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El ciclismo, escaparate de la propaganda nacionalista

elordenmundial.com/ciclismo-y-nacionalismo

Alfonso Pisabarro 28 mayo, 2018

El deporte de élite actual es considerado por casi todos como una actividad al servicio de los
intereses económicos y grandes multinacionales, si bien existen ciertos espacios de
resistencia a favor de las ideas románticas del deporte de comienzos del siglo XX y de las
tradiciones nacionales. Quizás ese lugar lo ocupan ahora de forma preferente el ciclismo y
el alpinismo. Mientras los aficionados más románticos del fútbol lloran la destrucción de
estadios míticos o los del motor echan de menos los vehículos de época, el ciclismo sigue
corriendo sobre adoquines y tierra y superando pasos de montaña cubiertos de nieve a
pesar de que las bicicletas y los equipos ya no tengan nada que ver con los de antes. La
idea romántica de la valentía del héroe que supera grandes colosos envuelto en la bandera
nacional y la visión majestuosa de los paisajes más agrestes siguen haciendo que los
sentimientos nacionalistas se desborden y que algunos territorios hayan tratado de
explotarlos, con mayor o menor intensidad dependiendo del contexto geopolítico.

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Un pasado nacionalista
Hay que remontarse al último cuarto de siglo XIX para encontrar el origen del ciclismo. En
aquella época, era totalmente alejado de lo que hoy conocemos y se vivía como una
grandiosa aventura propia del romanticismo decimonónico. El éxito de estos aventureros se
conoció pronto y tornó, como casi siempre, en competición. Se comenzaron a organizar
carreras —hoy conocidas como clásicas— que unían a menudo dos ciudades: de París
hasta Roubaix, Tours o Bruselas; de Milán a Turín, o de Lieja a Bastoña. Los corredores
eran en su mayoría franceses, belgas e italianos y comenzaron a buscar patrocinadores
para poder viajar a las carreras, que no paraban de crecer, tanto que se organizan las
primeras vueltas por etapas. Fue así como surgieron los primeros equipos comerciales.

El Tour de Francia, disputado por primera vez en 1903, siempre ha sido la carrera con
mayor repercusión internacional y, por tanto, en la que se han centrado los esfuerzos
nacionalistas en visibilizar la grandeza de los distintos territorios. Los ciclistas que han ido
corriendo el Tour desde su origen han pasado por diferentes etapas. De los primeros
aventureros que engrandecieron la carrera de forma independiente surgieron en 1909 los
primeros equipos con intereses comerciales —Alcyon, Le Globe, Isoles… hasta el
dominador Peugeot en 1912—, que se mantuvieron hasta el parón de la Primera Guerra
Mundial. La maltrecha economía de la posguerra hizo que las marcas comerciales no

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pudieran regresar hasta 1925 —Automoto-Hutchinson o Alcyon-Dunlop, entre otras—, pero
duraron poco. Eran tiempos en los que los aficionados disfrutaban las gestas de sus héroes
por la radio y la prensa y la fama de los esforzados ciclistas crecía sin límites, hasta el punto
de que los Estados del período previo a la Segunda Guerra Mundial vieron en ellos una
oportunidad para la propaganda nacionalista. Fue un hecho que cambió durante más de tres
décadas el ciclismo, que dejó de correrse con equipos comerciales y pasó a disputarse por
selecciones nacionales —en el caso del Tour de Francia, entre 1930 y 1961 y luego en 1967
y 1968, mientras que el Giro de Italia siempre se disputó con equipos comerciales—. El
mundial y los respectivos campeones nacionales portando el maillot de su nación son
herencia de un pasado en el que los ciclistas representaban a su nación.

Al principio los ciclistas franceses dominaron esta carrera con Leduq, Magné y Speicher,
pero a final de los años 30 aparecieron las primeras victorias de selecciones foráneas, como
Maes con Bélgica y, sobre todo, con Gino Bártali para Italia en 1938 por encargo del propio
Mussolini después de que hubiera ganado los Giros de 1936 y 37. El dictador italiano quería
consolidar mediante el deporte su régimen fascista, como ya hiciera Hitler con los Juegos
Olímpicos de 1936.

Bártali en el Tour de Francia de 1938. Fuente: El Confidencial

La nueva victoria del belga en 1939 fue la última antes de la Segunda Guerra Mundial; la
carrera no se retomó hasta 1947, con victoria para Francia. El propio Bártali volvió a ganar
en 1948, diez años después de su primera victoria y siendo injustamente tomado como un
ciclista fascista por la intervención del Duce y la propaganda del régimen a pesar de haber
salvado en secreto la vida a miles de judíos transportando entre 1943 y 1944

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documentación falsa para ellos en el cuadro de su bicicleta. Su coincidencia con otro genio
como Fausto Coppi hizo que la Italia posbélica se dividiera en dos: los jóvenes urbanitas de
izquierdas a favor de Coppi y la Italia conservadora y rural a favor de Bártali.

La fama de los ciclistas era tan grande que el belga Gustaf Deloor, ganador de la Vuelta a
España en las dos únicas ediciones previas a la dictadura, consiguió sobrevivir a un campo
de concentración nazi al ser reconocido por un oficial. En los años posteriores a la guerra
civil española, el franquismo también quiso aprovecharse de las gestas ciclistas
popularizando a Bernardo Ruiz y Federico Martín Bahamontes. El primero de ellos, junto a
su equipo, fue increpado y acusado de fascista en 1949 por los exiliados españoles en
Francia. Eran tiempos en los que el ciclismo era el deporte del pueblo.

Después de que en 1968 se celebrara la última edición


por selecciones del Tour, se impusieron los equipos
comerciales, en un principio de alcance nacional, que
han dominado el panorama ciclista desde los años 70,
con el también belga Eddy Merckx liderando el podio.
Aunque en muchos casos las marcas tenían alcance
internacional, los equipos siguieron compuestos
mayoritariamente por ciclistas del país de la sede del
patrocinador principal; nunca se ha perdido del todo lo
que podemos llamar la cuota patriótica, que los
aficionados siempre han valorado. Aún se recuerda
Equipos con fuerte apoyo institucional
cómo los aficionados colombianos vibraban con los
regional.
éxitos de Lucho Herrera o Fabio Parra o los españoles
con Perico Delgado y Miguel Induráin. Son pocos los ejemplos de aficionados que han
preferido la victoria de un ciclista de otro país; entre estos aparecen figuras valoradas por
aficionados de todo el mundo. Se trata de aquellos héroes librepensadores, fantasiosos y
osados, a menudo con finales trágicos, que han alimentado como nadie la idea romántica
del ciclismo sin llegar a tener el mejor palmarés: Luis Ocaña, Marco Pantani, el Chava
Jiménez…

El nacionalismo separatista toma el testigo


Mientras la mercantilización del deporte avanzaba y los escándalos por dopaje se sucedían,
en la década de los 90 y 2000 algunas regiones con gran afición por el ciclismo impulsaron
equipos amparados directamente por las instituciones regionales, que han tenido mucha
proyección internacional gracias a las abundantes carreras de categoría que se celebran en
sus territorios. Este fenómeno ha tenido un gran desarrollo en Bélgica, Francia, España y
Colombia, una tónica apoyada en la proyección turística del territorio. La proliferación de
equipos provocó que en 1997 se instauraran las divisiones de equipos y carreras por
continentes. Y, quizá por pura coincidencia, las regiones con una fuerte identidad territorial,

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algunas de ellas con pretensiones secesionistas, son las que siempre han favorecido al
ciclismo: las aficiones, equipos, carreras y ciclistas de Flandes, País Vasco o Bretaña han
sido referentes del ciclismo mundial y lo demuestran en las cunetas de las carreras
inundándolas de símbolos regionalistas o nacionalistas.

Para ampliar: “Una Europa de naciones”, Álex Maroño en El Orden Mundial, 2018

Destacan sobre todo País Vasco y Flandes, quizás más visibles porque sus aficiones se
desplazan en masa a las grandes carreras, además de promocionar sus carreras de primer
nivel. Solo había que pasarse por la Vuelta Ciclista al País Vasco o por el Tourmalet durante
el Tour para ver cómo la afición vasca convertía las carreras en reivindicación política. La
Vuelta a España estuvo 33 años sin pasar por el País Vasco después del boicot en la
edición de 1978. Flandes, por su parte, alberga su propio tour, uno de los cinco
monumentos o clásicas de mayor prestigio, y ostenta el récord mundial de carreras de la
máxima categoría en una sola región —cinco—. Sus vecinos valones enfrentan otro
monumento, la Lieja-Bastoña-Lieja, además de otras muchas carreras históricas de
prestigio; otras regiones con un elevado sentimiento de pertenencia, como las del norte de
Italia, Romandía, Bretaña o Cataluña, también acogen carreras de élite.

No obstante, aunque el corazón del ciclismo tiene lugar en Europa, los fenómenos
identitarios se extienden a otros continentes. Se puede hablar por ejemplo del ciclismo
colombiano, una escuela en la que los antioqueños y, en general, los paisas también han
promocionado su identidad a través del ciclismo. En Canadá la influencia francesa ha
llegado tarde, pero ya se celebran dos pruebas ProTour en la soberanista Quebec. California
alberga la carrera más importante en Estados Unidos y Guangxi, una de las cinco regiones
autónomas de China, será la única prueba ProTour regional del país. Asimismo, Taiwán y
Hong Kong organizan carreras relativamente importantes. Prácticamente podría decirse que
el listado de las regiones infraestatales con mayor identidad territorial se puede abordar
estudiando el calendario de las carreras ciclistas profesionales.

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La globalización del ciclismo
Durante las últimas dos décadas, se ha escuchado que el ciclismo se globalizaba porque
cada vez hay más carreras de alto nivel fuera de Europa, pero la vieja Europa sigue siendo
el corazón del ciclismo mundial a pesar de una cierta reducción de carreras en el sur a raíz
de los recortes presupuestarios públicos a partir de la crisis financiera de 2008. En buena
medida, Europa sigue siendo la meca del ciclismo porque bebe de la tradición; el valor de
ganar una carrera histórica de la vieja Europa es inigualable y rentable en cuanto a fama y
contratos posteriores. Aproximadamente dos centenares de carreras nuevas han surgido en
las últimas dos décadas por todo el mundo y luchan por romper este monopolio europeo.

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Las nuevas carreras se concentran en ciertas regiones mundiales; destaca la proliferación
de carreras en los países del golfo pérsico, sudeste asiático, golfo de Guinea y este de
Europa. Estos países encuentran una oportunidad para promocionarse turísticamente
mostrando en televisión sus mejores paisajes y, sin duda, les sirve también para
posicionarse en el mundo. En el caso de los equipos, sí se ha logrado romper el monopolio
europeo, ya que muchas multinacionales ya no se pueden adscribir a un Estado, como
sucedía con las marcas del siglo XX. Suelen correr con licencias dispares y contratan
ciclistas de todo el mundo en una combinación de calidad e intereses publicitarios por deseo
expreso de los patrocinadores.

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Sin embargo, contra todo pronóstico, crece también la apuesta nacionalista —de una forma
distinta— aprovechándose de la globalización. Han surgido nuevos equipos de carácter
estatal, como el de los Emiratos Árabes Unidos o el de Baréin, así como nuevas y
acaudaladas carreras por todo el mundo —Emiratos, Omán, Polonia, China, Turquía, Gabón
o Canadá—, que tratan de potenciar la imagen de los países posicionándolos en el mundo y
utilizando sus paisajes más extraordinarios con una doble vía turística e identitaria. Mención
aparte merecen los campeonatos del mundo celebrados en Doha, cuando todo el mundo vio
la belleza de los edificios y las penurias de los corredores luchando contra el viento en
medio de la nada del desierto.

Para ampliar: “Estrellas de Oriente: la diplomacia deportiva en el golfo pérsico”, Pablo Moral
en El Orden Mundial, 2018

La nómina de equipos con intereses nacionalistas o, al menos, ciertos intereses territoriales


se están incrementando sobre todo entre la élite y algunos amenazan con robar la
hegemonía a grandes equipos comerciales como Sky, Movistar o Quick-Step. El equipo de
Israel es una de las apuestas más recientes y comienza con muchísima fuerza, pues ha
formado parte del Giro de Italia, que además ha comenzado en Jerusalén, lo que ha exigido
un traslado de todo el material a 2.000 km en un vuelo de carga en Boeing 747. El interés
político se comprobó con la polémica generada por el nombre de la primera etapa, un
prólogo de nueve kilómetros en lo que la organización llamó Jerusalén Oeste;
inmediatamente, Israel obligó a rectificar el nombre de la etapa, que pasó a ser simplemente
Jerusalén.

El dinero del petróleo y el gas, especialmente en los países del golfo pérsico, está
propiciando que algunos de estos países inyecten dinero en escuadras de primer nivel.
Caso aparte es el de Rusia, que utiliza su gasística Gazprom para patrocinar uno de sus
equipos satélite, Gazprom-RusVelo, con una de sus sedes en Suiza. Este equipo comparte
escenario con Katusha-Alpecin, también surgido de la estructura Global Russian Cycling
Project —formada por Gazprom y otras dos empresas rusas—, que actualmente corre con
licencia suiza, pero que en un principio tuvo una ligazón importante con la Federación de
Rusia. De hecho, en su presentación oficial el 24 de diciembre de 2008 estuvo presente el
mismísimo Vladímir Putin.

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Equipos patrocinados por empresas públicas o con fuerte presencia de intereses estatales.

No se puede olvidar tampoco cómo algunos oligarcas rusos muy próximos al poder se
divertían con sus equipos megalómanos, como fue el caso de Oleg Tinkov gracias a su
banco Tinkoff Credit Systems, que dio nombre al equipo que vio el declive de Alberto
Contador y la explosión del campeón del mundo Peter Sagan, con gran regocijo del
multimillonario ruso. La megalomanía y la proyección a nivel nacional e internacional que
dan el ciclismo llevaron en 1989 al propio Donald Trump a intentar crear una carrera que
compitiera económicamente con el Tour de Francia. Esta carrera se llamaría Tour de Trump
y en su segundo y último año la ganó el mexicano Raúl Alcalá, hito que repetiría tres años
después —ya bajo la denominación Tour DuPont— por delante del entonces apreciado
estadounidense Lance Armstrong, nuevamente segundo en 1994 y victorioso en las
siguientes dos últimas entregas del DuPont.

El Gobierno de Kazajistán también ha invertido una gran suma para convertir el Astaná en
uno de los mejores reclamos publicitarios del país aprovechando el tirón que tuvo su
estrella, elevada al nivel de mito por los aficionados, Alexandre Vinokúrov. Otros Estados,
más interesados en la formación deportiva, utilizan sus empresas públicas para patrocinar
equipos; son muchos los ejemplos, pero destacan Francia y los países del Benelux. Los
motivos no deben considerarse geopolíticos, sino más bien comerciales y formativos, pero
sin lugar a duda dan publicidad a estos Estados, algo que debe ser rentable —tanto en lo
económico como en lo ideológico—, pues incluso el Vaticano y el Ejército de Tierra francés
han patrocinado a equipos.

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En esta dualidad entre globalización y nacionalismo se ha llegado a plantear el regreso a un
Tour de Francia por selecciones nacionales. David Lappartient, presidente de la Federación
Francesa de Ciclismo, hizo una propuesta en este sentido al principal organizador, la
empresa de eventos deportivos ASO. En cualquier caso, a pesar de los problemas que ha
ido superando, el ciclismo es un deporte especial al conjugar como ningún otro paisaje,
valentía, sufrimiento, estrategia y propaganda nacional, elementos con un sustrato territorial
capaces de despertar grandes pasiones. En el ciclismo se puede apreciar lo sublime y bello
del paisaje, lo heroico de la lucha, lo penoso del sufrimiento, lo inteligente de la estrategia y
la eficacia de la propaganda, un campo abonado para una instrumentalización nacionalista
que siempre vuelve.

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