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Ciudad segregada: el trazado de la

desigualdad en Madrid
Un estudio publicado en la ‘Revista Española de
Sociología’ determina que el puente de Vallecas y otras
fronteras físicas perpetúan las diferencias entre barrios
MIGUEL EZQUIAGA FERNÁNDEZ
Madrid - 24 DIC 2023

El suelo vibra por un instante. Como si un temblor sísmico hubiera sacudido


fugazmente la casa y el cuerpo de Jan Sanz (38 años). El fenómeno se hace sentir cada
noche, y su origen no es geológico, sino que se debe al ir y venir de los camiones sobre
el puente de Vallecas, un paso elevado de la M-30 con medio siglo de historia. La junta
del distrito reclamó la semana pasada el desmantelamiento de esta frontera de
hormigón, una de las barreras físicas que perpetúan las diferencias económicas, según
un estudio publicado en el último número de la Revista Española de Sociología (RES).
“De este lado estamos los pobres, y del otro, los ricos”, sentencia Sanz, señalando hacia
el barrio de Adelfas, donde la renta anual media es 10.000 euros superior.

Cauces socioespaciales: la segregación y el arraigo en Madrid, elaborado con


financiación del Fondo Social Europeo por los sociólogos Daniel Sorando (Universidad
de Zaragoza) y José Ariza de la Cruz (Universidad Complutense), sirve para revelar
secretos que la ciudad esconde. Algunos pueden identificarse con tan solo mirar un
mapa, como el hecho de que el mayor desequilibrio social entre barrios contiguos se
produzca allí donde median infraestructuras viarias. Es el caso de San Diego y Adelfas,
pero también de Legazpi y Entrevías o Palomas y Canillejas, donde se da la mayor
diferencia de renta de la capital, unos 14.900 euros anuales. Otras realidades
permanecen todavía más ocultas: solo el 3% de los residentes en uno de los cinco
barrios más ricos de Madrid se desplaza cotidianamente a uno de los cinco más
empobrecidos.

“Las barreras crean guetos. Cuando esas fronteras desaparecen, la tendencia siempre
será a mezclarse y las rentas se parecerán más”, reflexiona Ariza de la Cruz. Formulada
por Más Madrid, la propuesta del derribo del puente de Vallecas ya contó hace dos años
con el respaldo unánime del pleno de Cibeles. Sin embargo, el anteproyecto encargado
en su momento por el Ayuntamiento fue descartado en última instancia. La delegada de
Obras, Paloma García Romero, argumentó: “Se trata de una inversión muy grande para
que el peatón gane poco espacio. No compensa”. La postura del equipo consistorial no
ha cambiado desde entonces. Álvaro Fernández, ingeniero de caminos y concejal de
Más Madrid, sostiene: “Esa cerrazón viene de querer soterrar el trazado del escaléxtric,
manteniendo el volumen de vehículos, pero eso generaría un elevado coste en
afecciones a las infraestructuras de Metro y Adif que no están dispuestos asumir. La
clave es reducir el número de coches y redirigir el tráfico”.
Una fina capa de hollín cubre la terraza de Sanz, y las incansables luces del tráfico se
cuelan dentro del domicilio. Este celador barcelonés, que se mudó hace seis años a
Madrid, explica que escogió el piso por su precio moderado: “Los propietarios siempre
se han portado muy bien conmigo, pero es duro, no puedo abrir las ventanas casi ni para
ventilar por el ruido y la contaminación. En esta casa, el aire acondicionado está puesto
desde mayo”. Y agrega: “Si el puente va a quedarse, que al menos se cuide como es
debido. Tiene muchísimos nidos de palomas, que lo ensucian todo, e infinidad de
goteras. Pero esto es Madrid sur, ¿a quién le importamos?”. En la calle se suceden los
locales comerciales cerrados: una carnicería halal, bares, tiendas de ultramarinos,
mercerías. Tras ellos refulgen los bloques de oficinas y un Corte Inglés.

Amazon, Mahou, Ericsson, la Empresa Municipal de Transporte (EMT) o Repsol han


fijado sus flamantes sedes en la orilla opuesta del puente, donde Vallecas pierde su
nombre y comienzan los distritos de Retiro y Arganzuela. Las grúas de la inmobiliaria
Colonial trabajan sin descanso para terminar antes del verano un campus que fusionará
56.000 metros cuadrados de oficinas con 370 estudios, la mayoría de un solo
dormitorio, que ya se ofrecen por 1.200 euros mensuales. La oferta de vivienda nueva
no deja de crecer. Y los alquileres se encarecieron en noviembre un 7,5% con respecto
al mismo mes del año pasado, según Idealista. “La zona está cambiando mucho”, admite
Eva Moratalla, una psicóloga de 36 años, mientras pasea a su perro. “El puente es una
barrera mental. Voy al supermercado de este lado, que me pilla más lejos, solo por no
cruzarlo”, admite.

El viaje de Moratalla es el de toda una generación. Nació en Adelfas, donde todavía


residen sus padres, pero cuando quiso independizarse tuvo que hacerlo en Vallecas.
Solo tras consolidarse profesionalmente ha logrado regresar. La movilidad cotidiana y
residencial (cambio domiciliario) está fuertemente condicionada por las relaciones
familiares, pero también por la cercanía espacial, como se desprende de la investigación
publicada en la Revista Española de Sociología, basada en la última Encuesta
Domiciliaria de Movilidad de la Comunidad de Madrid (2018). No obstante, las barreras
físicas reducen notablemente los flujos entre barrios, por muy próximos que estos se
encuentren. Las fronteras urbanas perpetúan a su vez el desequilibrio económico, indica
Ariza de la Cruz. “La contigüidad no garantiza mezcla ni relación social”, agrega.

La segregación se atenuaría si los diferentes grupos sociales vivieran separados, como


pasa en la mayor parte de las ciudades del mundo, pero se relacionasen unos con otros
durante sus desplazamientos cotidianos. En cambio, ese contacto se ha roto en una urbe
atravesada por costurones. La clase trabajadora realiza un 13% de sus viajes diarios a
zonas de rentas altas, el doble de lo que sucede en la dirección contraria. Esto se debe a
que la mayor parte de los empleos se concentran en el norte y la almendra central, pero
en todo caso el nivel de interconectividad dentro de Madrid es muy bajo, como
denuncia Ariza de la Cruz. “Esto afecta a la cohesión social. Complica el acceso de los
sectores más precarios a contactos que brinden oportunidades de empleo. Además, tiene
consecuencias políticas. ¿Cómo vas a mostrar empatía hacia los más desfavorecidos si
no conoces a ninguno?”, se pregunta el investigador.

El paso elevado es un símbolo de la vergüenza. “Da cierta sensación de exclusión, de


que estamos separados del resto de la ciudad”, opina Ana Lorenzo (22 años), vallecana
de rancio abolengo y estudiante de Biología. La joven teme que desmontar esta
infraestructura encarezca todavía más el precio de la vivienda, como algunas
asociaciones vecinales denuncian que está ocurriendo en Sant Antoni y Poblenou
(Barcelona) con las superilles. Promovido por la exalcaldesa Ada Colau, el proyecto
consiste en encuadrar varias manzanas en un área urbana mayor, de manera que las
calles interiores se peatonalicen, desviando el tráfico rodado hacia los bordes. La
historia de la gentrificación se cimienta en mejoras bienintencionadas como esa. Ocurrió
en los sesenta en el barrio londinense de Notting Hill. Y en los ochenta con la reforma
del East Village de Manhattan (Nueva York). Bajo el puente con el que a diario se topa
desde pequeña, Lorenzo formula un deseo: “Quiero que Vallecas mejore, pero sin que
eso nos expulse de aquí”.

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