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A.lapple, El Misterio Del Cordero
A.lapple, El Misterio Del Cordero
Jesucristo será designado con derecho con su primer título "el testigo fiel" (Ap 1,5;
2,13; 3,14). En los estremecedores cambios y desconciertos de los acontecimientos, la
fidelidad de Jesús es el contrapunto que persiste. El testigo fiel Jesucristo está presente
cuando todo parece fracasar y cuando parece que el poder de las tinieblas empieza a
triunfar sobre la comunidad de los cristianos. En el misterio de la salvación, la fidelidad
y el testimonio de Jesús suscitan su resurrección. El es "el primogénito de entre los
muertos" (Ap 1,5). Jesús ha cumplido su propia palabra y por su resurrección y las
apariciones sucesivas ha borrado el escándalo de la cruz. Ya todo poder político queda y
quedará sin fuerza ante el resucitado así como ante la comunidad de sus discípulos.
Lo que este Jesús significa para su comunidad queda claro en la afirmación siguiente:
"El nos ama, nos ha liberado con su sangre de nuestros pecados y ha hecho de nosotros
un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,5b-6). La dignidad que Jesucristo da
a los suyos es única e incomparable. Sin embargo, liberarnos de culpa y reconciliarnos
con Dios no es el objetivo final. Liberación y reconciliación se dirigen a la liturgia
grande y definitiva de alabar y glorificar a Dios "por los siglos de los siglos" (Ap 1,6).
La comunidad de los creyentes aquí en la tierra está en una situación de espera y su
tema dominante fundamental es "Maranatha" (Ap 22,7.12.17.20). Es la oración del fiel,
que se pronunciará en toda circunstancia y a pesar de todo, porque los cristianos pueden
fiarse siempre de Jesucristo, el testigo fiel, incluso en la situación más desesperada.
Por el hecho de que el vidente ve al cordero como degollado (Ap 5,6) queda
cristificado. Entonces pueden asociarse también bajo este aspecto los otros conceptos ya
conocidos, el siervo de Dios que expía y el cordero pascual. En el lenguaje simbólico se
pueden suscitar muchos pensamientos, pero el cordero del Apocalipsis evoca ante todo
los rasgos de soberanía victoriosa.
La figura apocalíptica simbólica del cordero por consiguiente, no hay que referirla sólo
al siervo de Dios crucificado. Ella posee una transparencia múltiple al permitir
manifestar tanto el anonadamiento de la cruz como la gloria de su exaltación, e incluye
la riqueza histórica de Jesucristo hecho hombre, crucificado y resucitado.
Como después de una fuerte tempestad de pronto aclara y brilla un cielo azul, de modo
parecido cambia totalmente la escena en el Apocalipsis de Juan desde el capítulo 20
ALFRED LÁPPLE
hasta el 21 y 22. Hasta ahora la turbulencia del tiempo final que tendía siempre hacia
nuevos puntos culminantes mantenía en vilo la expectación del lector. Esta turbulencia
atroz fue vencida cuando el cordero abrió los siete sellos (Ap 6,1 ss) hasta
desenmascararla del todo en el juicio final (Ap 20, 11-15). Entre ambos versículos (Ap
20,15 y Ap 21,1) se introduce un silencio lleno de esperanza. Ahora no sólo ocurre un
cambio total de escena. Ahora todo lo que Dios en amor y bondad regala a su creación
salvada alcanza su punto culminante, permanente e insuperable. Después de todos los
acontecimientos terribles empieza una época nueva y definitiva en la historia de la
salvación: " Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva porque el primer cielo y la
primera tierra desaparecieron" (Ap 21,1).
La boda del cordero con la nueva Jerusalén puede verse en la mística de la boda y de la
novia, que ya resuena con majestuosos acordes en el antiguo testamento (Is 50,1; 54,5;
62,5). El amor y la comunidad conyugal en el antiguo testamento son siempre imagen
de la alianza entre Dios e Israel. Estas manifestaciones alcanzan su culminación en el
nuevo testamento (Ef 5,22-6,9) en donde se encarece el amor, la solicitud y la
compenetración de Cristo con su iglesia. La comunidad de la gracia y del amor está
cimentada en "los de las doce tribus de los hijos de Israel" (Ap 21,12) y en "los nombres
de los doce apóstoles del cordero" (Ap 21,14). A él pertenece aquella "muchedumbre
inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas" (Ap 7,9).
La proclamación de la "boda del cordero" (Ap 19,7.9) participa del secreto de la boda
mística eterna, ya que el esposo, Cristo, y la esposa, el pueblo de Dios, "se hacen una
sola carne " (Gen 2,24). El catálogo entero de las piedras preciosas conocidas en la
antigüedad (Ap 21, 19-21) no alcanza para poder describir el amor de Cristo y de la
comunidad salvada. En otra visión se manifiesta la magnificencia del comienzo del
paraíso (Ap 22,1-5.14.19) para poder atisbar los designios del amor de Dios con la
creación. Es una liturgia de boda grandiosa, sin fin (Ap 21,1-22,5) que será transcrita
con balbuceo de asomo gozoso.