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Reinado de Isabel II (1833-1868)[editar]

Artículo principal: Reinado de Isabel II de España


Regencias (1833-1843)[editar]
Artículo principal: Minoría de edad de Isabel II
Regencia de María Cristina (1833-1840) y primera guerra carlista[editar]
Artículos principales: Regencia de María Cristina de Borbón y Primera Guerra
Carlista.

Isabel II, por Federico de Madrazo y Kuntz.

Primera guerra carlista (1833-1840) Zonas de


mayor intensidad del carlismo Zonas con simpatizantes carlistas Principales
asedios carlistas.
Centros liberales del norte.
Principales centros carlistas.
Batallas.
El 29 de septiembre de 1833, la hija de Fernando VII, Isabel II, heredaba la corona
sin haber cumplido los tres años, bajo la regencia a su madre María Cristina. La
negativa a aceptar la sucesión por parte de los carlistas inició una
verdadera guerra civil en la que los dos bandos dibujaban una fractura ideológica y
social: en un bando, los partidarios del Antiguo Régimen, que a grandes rasgos
eran la mayor parte del clero, y buena parte de la baja nobleza y de los
campesinos de la mitad norte de España; en el otro, los partidarios del Nuevo
Régimen, que a grandes rasgos eran las clases medias y la plebe urbana
(encabezadas por los más concienciados políticamente: unos 13 000 exiliados a
los que una nueva amnistía permitió regresar, numerosos presos que fueron
excarcelados, los nuevos dirigentes locales surgidos de las elecciones municipales
de noviembre, y la mayor parte de la oficialidad del ejército, a la que se permitió
acceder a los puestos clave en el mando).15 La aristocracia se dividió siguiendo
criterios de oportunidad, de implantación en el territorio y de posición en la corte.
Muchas familias quedaron dolorosamente divididas, y en extensas zonas se
evidenció geográficamente el enfrentamiento al quedar las ciudades, donde se
organizaban juntas y se reclutaban milicias nacionales liberales, rodeadas por un
campo donde se armaban partidas carlistas (los voluntarios realistas habían
quedado disueltos). La movilización popular parecía recordar, en ambos bandos,
la de 1808, en un caso con un espíritu claramente revolucionario, en el otro
claramente reaccionario.
En la corte, los gobiernos de signo más o menos liberal (Cea Bermúdez —
absolutista moderado—, Martínez de la Rosa —liberal moderado
—, Mendizábal, Istúriz y Calatrava —liberales progresistas—, que inauguraron el
título de Presidente del Consejo de Ministros de España —anteriormente se usaba
el de Secretario de Estado—) no conseguían una victoria decisiva en la guerra y
se enfrentaban a graves aprietos financieros, que no se pudieron encauzar hasta
la desamortización eclesiástica o de Mendizábal, una decisión trascendental: al
mismo tiempo que privaba de recursos económicos al principal enemigo social e
ideológico del Nuevo Régimen (el clero), construía una nueva clase social de
propietarios agrícolas de origen social variado —nobles, burgueses o campesinos
enriquecidos, que en la mitad sur de España conformaron una verdadera
oligarquía terrateniente— que le debían su fortuna; y al aceptar como medio de
pago en las subastas los títulos de la deuda pública, revalorizaba esta y permitía la
restauración del crédito internacional y la sostenibilidad hacendística (garantizada
en un futuro por las contribuciones a pagar por esas tierras, antes exentas
fiscalmente y ahora liberadas de las manos muertas que las apartaban del
mercado). La abolición del régimen señorial no significó (como había ocurrido
durante la Revolución francesa con el histórico decreto de abolición del
feudalismo de 4 de agosto de 1789) una revolución social que diera la propiedad a
los campesinos. Para el caso de los señores laicos, la confusa distinción
entre señoríos solariegos y jurisdiccionales, de origen remotísimo e imposible
comprobación de títulos, terminó llevando a un masivo reconocimiento judicial de
la propiedad plena a los antiguos señores, que únicamente vieron alterada su
situación jurídica y quedaron desprotegidos ante el mercado libre por la
desaparición de la institución del mayorazgo (es decir, que quedaban libres para
vender o legar a su voluntad, pero también expuestos a perder su propiedad en
caso de mala gestión).
El anticlericalismo se convirtió en una fuerza social de importancia creciente,
manifestada violentamente a partir de la matanza de frailes de 1834 en Madrid (17
de julio, durante una epidemia de cólera, del que corrieron rumores que era debido
al envenenamiento de las fuentes).16 Al año siguiente (1835) se produjo una
generalizada quema de conventos por varios puntos de España. La represión
antiliberal efectuada por el bando carlista llegó a extremos con represalias de gran
violencia (Ramón Cabrera el Tigre del Maestrazgo).
Institucionalmente, se gobernaba de acuerdo con una carta otorgada: el Estatuto
Real de 1834, que ni reconocía la soberanía nacional ni derechos o libertades
reconocidos por sí mismos, sino concedidos por voluntad real, y que introducía
fuertes mecanismos de control de la representación popular (bicameralismo,
elecciones indirectas con sufragio censitario muy restringido para el Estamento de
Procuradores —0',15 % de la población— y un Estamento de Próceres con
miembros natos de la aristocracia y el alto clero).17
El texto siguió en vigor hasta que el motín de los sargentos de la Granja (12 de
agosto de 1836) obligó a la reina regente a reponer la vigencia de la Constitución
de 1812. Al año siguiente se recondujo la situación con un texto más conservador:
la Constitución española de 1837 que, aunque basada en el principio
revolucionario de la soberanía nacional, establecía un equilibrio de poderes entre
Cortes y Corona favorable a esta, y mantenía el bicameralismo (con los nuevos
nombres de Congreso y Senado). El sistema electoral, aunque introducía por
primera vez la elección directa, seguía siendo favorable a los más ricos (un
sufragio censitario solo ligeramente ampliado: 257 908 electores, un 2,2 % de la
población). Se sustituyó la confesionalidad por el reconocimiento de la obligación
de mantener el culto y los ministros de la religión católica que profesan los
españoles.18 Se produjo en ese momento la escisión entre liberales moderados
(muchos de ellos antiguos exaltados del trienio, evolucionados hacia
el moderantismo) como el conde de Toreno, Alcalá Galiano y el general Narváez,
que disfrutaron de la confianza de la Regente y formaron gobierno hasta 1840
(Evaristo Pérez de Castro); y progresistas como Mendizábal, Olózaga y el
general Espartero (marginados de esa confianza, pero cuyo apoyo político y militar
continuó siendo decisivo).19
Al quedar los carlistas sin apoyo internacional y sin recursos, el general Maroto se
avino a negociar la paz con Espartero (el abrazo de Vergara, 31 de agosto de
1839), dando a la oficialidad carlista la posibilidad de integrarse en el ejército
nacional. La mayor parte de la nobleza carlista pasó a aceptar, con mayor o menor
gusto, la nueva situación. Otra circunstancia definitoria del Nuevo Régimen,
el centralismo político frente al reconocimiento carlista de los fueros, quedaba
mitigado para las Provincias Vascongadas y Navarra (la ley de 25 de octubre de
1839, en vez de abolir los fueros, los confirmaba sin perjuicio de la unidad
constitucional de la Monarquía).20 El foco carlista de Morella (Ramón Cabrera)
resistió varios meses más (30 de mayo de 1840).
La situación de María Cristina en la regencia estaba comprometida desde su
mismo inicio en 1833 por el matrimonio secreto que contrajo, al poco de enviudar,
con un militar de la corte (Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, al que se
ennobleció como duque de Riánsares) con el que tuvo ocho hijos. El prestigio y el
control sobre el ejército que había alcanzado el general Espartero le ponía en una
posición clave para convertirse en una alternativa de poder. Los intentos de
atraérsele mediante el ennoblecimiento,21 e incluso nombrándole presidente del
consejo de ministros, no evitaron las discrepancias profundas entre el general y la
regente, especialmente acerca del papel de la Milicia Nacional y de la autonomía
de los ayuntamientos; asunto que provocó la dimisión de Espartero (15 de junio).
Sucesivas sublevaciones contra María Cristina de las ciudades más importantes,
obligaron finalmente a esta a abdicar, renunciando al ejercicio de la regencia y a la
custodia de sus hijas, incluida la Reina Isabel, en favor del general (12 de octubre
de 1840).

La reina regente María Cristina de Borbón.

Francisco Martínez de la Rosa, apodado Rosita la pastelera por su intento


de conciliar el liberalismo con los intereses aristocráticos.

Juan Álvarez Mendizábal, el impulsor de la desamortización eclesiástica.


Tomás de Zumalacárregui, el principal general carlista hasta su muerte en


1835.
El romanticismo español[editar]

El pintor Antonio María Esquivel retrató en este


cuadro de 1846 a toda una generación de literatos románticos, reunidos en su
taller para escuchar una lectura de José Zorrilla, ante el retrato
de Espronceda (muerto en 1842).22
Artículo principal: Literatura española del Romanticismo
Los intelectuales (muchos de ellos, de inquietudes políticas, retornados de un
exilio fértil en influencias) implantaron el nuevo gusto romántico, que se extendió a
la poesía (José de Espronceda), al teatro (el duque de Rivas) y a una prensa de
gran pluralidad e ingenio, estimulada por los debates políticos y literarios y cuya
supervivencia siempre se vio amenazada por la censura y la precariedad
económica. Entre las muchas figuras del periodismo destacaron Alberto
Lista, Manuel Bretón de los Herreros, Serafín Estébanez Calderón, Juan Nicasio
Gallego, Antonio Ros de Olano, Ramón Mesonero Romanos y, sobre todas ellas,
el extraordinario articulista Mariano José de Larra, que consiguió plasmar la vida
cotidiana y los más graves asuntos en expresiones sucintas y geniales, que se
han convertido en tópicos muy extendidos (Vuelva usted mañana, Escribir en
Madrid es llorar, Aquí yace media España, murió de la otra media). El entierro de
Larra (suicidado el 13 de enero de 1837) fue uno de los momentos más
particulares de la vida artística española, y significó el pase de
testigo del romanticismo español al joven José Zorrilla.
Véanse también: Historia de la prensa en España [[:Categoría:Periodistas de
España del siglo XIX | ]].
Véase también: Pintura romántica#España
Regencia de Espartero (1840-1843)[editar]
Artículo principal: Regencia de Espartero
Baldomero Espartero
La regencia le fue confirmada a Espartero por una votación de las Cortes (8 de
mayo de 1841), que también consideraron la posibilidad de otorgársela a otros
candidatos, o a una terna.
Los gobiernos progresistas procedieron a aplicar la ley de desamortización del
clero secular, garantizando por parte del Estado el mantenimiento de las
parroquias y de los seminarios. Se intentó diseñar un sistema educativo nacional
en el que la Iglesia no tuviera un papel predominante, pero ante la carencia de
medios, la implantación de un sistema educativo digno de tal nombre no se
consiguió hasta la segunda mitad del siglo, ya bajo presupuestos moderados y
neocatólicos. La formación de los ciudadanos y la construcción de una historia
nacional (a través del patrocinio de géneros como la pintura de historia) se veían
como una de las principales exigencias de la construcción del Estado liberal.
El compromiso alcanzado en Vergara con los fueros vascos se rompió con la ley
de 29 de octubre de 1841, que los abolía en su totalidad.23
Se procuró incentivar la actividad económica aplicando los
principios librecambistas, lo que atrajo inversiones de capital extranjero
(principalmente inglés, francés y belga) a sectores como la minería y las finanzas.
Las nuevas desigualdades originaron la denominada cuestión social. El naciente
núcleo industrial textil catalán, que ya había presenciado el surgimiento
de movilizaciones obreras (la fábrica El Vapor, de los hermanos Bonaplata,
inaugurada en 1832 ya había sufrido un ataque de carácter ludita en 1835 —
coincidiendo con la quema de conventos—); al tiempo que continuaba su proceso
de modernización tecnológica (recepción de las selfactinas, que más tarde
ocasionarían conflictos),24 acogía ahora los principales apoyos a la parte más
radical del liberalismo progresista (los futuros demócratas y republicanos, aún no
presentados con esas denominaciones). Los intereses proteccionistas tanto de
patronos como de obreros, convirtieron Barcelona en un foco de protestas contra
Espartero, que llegó a la sublevación. El regente optó por la represión más
violenta, bombardeando la ciudad el 3 de diciembre de 1842 y ejecutando
posteriormente a los líderes de la revuelta.
Una persona de mi conocimiento afirma, como una ley de la historia de España, la
necesidad de bombardear Barcelona cada cincuenta años. Esta boutade denota
todo un programa político.
Manuel Azaña, citando un tópico atribuido al propio Espartero.25
La hostilidad de políticos y militares (Manuel Cortina, Joaquín María López, el
general Juan Prim), que rechazaban su expeditiva manera de resolver no solo ese
conflicto sino toda la vida política (había disuelto las Cortes y gobernaba de modo
prácticamente dictatorial) le dejaba cada vez más aislado. Las elecciones dieron el
triunfo a la facción progresista de Salustiano Olózaga, muy crítica con Espartero, y
este las impugnó. El 11 de junio, un golpe militar conjunto
de espadones moderados y progresistas (alguno de ellos desde el exilio, por
haber protagonizado pronunciamientos
anteriores: Narváez, O'Donnell, Serrano y Prim), consiguió el apoyo de la mayor
parte del ejército, incluso de las tropas enviadas por el propio Espartero para
combatirlos (Torrejón de Ardoz, 22 de julio); con lo que el regente se vio obligado
a exiliarse en Inglaterra, la principal beneficiada de su política económica (30 de
julio de 1843).
Mayoría de Isabel II (1843-1868)[editar]
El problema de renovar la regencia se obvió al decidir que Isabel podía ser
declarada mayor de edad (10 de noviembre de 1843) y ejercer por sí misma sus
funciones; que enseguida demostraron estar en plena sintonía con el
moderantismo, tras un periodo de intrigas parlamentarias protagonizadas por el
progresista Salustiano Olózaga y Luis González Bravo (pasado a las filas
moderadas), que se saldó con el triunfo de este y el exilio de Olózaga. Hubo
incluso un fallido pronunciamiento militar de carácter progresista (la Rebelión de
Boné, en Alicante, de enero a marzo de 1844).
Década moderada (1844-1854)[editar]
Artículo principal: Década moderada
Ramón María Narváez y Campos, por Vicente

López. Ferrocarril Barcelona-Mataró, 1848.


El general Ramón Narváez quedó como líder del partido moderado y asumió la
presidencia del consejo de ministros (3 de mayo de 1844), comenzando una
época de estabilidad política en la que los progresistas quedaron relegados a la
oposición sin posibilidades de acceder a las posiciones de poder que se
negociaban en las camarillas palaciegas.
El 13 de mayo de 1844 se creó la Guardia Civil, un cuerpo militar desplegado en el
territorio en casas cuartel para garantizar el orden y la ley, especialmente en el
medio rural; era claramente una contrafigura de la Milicia Nacional.
El 4 de julio de 1844 se revisó la abolición de los fueros vascos y navarros llevada
a cabo por Espartero, y se restauraron parcialmente, aunque no en lo tocante a
cuestiones como el pase foral, las aduanas interiores o los procedimientos
electorales.26
La Ley de Ayuntamientos de 1845 restringía fuertemente la autonomía municipal
en pro del centralismo, otorgando al gobierno el nombramiento de los alcaldes. El
mismo año se promulgó la Constitución de 1845, muy similar a la de 1837 (60 de
los 77 artículos eran idénticos), pero reformada en un sentido más acorde con
el liberalismo doctrinario. En lugar de la soberanía nacional establecía
la soberanía compartida entre las Cortes y el Rey, con preeminencia de este, que
podía convocar y disolver las Cámaras sin limitaciones. Se confirmaba la
confesionalidad católica del Estado. Regulaba los derechos del ciudadano, que
quedaron fuertemente restringidos, como la libertad de expresión limitada por
la censura (una cuestión crucial ante la vitalidad que había alcanzado la prensa en
España). Desaparecía la Milicia Nacional. El sistema electoral, que se estableció
por la Ley Electoral de 1846, continuó siendo un sufragio censitario fuertemente
oligárquico, que limitaba aún más el derecho al voto, restringido a 97 000 electores
(varones mayores de 25 años que superaran un determinado nivel de renta, mayor
que el previsto hasta entonces), el 0,8 % de la población total.27 El gobierno
de Juan Bravo Murillo intentó que se aprobara una constitución aún más
restrictiva (texto publicado en la Gaceta de Madrid el 2 de diciembre de 1852),
pero la fuerte oposición expresada por todo el arco parlamentario hicieron a la
reina desistir del proyecto y obligó a Bravo Murillo a presentar la dimisión.28
El Concordato de 1851 restableció las buenas relaciones con la Santa Sede. El
papa reconoció a Isabel II como reina (distinguiéndola con la rosa de oro, la
principal condecoración papal) y aceptó la pérdida de los bienes eclesiásticos ya
desamortizados, tranquilizando las conciencias de sus compradores. A cambio el
Estado español se comprometió a mantener el presupuesto de culto y clero con el
que se cubrirían las necesidades del clero secular; así como garantizar la
catolicidad de la enseñanza, en la que la Iglesia tendrá un papel decisivo, así
como en la censura de las publicaciones. La corte de Isabel II se convirtió en una
verdadera corte de los milagros a causa del ascendiente que sobre la reina
alcanzaron algunos religiosos (san Antonio María Claret y sor Patrocinio, la monja
de las llagas). La confluencia de la intelectualidad católica y tradicionalista con
el moderantismo dio lugar al movimiento de los neocatólicos (marqués de
Viluma, Donoso Cortés, Jaime Balmes).
La corrupción política que incluía a destacados financieros (el marqués de
Salamanca) y a una creciente familia real (la de la reina y su consorte —su
primo Francisco de Asís de Borbón—, la de su madre y padrastro —la expulsada
María Cristina y su marido morganático, a quienes se permitió regresar en 1844—,
y la de los Montpensier —hermana y cuñado de la reina—, casados el mismo día
que ella en un fastuoso doble enlace real29 e instalados en España desde su
expulsión de Francia con motivo de la revolución de 1848—), acompañó al tímido
despegue del capitalismo español; mientras que las finanzas públicas se
ordenaron con la reforma tributaria de 1845 (conocida, por el nombre de sus
impulsores, como reforma fiscal Mon-Santillán). Más que en
una fracasada revolución industrial española, el crecimiento económico se centró,
ante la ausencia de capital nacional, en negocios de banca y sociedades
financieras sustentados sobre las fuentes de riqueza naturales (el crecimiento de
la superficie cultivada y la puesta en explotación de numerosas minas) y un
naciente tendido de líneas ferroviarias, todo ello con amplia participación
extranjera en medio de sonoros escándalos, que facilitaron la vuelta al poder de
los progresistas.

Juan Bravo Murillo.

Sor Patrocinio la monja de las llagas.

San Antonio María Claret.


Bienio progresista (1854-1856)[editar]
Artículo principal: Bienio progresista
El autoritarismo de Narváez, y la imposibilidad de contrarrestarlo por vías
institucionales, empujó a la oposición a la solución militar: un pronunciamiento
llevado a cabo por el general Leopoldo O'Donnell en Vicálvaro (la Vicalvarada, 28
de junio de 1854). El fracaso inicial llevó a O'Donell a retirarse hacia el sur, donde
contactó con el general Serrano, junto con el que proclamó el manifiesto de
Manzanares (redactado por Antonio Cánovas del Castillo, 7 de julio), que dotó al
movimiento de un programa político y le consiguió el gran respaldo popular que
reclamaba; lo que precipitó su triunfo.
Nosotros queremos la conservación del trono, pero sin camarilla que lo deshonre;
queremos la práctica rigurosa de las leyes fundamentales, mejorándolas, sobre
todo la electoral y la de imprenta; queremos la rebaja de los impuestos, fundada
en una estricta economía; queremos que se respeten en los empleos militares y
civiles la antigüedad y los merecimientos; queremos arrancar los pueblos a la
centralización que los devora, dándoles la independencia local necesaria para que
conserven y aumenten sus intereses propios, y como garantía de todo esto
queremos y plantearemos, bajo sólidas bases, la Milicia Nacional...
Las Juntas de gobierno que deben irse constituyendo en las provincias libres; las
Cortes generales que luego se reúnan; la misma nación, en fin, fijará las bases
definitivas de la regeneración liberal a que aspiramos. Nosotros tenemos
consagradas a la voluntad nacional nuestras espadas, y no las envainaremos
hasta que ella esté cumplida.
El apoyo masivo del ejército no llegó hasta que Espartero aceptó encabezar la
iniciativa. La reina le nombró presidente del consejo de ministros y se formó un
gabinete progresista.
O'Donnell creó la Unión Liberal, un partido ecléctico que procuraba integrar a
moderados y progresistas. Las nuevas Cortes constituyentes redactaron un texto
constitucional que no llegó a aprobarse ni entrar en vigor (la que hubiera sido
la Constitución de 1856).
La actividad más trascendente del bienio progresista consistió en su legislación
económica: se procuró encauzar la legalidad del desarrollo capitalista, cerrando el
ciclo de privatizaciones de la tierra con la ley desarmotizadora de Madoz (3 de
mayo de 1855), que se aplicó, además de a muchas propiedades eclesiásticas
todavía no afectadas, a las órdenes militares y otras instituciones,
fundamentalmente los propios y comunales (tierras de propiedad municipal cuyo
arrendamiento se utilizaba para cubrir servicios prestados por los ayuntamientos o
bien se explotaban en común por los habitantes del municipio); y se legisló sobre
minas, finanzas e inversiones de capital (creación de sociedades anónimas). El
propio Madoz facilitó el derribo de las murallas de Barcelona (una medida largo
tiempo demandada por el ayuntamiento, a la que se había opuesto Espartero y
que estuvo entre las causas del bombardeo de 1842), permitiendo el trazado
del ensanche (Plan Cerdá, 1860) al igual que en otras ciudades, que fueron
conformando su desarrollo urbano bajo los nuevos principios higienistas propios
de los modernos barrios burgueses (Plan Castro de Madrid, 1860, Canal de Isabel
II, 1858). La pérdida de patrimonio histórico que suponían tales derribos y
reformas, se sumó a las de la desamortización, que había dejado desprotegidos
miles de edificios religiosos (incluso universitarios como los de los de Alcalá); pero
se asumía como una necesidad del progreso que fácilmente acalló cualquier voz
de protesta (como la del poeta Gustavo Adolfo Bécquer o la de su hermano el
pintor Valeriano Domínguez Bécquer y otros —Valentín Carderera, Jenaro Pérez
Villaamil— que emprendieron proyectos de conservación de la memoria de ese
mundo en trance de desaparecer, al menos en sus imágenes).
Se ordenó el sistema ferroviario que se extendió con cierta dificultad siguiendo un
esquema radial de baja densidad, con centro en Madrid y concesionado a grandes
compañías (Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante —
los Rotschild—; Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España —
los Péreire—). En las décadas siguientes la industrialización tuvo mayor
continuidad, pudiéndose comprobar las ventajas de la integración de un incipiente
mercado nacional. Las relaciones de producción capitalistas, tanto en el entorno
urbano como en el rural, comenzaban a generar conflictos sociales de nueva
naturaleza (la lucha de clases), que en los escasos núcleos industriales encontró
expresión en un naciente movimiento obrero que tomaba conciencia de su
oposición de intereses con los propietarios del capital (movilizaciones de 1855 en
Barcelona30 o Valladolid31); mientras que en el campo se manifestaba de forma
similar entre la gran masa de jornaleros desposeídos y la nueva oligarquía de
propietarios. La connivencia de intereses entre la oligarquía terrateniente
castellano-andaluza, de vocación exportadora ante la debilidad y desarticulación
del mercado interior, y la apertura al exterior facilitada por una
política librecambista que aceptara las inversiones extranjeras, se vio estimulada
por una coyuntura especialmente favorable durante la guerra de Crimea (1853-
1856).
Agua, sol y guerra en Sebastopol.32

Leopoldo O'Donnell, llevó a cabo el pronunciamiento en Vicálvaro que


apartó a los moderados del poder. Más tarde estaría al frente del gobierno
de la Unión Liberal.

Pascual Madoz, responsable de la legislación que completó el proceso


desamortizador.
Bienio moderado (1856-1858)[editar]
La agitación social provocó la ruptura entre Espartero y O'Donnell. La presidencia
de este (de julio a octubre de 1856) procuró llevar a cabo una política ecléctica
que satisficiera a todo el espectro político, siendo el primer gobierno que no realizó
la tradicional renovación de los funcionarios para situar a los adictos y dejar
como cesantes a los opuestos. De hecho, sus medidas significaron una profunda
revisión de la labor del bienio, con la disolución de la Milicia Nacional y la vuelta a
la Constitución de 1845, a la que se añadió un Acta Adicional para la ampliación
de derechos, que tuvo apenas un mes de vigencia. Dado lo imposible de mantener
la apariencia de centralidad, la reina optó por llamar de nuevo a Narváez, que
ocupó la presidencia un año completo, de octubre de 1856 a octubre de 1857.
La medida más trascendente del bienio moderado fue la promulgación de la Ley
de Instrucción Pública o ley Moyano, que estableció el sistema educativo que, con
pocas modificaciones, siguió vigente durante más de un siglo.
La crisis económica de 1857 llevó a Narváez a dimitir, siendo sucedido por los
breves gobiernos de Armero e Istúriz.
El naciente movimiento republicano abanderó la ocupación de tierras en el campo
andaluz, sufriendo la represión y los fusilamientos masivos ordenados por Narváez
(Arahal en 1857 y Loja en 1861). En las ciudades el alto precio de los alimentos y
los impuestos indirectos (consumos) provocaban motines de
subsistencias y motines de consumos también inspirados por el republicanismo. El
sistema de reclutamiento (quintas) y el servicio militar de ocho años, eximible por
el pago de una cuota o un reemplazista, producía injusticias cada vez peor
soportadas, que la política de prestigio exterior del periodo posterior no hará más
que exacerbar.33

Monumento a Claudio Moyano.

Francisco Javier Istúriz.


Gobiernos de la Unión Liberal (1858-1863)[editar]
La batalla de Tetuán, por Dionisio Fierros (1894).
La batalla tuvo lugar el 31 de enero de 1860.
El 30 de junio de 1858, O'Donnell formó un nuevo gobierno, que junto con el
siguiente conformarían los de más larga duración de la época, hasta principios de
1863. Durante este periodo se mantuvo la recuperación económica y se controló la
corrupción electoral y la propia desunión en el partido.
Se invirtió en grandes obras públicas, se desarrolló la red ferroviaria y el ejército,
se continuó con la desamortización pero entregando parte de la deuda pública a la
Iglesia y reponiendo el Concordato de 1851. Se aprobaron también una serie de
importantes leyes que seguirían repercutiendo más adelante. Sin embargo siguió
habiendo mucha corrupción política y económica, y tampoco se llegó a aprobar la
prometida ley de prensa quedándose así sin apoyo parlamentario.
Se intentó emprender una política exterior de prestigio, con presencia en
Marruecos (guerra de África, 1859-1860) y en lugares tan lejanos como el sureste
asiático (guerra de Cochinchina, 1858-1862).
Crisis del moderantismo y fin del reinado de Isabel II (1863-1868)[editar]
Los progresistas y los moderados se aliaron para presionar a la Unión Liberal
provocando la dimisión de O'Donnell (marzo de 1863). Sin embargo la sustitución
del gobierno no fue fácil, dado que los partidos tradicionales estaban inmersos en
graves disensiones internas. La reina, negándose a convocar elecciones como se
le pedía desde la oposición, fue formando sucesivos gobiernos moderados bajo
presidencia del marqués de Miraflores, Lorenzo Arrazola y Alejandro Mon, hasta
que finalmente se volvió a llamar al principal espadón del moderantismo, Narváez
(septiembre de 1864). Intentó reconciliarse con los progresistas integrándolos en
el gobierno, a lo que estos se negaron. El autoritarismo de Narváez se reforzó,
privándose incluso del apoyo de algunos de sus ministros. La nueva crisis
desembocó en el retorno de O'Donnell (junio de 1865). Se aprobó una ley para
aumentar el censo electoral en 400 000 votantes y se convocaron elecciones a
Cortes; pero sin el apoyo de los progresistas no se consiguió un gobierno estable
y se produjo la vuelta de Narváez (10 de junio de 1866).
La crisis política se complicó con una grave crisis económica (los valores
españoles caían en la bolsa de París, y el negocio ferroviario se deterioraba). Los
militares progresistas y demócratas intentaron de nuevo la salida del
pronunciamiento, con sucesivos fracasos (el general Prim en Villarejo de
Salvanés y los sargentos del cuartel de San Gil el 22 de junio de 1866). La
reacción de Narváez fue actuar con mano dura con la oposición política (disolución
de las Cortes, exilio del general Serrano y de los Montpensier) e intelectual (cierre
de las Escuelas de Magisterio y destitución de profesores agnósticos como Emilio
Castelar —la denominada cuestión universitaria— que había provocado la
protesta estudiantil de la Noche de San Daniel —10 de abril de 1865—, saldada
con catorce muertos y un centenar de heridos).
Las dos principales figuras del periodo mueren en un breve intervalo (Leopoldo
O'Donnell el 5 de noviembre de 1867 y Ramón María Narváez el 23 de abril de
1868). De este se cuenta que, en su lecho de muerte, al solicitarle el sacerdote
que perdonase a sus enemigos, respondió «Padre, no tengo enemigos; los he
matado a todos».34
La reina formaba apresuradamente gabinetes de breve duración, con Luis
González Bravo como nuevo hombre fuerte cuya única perspectiva era continuar
la política de represión y destierros de militares y políticos. El exilio, lejos de
reforzar a las fuerzas conservadoras, sirvió para incrementar el radicalismo y la
formación de un selecto grupo de intelectuales españoles, que se pusieron en
contacto con todo tipo de nuevas ideas que circulaban
por Londres, París o Bruselas (Pi i Margall se verá muy influido por sus lecturas
de Proudhon); y para que la élite política española de todos los grupos situados
entre el centro y la izquierda, en tan difíciles circunstancias, se viese obligada a
alcanzar un punto de acuerdo en lo esencial. Reunidos en una ciudad belga, un
grupo de unionistas (Serrano), progresistas (Prim y Práxedes Mateo Sagasta) y
demócratas (Nicolás María Rivero y Emilio Castelar) acordó el denominado pacto
de Ostende.

Alejandro Mon.

Luis González Bravo.


Sexenio democrático (1868-1874)[editar]
Artículo principal: Sexenio Democrático
La Revolución de 1868[editar]
Artículo principal: Revolución de 1868
El 19 de septiembre de 1868, los generales Prim y Serrano y el
almirante Topete se levantan en armas en Cádiz. Un ejército dirigido por Serrano
se dirigió desde el sur a Madrid, venciendo en la batalla de Alcolea (28 de
septiembre) al enviado por el gobierno para interceptarle. La Reina, que estaba
veraneando en San Sebastián, cruzó la frontera francesa y desde el exilio
mantendrá su pretensión de derecho al trono, sin abdicar en su hijo Alfonso hasta
dos años más tarde.

Las etapas del Sexenio, dibujo satírico de Tomás


Padró para La Flaca (1874).
La expulsión de la desprestigiada reina era una de los principales reivindicaciones
de la "Gloriosa Revolución", cuyos lemas fueron «¡Abajo la raza espuria de los
Borbones!» y «¡Viva España con Honra!».35 La movilización popular fue muy
importante. De nuevo se organizaron juntas locales como en 1808, 1836 o 1854.
Se volvió a organizar la Milicia Nacional, con el nombre de Voluntarios de la
Libertad.
Serrano, al asumir la jefatura del gobierno provisional como una regencia (18 de
junio), procuró moderar la deriva extremista de la revolución disolviendo las juntas
y declarando que la monarquía seguiría siendo la forma de gobierno; y convocó
elecciones a Cortes. Entre las primeras medidas se produjo la supresión
del impuesto de los consumos, se proclamó el fin de las quintas de reclutamiento y
se estableció el sufragio universal masculino. Las órdenes religiosas que operaban
desde 1837 quedaron disueltas, cerrando monasterios y confiscando sus bienes, y
se realizó un inventario de los objetos de arte de las iglesias, que pasaron a
engrosar el patrimonio nacional; la orientación anticlerical del nuevo régimen
provocó la ruptura de las relaciones con la Santa Sede.
La revolución concitó la confluencia de múltiples intereses. Además de los grupos
políticos de Ostende, fue apoyada por los sectores financieros e industriales,
conscientes de que el gobierno isabelino era incapaz de superar la crisis
económica.
Desde el principio, el nuevo gobierno tuvo que hacer frente al estallido del
problema colonial cubano, largo tiempo gestado y en el que se complicaban las
peticiones de autonomía local con el problema de la abolición de la
esclavitud (constantemente retrasada por la influencia del grupo de presión
esclavista, dominante en las esferas económicas —Antonio López, futuro marqués
de Comillas—, mientras que el grupo antiesclavista dominaba en el ambiente
intelectual —Julio Vizcarrondo, Rafael María de Labra—). La guerra abierta estalló
el 10 de octubre de 1868 con el Grito de Yara (Céspedes), que aprovechó la
revolución en la metrópoli para declarar la independencia.36

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