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El ahijado de la Muerte

Había una vez una señora muy pobre, que no tenía a nadie a quien pedir un favor. Su único hijo,
que era muy pequeño, estaba muy enfermo, y quería bautizarlo antes que muriese sin el
bautismo, pero no encontraba a nadie que le pudiera apadrinar. Un día pasó por allí una mujer
vestida de negro y la pobre señora le preguntó que si le quería servir de madrina en el bautizo
de su hijo. La mujer le dijo que sí, pero que antes se buscara al padrino. Poco después pasó un
hombre que tenía todos los dientes de oro y se le ofreció a servirle de padrino.

Cuando llegó el día del bautismo, el hombre le dijo que él no podía entrar a la iglesia, pero que
sería un buen padrino del niño y lo enseñaría a curar. El niño fue bautizado y muy pronto
recobró la salud. Cuando creció, la madre notó que su hijo podía curar a los enfermos. Haciendo
estas curas, el niño cobró mucha fama y ganó mucho dinero. Un día cuando ya el niño era un
hombre, se le presentó la madrina y le dijo que ella era La Muerte, y le pidió que cuando él la
viera en la cabecera de un enfermo no lo curara, pues ella tenía que llevárselo. El joven así lo
hacía.

Un día el joven se enteró de que la hija del Rey estaba gravemente enferma y que el Rey había
ofrecido su corona a quien lograra salvarla. El joven deseoso de ser rey y de casarse con la
Princesa, fue al palacio del Rey y pidió ver a la Princesa para curarla. Al entrar en la habitación
de la Princesa, vio que a la cabecera de la cama estaba su madrina La Muerte. El joven le rogó a
su madrina que le permitiera curar a la Princesa, pues él quería casarse con ella y ser rey. La
madrina le dijo que de nada le valdría curarla, pues en el término de tres días la Princesa
moriría, ya que ése era su destino. El joven insistió y entonces La Muerte lo llevó a su casa,
donde ella tenía millones de velas prendidas que representaban la vida de cada persona. Allí le
mostró la vela de la Princesa, a la que le faltaba ya muy poco para apagarse.

A pesar de lo que había visto, el joven que era muy ambicioso y estaba bajo la influencia de su
padrino que le había enseñado a curar y quien no era otro que el mismo diablo, decidió curar a
la princesa. Así lo hizo y la joven se pudo levantar de la cama y caminar muy contenta por el
palacio. Cuando el Rey vio a su hija levantada y con salud, llamó al joven, le dio su corona y
muchas riquezas, y se casó con su hija. Al verse él con tanto poder y riquezas, el Joven decidió
que tenía que conservarlas a toda costa.

Como él sabía que le quedaban pocas horas de vida princesa, se dirigió a casa de su madrina
para tratar que la vela de la Princesa se apagase. En un momento en que su madrina, La
Muerte, estaba distraída, cogió la vela de la Princesa para con ella prender otra nueva, pero
como de la vela no quedaba sino el cabo, al agarrarla se quemó los dedos y tuvo que soltarla. La
vela cayó sobre otra que estaba cerca y la apagó. En ese momento cayó el joven muerto al piso;
la vela de la Princesa que él había soltado, al caer sobre la suya la apagó, causando así su
muerte.

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