Está en la página 1de 33

Te quedan 9 artículos SUSCRÍBETE

gratis este mes

La orilla que separa México de Estados Unidos es un trajín de personas


sin papeles. Solo en marzo, llegaron 18.000 niños y adolescentes no
acompañados. En Roma, uno de los puntos más activos de la frontera de
Texas, EL PAÍS es testigo de cómo una decena de embarcaciones cruzan
en una noche

El Río Bravo se desborda


de menores no acompañados
TEXTO: LUIS PABLO BEAUREGARD | FOTO | VIDEO: HECTOR GUERRERO

ROMA, TEXAS
03 ABR 2021 - 20:45 CST

43

–”A ver: calmados, calmados”.

La voz del coyote llega desde el río Bravo segundos antes de que la balsa de
plástico, con más de una decena de migrantes centroamericanos a bordo, toque la
orilla de Texas, en Estados Unidos. Faltan unos minutos para las nueve de la noche.
El cielo tiene un tono gris que iguala los colores del agua y las nubes. La luz se ha
ido y es imposible ver el rostro de quien habla.
–”Ya llegamos al lado americano. Todos juntos. Cuidado con los chavos, ayuden a
los chavos…”, dice con tono optimista el hombre que maniobra el remo. Antes de
que los pasajeros comiencen a desembarcar, el sujeto los reúne en la proa. Saca un
teléfono celular, enciende la luz y pide a todos repetir al unísono para grabarlos en
vídeo: “Últimos 13 de la clave pericos”. Un código que es también una prueba de
vida con la que el traficante de personas da por concluido un periplo que, para
decenas de migrantes, dista mucho de acabar.

Texas (EE UU)

San Antonio

Donna
Roma
Brownsville
Monterrey

MÉXICO

Golfo de
México
México
D. F.

Océano
500 km
Pacífico

EL PAÍS

Un puñado de agentes de la policía estatal y la patrulla fronteriza estadounidense,


parte de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP, por sus siglas en
inglés) observa con resignación la escena a menos de dos metros con lentes de
inglés), observa con resignación la escena a menos de dos metros con lentes de
visión nocturna. El flujo de personas ha aumentado, según uno de los

uniformados, desde hace tres o cuatro semanas. Desde entonces, los integrantes de
distintas fuerzas estatales y federales son testigos de primera mano de la crisis. En
varios puntos como este ven a los tratantes de personas dejar del lado
estadounidense a cientos de inmigrantes, quienes se entregarán a las autoridades
con la esperanza de que se les permita permanecer en este país. No hay violencia
ni uso de la fuerza. Es lo cotidiano.

La caída del sol marca el inicio del trajín a lo ancho del río que divide México y
Estados Unidos. El pasado marzo ha sido el mes con más inmigrantes en 15 años.
En total llegaron a la frontera sur de Estados Unidos 171.000 personas, según
cifras provisionales. Cerca del 11% son menores que han hecho el viaje sin
acompañante, un grupo que crece y amenaza con desbordar la situación. En la
ciudad de Roma (Estado de Texas), en la ribera del río Bravo, uno de los puntos
más activos a lo largo de la frontera, todas las noches sin falta cruzan hasta 50
pequeñas embarcaciones. Solo en la del martes llegaron 216 personas en tres
horas.
Leticia, con siete meses de embarazo, se queja de fuertes dolores con un policía estatal tras
cruzar el río Bravo en balsa con su hija Elizabeth.
Una salvadoreña con su hijo en brazos se entrega a los agentes tras llegar de Ciudad Miguel
Alemán, en el estado mexicano de Tamaulipas.
Agentes federales y estatales guían a los migrantes hasta los autobuses que los
transportarán a los centros de detención.
Los agentes migratorios separan a los migrantes en grupos para registrarlos. De un lado las
familias y de otro los menores no acompañados.
Los agentes fronterizos no empuñan armas durante la vigilancia de los cruces ilegales entre
México y Estados Unidos.
Un padre sostiene a su hijo mientras el resto de su familia desciende de una lancha inflable.

Centenares de ciudadanos centroamericanos arriban a Roma, Texas, cada noche tras


caminar por caminos rurales.

“¿Cuántos te quedan?”, pregunta en español y con una acostumbrada indiferencia


un agente de la policía estatal de Texas a uno de los coyotes. “26 y acabo”, le
responde la voz, que comienza a alejarse hacia la orilla que es Ciudad Miguel
Alemán, en el Estado mexicano de Tamaulipas. Los migrantes en tierra ya en el
lado estadounidense esperan en pie con una sonrisa cansada y algo de
desconcierto. El grupo comienza a hacerse más numeroso. No saben qué hacer ni
qué esperar.
Una niña salvadoreña se acerca al periodista. “Por favor, yo me quiero ir con usted
porque mi papá tiene pistola”, dice. Su madre, Saida Yolani, la carga y esboza una
sonrisa a manera de disculpa. “El papá está preso y en estos días sale”, cuenta. “Yo
tengo todo el tiempo para ayudar a la investigación [que harán los agentes de
inmigración] y probar que él nos quiere hacer daño porque ya no quiero estar con
él. Se hizo pandillero, es de la [mara] 18”, añade. Originaria de Ahuachapan, en el
este del país centroamericano, lleva un año huyendo de la violencia de las bandas,
cuyos integrantes le mandan amenazas de muerte a través de su excuñada. Estuvo
escondida en Guatemala hasta que dieron con ella. Después, subió a Veracruz, en
México, donde estuvo en un albergue de migrantes en el municipio de Oluta. Los
1.000 kilómetros de distancia que puso entre ella y su pasado no fueron suficientes.
El recado de muerte también la alcanzó. Ahora su único equipaje es una copia de
una conversación de WhatsApp llena de amenazas.

Más de 120 personas acompañan a Saida y su hija en la noche de Roma. El grupo es


contenido por las linternas de los agentes estadounidenses. La luz revela la
novísima cara de la emergencia migratoria que afronta la Administración del
presidente Joe Biden. Pese a que la mayoría de las personas que cruzan la frontera
son adultos solos, expulsados casi de forma inmediata, la crisis tiene un rostro
juvenil. El ritmo al que llegan miles de menores de 18 años no acompañados es
cada vez más veloz. Para ellos, el Gobierno actual ha creado una excepción que
impide deportarlos en caliente como se hacía antes. De ahí que en Roma se
observe a decenas de hombres y mujeres adultos que emprendieron el viaje
cargando infantes con la esperanza de que estos sean la llave de entrada.

El año fiscal de 2021, que en EE UU va de octubre de 2020 a septiembre del actual,


se encamina a romper todos los récords recientes. En seis meses han ingresado a
Estados Unidos 47.729 menores no acompañados, una cifra que supera el total de
arribos durante 2020 y rebasa la mitad de ingresos de niños y adolescentes solos
para 2019 (80.634). Aún queda un semestre por delante. En febrero llegaron
9.297 menores, un incremento de un 98% comparado con octubre (4.690). En
marzo fueron 18 800 según cifras provisionales publicadas el viernes No se había
marzo fueron 18.800, según cifras provisionales publicadas el viernes. No se había
visto tal dimensión de este fenómeno desde mayo de 2019, durante el Gobierno del

republicano Donald Trump. Entonces fueron procesados 11.861 niños y niñas en la


línea fronteriza.

Consultado sobre el nuevo hito de la emergencia migratoria, un portavoz de la


oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental del Departamento de Estado se
limita a responder que el “Gobierno de Estados Unidos está comprometido con un
proceso migratorio seguro, ordenado y humano”. Esta política ha sido definida en
una serie de órdenes ejecutivas promulgadas por el presidente Biden a inicios de
febrero. Entre ellas, una específicamente orientada a reunificar a entre 600 y 700
menores separados de sus padres al llegar a Estados Unidos por la política
migratoria de Trump. Alejandro Mayorkas, el secretario de Seguridad Nacional,
explicó a mediados de marzo que la Administración ha puesto fin a política del
republicano de expulsión de todo menor de 18 años no acompañado.
Una familia camina por un camino rural de La Joya, Texas. En video, familias de migrantes cruzan el río Bravo para
entregarse a las autoridades migratorias.
HECTOR GUERRERO

“Toma agua, mamá. ¡Toma agua, por favor!”, suplica Elizabeth, de siete años. Su
madre, Leticia, llora sonoramente detrás de un matorral. La mujer, salvadoreña de
27 años, emite doloridos sollozos que incomodan a quienes la rodean. Viste una
blusa de flores y una chamarra. Entre lágrimas se toca el abultado vientre. Está
embarazada de siete meses. “El bebé no se mueve, yo lo que quiero es que un
doctor me vea”, ruega. En minutos, el llanto se convierte en arcadas que la obligan
a ponerse en cuclillas. El ambiente se tensa a escasos metros de la ribera. Los
policías tejanos piden una ambulancia. Poco antes, Leticia afirmaba haber sido
secuestrada en México. “Me tuvieron un mes encerrada. Buscaban meterme
pastillas a la fuerza y me las estuve tomando… y así hasta que yo pude salir porque
Dios me ayudó”, dice.

“Vengo huyendo de mi país”, afirma Leticia, quien salió en enero de Santa Rosa de
Lima, en el departamento de La Unión. “Yo no me voy a regresar para atrás. Corro
mucho peligro. A mi mamá la mataron allá en El Salvador”, dice desesperada. Una
hora después, la mujer es atendida por paramédicos. Miembros de la CBP
aseguraron a este periódico que su vida y la del bebé estaban fuera de peligro.
Hasta febrero, cuatro de cada diez familias inmigrantes eran retornadas
velozmente, en un plazo de 72 horas, a sus países de origen. El porcentaje de
devoluciones era aún mayor para los adultos que llegaron solos. Pero la ola
reciente ha ralentizado un proceso para deportar que Biden dejó intacto de la era
Trump, justificándose en la pandemia.

La abogada Jasmin Singh, experta en temas migratorios, considera que la situación


ha cambiado porque los traficantes de personas, los coyotes, se han encargado de
propagar el mensaje de que Biden ha abierto las puertas de Estados Unidos. “Esto
no es cierto, pero es lo que se ha comunicado en los pueblos de Honduras y El
Salvador, zonas muy golpeadas por la violencia y la crisis económica de la covid”,
asegura la analista. Esto ha llevado a que miles de padres desesperados crean que
es la mejor ocasión para poner a sus hijos en manos de los traficantes de personas.
Todos los ocupantes de la Casa Blanca han tenido que enfrentarse a este
fenómeno recurrente. Barack Obama, por ejemplo, lidió con la llegada de cerca
de 70.000 jóvenes no acompañados en sus ocho años de mandato.

Un portavoz del Departamento de Estado afirma que Estados Unidos trabaja de


cerca con sus aliados en la región para superar la situación. “La colaboración es
clave para abordar el flujo de mexicanos y centroamericanos, quienes son la
mayoría de quienes cruzan de forma ilegal a Estados Unidos”, afirma en un correo
electrónico.

Los migrantes de Roma son separados. 37 menores no acompañados, muchos de


ellos adolescentes, del lado izquierdo. Al otro hay una fila de 91 personas. Casi
todos los adultos cargan en brazos a un menor. Los agentes ordenan meter
teléfonos y objetos personales en una bolsa de plástico transparente. Los viajeros,
quienes consideraban finalizada una enorme travesía, comienzan otra.

Un autobús blanco los transporta a los centros de detención de la CBP, que deben
enviar en un máximo 72 horas a los menores a instalaciones a cargo de la
Secretaría de Salud. Algunos de estos lugares se han convertido esta semana en el
centro de encendidas polémicas. Un grupo de 19 senadores republicanos, entre
ellos los tejanos John Cornyn y Ted Cruz, visitaron el 26 de marzo las instalaciones
de la CBP en la ciudad fronteriza de Donna, en Texas. Durante el recorrido, los
legisladores vieron condiciones de hacinamiento en las edificaciones
temporales y cientos de menores en jaulas. Eran escenas similares a las que
provocaron la ira de los demócratas durante el Gobierno de Donald Trump.

El centro provisional de Donna fue abierto en febrero mientras se realizaban


obras en las instalaciones de detención de la ciudad de McAllen. Hasta mediados
de esta semana, el sitio tenía 3.400 menores no acompañados. Algunos espacios
del complejo albergaban a más de 500 personas pese a que los protocolos
del complejo albergaban a más de 500 personas pese a que los protocolos

sanitarios recomiendan un máximo de 32. Las autoridades han admitido que el


14% de los menores ingresados allí han dado positivo al coronavirus.

El senador Ted Cruz, uno de los más radicales en sus posturas frente a la
inmigración, dijo que las “políticas de puertas abiertas” de Biden han creado una
“amenaza de salud pública y una crisis de seguridad nacional nunca antes vista”. Su
visita fue ampliamente replicada por los sectores más conservadores y forzó al
Gobierno demócrata a permitir la entrada de una cámara de la agencia Associated
Press a retratar las condiciones del centro.

Un recorrido por fuera de las instalaciones, fuertemente custodiadas, muestra la


situación. Un numeroso equipo de obreros trabaja para replicar las gigantescas
carpas temporales, asentadas en grandes tierras de cultivo, y así poder aumentar
la capacidad del centro de Donna. No se prevé una pronta disminución de la ola
migratoria.
Toma aérea de un camino rural en Peñitas, Texas, donde agentes se preparan para subir a un
autobús a un grupo de migrantes el 1 de abril.
Estela, una madre mexicana, caminó varios días por la zona del río hasta que desistió y se
entregó a las autoridades.
Una madre hondureña camina con su hija por la zona de La Joya, Texas.
La Administración Biden ha modificado las reglas para los peticionarios de asilo, quienes
deben de argumentar frente a un juez su caso.
Yuri Andrade y su hija Rosy, esperan poder tomar un autobús en la central de Brownsville.
Tras cuatro días en el centro de detención.

Los detenidos f eron re nidos en n parq e del condado de Hidalgo para desp és ser
Los detenidos fueron reunidos en un parque del condado de Hidalgo para después ser
trasladados a uno de los centros de detención de Texas.

Fue un golpe de suerte el que permitió a Yuri Andrade, de 24 años, seguir en suelo
estadounidense. Como la mayoría de los detenidos en la línea fronteriza, esta
hondureña originaria del departamento de Olancho, estuvo brevemente en un
centro de detención. “El lunes me tiraron a la hielera [como llaman a los centros
de detención por sus bajas temperaturas] y el martes Dios se manifestó conmigo”,
cuenta. Ella y su hija de cinco años, que pagaron 6.000 dólares (5.100 euros) a un
coyote para llegar a EE UU, eran las últimas de una enorme fila que alimentaba
uno de los aviones de la agencia federal encargada de las deportaciones (ICE, por
sus siglas en inglés) que tenía como destino Centroamérica. Un billete de vuelta a
la pesadilla. Pero no cupieron en la aeronave que las iba a expulsar.

Para algunos el periplo termina en Brownsville, una ciudad a 180 kilómetros de


Roma, en la boca del Golfo de México. Andrade y su hija, Rosy Careli, esperaban
allí el autobús. Fueron trasladadas ahí desde uno de los centros de detención de
Texas; no sabe cuál Su esposo las aguarda en Dallas una de las ciudades más
Texas; no sabe cuál. Su esposo las aguarda en Dallas, una de las ciudades más
pobladas del norte del Estado. “De mis compañeros no supe nada. Aquí solo hay

una persona más que venía con nosotros”, dice en la estación de camiones. Dentro
de unas semanas tendrá que comparecer ante un juez para argumentar su caso y
evitar ser enviada de vuelta a Honduras. Si no se presenta, pasará a sumarse a los
millones de inmigrantes que viven en las sombras.

Rosy Careli dibuja con crayolas una hoja en blanco. Alguien ha regalado a todos los
niños que esperan en la estación unas alas de mariposa. Ella no se las quita. Es un
gesto de la inocencia que pervive después de la traumática experiencia. “La niña
está feliz. Somos un milagro”, dice su madre.

Créditos

Texto: Luis Pablo Beauregard

Foto y Video: Héctor Guerrero

Edición video: Adriana Kong

Diseño - Desarrollo web: Alfredo García

ARCHIVADO EN:

Migración Fronteras México Estados Unidos Inmigración Irregular Joseph Biden Infancia
Menores Migrantes
MÁS INFORMACIÓN

La esperanza en Biden
termina en la frontera

Biden reabrirá el
ADMINISTRACIÓN BIDEN
programa para reunir a
menores centroamericanos
con sus padres en Estados
Unidos

¿Y TÚ QUÉ PIENSAS? (43) Normas

También podría gustarte