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Sección de Obras de Filosofía

EL JOVEN HEGEL
ENSAYOS Y ESBOZOS
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G. W. F. HEGEL

EL JOVEN HEGEL
ENSAYOS Y ESBOZOS

Traducción, introducción y notas de


José María Ripalda
Primeras (i-xliv) 16/10/2014 12:32 Página vi

Primera edición en castellano, 2014

Hegel, Georg Wilhelm Friedrich


El joven Hegel: ensayos y esbozos / Georg Wilhelm
Friedrich Hegel ; trad., introd. y notas de José María
Ripalda. – Madrid : FCE, 2014
xliv, 525 p. ; 23 x 17 cm — (Colec. Filosofía)
Título original: Gesammelte Werke, Tomos 1 y 2
ISBN 978-84-375-0717-0

1. Hegel, Georg Wilhelm Friedrich – Vida y obra


2. Hegel, Georg Wilhelm Friedrich - Ilustración
3. Filosofía I. Ripalda, José María, tr. II. Ser. III. t.

LC B2948 Dewey 193 H462j

© G.W.F. Hegel, Gesammelte werke, 1 y 2, Hamburgo: Meiner (1989, 2014)


© De los manuscritos, Staatsbibliothek zu Berlin
© De las cartas, J. Hoffmeister, Briefe von und an Hegel, 1, Hamburgo: Meiner (1969)
© 2014, traducción, introducción y notas, José María Ripalda

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SUMARIO

Introducción, xi
Clave, xliii

I. TUBINGA/BERNA (1792-1794), 1
II. BERNA (1795), 81
III. BERNA (1795-1796), 161
IV. ENTRE BERNA Y FRANKFURT (1795-1798), 289
V. FRANKFURT (1797-1800), 317
VI. EL FINAL DE FRANKFURT (1799-1800), 461

APÉNDICE, 491
Glosario, 505
Concordancia, 519
Índice general, 523
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En memoria de los Alfredo Llanos,


Zoltan Szankay, Santiago González
Noriega, que bajo dictaduras militares y
democracias deleznables encontraron
aliento en la rebeldía luminosa
del joven Hegel.
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[1]

[Apuntes diversos]

| [...] ¿Cómo calificar la religión de subjetiva u objetiva? ¿Atendiendo [1.75]


sobre todo a los sentimientos? La [religión] objetiva es antes bien teo-
5 logía (vid. Fichte[, Ensayo de una crítica de toda Revelación, # 3]).
¿Hasta dónde puede inmiscuirse el raciocinio sin que deje de ser reli-
gión? Por este rasero hay que medir insultos como el de idólatra.
Los sacrificios y los conceptos en que se basan ya no se pueden
introducir en un pueblo que ha alcanzado cierto grado de ilustración;
10 <nos hemos alejado demasiado de la naturaleza, ya no vemos su mano
generosa; solo vemos el esfuerzo que nos cuesta>; [por tanto] tienen
que haber surgido de la infancia de un espíritu nacional y haberse trans-
mitido por tradición; cómo pueden mantenerse, una vez constituidos,
en una nación ilustrada. Es preciso un espíritu de alegría, de bienestar,
15 o hay que cultivarlo, para que pueda haber una ofrenda voluntaria.
En todas las nociones que tenían los griegos de sus dioses, por
absurdas, por incompatibles con nuestro ideal (Mendelssohn, Jerusa-
lem, p. 101), por infamantes que nos parezcan, debemos tener en
cuenta que estaban vinculadas del modo más íntimo al concepto
20 general de destino –una teoría sumamente humana–, mientras que es
ridículo buscar razones por las que Dios permitiría ciertos sucesos,
como lo son las razones de esta [supuesta] permisividad con que se
cree salvar la Providencia (Kampe, Descubrimiento de América).
Paralelos entre sacerdotes [judíos] y párrocos [protestantes]:
25 La nación judía deseaba un rey (Mendelssohn, Jerusalem, p. 125);
se prefiere obedecer a un rey, antes de que los iguales le estén sacando
a uno defectos a cada paso; más de un campesino odia sobre todo a su
letrado, juez, etc.; a menudo lleva peor las minucias de sus iguales que
la opresión y los chantajes de sus príncipes a gran escala; así era el
30 espíritu de la religión judía (p. 121). | [Para el] de la cristiana [vid.] [1.76]
Tertuliano[, Apologeticum] (cap. 39), y tras la época de la Reforma,
cuando se quiso restaurar la pureza y sinceridad de la religión y las cos-
tumbres de los primeros siglos; <los reformadores comprendieron el
valor de la religión subjetiva; y en su afán por mejorar a los humanos
quisieron recoger este arte en un sistema de palabras; así se nota aún
35 en todos los compendios de teología, cuyos “loci” desde el “loco de

[3 ]
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4 tubinga/berna texto 1

gratia” hasta la “unio mystica” ocupan una parte tan grande e impor-
tante; pero actualmente se ha caído en que la religión subjetiva no se
deja encerrar en una dogmática, y cobra más importancia la religión
objetiva, lo que casa más con un “Compendio”; pero es vano querer
mejorar así a los seres humanos: ahora se enseña, el “locus de scrip- 5

tura sacra” ocupa un gran lugar, mientras que los compendios ante-
riores lo presuponían, como la Escritura la fe en un solo Dios.>
[Entre los cristianos] excomunión, penitencias; entre los judíos dema-
siadas penitencias, castigos, carácter mezquino; en vez de formar el
carácter de la nación en lo grande, ansia mezquina de poder, etc. ¿Con- 10

jugaba la ley ceremonial judaica religión pública y privada?


<¿En qué consiste el cargo de sumo maestro y guardián en una reli-
gión que propiamente es religión privada? En la excomunión, formación
especial, corrección, amonestación –es incompatible– ¿En qué relación
se encuentran nuestros párrocos y cuál es su verdadera ocupación?>
15

Piedad entre los griegos y romanos:


Con la destrucción del Templo [dejaron de ser de derecho todas
las penas públicas] (Mendelssohn, Jerusalem, p. 121);
así vivía el romano y el griego en su patria, Catón abarcaba toda su
patria y la patria llenaba toda su alma. El cosmopolitismo [es] pura-
mente individualista; el Estado, en cualquier parte que surja, tendrá 20

defectos, así [pensaban] los primeros cristianos (Tertuliano, cap. 38).1

[1.77] | [...] querer medir por el mismo rasero a quienes la naturaleza hizo
tan distintos: aquí no se trata solo de querer que todos los seres
humanos tengan los mismos deberes, de que todos estén obligados a 25

lo mismo, sino que también se quiere encerrar en un solo modelo la


individualidad sensible del alma humana –como muestra el Longino
(último cap.)–. La justicia tiene sus leyes, y estas tal vez tienen que ver
sobre todo con lo singular: ¿quién quiere prescribir leyes generales a
las pasiones? ¿Para quién es la masa de cautas reglas en los tratados de 30

moral? Apenas son aplicables a nadie; apenas se encontrará un indivi-


duo a la altura de la serie entera de móviles y alicientes con que se
quiere animar a esta o aquella virtud, el montón de diversas prohibi-
ciones y eternas restricciones que limitan hasta dónde se debe llegar
en cada pasión, en esa fuerza activa de los sentidos. Esos motivos solo
son efectivos en el que ya es sabio, bueno. En todo caso se trata de
reglas con las que puedo formar a alguno que otro; pero la formación 35

es cosa de un lento proceso privado.

1 Aquí falta una hoja entera, es decir, la mitad del manuscrito, que puede haber

servido para otro texto posterior (v. g. infra, n.º 6). 40


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texto 1/2 esbozos y apuntes 5

Un cristiano tiene que ser cabal. <La religión cristiana exigía como
religión del pueblo un castigo eclesial público, y este es totalmente
inadecuado a la naturaleza, no sirve de nada, causa más daño por la
gran vergüenza;> cuando alguien peca, deja de ser cristiano “quoad
5 ecclesiam invisibilem”; pero sigue profesando la religión del pueblo,
sigue siendo miembro de la Iglesia cristiana. Qué es la Iglesia cris-
tiana: una multitud de individuos (no una multitud unificada) que
han alcanzado cierta perfección en la moralidad. O la religión del
pueblo cristiana –el saberse de memoria los dogmas– es lo que un
10 cristiano malvado tiene en común con el verdadero cristiano.

Buenas acciones en lo pequeño; nada de un gran espíritu comuni-


tario que, prescindiendo de pasiones mezquinas, sabe obrar por un
todo; la suma de mezquindades produce Un Gran efecto que es muy
pequeño, muy pobre.
15 ¿Se trata de un efecto combinado de la religión y el despotismo?
¿Por qué las mujeres más religiosas que los varones?

[2]

[Tres apuntes] 1

| [...] Pero a fin de cuentas la masa principal, la materia de la que pro- [1.78]
20 piamente se forma todo, viene solo de los sentidos.
El resultado conocido y que solo hay que recordar porque se
pierde de vista tan a menudo, es que el ser humano consta de sensibi-
lidad y razón, que cada ser humano [...]

Seguramente el vulgo encuentra el ateísmo un vicio tan terrible –o


25 una mera desviación de las representaciones comunes de la divinidad
parece enseguida ateísmo–, porque una vez que todos los sentimien-
tos de humildad, de agradecimiento, todas las esperanzas se hallaban
unidas a esas imágenes, cuando ellas se ven alteradas, este tejido de
sentimientos se rompe, se destruye.
30 Los griegos y romanos dejaron a un Aristófanes, a un Plauto que
se rieran de sus dioses, que les atribuyeran las acciones más ridículas,
siempre y cuando respetaran sus modos de representarlos más caracte-
rísticos –Júpiter podía cometer los mayores abusos, siempre y cuando
conservara su rayo fulminante, con Prometeo podía aparecer como

35 1 Falta el comienzo del manuscrito. Por otra parte Hegel ha dejado incompleto el

final del segundo párrafo.


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6 tubinga/berna texto 2/3

tirano–; <así mantenían sus tradiciones y sus dioses como los cono-
cían por la usanza de sus recurrentes fiestas populares, de sus cotidia-
nos usos religiosos, de sus canciones populares y de los grandes
monumentos públicos del arte de un Zeuxis.> Pero a un Sócrates, a
un Aristóteles no les perdonaron que les mostraran το¢ν θεο¢ν en una 5

idea pura más elevada que [su] rayo y [sus] Ledas.

La religión cristiana ha producido muchos mártires: héroes en el


padecer, pero no héroes en el obrar.
A base de inculcar diversos deberes en el detalle se pierde de vista
lo grande, el todo; el sentimiento de lo mucho que se debería hacer 10

confunde, no deja surgir la conciencia de la propia fuerza ni planta el


espíritu de cuya plenitud debe resultar la virtud y toda obligatoriedad.
[1.79] | La religión cristiana concede a la fantasía un amplio campo de acción,
del cual ha extraído nuestro gran poeta épico cristiano [–Klopstock–]
las descripciones más majestuosas, las escenas más imponentes y los 15

rasgos más conmovedores que jamás pasaran por el alma de un poeta<;


pero no han descendido al pueblo vulgar ni pueden hacerlo, carecen
de reconocimiento público, nada los sanciona; además una razón ca-
paz de captar la idea de este poema, un corazón abierto a su fina y pro-
funda sensibilidad, rechazará a su vez muchas cosas que para gente 20

más basta son asimilables y verosímiles, mientras esta pasaría ante las
bellezas superiores de la razón y el corazón para la gente culta sin ver-
las>. [Y es que] la imaginación del pueblo carece de guía, de bellas
exposiciones de las imágenes, bien sea mediante la pintura o el arte
escultórico, a las que pudiera seguir, de las que prendarse, y tampoco 25

se las presenta la poesía; por otra parte mal podría atribuírsele algo así
a una religión que enseña a adorar a Dios en el Espíritu y la Verdad y
que desde su remoto origen declaró la guerra a todas las imágenes del
Ser divino.

[3] 30

[Apunte]
[1.80] | 1 Nuestra tradición, canciones populares, etc.
En boca de nuestro pueblo, en sus canciones no viven un Harmo-
dio, un Aristogitón acompañados de fama eterna por haber matado al
tirano y haber dado derechos y leyes iguales a sus ciudadanos. 35

1 Tachado: Se les enseña a nuestros niños a rezar antes de las comidas, al levan-

tarse y al acostarse,
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texto 3/4 esbozos y apuntes 7

¿Qué conocimientos históricos tiene nuestro pueblo? Curiosa


tradición patria [la nuestra];1 la memoria, la fantasía está llena con la
historia primitiva de la humanidad, con la historia de un pueblo
ajeno, con las hazañas y crímenes de sus reyes, que no tienen nada
5 que ver con nosotros; y el ingenio mismo se ejercita en sus ridicule-
ces como el ingenio de Aristófanes se ejercitaba con sus dioses

[4]

[Esbozo]

| Ya en la construcción se nota la diferencia de genio entre los griegos [1.81]


10 y los alemanes: aquellos vivían libremente, en calles amplias, sus casas
encerraban patios abiertos, sin techo; en sus ciudades [eran] frecuen-
tes las grandes plazas; sus templos [estaban] edificados en un bello
estilo noble, sencillo como el espíritu de los griegos, sublime como el
dios al que estaban dedicados: las imágenes de los dioses [eran] los
15 supremos ideales de lo bello, la forma humana más bella como se alzara
en la aurora de la resurrección, todo representado en el cenit de su
existencia y de su vida, ninguna imagen de descomposición; a la larva
asquerosa de la muerte le correspondía entre ellos el genio benigno,
el hermano del sueño.
20 Lo que es bello en el oficio divino de los católicos está tomado de
los griegos y romanos: el aroma del incienso y las bellas Vírgenes;
pero los templos son masas góticas; las mayores obras de arte de ordi-
nario [se hallan] enterradas en una esquina y recargadas con minu-
ciosos adornos infantiles, como de un niño incapaz aún de entender
25 algo grande, algo sublime, cuya alma todavía no ha accedido al gusto
de la juventud o de la edad varonil.

las formas de las otras imágenes [están] tomadas de la raza humana


más basta que rodea al pintor; si las caras expresan actividad, dolor o
alegría, se trata de caricaturas siniestras, de músculos distorsionados.
30 El pincel que realizó la mayoría de las imágenes medievales parece
haberse mojado en la noche, el aspecto es sombrío, ninguna fantasía
risueña, alegre las animó.
Nuestras ciudades tienen calles estrechas y hediondas, las habita-
ciones son angostas, sus maderas oscuras, oscuras las ventanas; gran-

35 1 HGW completa el verbo, que Hegel ha tachado: les falta una tradición patria

propia. Nohl ya lo había hecho, pero cambiando «les» por «le».


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8 tubinga/berna texto 4/5

des salas bajas, que oprimen cuando se está en ellas; es más, por no
tener nada libre se llenaron con tantas columnas como fue posible; es
más acogedor sentarse juntos en una habitación pequeña, más patriar-
cal; cierto que antes [fueron] corrientes las grandes habitaciones; pero
en ellas [se encontraba] toda la servidumbre: siervos y criadas, ahí se 5

dormía, se comía; el antiguo espíritu de los alemanes, sobre todo por


lo que respecta a la cultura, patriarcado; su mayor placer, por ejem-
plo, ante todo beber espantosamente, mientras que en [lo que res-
pecta] tanto a la fidelidad como a la confianza [se caracterizaban por
la] solidez. La alegría de los griegos [era] límpida, más jovial, más 10

[1.82] moderada, más despreocupada; los alemanes | no bebían su copa con


sosiego socrático, sino en medio de ruidosas bacanales, o bien, cuando
eran más moderados, con preocupación. La construcción gótica, esca-
lofriantemente sublime.

[5] 15

[Sobre la correspondencia de Lessing con su mujer] 1

[1.405] | Hace poco leí la Correspondencia de Lessing con su mujer; la sensa-


ción que me produjo su lectura, y en parte sigo teniendo, fue muy
especial, una mezcla de interés con placer y tristeza; nada puede ser
más bienvenido tras una larga lectura novelesca que un entreteni- 20

miento tomado por completo de la vida real. La continuación le tiene


a uno todo el rato en suspenso, pese a que no haya ni una intriga ni
grandes obstáculos para que avance la trama –requisitos ordinarios en
una novela para atraer la atención del lector–, de modo que a fin de
cuentas nunca falta el interés, y este es tanto más cordial y simpaté- 25

tico cuando las circunstancias son completamente naturales y huma-


nas; el único obstáculo que se interpone en el camino se refiere al
punto que más cuenta hoy en día, a menudo casi el único (aunque no
aquí), a saber: unos ingresos suficientes (pues el amor nunca es tan
fuerte como para irse juntos al desierto, privarse de todas las como- 30

didades y vivir solo del amor); y como ese requisito aún no está sufi-
cientemente asegurado, el enlace es postergado una y otra vez. Lo que

1 No se conserva el manuscrito ni consta que el título sea de Hegel. El texto se ha

transmitido, sin duda «normalizado» en su escritura, a través de la 1.ª edición de las


obras de Hegel (Hegel: Werke) por los «amigos del finado» (1843). Se trata de apuntes 35
de lectura al Freundschaftlicher Briefwechsel zwischen Gotthold Ephraim Lessing
und seiner [künftigen] Frau. (Hrsg. von K. G. Lessing). Berlin, 1789. Razones de crítica
interna sugieren la pertenencia aproximada del texto al final del periodo de Tubinga.
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texto 5 esbozos y apuntes 9

aplaza la boda no es un padre cruel, un inflexible tío o tutor, un señor


al acecho de la inocencia; la correspondencia se extiende por seis años
–¡qué tiempo tan largo para un novio y una novia!–; y en este lapso
de tiempo casi no hay más que disgustos y sufrimientos de salud, para
5 luego un matrimonio que dura solo tres años.1 ¿No se le agolpan aquí
a uno reflexiones sobre la miseria humana y sobre las preocupaciones
humanas más gratas? ¿No sería para pensar, que, si alguien lo supiera
de antemano, preferiría que la naturaleza le hubiera asignado una
muerte más temprana antes que una vida así? Tal vez, si se piensa
10 en una vida llena de pura miseria y fatigas; pero entonces no se tiene en
cuenta lo que es la vida “in concreto”: la agradable costumbre –como
dice Goethe– de realizar cosas y de actuar, el incesante flujo de sen-
saciones que nos ocupa constantemente e influye en nuestro bienes-
tar corporal; en un individuo que sea capaz de tomar distancia frente
15 a todas estas situaciones, las representaciones y la efectividad del alma
tienen que dirigirse casi exclusivamente hacia dentro, y el lazo que lo
une por los sentidos con la naturaleza entera tiene que ser muy débil.
Pero volvamos de esta digresión a la correspondencia de Lessing;
todo su tono, por lo menos casi siempre, sirve para | suscitar en el lec- [1.406]
20 tor tristeza, más que una sensación agradable. Pero el lenguaje del
dolor y del sufrimiento es mucho más elocuente que el lenguaje de la
alegría, y la satisfacción por esta no es tan perceptible como la sensa-
ción de aquellos. El momento sombrío en que escribimos cubre con
negro velo incluso el recuerdo de horas felices, además de resaltar aún
25 más lo triste, de pintarlo con colores más fuertes y añadir demasiada
sombra al cuadro. A menudo se mezcla también una pequeña vanidad
secreta, imperceptible para el mismo contagiado de ella, que nos per-
suade desde el rincón más oculto del corazón, pues despierta más
interés, más simpatía vernos sufrir que vernos contentos, parecemos
30 más grandes en el dolor que en la alegría, etc. Otra observación me
llamó mucho la atención; cuando la amada de Lessing habla de su
mal humor, de su desagradable situación, etc., y él está precisamente
de buen humor, entonces le viene con normas de vida, con preceptos “de
arte bene vivendi”, como si el buen humor que le producían las cir-
35 cunstancias (tal vez un bonito día unido al sentimiento de buena salud)
se lo debiera solo a sí mismo, por seguir sus sabias máximas. En este
punto se engaña a menudo nuestro querido, vano corazoncito. La ale-
gría favorece la satisfacción consigo mismo por las propias acciones y
omisiones, por el éxito de planes bien pensados, por sus circunstan-
40

1 Solo duró 15 meses; Eva Lessing murió de sobreparto, poco después que su hijo

recién nacido.
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10 tubinga/berna texto 5

cias externas; pero se cree que siempre es al revés, que solo cuando
tenemos motivo para estar satisfechos con nuestra conciencia, con
nuestra prudencia, eso va a producir la alegría de ánimo y el verda-
dero placer; lo dicho, la mayoría de las veces es al revés: la sensación
de salud, el buen tiempo, la ausencia de preocupaciones actuales, la 5

perspectiva de un alegre banquete nos producen un estado de satis-


facción, y este nos engaña pero que muy a gusto; solo la desgracia nos
despierta los pinchazos de la conciencia, amontona los recuerdos de
todos los fallos lamentables y rara vez se conforma con haber llenado
el alma de sentimientos sobre la triste situación, los sufrimientos, etc., 10

sino que recurre también al descontento consigo, a los reproches con-


tra uno mismo, hasta despojar completamente al alma del ánimo que
desafía el dolor con la firmeza y el orgullo de su inocencia. –¿Enton-
ces es que suprimes toda diferencia entre buenos y malos? Solo con
estos últimos casaría el cuadro que acabas de trazar. –No, pero la dife- 15

rencia aquí no es específica, sino solo gradual. ¿Dónde encontrar al


ser humano consciente de haber obrado siempre con la mejor inten-
ción, siempre conforme con la eterna regla del Derecho a la vez que
con la mayor prudencia, y que no tenga nada que reprocharse al res-
pecto? El descontento recupera a menudo cosas hace tiempo olvida- 20

das, y, por mucho que nos esforcemos a menudo en disipar enseguida


esas imágenes, permanece sin embargo el sentimiento que suscitaron,
mezclado con el descontento actual. Pero volvamos a las máximas
morales de Lessing, y a menudo encontraremos solo una carta des-
[1.407] pués que | las circunstancias han destruido por completo su eficacia, 25

lo que demuestra del modo más evidente qué poco pueden las máxi-
mas contra la impresión de placer y desagrado.
El tono de las cartas es de compenetración, comunicación de los
asuntos y actividades de [Lessing], de su preocupación y su alegría,
correspondidos por la otra parte. La expresión es sencilla y se atiene 30

a lo general, sin diseccionar el sentimiento, indicando la impresión


total, como lo vemos en los griegos, cuya tragedia no es como ahora
un compendio de la psicología empírica “in nuce”; aquí se trata de
naturaleza, y esta va de placer y sensibilidad. Las tempranas circuns-
tancias de la juventud y la educación son un obstáculo para que la 35

naturaleza deje huella en nosotros, nos acostumbramos demasiado a


que el alma se ocupe consigo misma, juzgamos demasiado los objetos
externos por conceptos, no según las sensaciones de la belleza; el
corazón se cierra y solo queda el entendimiento frío, calculador, que
al fin se estanca en los meros medios y ya no se acuerda del fin. Una 40

diferencia tajante de nuestras costumbres y carácter con las de los


griegos se caracteriza seguramente por que nos parecería de muy mal
gusto que el poeta llamara a disfrutar de la vida a base de recordar la
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texto 5/6 esbozos y apuntes 11

muerte –«¡Humano, disfruta de la vida!», etc.–. ¡Cómo podría yo dis-


frutar hoy de la vida, si mañana me llamara la muerte!
Solo el griego podía disfrutar así, interesándose por cada ser que
manifiesta vida y sensibilidad; el puro espíritu de los griegos descubrió
5 por doquier una relación espontánea en la que tomaba parte el cora-
zón; es por este lado como se muestra más noble en sus epigramas;
comparado con nosotros parece un niño oliendo una rosa, nosotros el
boticario que hace de ella agua de rosas. Candorosa pureza y simpá-
tico pudor parecen haber sido una cualidad general del genio griego.

10 [6]

«Fragmento de Tubinga» 1
[primavera/verano de 1793]

A. 1)
| La religión es uno de los asuntos más importantes de nuestra [1.83]
15 vida. Ya de niños se nos ha enseñado a balbucear oraciones a la divi-
nidad, mientras nos plegaban las manitas para elevarlas al Ser
supremo, [y] para uso y consuelo futuro en nuestra vida nos han car-
gado la memoria con un repertorio de frases que aún no entendíamos.
Cuando nos hacemos mayores, las ocupaciones con la religión
20 absorben una gran parte de nuestra vida, alrededor de ellas gira en
algunos incluso el ámbito entero de sus pensamientos e inclinaciones
como gira el círculo externo de una rueda alrededor de su centro; a la
religión le dedicamos, además de otras fiestas de guardar, el primer día
de cada semana, que vemos desde la juventud bañado de una luz más
25 bella, más festiva que todos los otros días. En nuestro entorno hay
una clase especial de hombres destinada exclusivamente al servicio de
la religión; y algo religioso interviene en todos los acontecimientos y
acciones de la vida de que depende la felicidad privada, comenzando
por el nacimiento, el matrimonio, la muerte y el entierro.2
30 Ahora bien, cuando nos hacemos mayores, ¿ya pensamos en
la naturaleza y las propiedades del Ser [supremo], y sobre todo en la
relación entre el mundo y este Ser, al que se dirigen todos los senti-

1 Con este título se ha conocido lo que en realidad es un conjunto de esbozos, pero

cuyas páginas numeró Hegel correlativamente, excepto la última.


35 2 A continuación tachado: enfermos y afligidos se alimentan con el consuelo de

la religión, que mantiene y aviva sus esperanzas, a la vez que muchos sentimientos
íntimos de gratitud y piedad suben a Dios, que solo a Dios y al alma piadosa le [son]
conocidos
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12 tubinga/berna texto 6

[1.84] mientos? La naturaleza humana está constituida de modo que | ense-


guida se le ofrece al sano sentido humano lo que hay de práctico en la
doctrina de Dios, lo que puede servirle de móvil en sus acciones, de
fuente para conocer sus deberes, así como de consuelo; en cuanto a la
enseñanza que recibimos desde la juventud, los conceptos, todo el 5

entorno que los rodea, así como lo que deja huella en nosotros en rea-
lidad se inculcan sobre la base de una necesidad natural del espíritu
humano; [esto ocurre] a menudo directamente, aunque por desgracia
esas asociaciones se deban con excesiva frecuencia a vínculos arbitra-
rios y no a verdades que se puedan hallar y desarrollar partiendo de 10

la naturaleza del alma o de los conceptos mismos.1

[...] las sublimes exigencias de la razón a la humanidad, cuya rec-


titud reconocemos a menudo de todo corazón cuando este se encuen-
tra imbuido de ellas, y las atractivas descripciones que hizo una pura,
bella fantasía de humanos inocentes o sabios, no deberían apoderarse 15

de nosotros hasta el punto de que esperemos encontrar gran cosa de


ellas en el mundo real o de que creamos poder atrapar, ver en un aquí
o allá reales esta bella perspectiva; nuestro sentido estaría menos
ensombrecido por el descontento y la amargura con lo que hay. Por
consiguiente no nos asustemos si nos vemos obligados a creer que de 20

hecho lo sensible es el elemento principal de todas las acciones y aspi-


raciones humanas. ¡Qué difícil es distinguir si el fundamento que
determina la voluntad es mera sensatez o verdadera moralidad! Aun-
que se parta de la satisfacción del ansia de felicidad como fin supremo
de la vida, seguramente –con solo que se sepa calcular bien– los resul- 25

tados perceptibles serán los mismos que si es la ley de la razón lo que


determina nuestra voluntad. Por rigurosamente que un sistema de
moral deba distinguir en abstracto la pura moralidad de la sensibilidad,
por mucho que esta deba ser situada por debajo de aquella, cuando
consideramos al ser humano y su vida <–si es que [hablamos] de seres 30

[1.85] humanos, de nosotros y nuestros semejantes–> igualmente debemos |


tener en cuenta su sensibilidad, su dependencia de la naturaleza interna
y externa, sobre todo de lo que le rodea y en lo que vive, y de las incli-
naciones sensuales y del ciego instinto –la naturaleza humana está
solo como preñada con las ideas de la razón–. Lo mismo que la sal 35

penetra en el guiso, pero, si está bien preparado, no debe hacer nin-


gún grumo, aunque comunique su sabor al todo; o como la luz lo
penetra todo, lo colma, muestra su influjo en toda la naturaleza, pero

1 Aquí falta en el manuscrito una hoja doble. La siguiente página comienza por

el final de una frase, que no otorga sentido: de la vida humana poner en movimiento; 40
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texto 6 esbozos y apuntes 13

no por eso es representable como sustancia, si bien les da su figura a


los objetos, se quiebra en cada uno de ellos, genera un aire saludable
en las plantas, así las ideas de la razón vivifican todo el tejido de sus
sensaciones, así por el influjo de ellas se nos muestran las acciones en
5 una luz propia; rara vez se muestran [esas ideas] en su esencia, pero
no obstante su efecto lo penetra todo como una fina materia y comu-
nica a todas la inclinaciones e impulsos un toque característico.

1A. 1)
Pertenece al concepto de la religión que no sea mera ciencia <de
10 Dios, de sus atributos, de nuestra relación y la del mundo con él, y de la
pervivencia de nuestra alma –en cualquier caso todo esto nos resulta-
ría aceptable por mera razón, o nos sería conocido también por otro
medio–,> ni un mero conocimiento histórico o alcanzado por deduc-
ción, sino que afecte al corazón; que influya en nuestros sentimientos
15 y determine nuestra voluntad, en parte inculcándonos con más fuerza
nuestros deberes y las leyes al presentárnoslos como leyes de Dios, en
parte hinchiendo nuestro corazón de admiración y de sensaciones de
humildad y agradecimiento ante la representación de un Dios sublime
y bondadoso con nosotros. La religión, por tanto, al dar a la morali-
20 dad y a sus motivaciones un nuevo y superior impulso, provee una
nueva barrera frente al poder de los impulsos sensibles. En | gente sen- [1.86]
sible también la religión lo es; los móviles religiosos para obrar bien
tienen que ser sensibles, de modo que actúen sobre la sensibilidad;
ciertamente con ello pierden de ordinario en dignidad en cuanto son
25 móviles morales, pero así cobran un aspecto tan humano, se adaptan
tanto a nuestras sensaciones que, seducidos por nuestro corazón y
halagados por la bella fantasía, a menudo olvidamos fácilmente que una
fría razón desaprueba esas representaciones[, esas] imágenes, o incluso
prohíbe pronunciarse de cualquier modo que sea sobre ellas.
30 Cuando se habla de religión pública –entendiendo por tal los con-
ceptos de Dios e inmortalidad y lo relacionado con ellos en cuanto
constituyen la convicción de un pueblo, en cuanto influyen en sus
acciones y su mentalidad–, hay que tener asimismo en cuenta los
medios con que bien se le enseñan estas ideas al pueblo, bien se le
35 inculcan en el corazón; en cuanto a su efectividad, no solo hay que
entender la inmediata, como que yo no robe, porque Dios lo prohi-
bió; hay que tener en cuenta sobre todo los efectos más mediatos, que
a menudo deben tenerse por los más importantes, como son sobre
todo la elevación, el ennoblecimiento del espíritu de una nación: que

40 1 Aquí comienza nueva página en el manuscrito.


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14 tubinga/berna texto 6

el sentimiento de su dignidad, a menudo adormecido, se despierte en


su alma, que el pueblo no se envilezca ni se deje envilecer, que, por el
contrario, no solo se sienta humano, sino que en ese cuadro se mues-
tren también tintes más suaves de humanidad y bondad.
Seguramente las principales doctrinas de la religión cristiana no 5

han cambiado desde sus orígenes; pero, dependiendo de las circuns-


tancias, alguna ha quedado por completo en la sombra, mientras otra
brillaba hegemónicamente y se transformaba a costa de aquella, bien
extendiéndose demasiado, bien limitándose excesivamente.

[1.87] | 1 Lo principal de una religión del pueblo es todo el bloque de prin- 10

cipios religiosos junto con los sentimientos que proceden de ellos, y


especialmente el grado de fuerza con el que pueden incidir en las
acciones. Sobre un espíritu oprimido, [sobre un] genio que ha per-
dido su fuerza juvenil bajo el peso de las cadenas y comienza a enve-
jecer, poca impresión pueden hacer las ideas religiosas. 15

El genio juvenil de un pueblo


–[el genio] envejecido–
el primero se siente eufórico en su fuerza, vuela voraz hacia lo nuevo,
se interesa por ello vehementemente; pero tal vez lo abandona de nuevo
y abraza otra causa, si bien tampoco esta podrá tratar de imponerle ata- 20

duras a su cerviz orgullosa y libre. El genio envejecido se caracteriza


sobre todo por su firme adhesión a lo tradicional en todos los sentidos;
por eso arrastra sus cadenas como un viejo la gota, por la que gruñe,
pero que no puede soltarse de encima; se deja empujar y azotar como
quiere su amo, no disfruta más que a media conciencia, sin libertad ni 25

franqueza, sin la alegría risueña y bella que invita a otros a simpatizar;


sus fiestas son habladurías –y nada le gusta más a un viejo que hablar
por hablar–, no [hay en él] proclamación límpida ni placer auténtico.

2
Explicación de la diferencia entre religión objetiva y subjetiva;
importancia de esta explicación respecto a la totalidad del tema 30

[religión La religión objetiva es “fides quae creditur”, el entendimiento y


objetiva] la memoria son sus potencias activas, que investigan conocimientos,
los ponderan y conservan o incluso creen; a la religión objetiva pue-
den pertenecer también conocimientos prácticos, pero en cuanto tales 35

no son más que un capital muerto; la religión objetiva se puede orde-

1
Este párrafo ocupa una página entera escrita a medias.
2
Aquí comienza nueva página con lo que bien puede considerarse un subtítulo
(como hizo Nohl), aunque no esté realzado gráficamente en el manuscrito. También
cambia la clase de papel. 40
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texto 6 esbozos y apuntes 15

nar en la cabeza, sistematizar, exponer en un libro y explicar de pala-


bra a otros[. L]a religión subjetiva se expresa solo en sentimientos y
acciones; si digo de alguien que tiene religión, eso no quiere decir que
tenga grandes conocimientos religiosos, sino que su corazón siente
5 las obras, los milagros, la cercanía de la divinidad; que reconoce, que
ve a Dios en su naturaleza, en los destinos de los hombres; se postra
ante él, le agradece y ensalza | en sus obras; en las propias acciones no [1.88]
atiende solo a si son buenas o prudentes, sino que además le motiva
también –y a menudo lo que más– el pensamiento de lo que es agra-
10 dable a Dios; la alegría por un acontecimiento feliz le hace levantar
enseguida la mirada a Dios y agradecérselo. La religión subjetiva es
viva, efectividad íntima que a la vez actúa hacia fuera. La religión sub-
jetiva es individual; la objetiva, la abstracción; aquella el libro vivo de
la naturaleza, las plantas, insectos, pájaros y animales, viviendo todos
15 de todos, cada uno viviendo, disfrutando, mezclados, por doquier se
encuentra a todas las especies juntas; esta el gabinete del naturalista,
que ha matado a los insectos, secado las plantas, disecado los anima-
les cuando no los conserva en alcohol, y disponiendo junto todo lo
que la naturaleza separó, ordena según una finalidad única la infinita
20 diversidad de fines que la naturaleza enlazó en un vínculo amistoso.
Toda la masa de conocimientos religiosos que pertenecen a la reli-
gión objetiva puede ser la misma en un gran pueblo; de suyo podría
serlo en todo el orbe terráqueo: se halla entrelazada con la religión
subjetiva, pero solo constituye una pequeña parte de ella, bastante
25 inefectiva, [y] se modula de modo distinto en cada humano[. L]o más
importante que hay que considerar en la religión subjetiva es si el
ánimo está dispuesto, y hasta qué punto, a dejarse determinar por
motivos religiosos, cuál es su sensibilidad a estos y luego qué clases de
representaciones tienen más influjo en su corazón, qué clases de sen-
30 timientos son las más arraigadas en el alma y son más fáciles de gene-
rar: hay quien carece de sensibilidad para las imágenes más suaves del
amor, motivaciones basadas en el amor de Dios no afectan a su cora-
zón, sus órganos de sensibilidad son tan groseros que solo los sacude
la emoción del miedo, el trueno y el rayo, las cuerdas de su corazón
35 no vibran a la suave pulsación del amor; otros oídos son sordos a la
voz del deber, de nada vale llamarles la atención sobre el juez interior
de las acciones, cuya sede se halla implantada en el mismo corazón de
los humanos, la conciencia; nunca ha resonado en ellos esta voz, el
propio provecho es el péndulo cuyos vaivenes mantienen su máquina
40 en movimiento.
De esta disposición, de esta receptividad depende cómo se va a
constituir en cada uno la religión subjetiva. La religión objetiva se | nos [1.89]
enseña desde la juventud en las escuelas; muy temprano se nos carga
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16 tubinga/berna texto 6

nuestra memoria con ella, de modo que muchas veces el entendi-


miento aún débil, la bella, delicada planta del sentido libre y abierto
resulta aplastada bajo la carga o, al modo como las raíces, abriéndose
paso por una tierra suelta, se enredan en ella y le chupan el alimento,
pero, desviadas por una piedra, buscan otras direcciones, así se queda 5

sin abrir la carga impuesta a la memoria, mientras que las potencias


del alma, al fortalecerse, o se la sacuden por completo o la dejan
aparte, en vez de alimentarse con ella.
En todo humano la naturaleza ha sembrado un germen de los finos
sentimientos que proceden de la moralidad; la [naturaleza] tiene un 10

sentido de lo moral, de otros fines que los que ha implantado en lo


humano la mera sensibilidad; es cosa de la educación, de la formación
el que no se ahoguen estos bellos gérmenes, que surja de ellos una
receptividad real a ideas y sentimientos morales; la religión no puede
arraigar en el ánimo de primeras, tiene que encontrar un suelo prepa- 15

rado para poder prosperar.


Lo importante es la religión subjetiva, ella es lo que propiamente
cuenta; disputen los teólogos sobre los dogmas, sobre lo que perte-
nece a la religión objetiva, sobre el contenido concreto de sus propo-
siciones; toda religión se basa en unos pocos principios fundamenta- 20

les, más o menos modificados, deformados –expuestos más o menos


puramente– en las diversas religiones; ellos constituyen el funda-
mento de toda fe, de todas las esperanzas que nos ofrece la religión.
Cuando hablo de religión estoy abstrayendo simplemente de cual-
quier conocimiento científico o más bien metafísico de Dios, de la 25

relación nuestra y de todo el mundo con él, etc. Un conocimiento tal,


mera ocupación del entendimiento raciocinante consigo, ya no es
religión, sino teología. Aquí atribuyo a la religión los conocimientos
sobre Dios y la inmortalidad, así como lo que se halla en una cone-
xión clara con ello, solo en cuanto los exige la necesidad de la razón 30

[1.90] práctica –y lo que claramente tenga que ver con ella–. | No por eso
quedan excluidas explicaciones más precisas sobre disposiciones espe-
cíficas de Dios para el mayor bien de los seres humanos.
Pero solo hablo de religión objetiva en cuanto también ella cons-
tituye una parte de la subjetiva. 35

No es mi intención investigar qué doctrinas religiosas tienen más


interés para el corazón, más consuelo y elevación para el alma –ni cómo
tienen que ser las doctrinas de una religión para hacer más bello y feliz
un pueblo–, sino qué disposiciones son precisas para que las doctrinas
y la fuerza de la religión penetren en el tejido de los sentimientos 40

humanos, se asocien a sus motivaciones y la [religión] se muestre en


ellas viva y efectiva, [es decir, para] que se haga totalmente subjetiva;
una vez que lo es, manifiesta su existencia no solo juntando las manos,
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texto 6 esbozos y apuntes 17

postrándose de corazón ante lo santo, sino que se extiende a todos los


ámbitos de las inclinaciones humanas (sin que ni siquiera el alma se dé
cuenta) y opera en todo –pero solo indirectamente–, pues actúa, por así
decirlo, negativamente, en el alegre disfrute de las satisfacciones huma-
5 nas; o, cuando realiza actos sublimes y se ejercita en las suaves virtudes
del amor humano, pese a no actuar directamente, sin embargo tiene al
menos el influjo más fino de dejarle al alma ir actuando libre y abierta-
mente, sin paralizar los anhelos de su acción; por lo que toca a la mani-
festación de fuerzas humanas, sea de valor o de humanidad, lo mismo
10 que para disfrutar alegremente de la vida, se requiere estar libre de la
tendencia maligna del alma a la envidia, etc.; se requiere inocencia, con-
ciencia limpia, y la religión ayuda también a impulsar estas dos cuali-
dades. La religión influye también, aliada a la inocencia, para acertar
con el punto exacto en el que la alegría podría degenerar en desenfreno,
15 y el ánimo y la decisión en una intrusión en derechos ajenos.

1 Si la teología es cosa del entendimiento y de la memoria –sea cual religión


sea su origen, [y aunque proceda incluso] de la misma religión, esta es subjetiva
cosa del corazón, interesa por una necesidad de la razón práctica–,
entonces cae de su peso que las potencias del alma que actúan en la
20 religión y la teología sean diferentes, y | que ambas exijan también dis- [1.91]
tintas disposiciones de ánimo. Para poder esperar que el bien supremo
se haga real –y es nuestro deber realizar una parte de él– la razón
práctica exige fe en una divinidad, en la inmortalidad.2
Este es al menos el germen del que brota la religión –así como la
25 conciencia, el sentido interno de lo justo e injusto, y el sentimiento de
que a la injusticia le debe seguir el castigo, al obrar con justicia la bien-
aventuranza–; la deducción de la religión no hace sino resolver ese
[germen] en sus partes, en conceptos distintos. La idea de un pode-
roso Ser invisible, bien se haya generado en el alma humana por algún
30 terrible fenómeno natural, o bien por revelación de Dios en la tem-
pestad –en la que cualquiera siente más cerca la presencia de Dios–, o

1 Aquí viene cambio de página y cambio de papel. A continuación la redacción se

reanuda algo tanteante. La primera línea del párrafo está tachada: Modo en que la
religión influye; si ha encontrado acceso, cómo actúa. Versión aún anterior: Modo en
35 que la religión influye; cómo tiene que estar constituido el ánimo, para que esté
abierto a ella
2 Siguen tachadas en punto y aparte dos redacciones anteriores: 1.ª) Cuando el

filósofo analiza el juego secreto del ánimo humano e indaga sus raíces, puede que sus
descubrimientos no lleguen a tanto; 2.ª), posterior: A donde sí llegan es a este fin
40 supremo del hombre, el sumo Bien
Cf. infra, carta de Hegel a Schelling de enero de 1795 y la respuesta de Schelling
el 4 de febrero.
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18 tubinga/berna texto 6

en el suave murmullo de la brisa vespertina, coincidió con el senti-


miento moral que encontró en esa idea la respuesta a su necesidad.
La religión es mera superstición, si se toma de ella motivos para
obrar cuando la única consejera debería ser la sensatez, o cuando el
miedo a la divinidad hace cumplir ciertas acciones creyendo así poder 5

conjurar su descontento. Seguramente en muchos pueblos presos de


lo sensible la religión es así, la representación de Dios y de su modo
de actuar con los humanos se limita a que obre conforme a las leyes de
la sensibilidad humana y sobre ella exclusivamente; en este concepto
hay muy poco de moral[. E]l concepto de Dios y el recurso a él, <[su] 10

servicio> ya es más moral, es decir, insinúa ya más la conciencia de un


orden superior definido por fines más altos que los sensibles; cierta-
mente sigue mezclada con él la superstición antes aludida, pero con la
consulta a la divinidad acerca del futuro, del éxito de una empresa, se
halla asociada también la invocación de su ayuda, el sentimiento de 15

que todo depende de sus decisiones, y en todo subyace la fe, <o al


menos, junto a la fe en el destino y la necesidad natural,> la fe en que
[1.92] la divinidad solo otorga la felicidad al justo, | mientras que dispone la
infelicidad sobre los injustos y soberbios; y también se extrae de la reli-
gión motivos morales para obrar. 20

Religión subjetiva es cosa de buena gente; la objetiva puede tener


casi cualquier color, da bastante igual:

lo mismo que a vuestros ojos hace de mí un cristiano, hace de vos a los


míos un judío,
25

dice Natán, pues la religión es cosa del corazón, que a menudo obra
inconsecuentemente contra los dogmas que acepta su entendimiento o su
memoria; las personas más venerables, ciertamente, no son siempre los
que más han especulado sobre la religión, los que muy a menudo trans-
forman su religión en teología, es decir, que a menudo truecan plenitud,
cordialidad de la fe por fríos conocimientos y exhibiciones verbales. 30

La religión gana con el entendimiento, pero muy poco; por el


contrario sus operaciones, sus dudas pueden enfriar el corazón más
que calentarlo; y quien ha encontrado que los modos de representa-
ción de otras naciones, o de los paganos, como se les llama, encierran
muchos absurdos –mientras él está tan satisfecho de sus conocimien- 35

tos superiores, de su entendimiento, con el que cree ver más lejos que
los hombres más grandes–, desconoce la esencia de la religión. Quien
llama Jupiter o Brahma a su Jehová –y es un verdadero adorador de
Dios– trae un agradecimiento, un sacrificio tan cándido como el del
verdadero cristiano. ¿A quién no le conmueve la bella simplicidad de 40

una inocencia que, ante lo bueno que le ofrece la naturaleza, piensa en


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texto 6 esbozos y apuntes 19

su mayor bienhechor y le ofrece lo mejor, lo más perfecto, las primi-


cias del cereal y las ovejas? ¿Quién no admira a Coriolano, cuando,
temiendo la némesis en la grandeza de su felicidad –como Gustavo
Adolfo humillándose ante Dios en la batalla de Lüzen–, pide a los
5 dioses que no humillen al genio de la grandeza romana, sino a él?
Rasgos tales son para el corazón y requieren ser disfrutados con
el corazón, con ingenuidad de espíritu y sentimientos, en vez de
enmendarlos con el frío entendimiento. Solo la soberbia de un espí-
ritu sectario, que se cree más sabio que todos los hombres de otros
10 bandos, puede | pasar de largo ante la última voluntad de Sócrates de [1.93]
ofrecer cándidamente un gallo al dios de la salud, sin disfrutar el bello
sentimiento con el que Sócrates agradece a los dioses su propia
muerte, que ve como una curación, haciendo en cambio la maliciosa
observación de Tertuliano en el cap. 46 del Apologeticum:

15 Socrates [vox est: «si daemonium permittat»], etc.

Si, como en el monje de la escena del Natán antes citada, el corazón


no habla más alto que el entendimiento, si sigue retraído, dejándole a
este tiempo para argüir sobre una acción, entonces ese corazón no vale
gran cosa, el amor no vive en él. En ninguna ocasión aparecen tan bella-
20 mente opuestos la voz del sentimiento intacto, del corazón puro, y el
entendimiento querulante como en la historia del Evangelio en la que
Jesús aceptó con agrado y amor –como el desbordamiento de una bella
alma transida de arrepentimiento, confianza y amor– que le ungiera el
cuerpo una mujer que había sido de mala fama, sin dejarse desconcertar
25 por la sociedad que la rodeaba; por otra parte algunos de sus apóstoles
tenían un corazón demasiado frío como para sentir también ellos la pro-
fundidad de este sentimiento femenino, su bella ofrenda de confianza,
hasta el punto de hacer aquel frío comentario disfrazado de interés cari-
tativo. ¡Qué observación tan vacía y forzada la del buen Gellert, cuando
30 dice en algún sitio que un niño pequeño sabe hoy más de Dios que el
pagano más sabio, lo mismo que Tertuliano en Apologeticum[, cap.]
46: “deum quilibet opifex”, etc.! ¡Como si el Compendium de moral
que tengo en esta alacena –perfectamente utilizable, si quiero, como
embalaje de un queso fétido– tuviera más valor que el corazón –quizá
35 no siempre justo– de un Federico II! Y es que la diferencia entre el
“opifex” de Tertuliano, el niño de Gellert –al que se la ha inculcado a
golpes el fermento teológico con el catecismo– y el papel en el que se
ha impreso la moral, a fin de cuentas no es muy grande; propiamente a
ambos les falta casi por igual una conciencia adquirida por experiencia1

40 1 Aquí según la numeración de Hegel faltaría un folio entero.


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20 tubinga/berna texto 6

[1.94] | 1 Ilustración: buscar efectividad mediante el entendimiento.

El entendimiento solo sirve a la religión objetiva –para depurar


los principios, exponerlos en su pureza–; ha producido frutos magní-
ficos, como el Natán de Lessing, y merece los elogios con que siem- 5

pre se le ensalza.
Pero el entendimiento nunca hace prácticos los principios
El entendimiento es un cortesano que gusta de guiarse por los
caprichos de su señor; sabe encontrar justificaciones para cada pasión,
para cada empresa; [pero] sobre todo está al servicio del egoísmo, 10

siempre tan agudo pintando con bellos colores las faltas cometidas o
por cometer; a menudo [hasta] se felicita por haber encontrado un
pretexto tan bueno para su propio provecho
Ciertamente la ilustración del entendimiento hace más avisado,
pero no mejor. Incluso si se reduce la virtud al buen sentido, si se le 15

calcula a alguien que no puede ser feliz sin virtud, la cuenta es dema-
siado rebuscada y demasiado fría como para ser efectiva en el momento
de la acción, o simplemente para que pueda influir en la vida.
Quien eche mano de la mejor moral para aprender con todo deta-
lle tanto los principios generales como los deberes y virtudes en par- 20

ticular, cuando a la hora de actuar realmente quisiera pensar en este


embrollo de reglas y excepciones, le saldría una acción tan forzada
que estaría siempre angustiada y en conflicto consigo misma. Cual-
quiera que alguna vez haya escrito una Moral esperará que haya un
ser humano capaz, o de aprenderse el libro de memoria, o de consul- 25

tar su Moral en todo lo que hace, en cualquier inclinación que siente,


para ver si además es moral, si está permitida. En realidad no es otra
la exigencia que se hace en el fondo con una Moral. No hay ilustra-
ción del entendimiento ni moral impresa capaz de evitar que surjan
malas inclinaciones ni de frenar su desarrollo –este [es el] influjo 30

negativo [pretendido por el] Theophron de Campe–; hay que actuar


por uno mismo, por uno mismo obrar, decidir por sí mismo, no dejar
que otros obren por uno, [pues] entonces uno ya no es más que pura
máquina.

[1.95] | Hablar de que hay que ilustrar a un pueblo supone que en él rei- 35

nan errores –prejuicios populares de tipo religioso– y la mayoría son


más o menos de esta especie: se basan en los sentidos, en la ciega
expectativa de que se generará un efecto carente de toda conexión real
con su supuesta causa; en el pueblo, que tiene muchos prejuicios, el

1 Nohl toma esta línea como título de las ocho páginas siguientes. 40
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texto 6 esbozos y apuntes 21

concepto de causa parece que se basa casi siempre en el concepto de


la mera sucesión, y cuando alguna vez la gente habla de causas, se
salta sin verlos los eslabones intermedios de las acciones sucesivas.
Los sentidos y la fantasía son las fuentes de los prejuicios; incluso
5 proposiciones correctas, que pasan la prueba de la razón, en el pue-
blo vulgar son prejuicios en el sentido de que, no conociendo su fun-
damento, simplemente se cree en ellas. Por consiguiente los prejuicios
pueden ser de dos clases: a) errores reales, b) verdades reales, pero que
no se verán como verdades reconocidas por la razón, sino aceptadas
10 de buena fe, lo que no es de mucho mérito subjetivo; por tanto ilus-
trar al pueblo, quitarle sus prejuicios –aquí no se trata de prejuicios
de índole práctica, es decir, los que influyen en las decisiones, pues
tienen otras fuentes completamente diferentes y otras consecuen-
cias–, significa formar su entendimiento acerca de ciertos objetos, de
15 modo que por una parte se libere realmente del convencimiento y el
poder que ejercen sobre él, mientras que por otra esté convencido
razonadamente de las verdades reales. Ahora bien, para empezar:
¿Qué mortal va a decidir simplemente qué es verdad?
Luego entonces, supongamos –como tiene que ser cuando se habla
20 más “in concreto” del saber humano y como hay que suponer también
desde un punto de vista meramente político, si tiene que haber socie-
dad humana– que hay principios de validez general no solo evidentes
para el sentido común, sino fundamentales para cualquier religión
que merezca el nombre, por deformables que sean. α) Entonces es
25 cierto que hay muy pocos y que precisamente por eso –porque por
una parte son tan generales y abstractos y por otra, si van a ser
expuestos en la pureza que requiere la razón, | [no casan] con la expe- [1.96]
riencia y la apariencia sensible, y no siendo una regla para esta, solo
pueden casar con un orden opuesto de las cosas– son poco aptas para
30 recibir un vivo reconocimiento por parte del pueblo; incluso si la
memoria los retiene, no llegan a formar parte del espíritu humano, de
sus anhelos. ß) Es imposible que una religión, pese a requerir validez
general para un pueblo, consista en verdades generales; en todas las
épocas solo seres superiores han accedido a ellas y las han abrazado
35 con amor y de todo corazón, de modo que siempre ha hecho falta
mezclarles ciertos añadidos basados en la pura aceptación de buena
fe; dicho de otro modo, hay que hacer más bastas las proposiciones
de índole más pura, envolviéndolas en una cobertura más sensible,
para que puedan ser entendidas y aceptables por los sentidos; también
40 hay que introducir usos de cuya necesidad o utilidad convence una fe
confiada o la costumbre desde la juventud; por tanto es evidente que
la religión del pueblo, y lo que ya comporta de por sí el concepto de
religión, no puede basarse en la mera razón, si es que sus doctrinas
Parte I (1-80) 16/10/2014 14:11 Página 22

22 tubinga/berna texto 6

van a traducirse en la vida y las acciones. La religión positiva no puede


basarse sino en la fe en la tradición que nos la transmite, solo así pode-
mos estar convencidos de sus usos religiosos; y no hay otra razón
de su obligatoriedad, de la fe en que Dios la ve con agrado y la exige de
nosotros como un deber. Pero de suyo, vistos con la mera razón, lo 5

único que se puede afirmar de esos usos es que, siendo edificantes,


valen para despertar sentimientos piadosos y es cuestión de examinar
su utilidad a ese respecto. Ahora bien, en cuanto me he convencido
de que de suyo no es que Dios sea venerado por estos usos con que le
servimos, sino que, aunque yo los considere edificantes, obrar bien 10

le es el servicio más grato, entonces estos usos ya han perdido una


gran parte de su posible ascendiente sobre mí.
Ya que la religión es por completo cosa del corazón, cabría pre-
guntar hasta dónde puede inmiscuirse el raciocinio sin perjuicio de la
religión. De tanto reflexionar acerca de cómo surgen los sentimien- 15

tos, así como sobre los usos de obligado cumplimiento, cuya finali-
dad sería excitar sentimientos piadosos, sobre su origen histórico, si
[1.97] son adecuados, etc., ciertamente se debilita | el nimbo de santidad con
el que estábamos acostumbrados a verlos desde siempre, lo mismo que
se debilita el respeto por los dogmas de la teología cuando los vemos 20

a la luz de la historia de la Iglesia. Pero además muchas veces vemos lo


poco que ayuda esa fría reflexión al comportamiento humano, cuando
alguien cae en una situación en la que el corazón desgarrado necesita
un apoyo más fuerte; entonces la desesperación lleva a recurrir de
nuevo a lo que antes consoló, se ase a ello con tanta más fuerza y 25

angustia para que no se le vuelva a escapar, y a la vez se aplica a escu-


char los sofismas del entendimiento. No es lo mismo ilustración,
raciocinio que sabiduría, ni sabiduría es ciencia. Sabiduría es una ele-
vación del alma por la experiencia y la reflexión que ha superado la
dependencia de las opiniones recibidas así como de las impresiones 30

sensibles; y para ser sabiduría práctica –en vez de vanidad o jactancia–


tiene que estar acompañada de una calidez apacible, de un suave
fuego; no es ergotista, tampoco ha partido de conceptos “methodo
mathematica” para llegar por una serie de silogismos en “barbara et
barrocco” [sic] a lo que considera la verdad; no ha comprado su con- 35

vicción en el mercado abierto, donde se entrega el saber a cualquier


buen pagador, ni siquiera sabría cómo contarla en moneda reconocida
contante y sonante para ponerla sobre la mesa, sino que habla desde
la plenitud del corazón.
Formación del entendimiento y su aplicación a los objetos que 40

atraen nuestro interés: en eso consiste una bella ventaja de la ilustra-


ción, así como conocimiento distinto de los deberes, ilustración sobre
verdades prácticas. Pero no son de naturaleza como para poder otor-
Parte I (1-80) 16/10/2014 14:11 Página 23

texto 6 esbozos y apuntes 23

gar moralidad, son infinitamente menos valiosas que la bondad y


pureza del corazón, propiamente son [in]conmensurables con ellas.
Un joven de buen natural se caracteriza por su carácter alegre; si,
obligado a replegarse sobre sí mismo por circunstancias adversas,
5 toma la decisión de hacerse virtuoso, pero sin tener todavía la expe-
riencia de que no puede lograrlo con los libros, puede que eche mano
del Theophron de Campe; para convertir sus enseñanzas sobre la
sabiduría y la sensatez en guía de su vida, lee cada día por la mañana
y por la noche un fragmento de él y lo piensa durante todo el día.
10 ¿Cuál será el resultado? ¿Auténtica perfección, por ejemplo? <¿Cono-
cimiento de la naturaleza humana? ¿Sensatez práctica?> Para ello haría
falta una práctica y | una experiencia de años; pero las meditaciones [1.98]
sobre Campe y el ideal campeano ¡se lo resolverán en ocho días!
Sombrío y temeroso entra en una sociedad, en la que solo es bienve-
15 nido quien sabe alegrarla; apocado, disfruta de un placer que solo
puede saborear quien participa con un corazón alegre; transido por el
sentimiento de su imperfección, se inclina ante cualquiera; el trato
con mujeres no le anima, porque teme que el menor roce con alguna
joven pudiera encender un fuego incendiario en sus venas, lo que le
20 da un aspecto torpe y rígido; pero no lo aguantará mucho tiempo,
sino que enseguida se sacudirá de encima la vigilancia de este precep-
tor gruñón y se sentirá mejor.
Si la ilustración va a cumplir lo que sus grandes panegiristas pro-
claman de ella, si es que va a merecer sus elogios, entonces es verda-
25 dera sabiduría; si no, lo normal es que sea pseudosabiduría arrogante,
que se gloría de sus “lumières” y gracias a ellas se imagina, se arroga
ser más que todos esos hermanos débiles. Es corriente encontrar esta
presunción en la mayoría de los jóvenes u hombres que, al leer nue-
vas ideas, comienzan a dejar sus anteriores creencias, por lo demás
30 compartidas hasta entonces con la mayoría de su entorno –en esto la
vanidad tiene a menudo la mayor parte–. Quien derrama su elocuen-
cia sobre la inefable estupidez de la gente, quien sabe analizar magis-
tralmente hasta qué punto es insensato que un pueblo tenga este o
aquel prejuicio, quien prodiga palabros como ilustración, conoci-
35 miento de la naturaleza humana, historia de la humanidad, felicidad,
perfección, no es más que un charlatán de la ilustración, un mercachi-
fle que ofrece barato remedios para todo; gente así se alimenta mutua-
mente con palabras vacías, sin percibir el sagrado, delicado tejido de
la sensibilidad humana. Cualquiera puede escuchar alrededor ejem-
40 plos de estos graznidos; alguno seguramente los conoce por expe-
riencia propia, pues en nuestros tiempos literatos es muy corriente
este tipo de formación. Aunque alguno que otro aprenda de la vida
misma a entender mejor lo que antes yacía en su alma como mero
Parte I (1-80) 16/10/2014 14:11 Página 24

24 tubinga/berna texto 6

capital muerto, no habrá estómago en el que no quede a medio dige-


rir un revoltijo de sabiduría libresca; y como el estómago ya tiene
bastante con eso, se priva de una alimentación más sana; el aspecto
inflado [resultante de que] el resto del sistema del cuerpo no recibe jugos
[1.99] nutritivos | produce tal vez la apariencia de salud; pero una flema seca
paraliza el libre movimiento en todos los miembros. 5

Es tarea del entendimiento ilustrado examinar la religión objetiva.


Pero su fuerza es escasa cuando hay que producir una mejor huma-
nidad, una educación positiva en grandes, fuertes convicciones, en
sentimientos nobles, en una decidida emancipación. De modo que el 10

resultado, la religión objetiva, es de escasa relevancia.


Al entendimiento humano le halaga contemplar su obra: un
imponente edificio del conocimiento de Dios, así como de los debe-
res humanos y de la naturaleza; y no cabe duda de que él es quien ha
aportado los materiales de construcción, con los que ha levantado pri- 15

mero un edificio, que luego no para de embellecer o incluso de recar-


gar; pero cuanto más complejo, más abigarrado el edificio en que tra-
baja toda la humanidad, tanto menos pertenece a cada uno. Quien se
limite a copiar este edificio general, a apropiarse [fragmentos de él],
en vez de [construir] en sí mismo y por sí mismo una casita propia 20

para habitarla con su tejado y su fachada de maderaje, que pueda sen-


tir como su hogar –y si no ha labrado cada piedra de ella, al menos la
haya colocado, tenido en sus manos–, ese es un hombre de la letra, ese
no ha vivido y obrado por sí mismo.
Y quien termine convirtiendo esa gran casa en un palacio, vivirá 25

en él como Luis XIV en Versalles, pero sin apenas conocer todos los
aposentos de su propiedad, encerrado en un minúsculo gabinete,
mientras que un padre de familia puede dar cuenta mejor de todo lo
que hay en su pequeña casa desde generaciones, de cada tornillo, de
cada armarito, de su uso y de su historia, [como el] Natán de Lessing:
30

de casi todo puedo decir aún


cómo, dónde, por qué lo he aprendido

Lo que la religión tiene que ayudar a construir hasta donde le sea


posible es esa pequeña casita que alguien pueda llamar enseguida la suya
Entre la pura religión de la razón –que, adorando a Dios en el 35

Espíritu y la Verdad, pone su servicio exclusivamente en la virtud– y


[1.100] la | fe fetichista –que cree poder hacerse grata a Dios por algo más que
por una voluntad auténticamente buena– hay una diferencia tan
grande que esta carece de valor comparada con aquella, pues son de
especie inconmensurable; además es muy importante para la humani-
Parte I (1-80) 16/10/2014 14:11 Página 25

texto 6 esbozos y apuntes 25

dad acercarla cada vez más a la religión de la razón alejándola de la fe


fetichista; pero, como una Iglesia espiritual universal no deja de ser un
mero ideal de la razón –y seguramente es imposible establecer una
religión pública que prevenga cualquier posibilidad de derivación hacia
5 una fe fetichista–, hay que plantearse cómo instituir en líneas genera-
les una religión del pueblo, de modo que a) negativamente, dé tan
poca ocasión como sea posible al apego a la letra y los usos, y b) po-
sitivamente, lleve al pueblo a la religión de la razón, lo haga sensible
a ella.
10 Cuando en la moral se establece la idea de la santidad como la
cumbre ética, la meta suprema a la que aspirar, se objeta que esa idea
no es humanamente asequible (cosa que también reconocen esos
moralistas), sino que, además del puro respeto a la ley, requiere de
otros móviles relativos a la sensibilidad; pero esto no demuestra que
15 el ser humano deba renunciar a irse acercando a esa idea, aunque sea
eternamente, sino solo que, dada la rudeza y la poderosa propensión
a la sensualidad de los más, muchas veces es para contentarse con
generar mera legalidad –para lo cual no hacen falta móviles pura-
mente éticos (cf. Mateo 19, v. 16), pues esa mayoría tendría poca
20 receptividad ante ellos–; y que ya es algo que al menos se refine la sen-
sibilidad grosera, se despierte el interés por algo superior y, en vez de
impulsos propiamente animales, se exciten sentimientos más capaces
de ser influidos por la razón y de acercarse a lo moral; dicho de otro
modo, es propiamente gracias a estos, que amortiguan un poco el gri-
25 terío de la sensibilidad, como pueden brotar sentimientos morales
–ya la mera cultura es algo–; lo único que demuestran, pues, [aquellas
objeciones] es que seguramente en este mundo no es verosímil que la
humanidad, ni siquiera un individuo aislado, | pueda llegar a prescin- [1.101]
dir nunca de móviles no morales –estos sentimientos pertenecen a
30 nuestra naturaleza misma y, aunque ni sean morales, pues no proce-
den del respeto ante la ley, ni, por tanto, sean del todo firmes y segu-
ros, ni tengan un valor de por sí, ni merezcan respeto, sin embargo
son amables y contrarios a las malas inclinaciones, fomentan lo mejor
en los humanos–; de este tipo son todas las inclinaciones de buena fe,
35 la compasión, la benevolencia, la amistad, etc. De esta condición
empírica, que no trasciende del ámbito de las inclinaciones, es asi-
mismo el sentimiento moral, que envía sus delicados hilos por todo
ese tejido; el principio fundamental de la condición empírica es el
amor, que tiene cierta analogía con la razón en cuanto que se encuen-
40 tra a sí mismo en otros o, más bien, olvidándose de sí mismo, se
expone fuera de su existencia; es como si viviera, sintiera y actuara en
otros, del mismo modo que la razón, en cuanto principio de leyes
universales, se reconoce en todo ser racional como conciudadana de
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26 tubinga/berna texto 6

un mundo inteligible. Ciertamente la índole empírica de lo humano


siente placer y desagrado; [pero] el amor, aunque constituya un princi-
pio sensible de la acción, es desinteresado, no obra bien por el cálculo
de que las satisfacciones que le reportan sus acciones son más plenas
y de mayor duración que las que brotan de la sensibilidad o de la satis- 5

facción de alguna pasión; tampoco se trata del principio de un amor


propio refinado, cuyo último fin siempre es el yo.
Ciertamente el empirismo no vale en absoluto para plantear prin-
cipios; pero cuando se trata de cómo influir en los humanos, hay que
tomar a estos como son y seleccionar todos los buenos móviles y sen- 10

timientos para que, si no se puede acrecentar su libertad directamente,


al menos se pueda ennoblecer su naturaleza. Sobre todo en una reli-
gión del pueblo es de la mayor importancia que la fantasía y el cora-
zón no se queden insatisfechos, que la primera se llene con imágenes
grandes, puras, y en la segunda se despierten sentimientos más bené- 15

ficos; que ambos cobren una buena dirección es tanto más importante
en la religión, cuyo objeto es tan grande, tan importante; es muy fácil en
ella que ambos se abran caminos por su cuenta o se desvíen, y que el
corazón, seducido por falsas representaciones y por su propia como-
didad, se quede en apariencias o se alimente de bajos sentimientos que 20

[1.102] simulan humildad, creyendo servir así a Dios; | también puede ser
que la fantasía enlace cosas en calidad de causas y efectos, cuando su
sucesión es meramente casual, y se prometa efectos extraordinarios
en la naturaleza. El ser humano es una cosa tan compleja que se puede
hacer de él cualquier cosa, el complejo tejido de sus sentimientos 25

tiene tantos cabos que todo se puede enlazar, si no es con uno con
otro –por eso es capaz de la superstición más desbocada, de la mayor
esclavitud jerárquica y política–; enlazar esos bellos hilos de la natu-
raleza conforme a esta en un bello vínculo tiene que ser ante todo
tarea de la religión del pueblo. 30

La religión del pueblo se diferencia de la religión privada sobre


todo en que la finalidad de aquella consiste en insuflar en el alma
mediante un poderoso influjo en la imaginación y el corazón, toda la
fuerza y el entusiasmo, el espíritu, que es imprescindible para la vir-
tud grande y elevada; [en cambio] la formación de cada uno según su 35

condición, la instrucción en los casos de colisión entre deberes, los


medios particulares de fomentar la virtud, el consuelo y sostén en
sufrimientos y desgracias singulares tienen que dejarse a la formación
privada en la religión; que esto no sirve para una religión pública del
pueblo se ve por lo siguiente: 40

a) la instrucción en los casos de “collision” entre deberes: estos son


tantos que mi conciencia solo puede arreglárselas satisfactoriamente,
Parte I (1-80) 16/10/2014 14:11 Página 27

texto 6 esbozos y apuntes 27

o bien mediante el consejo de hombres justos y experimentados, o


por la convicción de que el deber y la virtud son la máxima suprema
–que previamente, gracias en todo caso a la religión pública, ha podido
consolidarse y convertirse en máxima de mis acciones–; la enseñanza
5 pública, así como la enseñanza de la moral –véase más arriba– es
demasiado seca y será igual de impotente a la hora de que el ánimo se
determine a actuar por finas reglas casuísticas; o bien generará cons-
tantemente una escrupulosidad opuesta a la decisión y fuerza que la
virtud requiere
10 b) si la virtud no es un producto de la doctrina y el parloteo, sino
una planta que, si bien con el debido cuidado, procede del propio
impulso y la propia fuerza, las muchas artes, por así decirlo, | indispen- [1.103]
sables, que se pretende haber inventado para cultivar la virtud como
en un invernadero echan más a perder a la gente que si se la deja asil-
15 vestrarse; la enseñanza pública de la religión implica por su misma
naturaleza que el entendimiento no solo sea ilustrado sobre la idea de
Dios y nuestra relación con él, sino que también se intente deducir
todos los otros deberes de las obligaciones que tenemos para con
Dios, de modo que nos los enfaticen tanto más, que nos los presen-
20 ten tanto más vinculantes. Solo que esta deducción tiene ya algo de
artificial, traído por los pelos, pues solo el entendimiento se da cuenta
de la conexión, a menudo muy artificiosa –al menos es poco evidente
para al sentido común vulgar–, y lo corriente es que, cuantos más
motivos se aduzcan para un deber, tanta más frialdad generen
25 c) el único consuelo verdadero en el sufrimiento (para los dolo-
res no hay consuelo, lo único que se les puede oponer es fortaleza de
ánimo) es la confianza en la providencia de Dios; todo lo demás es
parloteo vacío que se desvía del corazón

30 1
¿De qué índole tiene que ser una religión del pueblo? (tomando
aquí religión del pueblo en sentido objetivo)
a) con respecto a las doctrinas objetivas
b) con respecto a las ceremonias
<A> I. Sus doctrinas tienen que basarse en la razón universal.
II. Fantasía, corazón y sensibilidad deben tomar parte en ella
35 III. tiene que ser de tal índole que todas las necesidades de la
vida [y] las políticas del Estado conecten con ella.

1 Comienzo de página en el manuscrito. Vid. supra, p. 14, nota.


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28 tubinga/berna texto 6

B. Qué debe evitar


la fe fetichista: por ella hay que entender sobre todo una que es
frecuente en nuestra época locuaz, la de creer que a base de peroratas
sobre ilustración, etc. se han satisfecho las exigencias de la razón, la
de andar constantemente a la greña sobre doctrinas dogmáticas, sin 5

por eso mejorarlas apenas en uno mismo o en los otros1

I. Las doctrinas necesariamente tienen que ser de índole tal que,


incluso cuando su autoridad se basa en una revelación divina, estén
autorizadas propiamente por la universal razón humana, de modo 10

que cualquier ser humano entienda y sienta su obligatoriedad cuando


[1.104] se le llame la atención sobre ellas; y es que hay | doctrinas que prome-
ten, o bien indicarnos un medio especial para lograr el beneplácito divino,
o bien conseguirnos ciertos conocimientos superiores, informaciones
más precisas sobre objetos inasequibles –y por cierto tocantes a la 15

razón, no solo a la fantasía–; pero, además de que tarde o temprano


se convierten en blanco del ataque de hombres pensantes y en objeto
de lucha –con lo que siempre se pierde el interés práctico, si no es que
en la disputa se erigen profesiones de fe exactas, intolerantes–, seguro
que nunca alcanzarán en el ánimo la importancia de un momento 20

práctico puro, auténtico, directamente referido a la moral, pues su


enlace con las verdaderas necesidades y exigencias de la razón siem-
pre será forzado, e incluso cuando la costumbre haya asentado sóli-
damente este enlace, fácilmente dará lugar a abusos.
Pero además estas doctrinas tienen que ser sencillas, precisamente 25

porque son verdades de la razón y no precisan por tanto ni de un apa-


rato erudito ni de una profusión de fatigosas demostraciones; y esta
cualidad de la sencillez les da tanta más fuerza e influjo sobre el
ánimo, determinando la voluntad a acciones; así concentradas, son
más importantes en la formación del espíritu de un pueblo que si los 30

mandamientos se amontonan artificialmente ordenados y precisamente


por eso requieren constantemente muchas excepciones.
Estas doctrinas universales tienen que ser a la vez humanas –una
grande y grave exigencia– y tan humanas además como para adecuarse
a la cultura espiritual y al nivel de moralidad en que se encuentre un 35

pueblo. Precisamente algunas de las ideas más sublimes y de mayor


interés para la humanidad difícilmente valdrán para ser aceptadas uni-
versalmente como máximas; más bien parecen propias de unos pocos
individuos probados, que trabajosamente han accedido a la sabiduría
a través de una larga experiencia; en ellos esas ideas se han convertido 40

1 La página del manuscrito no está escrita hasta el final.


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texto 6 esbozos y apuntes 29

en una fe firme, en una convicción inquebrantable, precisamente en


las situaciones que requieren su aliento. De este tipo es sobre todo la
fe en una Providencia sabia y bondadosa, con la cual, si esa fe es viva
y recta, va unida una entrega total a Dios.
5 Esta doctrina y todo lo que conlleva es enseñanza principal en las
comunidades cristianas, pues su contenido entero se reduce al | inmenso [1.105]
amor de Dios, en el que todo confluye; año tras año se nos representa
además a Dios como siempre cercano y presente, actuando en todo lo
que nos rodea, y esto no solo en la conexión más absolutamente nece-
10 saria con nuestra moralidad y lo que nos es más sagrado, sino que
también queda elevado a la seguridad más completa por frecuentes
aseveraciones de Dios mismo y por otros hechos, que nos deben con-
vencer de ello sin discusión posible; y sin embargo vemos por expe-
riencia que en el vulgo una tormenta, una noche fría es capaz de sacu-
15 dir esa confianza en la Providencia y la paciente entrega a la voluntad
de Dios que debería ser su consecuencia; que simplemente solo un
hombre sabio es capaz de superar la impaciencia, el enfado por las espe-
ranzas decepcionadas, el mal humor ante las desgracias. Esa depresión
tan repentina de la confianza en Dios, la rápida transición al descon-
20 tento con él se hace entonces más fácil por cuanto no solo se le ha
acostumbrado a la plebe cristiana desde su juventud a rezar sin des-
canso, sino que también se le ha tratado siempre de convencer de su
necesidad suma, prometiéndole cierto cumplimiento de sus plegarias.
Además se ha aportado para bien de la humanidad doliente tal
25 cantidad de las más diversas razones de consuelo para su uso en la
desgracia que al final uno pudiera echar de menos no perder cada ocho
días al padre o la madre, o no quedarse repentinamente ciego. Las con-
sideraciones a este respecto han optado por perseguir con increíble
sutileza e inventiva los efectos físicos y morales más remotos, y, pre-
30 sentándolos como fines de la Providencia, creían haber conseguido
no solo en general, sino en cada caso, comprender mejor sus planes
con los humanos.
Pero en cuanto no nos conformamos a este respecto con cerrar la
boca en santo respeto y callarnos, nada hay más común que la pre-
35 tensión petulante de querer dominar los caminos de la [Providencia;
y el respeto ante ella], por otra parte, no encuentra apoyo ni en el
pueblo vulgar ni en las muchas ideas ideales en curso. Todo lo cual
ciertamente contribuye poco a fomentar la entrega a la voluntad
divina y la conformidad. Podría | ser muy interesante comparar con [1.106]
40 esto la fe de los griegos. En ellos era fundamental por una parte la fe
en que los dioses son propicios a los buenos, mientras que encomien-
dan el mal a la terrible némesis; una fe amablemente animada por el
cálido aliento de los sentimientos y basada en la profunda necesidad
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30 tubinga/berna texto 6

moral de la razón, no en la fría convicción, deducida de casos aisla-


dos, de que todo ocurre para mayor bien –una convicción que nunca
puede convertirse en vida verdadera–; por otra parte la desgracia era
entre ellos desgracia, el dolor era dolor, lo que había ocurrido y no
tenía remedio [era algo] sobre cuya intención no podían cavilar, pues 5

su µοι¤ρα, su αjναγκαι¤α τυ´´χη era ciega; pero entonces también se some-


tían a esta necesidad voluntariamente con toda la resignación posible
y al menos tenían la ventaja de que se soporta mejor lo que desde la
juventud se ha estado acostumbrado a ver como necesario, sin que
al dolor, al sufrimiento que produce la desgracia haya que añadir un 10

disgusto, mal humor, descontento aún mucho más penosos, más insu-
fribles.
Esta fe respeta por una parte el flujo de la necesidad natural, a la
vez que está convencida de que los humanos son gobernados por los
dioses según leyes morales; por tanto parece humanamente adecuada 15

tanto a la excelsitud de la divinidad como a la debilidad, a la depen-


dencia de la naturaleza y al limitado horizonte humanos.
Doctrinas sencillas basadas en la razón universal son compatibles
con cualquier grado de formación del pueblo, y esta formación las irá
modificando gradualmente de acuerdo con su propia evolución, aun- 20

que más bien en su apariencia, en lo que se refiere a las imágenes de


la fantasía sensible.
El único fin que pueden tener esas doctrinas por su propia índole
cuando se basan en la universal razón humana, es influir en lo funda-
mental del espíritu de un pueblo, bien por sí mismas, bien por los 25

encantos de impresionantes ceremonias asociadas con ellas, pero sin


entrometerse en el ejercicio de la justicia civil ni atribuirse la exco-
munión individual; y como sus fórmulas son sencillas, tampoco
fomentarán las disputas acerca de ellas; y, siendo poco lo que exigen
y establecen como [deber] positivo, pues la legislación de la razón es 30

meramente formal, también quedará limitado el autoritarismo clerical


de una religión así.
[1.107] | II. Para poder ser religión de un pueblo, la religión tiene que ser
de una índole capaz de movilizar corazón y fantasía. Incluso la más
pura religión de la razón cobra cuerpo en el alma de cada uno, cuánto 35

más en el pueblo, y no estaría de más, para prevenir aventurados exce-


sos de la fantasía, vincular mitos con la misma religión; de este modo
la fantasía tendría ante sí al menos un bello camino, que ella luego
pudiera sembrarse de flores. Una gran parte de las doctrinas de la reli-
gión cristiana tiene que ver con la historia o está expuesta en térmi- 40

nos históricos, y su escenario es en la Tierra, aunque las acciones no


sean solo humanas; por tanto le plantea a la fantasía un objetivo fácil
de reconocer; sin embargo quedan muchos huecos en los que disfruta
Parte I (1-80) 16/10/2014 14:11 Página 31

texto 6 esbozos y apuntes 31

de un amplio margen: si el color de la [fantasía] es negro como la bilis,


se puede imaginar un mundo terrible, mientras que por el lado opuesto
puede caer fácilmente en el infantilismo, y es que propiamente el espí-
ritu de nuestra religión excluye los bellos colores tomados de la sen-
5 sibilidad; en cuanto a nosotros, simplemente somos demasiado hom-
bres de la razón y la palabra como para amar las bellas imágenes. Por
lo que toca a las ceremonias, seguramente es inconcebible una reli-
gión del pueblo sin ellas; pero por otra parte seguramente no hay cosa
más difícil que evitar que la plebe las tome por la misma esencia de la
10 religión.
La religión consta de tres elementos: a) conceptos, b) usos esen-
ciales, c) ceremonias.
Si consideramos el bautizo, la cena como “ritus” vinculados a cier-
tas buenas obras y gracias de carácter extraordinario que nos son
15 impuestas como deberes por sí mismas y cuya práctica nos hace de
por sí más perfectos, más morales, entonces pertenecen a la segunda
clase. Si en cambio los consideramos exclusivamente como medios
cuya única finalidad y efecto es despertar sentimientos piadosos,
entonces pertenecen a la tercera clase.
20 Esto último vale también de los sacrificios; pero es impropio lla-
marlos ceremonias, porque le son esenciales a la religión respectiva,
pertenecen a su misma fábrica, mientras que las ceremonias son solo
los adornos, la forma de ese edificio.
También los sacrificios pueden ser considerados desde un doble
25 punto de vista: a) en parte | fueron ofrendados ante los altares de [1.108]
los dioses como expiación, indulgencia, transformación en una multa
del temido castigo físico y moral, para congraciarse el favor perdido del
gran señor que reparte recompensas y castigos. Ciertamente con razón
se le reprocha a tal costumbre, cuando se la valora negativamente, su
30 irracionalidad y el falseamiento del concepto de moralidad; pero tam-
bién hay que considerar que en realidad la idea de los sacrificios
nunca ha existido en esa crudeza (si se exceptúa tal vez la Iglesia cris-
tiana<; fuera de ella el alma del criminal recibía a lo sumo una gota de
bálsamo, incapaz por tanto de satisfacer su conciencia –y apenas se
35 encontrará otro ejemplo de tanta perversión moral en un pueblo–>);
y tampoco se puede ignorar por completo el valor de los sentimien-
tos <–aunque fueran impuros–> que operaban en ella: el santo res-
peto ante el Ser sagrado, el humilde postrarse ante él[,] la contrición
de corazón, la confianza que llevaba al alma agobiada, suspirando por
40 la paz a esta ancla [de salvación]. Un peregrino que, abrumado por el
peso de sus pecados, abandona comodidades, mujer y prole, el suelo
patrio, para recorrer el mundo descalzo y en áspero sayal, buscando
parajes inhóspitos para sufrimiento de sus pies, que riega con sus
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32 tubinga/berna texto 6

lágrimas los Santos Lugares, que busca sosiego para el desgarrado


espíritu en lucha, que encuentra alivio en cada lágrima derramada, en
cada penitencia, en cada sacrificio, y se anima con el pensamiento:
aquí anduvo Cristo, aquí fue crucificado por mí, que vuelve a sentir
algo de fuerza, de confianza en sí mismo, un peregrino con esa senci- 5

llez de corazón ¿tendría que despertar en quien –con los conceptos de


otro tiempo, o sea entre nosotros– carece de acceso a esa disposición,
el sentimiento del fariseo: yo soy más juicioso que esos hombres?
¿[Debería] despertarlo en nosotros? ¿O deberíamos reírnos de estos
sagrados sentimientos? También esas penitencias pertenecen a la clase 10

de sacrificios de la que he hablado, cuya ofrenda procede del mismo


espíritu en el que ellas ocurren
b) seguramente la figura originaria y más extendida del sacrificio
[1.109] es otra más suave, brotada bajo un cielo más propicio, la cual se |
basaba en el agradecimiento y la benevolencia; en ella [habita] el sen- 15

timiento de un Ser superior al ser humano, la conciencia de que,


debiéndosele todo, no desprecia lo que ingenuamente se le ofrenda,
así como el talante de suplicar su apoyo antes de iniciar cualquier
empresa, de pensar primero en él en cada alegría, en cada buena ven-
tura, <en él, en la némesis> ante cada satisfacción recibida; [así que] 20

convida a este Ser, ofrendándole las primicias, lo más fino de cada


bien, y espera que siga siendo propicio a los humanos; la mentalidad
que ofrendó un sacrificio tal estaba lejos de creer que con ello había
expiado en algo los pecados y su merecido castigo; por eso su concien-
cia no le persuadía de que la “nemesis”, ya satisfecha, había dejado 25

caer sus cargos y hecho dejación de las leyes que restablecen el equi-
librio moral.
Tales usos esenciales de la religión deben tener que ver menos con
ella que con el espíritu de un pueblo, pues propiamente han brotado
de este; de lo contrario su ejercicio, frío e inerte, carece de vida, insu- 30

flado de sentimientos artificiosos; o bien se trata de usos que no le son


esenciales a la religión del pueblo, pero pueden serlo para la religión
privada, como la eucaristía en su forma actual entre los cristianos,
aunque propiamente se trataba de una cena compartida entre ellos.
Propiedades necesarias de las ceremonias de una religión del pue- 35

blo son:
a) y ante todo: que ofrezcan tan poca ocasión al fetichismo como
sea posible, que [no] sean de tal índole que solo queden obras mecá-
nicas y el espíritu se desvanezca. Su única intención tiene que ser
aumentar la devoción, los santos sentimientos; tal vez el único medio 40

puro que le queda, el más reacio al abuso, sea la música sacra y el


canto de un pueblo entero, tal vez también las fiestas del pueblo en
que la religión tiene un lugar necesario.
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texto 6 esbozos y apuntes 33

III. En cuanto se interpone una pared entre la vida y la doctrina


–o simplemente una separación y una gran lejanía recíproca– surge la
sospecha de que hay un fallo en la forma de la religión: o está llena de
charlatanería, o sus excesivas exigencias se pasan de beatería | –opo- [1.110]
5 niéndose a las necesidades naturales, a las tendencias de una sensibili-
dad equilibrada, τη¤ς σωϕροσυ¢νης– o ambas cosas a la vez. Cuando las
alegrías, la jovialidad de los humanos tiene que avergonzarse ante la
religión, cuando alguien, después de haberlo pasado bien en una fiesta
pública, solo puede entrar a hurtadillas en el templo, entonces la forma
10 de la religión tiene un exterior demasiado adusto como para poder pro-
meterse que la gente va a renunciar a las alegrías de la vida por esas exi-
gencias religiosas. La religión tiene que acompañar amablemente todos
los asuntos de la vida y, en vez de pretender entrometerse, ser bienve-
nida en todas partes. Si la religión quiere influir en el pueblo, tiene que
15 servirle de amistosa compañía en todo, asistirle en sus asuntos y en las
ocasiones importantes de la vida, así como en sus fiestas y alegrías; pero
en vez de parecer que se quiere entrometer o adoctrinar fastidiosamente,
lo incitará, lo estimulará. En Grecia seguramente todas las fiestas del pue-
blo eran religiosas, en honor de un dios o de algún humano notable por
20 sus servicios al Estado y por eso divinizado. Todo, incluso el desenfreno
de las bacantes, estaba consagrado a un dios, hasta su teatro público tenía
un origen religioso, del que nunca renegaron en su ulterior desarrollo.
Así Agatón no olvidó a los dioses, cuando fue premiado por una
tragedia: al día siguiente les organizó una fiesta. (Simposio, [173 a]).
25 Una religión del pueblo que genera grandes convicciones y las ali-
menta va a la par con la libertad.
Nuestra religión, queriendo hacer de los seres humanos ciudada-
nos del cielo con la mirada dirigida siempre hacia arriba, consigue que
les sean ajenos los sentimientos humanos. En nuestra mayor fiesta
30 pública[, la Eucaristía, la gente] se acerca a consumir el don sagrado
vestida de luto, con la mirada baja; en la fiesta que tendría que ser la
fiesta de la hermandad universal, alguno teme contagiarse con el cáliz
fraterno de la enfermedad venérea del que lo bebió antes de él –con lo
que su ánimo ni se mantiene concentrado ni sumido en santos senti-
35 mientos–, o bien durante el acto del sacrificio tiene que echar mano al
bolsillo para la colecta y poner la ofrenda en el platillo; los griegos, en
cambio, se acercaban a los altares de sus bondadosos dioses con los
amables dones de la naturaleza, coronados de flores, acompañados de
colores alegres, difundiendo alegría con sus rostros abiertos, que invi-
40 taban a la amistad y al amor.
| Espíritu de un pueblo, su historia, religión, grado de libertad polí- [1.111]
tica no se pueden considerar aisladamente ni por lo que toca a su
influjo recíproco ni por sus propias características: se hallan entreve-
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34 tubinga/berna texto 6

rados en un mismo vínculo, lo mismo que de tres poderes solidarios


ninguno puede hacer nada sin el otro, pero cada uno, a su vez, recibe
algo de él; formar la moralidad de los individuos es asunto de la reli-
gión privada, de los padres, del esfuerzo propio y de las circunstan-
cias; formar el espíritu del pueblo es en parte también asunto de la 5

religión del pueblo, en parte de las relaciones políticas.


El padre de este genio es el Cronos, de quien depende íntima-
mente toda su vida (las circunstancias del tiempo); su madre: la
πολιτει ¢α, la Constitución; su comadrona, su nodriza: la religión, que
aceptó como sus ayudantes en la educación, las bellas artes, la música 10

de los movimientos corporales y espirituales;1 [siendo como] es etéreo,


está ligado a la tierra por un vínculo que, pese a su levedad, es capaz de
resistir con su mágico hechizo a todos los intentos por romperlo, pues
pertenece a lo más íntimo de su ser; este vínculo, cuya ruda base son las
necesidades, se halla entretejido por mil hebras de la naturaleza; preci- 15

samente porque a cada nuevo hilo se anuda más fuertemente con ella,
está lejos de sentirlo, al contrario: como es obra de su propia acción, no
encuentra en esta voluntaria ampliación y diversificación de sus víncu-
los más que nuevas posibilidades de disfrute, expansión de su vida.
Todos los sentimientos dotados de una cierta belleza y finura se 20

han desarrollado en él trayéndole la satisfacción, la familiaridad con


mil placeres distintos. Le rodea una danza de contento y alegría, sus
compañeros de juego son sustanciosos, la amistad y el amor, no el
fauno sino Cupido, inquieto, pero delicado y más entrañable; este
tesoro de bellas sensaciones solo puede sembrarse y germinar y flo- 25

recer como todos los frutos de la naturaleza, lentamente; y este bello


hijo solo puede ser criado, si su madre, la πολιτει α¢ , no lo trata como
una madrastra, si, en vez de tratarlo como una madre severa y rega-
ñona, lo entrega en lo posible a la educación de la naturaleza, que
desarrolla tanto más bella una planta cuanto menos se la ha injertado 30

y manipulado (cf. Longino, cap. [44]. Platón, Simposio [182. b–d]).2

[1.112] 1 Primera versión a continuación: | siendo como] es etéreo, la tierra tira de él

suavemente con una secreta fuerza magnética y lo retiene como demostrando 35


que su naturaleza no es del todo espiritual; este vínculo se halla entretejido
por mil hebras de la naturaleza, [pero] no [por eso] se siente atado más fir-
memente con cada uno, sino que en esta voluntaria ampliación del vínculo,
como es obra de su propia acción, encuentra nuevas posibilidades de disfrute,
[1.113] expansión de su vida. Las necesidades constituyen la base del tejido, | las Gra-
cias lo trenzan con rosas, y al fin esas hilazas básicas se entretejen tan refinada, 40
tan intrincadamente que los trenzados terminan confundiéndose con ellas.
(Aquí sigue la segunda frase del párrafo siguiente en el texto definitivo: «Le rodea...»).
2 Aquí sigue en la primera versión su párrafo final, que también es una redacción

previa del último párrafo de la versión definitiva (cfr. infra, 2 páginas más abajo el
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texto 6 esbozos y apuntes 35

Como entre los griegos la nodriza seguía siendo toda la vida amiga
de la familia y de su hijo de leche, este tuvo siempre en ella a su amiga a
quien se le ofrece sanamente un agradecimiento libre, un libre amor;
como compañera y amiga comparte alegrías | y juegos con él, es su alma [1.112]
5 y su guía, sin por eso interferir en sus alegrías, a la vez que mantiene
intacta su propia dignidad –y la misma conciencia del joven castiga
todo menoscabo de esta–; ella tendrá siempre ascendiente sobre él, pues
se basa en el amor, en el agradecimiento, en los más nobles sentimien-
tos de su hijo de leche; y si con su atavío halagaba<, obedeciéndolos,>
10 a los caprichos de la fantasía infantil, también le enseñó a honrar la
férrea necesidad y a seguir sin protestar ese destino irrevocable.
Solo de oídas conocemos este genio, solo algunos rasgos de él es
lo que podemos contemplar con amor y admiración en ciertas copias
que nos han quedado de su figura, con la dolorosa nostalgia que nos
15 dejan por el original. Él es –el bello joven que amamos también en su
despreocupación, con todo el cortejo de las Gracias y junto con ellas
el aliento balsámico de la naturaleza, el alma que, infundida por ellas,
bebió de cada flor–, él ha volado de la Tierra.1

20 | 2 ¡Ay! Una imagen nos llega de los días remotos del pasado, ilumi- [1.114]
nando el alma sensible a aquella belleza y grandeza humana: la imagen

párrafo que empieza «De su padre, protegido...»): Si el padre de este genio es feliz,
25 si lleva bien sus asuntos, de modo que le procure a su hijo una situación desa-
hogada, sin excesiva necesidad, aunque sí con algo de trabajo; si la madre no
se empeña en encerrar sus tiernos miembros en pañales ni lo trata capricho-
samente, tampoco la nodriza, la “gouvernante” criará y educará al hijo de la
naturaleza con el miedo al palo (del infierno y del poderoso) ni con la zana-
horia de la mística, que aletarga el estómago con su acidez y echa a perder los
30 dientes, ni con las andaderas de las palabras –tratando así de llevarlo a la ado-
lescencia–, sino que desde pequeño le hará actuar por sí mismo, compartirá
con él sus juegos como amiga y compañera, será su alma y guía hasta el punto
de que a él le cueste disfrutar no estando ella y el agradecimiento que le pro-
fesa constituya su placer más hermoso y alegre. Entre los griegos la nodriza
era amiga de la familia y del lactante para toda su vida
1 Aquí viene un espacio sin escribir hasta la página siguiente, que comienza el
35
desarrollo de otra idea, a continuación tachado:
Otro genio de las naciones es el que ha urdido Occidente. Su figura está
envejecida; bella no lo fue nunca, pero aún le quedan los débiles rastros de
unos pocos rasgos de virilidad; con su cerviz encorvada, no se atreve a alzar
la mirada alegremente al mundo, ni tampoco le anima a ello su propia estima,
40 es miope e incapaz de ver más que objetos pequeños uno a uno e, incapaz de
ánimo, sin confianza en sus fuerzas, no osa una apuesta fuerte, solo férreas
cadenas desnudas [...]
2 Los dos párrafos siguientes, que vienen a continuación en otro folio (queda un

espacio sin escribir en la página anterior y el nuevo folio se añade a los otros sin la
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36 tubinga/berna texto 6/7

de un genio entre los pueblos, de un hijo de la fortuna, de la libertad,


criado por la bella fantasía; también él se hallaba aherrojado por el
vínculo inflexible de las necesidades a la madre Tierra; pero con su
sensibilidad, su fantasía, las ha[bía] elaborado, refinado, embellecido de
tal modo, ornado de rosas con ayuda de las Gracias, que <se hallaba a 5

gusto en estas cadenas como obra suya, como una parte de sí mismo,>
parecían ser por completo su obra. Sus sirvientes eran la alegría, el
buen humor, el encanto; su alma, llena de la conciencia de su fuerza y
de su libertad; sus compañeros de juego, sustanciosos, la amistad y el
amor, no el fauno sino Cupido, delicado, entrañable, adornado con 10

todos los encantos del corazón y de los buenos sueños.


De su padre, mimado por la fortuna e hijo de la fuerza, recibió en
herencia la confianza en su suerte y el orgullo por sus hechos. Su
madre indulgente, no una mujer severa y regañona, entregó su hijo a
la educación de la naturaleza, no embutió sus tiernos miembros en 15

fajas y pañales y, como buena madre, atendió más a seguir los capri-
chos, las ocurrencias de su niño querido que a ponerles cortapisas. En
armonía con estos la nodriza no debía criar y educar al hijo de la natu-
raleza con el miedo al palo o a un espectro tenebroso ni con la zana-
horia agridulce de la mística, que estraga el estómago, ni con las anda- 20

deras de las palabras, que le habrían mantenido en eterna minoría de


edad, sino que le dio a beber la auténtica leche sana de las sensaciones
puras, se sirvió de la bella, libre fantasía para adornar con sus flores el
velo impenetrable que oculta la divinidad a nuestras miradas y pobló
tras él un espacio mágico de imágenes vivas al que traspuso las gran- 25

des ideas de su propio corazón con toda la plenitud de una noble y


bella sensibilidad

[7] 30

[Aforismo] 1

[1.408] | Quienes han sido inmersos en el mar muerto de la cháchara moral,


ciertamente emergen de él invulnerables como Aquiles; pero también 35

se ha ahogado en ese [mar] la fuerza humana.

numeración correlativa), parecen un nuevo intento de proseguir estas últimas páginas, 40


que no resulta tachado como el anterior, pero se interrumpe pronto.
1 Aforismo (o bien fragmento de un texto más largo) que Karl Rosenkranz

(Hegels Leben p. 487) intercaló en el anterior esbozo, supra, p. 27, parágrafo b) tras el
primer punto y coma.
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texto 8 esbozos y apuntes 37

[8]

[Esbozo] 1

5 | Además de la enseñanza oral, cuyo ámbito de influencia es siempre [1.115]


muy limitado, pues no va más allá de aquellos con los que la natura-
leza nos ha unido inmediatamente, el único modo de influir a gran
escala es por los escritos: aquí el que instruye se sitúa en un púlpito
invisible ante todo el público y, como no se le ve, emplaza al corazón
10 presentándole la descripción más cruda de su corrupción moral y lo
trata con una desconsideración, con un tono tal que apenas considera-
ría correcto con el más despreciado de los seres humanos; rara vez, si
no es por razón del cargo, se habrá visto que un moralista –sin motivo
especial, impulsado por la mera convicción de que su oficio es mejo-
15 rar a la humanidad–, se atreva a espetarle a la clase de gente cuyos ras-
gos precisamente ha abstraído, ni la mitad de lo que le dice a la cara a
todo un público respetable por su posición y su rango –si es que sus
descripciones no son mero “radotage” [garrulería] ni sus remedios
charlatanería teórica–; hay distintos modos de obrar, lo mismo que, en
20 general, el modo de enseñar siempre tiene que orientarse por el par-
ticular genio y el tono en que un pueblo es accesible. Sócrates, quien
vivió en un Estado republicano, en el cual cada ciudadano hablaba
libremente con otro, pero en el que una fina urbanidad de trato era casi
común, incluso en la plebe más baja, le soltaba a la gente cuatro fres-
25 cas con la mayor naturalidad en la conversación; <sin tono didáctico,
sin aparentar una pretensión de enseñar comenzaba una “conversa-
tion”, para llegar del modo más fino a una doctrina que resultaba evi-
dente y ni siquiera a una Diotima le podía parecer importuna;> en
cambio los judíos estaban ya acostumbrados desde sus antepasados a
30 ser “harangés” más bien rudamente por sus poetas nacionales; ya por
las sinagogas sus oídos estaban [habituados] a las prédicas morales y a
un tono directo en la doctrina, mientras que las disputas de sus escri-
bas y fariseos les [tenían acostumbrados] a un | modo bastante rudo de [1.116]
refutar al adversario; por eso un apóstrofe como «¡Oh, vosotros, ser-
35 pientes y raza de víboras!», incluso si no venía de un fariseo o sadu-
ceo, sonaba menos duro de lo que habría sido a oídos griegos.
En principio un ser humano –por buen natural que tenga y pese a
la educación más exquisita– siempre podrá seguir toda su vida traba-
jando en su perfeccionamiento intelectual y moral; y un hombre activo
40 y sin prejuicios siempre tendrá algo que aprender en las diversas rela-

1 A partir de este los siguientes textos están escritos ya en Berna.


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38 tubinga/berna texto 8

ciones en que la casualidad, o su propia acción, le ponga con otros seres


humanos; no será fácil que acabe con esta tarea o que crea haberlo
hecho, sobre todo habida cuenta de la complicación de nuestra vida
civil, en la cual hasta la más decidida rectitud se encontrará en una
ambigua “collision” entre deberes –a menudo, v. g., en lo singular, 5

entre la equidad y la compasión y, en lo general, entre los principios de


la justicia o al menos de los derechos prescritos–; además la sensatez
tiene el deber de ser tanto más prudente cuando no se ocupa de sus
propios asuntos, sino que ayuda en mucho o en poco a promover un
aspecto del bienestar de una mayor cantidad de gente; de ahí que ya 10

más de un concienzudo Natanael haya preferido, para no tener que


hacer violencia a su corazón o para evitarse perplejidades, salirse de
estas relaciones; y es que, cuanto más complejas las relaciones, tanto
más complejos los deberes y, cuanto más simples aquellas, tanto más
simples también estos; y de ordinario cuesta más salir que no entrar en 15

absoluto en ellos, lo mismo que es más fácil hallarse privado de ciertas


necesidades que privarse voluntariamente de ellas. Por eso un Dióge-
nes –cuyo temperamento se conformaba con un poco de agua y un
mal pedazo de pan, de una ambición satisfecha no por púrpura alguna
sino por una capa rota, libre de grandes deberes para con otros como 20

amigo o como padre o por su oficio, aparte de no maltratarlos o, lo


[1.117] que | para él tampoco podía ser una gran tentación, no robarles– se
lo ha puesto fácil para ser un hombre perfectamente moral e incluso
ha conseguido una especie de derecho a ser tenido por un gran hom-
bre, con el tiempo y el ocio para trabajar también en los demás. 25

Entre los romanos no ha surgido ningún Cristo, ningún Sócrates;


en los tiempos de su vigor, cuando solo valía Una Virtus, no cabía per-
plejidad alguna sobre lo que tenía que hacer; en Roma solo había roma-
nos, no seres humanos; en cambio en Grecia se estimaban los “studia
humanitatis”, la sensibilidad humana, sus inclinaciones y el arte, ade- 30

más de que se contaba con otras vías divergentes de la naturaleza, a las


que podía recurrir en ocasiones un Sócrates o bien otro sabio. La des-
viación de la naturaleza romana era un crimen de Estado. Una vez
fijada cualquier línea de perfección que vincule la virtud con algo obje-
tivo, a cuyo servicio incluso las pasiones se conviertan en virtudes, 35

resulta más fácil juzgar qué se acerca o desvía de ella; en cambio esto es
más difícil allí donde domina otra prioridad o se atropellan diversos
deberes en conflicto; también a la hora de fortalecer las inclinaciones
humanas y los deberes es infinitamente más difícil discernir la virtud y
el límite hasta el que la naturaleza tiene que someterse a la razón.1 40

1 Aquí sigue una parte sin escribir, tras la cual cambia parcialmente la letra, indi-

cando una interrupción también temporal, como de algún mes (¿?).

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