En su decálogo, Martín Luis Guzmán realiza la hazaña de resumir, de forma profunda y
poética, los conceptos en los que, desde su experiencia, debe estar fundamentada la creación literaria. Lo hace evitando los aforismos simplistas y lugares comunes de los que adolecen muchas propuestas similares generadas por escritores de talla mayor y menor a lo largo del tiempo. ¿Quién no desearía reducir a diez fórmulas los preceptos para crear literatura? La palabra clave aquí es “simple” y veo en ello el acierto mayor de este decálogo: creo que el peso y la complejidad de sus tesis reflejan su gran experiencia y la elevada calidad de su obra literaria. Comprender cabalmente estos conceptos, intuir y analizar sus implicaciones, y tener éxito en llevarlos a la práctica debiera ser el un punto de partida para todo escritor. En gran medida, los puntos que presenta el decálogo se relacionan con lo que antecede la escritura. En el primero, Guzmán invita a “saber interesarse por todas las cosas… hasta las más recónditas alternativas del ánimo…”. Al escribir la novela objeto de esta tesis, he procurado internarme, a través de la mirada del protagonista, en la profundidad de sus experiencias, de lo que implica “vivir” para una persona con sus características y con la problemática que enfrenta. Esto va ligado con el segundo punto que propone: “aislar dentro del panorama de lo interesante aquello que permita al novelista descubrir esencias reveladoras de lo que el hombre es”. El tercero y cuarto incisos apuntan a las funciones de la literatura: “¿se tiene un propósito literario ajeno, en todo lo posible, a la actualidad social que de lejos o de cerca nos rodea?”. Y “buscar en lo más cercano y propio, o sea en lo nacional, la expresión de esencias universales”. En este sentido, contemplo al protagonista de la novela como un “ciudadano del mundo”; una persona enclavada en la realidad de un segmento medio de la sociedad en la Ciudad de México, ya imbuido, por su educación universitaria, así como el medio en que trabaja, de las influencias culturales provenientes de Europa y los Estados Unidos. La forma en la que éstas conviven e interactúan con su pensar y sentir son un tema subyacente a la novela. En cuanto a los temas expuestos en los puntos cinco, seis, siete y ocho, tocan el arte de escribir, el estilo. De manera específica, versan sobre el dominio que el novelista debe tener de la lengua, sobre la consciencia del nivel de estos conocimientos, así como sobre la noción de que forma y fondo están entrelazadas y no pueden ser considerados como dos aspectos independientes. En este bloque, “no confundir lo permanente con lo que en ello haya de transitorio o superficial” me parece uno de los consejos más complicados de poner en práctica porque en ocasiones se requieren décadas para diferencial lo pasajero de lo transcendente. Sin embargo, realizar este análisis, delinear trama, personajes y eventos de la novela con esta perspectiva en mente me parece indispensable. Por último, rehuir imitar a nadie, no envanecerse con la propia obra considerándola inmejorable y dejar libre al crítico, me parecen recomendaciones en tanto evidentes y, sin dudar de su importancia, me da la impresión de que fueron incluidas más por completar el decálogo que por brindar información capaz de impulsar la visión, estética y el oficio del escritor, como considero de los puntos anteriores.