos a Adán por una parte, y a Cristo, por otra. El
enfoque común es que, cuando ellos se usan en relación al pecado de Adán, son
completamente universales en su enfoque, pero cuando se usan en relación con la obra
de Cristo, estos términos son más limitados y restringidos en su enfoque y no quieren
decir realmente “todos”. En las palabras de John Stott, “El ‘todos los hombres’ que son
afectados por la obra de Cristo no puede referirse absolutamente a todos”, como lo
hace para Adán (159). Adán afectó efectivamente a la raza humana entera con las
consecuencias de su pecado, pero la obra expiatoria de Cristo canceló estas
consecuencias solamente para el grupo más pequeño de aquellos que son
verdaderamente salvos. El “pecado original”, independientemente de cómo se entienda,
permanece así intacto para el resto de la humanidad.
Una manera de decir esto es que el acto justo de Cristo es capaz de cancelar el
pecado original para todos, y que tiene el poder y potencial para hacerlo; pero de hecho
sólo lo hace para aquellos que reciben conscientemente el don de la gracia a través de
la fe (5:17). Por ejemplo, John MacArthur dice que el pasaje enseña que “todos pueden
ser hechos justos en Cristo”, que “el sacrificio de Cristo puso a disposición la
salvación para toda la humanidad” (297, 302; letra cursiva añadida).
Con mayor frecuencia, sin embargo, especialmente para aquellos que sostienen la
doctrina agustiniana clásica del pecado original, la distinción entre el “todos” de Adán
y el “todos” de Cristo es establecida de la siguiente manera: las consecuencias del acto
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de Adán se extienden a todos los que estaban en él o pertenecían a él cuando él pecó
—— que incluye a la raza entera; pero las consecuencias del acto de Cristo se
extienden solamente a “todos” quienes estaban en él o pertenecían a él cuando él murió
—— que incluye solamente a los elegidos. “Tanto Adán como Cristo serían entonces
considerados como representantes ‘inclusivos’ cuyas acciones pueden ser consideradas
como las acciones también de quienes pertenecen a ellos” (Moo, 328, fn. 61; letra
cursiva añadida). En el versículo 18, dice Mounce, el contraste es entre “todos quienes
están en Adán” y “todos quienes están en Cristo” (145; letra cursiva añadida).
Debe enfatizarse, sin embargo, que todos estos enfoques de Romanos 5:12-19 son
erróneos; todos los intentos por reducir los “muchos” y los “todos” cuando se usan en
relación a Cristo a algo menos que su enfoque cuando se usan en relación a Adán,
deben ser rechazados. La razón debería ser obvia: ¡tal discrepancia en los números
negaría todo el propósito de la comparación Adán-Cristo! La pregunta de la seguridad
es la siguiente: ¿Puedo yo confiar en que la obra de Cristo es suficiente para borrar
todos mis pecados —— y los de toda la humanidad también? La respuesta de Pablo es
“¡Sí! ¡Tú puedes tener tal seguridad! Mira lo que ya ha sido hecho como resultado de su
obra: su justo acto único ya ha contrarrestado todo lo que ha sobrevenido sobre todos
por Adán. Esta es la base de nuestra confianza de que su obra es capaz de ‘mucho más’
(5:15, 17), es decir, es capaz también de remover todas las consecuencias de nuestros
pecados personales”.
De manera que para mantener el tema básico de la seguridad, debemos insistir en
que los términos “muchos” y “todos” cuando se usan con relación a Cristo son al menos
tan amplios en su enfoque como cuando se usan con relación a Adán. El pecado de
Adán trajo el pecado, la muerte, el juicio y la condenación sobre cada miembro de la
raza humana; de la misma manera, el acto de expiación de Cristo trajo la justicia, la
justificación, y la vida sobre cada miembro de la raza humana. La incapacidad de
reconocer esto es el obstáculo más grande para un entendimiento apropiado de este
pasaje, y es también la razón de más peso por la que muchos todavía creen que este
pasaje enseña la doctrina del pecado original.
Esto nos lleva a la cuarta pregunta: ¿Enseña este pasaje la salvación universal,
entonces? Algunos creen que el uso que Pablo hace de “todos” y el inclusivo “muchos”
sugiere efectivamente el universalismo. Reflexionando sobre Romanos 5:18, James
Dunn opina que no deberíamos “excluir la posibilidad de que Pablo . . . simpatice con
la esperanza de una salvación universal. . . . Después de todo ¿cómo puede la gracia ser
‘mucho más’ en su efecto si es menos universal que el efecto de la muerte?” (I:297).
Muchos de quienes limitan el “todos” a aquellos a quienes se aplica la obra de Cristo
en 5:12-19 lo hacen porque piensan que de otro modo requeriría conceder dicho
universalismo. Por ejemplo, Stott (159) implica muy claramente que si se interpreta
E ny lapecado
teología cristiana generalmente se hace una distinción entre pecado original
personal. Esta distinción puede apreciarse en Romanos 5:14, que dice
que “reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera
de la transgresión de Adán”. El pecado cometido por Adán es llamado aquí parabasis, que
significa “cruzar un límite, una desviación del camino o norma prescrita, una intrusión,
una transgresión. Lo que Adán trasgredió fue una ley de Dios (Génesis 2:17; 1 Juan
3:4). Su transgresión fue una decisión voluntaria, consciente, deliberada de
desobedecer un mandato divino. Esta es la esencia del pecado personal.
Pero, dice Pablo, hay otra manera de pecar que no es como la transgresión de
Adán, es decir, no un pecado voluntario, deliberado, personal. Este es el pecado que
todos cometieron representativamente en Adán en el Huerto de Edén (“por cuanto todos
pecaron”, Romanos 5:12), que junto con sus consecuencias es llamado pecado original.
En el capítulo anterior tratamos los efectos (potencial y real) del pecado representativo
de Adán sobre toda la raza humana. Vimos que estos efectos, aunque devastadores, son
anulados y cancelados por la expiación de Jesucristo. Si aplicamos consistentemente la
enseñanza de Pablo en Romanos 5:12-19, debemos concluir que cualquier cosa que
haya venido sobre nosotros como resultado de ese pecado es automáticamente
removida de antemano por la obra de Cristo. Así que los pelagianos tienen razón al
enseñar que un niño nace en este mundo con una naturaleza espiritual pura, libre, e
inocente.
Sin embargo, nuestro principal enfoque ahora es los pecados personales, y
especialmente los efectos que ellos acarrean sobre el que los comete. Aun cuando nadie
nace condenado y depravado por el pecado original, todo aquel que en efecto alcanza la
edad de la responsabilidad comete pecados personales; y estos pecados por sí mismos
traen condenación y depravación sobre el individuo pecador. La naturaleza de estos
efectos se explicará a continuación.
I. La edad de la responsabilidad
Una implicación definitiva de Romanos 5:14 es que hay un período de la vida
durante el cual uno todavía no ha cometido pecados personales, o al menos durante el
cual nadie es considerado responsable por ellos. Esta es la edad de la infancia y la
niñez. El punto no es que los niños nunca hacen algo malo medido por la ley de Dios,
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sino simplemente que ellos no son considerados responsables ante Dios por tal
conducta. De ahí que no decimos que un niño alcanza “la edad del pecado” sino más
bien “la edad de la responsabilidad” por el pecado.
¿Cuál es la edad de la responsabilidad? ¿Cómo podemos decir cuándo un niño ha
alcanzado esa etapa en su vida? No es determinado por el calendario (p.ej., su
cumpleaños diez o doce), sino por su desarrollo espiritual. En un capítulo anterior
mencionamos cuatro pensamientos fundamentales del pecado: la existencia de la ley; la
existencia de un Dios Creador como la fuente de la ley; un conocimiento de dicha ley; y
el libre albedrio (capítulo 7, III). La tercera presuposición, un conocimiento de la ley,
es crucial para discernir la edad de la responsabilidad. Debemos recordar que la ley
incluye dos elementos: mandamientos que deben ser obedecidos y una pena prescrita
para la desobediencia. Mientras un niño no entienda que ciertas cosas que él hace son
una violación de los mandamientos de Dios y que será finalmente castigado por Dios, él
no es responsable ante Dios por esas cosas. Una vez que ha alcanzado este
entendimiento, él entonces es responsable ante Dios en el sentido de que queda
expuesto al castigo eterno que merecen sus pecados.
La base bíblica para este entendimiento de la edad de la responsabilidad es la
enseñanza de Pablo en Romanos 4:15 y 7:9. El primer texto dice que “donde no hay ley,
tampoco hay transgresión”. En todas partes existe realmente alguna ley, incluso en el
corazón de cada individuo (Romanos 1:18-32; 2:15). De manera que Pablo debe querer
decir “donde no hay conciencia de una ley”, en el sentido de una ignorancia inevitable.
Esto se refiere a niños (y a discapacitados mentales) que todavía no perciben las reglas
morales que provienen de Dios (en vez de padres y maestros), y no están conscientes
del castigo eterno conectado con ellas. Ver Romanos 7:8b, “porque sin la ley el pecado
está muerto”.
Romanos 7:9 dice: “Y yo sin la ley vivía en un tiempo; pero venido el
mandamiento, el pecado revivió y yo morí”. Pablo parece estar refiriéndose aquí a su
propia “llegada a la edad”, o al tiempo cuando él alcanzó la edad de la
responsabilidad. Él nos proporciona de esta manera una percepción en cuanto al tiempo
en que esto le ocurre a cada persona. “Yo sin la ley vivía en un tiempo” se refiere a la
edad de la inocencia infantil cuando uno está viviendo bajo la gracia original (Romanos
5:12-19), antes que uno llegue a entender el significado de vivir en un mundo sujeto a
las leyes del Creador. “Sin ley” no significa que un niño no tenga conocimiento de las
leyes como tales, puesto que los niños pueden aprender los diez mandamientos a una
edad muy temprana, y pueden saber que es malo desobedecerlos. Se refiere más bien a
esa edad antes que un niño conecte la ley con Dios y conecte la desobediencia con el
castigo eterno. Antes de ese tiempo, el niño está “vivo” en el sentido que su alma no
está todavía muerta en sus delitos y pecados (Efesios 2:1) y todavía no se halla bajo el
DIOS
q
MUNDO
q
HOMBRE
I. La esencia de la muerte
La muerte literal puede ser definida solamente en términos negativos con relación
a la vida. Un diccionario define “muerto” como “ya no vivo, privado de vida, no
dotado de vida”. “Morir” es “dejar de vivir”; la “muerte” es “el fin de la vida, la
ausencia de vida”. Algunos materiales (p.ej., plásticos, minerales, piedras) carecen de
vida; pero esto es irrelevante porque, para empezar, ellos nunca tuvieron vida, y nunca
fueron diseñados para tenerla, de manera que usualmente no nos referimos a ellos como
a algo “muerto”.
La esencia misma de la muerte implica así que el estado normal es la vida, es
decir, que el estado normal y original de cualquier cosa muerta es su estado previo de
vida. En la naturaleza nada procede de muerte a vida; las cosas muertas siempre
comienzan como cosas vivas, y no viceversa. La vida proviene de otra vida, y las cosas
vivas mueren. De modo que la vida es la norma; y la muerte es la ausencia de vida, la
remoción del principio de vida, la separación de la fuente de vida.
Está claro que el hombre fue destinado a estar vivo. El Dios vivo hizo al hombre
un “ser viviente” (Génesis 2:7) con la intención que él viviera para siempre en
comunión con su Hacedor. Pero cuando entró el pecado, también entró la muerte
(Génesis 2:17; Romanos 5:12), y el hombre la criatura que vive llegó a ser el hombre,
la criatura que muere. Y esto sucede porque el pecado separa a la criatura de Dios
(Isaías 59:2a). Esta separación ocurre porque el pecado por su misma naturaleza es lo
opuesto a Dios, la contradicción misma de su propia esencia moralmente pura y santa
Berkhof continúa (257): “La justicia requiere el castigo del transgresor. Detrás de
la ley permanece Dios, y por lo tanto puede decirse también que el castigo tiene como
objeto vindicar la justicia y la santidad del gran Legislador. La santidad de Dios
necesariamente reacciona contra el pecado, y esta reacción se manifiesta en el castigo
del pecado”. Dios es “justo y recto” (Deuteronomio 32:4). “Él pagará al hombre según
su obra” (Job 34:11). En Génesis 3:19 la muerte es incluida en la maldición. Romanos
6:23 dice que la muerte es la paga del pecado. La palabra para paga “denota aquello
que se adeuda, y la expresión señala el pensamiento de que el pecado no solamente
La muerte reina como rey porque le pone límites absolutos a la vida. No importa
cómo nos enfrentemos a ella, sabemos que moriremos en algún momento. No muchos de
nosotros podemos planificar más de algunas décadas por anticipado. Nadie puede
planificar con mil años de anticipación, o incluso con cien años. Frente a la muerte
inevitable, la vida misma se hace absurda y sin significado, que es un tema importante
en la filosofía del existencialismo.[4] A un nivel práctico, esto genera una actitud hacia la
vida de “¿A quién le importa?” con una tendencia hacia el hedonismo: “¡Comamos,
bebamos y alegrémonos, porque mañana moriremos!”
Finalmente, la muerte reina como rey porque llena toda la vida con un profundo y
persistente temor a nuestra propia muerte personal, temor tanto al inminente evento de
.
[1] - Tillich, II:66-67. Emil Brunner expresó básicamente el mismo concepto en Dogmatics II (Dogmática II), 129.
[2] - Tanto Ezequiel 18:4 como 18:20 son traducidos a menudo: “El alma que pecare morirá”, que puede llevar a
alguien a pensar que el profeta está hablando acerca de la muerte del alma y no de la muerte del cuerpo. Pero la
palabra usada en ambos versículos es nephesh, que a menudo se usa para referirse a la persona como un todo,
incluyendo tanto el cuerpo como el alma. Este es su significado aquí; de manera que la muerte física está incluida en
este pronunciamiento.
[3]- Dios provocó la muerte del hijo pequeño de David como castigo por su pecado, pero no por algún pecado en el
niño
[4] - Ver la breve historia de Jean-Paul Sartre, “The Wall” [El muro], 223-240.
[5]- Ver el libro por el desaparecido Raphael Gasson, The Challenging Counterfeit (La falsificación espiritista
desafiante), 34-37, 64, 115
B. Jesús y su masculinidad
El Nuevo Testamento describe a Jesús no solamente como un ser humano, sino
como un ser humano hombre. Esto puede parecer demasiado obvio de mencionar, pero
en vista de las declaraciones de muchos feministas, debe afirmarse y demostrarse su
masculinidad. A los feministas en general les aflige la idea de que el Salvador del
mundo llegara a encarnarse como un hombre, apoyando así aparentemente la noción de
una autoridad masculina. De modo que ellos ofrecen numerosas maneras de
contrarrestar tal argumento, incluyendo la afirmación de que Jesús no era realmente
hombre sino simplemente un ser humano genérico. Por ejemplo, Mollenkott (48) ha
sostenido que “Cuando los escritores del Nuevo Testamento se refieren a la
encarnación de Jesús, ellos no hablan de que Jesús llegó a ser aner, ‘hombre’, sino más
bien que él llegó a ser anthropos, ‘humano’” (ver también Spencer, 22). Otros declaran
que Jesús fue en realidad tanto hombre como mujer de alguna manera significativa,
especialmente en sus características sicológicas. Su lado femenino se manifestó en
actitudes tales como compasión, sufrimiento, cuidado, ternura, mansedumbre, paciencia,
humildad, deleite en los niños, y llanto (Torjesen, 17; Atkins, 67).
Dichas afirmaciones, sin embargo, no tienen base en la Escritura.[2] En primer
lugar, la implicación de que los términos griegos para “hombre” nunca se usan respecto
a Jesús en el Nuevo Testamento es simplemente falsa. Él es descrito como aner, “varón”,
en Lucas 24:19; Juan 1:30; Hechos 2:22; 17:31; 2 Corintios 11:2; y Apocalipsis 21:2.
La palabra paralela arsen, “varón”, se usa en Lucas 2:23 y Apocalipsis 12:5, 13. En
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segundo lugar, el mismo término anthropos no siempre tiene el significado genérico de
“ser humano”. Algunas veces se usa para referirse a la raza humana en general (p.ej.,
Marcos 10:27; Hechos 5:29), pero en el Nuevo Testamento, cuando se usa para
individuos específicos, siempre se refiere a varones. No hay excepciones. Por eso es
que algunas veces se usa intercambiablemente con aner (p.ej., compare Mateo 7:24, 26
con Lucas 6:48; compare Mateo 17:14 con Lucas 9:38; compare Hechos 15:25 con
Hechos 15:26). Por eso también anthropos se usa algunas veces para hombres en contraste
con mujeres, como en Mateo 10:35; 19:5, 10; Lucas 22:57-60; 1 Corintios 7:1 y Efesios
5:31. En tercer lugar, es completamente arbitrario declarar que características tales
como la compasión, la paciencia, la humildad, el llanto, y el amor por los niños son
“femeninas” y que no son naturales en los hombres como lo son en las mujeres.
El hecho de que Jesús fue hombre es algo que se afirma desde el principio hasta el
final de la Biblia, desde la simiente masculina de la mujer en Génesis 3:15 hasta el
esposo en Apocalipsis 21. Desde la profecía y la promesa hasta la realidad, el hijo de
María fue llamado un hijo, no una hija (Isaías 7:14; Mateo 1:21, 25; Apocalipsis 12:5).
Él es el Hijo de Dios (Salmo 2:7; Mateo 3:17; 17:5; Hechos 13:33; Hebreos 1:5) y el
Hijo del Hombre. El llevó a cabo su obra mesiánica en roles específicamente
masculinos: Príncipe (Isaías 9:6; Hechos 3:15), Rey (Mateo 21:5; Juan 18:37), sumo
sacerdote (Hebreos 2:17), y cordero sacrificial (Éxodo 12:5; 1 Corintios 5:7; Levítico
16:3, 5; Hebreos 10:1-10). Él es el esposo con quien estamos desposados (2 Corintios
11:2; Apocalipsis 19:7; 21:2, 9), el “como hijo sobre su casa, la cual casa somos
nosotros” (Hebreos 3:6). Él reina desde el cielo ahora como “Rey de reyes y Señor de
señores” (1 Timoteo 6:15; Apocalipsis 19:11-16).
Es cierto que Jesús fue y es un ser humano en el mismo sentido en que cada
hombre y cada mujer lo es; él comparte la humanidad que todos compartimos juntos.
Pero esto no nulifica el hecho de que él era un ser humano varón. Los datos bíblicos
muestran que el plan intencional de Dios fue redimir al mundo no simplemente a través
de un ser humano sino a través de un ser humano varón. La masculinidad del Mesías no
es arbitraria o accidental (ver Cottrell, Gender Roles [Roles de los géneros], 166-169).
C. La impecabilidad de Jesús
La Escritura testifica que Cristo “fue tentado en todo según nuestra semejanza,
pero sin pecado” (Hebreos 4:15). Esto significa que él nunca quiso hacer algo
pecaminoso: nunca hizo o pensó algo contrario a la ley divina. Él “no hizo pecado, ni se
halló engaño en su boca” (1 Pedro 2:22). A sus enemigos desafió con esta pregunta:
“¿Quién de vosotros me redarguye de pecado?”(Juan 8:46; ver Juan 8:29; 15:29). Él
“no conoció pecado” (2 Corintios 5:21); “no hay pecado en él” (1 Juan 3:5). Él vino en
verdadera carne, pero solamente en “semejanza” de carne de pecado (Romanos 8:3).
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La frase “carne de pecado” alude al hecho de que el cuerpo humano ha quedado bajo el
poder del pecado, pero esto no se aplicaba al cuerpo de Cristo. Su cuerpo era
completamente humano en el sentido más real, pero no tenía nada de la corrupción
causada por el pecado.
Alguien puede pensar que la ausencia de pecado de alguna manera significa que
Cristo era menos que humano, puesto que de hecho todos los seres humanos pecan
(Romanos 3:10, 23). En realidad, a menudo usamos nuestra humanidad como excusa
para el pecado (“Es que soy humano”; “Errar es humano”), como si el pecado fuera
natural y se esperara de cualquiera verdaderamente humano. La implicación es que si
Jesús fuera realmente humano ¡él habría pecado! Pero este razonamiento es un serio
error. El pecado no es natural para los seres humanos; Dios nos hizo como criaturas
con libre albedrio, capaces de pecar, pero también capaces de no pecar, y en realidad
se nos manda y se espera que no pequemos. En vez de ser una marca de verdadera
humanidad, el pecado es una brecha o distorsión de la verdadera humanidad. El hecho
es que Jesús, precisamente porque es el único que nunca participó del pecado ni del
cuerpo ni del espíritu, es el único que posee una naturaleza humana verdaderamente
perfecta.
Una pregunta que surge a menudo con respecto a la impecabilidad de Jesús es si
para él fue o no posible pecar. Esta pregunta no puede responderse con certeza. Muchos
asumen que él podía haber pecado puesto que era verdaderamente humano; otros
(incluyéndome a mí mismo) razonan que él no podía pecar, puesto que era
verdaderamente Dios. Lo que complica el asunto es que, aunque él tenía dos naturalezas
(humana y divina), Jesús era solo una persona, con un solo centro de conciencia y una
sola voluntad. Su impecabilidad por lo tanto era un logro tanto de su naturaleza humana
como de su naturaleza divina.
Aquellos que afirman que Jesús podía haber pecado usan dos argumentos básicos.
Uno, Hebreos 4:15 dice que él fue “tentado en todo de la misma manera que nosotros”
(NVI). Si él no era capaz de pecar, entonces la tentación no habría sido real y similar a
la nuestra. Dos, si él no era capaz de pecar, entonces se niega su valor como ejemplo
para nuestra propia vida santa. ¿De qué sirve tratar de seguir “sus pisadas” (1 Pedro
2:21-22) si sus pasos sin pecado eran el resultado de una naturaleza divina que
nosotros no compartimos?
En mi opinión, incluso si Jesús podía haber pecado, esto no puede establecerse
mediante estos dos argumentos, puesto que ellos no son concluyentes. Que Jesús fue
verdaderamente tentado no puede negarse (Mateo 4:1-11; Hebreos 2:18; 4:15), y él
sintió por cierto la fuerza de la tentación sea que él pudo haber sucumbido a ella o no.
Como dice Joseph Stump,[3] podemos someter el oro puro a la prueba más extrema,
sabiendo todo el tiempo que pasará la prueba porque sabemos que es oro puro. La
III. La encarnación
La Biblia describe a Cristo como totalmente humano y totalmente divino. ¿Cómo
es posible esto? ¿Cómo pudo llegar a existir tal ser? Esto sucedió cuando el Logos
eternamente preexistente, la segunda persona de la Trinidad, entró en, o se unió a la
persona humana Jesús de Nazaret en conexión con la concepción milagrosa de este
último en el vientre de María. Este evento es llamado la encarnación (adopción de una
naturaleza humana).
Pero a través de todo esto, “Él no se despojó de ni renunció a su Deidad”; “Él nunca
cesó de ser Dios” (80, 82).
¿Qué clase de ser, entonces, resultó de esta encarnación? La manera ortodoxa de
resumir esto es la siguiente: Jesús de Nazaret fue una sola persona con dos
naturalezas (compare la Trinidad, que es tres personas con una sola naturaleza); es
decir, él tiene dos naturalezas completas: una naturaleza humana completa y una
naturaleza divina completa. Al mismo tiempo él tiene solamente un solo centro de
conciencia, un centro unificado de pensamiento, voluntad y experiencia emocional.
Es importante no pensar en Cristo como alguien que de alguna manera es dos
personas con dos voluntades y dos centros de conciencia, uno humano y uno divino, con
uno o el otro dominando según lo requieran las circunstancias. Este concepto es
llamado nestorianismo y fue condenado como herejía en el siglo quinto d.C. Es
igualmente importante no fusionar o mezclar las naturalezas divina y humana de Cristo
en una sola naturaleza compuesta. Cuando se intenta mezclarlas, generalmente una o
ambas naturalezas son reducidas. Un ejemplo es la herejía llamada eutiquianismo, en la
que la humanidad de Cristo es tan absorbida en su deidad que la primera prácticamente
se pierde. Otro ejemplo es la cristología luterana, en la que se dice que todos los
atributos de la deidad se aplican también a la naturaleza humana de Cristo.
[También enseñamos] que percibimos [gnoridzomenon] a este solo y único Cristo — Hijo, Señor,
unigénito — en dos naturalezas [duo physesin]; [y hacemos esto] sin confundir las dos naturalezas
[asynkytos], sin transmutar una naturaleza en la otra [atreptos], sin dividirlas en dos categorías separadas
[adiairetos], sin contrastarlas según el área o la función [achoristos]. La distintividad de cada naturaleza no
es anulada por la unión. En su lugar, las “propiedades” [idiotetos] de cada naturaleza se conservan y ambas
naturalezas concurren [syntrechouses] en una sola “persona” [prosopon] y en una sola hypostasis. Ellas no
están divididas o seccionadas en dos prosopa, sino juntas en uno y único y unigénito Logos de Dios, el
Señor Jesucristo. Así han testificado los profetas de la antigüedad; así nos enseñó el Señor Jesucristo
mismo; así se ha transmitido [paradedoke] hasta nosotros el Símbolo de los Padres [N].
E lhomo?
teólogo medieval Anselmo escribió un famoso tratado llamado ¿Cur deus
o “¿Por qué Dios se hizo hombre?” Después de nuestra discusión de la
persona de Cristo, surge, por cierto, esta pregunta en nuestras mentes. Que Dios llegara
a encarnarse en una persona humana debe ser el menos esperado y el más radical de
todos los eventos imaginables. Seguramente Dios nunca habría hecho esto a menos que
fuera absolutamente necesario. ¿Qué lo hizo necesario? ¿Por qué vino Jesús al mundo?
En una palabra, Jesús vino a revertir los efectos del pecado sobre la buena
creación de Dios. “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”, dice Pablo
(1 Timoteo 1:15). El Hijo del Hombre vino a “dar su vida en rescate por muchos” dijo
Jesús (Mateo 20:28). Este había sido el plan de Dios desde la creación del mundo
(Apocalipsis 13:8, NIV), desde el tiempo en que vio anticipadamente que el pecado
entraría en su planeada creación. Debido a que el propósito original de Dios para la
creación fue interrumpido por la caída, Jesús vino a restaurar a la humanidad caída y al
universo caído a una justicia y comunión eterna con Dios.
El Cristo encarnado cumplió este propósito principalmente a través de su muerte y
resurrección. ¿Qué estaba cumpliendo Jesús exactamente a través de estas obras
redentoras? Cómo explicamos esto depende de cómo entendemos la necesidad básica
del hombre pecador. Si el principal problema del hombre es la ignorancia, entonces
esperaríamos que la obra principal de Cristo fuera la revelación de un conocimiento
salvador. Si nuestro problema es alguna forma de debilidad espiritual, entonces la obra
principal de Cristo debe proporcionarnos el poder espiritual correspondiente. Casi
todas las religiones y filosofías del mundo efectivamente interpretan en realidad el
predicamento del hombre en una de estas dos maneras (GRe, cap. 2).
La ignorancia y la debilidad se hallan ciertamente involucradas en el problema del
hombre, pero ninguna de ellas es el problema principal. Hemos visto que la esencia del
pecado es la transgresión de la ley del Dios santo y personal, que resulta en el doble
problema de culpa y depravación. Debido a nuestra culpa, nuestra relación armónica
con Dios ha sido rota; estamos bajo la ira de Dios y somos el objeto de su justa
condenación al infierno. Debido a nuestra depravación somos espiritualmente débiles
en realidad, y por esa razón fácil presa de la tentación.
Jesús vino a resolver nuestros problemas de culpa y depravación a través de su
muerte y resurrección. En términos generales su muerte en la cruz provee la base para
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la remoción de nuestra culpa y condenación, y su resurrección de los muertos echa el
fundamento para la sanidad de nuestras naturalezas arrasadas por el pecado.
I. La expiación
Reconciliar a Dios con el hombre, o traerlos a una relación íntima, es la principal
tarea que Jesús vino a cumplir. En un sentido indirecto la vida y obra total de Jesús
podría llamarse expiación, pero en el sentido más directo y específico, la expiación fue
la obra de la cruz. Exactamente cómo la cruz lleva a cabo la expiación ha sido un punto
de fuerte desacuerdo a través de la historia cristiana. Muchas de las así llamadas
“teorías de la expiación” no son fieles a la Escritura. Y necesitan ser identificadas
porque deshonran a Dios y socavan su gloria distorsionando la verdadera naturaleza de
la obra de Cristo. De manera que en esta sección examinaremos primero algunos
conceptos falsos sobre la expiación, y luego examinaremos los datos bíblicos acerca
del significado de la cruz.
Esta es otra razón por la que solamente Dios mismo podía hacer expiación por
nuestros pecados, y por la que Jesús el Redentor debe ser divino. “Podemos libremente
admitir que la doctrina bíblica del castigo vicario no es defendible aparte de un
completo reconocimiento de la enseñanza bíblica de la divinidad de Cristo” (148).
Aun otros atacan la propiciación tratando de mostrar que las palabras griegas no
significan realmente propiciación sino que significan más bien sólo una cobertura o
cancelación del pecado. C. H. Dodd adopta esta posición, argumentando en base a la
manera en que se usan las palabras en la Septuaginta (82-95). Packer (164) responde a
Dodd afirmando que a lo más él ha mostrado solamente que el grupo de palabras no
siempre tiene que significar propiciación, “pero no ha mostrado que el grupo de
palabras no puede significar ‘propiciación’ en contextos donde se requiere este
significado”. Y el contexto de Romanos 3:25 en especial requiere efectivamente este
significado.
Aquellos que rechazan el concepto de propiciación generalmente prefieren el
concepto de expiación en su lugar. Mientras que el objeto de la propiciación es Dios y
denota la remoción de la ira, el objeto de la expiación es el pecado mismo y denota su
remoción o cobertura. Puesto que este último concepto está incluido también dentro de
la propiciación, Packer (163) nota perceptivamente que “la expiación solamente
significa la mitad de lo que significa la propiciación”. La propiciación no solamente
habla de la cobertura del pecado, sino que muestra cómo es cubierto, es decir, a través
de la sangre de Cristo que absorbe la ira que de otra manera sería derramada sobre él.
La expiación habla de la cobertura del pecado, pero no hay una explicación coherente
de cómo la sangre de Cristo lleva a cabo esto.
La doctrina de la propiciación es crucial. Concuerdo con Packer (161-163) que es
“el corazón del evangelio”. Él dice: “Un evangelio sin propiciación en su centro es un
evangelio distinto al que Pablo predicó. Las implicaciones de esto no deben evadirse”.
2. La muerte de Cristo como redención
El otro concepto clave para entender la expiación es la redención como tal. Las
palabras significativas del Antiguo Testamento para este concepto son el verbo ga’al,
“dejar libre, liberar, redimir”, y su forma sustantiva go’el, algunas veces traducida
“redentor de parientes” (Rut 2:20).[6] Las palabras del Nuevo Testamento se derivan de
lyo, que significa “soltar, dejar libre, rescatar”; y de agora, que significa “un mercado,
negocio”. La forma sustantiva simple derivada de lyo es lytron, que tiene el significado
inequívoco de “un rescate, un precio de rescate”. Es usado por Jesús para describir su
misión (Mateo 20:28; Marcos 10:45). La palabra antilytron es similar en significado y se
II. La resurrección
En el sentido más amplio del término, la obra de redención no estuvo completa
cuando Jesús murió en la cruz. Cuando él exclamó: “¡Consumado es!” (Juan 19:30), él
no estaba refiriéndose a su obra como tal sino solamente a ese aspecto de su obra que
involucraba humillación y sufrimiento. La fase triunfante de su obra todavía estaba por
venir, y comenzó justo tres días más tarde cuando él se levantó de los muertos. De
manera que la resurrección de Jesús es una parte vital e integral del proceso redentor.
Lo que eso significa es el tema de esta sección.
Para entender el significado de la resurrección de Jesús, debemos entender la
naturaleza de la pena impuesta sobre los pecadores y sobre el mundo pecaminoso por el
juicio santo de Dios. Puede resumirse en la palabra muerte: “la paga del pecado es
muerte” (Romanos 6:23). Este juicio incluye la muerte física; todo ser humano muere
físicamente como resultado del pecado de Adán (Romanos 5:12; 8:10). También
incluye la muerte espiritual; todo pecador está espiritualmente muerto ante Dios incluso
mientras él vive en este mundo (Efesios 2:1,5; 1 Timoteo 5:6). Finalmente, el juicio
culmina en la muerte eterna en el lago de fuego (Apocalipsis 20:14-15). Ahora, el
aspecto penal de la muerte en todas sus formas ha sido removido para los redimidos
mediante la sangre de Jesucristo; pero la muerte como condición aún permanece. Aquí
es donde “el poder de su resurrección” (Filipenses 3:10) hace su obra redentora. A
través de su resurrección de los muertos, Jesús pone a nuestra disposición un poder que
es capaz de revertir la condición de la muerte y restaurarnos a la vida.
Con respecto a la naturaleza de la resurrección de Cristo, dos cosas deben
enfatizarse. Una es que la resurrección fue un evento literal, histórico, y corporal. Esto
es parte esencial del evangelio (1 Corintios 15:4) y debe creerse para que alguien sea
salvo (Romanos 10:9). De ninguna manera puede ser igualada con la “resurrección de
fe” subjetiva en los corazones de los discípulos, ni puede ser explicada en términos de
una aparición no material que no involucraba su cuerpo real. Lo que sucedió en la
resurrección le sucedió al cuerpo muerto de Jesús; fue traído de vuelta a la vida de
modo que Jesús fue capaz de caminar por distintos lugares y relacionarse con personas
cara a cara en su cuerpo tal como lo había hecho antes de su muerte. El cambio o
transformación que llamamos “resurrección” ocurrió en el aspecto físico de su
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naturaleza humana. Es crucial mantener esta verdad, porque las consecuencias de su
resurrección serán experimentadas en último término por toda la creación física de
Dios, incluyendo los cuerpos de los redimidos. Los intentos por redefinir la
resurrección de Jesús como algo menos que la resucitación y transformación de su
cuerpo original tienen el efecto de diluir la plenitud de nuestra redención.
Un segundo punto que debe enfatizarse es que el evento que llamamos la
resurrección de Jesús realmente incluye dos elementos separados pero relacionados,
vale decir, su real resurrección de los muertos y la posterior transformación de su
cuerpo en una naturaleza humana glorificada que ahora posee. Contrario a la suposición
común, el cuerpo de Jesús no fue glorificado en la tumba en el momento de su
resurrección. Cuando salió de la tumba, él poseía el mismo cuerpo reconocible y con
cicatrices que tenía cuando fue sepultado. No podemos relegar la resurrección a algún
nivel especial de la historia o la realidad fuera de la esfera de nuestras experiencias
diarias. Los eventos inusuales relacionados con sus apariciones después de su
resurrección son fácilmente explicables mediante milagros “ordinarios”, y tienen
paralelos en otros eventos milagrosos no conectados con la resurrección.[9] El Apóstol
Juan, quien vio por cierto a Jesús después que él resucitó, testifica que la naturaleza
glorificada presente de nuestro Señor no nos es conocida a nosotros: “Y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos
semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3:2). Puede ser que el
Apóstol Pablo haya visto al Cristo glorificado (Hechos 9:1-9; 1 Corintios 9:1; 15:8),
pero lo que él vio era ciertamente más de lo que los otros apóstoles habían visto
previamente a la ascensión.
Parece mejor concluir que Jesús resucitó en su cuerpo no aún glorificado para que
no hubiese equivocación alguna de parte de quienes lo conocían, de que él era el mismo
Jesús que había muerto en la cruz y que ahora estaba verdaderamente vivo nuevamente.
Además, la mejor inferencia es que él recibió su cuerpo transformado y glorificado en
el momento de su ascensión. De modo que lo que a menudo es llamado “el cuerpo
resucitado de Jesús” no fue en realidad recibido en la resurrección sino en el momento
de su reentrada en la dimensión espiritual o celestial cuando ascendió a “la gloria del
Señor” (Éxodo 40:34-38). Él fue “recibido arriba en gloria” (1 Timoteo 3:16). Sin
embargo, para propósitos teológicos es apropiado pensar en estos dos eventos (la
resurrección y la ascensión) simplemente como dos etapas de un mismo evento que
puede ser llamado apropiadamente “la resurrección”.[10] De manera que nuestras
conclusiones con respecto a la naturaleza y significado teológico de la resurrección de
Jesús no debe basarse en el fenómeno de sus apariciones después de la resurrección,
sino en la enseñanza apostólica. El significado y las implicaciones de la resurrección
son conocidos solamente por revelación; no son perceptibles a partir de las apariciones
E ste capítulo trata de la doctrina bíblica del Espíritu Santo, tanto de su persona
(quien es) como de su obra (lo que hace). Veremos primero que el Espíritu
Santo es una persona divina, una de las tres personas de la Trinidad. Luego veremos
que la obra principal del Espíritu es doble: nos provee de conocimiento y nos provee
de poder. Veremos también que la obra del Espíritu es crucial para el comienzo de la
nueva creación. Como es cierto del Logos, aunque éste fue activo en la era del Antiguo
Testamento, la obra principal y característica del Espíritu Santo está relacionada con la
Nueva Creación, con las vidas de los cristianos.
Las principales palabras para “espíritu” son ruach en el Antiguo Testamento y
pneuma en el Nuevo Testamento. Además de “espíritu”, estos términos pueden significar
también “aliento” y “viento”, según lo determine el contexto. Los términos se usan para
designar a los espíritus creados, es decir, ángeles (caídos y no caídos) y el aspecto
espiritual de los seres humanos, así como también del espíritu divino increado. En
nuestra discusión anterior sobre la naturaleza de Dios señalamos que todo ser espiritual
es vivo, personal, inmaterial, e invisible. Todas estas características se aplican al
Espíritu Santo.
¿Por qué el Espíritu Santo es llamado Espíritu Santo? Pueden darse dos razones.
Primero, el término “santo” significa “separado, distinto, apartado”. El Espíritu Santo
es santo en este sentido porque se halla separado de todos los espíritus finitos creados.
Segundo, es llamado el Espíritu Santo porque, en comparación con el Padre y el Hijo,
su obra principal es hacernos santos en el sentido ético. La santidad es su obra
distintiva.
Se usan muchas expresiones bíblicas diferentes para referirse al Espíritu Santo.
Por ejemplo, en el Antiguo Testamento él es llamado el Espíritu de Dios, el Espíritu de
Yahweh y el Espíritu Santo (Salmo 51:11; Isaías 63:10-11). En el Nuevo Testamento él
es llamado (p.ej.) el Espíritu, el Espíritu Santo, el Espíritu de santidad, el Espíritu de
Dios, el Espíritu del Señor, el Espíritu de Cristo, el Espíritu de verdad, y el Espíritu de
vida. Algunas veces se usa el artículo definido (“el Espíritu”), pero no a menudo. No
pueden derivarse conclusiones de la presencia o ausencia del artículo, o de la
presencia o ausencia del adjetivo “santo”. El contexto determinará si el término
“espíritu” está siendo usado para referirse al Espíritu Santo o a alguna otra clase de
espíritu.
B. El Espíritu Santo y
los dones especiales de conocimiento
¿Nos provee el Espíritu conocimiento de alguna manera además de las páginas de
la Escritura? Algunos cristianos asumen que el “don del Espíritu Santo” recibido en el
bautismo cristiano (Hechos 2:38) tiene el propósito de suplementar nuestro
conocimiento proporcionándonos una guía subjetiva que nos ayuda a conocer la
voluntad de Dios para nuestras vidas. Este es un concepto errado del propósito de la
morada permanente del Espíritu. Recibimos el don del Espíritu no para añadir
conocimiento a nuestras mentes sino para estimular y fortalecer nuestras voluntades
para obedecer y servir. Ser “guiado por el Espíritu” (Romanos 8:14) no es recibir una
iluminación intelectual subjetiva sino recibir el poder interior para vencer nuestra
debilidad moral y hacer morir el pecado en nuestros cuerpos (Romanos 8:13).
Es cierto que algunos de los dones especiales del Espíritu concedidos a los
primeros cristianos fueron dones de conocimiento sobrenatural, es decir, profecía,
palabra de conocimiento, palabra de sabiduría, y el don de lenguas cuando es
acompañado por el don de interpretación (1 Corintios 12:8-10). De estas maneras el
Espíritu le proveyó el conocimiento a las iglesias, proporcionándoles una enseñanza
B. El propósito de Pentecostés
F. 1 Corintios 13:8-13
El argumento final a favor de la cesación de los dones milagrosos es la
declaración específica en 1 Corintios 13:10 de que ciertos dones milagrosos primarios
estaban destinados a cesar: “Mas cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte
se acabará”. Este párrafo como un todo (13:8-13) presenta dos contrastes. El principal
contraste es entre cosas que son temporales (lenguas, profecía, conocimiento
milagroso), versículo 8, y cosas que son permanentes (fe, esperanza, amor), v. 13.
Todas estas cosas estaban ya presentes cuando Pablo escribió, pero él declara que
solamente este último grupo permanecerá a través de toda la era de la iglesia. Las cosas
en el primer grupo cesarán.
Pero hay también un segundo contraste importante, diseñado para mostrar porqué
los dones mencionados en el v. 8 son sólo temporales. Este contraste se encuentra en
los vv. 9-12 que forman un paréntesis entre el v. 8 y el v. 13. La ironía es que las
mismas cosas que los corintios más valoraban eran solamente temporales. Pero ¿por
qué? Porque ellas eran solamente parciales, es decir, compuestas de trozos y pedazos.
Estas cosas parciales nunca estuvieron destinadas a ser permanentes, sino que tenían el
propósito de ser reemplazadas por algo que es completo. En el v. 10 la palabra griega
clave es el adjetivo neutro teleion, que puede significar “perfecto” o “maduro”, pero que
también puede significar “completo”. Que aquí definitivamente significa “completo” lo
muestra el contraste con “parcial”. De manera que el v. 10 debería leerse, “Cuando lo
completo llegue, lo parcial desaparecerá”. El hecho de que teleion es neutro muestra que
se está refiriendo no a una persona, tal como Jesús, sino a una cosa.
¿Qué es esta cosa completa? Debe ser algo que todavía no estaba presente cuando
Pablo escribió, puesto que él está señalando hacia el futuro. Esto descarta cualquier
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cosa en el v. 13, incluyendo el amor. Además, debe ser algo que aparecerá antes de la
segunda venida de Cristo, puesto que el v. 13 muestra que las cosas parciales cesarán
mientras que la fe, la esperanza, y el amor continuarán permaneciendo en la iglesia.
Pero en la segunda venida no habrá ya ninguna razón para que exista la esperanza,
puesto que las cosas por las que ahora esperamos serán entonces una realidad
(Romanos 8:24-25). Esto descarta todas las interpretaciones escatológicas del teleion.
¿Qué podría posiblemente aparecer en la escena entre la escritura de 1 Corintios y
el tiempo de la segunda venida que encaje con la descripción de “lo completo”? Una
clave es la naturaleza de las cosas que se propone reemplazar: profecía, conocimiento y
lenguas. Todas ellas están en la categoría de conocimiento revelado, pero son sólo
parciales. Lo que sea que las reemplace debe también estar en la categoría de
conocimiento revelado, pero debe ser algo completo. La única cosa que satisface este
requerimiento es el Nuevo Testamento completo. Los cristianos esperarían tal Nuevo
Testamento completo, similar al Antiguo Testamento para aquellos que vivieron bajo el
Antiguo Pacto.
Algunos piensan que el v. 12 requiere una interpretación escatológica del teleion
puesto que dice que cuando el teleion aparezca veremos “cara a cara” y “conoceremos
completamente”. Se asume que tales cosas serán ciertas solamente en el cielo.
Este no es el caso, sin embargo. La referencia “cara a cara” no tiene nada que ver
con ver a Jesús (lo cual sucederá, 1 Juan 3:2). “Ahora vemos por espejo, oscuramente;
mas entonces veremos cara a cara” es un contraste entre dos clases de espejo, uno
oscuro y el otro claro. Esto representa dos clases de revelación: una parcial y
enigmática, y otra clara y completa. La clave para entender esto es el obvio paralelo
con el lenguaje de la versión Septuaginta de Números 12:8, donde están siendo
comparadas dos clases de revelación, la menos clara y la más clara.[13] Además, en 2
Corintios 3:7-18 y Santiago 1:23-25, “mirar en un espejo” y ver claramente se refiere a
mirar en la Palabra de Dios en la forma del Nuevo Testamento. Podemos parafrasear 1
Corintios 13:12a de esta manera:
Por ahora, mientras dependemos de revelaciones ocasionales a través de la
profecía o de las lenguas interpretadas, es como tratar de verse a sí mismo en
un espejo oscuro y rayado. Pero entonces, cuando tengamos el Nuevo
Testamento completo, será como ver una imagen nítida y clara de uno mismo
en un nuevo espejo brillante.
¿Pero qué del v. 12b: “Ahora conozco en parte; pero entonces conoceré
plenamente como he sido conocido” [La Biblia de las Américas]. ¿No se refiere
“conoceré plenamente” sólo a nuestro estado celestial? En primer lugar, no hay
justificación para la traducción “conoceré plenamente”. La palabra es epiginosko, que en
[1]
- Números 11:25; 24:2; 1 Samuel 10:6-13; 19:20-24; 1 Crónicas 12:18; 2 Crónicas 15:1; 20:14; 24:20; Nehemías 9:30;
Zacarías 7:12
[2]- Marcos 13:11; Lucas 2:26; Hechos 2:4; 4:8; 8:29; 10:19, 44-46; 11:12; 13:2; 16:6; 19:6; 20:23; 21:10-11; 1 Corintios
12:8-11; 1 Pedro 1:12.
[3] - Ver también Mateo 22:43; Marcos 12:36; Hechos 4:25; 28:25; Hebreos 3:7; 9:8; 10:15; 1 Pedro 1:10-11.
[4] - Ver también 1 Corintios 7:40; Efesios 3:5; 1 Timoteo 4:1; Apocalipsis 1:10; 2:7; 4:2; 19:10
[5]
- Esto incluía hombres tales como Balaam (Números 24:2), David (2 Samuel 23:2), Amasai (1 Crónicas 12:18),
Azarías (2 Crónicas 15:1), Zacarías (2 Crónicas 24:20), Isaías (Isaías 59:21), y Ezequiel (Ezequiel 2:2).
[6]- Estos incluyen a Otoniel (Jueces 3:10), Gedeón (Jueces 6:34), Jefté (Jueces 11:29), y Sansón (Jueces 13:25; 14:6,
19; 15:14).
[7] - “Pero ellos no lo hicieron de nuevo” (v. 25). La RVR60 (“y no cesaron”) sigue una tradición textual errada.
[8]- En efecto, uno podría argumentar que la venida del Epíritu fue el punto decisivo en la historia, y que el
advenimiento y obra de Jesucristo, desde su concepción virginal hasta su ascensión y entronización a la diestra del
padre, fue hecho simplemente para preparar esta nueva era y hacerla posible
[9]- Este concepto nunca debería describirse como “agua regeneradora” o “regeneración bautismal”, términos que
siempre han implicado que hay algo acerca del agua o acto mismo que cambia el corazón.
[10] - Ver los capítulos sobre cada uno de estos textos en mi libro, Bautismo.
[11] - Ver Cottrell, Bautismo, cap. 8; ver Robertson, “Espíritu Santo”.
[12]- El evento en Números 11:16-30 es un preciso paralelo a Pentecostés; es decir, un don de habla milagrosa dado
una sola vez fue usado para confirmar la continua presencia del Espíritu para otro propósito.
[13]
- Cualquiera que quiera entender este pasaje debe leer el artículo de Gerhard Kittel sobre ainigma [“enigma”] en
TDNT, I:178-180.
I. La terminología de la gracia
Varias palabras bíblicas nos ayudan a entender el concepto de la gracia. En el
Antiguo Testamento los términos vienen de una sola raíz. Ellos son chen, un sustantivo
traducido frecuentemente como “gracia”; chanan, el verbo “obrar con gracia”; y channun,
el adjetivo “lleno de gracia” (GRe, 361-365). Estas palabras nos ayudan solamente de
forma rápida a entender la gracia salvadora de Dios, porque en la mayoría de los casos
no se refieren a la salvación, aun cuando se utilizan con respecto a Dios. En la mayoría
de los ejemplos se utiliza como “favor” como en “hágame un favor” o “encontrar
gracia” en los ojos de otra persona (p.ej., Génesis 6:8; Éxodo 33:13, 17; 1 Samuel
16:22 y Ester 2:15). El verbo usualmente tiene el significado de “actuar favorablemente
hacia a alguien, a bendecirlos, o a ayudarlos”. Aun cuando traducida como “tener
misericordia”, esto es lo que quiere decir (ej. Génesis 43:29; 2 Samuel 12:22; 2 Reyes
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13:23; Salmo 4:1; e Isaías 33:2). Cuando leemos tal lenguaje desde la perspectiva del
Nuevo Testamento, somos tentados a pensar que “tener misericordia” o “tener gracia”
quiere decir “perdóname los pecados y sálvame por toda la eternidad”, cuando en la
mayoría de los casos quiere decir algo como “hágame este favor” o “por favor,
contéstame mi oración”. Al decir que Dios es “misericordioso” y “lleno de gracia”
indica que él es amoroso y dispuesto a auxiliarnos y a contestar a nuestras oraciones.[1]
La terminología del Nuevo Testamento es más relevante y más directa y nos ayuda
a entender más directamente la gracia salvadora de Dios (GRe, 365-367). La palabra
de base es el sustantivo charis, más frecuentemente traducida como “gracia”. Su
significado general es “un regalo que trae gozo”, y es utilizado para muchos tipos de
regalos, aun para regalos o dones divinos, que no tienen nada que ver con la salvación
como tal.[2] Puede referirse a una bendición material (2 Corintios 8:19; 9:8), fuerza
espiritual o ayuda divina en general (2 Corintios 12:9; Hebreos 4:10), y dones que
equipan espiritualmente (p.ej., 1 Pedro 4:10; Romanos 15:15). El punto es que debemos
estar concientes de otros significados del término y tenemos que cuidarnos de
interpretar cada vez que ocurre la palabra charis, como la palabra española “gracia”
como una referencia a la gracia salvadora.
El asunto aquí es el alcance del concepto de la gracia. En referencia al trabajo de
Dios, algunos han tratado de incluir dentro de la gracia, todo lo que hace Dios, sin que
alguna parte de la actividad divina caiga fuera de su alcance (como hace Ditmanson,
62, 66, 73). Esto es seriamente contrario a la Escritura, pues si la gracia incluye todo lo
que hace Dios, entonces la ira divina y el infierno tendrían que ser vistos como extrañas
presentaciones de la gracia o tienen que ser negados juntos. Ninguna de estas
conclusiones es aceptable.
Una interpretación más común es la que considera cada acto positivo y de bondad
hacia el hombre como función de la gracia. Pues así la gracia incluiría las bendiciones
de creación y de providencia como también la redención. Las primeras dos categorías
son clasificadas como la gracia común en las iglesias reformadas, y la gracia natural en
la teología católica romana, en contraste a la gracia salvadora y sobrenatural de
redención. Desde el punto de vista de la terminología y uso bíblico, el concepto de la
gracia como “el regalo o don que trae felicidad” puede ser usado legítimamente de
manera inclusiva. Como dice Donald Nash: “Gracia, pues, representa todo lo que Dios
ha hecho para nosotros, sus hijos”, incluyendo la creación, revelación, encarnación,
crucifixión, y resurrección (“God” [Dios], 10).
Mientras se reconoce la legitimidad de la forma mencionada arriba, yo prefiero
limitar la terminología de gracia a la obra salvadora de Dios, a la manera en que su
amor y buena voluntad responderá al hombre pecador, no solamente como criatura. La
gracia salvadora de Dios es única, y es una gracia especial que viene por medio de
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Jesucristo solamente, una gracia que contrarresta los efectos del pecado. “Antes
creemos que por la gracia del Señor Jesús seremos salvos” (Hechos 15:11; vea también
Juan 1:17). “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
hombres” (Tito 2:11). La gracia-regalo máxima viene por medio de “siendo justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos
3:24; vea también 5:15). Entonces en mi opinión, si no es calificado de alguna manera,
en el uso contemporáneo la palabra “gracia” debe tener la connotación de la gracia
salvadora.
Así pues, aplicado a la salvación, el término “gracia” tiene tres connotaciones
básicas. Se refiere a la fuente de la salvación, es decir, a la gracia como es atribuida a
la naturaleza de Dios que desea nuestra salvación y lo impulsa a lograrla por medio de
Jesucristo quien se hizo hombre. También se refiere al contenido de nuestra salvación,
es decir, al don actual que recibimos de Dios cuando nos salva. En este sentido la
gracia es la doble cura de salvación, justificación por un lado y regeneración-
santificación por otro. Finalmente, se refiere a la manera en que Dios nos salva, es
decir, la metodología o sistema que Dios utiliza para imponer la salvación sobre
nosotros. Este uso último es el enfoque de este capítulo.
Esta distinción entre los dos sistemas como maneras de relacionarse con Dios es
real, pero los términos preferibles son ley y gracia, como en: “No estáis bajo la ley,
sino bajo la gracia” (Romanos 6:14). Estas son las únicas dos opciones. Como
cristianos nuestra relación con Dios se basa sobre las condiciones de la gracia,
mientras todos los demás están bajo la ley. La diferencia entre los dos sistemas es
resumido en Romanos 6:23: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de
Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. Las dos palabras claves aquí son la
paga y la dádiva. Aquellos que se relacionan con Dios por medio de la paga,
eventualmente recibirán lo que han ganado y merecen por sus obras durante la vida en
este mundo. Este es el sistema de la ley y opera según los dictados estrictos de la
santidad de Dios. Los que escogen el camino alternativo recibirán su galardón eterno
como dádiva gratuita; de hecho, su galardón será totalmente lo contrario a lo que
merecen. Esto es el sistema de la gracia y opera bajo los impulsos del amor de Dios.
En Romanos 3:27 Pablo califica a estos dos sistemas competitivos, como la ley de
las obras y la ley de la fe. En este verso la palabra “ley” (nomos) es usada en una forma
inusual y muy general. Algunas traducciones bíblicas, como la Nueva Versión
Internacional, traduce aceptablemente la palabra como “principio”. Otras posibilidades
incluyen “método, arreglo, orden, sistema, y reglas”. También en este versículo el
término es “obras” (ton ergon) —inexcusablemente traducido por la NVI como
“observancia de la ley” — resume la esencia del sistema de la ley; por ejemplo, opera
bajo el principio de las obras. También en este versículo el término “fe” resume la
esencia del sistema de la gracia; opera según el principio de la fe. “Obras” y “fe” son
paralelos a la “paga” y la “dádiva” en Romanos 6:23 y paralelos a la “ley” y “gracia”
en Romanos 6:14.
En referencia a la salvación, los que están enfrentados con el evangelio tienen que
escoger. Como pecadores ellos pueden seguir relacionándose con Dios como santo y
autor de la ley justa, y así esperar la paga del pecado, que merecen en el día del juicio;
o pueden aceptar la oferta del evangelio y empezar a relacionarse con Dios como el
bueno y amoroso donante de dádivas, y esperar recibir la vida eterna como dádiva en
aquel día. Esta es la elección entre la ley y la gracia.
En mi libro God the Redeemer (Dios el redentor) un capítulo muy largo (capítulo
2, “Alternatives to Redemption” [Alternativas a la redención], 45-116) ilustra este
punto. Por ejemplo, en el hinduismo la salvación es alcanzada por medio del
conocimiento humano y las obras. No hay sistema más antagonista a la doctrina de la
gracia de Jesucristo que las doctrinas hinduistas del karma y la reencarnación (GRe,
A ntes vimos que el pecado personal toma dos formas básicas: carga al pecador
con un “problema doble”. Por un lado, el pecado nos hace culpables. La
culpabilidad es una relación equivocada con la ley de Dios, involucrando una
consecuencia de castigo. Por otro lado, el pecado nos da una naturaleza pecaminosa o
depravada. Contamina el alma (y el cuerpo) con debilidad espiritual y corrupción.
Debido a que el problema del pecador tiene dos aspectos, la gracia como el
contenido de la salvación tiene que poseer dos aspectos también; una “doble cura”. El
primer aspecto de la salvación que recibe el pecador creyente es el don de la
justificación, que resuelve el problema de la culpa y remueve todo castigo. Dios,
como juez, declara que la carga del castigo ya no se aplicará a nosotros. El segundo
aspecto de la salvación que es consecuencia del don del Espíritu Santo que mora en
nosotros, consiste en la obra divina de la regeneración y la santificación. Dios como
médico cura la enfermedad de pecado que aflige nuestra naturaleza y así resuelve el
problema de la corrupción espiritual y nos restaura la espiritualidad íntegra.[1]
Este capítulo explica la primera parte de la “doble cura”, mientras tratamos de
explicar el concepto, la base, y la manera de nuestra justificación.
I. El concepto de la justificación
Podríamos pensar en la justificación como un acto especifico de Dios impuesto
sobre el pecador en virtud por lo cual éste pasa del estado de perdición al estado de
salvación, y como el estado continuo en que existe la persona salva. El cristiano podría
decir “he sido justificado” (el hecho) como también “estoy justificado” (el estado).
Nuestro estudio aquí se enfoca en el hecho.
Robert Horn (18-19) ha dicho correctamente que “Justificación es algo que Dios
hace. De veras, quiere decir algo especifico que Dios hace.” Es cierto que Dios
regenera, santifica, y glorifica; pero esto no es lo mismo como la justificación. “La
justificación tiene un significado especifico”. ¿Cuál es este significado? Un vistazo
breve a la terminología griega nos encaminará por la senda correcta. El sustantivo
traducido como “justificación” es dikaiosis; el verbo “justificar” es dikaioo. Estos términos
son de la misma familia de palabras como “justo” (dikaios) y “justicia” dikaiosyne, que
sugiere que la justificación tiene algo que ver con justicia. El problema es identificar la
conexión correcta entre ellos.
¡L apecado
salvación es más que el perdón de los pecados! Como hemos visto, el
causa dos problemas básicos para los pecadores: nos hace culpables;
y produce una enfermedad interna, debilidad, o corrupción del alma. Pero la salvación
por la gracia de Dios incluye el remedio para cada uno de estos problemas. En la
primera parte de esta “doble cura”, justificación o perdón nos remueve la culpa. Pero si
esto fuera el todo de la salvación, estaríamos aun débiles e incapaces y oprimidos por
las cadenas del pecado. No podríamos lograr progreso en conquistar nuestros hábitos
pecaminosos, tendencias y deseos.
Pero tal vez esto no importa. Después de todo, si somos justificados gratuitamente
por la gracia por medio de la fe, ¿serían necesarias las obras? ¿Todavía tenemos que
obedecer los mandamientos de Dios? ¿Importa si seguimos pecando o no (Romanos
6:1)? Podemos entender cómo es que algunos son promovidos a hacer tales preguntas,
siendo que la gracia es tan abrumadora, hasta radical, cuando es comparada con otros
conceptos ordinarios.
¡Pero por supuesto el pecado todavía importa! ¿Cómo podría cualquier persona
pensar otra cosa (Romanos 6:1, 2)? Es por esto que Dios hizo provisiones no solamente
para quitarnos la culpa, sino también para restaurar nuestra naturaleza debilitada por el
pecado al estado de vida espiritual y salud. Esto es la segunda parte de la “doble cura”,
en que Dios destruye el poder del pecado sobre nosotros y nos hace puros.
El remedio por el cual Dios logra esto empieza con un evento típicamente llamado
la regeneración, y continúa con el proceso típicamente llamado la santificación. Este
aspecto de la salvación es muy diferente de la justificación. Mientras la justificación es
un cambio, objetivo y legal en nuestra relación con la ley de Dios, la regeneración y
santificación son internos, cambios subjetivos en nuestra naturaleza, carácter, y
comportamiento. Las diferencias podrían ser resumidas así:
JUSTIFICACIÓN REGENERACIÓN/
SANTIFICACIÓN
a. Trata nuestro problema legal Trata nuestra condición
b. Resuelva el problema de violar la ley Resuelve el problema de cumplir la ley
c. Remueve la culpa Remueve la corrupción
d. Dios funciona como juez Dios funciona como médico
I. Regeneración
A. La naturaleza de la regeneración
La regeneración es instantánea, un evento singular que ocurre en el momento de la
conversión, el momento cuando el pecador pasa de su estado de perdición hacia el
estado de salvación. Desde el punto de vista de su causa, la regeneración es un acto
divino, un trabajo que hace Dios cuando el Espíritu Santo obra sobre el alma del
pecadora. En cuanto a su efecto, la regeneración es un cambio interno en la misma
naturaleza del pecador.
Esto no es un cambio legal, aunque tal cambio (la justificación) ocurre en el
mismo momento de la regeneración. No es simplemente un cambio moral, es decir un
cambio voluntario de la mente y el corazón que el pecador mismo logra por medio de
un acto de voluntad motivado por el evangelio. Tal cambio moral (fe y arrepentimiento)
ocurre antes de la regeneración y es un prerrequisito para ello, pero no es lo mismo que
la regeneración y no puede por sí solo producir la regeneración. Más bien, la
regeneración es un cambio metafísico, un cambio que ocurre dentro de la esencia del
alma.
Esto no quiere decir, por supuesto, que la esencia del alma es transformada en una
cosa diferente. Sencillamente quiere decir que el daño que inflige al alma es reparado;
quiere decir que la enfermedad del pecado ha sido sanada. En otras palabras, implica
que el largo proceso de sanar y reparar ha empezado. Como analogía, una enfermedad
en el cuerpo es sanada primeramente por el tratamiento inicial, como por una inyección
o una cirugía, lo cual es seguido por un período de recuperación y restauración. En el
nivel espiritual, la cirugía inicial es el acta de regeneración, y el periodo de
recuperación es la santificación.
Al seguir esta analogía, en el acto de regeneración Dios asume el rol del Gran
Médico, y no el rol de Juez como en la justificación. Ezequiel 36:26, proféticamente
describe esta obra en términos de una cirugía de trasplante de corazón: “Os daré
B. La causa de la regeneración
Es muy importante entender que el acta de la regeneración es el acta salvadora
obrando en nuestros corazones por Dios mismo y no por medio de nuestro esfuerzo o
poder. Es parte del “don de Dios” (Efesios 2:9) que constituye la salvación.
En el capítulo sobre el Espíritu Santo, fue resaltada una posición común en el
Movimiento de Restauración que la regeneración sería un cambio moral del corazón
logrado por el pecador mismo. En esencia, ésta es la posición de Alexander Campbell
en cuanto a la regeneración (la cual él llamó conversión o santificación) que es un
cambio moral o espiritual logrado por el Espíritu Santo, pero solamente en forma
indirecta por la Palabra de Dios. “Un cambio moral” dijo “es efectuado solamente por
motivos, y motivos son argumentos; y todos los argumentos jamás usados por el Espíritu
Santo, son encontrados en el libro llamado la Palabra de Verdad”. Entonces no hay
diferencia “entre lo que la Palabra en sí o el Espíritu en sí hace; si como fueran dos
entidades independientes, y poderes independientes, o influencias” (Debate [Debate],
pp. 613-614). En otro lugar él dice: “y cuando pensamos en el poder que el Espíritu
Santo ejerce sobre las mentes y espíritus humanos, es imposible imaginar que el poder
puede consistir en cosa diferente a las palabras o argumentos” (“Holy Spirit” [Espíritu
Santo], pp. 294-295). Si eso es verdad, entonces la regeneración ocurre solamente
cuando el oyente decide responder a las palabras inspiradas por el Espíritu Santo con
fe y arrepentimiento, con la decisión en sí, siendo el evento de la regeneración.
Esta misma posición en cuanto a la regeneración es tomada por otros escritores
del Movimiento de la Restauración, quienes unen la muerte del pecador y la
resurrección a una vida nueva con su decisión antes del bautismo, a creer y
arrepentirse. Por ejemplo, Moisés Lard declara que “morimos a nuestros pecados
cuando creemos en Cristo y nos arrepentimos de nuestros pecados”; así “morimos al
pecado antes de nuestro bautismo. (195-196). Siguiendo a Lard, Don Dewelt dice que
en el pecador la muerte al pecado “fue alcanzada por nuestra fe y arrepentimiento
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precediendo a nuestro bautismo”. Por ejemplo, “la metodología para alcanzar la
crucifixión de si mismo y la liberación de la esclavitud de la carne es por medio de la
fe y el arrepentimiento antes del bautismo” (90-91). K.C. Moser dice lo mismo: “En el
arrepentimiento uno muere y es resucitado para justicia”. En nuestro arrepentimiento,
que es una obra humana, “dos cambios ocurren. Primero, como Cristo, y con él
morimos al pecado. Segundo, como Cristo y con él, nos resucitamos para vivir para
Dios” (89-90). Así como hemos visto, esta muerte y resurrección son iguales a la
regeneración; y según esta interpretación el pecador se regenera a si mismo cuando cree
y se arrepiente.
Rechazo enfáticamente esta interpretación. Porque en la Biblia la regeneración es
la obra de Dios, no una obra del hombre. Nacimos de nuevo en la familia de Dios “no
engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios”
(Juan 1:13). Nuestra muerte con Cristo y resurrección con él es “en el poder de Dios”
(Colosenses 2:12); pues en nuestra naturaleza nueva somos productos de la “hechura
suya” (Efesios 2:10). Las imágenes bíblicas escogidas para presentar esta acta
poderosa — la resurrección, la nueva creación, el nacer de nuevo — en sí apuntan a la
actividad divina; ellos son escasamente logros que nosotros pudiéramos hacer con
nuestra fuerza tan débil.
En muchos lugares es atribuido claramente al Espíritu Santo, pero en realidad el
máximo poder que logra esta regeneración — esta muerte espiritual y resurrección —
fluye de la obra salvadora de Jesús en su propia muerte y resurrección. Ésta es la clara
enseñanza de Pablo en Romanos 6:1-14, y es reforzada con sus referencias a nuestro
entierro con Cristo y la resurrección con él (Efesios 2:5-6; Colosenses 2:12-13; 1
Pedro 1:3 y 1 Pedro 3:21).
En Romanos 6: 4 Pablo dice: “Porque somos sepultados juntamente con él para
muerte por el bautismo”. La muerte en la cual somos enterrados es sin duda nuestra
propia muerte al pecado (v. 2), pero esto se logra únicamente porque en ese momento
estamos siendo sepultados junto con Cristo en su muerte en la cruz (v. 3). La
implicación es que en alguna forma verdadera y significante, la muerte de Jesús tiene el
poder de dar muerte al pecado en nuestras vidas. Cuando somos unidos con la muerte
de Cristo en el bautismo, nuestra vieja naturaleza pecadora es muerta — no por el
poder de nuestra voluntad, sino en el poder de su santa cruz. Por el diseño y poder de
Dios mismo, en alguna manera la muerte de Jesús con todos sus beneficios salvadores
es presente literalmente en nosotros como pecadores creyentes y actualmente nos toca
en el acto del bautismo, y esta unión produce no solamente la justificación sino también
nuestra muerte al pecado. Es como si fuera, en su muerte, Jesús llega a ser una llama
capaz de extinguir todo lo que tiene que ver con el pecado y la muerte. Cuando somos
bautizados en la muerte de Jesús (enterrados con él por el bautismo), nosotros tocamos
C. El resultado de la regeneración
La regeneración es un cambio en la naturaleza del pecador, pero no es un cambio
total o una sanidad absoluta de la enfermedad del alma. Es, más bien, el revés de la
dirección de la vida de uno hasta este momento. Es el principio de un proceso de
cambio progresivo, el principio de un proceso de sanidad que durará toda la vida y es
conocido como la santificación. Es similar a lo que ocurría en las películas de vaquero
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en el oeste de los Estados Unidos, donde el principal actor en la película es herido y
desarrolla una infección grave con fiebre. Sin antibióticos lo único que el médico local
podía hacer era vigilar el estado del enfermo hasta que moría o cedía la fiebre. Cuando
la fiebre cedía era el momento crítico en que se sabía si la persona iba a recuperase y
vivir. Igualmente, la regeneración es el momento cuando la fiebre de la enfermedad del
pecado es vencida y el poder de vida en el Espíritu Santo encamina al pecador por la
senda de la sanidad espiritual.
El resultado de la regeneración, entonces, es que la persona ahora salva puede
decir: “Puedo obedecer la voluntad de Dios; estoy capacitado para obedecer los
mandamientos de la ley” — lo cual la persona no regenerada encuentra imposible
(Romanos 8:7-8). Morimos y resucitamos con Cristo, “sabiendo esto, que nuestro viejo
hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido,
a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6:6). Un árbol malo no puede
producir buen fruto (Mateo 7:18); pero la persona regenerada ya no es un árbol malo.
Él es un buen árbol capaz de producir buen fruto (Mateo 7:17). El transplante del
corazón espiritual de lo cual habla Ezequiel (36:26-27) permite a la persona caminar en
los estatutos de Dios y observar sus ordenanzas. “Porque somos hechura suya, creados
en Cristo Jesús para buenas obras” (Efesios 2:10). Es decir, la habilidad de hacer
buenas obras es precisamente el propósito y el resultado de la regeneración.
Ahora que nosotros, como cristianos, tenemos esta habilidad, no podemos estar
contentos continuando en el pecado y la desobediencia. Este es el punto de Romanos
6:1-14. Él acaba de completar la sección en Romanos donde explica que somos
justificados — liberados de la culpabilidad y la condenación del pecado — por medio
de la fe en la sangre de Cristo. Pero él sabe que algunos sentirían la tentación de
concluir que el pecado ya no es nada grave, siendo que vivimos en el estado de gracia y
justificación. ¿Por qué no continuar en el pecado, para que la gracia pueda aumentar
(Romanos 6:1)? Pablo responde a esta conclusión errónea recordándonos que la
salvación es más que el perdón de los pecados. Incluye la regeneración — el don de
una nueva naturaleza que es ahora libre y capaz de vivir aparte del pecado.
Pues, “los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?” (Romanos
6:2). Esto sería como el hombre a quien la fiebre ha cedido o que ha recibido un
transplante de corazón exitoso, estando contento con pasar el resto de la vida reposando
en la cama del enfermo. Sería como alguien con un nuevo Mercedes Benz en el garaje
contento con andar a todos partes en una bicicleta vieja y acabada. “En ninguna
manera”, dice Pablo (Romanos 6:2). ¡Usted ha sido cambiado! Como dice Pablo “No
reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus
concupiscencias; ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como
instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre
II. Santificación
La regeneración es un evento que ocurre en un instante específico, pero sus
efectos deben ser eternos. Es el punto de arranque para un proceso que durará toda esta
vida y alcanzará la perfección en el cielo. Esto es el proceso de la santificación.
El término “santificación” es parte de la familia de palabras que tiene que ver con
la santidad. Aunque no todos concuerdan, creo que la raíz de esta familia de palabras es
la idea de la separación. En el Antiguo Testamento, la palabra para “santo” (qadosh)
probablemente viene de la palabra que quiere decir “cortar, dividir, o separar”. Así, la
persona o la cosa santa es una persona o cosa separada o apartada de los demás.
Hemos visto que Dios es santo en dos sentidos. Primero es su santidad ontológica,
o su transcendencia. Esto quiere decir que Dios es eterno y no una creación y es aparte
debido a esto y distinto a todo lo creado por su propia esencia. Segundo, es su santidad
ética, o perfección y pureza absoluta en cuanto la moralidad. Esto quiere decir que él es
aparte en todo sentido del pecado y de todo lo pecaminoso.
En el Nuevo Testamento el adjetivo para santo es hagios. Algunas variaciones son el
verbo hagiazo, “hacer santo, apartar, consagrar, santificar”; y el sustantivo hagiasmos,
“santidad, santificación, consagración”. Así la santificación es básicamente el mismo
concepto como la santidad. Debemos notar que el adjetivo hagios es muchas veces
utilizado como el sustantivo, “el santo”. Cuando es usado así para referirse a los
cristianos se traduce como “los santos”.
A. Aspectos de la santificación
Para los cristianos hay dos aspectos de la santificación, correspondientes a los
dos sentidos en que Dios es santo. El primer aspecto se puede llamar la santificación
inicial, que se refiere al primer evento que ocurre una sola vez cuando la persona no
salva se une a las filas de los salvos, el momento en que es apartado del mundo como
tal, de su vieja manera de vida,y “del presente siglo malo” (Gálatas 1:4). Es un cambio
de estado o un cambio en la posición de uno en relación con Dios y en relación con el
mundo. Transfiere al pecador del dominio de oscuridad al reino de Cristo (Colosenses
1:13). Como Dios en su santidad ontológica es siempre apartado de y distinto a la
creación como tal, también el pecador en su conversión trasciende la vieja (pecaminosa
y condenada) creación y llega a ser identificado con la nueva creación (2 Corintios
5:17; Efesios 2:10).
Este acto inicial de la santificación es mencionado en 1 Corintios 6:11, “Y esto
D. El motivo de la santificación
¿Por qué es que el cristiano debe buscar hacer buenas obras? ¿Por qué debemos
invertir todo nuestro esfuerzo en obedecer los mandamientos de Dios? ¿Por qué
debemos ser muy comprometidos con respecto a la santificación? ¿Qué es lo que nos
motiva?
Los que no entienden la gracia, por ejemplo, los que están aún bajo la ley o que
están amarrados por la mentalidad de la ley, usualmente son motivados a obedecer la
ley para escapar del infierno o para merecer la vida eterna. Si se presume que el
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pecador es salvo por las buenas obras, entonces sí se necesitarían buenas obras para
merecer la vida eterna o ser “tan bueno” para entrar en el cielo. Pero los que entienden
la gracia y conocen lo que significa ser justificado por la fe han repudiado tales
motivaciones tan egocéntricas.
Por otro lado, los que tienen un entendimiento parcial de la gracia van al otro
extremo y concluyen que, siendo que estamos bajo la gracia y no bajo la ley (Romanos
6:14-15), somos actualmente salvos de las buenas obras. Por ejemplo, ellos presumen
que la gracia nos libera de toda obligación legal de obedecer las leyes del Creador. La
santificación para ellos es opcional, y continuar en el pecado, es permitir que la gracia
de Dios sea multiplicada; entonces podrían pensar que al seguir en el pecado estarán
glorificando aun más a Dios (Romanos 6:1).
A tal conclusión tan perversa, Pablo grita un enfático “¡NO!” — me genoito, “¡En
ninguna manera!” (Romanos 6:2). En el capítulo seis de Romanos Pablo presenta dos
razones que declaran tal posición como falsa. Primero, como cristianos no podemos
repudiar la necesidad de hacer buenas obras porque Dios nos ha dado vida nueva, por
medio de la regeneración, precisamente con el propósito de habilitarnos para obedecer
los mandamientos de Dios el Creador (Romanos 6:1-14). En otras palabras, nosotros
somos salvos, no por las buenas obras, ni por hacer buenas obras, sino para las buenas
obras (Efesios 2:10).
Segundo, no podemos repudiar el obedecer la ley porque la aceptación de la
salvación por Jesucristo nos da un nuevo amo. Antes de Cristo nosotros de verdad
fuimos esclavos — esclavos del pecado y la muerte (Romanos 6:16-17). Como
cristianos hemos sido liberados de tal esclavitud, por supuesto. Pero como cristianos
todavía somos esclavos; simplemente hemos cambiado de amo. Antes fuimos esclavos
del pecado; y ahora somos esclavos de Dios y su justicia (Romanos 6:18-22). “Ahora
para santificación presentad vuestros miembros para servir a la justicia” (Romanos
6:19). La salvación por gracia nos libera del sistema de ley como una vía a la
salvación (Romanos 6:14), pero no nos libera de la obligación a obedecer el código de
ley que nos corresponde. Tal obligación está basada en verdad de la creación (Salmo
24:1-2); y es absoluta e irrevocable. Las buenas obras son necesarias aún, no como el
medio de la salvación sino simplemente porque Dios las ha ordenado.[5] Debemos
obedecer a Dios simplemente porque es lo correcto.
Estando bajo la gracia de Dios no cambia nuestra obligación de obedecerlo, pero
sí (o debe por lo menos) cambiar nuestra motivación.[6] Somos liberados de nuestra
motivación egoísta de miedo al castigo y deseo de algún premio. Cuando entendemos
que la muerte de Cristo ha pagado nuestro castigo merecido del infierno, y que “Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1), ya
no estamos motivados a evitar el pecado simplemente para evitar el infierno. Tal
L ospregunta
últimos dos capítulos han explicado el contenido esencial de la salvación. La
ahora es: ¿Cómo aplica Dios en primer lugar la salvación a los
pecadores? ¿Cómo se la recibe? ¿Qué determina si una persona la recibe o no? ¿Quién
decide, Dios o el pecador?
El asunto básico es si el pecador tiene libre albedrío o no. Si no hay un verdadero
libre albedrío, entonces no solamente le toca a Dios escoger cómo aplica la salvación,
sino a cuáles pecadores la concede. Pero si existe el libre albedrío, entonces Dios
escoge cómo aplica la salvación, es decir, en su soberanía decide las condiciones que
impone y la ofrece a todos los que cumplan las condiciones. Si el pecador cumple con
las condiciones o no es decisión y responsabilidad de él.
En este libro hemos argumentado por la realidad del libre albedrío humano;
entonces nos toca defender la idea de que la salvación es condicional. En este capítulo
afirmaremos primero la condicionalidad en sí; luego explicaremos las condiciones
básicas para recibir y retener la salvación; y finalmente discutiremos la naturaleza de
estas condiciones.
I. La salvación es condicional[1]
Los que dicen que la salvación es incondicional también son los mismos que
niegan que el hombre tenga libre albedrío. Esto incluye a los calvinistas en el campo
protestante/evangélico y a los agustinianos en el campo católico. Tal incondicionalidad
es sostenida por varios motivos. Primero, la naturaleza de una depravación total
destruye la habilidad del pecador de dar una respuesta positiva al evangelio. Aun si
Dios pusiera ciertas condiciones, según ellos ningún pecador podría reunirlas. Así no
podemos asociar ninguna condición que la divina Escritura impone a la salvación
(como la fe o el arrepentimiento) como una condición que el pecador tiene que escoger
antes de ser salvo.
Segundo, la misma naturaleza de la soberanía divina como es entendida por los
calvinistas elimina todo el concepto de condiciones, incluyendo las condiciones para la
salvación. Como hemos anotado anteriormente, los calvinistas entienden la soberanía
de Dios como un requisito que Dios mismo inicia y como la causa de todo lo que
ocurre en este mundo. Un Dios soberano siempre actúa; nunca reacciona o responde a
A. La fe
La primera condición necesaria para recibir (y retener) la gracia salvadora de
Dios siempre ha sido y continúa siendo, fe. Eso fue declarado sin equivocación tan
temprano como en el tiempo de Abraham: “Y creyó a Jehová, y le fue contado por
justicia” (Génesis 15:6). Es también afirmado en otros textos del Antiguo Testamento (2
Crónicas 20:20; Jonás 3:5; y Habacuc 2:4). Que la salvación es aun condicionada a la
fe, en el Nuevo Testamento se presenta con hincapié en Juan (1:12; 3:15-18, 36; 6:47;
20:31) y por Pablo. Cuando el carcelero de Filipos preguntó a Pablo y Silas: “Señores,
¿qué debo hacer para ser salvo?” y ellos dijeron: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás
salvo” (Hechos 16:30-31). El tema principal de la carta a los Romanos es:
“Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (3:28;
vea también 1:16-17; 3:22, 25; 5:1-2; 10: 9-10). Abraham (Génesis 15:6) es citado
como ejemplo del paradigma continuo de la justificación por la fe (Romanos 4:1-25;
vea también Gálatas 3:1-14; 1 Corintios 1:21; Gálatas 2:16; 3:26; Efesios 2:8; 3:17; y
Filipenses 3:9.
Las palabras básicas del Nuevo Testamento para la fe en forma de sustantivo es
pistos y la forma del verbo es pisteuo. Cuando estas palabras son utilizadas para
representar la fe como condición de la salvación, tiene dos connotaciones principales,
cada una es necesaria para comprender el concepto completo de la fe salvadora.
El primer aspecto de la fe salvadora es llamado usualmente el asentimiento (y a
veces creencia). Asentimiento es un hecho de la mente, como un juicio o decisión
intelectual que una idea o declaración es la verdad. No todas las declaraciones
aceptadas como la verdad son asuntos de la fe; algunos las conocemos por experiencia
B. Arrepentimiento
La segunda condición para recibir (y retener) la salvación es el arrepentimiento.
Jesús dice que “si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3,5). La
única elección para nosotros es perecer o arrepentirnos (2 Pedro 3:9). Los pecadores
necesitados de la salvación son llamados al arrepentimiento (Mateo 3:2; Lucas 5:32;
Hechos 8:22; 17:30; 26:20), y el arrepentimiento está específicamiente vinculado con
el perdón de pecados (Marcos 1:4; Lucas 3:3; 24:47; Hechos 2:38; 3:19; 5:31; 8:22).
El arrepentimiento conduce a la vida (Hechos 11:8) y a la salvación (2 Corintios 7:10).
¿Qué es el arrepentimiento? En el Nuevo Testamento el sustantivo es metanoia y el
verbo es metanoeo, proveniente de una combinación de las palabras griegas meta, que
significa “después”, y noeo, que significa “percibir, conocer, entender, y pensar” (esto es
relacionado con la palabra griega “mente”, nous). Así el significado básico de la palabra
arrepentimiento es “conocer después” en el sentido de reconsiderar o pensar de nuevo
algún hecho u opinión de la vida pasada (Spicq, 2:472). En su esencia entonces,
arrepentirse es un cambio de mente o voltear de un punto de vista a otro.
Específicamente es un cambio de actitud hacia el pecado, el pecado de la persona
misma.)
Este cambio de pensar es primeramente un odio al pecado. Esto es el corazón y el
grano del arrepentimiento: en lugar de deleitarse en el pecado, ahora lo odiamos.
Algunos odian el castigo que viene con el pecado, pero no al pecado en sí. Esto no es
arrepentimiento. Y aunque tratan de evitar pecar, todavía están perdidos, porque
encuentran cierto agrado relacionado con pensar en el pecado en el corazón. Pero el
verdadero arrepentido (uno que es salvo) ha llegado a odiar el pecado porque el Dios
Santo lo odia, porque es contrario y destructivo de la verdadera naturaleza humana, y
eso es lo que envió al Salvador a la cruz.
La mente que ha cambiado hacia el pecado incluye el remordimiento (luto, pesar)
por haber cometido pecado contra Dios. Cuando David se arrepintió de su pecado con
Betsabé, habló de su “espíritu quebrantado”, su corazón contrito y humillado (Salmo
51:17). Pablo se refiere al arrepentimiento como una tristeza santa (2 Corintios 7:9-10).
El arrepentimiento como un cambio de pensar hacia el pecado incluye también un
deseo sincero de eliminarlo (el tipo de deseo que expresaba David en Salmo 51), y
también una determinación firme de rechazarlo. Esta determinación es lo que Grudem
llama “un sincero compromiso de rechazar el pecado y caminar en obediencia a Cristo”
(Doctrine [Doctrina], 309).
C. Confesión de fe
La tercera condición para la salvación es la confesión, específicamente la
confesión delante del mundo de la fe que uno tiene en Jesús como Salvador y Señor. En
Mateo 10:32-33, Jesús dice que “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los
hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Y a
cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también le negaré delante de mi
Padre que está en los cielos”. El apóstol Pablo enseña “que si confesares con tu boca
que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos,
serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa
para salvación” (Romanos 10:9-10). El apóstol Juan añade, “Todo aquel que niega al
Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre. . . . Todo
aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1
Juan 2:23; 4:15).
El griego para el verbo confesar es usualmente homologeo,[6] que literalmente
significa “a decir la misma cosa, estar de acuerdo”, y así reconocer la verdad de
alguna declaración en cuanto a algo. En este contexto es una confesión de que uno cree
en Jesucristo; la confesión que salva es una confesión en cuanto a Jesús, como se ha
demostrado en la cita arriba. Es una confesión que confiesa o profesa “el evangelio de
Cristo” (2 Corintios 9:13); y reconocer que consideramos a Cristo Jesús el “apóstol y
sumo sacerdote de nuestra profesión” (Hebreos 3:1). Vea también Filipenses 2:11; 1
Juan 4:2-3 y 2 Juan 7.
Muchas veces el contenido específico de nuestra confesión se modela conforme a
la confesión de Pedro en Mateo 16:16, lo que creemos en cuanto a Jesús: “Tú eres el
Cristo, el Hijo del Dios viviente”. ¿Qué quiere decir cuando confesamos a Jesús como
el Cristo? (Vea Cottrell, Fundamentals [Fundamentos], 46-56.) La palabra Cristo viene
de la palabra griega Cristos, que es una traducción de la palabra hebrea mashiach (de la
cual viene nuestra palabra Mesías). Tanto el hebreo como el griego significan “el
ungido”. Así cuando confesamos a Jesús como el Cristo, lo estamos confesando como
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“el ungido” o sea el rey (vea Juan 9:22).
Pero ¿qué es el significado de esto? En el Antiguo Testamento, los reyes (1
Samuel 16:3, 12 y 13), los sacerdotes (Éxodo 29:7, 29) y los profetas (1 Reyes 19:16)
fueron ungidos con el fin de separarlos para su trabajo. En la profecía Dios prometió
enviar un gran Rey y un Sumo Sacerdote (Salmo 110:1-7) quien sería el gobernador
universal y el Salvador del mundo. Él sería el Mesías (Salmo 2:2), el Cristo, el ungido
para la obra de salvación. Así cuando Pedro dijo: “Tu eres el Cristo” (Mateo 16:16), él
confesaba a Jesús como el Salvador esperado enviado por Dios. De la misma manera,
cuado confesamos que “Jesús es el Cristo” lo estamos reconociendo como nuestro
Salvador único por virtud de la eficacia de su muerte expiatoria (Romanos 3:25 NVI) y
su resurrección victoriosa (Romanos 10:9).
El otro elemento de la confesión de Pedro es que Jesús es “el Hijo del Dios
viviente” (Mateo 16:16; vea también 1 Juan 4:15). ¿Qué significaba esto para Pedro y
los demás judíos que vivían en ese momento? Varios incidentes en la vida de Jesús[7]
demuestran que ellos entendieron este título como designación de deidad. Así cuando
confesamos a Jesús como el Hijo de Dios, estamos profesando nuestra fe que Jesús es
divino, que es Dios el Hijo, encarnado en forma humana, Jesús de Nazaret. El apóstol
Tomás confesó al Cristo resucitado como “mi Dios” (Juan 20:28). En las cartas de Juan
vemos que es importante confesar la humanidad de Jesús también (1 Juan 4:2, 2 Juan 7).
Típicamente reconocemos la confesión de Pedro como la “buena confesión”, pero
la Biblia actualmente utiliza esta frase para las confesiones de Timoteo y de Jesús
mismo (1 Timoteo 6:12-13). El contexto de la confesión de Timoteo nos es dado: “has
confesado delante de muchos testigos” (v. 12, Biblia Castillian). Jesús “dio testimonio
de la buena profesión delante de Poncio Pilato” (v. 13). En Juan 18:33-37 aprendemos
específicamente que es esa “buena confesión” en que Cristo mismo reconoció su
calidad de rey ante la corte de Pilato.
Que Jesús confesara su estado de rey es significante dado que en el Nuevo
Testamento, después de su muerte y resurrección, es la confesión del señorío de Cristo
que recibe hincapié: “Jesús es el Señor”[8] .La confesión completa de Tomás delante del
Cristo resucitado es: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan 20:28). En Romanos 10:9 la
confesión salvadora es “Jesús es el Señor”. La confesión que separa y distingue a los
cristianos de los paganos es “Jesús es Señor” (1 Corintios 12:3). La confesión que cada
lengua hará es que “Jesucristo es el Señor” (Filipenses 2:11). Vea también Hechos
2:36; Hechos 10:36; y 2 Corintios 4:5.
¿Qué es lo que en realidad decimos cuando confesamos a Jesús como Señor? Le
adscribimos dos cosas: la deidad y que es nuestro dueño. La connotación genérica de la
palabra es la del dueño o amo de algo (como el dueño de un inmueble en arriendo).
Cuando confesamos a Jesús como nuestro Señor estamos reconociendo que él es el
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dueño y nosotros somos sus esclavos. Es una expresión externa de un espíritu interno de
sumisión total a cada aspecto de su Palabra y voluntad.
El significado religioso del título “Señor” (griego, kyrios) en el tiempo del Nuevo
Testamento demuestra que al confesar a Jesús como Señor, estamos reconociendo su
divinidad total, que él es Dios el Hijo, igual a Dios el Padre y Dios el Espíritu en
esencia, en poder, y en honor. “Señor” es el nombre sobre todo nombre (Filipenses 2:9-
11); es el título trinitario de Pablo para Jesús (1 Corintios 8:6; 12:4-6; y Efesios 4:4-6).
Es también la palabra griega utilizada para representar el nombre santo de Dios —
Yaweh (Jehová) — en el Antiguo Testamento en hebreo. Así cuando los judíos del
primer siglo (como Pablo) confesaron a Jesús como Señor, ellos estaban igualándolo a
Dios mismo. Es el equivalente de confesarlo como el Hijo de Dios — Dios el Hijo.
Es importante anotar que esta confesión de Jesús como el Salvador personal y el
Señor de uno, tiene que ser hecha oral y públicamente. Pablo dice que esta confesión es
“con tu boca” (Romanos 10:9-10). Jesús dice que nuestra confesión tiene que ser
expresada “delante de los hombres” (Mateo 10:32). La buena confesión de Timoteo fue
hecha “delante de muchos testigos” (1 Timoteo 6:12). La de Cristo fue hecha “delante
de Poncio Pilato” (1 Timoteo 6:13).
La confesión o profesión de fe en Jesús es claramente una condición para la
salvación. Jesús mismo dice que si no lo confesamos delante de los hombres, él no nos
confesará delante del Padre (Mateo 10:32-33). En Romanos 10:9 Pablo expresa el
carácter de la confesión como condición para la salvación con la palabra “si” cuando
dice “si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, . . . serás salvo”. Y en el v. 10
este requisito necesario es aun más evidente: “con la boca se confiesa para salvación”.
La palabra “para” es una traducción de la palabra griega eis, que expresa el propósito
con el resultado. Así el pecador confiesa con el propósito de recibir la salvación, y eso
es en verdad, el resultado de su confesión.
¿Cuándo se hace esta confesión? Siendo que es una confesión de fe, es apropiada
hacerla en el momento de tener fe, y como preludio al bautismo. En Romanos 10:9 los
verbos “confesar” y “creer” están ambos en tiempo aoristo, acción cumplida, lo cual
indica que Pablo tenía en mente un acto específico, hecho en el pasado asociado con
una inicial confesión decisiva de fe. En Romanos 10:13 el confesar a Jesús como Señor
es equitativo con invocar “el nombre del Señor” que es la oración bautismal inicial
para la salvación.[9] Así es apropiado que el nuevo convertido anuncie su fe al aceptar a
Cristo y sirve como preparación al bautismo.
Pero esto no es de ninguna manera la única confesión de fe del creyente. Tiene que
hacerlo a lo largo de la vida cristiana, especialmente cuando testifica al mundo no
creyente. De hecho, la mayoría de las referencias en el Nuevo Testamento en cuanto a la
confesión tienen que ver con situaciones donde creyentes maduros son llamados a
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confesar su fe en situaciones adversas y frente al grave peligro, donde la única
alternativa es negar a Jesús (vea Juan 9:22; 12:42. La advertencia de Jesús en Mateo
10:32-33 es dirigida a sus apóstoles cuando los envía a una gira evangelística a una
audiencia hostil (Mateo 10:1-5, 16-31). Pablo hace su confesión en calidad de preso
delante de Félix (Hechos 24:14). Primera Corintios 12:2-3, aparentemente se refiere a
situaciones donde los cristianos fueron arrestados y exigidos a renunciar a Cristo o
morir. En tales situaciones tan críticas, los que dependieron del poder de la presencia
del Espíritu Santo podían confesar que “Jesús es el Señor”. La propia “buena
confesión” de Jesús fue hecha en el contexto donde su vida estaba en juego (1 Timoteo
6:13; Juan 18:33—19:16). Si enfrentamos circunstancias como estas o no, la confesión
de fe es nuestra responsabilidad mientras haya fe en nuestros corazones.
Otra vez nos toca hacer la pregunta, si es que somos justificados por la fe
solamente, ¿cómo es que la confesión de fe también sea condición para la salvación?
Como anotamos en la discusión del arrepentimiento, es incorrecto utilizar solamente los
textos que hablan de la fe como condición y tomarlos en forma aislada de textos que
nombran otras condiciones. La falacia de tal práctica se ve claramente en Romanos
10:9-10, que hace referencia a la confesión y la fe en forma gramaticalmente paralela.
Si los dos verbos son idénticos en su forma y son relacionados con la palabra “si”,
exactamente la misma manera, es decir, son condiciones de igual importancia para la
salvación. Si la fe es una condición para la salvación, entonces la confesión tiene que
ser condición también.
Esto no es para decir que los dos actos son relacionados a la salvación en la
misma manera. Ambos son condiciones, pero no juegan el mismo papel en traer la
salvación al pecador. La fe sigue siendo la condición primaria porque es la única
manera en que la salvación es recibida, pero esto no excluye otras condiciones que
sirven otros propósitos. ¿Qué propósito sirve la confesión en cuanto a la salvación?
Tenemos que recordar que es una confesión de fe, una fe dirigida específicamente hacia
Jesucristo como Salvador y Señor. Es una confesión llena de la única y plena eficacia
de la muerte de Cristo y su resurrección como la senda al cielo. La esencia misma de la
confesión es un renunciar a cualquier esfuerzo de pretender salvarse por medio de las
obras inútiles, y un reconocimiento abierto de que la salvación es únicamente por
Jesús; es totalmente por la gracia.
D. El bautismo
La cuarta condición para la salvación en el Nuevo Testamento es el bautismo. Esta
condición será discutida en el capítulo siguiente.
.
[1] - Vea Cottrell, GRe, 389-399.
U naprincipales.
exhaustiva explicación del bautismo deberá responder a tres preguntas
Primero, ¿Cuál es el propósito del bautismo? Segundo: ¿Quiénes
deberán ser bautizados? Y tercero: ¿Cómo deberá realizarse el bautismo? Estas son las
preguntas del significado, los sujetos y el modo del bautismo. Este capítulo intentará
responderlas en este orden.
“S iseguridad
el juicio final sucediera en este preciso momento, ¿sería usted salvo?” La
de la salvación es la habilidad para contestar “¡Sí!” a esta pregunta,
en vez de responder con un ambiguo: “probablemente”; “Espero que sí pero no estoy
muy seguro”; “Yo no sé”. La manera en que respondemos a esta pregunta obviamente
hace un mundo de diferencia concerniente a nuestra felicidad y paz del corazón durante
esta vida. Nuestra más grande necesidad consciente es por una sensación de confianza
(seguridad) en cuanto a nuestra aceptación actual de Dios y nuestra futura participación
en gloria. Necesitamos una “bendita seguridad”, seguridad de salvación.
La buena noticia es que semejante garantía (seguridad) es posible. Ciertamente, es
el resultado natural de una correcta comprensión de la gracia, especialmente del
concepto clave de justificación por fe. Cada cristiano debería tener esta seguridad. La
mala noticia es por partida doble. Por un lado, muchos de aquellos quienes están
actualmente en un estado de salvación están confundidos acerca de su relación con
Dios y carecen de seguridad, paz y gozo en su vida cristiana. Por otro lado, muchos
creyentes que tienen confianza en la posesión de la vida eterna también tienen un
concepto distorsionado de ello y unas bases falsas.
Nuestro propósito aquí es explicar la naturaleza correcta de garantía al igual que
las bases correctas para ella. Primero examinaremos los dos enfoques extremos e
inaceptables de seguridad, a saber: “una vez salvos, salvos para siempre” y “siempre
tratando, nunca seguros”.
D. Restaurar al caído
El hecho de que el Nuevo Testamento enseña la posibilidad (en algunos casos la
certeza) de caer de la gracia añade otra pregunta: ¿Es posible para alguno de los que
han perdido la salvación, ser restaurado alguna vez? Muchos dicen que esto no es
posible. Si una persona salva abandona o pierde su salvación, por cualquier razón, es
imposible para esa persona ser salva de nuevo. Esta conclusión está usualmente basada
en Hebreos 6:4-6, que dice que es “imposible que . . . sean otra vez renovados para
arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole
a vituperio”. Esto parece ser una inequívoca cerrada de la puerta de la salvación para
aquellos quienes voluntariamente renuncian a Cristo.
A mi juicio, sin embargo, es una muy seria falsa conclusión, basada en una falsa
interpretación y traducción de Hebreos 6:4-6. Este versículo, correctamente entendido,
no enseña que es imposible para una persona caída regresar algún día. La principal
afirmación en el versículo es de hecho que, “es imposible que . . . sean renovados”. La
clave para entender esto es, sin embargo, los dos participios modificativos
“crucificando de nuevo” y “exponiéndole a vituperio”. Cómo un participio está
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relacionado con el verbo principal es siempre un problema de interpretación desde que
no hay palabras conjuntivas (tal como “porque”) en el texto griego. Algunas veces el
participio declara la causa de la acción del verbo principal. Así es como la mayoría de
los traductores interpreta los dos participios en Hebreos 6:4-6. Es decir, es imposible
renovar a los caídos para arrepentimiento, y esto, porque ellos mismos han crucificado
a Cristo de nuevo y lo han expuesto a vergüenza pública.
Esta interpretación de los participios debe ser vigorosamente rechazada de todas
maneras. Su relación con el verbo principal no es causal sino temporal, es decir, ellos
plantean un marco de tiempo en el que la acción del verbo principal es real. Esto es
verdad por dos razones: Primero, ellos son participios presentes, y no participios
aoristos (pretérito indefinido). Siendo que el participio presente generalmente se
refiere a la acción de la que es contemporánea con el verbo principal (en vez de la
acción que la precede), es mucho mejor conectarlos con el verbo principal con
palabras tales como “mientras” o “durante el tiempo que” (como algunas traducciones
permiten). Así que el significado de este versículo es muy distinto al que aparece en la
mayoría de las traducciones. Está diciendo que la imposibilidad es condicional, es
decir, es imposible renovar al caído mientras él continúe crucificando a Cristo para sí
mismo de nuevo y poniéndolo en la vergüenza pública.
La segunda razón por la que estos participios deben interpretarse en este sentido
temporal (mientras, durante el tiempo que) es que otras Escrituras apoyan la
posibilidad de que la persona caída pueda ser restaurada. El texto más claro acerca de
esto es aquel que trata del destino de aquellas ramas judías en el olivo que fueron
cortadas por causa de la incredulidad (Romanos 11:20). No puede dudarse de que al
menos algunos de estos judíos alguna vez tuvieron una fe sincera en Yahveh como fue
conocido por la revelación del Antiguo Testamento. Y quienes estaban de esta manera,
en un estado de salvación, pero que al ser confrontados con el evangelio de Cristo
eligieron rechazarlo, de esta manera convirtiéndose en incrédulos que fueron cortados
del árbol. Acerca de aquellos, Pablo dice: “y aun ellos, si no permanecieren en
incredulidad, serán injertados, pues poderoso es Dios para volverlos a injertar”
(Romanos 11:23). Si ellos restauran su propia fe, Dios les restaurará su gracia.
Otro texto que apoya la posibilidad de la restauración del caído es la parábola del
hijo pródigo (Lucas 15:11-32). La historia del hijo pródigo es a menudo tomada como
teniendo al menos una segunda aplicación al trabajo del evangelismo. Es decir, el hijo
pródigo está retratado como un pecador perdido que experimenta la conversión.
Cuando se interpreta en este sentido, de todas maneras es mucho más razonable
considerarlo como un equivalente a un creyente que se aleja y luego es restaurado. En
la parábola, el hijo está primero retratado estando vivo en la casa de su padre. Esto
representa al creyente en estado de gracia. Luego el hijo está retratado como muerto en
B. “Mediante la fe”
Primera de Pedro 1:5 dice que somos guardados por el poder de Dios “mediante
la fe”. Esta simple frase nos dice dos cosas acerca de la seguridad. Primero, muestra
que la seguridad no es absoluta sino condicional. Ciertamente el amor de Dios es
incondicional, pero si nos permitimos a nosotros mismos continuar recibiendo el
beneficio salvador de su amor está condicionado sobre nuestra continua confianza en
Jesucristo. Esto significa que como criaturas con libre albedrío tenemos parte en
mantener nuestra relación salvadora con Cristo. Con tal de que continuemos
manteniendo nuestra fe viva, Dios nos mantendrá en su gracia. Si dejamos de confiar en
él, entonces por nuestra propia decisión cortamos con él.
El que Dios nos guarde con su poder “mediante la fe” nos lleva a una segunda
conclusión, a saber: que nuestra seguridad de salvación no está condicionada por las
obras. Por nuestro lado, es de hecho fe que nos mantiene a salvo dentro de la esfera de
la gracia que nos sostiene bajo la justificadora sangre de Jesucristo. No tenemos que
preguntarnos a nosotros mismos si hemos “hecho suficiente” o si somos
“suficientemente buenos” para ser salvos. Es solamente Cristo quien ha hecho lo
suficiente para salvarnos: nosotros somos simplemente invitados a creer que esto es
así.
Cuando fuimos bautizados en Cristo, fuimos bautizados no solamente para el
perdón de los pecados pasados (un error común), sino por el perdón de todos los
pecados. Es decir, fuimos bautizados en una continua relación con Jesucristo (Gálatas
3:26-27) y permanecemos en esta relación — y en el estado de perdón (justificación)
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— mientras continuemos confiando en el poder perdonador de su sangre.
La conclusión de esto es: el conocer que somos justificados por fe es la
verdadera clave de seguridad. Ser justificados significa estar en paz con Dios
(Romanos 5:1), estar libres de la condenación (Romanos 8:1). Ser justificados por fe
significa que esta paz y libertad no están condicionadas en cuán buenos somos (es decir,
obras) sino en nuestra continua confianza en la total suficiencia de la sangre de Cristo.
Retornando por un momento a la discusión de Pablo sobre las dos transiciones en
Romanos 5:1-11, vemos que nuestra parte en la primera transición está resumida en la
palabra fe. Hemos sido justificados y hemos cruzado la cima desde la ira a la gracia
por fe, no por obras (Romanos 5:1-2). Y precisamente tan seguro como que no
cruzamos esta primera y amenazadora cima por ninguna obra nuestra, tampoco la
segunda cima será cruzada por nuestras propias obras. Dios las cruza ambas por su
gracia, y nosotros nos agarramos de esta gracia por nuestra propia fe.
Para ponerlo de otra manera, nuestra sensación de seguridad se obtiene al conocer
que somos justificados por la sangre de Cristo, no por haber logrado cierto nivel de
santificación. La pregunta no es “¿qué tan bueno soy yo?” sino “¿cuán perdonado
estoy?” ¿Significa esto que no necesitamos o no estamos obligados a perseguir la
santidad?” Claro que no. Pablo se ocupa de estas falsas conclusiones en Romanos 6 y
así lo hace el Apóstol Juan en esta declaración: “Y todo aquel que tiene esta esperanza
en él se purifica a sí mismo, así como él es puro (1 Juan 3:3).
[1]- Portalie, 58-59. Vea los discursos por Agustín, especialmente “Perseverance” [Perseverancia] and “Rebuke”
[Reproche].
[2]- Romanos 1:28 se refiere a los “depravados” o los de mente reprobada del pagano; 2 Corintios 13:5-7 se refiere a
“estar reprobado” en contraste con estar en la fe y ser unido con Cristo; 2 Timoteo 3:8, “réprobos” en relación con la
fe; Tito 1:16, “reprobados” o no dignos en cuanto a toda buena obra; y Hebreos 6:8, “reprobada” y destinada a ser
quemada.
[3] - “Participando” se refiere a la posesión real de algo; vea Hebreos 2:14; 3:1, 14.
[4] - Vea Juan 10:28-29; Romanos 8:31-39; 1 Corintios 10:13; 2 Tesalonicenses 3:3; y 1 Juan 4:4.
L oscamino
pasados capítulos trataron el tema de la salvación individual, por ejemplo, el
a la salvación: gracia; el contenido de la salvación: justificacíon,
regeneración y santificación; las condiciones de la salvación: la fe, arrepentimiento,
confesión y el bautismo; y la seguridad de la salvación. Este capítulo trata el tema final
de la salvación, o específicamente la predestinación.[1] La palabra “predestinación” se
refiere a una decisión anterior de parte de Dios con el fin de hacer una acción particular
o cumplir cierto proposito o su determinación de antemano para causar algún
acontecimiento.
La actividad de Dios en predeterminar alguna actividad no se limita a la
salvación; también incluye otros aspectos de su propósito eterno.[2] En cuanto a personas
Dios no tan solo ha predestinado a algunas a la salvación; sino también predestinó a
otros a papeles de servicio en los cuales las utiliza como instrumentos para llevar a
cabo sus propósitos en relación a la salvación. Determinar la diferencia entre los dos
es crucial para un entendimiento correcto de lo que quiere decir la Biblia cuando dice
que Dios ha predestinado a algunos a la salvación.
Referente a la terminología, el verbo griego “predestinar” ocurre seis veces en el
Nuevo Testamento (Hechos 4:28; Romanos 8:29-30; 1 Corintios 2:7; Efesios 1:5 y 11).
El verbo en sí es proorizo y es una combinación de las palabras, horizo “adeterminar” y pro,
que quiere decir “antes.” El significado literal es “determinar desde antes, preordenar”.
La palabra predestinar en español contiene la idea del destino final. En referencia a la
salvación el prefijo pro indica que la determinación en vista ocurrió antes que el mundo
fuera creado (vea Efesios 1:4 y Apocalipsis 17:8).
Cuando esta palabra es usada en referencia a la salvación de las personas, el
concepto de la predestinación es ligada con el concepto de la elección. Eklegomai, la
palabra comúnmente usada para “escoger” a veces se refiere a la actividad de Dios de
predestinar (por ejemplo Marcos 13:20; Lucas 9:35; Efesios 1:4). Palabras similares
serían las palabras ekloge, cuyo significado es “elección, o los elegidos” (por ejemplo
Romanos 9:11; Romanos 11:5, 7, y 28) y el adjetivo eklektos cuyo significado es “elegido
o escogido” (por ejemplo: Mateo 24:22, 24 y 31; Romanos 8:33 y 1 Pedro 1:1). En
referencia a las personas no hay diferencia entre la predestinación y la elección. (GRu,
331).
A. Predestinado a servir
Entre los que están destinados a servir en un papel específico para lograr la
redención, el carácter primordial es del Redentor mismo, Jesús de Nazaret. La elección
de Jesús es el central y primordial acto de predestinación. En Isaías 42:1 el Señor
habla de Jesús como el elegido: “He aquí, mi siervo, yo le sostendré; mi escogido en
quien mi alma tiene contentamiento”. Mateo 12:18 cita este texto en referencia a Jesús.
En la transfiguración Dios anuncia la elección de Jesús con estas palabras: “Este es mi
Hijo amado, a él oíd” (Lucas 9:35). Vea también 1 Pedro 2:4, 6.
La elección de Jesús fue parte del plan divino desde la eternidad, aun antes de la
creación del mundo. Conociendo de antemano tanto la obediencia del Redentor como la
desobediencia de sus enemigos, Dios predeterminó lograr la redención a través del
Jesús de Nazaret (Hechos 2:23; 1 Pedro 1:20). Jesús fue preordenado a morir por los
pecados del mundo (Hechos 4:28).
En otros tiempos individuos fueron escogidos para papeles especiales con el fin
de facilitar los propósitos de Dios. Para crear la nación de Israel Dios escogió a
Abraham, Isaac, y Jacob (Nehemías 9:7; Romanos 9:7-13; vea Cottrell, Romans
[Romanos], 2:73-97). Él escogió a Moisés (Salmo 106:23) y David (Salmo 78:70 y
Salmo 139:16) entre otros. Y él escogió aun a gobernantes paganos para cumplir su
propósito con Israel, por ejemplo, a Faraón (Romanos 9:17; vea Cottrell, Romans
[Romanos], 2:97-106) y Ciro (Isaías 45:1).
Como instrumentos en el establecimiento de la iglesia otro grupo de personas
fueron escogidas, específicamente, los apóstoles. De los discípulos, Jesús “escogió a
doce de ellos, a los cuales también llamó apóstoles” (Lucas 6:13). Más tarde les
preguntó a ellos: “¿No os he escogido yo a vosotros los doce?” (Juan 6:70). Cristo dice
a los apóstoles: “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os
he puesto para que vayáis y llevéis fruto” (Juan 15:16; Juan 13:18, y Juan 15:19).
Igualmente el Apóstol Pablo fue escogido para un servicio especial (Gálatas 1:15-16).
Que tal elección fue para servicio y no para salvación se ve en el hecho que Judas
está con los doce escogidos (Lucas 6:13 y Juan 6:70), aunque su papel predeterminado
fue traicionar a Jesús (Juan 6:71). Dios no causó que Judas traicionara a Jesús sino que
B. Predestinado a salvación
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Cuando la mayoría de personas escuchan la palabra “predestinación” no piensan
en servicio sino en salvación. La pregunta es ¿son predestinados algunos para ser
salvos y otros a ser condenados? Y si eso es así, ¿en qué manera? Preguntas como éstas
han sido el enfoque de confusión y controversia por mucho tiempo. Desde la Reforma
protestante ninguna doctrina bíblica ha sido tan distorsionada y calumniada como la
doctrina de la predestinación (o elección). Muchas personas ni la consideran como una
doctrina bíblica después de todo. Esto es porque en la mente de tales personas lo
relacionan con una interpretación particular de la predestinación, específicamente la
interpretación determinista desarrollada por San Agustín y popularizada por Juan
Calvino. Reconociendo que la predestinación calvinista es foránea a la Biblia,
descartan todo aspecto de la doctrina como errónea.
Eso es muy desafortunado porque la doctrina de la predestinación sí es bíblica; y
cuando se entiende correctamente es una de las más significativas e importantes de la
Biblia. Aumenta la majestad, sabiduría, amor, y fidelidad de Dios; y fortalece el
corazón del creyente.Todo el consejo de Dios no es proclamado cuando esta doctrina es
desconocida.
Es importante entender exactamente lo que los seguidores de Agustín y Calvino
entienden cuando dicen que algunos son predestinados para la salvación. Según los
calvinistas, antes de la creación del mundo, Dios no solamente predestinó ciertos
individuos al cielo por toda la eternidad; también Dios predestinó que estas personas, y
solamente estas, en cierto momento preprogramado en sus vidas, llegarían a ser
creyentes en Dios y en sus promesas salvadoras por medio de Cristo Jesús. En otras
palabras, no solamente son predestinadas a la salvación sino también a la fe en sí; no
solamente al cielo como el final o la meta de la salvación, sino también a la fe y al
arrepentimiento como el medio de salvación.[3] Por ejemplo, Dios predestina algunos
pecadores a convertirse en creyentes y luego seguirán siendo creyentes toda la vida.
Los pecadores escogidos no tienen ninguna palabra en su propia elección.
Algunas personas que no son calvinistas responden a esta interpretación negando
que la predestinación a la salvación se aplique a los individuos como tal; ellos dicen
que la salvación se aplica solamente a ciertos grupos o clases sin referencia a cierto
individuo dentro del grupo. Si uno es o no es miembro de este grupo es asunto de la
decisión que la persona toma. Pues según este punto de vista la predestinación a la
salvación es corporativa, y el grupo o cuerpo de personas que son predestinadas es la
iglesia. Un ejemplo de esto es Robert Shank. Elección, según él, es primeramente
corporativa y solamente en segundo nivel particular (pp. 45, 122). Individuos llegan a
ser electos solamente cuando se identifican o se asocian con el cuerpo electo (pp. 50,
55). Como algunos lo han puesto, “Dios predestina el plan, no el hombre”.
Es cierto que la iglesia del Nuevo Testamento como grupo es el “linaje escogido”
L osperspectiva
últimos capítulos han tratado con la doctrina de la salvación desde la
del individuo. Pero la salvación no es una experiencia solitaria; es
una experiencia compartida, una realidad compartida. Quienquiera que haya hecho la
transición desde la condición de perdido hasta la condición de salvo, inmediatamente
ingresa a un estado de unión no solo con Cristo sino, también con todos aquellos
quienes ya se han unido a él. Este aspecto corporativo o colectivo de salvación apunta a
la iglesia. Es verdad que cada pecador, quien recibe la doble cura de la gracia
salvífica se convierte en “una nueva criatura” (2 Corintios 5:17; pero en la perspectiva
general, la iglesia como un todo, es la nueva creación de Dios.
En este capítulo nuestra tarea es exponer la naturaleza de la iglesia. Veremos
como la Biblia retrata a la iglesia como una nación santa, el pueblo de Dios, el cuerpo
de Cristo y el nuevo Israel.
H emos explicado la naturaleza de la iglesia como una nación santa, apartada del
resto de la población del mundo para ser el pueblo de Dios, un nuevo Israel.
Ahora estamos preguntando, ¿con qué propósito estableció Dios la iglesia? ¿Cuál es la
función de esta “nueva creación” en la Tierra? La respuesta a esta pregunta es la misma
respuesta al propósito de la creación original. Por ejemplo, el propósito de la iglesia es
doble: primero, para demostrar la gloria de Dios en la Tierra, y segundo, para ser el
mecanismo por lo cual Dios ofrece su bondad a la humanidad.
Para ver la manera en que la iglesia demuestra la gloria de Dios examinaremos su
propósito como el templo de Dios y el reino de Dios. Para ver cómo Dios comparte su
bondad con la humanidad por medio de la iglesia examinaremos su propósito como la
fortaleza de Dios y su sacerdocio. (Vea Cottrell, “Church” [Iglesia].)
A. Episcopal
La organización episcopal como forma de gobierno toma su nombre de la palabra
griega episkopos, que quiere decir, “obispo” o “supervisor”. Como veremos más adelante,
en el Nuevo Testamento, los “obispos” y “ancianos” son solamente dos nombres para el
mismo oficio; pero en el gobierno episcopal de iglesias son dos oficios distintos.
Mientras los ancianos son vistos funcionando en una sola congregación, el obispo es
visto como oficial con autoridad sobre varias congregaciones, una agrupación que se
llama diócesis. Algunas denominaciones tienen otro nivel de autoridad aun más
elevado, donde un arzobispo tiene autoridad sobre un grupo de obispos. En este sistema
de organización la autoridad pasa desde arriba hacia abajo: La autoridad más alta es
La Iglesia Católica Romana es el ejemplo más obvio del gobierno episcopal. Allí
el Papa es visto como el que tiene autoridad igual a los apóstoles. Él ejerce autoridad
directa sobre los arzobispos, cada uno de los cuales ejerce autoridad sobre los obispos
en cierta área asignada. Cada obispo entonces gobierna sobre los sacerdotes en su
diócesis, y cada congregación es vigilada por el sacerdote. La Iglesia Anglicana
(Iglesia de Inglaterra) y la Iglesia Episcopal son similares, con la excepción que no
tienen el nivel de autoridad equivalente al del Papa. El gobierno de la Iglesia Metodista
y otros grupos wesleyanos son también episcopales en forma, pero con un solo nivel de
autoridad sobre un grupo de congregaciones locales, específicamente, el obispo.
La mayor dificultad con esta forma de autoridad en cuanto al gobierno de la
iglesia es que no hay ninguna base bíblica, ni en la forma de enseñanza o en el ejemplo
apostólico precedente. De hecho, es, aparentemente, una contradicción directa a la
ecuación bíblica de ancianos y obispos (vea Hechos 20:17 y 28; y también Tito 1:5 y
7), y al modelo bíblico de la pluralidad de ancianos en cada iglesia.
B. Presbiteriana
La segunda forma de gobierno de la iglesia es el presbiterianismo, de la palabra
griega presbyteros, que quiere decir “anciano”. Este sistema es diferente al anterior en dos
formas principales. Primero, no se hace distinción entre los obispos y los ancianos. La
vigilancia de la iglesia local está en manos de los ancianos. Segundo, en el
presbiterianismo, los que tienen la autoridad, (los ancianos) son seleccionados por la
misma congregación local. En este sentido, la autoridad empieza, actualmente, abajo en
C. Congregacional
La tercera forma de gobierno eclesiástico se llama congregacional. Este punto de
vista está de acuerdo con el presbiterianismo (y en contra del gobierno episcopal) en
que la autoridad gobernante viene de abajo hacia arriba en lugar de proceder desde
arriba hacia abajo. Por ejemplo, la responsabilidad de tomar decisiones relacionadas
con asuntos de la iglesia local está ubicada en la membresía de la misma iglesia local.
En la mayoría de los casos las decisiones son tomadas por líderes locales (los ancianos
y diáconos), pero estos líderes son elegidos por la congregación entera (como en
Hechos 6:3; 15:22) y continúan sirviendo con el beneplácito de la congregación. Los
grupos que tienen alguna variación de gobierno congregacional son los bautistas,
congregacionalistas, las Iglesias Cristianas y las Iglesias de Cristo, las últimas dos del
Movimiento de Restauración.
El concepto clave del gobierno eclesiástico congregacional es la autonomía local
o el gobierno por los mismos creyentes miembros de la iglesia local. En cuanto a la
aplicación a la iglesia local esto quiere decir que “una congregación local es
independiente y autónoma. No hay poder externo que dicte el curso de acción en la
iglesia local” (Erickson, Theology [Teología], 1089). Ningún gobierno de la
denominación (o misión) dicta órdenes a la iglesia local. La iglesia local es la dueña
del edificio y los terrenos locales. La iglesia local elige sus propios líderes y escoge
sus ministros y toma decisiones relacionadas con la iglesia local por sí sola.
El gobierno congregacional es aparentemente el más consistente con la manera en
que el Nuevo Testamento habla de la iglesia universal dividida en congregaciones
locales, como fue resumido en la introducción de este capítulo. El libro de Hechos
habla mucho de las iglesias locales, y la mayoría del Nuevo Testamento se dirige a los
problemas y necesidades de las iglesias locales. Con la excepción del único concilio
de Jerusalén en Hechos 15, (explicado anteriormente), no hay referencia en ninguna
parte del Nuevo Testamento a alguna clase de cuerpo gobernante que ejerce autoridad
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sobre la iglesia local o regional. La enseñanza autoritativa de los apóstoles es dirigida
a iglesias específicas o a individuos dentro de ellas. Entonces hoy en día, los únicos
intermediarios entre Cristo y las congregaciones son los mismos apóstoles y profetas
que hablan a través de las páginas del Nuevo Testamento (Efesios 2:20).
Entonces concluimos que el gobierno eclesiástico congregacional es el modelo
para el gobierno de la iglesia en todo tiempo. La congregación local es la única unidad
gobernante y la única estructura permanente y esencial dentro de la iglesia universal. En
este sentido, la iglesia universal es el conjunto de todas las congregaciones locales.
Relacionado con la autoridad, la disciplina, el pastoreo, y el gobierno como tal, la
iglesia universal funciona a través de la congregación local. Para otros propósitos, las
congregaciones locales pueden y muchas veces deben unirse voluntariamente y
cooperar para mayor eficiencia y efectividad en asuntos como la educación cristiana
(educación teológica, colegios cristianos, y campamentos cristianos), evangelismo
(apoyando la obra misionera y asociaciones para evangelizar y establecer nuevas
iglesias). Esto es permitido porque la autonomía quiere decir gobierno propio, no
aislarse de los demás.
A. Membresía en la iglesia
Ahora podemos preguntar cómo es que una persona se hace miembro de la iglesia
visible. El momento en que ella recibe la dádiva de la salvación, llega a ser miembro
del cuerpo de Cristo, la iglesia invisible. Pero ¿qué de la membresía en la iglesia
visible, es decir, la congregación local? ¿Cómo ocurre? Una idea común desde el
tiempo de Zwinglio es que el pecador es salvo y entra en la iglesia invisible por medio
de un bautismo espiritual; entonces esta persona salva es unida a la iglesia visible, en la
congregación local, por medio del bautismo en agua. Esto es incorrecto, desde luego.
Como hemos visto, hay “un solo bautismo” (Efesios 4:5), que combina los aspectos
espirituales y físicos. Ese único bautismo involucra tanto el agua como el Espíritu, y es
el momento cuando uno entra en la iglesia invisible (Hechos 2:47; vea también Cottrell,
Baptism [Bautismo], 96-100). Si este bautismo es administrado en el contexto de una
congregación local, neotestamentaria y auténtica, entonces es también el tiempo cuando
la persona entra en la iglesia visible, la congregación local. Si el bautismo ocurrió
fuera de tal contexto, (por ejemplo, en un retiro o campamento, o en una iglesia
denominacional que no sigue el modelo del Nuevo Testamento), la persona salva se
hace miembro de la iglesia local confesando públicamente su fe en Jesucristo con este
B. El liderazgo de la iglesia
Como la cabeza de la iglesia, Jesús tiene la autoridad final sobre ella; pero ha
mediado su autoridad a través de los profetas y apóstoles, quienes con la inspiración
del Espíritu Santo dieron enseñanzas que son la base fundamental de la iglesia (Efesios
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2:20). En el primer siglo, estos apóstoles y profetas fueron la fuente directa de la
enseñanza inspirada, y por esto fueron los líderes principales de la iglesia primitiva de
ese tiempo. En los tiempos posapostólicos la enseñanza de ellos se transmite a nosotros
por medio de lo que tenemos escrito en el Nuevo Testamento; así el oficio de apóstol y
profeta fue temporal y no existe en la iglesia de hoy en día. Cristo ejerce su autoridad
sobre la iglesia posapostólica por medio de lo que está escrito en el Nuevo Testamento.
¿Será que el Nuevo Testamento nos da alguna enseñanza específica en cuanto a los
puestos de liderazgo permanentes y continuos en la iglesia? La respuesta es sí. Es muy
importante que entendamos la voluntad de Dios en cuanto a la estructura organizacional
de la iglesia visible. Es el segundo criterio para determinar el cumplimiento de la
organización divina, dado por Dios en el Nuevo Testamento, para la iglesia. El primer
criterio, como hemos visto, es el gobierno congregacional, distinguido por la autonomía
local. Ahora estamos diciendo que el segundo criterio es la adherencia al modelo del
Nuevo Testamento en cuanto al liderazgo bíblico dentro de la congregación local como
tal.
El Nuevo Testamento reconoce dos roles principales del liderazgo u oficios
dentro de la congregación; específicamente los ancianos (que son los supervisores u
obispos) y los diáconos. Esto se ve en Filipenses 1:1 cuando Pablo dirige su carta a
“todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos, con los obispos y diáconos”
(Filipenses 1:1). Estos dos oficios son los principales para la “la casa de Dios, que es
la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Timoteo 3:15) y se ve
también por el hecho de que 1 Timoteo 3:1-13 da especificaciones solamente para
ellos; los ancianos o sobreveedores/obispos (vv. 1-7) y los supervisores/diáconos (vv.
8-13).
1. Los ancianos en la iglesia local
El papel principal del liderazgo, el rol en el cual reside la autoridad, es en el
anciano. El Nuevo Testamento utiliza tres términos para explicar este papel: anciano
(presbyteros, por ejemplo, Hechos 20:17; 1 Timoteo 5:17; Tito 1:5; 1 Pedro 5:1),
supervisor u obispo (episkopos, Hechos 20:28; Filipenses 1:1; 1 Timoteo 3:2; Tito 1:7;
verbo episkopeo, 1 Pedro 5:2) y pastor (poimen, Efesios 4:11; verbo, pastorear, (poimaino,
Hechos 20:28 y 1 Pedro 5:2). Que estos términos se utilizan en forma intercambiable
para un solo oficio se ve en Hechos 20, donde Pablo se refiere al mismo grupo de
líderes, “los ancianos de la iglesia” en Éfeso, (v. 17) y como obispos/supervisores (v.
28), y dice que son llamados a “apacentar la iglesia” (v. 28). Se ve la misma cosa en 1
Pedro 5:1-2, donde el apóstol dice: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo
anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también
participante de la gloria que será revelada: Apacentad la grey de Dios que está entre
Una precaución tiene que ser declarada con hincapié aquí. En el Nuevo
Testamento, no hay nada equitativo con la junta de la iglesia que existe en muchas
congregaciones modernas. Una tradición en muchas Iglesias Cristianas e Iglesias de
Cristo es que los ancianos y diáconos como grupo forman una junta gobernante para la
congregación, con los diáconos con la misma voz y voto como los ancianos, dándoles
así la misma autoridad. En tal situación, resulta que los diáconos gobiernan la iglesia
por la sencilla razón que los diáconos tienen mayor número que los ancianos. Este
arreglo parece ser una violación directa de la enseñanza en el Nuevo Testamento que
presenta a los ancianos sólos en el lugar de autoridad. El mejor arreglo sería tener un
cuerpo de ancianos (siempre más que uno) nombrado por la congregación para ser los
supervisores espirituales de la iglesia y para determinar su proceder, y un cuerpo de
diáconos nombrado para ayudar a los ancianos en su trabajo.
3. Otros roles de servicio
Cuando decimos que el Nuevo Testamento dicta que los ancianos y diáconos son
los principales roles de liderazgo en la iglesia, no prohíbe que haya otros roles de
servicio. Un estudio de la palabra diakonos como familia de palabras en el Nuevo
Testamento, incluyendo diakonia, que significa “ministerio o servicio” y diakoneo “servir,
ayudar, ministrar” demuestra que cada cristiano debe ser diakonos o siervo de los demás
cristianos (Mateo 20:26; 23:11; Marcos 9:35; 10:43), y deben estar involucrados en
algún ministerio (Efesios 4:12). Algunas categorías son específicamente mencionadas
C. Liderazgo y género
Cristianos sinceros tienen diferencias serias en cuanto al rol de la mujer en el
liderazgo de la iglesia. El punto de vista feminista o del igualitarismo empieza con la
idea que en la creación original el género no tiene importancia en el liderazgo del hogar
o de la iglesia. Un efecto del pecado de Adán fue reemplazar esta igualdad con un
sistema de jerarquía donde solamente el hombre puede ejercer autoridad y donde la
mujer tiene que ocupar roles de sumisión. Un efecto de la obra de Cristo fue abolir la
jerarquía pecaminosa y restaurar la igualdad entre los sexos. Esta conclusión se toma en
parte de Gálatas 3:28, que se toma como indicio de que no hay distinciones de género
en posiciones de liderazgo en la iglesia. Con esta interpretación las mujeres calificadas
pueden servir igual a los hombres como ancianos, diáconos y predicadores.
Otra doctrina con respecto a la interpretación de la intención de Dios en cuanto a
la raza humana se llama complementarianismo (o jerarquialismo), establecido en la
creación, que se resume en 1 Corintios 11:3: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la
cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”.
El liderazgo del hombre y la sumisión de la mujer no se originaron con la caída sino
fueron distorsionados por el pecado. Jesús no murió para abolir ese liderazgo ni en la
práctica ni en su obra redentora. Gálatas 3:28 se dirige a la igualdad de los hombres y
las mujeres con respeto a su acceso a la salvación; nunca fue la intención del versículo
definir distinciones de roles de los dos sexos. El liderazgo del hombre y la sumisión de
la mujer son roles asignados al hombre como esposo y a la mujer como esposa
respectivamente (Efesios 5:22-24), y las mujeres son excluidas de roles donde enseñan
a los hombres y donde ejercen autoridad sobre ellos (1 Timoteo 2:12).
1. Gálatas 3:28
Según mi compresión esta segunda interpretación es la correcta en cuanto a la
enseñanza bíblica, y que hay dos versículos claves para este debate.[7] El primer
versículo es Gálatas 3:28: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay
varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (vea Cottrell,
“Galatians” [Gálatas]; Cottrell, Gender Roles [Roles de géneros], 217-301). La clave
para entender “no hay varón ni mujer” es preguntar ¿por qué Pablo une estos tres grupos
(judío/griego, esclavo/libre, y hombre/mujer) en este contexto? ¿Qué es lo que tienen en
común? ¿Por qué menciona estos tres grupos y no más? El contexto demuestra que la
declaración relacionada con el acceso a la salvación; es incorrecto aplicarlo a otras
temas.
L a“losideallamados
de la iglesia como una asamblea es implícita en la misma palabra ,
ekklesia
afuera”. El griego secular en el tiempo del Nuevo Testamento el
término se refería a una asamblea pública de cualquier clase (como en Hechos 19:32,
39 y 41). La ekklesia de Jesucristo consiste de los que han sido llamados afuera del
mundo con el propósito de congregarse en la presencia de Dios. La manera en que la
iglesia local se congrega es un importante elemento en su identidad como la iglesia
visible y verdadera.
El Nuevo Testamento tiene tal asamblea como un compromiso obligatorio de cada
cristiano, la cual debe hacer fielmente. Hebreos 10:25 nos advierte que “no debemos
dejar de congregarnos (episynagoge), como algunos tienen por costumbre”. El sustantivo
usado aquí es una forma de la palabra para synagoga (synagoge), que es usada para la
asamblea de la iglesia en Santiago 2:2. Estas palabras son relacionadas con el verbo
griego synago, una palabra común que significa “congregarse juntos, reunirse en
asamblea”, que es la palabra que se utiliza para referirse a la asamblea o reunión de la
iglesia en Hechos 14:27; 15:30; 20:7-8; 1 Corintios 5:4 (vea también Mateo 18:20).
Otro verbo utilizado para la asamblea de la iglesia es synerchomai, “reunirse o llegar a
estar juntos en un mismo lugar” (vea 1 Corintios 11:17-18, 20, 33-34; 14:26).
En estas citas del Nuevo Testamento que se refieren a cristianos congregándose,
hacen claro que esa actividad es parte de lo que significa ser miembro del cuerpo de
Cristo. Los que argumentan que pueden ser cristianos sin asistir la asamblea de la
iglesia simplemente resisten la voluntad de Dios. La pregunta persiste en cuanto al
propósito de las asambleas donde nos reunimos como cristianos. Típicamente tenemos
varias clases de asambleas o reuniones, tales como clases de escuela dominical,
estudios bíblicos en las casas, campañas evangelísticas, cultos de oración, y por
supuesto, cultos de alabanza (culto mayor) donde se congrega toda la iglesia. Aquí nos
preguntamos, basados en la enseñanza bíblica, ¿por qué nos reunimos? ¿Cuál es el
propósito de estas asambleas?
La Palabra de Dios presenta a los creyentes reuniéndose para tres, o tal vez cuatro
propósitos. Generalmente estos propósitos representan cuatro tipos de relaciones que
deben o pueden ser experimentadas en un asamblea cristiana, por medio de las
actividades que son orientadas en cuatro direcciones: actividades del creyente hacia
Dios, que es la adoración; actividades de Dios hacia el creyente, que es la edificación;
A. El objeto de adoración
Jesús declara que los que alaban a Dios deben alabarlo “en verdad” (Juan 4:24).
Esto quiere decir que el único objeto digno de nuestra alabanza es el Dios único y
verdadero, Creador del universo y el Redentor de su pueblo: “Al Señor tu Dios
adorarás, y a él sólo servirás” (Mateo 4:10). Idolatría — la adoración a cualquier cosa
o persona diferente a Dios — es la máxima maldad, como también la máxima necedad
(Vea GC, 390-419). Solamente el Creador-Redentor es digno de alabanza (Apocalipsis
4:11; 5:9).
Cuando Jesús primeramente habló de alabar a Dios “en verdad”, él hablaba
específicamente a la mujer samaritana (Juan 4:7). El concepto de los samaritanos en
cuanto a Dios fue basado en porciones tempranas del Antiguo Testamento
(especialmente el Pentateuco), pero fue seriamente incompleto. Jesús señaló su
deficiencia cuando dijo de los samaritanos como grupo étnico, “Vosotros adoráis lo que
no sabéis” (Juan 4:22). Como en el caso de ellos, el conocimiento parcial de uno en
cuanto a Dios (por ejemplo, el monoteísmo y la creación) en ausencia de la revelación
completa de la naturaleza de Dios, inevitablemente conduce a distorsiones y falsedades
y desde luego, alabanza no aceptable. Aquí está la falla básica de la religión y
adoración musulmana.
Jesús dice que el Padre busca personas que le adoren “en espíritu y en verdad”
(Juan 4:23). Cuando Jesús pronunció estas palabras a la mujer samaritana, los judíos
eran los que cumplían con esta calificación: “Nosotros adoramos lo que sabemos;
porque la salvación viene de los judíos” (Juan 4:22). Por ejemplo, los judíos alababan
a Yahvé como fue revelado en el Antiguo Testamento. En ese momento, esa era
adoración aceptable.
En ese mismo contexto, desde luego, Jesús apunta hacia el tiempo cuando ni los
B. La esencia de la adoración
En su respuesta a la mujer samaritana, Jesús dijo que la adoración verdadera tiene
que ser no solamente “en verdad” sino también “en espíritu” (Juan 4:23-24).
Probablemente eso no implica “en el Espíritu” como para decir en el Espíritu Santo.
Aparentemente se refiere al espíritu humano, la parte de nuestra naturaleza hecha a la
imagen de Dios mismo, específicamente para capacitarnos con el fin de tener una
comunión personal y espiritual con él. Cuando decimos que nuestra adoración tiene que
ser hecha “en espíritu” quiere decir que tiene que empezar en nuestro espíritu, el
“hombre interior”. No puede ser simplemente un acto externo y superficial, sino que
tiene que involucrar la actividad racional de la mente y no el mero rito. De veras, la
esencia de la alabanza es una actitud interior del corazón junto con una actividad mental
dirigida hacia Dios. Uno puede adorar en el espíritu solamente, y uno también puede
adorar a Dios en el cuerpo junto con el espíritu (vea abajo); pero uno no puede adorar
en verdad si el espíritu o el corazón no está activamente involucrado.
Cuando alabamos, entonces, el objeto de nuestros pensamientos es Dios. Estamos
concentrándonos y enfocándonos específicamente en Dios, tal vez Dios el creador, tal
vez Dios nuestro Salvador, tal vez Dios la fuente de la ley, o tal vez Dios como nuestro
consolador. Adoración es una actitud del corazón hacia Dios — una conciencia o
reconocimiento de su presencia, un espíritu de reverencia y temor en vista de su poder y
gloria, una actitud de adoración y amor reconociendo su amor hacia nosotros, un
espíritu de sumisión a su ley y su voluntad, un sentir de paz y gozo en contemplación de
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su gracia. Adoración es más que una actitud o sentimiento, desde luego; es más que
solamente pensar en Dios. Adoración es una actividad mental consiente en que nuestros
corazones hablan con Dios y se dirigen a él con palabras de amor, alabanza, acción de
gracias, sumisión, y petición. Adoración siempre es una “Yo y Tú” experiencia, el
reboso deliberado y conciente del corazón del creyente en actitud de alabanza en
comunicación directa con el corazón de un Dios personal.
Ciertos Salmos incluyen la alabanza con palabras habladas directamente a Dios.
Un ejemplo es Salmo 8, que empieza: “Oh Jehová, Señor nuestro, ¡Cuán glorioso es tu
nombre en toda la tierra! Has puesto tu gloria sobre los cielos” (v.1). Otro ejemplo es
Salmo 25:1-2: “A ti, oh Jehová, levantaré mi alma. Dios mío, en ti confío; no sea yo
avergonzado”. También Salmo 84:1-2: “¡Cuán amables son tus moradas, oh Jehová de
los ejércitos! Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; Mi
corazón y mi carne cantan al Dios vivo”. Y Salmo 92:1, 5: “Bueno es alabarte, oh
Jehová, y cantar salmos a tu nombre, oh Altísimo . . . ¡Cuán grandes son tus obras, oh
Jehová!” También Salmo 145:1: “Te exaltaré, mi Dios, mi Rey, y bendeciré tu nombre
eternamente y para siempre”. Vea también Salmo 108:1-6.
A veces nuestra alabanza a Dios puede tomar forma de declaración de sus obras y
sus excelencias, hablando deliberadamente en presencia de los demás, con el propósito
de hacerlas conocidas por ellos y así motivándolos a unirse con nosotros en dicha
alabanza. Muchas alabanzas en los Salmos toman esta forma, por ejemplo, Salmo 34:1-
3: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca. En
Jehová se gloriará mi alma; lo oirán los mansos, y se alegrarán. Engrandeced a Jehová
conmigo, y exaltemos a una su nombre”. Y Salmo 99:1-3: “Jehová reina; temblarán los
pueblos. Él está sentado sobre los querubines, se conmoverá la tierra. Jehová en Sión
es grande, y exaltado sobre todos los pueblos. Alaben tu nombre grande y temible; él es
santo”. Vea también Salmo 146:1-2; 147—150.
C. El medio de adoración
La adoración verdadera hacia Dios siempre involucra actividad mental conciente
del corazón; y a veces es actividad del corazón solamente, mientras nuestros
pensamientos están dirigidos silenciosamente hacia a Dios. Esto es verdaderamente
adoración y adoración “en espíritu” (Juan 4:24), y es reflejada en las palabras de María
en Lucas 1:46-47: “Engrandece mi alma al Señor; Y mi espíritu se regocija en Dios mi
Salvador”. Como Pablo dice, adoración es un acto o culto espiritual y racional; lógico
en el griego, (logikos) según Romanos 12:1. Necesariamente involucra la mente, el
intelecto y el espíritu.
Pero Jesús no dice que nuestra adoración tiene que ser solamente en espíritu; una
actividad netamente mental sin participación del cuerpo. De veras, la verdadera
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adoración también involucra el elemento físico de nuestra naturaleza. Como la Biblia
dice en Salmo 84: 2: “Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo”. Esto es apropiado e
inevitable en vista de que nuestra naturaleza humana incluye no solamente el alma o
espíritu sino también un cuerpo físico. Dios es espíritu y no cuerpo, entonces nuestro
espíritu es el eslabón correcto que nos une con Dios; pero nosotros somos cuerpo y
espíritu, y nuestro cuerpo es un medio vital en la alabanza a Dios. Pablo lo expresa así:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros
cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional”
(Romanos 12:1).
La Biblia frecuentemente presenta la adoración como algo ofrecido a Dios
aceptablemente por medio corporal. Eso es específicamente cierto en cuanto a la boca
(labios, lengua, y voz), siendo que nuestras palabras habladas dan sonido a los
pensamientos del corazón. Como dijo David en anticipación al perdón: “Cantará mi
lengua tu justicia. Señor, abre mis labios, Y publicará mi boca tu alabanza” (Salmo
51:14-15). “Pueblos todos, batid las manos; Aclamad a Dios con voz de júbilo” (Salmo
47:1). David declara: “Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de
continuo en mi boca” (Salmo 34:1), y “Como de meollo y de grosura será saciada mi
alma, y con labios de júbilo te alabará mi boca” (Salmo 63:5). Hebreos 13:15 nos
exhorta: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza,
es decir, fruto de labios que confiesan su nombre”. Vea también Salmos 26:7; 35:28;
42:4; 63:3; 71:23; 109:30; 119:171-172; 145:21; Isaías 57:19.
Aun partes del cuerpo que no directamente vocalizan los pensamientos del
corazón, como las manos y los pies, son presentados como un medio de adorar a Dios.
“Pueblos todos, batid las manos; aclamad a Dios con voz de júbilo” (Salmo 47:1).
“Alzad vuestras manos al santuario, y bendecid a Jehová” (Salmo 134:2). Vea también
Nehemías 8:6 y Salmo 63:4. “Alaben su nombre con danza; con pandero y arpa a él
canten” (Salmo 149:3). Vea también Salmo 150:4; Éxodo 3:5; y 2 Samuel 6:14.
Posiciones corporales como arrodillarse e inclinarse (postrado) son medios corporales
de alabanza y adoración: “Venid, adoremos y postrémonos; Arrodillémonos delante de
Jehová nuestro Hacedor” (Salmo 95:6). En el tiempo de Esdras la gente “Bendijo
entonces Esdras a Jehová, Dios grande. Y todo el pueblo respondió: ¡Amén! ¡Amén!
alzando sus manos; y se humillaron y adoraron a Jehová inclinados a tierra” (Nehemías
8:6; vea también 2 Crónicas 29:30; Isaías 45:23; Miqueas 6:6; Romanos 14:11;
Filipenses 2:10).
Los medios por los cuales la adoración espiritual es ofrecida a Dios incluyen no
solamente nuestros cuerpos sino también otros objetos físicos apropiados. La Cena del
Señor es un acto de adoración que alaba a Cristo y su obra redentora utilizando
elementos como el pan sin levadura y el fruto de la vid. Ofrendar es un acto de alabanza
Conclusión
Me parece que la enseñanza autoritativa del Nuevo Testamento y sus ejemplos,
exigen a la congregación local organizar un “culto mayor” al cual es obligación del
creyente asistir; y esto en día domingo, el día del Señor. En vista de lo que hemos
estudiado aquí, nos parece demasiado restrictivo limitarlo solamente a la adoración
(actividades “creyente a Dios”) sino debemos incluir también actividades “Dios al
creyente” y actividades “creyente a creyente”. El culto se debe organizar en tal forma
que los participantes sean concientes de las diferentes actividades con su función y
propósito.
Pero no hay regla que diga que solamente se pueda realizar un solo culto en la
semana. Muchas iglesias tienen una reunión dedicada a la enseñanza bíblica para la
edificación y companerismo de los creyentes. Otros cultos especiales son programados
frecuentemente también, como escuelas bíblicas de vacaciones para edificación y
compañerismo, paseos de jóvenes y eventos sociales de confraternidades y reuniones
de diferentes grupos para orar o para compartir. El punto principal es que el liderazgo
de cada congregación debe planear sus actividades para que todos los propósitos de la
asamblea se realicen en alguna u otra manera.
[1]- Debemos recordar que el único texto que conecta la alabanza musical con la asamblea es 1 Corintios 14:15, 26;
pero esto aparentemente no se refiere al canto congregacional.
[1]-El nuevo Israel es actualmente una continuación con el Israel espiritual dentro del Israel político y físico que existió
aun en los tiempos del Antiguo Testamento (Romanos 9: 6).
A. Posmilenarismo
La primera conceptualización es posmilenarismo, un término que significa
literalmente “después del milenio”. Al decir que la segunda venida de Cristo es
posmilenaria implica que dicha venida ocurrirá después del milenio; los mil años de
Apocalipsis 20:1-6 lo precederán. Esta conceptualización es una de las más nuevas y se
puede localizar su inicio en los escritos de Thomas Brightman (1562-1607).[2] Llegó a
ser popular durante los siglos diecinueve y veinte, siendo pregonada por teólogos como
Alexander Campbell[3] y B. B. Warfield. Las dos guerras mundiales presentaron un
atraso temporal a este punto de vista, pero en la segunda mitad del siglo veinte,
adquirió unos pregoneros firmes. Vea a Boettner, Millennium [Milenio] and “Post-
Millennialism” [Posmilenarismo] de John J. Davis, Kingdom [Reino] y Gentry,
Dominion [Dominio]. La interpretación típica es como en la gráfica siguiente:
Lo que es diferente en cuanto a esta conceptualización, es su crecencia que la
primera parte de la época de la iglesia es un período en que el evangelio de Cristo hace
progreso constante hacia la conversión de todo el mundo al cristianismo. Esta fue la
edad de conquista durante la cual, por la predicación del evangelio, la mayoría se
convertirá a ser cristiana. Según esta conceptualización del milenio, este progreso
representa el gradual “encierro a Satanás” que es presentado en Apocalipsis 20:1-3.
Aunque el proceso es gradual, se logrará; y se hará no por medio de una intervención
milagrosa de Cristo sino por una fuerza que ya está obrando en el mundo, en otras
palabras, por medio de obediencia a la Gran Comisión y por la obra de santificación
del Espíritu. El reino de Dios crecerá, despacio por supuesto (Mateo 13:31-33), hasta
que la mayoría de la población del mundo es ganada para Cristo.
No es eso supuestamente algo que va a pasar; como es visto por los
posmilenarios ya está ocurriendo. Así ésta conceptualización en cuanto a la situación
del mundo es muy optimista, e interpreta la situación del mundo como algo en mejora
progresiva y constante. En algún momento esta creciente justicia llegará a una masa
crítica, y el milenio empezará. Jesús no regresa a la tierra; sin embargo reina desde el
cielo sobre toda la tierra. Su reino no es político o terrenal; reina espiritualmente en los
corazones de la mayoría de los habitantes de la tierra. La paz y la justicia prevalecen.
El pecado existe, pero es la excepción y es de poca importancia. La iglesia visible
abrasará las naciones. Satanás será ciertamente atado.
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Este progreso espiritual, será naturalmente acompañado por un progreso material
como consecuencia y efecto de esta conversión y verificación de dicha conversión
masiva. Como dice Boettner: “Esa gran prosperidad material de la cual la Biblia
presenta como acompañamiento del milenio será, en gran manera, el resultado natural
de esta alta moralidad y vida espiritual del tiempo”. (“Postmillennialism”
[Posmilenarismo], 130-131). Como resultado, la tierra será un verdadero paraíso, con
condiciones óptimas en cuanto a lo económico, social, político y cultural. La pobreza,
la ignorancia, y la enfermedad serán eliminadas. La riqueza se aumentará y se
distribuirá por parejo. La tierra será sojuzgada (Génesis 1:28), y aun los desiertos
florecerán con rosas.
Otra vez, todo esto se realizará y se sostendrá por medio de fuerzas operando
dentro de la humanidad y en la naturaleza. Esta época milenaria será simplemente una
segunda etapa de la época de la iglesia. Las realidades básicas de la vida no serán
diferentes a las de hoy en día. La gente nace, se casa, procrea, se muere; las leyes de la
naturaleza se mantienen intactas. Las bendiciones de la época milenaria serán las
mismas bendiciones que hoy disfrutamos, solamente en una escala mucho más
espectacular.
Este reino de Cristo sobre un paraíso terrenal durará por un tiempo largo e
indefinido; los “mil años” podrían ser figurativos. Cuando termine, Satanás será
nuevamente suelto, según Apocalipsis 20:7-9 y habrá una breve resurgencia de la
maldad para demostrar lo terrible que es el pecado y cómo merece castigo. Todo esto
arregla el escenario para la segunda venida de Cristo y el juicio final.
Aunque el optimismo de esta interpretación, su énfasis y confianza en la Gran
Comisión son muy llamativas, y su relativa sencillez es loable, y a pesar de que
identifica el milenio como parte de la época de la iglesia, tiene que ser rehusado por
varios motivos. Primeramente, podemos dudar de que la Biblia presente tanto
optimismo en cuanto al progreso espiritual del mundo durante la edad de la iglesia.
Textos como Mateo 7:13-14 y Mateo 22:14 sugieren que muchos más serán perdidos
que salvos, y que podría ser arbitrario aplicar estas declaraciones de Jesús a algo
menos que toda la época de la iglesia. Segundo, a través de las parábolas de la semilla
de mostaza y de la levadura (Mateo 13:31-33) se demuestra que el reino de Dios
crecerá grandemente y será presente en todo lugar, no justifican la conclusión que habrá
un tiempo cuando casi todos serán salvos (vea a Grudem, Theology [Teología], 1123).
Tercero, la enseñanza bíblica indica aparentemente que las condiciones espirituales se
empeoran gradualmente en vez de mejorar (vea 1 Timoteo 4:1-3; 2 Timoteo 3:1-9, 13; 2
Pedro 3:1-4). Esta conexión de la parábola del trigo y la cizaña (Mateo 13:24-30)
sugiere que tanto lo bueno y lo malo existen conjuntamente en cantidades considerables
hasta el fin.
B. Premilenarismo tradicional
Nuestra segunda interpretación milenaria es el premilenarismo tradicional, como
algo distinto al premilenarismo disepensacional que será discutido en la próxima
sección. El premilenarismo tradicional (histórico, clásico, postribulación) aparece muy
temprano en la historia cristiana, durante el segundo y tercer siglo en los escritos de
Justino Mártir, Tertuliano, e Ireneo. Ha vuelto a reaparecer de vez en cuando hasta la
era moderna, y ha sido defendido por teólogos como Payne, Encylopedia; Ladd,
“Historic Premillennialism” [Premilenarismo histórico]; Erickson, Theology
[Teología], 1226-1231; y Grudem, Theology [Teología], 1109-1135. La típica
C. Premilenarismo dispensacional
El premilenarismo dispensacional (pretribulación) es la más nueva de las cuatro
interpretaciones, hace su arribo en la primera parte del siglo diecinueve en las islas
británicas. David MacPherson[5] traza su componente crucial; la idea de un
arrebatamiento secreto, de una visión ferviente de una jovencita escocés llamada
Margaret MacDonald, en el año 1830. Esta idea fue integrada casi inmediatamente por
el líder John Nelson Darby de la naciente doctrina de la dispensación que estaba siendo
sistematizada por los hermanos de Plymouth. La obra de Darby ha influenciado a
muchos líderes evangélicos, a través de escritores como W. E. Blackstone, Dwight L.
Moody, C. I. Scofield (especialmente por medio de su Biblia de referencia de
Scofield), y L. S. Chafer; y más recientemente por Hal Lindsey, J. D. Pentecost, John
Walvoord, Herman Hoyt, y los autores de la serie Dejados atrás. (Vea a Clouse, 12-
13). Esta interpretación del milenio es la más susceptible de una dramatización
sensacionalista y por ende es ampliamente diseminada y aceptada. Vea el gráfico
relacionado.
Siendo que esta interpretación es una variación del premilenarismo, está de
acuerdo con la interpretación anterior en que la segunda venida de Cristo precede al
milenio. ¿Qué entonces la distingue de la interpretación anterior? Una de las diferencias
mayores es que ésta interpretación tiene una manera distinta de comprender la historia
del trato de Dios en cuanto al mundo en general, una comprensión que forma su
interpretación del fin del tiempo. Según el dispensacionalismo la historia del mundo se
divide en por lo menos cinco etapas o períodos distintos (dispensaciones) y tal vez
hasta siete. Para nuestros propósitos las tres principales dispensaciones son la etapa
mosaica, la etapa presente o de la iglesia, y la etapa del futuro reino milenario. La
clave para entender la relación entre las etapas, es mantener una distinción absoluta
entre Israel y la iglesia. La base para todo esto es una interpretación literal absoluta de
la Biblia y especialmente la profecía sobre todo cuanto se refiere a Israel. Como dice
Ryrie: “La teología dispensacional se desarrolló impulsada por un consistente uso del
principio hermenéutico de normal, sencilla (o literal) interpretación” (“Dispensation”
[Dispensación], 322).
En el esquema dispensacional, todas las profecías en cuanto al reino de Dios
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deben cumplirse con un reino físico en el mundo que establece el Mesías para la nación
de Israel. Y esto fue el propósito de Jesús en la primera venida a la tierra. Pero cuando
los judíos lo rehusaron como Mesías, Dios simplemente postergó el reino hasta que
Cristo regresara nuevamente en su segunda venida. Solamente entonces, todas las
profecías del Antiguo Testamento en cuanto a los judíos y su reino se cumplirán. En el
intermedio, como un substituto para el reino, Jesús estableció la iglesia. La presente
edad de la iglesia no tiene continuidad ni con la época del Antiguo Testamento ni
tampoco con el reino milenario venidero. Ha sido llamado un paréntesis en el propósito
verdadero de Dios, propósito que tiene que ver con los judíos. Es algo como los
eventos de entretenimiento en el intervalo de los partidos de fútbol.
Cuando Dios esté listo para reiniciar su programa suspendido para los judíos, él
iniciará la cuenta regresiva para la segunda venida de Cristo en una forma muy
dramática. Esto podría ocurrir en cualquier momento, siendo que no hay condiciones
necesarias que la precedan. ¿Cuál es el dramático y único evento? Es el
arrebatamiento secreto de todos los cristianos que están en la tierra. Esto coincide con
la primera “segunda venida” de Cristo a la tierra, que es un evento secreto e invisible
en cuanto a las actividades cotidianas en la tierra. Este evento se llama la parousía, o sea
la venida o presencia de Cristo. En un solo momento y todos al mismo instante, los
cristianos desaparecen de este mundo y reciben sus cuerpos glorificados. Se unen con
los cristianos de todos los siglos que ya han muerto, quienes han sido resucitados en sus
nuevos cuerpos glorificados en lo que se titula “la primera resurrección”; entonces
todos son reunidos con Cristo en una asunción, donde Cristo los conduce al cielo.
Todos los cristianos, ya glorificados se presentan delante del gran tribunal de Cristo (2
Corintios 5:10) para que les asignen su galardón. Entonces como la novia de Cristo, se
une a su esposo para una fiesta de bodas de siete años (Apocalipsis 19:7-9), evento que
ocurre en el cielo.
¿Qué propósito entonces tiene este arrebatamiento secreto? ¿Por qué saca Dios a
los cristianos en forma repentina de este mundo? Hay dos razones. Primero, Dios ya no
tiene uso ni función para la iglesia sobre la tierra. Ya ha cumplido su propósito; el
espectáculo del intervalo ya ha terminado. Dios reinicia el partido, donde los
verdaderos jugadores son los judíos (la moderna nación de Israel, como entidad física y
política). Segundo, los siguientes siete años de la historia del mundo se llenan del
mayor sufrimiento que el mundo jamás ha experimentado, que en su gran mayoría
resulta de los ataques de Satanás al pueblo de Dios. Como acto de misericordia Dios
retira la iglesia del mundo para que no le toque aguantar esa gran tribulación. Así que
esta interpretación se llama premilenarismo pretribulacionista.
En cuanto a estos siete años Lindsey dice: “Hay más profecías en cuanto a estos
siete años que en cualquier otro período descrito en la Biblia” (Planeta, 33), la mayoría
D. Amilenarismo
La cuarta interpretación del milenio que se llama amilenarismo, tiene su origen en
los siglos cuarto y quinto de la época cristiana, especialmente en los escritos de San
Agustín. A través de su influencia “llegó a ser la interpretación predominante en la
Edad Media”, y también fue la posición de los reformadores protestantes, dice Clouse
(9-10). Aun en fuerte competencia con otras interpretaciones sigue con sus partidarios
hasta ahora sin estar derrotada. Una lista de defensores modernos y de renombre
incluiría a Louis Berkhof, O.T. Allis y William Hendriksen. Vea en especial William
Cox, Studies [Estudios] y Anthony Hoekema, Bible [Biblia] y “Amillenialism”
[Amilenarismo]. Los escritos de Hoekema en especial son recomendados.
El término amilenarismo significa literalmente “no milenio”. Este título es
desafortunado porque sugiere que los proponentes de esta interpretación no creen en
ninguna clase de milenio. Pero ese no es el caso. Los amilenaristas creen que hay un
milenio como se enseña en Apocalipsis 20:1-6; pero diferente de las tres
interpretaciones anteriores, no creen que involucra un reino físico y político sobre la
tierra, mucho menos un paraíso en el mundo. Esta interpretación de las profecías en
cuanto al reino se cumplen en la realidad espiritual. Una versión típica es como sigue:
La interpretación amilenaria empieza con la idea única que Jesús estableció su
reino cuando vino por primera vez a la tierra. Fue en ese momento que estableció su
señorío por medio de su muerte, resurrección, y ascensión; e inauguró a su iglesia el día
de Pentecostés. Desde entonces Jesús está reinando desde el cielo en los corazones de
su pueblo. Este reino existe en la tierra en y por medio de la iglesia, que es el nuevo
Israel. El reino es espiritual en cuanto a su naturaleza y no es un reino político o físico
en la tierra; no involucra un reino material universal como paraíso físico.
El milenio es el equivalente a la época de la iglesia, por lo menos hasta cerca del
fin. Todas las condiciones descritas en Apocalipsis 20:1-6 comenzaron a existir cuando
Cristo vino por primera vez, y cuando la iglesia empezó. Satanás fue derrotado y atado
como resultado de la obra redentora de Cristo. La “primera resurrección” comenzó y
todavía sigue ocurriendo desde el día de Pentecostés, aunque hay ciertas diferencias
entre las personas amilenarias en lo que ésta significa. Estas condiciones existirán
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durante los “mil años”, un numero que no es literal sino simbólico, un período de
mucho tiempo.
Para los amilenarios el tiempo final no es nada complicado. En el fin de la época
de la iglesia o el reino milenario, Satanás será desatado y lanzará un concentrado
ataque (no militar) contra la iglesia (y no a Israel). Habrá un Armagedón y “Gog y
Magog” combinados; y será mundial y no localizado geográficamente. En medio de la
batalla la segunda venida de Cristo ocurre. Cristo vuelve visiblemente al mundo,
destruyendo los enemigos de la iglesia, resucitando los muertos en una sola
resurrección, transformando a todos los vivos, llevándolos al gran juicio final, e
inaugurando los estados eternos.
De las cuatro interpretaciones aquí descritas, en mi opinión, la amilenaria es la
que tiene respaldo bíblico y por eso será explicada en el resto de este capítulo y en los
siguientes capítulos de este libro. El resto de este capítulo demostrará que la
interpretación amilenaria es consistente con el libro de Apocalipsis como una unidad, y
demostrará que es la que específicamente enseña Apocalipsis 20:1-6.
A. La atadura de Satanás
Los primeros tres versículos de Apocalipsis 20, describen un evento que
seguramente encanta al corazón de cada cristiano: la atadura de Satanás. El texto dice:
Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran
cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo
y Satanás, y lo ató por mil años; y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su
sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen
cumplidos mil años; y después de esto debe ser desatado por un poco de
tiempo.
Mi convicción firme es que Jesús ató a Satanás en su primera venida. Muchos
encuentran esta idea como dudosa, principalmente porque su idea de “Satanás atado” y
formulan su propia idea del significado antes de examinar los datos bíblicos. Si Satanás
es atado, según ellos, no debe haber nada de pecado en el mundo, ni siquiera la
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tentación. Pero el pecado obviamente no fue eliminado con la primera venida de Cristo
y todavía abunda en el mundo. ¿No tendría que ser ciega la persona que crea que
Satanás es atado en tiempos como los de hoy?
La clave para entender la atadura de Satanás está en poner mucha atención a lo
que la Biblia dice actualmente en cuanto a ella, no solamente en Apocalipsis 20:1-3
sino también en todo el Nuevo Testamento. Relacionado con esto último, nos toca
empezar con el propósito de la venida de Cristo. Entre otras cosas, se enseña
específicamente que Jesús vino a enfrentar al diablo. 1 Juan 3:8 dice: “Para esto
apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo”. Entre las obras de
Satanás son la falsedad y la muerte (Juan 8:44; y Hebreos 2:14), pero Jesús vino a “dar
testimonio a la verdad” (Juan 18:37; vea también Juan 8:31-47). Él ya “quitó la muerte
y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio” (2 Timoteo 1:10).
Jesús vino no solamente para destruir las obras de Satanás sino a “destruir” a
Satanás mismo. Hebreos 2:14 declara específicamente que Jesús vino la primera vez
“para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al
diablo”. La palabra “destruir” (katargeo), no significa acabar totalmente o aniquilar.
Jesús obviamente no acabó totalmente con Satanás en su primera venida. Pero la
palabra puede significar también “poner a un lado, hacer inefectivo, dejar nulo, y dejar
sin poder”. Esta definición hace más claro lo que el versículo dice. O, como dice la
Nueva Versión Internacional “él también compartió esa naturaleza humana para anular,
mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte — es decir, al diablo”; que en
otras palabras, fue “anulado” o sin poder, en cuanto a su dominio sobre la raza humana.
Pero en cualquiera de las dos formas, el lenguaje es fuerte. Juan dice que Jesús
vino a destruir las obras de Satanás; Hebreos dice que Jesús vino para dejar al diablo
sin poder. Tenemos que preguntar entonces, si Jesús vino a todo esto. ¿Logró su meta o
fracasó? Sin duda sería blasfemia decir lo segundo. Entonces tenemos que concluir que
Jesús destruyó las obras de Satanás y lo dejó sin poder cuando vino la primera vez.
Esto es en efecto, lo mismo como “atarlo” en Apocalipsis 20:1-3. Si hay algo de
diferencia, el lenguaje de 1 Juan y Hebreos es aun más fuerte que el lenguaje en
Apocalipsis 20.
¿Qué tal esta referencia de atar a Satanás por mil años? ¿Aparece este lenguaje en
otro texto de la Biblia? La repuesta es sí. En Mateo 12:29 (y Marcos 3:27) es usado
para describir lo que Jesús iba a ser con su primera venida. A través de todo su
ministerio Jesús estaba limitando el poder de Satanás, especialmente en sus muchos
encuentros con los espíritus demoniacos quienes habían tomado posesión del cuerpo de
alguien. En echar fuera a los demonios, Jesús demostraba su poder sobre el reino de
Satanás; estaba envolviendo las cadenas alrededor del cuello de Satanás.
Jesús dijo precisamente esto en conexión con el exorcismo registrado en Mateo
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12:22-30 (vea también Marcos 3:22-27 y Lucas 11:14-23). Allí Jesús explica que al
echar fuera los demonios no está trabajando con Satanás sino en su contra. Jesús utiliza
la ilustración de un hombre fuerte que tiene cautivos en la casa, y alguien más fuerte
entra para conquistarlo y liberar los cautivos (Lucas 11:21-22). Como se explica en
Mateo 12:29: “Porque ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y
saquear sus bienes, si primero no le ata? Y entonces podrá saquear su casa”. Entonces
cuando echaba fuera los demonios, Jesús estaba en el proceso de atar a Satanás (el
“hombre fuerte”) durante sus ministerio en la tierra.
Jesús también dio autoridad a sus discípulos para echar fuera los demonios
también (Mateo 10:1). En Lucas 10:1-20, envió a los setenta evangelistas con una
autoridad similar. Cuando regresaron jubilosos, dieron su reporte: “Volvieron los
setenta con gozo, diciendo: Señor, aun los demonios se nos sujetan en tu nombre”
(Lucas 10:17). Jesús responde: “Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo” (Lucas
10:18). La caída de Satanás del cielo a la tierra, no es su caída histórica debido a su
rebelión original; se refiere a su derrota experimentada por el poder de Cristo y de los
discípulos, en este enfrentamiento. Este mismo evento es descrito simbólicamente en
Apocalipsis 12:7-9:
Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban
contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni
se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la
serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo
entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.
Otra vez, esto no es la consecuencia el pecado original de Satanás, sino su derrota
por manos del Mesías en la primera venida (Apocalipsis 12:1-6).
El golpe de muerte contra Satanás fue dado con la muerte y resurrección de Jesús
(vea Génesis 3:15; Juan 12:31-33; y Colosenses 2:15). En la víspera de la crucifixión,
Jesús anunció su inminente combate mortal con el diablo (Juan 14:30). Por medio de su
propia muerte Jesús dejó a Satanás sin poder (Hebreos 2:14), y por medio de su
resurrección, la victoria fue total. El victorioso conquistador resucitado declara: “yo
soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los
siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis
1:17-18). La “llave” aquí es la misma de la “llave del abismo” en Apocalipsis 20:1.
Las llaves simbolizan el poder y la autoridad. Por medio de su muerte y resurrección,
Jesús adquirió poder sobre el abismo, el reino de la muerte, y el dominio de Satanás; y
con ese poder, encierra tanto a Satanás en el abismo, como también libera a los que han
estado encerrados en cautiverio allá (Hebreos 2:15). Apocalipsis 20:1-3 entonces,
simbólicamente representa el poder presente de Cristo sobre Satanás y sus obras, y
B. La primera resurrección
El segundo evento que caracteriza al milenio, según Apocalipsis 20:4-6, es la
primera resurrección:
Y vi tronos, y se sentaron sobre ellos los que recibieron facultad de juzgar; y
vi las almas de los decapitados por causa del testimonio de Jesús y por la
palabra de Dios, los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y que no
recibieron la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con
Cristo mil años. Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se
cumplieron mil años. Esta es la primera resurrección. Bienaventurado y santo
el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene
potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán
con él mil años.
Los amilenaristas difieren en su interpretación de la primera resurrección.
Algunos dicen que ocurre no en la tierra, sino solamente en el cielo, y que solamente
con los creyentes quienes han muerto, como los mártires (Hoekema, Bible [Biblia],
230-231). La primera resurrección que experimentan entonces es espiritual y no física;
se refiere a la verdad de que sus almas son concientes en el cielo, viviendo con Cristo y
compartiendo las bendiciones y privilegios del reino milenario de Cristo (Hoekema,
Bible [Biblia], 232-233). Como Grudem lo resume, “yendo al cielo para estar con
nuestro Señor” o llegando a la presencia de Dios (Theology [Teología], 1115).
Yo fuertemente rehúso esta interpretación de la primera resurrección, y estoy de
acuerdo con los que la critican, diciendo que esto sería una extraña connotación para
las palabras en Apocalipsis 20:4-6 que están traducidas como “volvieron a vivir” y
“resurrección” (vea a Grudem, Theology [Teología], 1118-1119; Ladd, “Response”
Esta cualidad negativa es reforzada por las referencias de las puertas o rejas del
Seol/Hades, por lo cual lo presenta como un tipo de cárcel esperando atraparnos (Job
17:16; Isaías 38:10, 18; Mateo 16:18; vea también Salmo 9:13). Pero otra vez, tal
lenguaje es primeramente figurativo o simbólico del terror de la muerte en todos sus
aspectos.
¿Qué, entonces, dicen todas estas palabras en cuanto a la ubicación de las almas
de los muertos? Aquí debemos anotar que los términos se emplean en algunas ocasiones
en un sentido general, y en otras, en sentido especifico. Con referencia a lo anterior, la
observación de Berkhof es precisa: “Las palabras Seol y Hades en la Escritura no
siempre denotan una localidad, pero a veces se usan en abstracto para denotar o
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designar el estado de ser muerto, la condición de la separación del alma del cuerpo y a
veces el poder de la muerte o el peligro de la muerte” (685). En este sentido
Seol/Hades simplemente se refiere al evento inevitable de la muerte (por ejemplo,
Génesis 37:35; 42:38; 1 Samuel 2:6; Proverbios 30:15-16), o puede ser la
personificación de un enemigo temible (por ejemplo, Isaías 5:14; 28:15-18; Mateo
16:18). De este uso general, Hoekema dice: “Cuando pensamos en Seol de esta manera
debemos recordar que tanto los piadosos como los no piadosos bajan al Seol en el
momento de la muerte; ambos entran al reino de los muertos (Bible [Biblia], 96).
Pero hay momentos cuando los términos Seol y Hades se usan aparentemente en un
sentido más específico para indicar el sitio donde entran los muertos. Una correcta
comprensión de Seol/Hades como el lugar de los muertos, requiere que aceptemos el
concepto bíblico del hombre como una dualidad; la combinación de cuerpo y espíritu.
Cuando consideramos el tema con esta comprensión, es obvio que Seol/Hades se usa
para referirse a la tumba, que traga el cuerpo de los que mueren, justos e impíos por
igual.
En cuanto a la pregunta si Seol/Hades se refiere a la tumba, hay dos extremos. Uno
es que estas palabras siempre se refieren a la tumba. Ésta es la interpretación aceptada
por los que ven al hombre como cuerpo físico solamente, como los Testigos de Jehová
(por ejemplo, Let God be True [Que sea veraz Dios], 88-93). Vea también Seventh-day
Adventists Believe [Lo que creen los Adventistas del Séptimo Día], que dice que Seol y
Hades “generalmente se refieren a la tumba, donde los muertos—justos e impíos—
esperan en un estado inconciente, la resurrección (369). Dickinson dice de Seol “era un
término común para los hebreos, simplemente entendido como la tumba” (“Gates”
[Puertas], 1). El otro extremo es que Seol/Hades nunca se refiere a la tumba. Un
ejemplo es Robert Morey (quien dice que “Seol no puede indicar la tumba” (75), ni
tampoco hades (82-83).
Ambos extremos están equivocados. Por un lado (contra Morey), en algunos textos
Seol/Hades claramente indican la tumba. En su sentido como “lugar de los muertos”
Seol/Hades es el lugar debajo de la tierra donde los cadáveres son enterrados. Como
tal, tanto los justos como los impíos entran en el Seol/Hades; el enemigo que captura y
devora cada miembro de la raza de Adán. De esta manera la muerte es aparentemente
victoriosa aun para los justos, siendo que la tumba nos devora y devuelve el cuerpo al
polvo de la tierra (Salmo 89:48[5] ; 116:3; 141:7; Isaías 38:10). En este sentido,
Seol/Hades es algo para temer, algo de lo cual todos quisiéramos ser rescatados y
redimidos (Salmos 49:14-15; 86:13; Oseas 13:14). Como tal es el equivalente a la
palabra hebrea abadon, o destrucción (Job 17:13-14; 26:6; Proverbios 15:11; 27:20),
siendo que en la tumba el cuerpo se disuelve. Es con esta luz que hay que entender
Salmo 16:10: “Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea
L osestudio
últimos tres capítulos tratan el material titulado típicamente escatología; el
de las últimas cosas. Pero en verdad estamos hasta ahora llegando a las
verdaderas últimas cosas; estamos ya por considerar lo que la Biblia dice en cuanto a
la segunda venida de Jesús. Como ya hemos visto, hay mucha confusión entre los
cristianos en cuanto a los eventos relacionados con la primera venida de Jesús y lo que
tiene que ver con su segunda venida. Esto se debe en parte a la confusión acerca de
cómo interpretar las profecías de las dos venidas y el tiempo entre las dos. Ya hemos
tratado estos asuntos que algunos equivocadamente relacionan con la segunda venida,
como el establecimiento del milenio, encadenar a Satanás, y la primera resurrección.
Así cuando llegamos al tema de la segunda venida, el escenario ya no es tan
complicado como a algunos les parece. Como veremos, los eventos relacionados con la
segunda venida de Cristo son actualmente muy sencillos. Aquí los presentamos bajo
tres temas sencillos: los eventos que preceden la venida de Cristo, la segunda venida en
sí, y los eventos que la acompañan.
En el principio del siglo 21 este fervor estaba en su cima, gracias a los libros
locamente exitosos por Tim LaHaye y Jerry Jenkins, autor del serie titulada Left Behind
[Dejado atrás] que empezaron en 1995 con la publicación del primer libro con este
titulo. Siete años más tarde (2002) el décimo libro en la serie, The Remnant [El
remanente] ha aparecido. Con ventas mundiales sobrepasando cuarenta millones, este
fenómeno mereció una portada en la famosa revista Time (“Apocalypse Now”
[Apocalipsis ya], Julio 1, 2002).
Durante estas décadas pasadas, Lindsey, LaHaye, y un sin número de aficionados a
la profecía han construido escenarios detallados de los siete años entre el rapto y el
retorno, todos basados en sus interpretaciones de la Biblia. Los detalles se recogen en
forma desorganizada de toda la Biblia porque “los pedazos están esparcidos en
pequeños trocitos por todo el Antiguo y el Nuevo Testamento” dice Lindsey (33). Cada
intérprete tiene su propia versión y los detalles se ajustan constantemente a la situación
política cambiante del medio oriente; pero el cuadro general permanece intacto. El
escenario siguiente es típico, recopilado de varias fuentes (especialmente Lindsey) y
probablemente ya desactualizado una vez más:
El escenario para el retorno de Cristo está preparado por el retorno de los judíos a su tierra natal
(Ezequiel 36:24, 28; 37:21-22). El templo será reconstruido en el sitio original (Zacarías 6:12ss, Ezequiel 41
—46). El Imperio Romano será revivido consistiendo de las naciones europeas (Daniel 7:23). Esto será
encabezado por el Anticristo (Apocalipsis 13:1ss) quien hará un pacto con Israel (Daniel 9:27). Seguido por
tres años y medio de prosperidad y paz para Israel. Muchas conversiones ocurrirán por el ministerio del
remanente judío.
De un momento para otro el Anticristo romperá el pacto y se establecerá como dios en el templo
(Mateo 24:15; 2 Tesalonicenses 2:4). Esto empieza con un período de tres años y medio de tribulación y
guerra y conduce a la batalla de Armagedón (Mateo 24:15-21). El “rey del sur” (las naciones árabes)
invaden a Israel (Daniel 11:5-6, 40). El “rey del norte” (Rusia, Gog dirigiendo a Magog) invade del norte
(Ezequiel 38:14-16) y continúa para conquistar a las naciones árabes también (Daniel 11:42-43). En este
momento Dios interviene y destruye a Gog (Ezequiel 38:18-22; 39:6), rescatando a Israel, pero apenas
temporalmente.
Lo que sigue es la fulminante “madre de todas las batallas” la Tercera Guerra Mundial, “la ultima gran
guerra de la humanidad” (Lindsey, p.71). Doscientos millones de soldados chinos (“los reyes del oriente”)
marchan por tierra hacia Israel (Apocalipsis 9:14-16; 16:12-16), mientras el Anticristo marcha hacia Israel
con un ejército europeo. Estos dos ejércitos gigantescos se encuentran en una área conocida como
Armagedón (Apocalipsis 16:16). Aquí, entre una lucha feroz y gran destrucción, muchos judíos son
convertidos (Zacarías 13:8-9). Y justo cuando Israel está a punto de ser abrumado, vuelve Cristo, llegando
al monte Olivo para rescatar a los judíos creyentes y aniquilar el enemigo (Zacarías 14:1-4, 12). Ahora el
milenio puede empezar.
A. La unidad de su venida
La segunda venida de Cristo se menciona en muchos pasajes de la Biblia y es
descrita en muchas formas (vea la próxima sección de este capítulo), pero en el análisis
final hay un solo evento que se llama “la segunda venida”. Hay un sentido en que Cristo
vino a su pueblo en el día de Pentecostés (Mateo 10:23; Mateo 16:28); pero esto no es
la segunda venida mencionada en Hebreos 9:28, que es aún en el futuro cuando la carta
se escribió. La segunda venida tendrá eventos importantes que la preceden (los
precursores mencionados arriba) y eventos importantes que la acompañan (vea la
sección de este capítulo que sigue) pero el evento en sí es un solo evento singular.
La razón principal por la cual enfatizamos este punto es debido a la interpretación
del premilenarismo dispensacional que divide la venida de Cristo en dos etapas
separadas por siete años, y aplica algunos datos bíblicos de su venida a la primera
etapa y otros datos a la segunda. Por ejemplo, esta interpretación dice que la primera
etapa incluye el retorno invisible para sus santos cuando son raptados de la tierra antes
de la tribulación. La segunda etapa es su venida visible “con sus santos”, cuando
destruye el ejército de Armagedón y establece su reino milenario. Esta división de su
segunda venida en dos etapas resulta en la proliferación de resurrecciones y juicios.
Esto implica que la esperada secuencia de eventos del final de los tiempos sea
innecesariamente complicada y no bíblica.
Hemos visto ya que esta interpretación del premilenarismo dispensacional del
regreso de Cristo es equivocada, y en la próxima sección miraremos que la idea de una
venida secreta con un rapto secreto también está equivocada. Sencillamente no hay
ninguna razón para dividir la segunda venida de Cristo en dos etapas. Habrá una sola
venida en un solo momento de tiempo (vea Erickson, Theology [Teología], 1197-1199).
B. La terminología de su venida
Generalmente, todos están de acuerdo que hay tres palabras griegas en el Nuevo
Testamento que se refieren a la segunda venida de Cristo: epiphaneia, apokalypsis y parousia.
C. La manera de su venida
La cuestión de la manera de la segunda venida de Cristo es este: “¿Cómo será
exactamente la venida de Jesús?” (Vea Hoekema, Bible [Biblia], 171-172). Primero,
anotamos que su venida será personal. El Señor resucitado, la misma persona quien
estuvo aquí durante su ministerio en la carne, regresará a la tierra. No será solamente su
espíritu que regresa; no será únicamente un triunfo de sus enseñanzas en el mundo. En el
momento de su ascensión los ángeles dijeron a sus discípulos que: “Este mismo Jesús”,
el mismísimo “que ha sido tomado de vosotros al cielo” es el que volverá (Hechos
1:11). “Porque el Señor mismo . . . descenderá del cielo” dice Pablo (1 Tesalonicenses
4:16).
Segundo, su retorno será visible. En este sentido se puede describir como literal,
físico, en el cuerpo, y aun audible. Esto está en oposición con todos los que dicen que
la segunda venida será secreta, escondida, o que será solamente un regreso en presencia
espiritual. Que su segunda venida es una aparición (epiphaneia) y una revelación
(apokalypsis) subraya su visibilidad. Hebreos 9:28 dice que Cristo “aparecerá por
segunda vez” y que llegará a ser visible, igual a su primera venida. Dice que “se
manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder” (2 Tesalonicenses
1:7). Tito 2:11-13 implica que su segunda venida será una manifestación como fue la
primera (Hoekema, Bible [Biblia], 171-172). Así como los discípulos estuvieron
“mirando al cielo” mientras Jesús ascendía al cielo, los ángeles les dijeron que: “Este
mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto
ir al cielo” (Hechos 1:11). La implicación es que su segunda venida será visible es
inevitable. Apocalipsis 1:7 dice claramente: “He aquí que viene con las nubes, y todo
ojo le verá, y los que le traspasaron; y todos los linajes de la tierra harán lamentación
por él”. Este mismo lenguaje es el que utiliza Mateo 24:30: “Y lamentarán todas las
tribus de la tierra, y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con
poder y gran gloria”. Enfatizando el cuerpo resucitado de Cristo, 1 Juan 3:2 dice que:
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“sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal
como él es”. Vea también Colosenses 3:4; Hebreos 9:28.
Sin duda, estas enseñanzas tan claras, eliminan toda posibilidad de una segunda
venida que en alguna manera sería invisible, solamente una presencia espiritual de
Cristo, que es una enseñanza de la doctrina liberal (Berkhof, 705) y el preterismo. Un
representante de este última teoría es John Noe, quien dice: “Necesitamos dejar atrás
de la idea de la presencia de Jesús, quien es Dios, pero que tiene que ser visible o de
alguna manera material” (End Times, [Tiempos finales], 199). El premilenarismo
dispensacional dice que la “primera” segunda venida, la que debe resultar en el rapto
secreto según 1 Tesalonicenses 4:16, es en sí invisible y secreta. Pero la venida
presentada en el texto es literal, física, y un evento eminentemente público: “Porque el
Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo”. Tres sonidos distintos se oyen: voz de mando de Cristo, voz del
arcángel y la trompeta de Dios. Vea para voz de mando, Mateo 13:41; 24:31, voz de
arcángel, Apocalipsis 11:15 y para la trompeta, Mateo 24:31; 1 Corintios 15:52.
En tercer lugar, la venida de Cristo será de repente e inesperada. Mateo 24:27 la
compara con un relámpago abrupto: “Porque como el relámpago que sale del oriente y
se muestra hasta el occidente, así será también la venida del Hijo del Hombre” (vea
también Lucas 17:24).[7] La comparación de su venida con el “ladrón en la noche” (1
Tesalonicenses 5:2) también enfatiza este concepto: “Pero sabed esto, que si supiese el
padre de familia a qué hora el ladrón habrá de venir, velaría ciertamente, y no dejaría
minar su casa. Vosotros, pues, también, estad preparados, porque a la hora que no
penséis, el Hijo del Hombre vendrá”. (Lucas 12:39-40; vea también Mateo 24:43; 2
Pedro 3:10; Apocalipsis 3:3; Apocalipsis 16:15). La llegada repentina será en parte
debido a nuestra preocupación por asuntos rutinarios (Mateo 24:37-41), y en parte
simplemente debido a la verdad que la hora exacta no se sabe: “Pero del día y la hora
nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (Mateo 24:36; vea
también Mateo 25:13; Marcos 13:32-33; Lucas 12:40). Esta es la base para muchas
exhortaciones bíblicas de alerta para estar preparados para el momento de su llegada:
“Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la
hora que no pensáis” (Mateo 24:44; vea también Lucas 12:40). “Mirad, velad y orad;
porque no sabéis cuándo será el tiempo” (Marcos 13:33; ver 13:34-37; Mateo 25:13).
El punto final es que la venida de Cristo será triunfante y gloriosa. Él regresará
“y verán al Hijo del Hombre viniendo sobre las nubes del cielo, con poder y gran
gloria” (Mateo 24:30). Él regresará “en su gloria, y todos los santos ángeles con él,
entonces se sentará en su trono de gloria” (Mateo 25:31) como rey y juez del universo.
Y “se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de
fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de
D. El tiempo de su venida
Otro aspecto final de la venida de Cristo por considerar aquí es el tiempo de este
evento. En verdad su segunda venida (Hebreos 9:28), será personal y visible similar a
su primera venida. Su venida en su reino en el día de Pentecostés (Mateo 16:28) fue
otro tipo de venida, como lo fue en el año 70 d.C. con la destrucción de Jerusalén, si
este evento incluiría algún tipo de venida de Cristo. Su segunda venida, en la forma
descrita en la sección anterior (personal, visible, triunfante, y de repente), es todavía
futura.
¿Qué podemos decir en cuanto al tiempo de esta segunda venida? El asunto
principal es que no podemos saber la hora precisa. Este punto fue declarado muy
específicamente en los textos mencionados arriba en conexión con su aparición de
forma sorprendente y no esperado. Jesús declaró claramente que no podemos saber el
día ni la hora (Mateo 24:36, 42; Mateo 25:13; Marcos 13:32-33; Lucas 12:40). Aunque
hay precursores específicos que preceden su venida, la identidad de estos son ambiguos
a tal grado que no podemos identificarlos con precisión pero sí debemos esperar su
venida en cualquier momento. Cuando Jesús dijo que no podemos saber el día ni la
hora, no dejaba abierta la posibilidad de saber el mes, el año o el siglo. La misma
ambigüedad se aplica a estas referencias de tiempo. Simplemente no podemos saber a
ciencia cierta la hora, el día o el año de su venida. Los que pretenden tener el don de
profecía se avergüenzan con sus intentos de predecir las fechas específicas de la venida
de Cristo. Los Testigos de Jehová dijeron que Jesús vendría en 1914 (Gruss,
Speculation [Especulación], 20-58). Herbert Armstrong dijo que Jesús vendría en 1975
(1-30). Edgar Whisenant dijo que la segunda venida secreta junto con el rapto ocurriría
el 12 de Septiembre de 1988 (vea su libro, 88 Reasons Why the Rapture Will Be in
1988 [Ochenta y ocho razones porque el rapto será en 1988]). Estas y otras
predicciones siempre han resultado falsas.
En conexión con el tiempo de la venida de Cristo, algunas preguntas son
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formuladas en cuanto al significado de algunas declaraciones del Nuevo Testamento,
que desde la perspectiva de los escritores del Nuevo Testamento en sí, hablan de la
inminente (muy cercana) venida de Cristo. En algunos textos Jesús dice que su venida
ocurrirá mientras algunos de los oyentes aún viven (Mateo 10:23; 16:28; 24:34; Marcos
9:1; 13:30; Lucas 9:27; 21:32). Otros textos relatan que su venida está cerca o a la
mano (Romanos 13:11-12; Filipenses 4:5; Santiago 5:8-9; 1 Pedro 4:7), o que ocurre
“pronto” y “en breve” (Apocalipsis 22:7, 12, 20). Vea también Hebreos 10:37. ¿Cómo
podemos comprender tales textos?[8]
Primero, algunos de estos textos no se refieren a la segunda venida como tal, sino
a eventos donde Cristo “vino” en otro sentido. Mi convicción es que Mateo 16:28 (vea
también Mateo 26:64); Marcos 9:1; Lucas 9:27 se refieren a la ascensión de Cristo y su
coronación como preludio a Pentecostés. Esta es la razón por la que Cristo dijo que
algunos de los oyentes estarían aún vivos cuando el evento llegaría a ocurrir. Es
posible que Mateo 24:34; Marcos 13:30; Lucas 21:32 se refieren a la destrucción de
Jerusalén en al año 70, como otra “venida” que ocurriría durante la vida de algunos
oyentes. Estos textos se pueden interpretar de otra manera también. Jesús dice que “esta
generación no pasará hasta que estas cosas ocurran”. Hoekema dice que “esta
generación” no tiene que ver con los que eran cronológicamente contemporáneos de
Jesús sino al “pueblo judío, rebelde y apóstata, no creyente; quienes en el pasado
demostraron su rebeldía y en el momento seguían así frente a Jesús, y que continuarían
rebeldes en el futuro”. Él demuestra que la palabra traducida como “generación” (genea
en griego) fue usada frecuentemente en los evangelios en un sentido cualitativo (Bible
[Biblia], 116-117). Una traducción alterna utilizada a veces es la de “raza”, como “la
raza judía”. Si se toma en este sentido, Mateo 24:34 y sus textos paralelos podrían ser
interpretados con referencia a la segunda venida sin problema.[9]
Pero ¿por qué otros textos presentan un cuadro de la venida de Cristo como
inminente? La mejor comprensión de estas declaraciones es que se hacen desde el punto
de vista de Dios y no de los hombres. El Apóstol Pedro se dirige a esta inquietud
cuando responde en 2 Pedro 3:3-9. Él dice que los burladores llaman la atención a la
promesa de una venida pronta (v. 4) y exigirán saber por qué ha pasado tanto tiempo sin
que regrese. La clave está en la respuesta de Pedro cuando dice: “Mas, oh amados, no
ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día”
(v 8). Desde la perspectiva de la eternidad, lo que nos parece como un tiempo muy
largo es realmente muy corto. Wayne Jackson da un ejemplo del Antiguo Testamento:
“Abdías predijo el día final de la historia del mundo. Referente al evento dijo: ‘porque
cercano está el día de Jehová sobre todas las naciones . . .’ (Abdías v. 15). Esto no
puede referirse a un evento local porque todas las naciones son involucradas; sin
embargo, el evento se presenta como algo ‘cerca’” (3). Hageo 2:6-7 es otro ejemplo,
D. Los raptos
El concepto del rapto es uno de los aspectos más controvertidos y malentendidos
de toda la escatología. La palabra rapto como tal no aparece en la Biblia. Es el
equivalente, pues, de la palabra “arrebatado” en 1 Tesalonicenses 4:17, que en este
contexto significa sencillamente “el acto físico de quitar, arrancar con violencia”. (A
veces se usa la palabra rapto como un estado eufórico, pero esto no tiene nada que ver
con el rapto asociado con la venida de Cristo.)
La interpretación más común del rapto es la enseñada por el premilenarismo
dispensacional, popularizada por la Biblia Scoffield, Hal Lindsey y la serie de libros,
Left Behind [Dejados atrás]. Esta interpretación es muy específica y muy dramática.
Típicamente es un rapto secreto en el sentido que no es visible al mundo en general
porque ocurre en el reino espiritual invisible. El retorno de Jesús que resulta en el
rapto no es visible tampoco al mundo en general. Nadie, excepto los raptados lo verán
o sabrán que Jesús ha venido. También cuando los creyentes son resucitados y
transformados, sus cuerpos físicos desaparecen del mundo y sus nuevos cuerpos
aparecen en el mundo espiritual, totalmente invisible a los que son dejados atrás. Esta
desaparición instantánea es la única cosa anotada por quienes no están a favor del
rapto.
Según esta interpretación, solamente los creyentes están involucrados en el rapto
secreto y la resurrección que lo precede. La resurrección corporal general de los
impíos se demora hasta después de la tribulación y el milenio. También, esta
interpretación dice que el propósito del rapto secreto es para extraer a los creyentes de
la tierra durante el tiempo de la “gran tribulación” que concluirá el período de siete
años inmediatamente después del rapto y culmina en la batalla de Armagedón.
Es mi punto de vista que esta interpretación se equivoca en casi todo sentido. La
Biblia hace una presentación del rapto totalmente diferente; desde luego, una que hace
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toda interpretación dispensacional de los tiempos finales, imposible.
Afirmamos que la Biblia sí enseña que habrá un rapto. Muchos presumen que el
rapto es un concepto particular de la interpretación dispensacional. Entonces piensan
que los que rehúsan aquella interpretación también rechazan la idea del rapto. Eso no es
así. Habrá un rapto, pero no un rapto secreto como fue descrito arriba. En 1
Tesalonicenses 4:17 Pablo habla específicamente de que seremos “arrebatados” para
encontrarnos con el Señor en el aire. Pero es claro en este pasaje que el retorno de
Jesús y su rapto acompañante no pueden ser secretos:
Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con
trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán
primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos
arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire
(1 Tesalonicenses 4:16-17).
La idea de algo secreto contradice totalmente toda la sinfonía de sonidos que son
calculados para atraer la atención de la presencia de Cristo; son un anuncio audible en
toda la tierra de que el Señor ha venido.
El punto del rapto es simplemente cuando Cristo venga, todos los creyentes,
después de su resurrección o su transformación, ascenderán para encontrarse con él en
el aire en algún momento de su descenso de nuevo a la tierra. Pero contrario a la
interpretación dispensacional, no hay nada secreto o invisible en cuanto a este
espectacular evento.
Otro aspecto de la enseñanza bíblica en cuanto al rapto también contradice la
interpretación dispensacional. Y es un aspecto, prácticamente ignorado por casi todo
estudiante bíblico de toda pinta, es que hay dos raptos; uno para los impíos y otro para
los justos. Y lo más sorprendente de todo es que los impíos son raptados primero.
En 1 Tesalonicenses Pablo no comenta en cuanto al rapto de los impíos, pero otros
textos sí. La parábola de la cizaña en Mateo 13:24-30 es especialmente clara. Aquí
Jesús presenta el trigo y la cizaña creciendo juntos “y al tiempo de la siega yo diré a
los segadores: Recoged primero la cizaña, y atadla en manojos para quemarla; pero
recoged el trigo en mi granero” (v. 30). La cizaña va primero.
Algunos preguntarán “¿Y qué? Eso es solamente una parábola”. Sí eso es cierto,
pero Jesús mismo le dio la interpretación a la parábola en Mateo 13:37-43. El campo
es el mundo y la siega es el fin del siglo. La cizaña es los impios y la buena semilla
representa a los justos. Los segadores son los ángeles (vv. 38-39). “De manera que
como se arranca la cizaña y se quema en el fuego, así será en el fin de este siglo.
Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles”, y ellos recogerán a los malvados de su
reino (es decir “arrebatarlos”) y llevarlos al final a juicio. (vv. 40-42). Los justos son
[1] - Vea la discusión bajo la interpretación llamada “preterista” en este capítulo bajo “D. El tiempo de su venida”.
[2] - En su comentario sobre Lucas (338), Mark Black dice que Lucas 21:5-24 (el equivalente a Mateo 24:1-22) se
refiere a la caída de Jerusalén mientras Lucas 21:25-33 (equivalente a Mateo 24:23-35) trata de la segunda venida.
[3]- Algunos manuscritos antiguos de 2 Tesalonicenses 2:3 dicen “hombre de pecado” y otros “hombre malvado” u
“hombre de maldad”.
[4]- Esta es una razón por lo que hablo de los “precursores” de su venida y no de las “señales” de su venida. Un
precursor es simplemente algo que precede otra cosa y que podría ser o no, una señal del evento esperado.
[5] - El último libro de la Biblia puede llamarse El Apocalipsis de San Juan o La Revelación de San Juan.
[6] - En este contexto nació la palabra parusía en castellano: la segunda venida de Cristo al final de los tiempos.
[7]- Algunos han interpretado las palabras a decir que la llegada del Señor será en el cielo oriental, pero el sentir es
simplemente que llegará de repente.
A hora empezamos a considerar los últimos asuntos relacionados con “las últimas
cosas” específicamente el juicio final y los estados finales del cielo y del
infierno. En este capítulo consideraremos varios aspectos del juicio final.
La realidad y certeza del juicio final son temas claros de las Sagradas Escrituras.
La sabiduría popular dice que hay dos cosas inevitables: los impuestos y la muerte. En
la Biblia dos cosas inevitables son un poco diferentes. “Y de la manera que está
establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio”
(Hebreos 9:27). Pues para esto tenemos la promesa de Dios, tanto en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo Testamento. “Porque Dios traerá toda obra a juicio,
juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Eclesiastés 12:14; vea
también Salmo 96:13). La resurrección de Cristo es la garantía del juicio: Dios “ha
establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien
designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:31). El
juicio eterno es una de las enseñanzas fundamentales de la fe cristiana (Hebreos 6:1-2).
¿Dónde se realizará este juicio? Algunos presumen que esto se realizará en la
tierra, inmediatamente después de la venida de Cristo. Cox (147) dice que los santos
son raptados “para encontrarse con el Señor en el aire . . . con el propósito de
escoltarlo en su venida a la tierra. El Señor, al llegar a la tierra con los santos
inmediatamente inaugura el juicio final general”. Estoy en desacuerdo. Cuando Jesús
retorne, dejará su lugar al lado del Padre en el universo invisible y llegará a la
dimensión nuestra, visible nuevamente a nosotros. Cuando los raptos (plural) ocurran,
tanto para los justos como para los impíos, serán llevados de la tierra y del universo
visible. Este universo será totalmente desocupado de los seres humanos. Todos,
incluyendo a Cristo, pasarán por la barrera que los separa hacia el universo invisible,
donde la presencia de Dios es manifiesta a los ángeles y donde el Cristo glorificado se
une con él nuevamente sobre el trono. Y es delante de aquel trono donde todos serán
reunidos para ser juzgados (Mateo 25:31; Apocalipsis 4:2; 20:11).
I nmediatamente después del día del juicio, los dos grupos son llevados a lo que
será su morada eternal y final. Los salvos son llevados a lo que llamamos “el
cielo”, y los condenados son echados en lo que típicamente llamamos “el infierno”.
Estos dos estados eternos son los destinos finales de toda la humanidad.
Este capítulo trata el tema del cielo, de lo cual hay mucha especulación y muchos
malentendidos. Hoekema pregunta: “¿Es que pasaremos la eternidad en algún lugar del
espacio, vestido de togas blancas y tocando arpas, cantando y volando de nube en
nube?” (Bible [Biblia], 274). La piedad popular muchas veces presenta el cielo de esta
manera, pero tal cuadro está lejos de la presentación bíblica, como veremos enseguida.
A. El cielo cosmológico
El término “cielo” muchas veces se refiere al cosmos (el universo visible) que no
es la tierra. Erickson (Theology [Teología], 1233) llama esto el sentido cosmológico.
Así los términos “cielo” (en singular y plural) y “tierra” son frecuentemente
combinados para representar el universo entero. Por ejemplo: “en el principio Dios
creó los cielos y la tierra” (Génesis 1:1; vea también Éxodo 20:11; Salmo 115:15;
Isaías 42:5; Mateo 5:18; Hebreos 1:10; Apocalipsis 10:6).
Siendo que desde nuestra perspectiva en el mundo, el universo siempre aparece
como encima de la cabeza, en la Biblia el término “cielo” es usado para todo aspecto
del universo que está sobre nosotros. Se refiere al aire donde vuelan los pájaros
(Génesis 1:20; Mateo 6:26; 8:20). Se refiere a la atmósfera donde las nubes existen
(Salmo 147:8) y de donde viene la lluvia, la nieve, y el granizo (Josué 10:11;
Deuteronomio 11:11, 17; Isaías 55:10; Hechos 14:17). También se refiere al cielo como
Enfatizamos que uno no puede creer tal idea mientras acepta la autoridad total del
canon de la Sagrada Escritura. Unos pocos versículos pueden dar una interpretación
universalista si los sacamos del contexto, pero al interpretarlos así, estos versículos
estarían en conflicto con otras enseñanzas de las Sagradas Escrituras. Por ejemplo,
B. ¿Literal o figurativo?
¿Qué debemos hacer con estas imágenes? ¿Debemos tomarlos literalmente? ¿Los
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cuerpos restaurados de los malvados serán literalmente comidos por gusanos mientras
ellos gritan con el dolor de las quemaduras en las llamas y en la oscuridad? Algunos
dicen que sí. John Walvoord defiende la “interpretación literal” del infierno en su libro
Four Views on Hell [Cuatro perspectivas del infierno]. Él dice que: “La frecuente
mención del fuego en conexión con el castigo eterno sostiene la conclusión que ésta es
la implicación de las Sagradas Escrituras” (View, 28). Es significante, sin embargo, que
él conecta esto con su compromiso premilenarista dispensacional al interpretar toda la
profecía literalmente. Lo llama “el quid de la cuestion” mientras declara: “Los que
aceptan una interpretación literal del infierno lo hacen en gran parte debido a su
aceptación de una interpretación literal de profecía” (Response, 78-79). Anteriormente
explicamos la debilidad de esta interpretación de la profecía.
La interpretación más común entre los evangélicos, es decir que la mayoría de
estas figuras hay que tomarlas figurativamente y como metáforas. Esta es la
interpretación de Crockett en el libro que acabamos de mencionar: “Fuego y azufre no
son descripciones literales del mobiliario del infierno, sino expresiones figurativas de
advertencia a los malvados del peligro inminente” (View, 44). Una razón citada para
sostener esta interpretación es que el fuego y la oscuridad son incompatibles (ibídem,
59). Otra razón es que el infierno fue creado para los espíritus caídos (ángeles
rebeldes, Mateo 25:41). ¿Qué tipo de fuego podría afectar a ángeles y hombres con
cuerpos nuevos? (íbídem, 61). León Morris dice que: “Las Sagradas Escrituras utilizan
unos términos simbólicos para referirse a las realidades más allá de la tumba”. Dada
“la variedad de los términos, no es sabio insistir uno como la representación
completa” (Punishment, 370).
Pero si los términos son simbólicos ¿qué simbolizan? Aquí no podemos ser
dogmáticos. Blanchard sugiere que los gusanos representan la conciencia del pecador,
cuya molestia constante será “infinitamente mayor en el infierno que en la tierra” (143-
145). Crockett menciona la idea de que el fuego del infierno “podría ser mejor
interpretado como un terrible ardor del corazón por la pérdida de la presencia de Dios,
fuego que nunca podrá ser apagado” (View, 61). Linton dice que el lenguaje apunta
principalmente a “la existencia del sentido de pérdida”. El infierno “es definido por las
cosas buenas ausentes — luz, esperanza, propósito, belleza, y gozo” (13).
Tal vez la interpretación más atractiva es que la única imagen literal es de la
separación del Padre, el Hijo y el Espíritu por toda la eternidad, y que las demás
imágenes son formas de enfatizar el sufrimiento que esto provocará. Erickson dice bien
que “si hay una sola característica del infierno, es, en contraste al cielo, la ausencia de
Dios y la expulsión de su presencia. Es una experiencia de angustia intensa, sin
importar si implica dolor físico o mental o los dos” (Theology [Teología], 1242).[1] En
el libro, The Great Divorce [El gran divorcio], C. S. Lewis presenta un cuadro del
C. Un lugar de sufrimiento
Sea lo que sea el significado de estos símbolos, generalmente hay concordancia
que “la realidad será peor que los símblos” (Hoekema, Bible [Biblia], 273). Pinnock
dice que “si el fuego es una imagen bíblica, implica algo terrible, aun si es una
metáfora” (Response, 37). Como comenta Blanchard: “Aun si podemos comprobar que
el ‘fuego’ y ‘el gusano’ son metáforas, no habríamos removido ni una iota de su horror o
terror” (141).
El punto es que sea lo que sea, el significado de estas imágenes, el infierno será un
lugar de sufrimiento. Habrá “lloro y crujir de dientes”[2] (Mateo 8:12; 13:42, 50; 22:13;
24:51; 25:30; Lucas 13:28), que demuestra el sufrimiento consciente (Grudem,
Theology [Teología], 1148). Parece imposible excluir algún tipo de sufrimiento físico,
siendo que a los malvados se les dará cuerpos y serán echados al infierno con cuerpo y
alma (Mateo 10:28). El punto principal, sin embargo, parece ser el sufrimiento mental,
como “la amargura del remordimiento y la ausencia total de esperanza debido a la
autocondenación” (Hoekema, Bible [Biblia], 268). Habermas y Moreland piensan que
“el sufrimiento del dolor será debido a la vergüenza y lástima resultante del castigo del
la exclusión absoluta y sinfin de la presencia de Dios y su reino; junto con la buena vida
que representan y para la cual fuimos creados en el principio. Los ocupantes del
infierno sentirán el remordimiento trágico de todo lo que han perdido”. Las llamas del
infierno “representa la vergüenza humana, el castigo, el pesar, y la angustia” (159-160).
Pablo lo llama “tribulación y angustia” (Romanos 2:9), con tribulación refiriéndose a
aflicciones corporales y congoja que acompaña la angustia y tormenta mental.
El infierno es verdadero y su sufrimiento no es nada ficticio. Cualquiera que sea
su naturaleza, es peor que la muerte física (Mateo 10:28; 18:6; Hebreos 10:28-31), de
veras, peor que la noexistencia en sí (Mateo 26:24). Sin embargo, aunque este
sufrimiento no puede ser otra cosa que la retribución y el castigo, es decir, la maldición
de Dios a los malvados porque lo merecen, no debemos pensar en Dios torturando
activamente los que están en el infierno. Como Habermas y Moreland lo han explicado:
“Habrá una verdadera y eterna tormenta mental y física en grados diferentes conforme a
la vida que vivió la gente aquí en la tierra. Pero la esencia de aquella tormenta es
relacional en su naturaleza: la expulsión del cielo y todo lo que representa” (170).
[1]- Por otro lado, Blanchard dice que el fuego podría simbolizar la presencia de Dios en el infierno como Dios de ira,
un fuego consumidor. La separación del pecador de la presencia del amor de Dios y de su gracia (158-162) .
[2]
- Blanchard (156) piensa que “crujir de dientes” representa la ira — contra Dios, el Diablo, y contra uno mismo
(vea Job 16:9; Hechos 7:54).
[3]- Algunas formas de aniquilacionismo se llama “inmortalidad condicional” pero la distinción no es importante para
nuestros propósitos. Vea a Grudem, Theology [Teología], 1150; Erickson, Theology [Teología], 1244-1245.
[4] - Esto es paralelo a la idea de grados de premio o galardón y no tiene nada que ver con la diferencia en cuanto a
duración del tiempo en el cielo. Los premios son iguales en duración (eternos) pero diferente en cuanto a su
intensidad.
[5]- Debemos notar que una aniquilación en el día del juicio no hace justicia a la enseñanza bíblica en cuanto a estos
grados de castigo; ni tampoco la idea de un castigo temporal conforme a la gravedad del pecado, si la aniquilación es el
castigo final.