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1) La migración entre México y Estados Unidos ocurre sin regulación y genera condiciones de riesgo para los migrantes. 2) A partir de los años 90, la política estadounidense de control fronterizo más estricto forzó a los migrantes a tomar rutas más peligrosas a través del desierto, lo que resultó en más muertes. 3) El endurecimiento de las medidas fronterizas también transformó el papel y las prácticas de los "polleros" o guías de migrantes, haciéndolos parte del crimen organizado y aument
1) La migración entre México y Estados Unidos ocurre sin regulación y genera condiciones de riesgo para los migrantes. 2) A partir de los años 90, la política estadounidense de control fronterizo más estricto forzó a los migrantes a tomar rutas más peligrosas a través del desierto, lo que resultó en más muertes. 3) El endurecimiento de las medidas fronterizas también transformó el papel y las prácticas de los "polleros" o guías de migrantes, haciéndolos parte del crimen organizado y aument
1) La migración entre México y Estados Unidos ocurre sin regulación y genera condiciones de riesgo para los migrantes. 2) A partir de los años 90, la política estadounidense de control fronterizo más estricto forzó a los migrantes a tomar rutas más peligrosas a través del desierto, lo que resultó en más muertes. 3) El endurecimiento de las medidas fronterizas también transformó el papel y las prácticas de los "polleros" o guías de migrantes, haciéndolos parte del crimen organizado y aument
Los desplazamientos migratorios de mexicanos hacia y desde
Estados Unidos ocurren en un contexto de desorden que nadie controla, nadie gobierna y nadie ordena. Los escasos programas para encauzar el proceso resultan desproporcionadamente insuficientes respecto a la magnitud del fenómeno o bien se circunscriben a ámbitos como el de la seguridad, ajenos a los factores sociales y económicos que propician los desplazamientos.
Entre México y Estados Unidos hay un mercado laboral
binacional, en el que el país del norte ofrece empleos a los jóvenes mexicanos que no tienen ni tendrán en el futuro cercano condiciones de arraigo en sus lugares de origen. A la vez, existen unas redes sociales y familiares consolidadas en ambos países que soportan los desplazamientos migratorios. En la práctica, el proceso migratorio es gobernado por el libre y no regulado juego de la oferta y la demanda, que genera unas condiciones de profunda asimetría y de carencia de poder para el migrante en relación con el resto de los actores del proceso (prestadores de servicios, autoridades mexicanas o estadunidenses, empleadores, etcétera).
Una de las expresiones más dolorosas de dicha asimetría, sobre
todo para aquellos que carecen de la documentación necesaria para entrar o trabajar en Estados Unidos, es la vulnerabilidad que les acompaña a lo largo de casi toda su experiencia migratoria. El migrante está en condiciones de riesgo y de desprotección constantes, y son amplios los espacios para eventuales abusos. Empiezan cuando la persona que emigra cierra la puerta de su casa y se despide de sus familiares y amigos, y concluye cuando por fin regresa (si es que logra regresar) o se establece en Estados Unidos de manera regular (si es que logra hacerlo). De esta forma, un proceso que contribuye al desarrollo de las regiones de salida y llegada de los migrantes, que fortalece la economía de ambos países, se ha convertido en un fenómeno en el que año con año fallecen cientos de personas, muchas más sufren accidentes, otras abuso o extorsión, y en el cual absolutamente todas viven la experiencia de migrar en condiciones de zozobra que las marcan para el resto de su existencia. ¿Por qué buscar un mejor nivel de vida, sin quitarle el empleo a nadie, sin perjudicar a nadie, se convierte en una experiencia que puede costar la vida?
Históricamente, son muchos los factores que han contribuido a
hacer de la migración de México a Estados Unidos un proceso riesgoso, como la falta de mecanismos ordenadores de los flujos humanos que permitan que los migrantes se desplacen por vías seguras, ordenadas, previsibles y acordadas entre los dos países. La escasez de programas de protección suficientes y las medidas unilaterales, sobre todo por parte de Estados Unidos, han incrementado los riesgos para los migrantes. Pero fue a partir de los años noventa, paradójicamente cuando ambos países suscribieron un acuerdo comercial que contribuiría a una relación más armónica, cuando los riesgos aumentaron de manera considerable. De esta forma, la década del Tratado de Libre Comercio cuando se esperaba la generación de empleos y la disminución de la migración mexicana en el mediano plazo, coincidió con el momento en que más crecieron la migración indocumentada y la presencia de mano de obra mexicana en Estados Unidos, y también la que registró un mayor número de migrantes fallecidos en su intento por cruzar la frontera. Hay dos factores que se relacionan de manera directa con el incremento de los riesgos: el desarrollo, por parte del gobierno estadunidense, de programas rígidos de control de la frontera y la ausencia de programas eficientes de protección de migrantes.
En la década de los años noventa, y sobre todo en la segunda
mitad de la misma, el gobierno de Estados Unidos apostó por el control rígido de la frontera como mecanismo ordenador de los flujos migratorios indocumentados. Así, se desarrollaron programas que fortalecieron la presencia humana y tecnológica en distintos puntos de la frontera, bajo la idea tal como se señala en documentos internos del entonces Servicio de Inmigración y Naturalización de Estados Unidos, hoy adscrito al Departamento de Seguridad Interior de que esto inhibiría los flujos migratorios o los desviaría hacia otras zonas.
El programa de control fronterizo de impactos más negativos es el
denominado Operación Guardián (Gatekeeper Operation), que inició en 1993 y se desarrolló en la región noroeste de la frontera, en la zona colindante con la ciudad de Tijuana. Dicho programa consistió en la construcción de una barda metálica, a la que se sumó posteriormente una barda de concreto, a lo largo de cincuenta kilómetros de los tres mil doscientos que tiene la frontera. En esa zona, el reforzamiento de la vigilancia ha implicado que se dispongan dos mil quinientos agentes de la Patrulla Fronteriza fuertemente equipados con sensores de movimiento y de cuerpos calientes, visores nocturnos y hasta ocho helicópteros patrullando de forma simultánea.
Los impactos del programa se hicieron evidentes al poco tiempo.
Los migrantes que antes se internaban en Estados Unidos el mismo día de su llegada a Tijuana encontraron mayores dificultades, pero lejos de declinar en su intento por cruzar la frontera, desarrollaron nuevas (y más riesgosas) estrategias, con las siguientes características:
1. Los fallecimientos de los migrantes como producto de la política
migratoria estadunidense. Las zonas de cruce indocumentado se desplazaron de manera progresiva rumbo al este, en un principio hacia las localidades de Tecate y luego hacia Mexicali o incluso a la frontera con Arizona. Uno de los problemas más graves de estas nuevas rutas es que el cruce subrepticio se comenzó a realizar por regiones alejadas de las zonas urbanas, de la infraestructura carretera, de los eventuales servicios de auxilio y en condiciones climatológicas extremas, por el desierto con temperaturas superiores a los cincuenta grados en el verano, o por las montañas con temperaturas hasta de menos quince grados. Muchos de ellos fallecieron simplemente porque se perdieron en esas regiones sin el equipamiento mínimo para hacer frente a condiciones adversas y no fue posible rescatarlos. La asociación entre estos fallecimientos se muestra con claridad en el mapa 1. En él aparecen con cruces negras, de tamaño proporcional al número de fallecimientos en esa zona, los migrantes que murieron en 1995, cuando el programa aún no estaba completamente desarrollado. Con cruces rojas, se señalan los fallecimientos ocurridos en 2001. Se puede observar que las cruces rojas son más y se localizan con mayor dispersión, e incluso más al norte, mientras que antes de la plena operación del operativo los fallecimientos ocurrían prácticamente al cruzar la frontera por Tijuana, debido sobre todo a accidentes en las carreteras estadunidenses.
2. La ruta Sonora-Arizona. Más adelante hubo cambios
estructurales en las rutas migratorias. Un buen número de los migrantes que antes llegaban a Tijuana para desde ahí iniciar el cruce fronterizo, lo empezaron a hacer por la vía del aeropuerto de Hermosillo, para trasladarse a la ciudad de Altar en el desierto sonorense y cruzar por la frontera Sonora-Arizona (ver mapa 2). Así, el aeropuerto de Hermosillo fue testigo de un incremento considerable en el número de vuelos que llegaban procedentes del sur; el servicio de taxis del aeropuerto se dedicó de manera casi exclusiva al transporte de migrantes a la ciudad de Altar y ese pequeño poblado transformó su actividad: surgieron compañías transportadoras de Altar a la frontera, negocios que reciben dinero para los migrantes (que no se arriesgan a llevarlo consigo), y pequeños comercios que expenden artículos como gorras y pequeños maletines para desplazarse en el desierto. Todo ello ocurre al margen de cualquier autoridad, y se crean o reproducen espacios de riesgo. De particular importancia en este escenario de riesgos son las reacciones, tan condenables como previsibles, de los rancheros de Arizona que llegaron a disparar sobre migrantes que invadían sus ranchos al perderse en esa zona carente de señalización y sin la presencia de la Patrulla Fronteriza.
3. La transformación de los “polleros”. En virtud de la mayor
complejidad asociada al cruce fronterizo indocumentado y en ausencia de algún mecanismo que otorgue las visas a los migrantes para que ingresen a Estados Unidos de manera ordenada, las características del “pollero” o guía de los migrantes se modificaron considerablemente. El pollero que antes cobraba doscientos dólares por enseñar al migrante “por dónde correr” el mismo día de su llegada a la ciudad de cruce, pasó a ser un pollero que cobra dos mil dólares ya que requiere de hoteles o casas para alojar a dormir a los migrantes, así como vehículos en los cuales transportarlos y una red de corrupción con autoridades locales para que finjan no ver este tipo de actividades. De esta suerte, el incremento de los riesgos para los migrantes que están en manos de polleros que ya son parte del crimen organizado, se deriva de la política migratoria de Estados Unidos que controla la frontera de manera rígida sin ofrecer alternativas de circulación de la mano de obra que finalmente emplean.
La construcción estadunidense del pollero como el responsable
casi único de los fallecimientos de los migrantes en la frontera es sólo parcialmente cierta, y no corresponde a la imagen que los migrantes tienen de esos polleros. El gobierno estadunidense ha reclamado de manera sistemática que México no hace lo suficiente en la persecución de estas organizaciones, sin reparar en que en la práctica el pollero no existiría si los migrantes dispusieran de formas autorizadas y ordenadas para cruzar y trabajar en Estados Unidos.
4. La ignorancia de los riesgos. A pesar de las diferentes
campañas de información que las autoridades mexicanas han desarrollado para transmitir los riesgos en que incurren los migrantes en sus desplazamientos, éstas han sido ineficientes por dos razones básicas.
En primer lugar, hay que señalar que la decisión de migrar es de
gran trascendencia en la vida de un migrante y de su entorno. Pensar que una decisión de esa envergadura puede modificarse con campañas de comunicación no es realista. Una vez que el migrante ha decidido dejar su país nada lo detiene, por lo cual está dispuesto a correr riesgos si a cambio obtendrá diez veces los ingresos que capta en México. Ello también explica que los programas de retorno voluntario de los migrantes a sus regiones de origen, después de que son capturados por la Patrulla Fronteriza, no hayan sido exitosos. El migrante no acepta una acción que pueda calificarse en sus comunidades de origen como “un fracaso”. Su decisión es firme y por ello intentará cruzar cuantas veces sea necesario. En segundo lugar, el migrante no percibe la existencia de esos riesgos. En una encuesta aplicada por El Colegio de la Frontera Norte en el año 2000, el 83% no percibió ningún riesgo en su desplazamiento a la frontera y el 14% veía como principal riesgo el ser asaltado (lo cual explica que no porten el dinero del viaje con ellos). En lo que toca a los riesgos asociados al cruce de la frontera, el 92% de los migrantes entrevistados ya en la frontera pero antes de iniciar el cruce declaró no percibir ningún peligro.
Finalmente, hay que reconocer que, por desgracia, los riesgos
que corren los migrantes mexicanos en su camino a Estados Unidos forman parte de un proceso más generalizado, a escala global, en el que los países receptores o de tránsito no son sensibles a dichos peligros. Esto ha dado lugar a la creación y expansión de espacios de riesgo sobre los que no se desarrolla prácticamente ninguna acción o, en el mejor de los casos, se aplican medidas muy limitadas que no disminuyen los riesgos de manera sensible. Tal es el caso en la frontera México-Estados Unidos, en la frontera México-Guatemala o en el Mar Mediterráneo que funciona como frontera entre los países del norte de África y Europa.
México, como país de salida, tránsito o llegada de migrantes,
necesita ser congruente pues carece de autoridad para reclamar una modificación de la política migratoria de Estados Unidos en la medida en que la propia política inmigratoria consiente o tolera los abusos sobre los migrantes centroamericanos que escogen México como destino o país de tránsito. A pesar de que cruzar la frontera México-Guatemala sin documentos es relativamente sencillo (se pagan alrededor de tres pesos), los abusos sobre los migrantes a lo largo del territorio nacional, en su trayecto a Estados Unidos, han sido ampliamente documentados. El tema de los riesgos que corren los migrantes en su trayecto a Estados Unidos plantea para México una relevante tarea. En apariencia, después de haber elevado el asunto migratorio a los primeros lugares de la agenda nacional, de haberlo extraído de la marginalidad en la que permaneció durante años, el actual gobierno de México apostó a un eventual acuerdo con Estados Unidos como único mecanismo ordenador del proceso migratorio. Hoy que esa posibilidad se ha alejado, México no puede permanecer pasivo ante los riesgos que corren los migrantes en sus desplazamientos, y es preciso reconocer que la protección de los migrantes no requiere sólo de la voluntad de Estados Unidos. En estas condiciones, nada justifica que no se desarrolle un programa de protección de mayor envergadura que los que se han instrumentado hasta hoy.
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