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MUERTE EN EL DESIERTO

POR JORGE SANTIBÁÑEZ ROMELLÓN

Los desplazamientos migratorios de mexicanos hacia y desde


Estados Unidos ocurren en un contexto de desorden que nadie
controla, nadie gobierna y nadie ordena. Los escasos programas
para encauzar el proceso resultan desproporcionadamente
insuficientes respecto a la magnitud del fenómeno o bien se
circunscriben a ámbitos como el de la seguridad, ajenos a los
factores sociales y económicos que propician los
desplazamientos.

Entre México y Estados Unidos hay un mercado laboral


binacional, en el que el país del norte ofrece empleos a los
jóvenes mexicanos que no tienen ni tendrán en el futuro cercano
condiciones de arraigo en sus lugares de origen. A la vez, existen
unas redes sociales y familiares consolidadas en ambos países
que soportan los desplazamientos migratorios. En la práctica, el
proceso migratorio es gobernado por el libre y no regulado juego
de la oferta y la demanda, que genera unas condiciones de
profunda asimetría y de carencia de poder para el migrante en
relación con el resto de los actores del proceso (prestadores de
servicios, autoridades mexicanas o estadunidenses, empleadores,
etcétera).

Una de las expresiones más dolorosas de dicha asimetría, sobre


todo para aquellos que carecen de la documentación necesaria
para entrar o trabajar en Estados Unidos, es la vulnerabilidad que
les acompaña a lo largo de casi toda su experiencia migratoria. El
migrante está en condiciones de riesgo y de desprotección
constantes, y son amplios los espacios para eventuales abusos.
Empiezan cuando la persona que emigra cierra la puerta de su
casa y se despide de sus familiares y amigos, y concluye cuando
por fin regresa (si es que logra regresar) o se establece en
Estados Unidos de manera regular (si es que logra hacerlo). De
esta forma, un proceso que contribuye al desarrollo de las
regiones de salida y llegada de los migrantes, que fortalece la
economía de ambos países, se ha convertido en un fenómeno en
el que año con año fallecen cientos de personas, muchas más
sufren accidentes, otras abuso o extorsión, y en el cual
absolutamente todas viven la experiencia de migrar en
condiciones de zozobra que las marcan para el resto de su
existencia. ¿Por qué buscar un mejor nivel de vida, sin quitarle el
empleo a nadie, sin perjudicar a nadie, se convierte en una
experiencia que puede costar la vida?

Históricamente, son muchos los factores que han contribuido a


hacer de la migración de México a Estados Unidos un proceso
riesgoso, como la falta de mecanismos ordenadores de los flujos
humanos que permitan que los migrantes se desplacen por vías
seguras, ordenadas, previsibles y acordadas entre los dos países.
La escasez de programas de protección suficientes y las medidas
unilaterales, sobre todo por parte de Estados Unidos, han
incrementado los riesgos para los migrantes. Pero fue a partir de
los años noventa, paradójicamente cuando ambos países
suscribieron un acuerdo comercial que contribuiría a una relación
más armónica, cuando los riesgos aumentaron de manera
considerable. De esta forma, la década del Tratado de Libre
Comercio — cuando se esperaba la generación de empleos y la
disminución de la migración mexicana en el mediano plazo,
coincidió con el momento en que más crecieron la migración
indocumentada y la presencia de mano de obra mexicana en
Estados Unidos, y también la que registró un mayor número de
migrantes fallecidos en su intento por cruzar la frontera.
Hay dos factores que se relacionan de manera directa con el
incremento de los riesgos: el desarrollo, por parte del gobierno
estadunidense, de programas rígidos de control de la frontera y la
ausencia de programas eficientes de protección de migrantes.

En la década de los años noventa, y sobre todo en la segunda


mitad de la misma, el gobierno de Estados Unidos apostó por el
control rígido de la frontera como mecanismo ordenador de los
flujos migratorios indocumentados. Así, se desarrollaron
programas que fortalecieron la presencia humana y tecnológica
en distintos puntos de la frontera, bajo la idea —tal como se
señala en documentos internos del entonces Servicio de
Inmigración y Naturalización de Estados Unidos, hoy adscrito al
Departamento de Seguridad Interior— de que esto inhibiría los
flujos migratorios o los desviaría hacia otras zonas.

El programa de control fronterizo de impactos más negativos es el


denominado Operación Guardián (Gatekeeper Operation), que
inició en 1993 y se desarrolló en la región noroeste de la frontera,
en la zona colindante con la ciudad de Tijuana. Dicho programa
consistió en la construcción de una barda metálica, a la que se
sumó posteriormente una barda de concreto, a lo largo de
cincuenta kilómetros de los tres mil doscientos que tiene la
frontera. En esa zona, el reforzamiento de la vigilancia ha
implicado que se dispongan dos mil quinientos agentes de la
Patrulla Fronteriza fuertemente equipados con sensores de
movimiento y de cuerpos calientes, visores nocturnos y hasta
ocho helicópteros patrullando de forma simultánea.

Los impactos del programa se hicieron evidentes al poco tiempo.


Los migrantes que antes se internaban en Estados Unidos el
mismo día de su llegada a Tijuana encontraron mayores
dificultades, pero lejos de declinar en su intento por cruzar la
frontera, desarrollaron nuevas (y más riesgosas) estrategias, con
las siguientes características:

1. Los fallecimientos de los migrantes como producto de la política


migratoria estadunidense. Las zonas de cruce indocumentado se
desplazaron de manera progresiva rumbo al este, en un principio
hacia las localidades de Tecate y luego hacia Mexicali o incluso a
la frontera con Arizona. Uno de los problemas más graves de
estas nuevas rutas es que el cruce subrepticio se comenzó a
realizar por regiones alejadas de las zonas urbanas, de la
infraestructura carretera, de los eventuales servicios de auxilio y
en condiciones climatológicas extremas, por el desierto con
temperaturas superiores a los cincuenta grados en el verano, o
por las montañas con temperaturas hasta de menos quince
grados. Muchos de ellos fallecieron simplemente porque se
perdieron en esas regiones sin el equipamiento mínimo para
hacer frente a condiciones adversas y no fue posible rescatarlos.
La asociación entre estos fallecimientos se muestra con claridad
en el mapa 1. En él aparecen con cruces negras, de tamaño
proporcional al número de fallecimientos en esa zona, los
migrantes que murieron en 1995, cuando el programa aún no
estaba completamente desarrollado. Con cruces rojas, se señalan
los fallecimientos ocurridos en 2001. Se puede observar que las
cruces rojas son más y se localizan con mayor dispersión, e
incluso más al norte, mientras que antes de la plena operación del
operativo los fallecimientos ocurrían prácticamente al cruzar la
frontera por Tijuana, debido sobre todo a accidentes en las
carreteras estadunidenses.

2. La ruta Sonora-Arizona. Más adelante hubo cambios


estructurales en las rutas migratorias. Un buen número de los
migrantes que antes llegaban a Tijuana para desde ahí iniciar el
cruce fronterizo, lo empezaron a hacer por la vía del aeropuerto
de Hermosillo, para trasladarse a la ciudad de Altar en el desierto
sonorense y cruzar por la frontera Sonora-Arizona (ver mapa 2).
Así, el aeropuerto de Hermosillo fue testigo de un incremento
considerable en el número de vuelos que llegaban procedentes
del sur; el servicio de taxis del aeropuerto se dedicó de manera
casi exclusiva al transporte de migrantes a la ciudad de Altar y
ese pequeño poblado transformó su actividad: surgieron
compañías transportadoras de Altar a la frontera, negocios que
reciben dinero para los migrantes (que no se arriesgan a llevarlo
consigo), y pequeños comercios que expenden artículos como
gorras y pequeños maletines para desplazarse en el desierto.
Todo ello ocurre al margen de cualquier autoridad, y se crean o
reproducen espacios de riesgo. De particular importancia en este
escenario de riesgos son las reacciones, tan condenables como
previsibles, de los rancheros de Arizona que llegaron a disparar
sobre migrantes que invadían sus ranchos al perderse en esa
zona carente de señalización y sin la presencia de la Patrulla
Fronteriza.

3. La transformación de los “polleros”. En virtud de la mayor


complejidad asociada al cruce fronterizo indocumentado y en
ausencia de algún mecanismo que otorgue las visas a los
migrantes para que ingresen a Estados Unidos de manera
ordenada, las características del “pollero” o guía de los migrantes
se modificaron considerablemente. El pollero que antes cobraba
doscientos dólares por enseñar al migrante “por dónde correr” el
mismo día de su llegada a la ciudad de cruce, pasó a ser un
pollero que cobra dos mil dólares ya que requiere de hoteles o
casas para alojar a dormir a los migrantes, así como vehículos en
los cuales transportarlos y una red de corrupción con autoridades
locales para que finjan no ver este tipo de actividades. De esta
suerte, el incremento de los riesgos para los migrantes que están
en manos de polleros que ya son parte del crimen organizado, se
deriva de la política migratoria de Estados Unidos que controla la
frontera de manera rígida sin ofrecer alternativas de circulación de
la mano de obra que finalmente emplean.

La construcción estadunidense del pollero como el responsable


casi único de los fallecimientos de los migrantes en la frontera es
sólo parcialmente cierta, y no corresponde a la imagen que los
migrantes tienen de esos polleros. El gobierno estadunidense ha
reclamado de manera sistemática que México no hace lo
suficiente en la persecución de estas organizaciones, sin reparar
en que en la práctica el pollero no existiría si los migrantes
dispusieran de formas autorizadas y ordenadas para cruzar y
trabajar en Estados Unidos.

4. La ignorancia de los riesgos. A pesar de las diferentes


campañas de información que las autoridades mexicanas han
desarrollado para transmitir los riesgos en que incurren los
migrantes en sus desplazamientos, éstas han sido ineficientes por
dos razones básicas.

En primer lugar, hay que señalar que la decisión de migrar es de


gran trascendencia en la vida de un migrante y de su entorno.
Pensar que una decisión de esa envergadura puede modificarse
con campañas de comunicación no es realista. Una vez que el
migrante ha decidido dejar su país nada lo detiene, por lo cual
está dispuesto a correr riesgos si a cambio obtendrá diez veces
los ingresos que capta en México. Ello también explica que los
programas de retorno voluntario de los migrantes a sus regiones
de origen, después de que son capturados por la Patrulla
Fronteriza, no hayan sido exitosos. El migrante no acepta una
acción que pueda calificarse en sus comunidades de origen como
“un fracaso”. Su decisión es firme y por ello intentará cruzar
cuantas veces sea necesario.
En segundo lugar, el migrante no percibe la existencia de esos
riesgos. En una encuesta aplicada por El Colegio de la Frontera
Norte en el año 2000, el 83% no percibió ningún riesgo en su
desplazamiento a la frontera y el 14% veía como principal riesgo
el ser asaltado (lo cual explica que no porten el dinero del viaje
con ellos). En lo que toca a los riesgos asociados al cruce de la
frontera, el 92% de los migrantes —entrevistados ya en la frontera
pero antes de iniciar el cruce— declaró no percibir ningún peligro.

Finalmente, hay que reconocer que, por desgracia, los riesgos


que corren los migrantes mexicanos en su camino a Estados
Unidos forman parte de un proceso más generalizado, a escala
global, en el que los países receptores o de tránsito no son
sensibles a dichos peligros. Esto ha dado lugar a la creación y
expansión de espacios de riesgo sobre los que no se desarrolla
prácticamente ninguna acción o, en el mejor de los casos, se
aplican medidas muy limitadas que no disminuyen los riesgos de
manera sensible. Tal es el caso en la frontera México-Estados
Unidos, en la frontera México-Guatemala o en el Mar
Mediterráneo que funciona como frontera entre los países del
norte de África y Europa.

México, como país de salida, tránsito o llegada de migrantes,


necesita ser congruente pues carece de autoridad para reclamar
una modificación de la política migratoria de Estados Unidos en la
medida en que la propia política inmigratoria consiente o tolera los
abusos sobre los migrantes centroamericanos que escogen
México como destino o país de tránsito. A pesar de que cruzar la
frontera México-Guatemala sin documentos es relativamente
sencillo (se pagan alrededor de tres pesos), los abusos sobre los
migrantes a lo largo del territorio nacional, en su trayecto a
Estados Unidos, han sido ampliamente documentados.
El tema de los riesgos que corren los migrantes en su trayecto a
Estados Unidos plantea para México una relevante tarea. En
apariencia, después de haber elevado el asunto migratorio a los
primeros lugares de la agenda nacional, de haberlo extraído de la
marginalidad en la que permaneció durante años, el actual
gobierno de México apostó a un eventual acuerdo con Estados
Unidos como único mecanismo ordenador del proceso migratorio.
Hoy que esa posibilidad se ha alejado, México no puede
permanecer pasivo ante los riesgos que corren los migrantes en
sus desplazamientos, y es preciso reconocer que la protección de
los migrantes no requiere sólo de la voluntad de Estados Unidos.
En estas condiciones, nada justifica que no se desarrolle un
programa de protección de mayor envergadura que los que se
han instrumentado hasta hoy.

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