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La noche caía sobre la ciudad como una manta oscura, cubriendo las calles con un
manto de sombras. En el corazón del barrio antiguo, una mansión abandonada se erguía
como un monumento a la decadencia. Su fachada estaba cubierta de hiedra y sus
ventanas rotas dejaban pasar el viento, susurrando secretos de antaño. Pocos se atrevían
a acercarse, temerosos de lo que pudieran encontrar en su interior.
Sin embargo, esa noche, cuatro jóvenes decidieron desafiar el miedo y explorar los
misterios de la mansión. Alex, el líder del grupo, era un chico valiente y audaz, siempre
en busca de emociones fuertes. Le acompañaban María, su novia, una chica intrépida y
curiosa; Carlos, el bromista del grupo, que siempre estaba buscando una oportunidad
para divertirse; y Laura, la más reservada del grupo, pero también la más decidida a
descubrir la verdad detrás de los rumores que rodeaban la mansión.
De repente, un grito desgarrador resonó en la mansión, haciendo que los cuatro amigos
se detuvieran en seco. Miraron a su alrededor, buscando la fuente del sonido, pero solo
encontraron sombras danzando en las paredes. El pánico comenzó a apoderarse de ellos,
haciendo latir sus corazones con fuerza desmedida.
El miedo se convirtió en locura mientras luchaban por mantener la cordura en medio del
caos que los rodeaba. Carlos comenzó a reír histéricamente, incapaz de detenerse,
mientras María temblaba de terror, aferrándose a Alex en busca de consuelo. Laura, la
más decidida de todos, se aferró al libro, decidida a deshacer el mal que habían
desatado.
Pero antes de que pudieran hacer algo, la mansión comenzó a temblar, como si estuviera
siendo sacudida por una fuerza sobrenatural. Grietas se abrieron en las paredes y el
suelo se desplomó bajo sus pies, enviándolos a todos a un abismo sin fin.
En medio del caos y la confusión, el deseo se apoderó de ellos, una necesidad primitiva
y animal que los consumía por completo. Sin pensar en las consecuencias, se entregaron
al deseo desenfrenado, buscando consuelo y redención en los brazos del otro.
Pero mientras se perdían en el éxtasis del momento, una sombra se alzaba detrás de
ellos, observándolos con ojos fríos y hambrientos. Era la manifestación del mal que
habían liberado, una fuerza oscura y antigua que se alimentaba del sufrimiento y la
desesperación de los mortales.
Con un rugido de triunfo, la sombra se abalanzó sobre ellos, devorando sus almas y
condenándolos a una eternidad de sufrimiento y tormento. Y mientras la mansión se
desvanecía en la oscuridad, el eco de sus gritos resonaba en la noche, un recordatorio
sombrío de los peligros de jugar con fuerzas más allá de nuestra comprensión.
…